Caucanas y Sociedad - Biografía de Alonso Valencia Llano
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Caucanas y Sociedad - Biografía de Alonso Valencia Llano
Alonso Valencia Llano Caucanas y Sociedad Departamento de Historia Facultad de Humanidades Universidad del Valle Valle y Colombia. Ayer y Hoy. Con el presente proyecto, la Facultad de Humanidades y el Departamento de Historia de la Universidad del Valle buscan divulgar las investigaciones que sus profesores y egresados han realizado en los últimos años. Se trata de reflexiones acerca del desarrollo histórico, cultural, político, económico y social del Valle del Cauca y del país, que abarcan las más diversas temáticas y cubren desde las épocas prehispánicas hasta el presente. La colección Valle y Colombia. Ayer y Hoy, está destinada a un público interesado en el desarrollo de las Ciencias Sociales en general y de la Historia en particular, tanto de nuestra región como del país, pues las obras conservan un rigor académico que permite su utilización por parte de estudiantes y docentes universitarios tanto de pregrado como de postgrado y por docentes de primaria y bachillerato. Con esta colección la Facultad de Humanidades y el Departamento de Historia esperan contribuir al fortalecimiento de nuestra cultura regional y nacional, bases de nuestra identidad. Próximo título: Campesinos y poblamiento en el Valle del Cauca Eduardo Mejía Prado Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana Alonso Videncia Llano Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana Región Departamento de Historia Facultad de Humanidades Universidad del Valle Centro de Estudios Regionales Región Oscar Rojas Rentería Rector Alvaro Guzmán Barney Vicerrector Académico Magdalena Urhan R. Vicerrectora de Investigaciones Darío Henao Restrepo Decano Facultad de Humanidades Eduardo Mejía Prado Jefe del Departamento de Historia Alonso Valencia Llano Director de la Colección Comité Editorial Eduardo Mejía Prado Adolfo León Atehortúa Cruz Gilberto Loaiza Cano Carlos Armando Rodríguez Alonso Valencia Llano. El autor del presente libro agradece a los profesores Simone Accorsi de la Escuela de Literatura y del Centro de Estudios de Género y a Miguel Camacho del Departamento de Historia sus sugerencias para que esta © Mujeres Caucanas publicación fuera posible. y Sociedad Republicana O Alonso Valencia Llano ISBN: 958-33-3073-6 Departamento de Historia Facultad de Humanidades Universidad del Valle Diseño y Diagramación: Orlando López Valencia Ilustración de la carátula: Ñapangas de Popayán. Comisión Coreográfica Impreso en Anzuelo Ético Ediciones Diciembre de 2001 Santiago de Cali, Colombia. CONTENIDO PRÓLOGO Por Simone Accorsi INTRODUCCIÓN LAS MUJERES EN LA INDEPENDENCIA Las heroínas en la cotidianidad de la guerra Las mujeres caucanas en los inicios de la sociedad republicana De la cotidianidad femenina al heroísmo Las voluntarias La ruptura de la cotidianidad La difícil vida de las heroínas: El caso de doña Juana Camacho LA RECONSTRUCCION DE LA COTIDIANIDAD CAUCANA La cotidianidad de las élites en las Provincias del Cauca La cotidianidad en las zonas de frontera La conflictiva cotidianidad del medio siglo La cotidianidad rural en los años cincuenta UNA FAMILIA DE LA ELITE POLITICA. EL CASO DE LOS MOSQUERA María Catalina Josefa Ruiz de Quijano: los amores con la pariente pobre María Josefa Benedicta Vicenta Arboleda y Arroyo: la esposa del General Susana Llamas: el amor del Presidente Doña Amalia Mosquera de Herrán: la aliada política María, Clelia y Teodulia: las hijas ilegitimas 9 13 19 19 30 32 38 43 53 61 61 71 73 84 97 102 105 121 127 130 María Ignacia Mosquera: la esposa del Presidente senil LAS MUJERES CAUCANAS Y LA POLITICA: LA CLIENTELA DEL CAUDILLO La mujer en la legislación caucana: entre la exclusión y la supeditación Los espacios públicos y los privados La participación política femenina durante la guerra de 1860 EL BELLO SEXO: ENTRE LA TRADICIÓN Y LA MODERNIDAD "El ser y el deber ser" de las mujeres caucanas La organización política de las mujeres y la lucha contra la sociedad laica Las mujeres caucanas durante la Regeneración Conclusiones Bibliografía 131 135 135 137 141 157 157 178 186 193 201 PRÓLOGO Sin duda el período que conocemos como "La Independencia", es la época de mayores cambios en el desarrollo histórico colombiano. La transformación del incipiente Estado colonial en una República moderna trajo importantes transformaciones sociales a pesar de que los padres de la patria no tenían muchos intereses en modificar las bases sociales tradicionales. Claro está que dentro de esas transformaciones, el "empoderamiento" femenino a causa de las muchas revoluciones o reformas liberales fue una consecuencia "inesperada" que estremeció los cimientos de la sólida estructura patriarcal vigente en la Nueva Granada. Según el discurso vigente "Los hombres eran, por naturaleza, plenamente morales (y por ende, mejores representantes de lo humano); las mujeres lo eran menos. He aquí entonces una de las contradicciones útiles, incluso necesarias, del concepto del individuo abstracto: articulado como la base de un sistema de inclusión universal (contra las jerarquías y privilegios de los regímenes monárquicos y aristocráticos), podía también usarse como criterio de exclusión para defininir a los no-individuos, o menos que individuos, aquellos que eran diferentes de la figura singular de lo humano"1. Sin embargo, este prejuicio masculinista y misógeno iba en contravía a las ideas modernas y liberales sobre la igualdad, los derechos individuales y la democracia. La necesidad de incorporar las "manos femeninas" en la guerra y en la administración de las propiedades desiertas de hombres, se convirtió en un reto y a la vez en un "peligro" para el nuevo sistema republicano. El hipócrita e incoherente republicanismo enunciaba principios universalistas, pero excluía a las 'Scott, Joan W, Only Paradoxes to Ofter. French Feminists and the Rights ofMan, Cambridge, Massachussetts: Harvard University Press, 1996, p. 7. 10 Alonso Valencia Llano mujeres del ejercicio de los derechos políticos. A ellas cabía resolver las dificultades de esas inconsistencias, presionadas, además, por el estado de guerra. Según Simone de Beauvoir, la posición más fructífera para hacer avanzar la posición socio-política de las mujeres es no intentar resolver, sino más bien abrazar esas dificultades, estas contradicciones.2 Eso fue exactamente lo que hicieron nuestras mujeres neogranadinas del siglo XIX. El trabajo del Prof. Valencia revela un excelente panorama sobre los roles que han desempeñado las mujeres caucanas del siglo XIX, no solamente en la guerra, sino también en el proceso de construcción de un Estado que exigía profundos cambios en el esquema social. Las guerras de independencia, las guerras civiles y los procesos de insurgencia popular, prácticamente lanzaron a las mujeres a una participación compulsoria en la vida política y pública que tradicionalmente no era de su dominio. Lo más interesante de esa investigación es el hecho de que los hombres caucanos decimonónicos, altamente conservadores y "maestros" en reducir a las mujeres a sus espacios domésticos, tuvieron que aceptar que sus mujeres los reemplazaran como cabeza del hogar. Es extremadamente interesante además, por visibilizar a las mujeres de los sectores populares que acompañaban a los ejércitos dando soporte en la retaguardia y guerreando como soldadas. A pesar de las limitaciones jurídicas, religiosas, políticas, económicas y culturales, las mujeres del pueblo fueron fundamentales para el desarrollo y el sostenimiento de una sociedad fragmentada por la guerra. A través del estudio de documentos de archivos, memorias, informes políticos, correspondencia privada y la literatura de viajeros, el investigador logra traer a la luz histórica toda la importancia que las mujeres tuvieron en el proceso de consolidación de la República de la Nueva Granada, lo que cambia la historia del Gran Cauca y de Colombia que oficialmente, apenas mencionaba a las heroínas o mártires de la Independencia. 2Beauvoir, Simone, citada por Scott, Joan W, Ibid., p. 173. Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana La constatación de que el Valle del Cauca era a partir de la segunda mitad del siglo XIX, un territorio social y económicamente bajo el dominio de viudas y mujeres cuyos esposos habían partido para la guerra, nos trae indudablemente, nuevas luces que nos permite exigir una revisión de la historiografía vigente. Trabajos como este son valiosos en el sentido de que colocan a las mujeres, muy merecidamente, en los anuales de la historia y además comprueban la importancia de la vida privada y su transcendencia a la esfera de lo público. Debo, sin embargo, decir que no concuerdo con el Prof. Valencia en relación a su afirmación según la cual su trabajo "no pretende un enfoque de género". Se trata, quizás, de un cierto "pudor académico". A pesar de no haber manejado en su trabajo las categorías teóricas específicas, debo mencionar que la investigación cumple a cabalidad con los objetivos fundamentales de los estudios de género, en que, lo más importante es visibilizar la trayectoria femenina en la historia de la humanidad. Por lo tanto sugiero que recapacite su afirmación y reconozca "sin pudores" su condición de feminista. Como investigadora sobre género y feminista asumida desde hace muchos años, es un placer saber que hombres de la importancia académica del Prof. Valencia están trabajando la trayectoria de las mujeres que siempre fueron y serán importantes en el desarrollo, lado a lado con los hombres, de la trayectoria humana. A nuestro excelente investigador, mis sinceras felicitaciones por el cuidado y rigurosidad con que desarrolló la presente investigación que espero sea apenas el inicio de muchos trabajos desde la misma perspectiva. La historia y nosotras las mujeres, le agradeceremos. SIMONE ACCORSI Directora de la Escuela de Estudios Literarios y de la Fundación Cultural Colombo Brasilera, Miembro del Centro de Estudios de Género Universidad del Valle INTRODUCCION Continuando con mis investigaciones acerca del desarrollo histórico del suroccidente del país, he realizado el estudio que hoy presento a los estudiosos de nuestra historia regional. Aunque es un estudio sobre las mujeres y los roles que han desempañado en la sociedad caucana del Siglo XIX, este trabajo no pretende un enfoque de género; se trata simplemente de una investigación histórica, puesto que con el tradicional sentido de esta disciplina y con documentos de archivos, memorias, informes políticos, correspondencia privada, informes de viajeros, etc., pretendo mostrar la forma en que las mujeres caucanas participaron en el proceso de construcción de un Estado que exigía un nuevo esquema social. Gracias a esto puedo mostrar cómo el sector femenino de la población se vio obligado a participar en actividades de las cuales estaba tradicional y legalmente excluido. Para lograrlo miramos la cotidianidad de las mujeres caucanas y la forma en que ella fue rota por una serie de hechos políticos: guerras de independencia, guerras civiles, reformas democráticas y conservadoras, procesos electorales, insurgencia popular, etc. Gracias a ello pudimos encontrar las diferentes formas de participación política de las mujeres, el volicismo subjetivo y de grupo de dicha participación, los logros alcanzados y desde luego los intentos hechos por los hombres de excluirlas y reducirlas a sus tradicionales espacios domésticos. De esta manera encontramos la forma en que las mujeres ganaron espacios sociales y muchas de ellas mejoraron su condición social. La idea para realizar esta investigación partió de haber constatado -como lo reconocen muchos estudios feministas, particularmente los realizados por historiadores e historiadoras- que a una buena cantidad de los llamados Estudios de Género y Estudios sobre «las mujeres», les faltaba el Alonso Valencia Llano componente histórico que permitiera desvelar el papel que las mujeres jugaron en el desarrollo de la sociedad, pues muchos de ellos parten del supuesto -explícito o no-, de que el sometimiento que en épocas pasadas -y aún en el presentesufrieron y sufren las mujeres, no permitió ni permite que desempeñaran y desempeñen importantes roles sociales. La explicación a esta falta de visión diacrónica radica en que se ha priorizado la realización de estudios sobre la realidad actual de las mujeres, buscando solucionar apremiantes problemas que provienen de la desigualdad social con que se les trata. Desde luego, para abordar el tema también hubo razones de otro tipo: no obstante los recientes avances en la «historia de las mujeres» en todo el mundo, estos no se notan en nuestra historia regional puesto que los historiadores e historiadoras con muy contadas excepciones nos hemos dedicado a realizar historias sociales, económicas, políticas o culturales en las que el primer y principal protagonista es el hombre: el conquistador, el colono, el promotor de la independencia y de las reformas políticas, el emprendedor y el monopolizador de ideas y acciones en la sociedad decimonónica y moderna, y si la mujer es mencionada se le presenta como un ser supeditado. Esto permite señalar la necesidad de buscar el papel desempeñado por las mujeres; investigarlas en los anuales de la historia, no sólo como protagonistas de los sucesos históricos que les han dado una aureola de heroínas, sino principalmente desentrañar sus diarias actividades, su pensamiento y sus sentimientos en todas las actividades en las que pudo haberse desempeñado. De esta manera se puede mostrar cómo ellas conquistaron espacios que se consideraban vedados en los estudios históricos, nos referimos a los considerados como públicos y que se relacionan con la actividad política. Igualmente, queremos mostrar que este tipo de estudios es importante para el conocimiento histórico ya que muestra cómo muchas mujeres superaron los roles de sumisión que había caracterizado sus vidas. Pretendemos hacer evidente que las limitaciones jurídicas, religiosas, políticas, económicas y culturales, no fueron obstáculos para la participación activa Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana de las mujeres en la construcción de la sociedad regional, pues a pesar de estas restricciones, ellas fueron fundamentales para desarrollar la economía y las estructuras sociales regionales. Para lograr esto hemos organizado este libro de la siguiente manera: En el artículo primero estudiamos la forma en que las guerras de independencia transformaron la cotidianidad de las mujeres de esta región colombiana. Buscamos superar la tradicional visión de 'heroínas» para mostrar cómo se dio su participación y cómo y por qué se construyeron las imágenes de las heroínas. En el segundo se muestra la forma en que las guerras cambiaron la cotidianidad, pero también cómo la experiencia adquirida por muchas mujeres durante este proceso permitió que muchas de ellas participaran en los hechos que llevaron a las propuestas reformistas del Estado republicano de mediados de siglo. Esta parte viene precedida de un estudio acerca de la forma en que se reconstruyó la cotidianidad después de las guerras para mostrar las influencias culturales externas que lentamente fueron modificando los tradicionales patrones culturales caucanos, principalmente entre las mujeres de los sectores de élite. El tercero es un estudio de caso en el que mostramos la utilización de las mujeres en la política. Para ello hacemos un seguimiento de la familia del general Tomás Cipriano de Mosquera, varias veces presidente de la República de Colombia y gobernador y presidente del Estado Soberano del Cauca y, a partir de 1860, el principal caudillo militar del liberalismo. Se muestran el tipo de alianzas matrimoniales que se establecían, y la forma en que se sacrificaban los sentimientos para lograr coronar las ambiciones políticas. En el cuarto abordaremos la forma en que las mujeres caucanas participaron en los procesos políticos que permitieron la consolidación del Estado Soberano del Cauca. Para lograrlo hacemos un seguimiento de la correspondencia privada de Mosquera para mostrar cómo se establecían en privado las relaciones clientelistas entre el caudillo y muchas mujeres caucanas. Esto nos permitirá mostrar en el quinto la Alonso Valencia Llano concepción del «deber ser» de las mujeres caucanas y los intentos hechos por los partidos políticos para movilizarlas en su favor. Se insiste en mostrar cómo se construyen las tipologías sociales de las mujeres caucanas y cómo durante los inicios de "La Regeneración" se llegó a un acuerdo básico para excluirlas de la política y reducirlas a espacios privados caracterizados por una concepción católica de las familias cristianas. * * * Quiero agradecer a mis colegas del Centro de Estudios Regionales -Región, de la Universidad del Valle sus aportes en las discusiones que llevaron a la reconstrucción de este proceso histórico y a la búsqueda de las principales explicaciones causales; pero también quiero dejar en claro que aunque ellos son culpables de los aciertos que este trabajo pueda tener, los errores que hubiera podido cometer son solamente míos. La investigación que sustenta el presente trabajo está inscrita en el proyecto "Historia de la Mujer en el Suroccidente colombiano", que fue financiado por COLCIENCIAS - BID. Los coinvestigadores fueron Isabel Cristina Bermúdez Escobar con el proyecto "Imágenes y representaciones de la mujer colonial payanesa" y Fabiola Estrada con "La mujer en los procesos de colonización de vertiente". Como es obvio para quienes han participado en proyectos colectivos, mucho de lo que aquí se dice se debe a las discusiones que el desarrollo de la investigación suscitó; a ellas mis agradecimientos por sus innumerables y valiosos aportes. Quiero, además, hacer un reconocimiento a los estudiantes del Departamento de Historia que colaboraron durante el proceso de recolección de información y en los seminarios que sobre este tema se organizaron. Ellos van dirigidos especialmente a Nancy Otero, Jhon Lerma y Diana Lorena Buriticá, los dos primeros realizaron como trabajo de grado una investigación en la que se detalla la participación de las mujeres caucanas en el proceso de independencia de la Gobernación de Popayán. Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana 7 Debo reconocer también que las conversaciones sostenidas con las profesoras María Teresa Pérez, de la Universidad del Cauca y Lydia Inés Muñoz Cordero, de la Universidad Mariana en Pasto, fueron enriquecedoras. A ellas mis agradecimientos no sólo por sus aportes y discusiones desde la perspectiva de género que trabajan, sino también por su gentil invitación a los seminarios que organizaron sobre Historia de la Mujeres, que en mi caso fueron de mucha utilidad. Quiero hacer públicos mis agradecimientos al doctor Fernando Barona, director del Area Cultural del Banco de la República en Cali, quien apoyó la realización de los seminarios donde se expusieron los avances de la presente investigación, a COLCIENCIAS-BID por haber financiado el presente proyecto, y a los funcionarios del Archivo Central del Cauca, pues su colaboración siempre oportuna hizo posible este trabajo. Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana 2 que muestran muchos altibajos en la construcción del Estado republicano, pero que hacen evidentes los esfuerzos por la reconstrucción de espacios de dominio social tradicionales como los detentados por las antiguas élites coloniales. Esto significó un enfrentamiento con sectores nuevos surgidos durante la independencia, que veían en ellos trabas del pasado que era necesario eliminar si se buscaba la creación de una nueva sociedad, de una sociedad más liberal. Por eso toda la primera mitad del Siglo XIX se caracterizó por constantes enfrentamientos que fueron aprovechados por hombres y mujeres de sectores sociales excluidos para abrirse un espacio en la nueva sociedad. No creemos necesario insistir en que la mujer ha sido un ser invisible en nuestra historiografía, porque el tema ha sido tratado por muchos autores que recientemente han hecho de la historia de las mujeres su campo de estudio, lo que constituye, sin duda alguna, un replanteamiento en la forma de mirar el pasado y a las mujeres como agentes sociales.5 Lo más importante a señalar es que la historiografía tradicional aborda la participación femenina en los procesos históricos en forma «anecdótica, sarcásticaypicaresca restándole importancia a los hechos», tal y como lo señala Santiago Samper, quien agrega: La mujer sobresale en nuestra historia sólo cuando ha actuado heroicamente, como los hombres. En las corrientes historiográficas actuales, se acepta que la mujer es diferente al hombre, tanto biológicamente como espiritualmente, y que por lo tanto, su actuación dentro del acontecer de la vida tiene que ser distinta a la del hombre. Esto no implica ni sugiere que ella sea de menor o secundaria importancia: significa que ahora la historia mira y estudia el pasado con una perspectiva más real, y que acepta y busca descubrir qué hizo realmente el 'bello sexo» en épocas anteriores.6 La bibliografía que se cita al final, sobre todo la referida a la historia de las mujeres, abunda en este tipo de planteamientos, por lo que consideramos innecesario repetirlos. 6 Santiago Samper Trainer: "Soledad Acosta de Samper, el eco de 5 Alonso Valencia Llano Desde una perspectiva similar, aunque nuestro énfasis estará en la política, nos dedicaremos a estudiar la forma en que las mujeres de la antigua Gobernación de Popayán aprovecharon la inestabilidad que produjeron las guerras de independencia y de vinculación a la República de la Nueva Granada para ganar espacio en la sociedad que se estaba construyendo. Partimos de la certeza de que, en el presente, el papel histórico de las mujeres es reivindicado de muchas maneras, pero se admite sin mucha discusión que sus acciones «se encuentran en los entretelones, en los repliegues demasiado íntimos para ser conocidos públicamente», tal y como lo afirma Olga Amparo Sánchez, quien agrega que en la lucha por sus reivindicaciones las mujeres "han tenido la osadía de interpelar al poder patriarcal y a sus pilares fundamentales: la familia, la sexualidad, la religión, lo público, y al ejercicio de la violencia para la resolución de los conflictos". No obstante también reconoce que se presenta "una historia difusa, opaca y restrictiva para las mujeres y de una vida personal sometida a los mandatos sociales, familiares, morales o sexuales. Pero -agrega- sería ingenuo creer que su historia se ha caracterizado exclusivamente por la larga y total subordinación de las mujeres."1 La independencia fue un proyecto dirigido, desarrollado y consolidado principalmente por los hombres, pero nadie puede negar que la participación de las mujeres en él fue también muy importante.8 Desde luego, la independencia ha sido vista más como un proceso heroico que como una ruptura de cotidianidades, y es por eso, que los actores sociales han sido primordialmente los "héroes" y, en menor medida, las un grito", en Magdala Velásquez (dir.): Las mujeres en la historia de Colombia. Tomo I. Mujeres, historia y política, Bogotá, Consejería Presidencia] para la política social, Ed. Norma, 1995, p. 113. 7 Olga Amparo Sánchez: "La política y las mujeres", en Mujeres y Política, Foro, # 33, Bogotá, diciembre 1997 enero 1998, pp. 27-28. 8 Véase por ejemplo la obra de Carlos Arturo Diaz: "Las mujeres de la Independencia", en Boletín de Historia y Antigüedades, Vol. CV # 645, 46, 47, Bogotá, Academia Colombiana de Historia, julio, agosto, septiembre de 1968, pp. 361 y ss. LAS MUJERES EN LA INDEPENDENCIA Las heroínas en la cotidianidad de la guerra Es innegable que no hubo una época de mayores cambios que la que se inició con el período que conocemos como «La independencia», durante el cual se transformó el Estado colonial y se intentó construir el Republicano. No nos referimos únicamente a las medidas económicas, caracterizadas por una aplicación extremadamente lenta, sino a las importantes transformaciones sociales que ellas trajeron consigo, pues a pesar de que "los padres de la patria" estaban interesados en crear un Estado sin que se modificaran las bases sociales tradicionales, lo cierto es que la sociedad se transformó a un ritmo mucho más acelerado del que los creadores de la República hubieran deseado. ¿En qué medida o cómo se vieron afectadas y/o beneficiadas las mujeres caucanas con estos cambios? Es lo que nos interesa estudiar. Para cualquier estudioso de nuestra historia es un hecho cierto que los patrones sociales de la colonia se mantuvieron por lo menos durante los primeros cincuenta años de la República. Esta fue una queja constante que llevó a la justificación política de lo que se llamó «Revolución de medio Siglo» o «Reformas liberales», cuando se hizo más clara la idea de crear una sociedad más acorde con las medidas económicas que exigía la vinculación al mercado mundial. Pero este tipo de planteamiento oculta el hecho de que la dinámica social superó las intenciones reformadoras de los líderes políticos tanto conservadores como avanzados- y que los hombres y las mujeres caucanas iniciaron una serie de transformaciones que llevaron a la extinción de la sociedad colonial mucho antes que los legisladores se lo propusieran. La explicación se encuentra en la necesidad de las familias caucanas de adaptarse al período de la independencia que afectó no sólo a las familias de la élite colonial, a las de los mestizos y a las de los esclavos, sino también -aunque en mucha menor medida- a 20 Alonso Valencia Llano las familias indígenas; esto no significa, desde luego, que la mentalidad colonial que se reflejaba en una serie de roles y representaciones hubiera desaparecido del todo, pues ella se mantuvo en mayor o menor medida en los diferentes estamentos sociales que sobrevivieron a la colonia. Desde este punto de vista es necesario tener en cuenta que las representaciones sociales coloniales se prolongaron por más tiempo en sectores de élite y en algunas comunidades indígenas que en otros sectores socialmente más dinámicos -como los mestizos y los negros libertos, por ejemplo-. Para la primera mitad del Siglo XIX se pueden identificar claramente tres períodos en estas transformaciones: el primero es el de la independencia, que cubriría grosso modo el período de historia regional que abarca desde el 3 de julio de 1810, cuando se inició el proceso de independencia en la Gobernación de Popayán, hasta un poco más allá de 1830 cuando las Provincias del Cauca se desvincularon del Ecuador y adhirieron nuevamente a la Nueva Granada, iniciando el proceso republicano propiamente dicho.3 El segundo cubre desde 1830, cuando se perfila el surgimiento de los caudillos populares, hasta la revolución liberal de 1860, que consolidó la autonomía regional; y, el tercero, el que se prolonga hasta un poco más allá de 1886 cuando se inició la república centralista.4 Se trata de tres periodos de transformaciones políticas 3 Este proceso puede ser estudiado en la conocida obra de José Manuel Restrepo: Historia de la Revolución en Colombia, Medellín, ed. Bedout, s.f.. Una versión corta del mismo puede consultarse en Alonso Valencia Llano: "Por un momento fuimos ecuatorianos", en Gaceta Dominical, El País, N9 409. Cali, septiembre 13 de 1998. 4 V Gustavo Arboleda: Historia Contemporánea de Colombia, Bogotá, Banco Central Hipotecario, 1990. Una versión más cercana a la historia del Cauca puede verse en los artículos de Francisco Zuluaga: "La Guerra de los Supremos en el Suroccidente de la Nueva Granada" y de Alonso Valencia Llano: "La Guerra de 1851 en el Cauca", "La Revolución de José María Meló en las Provincias del Cauca" y "Tomás Cipriano de Mosquera y la guerra en el Cauca entre 1859 y 1862", publicados en Las guerras civiles desde 1830 y su proyección en el Siglo XX. Memorias de la II Cátedra anual de Historia: "Ernesto Restrepo Tirado", Bogotá, Museo Nacional de Colombia, 1998. Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana "heroínas". Respecto a las últimas buenos ejemplos se tienen en Manuelita Sáenz, cuya historia ha sido contada en innumerables estudios académicos y obras de ficción, que muestran que su papel histórico, tal como lo afirma Lucía Ortiz, se debió a haberse unido con el Libertador.9 Otros casos se tienen en Manuela Beltrán y Policarpa Salavarrieta, quienes, según Mercedes Guhl, superaron su reclusión en el espacio doméstico y participaron en la independencia "cuando la política, arte masculina del mundo exterior, se coló en sus hogares v los hizo tambalear. Como la hembra que busca defender su cría, estas mujeres luchadoras trataron de asegurar un futuro para su patria."10 La participación de las mujeres caucanas en el proceso de independencia no ha sido estudiada, aunque se les ha mencionado en diferentes estudios. La forma más tradicional de verlas, repetimos, es cuando se les estudia como "heroínas" de la independencia. Quizás el trabajo más antiguo sobre el tema es el elaborado por el historiador José Ignacio Vernaza: "Homenaje a la mujer: Heroínas caucanas", escrito en 1936,11 en el que se mencionan algunas caucanas entre "esas mujeres tan varoniles" que se destacaron en la independencia de otros sitios de la República, y entre las que hace sobresalir a la caleña doña Juana Camacho, de quien hablaremos después. Igual es el enfoque que les da Amanda Gómez Gómez, en su libro Mujeres heroínas en Colombia y hechos guerreros,12 que reúne lo que tradicionalmente se ha dicho sobre la participación de mujeres en los conflictos del período. Para el caso del Cauca tiene la virtud de hacer un listado de las mujeres que sufrieron las consecuencias de la participación en actos militares y políticos en un período que cubre desde 1810 hasta 1821; menciona no sólo las mujeres de élite, esposas de los 9 Lucía Ortiz: "Genio, figura y ocaso de Manuela Sáenz", en Las desobedientes. Mujeres de nuestra América, Bogotá, ed. Panamericana, 1997, p. 88. 10 Mercedes Guhl: "Las madres de la patria: Antonia Santos y Policarpa Salavarrieta", en Las desobedientes..., p. 119. 11 Inserto en Cali en su IV Centenario, Cali, ed. América, 1936. 12 Medellín, Imp. del Departamento de Antioquia, 1978. 24 Alonso Valencia Llano proceres de la independencia, sino también las mujeres de lo que ella identifica como "pueblo", y que parece referirse a sectores populares surgidos durante la colonia. No es un trabajo analítico ni sistemático, sino una simple reunión de datos biográficos bastante incompletos por cierto, como es de esperarse de un trabajo que se basa en bibliografía secundaria de carácter tradicional. A pesar de que el énfasis está centrado en las mujeres estas no son vistas como tales sino como actores de un proceso político que busca ponerlas como ejemplo de patriotismo.13 El historiador que más espacio dedica a las mujeres caucanas es Eduardo Riascos Grueso quien en su libro Procerato Caucano,u hace un juicioso y exhaustivo seguimiento de los caucanos y caucanas que sufrieron las consecuencias de su participación en el proceso de liberación del sur del país. Aunque centrado principalmente en los hombres, este libro reúne los pocos datos que existen sobre las mujeres que alcanzaron un papel destacado en las contiendas y lograron por esto superar el anonimato; tiene en cuenta no sólo a las mujeres de la élite sobre las cuales existe mayor información, sino también a aquellas mujeres de pueblos lejanos que sacrificaron sus vidas por la libertad. La poca importancia numérica de las mujeres reseñadas en las dos últimas obras mencionadas salta a la vista al observar el cuadro siguiente en el que aparecen sintetizadas la heroínas caucanas: 13 Una buena crítica a estos estereotipos de mujer fue elaborada por Mercedes Guhl, quien dice: Vale la pena anotar que cuando uno intenta comparar la vida de estas mujeres se enfrenta al problema de la falta de información sobre ellas. Algo se sabe de sus orígenes, sus aportes al proceso de independencia Y lo que más se recuerda es su trágico final. Además hay que tener en cuenta que esta información nos llega magnificada y distorsionada por la visión de los historiadores que las convirtieron en figuras legendarias, despojándolas un poco de su carácter esencialmente femenino para dejarlas como heroínas asexuadas. Ob. cit., p. 123. 14 Cali, Imprenta Departamental, 1964. Cuadro # 1 HEROINAS CAUCANAS Ciudad Ciudad Actividad Castigo Andrea Velasco Luisa Góngora Dominga Burbano Domitila Zarasti Rafaela Lenis María Josefa del Campo L. Petrona de Vallecilla María Francisca Cuero Gertrudis Cuero María Josefa Vergara Jerónima Caicedo de V Tomasa Caicedo Dorotea Lenis Juana Camacho de C. Justa Estepa Josefa Castro Josefa Costa María Antonia Ruiz. esclava Rita Ruiz (La Güila) Mariquita Ramos (La Chana) Ignacia Arboleda Gabriela Arango María del Carmen Olano Ana Josefa Morales Mercedes Martínez de S. Carlota Rengifo Matilde Guevara Bárbara Montes Popayán Pasto Pasto Pasto Quilichao Cali Cali Cali Cali Cali Cali Cali Toro Popayán Moreno Palmira Palmira Tuluá Tuluá Tuluá Popayán Popayán Popayán Quilichao Cali Toro Cali Caloto Fuga de presos Ibíd. Ibíd. Ibíd. Militar Esposa de procer Ibíd. Ibíd. Ibíd. Ibíd. Ibíd. Ibíd. Militar Colaboración Patriota Entrega armas Entrega Armas Soldado en San Juanito Ibíd. Ibíd. Patriota Patriota Patriota Fuga de soldados Patriota patriota patriota patriota Fusilamiento Ibíd. Ibíd. Ibíd. Ibíd. Destierro Ibíd. Ibíd. Ibíd. Ibíd. Ibíd. Ibíd. Fusilamiento Prisión Fusilamiento Fusilamiento Fusilamiento Fecha 11-12-1812 11-12-1812 11-12-1812 11-12-1812 1813 1813 1813 1813 1813 1813 1813 1813 5-2-1815 1816 16-1-1816 13-9-1817 13-9-1817 29-9-1819 29-9-1819 9-9-1819 Prisión 1820 Prisión 1820 Fusilamiento 2-2-1820 Ibíd. 1820 Prisión 1820 Fusilamiento 5-2-1820 Azotes y destierro 1820 Fusilada 24-9-1820 FUENTE: Amanda Gómez Gómez: Mujeres heroínas en Colombia y Hechos Guerreros, Medellín, 1978; Eduardo Ríaseos Grueso: Procerato caucano, Cali, Imp. Departamental, 1964. 26 Alonso Valencia Llano La única historiadora que aborda directamente el tema, aunque referido a la Gran Colombia, es Evelyn Cherpak, en sus artículos "La participación de las mujeres en el movimiento de independencia de la Gran Colombia, 1780-1830",15 y "Las mujeres en la independencia."16 En el primero, desde una perspectiva feminista, denuncia que los historiadores han puesto poca atención a la participación de las mujeres en los hechos de independencia; aunque el trabajo adolece de cierta generalidad, explicable por tratarse de un artículo, ofrece algunos elementos metodológicos para abordar el estudio de la forma en que las mujeres colombianas participaron en los diferentes hechos que llevaron a la constitución del Estado republicano. Estudia también cómo ellas sufrieron y enfrentaron las consecuencias de dicha participación. A partir de un rápido seguimiento de las actividades sociales desarrolladas por las mujeres durante la colonia, Cherpak muestra que las mujeres se encontraron preparadas para participar en un proceso tan convulsionado como el que se estudia. Ella clasifica de la siguiente manera la participación de las mujeres: l s . Participación personal en los combates, actividades secundarias y en espionaje. 2Q. En actividades tradicionales como anfitrionas en las tertulias y la asistencia de heridos. 3° Contribuciones en dinero y abastecimiento a los insurgentes. 4 S . Como consecuencia de su participación sufrieron el sacrificio personal al perder a sus seres queridos, confiscación de bienes y riquezas, la pobreza y el destierro.17 15 En Asunción Lavrin (compiladora): Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas, México, Fondo de Cultura Económica, 1985. 16 En Magdala Velásquez (dir.): Las mujeres en la historia de Colombia... 17 Ver Cherpak, ob. cit., p. 220. Desde una perspectiva feminista un poco extraña, Mercedes Guhl, ve en estos tipos de participación «un papel maternal» propio de las mujeres, cuando dice: Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana 2 7 Aunque no se trata de un trabajo exhaustivo y su énfasis analítico sobre el papel de las mujeres se centra únicamente en el papel histórico que jugaron las mujeres de la élite, no deja de mencionar las actividades que desarrollaron mujeres mestizas y esclavas, cuya participación en la independencia no sólo fue más numerosa, sino militarmente más importante. Gracias a esto la autora encuentra las explicaciones causales que llevaron a las mujeres a participar en unos hechos de los cuales estaban cultural y tradicionalmente excluidas: l 9 . Los lazos de parentesco, que por solidaridad familiar las llevaba a participar en la guerra. 2 9 . Los aspectos económicos asociados a las reformas borbónicas que llevaron a un aumento de los impuestos afectando sus patrimonios. 3 9 . El fortalecimiento de sentimientos patrióticos. 4 S . Razones personales especificas de diverso orden entre las que se incluyen la ambición por apoderarse de los bienes que sus parientes lograran por su participación en las guerras, fuera como botín o como recompensa; esto incluía no sólo recompensas económicas, sino también políticas. 9 5 . Las que vieron en la guerra la oportunidad para expresar su rebeldía personal contra la sociedad. Desde luego, la autora reconoce que no existía ningún tipo de solidaridad feminista que pudiera hacer surgir esperanzas de lograr mejoras sociales en su condición de mujeres y que les permitiera superar su tradicional papel de esposas Sin embargo estas mujeres tenían pocas formas de luchar. Hay casos excepcionales, como Evangelina Tamayo que participó directamente en batallas de independencia. La gran mayoría de ellas tiene un papel maternal hacia la independencia: la alimentan, la cuidan, la protegen. Lucharon a su manera, con medios femeninos: auspiciaron la formación de tertulias para difundir y discutir las ideas de la Ilustración, sirvieron de espías y contribuyeron con su dinero a la causa insurgente. Guhl, ob. cit., p. 120. 28 Alonso Valencia Llano y madres.18 Curiosamente, en la presente investigación mostraremos cómo fueron precisamente éstos dos roles de las mujeres construidos en la cotidianidad del suroccidente colombiano, los que van a permitir observar la forma en que las mujeres participaron en las guerras de independencia. Para lograrlo vamos a ver cómo las guerras independentistas y las contiendas políticas internas que las siguieron rompieron la cotidianidad de las mujeres caucanas tanto de la élite como de los sectores populares. En otro artículo titulado "Las mujeres en la independencia", Cherpak muestra cómo se dio la participación femenina en los procesos políticos que se iniciaron en Venezuela a partir de 1808. Esta vez el tratamiento del tema es mucho más exhaustivo y abundante en ejemplos sacados de la historiografía tradicional. Aunque no se nota un tratamiento crítico de las fuentes utilizadas, la autora logra mostrar la variada participación femenina en hechos militares, en tertulias, en actividades de apoyo, conspirativas y de solidaridad y, desde luego, las consecuencias de dicha participación. Respecto a esto, hace afirmaciones arriesgadas -y hasta anacrónicas-, quizás llevada por una cierta euforia feminista, y que no son suficientemente demostradas en el texto. Un buen ejemplo se tiene en la siguiente: Los sentimientos de nacionalismo criollo y de intenso patriotismo no eran desconocidos entre algunos de los miembros del sexo débil. Durante siglos, muchas mujeres habían desarrollado una conciencia de país y el sentimiento de que eran americanas y tenían intereses diferentes a los de los Respecto a esto Cherpak dice: "Probablemente la mujer no esperaba gozar en forma directa, como grupo, de los cambios económicos, legales y políticos que prometían las revoluciones. Su participación fue tangencial a cualquier mejora de su propia posición legal, política o económica v no esperaban ni deseaban más libertades que las que ya tenían. El desarrollo de un movimiento por los derechos de la mujer era improbable en una sociedad tradicional y conservadora, donde su puesto era seguro y bien definido. No hay evidencia disponible que indique que las mujeres se sintieron oprimida-o que hubieran desarrollado un sentimiento de solidaridad como grupo: 18 Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana españoles en el Viejo Mundo. Cuando sus hogares se vieron amenazados, ellas también se agruparon para defender lo que les era más cercano y significativo.19 Más que aportes teóricos que ayuden a explicar la participación de las mujeres, el trabajo de Cherpak aporta en el sentido de hacer sistemáticamente evidente las múltiples formas de dicha participación. Esto lo consideramos importante, porque ayuda a esclarecer la forma en que las mujeres participaron en la construcción de la sociedad republicana, conscientemente o no, con proyecto político o sin él, con el convencimiento de que estaban transformando la sociedad o sin él. Lo importante es que la historiadora Cherpak muestra que las mujeres participaron de un proceso que buscaba transformar el Estado que regía la excluyente sociedad colonial y les da un espacio en la historia de una república que tradicionalmente las ha ignorado y que sólo las reconoce en el papel de heroínas, una imagen masculina que destaca sólo algunas mujeres que lograron superar el anonimato. Con todas las limitaciones que este trabajo pueda tener, explicable por el escaso desarrollo de la historia de las mujeres de nuestro país, debemos decir que lo hemos tomado como guía para mostrar la forma en que las mujeres caucanas participaron, no sólo en la destrucción del Estado colonial, sino también en la transformación de la sociedad excluyente que lo sustentaba. Pretendemos mostrar cómo, más que desde una posición política, las estructuras sociales de la colonia fueron también transformadas desde una cotidianidad que fue rota principalmente por mujeres que individualmente se vieron afectadas por los hechos de la independencia. Esta ruptura de la cotidianidad las llevó a defender intereses de grupo, de familia, o los simples, precisos y sencillos intereses individuales de mujeres que debían ubicarse en la sociedad republicana que lentamente iba surgiendo. por lo tanto actuaron sin tener en cuenta algún cambio directo e inmediato para los miembros de su propio sexo. [...]" En Velásquez, ob. cit., p. 84. 19 Cherpak: «Las mujeres...», en Velásquez, ob. cit., p. 84. 30 Alonso Valencia Llano Las mujeres caucanas en los inicios de la sociedad republicana Debido a las estrechas relaciones de la Gobernación de Popayán con la Audiencia de Quito, el desarrollo de los hechos que condujeron a la independencia se remonta hasta 1809 cuando se inició el proceso de autonomía de aquel país, y que llevó a que varios de los comprometidos debieran huir de Quito y refugiarse en el valle del Cauca donde vivían algunos miembros de sus familias.20 Fueron precisamente estas personas quienes estimularon al Cabildo de Cali para que el 3 de julio de 1810 manifestara su apoyo al soberano español y desconociera el gobierno invasor que se había implantado en la península.21 En lo inmediato esto significó una profunda división entre las élites de la gobernación que se manifestó a partir de 1811 en el enfrentamiento entre las ciudades del sur -Popayán y Pasto- profundamente realistas, contra las del norte Cali, Caloto, Buga, Cartago, Toro y Anserma las que a partir del proyecto político conocido como «Ciudades Confederadas» decidieron enfrentar militarmente al Estado Colonial. El período de independencia fue sumamente largo (1810-1821) y durante él la región fue alternadamente ocupada por tropas patriotas y realistas, lo que se moderó a partir de 1821 con la batalla de Pichincha que dio libertad a Quito y cesó definitivamente a partir de 1824 cuando se libraron las batallas de Junín y Ayacucho que liberaron al Perú. Durante el período de guerra no se dieron mayores transformaciones sociales, pues seguían rigiendo los patrones coloniales; incluso durante los períodos de ocupación patriota se siguió aplicando casi en su totalidad la legislación colonial, 20 Sobre los hechos de la independencia de Quito puede consultarse Alonso Valencia Llano: «Elites, burocracia, clero y sectores populares en la independencia quiteña, (1809-1812)», en Procesos, N9 3, Quito, II semestre, 1992, p. 55 y ss. 21 Aunque existen muchos estudios sobre el tema puede consultarse la obra clásica de Belisario Palacios: Apuntaciones histórico-geográficas de la actual Provincia de Cali, Cali, imprenta de Eustaquio Palacios, 1889. Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana lo que se prolongó hasta después de la Batalla de Boyacá (1819) cuando el gobierno del vicepresidente Santander hizo grandes esfuerzos por construir una legislación republicana más acorde con la sociedad que se quería construir y que seguía los modelos de los Estados europeos. Para ello intentó eliminar los patrones sociales coloniales mediante la disminución del poder de la iglesia católica que tenía el control de las conciencias, estableció un sistema educativo más democrático al que tuvieron acceso amplios sectores de la población -incluidas las niñas- y prohibió que en los censos de población se mencionara la raza como patrón de clasificación introduciendo para ello categorías jurídicas.22 Aunque a estos intentos transformadores no les faltaron contradictores, con ellos se buscaba abrir espacios a grupos sociales que habían mostrado su capacidad de contribución a la nueva sociedad; se trataba principalmente de los grupos mestizos y de los negros esclavos y libertos, cuyos aportes en la gesta de independencia habían sido considerables. Esto hizo evidente un enfrentamiento social que se venía dando desde el período colonial en el cual sectores de la élite hicieron esfuerzos por controlar una población mestiza que se negaba a regirse por los patrones estamentales tradicionales.23 Por eso vecinos pobres de las ciudades y pueblos y muchos campesinos aprovecharon la oportunidad que brindaban las guerras, para buscar y lograr un equilibrio en el orden social, que fuera más acorde con el Estado republicano. Desde luego, en la contraparte, sectores de la élite cuestionaban un Estado que amenazaba destruir el orden social tradicional. Desde este punto de vista el proceso revolucionario en la Gobernación de Popayán se nos revela sumamente complejo y contradictorio, como lo es, igualmente, la participación femenina en él. Como se ha señalado, las mujeres parti22 David Bushnell: El régimen de Santander en la Gran Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia/Tercer Mundo, 1966. 23 Respecto a este tema pueden consultarse las obras de Eduardo Mejía Prado: Origen del campesino vallecaucano, Cali, Universidad del Valle, 1993, y de Margarita Garrido: Reclamos y representaciones, Bogotá, Banco de la República, 1994. 32 Alonso Valencia Llano ciparon en forma voluntaria de muy diversa manera; otras sólo sufrieron las consecuencias de la participación de sus esposos, padres, hermanos o hijos. Fuera pública o clandestina su participación; fuera voluntaria o como una consecuencia de la fuerza de los acontecimientos, lo cierto es que las mujeres participaron de la única manera en que durante aquella época podían hacerlo: a partir de su inserción en un grupo social -la élite, los mestizos campesinos o habitantes pobres de los pueblos y ciudades, y los esclavos- y, desde luego, con su participación defendieron intereses particulares, de familia o de grupo sin que ellos entraran, en contradicción con las ideas libertarias que estaban en boga. Identificar dicha participación e intereses es lo que nos proponemos estudiar en las páginas siguientes. De la cotidianidad femenina al heroísmo La historia tradicional nos muestra a las mujeres que participaron en la independencia de Colombia como las «heroínas». Para el caso de la Gobernación de Popayán esta visión no es tan fácil, pues aquí los estudios mencionan pocas mujeres en estos roles. Esto no significa que no participaran en la guerra, sino que los historiadores han considerado que su participación no fue importante, con la excepción de algunos pocos casos; desde luego, los más destacados son los de las señoras de la élite, que debieron padecer la persecución familiar, el sacrificio de algunos de sus familiares o la pérdida de sus fortunas para que triunfara un proyecto político del cual sus familias serían las principales beneficiarías. Desde el punto de vista político debemos reconocer que estas mujeres estaban mejor preparadas que las de otros sectores sociales para entender los cambios que se proponían lograr los miembros de sus familias, fuera por conversaciones privadas o en tertulias, fuera porque la educación que recibían les permitía leer los documentos impresos que circulaban y la correspondencia privada, o porque les permitía asimilar las propuestas filosóficas que sustentaban el nuevo proyecto político. Pero no era solamente la formación intelectual; en su participación política influyó la experiencia que habían Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana logrado durante la colonia que les permitía desarrollar actividades diferentes a las que les señalaba una tradición que buscaba reducirlas al hogar, en un tradicional papel de esposas, madres e hijas. Así, muchas mujeres desarrollaron actividades económicas fundamentales tales como administración de herencias, de haciendas, de minas y de cuadrillas de esclavos; también se desempeñaron en el comercio al por mayor y al menudeo, y compitieron con las instituciones eclesiásticas por el control del sistema crediticio de la época. Se trataba de actividades que superaban lo doméstico y que las sacaba de una esfera socialmente considerada privada y las colocaba en lo público. Para ello las mujeres enfrentaron duras realidades tales como la viudez, que automáticamente las colocaba como jefes de familia con la responsabilidad de administrar el patrimonio familiar pues, muchas veces, eran nombradas como albaceas de sus hijos. Pero también muchas mujeres no esperaron a la condición de viudas para ganar espacio en la sociedad colonial, pues debieron tomar a la fuerza el control de sus familias y del patrimonio familiar para enfrentar un esposo dilapidador, al que se veían obligadas a demandar en juicio para preservar la dote y las gananciales del matrimonio y salvar así la sustentación propia y de los hijos, lo que en muchas ocasiones llevaba al divorcio. Esto las obligaba a actuar en la esfera pública y demostrar que eran mucho mejor administradoras que sus esposos, pues acrecentaban el capital y vigilaban la educación formal e informal de los hijos e hijas hasta colocarlos en situaciones que garantizaban su subsistencia. De igual inteligencia y habilidad hicieron gala cuando fueron colocadas en los conventos y por su condición social llegaron a regentarlos, pues mostraron ser también excelentes administradoras, como lo prueba las enormes fortunas que dichas instituciones llegaron a acumular.24 24 Respecto a estas actividades véase Isabel Cristina Bermúdez: Imágenes y representaciones de la mujer en la Gobernación de Popayán, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, Corporación Editora Nacional, 2001. Referencias más generales sobre el tema y algunos estados de la cuestión sobre el mismo pueden consultarse en Suzy 34 Alonso Valencia Llano Esto, desde luego, no se rompió con la independencia, puesto que desde el punto de vista socioeconómico los cambios se sintieron en forma muy lenta. Desde este punto de vista puede decirse que no es perceptible una ruptura en la participación social de las mujeres entre el período histórico de la colonia y el republicano; pero sí podemos decir que la independencia fue un período de primordial importancia para las mujeres caucanas, pues les permitió no sólo consolidar las actividades públicas que hemos mencionado, sino que las obligó a participar en actividades políticas y militares de las cuales habían estado excluidas. Y lo que es igualmente importante: amplió el número de mujeres que vieron rota su cotidianidad y se vieron obligadas a desarrollar actividades que antes eran monopolizadas por los hombres. De esta manera se puede superar la mirada superficial sobre la participación de las mujeres caucanas durante el proceso de independencia que las muestra en su papel de heroínas, tal y como lo revela el cuadro # 1. Esta visión es relativamente fácil de explicar en tanto que la historiografía tradicional sobre el período ha resaltado las actuaciones militares de muchos hombres y unas cuantas mujeres, que sacrificaron sus vidas, sus familias o sus fortunas para defender lo que entendían como «la libertad»; desde luego, es la visión heroica de la historia que pretende ver en muchos hombres y unas cuantas mujeres a los padres y madres de la patria y cuya función no es otra que servir de ejemplo a las generaciones futuras. No tenemos muchos datos acerca de la forma en que se inició la participación femenina en las contiendas, pero contamos con la memoria escrita por uno de los más conspicuos observadores de los inicios de la independencia, «el abanderado» José María Espinosa, quien acompañó al general Antonio Nariño en la liberación de las Provincias del Cauca a partir de 1813. Espinosa muestra cómo las hijas de Nariño Bermúdez: Hijas, esposas y amantes, Bogotá, ed. Uniandes, 1992; ver especialmente su artículo: «La condición femenina durante la conquista y la colonia: análisis de escritos sobre el tema», pp. 59 y ss. Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana 7 quienes fueron sacrificadas en la plaza de Santander de Quilichao.28 El general José María Obando relata los abusos que se cometieron en Popayán cuando era realista, pues don Basilio García, le había ordenado realizar un empréstito forzoso de 8.000 pesos de algunas familias de Popayán, «cuya conducta política empezaba a ser sospechosa a los ojos de los españoles», con la amenaza que quienes no pagaran lo señalado serian remitidos a Pasto «en una enjalma, de la misma manera que lo habían sido algunas mujeres realistas de Popayán al puerto de Buenaventura». Lo curioso de este empréstito consistió en que fue cubierto por las mujeres, pues ante la situación militar del momento la mayoría de los hombres se encontraba ausente. Esta situación se vio agravada por el hecho de que no se disponía de dinero lo que hizo que las señoras acordaran pagar el empréstito de diversas maneras: así la esposa de don José Diago pagó con sus joyas; la señora de don José María Mosquera pagó con unas reses que tenía enmontadas; doña María Josefa Hurtado fue la única que pagó en dinero. No sobra mencionar que hubo muchos acuerdos entre estas señoras y Obando que llevaron a que las cantidades que pagaran fueran realmente inferiores a las que se les señalaron.29 Pero como dice el mismo Obando, los abusos no fueron cometidos únicamente por los españoles, puesto que el coronel Simón Muñoz, cuando cambió de bando y se unió a los patriotas, «tuvo a bien hacer una salida, y recorriendo por el territorio de Timbío, robó, azotó mujeres y despechó de nuevo esos habitantes.»30 Esto no fue muy diferente a lo que ocurrió en Pasto durante la dominación del patriota Juan José Flórez: [...] las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, Ibíd., p. 148. José María Obando: Apuntamientos para la historia, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1945, pp. 33-34. 30 Ibíd., p. 29. 28 29 Alonso Valencia Llano al hermano, y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho saliese a la calle llevando a su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco, antes que otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y de refugiadas, fueron también asaltados y saqueados [...]31 De estos atropellos no se escaparon ni las mujeres embarazadas ocultas en los conventos, pues de allí eran sacadas por las tropas patriotas. Un ejemplo de esto se tiene en la esposa de Obando, quien fue sacada del convento de La Encarnación en Popayán.32 A esto se agregó la corrupción de las costumbres, pues como lo afirma José Manuel Restrepo: En aquella época desgraciada los padres no tenían seguras a sus hijas, ni los maridos a sus esposas, pues a cada momento podía corromperlas un seductor, prevalido del terror que habían inspirado los pacificadores. Cualquiera oficial español que pretendía liberarse de la presencia incómoda de un padre o de un marido, o que deseaba apoderarse de sus bienes le fraguaba un proceso como insurgentes [...]33 Todo esto también llevó a que muchas familias de la élite enfrentaran la independencia huyendo.34 Las voluntarias Aunque la historiografía tradicional ha resaltado el papel de las heroínas, lo cierto es que la mayoría de las mujeres de la época sufrieron la independencia de muy diversas maneras. Desgraciadamente por la selectividad de las fuentes Ibíd., p. 38. Ibíd., p. 123. 33 Restrepo, ob. cit., Tomo II, p. 149. 34 Algunos ejemplos acerca de familias de la Gobernación de Popayán que siguieron esta conducta pueden verse en José Manuel Restrepo: Diario de un emigrado, Bogotá, Librería Nueva, 1878, pp. 76-77. 31 32 Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana iniciaron una participación simbólica en el ejército de su padre cuando este estaba inmerso en la primera de nuestras contiendas civiles, la de «La Patria Boba»: El general Nariño hablaba a todos de un modo jovial y acompañaba a las señoras a visitar el campo y a presenciar las maniobras; dos de sus hijas se presentaron más tarde con divisas militares haciendo de artilleros, y una de ellas (la señorita Mercedes) aplicó el botafuego al cañón con grande impavidez.25 Desde luego, esto no puede considerarse seriamente como una participación femenina en la guerra, pero si puede ser considerado como un estímulo a dicha participación, la que se incrementó en septiembre de ese mismo año cuando Nariño inició su campaña militar sobre las provincias del Cauca que antes conformaban la Gobernación de Popayán. Las referencias a la participación femenina en la Gobernación de Popayán son bastante dispersas y se concentran sobretodo en las zonas de Cali, Buga y Toro que se caracterizaron por ser más abiertamente oposicionista a la dominación colonial que Popayán o Pasto. En Cali, por ejemplo, se menciona las persecuciones que sufrió doña Mercedes Martínez del Coso y Scarpetta por no denunciar el paradero de su esposo, lo que la llevó a ser «montada en un asno, paseándola por las calles de la ciudad, agregando a esta infame burla los insultos e injurias de la soldadesca y del bajo pueblo». En Palmira se ordenó azotar a doña Dorotea Castro, «quien favorecía con armas y dinero, hombres y semovientes a la guerrilla que comandaba el mayor Pedro Murgueitio». En 1817 doña Vicenta Vaca escondió las armas que con las que las guerrillas patriotas esperaban invadir el Chocó. En Popayán doña Teresa Torres, hija de Camilo Torres, fue puesta en capilla, sometida a consejo de guerra; en 25 José María Espinosa: Memorias de un abanderado. Recuerdos de la Patria Boba. 1810-1819, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Imprenta Nacional, 1942, p. 21. Alonso Valencia Llano la cárcel de esta misma ciudad estuvieron doña Ignacia Arboleda y doña Gabriela Arroyo. Participaciones militares más directa se dieron por parte de mujeres de sectores populares en 1819, cuando una guerrilla integrada por mujeres de Llanogrande (Palmira) asaltó las tropas del gobernador Pedro Domínguez en «El Guanábano», derrotando y dando muerte al mencionado gobernador. Igual participación femenina ocurrió en Buga durante la Batalla de San Juanito.26 Otros ejemplos de la forma en que surgen las heroínas se tienen con la reconquista española de Popayán en 1816, que se caracterizó por una serie de actos represivos de los cuales no escaparon las mujeres. Los casos más sobresalientes fueron los abusos cometidos por Francisco Warleta, quien se destacó no sólo por imponer empréstitos exagerados, sino también por mandar fusilar a cuanto patriota encontrara en las prisiones o en los caminos, pagando penas o gozando de salvoconductos de libre movilización. Pero sus abusos no se quedaron en la represión sobre los hombres, sino también en la que realizó sobre indefensas mujeres, que debieron pagar el hecho de formar parte de familias patriotas. El caso más destacado se presentó cuando en Buga mandó apresar a las señoras Cabal «haciéndoles remachar cadenas en los pies, sin embargo de ser jóvenes honestas y recogidas; era su delito el no confesar donde estaba oculto el General republicano José María Cabal, su pariente inmediato.»21 Su ejemplo fue seguido por un patriota, don Joaquín Valdés, teniente del Batallón Numancia, quien en la plaza de la ciudad de Toro mandó atar a una mujer «y condenó a un hijo de la misma para que la azotara»-, ante la negativa, el hijo fue muerto a planazos de machete por el mismo teniente, quien mandó azotar otras mujeres de la misma ciudad a las que exponía en la misma plaza a la vergüenza pública. Más tarde, Warleta, pretendió enviar a las mujeres de Llanogrande a construir el tenebrosos camino de Anchicayá; casos más drásticos se dieron con Carmen Olano y Petrona Montes 26 27 Vernaza, «Homenaje a la mujer...», pp. 28-29. Restrepo, ob. cit., tomo II, p. 146. Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana históricas y las connotaciones de clase que dicha selectividad tiene, no nos quedan muchos registros de cómo sectores diferentes a los de élite "padecieron» las guerras. No sabemos, por ejemplo, cómo y por qué muchas mujeres de las familias campesinas, indígenas o esclavas, terminaron inmersas en un proceso que transformó la sociedad; pero sí sabemos que participaron, aunque muchas de ellas no superaron el anonimato de su participación y fueron registradas simplemente como «voluntarias», «Juanas», cuando no como «soldaderas», nombres que ocultaba cierto desprecio, como podremos observar más adelante cuando mencionemos la participación política de la mujer en las contiendas civiles del Siglo XIX. Respecto a esto no podemos olvidar que, por lo menos para el caso colombiano, la mayoría -si no todas- de las «heroínas» eran mujeres que provenían de sectores populares. Esto nos muestra que la participación política de las mujeres tiene -aunque suene anacrónico para la época que se estudia- una connotación de clase. Lo que esto significa en pocas palabras, es que fue mucho más amplia la participación femenina de origen popular que la de élite; esta participación es resaltada de la siguiente forma por Asunción Lavrin: La participación de las mujeres en las transformaciones políticas determinadas por estas guerras tuvo la forma que ya se supone de combatir y dedicarse al espionaje por ser las más atrevidas, o de seguir a los ejércitos como soldaderas, o de abastecimiento económico por otras. En esta ocasión histórica, así como en otras en que las mujeres han tenido participación en las guerras, ha habido dos tipos principales de mujeres: las que actuaban como soldados y las soldaderas, Las primeras lograban tener respeto y rango entre sus compañeros de lucha varones al asumir papeles masculinos y proyectar una imagen de liderazgo activo que modificaba su femineidad. La soldadera por el contrario, desempeñaba los trabajos que se esperaban de una mujer en un anonimato tradicional. Solamente se recuerda a la mujer que actuaba como soldado. Esta situación confirma la suposición de que, bajo ciertas circunstancias, la imitación de la conducta del 40 Alonso Valencia Llano hombre logra el reconocimiento en favor de las mujeres porque el hombre siempre ha sido considerado como superior.35 La participación de mujeres de estratos populares se dio desde los orígenes mismos de la independencia. Espinosa, por ejemplo, se refiere a la actividad de revendedoras en los alborotos del 20 de julio de 1810 en Santafé, pero también relata un hecho, que parece no haber tenido precedentes: Aquí ocurrió un incidente que por tener tanto de poético como de prosaico, merece referirse. En pos del ejército iba una bandada de mujeres de pueblo, a las cuales se ha dado siempre el nombre de voluntarias (y es muy buen nombre porque estas no se reclutan como los soldados), cargando morrales, sombreros, cantimploras y otras cosas.36 Aunque inicialmente su presencia fue vista como un estorbo que retrasaba la marcha de los ejércitos, Espinosa señala la utilidad que estas mujeres llegaron a significar para unos ejércitos improvisados como lo fueron los que participaron en la independencia, pero también intenta explicar por qué las «voluntarias» abandonaban sus hogares y marchaban detrás de las tropas, cuando dice que trató con respeto: a estos auxiliares muy útiles, a quienes el amor o el patriotismo, o ambas cosas, obligaban a emprender una dilatada y trabajosa campaña. El general Bolívar mismo reconoció en otra ocasión que no era posible impedir a las voluntarias que siguiesen al ejército, y que hay no sé qué poesía y encanto para la mujer en las aventuras de la vida militar.37 No tenemos muchos datos acerca de la participación de este ejército auxiliar en los combates. Sabemos que las pocas mujeres que se enfrentaron militarmente en batallas han 35 36 37 Lavrin, ob. cit., pp. 19-20. ob. cit, p. 27. Ibid. Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana sido reconocidas como heroínas, pero ignoramos lo que ocurría con la gran mayoría. Tampoco sabemos por qué participaban, qué hacía que una mujer abandonara su hogar para seguir a un hombre o a un ejército poniendo en riesgo sus vidas. Las respuestas no pueden ser más que hipotéticas preguntas: ¿se trataba de mujeres pertenecientes a sectores urbanos que seguían a sus hombres recién reclutados? ¿se trataba de sectores desposeídos de bienes materiales que buscaban participar en los saqueos que se presentaban después de los combates? ¿se trataba de mujeres campesinas sin tierra que simplemente seguían a sus hombre? o ¿el mensaje patriótico había sido tan efectivamente transmitido que las mujeres estaban luchando por la Patria? Algunos intentos de respuesta a interrogantes similares fueron dados por Lavrin: En su mayor parte, la participación de las mujeres en las guerras les produjo muy pocas recompensas, incluso a las heroínas, quienes casi nunca obtenían pensiones o las ganancias materiales de que gozaban los hombres. Las mujeres colaboraban con el movimiento sin ambiciones políticas de ninguna especie, puesto que no habían sido educadas para pensar políticamente o porque no se consideraban a sí mismas como seres políticos de la misma manera en que lo hacían los hombres. Fueron muchas las que vieron su participación en las guerras a la luz de un sacrificio noble, que durante mucho tiempo había sido una de sus más importantes normas de conducta.38 Estas respuestas no son satisfactorias sobre todo en lo que se refiere al ámbito político, pues no tenemos por qué aceptar que el único ideario político sea el de los hombres. El hecho es que las mujeres participaron en las guerras y que las guerras son una de las formas de expresión de la política; son formas de confrontación que se asumen en la lucha por el poder. Lo que sí es innegable es que las explicaciones a la participación política femenina en la independen38 Lavrin, ob. cit., p. 20. 42 Alonso Valencia Llano cia tienen muchos elementos que pueden estar en los registros de los comportamientos individuales y pueden tener que ver con los sentimientos; un doloroso caso ocurrido en el pueblo de Mercaderes es ilustrativo al respecto: [...] a poco andar vimos a una mujer que estaba llorando sentada al pie de un árbol: era una de las voluntarias, la cual interrogada por unos soldados sobre la causa de su llanto, les dijo señalando hacia el monte, a un lado del camino: «¡Vean allí a mi marido!» Todos miramos hacia la parte que ella nos mostraba y vimos a un hombre que pendía de otro árbol.39 Hubo, desde luego, participación político-militar directa, explicada por los deseos de venganza, como el caso de María Antonia Ruiz, quien ante el fusilamiento de su hijo, ordenado por Warleta, recorrió los campos del Valle del Cauca incitando a la rebelión y llegando, incluso, a participar como soldado en la batalla de San Juanito, el 29 de septiembre de 1829.40 Y, desde luego, se dio la participación política más directa, como en los casos en que la participación en los ejércitos y en los combates no se dio del lado revolucionario, pues en los ejércitos españoles también participaron mujeres y si bien en ellos, quizás por ser un ejército más profesional, no encontramos el «ejército auxiliar de mujeres voluntarias», si encontramos mujeres participando como soldados tal y como ocurrió en el combate del Bajo Palacé, en 1813, un tema que ha sido dejado de lado por nuestra historia patria: Entre los prisioneros de esta jornada cayeron varias mujeres vestidas de hombre, que peleaban al lado de los soldados, y entre los muertos se hallaban también algunas. No hay duda que las voluntarias realistas les ganaban en entusiasmo a las voluntarias patriotas, aunque estas también solían exponerse a muchos peligros.41 Espinosa, ob. cit., p. 44. Raúl Silva Holguín: Valle del Cauca. Tierra de promisión, Cali, imprenta Departamental, 1960, p. 112. 41 Espinosa, ob. cit., p. 37. 39 40 Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana La ruptura de la cotidianidad No es nuestra intención hacer un estudio de la cotidianidad de las mujeres caucanas durante las guerras de independencia, tema que rebasa las pretensiones de la presente investigación.42 Nuestro interés consiste en mostrar cómo la guerra cambió las prácticas cotidianas y cómo las mujeres enfrentaron dichos cambios, en un período que se caracterizó por represiones y abusos sobre las mujeres de los criollos, por la conscripción de los hombres de las mujeres mestizas y por el desvertebramiento de las familias esclavas cuyos hombres fueron enviados a la guerra. Con ser esta represión y abusos graves de por sí, lo más importante es que la guerra y la situación de inestabilidad que ella creó, consolidaron y ampliaron los roles que las mujeres caucanas de la élite venían desarrollando desde el período colonial, pues muchas de ellas debieron tomar el control de sus hogares. Como se mencionó antes, esto no era nuevo, pues los censos coloniales muestran como en el valle del Cauca en general y en Cali en particular la mayoría de los jefes de hogar eran mujeres.43 Aunque la situación no era nueva, 42 Curiosamente, la cotidianidad de las mujeres no ha sido estudiada a pesar de que existen importantes esfuerzos por abordar el tema del diario transcurrir de la vida. Los principales aportes en este sentido están contenidos en la obra editada por Beatriz Castro: Historia de la vida cotidiana en Colombia, Bogotá, ed. Norma, 1996, en la que a pesar de la abundante y desigual calidad de las colaboraciones, se siente la ausencia de un estudio acerca de la cotidianidad durante un período tan difícil, especialmente para las mujeres, como lo fue el de la independencia. Ante esto debemos reconocer que el estudio de la cotidianidad colombiana publicado en Londres en 1822 por Baldwin, Cradock y Joy sigue siendo el mejor. Véase Colombia: relación geográfica, topográfica, agrícola, comercial y política deste país, adoptado para todo lector en general y para el comercio y colono en particular, Bogotá, Banco de la República, tomo I, pp. 245 y ss. Algunos elementos teóricos acerca del tema, abordados desde una perspectiva marxista, pueden consultarse en la obra de Agnes Heller: Historia y vida cotidiana. Aportes a la sociología socialista, México, ed. Grijalvo, 1985. 43 Eulin Castro: «La mujer en la sociedad colonial siglo XVIII, un estudio demográfico», Cali, Universidad del Valle, trabajo de grado inédito, 1991. 44 Alonso Valencia Llano ella puede ser explicada por un hecho simple: la propuesta de autonomía política debió ser defendida con las armas, lo que exigió que muchos hombres de la élite se improvisaran como soldados y como tales marcharan a los campos de batalla.44 Esta participación militar que se prolongó desde 1811 hasta 1821 implicó la muerte de muchos de ellos, la huida a los montes y selvas de los que fueron derrotados, la cárcel y el destierro para los que cayeron en manos de los enemigos y una vida militar permanente y el desempeño de cargos públicos en lugares apartados para otros. Debido a esto, muchas mujeres caucanas en condición de viudas o de esposas solas, debieron desempeñarse como jefes de hogar con todas las responsabilidades que ello implicaba. Lo que escribiera en 1816 doña Jerónima Caizedo de Vergara a don Sebastián Herrera, es bastante elocuente acerca de esta situación: en Cali «... era imposible hallar un hombre». Por esto la represión cayó sobre indefensas mujeres quienes fueron perseguidas y desterradas por no revelar los paraderos de sus esposos e hijos.45 Esta labor de madres tuvo una derivación durante las guerras, cuando suplieron la asistencia social de familiares conscriptos. Aunque sobre esto hay muchos ejemplos bástenos con citar el caso de José María Espinosa, el famoso «abanderado» de los ejércitos patriotas en el Cauca, quien agradece en los siguientes términos la ayuda que le prestaron las señoras Valencia, miembros de una de las más tradicionales familias de Popayán, durante el años de 1813: [...] don Camilo Torres [...] me recomendó a las señoras Valencias, familia de las más distinguidas de aquella ciudad, y ellas me recibieron y atendieron, como quienes eran, con finas atenciones y suma bondad, y fueron mi mejor apoyo antes de la expedición a Pasto. No dudo que después de 44 V José Ignacio Vernaza: «El Obispo procer. Excelentísimo Sr. Doctor Don José de Cuero y Cayzedo, Obispo de Cuenca y Quito» en Cali en su IV Centenario..., pp. 14-15. 45 Vernaza: «Homenaje a la mujer...», p. 26. Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana nuestro triste regreso me hubieran atendido de la misma manera: hasta me hicieron instancias para que continuara aceptando sus servicios pero yo los rehusé constantemente, porque me daba vergüenza, no sólo presentarme en su casa con una traza tan poco decente como la que traía, sino seguir siéndoles gravoso. No obstante estas buenas señoras, con las precauciones debidas y para no ofender mi delicadeza, hacían llegar de cuando en cuando a mis manos indirectamente algún obsequio, que yo agradecía con todas veras, como lo agradezco todavía hoy. Sin esto, mi suerte habría sido allí la más desgraciada.4® Pero los cambios no se sintieron solamente en la asistencia a familiares conscriptos, pues de hecho la guerra había roto una cotidianidad que descansaba, para el caso de la élite payanesa, sobre lo que producían las haciendas. Esta situación económica era más o menos general, según lo decía en 1813 Agustín Ulloa del Campo, cuando a nombre suyo y de sus tías María Teresa Olavarri y Bartola del Campo y en el de sus hermanas: María Trinidad, María Josefa, María Francisca, María Antonia y María Ignacia Ulloa, solicitó la rebaja de los réditos de varios principales que recaían sobre unas minas de su propiedad, teniendo en cuenta «el gran destrozo y graves perjuicios económicos que sufriera la mina «Dominguillo» y «El Real de Minas de Santa Bárbara», con ocasión de las guerras republicanas a las cuales «el bárbaro Warleta» despojó de esclavos, de lingotes de oro y de mujeres, para remitirlos a Cali». Ante la incapacidad de los funcionarios por resolver el caso, en 1826 se vio obligado a pedir que los acreedores nombraran un administrador para que de cuenta de ellos «gobiernen» las minas y se cobraran lo adeudado.47 Algo similar ocurrió con doña Josefa Antonia Rada, quien en 1827 poseía una casa en Popayán con valor de $5.000 sobre la cual debía $1.000. Por las circunstancias de la guerra la Espinosa, ob. cit., pp. 72-73. Archivo Central del Cauca, signatura 6515 (Independencia, JII2cv). En adelante se citará: ACC., sig. 46 47 46 Alonso Valencia Llano señora se había visto obligada a abandonar la ciudad, por lo que no pagó los réditos que importaba el capital, ante la demanda de los acreedores se vio obligada a solicitar rebaja de los intereses, lo que logró.48 Otras de las responsabilidades de las mujeres, y de las más gravosas por cierto, fueron las que adquirieron con el Estado, fuera el colonial o el republicano que se intentaba construir, y que se referían al pago de «contribuciones» o «donativos» para el sostenimiento de las tropas en contienda o las apremiantes necesidades de las oficinas públicas. Esto ocurrió en 1816 cuando el gobernador don José Solís decretó, por orden del «pacificador» Pablo Morillo, un gravamen que debía ser pagado por las familias de los patriotas. La lista de contribuyentes que para el efecto se elaboró sirve como indicativo para ver cómo la medida afectó a las señoras de la élite, pues María Josefa Hurtado debió pagar $10.000.oo; Ignacia Larrahondo $1.000.oo; Ursula Arboleda $500.oo, mientras que María Ignacia Arboleda y Rosa Quiñones debieron entregar 10 fanegadas de maíz.49 Existen mayores registros sobre las «contribuciones» cobradas por las autoridades republicanas, que obligaban a que algunas madres de familia diseñaran estrategias que les permitieran conservar el menguado patrimonio familiar. Como ejemplo podemos observar a doña María Tomasa Cobo de la Flor quien en 1816 ofreció entregar a la tesorería algunas piezas de plata labrada y un esclavo, en calidad de «donativo», para cubrir las partidas que se le habían asignado ya que las consideraba «tan justas y necesarias para la defensa de la Provincia». El problema consistía en que de no recibírsela deberían esperarla pues se «halla falta de dinero por el saqueo que experimentó de sus enemigos». Posteriormente la señora cubrió en efectivo las contribuciones que le correspondieron por su hacienda de San Jerónimo, en Palmira. El mismo año se encontró en una situación parecida doña María Josefa Montoya, quien solicitó una prórroga para pagar sus 48 49 ACC., sig. 5311 (Independencia, JI-lOcv). Gómez, ob. cit., p. 198. Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana contribuciones hasta que se le resolviera una mortuoria; ella debería contribuir por su hacienda del Abrojal, lo que afirmó con la siguiente frase: «Cuenten Uds, que agitaré activamente sobre esto: considero las necesidades de la Patria».50 La imposibilidad de otras viudas para pagar sus contribuciones no fue planteada en términos tan patrióticos. Doña María Prieto, por ejemplo, se negó a pagar porque sus bienes estaban embargados para cubrir deudas dejadas por su difunto marido y porque ella carecía de recursos. Igual sucedió con doña Juana María Camacho, viuda de Joaquín de Caicedo y Cuero, a quien se le cobraban contribuciones que correspondían al Sr. Obispo José de Cuero y Cayzedo que se negó a pagar por no ser ella su apoderada, si no su difunto marido; el argumento en este caso fue jurídico: «los poderes no son trascendentales a las viudas», a lo que se agregó el hecho de que el Estado le estaba debiendo a ella mayores cantidades.51 A menudo estas negativas a pagar empréstitos ocultaban intenciones de engañar al fisco, tal y como sucedió en 1820 con doña Gertrudis Muñoz, quien dijo no tener de donde dar 15 pesos de donativo «y que solo puede dar un negro», pues las autoridades descubrieron que en su hato de Juntas del Dagua tenía 40 reses.52 Las contribuciones se siguieron cobrando con cierta regularidad, pues en 1820, aparecieron varias mujeres entre los grandes contribuyentes de Caloto, zona que debería pagar un donativo de guerra por valor de $5.000; entre ellas encontramos a Gabriela Pérez de Valencia propietaria de «El Arroyo» quien debía contribuir con $100, Antonia Yanguas con $250, Dionisia Mosquera propietaria de «Gelima» con $125 y María Ignacia Arboleda con $100.53 Estas cifras, a pesar de ser importantes, pueden ser consideradas irrisorias si se les compara con las contribuciones que se pagaron en Cali donde una sola hacendada -Margarita Barona- pagó 50 51 52 3 ACC., sig. 533, (Independencia, CI-4b). ACC., sig. 533, (Independencia, CI-4h). ACC., sig. 1012, (Independencia, CI-16h) ACC., sig. 4 (Independencia, I - c ) . 48 Alonso Valencia Llano SS.OOO.54 Otras propietarias pagaron sus contribuciones de guerra con reses, son los casos de Doña María Angela Valencia y Doña Matilde Pombo de Arboleda de Caloto, quienes en 1822 entregaron 71 reses para el abasto de tropas, las que fueron evaluadas en $509.55 La situación de guerra hizo que las «donaciones» -en realidad se trataba de contribuciones forzosas- no cesaran, y aunque ellas no nos van a revelar más las actitudes de las mujeres frente a este mecanismo financiero del Estado, sí nos permiten ver cómo éstas lograron conservar sus haciendas después de la guerra. Así la contribución ordenada en 1822 nos permite identificar las propietarias de Caloto: María Teresa Hurtado, Doña María Ignacia Arboleda, Doña María Ignacia y Doña Bartola del Campo y Gabriela Pérez de Valencia. Lo interesante es que esta vez el descontento que tales imposiciones producía no fue expresado por las mujeres como ocurría durante la guerra, sino por un hombre quien se quejó acerca del estado de ruina en que se encontraban las haciendas debido a «las contribuciones políticas, raciones, donativos y destrozo por las tropas».56 Este ejemplo fue seguido por otros propietarios que debían pagar la contribución anual decretada por el Congreso, entre los que se encontraba doña Matilde Pombo de Arboleda, quien el mismo año se quejó de que las haciendas de su propiedad «más bien... son gravosas que lucrativas».51 Igualmente, las contribuciones de 1827 nos muestran que entre los 30 hacendados del Cantón de Caloto existía la hacienda de «San José» de la Sra. Rafaela Valencia en Quilichao, la de «Pílamo» de Doña Bárbara Asprilla, «La Dominga» de Doña Gabriela Valencia.58 Entre las 7 haciendas del norte del valle del Cauca se encontraba la hacienda ACC., sig. 1044 (Independencia, CI-15cp). ACC., sig. 1358 (Independencia, CI-15cp). 56 ACC., sig. 1331 (Independencia CI-15cp). 57 ACC., sig. 1328 (Independencia, CI-15cp). En este documento existen quejas similares de otros hacendados quienes también mencionan la situación ruinosa de sus economías. A . , ig. (Independencia, I - ) . 54 55 Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana «Miguel Sánchez» de propiedad de Micaela Salviejo y «La Honda» de María Josefa Rentería, quien la había heredado de su difunto esposo José Bermúdez;59 Se trataba, sin duda, de hacendadas exitosas como lo muestran algunas de las consignaciones de alcabalas, hechas por María Josefa Caycedo hacendada de Cali y las grandes contribuciones que se cobraban.60 Por otra parte, el hecho de que estas propietarias fueran en la mayoría de los casos «mujeres solas», las mostraba como indefensas frente a funcionarios corruptos, lo que las obligaba a recurrir a la ley. Es el caso de un «donativo» solicitado para avituallar las tropas del general Manuel Valdés en 1820, cuando la señora María Josefa Hurtado entregó $1.500 a Manuel José Jironza quien estaba encargado de recoger el dinero, pues éste sólo entregó $1.380 quedándose con el saldo, el que sólo fue devuelto en 1826 cuando luego de la denuncia de la señora se amenazó con embargar los bienes de Jironza.61 Las amenazas al patrimonio familiar no llegaban siempre de funcionarios del Estado, pues en muchas ocasiones eran los esposos los que se encargaban de dilapidarlo lo que obligaba a las esposas a estar vigilantes, tal y como ocurrió con María Joaquina Astaísa quien en 1827 debió demandar a su marido Marcos Garzón por haber dispuesto de un ganado que era de su propiedad.62 Otros peligros estaban representados en los administradores de las haciendas, quienes pretendían aprovecharse de las viudas; así en 1820 doña Joaquina Valencia debió apoyarse en su yerno para demandar la entrega de la hacienda «El Avispero» y para que los administradores Tomás Carvajal, José Antonio Armida y Joaquín Pérez rindieran las cuentas de sus administraciones. Esta hacienda le correspondía de la mortuoria de su marido.63 Ocurría con frecuencia que se presentaban «avivatos» para realizar cobros por deudas inexistentes como el 2 de 59 60 61 62 63 ACC., Sig, 3980 (Independencia, CII-16a). ACC., sig. 4615 (Independencia, CII-19a). ACC., sig. 2319 (Independencia, CI-21h). ACC., sig. 5525 (Independencia, JI-12cv). ACC., sig. 5574 (Independencia, JI-12cv). 50 Alonso Valencia Llano julio de 1827 cuando María Manuela Varona, viuda del Coronel Francisco José de Caldas -el «Sabio»- se vio obligada a demandar a Manuel Esteban Arboleda, hijo de Antonio Arboleda, quien le estaba cobrando $1.560 pesos a que alcanzaba una suma supuestamente prestada por Antonio al "Sabio" para que comprara una imprenta; la viuda pudo demostrar que este señor no había prestado el dinero en mención y que por lo tanto el cobro era ilegal.64 Los patrimonios familiares no sólo eran amenazados por estos «donativos», intentos de estafa y cobros ilegales, pues sobre ellos gravitaban también la exigencia de entregar esclavos para los ejércitos y, lo que era considerado más grave, que algunos esclavos aprovechaban la confusa situación política para huir, lo que obligaba a la contratación de «cazadores de esclavos» para que los cogieran y los regresaran a sus amos. Esto fue precisamente lo que le ocurrió a María Josefa Hurtado en 1826 cuando debió pagarle $25 a Juan Domingo Sarria por traerle desde el Patía una negra huida.65 La complejidad de las dificultades por las que pasaba una mujer jefe de hogar se puede ejemplificar en doña Josefa, pues aparte de entregar «donativos» y de administrar esclavos que aprovechaban su condición de mujer sola para escaparse, debía explotar las minas del «Cayado» y «Agua Clara», cuya producción había entrado en crisis también como una consecuencia de la independencia. Estas minas en 1825 produjeron solamente 58 pesos 7 reales, a lo que se agregaba el impacto de las reformas sociales que desarrollaba la república tales como la liberación de vientres, pues la señora se quejaba de «la pérdida de los negritos manumitidos que han nacido en el mismo año de 1825».66 La guerra no perjudicaba únicamente lo relacionado con lo profano, pues de la difícil situación no se escapaban ni las cosas divinas, en este caso «la lámpara del Señor Sacramentado» de la iglesia de Caloto que todavía en 1824 se mantenía 64 65 66 ACC., sig. 5317 (Independencia, JI-lOcv). ACC., sig. 2745, (Independencia, CII-4h). ACC., sig. 4950 (Indepndencia, CII-23b). Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana encendida gracias a una obra pía establecida desde el período colonial. El administrador de esta obra había prestado $500 a Nicolasa Unda, quien se negó a pagar el principal y los réditos, argumentando que los esclavos que respaldaban el capital estaban de servicio en el ejército y que por lo tanto la deuda debía cobrársele al Estado y que los réditos los pagaría cuando se le estableciera el monto. Con este argumento la Sra. Unda ganó la demanda.67 La situación era igualmente difícil para las mujeres recogidas en los conventos, que también veían cómo la guerra dificultaba su sostenimiento. En 1813 Mariana Benavidez, «seglar recogida en el Convento de de Nuestra Señora de la Encarnación» de Popayán demandó las testamentarias de Gaspar García de Rodayega, quien le había quedado debiendo la suma de $700 con cuyos réditos se sostenía. Los albaceas se defendieron diciendo que el atraso en el pago de réditos y entrega de capital se debía «a las bajas que había sufrido la mina de Gelima en los mejores y más esforzados negros que la trabajaban y al constante saqueo y robo de ganado de las tierras de San Ignacio», en Caloto. Ante lo justo de la demanda se ordenó el embargo de los bienes de la testamentaria, pero lo largo del proceso que se prolongó hasta 1826 hizo que el fallo se produjera cuando ya la demandante había muerto.68 No obstante algunos avances logrados por las condiciones que imponía la guerra, se seguían manteniendo muchas restricciones que estaban sancionadas por la costumbre. Por ejemplo, las mujeres tenían impedido el acceso a cualquier cargo publico, pues se les consideraba «funcionarías ineptas». Un caso de este tipo se presentó en 1822 con la Tesorería de la Casa de la Moneda de Popayán que venía siendo desempeñada por el Conde de la Casa de Valencia don Pedro Felipe de Valencia. A su muerte la heredad en el cargo recayó en su hija Doña Teresa de Valencia, quien fue declarada «sustituto inepto», por el sólo hecho de ser mujer, lo que llevó a que el 67 68 ACC., sig. 5243, (Independencia, JI-9cv). ACC., sig, 5405 (Independencia, JI-llcv). 52 Alonso Valencia Llano cargo pasara a manos de su hermano don Manuel María Pérez de Valencia. No obstante la legalidad del asunto la familia consideró afectados sus derechos, pues el administrador de la Casa de Moneda rebajó el sueldo a don Manuel lo que obligó a que su hermana en calidad de heredera legal del cargo y su madre doña Antonia Junco, condesa de la Casa Valencia, demandaran ante el gobierno el respeto a su derecho, lo que lograron.69 También se mantenía la incapacidad de las mujeres casadas para establecer cualquier tipo de negocios sin el consentimiento del marido, argumento que intentó utilizar Francisco Miguel Ortiz, vecino de Pasto, en 1829 en una demanda contra su esposa Rosa de Soberón por «el supuesto arriendo que decía haber hecho de la cuadra de Santiago» a Lucas de Soberón su hermano. El esposo exigía que se le entregara la cuadra, pero la esposa se defendió con el argumento de que ella debía sostener en Popayán el colegio de sus hijos sin el apoyo de su marido. Ortiz sostuvo que la transacción era nula porque una mujer casada «no podía hacer nada sin el consentimiento de su marido». No obstante la legalidad de lo pedido por el esposo, la sentencia fue fallada en favor de la esposa por la corte superior atendiendo a que el marido había abandonado sus obligaciones familiares.70 La falta del cumplimiento de obligaciones como la señalada aparece con cierta frecuencia en los juzgados donde las mujeres reclamaban para que se obligara a los hombres a cumplir con ellas. Así ocurrió con Ignacio Fernández , quien fue obligado a pagar a su hermano Antonio Fernández la alimentación de su esposa María Josefa Sánchez y de su hija, a quienes había abandonado voluntariamente y de lo que su hermano se había hecho cargo.71 En esto algunos maridos llegaban a extremos inverosímiles como el ocurrido en 1831 cuando Baltazara Viteri entabló juicio contra su marido Benito Cicero, quien la echó de su casa y se negó a pasarle alimen69 70 71 ACC., sig., 6426 (Independencia, CIII-3f). ACC., sig. 5356 (independencia, JI-lOcv). ACC., sig. 5395 (Independencia, JI-10cv).| | Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana tos hasta que se recluyera en un convento. Ella se negó a hacerlo y argumentó que no tenía por qué hacerlo debido a que fue él quien la expulsó de la casa y que, además, ella había entablado divorcio ante la curia por maltrato.72 Las guerras de independencia también consolidaron procesos que se venían dando desde finales del período colonial, tales como las actividades comerciales en manos de mujeres. Desde este punto de vista ya no se puede decir que la difícil actividad comercial era ejercida principalmente por hombres quienes debían enfrentar no sólo malos caminos sino también situaciones riesgosas como las que se presentaron por la descomposición social que la guerra trajo que hizo peligrosos ciertos tramos de caminos, entre ellos los del Chocó y Pasto. En estas actividades encontramos personas como Doña Bárbara González y Luna en 1821 y a María Concepción Tobar en 1827, quienes pedían guías para introducir mercancías. Aunque las guías se encuentran en medio de las solicitudes hechas por varios hombres, y por lo tanto es difícil establecer de dónde introducían las mercancías, ellas muestran cómo eran las mujeres caucanas la clientela propicia para una amplia gama de productos extranjeros: rúan de algodón, trajes de filoseda y muselina, carlancanes, medias medias, tijeras, casimir, sarazas, muselina.73 La difícil vida de las heroínas: el caso de doña Juana C amacho El caso de doña Juana Camacho es uno de los más útiles para observar cómo se construyeron las imágenes de las heroínas en la historia del Valle del Cauca. El suroccidente del país se caracterizó por la ausencia casi total de la participación de mujeres de élite en los procesos que llevaron a la independencia; esto no es difícil de entender si se tiene en cuenta que las mujeres de la élite en la Gobernación de PopaACC., sig. 5995 (Independencia, JII-2cv). La gama de productos suntuarios dedicados a las mujeres de las provincias del Cauca es mucho más ampliay puede consultarse en ACC., sig. 1120, Independencia, CI-7a); Sig 1248, (Independencia, CI-7a); Sig. 2793 (Independencia CII-2a). 72 73 . 54 Alonso Valencia Llano yán habían gozado de privilegios en la participación social, de los que no gozaron otras mujeres. Como ya se dijo ellas participaron en muchas actividades que hicieron que su participación social no se viera restringida a los recintos de sus hogares. Sin embargo, a ellas no se les vio participando en política, ni en acciones militares, y por lo mismo entre ellas no se encuentra una heroína como las que si se encuentran para otros sitios de la Nueva Granada, o para otros sectores sociales de la región tales como las heroínas populares. Hay, pues, heroínas en los sectores mestizos, pero no en los de la élite. Sin embargo, las heroínas populares no son conocidas, son absolutamente ignoradas, lo que sin duda alguna implica una exclusión de clase. Este fue un problema para la élite vallecaucana que creyó que debía construir imágenes de mujeres que sirvieran de ejemplo para otras mujeres, tal y como los héroes servían de ejemplo para los hombres y como no había una participación femenina destacada se echó mano al ejemplo que podría dar una mujer, que más que participar, había «sufrido» las consecuencias de las guerras de independencia, se trata de doña Juana María Camacho, la sufrida viuda del Alférez Real don Joaquín de Caicedo y Cuero. Doña Juana María nació en Cali en 1784 en el hogar de José Benito Camacho y Ante y Marina Caicedo y Hurtado y murió en Cali el 22 de junio de 1868.74 En 1805 se casó con el Alférez Real de Cali don Joaquín de Caicedo y Cuero, quien sería uno de los más destacados activistas de la independencia de la Gobernación de Popayán, lo que lo llevó a ser fusilado en Pasto el 26 de enero de 1813.75 Es justamente el hecho de ser viuda de un procer de la independencia lo que hace que doña Juana pase a la historia, 74 José Ignacio Vérnaza afirma que la señora Camacho murió en Cali el 22 de junio de 1849 «... en la más aflictiva pobreza». Ver «Homenaje a la mujer...», p. 26. 75 Demetrio García Vásquez: «La esposa del protomártir Cayzedo y Cuero», en Boletín de la Academia de Historia del Valle del Cauca, año XXVI, Ns 113, Cali, diciembre de 1958, p. 531. Silva Holguín, ob. cit. p. 112. Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana lo que no deja de llamar la atención, puesto que no ocurrió lo mismo con las otras miles de viudas existentes. Amanda Gómez, quien estudió las mujeres heroínas en Colombia, justifica el heroísmo de doña Juana diciendo que «fue hija del sufrimiento, desde su infancia: perdió a su padre teniendo corta edad y su madre fue entonces la formadora de su carácter amable y caritativo para con los demás» y que «por mucho tiempo estuvo ausente de su esposo, ignorando su destino dentro de las actuaciones militares que la patria le imponía». Además debió huir de la ciudad ante la persecución española y sufrir la pérdida de sus bienes.76 La primera impresión que una persona desprevenida se forma al mirar esa justificación, es que, guardadas proporciones, ocurre lo mismo que criticó Lucía Ortiz en su trabajo sobre Manuelita Sáenz, a quien se le señala: «Fue el hecho de haberse unido al Libertador lo que le dio un puesto en la historia a esta mujer, y por eso muchos han dedicado sus páginas a indagar su pasado.»11 Al contrario que con Manuelita, quien era una mujer con deseos, pasiones, odios y amores y, desde luego con un activismo político sin precedentes, la vida de doña Juana Camacho, no nos muestra el heroísmo militante de las mujeres que se enfrentaron al yugo español, sino la valentía de una mujer que debió enfrentar las difíciles condiciones de viuda de un líder de la independencia y con hijos menores, una situación nada envidiable dadas las difíciles condiciones del período post-independentista. Su difícil vida como viuda se inició en 1813 cuando las tropas de Juan Sámano invadieron el Valle del Cauca lo que obligó a que doña Juana emigrara hacia Medellín, donde permaneció hasta que el invasor salió de la región. Pero a la invasión de Sámano siguieron las de Warleta, Tolrá y Calzada. Warleta confiscó todos sus bienes incluida su casa familiar y la hacienda de Cañasgordas que fue convertida en cuartel para los soldados realistas quienes la desmantelaron. Doña Juana no sólo debió sufrir la pérdida de sus bienes, sino también la de la vida de sus familiares 76 77 Gómez, ob. cit., pp. 315-16. Ortiz, ob, cit., pp. 88-89. 56 Alonso Valencia Llano más cercanos, pues prácticamente todos se comprometieron con la causa patriota. La llegada de tropas patriotas al Valle y los intentos por establecer un Estado republicano no trajeron ninguna tranquilidad a doña Juana, antes bien las medidas tomadas por las autoridades afectaron de una manera radical sus exiguas rentas. Un buen ejemplo de esto se tiene en un decreto expedido en Santa Fe, el 19 de junio de 1815, mediante el cual, se obligaba a que todos los fondos piadosos que hubieran dejado los testadores fueran consignados en las tesorerías del Estado «para lograr por este medio al paso que algún subsidio a las urgentes necesidades de la Patria, el cumplimiento y ejecución de las últimas voluntades y beneficio y conveniencia de los interesados en la aplicación de los réditos de que, o por la indolencia o por la mala fe de los albaceas, se ven defraudados». Gracias a este decreto deberían ser consignados en las tesorerías todos los capitales de capellanías, aniversarios, patronatos y censos. El decreto afectó directamente a doña Juana, pues se dio cuenta que su difunto esposo había quedado debiendo 9.572 patacones a la testamentaria de don Cristóbal Cobo, y se le conminaba para que los consignara en un plazo de tres días, sin tener en cuenta que se encontraba cubriendo otros empréstitos forzosos. La cifra era de por sí escandalosa, pero más escandaloso era el hecho de que la deuda había sido adquirida para desarrollar las guerras de independencia y no para los fines particulares del Dr. Cayzedo y Cuero. La negativa a cancelar la deuda, que hiciera doña Juana habla por sí sola: Que es imposible verificar la consignación del depósito que se me pide en circunstancias de hallarme actualmente satisfaciendo el empréstito forzoso del 3% de ganados, y del uno de todos los bienes que dejó mi marido difunto y mi suegro D. Manuel de Cayzedo, que por hallarse en un solo cuerpo asciende su valor a una suma crecida, y por consiguiente resulta el pago que tengo que hacer en una cantidad considerable. Los quebrantos de mi casa han sido mayores que los de otros, no sólo por los muchos prejuicios que he Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana sufrido, y es público y notorio, sino también porque mi marido suplió de su propio peculio muchos pesos al estado [...] Más no paran en esto solo mis quebrantos: actualmente se me ha condenado por el Supremo Tribunal de Justicia a la satisfacción de 1.300 pesos procedentes de unos novillos que el citado mi marido suplió al C. Ignacio Polanco para la primera expedición que siguió al mando del C. Antonio Baraya. En este estado yo no puedo satisfacer el depósito que se me manda consignar sin verme en la precisión de vender mis bienes, tal vez a un precio ínfimo, por la mayor dificultad que se experimenta en el día de efectuar y realizar a dinero los bienes.78 Estos argumentos fueron reforzados con otro que se refería al patriotismo de su familia: «El gobierno no puede desatender de todas estas circunstancias y principalmente de la de haber perdido mi marido en servicio de la Patria /..J»79 La contundencia de los argumentos no conmovió a los funcionarios públicos, lo que obligó a que la señora demostrara que la mortuoria de su marido no debía la cantidad señalada y que el Estado le estaba debiendo a ella cantidades igualmente importantes, Un ajuste de cuentas permitió ver que sólo debía $ 4.121, cuyo cobro siguió siendo tan perentorio que ella se negó a firmar la notificación del juzgado. Para doña Juana, sometida a la arbitrariedad de los funcionarios públicos era evidente que se estaba cumpliendo la famosa frase de su esposo: «Sálvese la Patria, aunque perezca yo y mi familia».80 La consolidación de la independencia después de la batalla de Boyacá no le trajo tranquilidad, pues el Valle fue nuevamente invadido en 1820 por las tropas del patriota venezolano Manuel Valdés, uno de los peores criminales que conformaron los ejércitos bolivarianos, quien convirtió la hacienda 78 «Juicio ejecutivo seguido contra Doña Juana Camacho», en Boletín de la Academia de Historia del Valle del Cauca, año XIX, Ns 93, Cali, agosto de 1952, p. 129. 79 Ibíd. 80 García, ob. cit., p. 531. 58 Alonso Valencia Llano de Cañasgordas en cuartel y hospital. Sus abusos motivaron la siguiente carta dirigida el 13 de agosto de 1821 al procer Ignacio de Herrera: Ya sabe Ud. los servicios que la familia ha hecho a la República desde le principio de nuestra revolución: Sabe también los sacrificios que hizo Joaquín hasta de su vida por la justa causa: y por esto he sido yo y lo ha sido toda mi familia el blanco de las iras de los enemigos de la Libertad, que cuando ocuparon esta ciudad trataron de reducirnos al último estado de miseria como en efecto lo consiguieron, despojándonos de nuestros bienes, embargando nuestras Haciendas, y oprimiéndonos con las contribuciones más exorbitantes, sin que jamás hubiésemos conseguido aplacar su crueldad e indignación. El teatro se ha mudado con la expulsión de los españoles, pero no para nuestra casa y menos para mí. A la entrada de las tropas de la República ofrecí voluntariamente mi casa de habitación, que Ud. sabe es de las mejores del lugar, y hasta hoy sirve de cuartel y enfermería. En las contribuciones he sido siempre la primera y con exceso a las cantidades a todos los demás vecinos pudientes, como lo acreditaré con documentos. Todo esto lo he tolerado, porque deseo servir a mi Patria y anhelo por su libertad. Pero, primo mío, se trata de perseguirme como a un enemigo. No me había quedado otra esperanza para subsistir con mis hijos, que el esqueleto de la hacienda, en donde se comenzaba a hacer algunos reparos, no tanto para disfrutar de ella, cuánto para que se procediese a la división entre los herederos y acreedores; pero hasta de esto se me despoja con la mayor arbitrariedad y despotismo, y hoy tiene Ud. la hacienda de Cañasgordas de enfermería con más de trescientos enfermos que la ocupan. Me tiene Ud. pues en peor estado que cuando me perseguían los españoles, sin casa en la ciudad, sin hacienda, sin arbitrios para sustentar mis hijos, ultrajada y a punto de perecer [...]81 81 Ibíd., pp. 523-24. Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana Para colmo de males, por esta misma época sus bienes sufrieron una nueva acometida. Esta vez se trató de su propia familia, pues la hacienda de Cañasgordas no era el patrimonio de su esposo sino el patrimonio familiar de su suegro, que había recaído en el Alférez por efectos de un mayorazgo que sobre las tierras se había establecido. Desde este punto de vista la propiedad pertenecía tanto a sus cuñados como a sus hijos. En tales circunstancias su prima hermana Gertrudis Caycedo, la demandó por $14.000 que le correspondían por herencia de su padre, Manuel de Caycedo, y que estaban representados en la hacienda.82 El fallo en su contra fue sólo el inicio de una serie de procesos que se prolongaron durante varios años. Así, el 17 de agosto de 1827, doña Juana interpuso un recurso de apelación ante la Corte Superior de Justicia del Cauca contra la sentencia dictada por Manuel José Caicedo, alcalde 1Q municipal de Cali, sobre el secuestro de la hacienda «Cañasgordas» y el embargo y depósito de sus productos. El recurso fue considerado ilegal y la señora debió pagar las costas del proceso83, lo que la llevó a un nuevo intento el 18 de octubre de 1827 ante el mismo tribunal, que había reconocido los derechos de Manuel José Caicedo y de sus hermanas María Josefa y Gertrudis, lo mismo que a los hijos de su difunto hermano Manuel Joaquín acerca de la partición de los bienes que dejara Manuel Caicedo para la apertura del camino de Anchicayá a Buenaventura, cuya construcción había sido suspendida por la Municipalidad de Cali. El fallo de la corte caucana no le favoreció pero una apelación hecha en Bogotá le reconoció sus derechos.84 En adelante, con su patrimonio asegurado y superados los conflictos que le había traído la participación de sus familiares en las luchas por la independencia, doña Juana pudo enfrentar la difícil cotidianidad caucana de la primera mitad del Siglo XIX, sin pensar que en el Siglo XX sería convertida en heroína de la independencia. 82 83 84 ACC., sig. 5647, (Independencia, JI-13su). ACC., sig. 5825 (Independencia, JI-14cv). ACC., sig. 5315 (Independencia, JI-lOcv). LA RECONSTRUCCION DE LA COTIDIANIDAD CAUCANA La cotidianidad de las élites en las provincias del Cauca Las guerras de independencia produjeron profundas transformaciones en las familias caucanas. No se trata de los desastres causados en la economía hacendataria o de la disminución de los capitales invertidos en los esclavos o en los entables de mina.85 Se trata del surgimiento de formas de representación de la sociedad que eran enteramente nuevas y que obedecían a patrones más acordes con la modernidad europea, en particular con la inglesa que empezó a tener una mayor influencia en la Gran Colombia y en especial entre las familias de la elite caucana. Esa influencia llegó de una manera acelerada a través de las propuestas educativas del nuevo Estado, lo que se conjugó con la presencia de mercenarios ingleses y escoceses llegados con la Legión Británica quienes intentaron reproducir sus costumbres, y principalmente porque algunas familias caucanas enviaron sus hijos al extranjero para protegerlos de la oleada revolucionaria. El contacto de estos individuos con los colonos ingleses en Jamaica, o los viajes de algunos de ellos al viejo continente permitieron que a Popayán llegaran costumbres que poco a poco fueron incorporadas al bagaje cultural caucano decimonónico transformando lentamente la tradición cultural española que había dominado en estos territorios por cerca de trescientos años. Pero ¿cómo explicar la transformación en una elite que se ha caracterizado por ser una de las más tradicionales del país? Quizás la respuesta sea mucho más simple de lo que se piensa: Germán Colmenares encontró que durante la época 85 Zamira Díaz: «Guerra y Economía en las haciendas. Popayán, 1780-1830», en Sociedad y Economía en el Valle del Cauca, Cali, Banco Popular /Universidad del Valle, 1983. 62 Alonso Valencia Llano colonial, las elites de la Gobernación de Popayán eran extremadamente proclives a establecer alianzas matrimoniales con europeos,86 confirmando una de las características generales del carácter de los colonos americanos que habían señalado Jorge Juan y Antonio de Ulloa desde el Siglo XVIII.87 Un ejemplo de que esta práctica continuó durante el Siglo XIX se tiene en el matrimonio que se estableció entre el médico inglés Jorge Wallis y Baltasara Caldas, hermana del "sabio" Francisco José.88 Lo extraño del caso es que Wallis era un médico militar sin mayor fortuna,89 quien en compañía del "sabio" había llegado a Popayán como un preso del Estado colonial. Su matrimonio, según el relato del embajador inglés John E Hamilton,90 no se trató de una «alianza», sino de un acto de amor, lo que indica que algo estaba cambiando si se tiene en cuenta que el amor no era el sentimiento que regía las relaciones formales entre un hombre y una mujer de la elite, o que, por lo menos, no era lo fundamental en los matrimonios donde parecían decidir otro tipo de intereses. Desde luego el hecho de ser extranjero, así fuera sin fortuna, le abrió a Wallis las puertas en una sociedad cerrada en extremo.91 La presencia de un inglés en la tradicional ciudad de Popayán ayudó a que las costumbres cambiaran, pero de mucho más peso en esta transformación fueron los viajes al extran86 Germán Colmenares: «Cali: terratenientes, mineros y comerciantes. Siglo XVIII», en Sociedad y Economía en el Valle del Cauca, Cali, Banco Popular/Universidad del Valle, 1983. 87 Jorge Juan y Antonio de Ulloa: Noticias secretas de América, parte II, Madrid, ed. Turner, 1982, pp. 417 y ss. 88 Véase Gustavo Arboleda: Diccionario Biográfico y Genealógico del Antiguo Departamento del Cauca, Bogotá, Biblioteca Horizontes, 1962, p. 82. 89 John Potter Hamilton: Viajes por el interior de las Provincias de Colombia, Bogotá, Banco de la República, 1993, pp. 228 y ss. En esta obra el apellido de Wallis es escrito como Wallace. 90 Ibíd., p. 230. 91 William Lofstrom: La vida íntima de Tomás Cipriano de Mosquera (1798-1830), Bogotá, Banco de la República / El Ancora, 1996, capítulo I. Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana jero realizados por los habitantes de Popayán. Esto fue descrito por Hamilton en 1824: El sábado 10 de octubre fuimos a comer a casa del señor J[oaquín] Mosquera, donde tuvimos ocasión de alternar con el Obispo y la plana mayor de la sociedad popayaneja. En el suntuoso banquete, el señor Mosquera y su esposa ocuparon los extremos de la mesa a estilo inglés. Nuestro huésped había residido en Inglaterra por algunos meses y profesaba grande estima a los ingleses, cuyas costumbres trataba de imitar en todo lo posible.92 La influencia extranjera que se dejaba sentir en las costumbres no transformó una realidad social que se mantuvo por muchos años escindida entre la aristocracia nobiliaria, de la tierra y la burocracia eclesiástica y civil por una parte, y los tenderos y pulperos por otra, mientras que los indios y los esclavos no eran socialmente considerados.93 Se trataba de una sociedad en la cual los hombres de la elite dominaban en la práctica todos los espacios de la cotidianidad pública, para lo cual habían recibido una esmerada educación. Pero lo curioso es que sin lograr una participación avanzada en el aparato educativo, las mujeres de la elite también mostraban una educación esmerada,94 como es el caso de doña María Josefa Mosquera y Hurtado, esposa de don Joaquín Mosquera, quien aparte de ser «bella dama, rica heredera y perso92 Hamilton, ob. cit., p. 232. Esta escena se repitió casi igual cuando visitó la casa de Tomás Cipriano, el hermano menor de Joaquín. Ver p. 250. 93 Ibíd., p. 234. 94 Esto no deja de llamar la atención si se tiene en cuenta que Boussingault encontró que la única educación que recibían las mujeres sudamericanas que él conoció era la lectura y la escritura a lo que agregaba: «Las damas suramericanas, gracias a la vivacidad y a sus perfecciones naturales, son a pesar de eso mujeres agradables, pero absolutamente privadas de instrucción. En mi época no leían jamás, ni siquiera malos libros, aun cuando, sin duda, existían muchas excepciones.» Jean Baptiste Boussingault: Memorias, tomo 2, Bogotá, Colcultura, 1985., p. 39. 64 Alonso Valencia Llano na de gran ilustración», poseía una biblioteca y «dedicaba a la lectura gran parte de su tiempo».95 Esta no era la única formación que recibían las mujeres: su preparación para llevar ordenadamente el hogar se dejaba sentir en las actividades cotidianas y eran tan destacadas que en ocasiones especiales los invitados no dejaban de señalarla.96 Se trataba sin duda de mujeres hacendosas, -»aquel demonio hacendoso de mi mujer» decía Jorge Wallis-, dedicadas al hogar doméstico. Otras eran destinadas al convento donde demostraban iguales habilidades, pues las monjas de Popayán eran famosas por elaborar gran variedad de animalitos con frutos de estoraque o flores artificiales con pequeñas conchas y muselina.97 La mayoría de estas monjas eran también representantes de la elite cuyas familias tenían la capacidad de garantizarles su congrua sustentación; por ejemplo, la abadesa del convento del Carmen en 1824, «una mujer de grandes méritos», pertenecía a una de las más importantes familias de Cali, y en el convento de la Encarnación se encontraba recluida María Nicolasa una hermana del "Sabio" Caldas.98 No sobra mencionar que en este colegio se educaban las hijas de las principales familias de Popayán y que dicha educación no debía ser de bajo nivel si se tiene en cuenta, por ejemplo, que una monja como la hermana del sabio Caldas escribió y dirigió la representación de una obra de teatro sobre el enfrentamiento entre moros y cristianos.99 En lo que respecta a los controles sociales, es bien poco lo que se puede decir. Jean Baptiste Boussingault, un francés que estuvo en el Cauca en 1826, menciona que la esposa de un señor Várela se permitía con él ciertas «familiaridades comprometedoras», pero lo que más insiste en mostrar es la forma en que se transgredían las barreras sociales en lo que a relaciones sexuales se refiere. En este aspecto su principal 95 96 97 98 99 Lofstrom, ob. cit. p. 56; Hamilton, ob. cit., p. 232. Hamilton, ob. cit., pp. 235-236. Ibíd., p. 234. Arboleda, ob. cit., p. 82; Hamilton, ob. cit., p. 261, 266. Hamilton, ob. cit., pp. 273 y 4. Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana referencia es a las llamadas «ñapangas», que son descritas con cierto deje de moralismo: Las ñapangas son mujeres blancas, de costumbres ligeras, que se visten elegantemente, pero sin zapatos, y que usan anillos algunas veces de gran valor, en los dedos de los pies. Estas mujeres, muy bonitas en general, se apresuran a visitar a los extranjeros desde que llegan a Popayán [...] 100 Por su parte, Hamilton hace una bonita descripción de los vestidos de estas mujeres: El traje de las mujeres de la clase media, confeccionado con buen gusto, ostenta vistoso colorido. Consiste generalmente en una falda roja con orlas bordadas, corpiño blanco guarnecido de cinta y faralás y ciñen la cintura con una banda de algodón tejida en varios colores, El cabello lo llevan trenzado a veces, ensortijado en ocasiones y siempre adornado con flores artificiales.101 Las relaciones de los viajeros con las ñapangas fueron un poco extrañas. Por ejemplo, Boussingault dice que alguna vez recibió «la visita de una ñapanga célebre por su belleza y por su inmoralidad, a quien llamaban «Bayonetica». Según él trabajaba con su madre, otra ñapanga todavía joven, llamada «Bayoneta», quien quería que le prestara alguna suma de dinero. A pesar de que este viajero pretende calificar moralmente el comportamiento de las ñapangas, como licencioso, lo cierto es que él no vivió en Popayán las experiencias sexuales que tanto le gustaba describir y que permiten ver cierta liberalidad en los comportamientos sexuales de las mujeres caucanas de la época. También nos relata otro tipo de relaciones que hablan de una cotidianidad muy diferente a la que la rigidez postcolonial permitiría pensar: se trata de las relaciones entre los señores de la elite y las ñapangas: Boussingault, ob. cit., p. 279. Hamilton, ob. cit., p. 2. 100 66 Alonso Valencia Llano muchos hombres casados tienen una amante a quien suministran un negocio para asegurar su subsistencia. La esposa legítima queda abandonada, secuestrada como una mujer oriental. Así descubrí, por casualidad, la niña de la casa de la familia Várela, a quien se mantenía escondida a todos los ojos, muy bonita por cierto, y cuyo marido vivía con una ñapanga que atendía una pulpería. El secretario del obispo tenía también una mujer con negocio: iba a visitarla por la noche para fumar allí un cigarro.102 Hamilton tuvo, el 23 de octubre de 1824, una experiencia más directa con este tipo de relaciones, lo que le permitió observar cómo se cruzaban las barreras sociales en la excluyente sociedad de Popayán: Cuando ya llevábamos un mes de residencia en Popayán, volviendo a casa de mi paseo matinal una mañana, me detuvo un caballero de cierta edad para preguntarme si yo era el coronel Hamilton. Al contestarle que sí me pidió que le concediera una entrevista de cortos minutos para tratarme un punto de importancia; conduje al caballero a la sala en el segundo piso, donde me informó, con expresión muy seria, que Mr. Cade se había propasado en atenciones con una bella pulpera o tendera que vivía a corta distancia de nosotros. Le contesté que yo jamás me inmiscuía en asuntos de galantería, pero él replicó que la chica era casada y que el marido, quien había ido a vender conservas a Cali y a Buga, en el Valle del Cauca, la había confiado a su cuidado mientras se hallase ausente. Por tal razón esperaba que yo prohibiera a Mr. Cade continuar con su galantería. Pocos días después observé, al pasar, que la pulperita había mudado de aires con toda su mercancía y con gran sorpresa pude cerciorarme más tarde 1 0 2 Boussingault, ob. cit., p. 299. La idea de las ñapangas como hijas bastardas de los blancos, es recogida en la literatura caucana. Para una idea clara de este tipo de imágenes puede verse la obra de Simón Miranda: «Yolima la linda ñapanga» en Bibliotecas y libros, año II, vol. 15, Cali, agosto de 1938, pp. 41-46. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana que la chica no era casada sino la querida del viejo comerciante, lo que explicaba claramente los motivos de su gran ansiedad. Era la tenderita en referencia la moza más guapa de su clase en Popayán; tenía hermosos ojos negros y brillantes y una dentadura de blanco marfilíneo que demostraba que su dueña carecía del hábito de fumar, tan común entre las gentes de su oficio.103 Desde luego, estas costumbres no eran comunes en toda la región. En el Valle del Cauca las cosas eran bastante diferentes. Sin las pretensiones nobiliarias de la élite de Popayán, sin sus oportunidades burocráticas y educativas y sin sus ingresos económicos, las élites de las otras ciudades de las provincias caucanas tenían comportamientos sociales bastante diferentes y, desde luego, muy diferentes eran los comportamientos de las mujeres en esos lugares a donde todavía no habían entrado las modas inglesas que estaban afectando a Popayán. Las mujeres de Buga, por ejemplo, no parecían gozar de las oportunidades educativas de sus similares de Popayán, como lo muestra el que tuvieran dificultad para iniciar una conversación, lo que sólo lograban después de haber ingerido algunas copas de licor: «[...] una o dos copas de champaña transformaban la frígida rubia en jovial y parlanchína compañera». Esto quizás explique que a las mujeres solteras de esta ciudad se les excluyera de las reuniones públicas importantes: «[...] la etiqueta prohibe en este lugar, a las señoritas, sentarse en la mesa en ocasiones solemnes con los hombres.» De lo que no queda duda alguna era que se trataba de mujeres «agraciadas y vivarachas» y que los hombres corrían el peligro «de la hechicera sonrisa y los ojos chispeantes de algunas beldades de la atractiva villa. Las mujeres son por lo general de talla pequeña, bien formadas, de facciones regulares y bellos ojos negros, aunque de tez morena comparada con las de Bogotá o Popayán.» Pero si estaban excluidas de las serias reuniones de los señores de 103 Hamilton, ob. cit., p. 2. Alonso Valencia Llano la ciudad, no ocurría lo mismo con los bailes, pues mostraban ser expertas bailarinas de valses y danzas españolas.104 Desde luego, el clima cálido del valle permitía aquí costumbres que no eran posibles en otros lugares más fríos y que podrían explicar, además del mestizaje, el color moreno de la piel, pues durante el verano las damas de la alta sociedad salían a bañarse al río, en una hora impensable para hoy: entre las cinco y las seis de la mañana, lo que constituía un comportamiento normal en una región donde el baño era considerado como preservador de la salud.105 A pesar de su bajo nivel educativo, las mujeres de Buga eran tan hacendosas como las de Popayán y expertas en la realización de manualidades: como capoticas hechas de paja entretejidas con cintillos de seda, adornos de flores artificiales, etc. Como esposas, llamaban la atención por ser muy prolíficas, como se puede ver en el caso de tres señoras que habían traído al mundo cincuenta hijos y que una sola de ellas había tenido 24. 106 En Cartago se vuelve a notar la proclividad a establecer alianzas matrimoniales con extranjeros. Es el caso de Gabriel de la Roche casado con una dama de la ciudad, quien al parecer de Hamilton era una «bonita mujer todavía, no obstante haber tenido numerosa prole. Diez de sus hijos vivían aún con ellos.»107 Dice Boussingault: "La señora de la Roche, cuando la conocí, era todavía una belleza, aun cuando ya era madre de 5 o 6 niños, pero carecía de la más elemental educación. Yo dudo, inclusive, de que supiera leer y se pasaba la vida confeccionando cigarros."108 Esta descripción es bastante curiosa, pues parece reflejar un hecho cultural importante: entre más alejada esté una ciudad de la antigua capital de las provincias caucanas, la ciudad de Popayán, sus mujeres son más incultas. Daría la impresión de que sólo los sectores más dominantes de la elite lograron entender la 104 105 106 107 108 Véase Ibíd., pp. 308 y 9, 315. Ibíd., p. 310. Ibíd, pp. 313-4. Ibíd, p. 327. Boussingault, Ob. cit, p. 163. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana importancia de que las mujeres estudiaran, aunque la utilidad de su educación sólo se reflejara en el espacio doméstico. Esto no deja de ser curioso en una ciudad como Cartago, que se caracterizó por ser siempre un centro comercial importante desde donde se distribuían mercancías a diferentes sitios de la región, lo que la convertiría en una ciudad con una sociedad más abierta; las descripciones que de ella se tienen la muestran, por el contrario, como un sitio solitario y muy atrasado, lo que se reflejaba también en las relaciones familiares y en las costumbres cotidianas: La señora [de la Roche] y sus hijos andaban descalzos; no se usaban las medias sino para ir a la iglesia, seguidos de un esclavo que llevaba un tapete para sentarse a la manera oriental. Las señoras llevaban, todo el día, flores en sus magníficas cabelleras. El marido comía solo en la mesa, servido por un niño. El resto de la familia tomaba sus alimentos en la cocina, en el suelo, cerca del fogón. En cuanto a la alimentación, era la misma que yo tenía en la selva: tasajo, bananos, tortillas de maíz y chocolate y agua clara para beber, la cual se obtenía en el río de La Vieja que baja de los nevados del Tolima.109 Ambos viajeros muestran a las familias del Valle en un atraso explicable por las condiciones de la época. Así, Hamilton observó cómo las guerras de independencia habían afectado a las familias de la elite, lo que se reflejaba en la disminución de las fortunas y en el aumento de las madres solteras;110 mientras que Boussingault se refirió a las costumbres de las jóvenes de Cartago, quienes gozaban de cierta libertad en sus relaciones con los hombres.111 También coincidieron en que las mujeres del Valle tenían una especial predisposición para el baile, con lo que se confirma que gozaban de mucha mayor libertad que las jóvenes de Popayán: 109 110 111 Ibíd., p. 164. Hamilton, ob. cit., p. 331. Boussingault, ob. cit., pp. 164-165. 0 Alonso Valencia Llano Las señoritas del Valle del Cauca son excelentes bailarinas, como lo son las damas españolas. Hay que verlas, dentro de un vestido liviano, con su talle esbelto sin que esté aprisionado por un corsé, bailando un bolero, un fandango, un molé-molé, sin otra música que la de un negro que agita su alfandoque, un tubo de bambú que contiene piedritas, improvisando al mismo tiempo canciones, algunas veces eróticas o historietas escandalosas; para refrescarse, ron, del que rara vez se abusa. No es fácil describir la animación de las bailarinas, ni la vivacidad de las jóvenes en estas reuniones nocturnas: es algo así como una embriaguez.112 Pero esta libertad era contenida por las barreras sociales, tal y como lo relata Hamilton, quien tuvo oportunidad de observar aspectos sentimentales como la pena que afectaba a una joven por un amor imposible: Acabando de comer la esposa del señor Rodríguez me preguntó si yo entendía de medicina, pues su hija mayor se había sentido mal durante todo el año y sabría agradecerme si encontraba algún remedio que aplicarle [...] la enfermedad de la pobre chica resultó ser despecho amoroso. Se había enamorado perdidamente de cierto oficial de la guarnición colombiana acantonada en Cartago, pero su padre, el juez político, que era hombre rico se opuso a su enlace con un simple soldado sin porvenir.113 Hay, desde luego, un tipo de cotidianidad hogareña que nos habla del papel formativo de las madres; esto, que pasó desapercibido para muchos viajeros, es relatado en algunas memorias. Una de ellas es la del escritor y periodista Eustaquio Palacios cuando nos habla de las diferencias que se presentaban entre su padre y su madre. Su padre era: Muy grave en su porte y en su conducta, jamás se reía 112 113 Ibíd, p. 165. Hamilton, ob. cit, pp. 333-4. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1 con sus hijos, si no era con los pequeñitos; nos mandaba casi con el gesto, y nosotros volábamos, tal era el respeto que le teníamos. No he conocido un hombre más rígido en la educación de su familia. Todo el día debíamos estar todos sus hijos en la casa, y ninguno salía sin diligencia, y esto sin demorarse en la calle. [En contraste] Mi madre es un ángel de bondad. Es difícil hallar una mujer de un carácter más suave, más dulce, paciente y humilde. Es muy laboriosa, sumamente caritativa. Trata a sus hijos con santo esmero y amor, que la amamos entrañablemente. [...] Todas las noches, después de cenar, lo que sucedía siempre al anochecer, nos sentaba a su lado, y esto si había luna, era en la puerta de la calle, como se acostumbra en los pueblos pequeños, y allí nos enseñaba la doctrina cristiana, por partes, y una infinidad de oraciones, y entre estas una al ángel de la Guarda. Los domingos después de almorzar, nos ponía ropa limpia, y nos enviaba a la misa del cura, a las nueve del día, que por lo regular era la única que había. Los sábados por la tarde nos enviaba a la salve.114 La cotidianidad en las zonas de frontera Cartago era la entrada a los distritos mineros del norte. En esta zona las condiciones de existencia no habían cambiado mucho con la independencia y creación de la república. Así Boussingault nos dibuja un mundo al que no parecen afectarlo los cambios que estaban ocurriendo en la sociedad. Por ejemplo en Supía, donde él desarrollaba sus actividades mineras, encontró que uno de los más ricos propietarios, don Francisco de Lemos, había heredado su fortuna de doña Josefa, una tía suya. Don Francisco era un hombre soltero cuya única familia eran "una muy bonita muchacha y un arrogante muchacho, frutos de los amores de doña Moreno, con un equilibrista de los que rara vez aparecen por las ciudades y más aún en los pueblos de América del Sur y 1 1 4 Raúl Silva Holguín: Eustaquio Palacios. De su vida y de su obra, Cali, Imprenta Departamental, 1972, pp. 25 y 26. Alonso Valencia Llano quienes por sus piruetas, sus mallas y sus lentejuelas, hacen perder la cabeza a las más grandes damas,115 El repetido desliz de la señora, que permitiría pensar en una cierta liberalidad en las costumbres sexuales, no permite ocultar que aún se imponían ciertas normas legales que impedían que los hijos ilegítimos heredaran, pues en este caso se prefirió al sobrino legítimo. Lo anterior no deja de llamar la atención, pues se trataba de una zona de frontera donde las convenciones sociales no eran tan rígidas, lo que indica que el dominio de la sociedad colonial no fue tan fuerte como en los lugares centrales. Un ejemplo se tiene en lo sucedido en Opirama donde una india que ayudó a que el viajero francés se librara del barro, llamó a su esposo solamente para que contemplara la blanca piel desnuda del europeo, sin que sintieran ninguna vergüenza por el cuerpo. Podría argumentarse que esto era propio de las culturas indígenas, pero no fue diferente lo que ocurrió en el Real de Minas de Aguas Claras en el Chocó, donde al desembarcar Boussingault se encontraba totalmente desnudo, por lo que debió entrar a vestirse a una de las viviendas donde en «estado de completa desnudez», se encontró en presencia de tres damas, «sentadas en un canapé, ocupadas en labores de aguja», quienes «estaban vestidas con elegancia y [con] mangas abullonadas». A las señoras no sorprendió la desnudez del extranjero ya que estaban acostumbradas a ver a los negros y negras desnudas. La indiferencia de las mujeres por la desnudez masculina fue constatada en otra ocasión cuando se vio prácticamente desnudo frente a una mujer joven; su incomodidad ante la imposibilidad de cubrir su cuerpo llevó a que la señora le dijera: «¡Oh!, eso no tiene importancia, no se preocupe, yo veo de lo mismo todo el día, solamente que son negros.»116 La falta de control social, llevó a que algunas mujeres se vieran implicadas en actos de criminalidad; así en Cartago, la esclava cocinera de un señor Durán, intentó asesinarlo 115 116 Boussingault, ob. cit, p. 108. Ibíd, pp. 174, 207, 208. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana dándole solimán, por lo que su amo «hizo aplicar 25 fuetazos sobre las grandes nalgas de la negra y todo terminó». Igualmente, en Quibdó conoció a una mujer «admirablemente bella» condenada a muerte porque para librarse de su marido «un viejo feo y celoso, le plantó una flecha envenenada en la espalda: Nada más.» El otro delito que se menciona es el robo de oro de las minas: «en el cabello de su cabeza y también en el de otras partes de las negras lavadoras».111 En lo que parece hacer existido mayor tolerancia es en las relaciones sexuales. Boussingault tuvo la rara propensión a contar sus «hazañas" y cuenta que una negra utilizó el pretexto de venderle oro para relacionarse sexualmente con él. Esta liberalidad tenía visos de tolerancia que llevaban a que los curas de la zona vivieran maritalmente con mujeres e, incluso, que tuvieran hijos que eran socialmente aceptados. También esta tolerancia llevaba en ocasiones a comentarios socarrones como el que le hiciera una maicera de nombre Manuelita, mientras observaba la faena del burro del Padre Bonafont con una yegua: «¡Ah, si nuestros maridos tuvieran ese ímpetu!».118 La conflictiva cotidianidad del medio siglo Para un político republicano de la época, la cotidianidad pintada en las páginas anteriores era evidente signo de atraso necesario de superar. Hubo, desde luego, grandes esfuerzos por avanzar por el camino de la civilización que se hicieron desde los primeros gobiernos republicanos en especial durante los desempañados por el General Francisco de Paula Santander, quien se esforzó por lograr adelantos sociales de consideración para los habitantes de la naciente república. Los esfuerzos se encaminaron a lograr reformas sociales que mitigaran ciertas condiciones sociojurídicas de algunos granadinos, como los esclavos por ejemplo, para quienes se dictaron algunas leyes protectoras y de manumisión. Para los mestizos -la inmensa mayoría de los habitantes- también se dictaron 117 118 Ibíd., pp. 167, 192, 213. Ibíd., pp. 125, 176, 234, 237. Alonso Valencia Llano medidas que se orientaron a mejorar sus condiciones normales de existencia. Para ello se buscó mejorar y ampliar el aparato educativo y se eliminaron algunas reglas sociales excluyentes de carácter colonial que se basaban en la limpieza de sangre, por lo que se prohibió la mención de las características raciales en los documentos públicos. Desde luego, se trató de leyes generales que de alguna manera contemplaban la situación específica de las mujeres.119 En esta campaña de «modernización», no fueron solamente las leyes las que jugaron un papel protagónico; también la prensa fue muy importante. Por ejemplo El Constitucional del Cauca inició algunas campañas tendientes a lograr mejores comportamientos en los hombres y mujeres caucanas. Una de estas se orientó a combatir la embriaguez: "La embriaguez, esta pasión desagradable y funesta, se está generalizando extraordinariamente entre nosotros y ejerce su maligno influjo hasta en el bello sexo y en los ministros del santuario». Este mal era bastante perjudicial en los hombres, pero se consideraba peor en las mujeres: «Si esta pasión, debe causar horror y confusión a los hombres, cuanto más debería obrar entre las mujeres que por las circunstancias peculiares de su sexo, se exponen a mayores males, y pierden los respetos que se le tributan.»120 Otra de las campañas que merecieron la atención del periódico fue la de la educación femenina cuya necesidad se había hecho tan evidente que llevó a que se creara una «Comisión de Señoras de la Sociedad» encargada de realizar campañas para desarrollar este campo. Esta comisión fue considerada por el Constitucional como un hecho sobresaliente: «Quizás es entre nosotros el primer ejemplo de una reunión de señoras, que venciendo la timidez de su sexo y educación, se ocupa de objetos del bien público, los discute en calma, y guiada del buen sentido, resuelve lo más provechoso a la educación de las niñas, que se propone supervijilar.» Las laboSobre este tipo de medidas consúltese a Bushnell: ob. cit. El Constitucional del Cauca, # 104, Popayán, sábado 5 de julio de 1834, s. p. 119 120 Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana res de esta sociedad se orientaron a la recolección de fondos para la construcción de una escuela de niñas en Popayán, pero se les presentó la tremenda dificultad de encontrar «una directora que pueda presidir la educación de las niñas con la inteligencia que demanda el estado actual de la sociedad, porque aunque no faltan algunas personas bastante instruidas y capaces, no las es fácil tomar sobre sí una ocupación de esta clase»}21 Aunque no tenemos los datos de las mujeres que tomaron parte en la mencionada sociedad, el mismo periódico, publicado poco después como El Constitucional de Popayán, hablaba de la constitución de una «Junta Curadora de la educación de niñas» de acuerdo a un decreto expedido el 3 de octubre de 1826 -diez años antes-, lo que nos hace pensar en las enormes dificultades para que se aplicaran las leyes que favorecían la educación de las niñas. Dicha junta estaba conformada por María Josefa Hurtado y Arboleda, Juana Rivera, Martina Caldas, Margarita Espinosa, Gertrudis Cajiao, Javiera Moure, Ramona Villota, Rafaela Grijalva, M. Manuela Mosquera. El periódico también intentó concientizar a los caucanos de los perjuicios de la vagancia de la cual se derivaba «[...] la infidelidad de las esposas, la corrupción de las hijas, la vagancia de los hijos y su total ruina.»122 Pero también realizó una campaña que iba en contra de las mujeres del pueblo que se dedicaban al oficio de la pulpería, una rama de comercio en la que habían demostrado ser más hábiles que los hombres.123 Como se puede ver, no son muchas las medidas y campañas en favor de las mujeres, aunque de todas maneras se intentó hacer que ciertas leyes se cumplieran a pesar de la angustiosa situación de la tesorería; entre estas hay algunas que no dejan de causar curiosidad. Por ejemplo, el gobernador de la Provincia de Popayán en 1837, don Manuel María Mosquera y ArboEl Constitucional del Cauca, #13, 24 de enero de 1835, p. 3. El Constitucional de Popayán, # 174, Popayán 11 de junio de 1836, pp. 2-3. Ibíd, p. . 121 122 Alonso Valencia Llano leda, en su informe a la Cámara Provincial se quejaba de las dificultades económicas por las que pasaba la Obra Pía impuesta por el Marqués de San Miguel, don Baltazar Pérez de Vivero, a principios del Siglo XVIII y que tenía como finalidad dar dotes de 2.000 pesos a las mujeres pobres que entraran como monjas al convento del Carmen, pero también otorgaba dotes de 400 pesos para «doncellas pobres que quisieran casarse». Para esto se contaba con un capital astronómico para la época: 20.000 pesos que deberían ponerse a censo y de cuyos réditos se sacarían las dotes mencionadas.124 Menciona el gobernador otra obra pía la de «pobres vergonzantes» establecida durante la colonia por los doctores José y Matías Prieto de Tobar, con un capital superior a los 46.000 pesos de cuyos réditos se deberían repartir ciertas limosnas entre los pobres, muchos de ellos mujeres. La realidad era que la difícil situación económica por la que pasaban las Provincias del Cauca tenía prácticamente extinguidos los capitales mencionados, por lo que se debería dar un urgente cambio de destinación a dichos recursos. Consideraba el Gobernador que esto era sumamente grave ya que los fundadores: [...] tuvieron en mira socorrer a la pobreza y proporcionar un refugio a la honestidad de las doncellas desvalidas; objetos que se conseguirían convirtiendo el destino de los fondos a la educación de las niñas, la cual remedia la pobreza del espíritu que es la ignorancia; previene la indigencia que nace ordinariamente del abandono; y fomenta la honestidad y la virtud.125 Sin duda el cambio de aplicación de los réditos de estas dos obras pías y su destino a la educación dio sus resultados, pero en lo inmediato los cambios no fueron muchos. La explicación se tiene en el hecho de que se estaba dando una fuerte Manuel María Mosquera y Arboleda: Cuadro que presenta el gobernador de Popayán a la Cámara Provincial en sus sesiones de 1837, Popayán, Imprenta de la Universidad, 1837. Ibíd., p. 1. 124 Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana confrontación entre los partidarios de la tradición y los abanderados de la liberalización de las costumbres. Este proceso venía desde la independencia cuando la participación en los ejércitos permitió el ascenso social de sectores excluidos durante la época colonial, y se aceleró cuando la misma participación en los ejércitos permitió la manumisión de muchos esclavos y la expedición de leyes como la de libertad de vientres (1821) que permitían la libertad de los niños nacidos esclavos. Aunque la situación era beneficiosa en general para toda la población de excluidos y desheredados de la fortuna, no ocurría lo mismo con las mujeres esclavas, para quienes las condiciones jurídicas de su esclavitud no variaron mucho. Les quedaba, desde luego, el recurso de la manumisión voluntaria, que existía desde la época colonial y consistía en que los esclavos pagaban a sus amos su valor para pasar a gozar de su libertad. Con un criterio meramente anecdótico, queremos rescatar una observación hecha por Hamilton respecto a la manumisión de un par de mujeres esclavas en nuestra zona de estudio: "Dos o tres de estas negras pidieron a Mr. Cade que las comprara a sus amos: otras dijeron que pensaban comprar su libertad al precio fijado por el Congreso, para luego venderse otra vez, operación que les reportaba una ganancia de cien pesos."126 Además de este tipo de «negocio», se presentó un tipo de manumisión que no deja de llamar la atención acerca de la «dignidad', si así puede llamarse, de alguna negra esclava que era administrada por el tantas veces citado Boussingault: [...] cuando se decidió mi salida una vieja negra de nombre Juana me contó que quería comprar su libertad; era la esclava de una congregación y pasaba su vida sentada en una silla; la mantenían bien sin pedirle ningún trabajo; me pidió que la evaluara de acuerdo con la ley de manumisión que permitía recomprarse a todo esclavo; la evalué en 5 piastras, pero le aconsejé permanecer en donde estaba, pues era libre de hecho, pero la vieja no quiso aceptar, Después de haber puesto 126 Hamilton, ob. cit., p. 327. Alonso Valencia Llano el grito en el cielo sobre el poco valor que le atribuía, me dijo que una vez que me hubiese ido, no quería quedarse con los ingleses heréticos. Le entregué su carta de libertad.127 La década de los años cuarenta no fue de tranquilidad para los habitantes de las provincias del Cauca, pues existían muchos negros manumitidos, libertos y libres que buscaban insertarse en la sociedad republicana. La situación fue especialmente difícil para los habitantes pobres de las ciudades de Cali y Palmira, donde el discurso de «libertad, igualdad, fraternidad», estaba siendo asimilado por muchos hombres y mujeres que pensaban que la conquista de la ciudadanía hacía a los hombres iguales, y empezaban a actuar como si lo fueran. Esto, que fue considerado un atrevimiento por parte de los conservadores, fue la justificación para una serie de abusos que llevaron a la insurgencia social. La forma en que los liberales de la época veían la situación la ofrece el Dr. Ramón Mercado, uno de los principales líderes populares de la época: El clero lograba todo por medio de la confesión y de la hipocresía: el mando estaba concentrado en las dos familias de Borrero y Caicedo: el pueblo tenía el sentimiento de su libertad, pero sus instintos relijiosos no le dejaban obrar en la órbita de la reconquista de sus derechos: el odio de los aristócratas a los llamados monteras y de las señoras a las llamadas ñapangas, no tenía límites: los abusos que las primeras clases cometían contra las segundas, aun en los templos daban motivos de frecuentes escándalos, las ordenanzas de la Cámara provincial podían compararse a las cédulas i pragmáticas de los Reyes católicos contra los judíos: las decisiones judiciales sobre tierras conculcaban todo sentimiento de equidad: los pleitos sobre servidumbres menudeaban en contra de los infelices: los abogados nobles habían venido a ser unos magnates vendidos a los poderosos, i el foro era el teatro de la impudicia: las elecciones no 127 Boussingault, ob. cit, pp. 193-4. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana favorecían sino a las clases privilegiadas; y por último la opinión de la aristocracia en cualquier sentido, repetida por los eclesiásticos con algunas escepciones y elevada a la categoría de dogma en el púlpito, en el confesionario i con los consejos espirituales que se daban en cada casa, tenía el májico efecto de una aquiescencia sin obstensibles obstáculos i sin aparente rechazo de parte de los oprimidos. Esta situación de forzada tranquilidad, no había dejado de complicarse sin embargo, con la ruidosa cuestión sobre los ejidos de la capital, usurpados desde el siglo pasado por los señores feudales. Estos sin mas títulos que el comunismo, contra el cual se quejan sus descendientes, hicieron sus mejores haciendas en aquellos terrenos: el pueblo había reclamado inútilmente su propiedad, recibiendo en cambio todo el jénero de agravios, hasta la muerte de tres de sus corifeos sacrificados por el cruel ex-jeneral Borrero en 1831; por lo cual en este punto estaba resuelto a no ceder, pues la cuestión era de vida o muerte para el proletarismo; de la libertad o esclavitud para millares de hombres honrados.128 Los abusos cometidos por los conservadores fueron denunciados en la prensa de la época y por medio de panfletos que hablan de una cotidianidad muy conflictiva. En lo que respecta a las mujeres, los panfletos denuncian cómo las autoridades dirigidas por el gobernador Francisco Caicedo, entre otras fechorías «hizo seguir juicio de vagancia a una pobre mujer llamada Inocencia Pacheco, por unas voces que había tenido con su querida». También se denunció cómo se decretó la conscripción de un «antiguo soldado de la independencia, cubierto de cicatrizes, a quien el Sr. Manuel Santos Caicedo hizo remitir, porque quería casarse con una de sus 1 2 8 Ramón Mercado: Memorias sobre los acontecimientos del sur, especialmente en la Provincia de Buenaventura, durante la administración del 7 de marzo de 1849, Cali, Centro de Estudios Históricos y Sociales "Santiago de Cali" / Gerencia Cultural de la Gobernación del Valle, 1996, p.19. 0 Alonso Valencia Llano sirvientas, i a quien, sin embargo de estar baldado y de no tener ni un diente, los médicos. Francisco Córdoba i Manuel María Buenaventura lo declararon apto.»129 Igualmente, algunos hacendados fueron denunciados por el descarado abuso que hicieron de los campesinos de las haciendas o de quienes habían logrado construir pequeñas fincas en los ejidos, y por la represión de la más generalizada ocupación de las mujeres, como lo era la producción de aguardiente. Lo angustioso de la situación llevó a que lentamente los ideólogos liberales lograran convencer a los hombres y mujeres campesinos de los ejidos y habitantes pobres de las ciudades de que eran injustamente vejados por el régimen conservador, llevándolos a que identificaran intereses de grupo y se vieran a sí mismos como «pueblo». Y como «pueblo» actuaron. Primero tuvieron claro que los derechos que pregonaba el Estado republicano eran un discurso vacío si no se garantizaba la propiedad de la tierra que ellos ocupaban y que tenían la tradición de ser del «común». Segundo, esta claridad los llevó a darse cuenta que las tierras comunales, estaban ilegalmente ocupadas pues habían sido cercadas por los terratenientes y, tercero, que en la medida en que esos terratenientes controlaban todas las esferas del aparato estatal, ellos sólo lograrían la reivindicación de sus derechos por las vías de hecho.130 En consecuencia, el «pueblo» identificó como su primera reivindicación el derecho a las tierras comunales -conocidas como ejidos- y que venían siendo reclamados de tiempo atrás por las vías judiciales; para ello utilizaron esta vez las vías Manuel Joaquín Bosch: Reseña histórica de los principales acontecimientos políticos de la ciudad de Cali, desde el año de 1848 hasta el de 1855 inclusive, Bogotá, Imprenta de Echeverría Hermanos, 1856. Reedición, Cali, Centro de Estudios Históricos y Sociales "Santiago de Cali" / Gerencia Cultural de la Gobernación del Valle, 1997, pp. 8 y 9. 1 3 0 Este tema fue estudiado en Margarita Pacheco: La Fiesta Liberal en Cali, Cali, Universidad del Valle, 1992 y por Francisco Gutiérrez Sanín: Curso y discurso del movimiento plebeyo 1849-1854, Bogotá, El Ancora 1995. 129 Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1 de hecho invadiendo las tierras que consideraban del común y "derrochando" las cercas que los hacendados habían construido, en lo cual participaron muchas mujeres.131 Se trata, desde luego, de una participación política de hombres y mujeres que cuestionaban de esta manera el orden establecido. Esta acción, a pesar de su gravedad, no sirvió para que los conservadores amainaran su despotismo, por el contrario éste se incrementó, y ya no se aplicó sólo sobre los sectores populares, sino también sobre los liberales en general. Los abusos llegaron a tales extremos que el juez Borrero Piedrahita volvió a la condición de esclava a una mujer llamada Catalina, «sin embargo de ser esta libre por la lei i de haberla puesto el alcalde parroquial en el goze de su libertad. "132 No fueron solamente los hombres conservadores los que actuaban tan radicalmente. Manuel Bosch, un observador de la época, no dejó de señalar que "Varias mujeres conservadoras formaron una sociedad sui generis, presidida por la señora María Ignacia Escobar, con el objeto único de ayudar a los hombres en la política, fortificar los círculos aristocráticos de familias i pedir a Dios el total esterminio de los liberales, a los que no admitían en sus bailes i tertulias."133 Ante tales condiciones de injusticia los liberales echaron mano a los «zurriagos» con los cuales se enfrentaban a los conservadores. La acción de golpear con los látigos a los conservadores se volvió costumbre y los hombres del pueblo recorrían las calles de los pueblos y los caminos de los campos golpeando a quienes encontraban. Estas acciones fueron utilizadas por algunas mujeres como la señora del Dr. Manuel María Buenaventura quien hizo correr a muchos, «[...]porque cuando sentía pasar por la calle a alguno calzado, se ocultaba en su balcón i daba el silbidito que había aprendido a imitar, i no era mas que oirlo, salían como montantes huyendo sin saber por dónde ni de quien.» Hubo también estupros, violaciones robos y muertes de mujeres y niños; esto motivó una Bosch, ob. cit. p. 11. Ibíd, p. 30. Ibíd, p. 2. 131 132 Alonso Valencia Llano feroz represalia comandada por las tropas conservadoras de Manuel Tejada. Aunque los hechos no son muy claros, si se sabe con certeza que durante esta época se pudo observar una extraordinaria participación femenina en política partidista. De una parte las mujeres de los sectores populares invadiendo tierras de ejidos y haciendas y de otra las de procedencia conservadora en el rechazo a tales acciones. Desde luego, fue esta última la que los testigos de la época reconocieron como acción política: Algunas mujeres, que contra sus deberes se meten en la política i que dicen son conservadoras, se transforman en fieras, i hasta las que parecían más recatadas i virtuosas mancharon sus labios con insultos, con declaraciones, i lo que no es creíble, pidiendo sangre i muerte; así se vio que unas señoritas en unas oijías que tuvieron con Tejada, le dijeron que solo le pedían, i era que no dejara vivo a ningún negro: otras señoritas, que, como las anteriores, no nombramos por respeto i cortesía, fueron una noche tarde al Colejio de niñas en donde estaban los presos, i les cantaron versos insultantes i un tanto inmorales, i después, tomando agua del caño de la calle les echaron por las ventanas; i de este modo se vio que en el sexo cuyo principal oficio es suavizar las costumbres de los hombres, en este sexo de amor i de dulzura, de sensibilidad i de ternura i en quien reside principalmente la piedad i compasión, hubo mujeres que, despojándose de sus más preciosos adornos, desobedeciendo a sus destinos sobre la tierra y sofocando en su corazón los naturales sentimientos de humanidad i de virtud, se convirtieron en perseguidoras i denunciantes, i en idólatras de la lanza i de la espada embotadas aun con la sangre de sus hermanos. [...] I estas mujeres que han manifestado un corazón tan dañado ¡se confiesan cada ocho días! pero las mujeres creen que guardando la castidad del cuerpo son santas, aun cuando se entreguen a la murmuración, al coqueteo, al chisme, al enredo i al denuncio; aun cuando sean soberbias, orgullosas i no tengan ni una chispa de caridad con el prójimo. Ah! Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana ¡Cómo se han multiplicado entre nosotros las Herodias, que piden cabezas; las Dálilas, que traicionan la amistad i la confianza; las Vestales, que a pesar de su castidad adoran a la impúdica Venus; i las Helenas, que arrojan la manzana de la discordia entre sus hermanos! il no hai una Veturia que ofrezca su vida para salvar la misma ingrata patria i a los mismos ciudadanos que habían perseguido y desterrado injustamente a su hijo; i no hay Susana que prefiriendo su honor a la vida i su virtud de venganza, marche al suplicio sin denunciar el crimen de sus calumniadores i verdugos; i no hay una Ester que salve a su pueblo del esterminio decretado por los Azueros; i no hai un Bahal que coja i proteja en su casa a los emisarios de sus enemigos que habían de destruir su propio pueblo!!!134 Desde luego, hubo mujeres con comportamientos diferentes cuyo desempeño durante este período mereció el elogio del cronista: faltaríamos a nuestro deber si no consagráramos unas líneas a la virtuosa señora Mercedes Cabal de Mallarino, que no omitió medio alguno de aliviar a muchos desgraciados, olvidando que tal vez ella fue una de las que más sufrieron de los mismos a quienes extendió una mano generosa; i si no admiramos la virtud de la señoritas Zoila Camacho, niña de trece años, hermosa i pura como una estrella, que habiendo sabido que un teniente López herido i prisionero el 16 de junio, se encontraba en miseria y desamparo, se dedicó a servirle mandándole cama, ropa i alimentos, a pesar de que no le conocía, i de que era enemigo de la causa porque padecía su padre. Ojalá tantas señoritas que sin motivos especiales han observado una conducta opuesta, sigan el ejemplo de aquella respetable matrona i linda niña.135 Aunque la represión sirvió para controlar el desborIbíd. pp. 87 y 88. Ibíd. p. 9. 134 » Alonso Valencia Llano damiento del pueblo, lo cierto es que su lucha llevó a que en 1850 se lograra una solución parcial al problema de los ejidos y en 1851 se decretara la abolición definitiva de la esclavitud. De esta manera la lucha de los hombres y las mujeres caucanas permitía vislumbrar, para la década los años cincuenta unas mejores condiciones de existencia. Y, desde luego, queda claro que el período de insurgencia social, que facilitó las llamadas «reformas de mitad de Siglo», permitió también una importante participación política de muchas mujeres caucanas. La cotidianidad rural en los años cincuenta No existen muchos estudios sobre la cotidianidad de las mujeres en Colombia, ni tampoco acerca de la cotidianidad de las mujeres en regiones específicas del país.136 Debido a esto hemos recurrido a los viajeros para mirar, así sea tangencialmente, cómo transcurría el diario vivir de las mujeres campesinas caucanas. Una de las mejores páginas acerca de la cotidianidad caucana es la que escribiera el norteamericano Isaacs Holton a comienzos de la década del cincuenta, luego que recorriera el Valle del Cauca y se encontrara en el sitio de Vijes, una zona productora de cal, situada en las estribaciones de la Cordillera Occidental en las márgenes del río Cauca: Acabo de regresar de una zambullida refrescante en las frías aguas de la quebrada que baja de la montaña. Me 1 3 6 El único artículo moderno sobre el tema es el elaborado por Michael F. Jiménez: "La vida rural cotidiana en la República", una agradable lectura que por su generalidad al pretender cubrir todas las regiones colombianas incurre en permanentes inexactitudes acerca de la cotidianidad rural no sólo del Valle del Cauca, sino en general sobre el sur de nuestro país. Ver Beatriz Castro: Historia de la vida cotidiana en Colombia, Bogotá, ed. Norma, 1996, pp.161-203. Un mejor acercamiento al tema se hace en la investigación que está realizando con el apoyo de COLCIENCIAS el profesor de la Universidad del Valle Eduardo Mejía P: "Campesinos, poblamiento y conflictos en el Valle del Cauca. 1800-1848", que se publicará próximamente en esta misma colección. « Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana recuesto perezosamente en el áspero y no muy limpio promontorio de tierra y piedras, que forma un bando por debajo y a todo lo largo del corredor de la choza donde vive el hombre que trabaja en la calera. El también está aquí, sentado en un gran pedazo de roca que deberá arder algún día. Labra una cuchara de palo en la rama gruesa de un arbusto, utilizando el machete, esa herramienta universal que casi nunca le falta al campesino y que es un cuchillo de aproximadamente veinte pulgadas de largo, enfundado y colgado de una correa amarrada a la cintura. En honor a mi venida, la niña más pequeña se pone la camisa, quizá la única prenda que posee, pero la apariencia del diablito apenas sí mejora, porque el vestido, aunque no tan negro como su piel, es muchísimo menos limpio. Imitando al padre coge un palo grande y lo golpea a troche y moche con un cuchillo romo que ha perdido el mango de cacho, para hacer, según me dice, otra cuchara. La hija mayor y la mamá están ocupadas en un pequeño fogón construido al final del corredor, asan para el almuerzo familiar unos plátanos pelados y unos pedazos de carne de res de apariencia bastante sospechosa, artículos estos que la clase trabajadora, siempre que los tiene a mano, cocina para la frugal comida de medio día.137 Esta hermosa introducción, nos sirve para observar cómo se recreó la cotidianidad después de las conflictivas guerras de independencia, de las luchas por vincularse al Ecuador o a la Nueva Granada, de la Guerra de los Supremos, la Guerra de 1851 y los dramáticos retozos democráticos o, en pocas palabras: de las enormes dificultades para construir la República de la Nueva Granada. Para Holton era claro que había llegado a "[...] un sitio donde el invierno nunca sorprende al haragán, donde nunca nadie ha oído las máximas del pobre Ricardo, donde es más barato roturar un campo que defender un pleito y más fácil criar otro niño que curar al enfermo; y 1 3 7 Isaacs F. Holton: La Nueva Granada: Veinte meses en los Andes, Bogotá, Banco de la República, 1981, pp. 15-16. 86 Alonso Valencia Llano donde aún el ministerio religioso constituye un monopolio Í.J138 Lo más interesante de las descripciones hechas por el norteamericano, es la forma en que aborda las familias caucanas. Para hacerlo cambia los nombres de las personas y los de los lugares. La primera familia descrita por él es la conformada por don Eladio Vargas Murgueitio, un hacendado de Tuluá con residencia en Cartago, esposo de Doña Manuela Pinzón, hija de un comerciante de la sabana. Se trataba de una pareja culta, educada en la capital de la República: él en el colegio de Lleras y ella en un internado que tenía la viuda del general Santander. Con ellos estaba una hermana de la señora, doña Susana, quien había recibido la misma educación, aunque «es quizá más instruida que su hermana y más activa de cuerpo y de espíritu», pues además de ser físicamente hermosa y piadosa, «sus conocimientos generales son muy superiores al común de las mujeres granadinas, ya que ha leído varias novelas de Dumas y Sue, claro está que traducidas al español, pues muy pocas señoras aquí leen francés». Esto sin duda significa un avance frente a la situación cultural de las mujeres que encontró Boussingault dos décadas antes, cuando ni siquiera las señoras de la elite de Cartago sabían leer, lo que nos indica que las reformas educativas desarrolladas por Santander habían dado algún resultado. Pero Manuela no es el mejor personaje femenino descrito por Holton. El que refleja de una manera más clara la imagen de las mujeres caucanas que componían la élite de la época era una hermana de don Eladio, la señorita Eladia Vargas, en cuya imagen se recogen todas las vicisitudes por las que pasaron las más tradicionales familias caucanas: De complexión más fuerte que la mayoría de las damas, ha llevado una vida rica en experiencias y se ha adaptado bien en el Cauca, Bogotá y el Chocó. Creo que nació en esta última región granadina, donde era el ama de más de cien esclavos que lavaban oro para su padre, se alimentaban de 1 Ibíd., p. 1. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana plátano y pescado e iban prácticamente desnudos. Pero hoy los esclavos son libres y por consiguiente los ingresos familiares se han reducido pues los blancos no pueden lavar oro en el Chocó y los negros libres no trabajan, ya que no ambicionan nada de lo que puede conseguir el oro. Por tanto, apenas se está extrayendo una cuarta parte del oro que se explotaba antes de 1852, y así la vieja propiedad de los Vargas en el Chocó se está arruinando, el señor Vargas se murió y la familia vive de lo poco que produce la mal manejada hacienda de La Ribera. Pero todas estas cosas no parecen afectar a Eladia Vargas Murgueitio. Digna, tranquila y piadosa, da la impresión de estar por encima de esos cambios. Cumple religiosamente todos los mandatos de la Iglesia, y en muchos aspectos es la cabeza de la familia. Su voluntad es ley para ésta y para los sirvientes. Mientras a los demás les falta firmeza, a ella le sobra y su juicio termina siendo siempre el mejor.139 La casa en que vivían mostraba una «grandeza venida a menos», y a pesar de su tamaño dejaba ver en sus ocupantes una cierta sensación de hacinamiento, ya que la mayoría de los miembros de la familia ocupaba, junto con los sirvientes, el cuarto principal, mientras que las mujeres solteras ocupaban un cuarto algo más pequeño. Respecto a las costumbres cotidianas, Holton descubrió -con horror puritano- que don Eladio dormía desnudo y que en tal estado sostenía una entretenida conversación con Manuela, su hermosa cuñada. Pero Holton no concentra sus observaciones únicamente en las familias urbanas. Describe también las actividades realizadas por mujeres de las haciendas. Son los casos de doña Paz Cabal de Gamba, a quien encontró en la hacienda del Chaqueral dedicada a la elaboración de cigarros, y de su prima Isabel Gamba Cabal, quien se dedicaba a la costura de vestidos. Quizás por su juventud, fue ella quien atrajo la atención del viajero, y aunque puede tratarse de una excepción, la verdad es que nos muestra que las mujeres caucanas 139 Ibíd, pp. 402-3. 8 Alonso Valencia Llano de los sectores medios rurales gozaban de ciertos niveles culturales que provenían de una educación no formal: Isabel tenía unos dieciocho años y vestía de campesina, lo que le sentaba muy bien. Si acaso hay sangre negra en sus venas, no es perceptible. El vestido que estaba cosiendo era para ella, pues a veces se vestía como una dama. Una novela, traducida del francés, estaba encima de la mesa. Le gusta mucho la lectura aunque nunca recibió educación formal. El primo Belisario le presta libros, y su hermano, que estudiaba en Bogotá, le había dado algunos. Aquí, pues, existía un eslabón intermedio entre la aristocracia y el campesinado del país. Isabel pertenece más bien a este último por nacimiento, pero aunque nunca había sido debidamente educada, se había esforzado por hacerse verdaderamente atractiva, como lo admitiría cualquier aristócrata caucano si se atreviera a hablar sinceramente. Mi opinión, a través del tiempo y la distancia, es que Isabel es la mujer nativa más agradable que encontré en toda la Nueva Granada.140 La cotidianidad de esta familia muestra algunas diferencias en el comportamiento social más familiar entre hombres y mujeres. Por ejemplo, éstas no compartían jamás la mesa con sus familiares varones y cuando asistían el servicio de cena lo hacían de pié para que nada faltara, lo que establece una diferencia notable frente a los comportamientos de las mujeres en otros sitios del Cauca. En esta zona del Valle estas reglas llegaron al extremo de que cuando el visitante pidió a las mujeres que le acompañaran a la mesa, ellas se sentaron, pero no probaron bocado hasta cuando él acabó. Lo curioso es que tan pronto esto ocurrió ellas se sentaron en el suelo para pasar a ingerir sus alimentos. Afortunadamente Holton pudo notar que esta costumbre estaba cambiando: «Creo que la costumbre de que las mujeres coman aparte de «los amos de la creación», y en el suelo, ya está siendo olvidada poco a 140 Ibíd., p. 418. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana poco. Las familias más notables del Cauca no practican esta costumbre».141 A Holton no dejaba de extrañarle la presencia de tantos hijos extramatrimoniales, aspecto que no se avenía muy bien con sus ideas religiosas. El siguiente diálogo, es muy ilustrativo respecto a su intolerancia, pero también acerca de la forma en que algunas mujeres caucanas veían el problema: Durante una de nuestras charlas Isabel apartó un momento la vista de su labor y me preguntó si yo tenía hijos. «No me he casado nunca», le contesté. «Belisario me dijo que usted es soltero, pero pensé que podría tener hijos, a pesar de ello». «Si yo fuera tan falto de escrúpulos como para ser padre antes de casarme, también lo sería para negar a los hijos. Si fuera sospechoso de tal cosa, no tendría un solo amigo que me recibiera en su casa. Esa clase de personas no es admitida en la sociedad que yo frecuento». [...] doña Paz me comentó: «Si fuéramos tan estrictos aquí a ese respecto, tendríamos que vivir fuera de la sociedad».142 Respecto a los hacendados, o a sus hijos varones, sólo nos resta mencionar las diferencias que para ellos existían entre el matrimonio ideal y el matrimonio real; es decir, las esperanzas que tenía un joven al escoger la mujer para casarse y la mujer con quien lo hacía. Un buen ejemplo de esto nos lo da Emiro Kastos (Juan de Dios Restrepo) cuando nos menciona las aspiraciones de Emilio, un condiscípulo suyo en el Colegio en Bogotá: Casarse con una linda muchacha en Bogotá, después de acabar su carrera; retirarse con ella a su casa de campo en el Valle del Cauca; pasar allí sus días cuidando sus vacas, 141 142 Ibíd, p. 419. Ibíd, pp. 418-9. 0 0 Alonso Valencia Llano entregado a ocupaciones campestres i paseándose con su amada bajo las ceibas, los naranjos, los madroños i las palmeras de su bello país; acostarse por la noche en una hamaca a aspirar las brisas perfumadas de los bosques, fumando cigarros mientras ella preludiaría al son de la guitarra canciones de amor, hacer versos en sus horas perdidas, cuidar sus caballos i sus perros, entregarse a todas las voluptuosidades de la pereza, que tiene tanto atractivo en los climas calientes; educar sus hijos, idolatrar a su mujer, vivir dichoso i morir en paz, he aquí el sueño dorado de Emilio.143 Tiempo después Emilio se casó y en carta dirigida a Emiro Kastos mostraba como era la "mujer real", para un "matrimonio real": Al fin, querido Emiro, voi a casarme. [...] En estos pueblos de provincia es preciso casarse para introducir alguna novedad en la vida, para aburrirse en compañía de alguien. Pero he abandonado esa tontería de buscar el primer amor de una mujer. La mujer es una criatura esencialmente afectuosa, i la que ha tenido más amores no prueba sino que es más tierna que las otras. Encontrar una mujer que no haya amado a nadie es tan difícil como descubrir la cuadratura del círculo, o el movimiento perpetuo. Me caso con una muchacha clásica, positiva, nada vaporosa i que ignora absolutamente donde tiene los nervios. Preguntándole cuántos amores había tenido, incurrió en la estupenda franqueza de decirme que dos o tres pequeñas pasiones, pero que la que sentía por mí era la más fuerte, i que sobretodo sería la última. ¡Dios la sostenga en esta heroica resolución! Dentro de quince días estaré casado.144 Pasando a lo que podríamos considerar sectores populares, 1 4 3 Emiro Kastos: "Recuerdos de mi juventud. El primer amor", en la obra del mismo autor Artículos escogidos, pp. 189-190. 1 4 4 Holton, ob. cit., p. 193. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 9 la forma de vida de las mujeres agregadas en las haciendas son recogidas por Holton cuando relata su estadía en la casa de un hacendado, donde en la práctica se encargaban de todas las labores importantes: Pilar, el ama suprema de todo este territorio, es una mulata de veinte o veinticinco años, hija de la negra que maneja la cocina de los Vargas en Cartago. En cuanto a su padre, no me atrevo a hacer ninguna conjetura. Pilar maneja la casa, pone la mesa, sirve a esta, cose, enseña a leer en el corredor a tres negritas y, entre hombres y mujeres, es la persona más eficiente de toda la hacienda, trabajando más que dos de ellos juntos. Duerme con las niñitas en el cuarto [...], que está separado del mío por una pared tan delgada que a veces las oigo rezar sus oraciones después de que la familia se ha acostado.145 Desde luego, en las haciendas no sólo existían mujeres de servicio, había también un buen número de arrendatarios, algunos de ellos mujeres. Así en La Paila se encontraban Timotea, quien se ganaba la vida en oficios artesanales, como la elaboración de sombreros y sudaderas para los caballos, o la anciana Antonia, quien se dedicaba a cuidar los sembrados para que no los dañaran los micos o los loros. Lo más común era que ellas se dedicaran a la destilación de aguardiente, es el caso de Dolores, quien llamó a Holton para que viera como lo hacía -lo que no dejó de producir un comentario irónico del viajero: «fui a buscarla para ver una caucana ocupada en algo.» Estas arrendatarias tenían un buen número de hijos que se encontraban en su gran mayoría infectados por gusanos, a causa de los cuales existía una gran mortalidad que permitía mantener viva la costumbre de los «bailes de los angelitos»: Una mañana [...] pregunté: «¿Hubo baile anoche?». «No señor». «Pero yo oí un tambor, ¿no estuvieron bailando?» «Sí señor, bailaron pero no en una fiesta. La niñita murió anoche y estuvieron celebrando el angelito». Ibíd., p . 9 . Alonso Valencia Llano Algunas de las descripciones que hace de las viviendas de los campesinos y de sus costumbres los muestran aparentemente sumidos en la pobreza. Esta idea cambia cuando observa una de sus bodas y nos describe el vestido y los adornos de la novia: La novia llevaba el cabello muy corto, pero como era crespo cual la lana, sostenía sin dificultad una peineta de oro y algunas flores artificiales a cada lado, además de una guirnalda atrás. Los zarcillos eran de oro, de un diseño muy original, que me recordó la punta de un campanario, con la bola representada por una piedra del tamaño de una cereza. En la garganta lucía una cadena de oro que le daba dos vueltas, una sarta de perlas y una segunda cadena de oro. La camisa era de muselina blanca muy fina; las mangas también de muselina, pero moteada de rojo, bajaban hasta cerca de la muñeca; el cuello de la misma tela y de dos dedos de ancho caía desde arriba y muy abajo de la nuca hasta dejar descubierto uno de los hombros, pero no llegaba sino a la mitad de la distancia entre la cabeza y los pies; las enaguas de color pizarra, con dos grandes pliegues, y un cinturón de material parecido al de los tirantes de los caballeros daba dos vueltas y le ceñía la cintura. Debajo de esto la enagua caía por el frente sobresaliendo unas tres pulgadas. En la boca tenía un cigarro, en las manos cuatro anillos con esmeraldas y los pies descalzos.146 Desde luego, no todas las bodas eran iguales, ni las novias parecían casarse por su propia voluntad a pesar de las circunstancias que las llevaban al matrimonio. El siguiente constituye un buen ejemplo: El padrino, que estaba casado con la madrina, se hizo al lado de la novia. Mientras tanto el novio hacia lo posible por meterse entre la novia y la madrina, aparentemente buscando que lo casaran con cualquiera de las dos. Cuando por 14 Ibíd., p . 4 . Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana fin el cura logró que se colocaran como debía ser, les leyó un sermón larguísimo, diciéndoles entre otras cosas que su deber era esforzarse por tener hijos y educarlos no tanto en busca de su propio bien sino de la religión, de la fe y de la virtud. Pero esto de tener hijos era un punto sobre el cual no vi la necesidad de insistir tanto, pues, la novia, aunque no había estado casada antes, no solamente tenía dos hijos como testigos de la ceremonia, sino que se encontraba en ese estado que aquí indican con la palabra embarazada [...] Debo añadir además que el mayor de los niños parecía tener tres cuartas partes de sangre negra y el menor tres cuartas de sangre blanca. La novia era mulata y los demás del grupo de pura raza africana, Todos estaban descalzos, las mujeres vestidas con los trajes sencillos que ricos y pobres deben usar para ir a la iglesia, la cabeza cubierta con una mantilla y una saya oscura como falda. Después de que el cura terminó la alocución ordenó a los novios que se dieran la mano derecha, lo cual hicieron después de mucha demora. Cuando le preguntó a la novia si aceptaba a este hombre como esposo, ella no contestó. El cura repitió la pregunta, pero no obtuvo respuesta. «Conteste si o no», exclamó, y ella dijo «Si». El sacerdote tomó dos anillos de la bandeja de plata que usan en la misa y le puso uno al novio y otro a la novia, en el dedo meñique. Pero el anillo era lo suficientemente grande como para poderlo usar en el pulgar, y ella se lo pasó inmediatamente a otro dedo. Después el cura tomó de la bandeja ocho o diez reales en monedas de a diez, se los entregó al novio y éste a su vez se los dio a la novia. Durante las oraciones siguientes se vio claro, por la forma como pronunciaba el latín y por el tono impaciente, que el cura, en ayunas, estaba perdiendo la paciencia. De pronto suspendió una oración y regañó a los novios en puro castellano. Una vez que terminó las oraciones, le pasó la estola por la cintura al hombre y condujo a la pareja, que todavía tenía las manos unidas, hasta el altar, seguidos por los padrinos. Los novios se arrodillaron y el cura comenzó la misa. Al cuello les pusieron dos cadenas de oro, unidas con una cinta, y sobre la cabeza de la novia y los hombros del novio extendieron Alonso Valencia Llano dos yardas de una tela blanca y con fleco. Por lo general los novios deben comulgar, pero en este caso no lo hicieron. Después le pregunté al cura la razón y me dijo que el estado de la novia no le permitía observar el ayuno necesario para el sacramento.147 La primera de estas bodas se realizó en medio de las festividades de San Juan, lo que dio ocasión para observar las alegres y nutridas cabalgatas de los «sanjuaneros» por los campos caucanos. En una de estas cabalgatas, Holton llegó a contar veintiséis mujeres, cada una en su cabalgadura, cubiertas con un chai sobre la cabeza y debajo del sombrero y cada una con una ruana. La utilización de los chales era relativamente común, pues utilizaban el rojo para las fiestas y el azul para ir a la iglesia, mientras que la mayoría de las ruanas -usadas por hombres y mujeres- era de color rojo. Pero lo mejor eran los bailes que se celebraban después de las bodas y que llegaban a durar varios días, pues las habitantes del Valle, como ya se vio, mostraron siempre un gusto y una especial habilidad por este tipo de diversiones: [...] encontré al buen cura con la sotana remangada bailando con gracia inusitada un bambuco con una de las ninfas de la llanura. Y cuando me retiraba vi al joven Carlos bailando un vals con la vieja esclava manumitida que había sido su niñera y la de todos sus hermanos y hermanas. Me contaron que más tarde hubo una escena todavía más curiosa. Merceditas, la hermosa niña de diecisiete años, hija de un hombre blanco, bailó con Miguel, el herrero negro [...] Debió haber sido todo un espectáculo.148 A la noche siguiente el baile continuó: Dos parejas, muy negras y más allá de la primavera de la vida, estaban bailando el bunde, una danza chocoana. 147 Ibíd, pp. 504-3. p. . 14Ibíd, Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana Lentamente los cuatro daban la vuelta al cuarto en un círculo muy amplio, y cada pareja alternativamente avanzaba al centro, mientras la otra retrocedía. Esta es la teoría, pero la forma de hacerlo sobrepasa mis poderes descriptivos. El hombre empieza sus movimientos centrípetos desenfrenadamente y parece que podría destruir la pareja si llegara a chocar con ella. ¡Y había que ver los pasos improvisados que daba al retroceder ¡Y la música! Uno tocaba tambor con las manos, otro golpeaba durísimo una banca con el palo de una escoba y ambos y el resto de la concurrencia cantaban estrepitosamente «Al ke le le». Se divertían en forma tan desenfrenada que me parecía que de un momento a otro alguno tendría que desmayarse o caer muerto al suelo. Pareja tras pareja bailaba el bunde y la última en dejar la pista fue la cocinera, una negra vieja, que después de haber estado ocupada todo el día tenía puesta la misma camisa que había usado ocho días seguidos en una cocina sin chimenea [...] 149 Luego de los bailes los campesinos del Valle se dispersaban, pero no lo hacían de la misma manera que llegaron, lo hacían en parejas que se habían formado durante los días de jolgorio. Esto permite pensar que las campesinas del Valle gozaban de mucha libertad; detalles que tampoco se le escaparon a Holton: Poco antes de esta había visto a los jóvenes de la familia, a caballo, llevando cada cual a una de las ninfas que la noche anterior habían llegado a pie. Estas iban sentadas de lado, al frente de la montura, y para seguridad de ellas los jóvenes les rodeaban la cintura con el brazo y ellas pasaban el suyo alrededor del cuello del jinete. De seguro que por pura casualidad la buena suerte de tener quien las transportara recayó exactamente en las jóvenes más atractivas y bonitas de todo el baile.150 149 150 Ibíd., pp. 503-4. Ibíd. UNA FAMILIA DE LA ELITE POLITICA. EL CASO DE LOS MOSQUERA Como ocurría con personas que creían formar parte de una aristocracia, las mujeres de la élite en la Gobernación de Popayán en los momentos previos a la independencia asumían roles sociales que se caracterizaban por excluir a aquellas que provenían de otros sectores. Desde este punto de vista, y quizás siendo anacrónicos, podríamos decir que ellas tenían clara su posición de clase y así se lo hacían sentir a quienes no gozaban de su posición económica ni de su misma procedencia étnica, lo que no es más que la continuidad de los esquemas sociales sobre los cuales se construyó la sociedad colonial. Desde luego, podemos suponer que este reconocimiento de la clase y de la etnia como factores de exclusión social eran más acentuados en unas ciudades que en otras, pero en la medida en que sólo contamos con información para la ciudad de Popayán debemos aceptar que allí la discriminación social que ejercían las mujeres de la élite se sentía con más fuerza y se expresaba no sólo en la ocupación espacial de la ciudad, sino también en el espacio público en el que se ejercían las funciones religiosas. Esto es reconocido por José María Quijano Wallis, uno de los miembros destacados de una prominente familia payanesa, quien admite: La separación de clases sociales fue tan completa y acentuada que hubo barrios o cuarteles enteros de la ciudad, como el de Pamba, por ejemplo, habitados exclusivamente por familias nobles, sin intrusión de plebeyos, ya que entre éstos no es posible contar los esclavos y los individuos de la servidumbre. La Iglesia del Rosario era destinada únicamente a las familias aristocráticas y cuentan las crónicas que cuando una «ñapanga» (mujer del pueblo) se atrevía a penetrar a dicha Iglesia, las linajudas damas la arrojaban a empellones 98 Alonso Valencia Llano y latigazos aun cuando ellos no fueran Jesú-Cristo ni la pobre intrusa mercader del Templo.151 Pero la exclusión social se dejaba sentir con más fuerza todavía en las actitudes que se asumían en la cotidianidad y que llevaban a que los miembros de la élite expresaran una superioridad social cuya descripción, al parecer exagerada, no deja de ser chocante: Las damas principales de la aristocracia se denominaban Señoras de Estrado y Carro de oro, porque en general recibían en días excepcionales sentadas bajo un dosel, sobre un sillón de bordes dorados y tapizado de brocado carmesí, colocado sobre un estrado alfombrado. Ellas lucían unas grandes faldas de paño de San Fernando orlado de tupidos y espesos tejidos de hilos de oro, y de ahí el nombre de Carro de oro. Los visitantes que entraban a la noble mansión se sentaban en asientos colocados al pié del estrado y, sin osar dar la mano a la aristocrática dama, salían, después de una corta entrevista, a una señal de despedida de la Señora.152 Desde luego, la cotidianidad de estas mujeres, como veremos después, no se reducía a hacer ostentación de su posición social, pues ellas tenían responsabilidades en la consolidación de las familias, principalmente en las labores relacionadas con la crianza de los hijos. Así, las abuelas se encargaban de introducir a sus nietos en procesos de socialización que estaban orientados principalmente a inculcarles una sólida formación moral y ética acorde con los principios religiosos católicos, la que les permitía continuar con su educación básica. En esto las señoras de la élite de Popayán no se comportaban diferente a las de Bogotá, según lo relata José María Espinosa: «[...] recibí de mis abuelas mi primera instrucción, que [...] fue en extremo piadosa [...] Nuestras lecturas favoritas, o José María Quijano Wallis: Memorias Autobiográficas HistóricoPolíticas y de Carácter Social, Editorial Incunables, Bogotá, 1983, p. 151 22. 152 Ibíd. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana mejor diré, nuestras únicas lecturas, eran las vidas de los santos [...] « 1 5 3 En el caso de Popayán, José María Quijano Wallis recuerda que a su abuela debía «Zas primeras nociones de moral y de los principios cristianos que en medio de caricias y de regalos inculcó en mi espíritu infantil».154 De esta primera escuela familiar, los hijos de las familias payanesas pasaban a recibir una enseñanza más formal que era impartida por tutores privados quienes daban las primeras lecciones de aritmética, letras, religión y rudimentos de idiomas extranjeros; posteriormente pasaban a la escuela, como en el caso de Tomás Cipriano de Mosquera, quien estudió en el establecimiento del señor Joaquín Basto155 y, posteriormente, continuó bajo la tutela del maestro Luna.156 Aunque se trataba de labores importantes, seguían siendo secundarias con respecto a la que desempeñaban los hombres. Así el abuelo aparecía como el jefe de la familia y quien tomaba las principales decisiones de carácter familiar, tal y como corresponde con unidades familiares extensas inscritas dentro de una concepción patriarcal.157 Quizás el mejor ejemEspinosa, ob. cit., pp. 3 y 4. Quijano, ob. cit., p. 22. 155 William Lofstrom, La vida íntima de Tomás Cipriano de Mosquera, 1798-1830, Banco de la República-El Áncora Editores, Bogotá, pp. 55 y 56. 153 154 1 5 6 Diego Castrillón Arboleda: Tomás Cipriano de Mosquera, Planeta Editorial, Bogotá, 1994, p. 20. 1 5 7 Acerca de las tipologías de la familia en Colombia existen varios trabajos que comienzan por el ya clásico estudio antropológico de Virginia Gutiérrez de Pineda: Familia y cultura en Colombia, Colcultura, Bogotá, 1985, que es citado por todos los demás autores. Una síntesis de la evolución histórica de la familia en Colombia con base en la normatividad decimonónica puede consultarse en Suzy Bermúdez: El bello sexo. La mujer y la familia durante el Olimpo Radical, Ediciones Uniandes, Bogotá, 1993. Puede verse también su artículo: "Debates en torno a la mujer y la familia en Colombia", en su libro Hijas, esposas y amantes. Género, clase, etnia y edad en la historia de América Latina, Ediciones Uniandes, Bogotá, 1992, que aunque muy referidos a las familias bogotanas son útiles para observar los intentos de transformación que los liberales se propusieron realizar durante el Siglo XIX para toda república. Otro de sus artículos donde aborda el tema de 100 Alonso Valencia Llano pío para observar el comportamiento de las mujeres de una familia de este tipo, nos lo ofrezca la familia Mosquera de Popayán, magistralmente retratada por el historiador norteamericano William Lofstrom. Se trata sin duda de la familia mejor y más estudiada de Popayán, no precisamente por las actuaciones de sus mujeres, sino por las de sus hijos varones -Joaquín, Manuel José y Tomás Cipriano- quienes ocuparon los principales puestos públicos de la República durante el siglo XIX, pues el primero y el último fueron presidentes y diplomáticos, mientras que el del medio fue el arzobispo primado de la Nueva Granada.158 El lado femenino de la familia se inició con doña María Manuela Arboleda y Arrechea quien como era costumbre de la época, y con el fin de mantener el linaje y cimentar la fortuna familiar, fue casada con don José Joaquín María Mosquera Figueroa y Arboleda, primo suyo. El papel preponderante dentro de la nueva familia lo desempeñó el señor Mosquera, mientras que el de doña María Manuela se redujo a soportar embarazos difíciles y a hacer promesas a «los santos patrones con fechas próximas al día de su esperado alumbramiento para que el niño naciera sano» y, sobre todo, para que fuera "varón". Un buen ejemplo de esto lo ofrece Tomás Cipriano de Mosquera cuando le escribe a su yerno Pedro Alcántara: "Ya te estoy llevando la cuenta y quiero que en julio nazca el primogénito Pedro Tomás Herrón y Mosla familia es: "Familia y hogares en Colombia durante el Siglo XIX y comienzos del XX" en Magdala Velásquez: Las mujeres en la Historia de Colombia, tomo II, Editorial Norma, Bogotá, 1995. Respecto a estudios sobre el patriarcado, puede verse el excelente trabajo de Gerda Lerner: La creación del patriarcado, Editorial Crítica, Barcelona, 1990. 1 5 8 Los aspectos biográficos generales de estos personajes pueden ser consultados en Gustavo Arboleda: Diccionario biográfico y genealógico del antiguo Departamento del Cauca, Biblioteca Horizontes, Bogotá, 1962, lo mismo que en las obras citadas de Lofstrom y Castrillón. Pueden consultarse además: Joaquín Estrada Monsalve: Joaquín Mosquera, su grandeza y su comedia, Bogotá, 1945; Terrence B. Morgan: El Arzobispo Manuel José Mosquera; reformista y pragmático, Biblioteca de Historia Eclesiástica Fernando Cayzedo y Flórez, Bogotá, 1977. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 101 quera. Debe ser mi ahijado. Si es mujercita allá harán madre, abuela y papá lo que quieran".159 Esto último se vuelve fundamental ya que el nacimiento de mujeres no era muy deseado como se comprueba en el hecho «de que la genealogía caucana de los Arboledas diera la fecha de nacimiento de los cuatro varones Mosquera y Arboleda, y no la de sus tres hermanas», lo que según Lofstrom comprueba el papel secundario de las mujeres payanesas durante el siglo pasado, aunque también podría deberse a prejuicio de los genealogistas.160 El destino de los hijos varones de la familia Mosquera es ampliamente conocido, mientras que el de las hijas no ha merecido ninguna relievancia, quizás porque no está asociado a las actividades públicas que llevaron a la construcción de la República. Esas olvidadas hijas fueron Dolores Vicenta, María Manuela y Petronila; las dos primeras siguieron el mismo destino de su madre, es decir, se casaron con parientes, mientras que la última murió antes de casarse. A pesar del mencionado papel secundario que se les otorgaba, ellas jugaron un papel importante en la consolidación de las extensas familias payanesas, pues el hecho de que se casaran con parientes, particularmente con primos, llevó no sólo a la consolidación del linaje, sino también a que a través de las dotes, se mantuvieran y reprodujeran las fortunas familiares, evitando que los cuantiosos bienes escaparan hacia familias competidoras en el dominio social, económico o político. Esta concepción del matrimonio hacía que cuestiones como el amor, o los sentimientos relacionados con la atracción sexual fueran secundarios. Un buen ejemplo de este tipo de comportamientos lo ofrece también la familia Mosquera a través del desempeño de uno de sus hijos varones, Tomás Cipriano de Mosquera, uno de los hijos menores, quien en 1817 estableció amoríos clandestinos con María Catalina Josefa Ruiz de Quijano Mosquera, una pariente lejana suya conocida en la correspondencia privada de Tomás con el seudónimo de Citado por Aída Martínez Carreño: "Mujeres y familia en el siglo XIX", en Magdala Velásquez, ob. cit., tomo II, p. 303. 1 6 0 Lofstrom, ob. cit., pp. 46, 48. 159 10 Alonso Valencia Llano Natalcia, y perteneciente a una rama familiar venida a menos económicamente. María Catalina Josefa Ruiz de Quijano: los amores con la pariente pobre Los amores con Natalcia empezaron por el año 1815 cuando, por alguna fiesta religiosa, Tomás pasó unas vacaciones en Quilichao, una población cercana a Caloto.161 A pesar del linaje de la joven, el rechazo familiar no se hizo esperar, pues además de argumentar la juventud de los enamorados, a los Mosquera les disgustaba la pobreza manifiesta de María Catalina. La situación fue sorteada gracias a la inestable situación política del momento que llevó a que Tomás debiera exiliarse en Cartagena, lo que permitió que la familia siguiera rechazando el romance dificultado ahora por la distancia; para ello uno de sus primos utilizó una frase desobligante no sólo para la joven, sino para cualquier mujer: «nada hay que esperar sino una triste y negra infidelidad compatible solo con su sexo», la que fue reiterada cuando escribió a Tomás: «No olvides la preciosa Natalcia; pero ten presente que mujeres y ríos corren aguas, vanándose».162 Sin embargo, la distancia unida a la soledad del exilio hacía que Mosquera no ocultara sus sentimientos en las cartas que con cierta frecuencia dirigía a su amada: «Aquí detengo mi pluma porque el corazón me palpita, los ojos se me llenan de lágrimas y la mano trémula no me permite seguir».163 El rechazo familiar de los Mosquera contrastaba con la forma en que Natalcia vivía su amor. Para ella su romance con Tomás no parecía obedecer a ningún tipo de interés económico, sino más bien a sus más íntimos sentimientos, tal y como lo expresara en una carta escrita en septiembre de 1817: Sólo las voces dulces de la naturaleza podrán de algún 161 162 163 Castrillón, ob. cit., pp. 32 y ss. Lofstrom, ob. cit., p. 82. Castrillón, ob. cit., p. 33. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 10 modo explicar el dolor y tormento que sufro con tu penosa y dilatada ausencia; y el placer que experimenta mi corazón con los momentos lisonjeros que tomo mi pluma para significarte mi fino afecto, y cariño. Sí: debes vivir eternamente persuadido que tu Natalcia te será siempre fiel; y que no hay un sólo instante que no se halle ocupada con tus cartas y memorias, pues con este consuelo vivo un poco tranquila.164 Pero lo que más la consoló y tranquilizó fue la carta en la que Tomás la pedía en matrimonio, cuya rápida respuesta nos revela la forma en que se realizaban los preliminares de este tipo de unión: [...] Yo veo en tu carta que me dices: sí te espero para contraer matrimonio dos años, no digo ese tiempo, más que fuera mi felicidad es, y será permanente aún cuando la distancia sea enorme, porque mi cariño jamás se borra de mi pecho mientras viva; ya tú conocerás mi carácter y habrás visto una firmeza invariable en mí; yo estoy pronta a seguirte a donde quieras sin la menor repugnancia, lo que si me parece mejor es que debes ver a tu padre más antes para que según lo que diga, le escribas a mi madre que me parece no habrá novedad; y podrás tú determinar como quieras; y por tanto vive segura que tu esposa nada olvida menos que a su Paniciro; y que persuadido de esa verdad debes despreciar cualesquiera duda. Tu invariable esposa que verte desea. Natalcia.165 Esta carta, además de hablarnos de los sentimientos nos refiere el ritual que se utilizaba para establecer un compromiso matrimonial. Esta vez se trataba de la voluntad propia expresada por los enamorados; pero, como queda dicho, la iniciativa en el compromiso la tomaban los padres del novio. El problema en el caso presente consistió en que la novia, a pesar de pertenecer a la familia del novio no era aceptada 164 165 Lofstrom, ob. cit., p. 85. Castrillón, ob. cit., p. 33. 10 Alonso Valencia Llano por ésta, lo que se expresó con exigencias hechas a Tomás tales como la necesidad de que sentara cabeza y tuviera una independencia económica, antes de entrar en estado matrimonial. A esto se agregó que la distancia hizo su efecto sobre Tomás, quien mientras le exigía fidelidad a «su» Natalcia, tuvo un hijo ilegítimo con una costurera de Cartagena, lo que unido a sus preocupaciones del momento lo llevó a abandonar poco a poco su amor de juventud, actitud que le notificó a la joven en diciembre de 1818 para romper su compromiso. La reacción de Natalcia, airada y digna, hace evidente lo que hemos dicho acerca de que en las alianzas matrimoniales pesaban más los cálculos económicos que el amor, pues mencionó «la fea mancha de la pobreza» y «el carácter de algunas familias» de Popayán, a lo que agregó: «vivo llena de un placer indecible cuando me miro lejos del objeto que podía haber construido mi desgracia». Desde luego, avisó a Mosquera que conservaría sus cartas para probar a los chismosos de la ciudad que si su compromiso se había disuelto «no ha sido por algún defecto de mi honor, sino por la facilidad que tuvo usted para abrazar los consejos que le dieron.»166 1 6 6 Lofstrom, ob. cit., p. 94; Castrillón, ob. cit., pp. 36 y 37. Frente a este problema del "honor" Merit Melhus dice: El honor de una mujer es también su vergüenza. Pero como yo argumento, la vergüenza (como honor) puede ser mejor entendida si se la ve no solamente en relación con el honor sino también en relación con el sufrimiento y la virginidad. Así como la vergüenza es ambigua, así lo es el honor. Honor como término es usado localmente, no tanto para calificar a un hombre sino más como un valor superior atribuido por ejemplo a una familia, a una casa, o en política. Véase su artículo: "Una vergüenza para el honor. Una vergüenza para el sufrimiento", en Milagros Palma (coordinadora): Simbólica de la feminidad. La mujer en el imaginario mítico-religioso de las sociedades indias y mestizas, Abya Yala, Quito, 1993, pp. 48 y 49. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 10 Mariana Josefa Benedicta Vicenta Arboleda y Arroyo: la esposa del general La actitud asumida por la familia Mosquera frente a la pariente pobre contrasta con la que asumió poco después cuando Tomás estableció noviazgo con otra prima suya Mariana Josefa Benedicta Vicenta Arboleda y Arroyo- con mayor fortuna, linaje y posición social que Natalcia. La joven contó con la aprobación de la familia, aunque Joaquín, el hermano mayor, aconsejó a Tomás, en 1819, que no se comprometiera con ella porque «era muy muchacha», lo que acompañó con una opinión que expresa la edad que los payaneses buscaban en las mujeres para casarse: «para mujer se debe buscar la que ya esté bien formada, y hay quien diga que debe tener 24 años; pero yo digo que bastan 16 en algunas, aunque por lo regular deben pasar de los 18».167 A pesar de estos y otros consejos, el matrimonio se realizó en la iglesia de la hacienda Coconuco el 4 de mayo de 1820, cuando Tomás tenía veinte años y su esposa dieciséis. Aparte de las condiciones económicas y sociales de la novia, lo que más pesó en el matrimonio fue la necesidad de controlar los ímpetus guerreros de Tomás, quien permanentemente se veía comprometido en acciones subversivas contra el gobierno español. Su padre creía que las responsabilidades matrimoniales lo alejarían de las aventuras revolucionarias.168 Esta estrategia de conservación del hijo no dieron mayores resultados, porque al mes de realizado el matrimonio Tomás dejó su hogar recién constituido para participar en las guerras de independencia. El cambio de soltera a casada no fue muy afortunado para doña Mariana -llamada cariñosamente Bembenta por Tomás- porque no quedó embarazada con la rapidez que exigían las costumbres payanesas, lo que se explica por dos razones: reiteradas ausencias de su esposo por haberse dedicado a campañas militares y a negocios y al contagio de una enfermedad venérea adquirida por Tomás antes del matrimonio. 167 168 Lofstrom, ob. cit., p. 101. Castrillón, p. 41. 10 Alonso Valencia Llano Su vida de esposa sola no fue fácil a pesar de la solidaridad familiar, pues debió sufrir las consecuencias de la participación política de su esposo. Así, en agosto de 1820 debió huir a Cali ante el temor del ataque de fuerzas realistas a Popayán, de donde solo regresó en enero del año siguiente, pasando muy pocos días con su esposo, quien debió partir a las campañas de Pasto. Sólo a finales de 1821 pudo pasar con su esposo una breve temporada que se vio dificultada por la resistente gonorrea que éste sufría. Esta vida tan poco marital llevó a que en 1822 doña Mariana se quejara: [...] creo que en la eternidad será donde nos vamos a unir para no separarnos nunca [...] ya veo que soy la mujer más desgraciada que puede haber pues hasta ahora no tengo la satisfacción de decir que he vivido seis meses contigo [...] Tu afligida y desconsolada Bembenta.169 Al fin, en 1824, un hecho militar reunió a los esposos: el primero de julio durante una batalla en Barbacoas Mosquera resultó con la mandíbula destrozada que lo llevó a convalecer a la Hacienda Coconuco, de donde partió en 1825 para el Pacífico, debido a que Bolívar lo había nombrado Gobernador de Buenaventura con sede en Iscuandé. Esta vez doña Mariana lo acompañó, lo que le representó un costo emocional enorme al tener que dejar a su primogénito -Aníbal, de sólo nueve meses- quien fue amamantado por su cuñada Dolores Vicenta Mosquera de Hurtado. Doña Mariana tenía fuertes intereses en el Pacífico, allí poseía, lo mismo que Tomás, algunos reales de minas y cuadrillas de esclavos, que le permitían enviar a Popayán algunas partidas de oro. Aunque su permanencia en el Pacífico fue provechosa para el matrimonio, lo cierto es que para doña Mariana en particular representó un enorme sacrificio por la separación de su pequeño hijo. La situación de otros miembros de su familia no era distinta. Por ejemplo, al recibir una carta que le remitía su 169 Lofstrom, ob. cit., p. 110; Castrillón, ob. cit., p. 63. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 10 hermana Josefa Arboleda y Arroyo en abril de 1825, doña Mariana no pudo menos que sufrir una gran pena. La carta revela las angustias que padecían las mujeres de la élite, las que no se mitigaban con las fortunas de sus familias o de sus esposos. En este caso no se trataba de buenas noticias: su hermana Josefa se casaría con su tío materno don Manuel María Arroyo y Valencia; noticias que llegaron adornadas con la resignación propia de seres humanos que no controlaban sus destinos: se casaba «porque así lo ha dispuesto el Todo Poderoso... y no dudo que me conviene este estado, y veo que con el excelente esposo que el Cielo me va a conceder he de ser una mujer feliz». Esta dolorosa resignación se convirtió poco después en un grito angustioso: Tendré que casarme, y tú tan lejos, pero así lo ha querido mi desgracia... la alegría está enteramente desconocida para mí y sólo conozco la melancolía y la tristeza y mi risa es la continua gana que tengo de llorar, hoy he llorado a sollozos para darle algún descanso a mi pobre corazón y pienso que lo mismo haré el día de mi triste casamiento. Yo creo que no se ha visto ni se verá jamás novia más triste que yo. 170 Mariana mitigó esta terrible noticia con el nacimiento en Iscuandé de su hija Amalia de la Concepción Gertrudis Euge1 7 0 Lofstrom, ob. cit., p. 169. Todo esto nos demuestra que el matrimonio no era el "estado ideal" para las mujeres caucanas. Se nota más bien una cierta "resignación a un sacrificio", al cual es imposible renunciar por la presión de un código social. Melhus sintetiza esta situación en los siguientes términos: Un código en el cual el honor y la vergüenza son conceptos básicos, implica, entre otras cosas, que las reglas de conducta se aplican desigualmente a hombres y mujeres: lo que es apropiado para los hombres no lo es para las mujeres y viceversa. Es un código que no sólo regula la conducta de hombres y mujeres, sino, lo que es más importante, regula las relaciones entre hombres y mujeres y aún más, contribuye a mantener el dominio particular de los hombres sobre las mujeres. En otras palabras es un código que discrimina de acuerdo con el género. Y en el proceso de discriminación define la relación de los hombres con las mujeres. Ob. cit., p. 48. 10 Alonso Valencia Llano nia Mosquera y Arboleda, el 15 de noviembre de 1825, situación que se vio incomodada porque el parto fue atendido por la negra Ygnacia, una esclava con quien Tomás había tenido un tórrido romance en su juventud y de la cual había quedado un hijo ilegítimo. El nacimiento de Amalia dio un nuevo rumbo a la vida de Mariana, quien fue incluida en los planes que realizó Mosquera para viajar a Filadelfia en busca de atención médica para su mandíbula, viaje que se interrumpió debido a que en Panamá encontraron un médico que realizó la operación. De allí regresaron a Popayán de donde Mosquera viajó a Guayaquil en 1826 con el cargo de Intendente. En 1827 fue nombrado Intendente del Cauca, cargo que desempeñó hasta 1828. Posteriormente fue nombrado Ministro ante los gobiernos del Perú, Bolivia y Chile, con residencia en Lima. Doña Mariana, después de haber vivido con él estos años, se negó a acompañarlo. El período que siguió fue de gran distanciamiento entre los esposos. Mosquera se quejaba de la frialdad de su esposa, a lo que ella respondía que todo cambiaría si él regresaba a su lado, pues «entonces verías disipadas las tinieblas de mi imaginación; y restablecida la antigua alegría y buen humor de mi espíritu. La sequedad y la indiferencia se convertirán en la expresión más sentimental...»111. La ausencia de su esposo, las cartas llenas de reproches y el padecimiento de la enfermedad venérea que aquel le transmitiera hicieron que Mariana entrara en un período de hipocondriasis y que incluso deseara la muerte; desde luego, era una mujer infeliz y tenía motivos para serlo. Así lo expresó en carta del 4 de mayo de 1829, aniversario de su matrimonio: Qué memoria tan triste es para mí recordar el día 4 de mayo del año 20, pues en ese año te creías feliz con haberme elegido a mí por tu esposa y amiga, me prometiste que tu corazón nunca tendría otra dueña, pero... pero no sigo por no derramar más lágrimas de las que derramo día y noche Lofstrom, ob. cit., p. 1. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 10 para desahogar mi corazón que se halla cada día más oprimido. Yo había hecho una resolución de no decirte nada, pero ya no puedo sufrir más... lo que más me atormenta es creer [que] tu por no estar conmigo te sacrificas, abandonándome a tu padre, a tus hermanos, y a todos tus intereses.172 En adelante, el distanciamiento se agrandó y la correspondencia entre los esposos se vio cargada de ironías. La situación se hizo prácticamente insostenible cuando Tomás le anunció que se trasladaría a Lima, lo que hizo que Mariana expresara su odio por su «maldita carrera» militar y que le dirigiera una pregunta directa acerca de ella: «¿qué es lo que sacas de esto, disgustos, sinsabores y en una palabra pasar una vida de desesperación?». Para agravar las cosas, en junio de 1829 murió don José María Mosquera Figueroa, padre de Tomás, situación que incrementó el desánimo de Mariana y una nueva crítica a la profesión escogida por su esposo que lo mantenía alejado de los suyos y expuesto a tentaciones de diverso orden: «Déjate de buscar bordados y honores; ya perdimos a nuestro respetado padre, para qué te sacrificas por bordados, para qué anhelas por honores tan caros, nada Tomás, despréndete de todo y vente a tu casa».113 En el fondo de todos estos reproches estaba la sospecha de que Tomás en Quito, Guayaquil o Lima estaba sometido a tentaciones carnales. Por eso en algunas cartas hablaba de que las quiteñas le pasaran «el buen humor», o que saludara de su parte a las «señoritas guayaquileñas». También, esto explicaría que en ocasiones fuera «áspera, seca y desdeñosa» con su esposo; y que en otras se caracterizara por la ironía, como cuando le decía: «todos los humanos no son iguales, tu serás estable, franco, generoso general de muchos méritos porque desde que naciste saliste con ese destino, y yo [...] tan estúpida que no alcanzo a conocer los méritos de los Señores Generales».174 172 173 174 Ibíd., ob. cit., p. 174. Ibíd, p. 176. Ibíd, op, cit., pp. 174, 176 y 184. 10 Alonso Valencia Llano La muerte de su suegro revela otra faceta de este tipo de matrimonios disfuncionales del siglo XIX caucano: la esposa alejada del marido y refugiada en la familia de éste se convierte en una hija más que mitiga las dificultades producidas en la vejez de sus suegros. En este caso, el papel de Mariana fue fundamental para atender a su suegro en sus últimos días, lo que mereció reconocimiento de Joaquín, el hermano mayor de Tomás, en carta escrita el 21 de junio de 1829: Tu virtuosa y amable mujer nos ha acompañado sirviendo a nuestro padre en los diez días y sus noches de enfermedad con una constancia que no puede ser ya más; ella se ha mostrado digna hija de su excelente madre y ha ganado sobre mi corazón todos los derechos de hermana mía ¡Dios la bendiga!176 Esta no era la única ocupación de la solitaria esposa, las reiteradas ausencias del esposo la convirtieron en administradora del patrimonio familiar; difícil labor, si se tienen en cuenta las dificultades que pasó el país en los momentos de finalización de las guerras de independencia y en la construcción de la República. Aunque en esta labor Mariana siempre estuvo acompañada por su cuñado, el presbítero Manuel José, lo cierto es que ella tenía que administrar las haciendas de Coconuco, Poblazón, La Teta y García, donde había abundantes ganados y numerosos esclavos. La cambiante situación política del país, acelerada con la expulsión del Libertador Simón Bolívar, en 1830, y el nombramiento de su cuñado Joaquín como Presidente de la República, pareció constituirse en una esperanza para Mariana, puesto que Mosquera anunció su retorno al país. En efecto, el ausente esposo regresó por Panamá, pero allí, ante la dictadura de Rafael Urdaneta, el derrocamiento de su hermano y la separación de los territorios caucanos y su anexión al Ecuador, cambió de idea y en lugar de llegar a su casa en Popayán marchó a Estados Unidos y Europa. El golpe para 175 Castrillón, p. 128. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1 Mariana no pudo ser más fuerte y siguió siéndolo, pues su hermano Manuel José debió enviarle a Tomás el dinero necesario para correr con sus gastos, lo que lesionaba fuertemente el patrimonio familiar. Ante los reclamos que Manuel José le hacía por poner en riesgo su fortuna y tener abandonada su familia, Tomás se quejaba de que «Marianita» no le escribía, lo que sazonaba con almibaradas frases cargadas de cinismo: «[...] pensando solamente en ella, cualquier hebra de hilo se me vuelve una viga, y comienzo a padecer.» Y frente a los riesgos que corría el patrimonio familiar dados sus excesivos gastos, su cinismo no podía ser mayor: «Es necesario que sea señora de negocios y no solamente ama de llaves como son generalmente lo que llaman allá excelente señora de casa.»176 El viaje por Europa fue sin duda formativo para Tomás: instrucción militar, reuniones científicas, ampliación de sus conocimientos geográficos y de idiomas y, desde luego, como era de esperarse en un personaje como él, un acercamiento a la nobleza francesa e italiana. Estas labores no le impidieron llevar una vida tan disipada como la vivida en el sur de América, lo que le permitió ampliar sus horizontes estéticos a unos extremos inconcebibles, pues comparó a las italianas con las colombianas, sacando como conclusión unos juicios que fueron expresados a Pedro Alcántara Herrán: «¡Qué feas están las colombianas! Si todas se parecieran a las pirringas, le juro a Usted que no sería más casto San Indalecio que yo. Putas, amarillas y feas es lo que hay generalmente hablando»}11 Estas, desde luego, no eran sus únicas preocupaciones, ya que vivía bastante informado de la política de la Nueva Granada, lo que lo motivó a regresar al país en 1832. Sus cálculos políticos fueron bien hechos y, como era de esperarse, en ellos entraba su familia. Esto se hizo evidente cuando en una carta escrita a Pedro Alcántara Herrán -su compañero de viajes en Europa- le ofrecía, en forma bastante sutil por 176 177 Ibíd., ob. cit., pp.161 y ss. Ibíd., ob. cit., p. 159. 1 Alonso Valencia Llano cierto, la mano de su hija Amalia, la que sólo contaba con doce años de edad, mientras que don Pedro tenía treinta y cinco: «De amalia es muy buena, suave y bonita».178 La sutileza no pasó en vano, pues don Pedro le escribió una carta en italiano, cuya traducción no deja ninguna duda acerca de que aceptaba convertirse en yerno del General: Para mi [es lo mismo] esperar cinco años que cincuenta; pero ha olvidado usted, caro amigo, que soy un pobre viejo que no tengo otra cosa que un buen corazón, este corazón todo suyo; La señorita merece ser tan feliz como su digna madre y por consiguiente tener un esposo semejante a mi excelente Conde Tomás; correspondo a su tierna amistad asegurándole que mi voluntad será siempre suya, respondo en este al mismo tiempo a mis sentimientos.179 La utilización política de su hija fue sin duda uno de sus mejores cálculos, si se tiene en cuenta que el general Pedro Alcántara Herrán estaba destinado a ser uno de los principales políticos colombianos e iba a ser su principal aliado en sus pretensiones por llegar a la presidencia de la República. Esta utilización de la hija para sus fines políticos y el hecho de que ella lo aceptara, ha propiciado que algunas historiadoras vean a Amalia como el prototipo de la sumisión de la mujer en el siglo pasado.180 El regreso al Cauca y su reencuentro con su familia, después de tres años, significó para Mosquera volver a incursionar en negocios relacionados con la producción de sus haciendas para recuperar su menguada fortuna, pero al mismo tiempo desarrolló una importante labor política que lo llevó al parlamento con el apoyo de los habitantes de su provincia, lo que significó una nueva separación de su familia; todo esto, lentamente, lo fue convirtiendo en un político notable. Pero a medida que su estrella política ascendía, sus relaciones matrimoniales se deterioraban hasta el punto que 178 Ibíd., pp. 169 y 170. Ibíd., p. 578. 180 Yer Martínez Carreño, ob. cit., p. 294. 179 Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 11 pidió un cargo diplomático en Londres. El distanciamiento con su esposa lo hizo evidente en carta que escribiera en 1837 a su hermano Manuel José, quien recientemente había sido nombrado Obispo: «Mariana no vendrá contenta según he visto [...] Así te digo que ya estoy resuelto casi a no sacarla de Popayán y a ver como me acostumbro a vivir sin ella que para tener una vida de perros más vale estar lejos [...]»1&1 La comisión en Inglaterra no le fue concedida, pues se le encargó de la Comandancia de la I a . Columna del Ejército. Esto lo ponía al lado de Herrán en el control de la Provincia de Bogotá, de la que su amigo era gobernador. De nuevo, el significado político del hecho tenía un costo bastante grande para su familia, en especial para doña Mariana. Así lo explicaba Mosquera a su futuro yerno el 28 de noviembre de 1837: Voy a ver el modo de arreglar mis cosas para irme cuanto antes pero no puedo abandonarlo todo inmediatamente. Me veo precisado a dejar mi familia porque si va Mariana se destruirá todo... Mucho celebro que Ud. y yo seamos los encargados de esa provincia. Esto es necesario según mis cálculos. Nuestra vida pública se asemeja mucho hace algunos años y nos encontramos en el mismo camino [...] 182 El año de 1838 fue crucial para Mosquera pues en unión con Herrán debió preparar el ejército para enfrentar a José María Obando, quien organizaba tropas en el sur. Esto se hizo en medio de rumores muy fuertes en Popayán, donde no sólo se hablaba de la cercanía de una guerra, sino del romance entre Amalia Mosquera -la joven hija del generaly Herrán, quien se refirió a su prometida en una de sus cartas: «De Amalia me han preguntado mucho las tías, las primas y los primos y a todos les he referido sus adelantamientos. Hágale también mis finos recuerdos».183 A finales de 1839, los dos generales tenían ampliamente controlada la situación política del país y a Obando. En estas Castrillón, ob. cit., p. 188. Ibíd., p. 190. Ibíd., p. 9. 181 182 114 Alonso Valencia Llano circunstancias se dió una nueva insistencia de Mosquera para cerrar la alianza matrimonial con su amigo de armas, pues se encontraba preocupado debido a que se enteró de que su hija tenía un pretendiente: Mariana está muy repuesta otra vez; pero no buena. Amalia me tiene chocho. Lentos son sus progresos pero no deja de hacerlos. Lástima que te hayas llamado viejo. Coronaría tus triunfos con sus gracias aunque no igualan a las de ... mejor es callar, supuesto que ni tú ni yo creemos en tales amores. ¿Sabes que me han preguntado en Popayán si es cierto que te la he dado? Con ningún otro amigo tendría yo estas chanzas pues parecerían pretensiones exageradas de mi parte. Más tú las recibes como ellas son, una franca y sincera efusión de lo que es mi corazón para contigo.184 Aunque la situación familiar podía parecer asegurada para Tomás, no ocurría lo mismo con la política, pues una serie de caudillos regionales, entre ellos Obando, iniciaron «La Guerra de los Supremos» que mantuvo al país en zozobra hasta 1840. Las fuerzas del gobierno lograron someterlos con enorme dificultad, hasta entrar triunfantes a Bogotá. El primero en hacerlo fue Herrán, quien el 29 de noviembre le comunicó su llegada mencionándole su encuentro con su prometida Amalia Mosquera: «¿A que señorita te parece que di el primer abrazo en Bogotá la noche que llegué? Está muy linda, bien educada y amable. Mi señora Mariana me parece muy repuesta y aún puedo decirte gorda [..]»1S5 Desde luego, las esperanzas políticas del ambicioso Mosquera estaban puestas en Herrán y en su hija; para nada entraba en sus cálculos futuros su esposa Mariana. Debido a esto, él no le escribía ni siquiera unas pocas líneas, hecho que mereció el reproche de su futuro yerno el 2 de diciembre de 1840: 184 185 Ibíd., p. 208. Ibíd., p. 235. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 11 [...] Mi señora Mariana está buena y muy sentida contigo porque no les has escrito. No seas injusto y aún podría decirse ingrato; a ti para nada te falta tiempo, y por no poner cuatro letras haces sufrir a la señora más virtuosa, más tierna y mas completa que pueda darse. Escríbele con el primer posta que venga una carta tan fina y tan amable como ella se lo merece. Si yo supiera imitar tu letra y expresar tus sentimientos ya lo habría hecho. Me parece que Amalia tiene la educación de una Lady, el corazón de una payanesa y la figura de una virgen de Rafael. Goza de perfecta salud y no piensa más que en su victorioso papá.186 El año 1841 no fue tranquilo, porque mientras eran sometidos algunos rebeldes del centro del país, Obando reaparecía en el sur, estimulando nuevos levantamientos en Santander. Esta vez fue Mosquera quien los enfrentó debiendo comprometerse en combates a partir de marzo. Su compromiso con Herrán estaba ya tan asegurado que en carta escrita el 13 de este mes le decía: «Si muero mi testamento de Pasto, mi familia y sobre todo mi hijita quedan bajo tu protección [...]» 181 . Su afán guerrero quedó patentizado cuando en cartas posteriores hablaba a su amigo de coronas de triunfo y de su paso al heroísmo: «Si muero acuérdate de mi mujer y con mayor razón de mi hija y de Aníbal. Siempre mi corazón será todo tuyo y sea en el Cielo o en el Infierno mi alma hablará de ti a los héroes. Todo todo tuyo, Tomás».188 La cercanía entre Amalia y Herrán permitió que se oficializara el noviazgo, lo que modificó un poco el formalismo en la correspondencia entre los dos amigos, pues ahora Herrán prefería despedirse con frases como esta: «... dándote tres abrazos como tu primer amigo, tu hijo y tu más fiel camarada ... ¿quieres otro? te lo daré también como hermano, Perucho».189 Como es obvio, se trataba de una transformación Ibíd., pp. 236 y 237. Ibíd., p. 245. 1 8 8 Ibíd., p. 246. 189 Ibíd., p . 2 . 186 187 1 Alonso Valencia Llano sentimental que se estaba operando en el hombre más importante, políticamente hablando, de la Nueva Granada, puesto que desde el 2 de mayo de 1841 se había posesionado como Presidente de la República. En adelante, la correspondencia con su futuro suegro y amigo estará llena de expresiones románticas como estas: [...] Amalia dueña de mi corazón está de por medio y voy a hablarte de ella antes que todo. La patria me perdonará que por un momento me ocupe de mí mismo con preferencia a otra cosa. [...] Poseo el corazón de Amalia, yo la adoro, no es esto galantería, la adoro, siento por ella tan vehemente pasión como no he tenido por ninguna mujer del mundo ni podría tenerla antes porque no he llegado a creerme casado como creo ahora. Tampoco me he creído jamás ser tan querido ¡y lo soy de una criatura celestial! Estoy enamorado como un muchacho de veinte años. Yo no pienso más que en mi Amalia, cómo serviré a su virtuosa madre, con quien simpatizo más que tu mismo, y yo como corresponderé a su padre tanto como le debo. Bien hace Amaba en ser tan fina conmigo, nadie en el mundo podría quererla tanto como yo. ¡ Ah patria! cuanto me debes sin saberlo, me separé de Amalia en los momentos en que ciego de amor y no bien seguro de ser correspondido pensaba conquistar el corazón de mi querida; y ahora más enamorado y perfectamente correspondido vuelo a tomar posesión de ella. Perdona mis delirios, Tomás, me he vuelto un muchacho. El rato que he empleado en escribirte esta carta ha sido de felicidad para mí, de felicidad completa, en medio de los quehaceres y disgustos que llenan mi tiempo. No me envíes el cordón que me traes de Amalia: tenlo en tu poder hasta que puedas entregármelo personalmente para no exponerlo a que se pierda. Te deseo tanta felicidad como la que tú me proporcionas. Perucho.190 190 Ibíd., pp. 277 y 278. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1 Al mirar estas expresiones sentimentales, podría pensarse que la situación familiar de Mosquera estaba pasando por un buen momento; pero no era así. Aunque no conocemos los sentimientos de Amalia en esta época como para referirnos a ellos, sí sabemos que Mariana, Amalia y Aníbal, durante su estadía en Bogotá, se refugiaron en la familia de Herrán como el náufrago se aferra a una tabla. El distanciamiento de Mosquera con su esposa se hizo más profundo pues éste descargó en Herrán muchas de las responsabilidades que le correspondían como esposo, las que siempre había evadido. Para rematar las cosas, la guerra lo había llevado a Cartagena donde encontró una hermosa mujer -Susana Llamas- quien habría de impresionarlo de tal forma que en el futuro haría parte de su vida sentimental, y lo llevaría a cometer ciertos excesos que fueron escándalos públicos en Bogotá. Posteriormente, pasó a Panamá con el interés de impedir que esta porción territorial se separara de la Nueva Granada, donde su permanencia estuvo acompañada de críticas acerca de la forma en que desarrollaba su vida privada y de permanentes solicitudes de dinero a su familia, la que estuvo siempre enterada de sus «hazañas amorosas». El problema para Mosquera era que ahora sus familiares no estaban solos, pues contaban con el apoyo, nada más ni nada menos, que del Presidente de la República, quien no estaba dispuesto a tolerar los excesos de su futuro suegro. Debido a eso, Mosquera recibió el dinero que pedía acompañado de su nombramiento como embajador en las repúblicas de Chile, Perú y Bolivia y una carta en los siguientes términos: Sin embargo de esto quiero decirte una cosa con toda claridad y sinceridad. A tu elección queda aceptar o no aceptar, sin temor de que yo forme queja de cualquier partido que abraces, y en seguida voy a darte un consejo de familia porque ya tengo derecho de dártelo. No malgastes tu salud ni prodigues tu fortuna con las hijas de Eva por lindas que sean. Nada debes conservar tanto como tu salud, no sólo para ahora sino para tener una vejez achacosa, penosa y llena de remordimientos, semejantes a los que pudiera tener el 11 Alonso Valencia Llano que se suicida o mayores todavía. En cuanto a tu fortuna son otras las consideraciones que debes tener por más desprendido y generoso que seas... A pesar de que no temo de tu parte una mala interpretación en cuanto a la segunda parte de mi consejo, no estará por demás que te manifieste que te lo doy por consideración a ti y nada más. Me parece que mientras yo viva de nada necesitará Amalia. Es tan moderada en sus aspiraciones que con descanso puedo satisfacer todos sus deseos. He encontrado en ella esta cualidad tan rara en las mujeres de mérito que para mí era y debía ser condición sine qua non, porque yo siempre seré pobre y no podría ser feliz con una compañera que considerase como una calamidad la pobreza honrada. En compensación de esto tendrá un marido que en cuerpo y alma le pertenece exclusivamente y que no tendrá otro pensamiento que el de hacerla feliz ,.. 191 La necesidad de que Mosquera se alejara del país ya no dependía sino de que realizara la boda de su hija con el presidente. La fecha se fijó para el mes de septiembre de 1842 y sería «tan privada que ni los testigos sepan que va a celebrarse, hasta el momento de la bendición», pues la poca fortuna de Mosquera y los quebrantos de salud de la madre del Presidente así lo exigían. La decisión fue comunicada a Mosquera: Que me casaré en los primeros días de septiembre, como antes te he comunicado, es cosa irrevocable. Para que sea antes hay inconvenientes; pero mientras tanto si cualquier día, cualquier hora, me dijera Amalia casémonos ahora, en el acto me casaría. Así se lo dije cuando acordé con ella misma el plazo y se lo he repetido después. Que nuestro casamiento ha de ser muy en privado tú lo deseas y me lo has encargado, a mí me conviene y todos los interesados estábamos en el mismo pensamiento.192 Ibíd., p. 2 8 . Ibíd., p . 2 . Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 119 La boda corrió peligro de realizarse debido al fallecimiento de la madre de Herrán, hecho que lo llevó a retirarse temporalmente de la presidencia. Finalmente, se realizó el le de septiembre y el 30 del mismo mes Herrán reasumió la Presidencia. Podríamos decir que con esta boda el futuro político de Mosquera estaba asegurado, porque su yerno lo propuso a la vicepresidencia de la República, lo que no logró, pero empezó a perfilarse como el futuro presidente. Su familia no quedó al margen de los hechos, en Bogotá empezaron los chismorreos acerca de las relaciones entre las familias de Herrán y Mosquera y la forma en que controlaban el poder. Como es lógico, los chismes también tocaron a doña Mariana, a quien acusaron de ejercer una indebida influencia sobre su yerno. Los rumores fueron de tal nivel que doña Mariana se vio obligada a regresar a Popayán, lo que disgustó profundamente a Mosquera, hasta el punto que casi se presenta un rompimiento de relaciones con su yerno, a quien además le reprochaba que no hiciera nada por sostener su candidatura. La utilización de la familia en sus fines políticos se hizo evidente en una carta que le enviara Herrán en 1843: Me has dicho que has llegado arrepentido de que Amalia sea mi mujer, me has dicho que te engañé como un muchacho, me has dicho con cierto modito de inadvertencia que despreciaste pretensiones de jóvenes apreciables para darme la mano de Amalia. Te agradezco la franqueza con la que me has hablado; pero más te habría agradecido que hubieras tenido tal franqueza antes del 1B de septiembre de 1842, porque yo no sería tu yerno, no tendrías por qué haberte arrepentido, y Amalia asociada a uno de tantos jóvenes apreciables que la pretendieron y que la merecerían sería feliz.193 A pesar de estos reproches, el destino político de Mosquera ya estaba trazado, pues su salida del país le abrió las puertas 193 Ibíd., p. 299. 1 Alonso Valencia Llano a la presidencia de la República de la Nueva Granada en 1845, cuando sucedió a su yerno en el poder. La expresión de Mariana, cuando se enteró de la noticia, no puede ser más elocuente: «¡Válgame Dios! ¡Tomás en la presidencia será como mico en pesebre!».194 Los rumores en torno a la forma en que el presidente había actuado en la elección de Mosquera despertaron una serie de críticas que incluyeron las de la propia familia del electo presidente. Herrán, dolido, no tuvo más remedio que hablarle así a su suegro: El señor Julio Arboleda, no contento con lo que me han difamado como hombre público él y sus compañeros, dice que la peor calamidad para su familia ha sido mi enlace con Amalia. Dice también que yo me empeñé y machaqué hasta la impertinencia para conseguir la mano de Amalia, con la mira de estafarte tu fortuna; y dice otras mil cosas igualmente deshonrosas y humillantes para mí... No tengo poder para desbaratar el calamitoso matrimonio que tanto deploran Julio y sus amigos o parientes; pero en algo puedo remediar las consecuencias y esto lo haré infaliblemente. Me alejaré de ti cuanto pueda, y cortaré toda mi relación de familia y de amistad contigo, como lo exigen mi honor y tu bienestar... En cuanto a mis pretensiones de enriquecerme a tu costa ¡Válgame Dios hasta donde soy humillado! No puedo justificarme de otro modo que prohibiendo a mi mujer que reciba ni un alfiler de sus padres, ni para sí ni para sus hijos; y esta prohibición es de tal modo irrevocable que primero me divorciaría de Amalia que rebajarla. De paso, esto debe servirte de gobierno para que no pongas a prueba de modo alguno la debilidad de Amalia.196 15 Ibíd., p. . Ibíd., p . 3 . Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 11 Susana Llamas: el amor del presidente La utilización política de su familia pareció terminar cuando Mosquera ascendió al poder debido a que se incrementaron sus diferencias con su esposa y su yerno. Esto no significó que Mosquera enfrentara solitario en su intimidad el desempeño del gobierno. Por el contrario. Rápidamente su actividad presidencial se vio acompañada del escándalo a raíz de la presencia en palacio de una hermosa mulata, Susana Llamas, con quien mantenía relaciones desde que estuvo en Panamá, lo que obligó a la intervención de su hermano el Arzobispo para que moderara su conducta. Este escándalo, unido a otros hechos de carácter político, llevaron a que su yerno el expresidente Pedro Alcántara Herrán decidiera marchar a los Estados Unidos en el año de 1847, llevando consigo a doña Mariana. Mosquera había conocido a Susana en Cartagena, en 1841, donde sostuvo las relaciones escandalosas que ya hemos mencionado y que le valieron algunas reconvenciones por parte de su yerno, el presidente Herrán. Lo curioso es que los antecedentes de Susana, averiguados en 1842 por Francisco Córdova, secretario de Mosquera, no impidieron que el enamorado militar continuara con su escandalosa relación: Susana por su conducta arrastrada, prostituida, berrionda, es la mujer más despreciada que hay en esta ciudad [de Medellín], No merece los cariños de un caballero noble y generoso como es usted. No hay en Medellín negro artesano, ni comerciante que no haya conseguido favores de la incasta Susana, así como no hubo ni soldado ni oficial del Batallón Ns 2 que no pasara revista por sobre ella. Esto lo he sabido aquí porque es público. Se me cae la cara de vergüenza en cuanto oigo referir la vida de esta ramera que ha tenido la astucia necesaria para engañar a usted.196 La partida de su esposa llevó a que Susana se trasladara al Palacio, donde vivió con el presidente en calidad de ama 196 Citado en Ibíd., p. 205. 1 Alonso Valencia Llano de llaves, lo que incrementó los escándalos y obligó a que en 1847 Mosquera se retirara transitoriamente del poder en medio de gritos que lo calificaban de «fornicador y asesino». Se dirigió con Susana a la Costa Atlántica, donde buscó mejorar su imagen pública. Para esto fue decisiva la influencia de su hermano Manuel José, el arzobispo, quien le orientó acerca de la forma de mejorar sus relaciones con la Iglesia católica deterioradas por algunas medidas tomadas durante su gobierno. Debía también mejorar su imagen frente a la sociedad bogotana que no le perdonaba su público concubinato con Susana, y construir una imagen frente a un pueblo que lo veía como un militar sanguinario. En lo que se refiere a las relaciones con Susana, que es lo que nos interesa, Mosquera decidió una separación aparente, le puso una tienda en Bogotá, le consiguió casa aparte y la hizo acompañar de un hermano. Desde luego, para acallar rumores, regresó solo a Bogotá, como lo indica esta apasionada carta que le envió Susana: 6 de diciembre de 1847. Tomás querido, mi único consuelo: recibí su muy amable carta del Sitio Nuevo por la cual [sé] que no tengo el gusto de verlo hasta el 11 ó 12 de este, por la demora del vapor y del río que ha estado grande. Dueño mío, ¿cómo es posible que no hayas tenido carta mía? Cuando no he dejado correo que no te haya escrito, hijo mío, mi corazón late al figurarme las amarguras que habrás sufrido al no ver letra mía, por lo que yo he sufrido con la demora de estos malditos correos que hasta me he enfermado del sentir no sabiendo, pronto de mi única dicha, y mi única felicidad, mi gloria mi belleza te lo digo porque lo siento y para mi no puede haber otro embeleso sino mi Tomás, es lo único que tengo, ¿para qué quiero otra cosa? para nada porque en él tengo mis caricias, que me encantan, unos besos de almíbar, otras cosas exquisitas, y en fin en mi amante tengo mi padre y todas las dichas para llamarme feliz. Prenda mía no te dilates, que lo que suceda es que lo que encuentres será el cadáver de pensarte, y yo no quiero eso Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1 sino que me encuentres gordita para estrecharte bien entre mis brazos. Ramón sigue con la muía, lo dejo ir por lo preciso a pesar de la falta que me hace, pero primero es mi ídolo que ya reciba mi corazón que es exclusivamente suyo y unos besos que le manda su negra. Susana.197 Sus visitas nocturnas a la casa de Susana no acallaron los rumores que se prolongaron hasta el momento en que entregó el poder y se retiró, de nuevo, a la Costa. Los rumores en Bogotá tomaron visos de escándalo con comentarios bastante descomedidos acerca de su amante. Ante esto, decidió demandar por calumnia a sus detractores ante un juez de Barranquilla: Señor Juez Parroquial. Tomás C. de Mosquera, General en disponibilidad, vecino de este Cantón, ante usted según derecho parezco y digo: Que habiéndome informado que mis enemigos políticos tratan de levantarme una calumnia para mortificarme, y con otros objetos políticos, me veo en la necesidad de levantar una información de nudo hecho para usar de ella en debido tiempo y al efecto se ha de servir usted recibir información por declaraciones juradas de los testigos que presento para que declarasen con citación del personero público. 1® Si saben y les consta que la Señora Susana Llamas no tiene otras relaciones conmigo que las de aprecio de mi parte, por haberme hecho un servicio importante en Bogotá evitando que fuera asesinado por una gavilla de facciosos y el reconocimiento que ella tiene por servicios que le he prestado, y se comprometió a servirme en casa encargándose de los gastos y cuidar de mi ropa. 2S Si siempre ha tenido en Bogotá su casa donde vivir, y solamente iba a la casa de Gobierno cuando tenía que hacer, y se retiraba de dicha casa luego que concluía sus ocupaciones. 3S Si saben que es pobre ella y su familia y por eso le 197 Castrillón, ob. cit., p. 342. 1 Alonso Valencia Llano señalé una renta para que viviera y con sus ahorros ayudara a sus padres, y actualmente se ocupa de poner una tienda en este lugar a donde vino sola porque le ofrecí mi protección. 4e Si con ella vivía en Bogotá un hermano suyo que mantenía en un colegio ayudando así a sus padres. 5S Si les consta como que los testigos son personas que están constantemente en mi casa, que no hay otras relaciones con la señora Susana Llamas y que ha tenido siempre su casa en qué habitar, que las que dejo expuestas. Y hecha que sea esta información de testigos, servirá usted devolvérmela original, para los usos que me convengan y correspondan en derecho. Barranquilla 26 de junio de 1849. Tomás C. de Mosquera.198 La necesidad de esta demanda convenció a Mosquera de que la compañía de Susana era un impedimento para sus proyectos políticos, lo que pareció confirmarse cuando en Bogotá su familia aprovechó el regreso de Herrán para tratar de remediar la situación. Las cosas se complicaron cuando se enteró de que querían manumitir a la negra Visitación, una esclava suya: «En mi concepto querían libertarla para que declarase que yo había vivido con Susana, o cosa semejante...». Ante esto no le quedó más remedio que enviar a Susana a Bogotá con un buen número de mercancías para que pusiera una tienda. Esta separación llevó a que Mosquera escribiera una carta al general Ramón Espina en la que hace explícito su amor por la mulata: Hoy estará Susana en Conejo y de allí seguirá para esa. Se la recomiendo muchísimo, no deje de hacérmele una que otra visita y aconsejarla mucho. Creí conveniente esta separación para que no hubiera motivos para estarnos mortificando. Mucho me ha costado porque juro a usted que ha sido y es la única pasión que he tenido en mi vida. Yo conozco ahora que jamás había amado a una mujer. Si ella me llegara a ser infiel no sé lo que haría. ¿Qué dice usted de un amor 198 Ibíd., pp. 2y . Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 12 semejante a los 51 años? Amigo, no sé qué decirle a usted, estoy más enamorado ahora que un cadete de 18 años. Escríbame algo sobre ella y bueno es que se diga por allá que ya no hay relaciones ningunas entre los dos.199 La respuesta de Espina no se hizo esperar: Susana llegó el 20 y al momento que lo supe fui a verla y le ofrecí mis servicios de la manera que los creyera útiles. Está buena, le aconsejé todo lo que usted me encarga en su anterior carta y le agregué cuanto de más se me ocurrió. Está dedicada a manejarse de tal modo que nadie sepa ni aún si existe en el mundo.200 La separación no fue definitiva, pues a comienzos de la década de los años cincuenta, cuando Mosquera se trasladó a Nueva York con su familia, Susana se instaló en Brooklyn, donde puso una tienda de su propiedad. La dedicación de Tomás a los negocios y a actividades científicas, lo alejaron un poco de las contiendas políticas hasta 1854, cuando enfrentó la dictadura del general José María Meló. Pero en 1855 debió regresar a EE. UU. a enfrentar la quiebra de sus empresas mal administradas por su hijo Aníbal. A estas dificultades económicas se unió la separación de Susana, debido a que Mosquera había establecido relaciones con otra mujer; Susana, a su vez, estableció relaciones con otro hombre, lo que hizo estragos en el ánimo de Mosquera, tal y como lo confesó a su amigo Antonio J. Irisarri, en carta escrita en 1857: [...] No hay para los hombres peor enemigo que la debilidad de su corazón, y yo aseguro a usted que en medio de mis conflictos lo que me ha dicho mi buen amigo Acosta de Sofhía me ha partido el corazón y me ha abierto una herida profunda porque esa mujer no ha debido dar motivo a que hablen de ella. La amo y la amo con una pasión que no se 20 Ibíd., p. . Ibíd., p. . 1 Alonso Valencia Llano cura sino con la muerte. Debo sacarla y mandarla a su familia para que viva honestamente y que una mujer que me perteneció no vaya a ser una prostituta. Dispénseme usted que le hable de esto porque no tengo más amigos que usted a quien pueda confesar mi debilidad. He pasado una noche malísima en Kento, pensando estoy aquí y no he tenido libre mi imaginación. La carta para ella que tiene usted allá puede quedársela porque no tiene dirección ni cosa que me comprometa; ella sabe que estoy para irme a Nueva Granada y guardará secreto de que le he escrito. En esa carta le digo que debe irse y que desde hoy no recibirá más que ocho pesos como se lo dije desde que le mandé el dinero para que se pagara la semana que concluyó el 30 de enero.201 El alejamiento de Susana fue definitivo, aunque ella insistiría en carta enviada desde Quito, el 14 de octubre de 1863: Siempre persuadida de que entre los dos odio no puede haber hoi dirijo a U. esa con el objeto de saludarlo deseándole que se encuentre bueno i siempre gozoso en sus gracias. Esta se dirije a hacerle una súplica, i es que U. viene de Rionegro, supongo en Medellín debe haber estado, si tuvo razón de mi familia tenga la bondad de informarme si mi padre vive, deseo saber, por 3 años no sé de ellos, en el momento que U. me informe me pondré en camino y quizás lo haga por Pasto para verle a U. una vez más porque lo deseo, a ver si se conserva como antes. Consérvese bueno i feliz, se lo desea una amiga con el más grande entusiasmo porque siempre será hasta la muerte su amiga.202 201 202 44.441. Ibíd., p. 427. ACC, Fondo Mosquera, año 1863. Carpeta # 29-L, Documento # Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1 Doña Amalia Mosquera de Herrán: la aliada política En 1859, Mosquera fue electo Gobernador del Cauca. Esto significó una nueva etapa en su vida política y, como se verá después, una nueva relación con mujeres de muy diverso tipo que van a desplegar una actividad política inusitada. No se trata ya de «sufrir» las consecuencias de la actividad política de un esposo irresponsable como en el caso de doña Mariana, ni de disfrutar la pasión madura de un hombre de Estado como en el caso de Susana; se trata, ahora, de mostrar cómo las mujeres cercanas a Mosquera participaron activamente en política. El caso más evidente es el de su hija doña Amalia Mosquera, la esposa de Pedro Alcántara Herrán. A finales de 1859 Mosquera viajó a Nueva York para traer a su esposa, quien se encontraba bastante enferma. La instalación de los esposos en Popayán fue todo un acontecimiento, pues Mosquera se dedicó a desarrollar una cotidianidad que se caracterizó por recepciones en su casa, por tertulias cientifico-políticas y, desde luego, por conspiraciones que lo fueron acercando al partido liberal y alejándolo del conservador; a la larga esto significó un enfrentamiento con el gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez que terminó en una revolución de carácter liberal. En lo familiar, esta nueva etapa política de Mosquera llevó a un rompimiento con su yerno, Pedro Alcántara Herrán, con quien ya venía distanciado desde su quiebra en Nueva York. El distanciamiento había afectado también al matrimonio entre Amalia y Herrán, pues ella se había quejado en varias cartas escritas en 1856 del tratamiento que le daban su hermano Aníbal y su esposo. Las frases utilizadas eran duras y constituyen una buena muestra de su carácter: «Se engañan si piensan que me meterán a otro retiro o si me manejan como a una máquina. Estoy resuelta a tener voluntad y vivir con usted y donde pueda tener más protección».203 Para Herrán era obvio que su suegro ejercía una influencia nefasta sobre su esposa, quien incluso en algún momento llegó a hablar de separación, por lo que se vio obligado a 0Lofstrom, ob. cit., p. . 1 Alonso Valencia Llano pedirle «...que no influyas en que Amalia me contraríe».204 De todas maneras, desde aquella época, Amalia tomó partido por su padre y lo apoyó durante los acontecimientos que caracterizaron la guerra de 1860, lo que se concretó en permanentes informes en la correspondencia que mantenían; desde luego, Amalia vivía muy bien informada, dados sus vínculos directos con el poder. Una buena muestra lo constituye la siguiente carta: Bogotá, 30 de enero de 1861. Amadísimo papá mío: me acaban de dar una noticia y aunque me cuesta trabajo creerla, me instan tanto se la comunique a usted, que accedo a ello advirtiéndole tenga esto en cuenta por si acaso. Dicen que el general París sale de Antioquia de incógnito con otros, y que don Mariano los acompañará. Todo pudiera ser y mi resistencia en dar crédito es lo difícil que les será pasar a Antioquia y además la opinión de esa provincia en contra de este general y de la candidatura Arboleda. Todos en casa estamos buenas y su hija lo abraza con todo el amor que le profesa, su Amalia.205 Los informes de su hija fueron extremadamente valiosos, lo mismo que los de otros espías, para la toma de Bogotá. Esto, como lo afirma Diego Castrillón, significó graves riesgos para ella y, desde luego, para la estabilidad de su hogar, estando de por medio el general Herrán, como en efecto ocurrió. Esto amplió el distanciamiento entre los esposos, hasta el punto de que se llegó a rumorar un posible atentado contra doña Amalia, lo que llevó a Mosquera a exigirles a sus enemigos garantías para sus hijos. Ante esto, el general Herrán, indignado, se dirigió a Ramón Espina en los siguientes términos: Si alguna tentativa se hubiera hecho contra Amalia y contra mí, el único culpable de ello habrá sido el general Ibíd., p. 2 0 . Ibíd., p. . Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 129 Mosquera que sin ninguna consideración por su hija ni por mí, ha tomado empeño en hacerla aparecer como espía, ocupación tan indigna de una señora. Usted sabe que esto es público en Bogotá... Varias cartas que mi mujer ha escrito, cuyo contenido daba derecho al gobierno para proceder contra ella, habiendo caído en manos de autoridades públicas, me han sido entregadas espontáneamente y sin que se haya pretendido causar molestia alguna a mi mujer, lo cual habría sido causármela a mí. 206 Este incidente no menguó la actividad conspirativa de Amalia, quien con el seudónimo de «Cayo» escribió a su padre: Ayer me dijo Manuel Pombo con aire de seguridad (y es probable que él lo haya oído en algún círculo godo), que acabada la guerra en la sabana de Bogotá por la victoria de sus fuerzas, empezaría de nuevo en el Sur, y esto me deja traslucir la existencia de algún proyecto de rebelión por aquel lado, para cuya ejecución es el viaje de Ospina; puede sospecharse también la existencia de un complot entre los godos granadinos y los ecuatorianos para revolver el Cauca, llamar la atención del gobierno provisorio por aquella parte, y mientras tanto agitar otros problemas de la república, y así tratar de generalizar la reacción... Ospina tratará de salir a Villavieja, y aun tal vez se disfrace para no ser conocido ... Sírvase aceptar los sentimientos de aprecio y admiración de su amigo, Cayo. Nota: Este señor es un amigo de usted y mío, Amalia.207 Desde luego, estos informes fueron significativos para el triunfo de las fuerzas de Mosquera, pero para Amalia representó la separación de su esposo, quien se retiró a Washington para desempeñar el cargo de Embajador de Nueva Granada ante el gobierno Americano. Los tiempos que siguieron fueron de gloria para Mosque206 207 Ibíd., p. 498. Ibíd., p. 499. 10 Alonso Valencia Llano ra: el triunfo definitivo de la Revolución Liberal (1860-1862), la expedición de una constitución federalista en 1863, la consolidación de la Soberanía de los Estados y la iniciación de una serie de proyectos empresariales que presagiaban nuevas posibilidades para el desarrollo de los Estados Unidos de Colombia. Desde luego, también hubo percances, pues hubo un intento de asesinarlo, el 18 de mayo de 1864, del que lo libraron Jeremías Cárdenas y Simón Arboleda. María, Clelia y Teodulia: las hijas ilegítimas Por todo lo anterior queda claro que Tomás puso sus intereses políticos por encima de los de su familia. Esta, evidentemente tenía una importancia secundaria, como se nota en el abandono de su esposa e hijos y en el enlace políticomatrimonial -si cabe el término- de su hija con Herrán, que le abrió las puertas a la presidencia de la República. Quizás lo más sobresaliente en su vida matrimonial, si alguna vez la tuvo, sea esta utilización política de su familia, de lo cual ya tenía buena experiencia. En efecto, Mosquera no sólo tuvo hijos dentro del matrimonio, fueron más los que nacieron fuera de él. Aunque no se conoce la lista completa de descendientes extramatrimoniales, si conocemos que reconoció al menos tres hijas: María Engracia, Clelia y Teodulia. María Engracia Mosquera nació en Buga, en 1829, y al parecer era hija de una «ñapanga». Lo interesante del caso es que Mosquera la casó con el ingeniero inglés, Thomas Davies, a quien había traído para que reformara la Casa de la Moneda de Popayán. Es posible que el matrimonio haya obedecido más a la conveniencia que al amor, porque el personaje resultó ser un borracho sin mucho porvenir, que se ocupó de la administración de algunas minas de su suegro, al parecer sin mucho éxito, tal y como lo indica en carta que María escribiera a su padre anunciándole el nacimiento de un nuevo hijo: «... y sin esperanzas de ver aún marido bueno, y en un estado de miseria que no sé que hacer».208 Las otras dos hijas de Mosquera provenían de una misma 208 V Lofstrom, ob. cit., pp. 194 y ss. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1 madre: Paula Luque. No existen mayores datos sobre ellas, pero sí sabemos que, como era su costumbre, fueron casadas con hombres sobre los cuales Mosquera tenía algún interés. Así Clelia se casó con el general Jeremías Cárdenas, un militar que salvó la vida durante un atentado ocurrido en 1864, y quien llegó a ser Presidente del Estado Soberano del Cauca, en reemplazo de su suegro. Teodulia, por su parte casó con el cartagenero Bernardo de la Espriella, de quien no tenemos mayores datos.209 María Ignacia Mosquera: la esposa del presidente senil En 1865, Mosquera recibió la misión de conseguir empréstitos en Europa, lo que aprovechó para visitar a su hermano Joaquín quien se encontraba en París sometido a un tratamiento médico. Joaquín vivía con su hermano Manuel María, con Mariana -su prima y cuñada- y su sobrina Amalia de Herrán, separada de su esposo, quien en esos momentos se encontraba en Chile en medio de la guerra que aquel país libraba con España. Vuelto al país asumió de nuevo la presidencia de la República en 1866, para ser destituido y expulsado del país en 1867 gracias a una alianza de sus enemigos los liberales radicales con los conservadores. Su exilio lo realizó en Lima, donde en 1868 recibió dos cartas de su antigua amante Susana Llamas, quien vivía en Guayaquil y pretendía revivir su viejo amor: ... Amigo, los años pasan pero su memoria siempre es eterna para mí. Mucho deseo verlo antes de morir, y así es que si usted desea lo mismo haré un viaje a esa con gusto, pues siempre que usted no me da baldón de lo pasado, pues mi conducta no ha sido como debía haber sido; por Dios, perdóneme pues las circunstancias mías fueron en aquella época muy aciagas.. El 11 de agosto cumplo 42 años. Amigo y padre mío, quisiera ese día ser el feliz de volverlo a ver, no crea amigo mío que quiero separarme de esta vida porque al 203Ibíd., pp. 196 y 197. 132 Alonso Valencia Llano hombre por quien cometí el arrojo de salir de la Nueva Granada no me estime o me estima demasiado, pero yo no quiero más esta vida porque yo tengo demasiada cordura para no querer continuar en mal estado, con un hombre joven, pero para mí es más honor el separarme de él..., a ser lo que hizo el hijo pródigo al buscar a su padre y protector, yo aguardo que ese corazón tan generoso y bien formado no rehusará la ovejita descarriada...210 La respuesta de Mosquera no la conocemos, pero la segunda carta de Susana muestra que debió estar llena de reproches: ... Quiero retirarme a cualquier campo donde pueda trabajar en alguna tienda de cualquier clase que sea en otro temperamento pues este es bastante malo, aunque yo con mis 42 años me conservo buena y todavía con mis dientes de muchacha y mi pelo. Usted me perdona y me enrostra un porvenir muy triste, pero se rehúsa de liberarme segunda vez del abismo que U. me anuncia, yo no pido su amor porque yo sé que desde antes de su extravío, ya no existía, desde los amores que tenía con la González en Bogotá...211 Era claro que para Mosquera este amor ya estaba muerto, por lo que se refugió en la vida cortesana que ofrecía Lima. Allí lo sorprendió otra noticia: su esposa doña Mariana había muerto en Medellín el 27 de octubre de 1869, en casa de su hija Amalia, quien ya se había reconciliado con Herrán. Don Diego Castrillón, el mejor conocedor de Mosquera, dice que éste debió pasar por un período de inmensa soledad, a pesar del distanciamiento que vivía con su esposa, lo que lo llevó a buscar una nueva compañera: Pero ¿quien? ¿Una amante como Susana Llamas que cubriera de dignidad los últimos días de su gloria? ¿Una cuarentona y aristocrática limeña atraída por su posición y 210 211 Ibíd., p. 634. Ibíd., pp. 634 y 365. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 133 su fama? Aparentemente el dilema era difícil de resolver, pero sin duda también lo tenía previsto. De tiempo atrás sentía predilección por su sobrina, María Ignacia Arboleda, joven payanesa de 27 años, edad inquieta para cualquier soltera de su época última hija de sus primos Manuel Esteban y Paula Arboleda, cuya clase y nivel cultural la convertían en la mujer ideal que buscaba. Con la diligencia que nunca lo abandonó le envió de inmediato un mosaico de seis retratos suyos, que oscilaban entre los 18 y los 66 años, en donde lucía sus uniformes y medallas, formado en Inglaterra cuando desempeñó su última representación diplomática en Europa, con la siguiente dedicatoria al margen: «A mi querida María Ignacia Arboleda». Naturalmente, doña María Ignacia captó el mensaje que contenía el insólito obsequio de su famoso tío y no vaciló en darle la respuesta en términos tan adecuados a sus propósitos, que permitieron al general Mosquera iniciar con ella unas relaciones sentimentales cuyo final fue el altar, dos años más tarde.212 Esta relación amorosa, establecida en la senectud, dio nuevos bríos a Mosquera, quien había sido candidatizado a la presidencia de la República por sus amigos liberales. Aunque no logró el solio presidencial de la República, sí logró el del Cauca en 1871, gracias a la energía desplegada por su aliado Julián Trujillo. Esto le permitió regresar al país con todos lo honores que merecía el presidente de un Estado Soberano.213 Ahora el vanidoso Mosquera podía ufanarse de dos conquistas: el gobierno caucano y el corazón de su sobrina María Ignacia, con quien se comprometió y a quien no dejaba de visitar a diario y de escribirle amorosas cartas. Ella correspondía con un afecto no exento de formalismo, tal y como se puede ver en la siguiente nota escrita desde Quilichao: Ibíd., pp. 636 y 367. Acerca de estos hechos puede consultarse Alonso Valencia Llano: Estado Soberano del Cauca. Federalismo y Regeneración, Banco de la República, Bogotá, 1988. 212 213 134 Alonso Valencia Llano Mi muy querido y pensado tío: Ayer a las 6 y tres cuartos de la tarde llegamos aquí, sin novedad, solo muy cansada. El día que salimos vinimos a Piendamó, pasé malísima noche pues no dormí un momento. Mañana sigo para Cali y pienso llegar mañana mismo, si no hay algún atraso porque me dicen que el camino está bueno. A paulina la encontré sin novedad y el chico está robusto y célebre, se me parece a mi papá, aunque dicen que a los niños no se les encuentra semejanza. Deseo que no tenga Ud. novedad ninguna y que a mi regreso lo encuentre a Ud. perfectamente bueno. De Cali le escribiré a Ud. diciéndole cómo me fue en la continuación del viaje y el día que pueda regresarme. Reciba mi querido tío el efecto de su amantísima sobrina que no lo olvida. María Ignacia.214 El matrimonio católico con su sobrina se realizó el 15 de julio de 1872, y sirvió para que Tomás fuera declinando su participación en política, la que finalmente abandonó para dedicarse a los cuidados del embarazo de su esposa. También amplió su testamento para garantizar los derechos herenciales de su nuevo hijo, quien nació el 2 de julio de 1877. En adelante Tomás se dedicó exclusivamente a su hogar, en el que murió el 7 de octubre de 1878. 214 Ibíd., p. 641. LAS MUJERES CAUCANAS Y LA POLITICA: LA CLIENTELA DEL CAUDILLO La mujer en la legislación caucana: entre la exclusión y la supeditación215 Hasta ahora se ha considerado la política caucana del Siglo XIX como el espacio público en el que sólo actuaban los hombres. Desde esta perspectiva la actividad política estaría vedada a las mujeres, en la misma medida en que tenían vedados los cargos de representación y el acceso a las instituciones estatales de poder. La explicación a esto es bastante simple: los pactos constitucionales y los códigos civiles, penales y de comercio se escribieron con el único fin de regular las relaciones entre los varones. En ellos las mujeres aparecían como personas supeditadas a los padres si eran menores o a los esposos si eran casadas, quienes actuaban como sus representantes legales. Esto no deja se ser contradictorio, si se admite que la lucha de los liberales, que se expresó en variéis guerras civiles, se justificó en la necesidad de conquistar derechos fundamentales como la libertad, la igualdad y la fraternidad. La exclusión de las mujeres de toda actividad pública, aparece claramente expresada en el sistema político representativo que en esta región se impuso a partir del 16 de septiembre de 1863, cuando se aprobó la Constitución Política del Estado Soberano del Cauca. En ella se estableció que todos los ciudadanos o «miembros activos» del Estado tenían derecho a ser electores y elegibles, siempre y cuando fueran «varones», mayores de diez y ocho años, o que fueran o hubieran sido casados, o colombianos nacidos en otros Estados pero que residieran en el Cauca por un período superior a seis meses. No existían otros requisitos, pero se excluía a las 2 1 5 La primera parte de este artículo fue presentada como ponencia en el TV Encuentro Nacional de Historiadores: «Mujer, Familia y Educación en Colombia», realizado en Pasto durante los días 26, 27 y 28 de octubre de 1994. 13 Alonso Valencia Llano mujeres y a los miembros de cualquier culto religioso.216 Esto, que en términos generales ya se había planteado en la constitución de 1858, se mantuvo invariable en las constituciones regionales y nacionales siguientes. Pero si en el sistema político representativo la mujer aparecía excluida, en los códigos que regularon diferentes actividades de la sociedad civil la situación cambiaba, puesto que no se le excluía sino que se le supeditaba al padre o al marido. La supeditación al marido, aunque aparece en todos los códigos, era mucho más explícita en el que regulaba las actividades comerciales, ya que no eran reconocidas como comerciantes si no tenían un permiso otorgado por el esposo; de lo contrario, prácticamente todas las transacciones realizadas, pero sobretodo aquellas que comprometían bienes del patrimonio familiar, no tenían validez alguna.217 Pero la mayor discriminación se hacía en el Código Penal, donde algunos delitos cometidos por mujeres eran castigados de manera más severa que cuando eran los hombres los infractores. Por ejemplo, cuando una mujer reincidía en el abandono de la casa de su marido o causaba escándalo que perturbara la vida del hogar «será arrestada a solicitud de su consorte hasta por un año», pero cuando el culpable de la misma falta era el marido «será arrestado por ocho días a un mes. »218 Desde luego, la mujer podía superar la supeditación de tres formas: casándose si era menor, lo que la ponía bajo la tutela del marido, separándose legalmente o enviudando, o mediante la profesionalización en oficios que estaban reducidos según el Código de Comercio a Institutriz, Obstetra o Pulpera. 216 Código de Leyes del Estado Soberano del Cauca. Constitución Política del Estado Soberano del Cauca, expedida el 16 de septiembre de 1863, Popayán, Imp. del Estado, 1863, Capítulo VII. 2 1 7 Véase: Código de Comercio del Estado Soberano del Cauca. Ley 18 de 31 de agosto de 1881. Edición Oficial, Popayán, Imprenta del Estado, 1881. 2 1 8 Véase Recopilación de Leyes del Estado Soberano del Cauca, Código Penal, edición oficial, Popayán, Imprenta del Estado, 1879, artículos 262 a 265. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 13 De hecho, la exclusión y la supeditación que se establecían en la normatividad buscaban que las mujeres restringieran su accionar a espacios considerados como privados (v.g. las labores domésticas), pero las mujeres caucanas, enfrentaron las restricciones legales y participaron en diversas actividades públicas. Los espacios públicos y los privados El objeto este artículo es estudiar las formas de participación de las mujeres caucanas en espacios políticos, de los cuales estaban legalmente excluidas. Partimos de la hipótesis de que la exclusión legal no impidió la participación política femenina sino que, ante la imposibilidad de hacerlo a través del sistema político representativo, las mujeres debieron crear formas de participación diferentes a las utilizadas por los hombres. Los hombres caucanos desarrollaban sus actividades políticas de diversas maneras, pero siempre en un espacio que se consideró público: reuniones, asociaciones, partidos, movimientos, asonadas, guerras, procesos electorales, ejercicios de poder desde instituciones estatales, etc.219 Se trataba de un espacio que, debido a las condiciones de desarrollo del Cauca, siempre se vio como muy violento y en el que, por lo tanto, no podían participar sino los varones adultos. Este no fue un punto de vista defendido únicamente por los caucanos, puesto que la investigadora Susy Bermúdez, al observar la participación política de las mujeres bogotanas durante la época del Olimpo Radical, encontró que connotados defensores de la igualdad liberal como Aníbal Galindo, se oponían en 1850 a la ciudadanía femenina debido a su dependencia de los hombres. El problema era planteado así por el escritor liberal: [...] cómo puede la mujer pretender la ciudadanía cuando carece de independencia y de posibilidad de satisfacer las obligaciones consiguientes»? (La niña como el hombre debe 2 1 9 Respecto al desarrollo político del Cauca y a las formas de hacer política puede leerse a Valencia: Estado Soberano ..., cit. 13 Alonso Valencia Llano estar bajo la patria potestad, casada bajo la dependencia de su esposo, soltera, viuda e independiente, no tiene cómo cumplir las obligaciones que el ejercicio de este derecho le impusieran) [...] la mujer está destinada especialmente a ser la compañera; el mismo Dios lo mandó así: la naturaleza misma lo corrobora. Por otra parte, qué chocante nos sería ver a la mujer abandonar sus quehaceres y salir al campo eleccionario; qué sería del hogar doméstico vuelto el foco de querellas y debates? qué de la familia? qué del respeto y la moralidad en una casa donde no se sabría quien es el amo?220 Como es obvio, el papel social de la mujer quedaba restringido al espacio privado, que no era otra cosa que una relación de dependencia donde el hombre era "el amo". Precisamente esta dependencia es lo que los liberales decimonónicos buscaron conservar con los argumentos del designio divino, de la corroboración de la naturaleza, o de la necesidad de la preservación del hogar. Ella se hizo evidente de muchas maneras; pero para negar la igualdad política de hombres y mujeres, que en el contexto del Siglo XIX se expresaría mediante la conquista de la ciudadanía femenina, se llegó al extremo de mostrarlas como seres incapaces de pensar en forma independiente de los hombres. Desde este punto de vista estaríamos ante la inexistencia del pensamiento político femenino y por lo tanto ante la incapacidad de hacer uso del derecho de ciudadanía cuando este se conquistara, y que se expresaría a través de actividades electorales. Esto se puede sustentar en los comentarios que hiciera Juan de Dios Restrepo -uno de los más conocidos publicistas del Siglo XIX y quien firmaba con seudónimo de Emiro Kastos- frente a la conquista del voto femenino en la Provincia de Vélez en 1853: [...] La mujer llevaría a la urna electoral la opinión de su marido, padre, hermano o amante. Estamos seguros de que ellas no harán uso de semejante derecho y si lo hicieren nada 2 2 0 Suzy Bermúdez: Hijas, Esposas y Amantes, Bogotá, ediciones Uniandes, 1994, p. 164. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 13 ganaría la política aunque si perderían mucho las costumbres... quédense en la casa... quédense allí y déjennos a nosotros el placer de hacer presidentes y dictadores, de intrigar en las elecciones, de insultarnos en los congresos, de mentir en los periódicos y de matarnos fraternalmente en nuestras guerras civiles.221 Dejando de lado la crítica a las prácticas políticas que subyacen a las afirmaciones, podemos pensar que la argumentación en contra de la participación política femenina buscaba que las mujeres restringieran sus actividades a las domésticas, lo que nos lleva de nuevo a la vieja dicotomía: doméstico = privado, política = público.222 Sin embargo, ni las actividades domésticas fueron tan privadas, ni la política se desarrolló siempre públicamente. Al respecto debemos tener en cuenta que muchos de los hechos políticos trascendentales obedecieron a acuerdos y pactos que se establecieron en privado y que rara vez llegaron a ser de dominio público. Esta diferenciación entre la actividad política «pública» y la «privada», nos permite ver cómo afloran a la escena pública, agentes sociales que han estado siempre allí y que, dados nuestros tradicionales patrones ideológicos o culturales, no veíamos; este es el caso de las mujeres caucanas quienes se veían «obligadas a vivir» la política como algo cotidiano.223 Citado por Bermúdez, ob. cit. pp. 164 -165. La historiadora Suzy Bermúdez al estudiar la forma en que los liberales planteaban el «deber ser» femenino, encontraba algunas formas de participación política femenina que se dan dentro de la dicotomía mencionada. Ella agrega: [...] las mujeres no estaban en capacidad de participar en política de la misma forma como los «políticos» la entendían en la época, porque este tema se circunscribía al ámbito de lo público, y la diferenciación entre lo público y lo privado se hizo mucho más tangible con el proceso de «privatización» que vivió el espacio doméstico en el Siglo XIX. Suzy Bermúdez: El Bello Sexo. La Mujer y la Familia durante el Olimpo Radical, Bogotá, Ediciones Uniandes/ECOE ediciones, 1993, pp. 8-9. 2 2 3 Respecto a la cotidianidad política puede consultarse el capítulo III de mi trabajo Estado Soberano... cit. 221 222 1 Alonso Valencia Llano Nuestra historia nacional y regional acostumbra ver a las mujeres en actividades que no compiten con las que tradicionalmente han desarrollado los hombres. No las ve por ejemplo en las actividades económicas ni en las políticas, que en el Siglo XIX marchaban comúnmente unidas,224 y las restringe primordialmente a las labores domésticas. Hoy día esas visiones son difíciles de aceptar, pues investigaciones recientes permiten ver a las mujeres como empresarias exitosas en la temprana época colonial, como importantes agitadoras en la época de las rebeliones antifiscales del período colonial tardío, esporádicamente como agitadoras, combatientes y encargadas de labores de intendencia durante la revolución independentista, en acciones contestatarias durante la época de realización de las grandes reformas sociales que lideró el partido liberal, o simplemente como «voluntarias» en las frecuentes guerras civiles. Desde luego, los autores de esos trabajos no tenían como objetivo estudiar a las mujeres, pero nos permiten verlas de una manera diferente a como se hacía tradicionalmente: no restringiendo su papel a casos aislados de «heroínas», sino recuperando su actividad social en la cotidianidad, lo que nos facilita una mueva visión acerca del papel histórico de las mujeres en los diferentes procesos sociales que se vivieron en el Cauca. Precisamente, la cotidianidad ha sido considerada como un espacio privado por nuestra historia, pues ella sólo ha visto a los actores que están ocupando un lugar destacado en actividades consideradas importantes para la reproducción social y que dejan «huellas» en los archivos estatales. No muestra, por ejemplo, a sectores sociales que no realizaban transacciones notariales, o que no abanderaron proyectos políticos o sociales alternativos, como los campesinos independientes o dependientes, los indios de comunidad o los cautivos en las haciendas, o los negros libertos. Mucho menos muestra la forma de constitución de las familias, las 2 2 4 La permanente relación entre economía y política puede consultarse en mi trabajo Empresarios y Políticos en el Estado Soberano del Cauca, Cali, ed. Facultad de Humanidades, 1983. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1 funciones del padre, de la madre, o de los hijos; las relaciones entre los diferentes miembros; las formas de conservación y reproducción del patrimonio familiar, etc. Fue la recuperación de la cotidianidad caucana lo que nos llevó a encontrar que las mujeres desarrollaron importantes actividades políticas precisamente desde la esfera de lo privado. Fue sorprendente encontrar que las caucanas participaron en política de una manera diferente a como lo hacían los hombres y, a menudo, con mayor efectividad en los resultados; lo curioso es que lo hacían cuando desarrollaban las actividades domésticas. Para desarrollar esto vamos a hacer un esbozo de la participación política de la mujer durante el período conocido como «la guerra de 1860» y que cubre desde 1860 hasta 1863 cuando se logra consolidar lo que se conoce como el «Estado Soberano del Cauca». La participación política femenina durante la guerra de 1860 La Gobernación del Cauca se caracterizó por estar monolíticamente controlada, a partir de 1858, por un grupo conservador genéricamente conocido como mosquerista. Se trataba de una alianza de comerciantes agroexportadores, de hacendados y de políticos profesionales que buscaron cerrar lo que consideraron el período de caos iniciado con las reformas liberales y que trastocó el orden establecido. El control del poder político por parte de los mosqueristas se materializó en la creación del Estado del Cauca, que debió defender su soberanía contra la intervención del presidente conservador Mariano Ospina Rodríguez mediante una guerra civil iniciada en 1860, que llevó a que en 1863 se redactara una constitución que dio soberanía a los Estados y creó los Estados Unidos de Colombia. Durante el largo período de guerra muchos de los hombres debieron marchar a los campos de batalla, dejando sus familias bajo el control de sus esposas quienes no sólo deberían velar por los hijos, sino también por la conservación de los bienes que garantizaban su supervivencia. Este tipo de 1 Alonso Valencia Llano actividades no era nuevo para las mujeres caucanas, quienes desde la época colonial, debido a las características especiales que revistió la economía, debieron desempeñarse en muchos casos como jefes de hogar e incursionar en actividades públicas relacionadas especialmente con la producción.225 Pero en 1860 no fue la racionalidad económica lo que llevó a que las mujeres jugaran roles importantes en la conservación de la sociedad caucana, sino la irracionalidad política. En efecto, la guerra llevó a que la mayoría de los varones adultos se vieran obligados a tomar las armas para defender la soberanía del Estado o para defender el gobierno central de la Unión Granadina, esto llevó a que las mujeres, principalmente las esposas y las madres, se vieran obligadas a incursionar abiertamente en un campo, como la política, en el que tradicionalmente no se les había visto actuar. Esta participación se dio contra su voluntad, pues al no serles reconocido su derecho a elegir y ser elegidas, los contendores políticos tendían a considerar que ellas tenían la misma filiación partidista que la de sus esposos e hijos, por lo que sufrían las consecuencias de la intolerancia. Es así que muchas mujeres fueron apresadas y llevadas como rehenes por tropas conservadoras en una clara situación de «prisioneras políticas». Un buen ejemplo lo constituye la «expulsión de las mujeres», ordenada por don Julio Arboleda en marzo de 1862 y que llevó a que muchas caucanas fueran llevadas en una larga marcha desde el Valle, hasta poblaciones como Pácora y Aguadas en el Estado de Antioquia, donde fueron liberadas por las tropas de Mosquera.226 Otras, particularmente pertenecientes a los sectores populares, debieron sufrir de otra manera las consecuencias de la guerra al actuar como «voluntarias» en el acompañamiento de las tropas -esta a sido la única forma de particiA modo de ejemplo pueden consultarse los trabajos de grado de Eulin Castro: «La Mujer en la Sociedad Colonial, Siglo XVIII. Un estudio demográfico» e Isabel Cristina Bermúdez: «Evolución de la propiedad rural en El Cerrito. Siglos XVI-XVIII», (1993), Cali, Departamento de Historia Universidad del Valle. 2 2 6 La Revolución, N fi 19, Cali, 10 de junio de 1863, p. 71. 225 Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 13 pación política que la historia tradicional reconoce a la mujer colombiana-.227 Muy seguramente, quienes participaron como «voluntarias» no fueron representantes del «bello sexo», es decir de aquella porción de la población que los liberales decimonónicos «deseaban» preparar para el desarrollo futuro de la sociedad capitalista que se esperaba crear en Colombia, sino mujeres de carne y hueso pertenecientes a los sectores más populares urbanos o campesinos. La carga peyorativa que tiene el término «voluntarias», así lo indica. Don Luciano Rivera y Garrido, uno de los más importantes escritores caucanos, testigo de la guerra de 1860, destaca en los siguientes términos el papel de estas mujeres: En las inmediaciones de los cuarteles vagan las madres y las esposas y compañeras de los reclutas, pobres criaturas, que han abandonado el hogar, la familia menuda y los cuidados domésticos, por seguir en pos de los hombres de la casa, violentamente arrancados a su solicitud y a sus afectos. Muchas de esas mujeres ancianas y achacosas ya, afrontan los padecimientos y la fatiga, sostenidas por el noble sentimiento de la maternidad; otras jóvenes y bellas, soportan los inconvenientes y molestias de largos viajes hechos a pié, por no separarse en absoluto de sus esposos o de sus amantes. ¡De cuán eficaz auxilio son para el pobre soldado novicio aquellas valerosas y abnegadas mujeres! Voluntarias se las llama, i en esa palabra se contiene un mundo de sarcasmo y lujuria... ¡Sí! voluntarias en el cumplimiento de excelsos deberes; voluntarias por el amor al hombre a quien todo sacrifican, llámense madres, esposas o reciban únicamente el nombre de compañeras... [...] ¿Qué fuera de nuestros pobres reclutas sin esos ángeles tutelares, las voluntarias, que tanto les ayudan a sobrellevar las miserias de su existencia precaria?... ¿Quién 2 2 7 Suzy Bermúdez lo sintetiza así: "Sin embargo, las representantes del «bello sexo» durante los años estudiados participaban en las guerras civiles, rezando, recolectando dinero, ropa, armas, cocinando, lavando, o enfrentándose directamente en combate." en Hijas, Esposas ..., cit., p. 165. 1 Alonso Valencia Llano les llevaría el vaso de agua que habrá de mitigar su sed de infierno en lo más fragoroso desde sus heridas, aquí, entre nosotros, en donde es desconocido o muy imperfecto el servicio de las ambulancias en campaña?... ¡Benditas sean, pues, esas humildes mujeres a quienes el mundo desprecia y de quienes aparta la mirada con desdén, porque el polvo que cubre sus ajados vestidos nos parece emblema de ignominia, cuando no es sino el testimonio de su abnegación! ¡Sigan siendo el ángel custodio del pobre recluta, y duerman muchas de ellas el sueño del sepulcro en la apartada llanura en donde las sorprendió la muerte, con la dulce convicción de haber llenado su deber en este mundo con más grandeza que las soberbias cortesanas que hacen velar la faz a la virtud con el espectáculo vil de su degradación y de su lujo!228 Pero decir que la participación política femenina es sólo una consecuencia de las actividades políticas de sus esposos e hijos sería convertir a las mujeres en simples apéndices sociales de los hombres. Esto no fue así. Si bien la relación con los hombres llevó a una fuerte solidaridad de las mujeres que trajo consecuencias terribles para las familias caucanas, lo cierto es que muchas intervinieron en política autónomamente, aunque esta autonomía fuera una consecuencia de la guerra. Explico: la guerra llevó a que un número muy grande de mujeres interviniera en política, unas por la admiración que sentían por los caudillos liberales debido a las reformas sociales que este partido había desarrollado, otras en la defensa de los fueros familiares que en ciertos momentos vieron conculcados y otras por la simple necesidad de reclamar las pensiones que les correspondían por su carácter de viudas o huérfanas; pero muchas también lo hicieron por el sólo hecho de participar en política. Lo interesante del caso es que casi todas lo hicieron utilizando los tradicionales factores de cohesión social de la época, es decir, por medio de unas bien establecidas relaciones de 2 2 8 Luciano Rivera y Garrido: Impresiones y Recuerdos, Cali, Carvajal y Cia., 1968, pp. 177-178. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1 clientelismo que las relacionaban de una manera directa con los caudillos, en especial con Tomás Cipriano de Mosquera; estas relaciones clientelistas, como se verá después, en muchos casos no fueron construidas por ellas, sino por los hombres. Otra cosa que llama la atención es que las mujeres a que nos referiremos tienen la procedencia social más variada y no se restringen al nivel de la élite. Durante la guerra la actividad política de muchas mujeres se orientó a lograr la protección de sus hijos. Aunque hay muchos casos, un buen ejemplo lo constituye Trinidad Aguirre, una antigua dependiente de la casa de Mosquera, quien el 26 de marzo de 1860 le escribió a su antiguo patrón desde Huasanó: [...] acuérdese Señor que mi desgraciado marido estuvo muy fiel en su servicio y muy fiel amigo, Agustín Navia, que no me dejó sino desgracia por su falta por haber perdido en él a un padre, pues por la misericordia Divina me dio arbitrios para criar los hijos que me quedaron tan pequeños.»229 Aunque aquí la participación política no es tan evidente, pues no se ve acompañada de la expresión ideológica de tipo partidista, si lo es en el hecho de que es la relación clientelista la que se invoca para lograr los favores del patrón. El restablecimiento de esta relación buscaba lograr la protección de Mosquera para que el portador de la misiva fuera eximido del servicio militar, ya que sus otros dos hijos se encontraban uno conscripto y el otro huyendo por los montes.230 Mucho más clara es la relación política que intenta establecer María Dolores Astudillo, una negra liberta residente en La Sierra y prisionera de los conservadores, quien se las ingenió para hacer llegar a Mosquera una misiva escrita en los siguientes términos: A mi como partidaria del gobierno del Estado se me anuncia que me van a mandar prisionera a Pasto después de 229 ACC., Fondo Mosquera, tomo 1860, Carpeta # 1-A, Documento, 37.382. 230 Ibid. 1 Alonso Valencia Llano haberme despojado de lo poco que he tenido. También sé que dicen que U. es un picaro que va a dejarnos esclavos i que U. se va colocar de dictador. En fin algún día tendré el placer de conocer a U. i hablar.231 Pero la participación política más clara viene de mujeres cuyos maridos habían tenido una mayor actividad política o que murieron defendiendo las banderas mosqueristas. Es el caso de Trinidad Bedoya de Ortiz, quien utiliza una serie de recursos para lograr favores de Mosquera, los que son considerados como formas lógicas de reciprocidad emanadas de una antigua relación política: «Es una débil mujer, es la viuda de un antiguo patriota, es la desgraciada esposa de Pablo Ortiz, vuestra fiel i constante amiga la que hoi se dirije a vos [...]». La señora expresa ideas políticas claras al referirse a «los malos hijos del Estado» que tomaron las armas contra Mosquera, pero también se refiere a los «buenos patriotas» que lo apoyan. Esta claridad política la lleva a referirse a la «justicia» de los empréstitos que se hacen para sostener la guerra, justicia que sólo se materializa si los empréstitos se orientan a «gravar a los enemigos de vuestro gobierno i protejer a vuestros defensores, porque nada más justo que el culpable sea castigado, i el inocente protejido.»232 Esta carta es mucho más clara frente a la participación política de las mujeres, pero presenta una desviación en el discurso que permite entender por qué participaron algunas mujeres en política. Como se ha mencionado a lo largo del texto, la mayoría de los hombres buscaban consolidar espacios de representación y de poder en la vida pública que estaban vedados a las mujeres quienes deberían restringir su accionar a actividades privadas a menudo confundidas únicamente con las hogareñas. Para entender esto es necesario tener en cuenta que debido a las difíciles condiciones 231 ACC., Fondo Mosquera, Carpeta # 3-A, doc. # 37.500, Sierra, 3IX-1860. 2 3 2 ACC., Fondo Mosquera, Tomo 1860, Carpeta # 4-B, doc. # 37.519, Cali, 28-111-1860. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1 políticas del Siglo XIX, muchas mujeres tuvieron que asumir roles públicos de una manera mucho más activa, pues en ausencia de los hombres ellas asumieron las jefaturas de los hogares, lo que, entre otras cosas, exigía estar alertas en la preservación del patrimonio familiar que garantizara lo que ellas consideraban los derechos básicos de los hijos: la protección, la alimentación, el alojamiento, el vestido y la educación. Esto de una u otra manera está presente en toda la correspondencia consultada. En el caso citado inmediatamente antes, la señora hace una abierta oposición a que los empréstitos graven a los defensores del gobierno del Estado. Ella agrega para sustentar su negativa que su esposo antes de morir, el 7 de noviembre de 1859, había dado auxilios para defender la Soberanía del Estado y que se le había prometido no pedírsele más, no obstante a ella se le habían tomado 8 vacas y recientemente se le había embargado un potrero con 50, por lo que se ve obligada a pedir a Mosquera una protección particular.233 Otras formas de participación se ven en los intentos de algunas mujeres por cambiar correlaciones políticas desfavorables en algunos lugares; esto se inscribe también en la defensa de los intereses familiares. Un ejemplo se tiene en la carta que escribiera desde Roldanillo Margarita V de Correa, el 16 de junio de 1860, quien le dice a Mosquera que su esposo ha tenido que renunciar al cargo de suplente del Gobernador de Roldanillo por grave enfermedad, lo que hace que ella le pida un favor «impertinente» -un documento privado de protección- contando [...] con que la consumada prudencia de Ud. disimulará a mi sexo la impertinencia con que imploro su favor i la franqueza con que me propongo hablarle. Hai en este distrito dos individuos de bastante influjo para poder hacer el mal i que en las presentes circunstancias se esmeran por perseguir i molestar a Correa, causándole perjuicio en sus pocos bienes, 2 3 3 ACC., Fondo Mosquera, Tomo 1860, Carpeta # 4-B, doc. # 37.519, Cali, 28-111-1860. 1 Alonso Valencia Llano sin que a ellos les mueva ningún deseo por el bien jeneral.234 Otro buen ejemplo de este tipo de participación se tiene en la correspondencia de Concepción y Ana Joaquina Duarte, quienes a pesar de ser familiares de enemigos políticos de Mosquera, le escribían desde Cartago el 4 de agosto de 1860, buscando la libertad de su esposo y padre: Confiando en la verdad i demás prendas benéficas que han distinguido siempre al digno jefe de nuestro independiente Estado, i estando además íntimamente convencidas que siempre el antiguo veterano de la libertad en los altos puestos públicos que tan sabiamente ha desempeñado, ha sabido a pesar de los grandes obstáculos, e inmensa ofuscación que las pasiones revestidas o paliadas con el ropaje de la justicia, producen ver con el ojo penetrante de la justicia, la distancia que existe entre el criminal i el inocente, nos atrevemos a pediros que saquéis del caos, de la confusión i de la desgracia en que han arrojado a una madre e hija la demasiada desconfianza i abusivo proceder del Sr. Gobernador de esta provincia quien sólo por medidas de seguridad mantiene en la cárcel a nuestro esposo i padre [...] 235 Igualmente, Genoveva Ledezma, le escribió desde Buenaventura el 3 de julio de 1860, quejándose porque se le pidió de empréstito la enorme suma de 50 pesos, para lo cual se le había rematado una de las tiendas de su casa. Lo interesante del caso es la forma en que expone sus ideas políticas: [...] siempre he sido afecta i frenética defensora de la causa que U. ha abrazado, pues ella siempre ha sido justa i ha triunfado en cualesquier partido que haya combatido, no soi pues desafecta ni indiferente, creo que no ha llegado el caso 2 3 4 ACC., Fondo Mosquera, Tomo 1860, Carpeta # 10-d, doc. # 37.778, Roldanillo, 16-VI-1860. 2 3 5 ACC., Fondo Mosquera, Tomo 1860, Carpeta # 10-D, doc. # 37.785, Cartago, 4-VIII-1860. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1 de sacrificar a los amigos de U. i defensores del Estado, pues llegado que fuese yo sacrificaré gustosa todo cuanto poseo, si se necesitare el sacrificio de mi vida para salvar a U. no lo excusaría, pero lejos de U. los mandatarios subalternos todo lo cambian, son sultanes en lugar de mandatarios i se creen en el derecho de vengarse i ultrajar al infeliz persuadidos de que la voz de estos no alcanzará a llegar a los oídos del que temen, adulan, engañan i deshonran [,..] 236 Además le informa acerca de los abusos que comete el hijo del Gobernador de la provincia, lo mal que se encuentran los soldados a causa del hambre, y sin armas, la mala defensa del puerto, etc. 237 Es imposible explicar la participación política de las mujeres por un sólo factor. Quizás sea válido argumentar que se intentaba defender a las familias ya que, en la medida en que las formas de convivencia política se habían desequilibrado debido a la guerra, se cometían una serie de abusos por funcionarios de menor rango, quienes intentaban medrar utilizando su poder. El problema radicaba en que estos funcionarios intentaban aprovecharse de la aparente debilidad de mujeres solas, quienes se vieron obligadas a recurrir al poder representado en Mosquera para restablecer los equilibrios. Esto, que forma parte de la cotidianidad construida durante la guerra, permite ubicar la participación política de las mujeres y establecer otro espacio para la política: el privado. Es decir, las mujeres actúan en política a través de la correspondencia con la persona que encarna el poder, el caudillo, y gracias a ello obtienen ventajas que no corresponden a los intereses de grupos políticos, sino a las necesidades de sus familias. Lo anterior explica que el principal motivo de participación femenina en política fuera la defensa de la familia, en particular la de los hijos. Es el caso de una de las señoras de la élite, doña Josefa Mallarino de Holguín, destacada matrona conservadora, quien con la justificación 2 3 6 ACC., Fondo Mosquera, Tomo 1860, Carpeta # 20-L, doc. # 38.175, Buenaventura, 3-VII-1860. 2 3 7 Ibíd. 1 Alonso Valencia Llano «soi madre Señor i esa es mi excusa», le escribió a Mosquera desde Cali el 7 de marzo de 1860: Mi hijo Eduardo i mi sobrino Antonio Mallarino se encuentran entre los numerosos presos que hai en esta cárcel, no es mi ánimo atenuar sus faltas, ni mi empeño con U. es para que me les conceda un indulto, que dejo a la jenerosidad de U. Mi empeño es de otro jénero, Es por suplicar a U. por cuanto hai de más sagrado que venga a este lugar, U. i sólo U. puede dominar la situación, i dar a los presos i a los que no lo están las garantías que se les deben de justicia.238 Sabemos que la mayoría de estas cartas fueron respondidas por Mosquera y que las señoras lograron muchas de sus peticiones. Pero no es únicamente la generosidad del caudillo lo que explica el resultado. El juego político que se esconde detrás de esta correspondencia, permite a Mosquera no sólo fortalecer sus lazos clientelistas, sino -lo que es más importante- contar con una información muy precisa de cuanto ocurre en los lugares más diversos y distantes del Cauca, una de las bases de su poder como caudillo. Además, al encarnar él mismo el poder político está en capacidad de solucionar la mayoría de los problemas que se le plantean. Resalta el hecho de que estos son resueltos independientemente de la filiación política de las solicitantes. Así sucedió con la respuesta a la señora de Holguín, o con la puesta en libertad del hijo de doña Natalia Pombo, quien le dice estar agradecida [...Jcomo lo debe estar una madre que ve poner en libertad a su hijo. Gonzalo igualmente está reconocido por los favores que se le han dispensado y según creo ya no se mezclará más en cuestiones políticas del día, mucho más cuando esa es mi voluntad como recordará U. haberle dicho (el día que me ofreció traerme a Gonzalo), que detestaba la carrera militar, 2 3 8 ACC, Fondo Mosquera, Tomo 1860, Carpeta # 21-M, doc. # 38.204, Cali, 7-III-1860. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1 y que por lo mismo nunca quisiera ver a mis hijos defendiendo con las armas a uno u otro partido [...] 239 Existe correspondencia que expresa una participación política más abierta y que permite ver cómo la actividad política de las mujeres trascendía los espacios privados. Es decir, hay mujeres que participaban en política, de la misma manera en que lo hacían los hombres. Es el caso de Mercedes Baca quien le escribe a Mosquera desde Pasto, el 16 de enero de 1863: Impulsada por el ardiente deseo de felicitarlo, aprovecho esta ocasión aunque para ello tenga que distraerlo, pero al salvador de nuestra libertad, al arquitecto del gran edificio colombiano, al héroe que marca sus pisadas con hechos gloriosos, no se puede prescindir de enviarle esta pobre ofrenda de entusiasmo i admiración. Largos y duros sufrimientos en esta época me han envejecido, pero rejuveneceré tan pronto como la felicidad de ver a U. nos colme de dicha, i mis votos ardientes son porque se verifique pronto para llamarlo nuestro redentor.240 En sentido similar se expresó Dolores Mosquera, desde Pasto, el 16 de enero de 1863: Mi querido amigo: hace mucho tiempo que he querido manifestar a U. los ardientes deseos de verlo en mi desgraciada patria para que con su presencia calmaran los corazones de los oprimidos por una causa justa que honra a toda persona que sostiene los principios de los Estados Unidos de Colombia. Más mis sufrimientos en esta época son gloriosos porque todo ha sido por ser una mujer entusiasta por los principios liberales. Hoy respira mi corazón por saber que se aproxima 2 3 9 ACC., Fondo Mosquera, Tomo 1860, Carpeta # 32-FJ doc. # 38.682, Popayán, 6-XII-1860. 2 4 0 ACC., Fondo Mosquera, año 1863. Carpeta # 4-B, Documento # 43.410. 1 Alonso Valencia Llano una división a este lugar a tranquilizar nuestros corazones desesperados de la opresión. Lo felicito mi apreciable amigo por el espléndido triunfo que su presencia acompañada de su digno ejército no ha podido sino ser destruir la tiranía.241 Hubo casos en las que la expresión del pensamiento y la actividad política se hicieron más evidentes, como ocurrió con Mercedes Victoria quien en carta escrita desde Tuluá el 9 de septiembre de 1863, deja ver unas relaciones políticas muy claras con el equipo político que trabajaba con Mosquera, y una abierta intervención en política activa: Sr. i amigo de mis afectos i estimación: Por el «Boletín» que me envió el caballero Jeremías Cárdenas, comprendo desearán Uds. que una persona como yo, que está en paz i calma analizando las pasiones de la multitud i paliando la situación. Me atrevo (perdonándome Ud.) a manifestarle los medios calculados para que sea popular la elección en Ud. para nuestro Presidente, no porque Ud. lo ambicione, i bien lo sé, i sí porque así lo quieren los intereses de la Patria, i porque así lo anhela toda alma noble i corazón republicano. Se necesita dar un fuerte sacudón a los conserveros, la benevolencia para obtener tan bello resultado sería un crimen, pues si cuatro conserveros le dan un voto harán que veinte se lo nieguen: ellos son raza de víbora i apetecen gran narcótico . Y los liberales entonces no se dividirán. Conviene también quitar de los pueblos todo rojo i godo ambulante. Ojalá haya un poco de favor para las familias Pombo. Uno de los contrarios a Ud. me dijo hará un mes que Ud. no tenía riesgo en todo esto, i si de Pasto i más allá, yo no creo esto i más bien que tienen interés en que Ud. no invada el Ecuador. Ud. colejirá el que me notificó esto es notabilidad i no es tonto.242 2 4 1 ACC., Fondo Mosquera, año 1863, Carpeta # 36-M, Documento # 44.683. 2 4 2 ACC., Fondo Mosquera, año 1860. Carpeta # 5IV Documento # 45.244. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 13 En una hoja adicional agrega: Los rojos i godos ambulantes de esta provincia son: Gentil Quintero, Tiberio Quintero, Joaquín Gardeazábal, Joaquín González Montoya, Primitivo Valencia, Ramón Saavedra, y Pío Fernando Lozano.243 Hubo otras formas de participación en política, como la que se puede deducir de la carta que le llegara a Mosquera desde Cali el 13 de julio de 1863: Las que abajo suscribimos, esposas y deudas de los que a vuestras órdenes han peleado por la libertad i el derecho, os suplican, aceptéis el alojamiento i asistencia, que os tenemos prevenido en la casa de la señora Zoila Camacho de Colmenares. Os suplicamos aceptéis el ofrecimiento que os hacemos, como una prueba de la estimación que por vos tienen. Vuestras sinceras i apreciadas amigas Dolores Villaquirán de Borrero, Rafaela Camacho de Vernaza, Gertrudis V de Sánchez, Micaela de la Cadena, Natalia Núñez, Agustina Calero de Núñez, Mercedes Sánchez de Núñez, Feliza de Caldas, Ana de la Cadena, Mercedes Bosch de P, Natalia S. de Orejuela, Inés Camacho de Vallejo, Zoila C. de Colmenares.244 Se puede suponer que muchas de las cartas que se enviaban a Mosquera expresaban solidaridad política con el único fin de obtener algún favor. Esto es evidente en los cientos de cartas en las que las mujeres solicitan el pago de una pensión, el préstamo de dinero o una simple limosna, pero no lo es en otras cartas en las que las mujeres muestran un compromiso real con la revolución. Se trata de mujeres como Dolores Madrid de Castro, quien participó como soldado y le escribe desde Bogotá el 13 de mayo de 1863: Ibid. ACC., Fondo Mosquera, año 1863. Carpeta # 55 Varios, Documento # 45.300. 243 244 1 Alonso Valencia Llano Después de muchos días de padecimientos de la herida que recibí en un pié, peleando por la causa de la libertad de los estados i cuando creía tener la gloria de volver a verlo en esta ciudad, no me ha sido dada tan grata satisfacción pues se dilata demasiado su venida, i los infelices sentimos en toda la falta que hace el Padre Tutelar nuestro, el Hombre Unico que puede conducirnos por el camino de la gloria i de la felicidad después de nuestros sufrimientos por la patria. Mucho es, Ciudadano General, el interés que todos tienen por verlo en este Estado. Las masas populares manifiestan el gran deseo por el arribo suyo; i si personas que no tienen casi agradecimiento, procuran tal ventura, la mía no se conforma hasta tanto que mis ojos le vean, aunque sea ya para morir [...] 245 No todas las cartas expresan solidaridad política con el caudillo liberal. En algunas de ellas las mujeres hicieron un cuestionamiento serio a desmanes cometidos durante la guerra, y que pudieron contar con el beneplácito de Mosquera. No sobra señalar que la correspondencia de este tipo sólo podía ser escrita por mujeres de la élite, que a pesar de no comulgar con las ideas mosqueristas, tenían la suficiente prestancia social para cuestionar sus actuaciones y hacer las exigencias que consideraban necesarias en la defensa de sus derechos. El ejemplo más claro lo constituye doña Matilde Pombo de Arboleda, perteneciente a la familia de don Julio Arboleda, principales enemigos de Mosquera, quien le escribe desde Popayán el 6 de marzo de 1863: U. me mandó a entregar la hda. de Quintero, después de esto incendiaron intencionalmente su trapiche con todos sus útiles, estuve en posesión de ella hasta fines de junio del año próximo pasado, desde entonces lo que he sabido por las noticias que he podido adquirir es que está embargada, que quitaron el administrador que yo tenía i que se están 2 4 5 ACC., Fondo Mosquera, año 1863. Carpeta # 29-L, Documento # 44.454. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1 arruinando los edificios que en ella quedaron: he representado mis derechos a las autoridades i ninguna ha decretado nada de positivo ni que me sea favorable. Yo no puedo persuadirme de que U. haya dado esta orden, por esto es que ocurro a U. mismo. Tengo una familia numerosa i su principal parte son siete niños nietos del hermano i amigo de U. que tienen derecho a ser alimentados, vestidos, educados i alojados para lo cual no cuento sino con la miseria que me producen unas tiendas que el Sr. Peña Gobernador, me dejó para pagarme parte de lo que mi hijo me debe por los alimentos de sus hijos i la destruida haciendita de Puracé que no alcanzan para cubrir ni la sexta parte de los gastos indispensables a la existencia. Yo poco necesito para pasar los pocos días de luto i aflicción que me restan de vida, pero soi madre i mi corazón está traspasado de dolor por el desamparo de mis nietos. U. también es padre para conocerlo. Pido pues a U. se sirva decirme si por orden de U. se me trata de ese modo (lo que yo no creo) i que en el caso contrario dé orden para que se me entregue la citada hacienda con sus terrenos, que no alcanzará ya a cubrir mi dote, i que no me atormenten ya más para poder conservar algunos días más mi penosa existencia cuidando a estos infelices e inocentes niños. [...] 246 Pero la correspondencia política que Mosquera sostuvo con mujeres de la más diversa procedencia social y geográfica, y con los más diversos fines, aparte de expresar sentimientos de abierta amistad o de escondido odio, también sirvió para expresar sentimientos nobles como el amor. Varias cartas de su hija Clelia, esposa de Jeremías Cárdenas, hacen evidente la forma en que las esposas sufrían al ver marchar a sus esposos a la guerra. Baste sólo una: Dígame papacito, por qué es tan ingrato con su hija que tanto lo ama? pues U. no ignora el cariño que le tengo a 2 4 6 ACC., Fondo Mosquera, año 1863. Carpeta # 40-P Documento # 44.856. 1 Alonso Valencia Llano Cárdenas, por qué me lo quita y me deja en este sepulcro donde lo único que podía aminorar mis penas es él y U. !Ahi Dios mió! quisiera que sintiera U. lo que yo siento para que se convenciera que triste es amar y tener esperanzas de un día unirse con esa prenda querida y no poder luego realizar esos esfuerzos. U. mejor que yo y como de más experiencia comprenderá esto para que tenga compasión de mí y no se lleve el objeto de mis grandes simpatías sin que yo vaya con él. [...] 247 2 4 7 ACC., Fondo Mosquera, año 1864. Carpeta # 17 M, Documento # 45.946. Popayán, 1864 s.f. EL BELLO SEXO ENTRE LA TRADICIÓN Y LA MODERNIDAD El "ser y el deber ser" de las mujeres caucanas248 La consolidación del Estado Soberano del Cauca como una consecuencia de la Guerra del 60, implicaba la creación -de un nuevo tipo de ciudadano inmerso ideológicamente en los principios de «Igualdad, Libertad y Fraternidad» y, desde luego, en el dogma liberal de las «Soberanía Individual».249 Estos principios y dogma, aunque eran la base de la ciudadanía y ésta estaba restringida exclusivamente a los varones mayores de edad, no dejaban de lado la consigna de que también deberían transformarse las condiciones sociales en que vivían las mujeres para que actuaran de acuerdo con las necesidades de la nueva sociedad.250 Los cambios no fueron fáciles y contaron con la oposición Como dice Agnes Heller en Historia y vida cotidiana. Aportación a la sociología socialista, México, ed. Grijalbo, 1985, pp. 134, 135-136: El deber-ser describe siempre de un modo conceptualmente accesible la relación del hombre [y la mujer] con su obligación. La obligación manifiesta en el deber-ser puede ser objetivo del hombre [y la mujer], pero no tiene por qué serlo necesariamente. También el ideal contiene algo así como una exigencia, pero ese carácter suyo resulta muchas veces inasible conceptualmente. [...] Más como el ideal es siempre un objetivo, eso significa que el hombre [y la mujer] recibe[n] sus objetivos ya listos para el consumo, y siempre de modo accidental respecto de su propia esencia humana. Esto significa que los ideales de rol no conducen sino al empobrecimiento, a la atrofia del hombre [y de la mujer]. Remiten simplemente a la dirección manipulada y mecanizada del comportamiento. 2 4 9 Respecto al tema de los principios liberales y los hechos históricos que permitieron que ellos se impusieran, puede verse Valencia: Estado Soberano..., cit. 250 " e j deber ser" de las mujeres en Colombia ha sido estudiado principalmente por Suzy Bermúdez en Hijas, esposa y amantes, Bogotá, ed. Uniandes, 1994 y en El bello sexo: la mujer y la familia durante el Olimpo Radical, Bogotá, ed. Uniandes / Ecoe, 1993. Puede consultarse también el artículo de Patricia Londoño: "El ideal femenino del Siglo XIX en Colombia: entre flores, lágrimas y ángeles" en Magdala 248 1 Alonso Valencia Llano del conservatismo y del clero, como lo muestran los Sermones Selectos del jesuíta Carlos Salcedo quien en Pasto se oponía a las reformas que prometía la revolución liberal llamando a la ciudadanía a enfrentar las "[...] nefandas leyes de libertad de cultos, para declarar el estado prácticamente ateo [...] las de instrucción laica y obligatoria, para corromper a los niños poniéndolos bajo la dirección de maestros impíos; entonces la del matrimonio civil para degradar a la familia y corromper a la mujer [.,.]"251 A pesar de la beligerante oposición conservadora, las mujeres caucanas supieron aprovechar el bienestar que se irrigó como una consecuencia del auge agroexportador que se vivió después de la guerra y que se sintió en varios órdenes, de los que sólo resaltaremos dos: se dio un mayor avance en la educación liderada por mujeres de la élite y se consolidó su papel como comerciantes.252 Acerca del primero, podemos decir que aunque no existen datos para muchos lugares del Cauca, sí tenemos la información que nos ofrece Rafael Reyes acerca de Popayán donde la señora Matilde Pombo abrió en su casa una clase de francés [...] para las niñas y para la buena sociedad payanesa, a la que asistían Sofía, mi señora, Inés Arboleda y otras y al mismo tiempo recibían de esta gran dama una delicada educación. Con su ejemplo esto hizo que las buenas disposiciones naturales de aquella sociedad, hicieron que se formaran en este buen modelo, las señoritas que después fueran esposas y madres y que esta tradición se perpetuara en Popayán.263 Velásquez Toro (DirJ: Las mujeres en la historia de Colombia, tomo III, mujeres y cultura, Bogotá, ed. Norma, 1995 2 6 1 Citado por Benhur Cerón Solarte y Marco Tulio Ramos: Pasto: Espacio, Economía y Cultura, Pasto, Fondo Mixto de Cultura Nariño, 1997, p. 218. 2 5 2 Sobre este aspecto del desarrollo caucano, puede consultarse Alonso Valencia Llano: Empresarios y políticos ..., cit. 2 5 3 Rafael Reyes: Memorias, 1850-1885, Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1986, pp. 55-56. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1 Además de estudiar, muchas de estas señoras se dedicaban a comprar mercancías al por mayor para menudearlas. Entre las más destacadas comerciantes de esta clase se encontraban doña Paula Mosquera, doña Patricia Mazorra, doña Dolores Lenis, doña Manuela Otero, doña Aminta Castrillón y doña Ana María Sarmiento. Pero entre ellas sobresalía la señora Felisa de Cajiao cuyo esposo, don Antonino Olano, era el mayor importador de mercancías extranjeras al Cauca.254 Ante estos roles de las mujeres, los caucanos actuaron de igual manera que los liberales de otros sitios de la República cuando pretendieron crear el «bello sexo», con la diferencia de que en esta región de los Estados Unidos de Colombia, se buscó crear una mujer con ciertos niveles culturales, pero principalmente con una concepción laica, tal y como lo exigía la educación republicana que se había impartido desde la reforma educativa iniciada por Santander y que había permitido que muchas mujeres caucanas aprendieran a leer y escribir, sin distingo de la posición social. Aunque la educación se convirtió en el paradigma de los gobiernos liberales, lo cierto es que los avances en este campo no fueron muchos pues, según un informe oficial de 1875, su cobertura social seguía siendo bastante crítica en general; mucho más lo era en cuanto se refiere a la educación de las niñas, pues aunque no tenemos el dato del número de niñas que estudiaban, sí tenemos el número de escuelas dedicadas a la enseñanza femenina, que era mucho menor que las dedicadas a la educación masculina, pues por 139 escuelas para niños, existían 31 para niñas.255 A pesar de su baja cobertura, los conservadores consideraron nefasta la educación laica y la enfrentaron mediante el establecimiento de colegios privados orientados a una educación cristiana de las niñas; así el 3 de octubre de 1872 se anunciaba la apertura en la ciudad de Cali del Colegio del «Sagrado Corazón de María», dirigido por doña Josefa Carvajal de D., en el que las niñas no sólo recibirían una educación 254 255 Ibíd., p. 69. Registro Oficial, # 107, Popayán, 3 de julio de 1875. 1 Alonso Valencia Llano cristiana sino también las destrezas y habilidades necesarias para desempeñarse bien en las labores del hogar.256 Desde luego, este colegio no buscaba únicamente brindar educación a las niñas, sino también enfrentar la educación laica que se ofrecía por parte del Estado y que correspondía con la idea de sociedad que los liberales buscaban construir y que no se reflejó únicamente en los aspectos educativos, sino también en la cotidianidad. Por ejemplo, el periódico El Obrero Liberal, hizo un gran despliegue en 1870 porque en Popayán cuatro parejas habían contraído matrimonio civil, lo que se ponía como un ejemplo para los solteros y solteras caucanas.257 Sin embargo, esto último era sólo la posición oficial del grupo liberal dominante, y ella estaba en confrontación con los liberales moderados y los conservadores que hacían gala de un catolicismo muy arraigado. Así, en contraposición con las políticas oficiales frente a las mujeres La Juventud Católica en 1872 hacía la siguiente publicidad a las revistas La Ilustración Española y Americana y & La Moda Elegante Ilustrada orientadas a las mujeres: La Moda elegante es por su índole y por su objeto el genuino periódico de la familia y constituye por lo tanto una verdadera necesidad para el bello sexo; ella inculca en las jóvenes la pureza de sentimientos, instruye la inteligencia, desarrolla los hábitos de orden y de trabajo y crea y perfecciona el buen gusto.258 256 La Juventud Católica, # 10, Cali, 3 de octubre de 1872, p. 4. Esta concepción de la educación no parece haber sido específica del Cauca, pues Victoria Peralta encontró que en Bogotá: El ideal de mujer perfecta se veía complementado con restricciones en la educación, en el espacio, en la expresividad, y en su libertad. Las restricciones en la cultura hacían de la mujer un ser ignorante que al no encontrar salidas a sus inquietudes por el camino de la ciencia y la filosofía, lo encontraba por el de las supersticiones. Virginia Peralta: El ritmo lúdico y los placeres en Bogotá, Bogotá, Ariel, 1995, p. 90. 257 El Obrero Liberal, Popayán, 3 de octubre de 1870, p. 4. 258 La Juventud Católica, # 7, Cali, 29 de agosto de 1872, p. 4. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1 Aunque la publicidad mencionada contenía una crítica frente a las políticas estatales respecto a las mujeres, lo cierto es que hubo enfrentamientos más directos frente a la educación laica que buscaban contrarrestarla mediante lecturas edificantes. Lo curioso es que no existía una idea clara del tipo de mujer que los conservadores y liberales tradicionales buscaban formar, un buen ejemplo de esto se tiene en un discurso pronunciado por Teófilo Valenzuela, Presidente de la «Sociedad Católica de Buga», en septiembre de 1872, en el que ofrece una imagen un tanto retórica de las mujeres: La mujer que en todas partes da el tono a la sociedad; la mujer, respeto y orgullo de los pueblos cristianos; la mujer por su naturaleza sencilla, compasiva y buena, era entre los romanos, de niña esclava del padre que podía matarla o venderla a quien ofreciera mayor precio; de esposa, sierva también, sometida al capricho del marido, que abrigaba bajo su techo numerosas mujeres.259 Quizás los conservadores no eran muy amigos de las definiciones. Quizás su concepción cristiana de la sociedad los llevaba a predicar con el ejemplo. Como fuera, sus idearios de mujer aparecieron publicadas en artículos novelescos como «El amor filial», escrito en Roldanillo por Santiago Marmolejo, que tenía la función de orientar a los padres acerca de las normas de conducta de las hijas. En él, Marmolejo cuenta cómo Natividad, una niña de quince años «alta, morena, pelo crespo, graciosa con esa sencillez campesina que yo deseara ver en muchas señoritas», había sufrido durante la guerra del 60 el reclutamiento de sus hermanos, la huida de sus padres a los montes por lo que se asiló en otra casa «para evitar las persecuciones de hombres licenciosos, que abusan del uniforme y que creen que la profesión militar los autoriza para todo abuso, para todo crimen.» El relato dice que cuando se inició el régimen liberal 259 La Juventud Católica, # 8, Cali, 5 de setiembre de 1872, p. 1. 1 Alonso Valencia Llano [Natividad] había seguido ganando con su trabajo la subsistencia y sosteniendo a su padre; y continuó a su lado trabajando, luchando con la pobreza y con la indiferencia de la sociedad que desdeña y pisotea a quien no tiene dinero. Natividad amaba, y podría ella sustraerse a esta ley universal? Imposible. El amor es una necesidad moral, imperiosa, para todo el género humano: lo siente el monarca como el labriego; pero el amor de Natividad era un amor puro, espiritual, y el joven que lo había inspirado, y que también la amaba, era muy digno de él. Una vez casada su primer cuidado fue llevar a su padre a su casa y la que fue buena hija es hoy buena esposa y buena madre. [...] El tipo que he procurado diseñar es hoy muy común en el Cauca. Jóvenes abnegadas que siguen a los autores de sus días en todas las eventualidades de su suerte y se sacrifican en aras del amor filial.260 Este ideal de mujer sumisa era el que los conservadores caucanos querían preservar de las contaminaciones del siglo, pues se encontraba amenazado por las instituciones laicas que los caucanos liberales querían introducir en la sociedad. Y una de esas instituciones que ellos consideraron nefasta fue la del matrimonio civil, que se había impuesto de tal manera que algunos curas liberales como el padre Fernando Paz Burbano, de Pasto, llegaron al extremo de aconsejar a sus feligreses contraer este tipo de matrimonio, porque entre otras cosas, «así evitaban entrar en gastos».261 Por esto este tipo de vínculo matrimonial sufrió una serie de denuncias que llegaron a extremos de la calumnia, cuando buscaron el rechazo de la opinión pública. Un buen ejemplo se tiene en el caso del célebre comerciante italiano Ernesto Cerruti, quien se casó por lo civil con una nieta del General Mosquera, pues los periódicos, más que informar, denunciaron: La Juventud Católica, # 9, Cali, 19 septiembre de 1872, p. 2. Lydia Inés Muñoz Cordero: «Situación de género en los pleitos de divorcio en Pasto. Siglo XIX. 1855», Mujer, familia y educación en Colombia, Memorias del TV Encuentro Nacional de Historiadores, Pasto, 1997, p. 136. 260 261 Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 13 En la noche del 14 del corriente se celebró el matrimonio de un señor Ernesto Cerruti y la señorita Emma Davis, contrariando la voluntad de lo más respetable de su familia. Este hecho antireligioso, esta injuria a la conciencia pública, no necesita comentarios; pero lo que más sentimos es que tal vez por falta de reflexión, hayan ocurrido a festejarla y autorizarla, personas notables, y sobre todo, madres de familia católicas. ¡Quiera Dios que ninguna de ellas tenga que sentir las consecuencias del mal ejemplo que acaban de dar! La improbación general que ha recaído sobre este hecho y sus accidentes, servirán, a no dudarlo, de correctivo para en adelante. No se han perdido en nuestra patria los sentimientos de dignidad: aún existe la sanción pública.262 Según los conservadores, este tipo de matrimonios, sancionados por la nueva legalidad liberal, constituía un pésimo ejemplo para los jóvenes y para los padres imbuidos en los principios liberales. La lucha en su contra no podía darse en el plano legal, sino en el ideológico religioso y tenía que ser radical y férreamente sustentada en la tradición universal del catolicismo, única manera que encontraban de enfrentar la modernidad. Es por eso, que los redactores del periódico payanés Los Principios Político-Religiosos el 9 de julio de 1871, echaron mano a un artículo publicado en El Bien Común por el escritor español José Selgás en el que se oponía al matrimonio civil y que copiamos en extenso para ofrecer una idea de la radicalidad de los ataques: Antes que en Zurich, en Londres o en New York se hubiese pensado formalmente en dar a la mujer los derechos del hombre, antes de arrancársela a la naturaleza, al hogar doméstico y a la familia, plantándola libremente en medio del arroyo de todas las libertades; antes, en fin de que Mr. Reynauld pensara en hacer de la mujer un objeto eternaLos Principios Políticos Religiosos, # 4, Popayán, 18 de junio de 1871, p. 51. 262 1 Alonso Valencia Llano mente bello, era preciso para que el trabajo no fuera inútil, fundirla en el crisol de un nuevo ser, preparación indispensable para que desde el mismo umbral de su casa pueda lanzarse sin escrúpulo a los risueños espacios de la sociedad que ha de recibirla. Porque, justo es reconocerlo; una mujer sometida a la autoridad de sus padres, o sumisa al cariño paternal de su marido, o sujeta a la sagrada obligación que la imponen sus hijos por el doble vínculo de la naturaleza o la religión, no es ciertamente, la mujer a propósito para desempeñar en el mundo las libres funciones a que la destina la sociedad presente. Sobre el derecho natural y el derecho divino, está, decididamente, el derecho moderno.263 El autor plantea que se ha dado una lucha entre la razón y la moral, y que ante el triunfo de la razón el hombre se ha encadenado a sus placeres. Pero también dice que muchos hombres y mujeres pensaban de manera distinta: [...] había gentes que se veían detenidas por la tirantez de sus conciencias, y el concubinato, por ejemplo, se ocultaba avergonzado de su propia deshonra; era preciso legitimarlo; las mujeres permanecían obstinadas en creer que no eran esposas legítimas si no hacían delante de Dios el voto solemne del cariño perpetuo, y la santa promesa de una fidelidad honrosa.264 Esto, según el autor, se convirtió en un problema para los librepensadores quienes lo solucionaron mediante el establecimiento del matrimonio civil y, haciendo gala de una chocante ironía, se burlaba así de quienes optaron por uniones maritales no sancionadas por los ritos de la iglesia: 263 Los Principios Político-Religiosos, # 7, Popayán. 9 de julio de 1871, p. 108. 24 Ibíd., p . 1 . Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1 Yo soy un hombre razonable; comprendo perfectamente que reglamentado el provechoso comercio de los garitos y ordenada la honesta industria de las mujeres públicas, no hay razón para tener fuera de la ley a los que deseando vivir en estrecha y voluptuosa comunicación se unen übremente sin pasar por la humillante ceremonia de los votos solemnes y de las santas promesas. Reconocido el derecho imprescriptible del tahúr y el habeas corpus de la ramera, la equidad reclama la inmediata protección de las leyes en favor del concubinato.265 El considerarse un «hombre razonable» lo lleva a pensar que el matrimonio civil no permitía la constitución de familias, pues según su criterio no era más que «la prostitución legal», puesto que él permitía que una mujer pudiera tener hijos de padres diferentes: Sea el amor libre, como es libre el pensamiento; no ha de tener el vicio menos derechos que el error; saquemos a la mujer de la servidumbre de los más bellos sentimientos; para impedir que se prostituya, legalicemos su prostitución, y teniendo derecho para ser de todos, evitaremos que su corazón caiga en la esclavitud de pertenecer a un hombre solo. [...] La mujer que ama se casa. La que quiere dar rienda suelta a «tumultuosos apetitos» se vende. Pero la que se coloca en un nivel intermedio entre las dos, es decir: «la que se casa según la ley y se prostituye según la razón», que adquiere una actitud estrictamente legal, que es al mismo tiempo claramente inmoral; que no es ni esposa ni manceba; que a la vez se despoja de la honestidad de la virtud y de la vergüenza del vicio. Esta mujer no quiere vivir sola y busca la compañía de un hombre; lo encuentra y hace al alcalde testigo de su unión, y la autoridad municipal le da permiso para tener hijos. Esta mujer se alquila. 2 Ibíd., p. . 1 Alonso Valencia Llano Para la mujer que se casa, el marido es su guía, su protección, su amparo, la inteligencia que dirige, la fuerza que contiene. Para la mujer que se vende los hombres no son más que parroquianos. Para la mujer que se alquila, el hombre es pura y simplemente un inquilino. En el primer caso, el hombre y la mujer se unen. En el segundo caso, se tropiezan. En el tercer caso, se juntan. Puesto el escalón del contrato entre las alturas del Sacramento Matrimonial y las profundidades de la prostitución, la mujer puede descender más cómodamente de la elevación de un amor santo al abismo del vicio libre. Si conseguimos que prescinda de Dios para casarse, muy poco trabajo debe costarle después prescindir del alcalde para perderse. Y a la mujer perdida es precisamente a la que buscamos como el tipo completo y perfecto de la mujer verdaderamente emancipada; sin vínculos con la naturaleza, sin las ligaduras de la religión, sin los duros grillos de la moral, sin el freno del pudor, sin la cadena de la familia, emancipada del hombre, emancipada del amor que es su vida, hasta emancipada de sí misma. La Venus moderna elevada sobre el altar de su hermosura, recibiendo el culto del deleite y negociando ante el alcalde el tesoro de sus encantos. Diosa que se vende para ser adorada; mujer que se alquila para ser madre.266 El artículo, a pesar de las críticas morales que encierra tenía una intención política: debía servir para mostrar cómo el modelo de sociedad liberal que se estaba imponiendo iba contra los principios de la mayoría de los caucanos. Pero un artículo de esta clase no guiaba de una manera clara a los padres de familia respecto a la forma de educar a sus hijas, Ibíd., p . 1 . Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 167 que de todas maneras se enteraban por la prensa de los avances que se daban en torno a la situación de las mujeres en el mundo. Para solucionar el problema Los Principios un periódico conservador de Cali- adaptaba publicaciones con un sentido más didáctico que nos permiten pensar la difícil situación de las mujeres que se veían obligadas a llevar con resignación su existencia. Buen ejemplo de este tipo de artículos lo constituye «Los recuerdos», escrito por María del Pilar Sinués de Marco y cuyo tono de resignación se deja sentir desde el comienzo: La esperanza, esa deidad consoladora que envuelta en diáfanos velos, sonríe a los niños en la cuna y acaricia al hombre se deja ver pocas veces en torno a la mujer, flota a lo lejos como la sombra de un sueño, y como sombra se desvanece cuando va a asirla su débil mano. Para la mujer es más grato, más dulce, más consolador, el recuerdo.267 Después de mencionar el refugio que las mujeres encuentran realizando obras de caridad, para lo cual -advierte- no tienen que ser ricas, habla de que existen recuerdos «que matan, que dan pena», lo que le permite establecer una diferencia de género entre hombres y mujeres: Al hombre le acompañan menos los recuerdos: su vida está llena de realidades más o menos penosas, más o menos agradables. Los negocios absorben todo su tiempo y absorben también su imaginación. La mujer, por el contrario, relegada al hogar doméstico, retirada en él, tiene muchas veces que acogerse a sus recuerdos para ser dichosa. A la mujer le está vedada toda ocupación, toda actividad fuera del círculo de su familia, y los recuerdos son para ella un mundo mejor, un oasis en el cual descansa de todos esos 267Los Principios, # , Cali, 2 de o de 187, p . 168 Alonso Valencia Llano dolores vulgares, silenciosos y desconocidos, que combaten y envenenan su existencia. La pradera donde corría como niña, los primeros libros que leyó, las oraciones que le enseñaba su madre, los cuentos de la vieja nodriza, los juegos de sus hermanos, la imagen ante la cual rezaba, las memorias de su primer amor, aquellas emociones tan puras, tan castas, tan indecisas, que ni aún después de mucho tiempo sabe definir; la rama que el viento mecía en el bosque [...] todas estas cosas forman para la mujer un mundo de poesía y de amor al cual se retira para buscar la calma.268 Pero estos roles socialmente construidos, esta diferenciación de género que la autora encuentra entre la existencia de los hombres y las mujeres, no le permite encontrar caminos de liberación para ellas, sino que las introduce en un discurso justificativo de su existencia resignada a las cuatro paredes de su casa, curiosamente presentada más como una prisión, que como el hogar: ¿Cómo no amar las paredes que nos han presenciado nuestras venturas y nuestros dolores? ¿Cómo no amar el primer rayo de sol que la primavera nos envía como una bella sonrisa, y el rayo de luna que viene a quebrase en los cristales de nuestra ventana? Paréceme que el apego de la mujer a su casa y a los objetos que la adornan es inseparable de su condición, suave, blanda y amorosa; que la constancia de sus afectos debe serle tan propia como el culto de sus recuerdos, y que un corazón frío, egoísta, e indiferente es como una anomalía en nuestro sexo, a quien Dios encomendó el cuidado de embellecer el hogar, derramando en él la suave luz de la poesía y el amor. Haga la mujer todo el bien que le sea posible; ame y socorra a los menesterosos y por desgraciada que sea su vida, siempre tendrá en sus recuerdos un pedazo de cielo azul, un horizonte sereno donde volver sus afligidos ojos.269 268 269 Ibíd. Ibíd. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1 Evidentemente la autora era una mujer que propugnaba por el mantenimiento de las mujeres reducidas al espacio doméstico; que reconocía la triste situación que las diferencias de género le imponían pero que se resistía al cambio. La finalidad de este tipo de discursos era enfrentar las nuevas imágenes de las mujeres que estaban llegando al Cauca, pues en la prensa se mencionaban los avances que en la condición social de las mujeres se daban en Europa y en los Estados Unidos, lo que a juicio de los conservadores no hacía más que reforzar las posiciones liberales acerca de la mujer y del matrimonio civil. En respuesta a esto, Los Principios retomó otro artículo de Selgás, que justamente llevaba por título el de «La emancipación de la mujer», y en el que en medio de un humor negro bastante molesto, ironiza acerca de los logros de las mujeres en otros lugares del planeta. El artículo se refiere inicialmente a varias reuniones ocurridas en Europa donde «se ha proclamado el principio de que la mujer debe ser hombre». Dice que en Estados Unidos se redacta un periódico de mujeres con el lema varonil: «A los hombres sus derechos y nada más, a las mujeres sus derechos y nada menos», y que se otorgan títulos académicos a las mujeres «como la cosa más natural del mundo» e incluso que en Zurich «acuden a estudiar medicina las más tiernas jóvenes». Esto es presentado como una actitud antinatural, pues según él ya hay en el mundo muchas mujeres que no quieren ser madres, a lo que se agrega que en Nueva York había aumentado la embriaguez entre las mujeres, las que montan a caballo, manejan coches, fuman tabaco, etc. El problema, para él, radica en que en Europa la liberación femenina no parece preocupar a muchos hombres quienes creen que por esto las mujeres «nopueden dejar de ser mujeres, fundando tan superficiosa preocupación en el frágil testimonio de sus propias mujeres, de sus propias hijas, de sus propias madres». La ironía de sus planteamientos, presentados con un pretendido deje humorístico, lo lleva a decir: No obstante, para que la mujer caiga en cuenta de que puede cambiar la condición de su naturaleza, es preciso 170 Alonso Valencia Llano librarla del yugo de la familia, es preciso que 110 tenga padre, que no tenga marido, que no tenga hijos; porque los hijos, los maridos y los padres, le harán creer siempre y en toda ocasión que es hija, que es esposa o que es madre; esto es, le harán creer siempre que es mujer. Y es preciso más, porque las preocupaciones se agarran con profundas raíces y todo lo aprovechan para que no haya manera de arrancarlas; es preciso sacarlas del artificio, de la trampa en que su propia naturaleza las tiene cogidas; es preciso ante todo, que el pudor, saltando de lo profundo del alma a la superficie del rostro les diga de una vez siquiera que son mujeres. Orilladas estas primeras dificultades, es evidente que la mujer puede llegar a ser hombre, y esta equiparación jurídica sacará al mismo tiempo a los hombres de la obligación legal en que se encuentran de tener que casarse siempre con mujeres, pudiendo elegir para madre de sus hijos, según sus aficiones y sus gustos, licenciados en medicina, doctores en jurisprudencia, delicados reclutas, amables pilotos, dulces sargentos de caballería, y será frecuente el caso en que nos disputemos la mano de algún bello Presidente del Consejo de Ministros. La cuestión que por de pronto se origina, ofrece, sin embargo, una doble desigualdad, porque si las mujeres tienden a transformarse en hombres, el día que lo consigan, los hombres se habrán quedado sin mujeres; y como no se trata de que el hombre cambie de condición, resultará que las mujeres tendrán hombres y los hombres no tendrán mujeres.270 Todos estos argumentos apuntan a que no se pueda cambiar la obra de Dios o de la naturaleza que llevó a que la mujer sea madre, lo que según él, es considerado por la sociedad moderna un «error de la naturaleza», que debe ser corregido, ya que la modernidad se arroga el derecho de corregir la obra de Dios. Para esta «modernidad» la mujer aparecería 270 Los Principios, # 1, Cali, de o de 187 p. 3. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 171 como un «fausto ruinoso» que el hombre se ve obligado a sostener dada «su debilidad»; «hemos de protegerla porque es débil». Esto motiva otra de sus ironías: ¿Desde cuando los débiles tienen derechos? ¿Acaso porque el hombre es fuerte se le ha condenado a pasar por la tierra como un mozo de cordel, encorvado bajo el peso de ese enorme fardo que se llama familia? Ellas nos piden nuestra protección, nuestro respeto ¿y en cambio qué nos dan? Nos dan hijos. ¿Será justo que a título de esposas, que a título de madres, nos impongan la costosa obligación de ampararlas y mantenerlas? La mujer es un lujo, la familia una carga [...] La mujer como esposa y como madre es cara, y el recurso es bien sencillo: no hay más que transformarla en hombre. Y para esto es necesario que estudie y que trabaje. Bastante tiempo las hemos mantenido a título de madres de nuestros hijos; bastante tiempo las consideramos bajo el frivolo pretexto de que eran las dulces compañeras de nuestra vida. Y en qué engaño hemos vivido!... Parecen tan delicadas... tan tímidas... tan débiles: poseen el secreto de una fuerza inmensa: el amor las hace héroes, el cariño mártires, la virtud fuertes, la fe invencibles: vencen con una mirada, triunfan con una sonrisa, esclavizan con una lágrima.271 La crítica a la modernidad se cierra con un planteamiento profundamente conservador: la liberación de la mujer puede significar una ganancia para los hombres inmersos en la materialista sociedad capitalista regida sólo por la ganancia: [...] La civilización que nos empuja no tiene nada que ver ni con los maridos, ni con los hijos, ni con los padres, ni con los hermanos. ¡Sería curioso que la especie humana detuviera su marcha majestuosa ante el ridículo estorbo de la familia! 271 Ibíd., p. 238. 1 Alonso Valencia Llano Hasta ahora no ha sido más que un gasto: es preciso, pues, que empiece a ser una ganancia. Ese bello conjunto cuyo inventario es: cabellos de oro o de seda, labios de coral, manos de marfil, dientes de perlas, mejillas de nácar, es una riqueza que nosotros tenemos todavía estancada, y ya es preciso que pensemos seriamente en ponerla en circulación. Desamorticémosla.272 A muchos caucanos no se les escapaba que las críticas ideológicas y morales que sustentaban estos artículos ocultaban el enfrentamiento político entre liberales y conservadores. Desde este punto de vista las mujeres, la imagen de mujeres y los roles de mujeres que trataba de imponer la modernidad, sufrieron una serie de manipulaciones -como las citadas- que dieron muy buenos resultados al conservatismo. El problema es que para enfrentar las imágenes modernas de las mujeres y sus roles, que hablaban de una cierta igualdad con los hombres, los conservadores se vieron en la necesidad de atacar la institución matrimonial laica, lo que llevó a una gran confusión, debido a que el matrimonio civil estaba socialmente aceptado -a pesar de la oposición mencionada- y legalmente soportado en la legislación caucana. Era un hecho que todos los artículos que se escribían para rescatar la tradicional imagen de mujer sumisa, de una u otra manera, terminaban en un cuestionamiento del matrimonio civil y en una reivindicación del católico. La explicación es simple: los conservadores no le concedían a las mujeres otro papel social que el de las labores del hogar, permitiéndoles una precaria presencia pública en las labores de beneficencia. De todas maneras, su crítica al matrimonio civil y «el estado de resignación» en que ponían a las mujeres casadas, hacían que el estado matrimonial no fuera visto, precisamente, como muy atractivo para los hombres y mujeres Ibíd., p. . Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 13 caucanas, máxime si se tiene en cuenta que el matrimonio católico era indisoluble. No obstante, los artículos ilustrativos acerca del matrimonio continuaron mostrando que éste no era el estado ideal, sino una realidad que sólo era soportable si se basaba en sentimientos como el amor. En el artículo «Carta Familiar», firmado por C. Prieto y dirigido a "los hombres casaderos", salta a la vista cómo la armonía matrimonial, que debía basarse en sentimientos como el amor, no era tan duradera pues, dentro de las concepciones machistas de la época, el amor parecía agotarse primero en las mujeres que en los hombres: El refrán dice: antes que te cases mira lo que haces.» Todas las mujeres son buenas para amantes: para esposas ya varía la especie, pues el amor matrimonial no es el mismo que el amor que inspira a la novia. El primero está lleno de sufrimientos, el segundo de dichas. Todas las mujeres están enamoradas antes de casarse. Casadas hay muchas que se aburren pronto, cuando el afecto que experimentan por su esposo no es legítimo, profundo, verdadero. El amor de la novia aspira a una dulce recompensa: el matrimonio. El de la casada debe estar pronto a hacer toda clase de sacrificios, y la que no ama de veras mal puede cumplir con sus penosos deberes de esposa. La novia se ve rodeada de delicadas atenciones: es amada y vive feliz. La casada muchas veces se ve expuesta a las brutalidades de un marido infame y ha de resignarse con su suerte. Para novias todas las mujeres son buenas, todas sirven. Para esposas se necesita mucha virtud, mucha abnegación y mucho cariño. [-] La casada debe cuidar de su marido y no servirle de pesada carga; la sencillez que también es elegante, agrada al esposo, y una casada no debe gustar a nadie más. Búscala pues que sea modesta y ajena a toda pretensión, 1 Alonso Valencia Llano y así lograrás ser feliz en la adversidad como en la fortuna.273 La conclusión, convertida en un consejo para los jóvenes en edad de casarse consistió en decirles que buscaran una mujer que no fuera vanidosa, que no tuviera muchos amigos, resignada y trabajadora para que supiera «soportar los reveses de fortuna y no tenga muchas tentaciones». Y termina con una afirmación que sin duda haría pensar seriamente en la conveniencia del estado matrimonial: «El matrimonio es una especie de claustro: los que entran en él mueren para los demás».21* La radicalidad conservadora frente al matrimonio civil y la utilización política del tema llevaron que se profundizara la crítica por parte de grupos disidentes liberales frente a la actitud laica del gobierno caucano. Simón Arizabaleta, un liberal independiente, escribió en 1875 un artículo titulado: «¿Qué es el matrimonio civil?». Se trataba de una crítica al matrimonio no católico, en el que, por su falta de sacralización, lo asimila a la prostitución. Según el autor este tipo de matrimonio es un contrato que «no sujeta» y que por lo tanto puede disolverse de la misma manera que se estableció. Pero sus críticas son mucho más fuertes: Ante semejantes inconvenientes, esos seres que vienen al mundo por una unión que no lleva la sanción de una sana moral, la experiencia nos lo ha enseñado, que la hija olvida a sus padres, sin abrigar ningún remordimiento, y que por un hombre rompe los sagrados vínculos del amor i de la fidelidad que debe guardarles. I ¿cómo impedir esta falta de subordinación, de amor i de respeto, cuando sus placeres tienen Los Principios, # 92, Cali, 8 de agosto de 1873, p. 54. Ibíd. p. 55. Desde luego, el matrimonio más que un claustro era una prisión; pero lo era más para las mujeres que para los hombres. Así lo plantea Victoria Peralta para el caso de Bogotá durante el Siglo XIX: "El espacio de la mujer era la dulce cárcel de la casa, en la que ella debía permanecer con modestia y discreción, utilizando el tiempo en todo lo concerniente a las labores domésticas, y esperando al padre o al marido.» Ob. cit., p. 91. 273 274 Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 175 más poder que sus creencias, i más valor que ese acto solemne por el cual se confirma de por vida, la unión entre los que verdaderamente se aman? Si a la mujer se la quiere emancipar de ciertos derechos i despojarla de su naturaleza suave i delicada, colocándola en ese insondable torbellino que se llama mundo, no puede desconocerse sin detrimento de ella misma, esas necesidades por medio de las cuales rompen los librepensadores, esos lazos que forman la verdadera y estable familia. No hay duda que el matrimonio civil aleja las solícitas i vijilantes miradas del padre, entibia el cariño i la fidelidad hacia el esposo i quebranta las sagradas obligaciones que imprimen la virtud i que no legalizan la prostitución. [...] La mujer que respeta los vínculos que la unen a la familia y a la relijión, jamás se constituye en una meretriz, por el sólo deseo de ocupar un puesto o desempeñar las augustas funciones de esposa i de madre, sin más autorización legal que aquella que da la sociedad, la cual a veces es inmoral i corrompida, i es por esto mismo que no puede existir ante las aras del amor esa santificación que verdaderamente no se halla, sino es ante el matrimonio elevado a la inconmensurable categoría de sacramento.276 Esta asimilación del matrimonio civil con la prostitución y, desde luego, las agravantes religiosas, morales y sociales que un acto de esta clase hacía recaer sobre la mujer casada y no sobre el varón, produjo reacciones inmediatas, entre las que destacamos la siguiente: PROTESTA: La que suscribe, católica, apostólica, romana, cumple con el deber de tal, manifestando: que el año de 1866, por una fatalidad, contraje matrimonio civil con el señor Abelardo Aguilar, conforme a unas disposiciones de la lei, i no de acuerdo a los ritos de la Iglesia Católica, a cuya comunión tengo la 275 El Telégrafo, # 6, Palmira, marzo 18 de 1875, p. 23. 176 Alonso Valencia Llano fortuna de pertenecer. No hai duda de que, en mi carácter de católica, transgredí el Canon eclesiástico, i de consiguiente he tenido la desgracia de cargar todo este tiempo, con la censura que la Iglesia, en semejantes casos, ha alzado contra los creyentes que no hayan respetado sus sabias i divinas disposiciones; pero una vez que he llegado a este conocimiento, declaro que doi por írrito i de ningún valor el mencionado matrimonio civil, porque él tortura mi conciencia, me aleja de la comunidad católica, i la sociedad, con una mirada severa, desaprueba esa unión ilícita hecha sin el beneplácito de la Iglesia. Quedan pues por mi parte, rotos los lazos civiles que me unían, puesto que voluntariamente i como creyente me declaro libre, una vez que reconozco que el matrimonio civil no une con lazos indisolubles. De consiguiente, no reconozco otros lazos de unión que los que la Iglesia Católica ha establecido, considerando cualquier otra unión como clandestina; siendo de advertir que mi protesta es espontánea e irrevocable [...] San Pablo, febrero 16 de 1875. Luisa Tello.276 Un aviso similar fue también publicado en El Telégrafo por el esposo, Abelardo Aguilar, lo que escandalizó a los redactores del periódico, puesto que cayeron en cuenta que en estas «protestas públicas» los caucanos habían encontrado un nuevo método para anular los matrimonios civiles sin seguir las reglas establecidas por el código civil. Ante esto se vieron obligados a moderar el tono de sus críticas e insertaron el siguiente decreto conciliar con el que buscaron mostrar que la iglesia no rechazaba el matrimonio civil, siempre y cuando fuera santificado después por los ritos católicos: Pag. 114 del libro de Actas y decretos del Concilio primero provincial Neogranadino: Aunque entre los cristianos nunca puede separarse el sacramento del contrato válido, sin embargo por la necesidad que imponen las leyes i para evitar mayores males que 276 El Telégrafo, # 9. Palmira, 8 de abril de 1875, p. 3. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1 pudieran sobrevenir por la malicia de los hombres, permitimos que donde estuviere vijente la lei del matrimonio civil puedan contraerlo los fieles ante el Majistrado secular; pero quedan siempre obligados a celebrarlo in facie Ecclesiae, si no quieren incurrir en el vergonzoso y gravísimo crimen de concubinato.277 Desde luego, esto caldeó los ánimos entre los defensores de la tradición y quienes defendían la imposición de la sociedad laica, lo que produjo una serie de artículos acerca de los matrimonios civiles y laicos y de sus ventajas y desventajas en el orden civil y el espiritual. Como era de esperarse dadas las concepciones de la época, las consecuencias negativas de ambos matrimonios se hacían caer siempre sobre las mujeres, que eran, al fin y al cabo, a quienes se quería controlar.278 Estos debates acerca del matrimonio y el deber ser de las mujeres caucanas, se inscribieron dentro de la lucha desarrollada por el partido conservador con el liberalismo que se había impuesto en el Estado. Así las mujeres caucanas entraron de nuevo en el juego político, unas veces como simples objetos ideológicos construidos por los voceros políticos de la Iglesia Católica aliada con el conservatismo y, otras, dentro de una efectiva participación en las organizaciones parapartidistas que con el carácter de asistenciales y educativas creó el partido conservador. Desde este punto de vista, debemos reconocer que los conservadores fueron más efectivos en la utilización de un discurso moral y religioso para lograr la movilización política de las mujeres, lo que se dio de una manera efectiva entre 1871 y 1875 cuando se libró la lucha contra la educación laica. Ibíd., p. 35. Para mayor amplitud sobre el tema consúltese El Telégrafo, # 10, Palmira, 22 de abril de 1875. 277 278 1 Alonso Valencia Llano La organización política de las mujeres y la lucha contra la sociedad laica Todo el debate anteriormente referido se estaba dando en momentos cruciales para la historia del Cauca, pues Arquímedes Angulo, Sergio Arboleda y Carlos Albán, estaban adelantando la reorganización de las fuerzas conservadoras, 279 para enfrentar al gobierno central de la Unión Colombiana que intentaba desarrollar un «Estatuto de la educación primaria», que a juicio de los conservadores pretendía implementar una educación atea.280 En realidad las autoridades colombianas sólo buscaban desarrollar una educación técnica más acorde con las necesidades de desarrollo económico de los colombianos.281 Esto coincidía con un proceso global de reorganización conservadora en todo el país, que se apoyó en la necesidad de defender la educación cristiana como uno de los derechos tradicionales de los colombianos en general. Sin embargo, poco a poco, el gobierno central logró imponer su proyecto de educación laica, pues en 1874 estableció las escuelas normales en el Cauca, que fueron encomendadas a profesores alemanes de religión protestante, quienes llegaron al Cauca en 1875. Su llegada creó un clima de efervescencia social que fue estimulada por el periodismo conservador, al que se agregó La Semana Religiosa, que orientó sus esfuerzos a demostrar que la iglesia católica era nuevamente perseguida V Alonso Valencia: Luchas sociales y políticas del periodismo en el Estado Soberano del Cauca, Cali, Colección de Autores Vallecaucanos, Gerencia Cultural de la Gobernación del Valle, 1994 y «Un precursor de Zeppelin en Colombia: Carlos Albán. Político, militar e... inventor», en Credencial Historia, Bogotá, Octubre de 1991. 2 8 0 Véase Jane M. Loy: «Los ignorantistas y las escuelas: la oposición a las reformas educativas durante la Federación colombiana», en Revista Colombiana de Educación, Ns 9, Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, 1982. M 1 . Respecto a este problema de la educación puede consultarse a Frank Safford: El Ideal de lo práctico, Bogotá, UNAL/E1 Ancora ed., 1989, para Colombia Central, y para el caso específico del Cauca véase Alonso Valencia: «El desarrollo de la educación laica» en Empresarios y Políticos ..., pp. 30 y ss. 279 Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 17 al intentarse aplicar un programa educativo en el que no se impartía la enseñanza religiosa. Para el efecto los redactores de Los Principios no sólo publicaron sus propias opiniones sino también una serie de remitidos de las autoridades eclesiásticas. Como ejemplo se tiene un artículo tomado de La Semana Religiosa, con una refutación del presbítero Pedro Antonio Holguín, cura y vicario de Palmira, contra un artículo publicado en el periódico La Escuela Liberal en el que se defendía la escuela normal laica, que se había abierto en Popayán. La oposición del cura radicaba en que con ella se pretendía -según él- formar «hombres corrompidos enemigos de Dios y de la Iglesia». También se refutaba a los redactores de El Escolar, que se publicaba en la capital y circulaba gratuitamente en las escuelas oficiales, por haber publicado un catecismo donde se negaban las penas eternas del infierno; y un artículo sobre «Educación de las madres de familia», tomada de El Emilio de Rousseau, obra prohibida por la iglesia dado su objeto de extender el socialismo. Concluía la refutación aconsejando a los padres de familia abstenerse de enviar sus hijos a recibir la educación dada por el gobierno en las escuelas laicas.282 El momento para estos debates no pudo ser mejor escogido, pues estaban próximas a realizarse las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de Colombia, donde se enfrentaban Aquileo Parra -candidato radical- y Rafael Núñez -independiente-. También se realizarían las elecciones para la presidencia del Estado Soberano del Cauca entre César Conto -representante del radicalismo- y uno de los candidatos mosqueristas que aún no estaba definido. Esto evidenciaba que la lucha entre las tendencias liberales había fraccionado al partido y que podía poner en peligro la continuidad de las instituciones liberales. Los conservadores sabían que la situación del Cauca podía llevar a retomar el poder, no sólo en el Estado sino en el país; para esto era necesario seguir estimulando el descontento popular ante las medidas anticlericales del gobierno y canalizarlo en lo posible 282 Los Principios, # 0, Cali, 9 de bre de 1875, p. . 1 Alonso Valencia Llano hacia las vías electorales, lo que exigía, a la vez, convertir a los curas y en especial a Carlos Bermúdez, obispo de Popayán, y a Manuel Canuto Restrepo, obispo de Pasto, en los abanderados de la agitación. Si a esto se agregaba que la mayor parte de los liberales era de procedencia conservadora y, desde luego, que la inmensa mayoría de ellos era católica, la acción del clero y de la prensa conservadora podía dar excelentes resultados. El deterioro del clima político y la cada vez mayor oposición de las sociedades democráticas llevó a que los conservadores entendieran que sin una adecuada organización de sus bases cualquier intento por recuperar el poder sería infructuoso. Para ello de tiempo atrás venían fundando corporaciones de carácter religioso, de asistencia social y de ayuda mutua, que a pesar de estar directamente ligadas a la iglesia católica respondían muy bien a las movilizaciones que la agitación política del momento exigía;283 lo curioso es que la inmensa mayoría de los miembros de estas instituciones eran mujeres. La primera de ellas fue instalada en Cali el 10 de octubre de 1873 por el Obispo Carlos Bermúdez y recibió el nombre de «Sociedad del Sagrado Corazón». Contaba con 260 socias y era dirigida por María Ignacia Borrero, tenía como subdirectora a Bárbara Fernández de Sinisterra, secretaria a Micaela Borrrero y como tesorera a Dolores Cobo. Los fines de la Sociedad eran los siguientes: Se compone de señoras y tiene por objeto ejercer oficios de caridad con las personas del mismo sexo: alentar para el 2 8 3 Debido a las diferentes reformas que se hicieron durante el Siglo XIX, la asistencia social había pasado a depender de entidades civiles escasas de fondos. Esto se entiende si se tiene en cuenta el control que el Estado central impuso a la Iglesia Católica mediante la imposición del Patronato republicano, la tuición y la Desamortización de Bienes de Manos Muertas, a lo que se agrega el control que se ejerció sobre la educación. Todo influyó para que durante la década de 1860, se crearan instituciones de asistencia social controladas por organizaciones de la sociedad civil. Ver Beatriz Castro: «Caridad y beneficencia en Cali, 18481898», en Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. 27, Ns 22, Bogotá, Banco de la República, 1990, pp. 67 y ss. Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1 bien, influir para atraer a la virtud y a la piedad a las almas que por desgracia se han descaminado, empleando los medios y resortes sociales y religiosos que conduzcan a aquellos resultados.284 En un informe publicado en 1875, esta sociedad de mujeres mostraba su organización interna y sus principales campos de acción: 1. La Sección Reformadora y Celadora cuyas superioras eran María Antonia Córdoba y María Francisca Lourido. Trabajaban principalmente en ejercicios espirituales cuyo fin era «inspirar en almas extraviadas o vacilantes los piadosos sentimientos que las han llevado de nuevo al camino de la salvación». Los retiros los realizaban mensualmente desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde. 2. La Sección Catequista a cargo de Natalia Núñez encargada de recolectar fondos para fundar una escuela en beneficio de la clase desvalida. En ella estudiaban 40 niñas a las que se les enseñaba lectura, doctrina cristiana, escritura y costura, también habían colocado algunas niñas en casas particulares para que recibieran igual enseñanza. 3. La Sección Hospitalaria trabajaba en el mejoramiento del hospital alimentando y aseando a los enfermos, trabajo en que era apoyada por la conferencia de San Vicente de Paúl. En esta trabajaban las señoras Francisca Uribe de Escobar, Elisa Scarpetta e Isabel Lloreda.285 La «Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús» fue también fundada en Popayán en 1876 por doña Matilde Pombo de Arboleda, quien promocionó además el establecimiento de sociedades similares en Pasto y otros lugares del Cauca.286 La dirigida por la señora Pombo se encargó de la recuperación del Hospital,«... y estableció, a fuerza de limosnas, una escuela primaria de niñas pobres, en cuya dirección y progreso 284 Los Principios, # 101, Cali, 10 de octubre de 1873, p. 90. Los Principios, # 174, Cali 26 de Marzo de 1875, p. 117. 286 Revista Escolar, Año I, N9 2, Popayán, 1® de septiembre de 1894, p. 67. 285. 1 Alonso Valencia Llano entendía personalmente la misma señora, con una consagración superior a su edad y dolencias físicas.»281 No deja de llamar la atención el hecho de que estas sociedades integradas por mujeres, fueran utilizadas por el clero y los conservadores en su confrontación con los liberales, si se tiene en cuenta que a las mujeres no les era reconocidos sus derechos políticos y que toda su participación se reducía principalmente a aspectos de intendencia durante la guerra y, ahora, a la participación agitacional en los debates electorales. Desde luego, las mujeres sabían que eran utilizadas políticamente, pero lo aceptaban porque también sabían que estaban defendiendo la religión y la tradición. Esta unión entre religión y política como elemento de movilización, dio excelentes resultado el 3 y 4 de abril de 1875, cuando don Antonino Olano, un destacado conservador payanés, hizo bendecir una estatua de la virgen de Lourdes que había traído de Europa con el fin de regalarla a la ciudad. Lo curioso del hecho fue que en la procesión que con la Virgen se hizo participaron más de cinco mil personas -la mayoría de ellas mujeres-, una manifestación popular sin precedentes en el Estado del Cauca. En ella se destacó «todo el señorío del lugar, lo más florido del pueblo, el Colegio Seminario, La Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús, La Escuela Católica, La Escuela de Niñas, La Sociedad de San Vicente, El Capítulo Catedral».288 Estos hechos llevaron a pensar en que era posible establecer de una manera directa la relación entre religión y política y los conservadores actuaron consecuentemente con esto fundando una sociedad, compuesta por hombres y mujeres, que tomó el nombre de «Sociedad Católica." 289 Aunque la prensa conservadora recogió los informes acerca de la participación femenina en las actividades asociadas 2 8 7 Vicente Cárdenas: «Recuerdo Biográfico de la señora Matilde Pombo de Arboleda», en Repertorio Colombiano, Tomo III, Bogotá, juliodiciembre de 1879, p. 111. 28s. Los Principios, # 177, Cali, 16 de abril de 1875, p. 129. 289 Los Principios, # 196, Cali, 27 de agosto de 1875. p. 13. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1 a la Virgen de Lourdes como una muestra de fervor religioso, a los liberales no se les escapó los fines políticos que se perseguían y que las mujeres expresaban con bastante sectarismo como se verá después. La actitud sectaria de las mujeres caucanas que actuaban políticamente fue retratada burlonamente en la Plegaria Goda que escribiera César Conto.290 La situación política se hizo mucho más compleja cuando los liberales eligieron a César Conto, un liberal radical, como presidente del Cauca, quien para enfrentar a los conservadores se dedicó a establecer escuelas laicas y a perseguir las sociedades fundadas por los católicos. En respuesta la iglesia prohibió bajo la pena de pecado que los padres de familia enviaran a los niños a las escuelas oficiales; gracias a esto las escuelas caucanas se vieron prácticamente vacías.291 También se realizó una nueva movilización político-religiosa mediante la realización de «retiros espirituales» en todas las poblaciones del Cauca, que se caracterizaron por una amplia participación femenina, por ejemplo en El Cerrito, el número de mujeres participantes sobrepasó las 1.500.292 Esta situación puso la política en un diferente nivel para los conservadores. De hecho, en una escala de importancia los elementos de movilización estaban más en el plano religioso que en el político y los agentes movilizados eran principalmente las mujeres y no los hombres, lo que representaba un problema durante los procesos electorales, dada la falta de derechos de las primeras. Por eso orientaron sus acciones a la creación del «Partido Católico» en el que organizaron a los hombres y mantuvieron las organizaciones de mujeres, con lo que obtuvieron algunos éxitos electorales, que vieron interrumpidos por la guerra de 1876. La guerra en el Cauca, nuevamente puso a las mujeres en la escena política, aunque en esta ocasión con una diferenciación de clase evidente. Así, la mayoría de las mujeres conservadoras, encabezadas por las señoras de las élites de 2 9 0 Gustavo Arboleda: César Conto, su vida, su memoria, 1836-1936, Cali, taller de Gustavo Arboleda, 1936, pp. 94-97. 291. Los Principios, # 199, Cali, 5 de agosto de 1875, p. 27. 292. Los Principios, # 205, Cali, 29 de octubre de 1875, p. 47. 1 Alonso Valencia Llano Popayán, Cali y Pasto, estuvieron dedicadas a labores agitacionales, mientras que las mujeres liberales, en su gran mayoría procedente sectores populares, buscaron vincularse a los ejércitos en calidad de voluntarias. Juan de Dios Uribe, un testigo de la guerra, nos relata cómo las mujeres conservadoras participaron en los momentos previos a la contienda: Todo el principio del año desde Enero hasta Junio, fue de efervescencia y movimiento. En todas las poblaciones se organizaron Sociedades revolucionarias, que se denominaron Las Católicas [...] Estas sociedades se reunían en las iglesias y las componían hombres y mujeres de todas las edades. Oían allí alguna prédica insurgente y recorrían las calles más públicas de las poblaciones a los gritos de «¡Santo Dios!» dados por los clérigos, y que repetía la multitud en tono acompasado y uniforme.293 Una de las muestras más evidentes de la participación de mujeres conservadoras se dio cuando el gobierno caucano apresó a un sacerdote de apellido Virot, quien se había caracterizado por ser un importante agitador en la zona de Tierradentro, y quien intervenía en política haciendo fuerte oposición al gobierno: Seguramente aleccionadas por sus maridos y por el Obispo todas las señoras conservadoras de Popayán salieron a libertar al padre Bizot (sic), apenas supieron la nueva de la prisión. Colmenas de mujeres invadieron la calle de San Francisco en su mayor extensión y se derramaron por las plazuelas y las plazas. Alrededor del cuartel iban y venían en vertiginosos remolinos. Algunos estudiantes de la Escuela Normal y otros del Colegio, unidos a los soldados, apaciguaban los grupos y formaban cordones preventivos para el caso de una invasión de hombres. Esto tan sólo las agriava más, y más las incitaba. De los templos entraban y salían en oleajes 2 9 3 Juan de Dios Uribe: El Togilber, 1972, p. 281. Indio Uribe. Su obra, Medellín, ediciones Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1 y llenaban las bóvedas de las iglesias con sus gritos de desesperación y sus ruegos. [...] Las horas pasaban y con ellas aumentaba la ira y el arrojo de las revoltosas. Muchas señoras quisieron atrepellar a los guardias y recibieron golpes de los centinelas que, firmes, no se dejaban vencer ni por las súplicas ni por la temeridad femenil. Era la señora [Adelaida Rengifo] de Chaux una especie de Jefe y por cierto de las más arrojadas e irascibles que pueden encontrarse. Detrás iban las damas, sin miramientos de ninguna especie. No era suficiente para hacerlas entrar en razón la presencia de los maridos, de los padres, de los amantes; cualquiera intimación, cualquier consejo, las alentaba más. Hacia las diez se creyeron importantes para liberar al fraile por la fuerza y resolvieron emplear la astucia, las seducciones, cualquier medio.294 La actividad de las mujeres liberales fue diferente y se inscribió dentro de las tradicionales actividades políticas de las mujeres caucanas, pues en Cali las mujeres «se desvivían» para servir a los soldados, y algunas gritaban a las tropas: «¡Cómo nos llevaran, les serviríamos aunque fuera de voluntarias! y daban gritos a una voz al Partido liberal y mueras a los conservadores». Desde luego, como era costumbre, muchas marcharon de voluntarias, pero las que se quedaron en 2 9 4 Ibíd., pp. 282-283. Las actividades que desarrollaron las mujeres por la detención del Padre Virot sirvieron para que se recogieran algunas anécdotas. Una de ellas es contada por Gustavo Arboleda: La prisión indignó a los conservadores y muchos representantes del bello sexo, de toda edad y condición, se presentaron en actitud amenazante a la casa de Conto. En tropel, con llanto, gritos y protestas, invadieron la parte baja, los corredores de la alta y la pieza en donde estaba el Presidente. El ruido era espantoso; el Magistrado subió sobre la mesa donde estaba entretenido en una traducción del griego, y con serenidad y calma increíbles, gritó a las damas: «Señoras, así no podemos entendernos; que la de más edad se sirva decir lo que deseáis». El silencio más completo fue la respuesta y Conto lo aprovechó para repetir más alto aún, y con mayor energía, su anterior petición. Se produjo al instante cierto movimiento entre las manifestantes, quienes abandonaron apresuradamente el sitio. Arboleda, César Conto..., cit., pp. 39-40. 186 Alonso Valencia Llano la ciudad celebraban con bailes los triunfos, con un comportamiento, por lo demás, curioso: «Las pobres mujeres, valerosas como heroínas antiguas, ni aún preguntaban por los deudos que tal vez habían muerto».295 Esta etapa de participación política finalizó cuando los conservadores fueron derrotados en 1877 y la mayoría de sus dirigentes, incluidos los obispos de Popayán y Pasto y muchos curas, fueron expulsados del Estado Soberano del Cauca. En adelante, con el desarrollo del programa político conocido como «La Regeneración», los liberales independientes, triunfadores en la guerra, se dedicaron a educar a las mujeres para que jamás participaran en política. Las mujeres caucanas durante la Regeneración Pasada la guerra civil de 1876 y sometidos los conservadores, los periódicos locales, en especial El Ferrocarril de Cali, dedicaron unos pocos artículos a las mujeres. Ya no se escribe con la beligerancia anterior, sino que se escribe para ellas y sobre ellas en una especie de "divertimento", que de todas formas hace evidente que no habían cambiado sustancialmente las imágenes que sobre las mujeres existían. Así el 11 de marzo de 1881, este periódico divulgó los siguientes versos: Para hacer constante a la Mujer Tómense diez mil duros bien contados Y en un taller de modas derretidos Póngaseles seis libras de advertidos Mezclados con aceite de cuidados. Echese precaución por todos lados Y polvos de malicia, bien surtidos Dos onzas de regaños, bien molidos Y de llave de puerta tres puñados. Sin que tenga una gota de ventana Póngase el todo a fuego de costura Y cúbrase la casa de regaloDésele a noche, a tarde y a mañana 295 Ibíd., pp. 287 y ss. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1 Y... si quedare floja la tintura Revuélcase a menudo con un palo. El Zipa296 Aunque las pretensiones humorísticas de estos artículos son evidentes, ellos no dejan de ofrecer una idea de la imagen que los hombres de la época tenían acerca de las mujeres. Un ejemplo mucho más claro se ofrece en el artículo siguiente, que dada su extensión nos vimos obligados a resumir: Las tres edades de la Mujer: A los 15 está en plenitud de su soberanía, es inocente ama de veras, su amor es desinteresado y tierno y sólo necesita de dos objetos: un espejo y un amante. A los 20 la mujer es ya otra cosa: «podría conferírsele el grado de sargento mayor, conoce el mundo, sus seducciones, los hombres y sus engaños, y en vez de ser engañada, engaña. Sólo le interesa escuchar la canción «ma-tri-mo-nio». «[...] Una mujer a los veinte es un consumado General; toma posiciones inexpugnables y está siempre a la defensiva, espera el ataque, y ahy! del que pretende forzar sus atrincheramientos porque será rechazado, le será cortada toda retirada y por último será cogido prisionero. Y el que caiga después de un combate en manos de una mujer debe darse por muerto porque la mujer no hiere -sino a quema ropa-. Su misión en este mundo es la de someter a todo hijo de vecino [...]» También necesita de un espejo, es su cómplice y su auxiliador, «[...] sin espejo la mujer sería menos temible, porque no se conocería; sin él no hubiera descubierto las 62 aptitudes [...] no hay mujer a quien un espejo no le enseñe a ser interesante». A los 30 debe estar casada o muerta, por eso las menos entendidas hacen lo que tienen que hacer en un año, en sólo un mes. A esa edad,«[...] se deja robar aunque sea de Plutón». A esta edad pierde sus encantos y su poder: «la mujer tiene dos agonías: la que antecede a la muerte y la que antecede a 296 El Ferrocarril, # 146, 11 de marzo de 1881. 188 Alonso Valencia Llano la vejez. Así pues a los 30 o es la respetable matrona o la respetable solterona.297 Lo que llama la atención es que no existen muchas posiciones acerca de la manera en que las mujeres caucanas deberían vincularse al desarrollo del Cauca; parecería que el matrimonio fuera el único medio para aportar al desarrollo social. Esto se hace evidente cuando se observa que un periódico tan avanzado desde el punto de vista empresarial como lo era El Telégrafo,298 no tenía mayores posiciones al respecto, y cuando las tuvo, como en el ejemplo siguiente, las debió adoptar de un periódico chileno, donde encontraron los redactores algunas profesiones aptas para las mujeres pues podrían producir muchas economías en el hogar: LA MUJER I LOS TRABAJOS AGRICOLAS 1° La cocina i la despensa. Dice que en Alemania los padres colocan a las hijas mayores de 15 años en una hacienda vecina, para que aprendan a cocinar y administrar los alimentos. Aprenderán administración de bienes, etc. «Una buena llavera vale tanto i cuesta menos que un buen mayordomo». 2o La horticultura i jardinería 3o La apicultura 4o La lechería 5o La vinicultura. 6o La volatería. 7° La sericultura 8o La contabilidad.299 Son realmente pocas las referencias a las profesiones de las señoras caucanas, que se reducían al comercio y a la labor docente. Alguna perspectiva diferente se vislumbró cuando El Ferrocarril, # 186, Cali, 27 de enero de 1882, p. 743. Respecto a la importancia de este periódico para el desarrollo del Cauca decimonónico puede consultarse Alonso Valencia Llano: Las luchas socieales y políticas del periodismo ..., citado. 299 El Telégrafo, # 20, julio le de 1875, pp. 78-79. 297 298 Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1 los periódicos acogieron en sus páginas el anuncio de nuevas profesiones para las mujeres, como la de telegrafista: Por decreto de fecha 3 de los corrientes, dictado por el Poder Ejecutivo nacional, se ha ordenado convertir en escuela de telegrafía para mujeres la creada por el decreto de 30 de junio último, por haberse organizado ya la Escuela de Magnetismo, electricidad y telegrafía teórica y práctica, en la cual se dan las mismas enseñanzas que en la escuela de telegrafía, siendo por consecuencia inútil sostener dos establecimientos en que se enseña a alumnos varones las mismas materias. Al dictar esta medida, el Poder Ejecutivo ha tenido en cuenta que la experiencia en los Estados Unidos y Europa han demostrado que las mujeres tienen aptitudes especiales para ejercer la profesión de telegrafistas, y que ellas deben aprovecharse entre nosotros, tanto para mejoramiento del servicio telegráfico como para proporcionar a la mujer un nuevo medio de ganar la subsistencia.300 Aunque lentamente se abrían nuevas posibilidades laborales para las mujeres y se aceptaba que su papel social no estaba restringido únicamente a su casa, lo cierto es que en las mentes de los caucanos se aceptaba que su principal papel seguía restringido al espacio doméstico. Este tipo de ideas era transmitido de diversa manera, pero el discurso escrito en 1882 por don Luis Restrepo Mejía, uno de los más destacados docentes caucanos, para que fuera pronunciado por una alumna del colegio de las señoras Restrepo en Palmira, es elocuente acerca de las ocupaciones que debería desempeñar una mujer. Titulado «Discurso sobre costura y bordados» se refería a que: [...] la aguja es el cetro de la mujer, como lo es para el hombre la espada ó la pluma. Sólo que no sé, señores, qué manda más: si la fuerza que obedece mandando, o la debilidad, que manda obedeciendo [...] 300 El Ferrocarril, # 74, Cali, 4 de noviembre de 1881, p. 695. 1 Alonso Valencia Llano La ociosidad es como un antro profundo de donde brotan sin cesar toda clase de males y de vicios. Si el hábito del trabajo es indispensable para el joven ¿con cuánta mayor razón no lo será para el bello sexo? Pues bien. Cómo no puede exigirse de una niña la aplicación a los estudios de un viejo doctor, ni el severo misticismo de un alma purificada por ruda penitencia, ¿en qué queréis que emplee sus horas de solaz? ¿Qué queréis que haga cuando las ocupaciones domésticas no exijan sus cuidados? ¿En aquellas horas en que no tiene otra cosa que hacer que echar a volar el pensamiento, o saciar la sed innata de emociones con la peligrosa lectura de alguna novela sentimental? ¿Qué hacer entonces, señores? Dadle una aguja: ella templará la fina tela y sus manos de rosa imitarán los cielos y las aguas, las flores y los prados [...] [...] la aguja es señores, la única defensa de la mujer contra la pedantería y la presunción. Llenad a una pobre niña de ciencia y de literatura; quitadle sus bastidores y sus agujas ... ¿Qué tendréis? La cosa más fea del mundo: una fatua. Pero si por el contrario, le dejáis la aguja y la ignorancia, tendréis una cosa casi tan fea: una mujer sin cultura. En resumen, pues, el hombre puede ser sabio, y no más; pero la mujer tiene que ser primero mujer, y después, si es posible sabia o siquiera culta: primero la aguja y después, si se puede, el libro.301 De hecho, las mujeres seguían siendo vistas en el espacio doméstico, lo que fue ratificado en el artículo «Las jóvenes núbiles», escrito por Eustaquio Palacios quien en su introducción aclaró que el verdadero título del artículo debería ser «Las jóvenes casaderas», aunque no pretendía hablar del matrimonio una institución que consideraba «ley natural y divina» porque ella estaba consagrada en la naturaleza y en los cánones. Lo interesante del artículo es que Palacios establece unas importantes diferencias de género entre hombres 3 0 1 Luis Restrepo Mejía: Poesías y escritos literarios, Bogotá, imprenta de Antonio María Silvestre, 1889, pp. 68-70. Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1 y mujeres frente al matrimonio. Por ejemplo, cuando dice que no hablará de los hombres porque: [...] éstos se casan cuando quieren, y casi siempre con quien quieren; vamos a hablar de las jóvenes núbiles, que no se casan cuando quieren, ni siempre pueden casarse con quien quieren. Esta desigualdad en la suerte del uno y del otro sexo es notable y entraña cierta suerte de equilibrio: todos los hombres que quieren casarse se casan; pero no se casan todas las mujeres que quieren casarse; el hombre para buscar esposa da todos los pasos que juzga necesarios; la mujer para buscar marido no da los pasos que quiere sino los que puede, que no son muchos; el hombre va fijando sus miradas en todas las jóvenes casaderas, les sigue los pasos, observa su conducta, toma informes, se hace introducir en casa de ellas, las visita, y con todas esas prendas de seguridad hace su elección [libre] y espontánea. Una joven que se casa no lleva estas seguridades sino cuando la elección ha sido ya hecha por sus padres; porque las mujeres, que por viejas que sean son siempre niños (y no decimos niñas), en materia de juicio y de criterio, escogen entre lo que se les presenta y a veces se pegan de quien menos se piensa.[...] Hay que suponer que toda mujer en lo general quiere casarse, y mucho más hoy que no hay conventos de monjas; y eso es muy natural, pues una mujer sola, sin apoyo alguno, porque al fin los padres también le faltan, es un ser muy infeliz. [...] Es indiscutible que el matrimonio es la ley de la naturaleza; es evidente que el hombre goza del derecho de escoger esposa y de proponerle y de pedirla; y es notorio que la mujer en asunto tan importante hace un papel enteramente pasivo (por lo común) y que ella no disfruta del privilegio de tomar la iniciativa.302 3 0 2 Citado por Silva: Eustaquio Palacios..., pp. 201 y ss. El artículo fue tomado de El Correo del Valle, periódico literario, industrial y noticioso, # 300, Cali, 6-9-1907, pp. 3.206 y ss. 192 Alonso Valencia Llano Lo curioso, y ya para concluir, es que a pesar de vislumbrar las desigualdades entre hombres y mujeres, frente a una decisión tan importante, Palacios no supera las concepciones que tiene sobre las mujeres y que siguen siendo -y serán- las dominantes durante todo el período regenerador caracterizado por la ideología conservadora de la Iglesia Católica;303 para él las mujeres seguían siendo «esa mitad de la especie humana» «inocente, candorosa, sin experiencia del mundo» que no puede estar «entregada a sus propias luces intelectuales, que son escasas, y expuesta a resolver la cuestión y a decidir de su suerte por la simple impresión de los sentidos, que son consejeros peligrosos y muchas veces estúpidos.»304 303 Paya u n a idea acerca de la forma en que evolucionó la situación de las mujeres y las instituciones con ellas relacionadas, durante el período de la Regeneración, puede verse Miguel Angel Urrego: Sexualidad, matrimonio y familia en Bogotá, 1880-1930, Bogotá, Ariel, 1997, pp. 123 y ss. 3 0 4 Ibíd. p. 203. CONCLUSIONES En el presente libro se ha estudiado la forma en que las mujeres de la antigua Gobernación de Popayán aprovecharon la inestabilidad que produjeron las guerras de independencia y de vinculación a la República de la Nueva Granada para ganar espacio en la sociedad que se estaba construyendo. En él se ha mostrado cómo a pesar de que la independencia fue un proyecto dirigido, desarrollado y consolidado principalmente por los hombres, la participación de las mujeres en él fue también muy importante. Hemos mostrado cómo, más que desde una posición política, las estructuras sociales de la colonia fueron transformadas desde una cotidianidad que fue rota principalmente por mujeres que individualmente se vieron afectadas por los hechos de la independencia. Esta ruptura de la cotidianidad las llevó a defender intereses de grupo, de familia, o los simples, precisos y sencillos intereses individuales de mujeres que debían ubicarse en la sociedad republicana que lentamente iba surgiendo. Esta participación social de las mujeres no ha sido vista por los historiadores tradicionales quienes solo han destacado la actividad política o militar de algunas mujeres -las heroínas-, pero han dejado de estudiar la forma en que la mayoría de ellas vivió un período tan conflictivo como el de la independencia. De hecho muchas mujeres se encontraban intelectualmente preparadas para entender políticamente los cambios que se estaban buscando, lo que se explica por la experiencia que habían ganado durante la colonia, período durante el cual habían desarrollado actividades diferentes a las que les señalaba una tradición que buscaba reducirlas al hogar como esposas, madres o hijas. Esta experiencia la habían ganado enfrentando duras realidades como la viudez, que automáticamente las colocaba como jefes de familia con la respon- 1 Alonso Valencia Llano sabilidad de administrar el patrimonio familiar, o con la incursión en prácticas mercantiles, sea como tradicionales comerciantes o como pulperas, lo que también significa que no es perceptible un punto de ruptura en la participación social de las mujeres entre el periodo histórico de la colonia y el republicano. Según esto la independencia fue un período de primordial importancia para las mujeres caucanas, pues les permitió no sólo consolidar las actividades públicas que hemos mencionado, sino que las obligó a participar en actividades políticas y militares de las cuales habían estado excluidas. Y lo que es igualmente importante: amplió el número de mujeres que vieron rota su cotidianidad y que desarrollaron actividades que antes eran monopolizadas por los hombres. De esta manera se puede superar la mirada superficial sobre la participación de las mujeres caucanas durante el proceso de independencia que las muestra en su papel de heroínas. De hecho hemos mostrado cómo la guerra cambió las prácticas cotidianas y cómo las mujeres caucanas enfrentaron dichos cambios, en un período que se caracterizó por represiones y abusos sobre las mujeres de los criollos, por la conscripción de los hombres de las mujeres mestizas y por el desvertebramiento de las familias esclavas cuyos hombres fueron enviados a la guerra. El período de consolidación de la independencia que se dio a partir de 1830 fue igualmente conflictivo, pues se intentó reconstruir una cotidianidad que había sido profundamente transformada. Ya no se trataba de vivir bajo los moldes coloniales, sino de intentar la construcción de los republicanos, lo que introdujo cambios importantes como el ascenso social de los antiguas "castas" coloniales, expresadas en la libertad de muchos esclavos, la libertad de vientre o el ascenso social que por la vía militar habían alcanzado muchos mestizos y negros. Aparte de estos avances en el campo de las libertades individuales, que cobijaron un gran número de caucanos y caucanas, se vivieron otros cambios tales como los experimentados por los sectores de élite que empezaron a buscar Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1 una asimilación cultural con sociedades europeas, en particular con la sociedad inglesa. Esto se reflejó en un cambio de las costumbres cotidianas, pero también en la educación de las mujeres, fuera informalmente en el núcleo familiar o formalmente a través del aparato educativo que implantó el régimen republicano, que a pesar de las buenas intenciones fue deficiente en lo que a las mujeres se refiere. Esto representó una asimilación a la cultura europea que fue bastante desigual y obedeció a las oportunidades de las familias de Popayán, pues las élites pueblerinas no parecen haber avanzado mucho en este sentido, lo que se reflejaba, entre otras cosas, en el hecho de que entre más lejos se estaba de la capital provincial las mujeres eran más incultas, hasta el grado de no saber leer ni escribir. En el caso de los sectores populares, se observa la consolidación de prototipos femeninos como "las ñapangas" de pueblos y ciudades, presentadas como mujeres blancas pobres, y las mulatas en los campos del Valle y en la vertiente del Pacifico, quienes no parecen haber estado sometidas a las rigideces sociales que condicionaban la vida de las mujeres de la élite, por lo que son presentadas como permanentes transgresoras del orden social Aunque algunos sectores avanzaron socialmente y las mujeres consolidaron espacios en las actividades públicas, lo que a pesar de su modestia pueden ser mostrados como avances en la construcción de la sociedad republicana, no faltaron contradictores, en especial al final de la década del treinta y en especial durante la de los años cuarenta, cuando sectores conservadores intentaron llevar la sociedad caucana al estado de cosas existentes al final del período colonial. Rechazaron especialmente las medidas tendientes a la libertad de los esclavos y las referidas al ascenso social de las castas, sectores mestizos que habían asumido una actitud contestataria que en algunas ocasiones se expresó mediante la violencia. Esto justificó una gran represión por parte de los terratenientes. La situación llevó a que los ideólogos liberales lograran convencer a los hombres y mujeres campesinos de los ejidos 1 Alonso Valencia Llano y habitantes pobres de las ciudades de que eran injustamente vejados por el régimen conservador. Esta conciencia de la explotación llevó a que esos hombres y mujeres identificaran intereses de grupo y a que se vieran a si mismos como «pueblo». Primero tuvieron claro que los derechos liberales que pregonaba el Estado republicano eran un discurso vacío si no se garantizaba el derecho a la propiedad de la tierra que ellos ocupaban y que tenían la tradición de ser del «común». Durante esta época se pudo observar una extraordinaria participación femenina en política partidista, pues las mujeres de los sectores populares invadieron tierras de ejidos y tumbaron cercas de haciendas, mientras que las de procedencia conservadora actuaron en el rechazo a tales acciones. El sometimiento violento de los sectores populares afectó también a las mujeres, quienes además de no tener acceso a los cargos de representación y a las instituciones estatales de poder, sufrieron restricciones por la vía legislativa, pues en los códigos civiles, penales y de comercio aparecían supeditadas a los padres si eran menores o a los esposos si eran casadas, quienes actuaban como sus representantes legales. De hecho, la exclusión y la supeditación que se establecían en la normatividad buscaban que las mujeres restringieran su accionar a espacios considerados como privados (v.g. las labores domésticas), pero las mujeres caucanas enfrentaron las restricciones legales y participaron en diversas actividades públicas, entre ellas las políticas. La participación política de las mujeres caucanas se dio de muy diversas maneras, pero sobresale el hecho de que en muchos casos ella se dio como consecuencia de las actividades políticas de sus esposos, hijos o hermanos. Con esto no pretendemos mostrar a las mujeres como seres sin voluntad política, pues muchas intervinieron en política autónomamente, aunque esta autonomía fuera una consecuencia de la guerra como lo muestra la correspondencia que muchas de ellas sostuvieron con Mosquera. Así muchas mujeres intervinieron en política para defender los patrimonios familiares, mientras que otras lo hicieron para cambiar correlaciones de fuerza desfavorables; otras para pedir un favor o lograr la Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1 aprobación de una pensión, pero también muchas lo hicieron por el solo hecho de participar en política. El activismo político a comienzos de los años 60 fue mucho más claro en las mujeres que la prensa calificaba como «rojas» por el solo hecho de apoyar al partido liberal. Posición política que fue descalificada por el conservatismo en términos bastante fuertes, con el argumento de que las mujeres no deberían participar en política porque se convertirían en mujeres «públicas» o en «mujeres del Estado». Desde luego, los conservadores, no criticaban la participación política de las mujeres en general, sólo rechazaban la participación en el lado liberal, pues tenían otra idea cuando quienes intervenían en política eran las conservadoras, pues esta la consideraban acorde con su sexo y con su religión. El fin de la "Guerra del 60" con el triunfo de los liberales y la consolidación del Estado Soberano del Cauca, implicó la creación a su vez de un nuevo tipo de ciudadano inmerso ideológicamente en los principios de «Igualdad, Libertad y Fraternidad» y, desde luego, en el dogma liberal de las «Soberanía Individual», que garantizara la creación de una sociedad laica. Esto mereció la oposición del conservatismo que se enfrentó a las campañas liberales de instrucción laica obligatoria y al matrimonio civil. Para ello acusaron a los liberales de que con su proyecto educativo buscaban corromper a los niños poniéndolos bajo la dirección de maestros impíos; y con el matrimonio civil degradar a la familia y corromper a la mujer. La oposición no se quedó únicamente en el plano del rechazo político, puesto que se buscó contrarrestar la educación laica mediante lecturas edificantes publicadas en la prensa conservadora y la fundación de algunos colegios privados para mujeres con lo que se buscaba formar una mujer hogareña y sumisa, modelo que coincidía más con la tradición de la élite regional; de paso se enfrentaban las nuevas imágenes de las mujeres que estaban llegando al Cauca, pues en la prensa liberal se mencionaban los avances que en la condición social de las mujeres se daban en Europa y en los Estados Unidos, lo que ajuicio de los conservadores no hacía 1 Alonso Valencia Llano más que reforzar las posiciones liberales acerca de la "mujer pública" y del matrimonio civil. Aparte de enfrentar la educación laica, los mayores esfuerzos de los conservadores se orientaron a mostrar los aspectos negativos que para la religión y para las costumbres tenía el matrimonio civil, pero pintaron tal imagen de la institución matrimonial que mostraba que solo era soportable si se basaba en sentimientos como el amor. Esto permitió introducir otros elementos al enfrentamiento político entre liberales y conservadores: "el deber ser de las mujeres." Estos debates acerca del matrimonio y el deber ser de las mujeres caucanas, se inscribieron dentro de la lucha desarrollada por el partido conservador con el liberalismo que se había impuesto en el Estado. Gracias a esto las caucanas entraron de nuevo en el juego político, unas veces como simples objetos ideológicos construidos por los voceros de la Iglesia Católica aliada con el conservatismo y, otras dentro de la efectiva participación en las organizaciones que con el carácter de asistenciales y educativas creó el Partido conservador para oponerse a los intentos liberales de crear una educación laica. Para ello se fundaron asociaciones de mujeres tales como la «Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús' y las «Sociedades Católicas', que fueron utilizadas por el clero y los conservadores en su confrontación con los liberales, lo que podemos considerar un avance en la participación política de las mujeres si tenemos en cuenta que ellas no les eran reconocidos sus derechos políticos y que toda su actividad se reducía a una participación informal durante la guerra o a mantener relaciones de reciprocidad y clientelismo mediante la correspondencia con los caudillos políticos. La labor de estas asociaciones fue principalmente agitacional en los debates políticos que se estaban dando, pero las mujeres actuaban con el convencimiento de que estaban defendiendo la religión católica. La guerra de 1876 nuevamente puso a las mujeres en la escena política y, de nuevo, en las mismas actividades, aunque en esta ocasión con una diferenciación de clase más evidente. Así, la mayoría de las mujeres conservadoras, encabezadas Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1 por las señoras de las elites de Popayán, Cali y Pasto, estuvieron dedicadas a labores agitacionales, mientras que las mujeres liberales, la gran mayoría de sectores populares, buscaron vincularse a los ejércitos en calidad de voluntarias. Esta etapa de participación política finalizó cuando los conservadores fueron derrotados en 1877 y la mayoría de sus dirigentes, incluidos los obispos de Popayán y Pasto y muchos curas, fueron expulsados del Estado Soberano del Cauca. En adelante, con el desarrollo del programa político conocido como «La Regeneración», los liberales independientes, triunfadores en la guerra, se dedicaron a educar a las mujeres para que jamás participaran en política. De hecho, las mujeres seguían siendo vistas en el espacio doméstico, lo que fue ratificado en artículos de prensa en los que se establecían importantes diferencias de género entre hombres y mujeres que, a pesar de todo, no permitían superar las concepciones que se tenían sobre las mujeres y que seguían siendo dominantes durante todo el período regenerador caracterizado por la ideología conservadora de la Iglesia Católica, que las veía como seres sentimentales e incapaces de pensar y de actuar políticamente. BIBLIOGRAFÍA Agries Heller: Historia y vida cotidiana. Aportes a la sociología socialista, México, ed. Grijalvo, 1985. 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Sus investigaciones se han orientado hacia la Historia Política y la Historia Económica del suroccidente colombiano y se encuentran publicadas en más de una docena de libros entre los que se destacan Estado Soberano del Cauca. Federalismo y Regeneración (1988), Resistencia Indígena a la Colonización Española (1991),' Empresarios y Políticos en el Estado Soberano del Cauca (1993), Los Proyectos Sociales y Políticos del Periodismo en el Estado Soberano del Cauca (1994Indios, Encomenderos y Empresarios (1996). Fue director de la obra colectiva Historia del Gran Cauca: Historia Regional del Suroccidente Colombiano (1996) y de numerosos artículos publicados en revistas especializadas. Este libro revela un excelente panorama sobre los roles que han desempeñado las mujeres caucanas del siglo XIX, no solamente en la guerra, sino también en el proceso de construcción de un Estado que exigía profundos cambios en el esquema social. Las guerras de independencia, las guerras civiles y los procesos de insurgencia popular, prácticamente lanzaron a las mujeres a una participación compulsoria en la vida política y pública que tradicionalmente no era de su dominio. Lo más interesante de esta investigación es el hecho de que los hombres caucanos decimonónicos, altamente conservadores y "maestros" en reducir a las mujeres a sus espacios domésticos, tuvieron que aceptar que sus mujeres los reemplazaran como cabeza del hogar. Es extremadamente interesan-te además, por visibilizar alas mujerede los sectores populares que acompañaban a los ejércitos danc soporte en la retaguardia y guerreando como soldadas y por mostrar que a pesar de las limitaciones jurídicas, religiosas, políticas, económicas y culturales, las mujeres del pueblo fueron fundamentales para el desarrollo y el sostenimiento de una sociedad fragmer: a por la guerra. A través del estudio de documentos de archivos, memorias, informes políticos, correspondencia privada y la literatura de .jeros, el autor logra traer a la luz histórica toda la importancia qu~ las mujeres tuvieron en el proceso de consolidación de la Re-púl i i ra < la Nueva Granada, lo que cambia la historia del Gran Cauca y de Colombia que oficialmente, apenas mencionaba a las heroínas o mártires de la Independencia. La constatación de que el Valle del Cauca era a partir de la segunc mitad del siglo XIX, un territorio social y económicamente bajo el dominio de viudas y mujeres cuyos esposos habían partido para guerra, nos trae indudablemente, nuevas luces que nos permite exigir una revisión de la historiografía vigente. SIMONE ACCORSI