Niall BiNNs, salido de madre.

Transcripción

Niall BiNNs, salido de madre.
Niall Binns,
salido de madre.
Niall Binns · Madrid · 2011
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En el epílogo de tu libro Salido de madre, hablas de tu “iniciación” a la lengua castellana, durante tu primer día en México a los 18 años. Primero, una madre mexicana te señalaba las partes de
la cara, suave y risueñamente, tocándote a la vez la cara diciendo “nariz”, “ojos”, etc.. Luego, en una
cantina, una prostituta mostró un pecho, y apretando su pezón te lanzó un chorro de leche a la cara…
¿Ha sido así tu proceso de escritura del inglés al castellano, tu descubrir y conocer el idioma, de la
sutileza a alguna clase de violencia?
Me gustaría contestar con unas palabras de Eliot, traducidas al vuelo de su
libro On Poetry and Poets. Decía Eliot: “Un pensamiento expresado en otro idioma
puede ser casi el mismo pensamiento, pero un sentimiento o emoción expresado en
otro idioma no es el mismo sentimiento o emoción. Un motivo para aprender bien al
menos una lengua extranjera es que se adquiere una especie de personalidad suplementaria; un motivo para no adquirir una nueva lengua en lugar de la propia es que
la mayoría de nosotros no quiere ser otra persona”. Aprender un nuevo idioma puede
ser una aventura en muchos sentidos, pero hay pocas experiencias más enriquecedoras que la de empezar paulatinamente a encontrarte en otra lengua, sentirte en
la piel de esa personalidad suplementaria. Supongo que debe de haber algo de violencia en el proceso. A fin de cuentas, se trata de una especie de lenta pero profunda
mutación del yo. Recuerdo vívidamente –es un proceso arquetípico, supongo, y lo
viví tres veces: en español, en francés y luego en portugués– la atroz y prolongada
experiencia de llegar a un país nuevo en el otoño y ser incapaz de comunicarme con
la gente que me rodeaba (era deportista y tuve la oportunidad, en Madrid, París y
Coimbra, de no rodearme de gente de lengua inglesa). Viví tres largos inviernos de
frustración, vida de oruga luchando obsesivamente con lecturas, gramáticas, interminables listas de vocabulario, tropiezo tras tropiezo, aburriendo y exasperando
a los nuevos amigos, y luego ya, con los días de primavera alargándose, tener la
sensación de estar haciendo avances, iniciando un contacto. Y llegado el verano,
sentir ya la plenitud de la comunicación, salpicada de errores, por supuesto, pero
plenitud. Creo que han sido, en mi caso, procesos de aprendizaje y descubrimiento
pasionales, vividos sin clases formales (el francés que aprendí en el colegio apenas
me sirvió), casi autodidactas. Quisiera pensar que fue, por eso, por lo pasional –y
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estoy hablando aquí de mi aprendizaje del castellano–, un proceso parecido al fascinado y fascinante aprendizaje de la propia lengua que vive un niño.
Abres Salido de Madre con un epígrafe de Huidobro “se debe escribir en una lengua que no sea
materna” ¿Qué hay para ti tras aquella cita?
Es une boutade. Me hacen gracia las imágenes de esos primeros poemas en francés de Huidobro, poco después de su llegada a París. Estaban plagados de errores y se
los pasaba a su nuevo amigo Juan Gris para que los corrigiera, pero Juan Gris tampoco
dominaba el francés escrito e iba empeorando los originales en sus correcciones. Lo
normal es que se escriba en la lengua materna. No hacerlo significa enfrentarse a
una serie de dificultades y desafíos, algunos de ellos apasionantes. Escribir poesía
te lleva a explorar las posibilidades expresivas del idioma; ahora bien, cuando escribes en una lengua ajena, no materna, esa exploración se complica: se trata de
luchar no sólo con los límites del idioma sino también con la competencia lingüística y con el riesgo muy real de estar haciendo el ridículo. Cualquier poeta que escribe en lengua ajena se expone al ridículo, a la carcajada (lícita, por supuesto) o a
la palmadita paternalista y el qué bonito de siempre. Pienso en los poetas de países
hispanos que han escrito en francés (desde Darío y Huidobro a César Moro, Alfredo
Gangotena y Juan Larrea), o bien en un par de nicaragüenses, Joaquín Pasos –que
escribió en inglés sus “Poemas de un joven que no sabe inglés” sin salir jamás de Nicaragua– y Salomón de la Selva. Aunque en realidad, quizá se hayan expuesto menos
al ridículo que al ninguneo. Sus intentos son invisibles para la poesía francesa y de
lengua inglesa. No existen en las historias poéticas de esos idiomas.
Dices que nunca te has vuelto a impactar como te impactaste al descubrir la poesía de Nicanor
Parra ¿Qué hay en el trabajo de Parra que provoca en tantos esta reacción?
No sé en cuantos provoca esa reacción. Aquí en España no se ha sabido leer a
Parra. Hay gente que lo celebra como un humorista, como un poeta “gracioso”, pero
creo que la mirada española –estoy generalizando, se nota– ha percibido sólo la su3
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perficie más aparente del humor antipoético. ¿Quiénes son las excepciones? Álvaro
Salvador, por ejemplo; Ignacio Echevarría, por supuesto. Pero ha habido poetas sesudos que nunca tomaron en serio a Parra hasta que en estos últimos tiempos José
Miguel Ullán y Eduardo Milán y Juan Carlos Mestre empezaran a hablar de él y ahora
parece que sí, más de cincuenta años después de Poemas y antipoemas, se lo ha
vuelto a descubrir: hay que ser lector de Parra. Creo que el motivo de esta falta de
interés (anterior a la moda actual) es el siguiente: tanto en Parra como en su compañero de viaje Enrique Lihn, hay una visión crítica –crítica de verdad, dentro y fuera
del lenguaje– que no ha encontrado su lugar en la poesía española. Esa visión, esa
desconfianza ante el mundo y el lenguaje, tal vez sean temas pendientes. No sé.
Pienso, de todos modos, que hay cambios en la poesía española de hoy. Empieza a
librarse del peso de su propia tradición. Escribir dentro de la gran tradición es gozar
de una carga preciosa, pero puede convertirse también en una joroba. Puede cercenar la libertad; puede cegar y castrar.
“ni un maldito trozo de ternera /atrapado entre los dientes” es el final del poema “Despedida”
dedicado a Gonzalo Santelices, poeta chileno trágicamente muerto en accidente automovilístico. ¿Qué relación tenías con Santelices?
Conocí a Gonzalo en un taller de poesía que dio Gonzalo Rojas en la Residencia de
Estudiantes. Acababa de morir Jorge Teillier y Rojas leyó un poema necrológico que
le había escrito no sé si en la misma noche en que recibió la noticia (un poema que
me pareció a mí, y no sólo a mí, un poco hipócrita y condescendiente). Allí mismo,
Gonzalo y yo –junto con Mestre y Andrés Fisher–, decidimos organizar un homenaje
a Teillier. Era un poeta desconocido en España, así que fuimos pasando nuestros
libros de Teillier a amigos poetas y montamos el homenaje en el Ateneo de Madrid,
en la sala grande –con sus telarañas, sus retratos, sus recuerdos de Huidobro anunciando el creacionismo a un estupefacto público español en 1918–, donde cada uno de
los poetas amigos subió a leer un poema de Teillier que le había impactado. Gonzalo
leyó “A un viejo púgil”, el que más le conmovía. No nos sentamos detrás de la mesa
central del escenario, tan imponente y solemne. Nos sentamos Andrés, Gonzalo y
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yo en torno a una pequeña mesita a la izquierda del escenario; a la derecha, ante
un atril, Mestre leía los fragmentos de poemas intercalados en nuestro discurso,
y luego los otros poetas también leyeron desde allí. El acto terminó con la voz de
Teillier –que salió de una vieja radiola que habíamos puesto sobre la mesa central–
leyendo su “Despedida”.
Gonzalo y yo nos hicimos amigos. Él había publicado últimamente su libro
Vida de un vendedor de fotocopiadoras. Es un gran libro: lo que estaba escribiendo al
final de su vida era, para mí, lo mejor de su obra, que era ya bastante extenso. Solíamos quedar para comer, no sé si cada mes, a veces en el restaurante Casa de Guadalajara de la Plaza de Santa Ana. Un viernes de 1997, nos reunimos porque íbamos
a leer juntos la semana siguiente, presentándonos uno al otro, y hablamos sobre
cómo hacerlo, y luego, como siempre, hablamos de Chile, de la poesía chilena, de
las rencillas de la poesía chilena, de las páginas culturales de El Mercurio y La
Época (¿aún existía La Época?). Pedí un filete y, como dice el poema, un trozo de
carne se me enganchó de manera imposible entre las muelas. El lunes o martes
siguiente recibí la noticia de la muerte de Gonzalo en mi contestador telefónico.
Hablé antes de temas pendientes. Un tema pendiente es la publicación de
una buena antología de Gonzalo, cuyos libros están dispersos, perdidos. No sé si
hay algo suyo publicado en Chile. Me encuentro periódicamente con el hermano de
Gonzalo, Rodrigo, siempre en manifestaciones. No creo que seamos muy de manifestarnos ninguno de los dos, pero recuerdo que nos encontramos en una manifestación contra Aznar durante la guerra de Irak, y luego este año, por último, en una
manifestación en defensa del juez Garzón. Me dijo Rodrigo que todavía hay varios
inéditos de Gonzalo (se publicó en 1999 el libro inédito A una actriz porno). En fin,
es un tema pendiente. Rodrigo me recordó un poema muy breve que encontraron
entre los papeles de Gonzalo. Está titulado “Para Niall” y dice: “Los años te pedirán
/ una vida ordenada”.
La obsesión por la muerte es un tema recurrente en la poesía. ¿Cómo surge en Tratado sobre los
buitres? ¿Cómo encontraste ese vehículo poético para escribir ese libro?
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Es curioso, creo que esa obsesión se limita a mi poesía. No la veo en mi vida,
pero sí, en un libro sobre buitres ¿cómo no va a estar presente la muerte, si el buitre
se alimenta de carroña, de cadáver? Ahora bien, lo interesante es, por supuesto,
que el buitre no mata, se nutre de animales que ya han muerto, y al hacerlo evita
la podredumbre y asegura la continuidad de los ciclos. En realidad, estoy más obsesionado por los buitres que por la muerte y he llegado a la muerte de la mano de
los buitres. Sí, los buitres me fascinan. Me fascinan por su belleza, su majestuosidad. Mis padres me enseñaron desde mi infancia la curiosidad por los pájaros, y
el buitre -para un niño británico- era un ave exótica, un ave que se veía sólo en los
documentales de David Attenborough. Recuerdo, como un momento memorable de
mi vida, cuando a los 22 años vi por primera vez un alimoche, volando delante de
mí desde una de las cumbres de Gredos. Tengo, entonces, esa fascinación por los
pájaros, pero es una fascinación, además, que ya me había llevado a un interés
por las atribuciones simbólicas que los seres humanos hemos ido dando a ciertos
pájaros: cuervos, urracas, vencejos... Y el pobre buitre, que no mata, que es un ave
tan importante en los ecosistemas, está asociado siempre (en Occidente, sólo en
Occidente) con lo negativo. Compáralo con la veneración de los buitres como “pájaros
divinos” por parte de los parsis en la India, las “torres del silencio” donde dejan expuestos sus muertos para que desciendan y las coman los buitres, reintegrándolos
así en los ciclos de la vida, o bien la importancia de los buitres para los tibetanos. Lo
cierto es que nuestro miedo occidental a la muerte se canaliza de muchas maneras
y una de ellas es el odio al buitre, al ave que acude a la escena de la muerte para nutrirse, para hacer vida de lo muerto. Creo que he procurado, en parte, ver el buitre
con otros ojos; quizá he querido repudiar el facilismo de tanta simbología negativa. ¿Y qué más? Pues luego estaba -como punto desencadenante del libro- toda la
polémica que surgió hace algo así como una década, una década y media, de los
pastores navarros que empezaban a protestar y reclamar indemnización porque los
buitres (decían) estaban matando sus ovejas. Es decir, que los buitres leonados del
norte de España habían sufrido un trastorno ecológico realmente increíble. Era una
polémica llena de intereses, a veces disparatada, porque hay un hecho ornitológico
que limita todo el debate: los buitres son incapaces de matar, sus picos y sus garras
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no son lo suficientemente fuertes para hacerlo, a no ser que haya un animal por
algún motivo inmovilizado y totalmente incapaz de defenderse. En fin, el libro
va entrando también en ese terreno. Por último, también me gustaba la idea del
poeta como un buitre, como un carroñero que se nutre de vivencias ya pasadas o
“muertas”. Alguien me ha dicho que Vargas Llosa utilizó la imagen en uno de sus
estudios sobre José María Arguedas, pero por algún motivo no he querido buscarlo.
Debe de ser esa ilusión que tenemos –ilusos, vanidosos– de estar haciendo una cosa
única, original, nunca vista, cuando en realidad no hacemos más que transitar los
caminos de otros. Además, los poemas sobre los buitres surgieron de una manera
muy orgánica, muy intensa, con una mezcla de vivencias, lecturas y supongo que
algunos traumas soterrados. Hay mucha cita, mucha investigación, pero para mí
tienen algo virginal que me gusta. Escribí casi todo el libro en una semana o una
semana y media. Fue en el verano, no sé si de 1998 o 1999. O lo escribí, al menos,
en su primera versión porque reescribir es un proceso largo... pero para volver a
tu pregunta, si hay mucha muerte en el libro, no creo que tenga que ver con una
obsesión morbosa...
Has realizado diferentes investigaciones sobre Enrique Lihn, Jorge Teillier y Nicanor Parra.
¿Cómo han influido estos autores en tu poesía?
Influencia, no lo sé. A veces he releído algún poema mío y un verso aquí o allá
me ha sonado a Nicanor, a Lihn, a Teillier (y más que a ellos, me parece, a Gonzalo
Millán). Creo que hay algo de humor en parte de lo que escribo, pero no sé si es fruto
directo de Parra. Lo debe de ser, un poco al menos, pero antes de leerlo y conocerlo
ya tuvimos vínculos en común: la tradición poética de lengua inglesa, menos reacia al humor que la española, y Aristófanes. El primero de los antipoemas (en el
libro de 1954), “Advertencia al lector” (los versos que acabo de citar le pertenecen),
fue escrito en Oxford y termina con una alusión a Aristófanes; yo estudié lenguas
clásicas en Oxford e hice una traducción de Lysistrata de Aristófanes. Cuando llamé
por primera vez a Nicanor, en el invierno chileno de 1991, recuerdo que hablamos de
Aristófanes.
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¿Estás al tanto de la “poesía actual inglesa”? ¿Tienes lectores en el mundo anglosajón? Si
existen traducciones ¿qué impresión te han dado? ¿Hubieras escrito esos poemas de otro modo
en inglés?
La verdad es que no, y no hay traducciones. Una vez hice una traducción al
inglés para mis padres –en mi horriblemente oxidado inglés– de algunos de mis
poemas, y me parece que se asustaron un poco. ¿Habría escrito los poemas de otro
modo? La gran diferencia entre el inglés y el castellano en la poesía es, para mí, la
diferencia rítmica. Hay niveles de agresividad y turbulencia sonora que resultan dificilísimos –imposibles, digamos– de reproducir en castellano. Jordi Doce reflexiona
sobre esto en su gran traducción de un libro que para mí es magistral (y, por supuesto,
radicalmente intraducible): Crow, o Cuervo, de Ted Hughes.
La poesía actual española, en muchos casos, tiene una gran influencia de poetas de habla inglesa, principalmente de William Carlos Williams, Raymond Carver y Charles Bukowski. A partir
de esta afirmación ¿Qué recepción ha tenido tu poesía en España?
Creo que ha tenido una recepción amable. De bajo perfil, sin duda. No sé, son
cuestiones difíciles de comentar. Supongo que en el fondo cada poeta se cree merecedor de una recepción mayor, aunque diga lo contrario. De todos modos, hay pocas
cosas más indignas, creo, que un poeta quejándose del poco caso que le hacen, y yo no
puedo quejarme y espero no quejarme nunca y además, hace tanto tiempo que no escribo nada nuevo que sería simplemente absurdo que lo hiciera. Tengo amigos, amigos que lo son a raíz de la poesía, que han sido tremendamente generosos conmigo. Y
luego, en estos últimos años, me ha dado una alegría muy grande recibir mensajes de
gente que no conocía queriendo publicar libros míos en Venezuela, en Argentina, en
Chile. Quizá sea indigno y poco pudoroso decirlo, pero la verdad es que me han dado
esa alegría y me han animado y ojalá sirvan para que vuelva a escribir.
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Todos los ladrones están enamorados de Rosita, y yo también
Recuerdo que andaba a tropezones por un callejón oscuro
Zigzagueaba de sombra en sombra, dándome golpes simétricos
contra uno y otro lado del callejón
Avanzaba y retrocedía por el aire esponjoso
Era como si me empujara desde dentro una fuerza diabólica que yo no conocía
o como si resbalara sobre el suelo salpicado de un matadero en desuso
o incluso como si hubiera bebido una botella y media de whisky
(efectivamente, había bebido una botella y media de whisky)
Llegué pronto al lugar que buscaba
Aquí, me dije, vive la mujer que yo quiero
y me senté a la sombra de un gato negro
que merodeaba por allí con malas intenciones
Enfocado por la luz de la luna llena
el gato se empeñaba en restregarse contra mi abrigo como si yo fuese su amo
– No soy tu amo, gato negro –, le dije
rogándole por favor que se largara de allí
Me arañó la cara con cariño torpemente expresado
antes de desaparecer detrás del muro de un cementerio cercano
La sangre empezó a deslizarse por mis mejillas
y me provocaba una extraña sensación de bienestar
Me senté en el umbral del bloque de apartamentos
donde vivía la mujer que yo quería
beodo como Propercio u Ovidio o cualquier otro poeta romano y enamorado
y entonces me puse a entonar la canción más triste de este mundo
– Todos los ladrones están enamorados de Rosita, canté, y yo también
Todos los cirujanos están enamorados de Rosita, y yo también
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Todos los vendedores ambulantes están enamorados de Rosita, y yo también, etc.
Entonces oí abrirse centenares de ventanas
y de pronto empezó a caer encima de mi cabeza
una lluvia espesa de gruesas lágrimas saladas
Todas las señoritas, las solteronas, las viudas y las engañadas
que vivían en el bloque de apartamentos
derramaron sobre mí su infelicidad
hechizadas por mi serenata
embelesadas por mi canción rompe-corazones
Clic Clic Clic sonaban sus corazones
y me percaté con cierta compasión, pero sobre todo con una gran indiferencia
de sus roncos estertores
– Mi canto no es para ustedes –, les dije
mirando hacia arriba
donde las persianas del apartamento de Rosita
permanecían herméticamente cerradas
– Ay luna luna luna luna –, canté
La luna me alumbraba con su luz enfermiza
redonda como un queso carcomido
– Luna luna luna luna –, canté
En ese momento la penúltima de las señoritas moribundas
se puso a ulular como una poseída, o quizá como la propia Sibila
y a declamar profecías disparatadas acerca de mi futuro
Hablaba por ejemplo del fracaso sin fin de mis anhelos
y anunciaba que me moriría en el abandono, mi cadáver “carroña de los buitres”
Yo, desde luego, escuchaba estas cosas con ligereza e incluso con sorna y desprecio
Pero he aquí que los escupitajos de su maldición
los insultos que llovían de esa boca, ese oráculo agonizante
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se internaron en mis ojos incrédulos y corrieron
–para mi gran sorpresa y desconcierto–
un velo de ceguera sobre mis observaciones
y sobre el bloque de apartamentos ante el cual me encontraba sentado
Sin embargo, y a pesar de semejantes desventuras
no desistí de cantar las melodías más trágicas de mi invención
Ay Rosa Rosa Rosita Rosita, cantaba
derritiéndome en el charco de mis lágrimas borrachas
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Cucarachas
Es una escena que vuelve con empeño a la memoria
Es una pensión desventilada y sin luz
con paredes reventadas, y un calor rayando en la locura
Es la ciudad de Valladolid, en el Yucatán, en México
Y es el año 85, el mes de agosto
una mañana sofocante y un cuerpo empantanado
en el charco de un colchón prehistórico
Recién despierto, chorreando sudor
con la cabeza entumecida de cerveza
con un peso nocturno de cebolla y chile en la boca
este cuerpo (tan mío) se levantó de la cama
hizo sus primeros pasos titubeantes del día
hacia la puerta del baño, y entonces vio
(es una escena que vuelve con asco a la memoria)
frente a frente, pecho a pecho
ceremoniosamente instaladas sobre las cerdas del cepillo de dientes
dos cucarachas
Se miraban, embelesadas
Temblaban sus antenas, se tocaban las antenas: estremecidas
Chupaban las huellas de la pasta de dientes
drogadas, supongo, por el sabor a menta
(como nosotros mascamos chicle de menta
para que sepan mejor nuestros besos)
o por un sobrecogedor amor de insectos
que nosotros ni podemos concebir
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En su tranquilidad, en la ondulación pausada de sus antenas
sentí una extraña armonía
Las aplasté en el lavabo con una barra de jabón
Tiré a la basura el cepillo de dientes
Con obtusos dedos me hurgué las muelas
Embadurné con colgate mis rancias encías
Hice gárgaras de agua espumeante de menta
Nada podía con la agria pesadez
Y ahora me digo, recordando la escena
que después del apocalipsis, tal vez sea igual:
dos cucarachas instaladas con la misma armonía
frente a frente, pecho a pecho, estremecidas
sobre humeantes cadáveres humanos
Y me pregunto también
cuando tiemblan mis antenas y el bárbaro anhelo me enfurece
cuando cuatro piernas y cuatro brazos sacuden su torpe agonía
me pregunto entonces
si no brota ya, subyacente, la semilla
de un pequeño, banal apocalipsis casero
burla de la armonía de esas dos cucarachas
que encontré y destrocé un día en Valladolid
frente a frente, pecho a pecho
sobándose las antenas
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Christmas Story
Yo compro el pavo, el oporto y el pudding
Tú el mazapán, el marisco, el turrón
Compro crackers, mince pies, mantequilla de brandy
salsa de pan, y de arándano agrio
Tú compras polvorones, nueces y chocolate
y una ristra de luces navideñas
Paso toda una tarde en Marks & Spencers
Tú vas y vienes por El Corte Inglés
Compro un compact de Carlos Núñez para mis padres
Tú una botella de champán para los tuyos
Compro media docena de botellas de Rioja
La tarjeta visa arde entre tus manos
Compro media docena de paquetes
de media docena de latas de guinness
Tú acumulas boletos de lotería:
en vano
Y entrando en el salón nos detenemos
y nos besamos largamente bajo el muérdago
Desempaquetamos comida, empaquetamos regalos
Tú pelas las patatas, y limpias el marisco
la lechuga, las coles de Bruselas
Yo sepulto un penique en el pudding
– Si te toca el penique
tendrás suerte en el año (no te rías de mí)
Tú pones el mantel especial, con las velas
rojas, los crackers y las nueces
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Por el culo del pavo yo introduzco el relleno
de albaricoque, almendra y tomillo
– La comida inglesa es una mierda, te ríes
– La cocina española no existe, te contesto
casi. Pero no: me controlo: es Navidad
Tú pones un cassette de villancicos
Y al volver al salón nos detenemos
y nos besamos anchamente bajo el muérdago
Dedicas una tarde a poner el Belén
Yo a decorar el árbol: pongo una estrella arriba
Un ángel ha perdido la cabeza, te quejas
Con ternura lo entierras en el heno
Los pastores despiertan: uno apunta
a la estrella de plástico en mi árbol
Cuando vas al servicio, desalojo al bebé
y recuesto en el pesebre a un burro
Extravío a los reyes por el cuarto
En un sillón, Melchor; Baltasar, con el cactus
Gaspar en un estante, con gesto de suicida
De vuelta en el salón, rompes a llorar
Muerto de la risa, me tildas de insensible
Te he faltado el respeto, a tu fe, tu cultura
Estoy hasta el culo de católicos; tú
estás harta, me dices, de mi vacío
– And so, canta John Lennon, this is Christmas
y en efecto – What have we done?, mi amor
te pregunto.
Tú te encoges de hombros
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Y al salir del salón apenas nos detenemos
nos rozamos los labios bajo el muérdago
Yo sirvo el pavo, el oporto y el pudding
el marisco, las coles de Bruselas, la salsa
de pan, el mazapán, el turrón, las patatas
los polvorones, nueces, mantequilla de brandy
el rioja, mince pies y la salsa de agrio arándano
Te tocó a ti el penique en el pudding
Me tocó a mí el fregar los platos, la cocina
Tomamos café en el sofá, tú quieres
que salgamos con tus amigos. Es
Noche Buena: celebremos. Pero yo
sólo pienso, de repente, en mi casa, navidades
de ayer: I was dreaming
of a White Christmas, unas pascuas blancas...
Desapareces de pronto, te disfrazas
de Papá Noel, y bajas, roja, riéndote
me rellenas de tontas baratijas
la media que colgué
al pie de la falsa chimenea, como en broma
Te sientas en mis rodillas, bella, barbuda
– Felices Pascuas, me susurras
Y al salir del salón nos detenemos
y nos mordemos lentamente bajo el muérdago
Tú estás harta del pavo, del oporto y el pudding
Simplemente pensar en el turrón da náuseas
Relleno bolsa tras bolsa de basura con restos
de marisco, pedazos de patatas, coles
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paquetes vacíos, latas estrujadas
salsa de pan ya tiesa, papel de chocolate
huesos de pavo, cáscaras de nueces
Me dan risa tus gases; te asquean los míos
En voz baja cantas Noche de Paz
A voz en cuello aúllo We Three Kings, y de pronto
“Navidad Navidad” y todo el retintín
de Dulce Navidad, corean tus sobrinos
encantadores, ¡qué sorpresa!, por su teléfono móvil
– Merry Christmas!, les grito, and a Happy New Year!
Para ti, sin embargo, es como hablarte en chino
Tú te arrancas la barba blanca de Santa Claus
Brilla tanto tu cara como el traje
Hay trozos de algodón pegados a tu piel
Tienes las manos negras. – Con carbón, dices: Coal!
Echado en el sofá, como si no existieras
paso de ti y todo, olímpicamente
Me atiborro de latas de cerveza
me atiborro
de latas de cerveza
Y cuando dan las doce, al irnos a dormir
no nos detenemos
nos evitamos para siempre bajo el muérdago
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Catarsis onírica
Le rêve ne peut-il étre appliqué, lui aussi, à
la résolution des questions fondamentales de
la vie ?
André Breton
Je vois de si terribles choses en rêve, que je
voudrais quelquefois ne plus dormir
Charles Baudelaire
ya lo sabíamos, pero gracias Gilles Lipovetsky por advertirnos de lo que somos, des
psychanalystes amateurs, nutridos cada uno con su Freud de cuarta mano, con
su Jung de quinta mano, con su “Beginner’s Guide to Interpreting Dreams”
auto-analistas, onanistas, narcisistas
enganchado uno al otro, yo me busco me miro en tus ojos, tú te buscas tú te miras en los míos
y al dormirnos, al desengancharnos, los espejos de nuestras pupilas se blanquean como por
pacto, damos la vuelta, y culo contra culo emprendemos el viaje –por separado, desde
luego– a los recónditos límites de nuestro estar en la tierra
cada noche un campo de batalla: de pesadillas, no de plumas
el galope nocturno de los sueños nos enreda
las pestañas nos encierran como rejas
el salto epiléptico del espanto acecha
prepárate a luchar, y
manda
a la mierda las aves prometeicas, los pájaros hitchcockianos que te desgarran el pecho
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a la mierda los enjambres de insectos que te asaltan y te tiras al abismo
a la mierda el tigre agazapado en el jardín en la selva de tu infancia y las alimañas –rinocerontes,
ratas– que hinchaban tu cuarto con su oscura masa
a la mierda el bastón del pirata
y manda también
a la mierda a los que todavía te persiguen, y ya no vuelas –ya vas con el corazón manco–
a la mierda tantos pasillos interminables
el laberinto, el gastado laberinto
a la mierda la muerte de los seres queridos, los cuerpos mutilados de cowboys and indians and
amigos lejanos, la sorna del amante, y la agonía de tu pobre perra destripada
a la mierda tu miedo de quedarte dormido, soñar sueños freudianos, freudianamente
interpretados, y volver a soñar el horror de tus interpretaciones
–te despiertas sudoroso, te das cuenta, desgraciado, que el sueño no era sueño:
das vueltas atado en una rueda viciosa–
a la mierda tu empeño en transcribir cada sueño, con el arrebato lírico de Breton, y de pensarte
inconsciente pero innegablemente genial, y decirte a ti mismo, en un libro o en el bar,
éste,amigos míos, es un poema surrealista
a la mierda la imaginación aplastada que infesta tus noches con
negros cuervos, blancas palomas y boas flexiblemente fálicas, como si fuese tu cerebro un libro
de texto para niños
a la mierda la mujer que te excita y te despiertas, excitado, despierto, agonizante, solo
a la mierda el onírico orgasmo que cae desparramado entre los blandos pliegues de las sábanas
a la mierda ese modo de mirar los dedos de las manos y preguntarte ¿cuántas barbaridades
cometerían mis tenazas?
Silencio
muerte del analista
todos somos analizantes
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simultáneamente interpretados e interpretantes
en una circularidad sin puerta ni ventana
Una nueva figura se yergue:
Narciso
subyugado por sí mismo
en su cápsula de cristal
(palabras de Lipovetsky en La era del vacío)
yo me busco me miro en tus ojos, pero no me encuentro en tus ojos
tú te buscas tú te miras en los sueños, pero no te encuentras
manda, entonces
–y es ésta la catarsis–
a la mierda la mirada, la búsqueda y los sueños
recuéstate en el sofá
abre bien los ojos
el peso del siglo cuelga de tus pestañas en la mierda
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Sobrante
1.
En este espacio que ocupas
al caminar por la calle
en este instante exacto, del día 17
de septiembre, a las cinco de la tarde
si no vinieses tú tan inconscientemente
indiferente por la calle
ocupando el espacio que tú ocupas
aquí se estarían refocilando, desvergon-
zadamente zumbando
una pareja de moscas; y ahora mismo
donde el bulto impenetrable de tu panza
estaría cortando el aire una libélula
como un relámpago (qué bonita)
y debajo de tus zapatos, no estarían agonizando
estas dos hormigas aplastadas
ni esta infinitud de invisibles microbios
que han pasado
en cada gesto tuyo de pisar la acera
a mejor vida
2. En esta casa que ocupas
con la miseria de tus libros, tus cuadernos
si no te hubieses instalado tú
viviría aquí ahora una familia, niños
alborotando el suelo de muñecas, juguetes
no estos papeles, no esta ropa sucia
no estos restos de comida pudriéndose
y las paredes de la casa
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revistalecturas
se encenderían con risas infantiles
en vez de esta oscura pesadez
y sarcástica amargura, y silencio
3. En este trabajo que ocupas
subyugando a los alumnos –tirano–
a la ley del capricho y el azar
en el polvorín de tiza e intolerancia
del colegio, si tú
no hubieses insistido
con tanto afán, tus cartas, tu currículum
dictaría tus clases un profesor con vocación
y llevaría a los alumnos de la mano
por los vericuetos del idioma
como por un campo rebosante de amapolas
4. En este cuerpo que ocupas
acoplándote a él cada fin de semana
con rutinaria fidelidad
si no te hubieses colado
con la hondura de tus vacuos silencios
estaría ahora el hombre que ella desde siempre ha soñado
y en vez de estas quejas sordas
habría himnos de júbilo
sonaría la novena sinfonía
y tú serías un príncipe azul:
no este amante frío, duro y ausente
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revistalecturas
Despedida
a Gonzalo Santelices (1961-1997)
y con tanta película y tanta noticia
y tanto espanto
el horror de cada hora a flor de lo insensible
cómo no verte entonces Gonzalo
en el instante mismo del impacto
y el puteo bien chileno o quién sabe si castizo
y qué pensamiento en la mujer que querías en el hijo
que colmaban –con la poesía– tu conversar
y cómo no ver los ojos y las gafas
congelados, o en cámara lenta
no verlos eternizados
bajo la máscara del horror
y ya no habrá recitales ni publicaciones ni premios
ni trifulcas poéticas ni lecturas deslumbrantes
ni el suplemento literario de los sábados
sólo el momento eterno del horror
y quién sabe qué maniobra impotente
formulándose tras las gafas estrelladas
y ya no habrá comidas ni risas ni proyectos
ni homenajes a nadie ni noticias de Chile
ni un maldito trozo de ternera
atrapado entre los dientes
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revistalecturas
Homo Sapiens
Es el buitre ave rapacísima, y carnicera: y aún dice Eliano,
que desean tanto comer de los cuerpos de los hombres muertos, que adivinan muchos días antes, cuando ha de haber
mortandad; y así suelen ir en seguimiento de los ejércitos, y
es señal que se han de encontrar, y matarse mucha gente.
F. Marcuello, Historia natural y moral de las aves, 1617
1.
Ruge el horizonte. Se oyen los tambores
de la primera guerra del milenio, o es acaso
la fermentación de la lava subterránea
una primera sacudida sísmica del suelo
o el trueno de unas nubes negras que se apilan
como torres sobre la tierra seca
2.
Ruge el horizonte su larga amenaza
La oigo en la radio, retumba a través
de la prosa seca de los periódicos
Pasa una misión de aviones invisibles
Los veo en primera página, van
y vuelven, repartiendo paz
entre los pueblos
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revistalecturas
3.
En algo se asemeja este nuevo milenio
al que ayer despedimos entre lágrimas
Este hombre, por ejemplo –que se ve en la foto–
ha perdido su casa, sus hijos, su mujer
ha perdido la mitad de su cara
Perturba su fealdad
4.
Ruge el horizonte y el ruido atrae
grandes bandadas de aves carroñeras
–empezará muy pronto el festín–
Y detrás de los aviones y las aves
los que ganan su pan de cada día con la muerte
Y detrás de la mesa del comedor, nosotros
5.
Observen
los enjambres de moscas que dan vueltas en torno a ese muerto
Calculen
la cantidad de cadáveres que caben en la pantalla
¿Cuántos litros de lágrimas se lloran
en el transcurso de los telediarios?
6.
Por todas partes charcos de lágrimas
Aguas que no saciarán la sed
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revistalecturas
del que avanza a gatas sobre el pasto ensangrentado
Debajo de los párpados una pinza se aprieta
Las escamas del ojo se descascaran en el llanto
Es el llanto de un sueño irrisorio
el que llora el triunfador
ante los estertores del vencido
Víctima y verdugo, cielo, monte y árbol astillado:
en el campo de batalla lloran todos
7.
Pero ríense y se alimentan
los cuervos, los chacales, las hienas, las urracas
Ríense, se limpian la saliva de las bocas
los perros asilvestrados, las ratas, los gusanos
Ríense y se alimentan, sobre todo, los buitres
Ríense a carcajadas y a más no poder
Se ríen y nosotros también nos reímos
8.
Es una gran risa planetaria, la nuestra
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revistalecturas
Funeral tibetano, 2000 d. de J.C.
Se rompe la espina dorsal del cadáver
para que no se convierta en fantasma
Se reza el Klong-ryas
Los que asisten al funeral se untan con masa de pan
para defenderse del contagio de la muerte
El monje que encabeza el cortejo
quema incienso de enebro
Los demás sacerdotes
tocan instrumentos y cantan
En la cima del monte los enterradores
diseccionan el cuerpo
Se le arrancan cabellos
para que no renazca como un ser inferior
Si sangra por la nariz, es buena señal
Machacan el cerebro y los huesos del muerto
Se guarda sólo un pedazo del cráneo
“la apertura de Brahma”
Se enciende una hoguera, se tocan trompetas
y los buitres sagrados, acostumbrados al rito
reciben trozos del muerto de las manos de los enterradores
Si en vez de buitres acuden cuervos, es mala señal
Si no se come al cadáver de inmediato, es mala señal
Si trozos del cuerpo permanecen intactos, es una señal malísima:
descenderá un peldaño en la escala de la vida
renacerá como buey
como rana o renacuajo
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revistalecturas
Los buitres ibéricos: Neophron Percnopterus
Ave de paso, su vuelta anuncia el buen tiempo y la proximidad del
principio de la trashumancia
Claude Dendaletche,
Montañas y civilización vasca, 1980
Writing poems as essays, essays as poems...
Graeme McDonald, Poetic Directions, 1997
1.
Pero antes de que lleguen los buitres leonados
otro ave, más pequeña, inspecciona el cadáver
Es un buitre blanco
Behibideko Emazte Xuria
–la dama blanca del camino de las vacas–
Un buitre inteligente
capaz de romper el huevo de un avestruz
lanzándole las piedras que recoge del suelo
Un buitre ecléctico, un omnívoro que come
no sólo carroña sino víboras, ranas
insectos, excrementos y hasta plásticos
2.
Marie Blanque te llaman
Heraldo blanco de la primavera
que regresas cada año a finales de marzo
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revistalecturas
para ver deshacerse en torrentes la montaña
María Blanca
–ave inmaculada del Pirineo–
que fuiste siempre un signo de la resurrección
3.
Se desvanece la blancura de la nieve, pero viene
esta otra blancura del alimoche, la promesa
de un mundo nuevo brotando en la hierba
en las hojas del haya y en el canto del mirlo
El campo se estremece con ritmos subterráneos
Los pastores reúnen sus rebaños y emprenden
la ardua subida hacia los valles altos
y los largos atardeceres del verano
El alimoche trae –año tras año–
esta esperanza de una nueva vida
El saber milenario lo dice: Marie Blanque
Behibideko Emazte Xuria, blanca
con la misma blancura del albatros
(y la misma torpeza en tierra firme)
con la santa blancura de la paloma
la libertad de la gaviota
(y la misma propensión hacia la carroña de ambas)
4.
Para el hombre de nuestra pobre modernidad
no ha sido, sin embargo, así:
este buitre, este boñiguero, este
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revistalecturas
pollo del faraón –procedente de África–
por muy blanco que sea, simboliza
nada más que fealdad, suciedad
Es un signo de subdesarrollo y de muerte
¡Cómo caracterizan el estado de un país
estas hordas de comedores de carroña!
¡Con cuánta elocuencia su presencia atestigua
condiciones de atraso en las tierras que habitan!
Es verdad que en España los buitres desempeñan
una buena labor de limpieza e higiene:
pero estos animales, en Europa,
son un auténtico anacronismo
(Abel Chapman and Walter J. Buck, Wild Spain, 1889)
5.
Al alimoche le importa bien poco todo esto
Parece –con su cresta de plumas erizadas–
un adolescente despeinado, un rebelde
Y es un ave libidinosa
Sobre el suelo rocoso de su cueva
la hembra se agacha, el macho la monta
Ella aparta la cola desgarrándose el pecho
Él extiende la potente envergadura de sus alas
El acto se repite
una decena de veces por día
Pero no es una hembra sumisa, ésta:
también lo monta a él –los biólogos no saben
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revistalecturas
realmente por qué– y cuando deja el nido
gustosamente se aparea con otros
si no la vigila con celo su pareja
temeroso por la competencia espermática
6.
Y sin embargo la caza, los expolios, la escalada
el senderismo, el vuelo libre, el camping
Sin embargo el DDT, los organoclorados
el lindano que se adhiere a la lana de la oveja
y a las plumas de las aves de corral
Sin embargo el cianuro
y la estricnina de los cebos
y de los huevos mortalmente trucados
Sin embargo los raticidas, sin embargo los topicidas
los venenos para los zorros
para los perros asilvestrados
para las aves de rapiña, los cuervos, las urracas
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revistalecturas
Vocación de carroñero
No la emoción en sí
sino el cadáver de las emociones
No la plenitud del amor sino su pérdida
No la belleza de la mujer deseada
sino restos de un cuerpo que se pudre
un rostro disecado en la memoria
No el acto carnal en su sudorosa vibración
sino el eco de voces que retumban sin tregua
la sangre seca en el tejido de la piel
No la vuelta al pasado
sino la permanencia de los monstruos
No el vértigo de la invención
sino el agrio sabor de lo ya leído
No el encuentro del yo
sino el murmullo interminable de otros labios
No la viva experiencia
sino los imprecisos recuerdos de la vida
de un extraño: la autopsia del cadáver
de su pobre existencia, en palabras
Niall Binns · Madrid · 2011
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