Aldunate - Verónica Waissbluth G.
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Aldunate - Verónica Waissbluth G.
Grandes Artistas Contemporáneos Chilenos Carmen Aldunate 1 2 Grandes Artistas Contemporáneos Chilenos Carmen Aldunate Edición General Cecilia Palma Dirección y Producción Cecilia Palma Prólogo Gaspar Galaz C. Textos Verónica Waissbluth Diseño y Diagramación Trinidad Correa, Macarena Reyes Coordinación Editorial Lorena Sánchez Impresión RR Donnelley www.galeriaceciliapalma.cl Sitio Artistas Plásticos Chilenos, Biblioteca Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago de Chile. ISBN 978-956-8781-10-1 c Registro Propiedad Intelectual Nº 214696 Portada Santiago, Chile. Derechos Reservados Prohibida su reproducción total o parcial 100 x 75 cm / Óleo sobre tela / 2007 La amante Contraportada Número de ejemplares 10.700 Primera edición, Abril 2012 4 Autorretrato 60 x 40 cm / Óleo sobre madera / 1991 5 Índice 6 96 x 67 cm / Óleo sobre tela / 2007 Mutter Ignatia (detalle) Prólogo6 Inicios8 Gráfica 16 Pintura 24 Escultura54 Biografía 60 7 Perfección y Muerte A mediados de la década de los 60, el escenario de la plástica nacional estaba dominado por el Grupo Signo, integrado, entre otros, por José Balmes y Alberto Pérez, quienes ya han pasado a la etapa post-informal, preocupados por la contingencia histórica y política. Otro movimiento que domina la escena es Forma y Espacio, con Ramón Vergara Grez y Gustavo Poblete, quienes son los grandes teóricos de los postulados de este movimiento. Este grupo es abstracto, concreto, y niega toda representación del mundo. Carmen Aldunate inicia su obra justamente en ese período, en torno a los años 1965-1966, y desde un comienzo se inclina por la figura humana. Para Aldunate, el dibujo será una herramienta eficaz para investigar los pormenores de la forma y las singularidades del cuerpo, tanto femenino como masculino, y sobre todo, ya a fines de los años 60, la aparición de complejos turbantes, acompañados de laberínticos vestuarios de difícil factura. Aldunate no está sola en la investigación de un nuevo imaginario figurativo. En la pintura chilena la acompañan Mario Toral, Rodolfo Opazo, Nemesio Antúnez y Roser Bru, por ejemplo, y cada uno de ellos, con una particular maestría para manejar sus propios imaginarios y soluciones plásticas. El mundo creado por Carmen Aldunate es extraordinariamente complejo, ya que a medida que nos adentramos en el desarrollo de su trabajo, vamos descubriendo que lo que vemos es una galería de personajes donde la perfección de rostros, manos y vestuarios, es implacable. Es decir, hay ahí un rigor formal muy desarrollado, que obedece a una especulación del oficio muy exhaustivo por parte de la artista. Sin embargo, lo que vamos a descubrir son las apariencias del mundo que es justamente lo que Aldunate organiza como andamio escenográfico para ocultar los verdaderos rostros de sus personajes. Como muy bien ella señala, “nadie puede salir sin sus máscaras a la calle”, y agrega: “es imposible andar desenmascarado por la existencia”; por tanto, Prólogo 8 Aldunate recurre a la belleza clásica, rostros imperturbables, perfectos en sus armonías, en su belleza ideal, y sin embargo, como se revela en muchos trabajos, sus retratos imaginarios, provistos de ricas vestimentas y turbantes, no son más que máscaras que ocultan la podredumbre, la miseria y el horror del ser humano como comportamiento individual y colectivo. En sus obras, los rostros toman apariencia de máscaras y los ropajes de verdaderas corazas, que ocultan al ser que vive bajo la pura apariencia, en medio de una atmósfera de carácter psicológico que inunda sus pinturas y dibujos, aludiendo a trágicos y desolados estados del alma. La línea, cuidadosa y refinada, clásica en su elaboración, expresa sin estridencias el mundo que se oculta detrás de las apariencias visibles. Para ella, esas apariencias constituyen una realidad alienante en que predomina lo convencional y preestablecido. Entiende el arte como catarsis, destinado a volcar hacia afuera lo que se reprime, hasta romper la costra que impide mirar el interior del ser humano. La artista quiere llegar a ese ser interior sin subterfugios, sin rodeos ni descripciones epidérmicas; intenta poner al desnudo el secreto del hombre, difícil de descubrir a la primera mirada, porque éste ha encontrado múltiples maneras de ocultarse. En la dibujante y pintora, la figura humana, como se ha dicho, es predominante. Aparece una y otra vez, aislada, estática, distante o acompañada por otras, que se entrelazan y se vinculan a través de cuerdas, hilos, paños, o bien por la fusión entre los cuerpos. Hay una obsesión por los rostros que son acosados sin tregua: algunos carcomidos como si fueran presa de una mortal enfermedad; otros, en parte mutilados y en parte puros y armoniosos. Se intuye una profunda congoja frente al deterioro humano, que le motiva un sentimiento de angustia frente a la muerte. Este sentimiento se ha tornado más dramático en sus obras más recientes –antes, su visión era más enigmática y ambigua, fruto de un proceso creador, en que no estaban ausentes ni la ensoñación ni el recuerdo, acompañados de un sutil erotismo. Finalmente, la figura femenina, la voluptuosidad del cuerpo y al mismo tiempo la belleza imperturbable que acompañan a estos rostros parecen ser la metáfora de lo inasible. Aldunate construye un mundo visible donde gracias a esa puesta en escena podemos al menos vislumbrar, objetivar lo imposible, ya que la caducidad del ser humano está parapetada en ese ilusionismo escénico, construido por la artista. En su obra nada parece caerse, todo está perfectamente instalado, ya que lo construido por la artista nos representa la metáfora absoluta de la muerte. Gaspar Galaz C. El paseo de curso 74 x 132 cm / Óleo sobre madera / 2007 9 Inicios 10 130 x 115 cm / Óleo sobre tela / 1996-1997 Miss Rose 11 De un mundo al otro Carmen Aldunate vino al mundo al mismo tiempo que una de sus sobrinas. Siendo entonces muchísimo menor que sus otros tres hermanos, dos hombres y una mujer, quienes “se encargaron de enseñarme todo lo que no se debe y, por lo tanto, todo lo que realmente me ha servido en la vida”. La crió Miss Rose (Pág.9), su adorada institutriz alemana, que llegó hasta los cien años. Le enseñó idiomas y la acompañó en todas sus ocurrencias. Habitaban todos en una casa llena de tíos y tías sin chaveta. En un ala de la casa estaban los hombres de la familia, que invitaban a las socialités de la época –“ ‘diosas’, les decían ellos–, y partían en un yate a seguir la fiesta. Remembering aunt Virginia 50 x 39 cm / Técnica mixta sobre papel / 1971 12 Su abuelo tuvo uno de los primeros laboratorios fotográficos de Chile, donde hacía trabajos en vidrio. “No habló nunca con nadie. Sólo pasaba de su taller a la cama, y viceversa. Jamás conversó con nosotros”. Su abuela, por su parte, vivía rodeada de sacerdotes. Su mayor preocupación era la confesión de los pecados, y recibía a sus nietos en la tina de baño, donde se sumergía totalmente vestida con ropas de sarga oscura. “Tenía voto de pobreza y rezaba misa todos los días en una capillita que había dentro de la casa. The loving touch 60 x 50 cm / Óleo sobre madera / 1973 Cena en el Club de Golf 90 x 109 cm / Óleo seco sobre papel / 1982 13 “Nosotros los primos teníamos que besarle el anillo al obispo. A la vez, ella era totalmente adelantada para su época; disparada, en realidad. Era lo mejor que he visto en mi vida: la primera alcaldesa del país, creó la Ley de la Silla y la Cruz Blanca para madres solteras. Circulaba por la ciudad en moto con side car y fue declarada ‘Madre del Año Mundial’ en Estados Unidos”. En medio, la tía Virginia, una de las más recordadas, loca pero pacífica, obsesionada por la culpa. Se paseaba La hora de la siesta 32 x 35 cm / Óleo seco sobre papel / 1970 14 por la casa con un rosario y un hábito negro diciendo su nombre y sus dos apellidos. Recogía pelusas y botones del suelo, guardándolos minuciosamente rotulados. Pero entre tanta demencia, nada llamaba la atención. Fue allí donde ella aprendió a pintar, en un taller donde su madre y sus tías esculpían y dibujaban. Era, ciertamente, el lugar más importante de la casa; mucho más que la cocina, por ejemplo. “Nunca se supo dónde estaba, ni cómo se cocía un huevo ni a qué hora se comía. Pero sí teníamos un escenario entablado y en altura; y ahí “´cocinábamos` todo tipo de cosas”, recuerda. Era un mundo lleno de contradicciones: en un lado estaban los tíos con las niñas, y en otro los curas con la abuela. Pasarse de un mundo al otro era de lo más fácil, y aceptábamos ambos con toda facilidad. La obligaban, por ejemplo, a pagar el dinero del culto con su mesada ya a los cinco años, pero su madre y sus tías se pasaban el día retratando modelos desnudas. “Es verdad que era mal visto que las señoras se dedicaran al arte; era casi como ser actriz de teatro. Studying PhD 32 x 35 cm / Óleo secoo sobre papel / 1970 Pero por alguna razón, mi mamá y mis tías se daban ese permiso. Finalmente, mi familia era totalmente loca, y eso mismo me dio una libertad sin límites”, confiesa. A tal punto era libre, que nadie pensó matricularla en un colegio. Fue ella quien decidió hacerlo, porque se sentía sola y quería tener amigas. “Como a los ocho años partí al colegio acompañada por mi institutriz, y hablé con las monjas para que me aceptaran. Pero de la misma manera, a los 17 años y meses antes de la graduación, me peleé con una profesora, y me salí del colegio. Decidí que era mejor leer en casa y dibujar con mi familia. Comuniqué mi nuevo estatus, pero pasó sin pena ni gloria; ni siquiera un alzamiento de ceja de mi padre o perplejidad de mi madre”. Ingresar a la Escuela de Arte fue parte de lo mismo. Había que dedicarse a algo, y lo único que le gustaba a ella era dibujar. Ni siquiera dio el Bachillerato, porque no tenía el diploma de Humanidades. Fue The Sauna 35 x 28 cm / Óleo seco sobre papel / 1970 15 aceptada por una comisión de artistas que, entre otros, integraban Nemesio Antúnez y Mario Carreño. “Este último me preguntó si me gustaba la pintura moderna, y yo dije que sí, pero que no la entendía. ‘¿Y las ostras le gustan?’, me volvió a preguntar. Yo respondí que sí, que me encantaban. ‘¿Y las entiende?’, me dijo”. El examen, o más bien el intercambio de extrañas preguntas formuladas por este genial maestro fue tan informal y loco, que parecía ser sacado del medio de la batahola de mi propia familia”, escribió después. De la serie Paisajes interiores 65 x 60 cm / Óleo y pastel sobre papel / 1972 16 Así fue su entrada a la universidad, donde al poco tiempo se convirtió en una de las líderes del curso. Mario Carreño era uno de los pocos que le enseñaban a dibujar, porque en la Escuela de Arte de la Universidad Católica se abordaba más que nada el arte abstracto. Otro de sus profesores era Mario Toral, quien fue víctima de su rebeldía y de su empeño en dibujar a su manera. “Nos armó unos papeles para que hiciéramos una obra abstracta, y yo me puse a hacer mi mono –una mona, en realidad–“. “Ése no es el modelo que hay que hacer”, le dijo, y ella lo mandó a buena parte, sin hacerle caso. Es que le interesaba sólo la figura humana, y quería practicar desnudos, pues era la única manera de aprender. No encontró nada mejor que contratar a la modelo de su casa, llevándola a clases, ante el escándalo del director, que la expulsó al instante, por su osadía. Se inscribió entonces en la Escuela de Arte de la Universidad de Chile, cuyos principales maestros eran José Balmes y Gracia Barrios. Luego volvieron a aceptarla en la Católica, y siguió estudiando en ambas escuelas, hasta su partida a Norteamérica. Allí estudió con artistas célebres como Wilhelm De Kooning y Thiebaud, pero también se retiró días antes de graduarse. “Creo que el temor a los títulos de cualquier tipo es patológico y va asociado a los aborrecidos galvanos, que sirven sólo para que la fealdad se haga carne”, escribió al respecto. Todos aquellos maestros, sin embargo, le regalaron “lo que ellos sabían. Agarré lo que fui capaz; me dieron mucho, y tomé lo que pude asimilar”. Con lo aprendido creó su mundo femenino y reconcentrado; sus mujeres características, con mirada sombría, vestidas hasta el cuello y con el pelo cubierto para guardar la compostura. Son sus seres eternos, por los cuales todo el mundo la reconoce. Y aunque parecen siempre los mismos, han cambiado con los años, absorbiendo sus vivencias, su humor y su melancolía. Sin título 70 x 50 cm / Técnica mixta sobre papel / 1974 Sin título 70 x 50 cm / Técnica mixta sobre papel / 1974 Sin título 70 x 50 cm / Técnica mixta sobre papel / 1974 17 Gráfica 18 90 x 70 cm / Lápiz sobre papel / 1974 Sin título 19 Una familia medieval A vuelo de pájaro, al menos dos mil lápices tiene Carmen Aldunate en su taller. Dibujar es, lejos, lo que más le gusta. “La magia de un solo lápiz 2 o 5 HB que da negros, grises y blancos, es de las cosas más lindas del mundo. Nada se le compara”, asegura. “Es tan íntimo, tan antiguo. Con un lápiz en la mano me siento como si fuera una vieja medieval bordando un tapiz”. Le es mucho más fácil el dibujo que la pintura, porque esta última requiere de más preparación. De partida, no es fácil pintar en cualquier parte, pues se necesita un taller, o al menos una caja con colores; fuera de eso, hay que diluir los pigmentos con trementina o aguarrás; y al final se deben limpiar los pinceles. “En cambio, el dibujo es lo más básico de todo, es la intimidad misma: somos yo, mi papel y mi lápiz. Es como tocar el arpa en un salón vacío”. Según ella, además, es lo más importante en un cuadro. Cuenta que hasta la pintura más abstracta, aunque sea un punto negro en una tela negra, exige años de dibujo para determinar dónde poner el punto y qué tono de pigmento usar. Piensa que Picasso es quien mejor grafica la importancia de aquella disciplina, porque utilizó todos los “idiomas” de la pintura sustentándose en el dibujo: “si no lo hubiera manejado, nada le habría resultado”. Tal como les ocurre a muchos artistas, Carmen Aldunate le tiene menos miedo al papel que a la tela. “Si un dibujo sale mal, se rompe y se empieza otro; pero es más complicado si sale mal un cuadro, porque no es tan fácil llegar y romper la tela”. 20 Por eso es que ella no ha dejado nunca de dibujar, absorbiéndolo todo con el lápiz como si fuera una esponja. Cuando viajó a Estados Unidos en los 60, por ejemplo, aparecieron en sus obras gráficas los colores y las formas del hippismo. Estaba contenta durante aquel período. Dibujaba a mujeres gordas y sensuales que se recostaban plácidamente y que se rodeaban de recuerdos de infancia minuciosamente retratados; como en el dibujo “La hora de la siesta” (Pág. 12), por ejemplo, cuya protagonista está inmersa en una bañera parecida a la tina en que se sumergía su abuela. Aquellos dibujos tenían colores fuertes inspirados en el pop americano, y a veces incorporaban objetos como géneros, plumas y metales. O fotos, como la antigua postal en “Remembering aunt Virginia” (Pág. 10), a quien dibujó rodeada de corderos y con flores en el pubis para homenajear su eterna condición de virgen. Sin título 90 x 80 cm / Técnica mixta sobre papel / 1981-1982 21 Sin título 90 x 70 cm / Lápiz sobre papel / 1974 22 Muchas de aquellas escenas contenían sátiras a las costumbres que ella observaba a su alrededor. Los títulos lo dicen: “Cena en el Club de Golf ” (Pág. 11), “The Sauna” (Pág. 13), donde se ve a un grupo de mujeres tendidas que se regocijan en su ocio, en referencia a “una vez que me convidaron a un sauna; a mí, que nunca había tenido un peso, ¡ni siquiera para cortarme el pelo! ¡Yo, que no conocía la existencia de estos lugares donde le hacían cosas a una!”. Una vez en Chile, sus dibujos cambiaron radicalmente. Para empezar, ya no tenían el colorido intenso de las obras realizadas en Estados Unidos. Pero, sobre todo, en ellos ya no se mostraban personas, aunque el ser humano se percibía de todas maneras. Los llamó “Paisajes interiores” (Pág. 14), y mostraban nudos, paquetes, sábanas y pedazos de madera o metal; todo tipo de materiales, con sus texturas fielmente reproducidas. “Los titulé así porque en ellos están las sensaciones que experimentas todos los días, aunque no te des cuenta. Creo que en ellos pinté los paquetes que encontrábamos en la casa de mis abuelos: cajas que quedaban ahí por años, en piezas que nadie abría; bultos eternos, donde había envoltorios más chicos, o metros y metros de raso para cortinas que al final nadie hizo”. Los “Paisajes interiores” son obras gráficas porque su soporte es el papel, auque fuesen pintados con óleo. Tras esa serie, continuó trabajando sobre papel, pero desapareció el color, y quedó sólo el lápiz a mina. De esa época, una de sus obras favoritas muestra a una pareja entrelazada, con un pájaro en medio que simboliza la magia y el vuelo (Pág. 17). En esos dibujos ya no había acumulación de materiales. Quedaban sólo las telas blancas, que parecían velos o mortajas. Dentro de ellas empezaron a surgir figuras con aspecto de larva o de feto: sin pelo, con la cara deforme, con el cuerpo blando y los ojos abiertos. Eran personajes nacientes y fantasmales, que parecían venir de otro mundo (Pág. 15). Ella considera que aquellas imágenes son claves en su obra, por sus rostros tan imperturbables que lo dicen todo sin decir nada. Además, empezó a utilizar en ellos el difuminado con goma o con el dedo pulgar –que de tanto usarlo perdió la huella–. Aquel procedimiento le ayudaría a lograr la transparencia del color blanco, y luego lo emplearía habitualmente. “Esas figuras son como las primeras células. Después de ellas se formó todo. Mis dibujos siguientes fueron cada vez más depurados –más terminados–, pero a mí me encantaría hacer esas ‘larvas’ de nuevo, aunque ya no puedo”, confiesa. Para Gabriela Mistral 109 x 76 cm / Lápiz sobre papel / 1988 23 Sin título 24 109 x 76 cm / Lápiz sobre papel / 1984 A partir de aquellas obras se sucedieron las caras de mujer sobre fondos neutros, con distintas posturas y actitudes, serias y misteriosas. El pintor Mario Toral, su amigo y profesor, decía que esos personajes eran como el otro lado de la luna; la cara que guardamos en la caja de fondo y que no mostramos a nadie. Tenían el pelo vendado y el cuerpo amarrado con paños o cordeles, como si fueran monjas o señoras encerradas en su castillo medieval. De hecho, a veces le han dicho que imita la pintura del Renacimiento y de la Edad Media. Ella piensa que puede ser cierto: “Quizás es por toda la locura de mi casa de infancia; yo nunca he visto una familia más medieval en su vestimenta, en su manera de ser, en su mentalidad. Pasábamos de las vírgenes a los pecados y de los ángeles a los demonios igual como en la Edad Media”. Además, emplea algunos elementos de ese mundo para referirse a temas de todos los tiempos: la soledad o la opresión de las mujeres; las máscaras que cubren los verdaderos sentimientos; la pérdida de la juventud; las heridas y las trizaduras de la vida; las caretas que mostramos a los demás. “Yo siento que en el dibujo me saco todas esas costras. Y lo prefiero, porque no existe la distracción del color. En blanco y negro el mensaje es más fuerte”. Sin título 109 x 76 cm / Lápiz sobre papel / 1996 Sin título 80 x 60 cm / Lápiz sobre papel / 1997 25 Pintura 26 100 x 75 cm / Óleo sobre tela / 2010 De la serie Matilda 27 Mujeres y salidas de madre Carmen Aldunate es quizás la pintora contemporánea más conocida de Chile. Su gran oficio, su enorme destreza y su notable minuciosidad son por todos respetados. Pero ella no se cree experta ni famosa. “Siento que sé cada vez menos, y quisiera volver a clases para aprenderlo todo de nuevo; fui mucho más segura con mi primer cuadro que con el que estoy haciendo ahora”. Además, no siempre disfruta de aquel oficio. “Qué rico, tú pintas, qué felicidad’, me dicen. Pero nadie sabe las frustraciones, los sufrimientos y los malos ratos que me ha causado la pintura”, exclama. Con esta disciplina dice tener “peleas bestiales. Yo creo que no me ha dado ni siquiera un resultado final satisfactorio. Después de cuarenta años de trabajo, ¡por Dios que me cuesta! ¡Todavía me cuesta tanto!”, confiesa. “Todos estos años ensayando, poniendo, tratando, ¡por qué diantres no me resulta!”, se queja. “Me dan ganas de patear la tela. Nadie sabe cuántas he destruido de pura rabia”, dice. Adela 110 x 100 cm / Óleo sobre tela / 1967 Mi terreno en la luna 170 x 160 cm / Óleo sobre tela / 1966 28 El burdelito 130 x 115 cm / Óleo sobre madera / 1980 29 A cuál de ellas quiere usted / tríptico 92 x 73 cm cada uno / Óleo sobre tela / 1992 30 31 Lo que se le hace difícil es la llamada “cocinería” de la pintura; el oficio de preparar colores con la trementina, de mezclarlos unos con otros, de humedecer los pigmentos. “Son veinte mil problemas. Cuál es la razón, por ejemplo, de que un color se demore tanto en secar y de que otro esté seco absoluto en el segundo en que lo pongo, cuando ese mismo color no se secó nunca la vez pasada: qué hice mal, qué hice bien, todavía no lo entiendo”, dice. Sin embargo, sigue pintando muchas horas al día, que en realidad son nocturnas, pues trabaja de 8 a 10 horas en la noche y en la madrugada. Durante aquellas jornadas es que ha ido descubriendo pequeñas cosas que la hacen seguir buscando; por ejemplo, que la trementina –usada tradicionalmente por los pintores para diluir el óleo– se seca muy rápido y que ella prefiere la parafina; o que no le acomoda usar el amarillo de Nápoles –uno entre muchos otros óleos amarillos–, porque le queda como tiza; o que los sienas –un tipo de pigmento café– son siempre demasiado transparentes al ponerlos. La manzana de la discordia 130 x 115 cm / Óleo sobre tela / 1996-1997 32 Mi sueño reiterativo 130 x 105 cm / Óleo sobre tela / 1998 33 Sobre todo, le es difícil combinar los colores. “Hay gente que tiene ese talento natural; el color les sale solo. Yo no: a mí me cuesta un mundo”, reconoce. Dice que en realidad ella es monocromática; que usa poco los colores, incluso para vestirse. “En mi casa, en mi persona, en mi vestimenta, en todo soy monocromática. Me visto de blanco, de negro, de beige, y punto. No se me ocurriría ponerme una polera roja, por ejemplo. A lo más uso una cartera de ese color, o zapatos; sólo un detalle”. Chantaje sentimental 110 x 130 cm / Óleo sobre tela / 1996 34 Algo similar sucede con su pintura, de colores naturales y terrosos, y con pocos matices fuertes. Fueron así desde sus primeras obras de los 60, con tonos diluidos, grandes espacios blancos y líneas negras como los paralelos y los meridianos del mapamundi. Tienen, de hecho, aspecto de mapas, y algunos incluso se llaman La eterna obsesión por los números 130 x 115 cm / Óleo sobre tela / 1998 “Mi terreno en la luna” (Pág. 26). Eran pinturas de casi 2 metros, de las cuales no guarda ninguna, porque en realidad el arte abstracto no le interesaba demasiado. Vivió dos veces en Estados Unidos, y entre tanto cambio, los maestros que arreglaban la casa se llevaron todos esos cuadros, recuerda hoy. Seguía interesada en la figura humana, que ha sido su tema desde siempre. Después de los mapas fue que aparecieron algunos retratos. Uno de los primeros fue el de su abuela, que mira fijo tal como los personajes de sus pinturas posteriores “Adela” (Pág. 26). Al igual que éstas, además, aquel retrato está pintado en tonos tierra, con pocos colores. Pero a pesar de que su paleta El baile de estreno 49 x 22 cm / Técnica mixta sobre papel / 1976 35 ha sido siempre tenue, va cambiando según el clima, con los estados de ánimo, con la hora del día. “Te cambia el color si llueve; te cambia si hace frío o hace calor; si es invierno o verano, si amaneciste triste o alegre, o con un problema: el color refleja todas las emociones”, explica. Dice, además, que en Chile disminuye el colorido en forma automática, a diferencia, por ejemplo, de lo que le sucedió en California en la década de los 60. Era el auge de la sicodelia, y su pintura la absorbió de inmediato. “Esas obras eran colorinches de verdad. Recuerdo esos fucsias o shocking pink, o esos verdes alucinantes de los uniformes que usaban las meseras de las fuentes de soda gringas. Son colores que ahora me chocan y que jamás se me ocurriría volver a poner en un cuadro”, reflexiona. Aquellas obras son extremadamente distintas a las que realizó después. A través de los años, de hecho, sus pinturas han sufrido cambios mucho más profundos que sus dibujos; se han ido poniendo más sobrias, con menos detalles y ornamentos. La Pereza 115 x 145 cm / Óleo sobre tela / 1994-1995 36 37 38 La patrona 100 x 75 cm / Óleo sobre tela / 2007 Pero son modificaciones casi imperceptibles, porque el entorno de sus personajes no ha cambiado demasiado. En general son interiores, porque a pesar de que a ella le gusta la naturaleza, prefiere con mucho estar adentro. “Si me dicen ‘vamos a ver el parque’ o ‘registra esta pieza’, yo prefiero sin duda registrar la pieza. Entonces, mis personajes también son de interior, y si se ve un paisaje, es tal vez el anhelo de disfrutar de la naturaleza como lo hacen los demás”. Pero ya sea en interiores o en el paisaje, su método de trabajo es siempre el mismo. Primero hace el dibujo, que deja casi terminado –con sombras incluidas–, antes de usar el color. “Me encantaría ser más suelta y tirar el brochazo como diablo. Pero no puedo: el dibujo me domina. Muchas veces me han hecho esa crítica: que mis cuadros son figuras coloreadas igual que los monos para los niños. Y es cierto: aunque ese mismo dibujo se convierta después en otras cosas. Empezar así me da la seguridad de lo que quiero decir en principio. Porque siempre quieres expresar algo, aunque al comienzo no lo sepas. Al poner los colores el dibujo se transforma, e inconscientemente van saliendo imágenes que uno no comprende, o que se explican mucho tiempo después”. Exposición La maldita primavera Óleo sobre tela / 2003 39 40 7 P.M. / Díptico 100 x 75 cm cada uno / Óleo sobre tela / 2007 41 Así, la pintura de Carmen Aldunate está llena de figuras misteriosas que simbolizan vivencias propias o actitudes que observa en los demás. En todo caso, lo que más le llama la atención es el ser humano. “Me interesa apasionadamente la gente. Ver a cada persona como un cajón cerrado que quizás pueda yo abrir”, escribió para una de sus exposiciones. Entre sus símbolos, los más frecuentes son las amarras y los clavos, a través de los cuales ella se refiere a los tabúes, las restricciones y los dolores que afectan a las personas. Por lo mismo, las protagonistas de su obra están casi siempre vestidas, “tal vez en recuerdo del pudor de mi abuela, que se bañaba con ropa. La sala de estudio 42 74 x 132 cm / Óleo sobre madera / 2007 El desnudo total se ve poco, tal vez sólo cuando me siento más libre y abierta. En general, dejo una pequeña apertura; una rajadura en el traje de la cual nadie se da cuenta, y que hago para mostrar un pedacito de piel”. Pasa muchas horas diseñando los ropajes en su obra, y algunos críticos consideran que se trata de vestimentas de “inventiva prodigiosa”. Una señora adecuada 100 x 75 cm / Óleo sobre tela / 2007 43 44 A sus mujeres con trajes abultados las acompaña una enorme cantidad de objetos: relojes que recuerdan el paso del tiempo; copas llenas o vacías; espadas y collares que hieren y pesan a quienes los llevan; huevos y frutas como símbolo del amor y de la fecundidad, y perros u otros animales como representaciones de ideas muy distintas, como la fidelidad, la pasión o la ferocidad. O bien maquinarias de otra época, como teléfonos y catalejos; balanzas o pergaminos; tijeras e instrumentos de tortura; y candelabros, llaves o antorchas para El disimulo del deseo 100 x 75 cm / Óleo sobre tela / 2007 iluminar. Muchos de ellos están presentes en su serie “Pecados y virtudes”: una jaula y un gato en el retrato de la pereza (Pág. 34); una cinta en la escena de la avaricia; velas apagadas para el personaje de la soberbia –quien no tiene “nada que aprender ni a nadie a quien admirar”, como ella misma escribe–, y clavos en las manos de la protagonista del cuadro sobre la paciencia, “reconcentrado y sereno, pese a las torturas que te hacen padecer”. Pero, en ocasiones, Carmen Aldunate decide cambiar totalmente. Entonces, pinta temáticas que ella llama “salidas de madre”, y que se apartan por completo del resto de sus obras. En el año 2004, por ejemplo, presentó una serie llamada “La maldita primavera” (Pág. 37), con pinturas sin seres humanos. Fueron retratos de frutas y flores: encendidos tulipanes, manzanas, lúcumas y chirimoyas, o caquis y tomates, y papayas con todas las semillas a la vista. Eran cuadros alegres y coloridos, y ella recuerda que los pintó así para “exorcizar” la depresión que la afectaba, como cada vez que termina el invierno. Bonjour Tristesse 100 x 75 cm / Óleo sobre tela / 2007 45 Además de las frutas, ha pintado animales, hojas y peces de enormes dimensiones y sin personajes alrededor. Otro de sus cambios o salidas de madre fue la sustitución de sus características cofias por sombreros con plumas, en recuerdo de su madre y sus tías, que poseían más de cien cada una. Un crítico mencionaba su “múltiple variedad de sombreros”, entre los cuales no se encontraban dos iguales. “Pareciera que para la pintora el sombrero constituye uno de los elementos esenciales de la identidad de cada personaje, todos parecidos en la semblanza del autorretrato y de la parentela y todos distintos en el atuendo y en la apariencia”, escribió sobre ellos el historiador Leopoldo Castedo. También se apartó de sus temas habituales en la serie “Juegos privados” (Págs. 52 y 53), donde homenajeó su infancia: el trompo, por ejemplo, “uno de los objetos y signos masculinos con el cual nos enfrentan muy de niñas”; “el momento de incertidumbre” en el juego de las escondidas; el carrusel que da vueltas “igual que la vida”; el péndulo como algo “que debemos tener siempre al alcance de la mano”; el run run “como un secreto que se detiene a voluntad”, y el luche que sirve para “encuadrarse, moderarse, encasillarse”. “Ese autito fabricado con las carretillas de hilo vacías … esa honda fabricada de un gancho de árbol viejo… el recuerdo de mis bolsas de bolitas... el primer trompo de mi primo”, escribió en el catálogo. 46 Aprender a pedir perdón 100 x 75 cm / Óleo sobre tela / 2007 Baile de Estreno 100 x 75 cm / Óleo sobre tela / 2007 47 48 Una conversación en serio 100 x 75 cm / Óleo sobre tela / 2007 Acerca de la Pasión 140 x 120 cm / Óleo sobre tela / 2010 49 “Tardes inventando, pensando, aprendiendo a crear de la nada”, rememoró. “Ya no hay rondas de niños. Ya no es un tesoro una rama de árbol seco”, reflexionaba en ese entonces. Las salidas de madre, sin embargo, son esporádicas, cortas y precisas. Después, Carmen Aldunate vuelve a pintar mujeres atadas y sufrientes. Acerca del Poder 140 x 120 cm / Óleo sobre tela / 2010 50 Pero no lloran ni rasgan vestiduras, sino al revés: se guardan las desgracias y padecen en silencio, ocultando sus secretos. Como damas del pasado, son prudentes y compuestas. No revelan lo que sienten y, tal como la misma pintora comenta, “se defienden con su inexpresividad. Si hay algo que gritar, que ese grito sea sordo”, asegura. Aquellas damas “detenidas en el tiempo de otras épocas resultan enigmáticas afirmaciones contra la opresión”, se lee en el catálogo de una exposición de principios de los años 90. “Las heroínas medievales están encadenadas, amarradas e imposibilitadas de liberarse de las ligaduras. Portan máscaras de serenidad, y aunque pudieran estar Acerca de la Obsesión 140 x 120 cm / Óleo sobre tela / 2010 sufriendo, lo hacen en silencioso recogimiento”. Casi siempre son mujeres, porque, según ella, los problemas femeninos son similares en todas las épocas. “ ‘Hasta cuándo las mujeres’, me reclaman. Pero para mí no son las mismas: hemos alcanzado puestos importantes; hemos logrado ser profesionales e intelectuales Acerca de la Timidez 140 x 120 cm / Óleo sobre tela / 2010 reconocidas; hemos logrado incluso ser Presidentas; pero no hemos cambiado. Cada mujer es para mí algo distinto, y cada dolor es diferente: mis mujeres han envejecido conmigo”. Asegura que no se puede zafar de ellas; que son una obsesión, “quizás porque en mi familia hubo mujeres muy fuertes y muy interesantes; mi abuela y mi madre fueron personas muy marcadoras, y yo también salí tirada para ese lado. Es un tema de mi pasado y de mi presente, y también de mi futuro, porque tengo dos hijas mujeres extremadamente parecidas a mí”, comenta. También son parecidas a ella las mujeres de sus obras. Más aún, asegura que en el fondo, todos los cuadros son un autorretrato. “Nadie Acerca del Control 140 x 120 cm / Óleo sobre tela / 2010 51 Acerca del Pudor 140 x 120 cm / Óleo sobre tela / 2010 52 Acerca de la Tentación 140 x 120 cm / Óleo sobre tela / 2010 53 puede salirse de sí mismo, y hasta la pintura más abstracta es en realidad un autorretrato. Yo soy todas las mujeres de mis cuadros, porque estoy pensando en los problemas que tenemos en común mientras las pinto”. En todo caso, ninguno de sus personajes es tan plácido como parece. Recuerda que una vez quisieron comprarle un cuadro porque, según el interesado, le daba mucha paz y tranquilidad. “Está equivocado”, pensó, y no permitió que el cuadro fuera vendido. “Le dije a la persona que se lo llevara un par de días; que lo viera en su casa antes de comprarlo. A la semana llegó de vuelta: ‘No puedo vivir con esta pintura’, me dijo”. La escondida 162 x 93 cm / Óleo sobre tela / 2009-2010 54 El carrusel 162 x 93 cm / Óleo sobre tela / 2009-2010 El espiral 162 x 93 cm / Óleo sobre tela / 2009-2010 El trompo 162 x 93 cm / Óleo sobre tela / 2009-2010 Las bolitas 162 x 93 cm / Óleo sobre tela / 2009-2010 El luche 162 x 93 cm / Óleo sobre tela / 2009-2010 55 Escultura 56 40 x 20 cm / Bronce / 2009 La cunita 57 Serpiente mía con cría 70 x 50 cm / Bronce / 2005 58 Recreo para jugar Las primeras esculturas de Carmen Aldunate fueron hechas en el taller de su casa de infancia. Ya en ese tiempo eran bustos de mujeres realizados en greda que luego se esmaltaban y que antes se llevaban a cocer a un horno de la plaza Los Guindos. Desde entonces le gusta modelar la arcilla con sus propias manos. “Siempre tomé la escultura como un juego, quizás porque me daban un pedazo de greda para moldear y para que dejara tranquilos a los mayores”. Aunque es menos duradera, prefiere la cerámica al bronce, porque este último se hace en un molde y es difícil terminar los detalles. Eso es importante, porque sus piezas con volumen tienen gran número de detalles, tal como su pintura. A veces son animales, como la escultura que representa una serpiente con su cría adentro (Pág. 56). Pero casi siempre son mujeres con estrambóticos tocados y expresión antigua (Págs. 58 y 59). Una de sus últimas obras es un personaje con el cráneo abierto, dentro del cual se ve un entramado de clavos y de fierros que estructuran la obra, pero que parecen también las venas y los circuitos de la mente. Mujer león 70 x 50 cm / Bronce / 2004 59 Sin título 80 x 55 cm / Cerámica Gres / 2010 60 Sin título 80 x 55 cm / Cerámica Gres / 2010 61 Biografía 62 140 x 120 cm / Óleo sobre tela / 2010 Hasta que la muerte los separe 63 64 BIOGRAFÍA 1940 Nace en Viña del Mar, en el mes de febrero, mientras la familia está de vacaciones. Poco antes ha llegado a vivir allí Miss Rose, cuyo nombre verdadero todos ignoran, y se convierte en su institutriz. “Ella, sin dudarlo y a mi primer pestañeo, se convence de que está, ¡por fin!, ante el ‘Ser Perfecto’, cosa de la cual siguió convencida y pregonó hasta el fin de sus cien años. Nunca supimos de dónde venía, nunca quiso contar nada, y por la gran cantidad de monedas de oro que me dejó al morir, llegamos a pensar que era en realidad Anastasia, la hija perdida del Zar de Rusia”. 1947 Decide matricularse en el colegio de las Monjas Ursulinas, situado al otro lado del Parque Bustamante, frente a su casa, en la comuna de Providencia. La acompaña Miss Rose, quien “se encargó de inmediato de hacerles saber el privilegio que significaba el tenerme. Habló en alemán, inglés y español en forma convincente; tanto así, que las pobres monjitas siguen en una terrible interrogante sobre ella hasta el día de hoy”. 1961 Se casa con Juan José Romero, ingeniero agrónomo, que obtiene una beca para estudiar en Davis, California. Ella lo acompaña, y es aceptada en la Escuela de Arte de la Universidad de California. “Nunca me sentí realmente casada. Una vez lo dije en una entrevista, y mi marido se enojó mucho, pero yo no lo dije por eso, sino al revés: era el mejor piropo, ¡vivir juntos por amor, y no por los papeles!”. Junto a su marido, se radica durante cinco años en Estados Unidos, justo cuando comienza la época de los hippies. “Era lo mismo que mi casa de infancia, donde creo que se inventaron varias décadas antes de los 60. Llegué a Estados Unidos en una época maravillosa, con todos hablando de amor y de paz. Desde mi vestimenta a mi manera de pensar, yo me quedé en los 60. Nunca he podido salir de ahí”. Nacen sus dos hijas, María José (1962) y Antonia (1966). La primera es hoy una pintora destacada, y la segunda es abogada, y vive en Argentina. 1962 Recibe el Primer Premio de Pintura en la Feria de Artes Plásticas de Santiago; el Primer Premio de Dibujo en el Salón Oficial de Santiago, en 1974. Al año siguiente, Primer Premio de Dibujo en la Bienal de Valparaíso; en el año´78, el Primer Premio en la Bienal de Punta del Este, Uruguay, y en 1981, el Primer Premio Dibujo en la Bienal de Cali, Colombia. 65 1980 En dos años muere toda su familia. “Un torbellino en el que de pronto, uno tras otro, sin dar respiro, van despidiéndose mis abuelos, mis tíos, mi institutriz, todos mis hermanos y mis padres. Una sola vela, casi al unísono, y cae el telón. Un hoyo negro. Creí que me iba a volver loca”. 2004 Es nombrada Miembro de Número de la Academia Chilena de Bellas Artes del Instituto de Chile, ocupando el sillón Nº 5. Un gran honor, pero al mismo tiempo una paradoja al no tener ella siquiera la licencia secundaria. “Un artista nace. Es mi convicción profunda. Nace, y nace diferente. No quiere decir esto que todos esos seres diferentes hagan algún día algo tangible; habrá muchos que jamás pintarán un cuadro, no escribirán ni esculpirán una piedra ni compondrán música. Pero sentirán y vivirán de otra forma, sin mirar nunca como otros ven. Sin escuchar ni gustar tampoco en la misma forma. No digo con esto que sean mejores o peores, sólo diferentes”, escribió en su discurso de incorporación. 2010 Presenta dibujos y pasteles en la muestra “Gran Reserva”en Galería Artium, Santiago, Chile. BIBLIOGRAFÍA Leopoldo Castedo: “Carmen Aldunate. Dibujos y Pinturas”, Ediciones Tomás Andreu, Santiago, 1998. 66 67 “Carmen Aldunate es una importante artista chilena de gran reconocimiento en nuestro medio y en el extranjero. Su obra se ha centrado en la figura femenina, la que ha representado en sus diferentes facetas y situaciones. En sus pinturas aparecen mujeres enigmáticas y misteriosas, las que se ven atrapadas en su propia vestimenta. Sus obras se han presentado en destacadas galerías y museos del mundo”. Cecilia Palma 68