Caucanas y Sociedad - Biografía de Alonso Valencia Llano

Transcripción

Caucanas y Sociedad - Biografía de Alonso Valencia Llano
Alonso Valencia Llano
Caucanas
y Sociedad
Departamento de Historia
Facultad de Humanidades
Universidad del Valle
Valle y Colombia. Ayer y Hoy.
Con el presente proyecto, la Facultad de Humanidades y el Departamento de Historia de la Universidad
del Valle buscan divulgar las investigaciones que sus profesores y egresados han realizado en los últimos años.
Se trata de reflexiones acerca del desarrollo histórico, cultural, político,
económico y social del Valle del Cauca
y del país, que abarcan las más diversas temáticas y cubren desde las épocas prehispánicas hasta el presente.
La colección Valle y Colombia.
Ayer y Hoy, está destinada a un público interesado en el desarrollo de las
Ciencias Sociales en general y de la
Historia en particular, tanto de nuestra región como del país, pues las obras
conservan un rigor académico que permite su utilización por parte de estudiantes y docentes universitarios tanto de pregrado como de postgrado y por
docentes de primaria y bachillerato.
Con esta colección la Facultad de
Humanidades y el Departamento de
Historia esperan contribuir al fortalecimiento de nuestra cultura regional y nacional, bases de nuestra identidad.
Próximo título:
Campesinos y poblamiento
en el Valle del Cauca
Eduardo Mejía Prado
Mujeres
Caucanas
y Sociedad
Republicana
Alonso Videncia Llano
Mujeres
Caucanas
y Sociedad
Republicana
Región
Departamento de Historia
Facultad de Humanidades
Universidad del Valle
Centro de Estudios Regionales Región
Oscar Rojas Rentería
Rector
Alvaro Guzmán Barney
Vicerrector Académico
Magdalena Urhan R.
Vicerrectora de Investigaciones
Darío Henao Restrepo
Decano Facultad de Humanidades
Eduardo Mejía Prado
Jefe del Departamento de Historia
Alonso Valencia Llano
Director de la Colección
Comité Editorial
Eduardo Mejía Prado
Adolfo León Atehortúa Cruz
Gilberto Loaiza Cano
Carlos Armando Rodríguez
Alonso Valencia Llano.
El autor del presente libro
agradece a los profesores
Simone Accorsi de la Escuela
de Literatura y del Centro de
Estudios de Género y a
Miguel Camacho del
Departamento de Historia
sus sugerencias para que esta
© Mujeres Caucanas publicación fuera posible.
y Sociedad Republicana
O Alonso Valencia Llano
ISBN: 958-33-3073-6
Departamento de Historia
Facultad de Humanidades
Universidad del Valle
Diseño y Diagramación:
Orlando López Valencia
Ilustración de la carátula:
Ñapangas de Popayán.
Comisión Coreográfica
Impreso en Anzuelo Ético Ediciones
Diciembre de 2001
Santiago de Cali, Colombia.
CONTENIDO
PRÓLOGO
Por Simone Accorsi
INTRODUCCIÓN
LAS MUJERES EN LA INDEPENDENCIA
Las heroínas en la cotidianidad de la guerra
Las mujeres caucanas en los inicios
de la sociedad republicana
De la cotidianidad femenina al heroísmo
Las voluntarias
La ruptura de la cotidianidad
La difícil vida de las heroínas: El caso
de doña Juana Camacho
LA RECONSTRUCCION
DE LA COTIDIANIDAD CAUCANA
La cotidianidad de las élites en las Provincias
del Cauca
La cotidianidad en las zonas de frontera
La conflictiva cotidianidad del medio siglo
La cotidianidad rural en los años cincuenta
UNA FAMILIA DE LA ELITE POLITICA.
EL CASO DE LOS MOSQUERA
María Catalina Josefa Ruiz de Quijano:
los amores con la pariente pobre
María Josefa Benedicta Vicenta Arboleda
y Arroyo: la esposa del General
Susana Llamas: el amor del Presidente
Doña Amalia Mosquera de Herrán:
la aliada política
María, Clelia y Teodulia: las hijas ilegitimas
9
13
19
19
30
32
38
43
53
61
61
71
73
84
97
102
105
121
127
130
María Ignacia Mosquera: la esposa
del Presidente senil
LAS MUJERES CAUCANAS Y LA POLITICA:
LA CLIENTELA DEL CAUDILLO
La mujer en la legislación caucana:
entre la exclusión y la supeditación
Los espacios públicos y los privados
La participación política femenina durante
la guerra de 1860
EL BELLO SEXO: ENTRE LA TRADICIÓN
Y LA MODERNIDAD
"El ser y el deber ser" de las mujeres caucanas
La organización política de las mujeres
y la lucha contra la sociedad laica
Las mujeres caucanas durante la Regeneración
Conclusiones
Bibliografía
131
135
135
137
141
157
157
178
186
193
201
PRÓLOGO
Sin duda el período que conocemos como "La Independencia", es la época de mayores cambios en el desarrollo
histórico colombiano. La transformación del incipiente Estado colonial en una República moderna trajo importantes
transformaciones sociales a pesar de que los padres de la
patria no tenían muchos intereses en modificar las bases
sociales tradicionales. Claro está que dentro de esas transformaciones, el "empoderamiento" femenino a causa de las
muchas revoluciones o reformas liberales fue una consecuencia "inesperada" que estremeció los cimientos de la sólida
estructura patriarcal vigente en la Nueva Granada.
Según el discurso vigente "Los hombres eran, por naturaleza, plenamente morales (y por ende, mejores representantes de lo humano); las mujeres lo eran menos. He aquí
entonces una de las contradicciones útiles, incluso necesarias, del concepto del individuo abstracto: articulado como
la base de un sistema de inclusión universal (contra las jerarquías y privilegios de los regímenes monárquicos y aristocráticos), podía también usarse como criterio de exclusión para
defininir a los no-individuos, o menos que individuos, aquellos
que eran diferentes de la figura singular de lo humano"1.
Sin embargo, este prejuicio masculinista y misógeno iba en
contravía a las ideas modernas y liberales sobre la igualdad,
los derechos individuales y la democracia. La necesidad de
incorporar las "manos femeninas" en la guerra y en la administración de las propiedades desiertas de hombres, se
convirtió en un reto y a la vez en un "peligro" para el nuevo
sistema republicano. El hipócrita e incoherente republicanismo enunciaba principios universalistas, pero excluía a las
'Scott, Joan W, Only Paradoxes to Ofter. French Feminists and the
Rights ofMan, Cambridge, Massachussetts: Harvard University Press,
1996, p. 7.
10 Alonso Valencia Llano
mujeres del ejercicio de los derechos políticos. A ellas cabía
resolver las dificultades de esas inconsistencias, presionadas,
además, por el estado de guerra.
Según Simone de Beauvoir, la posición más fructífera para
hacer avanzar la posición socio-política de las mujeres es no
intentar resolver, sino más bien abrazar esas dificultades,
estas contradicciones.2 Eso fue exactamente lo que hicieron
nuestras mujeres neogranadinas del siglo XIX.
El trabajo del Prof. Valencia revela un excelente panorama sobre los roles que han desempeñado las mujeres caucanas del siglo XIX, no solamente en la guerra, sino también
en el proceso de construcción de un Estado que exigía profundos cambios en el esquema social. Las guerras de independencia, las guerras civiles y los procesos de insurgencia
popular, prácticamente lanzaron a las mujeres a una participación compulsoria en la vida política y pública que tradicionalmente no era de su dominio. Lo más interesante de esa
investigación es el hecho de que los hombres caucanos decimonónicos, altamente conservadores y "maestros" en reducir
a las mujeres a sus espacios domésticos, tuvieron que aceptar
que sus mujeres los reemplazaran como cabeza del hogar.
Es extremadamente interesante además, por visibilizar a las
mujeres de los sectores populares que acompañaban a los
ejércitos dando soporte en la retaguardia y guerreando como
soldadas. A pesar de las limitaciones jurídicas, religiosas,
políticas, económicas y culturales, las mujeres del pueblo fueron fundamentales para el desarrollo y el sostenimiento de
una sociedad fragmentada por la guerra.
A través del estudio de documentos de archivos, memorias, informes políticos, correspondencia privada y la literatura de viajeros, el investigador logra traer a la luz histórica
toda la importancia que las mujeres tuvieron en el proceso
de consolidación de la República de la Nueva Granada, lo
que cambia la historia del Gran Cauca y de Colombia que
oficialmente, apenas mencionaba a las heroínas o mártires
de la Independencia.
2Beauvoir,
Simone, citada por Scott, Joan W, Ibid., p. 173.
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
La constatación de que el Valle del Cauca era a partir de
la segunda mitad del siglo XIX, un territorio social y económicamente bajo el dominio de viudas y mujeres cuyos esposos
habían partido para la guerra, nos trae indudablemente, nuevas luces que nos permite exigir una revisión de la historiografía vigente.
Trabajos como este son valiosos en el sentido de que colocan a las mujeres, muy merecidamente, en los anuales de
la historia y además comprueban la importancia de la vida
privada y su transcendencia a la esfera de lo público.
Debo, sin embargo, decir que no concuerdo con el Prof.
Valencia en relación a su afirmación según la cual su trabajo
"no pretende un enfoque de género". Se trata, quizás, de un
cierto "pudor académico". A pesar de no haber manejado en
su trabajo las categorías teóricas específicas, debo mencionar
que la investigación cumple a cabalidad con los objetivos
fundamentales de los estudios de género, en que, lo más importante es visibilizar la trayectoria femenina en la historia de la
humanidad. Por lo tanto sugiero que recapacite su afirmación
y reconozca "sin pudores" su condición de feminista.
Como investigadora sobre género y feminista asumida
desde hace muchos años, es un placer saber que hombres de
la importancia académica del Prof. Valencia están trabajando
la trayectoria de las mujeres que siempre fueron y serán importantes en el desarrollo, lado a lado con los hombres, de la
trayectoria humana.
A nuestro excelente investigador, mis sinceras felicitaciones por el cuidado y rigurosidad con que desarrolló la presente investigación que espero sea apenas el inicio de muchos
trabajos desde la misma perspectiva.
La historia y nosotras las mujeres, le agradeceremos.
SIMONE ACCORSI
Directora de la Escuela de Estudios Literarios y
de la Fundación Cultural Colombo Brasilera,
Miembro del Centro de Estudios de Género
Universidad del Valle
INTRODUCCION
Continuando con mis investigaciones acerca del desarrollo
histórico del suroccidente del país, he realizado el estudio
que hoy presento a los estudiosos de nuestra historia regional.
Aunque es un estudio sobre las mujeres y los roles que han
desempañado en la sociedad caucana del Siglo XIX, este trabajo no pretende un enfoque de género; se trata simplemente
de una investigación histórica, puesto que con el tradicional
sentido de esta disciplina y con documentos de archivos, memorias, informes políticos, correspondencia privada, informes de viajeros, etc., pretendo mostrar la forma en que las
mujeres caucanas participaron en el proceso de construcción
de un Estado que exigía un nuevo esquema social. Gracias a
esto puedo mostrar cómo el sector femenino de la población
se vio obligado a participar en actividades de las cuales estaba
tradicional y legalmente excluido.
Para lograrlo miramos la cotidianidad de las mujeres
caucanas y la forma en que ella fue rota por una serie de
hechos políticos: guerras de independencia, guerras civiles,
reformas democráticas y conservadoras, procesos electorales,
insurgencia popular, etc. Gracias a ello pudimos encontrar
las diferentes formas de participación política de las mujeres,
el volicismo subjetivo y de grupo de dicha participación, los
logros alcanzados y desde luego los intentos hechos por los
hombres de excluirlas y reducirlas a sus tradicionales espacios domésticos. De esta manera encontramos la forma en
que las mujeres ganaron espacios sociales y muchas de ellas
mejoraron su condición social.
La idea para realizar esta investigación partió de haber
constatado -como lo reconocen muchos estudios feministas,
particularmente los realizados por historiadores e historiadoras- que a una buena cantidad de los llamados Estudios
de Género y Estudios sobre «las mujeres», les faltaba el
Alonso Valencia Llano
componente histórico que permitiera desvelar el papel que
las mujeres jugaron en el desarrollo de la sociedad, pues
muchos de ellos parten del supuesto -explícito o no-, de que
el sometimiento que en épocas pasadas -y aún en el presentesufrieron y sufren las mujeres, no permitió ni permite que
desempeñaran y desempeñen importantes roles sociales. La
explicación a esta falta de visión diacrónica radica en que se
ha priorizado la realización de estudios sobre la realidad
actual de las mujeres, buscando solucionar apremiantes problemas que provienen de la desigualdad social con que se les
trata.
Desde luego, para abordar el tema también hubo razones
de otro tipo: no obstante los recientes avances en la «historia
de las mujeres» en todo el mundo, estos no se notan en nuestra historia regional puesto que los historiadores e historiadoras con muy contadas excepciones nos hemos dedicado a
realizar historias sociales, económicas, políticas o culturales
en las que el primer y principal protagonista es el hombre:
el conquistador, el colono, el promotor de la independencia y
de las reformas políticas, el emprendedor y el monopolizador
de ideas y acciones en la sociedad decimonónica y moderna,
y si la mujer es mencionada se le presenta como un ser supeditado. Esto permite señalar la necesidad de buscar el papel
desempeñado por las mujeres; investigarlas en los anuales
de la historia, no sólo como protagonistas de los sucesos históricos que les han dado una aureola de heroínas, sino principalmente desentrañar sus diarias actividades, su pensamiento
y sus sentimientos en todas las actividades en las que pudo
haberse desempeñado. De esta manera se puede mostrar
cómo ellas conquistaron espacios que se consideraban vedados en los estudios históricos, nos referimos a los considerados
como públicos y que se relacionan con la actividad política.
Igualmente, queremos mostrar que este tipo de estudios
es importante para el conocimiento histórico ya que muestra
cómo muchas mujeres superaron los roles de sumisión que
había caracterizado sus vidas. Pretendemos hacer evidente
que las limitaciones jurídicas, religiosas, políticas, económicas
y culturales, no fueron obstáculos para la participación activa
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
de las mujeres en la construcción de la sociedad regional,
pues a pesar de estas restricciones, ellas fueron fundamentales para desarrollar la economía y las estructuras sociales
regionales. Para lograr esto hemos organizado este libro de
la siguiente manera:
En el artículo primero estudiamos la forma en que las
guerras de independencia transformaron la cotidianidad de
las mujeres de esta región colombiana. Buscamos superar la
tradicional visión de 'heroínas» para mostrar cómo se dio su
participación y cómo y por qué se construyeron las imágenes
de las heroínas.
En el segundo se muestra la forma en que las guerras
cambiaron la cotidianidad, pero también cómo la experiencia
adquirida por muchas mujeres durante este proceso permitió
que muchas de ellas participaran en los hechos que llevaron
a las propuestas reformistas del Estado republicano de mediados de siglo. Esta parte viene precedida de un estudio
acerca de la forma en que se reconstruyó la cotidianidad
después de las guerras para mostrar las influencias culturales
externas que lentamente fueron modificando los tradicionales patrones culturales caucanos, principalmente entre las
mujeres de los sectores de élite.
El tercero es un estudio de caso en el que mostramos la
utilización de las mujeres en la política. Para ello hacemos
un seguimiento de la familia del general Tomás Cipriano de
Mosquera, varias veces presidente de la República de Colombia y gobernador y presidente del Estado Soberano del Cauca
y, a partir de 1860, el principal caudillo militar del liberalismo. Se muestran el tipo de alianzas matrimoniales que se
establecían, y la forma en que se sacrificaban los sentimientos
para lograr coronar las ambiciones políticas.
En el cuarto abordaremos la forma en que las mujeres
caucanas participaron en los procesos políticos que permitieron la consolidación del Estado Soberano del Cauca. Para
lograrlo hacemos un seguimiento de la correspondencia privada de Mosquera para mostrar cómo se establecían en privado las relaciones clientelistas entre el caudillo y muchas mujeres caucanas. Esto nos permitirá mostrar en el quinto la
Alonso Valencia Llano
concepción del «deber ser» de las mujeres caucanas y los
intentos hechos por los partidos políticos para movilizarlas
en su favor. Se insiste en mostrar cómo se construyen las
tipologías sociales de las mujeres caucanas y cómo durante
los inicios de "La Regeneración" se llegó a un acuerdo básico
para excluirlas de la política y reducirlas a espacios privados
caracterizados por una concepción católica de las familias
cristianas.
*
*
*
Quiero agradecer a mis colegas del Centro de Estudios
Regionales -Región, de la Universidad del Valle sus aportes
en las discusiones que llevaron a la reconstrucción de este
proceso histórico y a la búsqueda de las principales explicaciones causales; pero también quiero dejar en claro que
aunque ellos son culpables de los aciertos que este trabajo
pueda tener, los errores que hubiera podido cometer son solamente míos.
La investigación que sustenta el presente trabajo está
inscrita en el proyecto "Historia de la Mujer en el Suroccidente colombiano", que fue financiado por COLCIENCIAS
- BID. Los coinvestigadores fueron Isabel Cristina Bermúdez
Escobar con el proyecto "Imágenes y representaciones de la
mujer colonial payanesa" y Fabiola Estrada con "La mujer
en los procesos de colonización de vertiente". Como es obvio
para quienes han participado en proyectos colectivos, mucho
de lo que aquí se dice se debe a las discusiones que el desarrollo de la investigación suscitó; a ellas mis agradecimientos
por sus innumerables y valiosos aportes. Quiero, además,
hacer un reconocimiento a los estudiantes del Departamento
de Historia que colaboraron durante el proceso de recolección
de información y en los seminarios que sobre este tema se
organizaron. Ellos van dirigidos especialmente a Nancy
Otero, Jhon Lerma y Diana Lorena Buriticá, los dos primeros
realizaron como trabajo de grado una investigación en la que
se detalla la participación de las mujeres caucanas en el
proceso de independencia de la Gobernación de Popayán.
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana 7
Debo reconocer también que las conversaciones sostenidas con
las profesoras María Teresa Pérez, de la Universidad del Cauca y Lydia Inés Muñoz Cordero, de la Universidad Mariana en
Pasto, fueron enriquecedoras. A ellas mis agradecimientos no
sólo por sus aportes y discusiones desde la perspectiva de género
que trabajan, sino también por su gentil invitación a los seminarios que organizaron sobre Historia de la Mujeres, que en
mi caso fueron
de mucha utilidad.
Quiero hacer públicos mis agradecimientos al doctor Fernando Barona, director del Area Cultural del Banco de la
República en Cali, quien apoyó la realización de los seminarios donde se expusieron los avances de la presente investigación, a COLCIENCIAS-BID por haber financiado el presente
proyecto, y a los funcionarios del Archivo Central del Cauca,
pues su colaboración siempre oportuna hizo posible este
trabajo.
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana 2
que muestran muchos altibajos en la construcción del Estado
republicano, pero que hacen evidentes los esfuerzos por la
reconstrucción de espacios de dominio social tradicionales
como los detentados por las antiguas élites coloniales. Esto
significó un enfrentamiento con sectores nuevos surgidos
durante la independencia, que veían en ellos trabas del pasado que era necesario eliminar si se buscaba la creación de
una nueva sociedad, de una sociedad más liberal. Por eso
toda la primera mitad del Siglo XIX se caracterizó por constantes enfrentamientos que fueron aprovechados por hombres y mujeres de sectores sociales excluidos para abrirse
un espacio en la nueva sociedad.
No creemos necesario insistir en que la mujer ha sido un
ser invisible en nuestra historiografía, porque el tema ha
sido tratado por muchos autores que recientemente han
hecho de la historia de las mujeres su campo de estudio, lo
que constituye, sin duda alguna, un replanteamiento en la
forma de mirar el pasado y a las mujeres como agentes sociales.5 Lo más importante a señalar es que la historiografía
tradicional aborda la participación femenina en los procesos
históricos en forma «anecdótica, sarcásticaypicaresca restándole importancia a los hechos», tal y como lo señala Santiago
Samper, quien agrega:
La mujer sobresale en nuestra historia sólo cuando ha
actuado heroicamente, como los hombres. En las corrientes
historiográficas actuales, se acepta que la mujer es diferente
al hombre, tanto biológicamente como espiritualmente, y que
por lo tanto, su actuación dentro del acontecer de la vida
tiene que ser distinta a la del hombre. Esto no implica ni
sugiere que ella sea de menor o secundaria importancia:
significa que ahora la historia mira y estudia el pasado con
una perspectiva más real, y que acepta y busca descubrir
qué hizo realmente el 'bello sexo» en épocas anteriores.6
La bibliografía que se cita al final, sobre todo la referida a la
historia de las mujeres, abunda en este tipo de planteamientos, por lo
que consideramos innecesario repetirlos.
6 Santiago Samper Trainer: "Soledad Acosta de Samper, el eco de
5
Alonso Valencia Llano
Desde una perspectiva similar, aunque nuestro énfasis
estará en la política, nos dedicaremos a estudiar la forma en
que las mujeres de la antigua Gobernación de Popayán aprovecharon la inestabilidad que produjeron las guerras de independencia y de vinculación a la República de la Nueva Granada para ganar espacio en la sociedad que se estaba construyendo. Partimos de la certeza de que, en el presente, el papel
histórico de las mujeres es reivindicado de muchas maneras,
pero se admite sin mucha discusión que sus acciones «se
encuentran en los entretelones, en los repliegues demasiado
íntimos para ser conocidos públicamente», tal y como lo afirma Olga Amparo Sánchez, quien agrega que en la lucha por
sus reivindicaciones las mujeres "han tenido la osadía de
interpelar al poder patriarcal y a sus pilares fundamentales:
la familia, la sexualidad, la religión, lo público, y al ejercicio
de la violencia para la resolución de los conflictos". No obstante también reconoce que se presenta "una historia difusa,
opaca y restrictiva para las mujeres y de una vida personal
sometida a los mandatos sociales, familiares, morales o sexuales. Pero -agrega- sería ingenuo creer que su historia se ha
caracterizado exclusivamente por la larga y total subordinación de las mujeres."1
La independencia fue un proyecto dirigido, desarrollado
y consolidado principalmente por los hombres, pero nadie
puede negar que la participación de las mujeres en él fue
también muy importante.8 Desde luego, la independencia ha
sido vista más como un proceso heroico que como una ruptura
de cotidianidades, y es por eso, que los actores sociales han
sido primordialmente los "héroes" y, en menor medida, las
un grito", en Magdala Velásquez (dir.): Las mujeres en la historia de
Colombia. Tomo I. Mujeres, historia y política, Bogotá, Consejería
Presidencia] para la política social, Ed. Norma, 1995, p. 113.
7 Olga Amparo Sánchez: "La política y las mujeres", en Mujeres y
Política, Foro, # 33, Bogotá, diciembre 1997 enero 1998, pp. 27-28.
8 Véase por ejemplo la obra de Carlos Arturo Diaz: "Las mujeres de
la Independencia", en Boletín de Historia y Antigüedades, Vol. CV #
645, 46, 47, Bogotá, Academia Colombiana de Historia, julio, agosto,
septiembre de 1968, pp. 361 y ss.
LAS MUJERES EN LA INDEPENDENCIA
Las heroínas en la cotidianidad de la guerra
Es innegable que no hubo una época de mayores cambios
que la que se inició con el período que conocemos como «La
independencia», durante el cual se transformó el Estado colonial y se intentó construir el Republicano. No nos referimos
únicamente a las medidas económicas, caracterizadas por
una aplicación extremadamente lenta, sino a las importantes
transformaciones sociales que ellas trajeron consigo, pues a
pesar de que "los padres de la patria" estaban interesados
en crear un Estado sin que se modificaran las bases sociales
tradicionales, lo cierto es que la sociedad se transformó a un
ritmo mucho más acelerado del que los creadores de la República hubieran deseado. ¿En qué medida o cómo se vieron
afectadas y/o beneficiadas las mujeres caucanas con estos
cambios? Es lo que nos interesa estudiar.
Para cualquier estudioso de nuestra historia es un hecho
cierto que los patrones sociales de la colonia se mantuvieron
por lo menos durante los primeros cincuenta años de la República. Esta fue una queja constante que llevó a la justificación
política de lo que se llamó «Revolución de medio Siglo» o
«Reformas liberales», cuando se hizo más clara la idea de
crear una sociedad más acorde con las medidas económicas
que exigía la vinculación al mercado mundial. Pero este tipo
de planteamiento oculta el hecho de que la dinámica social
superó las intenciones reformadoras de los líderes políticos tanto conservadores como avanzados- y que los hombres y
las mujeres caucanas iniciaron una serie de transformaciones
que llevaron a la extinción de la sociedad colonial mucho
antes que los legisladores se lo propusieran. La explicación
se encuentra en la necesidad de las familias caucanas de adaptarse al período de la independencia que afectó no sólo a las
familias de la élite colonial, a las de los mestizos y a las de los
esclavos, sino también -aunque en mucha menor medida- a
20 Alonso Valencia Llano
las familias indígenas; esto no significa, desde luego, que la
mentalidad colonial que se reflejaba en una serie de roles y
representaciones hubiera desaparecido del todo, pues ella
se mantuvo en mayor o menor medida en los diferentes estamentos sociales que sobrevivieron a la colonia. Desde este
punto de vista es necesario tener en cuenta que las representaciones sociales coloniales se prolongaron por más tiempo
en sectores de élite y en algunas comunidades indígenas que
en otros sectores socialmente más dinámicos -como los mestizos y los negros libertos, por ejemplo-.
Para la primera mitad del Siglo XIX se pueden identificar
claramente tres períodos en estas transformaciones: el primero es el de la independencia, que cubriría grosso modo el
período de historia regional que abarca desde el 3 de julio de
1810, cuando se inició el proceso de independencia en la
Gobernación de Popayán, hasta un poco más allá de 1830
cuando las Provincias del Cauca se desvincularon del Ecuador y adhirieron nuevamente a la Nueva Granada, iniciando
el proceso republicano propiamente dicho.3 El segundo cubre
desde 1830, cuando se perfila el surgimiento de los caudillos
populares, hasta la revolución liberal de 1860, que consolidó
la autonomía regional; y, el tercero, el que se prolonga hasta
un poco más allá de 1886 cuando se inició la república centralista.4 Se trata de tres periodos de transformaciones políticas
3 Este proceso puede ser estudiado en la conocida obra de José
Manuel Restrepo: Historia de la Revolución en Colombia, Medellín,
ed. Bedout, s.f.. Una versión corta del mismo puede consultarse en
Alonso Valencia Llano: "Por un momento fuimos ecuatorianos", en
Gaceta Dominical, El País, N9 409. Cali, septiembre 13 de 1998.
4 V Gustavo Arboleda: Historia Contemporánea de Colombia,
Bogotá, Banco Central Hipotecario, 1990. Una versión más cercana a
la historia del Cauca puede verse en los artículos de Francisco Zuluaga:
"La Guerra de los Supremos en el Suroccidente de la Nueva Granada"
y de Alonso Valencia Llano: "La Guerra de 1851 en el Cauca", "La
Revolución de José María Meló en las Provincias del Cauca" y "Tomás
Cipriano de Mosquera y la guerra en el Cauca entre 1859 y 1862",
publicados en Las guerras civiles desde 1830 y su proyección en el
Siglo XX. Memorias de la II Cátedra anual de Historia: "Ernesto
Restrepo Tirado", Bogotá, Museo Nacional de Colombia, 1998.
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
"heroínas". Respecto a las últimas buenos ejemplos se tienen
en Manuelita Sáenz, cuya historia ha sido contada en innumerables estudios académicos y obras de ficción, que muestran que su papel histórico, tal como lo afirma Lucía Ortiz,
se debió a haberse unido con el Libertador.9 Otros casos se
tienen en Manuela Beltrán y Policarpa Salavarrieta, quienes,
según Mercedes Guhl, superaron su reclusión en el espacio
doméstico y participaron en la independencia "cuando la
política, arte masculina del mundo exterior, se coló en sus
hogares v los hizo tambalear. Como la hembra que busca
defender su cría, estas mujeres luchadoras trataron de asegurar un futuro para su patria."10
La participación de las mujeres caucanas en el proceso de
independencia no ha sido estudiada, aunque se les ha mencionado en diferentes estudios. La forma más tradicional de
verlas, repetimos, es cuando se les estudia como "heroínas"
de la independencia. Quizás el trabajo más antiguo sobre el
tema es el elaborado por el historiador José Ignacio Vernaza:
"Homenaje a la mujer: Heroínas caucanas", escrito en 1936,11
en el que se mencionan algunas caucanas entre "esas mujeres
tan varoniles" que se destacaron en la independencia de otros
sitios de la República, y entre las que hace sobresalir a la
caleña doña Juana Camacho, de quien hablaremos después.
Igual es el enfoque que les da Amanda Gómez Gómez, en su
libro Mujeres heroínas en Colombia y hechos guerreros,12 que
reúne lo que tradicionalmente se ha dicho sobre la participación de mujeres en los conflictos del período. Para el caso del
Cauca tiene la virtud de hacer un listado de las mujeres que
sufrieron las consecuencias de la participación en actos militares y políticos en un período que cubre desde 1810 hasta
1821; menciona no sólo las mujeres de élite, esposas de los
9 Lucía Ortiz: "Genio, figura y ocaso de Manuela Sáenz", en Las
desobedientes. Mujeres de nuestra América, Bogotá, ed. Panamericana,
1997, p. 88.
10 Mercedes Guhl: "Las madres de la patria: Antonia Santos y
Policarpa Salavarrieta", en Las desobedientes..., p. 119.
11 Inserto en Cali en su IV Centenario, Cali, ed. América, 1936.
12 Medellín, Imp. del Departamento de Antioquia, 1978.
24 Alonso Valencia Llano
proceres de la independencia, sino también las mujeres de
lo que ella identifica como "pueblo", y que parece referirse a
sectores populares surgidos durante la colonia. No es un trabajo analítico ni sistemático, sino una simple reunión de datos
biográficos bastante incompletos por cierto, como es de esperarse de un trabajo que se basa en bibliografía secundaria
de carácter tradicional. A pesar de que el énfasis está centrado en las mujeres estas no son vistas como tales sino como
actores de un proceso político que busca ponerlas como ejemplo de patriotismo.13
El historiador que más espacio dedica a las mujeres
caucanas es Eduardo Riascos Grueso quien en su libro Procerato Caucano,u hace un juicioso y exhaustivo seguimiento
de los caucanos y caucanas que sufrieron las consecuencias
de su participación en el proceso de liberación del sur del
país. Aunque centrado principalmente en los hombres, este
libro reúne los pocos datos que existen sobre las mujeres
que alcanzaron un papel destacado en las contiendas y lograron por esto superar el anonimato; tiene en cuenta no sólo a
las mujeres de la élite sobre las cuales existe mayor información, sino también a aquellas mujeres de pueblos lejanos que
sacrificaron sus vidas por la libertad.
La poca importancia numérica de las mujeres reseñadas
en las dos últimas obras mencionadas salta a la vista al observar el cuadro siguiente en el que aparecen sintetizadas la
heroínas caucanas:
13 Una buena crítica a estos estereotipos de mujer fue elaborada
por Mercedes Guhl, quien dice:
Vale la pena anotar que cuando uno intenta comparar la vida de
estas mujeres se enfrenta al problema de la falta de información sobre
ellas. Algo se sabe de sus orígenes, sus aportes al proceso de independencia Y lo que más se recuerda es su trágico final. Además hay que
tener en cuenta que esta información nos llega magnificada y
distorsionada por la visión de los historiadores que las convirtieron en
figuras legendarias, despojándolas un poco de su carácter esencialmente
femenino para dejarlas como heroínas asexuadas. Ob. cit., p. 123.
14 Cali, Imprenta Departamental, 1964.
Cuadro # 1
HEROINAS CAUCANAS
Ciudad
Ciudad
Actividad
Castigo
Andrea Velasco
Luisa Góngora
Dominga Burbano
Domitila Zarasti
Rafaela Lenis
María Josefa del Campo L.
Petrona de Vallecilla
María Francisca Cuero
Gertrudis Cuero
María Josefa Vergara
Jerónima Caicedo de V
Tomasa Caicedo
Dorotea Lenis
Juana Camacho de C.
Justa Estepa
Josefa Castro
Josefa Costa
María Antonia Ruiz. esclava
Rita Ruiz (La Güila)
Mariquita Ramos (La Chana)
Ignacia Arboleda
Gabriela Arango
María del Carmen Olano
Ana Josefa Morales
Mercedes Martínez de S.
Carlota Rengifo
Matilde Guevara
Bárbara Montes
Popayán
Pasto
Pasto
Pasto
Quilichao
Cali
Cali
Cali
Cali
Cali
Cali
Cali
Toro
Popayán
Moreno
Palmira
Palmira
Tuluá
Tuluá
Tuluá
Popayán
Popayán
Popayán
Quilichao
Cali
Toro
Cali
Caloto
Fuga de presos
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd.
Militar
Esposa de procer
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd.
Militar
Colaboración
Patriota
Entrega armas
Entrega Armas
Soldado en San Juanito
Ibíd.
Ibíd.
Patriota
Patriota
Patriota
Fuga de soldados
Patriota
patriota
patriota
patriota
Fusilamiento
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd.
Destierro
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd.
Fusilamiento
Prisión
Fusilamiento
Fusilamiento
Fusilamiento
Fecha
11-12-1812
11-12-1812
11-12-1812
11-12-1812
1813
1813
1813
1813
1813
1813
1813
1813
5-2-1815
1816
16-1-1816
13-9-1817
13-9-1817
29-9-1819
29-9-1819
9-9-1819
Prisión
1820
Prisión
1820
Fusilamiento
2-2-1820
Ibíd.
1820
Prisión
1820
Fusilamiento
5-2-1820
Azotes y destierro
1820
Fusilada
24-9-1820
FUENTE: Amanda Gómez Gómez: Mujeres heroínas en Colombia y Hechos
Guerreros, Medellín, 1978; Eduardo Ríaseos Grueso: Procerato caucano, Cali,
Imp. Departamental, 1964.
26 Alonso Valencia Llano
La única historiadora que aborda directamente el tema,
aunque referido a la Gran Colombia, es Evelyn Cherpak, en
sus artículos "La participación de las mujeres en el movimiento de independencia de la Gran Colombia, 1780-1830",15
y "Las mujeres en la independencia."16 En el primero, desde
una perspectiva feminista, denuncia que los historiadores
han puesto poca atención a la participación de las mujeres
en los hechos de independencia; aunque el trabajo adolece
de cierta generalidad, explicable por tratarse de un artículo,
ofrece algunos elementos metodológicos para abordar el
estudio de la forma en que las mujeres colombianas participaron en los diferentes hechos que llevaron a la constitución
del Estado republicano. Estudia también cómo ellas sufrieron
y enfrentaron las consecuencias de dicha participación.
A partir de un rápido seguimiento de las actividades sociales desarrolladas por las mujeres durante la colonia, Cherpak
muestra que las mujeres se encontraron preparadas para
participar en un proceso tan convulsionado como el que se
estudia. Ella clasifica de la siguiente manera la participación
de las mujeres:
l s . Participación personal en los combates, actividades
secundarias y en espionaje.
2Q. En actividades tradicionales como anfitrionas en las
tertulias y la asistencia de heridos.
3° Contribuciones en dinero y abastecimiento a los insurgentes.
4 S . Como consecuencia de su participación sufrieron el
sacrificio personal al perder a sus seres queridos, confiscación de bienes y riquezas, la pobreza y el destierro.17
15 En Asunción Lavrin (compiladora): Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas, México, Fondo de Cultura Económica,
1985.
16 En Magdala Velásquez (dir.): Las mujeres en la historia de
Colombia...
17 Ver Cherpak, ob. cit., p. 220. Desde una perspectiva feminista un
poco extraña, Mercedes Guhl, ve en estos tipos de participación «un
papel maternal» propio de las mujeres, cuando dice:
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana 2 7
Aunque no se trata de un trabajo exhaustivo y su énfasis
analítico sobre el papel de las mujeres se centra únicamente
en el papel histórico que jugaron las mujeres de la élite, no
deja de mencionar las actividades que desarrollaron mujeres
mestizas y esclavas, cuya participación en la independencia
no sólo fue más numerosa, sino militarmente más importante. Gracias a esto la autora encuentra las explicaciones
causales que llevaron a las mujeres a participar en unos
hechos de los cuales estaban cultural y tradicionalmente
excluidas:
l 9 . Los lazos de parentesco, que por solidaridad familiar las
llevaba a participar en la guerra.
2 9 . Los aspectos económicos asociados a las reformas borbónicas que llevaron a un aumento de los impuestos afectando sus patrimonios.
3 9 . El fortalecimiento de sentimientos patrióticos.
4 S . Razones personales especificas de diverso orden entre
las que se incluyen la ambición por apoderarse de los
bienes que sus parientes lograran por su participación
en las guerras, fuera como botín o como recompensa; esto
incluía no sólo recompensas económicas, sino también
políticas.
9
5 . Las que vieron en la guerra la oportunidad para expresar
su rebeldía personal contra la sociedad.
Desde luego, la autora reconoce que no existía ningún
tipo de solidaridad feminista que pudiera hacer surgir esperanzas de lograr mejoras sociales en su condición de mujeres
y que les permitiera superar su tradicional papel de esposas
Sin embargo estas mujeres tenían pocas formas de luchar. Hay casos
excepcionales, como Evangelina Tamayo que participó directamente en
batallas de independencia. La gran mayoría de ellas tiene un papel
maternal hacia la independencia: la alimentan, la cuidan, la protegen.
Lucharon a su manera, con medios femeninos: auspiciaron la formación
de tertulias para difundir y discutir las ideas de la Ilustración, sirvieron
de espías y contribuyeron con su dinero a la causa insurgente. Guhl, ob.
cit., p. 120.
28 Alonso Valencia Llano
y madres.18 Curiosamente, en la presente investigación mostraremos cómo fueron precisamente éstos dos roles de las
mujeres construidos en la cotidianidad del suroccidente
colombiano, los que van a permitir observar la forma en que
las mujeres participaron en las guerras de independencia.
Para lograrlo vamos a ver cómo las guerras independentistas
y las contiendas políticas internas que las siguieron rompieron la cotidianidad de las mujeres caucanas tanto de la
élite como de los sectores populares.
En otro artículo titulado "Las mujeres en la independencia", Cherpak muestra cómo se dio la participación femenina en los procesos políticos que se iniciaron en Venezuela
a partir de 1808. Esta vez el tratamiento del tema es mucho
más exhaustivo y abundante en ejemplos sacados de la historiografía tradicional. Aunque no se nota un tratamiento crítico de las fuentes utilizadas, la autora logra mostrar la
variada participación femenina en hechos militares, en tertulias, en actividades de apoyo, conspirativas y de solidaridad
y, desde luego, las consecuencias de dicha participación.
Respecto a esto, hace afirmaciones arriesgadas -y hasta anacrónicas-, quizás llevada por una cierta euforia feminista, y
que no son suficientemente demostradas en el texto. Un buen
ejemplo se tiene en la siguiente:
Los sentimientos de nacionalismo criollo y de intenso
patriotismo no eran desconocidos entre algunos de los miembros del sexo débil. Durante siglos, muchas mujeres habían
desarrollado una conciencia de país y el sentimiento de que
eran americanas y tenían intereses diferentes a los de los
Respecto a esto Cherpak dice:
"Probablemente la mujer no esperaba gozar en forma directa, como
grupo, de los cambios económicos, legales y políticos que prometían las
revoluciones. Su participación fue tangencial a cualquier mejora de su
propia posición legal, política o económica v no esperaban ni deseaban
más libertades que las que ya tenían. El desarrollo de un movimiento
por los derechos de la mujer era improbable en una sociedad tradicional
y conservadora, donde su puesto era seguro y bien definido. No hay
evidencia disponible que indique que las mujeres se sintieron oprimida-o que hubieran desarrollado un sentimiento de solidaridad como grupo:
18
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
españoles en el Viejo Mundo. Cuando sus hogares se vieron
amenazados, ellas también se agruparon para defender lo
que les era más cercano y significativo.19
Más que aportes teóricos que ayuden a explicar la participación de las mujeres, el trabajo de Cherpak aporta en el sentido de hacer sistemáticamente evidente las múltiples formas
de dicha participación. Esto lo consideramos importante,
porque ayuda a esclarecer la forma en que las mujeres participaron en la construcción de la sociedad republicana, conscientemente o no, con proyecto político o sin él, con el convencimiento de que estaban transformando la sociedad o sin él.
Lo importante es que la historiadora Cherpak muestra que
las mujeres participaron de un proceso que buscaba transformar el Estado que regía la excluyente sociedad colonial y
les da un espacio en la historia de una república que tradicionalmente las ha ignorado y que sólo las reconoce en el papel
de heroínas, una imagen masculina que destaca sólo algunas
mujeres que lograron superar el anonimato. Con todas las
limitaciones que este trabajo pueda tener, explicable por el
escaso desarrollo de la historia de las mujeres de nuestro país,
debemos decir que lo hemos tomado como guía para mostrar
la forma en que las mujeres caucanas participaron, no sólo en
la destrucción del Estado colonial, sino también en la transformación de la sociedad excluyente que lo sustentaba.
Pretendemos mostrar cómo, más que desde una posición
política, las estructuras sociales de la colonia fueron también
transformadas desde una cotidianidad que fue rota principalmente por mujeres que individualmente se vieron afectadas por los hechos de la independencia. Esta ruptura de la
cotidianidad las llevó a defender intereses de grupo, de
familia, o los simples, precisos y sencillos intereses individuales de mujeres que debían ubicarse en la sociedad republicana
que lentamente iba surgiendo.
por lo tanto actuaron sin tener en cuenta algún cambio directo e
inmediato para los miembros de su propio sexo. [...]"
En Velásquez, ob. cit., p. 84.
19 Cherpak: «Las mujeres...», en Velásquez, ob. cit., p. 84.
30 Alonso Valencia Llano
Las mujeres caucanas
en los inicios de la sociedad republicana
Debido a las estrechas relaciones de la Gobernación de
Popayán con la Audiencia de Quito, el desarrollo de los hechos
que condujeron a la independencia se remonta hasta 1809
cuando se inició el proceso de autonomía de aquel país, y
que llevó a que varios de los comprometidos debieran huir
de Quito y refugiarse en el valle del Cauca donde vivían algunos miembros de sus familias.20 Fueron precisamente estas
personas quienes estimularon al Cabildo de Cali para que el
3 de julio de 1810 manifestara su apoyo al soberano español
y desconociera el gobierno invasor que se había implantado
en la península.21
En lo inmediato esto significó una profunda división entre
las élites de la gobernación que se manifestó a partir de 1811
en el enfrentamiento entre las ciudades del sur -Popayán y
Pasto- profundamente realistas, contra las del norte Cali,
Caloto, Buga, Cartago, Toro y Anserma las que a partir del
proyecto político conocido como «Ciudades Confederadas»
decidieron enfrentar militarmente al Estado Colonial. El
período de independencia fue sumamente largo (1810-1821)
y durante él la región fue alternadamente ocupada por tropas
patriotas y realistas, lo que se moderó a partir de 1821 con
la batalla de Pichincha que dio libertad a Quito y cesó definitivamente a partir de 1824 cuando se libraron las batallas de
Junín y Ayacucho que liberaron al Perú.
Durante el período de guerra no se dieron mayores transformaciones sociales, pues seguían rigiendo los patrones coloniales; incluso durante los períodos de ocupación patriota
se siguió aplicando casi en su totalidad la legislación colonial,
20 Sobre los hechos de la independencia de Quito puede consultarse
Alonso Valencia Llano: «Elites, burocracia, clero y sectores populares
en la independencia quiteña, (1809-1812)», en Procesos, N9 3, Quito, II
semestre, 1992, p. 55 y ss.
21 Aunque existen muchos estudios sobre el tema puede consultarse
la obra clásica de Belisario Palacios: Apuntaciones histórico-geográficas
de la actual Provincia de Cali, Cali, imprenta de Eustaquio Palacios,
1889.
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
lo que se prolongó hasta después de la Batalla de Boyacá
(1819) cuando el gobierno del vicepresidente Santander hizo
grandes esfuerzos por construir una legislación republicana
más acorde con la sociedad que se quería construir y que
seguía los modelos de los Estados europeos. Para ello intentó
eliminar los patrones sociales coloniales mediante la disminución del poder de la iglesia católica que tenía el control de
las conciencias, estableció un sistema educativo más democrático al que tuvieron acceso amplios sectores de la población
-incluidas las niñas- y prohibió que en los censos de población
se mencionara la raza como patrón de clasificación introduciendo para ello categorías jurídicas.22
Aunque a estos intentos transformadores no les faltaron
contradictores, con ellos se buscaba abrir espacios a grupos
sociales que habían mostrado su capacidad de contribución
a la nueva sociedad; se trataba principalmente de los grupos
mestizos y de los negros esclavos y libertos, cuyos aportes en
la gesta de independencia habían sido considerables. Esto
hizo evidente un enfrentamiento social que se venía dando
desde el período colonial en el cual sectores de la élite hicieron
esfuerzos por controlar una población mestiza que se negaba
a regirse por los patrones estamentales tradicionales.23 Por
eso vecinos pobres de las ciudades y pueblos y muchos campesinos aprovecharon la oportunidad que brindaban las
guerras, para buscar y lograr un equilibrio en el orden social,
que fuera más acorde con el Estado republicano. Desde luego,
en la contraparte, sectores de la élite cuestionaban un Estado
que amenazaba destruir el orden social tradicional.
Desde este punto de vista el proceso revolucionario en la
Gobernación de Popayán se nos revela sumamente complejo
y contradictorio, como lo es, igualmente, la participación
femenina en él. Como se ha señalado, las mujeres parti22 David Bushnell: El régimen de Santander en la Gran Colombia,
Bogotá, Universidad Nacional de Colombia/Tercer Mundo, 1966.
23 Respecto a este tema pueden consultarse las obras de Eduardo
Mejía Prado: Origen del campesino vallecaucano, Cali, Universidad del
Valle, 1993, y de Margarita Garrido: Reclamos y representaciones,
Bogotá, Banco de la República, 1994.
32 Alonso Valencia Llano
ciparon en forma voluntaria de muy diversa manera; otras
sólo sufrieron las consecuencias de la participación de sus
esposos, padres, hermanos o hijos.
Fuera pública o clandestina su participación; fuera voluntaria o como una consecuencia de la fuerza de los acontecimientos, lo cierto es que las mujeres participaron de la única
manera en que durante aquella época podían hacerlo: a partir
de su inserción en un grupo social -la élite, los mestizos campesinos o habitantes pobres de los pueblos y ciudades, y los
esclavos- y, desde luego, con su participación defendieron
intereses particulares, de familia o de grupo sin que ellos
entraran, en contradicción con las ideas libertarias que estaban en boga. Identificar dicha participación e intereses es lo
que nos proponemos estudiar en las páginas siguientes.
De la cotidianidad femenina al heroísmo
La historia tradicional nos muestra a las mujeres que participaron en la independencia de Colombia como las «heroínas». Para el caso de la Gobernación de Popayán esta visión
no es tan fácil, pues aquí los estudios mencionan pocas mujeres en estos roles. Esto no significa que no participaran en la
guerra, sino que los historiadores han considerado que su
participación no fue importante, con la excepción de algunos
pocos casos; desde luego, los más destacados son los de las
señoras de la élite, que debieron padecer la persecución familiar, el sacrificio de algunos de sus familiares o la pérdida de
sus fortunas para que triunfara un proyecto político del cual
sus familias serían las principales beneficiarías. Desde el punto de vista político debemos reconocer que estas mujeres
estaban mejor preparadas que las de otros sectores sociales
para entender los cambios que se proponían lograr los miembros de sus familias, fuera por conversaciones privadas o en
tertulias, fuera porque la educación que recibían les permitía
leer los documentos impresos que circulaban y la correspondencia privada, o porque les permitía asimilar las propuestas
filosóficas que sustentaban el nuevo proyecto político.
Pero no era solamente la formación intelectual; en su
participación política influyó la experiencia que habían
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
logrado durante la colonia que les permitía desarrollar
actividades diferentes a las que les señalaba una tradición
que buscaba reducirlas al hogar, en un tradicional papel de
esposas, madres e hijas. Así, muchas mujeres desarrollaron
actividades económicas fundamentales tales como administración de herencias, de haciendas, de minas y de cuadrillas
de esclavos; también se desempeñaron en el comercio al por
mayor y al menudeo, y compitieron con las instituciones eclesiásticas por el control del sistema crediticio de la época. Se
trataba de actividades que superaban lo doméstico y que las
sacaba de una esfera socialmente considerada privada y las
colocaba en lo público. Para ello las mujeres enfrentaron duras realidades tales como la viudez, que automáticamente
las colocaba como jefes de familia con la responsabilidad de
administrar el patrimonio familiar pues, muchas veces, eran
nombradas como albaceas de sus hijos. Pero también muchas
mujeres no esperaron a la condición de viudas para ganar
espacio en la sociedad colonial, pues debieron tomar a la fuerza el control de sus familias y del patrimonio familiar para
enfrentar un esposo dilapidador, al que se veían obligadas a
demandar en juicio para preservar la dote y las gananciales
del matrimonio y salvar así la sustentación propia y de los
hijos, lo que en muchas ocasiones llevaba al divorcio. Esto
las obligaba a actuar en la esfera pública y demostrar que
eran mucho mejor administradoras que sus esposos, pues
acrecentaban el capital y vigilaban la educación formal e
informal de los hijos e hijas hasta colocarlos en situaciones
que garantizaban su subsistencia. De igual inteligencia y
habilidad hicieron gala cuando fueron colocadas en los conventos y por su condición social llegaron a regentarlos, pues
mostraron ser también excelentes administradoras, como lo
prueba las enormes fortunas que dichas instituciones llegaron a acumular.24
24 Respecto a estas actividades véase Isabel Cristina Bermúdez:
Imágenes y representaciones de la mujer en la Gobernación de Popayán,
Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, Corporación Editora
Nacional, 2001. Referencias más generales sobre el tema y algunos
estados de la cuestión sobre el mismo pueden consultarse en Suzy
34 Alonso Valencia Llano
Esto, desde luego, no se rompió con la independencia,
puesto que desde el punto de vista socioeconómico los cambios se sintieron en forma muy lenta. Desde este punto de
vista puede decirse que no es perceptible una ruptura en la
participación social de las mujeres entre el período histórico
de la colonia y el republicano; pero sí podemos decir que la
independencia fue un período de primordial importancia para
las mujeres caucanas, pues les permitió no sólo consolidar
las actividades públicas que hemos mencionado, sino que las
obligó a participar en actividades políticas y militares de las
cuales habían estado excluidas. Y lo que es igualmente importante: amplió el número de mujeres que vieron rota su cotidianidad y se vieron obligadas a desarrollar actividades que
antes eran monopolizadas por los hombres.
De esta manera se puede superar la mirada superficial
sobre la participación de las mujeres caucanas durante el
proceso de independencia que las muestra en su papel de
heroínas, tal y como lo revela el cuadro # 1. Esta visión es
relativamente fácil de explicar en tanto que la historiografía
tradicional sobre el período ha resaltado las actuaciones militares de muchos hombres y unas cuantas mujeres, que sacrificaron sus vidas, sus familias o sus fortunas para defender
lo que entendían como «la libertad»; desde luego, es la visión
heroica de la historia que pretende ver en muchos hombres
y unas cuantas mujeres a los padres y madres de la patria y
cuya función no es otra que servir de ejemplo a las generaciones futuras.
No tenemos muchos datos acerca de la forma en que se
inició la participación femenina en las contiendas, pero contamos con la memoria escrita por uno de los más conspicuos
observadores de los inicios de la independencia, «el abanderado» José María Espinosa, quien acompañó al general Antonio Nariño en la liberación de las Provincias del Cauca a
partir de 1813. Espinosa muestra cómo las hijas de Nariño
Bermúdez: Hijas, esposas y amantes, Bogotá, ed. Uniandes, 1992; ver
especialmente su artículo: «La condición femenina durante la conquista
y la colonia: análisis de escritos sobre el tema», pp. 59 y ss.
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana 7
quienes fueron sacrificadas en la plaza de Santander de
Quilichao.28
El general José María Obando relata los abusos que se
cometieron en Popayán cuando era realista, pues don Basilio
García, le había ordenado realizar un empréstito forzoso de
8.000 pesos de algunas familias de Popayán, «cuya conducta
política empezaba a ser sospechosa a los ojos de los españoles»,
con la amenaza que quienes no pagaran lo señalado serian
remitidos a Pasto «en una enjalma, de la misma manera que
lo habían sido algunas mujeres realistas de Popayán al puerto
de Buenaventura». Lo curioso de este empréstito consistió
en que fue cubierto por las mujeres, pues ante la situación
militar del momento la mayoría de los hombres se encontraba
ausente. Esta situación se vio agravada por el hecho de que
no se disponía de dinero lo que hizo que las señoras acordaran
pagar el empréstito de diversas maneras: así la esposa de
don José Diago pagó con sus joyas; la señora de don José
María Mosquera pagó con unas reses que tenía enmontadas;
doña María Josefa Hurtado fue la única que pagó en dinero.
No sobra mencionar que hubo muchos acuerdos entre estas
señoras y Obando que llevaron a que las cantidades que pagaran fueran realmente inferiores a las que se les señalaron.29
Pero como dice el mismo Obando, los abusos no fueron
cometidos únicamente por los españoles, puesto que el
coronel Simón Muñoz, cuando cambió de bando y se unió a
los patriotas, «tuvo a bien hacer una salida, y recorriendo
por el territorio de Timbío, robó, azotó mujeres y despechó de
nuevo esos habitantes.»30 Esto no fue muy diferente a lo que
ocurrió en Pasto durante la dominación del patriota Juan
José Flórez:
[...] las puertas de los domicilios se abrían con la explosión
de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa,
Ibíd., p. 148.
José María Obando: Apuntamientos para la historia, Bogotá,
Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1945, pp. 33-34.
30 Ibíd., p. 29.
28
29
Alonso Valencia Llano
al hermano, y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo
madre que en su despecho saliese a la calle llevando a su hija
de la mano para entregarla a un soldado blanco, antes que
otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de
depósitos y de refugiadas, fueron también asaltados y
saqueados [...]31
De estos atropellos no se escaparon ni las mujeres embarazadas ocultas en los conventos, pues de allí eran sacadas
por las tropas patriotas. Un ejemplo de esto se tiene en la
esposa de Obando, quien fue sacada del convento de La Encarnación en Popayán.32 A esto se agregó la corrupción de
las costumbres, pues como lo afirma José Manuel Restrepo:
En aquella época desgraciada los padres no tenían seguras
a sus hijas, ni los maridos a sus esposas, pues a cada momento
podía corromperlas un seductor, prevalido del terror que
habían inspirado los pacificadores. Cualquiera oficial español
que pretendía liberarse de la presencia incómoda de un padre
o de un marido, o que deseaba apoderarse de sus bienes le
fraguaba un proceso como insurgentes [...]33
Todo esto también llevó a que muchas familias de la élite
enfrentaran la independencia huyendo.34
Las voluntarias
Aunque la historiografía tradicional ha resaltado el papel
de las heroínas, lo cierto es que la mayoría de las mujeres de
la época sufrieron la independencia de muy diversas maneras. Desgraciadamente por la selectividad de las fuentes
Ibíd., p. 38.
Ibíd., p. 123.
33 Restrepo, ob. cit., Tomo II, p. 149.
34 Algunos ejemplos acerca de familias de la Gobernación de Popayán
que siguieron esta conducta pueden verse en José Manuel Restrepo:
Diario de un emigrado, Bogotá, Librería Nueva, 1878, pp. 76-77.
31
32
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana
iniciaron una participación simbólica en el ejército de su padre cuando este estaba inmerso en la primera de nuestras
contiendas civiles, la de «La Patria Boba»:
El general Nariño hablaba a todos de un modo jovial y
acompañaba a las señoras a visitar el campo y a presenciar
las maniobras; dos de sus hijas se presentaron más tarde
con divisas militares haciendo de artilleros, y una de ellas
(la señorita Mercedes) aplicó el botafuego al cañón con grande
impavidez.25
Desde luego, esto no puede considerarse seriamente como
una participación femenina en la guerra, pero si puede ser
considerado como un estímulo a dicha participación, la que
se incrementó en septiembre de ese mismo año cuando Nariño inició su campaña militar sobre las provincias del Cauca
que antes conformaban la Gobernación de Popayán.
Las referencias a la participación femenina en la Gobernación de Popayán son bastante dispersas y se concentran
sobretodo en las zonas de Cali, Buga y Toro que se caracterizaron por ser más abiertamente oposicionista a la dominación colonial que Popayán o Pasto. En Cali, por ejemplo,
se menciona las persecuciones que sufrió doña Mercedes
Martínez del Coso y Scarpetta por no denunciar el paradero
de su esposo, lo que la llevó a ser «montada en un asno,
paseándola por las calles de la ciudad, agregando a esta
infame burla los insultos e injurias de la soldadesca y del
bajo pueblo». En Palmira se ordenó azotar a doña Dorotea
Castro, «quien favorecía con armas y dinero, hombres y
semovientes a la guerrilla que comandaba el mayor Pedro
Murgueitio». En 1817 doña Vicenta Vaca escondió las armas
que con las que las guerrillas patriotas esperaban invadir el
Chocó. En Popayán doña Teresa Torres, hija de Camilo Torres, fue puesta en capilla, sometida a consejo de guerra; en
25 José María Espinosa: Memorias
de un abanderado. Recuerdos de
la Patria Boba. 1810-1819, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura
Colombiana, Imprenta Nacional, 1942, p. 21.
Alonso Valencia Llano
la cárcel de esta misma ciudad estuvieron doña Ignacia
Arboleda y doña Gabriela Arroyo. Participaciones militares
más directa se dieron por parte de mujeres de sectores populares en 1819, cuando una guerrilla integrada por mujeres
de Llanogrande (Palmira) asaltó las tropas del gobernador
Pedro Domínguez en «El Guanábano», derrotando y dando
muerte al mencionado gobernador. Igual participación femenina ocurrió en Buga durante la Batalla de San Juanito.26
Otros ejemplos de la forma en que surgen las heroínas se
tienen con la reconquista española de Popayán en 1816, que
se caracterizó por una serie de actos represivos de los cuales
no escaparon las mujeres. Los casos más sobresalientes fueron los abusos cometidos por Francisco Warleta, quien se
destacó no sólo por imponer empréstitos exagerados, sino
también por mandar fusilar a cuanto patriota encontrara
en las prisiones o en los caminos, pagando penas o gozando
de salvoconductos de libre movilización. Pero sus abusos no
se quedaron en la represión sobre los hombres, sino también
en la que realizó sobre indefensas mujeres, que debieron
pagar el hecho de formar parte de familias patriotas. El caso
más destacado se presentó cuando en Buga mandó apresar
a las señoras Cabal «haciéndoles remachar cadenas en los
pies, sin embargo de ser jóvenes honestas y recogidas; era su
delito el no confesar donde estaba oculto el General republicano José María Cabal, su pariente inmediato.»21 Su ejemplo
fue seguido por un patriota, don Joaquín Valdés, teniente
del Batallón Numancia, quien en la plaza de la ciudad de
Toro mandó atar a una mujer «y condenó a un hijo de la
misma para que la azotara»-, ante la negativa, el hijo fue
muerto a planazos de machete por el mismo teniente, quien
mandó azotar otras mujeres de la misma ciudad a las que
exponía en la misma plaza a la vergüenza pública. Más tarde,
Warleta, pretendió enviar a las mujeres de Llanogrande a
construir el tenebrosos camino de Anchicayá; casos más
drásticos se dieron con Carmen Olano y Petrona Montes
26
27
Vernaza, «Homenaje a la mujer...», pp. 28-29.
Restrepo, ob. cit., tomo II, p. 146.
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
históricas y las connotaciones de clase que dicha selectividad
tiene, no nos quedan muchos registros de cómo sectores diferentes a los de élite "padecieron» las guerras. No sabemos,
por ejemplo, cómo y por qué muchas mujeres de las familias
campesinas, indígenas o esclavas, terminaron inmersas en
un proceso que transformó la sociedad; pero sí sabemos que
participaron, aunque muchas de ellas no superaron el anonimato de su participación y fueron registradas simplemente
como «voluntarias», «Juanas», cuando no como «soldaderas»,
nombres que ocultaba cierto desprecio, como podremos
observar más adelante cuando mencionemos la participación
política de la mujer en las contiendas civiles del Siglo XIX.
Respecto a esto no podemos olvidar que, por lo menos
para el caso colombiano, la mayoría -si no todas- de las «heroínas» eran mujeres que provenían de sectores populares. Esto
nos muestra que la participación política de las mujeres tiene
-aunque suene anacrónico para la época que se estudia- una
connotación de clase. Lo que esto significa en pocas palabras,
es que fue mucho más amplia la participación femenina de
origen popular que la de élite; esta participación es resaltada
de la siguiente forma por Asunción Lavrin:
La participación de las mujeres en las transformaciones
políticas determinadas por estas guerras tuvo la forma que
ya se supone de combatir y dedicarse al espionaje por ser las
más atrevidas, o de seguir a los ejércitos como soldaderas, o
de abastecimiento económico por otras. En esta ocasión histórica, así como en otras en que las mujeres han tenido participación en las guerras, ha habido dos tipos principales de
mujeres: las que actuaban como soldados y las soldaderas,
Las primeras lograban tener respeto y rango entre sus compañeros de lucha varones al asumir papeles masculinos y
proyectar una imagen de liderazgo activo que modificaba su
femineidad. La soldadera por el contrario, desempeñaba los
trabajos que se esperaban de una mujer en un anonimato
tradicional. Solamente se recuerda a la mujer que actuaba
como soldado. Esta situación confirma la suposición de que,
bajo ciertas circunstancias, la imitación de la conducta del
40 Alonso Valencia Llano
hombre logra el reconocimiento en favor de las mujeres porque el hombre siempre ha sido considerado como superior.35
La participación de mujeres de estratos populares se dio
desde los orígenes mismos de la independencia. Espinosa,
por ejemplo, se refiere a la actividad de revendedoras en los
alborotos del 20 de julio de 1810 en Santafé, pero también
relata un hecho, que parece no haber tenido precedentes:
Aquí ocurrió un incidente que por tener tanto de poético
como de prosaico, merece referirse. En pos del ejército iba
una bandada de mujeres de pueblo, a las cuales se ha dado
siempre el nombre de voluntarias (y es muy buen nombre
porque estas no se reclutan como los soldados), cargando
morrales, sombreros, cantimploras y otras cosas.36
Aunque inicialmente su presencia fue vista como un
estorbo que retrasaba la marcha de los ejércitos, Espinosa
señala la utilidad que estas mujeres llegaron a significar para
unos ejércitos improvisados como lo fueron los que participaron en la independencia, pero también intenta explicar
por qué las «voluntarias» abandonaban sus hogares y marchaban detrás de las tropas, cuando dice que trató con respeto:
a estos auxiliares muy útiles, a quienes el amor o el patriotismo, o ambas cosas, obligaban a emprender una dilatada y
trabajosa campaña. El general Bolívar mismo reconoció en
otra ocasión que no era posible impedir a las voluntarias
que siguiesen al ejército, y que hay no sé qué poesía y encanto
para la mujer en las aventuras de la vida militar.37
No tenemos muchos datos acerca de la participación de
este ejército auxiliar en los combates. Sabemos que las pocas
mujeres que se enfrentaron militarmente en batallas han
35
36
37
Lavrin, ob. cit., pp. 19-20.
ob. cit, p. 27.
Ibid.
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
sido reconocidas como heroínas, pero ignoramos lo que ocurría con la gran mayoría. Tampoco sabemos por qué participaban, qué hacía que una mujer abandonara su hogar para
seguir a un hombre o a un ejército poniendo en riesgo sus
vidas. Las respuestas no pueden ser más que hipotéticas preguntas: ¿se trataba de mujeres pertenecientes a sectores
urbanos que seguían a sus hombres recién reclutados? ¿se
trataba de sectores desposeídos de bienes materiales que buscaban participar en los saqueos que se presentaban después
de los combates? ¿se trataba de mujeres campesinas sin tierra
que simplemente seguían a sus hombre? o ¿el mensaje patriótico había sido tan efectivamente transmitido que las mujeres
estaban luchando por la Patria? Algunos intentos de respuesta a interrogantes similares fueron dados por Lavrin:
En su mayor parte, la participación de las mujeres en las
guerras les produjo muy pocas recompensas, incluso a las
heroínas, quienes casi nunca obtenían pensiones o las ganancias materiales de que gozaban los hombres. Las mujeres
colaboraban con el movimiento sin ambiciones políticas de
ninguna especie, puesto que no habían sido educadas para
pensar políticamente o porque no se consideraban a sí mismas como seres políticos de la misma manera en que lo hacían
los hombres. Fueron muchas las que vieron su participación
en las guerras a la luz de un sacrificio noble, que durante
mucho tiempo había sido una de sus más importantes normas
de conducta.38
Estas respuestas no son satisfactorias sobre todo en lo
que se refiere al ámbito político, pues no tenemos por qué
aceptar que el único ideario político sea el de los hombres.
El hecho es que las mujeres participaron en las guerras y
que las guerras son una de las formas de expresión de la
política; son formas de confrontación que se asumen en la
lucha por el poder. Lo que sí es innegable es que las explicaciones a la participación política femenina en la independen38
Lavrin, ob. cit., p. 20.
42 Alonso Valencia Llano
cia tienen muchos elementos que pueden estar en los
registros de los comportamientos individuales y pueden tener
que ver con los sentimientos; un doloroso caso ocurrido en el
pueblo de Mercaderes es ilustrativo al respecto:
[...] a poco andar vimos a una mujer que estaba llorando
sentada al pie de un árbol: era una de las voluntarias, la cual
interrogada por unos soldados sobre la causa de su llanto, les
dijo señalando hacia el monte, a un lado del camino: «¡Vean
allí a mi marido!» Todos miramos hacia la parte que ella nos
mostraba y vimos a un hombre que pendía de otro árbol.39
Hubo, desde luego, participación político-militar directa,
explicada por los deseos de venganza, como el caso de María
Antonia Ruiz, quien ante el fusilamiento de su hijo, ordenado
por Warleta, recorrió los campos del Valle del Cauca incitando
a la rebelión y llegando, incluso, a participar como soldado
en la batalla de San Juanito, el 29 de septiembre de 1829.40
Y, desde luego, se dio la participación política más directa,
como en los casos en que la participación en los ejércitos y
en los combates no se dio del lado revolucionario, pues en los
ejércitos españoles también participaron mujeres y si bien
en ellos, quizás por ser un ejército más profesional, no encontramos el «ejército auxiliar de mujeres voluntarias», si
encontramos mujeres participando como soldados tal y como
ocurrió en el combate del Bajo Palacé, en 1813, un tema que
ha sido dejado de lado por nuestra historia patria:
Entre los prisioneros de esta jornada cayeron varias
mujeres vestidas de hombre, que peleaban al lado de los
soldados, y entre los muertos se hallaban también algunas.
No hay duda que las voluntarias realistas les ganaban en
entusiasmo a las voluntarias patriotas, aunque estas también
solían exponerse a muchos peligros.41
Espinosa, ob. cit., p. 44.
Raúl Silva Holguín: Valle del Cauca. Tierra de promisión, Cali,
imprenta Departamental, 1960, p. 112.
41 Espinosa, ob. cit., p. 37.
39
40
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
La ruptura de la cotidianidad
No es nuestra intención hacer un estudio de la cotidianidad de las mujeres caucanas durante las guerras de
independencia, tema que rebasa las pretensiones de la
presente investigación.42 Nuestro interés consiste en mostrar
cómo la guerra cambió las prácticas cotidianas y cómo las
mujeres enfrentaron dichos cambios, en un período que se
caracterizó por represiones y abusos sobre las mujeres de
los criollos, por la conscripción de los hombres de las mujeres
mestizas y por el desvertebramiento de las familias esclavas
cuyos hombres fueron enviados a la guerra.
Con ser esta represión y abusos graves de por sí, lo más
importante es que la guerra y la situación de inestabilidad
que ella creó, consolidaron y ampliaron los roles que las mujeres caucanas de la élite venían desarrollando desde el período
colonial, pues muchas de ellas debieron tomar el control de
sus hogares. Como se mencionó antes, esto no era nuevo,
pues los censos coloniales muestran como en el valle del Cauca en general y en Cali en particular la mayoría de los jefes
de hogar eran mujeres.43 Aunque la situación no era nueva,
42 Curiosamente, la cotidianidad de las mujeres no ha sido estudiada
a pesar de que existen importantes esfuerzos por abordar el tema del
diario transcurrir de la vida. Los principales aportes en este sentido están
contenidos en la obra editada por Beatriz Castro: Historia de la vida
cotidiana en Colombia, Bogotá, ed. Norma, 1996, en la que a pesar de la
abundante y desigual calidad de las colaboraciones, se siente la ausencia
de un estudio acerca de la cotidianidad durante un período tan difícil,
especialmente para las mujeres, como lo fue el de la independencia. Ante
esto debemos reconocer que el estudio de la cotidianidad colombiana
publicado en Londres en 1822 por Baldwin, Cradock y Joy sigue siendo
el mejor. Véase Colombia: relación geográfica, topográfica, agrícola,
comercial y política deste país, adoptado para todo lector en general y
para el comercio y colono en particular, Bogotá, Banco de la República,
tomo I, pp. 245 y ss. Algunos elementos teóricos acerca del tema, abordados desde una perspectiva marxista, pueden consultarse en la obra de
Agnes Heller: Historia y vida cotidiana. Aportes a la sociología socialista,
México, ed. Grijalvo, 1985.
43 Eulin Castro: «La mujer en la sociedad colonial siglo XVIII, un
estudio demográfico», Cali, Universidad del Valle, trabajo de grado
inédito, 1991.
44 Alonso Valencia Llano
ella puede ser explicada por un hecho simple: la propuesta
de autonomía política debió ser defendida con las armas, lo
que exigió que muchos hombres de la élite se improvisaran
como soldados y como tales marcharan a los campos de
batalla.44 Esta participación militar que se prolongó desde
1811 hasta 1821 implicó la muerte de muchos de ellos, la
huida a los montes y selvas de los que fueron derrotados, la
cárcel y el destierro para los que cayeron en manos de los
enemigos y una vida militar permanente y el desempeño de
cargos públicos en lugares apartados para otros. Debido a
esto, muchas mujeres caucanas en condición de viudas o de
esposas solas, debieron desempeñarse como jefes de hogar
con todas las responsabilidades que ello implicaba. Lo que
escribiera en 1816 doña Jerónima Caizedo de Vergara a don
Sebastián Herrera, es bastante elocuente acerca de esta
situación: en Cali «... era imposible hallar un hombre». Por
esto la represión cayó sobre indefensas mujeres quienes
fueron perseguidas y desterradas por no revelar los paraderos
de sus esposos e hijos.45
Esta labor de madres tuvo una derivación durante las
guerras, cuando suplieron la asistencia social de familiares
conscriptos. Aunque sobre esto hay muchos ejemplos bástenos con citar el caso de José María Espinosa, el famoso
«abanderado» de los ejércitos patriotas en el Cauca, quien
agradece en los siguientes términos la ayuda que le prestaron
las señoras Valencia, miembros de una de las más tradicionales familias de Popayán, durante el años de 1813:
[...] don Camilo Torres [...] me recomendó a las señoras
Valencias, familia de las más distinguidas de aquella ciudad,
y ellas me recibieron y atendieron, como quienes eran, con
finas atenciones y suma bondad, y fueron mi mejor apoyo
antes de la expedición a Pasto. No dudo que después de
44 V José Ignacio Vernaza: «El Obispo procer. Excelentísimo Sr.
Doctor Don José de Cuero y Cayzedo, Obispo de Cuenca y Quito» en
Cali en su IV Centenario..., pp. 14-15.
45 Vernaza: «Homenaje a la mujer...», p. 26.
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
nuestro triste regreso me hubieran atendido de la misma
manera: hasta me hicieron instancias para que continuara
aceptando sus servicios pero yo los rehusé constantemente,
porque me daba vergüenza, no sólo presentarme en su casa
con una traza tan poco decente como la que traía, sino seguir
siéndoles gravoso. No obstante estas buenas señoras, con
las precauciones debidas y para no ofender mi delicadeza,
hacían llegar de cuando en cuando a mis manos indirectamente algún obsequio, que yo agradecía con todas veras,
como lo agradezco todavía hoy. Sin esto, mi suerte habría
sido allí la más desgraciada.4®
Pero los cambios no se sintieron solamente en la asistencia
a familiares conscriptos, pues de hecho la guerra había roto
una cotidianidad que descansaba, para el caso de la élite
payanesa, sobre lo que producían las haciendas. Esta situación económica era más o menos general, según lo decía en
1813 Agustín Ulloa del Campo, cuando a nombre suyo y de
sus tías María Teresa Olavarri y Bartola del Campo y en el
de sus hermanas: María Trinidad, María Josefa, María Francisca, María Antonia y María Ignacia Ulloa, solicitó la rebaja
de los réditos de varios principales que recaían sobre unas
minas de su propiedad, teniendo en cuenta «el gran destrozo
y graves perjuicios económicos que sufriera la mina «Dominguillo» y «El Real de Minas de Santa Bárbara», con ocasión
de las guerras republicanas a las cuales «el bárbaro Warleta»
despojó de esclavos, de lingotes de oro y de mujeres, para
remitirlos a Cali». Ante la incapacidad de los funcionarios
por resolver el caso, en 1826 se vio obligado a pedir que los
acreedores nombraran un administrador para que de cuenta
de ellos «gobiernen» las minas y se cobraran lo adeudado.47
Algo similar ocurrió con doña Josefa Antonia Rada, quien
en 1827 poseía una casa en Popayán con valor de $5.000 sobre
la cual debía $1.000. Por las circunstancias de la guerra la
Espinosa, ob. cit., pp. 72-73.
Archivo Central del Cauca, signatura 6515 (Independencia, JII2cv). En adelante se citará: ACC., sig.
46
47
46 Alonso Valencia Llano
señora se había visto obligada a abandonar la ciudad, por lo
que no pagó los réditos que importaba el capital, ante la
demanda de los acreedores se vio obligada a solicitar rebaja
de los intereses, lo que logró.48
Otras de las responsabilidades de las mujeres, y de las
más gravosas por cierto, fueron las que adquirieron con el
Estado, fuera el colonial o el republicano que se intentaba
construir, y que se referían al pago de «contribuciones» o
«donativos» para el sostenimiento de las tropas en contienda
o las apremiantes necesidades de las oficinas públicas. Esto
ocurrió en 1816 cuando el gobernador don José Solís decretó,
por orden del «pacificador» Pablo Morillo, un gravamen que
debía ser pagado por las familias de los patriotas. La lista de
contribuyentes que para el efecto se elaboró sirve como
indicativo para ver cómo la medida afectó a las señoras de
la élite, pues María Josefa Hurtado debió pagar $10.000.oo;
Ignacia Larrahondo $1.000.oo; Ursula Arboleda $500.oo,
mientras que María Ignacia Arboleda y Rosa Quiñones
debieron entregar 10 fanegadas de maíz.49
Existen mayores registros sobre las «contribuciones»
cobradas por las autoridades republicanas, que obligaban a
que algunas madres de familia diseñaran estrategias que les
permitieran conservar el menguado patrimonio familiar.
Como ejemplo podemos observar a doña María Tomasa Cobo
de la Flor quien en 1816 ofreció entregar a la tesorería algunas piezas de plata labrada y un esclavo, en calidad de
«donativo», para cubrir las partidas que se le habían asignado
ya que las consideraba «tan justas y necesarias para la defensa
de la Provincia». El problema consistía en que de no recibírsela deberían esperarla pues se «halla falta de dinero por
el saqueo que experimentó de sus enemigos». Posteriormente
la señora cubrió en efectivo las contribuciones que le correspondieron por su hacienda de San Jerónimo, en Palmira. El
mismo año se encontró en una situación parecida doña María
Josefa Montoya, quien solicitó una prórroga para pagar sus
48
49
ACC., sig. 5311 (Independencia, JI-lOcv).
Gómez, ob. cit., p. 198.
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
contribuciones hasta que se le resolviera una mortuoria; ella
debería contribuir por su hacienda del Abrojal, lo que afirmó
con la siguiente frase: «Cuenten Uds, que agitaré activamente
sobre esto: considero las necesidades de la Patria».50
La imposibilidad de otras viudas para pagar sus contribuciones no fue planteada en términos tan patrióticos. Doña
María Prieto, por ejemplo, se negó a pagar porque sus bienes
estaban embargados para cubrir deudas dejadas por su difunto marido y porque ella carecía de recursos. Igual sucedió
con doña Juana María Camacho, viuda de Joaquín de Caicedo
y Cuero, a quien se le cobraban contribuciones que correspondían al Sr. Obispo José de Cuero y Cayzedo que se negó a
pagar por no ser ella su apoderada, si no su difunto marido;
el argumento en este caso fue jurídico: «los poderes no son
trascendentales a las viudas», a lo que se agregó el hecho de
que el Estado le estaba debiendo a ella mayores cantidades.51
A menudo estas negativas a pagar empréstitos ocultaban
intenciones de engañar al fisco, tal y como sucedió en 1820
con doña Gertrudis Muñoz, quien dijo no tener de donde dar
15 pesos de donativo «y que solo puede dar un negro», pues
las autoridades descubrieron que en su hato de Juntas del
Dagua tenía 40 reses.52
Las contribuciones se siguieron cobrando con cierta
regularidad, pues en 1820, aparecieron varias mujeres entre
los grandes contribuyentes de Caloto, zona que debería pagar
un donativo de guerra por valor de $5.000; entre ellas
encontramos a Gabriela Pérez de Valencia propietaria de «El
Arroyo» quien debía contribuir con $100, Antonia Yanguas
con $250, Dionisia Mosquera propietaria de «Gelima» con
$125 y María Ignacia Arboleda con $100.53 Estas cifras, a
pesar de ser importantes, pueden ser consideradas irrisorias
si se les compara con las contribuciones que se pagaron en
Cali donde una sola hacendada -Margarita Barona- pagó
50
51
52
3
ACC., sig. 533, (Independencia, CI-4b).
ACC., sig. 533, (Independencia, CI-4h).
ACC., sig. 1012, (Independencia, CI-16h)
ACC., sig. 4 (Independencia, I - c ) .
48 Alonso Valencia Llano
SS.OOO.54 Otras propietarias pagaron sus contribuciones de
guerra con reses, son los casos de Doña María Angela Valencia
y Doña Matilde Pombo de Arboleda de Caloto, quienes en
1822 entregaron 71 reses para el abasto de tropas, las que
fueron evaluadas en $509.55
La situación de guerra hizo que las «donaciones» -en
realidad se trataba de contribuciones forzosas- no cesaran,
y aunque ellas no nos van a revelar más las actitudes de las
mujeres frente a este mecanismo financiero del Estado, sí
nos permiten ver cómo éstas lograron conservar sus haciendas después de la guerra. Así la contribución ordenada en
1822 nos permite identificar las propietarias de Caloto: María
Teresa Hurtado, Doña María Ignacia Arboleda, Doña María
Ignacia y Doña Bartola del Campo y Gabriela Pérez de
Valencia. Lo interesante es que esta vez el descontento que
tales imposiciones producía no fue expresado por las mujeres
como ocurría durante la guerra, sino por un hombre quien
se quejó acerca del estado de ruina en que se encontraban
las haciendas debido a «las contribuciones políticas, raciones,
donativos y destrozo por las tropas».56 Este ejemplo fue
seguido por otros propietarios que debían pagar la
contribución anual decretada por el Congreso, entre los que
se encontraba doña Matilde Pombo de Arboleda, quien el
mismo año se quejó de que las haciendas de su propiedad
«más bien... son gravosas que lucrativas».51
Igualmente, las contribuciones de 1827 nos muestran que
entre los 30 hacendados del Cantón de Caloto existía la
hacienda de «San José» de la Sra. Rafaela Valencia en Quilichao, la de «Pílamo» de Doña Bárbara Asprilla, «La
Dominga» de Doña Gabriela Valencia.58 Entre las 7 haciendas
del norte del valle del Cauca se encontraba la hacienda
ACC., sig. 1044 (Independencia, CI-15cp).
ACC., sig. 1358 (Independencia, CI-15cp).
56 ACC., sig. 1331 (Independencia CI-15cp).
57 ACC., sig. 1328 (Independencia, CI-15cp). En este documento
existen quejas similares de otros hacendados quienes también
mencionan la situación ruinosa de sus economías.
A . , ig.
(Independencia, I - ) .
54
55
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
«Miguel Sánchez» de propiedad de Micaela Salviejo y «La
Honda» de María Josefa Rentería, quien la había heredado
de su difunto esposo José Bermúdez;59 Se trataba, sin duda,
de hacendadas exitosas como lo muestran algunas de las
consignaciones de alcabalas, hechas por María Josefa Caycedo hacendada de Cali y las grandes contribuciones que se
cobraban.60
Por otra parte, el hecho de que estas propietarias fueran
en la mayoría de los casos «mujeres solas», las mostraba como
indefensas frente a funcionarios corruptos, lo que las obligaba
a recurrir a la ley. Es el caso de un «donativo» solicitado para
avituallar las tropas del general Manuel Valdés en 1820,
cuando la señora María Josefa Hurtado entregó $1.500 a
Manuel José Jironza quien estaba encargado de recoger el
dinero, pues éste sólo entregó $1.380 quedándose con el saldo,
el que sólo fue devuelto en 1826 cuando luego de la denuncia
de la señora se amenazó con embargar los bienes de Jironza.61
Las amenazas al patrimonio familiar no llegaban siempre
de funcionarios del Estado, pues en muchas ocasiones eran
los esposos los que se encargaban de dilapidarlo lo que
obligaba a las esposas a estar vigilantes, tal y como ocurrió
con María Joaquina Astaísa quien en 1827 debió demandar
a su marido Marcos Garzón por haber dispuesto de un ganado
que era de su propiedad.62 Otros peligros estaban representados en los administradores de las haciendas, quienes
pretendían aprovecharse de las viudas; así en 1820 doña Joaquina Valencia debió apoyarse en su yerno para demandar
la entrega de la hacienda «El Avispero» y para que los administradores Tomás Carvajal, José Antonio Armida y Joaquín
Pérez rindieran las cuentas de sus administraciones. Esta
hacienda le correspondía de la mortuoria de su marido.63
Ocurría con frecuencia que se presentaban «avivatos»
para realizar cobros por deudas inexistentes como el 2 de
59
60
61
62
63
ACC., Sig, 3980 (Independencia, CII-16a).
ACC., sig. 4615 (Independencia, CII-19a).
ACC., sig. 2319 (Independencia, CI-21h).
ACC., sig. 5525 (Independencia, JI-12cv).
ACC., sig. 5574 (Independencia, JI-12cv).
50 Alonso Valencia Llano
julio de 1827 cuando María Manuela Varona, viuda del Coronel Francisco José de Caldas -el «Sabio»- se vio obligada a
demandar a Manuel Esteban Arboleda, hijo de Antonio
Arboleda, quien le estaba cobrando $1.560 pesos a que alcanzaba una suma supuestamente prestada por Antonio al
"Sabio" para que comprara una imprenta; la viuda pudo
demostrar que este señor no había prestado el dinero en
mención y que por lo tanto el cobro era ilegal.64
Los patrimonios familiares no sólo eran amenazados por
estos «donativos», intentos de estafa y cobros ilegales, pues
sobre ellos gravitaban también la exigencia de entregar
esclavos para los ejércitos y, lo que era considerado más grave,
que algunos esclavos aprovechaban la confusa situación
política para huir, lo que obligaba a la contratación de «cazadores de esclavos» para que los cogieran y los regresaran a
sus amos. Esto fue precisamente lo que le ocurrió a María
Josefa Hurtado en 1826 cuando debió pagarle $25 a Juan
Domingo Sarria por traerle desde el Patía una negra huida.65
La complejidad de las dificultades por las que pasaba una
mujer jefe de hogar se puede ejemplificar en doña Josefa,
pues aparte de entregar «donativos» y de administrar esclavos que aprovechaban su condición de mujer sola para escaparse, debía explotar las minas del «Cayado» y «Agua Clara»,
cuya producción había entrado en crisis también como una
consecuencia de la independencia. Estas minas en 1825 produjeron solamente 58 pesos 7 reales, a lo que se agregaba el
impacto de las reformas sociales que desarrollaba la república
tales como la liberación de vientres, pues la señora se quejaba
de «la pérdida de los negritos manumitidos que han nacido
en el mismo año de 1825».66
La guerra no perjudicaba únicamente lo relacionado con
lo profano, pues de la difícil situación no se escapaban ni las
cosas divinas, en este caso «la lámpara del Señor Sacramentado» de la iglesia de Caloto que todavía en 1824 se mantenía
64
65
66
ACC., sig. 5317 (Independencia, JI-lOcv).
ACC., sig. 2745, (Independencia, CII-4h).
ACC., sig. 4950 (Indepndencia, CII-23b).
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
encendida gracias a una obra pía establecida desde el período
colonial. El administrador de esta obra había prestado $500
a Nicolasa Unda, quien se negó a pagar el principal y los
réditos, argumentando que los esclavos que respaldaban el
capital estaban de servicio en el ejército y que por lo tanto la
deuda debía cobrársele al Estado y que los réditos los pagaría
cuando se le estableciera el monto. Con este argumento la
Sra. Unda ganó la demanda.67
La situación era igualmente difícil para las mujeres
recogidas en los conventos, que también veían cómo la guerra
dificultaba su sostenimiento. En 1813 Mariana Benavidez,
«seglar recogida en el Convento de de Nuestra Señora de la
Encarnación» de Popayán demandó las testamentarias de
Gaspar García de Rodayega, quien le había quedado debiendo
la suma de $700 con cuyos réditos se sostenía. Los albaceas
se defendieron diciendo que el atraso en el pago de réditos y
entrega de capital se debía «a las bajas que había sufrido la
mina de Gelima en los mejores y más esforzados negros que
la trabajaban y al constante saqueo y robo de ganado de las
tierras de San Ignacio», en Caloto. Ante lo justo de la demanda se ordenó el embargo de los bienes de la testamentaria,
pero lo largo del proceso que se prolongó hasta 1826 hizo
que el fallo se produjera cuando ya la demandante había
muerto.68
No obstante algunos avances logrados por las condiciones
que imponía la guerra, se seguían manteniendo muchas restricciones que estaban sancionadas por la costumbre. Por
ejemplo, las mujeres tenían impedido el acceso a cualquier
cargo publico, pues se les consideraba «funcionarías ineptas».
Un caso de este tipo se presentó en 1822 con la Tesorería de
la Casa de la Moneda de Popayán que venía siendo desempeñada por el Conde de la Casa de Valencia don Pedro Felipe
de Valencia. A su muerte la heredad en el cargo recayó en su
hija Doña Teresa de Valencia, quien fue declarada «sustituto
inepto», por el sólo hecho de ser mujer, lo que llevó a que el
67
68
ACC., sig. 5243, (Independencia, JI-9cv).
ACC., sig, 5405 (Independencia, JI-llcv).
52 Alonso Valencia Llano
cargo pasara a manos de su hermano don Manuel María
Pérez de Valencia. No obstante la legalidad del asunto la
familia consideró afectados sus derechos, pues el administrador de la Casa de Moneda rebajó el sueldo a don Manuel
lo que obligó a que su hermana en calidad de heredera legal
del cargo y su madre doña Antonia Junco, condesa de la Casa
Valencia, demandaran ante el gobierno el respeto a su derecho, lo que lograron.69
También se mantenía la incapacidad de las mujeres casadas para establecer cualquier tipo de negocios sin el consentimiento del marido, argumento que intentó utilizar Francisco Miguel Ortiz, vecino de Pasto, en 1829 en una demanda
contra su esposa Rosa de Soberón por «el supuesto arriendo
que decía haber hecho de la cuadra de Santiago» a Lucas de
Soberón su hermano. El esposo exigía que se le entregara la
cuadra, pero la esposa se defendió con el argumento de que
ella debía sostener en Popayán el colegio de sus hijos sin el
apoyo de su marido. Ortiz sostuvo que la transacción era
nula porque una mujer casada «no podía hacer nada sin el
consentimiento de su marido». No obstante la legalidad de
lo pedido por el esposo, la sentencia fue fallada en favor de la
esposa por la corte superior atendiendo a que el marido había
abandonado sus obligaciones familiares.70
La falta del cumplimiento de obligaciones como la señalada aparece con cierta frecuencia en los juzgados donde las
mujeres reclamaban para que se obligara a los hombres a
cumplir con ellas. Así ocurrió con Ignacio Fernández , quien
fue obligado a pagar a su hermano Antonio Fernández la
alimentación de su esposa María Josefa Sánchez y de su hija,
a quienes había abandonado voluntariamente y de lo que su
hermano se había hecho cargo.71 En esto algunos maridos
llegaban a extremos inverosímiles como el ocurrido en 1831
cuando Baltazara Viteri entabló juicio contra su marido Benito Cicero, quien la echó de su casa y se negó a pasarle alimen69
70
71
ACC., sig., 6426 (Independencia, CIII-3f).
ACC., sig. 5356 (independencia, JI-lOcv).
ACC., sig. 5395 (Independencia, JI-10cv).| |
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
tos hasta que se recluyera en un convento. Ella se negó a
hacerlo y argumentó que no tenía por qué hacerlo debido a
que fue él quien la expulsó de la casa y que, además, ella
había entablado divorcio ante la curia por maltrato.72
Las guerras de independencia también consolidaron procesos que se venían dando desde finales del período colonial,
tales como las actividades comerciales en manos de mujeres.
Desde este punto de vista ya no se puede decir que la difícil
actividad comercial era ejercida principalmente por hombres
quienes debían enfrentar no sólo malos caminos sino también situaciones riesgosas como las que se presentaron por
la descomposición social que la guerra trajo que hizo peligrosos ciertos tramos de caminos, entre ellos los del Chocó y
Pasto. En estas actividades encontramos personas como
Doña Bárbara González y Luna en 1821 y a María Concepción Tobar en 1827, quienes pedían guías para introducir
mercancías. Aunque las guías se encuentran en medio de las
solicitudes hechas por varios hombres, y por lo tanto es difícil
establecer de dónde introducían las mercancías, ellas muestran cómo eran las mujeres caucanas la clientela propicia
para una amplia gama de productos extranjeros: rúan de
algodón, trajes de filoseda y muselina, carlancanes, medias
medias, tijeras, casimir, sarazas, muselina.73
La difícil vida de las heroínas:
el caso de doña Juana C amacho
El caso de doña Juana Camacho es uno de los más útiles
para observar cómo se construyeron las imágenes de las
heroínas en la historia del Valle del Cauca. El suroccidente
del país se caracterizó por la ausencia casi total de la participación de mujeres de élite en los procesos que llevaron a la
independencia; esto no es difícil de entender si se tiene en
cuenta que las mujeres de la élite en la Gobernación de PopaACC., sig. 5995 (Independencia, JII-2cv).
La gama de productos suntuarios dedicados a las mujeres de las
provincias del Cauca es mucho más ampliay puede consultarse en ACC.,
sig. 1120, Independencia, CI-7a); Sig 1248, (Independencia, CI-7a); Sig.
2793 (Independencia CII-2a).
72
73 .
54 Alonso Valencia Llano
yán habían gozado de privilegios en la participación social,
de los que no gozaron otras mujeres. Como ya se dijo ellas
participaron en muchas actividades que hicieron que su
participación social no se viera restringida a los recintos de
sus hogares. Sin embargo, a ellas no se les vio participando
en política, ni en acciones militares, y por lo mismo entre
ellas no se encuentra una heroína como las que si se encuentran para otros sitios de la Nueva Granada, o para otros sectores sociales de la región tales como las heroínas populares.
Hay, pues, heroínas en los sectores mestizos, pero no en
los de la élite. Sin embargo, las heroínas populares no son
conocidas, son absolutamente ignoradas, lo que sin duda
alguna implica una exclusión de clase. Este fue un problema
para la élite vallecaucana que creyó que debía construir
imágenes de mujeres que sirvieran de ejemplo para otras
mujeres, tal y como los héroes servían de ejemplo para los
hombres y como no había una participación femenina destacada se echó mano al ejemplo que podría dar una mujer, que
más que participar, había «sufrido» las consecuencias de las
guerras de independencia, se trata de doña Juana María
Camacho, la sufrida viuda del Alférez Real don Joaquín de
Caicedo y Cuero.
Doña Juana María nació en Cali en 1784 en el hogar de
José Benito Camacho y Ante y Marina Caicedo y Hurtado y
murió en Cali el 22 de junio de 1868.74 En 1805 se casó con el
Alférez Real de Cali don Joaquín de Caicedo y Cuero, quien
sería uno de los más destacados activistas de la independencia
de la Gobernación de Popayán, lo que lo llevó a ser fusilado
en Pasto el 26 de enero de 1813.75
Es justamente el hecho de ser viuda de un procer de la
independencia lo que hace que doña Juana pase a la historia,
74 José Ignacio Vérnaza afirma que la señora Camacho murió en
Cali el 22 de junio de 1849 «... en la más aflictiva pobreza». Ver
«Homenaje a la mujer...», p. 26.
75 Demetrio García Vásquez: «La esposa del protomártir Cayzedo y
Cuero», en Boletín de la Academia de Historia del Valle del Cauca, año
XXVI, Ns 113, Cali, diciembre de 1958, p. 531. Silva Holguín, ob. cit. p.
112.
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
lo que no deja de llamar la atención, puesto que no ocurrió lo
mismo con las otras miles de viudas existentes. Amanda Gómez, quien estudió las mujeres heroínas en Colombia, justifica el heroísmo de doña Juana diciendo que «fue hija del
sufrimiento, desde su infancia: perdió a su padre teniendo
corta edad y su madre fue entonces la formadora de su carácter
amable y caritativo para con los demás» y que «por mucho
tiempo estuvo ausente de su esposo, ignorando su destino
dentro de las actuaciones militares que la patria le imponía».
Además debió huir de la ciudad ante la persecución española
y sufrir la pérdida de sus bienes.76 La primera impresión
que una persona desprevenida se forma al mirar esa justificación, es que, guardadas proporciones, ocurre lo mismo que
criticó Lucía Ortiz en su trabajo sobre Manuelita Sáenz, a
quien se le señala: «Fue el hecho de haberse unido al Libertador lo que le dio un puesto en la historia a esta mujer, y por
eso muchos han dedicado sus páginas a indagar su pasado.»11
Al contrario que con Manuelita, quien era una mujer con
deseos, pasiones, odios y amores y, desde luego con un activismo político sin precedentes, la vida de doña Juana Camacho, no nos muestra el heroísmo militante de las mujeres
que se enfrentaron al yugo español, sino la valentía de una
mujer que debió enfrentar las difíciles condiciones de viuda
de un líder de la independencia y con hijos menores, una
situación nada envidiable dadas las difíciles condiciones del
período post-independentista. Su difícil vida como viuda se
inició en 1813 cuando las tropas de Juan Sámano invadieron
el Valle del Cauca lo que obligó a que doña Juana emigrara
hacia Medellín, donde permaneció hasta que el invasor salió
de la región. Pero a la invasión de Sámano siguieron las de
Warleta, Tolrá y Calzada. Warleta confiscó todos sus bienes
incluida su casa familiar y la hacienda de Cañasgordas que
fue convertida en cuartel para los soldados realistas quienes
la desmantelaron. Doña Juana no sólo debió sufrir la pérdida
de sus bienes, sino también la de la vida de sus familiares
76
77
Gómez, ob. cit., pp. 315-16.
Ortiz, ob, cit., pp. 88-89.
56 Alonso Valencia Llano
más cercanos, pues prácticamente todos se comprometieron
con la causa patriota.
La llegada de tropas patriotas al Valle y los intentos por
establecer un Estado republicano no trajeron ninguna tranquilidad a doña Juana, antes bien las medidas tomadas por
las autoridades afectaron de una manera radical sus exiguas
rentas. Un buen ejemplo de esto se tiene en un decreto expedido en Santa Fe, el 19 de junio de 1815, mediante el cual, se
obligaba a que todos los fondos piadosos que hubieran dejado
los testadores fueran consignados en las tesorerías del Estado
«para lograr por este medio al paso que algún subsidio a las
urgentes necesidades de la Patria, el cumplimiento y ejecución
de las últimas voluntades y beneficio y conveniencia de los
interesados en la aplicación de los réditos de que, o por la
indolencia o por la mala fe de los albaceas, se ven defraudados». Gracias a este decreto deberían ser consignados en
las tesorerías todos los capitales de capellanías, aniversarios,
patronatos y censos.
El decreto afectó directamente a doña Juana, pues se dio
cuenta que su difunto esposo había quedado debiendo 9.572
patacones a la testamentaria de don Cristóbal Cobo, y se le
conminaba para que los consignara en un plazo de tres días,
sin tener en cuenta que se encontraba cubriendo otros empréstitos forzosos. La cifra era de por sí escandalosa, pero más
escandaloso era el hecho de que la deuda había sido adquirida
para desarrollar las guerras de independencia y no para los
fines particulares del Dr. Cayzedo y Cuero. La negativa a
cancelar la deuda, que hiciera doña Juana habla por sí sola:
Que es imposible verificar la consignación del depósito
que se me pide en circunstancias de hallarme actualmente
satisfaciendo el empréstito forzoso del 3% de ganados, y del
uno de todos los bienes que dejó mi marido difunto y mi
suegro D. Manuel de Cayzedo, que por hallarse en un solo
cuerpo asciende su valor a una suma crecida, y por consiguiente resulta el pago que tengo que hacer en una cantidad
considerable. Los quebrantos de mi casa han sido mayores
que los de otros, no sólo por los muchos prejuicios que he
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
sufrido, y es público y notorio, sino también porque mi marido suplió de su propio peculio muchos pesos al estado [...]
Más no paran en esto solo mis quebrantos: actualmente
se me ha condenado por el Supremo Tribunal de Justicia a
la satisfacción de 1.300 pesos procedentes de unos novillos
que el citado mi marido suplió al C. Ignacio Polanco para la
primera expedición que siguió al mando del C. Antonio
Baraya. En este estado yo no puedo satisfacer el depósito
que se me manda consignar sin verme en la precisión de
vender mis bienes, tal vez a un precio ínfimo, por la mayor
dificultad que se experimenta en el día de efectuar y realizar
a dinero los bienes.78
Estos argumentos fueron reforzados con otro que se
refería al patriotismo de su familia: «El gobierno no puede
desatender de todas estas circunstancias y principalmente de
la de haber perdido mi marido en servicio de la Patria /..J»79
La contundencia de los argumentos no conmovió a los
funcionarios públicos, lo que obligó a que la señora demostrara que la mortuoria de su marido no debía la cantidad
señalada y que el Estado le estaba debiendo a ella cantidades
igualmente importantes, Un ajuste de cuentas permitió ver
que sólo debía $ 4.121, cuyo cobro siguió siendo tan perentorio que ella se negó a firmar la notificación del juzgado.
Para doña Juana, sometida a la arbitrariedad de los funcionarios públicos era evidente que se estaba cumpliendo la
famosa frase de su esposo: «Sálvese la Patria, aunque perezca
yo y mi familia».80
La consolidación de la independencia después de la batalla
de Boyacá no le trajo tranquilidad, pues el Valle fue nuevamente invadido en 1820 por las tropas del patriota venezolano Manuel Valdés, uno de los peores criminales que conformaron los ejércitos bolivarianos, quien convirtió la hacienda
78 «Juicio ejecutivo seguido contra Doña Juana Camacho», en Boletín
de la Academia de Historia del Valle del Cauca, año XIX, Ns 93, Cali,
agosto de 1952, p. 129.
79 Ibíd.
80 García, ob. cit., p. 531.
58 Alonso Valencia Llano
de Cañasgordas en cuartel y hospital. Sus abusos motivaron
la siguiente carta dirigida el 13 de agosto de 1821 al procer
Ignacio de Herrera:
Ya sabe Ud. los servicios que la familia ha hecho a la
República desde le principio de nuestra revolución: Sabe
también los sacrificios que hizo Joaquín hasta de su vida
por la justa causa: y por esto he sido yo y lo ha sido toda mi
familia el blanco de las iras de los enemigos de la Libertad,
que cuando ocuparon esta ciudad trataron de reducirnos al
último estado de miseria como en efecto lo consiguieron,
despojándonos de nuestros bienes, embargando nuestras
Haciendas, y oprimiéndonos con las contribuciones más
exorbitantes, sin que jamás hubiésemos conseguido aplacar
su crueldad e indignación. El teatro se ha mudado con la
expulsión de los españoles, pero no para nuestra casa y menos
para mí. A la entrada de las tropas de la República ofrecí
voluntariamente mi casa de habitación, que Ud. sabe es de
las mejores del lugar, y hasta hoy sirve de cuartel y enfermería. En las contribuciones he sido siempre la primera y
con exceso a las cantidades a todos los demás vecinos pudientes, como lo acreditaré con documentos. Todo esto lo he tolerado, porque deseo servir a mi Patria y anhelo por su libertad.
Pero, primo mío, se trata de perseguirme como a un enemigo.
No me había quedado otra esperanza para subsistir con mis
hijos, que el esqueleto de la hacienda, en donde se comenzaba
a hacer algunos reparos, no tanto para disfrutar de ella, cuánto para que se procediese a la división entre los herederos y
acreedores; pero hasta de esto se me despoja con la mayor
arbitrariedad y despotismo, y hoy tiene Ud. la hacienda de
Cañasgordas de enfermería con más de trescientos enfermos
que la ocupan. Me tiene Ud. pues en peor estado que cuando
me perseguían los españoles, sin casa en la ciudad, sin
hacienda, sin arbitrios para sustentar mis hijos, ultrajada y
a punto de perecer [...]81
81
Ibíd., pp. 523-24.
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
Para colmo de males, por esta misma época sus bienes
sufrieron una nueva acometida. Esta vez se trató de su propia
familia, pues la hacienda de Cañasgordas no era el patrimonio de su esposo sino el patrimonio familiar de su suegro,
que había recaído en el Alférez por efectos de un mayorazgo
que sobre las tierras se había establecido. Desde este punto
de vista la propiedad pertenecía tanto a sus cuñados como a
sus hijos. En tales circunstancias su prima hermana Gertrudis Caycedo, la demandó por $14.000 que le correspondían
por herencia de su padre, Manuel de Caycedo, y que estaban
representados en la hacienda.82
El fallo en su contra fue sólo el inicio de una serie de procesos que se prolongaron durante varios años. Así, el 17 de
agosto de 1827, doña Juana interpuso un recurso de apelación
ante la Corte Superior de Justicia del Cauca contra la sentencia dictada por Manuel José Caicedo, alcalde 1Q municipal
de Cali, sobre el secuestro de la hacienda «Cañasgordas» y el
embargo y depósito de sus productos. El recurso fue considerado ilegal y la señora debió pagar las costas del proceso83,
lo que la llevó a un nuevo intento el 18 de octubre de 1827
ante el mismo tribunal, que había reconocido los derechos
de Manuel José Caicedo y de sus hermanas María Josefa y
Gertrudis, lo mismo que a los hijos de su difunto hermano
Manuel Joaquín acerca de la partición de los bienes que
dejara Manuel Caicedo para la apertura del camino de Anchicayá a Buenaventura, cuya construcción había sido suspendida por la Municipalidad de Cali. El fallo de la corte
caucana no le favoreció pero una apelación hecha en Bogotá
le reconoció sus derechos.84
En adelante, con su patrimonio asegurado y superados
los conflictos que le había traído la participación de sus familiares en las luchas por la independencia, doña Juana pudo
enfrentar la difícil cotidianidad caucana de la primera mitad
del Siglo XIX, sin pensar que en el Siglo XX sería convertida
en heroína de la independencia.
82
83
84
ACC., sig. 5647, (Independencia, JI-13su).
ACC., sig. 5825 (Independencia, JI-14cv).
ACC., sig. 5315 (Independencia, JI-lOcv).
LA RECONSTRUCCION DE LA COTIDIANIDAD
CAUCANA
La cotidianidad de las élites
en las provincias del Cauca
Las guerras de independencia produjeron profundas
transformaciones en las familias caucanas. No se trata de
los desastres causados en la economía hacendataria o de la
disminución de los capitales invertidos en los esclavos o en
los entables de mina.85 Se trata del surgimiento de formas
de representación de la sociedad que eran enteramente nuevas y que obedecían a patrones más acordes con la modernidad europea, en particular con la inglesa que empezó a
tener una mayor influencia en la Gran Colombia y en especial
entre las familias de la elite caucana. Esa influencia llegó de
una manera acelerada a través de las propuestas educativas
del nuevo Estado, lo que se conjugó con la presencia de mercenarios ingleses y escoceses llegados con la Legión Británica
quienes intentaron reproducir sus costumbres, y principalmente porque algunas familias caucanas enviaron sus hijos
al extranjero para protegerlos de la oleada revolucionaria.
El contacto de estos individuos con los colonos ingleses en
Jamaica, o los viajes de algunos de ellos al viejo continente
permitieron que a Popayán llegaran costumbres que poco a
poco fueron incorporadas al bagaje cultural caucano decimonónico transformando lentamente la tradición cultural
española que había dominado en estos territorios por cerca
de trescientos años.
Pero ¿cómo explicar la transformación en una elite que
se ha caracterizado por ser una de las más tradicionales del
país? Quizás la respuesta sea mucho más simple de lo que se
piensa: Germán Colmenares encontró que durante la época
85 Zamira Díaz: «Guerra y Economía en las haciendas. Popayán,
1780-1830», en Sociedad y Economía en el Valle del Cauca, Cali,
Banco Popular /Universidad del Valle, 1983.
62 Alonso Valencia Llano
colonial, las elites de la Gobernación de Popayán eran extremadamente proclives a establecer alianzas matrimoniales
con europeos,86 confirmando una de las características generales del carácter de los colonos americanos que habían señalado Jorge Juan y Antonio de Ulloa desde el Siglo XVIII.87
Un ejemplo de que esta práctica continuó durante el Siglo
XIX se tiene en el matrimonio que se estableció entre el
médico inglés Jorge Wallis y Baltasara Caldas, hermana del
"sabio" Francisco José.88 Lo extraño del caso es que Wallis
era un médico militar sin mayor fortuna,89 quien en compañía del "sabio" había llegado a Popayán como un preso del
Estado colonial. Su matrimonio, según el relato del embajador inglés John E Hamilton,90 no se trató de una «alianza», sino de un acto de amor, lo que indica que algo estaba
cambiando si se tiene en cuenta que el amor no era el sentimiento que regía las relaciones formales entre un hombre y
una mujer de la elite, o que, por lo menos, no era lo fundamental en los matrimonios donde parecían decidir otro tipo de
intereses. Desde luego el hecho de ser extranjero, así fuera
sin fortuna, le abrió a Wallis las puertas en una sociedad
cerrada en extremo.91
La presencia de un inglés en la tradicional ciudad de Popayán ayudó a que las costumbres cambiaran, pero de mucho
más peso en esta transformación fueron los viajes al extran86 Germán Colmenares: «Cali: terratenientes, mineros y comerciantes. Siglo XVIII», en Sociedad y Economía en el Valle del Cauca,
Cali, Banco Popular/Universidad del Valle, 1983.
87 Jorge Juan y Antonio de Ulloa: Noticias secretas de América,
parte II, Madrid, ed. Turner, 1982, pp. 417 y ss.
88 Véase Gustavo Arboleda: Diccionario Biográfico y Genealógico
del Antiguo Departamento del Cauca, Bogotá, Biblioteca Horizontes,
1962, p. 82.
89 John Potter Hamilton: Viajes por el interior de las Provincias de
Colombia, Bogotá, Banco de la República, 1993, pp. 228 y ss. En esta
obra el apellido de Wallis es escrito como Wallace.
90 Ibíd., p. 230.
91 William Lofstrom: La vida íntima de Tomás Cipriano de Mosquera
(1798-1830), Bogotá, Banco de la República / El Ancora, 1996, capítulo
I.
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
jero realizados por los habitantes de Popayán. Esto fue
descrito por Hamilton en 1824:
El sábado 10 de octubre fuimos a comer a casa del señor
J[oaquín] Mosquera, donde tuvimos ocasión de alternar con
el Obispo y la plana mayor de la sociedad popayaneja. En el
suntuoso banquete, el señor Mosquera y su esposa ocuparon
los extremos de la mesa a estilo inglés. Nuestro huésped había
residido en Inglaterra por algunos meses y profesaba grande
estima a los ingleses, cuyas costumbres trataba de imitar en
todo lo posible.92
La influencia extranjera que se dejaba sentir en las costumbres no transformó una realidad social que se mantuvo
por muchos años escindida entre la aristocracia nobiliaria,
de la tierra y la burocracia eclesiástica y civil por una parte,
y los tenderos y pulperos por otra, mientras que los indios y
los esclavos no eran socialmente considerados.93 Se trataba
de una sociedad en la cual los hombres de la elite dominaban
en la práctica todos los espacios de la cotidianidad pública,
para lo cual habían recibido una esmerada educación. Pero
lo curioso es que sin lograr una participación avanzada en el
aparato educativo, las mujeres de la elite también mostraban
una educación esmerada,94 como es el caso de doña María
Josefa Mosquera y Hurtado, esposa de don Joaquín Mosquera, quien aparte de ser «bella dama, rica heredera y perso92 Hamilton, ob. cit., p. 232. Esta escena se repitió casi igual cuando
visitó la casa de Tomás Cipriano, el hermano menor de Joaquín. Ver p.
250.
93 Ibíd., p. 234.
94 Esto no deja de llamar la atención si se tiene en cuenta que
Boussingault encontró que la única educación que recibían las mujeres
sudamericanas que él conoció era la lectura y la escritura a lo que
agregaba: «Las damas suramericanas, gracias a la vivacidad y a sus
perfecciones naturales, son a pesar de eso mujeres agradables, pero
absolutamente privadas de instrucción. En mi época no leían jamás, ni
siquiera malos libros, aun cuando, sin duda, existían muchas excepciones.» Jean Baptiste Boussingault: Memorias, tomo 2, Bogotá,
Colcultura, 1985., p. 39.
64 Alonso Valencia Llano
na de gran ilustración», poseía una biblioteca y «dedicaba a
la lectura gran parte de su tiempo».95 Esta no era la única
formación que recibían las mujeres: su preparación para llevar ordenadamente el hogar se dejaba sentir en las actividades cotidianas y eran tan destacadas que en ocasiones especiales los invitados no dejaban de señalarla.96
Se trataba sin duda de mujeres hacendosas, -»aquel demonio hacendoso de mi mujer» decía Jorge Wallis-, dedicadas
al hogar doméstico. Otras eran destinadas al convento donde
demostraban iguales habilidades, pues las monjas de Popayán eran famosas por elaborar gran variedad de animalitos
con frutos de estoraque o flores artificiales con pequeñas conchas y muselina.97 La mayoría de estas monjas eran también representantes de la elite cuyas familias tenían la capacidad de garantizarles su congrua sustentación; por ejemplo,
la abadesa del convento del Carmen en 1824, «una mujer de
grandes méritos», pertenecía a una de las más importantes
familias de Cali, y en el convento de la Encarnación se encontraba recluida María Nicolasa una hermana del "Sabio"
Caldas.98 No sobra mencionar que en este colegio se educaban las hijas de las principales familias de Popayán y que
dicha educación no debía ser de bajo nivel si se tiene en
cuenta, por ejemplo, que una monja como la hermana del
sabio Caldas escribió y dirigió la representación de una obra
de teatro sobre el enfrentamiento entre moros y cristianos.99
En lo que respecta a los controles sociales, es bien poco lo
que se puede decir. Jean Baptiste Boussingault, un francés
que estuvo en el Cauca en 1826, menciona que la esposa de
un señor Várela se permitía con él ciertas «familiaridades
comprometedoras», pero lo que más insiste en mostrar es la
forma en que se transgredían las barreras sociales en lo que
a relaciones sexuales se refiere. En este aspecto su principal
95
96
97
98
99
Lofstrom, ob. cit. p. 56; Hamilton, ob. cit., p. 232.
Hamilton, ob. cit., pp. 235-236.
Ibíd., p. 234.
Arboleda, ob. cit., p. 82; Hamilton, ob. cit., p. 261, 266.
Hamilton, ob. cit., pp. 273 y 4.
Mujeres Caucanas y Sociedad Republicana
referencia es a las llamadas «ñapangas», que son descritas
con cierto deje de moralismo:
Las ñapangas son mujeres blancas, de costumbres ligeras,
que se visten elegantemente, pero sin zapatos, y que usan
anillos algunas veces de gran valor, en los dedos de los pies.
Estas mujeres, muy bonitas en general, se apresuran a visitar
a los extranjeros desde que llegan a Popayán [...] 100
Por su parte, Hamilton hace una bonita descripción de
los vestidos de estas mujeres:
El traje de las mujeres de la clase media, confeccionado
con buen gusto, ostenta vistoso colorido. Consiste generalmente en una falda roja con orlas bordadas, corpiño blanco
guarnecido de cinta y faralás y ciñen la cintura con una banda
de algodón tejida en varios colores, El cabello lo llevan trenzado a veces, ensortijado en ocasiones y siempre adornado
con flores artificiales.101
Las relaciones de los viajeros con las ñapangas fueron un
poco extrañas. Por ejemplo, Boussingault dice que alguna
vez recibió «la visita de una ñapanga célebre por su belleza y
por su inmoralidad, a quien llamaban «Bayonetica». Según
él trabajaba con su madre, otra ñapanga todavía joven, llamada «Bayoneta», quien quería que le prestara alguna suma
de dinero. A pesar de que este viajero pretende calificar moralmente el comportamiento de las ñapangas, como licencioso, lo cierto es que él no vivió en Popayán las experiencias
sexuales que tanto le gustaba describir y que permiten ver
cierta liberalidad en los comportamientos sexuales de las
mujeres caucanas de la época. También nos relata otro tipo
de relaciones que hablan de una cotidianidad muy diferente
a la que la rigidez postcolonial permitiría pensar: se trata de
las relaciones entre los señores de la elite y las ñapangas:
Boussingault, ob. cit., p. 279.
Hamilton, ob. cit., p. 2.
100
66 Alonso Valencia Llano
muchos hombres casados tienen una amante a quien
suministran un negocio para asegurar su subsistencia. La
esposa legítima queda abandonada, secuestrada como una
mujer oriental. Así descubrí, por casualidad, la niña de la
casa de la familia Várela, a quien se mantenía escondida a
todos los ojos, muy bonita por cierto, y cuyo marido vivía
con una ñapanga que atendía una pulpería. El secretario del
obispo tenía también una mujer con negocio: iba a visitarla
por la noche para fumar allí un cigarro.102
Hamilton tuvo, el 23 de octubre de 1824, una experiencia
más directa con este tipo de relaciones, lo que le permitió
observar cómo se cruzaban las barreras sociales en la excluyente sociedad de Popayán:
Cuando ya llevábamos un mes de residencia en Popayán,
volviendo a casa de mi paseo matinal una mañana, me detuvo
un caballero de cierta edad para preguntarme si yo era el
coronel Hamilton. Al contestarle que sí me pidió que le
concediera una entrevista de cortos minutos para tratarme
un punto de importancia; conduje al caballero a la sala en el
segundo piso, donde me informó, con expresión muy seria,
que Mr. Cade se había propasado en atenciones con una bella
pulpera o tendera que vivía a corta distancia de nosotros. Le
contesté que yo jamás me inmiscuía en asuntos de galantería,
pero él replicó que la chica era casada y que el marido, quien
había ido a vender conservas a Cali y a Buga, en el Valle del
Cauca, la había confiado a su cuidado mientras se hallase
ausente. Por tal razón esperaba que yo prohibiera a Mr. Cade
continuar con su galantería. Pocos días después observé, al
pasar, que la pulperita había mudado de aires con toda su
mercancía y con gran sorpresa pude cerciorarme más tarde
1 0 2 Boussingault,
ob. cit., p. 299. La idea de las ñapangas como hijas
bastardas de los blancos, es recogida en la literatura caucana. Para
una idea clara de este tipo de imágenes puede verse la obra de Simón
Miranda: «Yolima la linda ñapanga» en Bibliotecas y libros, año II, vol.
15, Cali, agosto de 1938, pp. 41-46.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana
que la chica no era casada sino la querida del viejo comerciante, lo que explicaba claramente los motivos de su gran
ansiedad.
Era la tenderita en referencia la moza más guapa de su
clase en Popayán; tenía hermosos ojos negros y brillantes y
una dentadura de blanco marfilíneo que demostraba que su
dueña carecía del hábito de fumar, tan común entre las gentes
de su oficio.103
Desde luego, estas costumbres no eran comunes en toda
la región. En el Valle del Cauca las cosas eran bastante diferentes. Sin las pretensiones nobiliarias de la élite de Popayán, sin sus oportunidades burocráticas y educativas y sin
sus ingresos económicos, las élites de las otras ciudades de
las provincias caucanas tenían comportamientos sociales
bastante diferentes y, desde luego, muy diferentes eran los
comportamientos de las mujeres en esos lugares a donde
todavía no habían entrado las modas inglesas que estaban
afectando a Popayán. Las mujeres de Buga, por ejemplo, no
parecían gozar de las oportunidades educativas de sus similares de Popayán, como lo muestra el que tuvieran dificultad para iniciar una conversación, lo que sólo lograban después de haber ingerido algunas copas de licor: «[...] una o
dos copas de champaña transformaban la frígida rubia en
jovial y parlanchína compañera». Esto quizás explique que
a las mujeres solteras de esta ciudad se les excluyera de las
reuniones públicas importantes: «[...] la etiqueta prohibe en
este lugar, a las señoritas, sentarse en la mesa en ocasiones
solemnes con los hombres.» De lo que no queda duda alguna
era que se trataba de mujeres «agraciadas y vivarachas» y
que los hombres corrían el peligro «de la hechicera sonrisa y
los ojos chispeantes de algunas beldades de la atractiva villa.
Las mujeres son por lo general de talla pequeña, bien
formadas, de facciones regulares y bellos ojos negros, aunque
de tez morena comparada con las de Bogotá o Popayán.» Pero
si estaban excluidas de las serias reuniones de los señores de
103
Hamilton, ob. cit., p. 2.
Alonso Valencia Llano
la ciudad, no ocurría lo mismo con los bailes, pues mostraban
ser expertas bailarinas de valses y danzas españolas.104
Desde luego, el clima cálido del valle permitía aquí costumbres que no eran posibles en otros lugares más fríos y que
podrían explicar, además del mestizaje, el color moreno de
la piel, pues durante el verano las damas de la alta sociedad
salían a bañarse al río, en una hora impensable para hoy:
entre las cinco y las seis de la mañana, lo que constituía un
comportamiento normal en una región donde el baño era
considerado como preservador de la salud.105
A pesar de su bajo nivel educativo, las mujeres de Buga
eran tan hacendosas como las de Popayán y expertas en la
realización de manualidades: como capoticas hechas de paja
entretejidas con cintillos de seda, adornos de flores artificiales, etc. Como esposas, llamaban la atención por ser muy
prolíficas, como se puede ver en el caso de tres señoras que
habían traído al mundo cincuenta hijos y que una sola de
ellas había tenido 24. 106
En Cartago se vuelve a notar la proclividad a establecer
alianzas matrimoniales con extranjeros. Es el caso de Gabriel
de la Roche casado con una dama de la ciudad, quien al
parecer de Hamilton era una «bonita mujer todavía, no
obstante haber tenido numerosa prole. Diez de sus hijos vivían
aún con ellos.»107 Dice Boussingault: "La señora de la Roche,
cuando la conocí, era todavía una belleza, aun cuando ya era
madre de 5 o 6 niños, pero carecía de la más elemental
educación. Yo dudo, inclusive, de que supiera leer y se pasaba
la vida confeccionando cigarros."108 Esta descripción es
bastante curiosa, pues parece reflejar un hecho cultural
importante: entre más alejada esté una ciudad de la antigua
capital de las provincias caucanas, la ciudad de Popayán, sus
mujeres son más incultas. Daría la impresión de que sólo los
sectores más dominantes de la elite lograron entender la
104
105
106
107
108
Véase Ibíd., pp. 308 y 9, 315.
Ibíd., p. 310.
Ibíd, pp. 313-4.
Ibíd, p. 327.
Boussingault, Ob. cit, p. 163.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana
importancia de que las mujeres estudiaran, aunque la utilidad de su educación sólo se reflejara en el espacio doméstico.
Esto no deja de ser curioso en una ciudad como Cartago, que
se caracterizó por ser siempre un centro comercial importante desde donde se distribuían mercancías a diferentes
sitios de la región, lo que la convertiría en una ciudad con
una sociedad más abierta; las descripciones que de ella se
tienen la muestran, por el contrario, como un sitio solitario
y muy atrasado, lo que se reflejaba también en las relaciones
familiares y en las costumbres cotidianas:
La señora [de la Roche] y sus hijos andaban descalzos;
no se usaban las medias sino para ir a la iglesia, seguidos de
un esclavo que llevaba un tapete para sentarse a la manera
oriental. Las señoras llevaban, todo el día, flores en sus magníficas cabelleras. El marido comía solo en la mesa, servido
por un niño. El resto de la familia tomaba sus alimentos en
la cocina, en el suelo, cerca del fogón. En cuanto a la alimentación, era la misma que yo tenía en la selva: tasajo, bananos,
tortillas de maíz y chocolate y agua clara para beber, la cual
se obtenía en el río de La Vieja que baja de los nevados del
Tolima.109
Ambos viajeros muestran a las familias del Valle en un
atraso explicable por las condiciones de la época. Así, Hamilton observó cómo las guerras de independencia habían
afectado a las familias de la elite, lo que se reflejaba en la
disminución de las fortunas y en el aumento de las madres
solteras;110 mientras que Boussingault se refirió a las costumbres de las jóvenes de Cartago, quienes gozaban de cierta
libertad en sus relaciones con los hombres.111 También coincidieron en que las mujeres del Valle tenían una especial predisposición para el baile, con lo que se confirma que gozaban de
mucha mayor libertad que las jóvenes de Popayán:
109
110
111
Ibíd., p. 164.
Hamilton, ob. cit., p. 331.
Boussingault, ob. cit., pp. 164-165.
0 Alonso Valencia Llano
Las señoritas del Valle del Cauca son excelentes bailarinas, como lo son las damas españolas. Hay que verlas,
dentro de un vestido liviano, con su talle esbelto sin que esté
aprisionado por un corsé, bailando un bolero, un fandango,
un molé-molé, sin otra música que la de un negro que agita
su alfandoque, un tubo de bambú que contiene piedritas,
improvisando al mismo tiempo canciones, algunas veces
eróticas o historietas escandalosas; para refrescarse, ron, del
que rara vez se abusa. No es fácil describir la animación de
las bailarinas, ni la vivacidad de las jóvenes en estas reuniones
nocturnas: es algo así como una embriaguez.112
Pero esta libertad era contenida por las barreras sociales,
tal y como lo relata Hamilton, quien tuvo oportunidad de
observar aspectos sentimentales como la pena que afectaba
a una joven por un amor imposible:
Acabando de comer la esposa del señor Rodríguez me
preguntó si yo entendía de medicina, pues su hija mayor se
había sentido mal durante todo el año y sabría agradecerme
si encontraba algún remedio que aplicarle [...] la enfermedad
de la pobre chica resultó ser despecho amoroso. Se había
enamorado perdidamente de cierto oficial de la guarnición
colombiana acantonada en Cartago, pero su padre, el juez
político, que era hombre rico se opuso a su enlace con un
simple soldado sin porvenir.113
Hay, desde luego, un tipo de cotidianidad hogareña que
nos habla del papel formativo de las madres; esto, que pasó
desapercibido para muchos viajeros, es relatado en algunas
memorias. Una de ellas es la del escritor y periodista Eustaquio Palacios cuando nos habla de las diferencias que se
presentaban entre su padre y su madre. Su padre era:
Muy grave en su porte y en su conducta, jamás se reía
112
113
Ibíd, p. 165.
Hamilton, ob. cit, pp. 333-4.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1
con sus hijos, si no era con los pequeñitos; nos mandaba casi
con el gesto, y nosotros volábamos, tal era el respeto que le
teníamos. No he conocido un hombre más rígido en la educación de su familia. Todo el día debíamos estar todos sus hijos
en la casa, y ninguno salía sin diligencia, y esto sin demorarse
en la calle.
[En contraste] Mi madre es un ángel de bondad. Es difícil
hallar una mujer de un carácter más suave, más dulce,
paciente y humilde. Es muy laboriosa, sumamente caritativa.
Trata a sus hijos con santo esmero y amor, que la amamos
entrañablemente. [...] Todas las noches, después de cenar, lo
que sucedía siempre al anochecer, nos sentaba a su lado, y
esto si había luna, era en la puerta de la calle, como se
acostumbra en los pueblos pequeños, y allí nos enseñaba la
doctrina cristiana, por partes, y una infinidad de oraciones,
y entre estas una al ángel de la Guarda. Los domingos
después de almorzar, nos ponía ropa limpia, y nos enviaba a
la misa del cura, a las nueve del día, que por lo regular era la
única que había. Los sábados por la tarde nos enviaba a la
salve.114
La cotidianidad en las zonas de frontera
Cartago era la entrada a los distritos mineros del norte.
En esta zona las condiciones de existencia no habían cambiado mucho con la independencia y creación de la república.
Así Boussingault nos dibuja un mundo al que no parecen
afectarlo los cambios que estaban ocurriendo en la sociedad.
Por ejemplo en Supía, donde él desarrollaba sus actividades
mineras, encontró que uno de los más ricos propietarios, don
Francisco de Lemos, había heredado su fortuna de doña
Josefa, una tía suya. Don Francisco era un hombre soltero
cuya única familia eran "una muy bonita muchacha y un
arrogante muchacho, frutos de los amores de doña Moreno,
con un equilibrista de los que rara vez aparecen por las
ciudades y más aún en los pueblos de América del Sur y
1 1 4 Raúl Silva Holguín: Eustaquio Palacios. De su vida y de su obra,
Cali, Imprenta Departamental, 1972, pp. 25 y 26.
Alonso Valencia Llano
quienes por sus piruetas, sus mallas y sus lentejuelas, hacen
perder la cabeza a las más grandes damas,115 El repetido
desliz de la señora, que permitiría pensar en una cierta liberalidad en las costumbres sexuales, no permite ocultar que
aún se imponían ciertas normas legales que impedían que
los hijos ilegítimos heredaran, pues en este caso se prefirió
al sobrino legítimo.
Lo anterior no deja de llamar la atención, pues se trataba
de una zona de frontera donde las convenciones sociales no
eran tan rígidas, lo que indica que el dominio de la sociedad
colonial no fue tan fuerte como en los lugares centrales. Un
ejemplo se tiene en lo sucedido en Opirama donde una india
que ayudó a que el viajero francés se librara del barro, llamó
a su esposo solamente para que contemplara la blanca piel
desnuda del europeo, sin que sintieran ninguna vergüenza
por el cuerpo. Podría argumentarse que esto era propio de
las culturas indígenas, pero no fue diferente lo que ocurrió
en el Real de Minas de Aguas Claras en el Chocó, donde al
desembarcar Boussingault se encontraba totalmente desnudo, por lo que debió entrar a vestirse a una de las viviendas
donde en «estado de completa desnudez», se encontró en
presencia de tres damas, «sentadas en un canapé, ocupadas
en labores de aguja», quienes «estaban vestidas con elegancia
y [con] mangas abullonadas». A las señoras no sorprendió la
desnudez del extranjero ya que estaban acostumbradas a
ver a los negros y negras desnudas. La indiferencia de las
mujeres por la desnudez masculina fue constatada en otra
ocasión cuando se vio prácticamente desnudo frente a una
mujer joven; su incomodidad ante la imposibilidad de cubrir
su cuerpo llevó a que la señora le dijera: «¡Oh!, eso no tiene
importancia, no se preocupe, yo veo de lo mismo todo el día,
solamente que son negros.»116
La falta de control social, llevó a que algunas mujeres se
vieran implicadas en actos de criminalidad; así en Cartago,
la esclava cocinera de un señor Durán, intentó asesinarlo
115
116
Boussingault, ob. cit, p. 108.
Ibíd, pp. 174, 207, 208.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana
dándole solimán, por lo que su amo «hizo aplicar 25 fuetazos
sobre las grandes nalgas de la negra y todo terminó».
Igualmente, en Quibdó conoció a una mujer «admirablemente bella» condenada a muerte porque para librarse de su
marido «un viejo feo y celoso, le plantó una flecha envenenada
en la espalda: Nada más.» El otro delito que se menciona es
el robo de oro de las minas: «en el cabello de su cabeza y
también en el de otras partes de las negras lavadoras».111
En lo que parece hacer existido mayor tolerancia es en
las relaciones sexuales. Boussingault tuvo la rara propensión
a contar sus «hazañas" y cuenta que una negra utilizó el
pretexto de venderle oro para relacionarse sexualmente con
él. Esta liberalidad tenía visos de tolerancia que llevaban a
que los curas de la zona vivieran maritalmente con mujeres
e, incluso, que tuvieran hijos que eran socialmente aceptados.
También esta tolerancia llevaba en ocasiones a comentarios
socarrones como el que le hiciera una maicera de nombre
Manuelita, mientras observaba la faena del burro del Padre
Bonafont con una yegua: «¡Ah, si nuestros maridos tuvieran
ese ímpetu!».118
La conflictiva cotidianidad del medio siglo
Para un político republicano de la época, la cotidianidad
pintada en las páginas anteriores era evidente signo de atraso
necesario de superar. Hubo, desde luego, grandes esfuerzos
por avanzar por el camino de la civilización que se hicieron
desde los primeros gobiernos republicanos en especial durante los desempañados por el General Francisco de Paula Santander, quien se esforzó por lograr adelantos sociales de consideración para los habitantes de la naciente república. Los
esfuerzos se encaminaron a lograr reformas sociales que mitigaran ciertas condiciones sociojurídicas de algunos granadinos, como los esclavos por ejemplo, para quienes se dictaron
algunas leyes protectoras y de manumisión. Para los mestizos
-la inmensa mayoría de los habitantes- también se dictaron
117
118
Ibíd., pp. 167, 192, 213.
Ibíd., pp. 125, 176, 234, 237.
Alonso Valencia Llano
medidas que se orientaron a mejorar sus condiciones normales de existencia. Para ello se buscó mejorar y ampliar el
aparato educativo y se eliminaron algunas reglas sociales
excluyentes de carácter colonial que se basaban en la limpieza
de sangre, por lo que se prohibió la mención de las características raciales en los documentos públicos. Desde luego, se
trató de leyes generales que de alguna manera contemplaban
la situación específica de las mujeres.119
En esta campaña de «modernización», no fueron solamente las leyes las que jugaron un papel protagónico; también la
prensa fue muy importante. Por ejemplo El Constitucional
del Cauca inició algunas campañas tendientes a lograr mejores comportamientos en los hombres y mujeres caucanas.
Una de estas se orientó a combatir la embriaguez: "La embriaguez, esta pasión desagradable y funesta, se está generalizando extraordinariamente entre nosotros y ejerce su
maligno influjo hasta en el bello sexo y en los ministros del
santuario». Este mal era bastante perjudicial en los hombres,
pero se consideraba peor en las mujeres: «Si esta pasión, debe
causar horror y confusión a los hombres, cuanto más debería
obrar entre las mujeres que por las circunstancias peculiares
de su sexo, se exponen a mayores males, y pierden los respetos
que se le tributan.»120
Otra de las campañas que merecieron la atención del
periódico fue la de la educación femenina cuya necesidad se
había hecho tan evidente que llevó a que se creara una «Comisión de Señoras de la Sociedad» encargada de realizar campañas para desarrollar este campo. Esta comisión fue considerada por el Constitucional como un hecho sobresaliente:
«Quizás es entre nosotros el primer ejemplo de una reunión
de señoras, que venciendo la timidez de su sexo y educación,
se ocupa de objetos del bien público, los discute en calma, y
guiada del buen sentido, resuelve lo más provechoso a la
educación de las niñas, que se propone supervijilar.» Las laboSobre este tipo de medidas consúltese a Bushnell: ob. cit.
El Constitucional del Cauca, # 104, Popayán, sábado 5 de julio
de 1834, s. p.
119
120
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana
res de esta sociedad se orientaron a la recolección de fondos
para la construcción de una escuela de niñas en Popayán,
pero se les presentó la tremenda dificultad de encontrar «una
directora que pueda presidir la educación de las niñas con la
inteligencia que demanda el estado actual de la sociedad,
porque aunque no faltan algunas personas bastante instruidas y capaces, no las es fácil tomar sobre sí una ocupación de
esta clase»}21 Aunque no tenemos los datos de las mujeres
que tomaron parte en la mencionada sociedad, el mismo
periódico, publicado poco después como El Constitucional
de Popayán, hablaba de la constitución de una «Junta Curadora de la educación de niñas» de acuerdo a un decreto expedido el 3 de octubre de 1826 -diez años antes-, lo que nos
hace pensar en las enormes dificultades para que se aplicaran
las leyes que favorecían la educación de las niñas. Dicha junta
estaba conformada por María Josefa Hurtado y Arboleda,
Juana Rivera, Martina Caldas, Margarita Espinosa, Gertrudis Cajiao, Javiera Moure, Ramona Villota, Rafaela Grijalva,
M. Manuela Mosquera.
El periódico también intentó concientizar a los caucanos
de los perjuicios de la vagancia de la cual se derivaba «[...] la
infidelidad de las esposas, la corrupción de las hijas, la
vagancia de los hijos y su total ruina.»122 Pero también realizó
una campaña que iba en contra de las mujeres del pueblo
que se dedicaban al oficio de la pulpería, una rama de comercio en la que habían demostrado ser más hábiles que los
hombres.123
Como se puede ver, no son muchas las medidas y campañas
en favor de las mujeres, aunque de todas maneras se intentó
hacer que ciertas leyes se cumplieran a pesar de la angustiosa
situación de la tesorería; entre estas hay algunas que no dejan
de causar curiosidad. Por ejemplo, el gobernador de la Provincia de Popayán en 1837, don Manuel María Mosquera y ArboEl Constitucional del Cauca, #13, 24 de enero de 1835, p. 3.
El Constitucional de Popayán, # 174, Popayán 11 de junio de
1836, pp. 2-3.
Ibíd, p. .
121
122
Alonso Valencia Llano
leda, en su informe a la Cámara Provincial se quejaba de las
dificultades económicas por las que pasaba la Obra Pía impuesta por el Marqués de San Miguel, don Baltazar Pérez de
Vivero, a principios del Siglo XVIII y que tenía como finalidad
dar dotes de 2.000 pesos a las mujeres pobres que entraran
como monjas al convento del Carmen, pero también otorgaba
dotes de 400 pesos para «doncellas pobres que quisieran
casarse». Para esto se contaba con un capital astronómico para
la época: 20.000 pesos que deberían ponerse a censo y de cuyos
réditos se sacarían las dotes mencionadas.124 Menciona el
gobernador otra obra pía la de «pobres vergonzantes» establecida durante la colonia por los doctores José y Matías Prieto
de Tobar, con un capital superior a los 46.000 pesos de cuyos
réditos se deberían repartir ciertas limosnas entre los pobres,
muchos de ellos mujeres. La realidad era que la difícil situación
económica por la que pasaban las Provincias del Cauca tenía
prácticamente extinguidos los capitales mencionados, por lo
que se debería dar un urgente cambio de destinación a dichos
recursos. Consideraba el Gobernador que esto era sumamente
grave ya que los fundadores:
[...] tuvieron en mira socorrer a la pobreza y proporcionar
un refugio a la honestidad de las doncellas desvalidas; objetos
que se conseguirían convirtiendo el destino de los fondos a
la educación de las niñas, la cual remedia la pobreza del
espíritu que es la ignorancia; previene la indigencia que nace
ordinariamente del abandono; y fomenta la honestidad y la
virtud.125
Sin duda el cambio de aplicación de los réditos de estas
dos obras pías y su destino a la educación dio sus resultados,
pero en lo inmediato los cambios no fueron muchos. La explicación se tiene en el hecho de que se estaba dando una fuerte
Manuel María Mosquera y Arboleda: Cuadro que presenta el
gobernador de Popayán a la Cámara Provincial en sus sesiones de 1837,
Popayán, Imprenta de la Universidad, 1837.
Ibíd., p. 1.
124
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana
confrontación entre los partidarios de la tradición y los abanderados de la liberalización de las costumbres. Este proceso
venía desde la independencia cuando la participación en los
ejércitos permitió el ascenso social de sectores excluidos durante la época colonial, y se aceleró cuando la misma participación en los ejércitos permitió la manumisión de muchos
esclavos y la expedición de leyes como la de libertad de vientres (1821) que permitían la libertad de los niños nacidos
esclavos. Aunque la situación era beneficiosa en general para
toda la población de excluidos y desheredados de la fortuna,
no ocurría lo mismo con las mujeres esclavas, para quienes
las condiciones jurídicas de su esclavitud no variaron mucho.
Les quedaba, desde luego, el recurso de la manumisión voluntaria, que existía desde la época colonial y consistía en que
los esclavos pagaban a sus amos su valor para pasar a gozar
de su libertad. Con un criterio meramente anecdótico, queremos rescatar una observación hecha por Hamilton respecto
a la manumisión de un par de mujeres esclavas en nuestra
zona de estudio: "Dos o tres de estas negras pidieron a Mr.
Cade que las comprara a sus amos: otras dijeron que pensaban
comprar su libertad al precio fijado por el Congreso, para
luego venderse otra vez, operación que les reportaba una
ganancia de cien pesos."126
Además de este tipo de «negocio», se presentó un tipo de
manumisión que no deja de llamar la atención acerca de la
«dignidad', si así puede llamarse, de alguna negra esclava
que era administrada por el tantas veces citado Boussingault:
[...] cuando se decidió mi salida una vieja negra de nombre
Juana me contó que quería comprar su libertad; era la esclava
de una congregación y pasaba su vida sentada en una silla;
la mantenían bien sin pedirle ningún trabajo; me pidió que
la evaluara de acuerdo con la ley de manumisión que permitía
recomprarse a todo esclavo; la evalué en 5 piastras, pero le
aconsejé permanecer en donde estaba, pues era libre de
hecho, pero la vieja no quiso aceptar, Después de haber puesto
126
Hamilton, ob. cit., p. 327.
Alonso Valencia Llano
el grito en el cielo sobre el poco valor que le atribuía, me dijo
que una vez que me hubiese ido, no quería quedarse con los
ingleses heréticos. Le entregué su carta de libertad.127
La década de los años cuarenta no fue de tranquilidad
para los habitantes de las provincias del Cauca, pues existían
muchos negros manumitidos, libertos y libres que buscaban
insertarse en la sociedad republicana. La situación fue especialmente difícil para los habitantes pobres de las ciudades
de Cali y Palmira, donde el discurso de «libertad, igualdad,
fraternidad», estaba siendo asimilado por muchos hombres
y mujeres que pensaban que la conquista de la ciudadanía
hacía a los hombres iguales, y empezaban a actuar como si
lo fueran. Esto, que fue considerado un atrevimiento por parte de los conservadores, fue la justificación para una serie de
abusos que llevaron a la insurgencia social. La forma en que
los liberales de la época veían la situación la ofrece el Dr.
Ramón Mercado, uno de los principales líderes populares de
la época:
El clero lograba todo por medio de la confesión y de la
hipocresía: el mando estaba concentrado en las dos familias
de Borrero y Caicedo: el pueblo tenía el sentimiento de su
libertad, pero sus instintos relijiosos no le dejaban obrar en
la órbita de la reconquista de sus derechos: el odio de los
aristócratas a los llamados monteras y de las señoras a las
llamadas ñapangas, no tenía límites: los abusos que las
primeras clases cometían contra las segundas, aun en los
templos daban motivos de frecuentes escándalos, las
ordenanzas de la Cámara provincial podían compararse a
las cédulas i pragmáticas de los Reyes católicos contra los
judíos: las decisiones judiciales sobre tierras conculcaban
todo sentimiento de equidad: los pleitos sobre servidumbres
menudeaban en contra de los infelices: los abogados nobles
habían venido a ser unos magnates vendidos a los poderosos,
i el foro era el teatro de la impudicia: las elecciones no
127
Boussingault, ob. cit, pp. 193-4.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana
favorecían sino a las clases privilegiadas; y por último la
opinión de la aristocracia en cualquier sentido, repetida por
los eclesiásticos con algunas escepciones y elevada a la categoría de dogma en el púlpito, en el confesionario i con los
consejos espirituales que se daban en cada casa, tenía el
májico efecto de una aquiescencia sin obstensibles obstáculos
i sin aparente rechazo de parte de los oprimidos.
Esta situación de forzada tranquilidad, no había dejado
de complicarse sin embargo, con la ruidosa cuestión sobre
los ejidos de la capital, usurpados desde el siglo pasado por
los señores feudales.
Estos sin mas títulos que el comunismo, contra el cual se
quejan sus descendientes, hicieron sus mejores haciendas
en aquellos terrenos: el pueblo había reclamado inútilmente
su propiedad, recibiendo en cambio todo el jénero de agravios,
hasta la muerte de tres de sus corifeos sacrificados por el
cruel ex-jeneral Borrero en 1831; por lo cual en este punto
estaba resuelto a no ceder, pues la cuestión era de vida o
muerte para el proletarismo; de la libertad o esclavitud para
millares de hombres honrados.128
Los abusos cometidos por los conservadores fueron
denunciados en la prensa de la época y por medio de panfletos
que hablan de una cotidianidad muy conflictiva. En lo que
respecta a las mujeres, los panfletos denuncian cómo las
autoridades dirigidas por el gobernador Francisco Caicedo,
entre otras fechorías «hizo seguir juicio de vagancia a una
pobre mujer llamada Inocencia Pacheco, por unas voces que
había tenido con su querida». También se denunció cómo se
decretó la conscripción de un «antiguo soldado de la independencia, cubierto de cicatrizes, a quien el Sr. Manuel Santos
Caicedo hizo remitir, porque quería casarse con una de sus
1 2 8 Ramón Mercado: Memorias sobre los acontecimientos del sur,
especialmente en la Provincia de Buenaventura, durante la administración del 7 de marzo de 1849, Cali, Centro de Estudios Históricos
y Sociales "Santiago de Cali" / Gerencia Cultural de la Gobernación
del Valle, 1996, p.19.
0 Alonso Valencia Llano
sirvientas, i a quien, sin embargo de estar baldado y de no
tener ni un diente, los médicos. Francisco Córdoba i Manuel
María Buenaventura lo declararon apto.»129 Igualmente,
algunos hacendados fueron denunciados por el descarado
abuso que hicieron de los campesinos de las haciendas o de
quienes habían logrado construir pequeñas fincas en los
ejidos, y por la represión de la más generalizada ocupación
de las mujeres, como lo era la producción de aguardiente.
Lo angustioso de la situación llevó a que lentamente los
ideólogos liberales lograran convencer a los hombres y mujeres campesinos de los ejidos y habitantes pobres de las ciudades de que eran injustamente vejados por el régimen conservador, llevándolos a que identificaran intereses de grupo
y se vieran a sí mismos como «pueblo». Y como «pueblo» actuaron. Primero tuvieron claro que los derechos que pregonaba el Estado republicano eran un discurso vacío si no se
garantizaba la propiedad de la tierra que ellos ocupaban y
que tenían la tradición de ser del «común». Segundo, esta
claridad los llevó a darse cuenta que las tierras comunales,
estaban ilegalmente ocupadas pues habían sido cercadas por
los terratenientes y, tercero, que en la medida en que esos
terratenientes controlaban todas las esferas del aparato
estatal, ellos sólo lograrían la reivindicación de sus derechos
por las vías de hecho.130
En consecuencia, el «pueblo» identificó como su primera
reivindicación el derecho a las tierras comunales -conocidas
como ejidos- y que venían siendo reclamados de tiempo atrás
por las vías judiciales; para ello utilizaron esta vez las vías
Manuel Joaquín Bosch: Reseña histórica de los principales
acontecimientos políticos de la ciudad de Cali, desde el año de 1848
hasta el de 1855 inclusive, Bogotá, Imprenta de Echeverría Hermanos,
1856. Reedición, Cali, Centro de Estudios Históricos y Sociales "Santiago de Cali" / Gerencia Cultural de la Gobernación del Valle, 1997,
pp. 8 y 9.
1 3 0 Este tema fue estudiado en Margarita Pacheco: La Fiesta Liberal
en Cali, Cali, Universidad del Valle, 1992 y por Francisco Gutiérrez
Sanín: Curso y discurso del movimiento plebeyo 1849-1854, Bogotá, El
Ancora 1995.
129
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1
de hecho invadiendo las tierras que consideraban del común
y "derrochando" las cercas que los hacendados habían construido, en lo cual participaron muchas mujeres.131 Se trata,
desde luego, de una participación política de hombres y mujeres que cuestionaban de esta manera el orden establecido.
Esta acción, a pesar de su gravedad, no sirvió para que los
conservadores amainaran su despotismo, por el contrario
éste se incrementó, y ya no se aplicó sólo sobre los sectores
populares, sino también sobre los liberales en general. Los
abusos llegaron a tales extremos que el juez Borrero Piedrahita volvió a la condición de esclava a una mujer llamada
Catalina, «sin embargo de ser esta libre por la lei i de haberla
puesto el alcalde parroquial en el goze de su libertad. "132 No
fueron solamente los hombres conservadores los que actuaban tan radicalmente. Manuel Bosch, un observador de la
época, no dejó de señalar que "Varias mujeres conservadoras
formaron una sociedad sui generis, presidida por la señora
María Ignacia Escobar, con el objeto único de ayudar a los
hombres en la política, fortificar los círculos aristocráticos
de familias i pedir a Dios el total esterminio de los liberales,
a los que no admitían en sus bailes i tertulias."133
Ante tales condiciones de injusticia los liberales echaron
mano a los «zurriagos» con los cuales se enfrentaban a los
conservadores. La acción de golpear con los látigos a los conservadores se volvió costumbre y los hombres del pueblo
recorrían las calles de los pueblos y los caminos de los campos
golpeando a quienes encontraban. Estas acciones fueron
utilizadas por algunas mujeres como la señora del Dr. Manuel
María Buenaventura quien hizo correr a muchos, «[...]porque
cuando sentía pasar por la calle a alguno calzado, se ocultaba
en su balcón i daba el silbidito que había aprendido a imitar,
i no era mas que oirlo, salían como montantes huyendo sin
saber por dónde ni de quien.» Hubo también estupros, violaciones robos y muertes de mujeres y niños; esto motivó una
Bosch, ob. cit. p. 11.
Ibíd, p. 30.
Ibíd, p. 2.
131
132
Alonso Valencia Llano
feroz represalia comandada por las tropas conservadoras de
Manuel Tejada.
Aunque los hechos no son muy claros, si se sabe con certeza que durante esta época se pudo observar una extraordinaria participación femenina en política partidista. De una
parte las mujeres de los sectores populares invadiendo tierras
de ejidos y haciendas y de otra las de procedencia conservadora en el rechazo a tales acciones. Desde luego, fue esta
última la que los testigos de la época reconocieron como
acción política:
Algunas mujeres, que contra sus deberes se meten en la
política i que dicen son conservadoras, se transforman en
fieras, i hasta las que parecían más recatadas i virtuosas
mancharon sus labios con insultos, con declaraciones, i lo
que no es creíble, pidiendo sangre i muerte; así se vio que
unas señoritas en unas oijías que tuvieron con Tejada, le
dijeron que solo le pedían, i era que no dejara vivo a ningún
negro: otras señoritas, que, como las anteriores, no nombramos por respeto i cortesía, fueron una noche tarde al Colejio
de niñas en donde estaban los presos, i les cantaron versos
insultantes i un tanto inmorales, i después, tomando agua
del caño de la calle les echaron por las ventanas; i de este
modo se vio que en el sexo cuyo principal oficio es suavizar
las costumbres de los hombres, en este sexo de amor i de
dulzura, de sensibilidad i de ternura i en quien reside principalmente la piedad i compasión, hubo mujeres que, despojándose de sus más preciosos adornos, desobedeciendo a sus
destinos sobre la tierra y sofocando en su corazón los naturales sentimientos de humanidad i de virtud, se convirtieron
en perseguidoras i denunciantes, i en idólatras de la lanza i
de la espada embotadas aun con la sangre de sus hermanos.
[...] I estas mujeres que han manifestado un corazón tan
dañado ¡se confiesan cada ocho días! pero las mujeres creen
que guardando la castidad del cuerpo son santas, aun cuando
se entreguen a la murmuración, al coqueteo, al chisme, al
enredo i al denuncio; aun cuando sean soberbias, orgullosas
i no tengan ni una chispa de caridad con el prójimo. Ah!
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana
¡Cómo se han multiplicado entre nosotros las Herodias, que
piden cabezas; las Dálilas, que traicionan la amistad i la
confianza; las Vestales, que a pesar de su castidad adoran a
la impúdica Venus; i las Helenas, que arrojan la manzana de
la discordia entre sus hermanos! il no hai una Veturia que
ofrezca su vida para salvar la misma ingrata patria i a los
mismos ciudadanos que habían perseguido y desterrado
injustamente a su hijo; i no hay Susana que prefiriendo su
honor a la vida i su virtud de venganza, marche al suplicio
sin denunciar el crimen de sus calumniadores i verdugos; i
no hay una Ester que salve a su pueblo del esterminio
decretado por los Azueros; i no hai un Bahal que coja i proteja
en su casa a los emisarios de sus enemigos que habían de
destruir su propio pueblo!!!134
Desde luego, hubo mujeres con comportamientos diferentes cuyo desempeño durante este período mereció el elogio
del cronista:
faltaríamos a nuestro deber si no consagráramos unas
líneas a la virtuosa señora Mercedes Cabal de Mallarino, que
no omitió medio alguno de aliviar a muchos desgraciados,
olvidando que tal vez ella fue una de las que más sufrieron
de los mismos a quienes extendió una mano generosa; i si no
admiramos la virtud de la señoritas Zoila Camacho, niña de
trece años, hermosa i pura como una estrella, que habiendo
sabido que un teniente López herido i prisionero el 16 de
junio, se encontraba en miseria y desamparo, se dedicó a
servirle mandándole cama, ropa i alimentos, a pesar de que
no le conocía, i de que era enemigo de la causa porque padecía
su padre. Ojalá tantas señoritas que sin motivos especiales
han observado una conducta opuesta, sigan el ejemplo de
aquella respetable matrona i linda niña.135
Aunque la represión sirvió para controlar el desborIbíd. pp. 87 y 88.
Ibíd. p. 9.
134
»
Alonso Valencia Llano
damiento del pueblo, lo cierto es que su lucha llevó a que en
1850 se lograra una solución parcial al problema de los ejidos
y en 1851 se decretara la abolición definitiva de la esclavitud.
De esta manera la lucha de los hombres y las mujeres caucanas permitía vislumbrar, para la década los años cincuenta
unas mejores condiciones de existencia. Y, desde luego, queda
claro que el período de insurgencia social, que facilitó las
llamadas «reformas de mitad de Siglo», permitió también
una importante participación política de muchas mujeres
caucanas.
La cotidianidad rural en los años cincuenta
No existen muchos estudios sobre la cotidianidad de las
mujeres en Colombia, ni tampoco acerca de la cotidianidad
de las mujeres en regiones específicas del país.136 Debido a
esto hemos recurrido a los viajeros para mirar, así sea tangencialmente, cómo transcurría el diario vivir de las mujeres
campesinas caucanas. Una de las mejores páginas acerca de
la cotidianidad caucana es la que escribiera el norteamericano Isaacs Holton a comienzos de la década del cincuenta,
luego que recorriera el Valle del Cauca y se encontrara en el
sitio de Vijes, una zona productora de cal, situada en las
estribaciones de la Cordillera Occidental en las márgenes
del río Cauca:
Acabo de regresar de una zambullida refrescante en las
frías aguas de la quebrada que baja de la montaña. Me
1 3 6 El único artículo moderno sobre el tema es el elaborado por
Michael F. Jiménez: "La vida rural cotidiana en la República", una
agradable lectura que por su generalidad al pretender cubrir todas las
regiones colombianas incurre en permanentes inexactitudes acerca de
la cotidianidad rural no sólo del Valle del Cauca, sino en general sobre
el sur de nuestro país. Ver Beatriz Castro: Historia de la vida cotidiana
en Colombia, Bogotá, ed. Norma, 1996, pp.161-203. Un mejor
acercamiento al tema se hace en la investigación que está realizando
con el apoyo de COLCIENCIAS el profesor de la Universidad del Valle
Eduardo Mejía P: "Campesinos, poblamiento y conflictos en el Valle
del Cauca. 1800-1848", que se publicará próximamente en esta misma
colección.
«
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana
recuesto perezosamente en el áspero y no muy limpio
promontorio de tierra y piedras, que forma un bando por
debajo y a todo lo largo del corredor de la choza donde vive
el hombre que trabaja en la calera. El también está aquí,
sentado en un gran pedazo de roca que deberá arder algún
día. Labra una cuchara de palo en la rama gruesa de un
arbusto, utilizando el machete, esa herramienta universal
que casi nunca le falta al campesino y que es un cuchillo de
aproximadamente veinte pulgadas de largo, enfundado y
colgado de una correa amarrada a la cintura.
En honor a mi venida, la niña más pequeña se pone la
camisa, quizá la única prenda que posee, pero la apariencia
del diablito apenas sí mejora, porque el vestido, aunque no
tan negro como su piel, es muchísimo menos limpio. Imitando
al padre coge un palo grande y lo golpea a troche y moche
con un cuchillo romo que ha perdido el mango de cacho,
para hacer, según me dice, otra cuchara.
La hija mayor y la mamá están ocupadas en un pequeño
fogón construido al final del corredor, asan para el almuerzo
familiar unos plátanos pelados y unos pedazos de carne de
res de apariencia bastante sospechosa, artículos estos que la
clase trabajadora, siempre que los tiene a mano, cocina para
la frugal comida de medio día.137
Esta hermosa introducción, nos sirve para observar cómo
se recreó la cotidianidad después de las conflictivas guerras
de independencia, de las luchas por vincularse al Ecuador o
a la Nueva Granada, de la Guerra de los Supremos, la Guerra
de 1851 y los dramáticos retozos democráticos o, en pocas
palabras: de las enormes dificultades para construir la República de la Nueva Granada. Para Holton era claro que había
llegado a "[...] un sitio donde el invierno nunca sorprende al
haragán, donde nunca nadie ha oído las máximas del pobre
Ricardo, donde es más barato roturar un campo que defender
un pleito y más fácil criar otro niño que curar al enfermo; y
1 3 7 Isaacs F. Holton: La Nueva Granada: Veinte meses en los Andes,
Bogotá, Banco de la República, 1981, pp. 15-16.
86 Alonso Valencia Llano
donde aún el ministerio religioso constituye un monopolio
Í.J138
Lo más interesante de las descripciones hechas por el
norteamericano, es la forma en que aborda las familias caucanas. Para hacerlo cambia los nombres de las personas y los
de los lugares. La primera familia descrita por él es la conformada por don Eladio Vargas Murgueitio, un hacendado de
Tuluá con residencia en Cartago, esposo de Doña Manuela
Pinzón, hija de un comerciante de la sabana. Se trataba de
una pareja culta, educada en la capital de la República: él en
el colegio de Lleras y ella en un internado que tenía la viuda
del general Santander. Con ellos estaba una hermana de la
señora, doña Susana, quien había recibido la misma educación, aunque «es quizá más instruida que su hermana y más
activa de cuerpo y de espíritu», pues además de ser físicamente hermosa y piadosa, «sus conocimientos generales son
muy superiores al común de las mujeres granadinas, ya que
ha leído varias novelas de Dumas y Sue, claro está que traducidas al español, pues muy pocas señoras aquí leen francés».
Esto sin duda significa un avance frente a la situación cultural de las mujeres que encontró Boussingault dos décadas
antes, cuando ni siquiera las señoras de la elite de Cartago
sabían leer, lo que nos indica que las reformas educativas
desarrolladas por Santander habían dado algún resultado.
Pero Manuela no es el mejor personaje femenino descrito
por Holton. El que refleja de una manera más clara la imagen
de las mujeres caucanas que componían la élite de la época
era una hermana de don Eladio, la señorita Eladia Vargas,
en cuya imagen se recogen todas las vicisitudes por las que
pasaron las más tradicionales familias caucanas:
De complexión más fuerte que la mayoría de las damas,
ha llevado una vida rica en experiencias y se ha adaptado
bien en el Cauca, Bogotá y el Chocó. Creo que nació en esta
última región granadina, donde era el ama de más de cien
esclavos que lavaban oro para su padre, se alimentaban de
1
Ibíd., p. 1.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana
plátano y pescado e iban prácticamente desnudos. Pero hoy
los esclavos son libres y por consiguiente los ingresos
familiares se han reducido pues los blancos no pueden lavar
oro en el Chocó y los negros libres no trabajan, ya que no
ambicionan nada de lo que puede conseguir el oro. Por tanto,
apenas se está extrayendo una cuarta parte del oro que se
explotaba antes de 1852, y así la vieja propiedad de los Vargas
en el Chocó se está arruinando, el señor Vargas se murió y
la familia vive de lo poco que produce la mal manejada
hacienda de La Ribera. Pero todas estas cosas no parecen
afectar a Eladia Vargas Murgueitio. Digna, tranquila y
piadosa, da la impresión de estar por encima de esos cambios.
Cumple religiosamente todos los mandatos de la Iglesia, y
en muchos aspectos es la cabeza de la familia. Su voluntad
es ley para ésta y para los sirvientes. Mientras a los demás
les falta firmeza, a ella le sobra y su juicio termina siendo
siempre el mejor.139
La casa en que vivían mostraba una «grandeza venida a
menos», y a pesar de su tamaño dejaba ver en sus ocupantes
una cierta sensación de hacinamiento, ya que la mayoría de
los miembros de la familia ocupaba, junto con los sirvientes,
el cuarto principal, mientras que las mujeres solteras ocupaban un cuarto algo más pequeño. Respecto a las costumbres
cotidianas, Holton descubrió -con horror puritano- que don
Eladio dormía desnudo y que en tal estado sostenía una
entretenida conversación con Manuela, su hermosa cuñada.
Pero Holton no concentra sus observaciones únicamente
en las familias urbanas. Describe también las actividades
realizadas por mujeres de las haciendas. Son los casos de
doña Paz Cabal de Gamba, a quien encontró en la hacienda
del Chaqueral dedicada a la elaboración de cigarros, y de su
prima Isabel Gamba Cabal, quien se dedicaba a la costura
de vestidos. Quizás por su juventud, fue ella quien atrajo la
atención del viajero, y aunque puede tratarse de una excepción, la verdad es que nos muestra que las mujeres caucanas
139
Ibíd, pp. 402-3.
8 Alonso Valencia Llano
de los sectores medios rurales gozaban de ciertos niveles
culturales que provenían de una educación no formal:
Isabel tenía unos dieciocho años y vestía de campesina,
lo que le sentaba muy bien. Si acaso hay sangre negra en sus
venas, no es perceptible. El vestido que estaba cosiendo era
para ella, pues a veces se vestía como una dama. Una novela,
traducida del francés, estaba encima de la mesa. Le gusta
mucho la lectura aunque nunca recibió educación formal.
El primo Belisario le presta libros, y su hermano, que
estudiaba en Bogotá, le había dado algunos. Aquí, pues,
existía un eslabón intermedio entre la aristocracia y el
campesinado del país. Isabel pertenece más bien a este último
por nacimiento, pero aunque nunca había sido debidamente
educada, se había esforzado por hacerse verdaderamente
atractiva, como lo admitiría cualquier aristócrata caucano
si se atreviera a hablar sinceramente. Mi opinión, a través
del tiempo y la distancia, es que Isabel es la mujer nativa
más agradable que encontré en toda la Nueva Granada.140
La cotidianidad de esta familia muestra algunas diferencias en el comportamiento social más familiar entre hombres
y mujeres. Por ejemplo, éstas no compartían jamás la mesa
con sus familiares varones y cuando asistían el servicio de
cena lo hacían de pié para que nada faltara, lo que establece
una diferencia notable frente a los comportamientos de las
mujeres en otros sitios del Cauca. En esta zona del Valle estas
reglas llegaron al extremo de que cuando el visitante pidió a
las mujeres que le acompañaran a la mesa, ellas se sentaron,
pero no probaron bocado hasta cuando él acabó. Lo curioso
es que tan pronto esto ocurrió ellas se sentaron en el suelo
para pasar a ingerir sus alimentos. Afortunadamente Holton
pudo notar que esta costumbre estaba cambiando: «Creo que
la costumbre de que las mujeres coman aparte de «los amos
de la creación», y en el suelo, ya está siendo olvidada poco a
140
Ibíd., p. 418.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana
poco. Las familias más notables del Cauca no practican esta
costumbre».141
A Holton no dejaba de extrañarle la presencia de tantos
hijos extramatrimoniales, aspecto que no se avenía muy bien
con sus ideas religiosas. El siguiente diálogo, es muy ilustrativo respecto a su intolerancia, pero también acerca de la
forma en que algunas mujeres caucanas veían el problema:
Durante una de nuestras charlas Isabel apartó un momento
la vista de su labor y me preguntó si yo tenía hijos.
«No me he casado nunca», le contesté.
«Belisario me dijo que usted es soltero, pero pensé que podría
tener hijos, a pesar de ello».
«Si yo fuera tan falto de escrúpulos como para ser padre
antes de casarme, también lo sería para negar a los hijos. Si
fuera sospechoso de tal cosa, no tendría un solo amigo que
me recibiera en su casa. Esa clase de personas no es admitida
en la sociedad que yo frecuento».
[...] doña Paz me comentó:
«Si fuéramos tan estrictos aquí a ese respecto, tendríamos
que vivir fuera de la sociedad».142
Respecto a los hacendados, o a sus hijos varones, sólo nos
resta mencionar las diferencias que para ellos existían entre
el matrimonio ideal y el matrimonio real; es decir, las esperanzas que tenía un joven al escoger la mujer para casarse y
la mujer con quien lo hacía. Un buen ejemplo de esto nos lo
da Emiro Kastos (Juan de Dios Restrepo) cuando nos
menciona las aspiraciones de Emilio, un condiscípulo suyo
en el Colegio en Bogotá:
Casarse con una linda muchacha en Bogotá, después de
acabar su carrera; retirarse con ella a su casa de campo en el
Valle del Cauca; pasar allí sus días cuidando sus vacas,
141
142
Ibíd, p. 419.
Ibíd, pp. 418-9.
0
0 Alonso Valencia Llano
entregado a ocupaciones campestres i paseándose con su
amada bajo las ceibas, los naranjos, los madroños i las
palmeras de su bello país; acostarse por la noche en una
hamaca a aspirar las brisas perfumadas de los bosques,
fumando cigarros mientras ella preludiaría al son de la
guitarra canciones de amor, hacer versos en sus horas perdidas, cuidar sus caballos i sus perros, entregarse a todas las
voluptuosidades de la pereza, que tiene tanto atractivo en
los climas calientes; educar sus hijos, idolatrar a su mujer,
vivir dichoso i morir en paz, he aquí el sueño dorado de
Emilio.143
Tiempo después Emilio se casó y en carta dirigida a Emiro
Kastos mostraba como era la "mujer real", para un "matrimonio real":
Al fin, querido Emiro, voi a casarme. [...] En estos pueblos
de provincia es preciso casarse para introducir alguna
novedad en la vida, para aburrirse en compañía de alguien.
Pero he abandonado esa tontería de buscar el primer amor
de una mujer. La mujer es una criatura esencialmente afectuosa, i la que ha tenido más amores no prueba sino que es
más tierna que las otras. Encontrar una mujer que no haya
amado a nadie es tan difícil como descubrir la cuadratura
del círculo, o el movimiento perpetuo. Me caso con una
muchacha clásica, positiva, nada vaporosa i que ignora
absolutamente donde tiene los nervios. Preguntándole
cuántos amores había tenido, incurrió en la estupenda franqueza de decirme que dos o tres pequeñas pasiones, pero
que la que sentía por mí era la más fuerte, i que sobretodo
sería la última. ¡Dios la sostenga en esta heroica resolución!
Dentro de quince días estaré casado.144
Pasando a lo que podríamos considerar sectores populares,
1 4 3 Emiro Kastos: "Recuerdos de mi juventud. El primer amor", en
la obra del mismo autor Artículos escogidos, pp. 189-190.
1 4 4 Holton, ob. cit., p. 193.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 9
la forma de vida de las mujeres agregadas en las haciendas
son recogidas por Holton cuando relata su estadía en la casa
de un hacendado, donde en la práctica se encargaban de todas
las labores importantes:
Pilar, el ama suprema de todo este territorio, es una
mulata de veinte o veinticinco años, hija de la negra que
maneja la cocina de los Vargas en Cartago. En cuanto a su
padre, no me atrevo a hacer ninguna conjetura. Pilar maneja
la casa, pone la mesa, sirve a esta, cose, enseña a leer en el
corredor a tres negritas y, entre hombres y mujeres, es la
persona más eficiente de toda la hacienda, trabajando más
que dos de ellos juntos. Duerme con las niñitas en el cuarto
[...], que está separado del mío por una pared tan delgada
que a veces las oigo rezar sus oraciones después de que la
familia se ha acostado.145
Desde luego, en las haciendas no sólo existían mujeres de
servicio, había también un buen número de arrendatarios,
algunos de ellos mujeres. Así en La Paila se encontraban
Timotea, quien se ganaba la vida en oficios artesanales, como
la elaboración de sombreros y sudaderas para los caballos, o
la anciana Antonia, quien se dedicaba a cuidar los sembrados
para que no los dañaran los micos o los loros. Lo más común
era que ellas se dedicaran a la destilación de aguardiente, es
el caso de Dolores, quien llamó a Holton para que viera como
lo hacía -lo que no dejó de producir un comentario irónico
del viajero: «fui a buscarla para ver una caucana ocupada en
algo.» Estas arrendatarias tenían un buen número de hijos
que se encontraban en su gran mayoría infectados por gusanos, a causa de los cuales existía una gran mortalidad que
permitía mantener viva la costumbre de los «bailes de los
angelitos»: Una mañana [...] pregunté: «¿Hubo baile anoche?». «No señor». «Pero yo oí un tambor, ¿no estuvieron bailando?» «Sí señor, bailaron pero no en una fiesta. La niñita
murió anoche y estuvieron celebrando el angelito».
Ibíd., p . 9 .
Alonso Valencia Llano
Algunas de las descripciones que hace de las viviendas de
los campesinos y de sus costumbres los muestran aparentemente sumidos en la pobreza. Esta idea cambia cuando observa una de sus bodas y nos describe el vestido y los adornos
de la novia:
La novia llevaba el cabello muy corto, pero como era
crespo cual la lana, sostenía sin dificultad una peineta de
oro y algunas flores artificiales a cada lado, además de una
guirnalda atrás. Los zarcillos eran de oro, de un diseño muy
original, que me recordó la punta de un campanario, con la
bola representada por una piedra del tamaño de una cereza.
En la garganta lucía una cadena de oro que le daba dos
vueltas, una sarta de perlas y una segunda cadena de oro.
La camisa era de muselina blanca muy fina; las mangas
también de muselina, pero moteada de rojo, bajaban hasta
cerca de la muñeca; el cuello de la misma tela y de dos dedos
de ancho caía desde arriba y muy abajo de la nuca hasta
dejar descubierto uno de los hombros, pero no llegaba sino a
la mitad de la distancia entre la cabeza y los pies; las enaguas
de color pizarra, con dos grandes pliegues, y un cinturón de
material parecido al de los tirantes de los caballeros daba
dos vueltas y le ceñía la cintura. Debajo de esto la enagua
caía por el frente sobresaliendo unas tres pulgadas. En la
boca tenía un cigarro, en las manos cuatro anillos con esmeraldas y los pies descalzos.146
Desde luego, no todas las bodas eran iguales, ni las novias
parecían casarse por su propia voluntad a pesar de las circunstancias que las llevaban al matrimonio. El siguiente constituye un buen ejemplo:
El padrino, que estaba casado con la madrina, se hizo al
lado de la novia. Mientras tanto el novio hacia lo posible por
meterse entre la novia y la madrina, aparentemente buscando que lo casaran con cualquiera de las dos. Cuando por
14
Ibíd., p . 4 .
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana
fin el cura logró que se colocaran como debía ser, les leyó un
sermón larguísimo, diciéndoles entre otras cosas que su deber
era esforzarse por tener hijos y educarlos no tanto en busca
de su propio bien sino de la religión, de la fe y de la virtud.
Pero esto de tener hijos era un punto sobre el cual no vi la
necesidad de insistir tanto, pues, la novia, aunque no había
estado casada antes, no solamente tenía dos hijos como
testigos de la ceremonia, sino que se encontraba en ese estado
que aquí indican con la palabra embarazada [...] Debo añadir
además que el mayor de los niños parecía tener tres cuartas
partes de sangre negra y el menor tres cuartas de sangre
blanca. La novia era mulata y los demás del grupo de pura
raza africana, Todos estaban descalzos, las mujeres vestidas
con los trajes sencillos que ricos y pobres deben usar para ir
a la iglesia, la cabeza cubierta con una mantilla y una saya
oscura como falda. Después de que el cura terminó la
alocución ordenó a los novios que se dieran la mano derecha,
lo cual hicieron después de mucha demora. Cuando le
preguntó a la novia si aceptaba a este hombre como esposo,
ella no contestó. El cura repitió la pregunta, pero no obtuvo
respuesta. «Conteste si o no», exclamó, y ella dijo «Si». El
sacerdote tomó dos anillos de la bandeja de plata que usan
en la misa y le puso uno al novio y otro a la novia, en el dedo
meñique. Pero el anillo era lo suficientemente grande como
para poderlo usar en el pulgar, y ella se lo pasó inmediatamente a otro dedo. Después el cura tomó de la bandeja
ocho o diez reales en monedas de a diez, se los entregó al
novio y éste a su vez se los dio a la novia. Durante las oraciones siguientes se vio claro, por la forma como pronunciaba
el latín y por el tono impaciente, que el cura, en ayunas,
estaba perdiendo la paciencia. De pronto suspendió una
oración y regañó a los novios en puro castellano. Una vez
que terminó las oraciones, le pasó la estola por la cintura al
hombre y condujo a la pareja, que todavía tenía las manos
unidas, hasta el altar, seguidos por los padrinos. Los novios
se arrodillaron y el cura comenzó la misa. Al cuello les
pusieron dos cadenas de oro, unidas con una cinta, y sobre
la cabeza de la novia y los hombros del novio extendieron
Alonso Valencia Llano
dos yardas de una tela blanca y con fleco. Por lo general los
novios deben comulgar, pero en este caso no lo hicieron.
Después le pregunté al cura la razón y me dijo que el estado
de la novia no le permitía observar el ayuno necesario para
el sacramento.147
La primera de estas bodas se realizó en medio de las
festividades de San Juan, lo que dio ocasión para observar
las alegres y nutridas cabalgatas de los «sanjuaneros» por
los campos caucanos. En una de estas cabalgatas, Holton
llegó a contar veintiséis mujeres, cada una en su cabalgadura,
cubiertas con un chai sobre la cabeza y debajo del sombrero
y cada una con una ruana. La utilización de los chales era
relativamente común, pues utilizaban el rojo para las fiestas
y el azul para ir a la iglesia, mientras que la mayoría de las
ruanas -usadas por hombres y mujeres- era de color rojo.
Pero lo mejor eran los bailes que se celebraban después
de las bodas y que llegaban a durar varios días, pues las
habitantes del Valle, como ya se vio, mostraron siempre un
gusto y una especial habilidad por este tipo de diversiones:
[...] encontré al buen cura con la sotana remangada
bailando con gracia inusitada un bambuco con una de las
ninfas de la llanura. Y cuando me retiraba vi al joven Carlos
bailando un vals con la vieja esclava manumitida que había
sido su niñera y la de todos sus hermanos y hermanas. Me
contaron que más tarde hubo una escena todavía más
curiosa. Merceditas, la hermosa niña de diecisiete años, hija
de un hombre blanco, bailó con Miguel, el herrero negro [...]
Debió haber sido todo un espectáculo.148
A la noche siguiente el baile continuó:
Dos parejas, muy negras y más allá de la primavera de la
vida, estaban bailando el bunde, una danza chocoana.
147
Ibíd, pp. 504-3.
p.
.
14Ibíd,
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana
Lentamente los cuatro daban la vuelta al cuarto en un círculo
muy amplio, y cada pareja alternativamente avanzaba al
centro, mientras la otra retrocedía. Esta es la teoría, pero la
forma de hacerlo sobrepasa mis poderes descriptivos. El
hombre empieza sus movimientos centrípetos desenfrenadamente y parece que podría destruir la pareja si llegara a
chocar con ella. ¡Y había que ver los pasos improvisados que
daba al retroceder ¡Y la música! Uno tocaba tambor con las
manos, otro golpeaba durísimo una banca con el palo de una
escoba y ambos y el resto de la concurrencia cantaban
estrepitosamente «Al ke le le». Se divertían en forma tan
desenfrenada que me parecía que de un momento a otro
alguno tendría que desmayarse o caer muerto al suelo. Pareja
tras pareja bailaba el bunde y la última en dejar la pista fue
la cocinera, una negra vieja, que después de haber estado
ocupada todo el día tenía puesta la misma camisa que había
usado ocho días seguidos en una cocina sin chimenea [...] 149
Luego de los bailes los campesinos del Valle se dispersaban,
pero no lo hacían de la misma manera que llegaron, lo hacían
en parejas que se habían formado durante los días de jolgorio.
Esto permite pensar que las campesinas del Valle gozaban
de mucha libertad; detalles que tampoco se le escaparon a
Holton:
Poco antes de esta había visto a los jóvenes de la familia,
a caballo, llevando cada cual a una de las ninfas que la noche
anterior habían llegado a pie. Estas iban sentadas de lado,
al frente de la montura, y para seguridad de ellas los jóvenes
les rodeaban la cintura con el brazo y ellas pasaban el suyo
alrededor del cuello del jinete. De seguro que por pura
casualidad la buena suerte de tener quien las transportara
recayó exactamente en las jóvenes más atractivas y bonitas
de todo el baile.150
149
150
Ibíd., pp. 503-4.
Ibíd.
UNA FAMILIA DE LA ELITE POLITICA.
EL CASO DE LOS MOSQUERA
Como ocurría con personas que creían formar parte de
una aristocracia, las mujeres de la élite en la Gobernación
de Popayán en los momentos previos a la independencia asumían roles sociales que se caracterizaban por excluir a aquellas que provenían de otros sectores. Desde este punto de
vista, y quizás siendo anacrónicos, podríamos decir que ellas
tenían clara su posición de clase y así se lo hacían sentir a
quienes no gozaban de su posición económica ni de su misma procedencia étnica, lo que no es más que la continuidad
de los esquemas sociales sobre los cuales se construyó la sociedad colonial. Desde luego, podemos suponer que este reconocimiento de la clase y de la etnia como factores de exclusión
social eran más acentuados en unas ciudades que en otras,
pero en la medida en que sólo contamos con información para
la ciudad de Popayán debemos aceptar que allí la discriminación social que ejercían las mujeres de la élite se sentía
con más fuerza y se expresaba no sólo en la ocupación espacial
de la ciudad, sino también en el espacio público en el que se
ejercían las funciones religiosas. Esto es reconocido por José
María Quijano Wallis, uno de los miembros destacados de
una prominente familia payanesa, quien admite:
La separación de clases sociales fue tan completa y acentuada que hubo barrios o cuarteles enteros de la ciudad, como
el de Pamba, por ejemplo, habitados exclusivamente por
familias nobles, sin intrusión de plebeyos, ya que entre éstos
no es posible contar los esclavos y los individuos de la servidumbre. La Iglesia del Rosario era destinada únicamente a
las familias aristocráticas y cuentan las crónicas que cuando
una «ñapanga» (mujer del pueblo) se atrevía a penetrar a
dicha Iglesia, las linajudas damas la arrojaban a empellones
98 Alonso Valencia Llano
y latigazos aun cuando ellos no fueran Jesú-Cristo ni la pobre
intrusa mercader del Templo.151
Pero la exclusión social se dejaba sentir con más fuerza
todavía en las actitudes que se asumían en la cotidianidad y
que llevaban a que los miembros de la élite expresaran una
superioridad social cuya descripción, al parecer exagerada,
no deja de ser chocante:
Las damas principales de la aristocracia se denominaban
Señoras de Estrado y Carro de oro, porque en general recibían
en días excepcionales sentadas bajo un dosel, sobre un sillón
de bordes dorados y tapizado de brocado carmesí, colocado
sobre un estrado alfombrado. Ellas lucían unas grandes
faldas de paño de San Fernando orlado de tupidos y espesos
tejidos de hilos de oro, y de ahí el nombre de Carro de oro.
Los visitantes que entraban a la noble mansión se sentaban en asientos colocados al pié del estrado y, sin osar dar la
mano a la aristocrática dama, salían, después de una corta
entrevista, a una señal de despedida de la Señora.152
Desde luego, la cotidianidad de estas mujeres, como veremos después, no se reducía a hacer ostentación de su posición
social, pues ellas tenían responsabilidades en la consolidación
de las familias, principalmente en las labores relacionadas
con la crianza de los hijos. Así, las abuelas se encargaban de
introducir a sus nietos en procesos de socialización que estaban orientados principalmente a inculcarles una sólida formación moral y ética acorde con los principios religiosos católicos, la que les permitía continuar con su educación básica.
En esto las señoras de la élite de Popayán no se comportaban
diferente a las de Bogotá, según lo relata José María Espinosa: «[...] recibí de mis abuelas mi primera instrucción, que
[...] fue en extremo piadosa [...] Nuestras lecturas favoritas, o
José María Quijano Wallis: Memorias Autobiográficas HistóricoPolíticas y de Carácter Social, Editorial Incunables, Bogotá, 1983, p.
151
22.
152
Ibíd.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana
mejor diré, nuestras únicas lecturas, eran las vidas de los
santos [...] « 1 5 3 En el caso de Popayán, José María Quijano
Wallis recuerda que a su abuela debía «Zas primeras nociones
de moral y de los principios cristianos que en medio de caricias y de regalos inculcó en mi espíritu infantil».154 De esta
primera escuela familiar, los hijos de las familias payanesas
pasaban a recibir una enseñanza más formal que era impartida por tutores privados quienes daban las primeras lecciones de aritmética, letras, religión y rudimentos de idiomas
extranjeros; posteriormente pasaban a la escuela, como en
el caso de Tomás Cipriano de Mosquera, quien estudió en el
establecimiento del señor Joaquín Basto155 y, posteriormente,
continuó bajo la tutela del maestro Luna.156
Aunque se trataba de labores importantes, seguían siendo
secundarias con respecto a la que desempeñaban los hombres. Así el abuelo aparecía como el jefe de la familia y quien
tomaba las principales decisiones de carácter familiar, tal y
como corresponde con unidades familiares extensas inscritas
dentro de una concepción patriarcal.157 Quizás el mejor ejemEspinosa, ob. cit., pp. 3 y 4.
Quijano, ob. cit., p. 22.
155 William Lofstrom, La vida íntima de Tomás Cipriano de
Mosquera, 1798-1830, Banco de la República-El Áncora Editores,
Bogotá, pp. 55 y 56.
153
154
1 5 6 Diego Castrillón Arboleda: Tomás Cipriano de Mosquera, Planeta
Editorial, Bogotá, 1994, p. 20.
1 5 7 Acerca de las tipologías de la familia en Colombia existen varios
trabajos que comienzan por el ya clásico estudio antropológico de
Virginia Gutiérrez de Pineda: Familia y cultura en Colombia, Colcultura, Bogotá, 1985, que es citado por todos los demás autores. Una
síntesis de la evolución histórica de la familia en Colombia con base en
la normatividad decimonónica puede consultarse en Suzy Bermúdez:
El bello sexo. La mujer y la familia durante el Olimpo Radical, Ediciones
Uniandes, Bogotá, 1993. Puede verse también su artículo: "Debates en
torno a la mujer y la familia en Colombia", en su libro Hijas, esposas y
amantes. Género, clase, etnia y edad en la historia de América Latina,
Ediciones Uniandes, Bogotá, 1992, que aunque muy referidos a las
familias bogotanas son útiles para observar los intentos de transformación que los liberales se propusieron realizar durante el Siglo
XIX para toda república. Otro de sus artículos donde aborda el tema de
100 Alonso Valencia Llano
pío para observar el comportamiento de las mujeres de una
familia de este tipo, nos lo ofrezca la familia Mosquera de
Popayán, magistralmente retratada por el historiador
norteamericano William Lofstrom. Se trata sin duda de la
familia mejor y más estudiada de Popayán, no precisamente
por las actuaciones de sus mujeres, sino por las de sus hijos
varones -Joaquín, Manuel José y Tomás Cipriano- quienes
ocuparon los principales puestos públicos de la República
durante el siglo XIX, pues el primero y el último fueron presidentes y diplomáticos, mientras que el del medio fue el arzobispo primado de la Nueva Granada.158
El lado femenino de la familia se inició con doña María
Manuela Arboleda y Arrechea quien como era costumbre de
la época, y con el fin de mantener el linaje y cimentar la
fortuna familiar, fue casada con don José Joaquín María
Mosquera Figueroa y Arboleda, primo suyo. El papel preponderante dentro de la nueva familia lo desempeñó el señor
Mosquera, mientras que el de doña María Manuela se redujo
a soportar embarazos difíciles y a hacer promesas a «los
santos patrones con fechas próximas al día de su esperado
alumbramiento para que el niño naciera sano» y, sobre todo,
para que fuera "varón". Un buen ejemplo de esto lo ofrece
Tomás Cipriano de Mosquera cuando le escribe a su yerno
Pedro Alcántara: "Ya te estoy llevando la cuenta y quiero que
en julio nazca el primogénito Pedro Tomás Herrón y Mosla familia es: "Familia y hogares en Colombia durante el Siglo XIX y
comienzos del XX" en Magdala Velásquez: Las mujeres en la Historia
de Colombia, tomo II, Editorial Norma, Bogotá, 1995. Respecto a
estudios sobre el patriarcado, puede verse el excelente trabajo de Gerda
Lerner: La creación del patriarcado, Editorial Crítica, Barcelona, 1990.
1 5 8 Los aspectos biográficos generales de estos personajes pueden
ser consultados en Gustavo Arboleda: Diccionario biográfico y genealógico del antiguo Departamento del Cauca, Biblioteca Horizontes,
Bogotá, 1962, lo mismo que en las obras citadas de Lofstrom y Castrillón. Pueden consultarse además: Joaquín Estrada Monsalve:
Joaquín Mosquera, su grandeza y su comedia, Bogotá, 1945; Terrence
B. Morgan: El Arzobispo Manuel José Mosquera; reformista y
pragmático, Biblioteca de Historia Eclesiástica Fernando Cayzedo y
Flórez, Bogotá, 1977.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 101
quera. Debe ser mi ahijado. Si es mujercita allá harán madre,
abuela y papá lo que quieran".159 Esto último se vuelve fundamental ya que el nacimiento de mujeres no era muy deseado
como se comprueba en el hecho «de que la genealogía caucana
de los Arboledas diera la fecha de nacimiento de los cuatro
varones Mosquera y Arboleda, y no la de sus tres hermanas»,
lo que según Lofstrom comprueba el papel secundario de las
mujeres payanesas durante el siglo pasado, aunque también
podría deberse a prejuicio de los genealogistas.160
El destino de los hijos varones de la familia Mosquera es
ampliamente conocido, mientras que el de las hijas no ha
merecido ninguna relievancia, quizás porque no está asociado
a las actividades públicas que llevaron a la construcción de
la República. Esas olvidadas hijas fueron Dolores Vicenta,
María Manuela y Petronila; las dos primeras siguieron el
mismo destino de su madre, es decir, se casaron con parientes,
mientras que la última murió antes de casarse. A pesar del
mencionado papel secundario que se les otorgaba, ellas jugaron un papel importante en la consolidación de las extensas
familias payanesas, pues el hecho de que se casaran con
parientes, particularmente con primos, llevó no sólo a la consolidación del linaje, sino también a que a través de las dotes,
se mantuvieran y reprodujeran las fortunas familiares, evitando que los cuantiosos bienes escaparan hacia familias
competidoras en el dominio social, económico o político. Esta
concepción del matrimonio hacía que cuestiones como el
amor, o los sentimientos relacionados con la atracción sexual
fueran secundarios. Un buen ejemplo de este tipo de comportamientos lo ofrece también la familia Mosquera a través
del desempeño de uno de sus hijos varones, Tomás Cipriano
de Mosquera, uno de los hijos menores, quien en 1817 estableció amoríos clandestinos con María Catalina Josefa Ruiz
de Quijano Mosquera, una pariente lejana suya conocida en
la correspondencia privada de Tomás con el seudónimo de
Citado por Aída Martínez Carreño: "Mujeres y familia en el siglo
XIX", en Magdala Velásquez, ob. cit., tomo II, p. 303.
1 6 0 Lofstrom, ob. cit., pp. 46, 48.
159
10 Alonso Valencia Llano
Natalcia, y perteneciente a una rama familiar venida a menos
económicamente.
María Catalina Josefa Ruiz de Quijano:
los amores con la pariente pobre
Los amores con Natalcia empezaron por el año 1815
cuando, por alguna fiesta religiosa, Tomás pasó unas vacaciones en Quilichao, una población cercana a Caloto.161 A
pesar del linaje de la joven, el rechazo familiar no se hizo
esperar, pues además de argumentar la juventud de los enamorados, a los Mosquera les disgustaba la pobreza manifiesta
de María Catalina. La situación fue sorteada gracias a la
inestable situación política del momento que llevó a que
Tomás debiera exiliarse en Cartagena, lo que permitió que
la familia siguiera rechazando el romance dificultado ahora
por la distancia; para ello uno de sus primos utilizó una frase
desobligante no sólo para la joven, sino para cualquier mujer:
«nada hay que esperar sino una triste y negra infidelidad
compatible solo con su sexo», la que fue reiterada cuando
escribió a Tomás: «No olvides la preciosa Natalcia; pero ten
presente que mujeres y ríos corren aguas, vanándose».162 Sin
embargo, la distancia unida a la soledad del exilio hacía que
Mosquera no ocultara sus sentimientos en las cartas que con
cierta frecuencia dirigía a su amada: «Aquí detengo mi pluma
porque el corazón me palpita, los ojos se me llenan de lágrimas
y la mano trémula no me permite seguir».163
El rechazo familiar de los Mosquera contrastaba con la
forma en que Natalcia vivía su amor. Para ella su romance
con Tomás no parecía obedecer a ningún tipo de interés económico, sino más bien a sus más íntimos sentimientos, tal y
como lo expresara en una carta escrita en septiembre de
1817:
Sólo las voces dulces de la naturaleza podrán de algún
161
162
163
Castrillón, ob. cit., pp. 32 y ss.
Lofstrom, ob. cit., p. 82.
Castrillón, ob. cit., p. 33.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 10
modo explicar el dolor y tormento que sufro con tu penosa y
dilatada ausencia; y el placer que experimenta mi corazón
con los momentos lisonjeros que tomo mi pluma para significarte mi fino afecto, y cariño. Sí: debes vivir eternamente
persuadido que tu Natalcia te será siempre fiel; y que no
hay un sólo instante que no se halle ocupada con tus cartas
y memorias, pues con este consuelo vivo un poco tranquila.164
Pero lo que más la consoló y tranquilizó fue la carta en la
que Tomás la pedía en matrimonio, cuya rápida respuesta
nos revela la forma en que se realizaban los preliminares de
este tipo de unión:
[...] Yo veo en tu carta que me dices: sí te espero para
contraer matrimonio dos años, no digo ese tiempo, más que
fuera mi felicidad es, y será permanente aún cuando la
distancia sea enorme, porque mi cariño jamás se borra de
mi pecho mientras viva; ya tú conocerás mi carácter y habrás
visto una firmeza invariable en mí; yo estoy pronta a seguirte
a donde quieras sin la menor repugnancia, lo que si me parece
mejor es que debes ver a tu padre más antes para que según
lo que diga, le escribas a mi madre que me parece no habrá
novedad; y podrás tú determinar como quieras; y por tanto
vive segura que tu esposa nada olvida menos que a su
Paniciro; y que persuadido de esa verdad debes despreciar
cualesquiera duda.
Tu invariable esposa que verte desea. Natalcia.165
Esta carta, además de hablarnos de los sentimientos nos
refiere el ritual que se utilizaba para establecer un compromiso matrimonial. Esta vez se trataba de la voluntad propia
expresada por los enamorados; pero, como queda dicho, la
iniciativa en el compromiso la tomaban los padres del novio.
El problema en el caso presente consistió en que la novia, a
pesar de pertenecer a la familia del novio no era aceptada
164
165
Lofstrom, ob. cit., p. 85.
Castrillón, ob. cit., p. 33.
10 Alonso Valencia Llano
por ésta, lo que se expresó con exigencias hechas a Tomás
tales como la necesidad de que sentara cabeza y tuviera una
independencia económica, antes de entrar en estado matrimonial.
A esto se agregó que la distancia hizo su efecto sobre
Tomás, quien mientras le exigía fidelidad a «su» Natalcia,
tuvo un hijo ilegítimo con una costurera de Cartagena, lo
que unido a sus preocupaciones del momento lo llevó a abandonar poco a poco su amor de juventud, actitud que le notificó
a la joven en diciembre de 1818 para romper su compromiso.
La reacción de Natalcia, airada y digna, hace evidente lo que
hemos dicho acerca de que en las alianzas matrimoniales
pesaban más los cálculos económicos que el amor, pues
mencionó «la fea mancha de la pobreza» y «el carácter de
algunas familias» de Popayán, a lo que agregó: «vivo llena
de un placer indecible cuando me miro lejos del objeto que
podía haber construido mi desgracia». Desde luego, avisó a
Mosquera que conservaría sus cartas para probar a los
chismosos de la ciudad que si su compromiso se había disuelto
«no ha sido por algún defecto de mi honor, sino por la
facilidad que tuvo usted para abrazar los consejos que le
dieron.»166
1 6 6 Lofstrom, ob. cit., p. 94; Castrillón, ob. cit., pp. 36 y 37. Frente a
este problema del "honor" Merit Melhus dice:
El honor de una mujer es también su vergüenza. Pero como yo
argumento, la vergüenza (como honor) puede ser mejor entendida si se
la ve no solamente en relación con el honor sino también en relación
con el sufrimiento y la virginidad. Así como la vergüenza es ambigua,
así lo es el honor. Honor como término es usado localmente, no tanto
para calificar a un hombre sino más como un valor superior atribuido
por ejemplo a una familia, a una casa, o en política.
Véase su artículo: "Una vergüenza para el honor. Una vergüenza
para el sufrimiento", en Milagros Palma (coordinadora): Simbólica de
la feminidad. La mujer en el imaginario mítico-religioso de las
sociedades indias y mestizas, Abya Yala, Quito, 1993, pp. 48 y 49.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 10
Mariana Josefa Benedicta Vicenta Arboleda y Arroyo:
la esposa del general
La actitud asumida por la familia Mosquera frente a la
pariente pobre contrasta con la que asumió poco después
cuando Tomás estableció noviazgo con otra prima suya Mariana Josefa Benedicta Vicenta Arboleda y Arroyo- con
mayor fortuna, linaje y posición social que Natalcia. La joven
contó con la aprobación de la familia, aunque Joaquín, el
hermano mayor, aconsejó a Tomás, en 1819, que no se comprometiera con ella porque «era muy muchacha», lo que
acompañó con una opinión que expresa la edad que los payaneses buscaban en las mujeres para casarse: «para mujer se
debe buscar la que ya esté bien formada, y hay quien diga que
debe tener 24 años; pero yo digo que bastan 16 en algunas,
aunque por lo regular deben pasar de los 18».167 A pesar de
estos y otros consejos, el matrimonio se realizó en la iglesia
de la hacienda Coconuco el 4 de mayo de 1820, cuando Tomás
tenía veinte años y su esposa dieciséis. Aparte de las condiciones económicas y sociales de la novia, lo que más pesó en
el matrimonio fue la necesidad de controlar los ímpetus
guerreros de Tomás, quien permanentemente se veía comprometido en acciones subversivas contra el gobierno español. Su padre creía que las responsabilidades matrimoniales
lo alejarían de las aventuras revolucionarias.168 Esta estrategia de conservación del hijo no dieron mayores resultados,
porque al mes de realizado el matrimonio Tomás dejó su
hogar recién constituido para participar en las guerras de
independencia.
El cambio de soltera a casada no fue muy afortunado
para doña Mariana -llamada cariñosamente Bembenta por
Tomás- porque no quedó embarazada con la rapidez que exigían las costumbres payanesas, lo que se explica por dos razones: reiteradas ausencias de su esposo por haberse dedicado
a campañas militares y a negocios y al contagio de una enfermedad venérea adquirida por Tomás antes del matrimonio.
167
168
Lofstrom, ob. cit., p. 101.
Castrillón, p. 41.
10 Alonso Valencia Llano
Su vida de esposa sola no fue fácil a pesar de la solidaridad
familiar, pues debió sufrir las consecuencias de la participación política de su esposo. Así, en agosto de 1820 debió huir
a Cali ante el temor del ataque de fuerzas realistas a Popayán,
de donde solo regresó en enero del año siguiente, pasando
muy pocos días con su esposo, quien debió partir a las campañas de Pasto. Sólo a finales de 1821 pudo pasar con su esposo
una breve temporada que se vio dificultada por la resistente
gonorrea que éste sufría. Esta vida tan poco marital llevó a
que en 1822 doña Mariana se quejara:
[...] creo que en la eternidad será donde nos vamos a unir
para no separarnos nunca [...] ya veo que soy la mujer más
desgraciada que puede haber pues hasta ahora no tengo la
satisfacción de decir que he vivido seis meses contigo [...] Tu
afligida y desconsolada Bembenta.169
Al fin, en 1824, un hecho militar reunió a los esposos: el
primero de julio durante una batalla en Barbacoas Mosquera
resultó con la mandíbula destrozada que lo llevó a convalecer
a la Hacienda Coconuco, de donde partió en 1825 para el
Pacífico, debido a que Bolívar lo había nombrado Gobernador
de Buenaventura con sede en Iscuandé. Esta vez doña Mariana lo acompañó, lo que le representó un costo emocional
enorme al tener que dejar a su primogénito -Aníbal, de sólo
nueve meses- quien fue amamantado por su cuñada Dolores
Vicenta Mosquera de Hurtado. Doña Mariana tenía fuertes
intereses en el Pacífico, allí poseía, lo mismo que Tomás, algunos reales de minas y cuadrillas de esclavos, que le permitían
enviar a Popayán algunas partidas de oro. Aunque su
permanencia en el Pacífico fue provechosa para el matrimonio, lo cierto es que para doña Mariana en particular
representó un enorme sacrificio por la separación de su
pequeño hijo.
La situación de otros miembros de su familia no era
distinta. Por ejemplo, al recibir una carta que le remitía su
169
Lofstrom, ob. cit., p. 110; Castrillón, ob. cit., p. 63.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 10
hermana Josefa Arboleda y Arroyo en abril de 1825, doña
Mariana no pudo menos que sufrir una gran pena. La carta
revela las angustias que padecían las mujeres de la élite, las
que no se mitigaban con las fortunas de sus familias o de sus
esposos. En este caso no se trataba de buenas noticias: su
hermana Josefa se casaría con su tío materno don Manuel
María Arroyo y Valencia; noticias que llegaron adornadas
con la resignación propia de seres humanos que no controlaban sus destinos: se casaba «porque así lo ha dispuesto
el Todo Poderoso... y no dudo que me conviene este estado, y
veo que con el excelente esposo que el Cielo me va a conceder
he de ser una mujer feliz». Esta dolorosa resignación se
convirtió poco después en un grito angustioso:
Tendré que casarme, y tú tan lejos, pero así lo ha querido
mi desgracia... la alegría está enteramente desconocida para
mí y sólo conozco la melancolía y la tristeza y mi risa es la
continua gana que tengo de llorar, hoy he llorado a sollozos
para darle algún descanso a mi pobre corazón y pienso que
lo mismo haré el día de mi triste casamiento. Yo creo que no
se ha visto ni se verá jamás novia más triste que yo. 170
Mariana mitigó esta terrible noticia con el nacimiento en
Iscuandé de su hija Amalia de la Concepción Gertrudis Euge1 7 0 Lofstrom, ob. cit., p. 169. Todo esto nos demuestra que el
matrimonio no era el "estado ideal" para las mujeres caucanas. Se nota
más bien una cierta "resignación a un sacrificio", al cual es imposible
renunciar por la presión de un código social. Melhus sintetiza esta
situación en los siguientes términos:
Un código en el cual el honor y la vergüenza son conceptos básicos,
implica, entre otras cosas, que las reglas de conducta se aplican desigualmente a hombres y mujeres: lo que es apropiado para los hombres
no lo es para las mujeres y viceversa. Es un código que no sólo regula la
conducta de hombres y mujeres, sino, lo que es más importante, regula
las relaciones entre hombres y mujeres y aún más, contribuye a mantener
el dominio particular de los hombres sobre las mujeres. En otras palabras es un código que discrimina de acuerdo con el género. Y en el proceso
de discriminación define la relación de los hombres con las mujeres.
Ob. cit., p. 48.
10 Alonso Valencia Llano
nia Mosquera y Arboleda, el 15 de noviembre de 1825, situación que se vio incomodada porque el parto fue atendido por
la negra Ygnacia, una esclava con quien Tomás había tenido
un tórrido romance en su juventud y de la cual había quedado
un hijo ilegítimo.
El nacimiento de Amalia dio un nuevo rumbo a la vida de
Mariana, quien fue incluida en los planes que realizó Mosquera para viajar a Filadelfia en busca de atención médica
para su mandíbula, viaje que se interrumpió debido a que
en Panamá encontraron un médico que realizó la operación.
De allí regresaron a Popayán de donde Mosquera viajó a Guayaquil en 1826 con el cargo de Intendente. En 1827 fue nombrado Intendente del Cauca, cargo que desempeñó hasta
1828. Posteriormente fue nombrado Ministro ante los gobiernos del Perú, Bolivia y Chile, con residencia en Lima. Doña
Mariana, después de haber vivido con él estos años, se negó
a acompañarlo.
El período que siguió fue de gran distanciamiento entre
los esposos. Mosquera se quejaba de la frialdad de su esposa,
a lo que ella respondía que todo cambiaría si él regresaba a
su lado, pues «entonces verías disipadas las tinieblas de mi
imaginación; y restablecida la antigua alegría y buen humor
de mi espíritu. La sequedad y la indiferencia se convertirán
en la expresión más sentimental...»111. La ausencia de su
esposo, las cartas llenas de reproches y el padecimiento de la
enfermedad venérea que aquel le transmitiera hicieron que
Mariana entrara en un período de hipocondriasis y que incluso deseara la muerte; desde luego, era una mujer infeliz y
tenía motivos para serlo. Así lo expresó en carta del 4 de
mayo de 1829, aniversario de su matrimonio:
Qué memoria tan triste es para mí recordar el día 4 de
mayo del año 20, pues en ese año te creías feliz con haberme
elegido a mí por tu esposa y amiga, me prometiste que tu
corazón nunca tendría otra dueña, pero... pero no sigo por
no derramar más lágrimas de las que derramo día y noche
Lofstrom, ob. cit., p. 1.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 10
para desahogar mi corazón que se halla cada día más
oprimido. Yo había hecho una resolución de no decirte nada,
pero ya no puedo sufrir más... lo que más me atormenta es
creer [que] tu por no estar conmigo te sacrificas, abandonándome a tu padre, a tus hermanos, y a todos tus intereses.172
En adelante, el distanciamiento se agrandó y la correspondencia entre los esposos se vio cargada de ironías. La situación se hizo prácticamente insostenible cuando Tomás le
anunció que se trasladaría a Lima, lo que hizo que Mariana
expresara su odio por su «maldita carrera» militar y que le
dirigiera una pregunta directa acerca de ella: «¿qué es lo
que sacas de esto, disgustos, sinsabores y en una palabra pasar
una vida de desesperación?». Para agravar las cosas, en junio
de 1829 murió don José María Mosquera Figueroa, padre de
Tomás, situación que incrementó el desánimo de Mariana y
una nueva crítica a la profesión escogida por su esposo que
lo mantenía alejado de los suyos y expuesto a tentaciones de
diverso orden: «Déjate de buscar bordados y honores; ya
perdimos a nuestro respetado padre, para qué te sacrificas
por bordados, para qué anhelas por honores tan caros, nada
Tomás, despréndete de todo y vente a tu casa».113
En el fondo de todos estos reproches estaba la sospecha
de que Tomás en Quito, Guayaquil o Lima estaba sometido
a tentaciones carnales. Por eso en algunas cartas hablaba de
que las quiteñas le pasaran «el buen humor», o que saludara
de su parte a las «señoritas guayaquileñas». También, esto
explicaría que en ocasiones fuera «áspera, seca y desdeñosa»
con su esposo; y que en otras se caracterizara por la ironía,
como cuando le decía: «todos los humanos no son iguales, tu
serás estable, franco, generoso general de muchos méritos
porque desde que naciste saliste con ese destino, y yo [...] tan
estúpida que no alcanzo a conocer los méritos de los Señores
Generales».174
172
173
174
Ibíd., ob. cit., p. 174.
Ibíd, p. 176.
Ibíd, op, cit., pp. 174, 176 y 184.
10 Alonso Valencia Llano
La muerte de su suegro revela otra faceta de este tipo de
matrimonios disfuncionales del siglo XIX caucano: la esposa
alejada del marido y refugiada en la familia de éste se convierte en una hija más que mitiga las dificultades producidas
en la vejez de sus suegros. En este caso, el papel de Mariana
fue fundamental para atender a su suegro en sus últimos
días, lo que mereció reconocimiento de Joaquín, el hermano
mayor de Tomás, en carta escrita el 21 de junio de 1829:
Tu virtuosa y amable mujer nos ha acompañado sirviendo
a nuestro padre en los diez días y sus noches de enfermedad
con una constancia que no puede ser ya más; ella se ha mostrado digna hija de su excelente madre y ha ganado sobre mi
corazón todos los derechos de hermana mía ¡Dios la
bendiga!176
Esta no era la única ocupación de la solitaria esposa, las
reiteradas ausencias del esposo la convirtieron en administradora del patrimonio familiar; difícil labor, si se tienen en
cuenta las dificultades que pasó el país en los momentos de
finalización de las guerras de independencia y en la construcción de la República. Aunque en esta labor Mariana siempre
estuvo acompañada por su cuñado, el presbítero Manuel José,
lo cierto es que ella tenía que administrar las haciendas de
Coconuco, Poblazón, La Teta y García, donde había abundantes ganados y numerosos esclavos.
La cambiante situación política del país, acelerada con la
expulsión del Libertador Simón Bolívar, en 1830, y el nombramiento de su cuñado Joaquín como Presidente de la República, pareció constituirse en una esperanza para Mariana,
puesto que Mosquera anunció su retorno al país. En efecto,
el ausente esposo regresó por Panamá, pero allí, ante la dictadura de Rafael Urdaneta, el derrocamiento de su hermano y
la separación de los territorios caucanos y su anexión al
Ecuador, cambió de idea y en lugar de llegar a su casa en
Popayán marchó a Estados Unidos y Europa. El golpe para
175
Castrillón, p. 128.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1
Mariana no pudo ser más fuerte y siguió siéndolo, pues su
hermano Manuel José debió enviarle a Tomás el dinero necesario para correr con sus gastos, lo que lesionaba fuertemente
el patrimonio familiar. Ante los reclamos que Manuel José
le hacía por poner en riesgo su fortuna y tener abandonada
su familia, Tomás se quejaba de que «Marianita» no le escribía, lo que sazonaba con almibaradas frases cargadas de
cinismo: «[...] pensando solamente en ella, cualquier hebra
de hilo se me vuelve una viga, y comienzo a padecer.» Y frente
a los riesgos que corría el patrimonio familiar dados sus
excesivos gastos, su cinismo no podía ser mayor: «Es necesario
que sea señora de negocios y no solamente ama de llaves como
son generalmente lo que llaman allá excelente señora de
casa.»176
El viaje por Europa fue sin duda formativo para Tomás:
instrucción militar, reuniones científicas, ampliación de sus
conocimientos geográficos y de idiomas y, desde luego, como
era de esperarse en un personaje como él, un acercamiento
a la nobleza francesa e italiana. Estas labores no le impidieron llevar una vida tan disipada como la vivida en el sur de
América, lo que le permitió ampliar sus horizontes estéticos
a unos extremos inconcebibles, pues comparó a las italianas
con las colombianas, sacando como conclusión unos juicios
que fueron expresados a Pedro Alcántara Herrán: «¡Qué feas
están las colombianas! Si todas se parecieran a las pirringas,
le juro a Usted que no sería más casto San Indalecio que yo.
Putas, amarillas y feas es lo que hay generalmente hablando»}11
Estas, desde luego, no eran sus únicas preocupaciones,
ya que vivía bastante informado de la política de la Nueva
Granada, lo que lo motivó a regresar al país en 1832. Sus
cálculos políticos fueron bien hechos y, como era de esperarse,
en ellos entraba su familia. Esto se hizo evidente cuando en
una carta escrita a Pedro Alcántara Herrán -su compañero
de viajes en Europa- le ofrecía, en forma bastante sutil por
176
177
Ibíd., ob. cit., pp.161 y ss.
Ibíd., ob. cit., p. 159.
1
Alonso Valencia Llano
cierto, la mano de su hija Amalia, la que sólo contaba con
doce años de edad, mientras que don Pedro tenía treinta y
cinco: «De amalia es muy buena, suave y bonita».178 La sutileza no pasó en vano, pues don Pedro le escribió una carta en
italiano, cuya traducción no deja ninguna duda acerca de
que aceptaba convertirse en yerno del General:
Para mi [es lo mismo] esperar cinco años que cincuenta;
pero ha olvidado usted, caro amigo, que soy un pobre viejo
que no tengo otra cosa que un buen corazón, este corazón
todo suyo; La señorita merece ser tan feliz como su digna
madre y por consiguiente tener un esposo semejante a mi
excelente Conde Tomás; correspondo a su tierna amistad
asegurándole que mi voluntad será siempre suya, respondo
en este al mismo tiempo a mis sentimientos.179
La utilización política de su hija fue sin duda uno de sus
mejores cálculos, si se tiene en cuenta que el general Pedro
Alcántara Herrán estaba destinado a ser uno de los principales políticos colombianos e iba a ser su principal aliado en
sus pretensiones por llegar a la presidencia de la República.
Esta utilización de la hija para sus fines políticos y el hecho
de que ella lo aceptara, ha propiciado que algunas historiadoras vean a Amalia como el prototipo de la sumisión de la
mujer en el siglo pasado.180
El regreso al Cauca y su reencuentro con su familia, después de tres años, significó para Mosquera volver a incursionar en negocios relacionados con la producción de sus
haciendas para recuperar su menguada fortuna, pero al mismo tiempo desarrolló una importante labor política que lo
llevó al parlamento con el apoyo de los habitantes de su provincia, lo que significó una nueva separación de su familia;
todo esto, lentamente, lo fue convirtiendo en un político notable. Pero a medida que su estrella política ascendía, sus relaciones matrimoniales se deterioraban hasta el punto que
178 Ibíd.,
pp. 169 y 170.
Ibíd., p. 578.
180 Yer Martínez Carreño, ob. cit., p. 294.
179
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 11
pidió un cargo diplomático en Londres. El distanciamiento
con su esposa lo hizo evidente en carta que escribiera en
1837 a su hermano Manuel José, quien recientemente había
sido nombrado Obispo: «Mariana no vendrá contenta según
he visto [...] Así te digo que ya estoy resuelto casi a no sacarla
de Popayán y a ver como me acostumbro a vivir sin ella que
para tener una vida de perros más vale estar lejos [...]»1&1
La comisión en Inglaterra no le fue concedida, pues se le
encargó de la Comandancia de la I a . Columna del Ejército.
Esto lo ponía al lado de Herrán en el control de la Provincia
de Bogotá, de la que su amigo era gobernador. De nuevo, el
significado político del hecho tenía un costo bastante grande
para su familia, en especial para doña Mariana. Así lo
explicaba Mosquera a su futuro yerno el 28 de noviembre de
1837:
Voy a ver el modo de arreglar mis cosas para irme cuanto
antes pero no puedo abandonarlo todo inmediatamente. Me
veo precisado a dejar mi familia porque si va Mariana se
destruirá todo... Mucho celebro que Ud. y yo seamos los
encargados de esa provincia. Esto es necesario según mis
cálculos. Nuestra vida pública se asemeja mucho hace algunos años y nos encontramos en el mismo camino [...] 182
El año de 1838 fue crucial para Mosquera pues en unión
con Herrán debió preparar el ejército para enfrentar a José
María Obando, quien organizaba tropas en el sur. Esto se
hizo en medio de rumores muy fuertes en Popayán, donde
no sólo se hablaba de la cercanía de una guerra, sino del
romance entre Amalia Mosquera -la joven hija del generaly Herrán, quien se refirió a su prometida en una de sus cartas: «De Amalia me han preguntado mucho las tías, las
primas y los primos y a todos les he referido sus adelantamientos. Hágale también mis finos recuerdos».183
A finales de 1839, los dos generales tenían ampliamente
controlada la situación política del país y a Obando. En estas
Castrillón, ob. cit., p. 188.
Ibíd., p. 190.
Ibíd., p. 9.
181
182
114 Alonso Valencia Llano
circunstancias se dió una nueva insistencia de Mosquera para
cerrar la alianza matrimonial con su amigo de armas, pues
se encontraba preocupado debido a que se enteró de que su
hija tenía un pretendiente:
Mariana está muy repuesta otra vez; pero no buena.
Amalia me tiene chocho. Lentos son sus progresos pero no
deja de hacerlos. Lástima que te hayas llamado viejo. Coronaría tus triunfos con sus gracias aunque no igualan a las de ...
mejor es callar, supuesto que ni tú ni yo creemos en tales
amores. ¿Sabes que me han preguntado en Popayán si es
cierto que te la he dado? Con ningún otro amigo tendría yo
estas chanzas pues parecerían pretensiones exageradas de
mi parte. Más tú las recibes como ellas son, una franca y
sincera efusión de lo que es mi corazón para contigo.184
Aunque la situación familiar podía parecer asegurada
para Tomás, no ocurría lo mismo con la política, pues una
serie de caudillos regionales, entre ellos Obando, iniciaron
«La Guerra de los Supremos» que mantuvo al país en zozobra
hasta 1840. Las fuerzas del gobierno lograron someterlos
con enorme dificultad, hasta entrar triunfantes a Bogotá.
El primero en hacerlo fue Herrán, quien el 29 de noviembre
le comunicó su llegada mencionándole su encuentro con su
prometida Amalia Mosquera: «¿A que señorita te parece que
di el primer abrazo en Bogotá la noche que llegué? Está muy
linda, bien educada y amable. Mi señora Mariana me parece
muy repuesta y aún puedo decirte gorda [..]»1S5
Desde luego, las esperanzas políticas del ambicioso Mosquera estaban puestas en Herrán y en su hija; para nada
entraba en sus cálculos futuros su esposa Mariana. Debido a
esto, él no le escribía ni siquiera unas pocas líneas, hecho
que mereció el reproche de su futuro yerno el 2 de diciembre
de 1840:
184
185
Ibíd., p. 208.
Ibíd., p. 235.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 11
[...] Mi señora Mariana está buena y muy sentida contigo
porque no les has escrito. No seas injusto y aún podría decirse
ingrato; a ti para nada te falta tiempo, y por no poner cuatro
letras haces sufrir a la señora más virtuosa, más tierna y
mas completa que pueda darse. Escríbele con el primer posta
que venga una carta tan fina y tan amable como ella se lo
merece. Si yo supiera imitar tu letra y expresar tus sentimientos ya lo habría hecho.
Me parece que Amalia tiene la educación de una Lady, el
corazón de una payanesa y la figura de una virgen de Rafael.
Goza de perfecta salud y no piensa más que en su victorioso
papá.186
El año 1841 no fue tranquilo, porque mientras eran sometidos algunos rebeldes del centro del país, Obando reaparecía
en el sur, estimulando nuevos levantamientos en Santander.
Esta vez fue Mosquera quien los enfrentó debiendo comprometerse en combates a partir de marzo. Su compromiso con
Herrán estaba ya tan asegurado que en carta escrita el 13
de este mes le decía: «Si muero mi testamento de Pasto, mi
familia y sobre todo mi hijita quedan bajo tu protección
[...]» 181 . Su afán guerrero quedó patentizado cuando en cartas
posteriores hablaba a su amigo de coronas de triunfo y de su
paso al heroísmo: «Si muero acuérdate de mi mujer y con
mayor razón de mi hija y de Aníbal. Siempre mi corazón será
todo tuyo y sea en el Cielo o en el Infierno mi alma hablará
de ti a los héroes. Todo todo tuyo, Tomás».188
La cercanía entre Amalia y Herrán permitió que se oficializara el noviazgo, lo que modificó un poco el formalismo en
la correspondencia entre los dos amigos, pues ahora Herrán
prefería despedirse con frases como esta: «... dándote tres
abrazos como tu primer amigo, tu hijo y tu más fiel camarada
... ¿quieres otro? te lo daré también como hermano, Perucho».189 Como es obvio, se trataba de una transformación
Ibíd., pp. 236 y 237.
Ibíd., p. 245.
1 8 8 Ibíd., p. 246.
189 Ibíd., p . 2 .
186
187
1
Alonso Valencia Llano
sentimental que se estaba operando en el hombre más importante, políticamente hablando, de la Nueva Granada, puesto
que desde el 2 de mayo de 1841 se había posesionado como
Presidente de la República. En adelante, la correspondencia
con su futuro suegro y amigo estará llena de expresiones
románticas como estas:
[...] Amalia dueña de mi corazón está de por medio y voy
a hablarte de ella antes que todo. La patria me perdonará
que por un momento me ocupe de mí mismo con preferencia
a otra cosa. [...]
Poseo el corazón de Amalia, yo la adoro, no es esto
galantería, la adoro, siento por ella tan vehemente pasión
como no he tenido por ninguna mujer del mundo ni podría
tenerla antes porque no he llegado a creerme casado como
creo ahora. Tampoco me he creído jamás ser tan querido ¡y
lo soy de una criatura celestial! Estoy enamorado como un
muchacho de veinte años. Yo no pienso más que en mi Amalia,
cómo serviré a su virtuosa madre, con quien simpatizo más
que tu mismo, y yo como corresponderé a su padre tanto
como le debo. Bien hace Amaba en ser tan fina conmigo,
nadie en el mundo podría quererla tanto como yo. ¡ Ah patria!
cuanto me debes sin saberlo, me separé de Amalia en los
momentos en que ciego de amor y no bien seguro de ser
correspondido pensaba conquistar el corazón de mi querida;
y ahora más enamorado y perfectamente correspondido vuelo
a tomar posesión de ella.
Perdona mis delirios, Tomás, me he vuelto un muchacho.
El rato que he empleado en escribirte esta carta ha sido de
felicidad para mí, de felicidad completa, en medio de los
quehaceres y disgustos que llenan mi tiempo.
No me envíes el cordón que me traes de Amalia: tenlo en
tu poder hasta que puedas entregármelo personalmente para
no exponerlo a que se pierda.
Te deseo tanta felicidad como la que tú me proporcionas.
Perucho.190
190
Ibíd., pp. 277 y 278.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1
Al mirar estas expresiones sentimentales, podría pensarse
que la situación familiar de Mosquera estaba pasando por
un buen momento; pero no era así. Aunque no conocemos
los sentimientos de Amalia en esta época como para referirnos a ellos, sí sabemos que Mariana, Amalia y Aníbal, durante
su estadía en Bogotá, se refugiaron en la familia de Herrán
como el náufrago se aferra a una tabla.
El distanciamiento de Mosquera con su esposa se hizo más
profundo pues éste descargó en Herrán muchas de las
responsabilidades que le correspondían como esposo, las que
siempre había evadido. Para rematar las cosas, la guerra lo
había llevado a Cartagena donde encontró una hermosa mujer
-Susana Llamas- quien habría de impresionarlo de tal forma
que en el futuro haría parte de su vida sentimental, y lo llevaría
a cometer ciertos excesos que fueron escándalos públicos en
Bogotá. Posteriormente, pasó a Panamá con el interés de
impedir que esta porción territorial se separara de la Nueva
Granada, donde su permanencia estuvo acompañada de
críticas acerca de la forma en que desarrollaba su vida privada
y de permanentes solicitudes de dinero a su familia, la que
estuvo siempre enterada de sus «hazañas amorosas». El
problema para Mosquera era que ahora sus familiares no
estaban solos, pues contaban con el apoyo, nada más ni nada
menos, que del Presidente de la República, quien no estaba
dispuesto a tolerar los excesos de su futuro suegro. Debido a
eso, Mosquera recibió el dinero que pedía acompañado de su
nombramiento como embajador en las repúblicas de Chile,
Perú y Bolivia y una carta en los siguientes términos:
Sin embargo de esto quiero decirte una cosa con toda
claridad y sinceridad. A tu elección queda aceptar o no
aceptar, sin temor de que yo forme queja de cualquier partido
que abraces, y en seguida voy a darte un consejo de familia
porque ya tengo derecho de dártelo. No malgastes tu salud
ni prodigues tu fortuna con las hijas de Eva por lindas que
sean. Nada debes conservar tanto como tu salud, no sólo
para ahora sino para tener una vejez achacosa, penosa y llena
de remordimientos, semejantes a los que pudiera tener el
11 Alonso Valencia Llano
que se suicida o mayores todavía.
En cuanto a tu fortuna son otras las consideraciones que
debes tener por más desprendido y generoso que seas...
A pesar de que no temo de tu parte una mala interpretación en cuanto a la segunda parte de mi consejo, no
estará por demás que te manifieste que te lo doy por
consideración a ti y nada más. Me parece que mientras yo
viva de nada necesitará Amalia. Es tan moderada en sus
aspiraciones que con descanso puedo satisfacer todos sus
deseos. He encontrado en ella esta cualidad tan rara en las
mujeres de mérito que para mí era y debía ser condición sine
qua non, porque yo siempre seré pobre y no podría ser feliz
con una compañera que considerase como una calamidad la
pobreza honrada. En compensación de esto tendrá un marido
que en cuerpo y alma le pertenece exclusivamente y que no
tendrá otro pensamiento que el de hacerla feliz ,.. 191
La necesidad de que Mosquera se alejara del país ya no
dependía sino de que realizara la boda de su hija con el presidente. La fecha se fijó para el mes de septiembre de 1842 y
sería «tan privada que ni los testigos sepan que va a celebrarse,
hasta el momento de la bendición», pues la poca fortuna de
Mosquera y los quebrantos de salud de la madre del Presidente así lo exigían. La decisión fue comunicada a Mosquera:
Que me casaré en los primeros días de septiembre, como
antes te he comunicado, es cosa irrevocable. Para que sea
antes hay inconvenientes; pero mientras tanto si cualquier
día, cualquier hora, me dijera Amalia casémonos ahora, en
el acto me casaría. Así se lo dije cuando acordé con ella misma
el plazo y se lo he repetido después.
Que nuestro casamiento ha de ser muy en privado tú lo
deseas y me lo has encargado, a mí me conviene y todos los
interesados estábamos en el mismo pensamiento.192
Ibíd., p. 2 8 .
Ibíd., p . 2 .
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 119
La boda corrió peligro de realizarse debido al fallecimiento
de la madre de Herrán, hecho que lo llevó a retirarse temporalmente de la presidencia. Finalmente, se realizó el le de
septiembre y el 30 del mismo mes Herrán reasumió la Presidencia.
Podríamos decir que con esta boda el futuro político de
Mosquera estaba asegurado, porque su yerno lo propuso a
la vicepresidencia de la República, lo que no logró, pero
empezó a perfilarse como el futuro presidente. Su familia no
quedó al margen de los hechos, en Bogotá empezaron los
chismorreos acerca de las relaciones entre las familias de
Herrán y Mosquera y la forma en que controlaban el poder.
Como es lógico, los chismes también tocaron a doña Mariana,
a quien acusaron de ejercer una indebida influencia sobre
su yerno. Los rumores fueron de tal nivel que doña Mariana
se vio obligada a regresar a Popayán, lo que disgustó profundamente a Mosquera, hasta el punto que casi se presenta un
rompimiento de relaciones con su yerno, a quien además le
reprochaba que no hiciera nada por sostener su candidatura.
La utilización de la familia en sus fines políticos se hizo
evidente en una carta que le enviara Herrán en 1843:
Me has dicho que has llegado arrepentido de que Amalia
sea mi mujer, me has dicho que te engañé como un muchacho,
me has dicho con cierto modito de inadvertencia que
despreciaste pretensiones de jóvenes apreciables para darme
la mano de Amalia. Te agradezco la franqueza con la que me
has hablado; pero más te habría agradecido que hubieras
tenido tal franqueza antes del 1B de septiembre de 1842,
porque yo no sería tu yerno, no tendrías por qué haberte
arrepentido, y Amalia asociada a uno de tantos jóvenes
apreciables que la pretendieron y que la merecerían sería
feliz.193
A pesar de estos reproches, el destino político de Mosquera
ya estaba trazado, pues su salida del país le abrió las puertas
193
Ibíd., p. 299.
1
Alonso Valencia Llano
a la presidencia de la República de la Nueva Granada en
1845, cuando sucedió a su yerno en el poder. La expresión de
Mariana, cuando se enteró de la noticia, no puede ser más
elocuente: «¡Válgame Dios! ¡Tomás en la presidencia será
como mico en pesebre!».194
Los rumores en torno a la forma en que el presidente había
actuado en la elección de Mosquera despertaron una serie
de críticas que incluyeron las de la propia familia del electo
presidente. Herrán, dolido, no tuvo más remedio que hablarle
así a su suegro:
El señor Julio Arboleda, no contento con lo que me han
difamado como hombre público él y sus compañeros, dice
que la peor calamidad para su familia ha sido mi enlace con
Amalia. Dice también que yo me empeñé y machaqué hasta
la impertinencia para conseguir la mano de Amalia, con la
mira de estafarte tu fortuna; y dice otras mil cosas igualmente deshonrosas y humillantes para mí...
No tengo poder para desbaratar el calamitoso matrimonio
que tanto deploran Julio y sus amigos o parientes; pero en
algo puedo remediar las consecuencias y esto lo haré
infaliblemente. Me alejaré de ti cuanto pueda, y cortaré toda
mi relación de familia y de amistad contigo, como lo exigen
mi honor y tu bienestar...
En cuanto a mis pretensiones de enriquecerme a tu costa
¡Válgame Dios hasta donde soy humillado! No puedo
justificarme de otro modo que prohibiendo a mi mujer que
reciba ni un alfiler de sus padres, ni para sí ni para sus hijos;
y esta prohibición es de tal modo irrevocable que primero
me divorciaría de Amalia que rebajarla. De paso, esto debe
servirte de gobierno para que no pongas a prueba de modo
alguno la debilidad de Amalia.196
15
Ibíd., p.
.
Ibíd., p . 3 .
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 11
Susana Llamas: el amor del presidente
La utilización política de su familia pareció terminar cuando Mosquera ascendió al poder debido a que se incrementaron sus diferencias con su esposa y su yerno. Esto no significó que Mosquera enfrentara solitario en su intimidad el
desempeño del gobierno. Por el contrario. Rápidamente su
actividad presidencial se vio acompañada del escándalo a raíz
de la presencia en palacio de una hermosa mulata, Susana
Llamas, con quien mantenía relaciones desde que estuvo en
Panamá, lo que obligó a la intervención de su hermano el
Arzobispo para que moderara su conducta. Este escándalo,
unido a otros hechos de carácter político, llevaron a que su
yerno el expresidente Pedro Alcántara Herrán decidiera
marchar a los Estados Unidos en el año de 1847, llevando
consigo a doña Mariana.
Mosquera había conocido a Susana en Cartagena, en 1841,
donde sostuvo las relaciones escandalosas que ya hemos mencionado y que le valieron algunas reconvenciones por parte
de su yerno, el presidente Herrán. Lo curioso es que los
antecedentes de Susana, averiguados en 1842 por Francisco
Córdova, secretario de Mosquera, no impidieron que el
enamorado militar continuara con su escandalosa relación:
Susana por su conducta arrastrada, prostituida,
berrionda, es la mujer más despreciada que hay en esta
ciudad [de Medellín], No merece los cariños de un caballero
noble y generoso como es usted. No hay en Medellín negro
artesano, ni comerciante que no haya conseguido favores de
la incasta Susana, así como no hubo ni soldado ni oficial del
Batallón Ns 2 que no pasara revista por sobre ella. Esto lo
he sabido aquí porque es público. Se me cae la cara de
vergüenza en cuanto oigo referir la vida de esta ramera que
ha tenido la astucia necesaria para engañar a usted.196
La partida de su esposa llevó a que Susana se trasladara
al Palacio, donde vivió con el presidente en calidad de ama
196
Citado en Ibíd., p. 205.
1
Alonso Valencia Llano
de llaves, lo que incrementó los escándalos y obligó a que en
1847 Mosquera se retirara transitoriamente del poder en
medio de gritos que lo calificaban de «fornicador y asesino».
Se dirigió con Susana a la Costa Atlántica, donde buscó mejorar su imagen pública. Para esto fue decisiva la influencia
de su hermano Manuel José, el arzobispo, quien le orientó
acerca de la forma de mejorar sus relaciones con la Iglesia
católica deterioradas por algunas medidas tomadas durante
su gobierno. Debía también mejorar su imagen frente a la
sociedad bogotana que no le perdonaba su público concubinato con Susana, y construir una imagen frente a un pueblo
que lo veía como un militar sanguinario.
En lo que se refiere a las relaciones con Susana, que es lo
que nos interesa, Mosquera decidió una separación aparente,
le puso una tienda en Bogotá, le consiguió casa aparte y la
hizo acompañar de un hermano. Desde luego, para acallar
rumores, regresó solo a Bogotá, como lo indica esta apasionada carta que le envió Susana:
6 de diciembre de 1847.
Tomás querido, mi único consuelo: recibí su muy amable
carta del Sitio Nuevo por la cual [sé] que no tengo el gusto
de verlo hasta el 11 ó 12 de este, por la demora del vapor y
del río que ha estado grande.
Dueño mío, ¿cómo es posible que no hayas tenido carta
mía? Cuando no he dejado correo que no te haya escrito,
hijo mío, mi corazón late al figurarme las amarguras que
habrás sufrido al no ver letra mía, por lo que yo he sufrido
con la demora de estos malditos correos que hasta me he
enfermado del sentir no sabiendo, pronto de mi única dicha,
y mi única felicidad, mi gloria mi belleza te lo digo porque lo
siento y para mi no puede haber otro embeleso sino mi Tomás,
es lo único que tengo, ¿para qué quiero otra cosa? para nada
porque en él tengo mis caricias, que me encantan, unos besos
de almíbar, otras cosas exquisitas, y en fin en mi amante
tengo mi padre y todas las dichas para llamarme feliz.
Prenda mía no te dilates, que lo que suceda es que lo que
encuentres será el cadáver de pensarte, y yo no quiero eso
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1
sino que me encuentres gordita para estrecharte bien entre
mis brazos.
Ramón sigue con la muía, lo dejo ir por lo preciso a pesar
de la falta que me hace, pero primero es mi ídolo que ya
reciba mi corazón que es exclusivamente suyo y unos besos
que le manda su negra. Susana.197
Sus visitas nocturnas a la casa de Susana no acallaron los
rumores que se prolongaron hasta el momento en que entregó el poder y se retiró, de nuevo, a la Costa. Los rumores en
Bogotá tomaron visos de escándalo con comentarios bastante
descomedidos acerca de su amante. Ante esto, decidió demandar por calumnia a sus detractores ante un juez de Barranquilla:
Señor Juez Parroquial. Tomás C. de Mosquera, General
en disponibilidad, vecino de este Cantón, ante usted según
derecho parezco y digo:
Que habiéndome informado que mis enemigos políticos
tratan de levantarme una calumnia para mortificarme, y con
otros objetos políticos, me veo en la necesidad de levantar
una información de nudo hecho para usar de ella en debido
tiempo y al efecto se ha de servir usted recibir información
por declaraciones juradas de los testigos que presento para
que declarasen con citación del personero público.
1® Si saben y les consta que la Señora Susana Llamas no
tiene otras relaciones conmigo que las de aprecio de mi parte,
por haberme hecho un servicio importante en Bogotá
evitando que fuera asesinado por una gavilla de facciosos y
el reconocimiento que ella tiene por servicios que le he
prestado, y se comprometió a servirme en casa encargándose
de los gastos y cuidar de mi ropa.
2S Si siempre ha tenido en Bogotá su casa donde vivir, y
solamente iba a la casa de Gobierno cuando tenía que hacer,
y se retiraba de dicha casa luego que concluía sus ocupaciones.
3S Si saben que es pobre ella y su familia y por eso le
197
Castrillón, ob. cit., p. 342.
1
Alonso Valencia Llano
señalé una renta para que viviera y con sus ahorros ayudara
a sus padres, y actualmente se ocupa de poner una tienda en
este lugar a donde vino sola porque le ofrecí mi protección.
4e Si con ella vivía en Bogotá un hermano suyo que
mantenía en un colegio ayudando así a sus padres.
5S Si les consta como que los testigos son personas que
están constantemente en mi casa, que no hay otras relaciones
con la señora Susana Llamas y que ha tenido siempre su
casa en qué habitar, que las que dejo expuestas. Y hecha que
sea esta información de testigos, servirá usted devolvérmela
original, para los usos que me convengan y correspondan en
derecho. Barranquilla 26 de junio de 1849. Tomás C. de Mosquera.198
La necesidad de esta demanda convenció a Mosquera de
que la compañía de Susana era un impedimento para sus
proyectos políticos, lo que pareció confirmarse cuando en
Bogotá su familia aprovechó el regreso de Herrán para tratar
de remediar la situación. Las cosas se complicaron cuando
se enteró de que querían manumitir a la negra Visitación,
una esclava suya: «En mi concepto querían libertarla para
que declarase que yo había vivido con Susana, o cosa semejante...». Ante esto no le quedó más remedio que enviar a
Susana a Bogotá con un buen número de mercancías para
que pusiera una tienda. Esta separación llevó a que Mosquera
escribiera una carta al general Ramón Espina en la que hace
explícito su amor por la mulata:
Hoy estará Susana en Conejo y de allí seguirá para esa.
Se la recomiendo muchísimo, no deje de hacérmele una que
otra visita y aconsejarla mucho. Creí conveniente esta separación para que no hubiera motivos para estarnos mortificando. Mucho me ha costado porque juro a usted que ha
sido y es la única pasión que he tenido en mi vida. Yo conozco
ahora que jamás había amado a una mujer. Si ella me llegara
a ser infiel no sé lo que haría. ¿Qué dice usted de un amor
198
Ibíd., pp.
2y
.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 12
semejante a los 51 años? Amigo, no sé qué decirle a usted,
estoy más enamorado ahora que un cadete de 18 años.
Escríbame algo sobre ella y bueno es que se diga por allá que
ya no hay relaciones ningunas entre los dos.199
La respuesta de Espina no se hizo esperar:
Susana llegó el 20 y al momento que lo supe fui a verla y
le ofrecí mis servicios de la manera que los creyera útiles.
Está buena, le aconsejé todo lo que usted me encarga en su
anterior carta y le agregué cuanto de más se me ocurrió.
Está dedicada a manejarse de tal modo que nadie sepa ni
aún si existe en el mundo.200
La separación no fue definitiva, pues a comienzos de la
década de los años cincuenta, cuando Mosquera se trasladó
a Nueva York con su familia, Susana se instaló en Brooklyn,
donde puso una tienda de su propiedad. La dedicación de
Tomás a los negocios y a actividades científicas, lo alejaron
un poco de las contiendas políticas hasta 1854, cuando
enfrentó la dictadura del general José María Meló. Pero en
1855 debió regresar a EE. UU. a enfrentar la quiebra de sus
empresas mal administradas por su hijo Aníbal. A estas dificultades económicas se unió la separación de Susana, debido
a que Mosquera había establecido relaciones con otra mujer;
Susana, a su vez, estableció relaciones con otro hombre, lo
que hizo estragos en el ánimo de Mosquera, tal y como lo
confesó a su amigo Antonio J. Irisarri, en carta escrita en
1857:
[...] No hay para los hombres peor enemigo que la
debilidad de su corazón, y yo aseguro a usted que en medio
de mis conflictos lo que me ha dicho mi buen amigo Acosta
de Sofhía me ha partido el corazón y me ha abierto una herida
profunda porque esa mujer no ha debido dar motivo a que
hablen de ella. La amo y la amo con una pasión que no se
20
Ibíd., p. .
Ibíd., p. .
1
Alonso Valencia Llano
cura sino con la muerte. Debo sacarla y mandarla a su familia
para que viva honestamente y que una mujer que me
perteneció no vaya a ser una prostituta. Dispénseme usted
que le hable de esto porque no tengo más amigos que usted
a quien pueda confesar mi debilidad. He pasado una noche
malísima en Kento, pensando estoy aquí y no he tenido libre
mi imaginación. La carta para ella que tiene usted allá puede
quedársela porque no tiene dirección ni cosa que me
comprometa; ella sabe que estoy para irme a Nueva Granada
y guardará secreto de que le he escrito. En esa carta le digo
que debe irse y que desde hoy no recibirá más que ocho pesos
como se lo dije desde que le mandé el dinero para que se
pagara la semana que concluyó el 30 de enero.201
El alejamiento de Susana fue definitivo, aunque ella
insistiría en carta enviada desde Quito, el 14 de octubre de
1863:
Siempre persuadida de que entre los dos odio no puede
haber hoi dirijo a U. esa con el objeto de saludarlo deseándole
que se encuentre bueno i siempre gozoso en sus gracias. Esta
se dirije a hacerle una súplica, i es que U. viene de Rionegro,
supongo en Medellín debe haber estado, si tuvo razón de mi
familia tenga la bondad de informarme si mi padre vive, deseo
saber, por 3 años no sé de ellos, en el momento que U. me
informe me pondré en camino y quizás lo haga por Pasto
para verle a U. una vez más porque lo deseo, a ver si se conserva como antes.
Consérvese bueno i feliz, se lo desea una amiga con el
más grande entusiasmo porque siempre será hasta la muerte
su amiga.202
201
202
44.441.
Ibíd., p. 427.
ACC, Fondo Mosquera, año 1863. Carpeta # 29-L, Documento #
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1
Doña Amalia Mosquera de Herrán: la aliada política
En 1859, Mosquera fue electo Gobernador del Cauca. Esto
significó una nueva etapa en su vida política y, como se verá
después, una nueva relación con mujeres de muy diverso tipo
que van a desplegar una actividad política inusitada. No se
trata ya de «sufrir» las consecuencias de la actividad política
de un esposo irresponsable como en el caso de doña Mariana,
ni de disfrutar la pasión madura de un hombre de Estado
como en el caso de Susana; se trata, ahora, de mostrar cómo
las mujeres cercanas a Mosquera participaron activamente
en política. El caso más evidente es el de su hija doña Amalia
Mosquera, la esposa de Pedro Alcántara Herrán.
A finales de 1859 Mosquera viajó a Nueva York para traer
a su esposa, quien se encontraba bastante enferma. La instalación de los esposos en Popayán fue todo un acontecimiento,
pues Mosquera se dedicó a desarrollar una cotidianidad que
se caracterizó por recepciones en su casa, por tertulias cientifico-políticas y, desde luego, por conspiraciones que lo fueron
acercando al partido liberal y alejándolo del conservador; a
la larga esto significó un enfrentamiento con el gobierno
conservador de Mariano Ospina Rodríguez que terminó en
una revolución de carácter liberal.
En lo familiar, esta nueva etapa política de Mosquera llevó
a un rompimiento con su yerno, Pedro Alcántara Herrán,
con quien ya venía distanciado desde su quiebra en Nueva
York. El distanciamiento había afectado también al matrimonio entre Amalia y Herrán, pues ella se había quejado en
varias cartas escritas en 1856 del tratamiento que le daban
su hermano Aníbal y su esposo. Las frases utilizadas eran
duras y constituyen una buena muestra de su carácter: «Se
engañan si piensan que me meterán a otro retiro o si me manejan como a una máquina. Estoy resuelta a tener voluntad y
vivir con usted y donde pueda tener más protección».203
Para Herrán era obvio que su suegro ejercía una influencia
nefasta sobre su esposa, quien incluso en algún momento
llegó a hablar de separación, por lo que se vio obligado a
0Lofstrom,
ob. cit., p.
.
1
Alonso Valencia Llano
pedirle «...que no influyas en que Amalia me contraríe».204
De todas maneras, desde aquella época, Amalia tomó partido
por su padre y lo apoyó durante los acontecimientos que
caracterizaron la guerra de 1860, lo que se concretó en permanentes informes en la correspondencia que mantenían;
desde luego, Amalia vivía muy bien informada, dados sus
vínculos directos con el poder. Una buena muestra lo constituye la siguiente carta:
Bogotá, 30 de enero de 1861.
Amadísimo papá mío: me acaban de dar una noticia y
aunque me cuesta trabajo creerla, me instan tanto se la
comunique a usted, que accedo a ello advirtiéndole tenga
esto en cuenta por si acaso.
Dicen que el general París sale de Antioquia de incógnito
con otros, y que don Mariano los acompañará. Todo pudiera
ser y mi resistencia en dar crédito es lo difícil que les será
pasar a Antioquia y además la opinión de esa provincia en
contra de este general y de la candidatura Arboleda.
Todos en casa estamos buenas y su hija lo abraza con
todo el amor que le profesa, su Amalia.205
Los informes de su hija fueron extremadamente valiosos,
lo mismo que los de otros espías, para la toma de Bogotá.
Esto, como lo afirma Diego Castrillón, significó graves riesgos
para ella y, desde luego, para la estabilidad de su hogar, estando de por medio el general Herrán, como en efecto ocurrió.
Esto amplió el distanciamiento entre los esposos, hasta el
punto de que se llegó a rumorar un posible atentado contra
doña Amalia, lo que llevó a Mosquera a exigirles a sus enemigos garantías para sus hijos. Ante esto, el general Herrán,
indignado, se dirigió a Ramón Espina en los siguientes términos:
Si alguna tentativa se hubiera hecho contra Amalia y
contra mí, el único culpable de ello habrá sido el general
Ibíd., p. 2 0 .
Ibíd., p.
.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 129
Mosquera que sin ninguna consideración por su hija ni por
mí, ha tomado empeño en hacerla aparecer como espía,
ocupación tan indigna de una señora. Usted sabe que esto
es público en Bogotá... Varias cartas que mi mujer ha escrito,
cuyo contenido daba derecho al gobierno para proceder
contra ella, habiendo caído en manos de autoridades públicas,
me han sido entregadas espontáneamente y sin que se haya
pretendido causar molestia alguna a mi mujer, lo cual habría
sido causármela a mí. 206
Este incidente no menguó la actividad conspirativa de
Amalia, quien con el seudónimo de «Cayo» escribió a su
padre:
Ayer me dijo Manuel Pombo con aire de seguridad (y es
probable que él lo haya oído en algún círculo godo), que
acabada la guerra en la sabana de Bogotá por la victoria de
sus fuerzas, empezaría de nuevo en el Sur, y esto me deja
traslucir la existencia de algún proyecto de rebelión por aquel
lado, para cuya ejecución es el viaje de Ospina; puede
sospecharse también la existencia de un complot entre los
godos granadinos y los ecuatorianos para revolver el Cauca,
llamar la atención del gobierno provisorio por aquella parte,
y mientras tanto agitar otros problemas de la república, y
así tratar de generalizar la reacción... Ospina tratará de salir
a Villavieja, y aun tal vez se disfrace para no ser conocido ...
Sírvase aceptar los sentimientos de aprecio y admiración de
su amigo, Cayo. Nota: Este señor es un amigo de usted y
mío, Amalia.207
Desde luego, estos informes fueron significativos para el
triunfo de las fuerzas de Mosquera, pero para Amalia representó la separación de su esposo, quien se retiró a Washington
para desempeñar el cargo de Embajador de Nueva Granada
ante el gobierno Americano.
Los tiempos que siguieron fueron de gloria para Mosque206
207
Ibíd., p. 498.
Ibíd., p. 499.
10 Alonso Valencia Llano
ra: el triunfo definitivo de la Revolución Liberal (1860-1862),
la expedición de una constitución federalista en 1863, la
consolidación de la Soberanía de los Estados y la iniciación
de una serie de proyectos empresariales que presagiaban
nuevas posibilidades para el desarrollo de los Estados Unidos
de Colombia. Desde luego, también hubo percances, pues
hubo un intento de asesinarlo, el 18 de mayo de 1864, del
que lo libraron Jeremías Cárdenas y Simón Arboleda.
María, Clelia y Teodulia: las hijas ilegítimas
Por todo lo anterior queda claro que Tomás puso sus
intereses políticos por encima de los de su familia. Esta,
evidentemente tenía una importancia secundaria, como se
nota en el abandono de su esposa e hijos y en el enlace políticomatrimonial -si cabe el término- de su hija con Herrán, que
le abrió las puertas a la presidencia de la República. Quizás
lo más sobresaliente en su vida matrimonial, si alguna vez
la tuvo, sea esta utilización política de su familia, de lo cual
ya tenía buena experiencia. En efecto, Mosquera no sólo tuvo
hijos dentro del matrimonio, fueron más los que nacieron
fuera de él. Aunque no se conoce la lista completa de descendientes extramatrimoniales, si conocemos que reconoció al
menos tres hijas: María Engracia, Clelia y Teodulia.
María Engracia Mosquera nació en Buga, en 1829, y al
parecer era hija de una «ñapanga». Lo interesante del caso
es que Mosquera la casó con el ingeniero inglés, Thomas
Davies, a quien había traído para que reformara la Casa de
la Moneda de Popayán. Es posible que el matrimonio haya
obedecido más a la conveniencia que al amor, porque el
personaje resultó ser un borracho sin mucho porvenir, que
se ocupó de la administración de algunas minas de su suegro,
al parecer sin mucho éxito, tal y como lo indica en carta que
María escribiera a su padre anunciándole el nacimiento de
un nuevo hijo: «... y sin esperanzas de ver aún marido bueno,
y en un estado de miseria que no sé que hacer».208
Las otras dos hijas de Mosquera provenían de una misma
208
V Lofstrom, ob. cit., pp. 194 y ss.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1
madre: Paula Luque. No existen mayores datos sobre ellas,
pero sí sabemos que, como era su costumbre, fueron casadas
con hombres sobre los cuales Mosquera tenía algún interés.
Así Clelia se casó con el general Jeremías Cárdenas, un militar que salvó la vida durante un atentado ocurrido en 1864,
y quien llegó a ser Presidente del Estado Soberano del Cauca,
en reemplazo de su suegro. Teodulia, por su parte casó con
el cartagenero Bernardo de la Espriella, de quien no tenemos
mayores datos.209
María Ignacia Mosquera: la esposa del presidente
senil
En 1865, Mosquera recibió la misión de conseguir empréstitos en Europa, lo que aprovechó para visitar a su hermano
Joaquín quien se encontraba en París sometido a un tratamiento médico. Joaquín vivía con su hermano Manuel María,
con Mariana -su prima y cuñada- y su sobrina Amalia de
Herrán, separada de su esposo, quien en esos momentos se
encontraba en Chile en medio de la guerra que aquel país
libraba con España. Vuelto al país asumió de nuevo la
presidencia de la República en 1866, para ser destituido y
expulsado del país en 1867 gracias a una alianza de sus
enemigos los liberales radicales con los conservadores.
Su exilio lo realizó en Lima, donde en 1868 recibió dos
cartas de su antigua amante Susana Llamas, quien vivía en
Guayaquil y pretendía revivir su viejo amor:
... Amigo, los años pasan pero su memoria siempre es
eterna para mí. Mucho deseo verlo antes de morir, y así es
que si usted desea lo mismo haré un viaje a esa con gusto,
pues siempre que usted no me da baldón de lo pasado, pues
mi conducta no ha sido como debía haber sido; por Dios,
perdóneme pues las circunstancias mías fueron en aquella
época muy aciagas.. El 11 de agosto cumplo 42 años. Amigo
y padre mío, quisiera ese día ser el feliz de volverlo a ver, no
crea amigo mío que quiero separarme de esta vida porque al
203Ibíd.,
pp. 196 y 197.
132 Alonso Valencia Llano
hombre por quien cometí el arrojo de salir de la Nueva
Granada no me estime o me estima demasiado, pero yo no
quiero más esta vida porque yo tengo demasiada cordura
para no querer continuar en mal estado, con un hombre
joven, pero para mí es más honor el separarme de él..., a ser
lo que hizo el hijo pródigo al buscar a su padre y protector,
yo aguardo que ese corazón tan generoso y bien formado no
rehusará la ovejita descarriada...210
La respuesta de Mosquera no la conocemos, pero la
segunda carta de Susana muestra que debió estar llena de
reproches:
... Quiero retirarme a cualquier campo donde pueda
trabajar en alguna tienda de cualquier clase que sea en otro
temperamento pues este es bastante malo, aunque yo con
mis 42 años me conservo buena y todavía con mis dientes de
muchacha y mi pelo. Usted me perdona y me enrostra un
porvenir muy triste, pero se rehúsa de liberarme segunda
vez del abismo que U. me anuncia, yo no pido su amor porque
yo sé que desde antes de su extravío, ya no existía, desde los
amores que tenía con la González en Bogotá...211
Era claro que para Mosquera este amor ya estaba muerto,
por lo que se refugió en la vida cortesana que ofrecía Lima.
Allí lo sorprendió otra noticia: su esposa doña Mariana había
muerto en Medellín el 27 de octubre de 1869, en casa de su
hija Amalia, quien ya se había reconciliado con Herrán. Don
Diego Castrillón, el mejor conocedor de Mosquera, dice que
éste debió pasar por un período de inmensa soledad, a pesar
del distanciamiento que vivía con su esposa, lo que lo llevó a
buscar una nueva compañera:
Pero ¿quien? ¿Una amante como Susana Llamas que
cubriera de dignidad los últimos días de su gloria? ¿Una
cuarentona y aristocrática limeña atraída por su posición y
210
211
Ibíd., p. 634.
Ibíd., pp. 634 y 365.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 133
su fama? Aparentemente el dilema era difícil de resolver, pero
sin duda también lo tenía previsto. De tiempo atrás sentía
predilección por su sobrina, María Ignacia Arboleda, joven
payanesa de 27 años, edad inquieta para cualquier soltera
de su época última hija de sus primos Manuel Esteban y
Paula Arboleda, cuya clase y nivel cultural la convertían en
la mujer ideal que buscaba. Con la diligencia que nunca lo
abandonó le envió de inmediato un mosaico de seis retratos
suyos, que oscilaban entre los 18 y los 66 años, en donde
lucía sus uniformes y medallas, formado en Inglaterra cuando
desempeñó su última representación diplomática en Europa,
con la siguiente dedicatoria al margen: «A mi querida María
Ignacia Arboleda». Naturalmente, doña María Ignacia captó
el mensaje que contenía el insólito obsequio de su famoso
tío y no vaciló en darle la respuesta en términos tan adecuados a sus propósitos, que permitieron al general Mosquera
iniciar con ella unas relaciones sentimentales cuyo final fue
el altar, dos años más tarde.212
Esta relación amorosa, establecida en la senectud, dio
nuevos bríos a Mosquera, quien había sido candidatizado a
la presidencia de la República por sus amigos liberales. Aunque no logró el solio presidencial de la República, sí logró el
del Cauca en 1871, gracias a la energía desplegada por su
aliado Julián Trujillo. Esto le permitió regresar al país con
todos lo honores que merecía el presidente de un Estado
Soberano.213
Ahora el vanidoso Mosquera podía ufanarse de dos
conquistas: el gobierno caucano y el corazón de su sobrina
María Ignacia, con quien se comprometió y a quien no dejaba
de visitar a diario y de escribirle amorosas cartas. Ella correspondía con un afecto no exento de formalismo, tal y como se
puede ver en la siguiente nota escrita desde Quilichao:
Ibíd., pp. 636 y 367.
Acerca de estos hechos puede consultarse Alonso Valencia Llano:
Estado Soberano del Cauca. Federalismo y Regeneración, Banco de la
República, Bogotá, 1988.
212
213
134 Alonso Valencia Llano
Mi muy querido y pensado tío:
Ayer a las 6 y tres cuartos de la tarde llegamos aquí, sin
novedad, solo muy cansada. El día que salimos vinimos a
Piendamó, pasé malísima noche pues no dormí un momento.
Mañana sigo para Cali y pienso llegar mañana mismo, si no
hay algún atraso porque me dicen que el camino está bueno.
A paulina la encontré sin novedad y el chico está robusto
y célebre, se me parece a mi papá, aunque dicen que a los
niños no se les encuentra semejanza.
Deseo que no tenga Ud. novedad ninguna y que a mi
regreso lo encuentre a Ud. perfectamente bueno.
De Cali le escribiré a Ud. diciéndole cómo me fue en la
continuación del viaje y el día que pueda regresarme.
Reciba mi querido tío el efecto de su amantísima sobrina
que no lo olvida.
María Ignacia.214
El matrimonio católico con su sobrina se realizó el 15 de
julio de 1872, y sirvió para que Tomás fuera declinando su
participación en política, la que finalmente abandonó para
dedicarse a los cuidados del embarazo de su esposa. También
amplió su testamento para garantizar los derechos
herenciales de su nuevo hijo, quien nació el 2 de julio de 1877.
En adelante Tomás se dedicó exclusivamente a su hogar, en
el que murió el 7 de octubre de 1878.
214
Ibíd., p. 641.
LAS MUJERES CAUCANAS Y LA POLITICA:
LA CLIENTELA DEL CAUDILLO
La mujer en la legislación caucana: entre la exclusión
y la supeditación215
Hasta ahora se ha considerado la política caucana del Siglo
XIX como el espacio público en el que sólo actuaban los hombres. Desde esta perspectiva la actividad política estaría
vedada a las mujeres, en la misma medida en que tenían
vedados los cargos de representación y el acceso a las instituciones estatales de poder. La explicación a esto es bastante
simple: los pactos constitucionales y los códigos civiles,
penales y de comercio se escribieron con el único fin de
regular las relaciones entre los varones. En ellos las mujeres
aparecían como personas supeditadas a los padres si eran
menores o a los esposos si eran casadas, quienes actuaban
como sus representantes legales. Esto no deja se ser contradictorio, si se admite que la lucha de los liberales, que se
expresó en variéis guerras civiles, se justificó en la necesidad
de conquistar derechos fundamentales como la libertad, la
igualdad y la fraternidad.
La exclusión de las mujeres de toda actividad pública, aparece claramente expresada en el sistema político representativo que en esta región se impuso a partir del 16 de septiembre de 1863, cuando se aprobó la Constitución Política del
Estado Soberano del Cauca. En ella se estableció que todos
los ciudadanos o «miembros activos» del Estado tenían derecho a ser electores y elegibles, siempre y cuando fueran «varones», mayores de diez y ocho años, o que fueran o hubieran
sido casados, o colombianos nacidos en otros Estados pero
que residieran en el Cauca por un período superior a seis
meses. No existían otros requisitos, pero se excluía a las
2 1 5 La primera parte de este artículo fue presentada como ponencia
en el TV Encuentro Nacional de Historiadores: «Mujer, Familia y
Educación en Colombia», realizado en Pasto durante los días 26, 27 y
28 de octubre de 1994.
13 Alonso Valencia Llano
mujeres y a los miembros de cualquier culto religioso.216
Esto, que en términos generales ya se había planteado en la
constitución de 1858, se mantuvo invariable en las constituciones regionales y nacionales siguientes.
Pero si en el sistema político representativo la mujer aparecía excluida, en los códigos que regularon diferentes actividades de la sociedad civil la situación cambiaba, puesto que
no se le excluía sino que se le supeditaba al padre o al marido.
La supeditación al marido, aunque aparece en todos los códigos, era mucho más explícita en el que regulaba las actividades comerciales, ya que no eran reconocidas como comerciantes si no tenían un permiso otorgado por el esposo; de lo contrario, prácticamente todas las transacciones realizadas, pero
sobretodo aquellas que comprometían bienes del patrimonio
familiar, no tenían validez alguna.217 Pero la mayor discriminación se hacía en el Código Penal, donde algunos delitos
cometidos por mujeres eran castigados de manera más severa
que cuando eran los hombres los infractores. Por ejemplo,
cuando una mujer reincidía en el abandono de la casa de su
marido o causaba escándalo que perturbara la vida del hogar
«será arrestada a solicitud de su consorte hasta por un año»,
pero cuando el culpable de la misma falta era el marido «será
arrestado por ocho días a un mes. »218
Desde luego, la mujer podía superar la supeditación de
tres formas: casándose si era menor, lo que la ponía bajo la
tutela del marido, separándose legalmente o enviudando, o
mediante la profesionalización en oficios que estaban reducidos según el Código de Comercio a Institutriz, Obstetra o
Pulpera.
216 Código de Leyes del Estado Soberano del Cauca. Constitución
Política del Estado Soberano del Cauca, expedida el 16 de septiembre
de 1863, Popayán, Imp. del Estado, 1863, Capítulo VII.
2 1 7 Véase: Código de Comercio del Estado Soberano del Cauca. Ley
18 de 31 de agosto de 1881. Edición Oficial, Popayán, Imprenta del
Estado, 1881.
2 1 8 Véase Recopilación de Leyes del Estado Soberano del Cauca,
Código Penal, edición oficial, Popayán, Imprenta del Estado, 1879,
artículos 262 a 265.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 13
De hecho, la exclusión y la supeditación que se establecían
en la normatividad buscaban que las mujeres restringieran
su accionar a espacios considerados como privados (v.g. las
labores domésticas), pero las mujeres caucanas, enfrentaron
las restricciones legales y participaron en diversas actividades públicas.
Los espacios públicos y los privados
El objeto este artículo es estudiar las formas de participación de las mujeres caucanas en espacios políticos, de los
cuales estaban legalmente excluidas. Partimos de la hipótesis
de que la exclusión legal no impidió la participación política
femenina sino que, ante la imposibilidad de hacerlo a través
del sistema político representativo, las mujeres debieron
crear formas de participación diferentes a las utilizadas por
los hombres.
Los hombres caucanos desarrollaban sus actividades
políticas de diversas maneras, pero siempre en un espacio
que se consideró público: reuniones, asociaciones, partidos,
movimientos, asonadas, guerras, procesos electorales, ejercicios de poder desde instituciones estatales, etc.219 Se trataba
de un espacio que, debido a las condiciones de desarrollo del
Cauca, siempre se vio como muy violento y en el que, por lo
tanto, no podían participar sino los varones adultos. Este no
fue un punto de vista defendido únicamente por los caucanos,
puesto que la investigadora Susy Bermúdez, al observar la participación política de las mujeres bogotanas durante la época
del Olimpo Radical, encontró que connotados defensores de
la igualdad liberal como Aníbal Galindo, se oponían en 1850 a
la ciudadanía femenina debido a su dependencia de los hombres. El problema era planteado así por el escritor liberal:
[...] cómo puede la mujer pretender la ciudadanía cuando
carece de independencia y de posibilidad de satisfacer las
obligaciones consiguientes»? (La niña como el hombre debe
2 1 9 Respecto al desarrollo político del Cauca y a las formas de hacer
política puede leerse a Valencia: Estado Soberano ..., cit.
13 Alonso Valencia Llano
estar bajo la patria potestad, casada bajo la dependencia de
su esposo, soltera, viuda e independiente, no tiene cómo cumplir las obligaciones que el ejercicio de este derecho le impusieran) [...] la mujer está destinada especialmente a ser la
compañera; el mismo Dios lo mandó así: la naturaleza misma
lo corrobora. Por otra parte, qué chocante nos sería ver a la
mujer abandonar sus quehaceres y salir al campo eleccionario; qué sería del hogar doméstico vuelto el foco de
querellas y debates? qué de la familia? qué del respeto y la
moralidad en una casa donde no se sabría quien es el amo?220
Como es obvio, el papel social de la mujer quedaba restringido al espacio privado, que no era otra cosa que una relación
de dependencia donde el hombre era "el amo". Precisamente
esta dependencia es lo que los liberales decimonónicos buscaron conservar con los argumentos del designio divino, de
la corroboración de la naturaleza, o de la necesidad de la
preservación del hogar. Ella se hizo evidente de muchas maneras; pero para negar la igualdad política de hombres y
mujeres, que en el contexto del Siglo XIX se expresaría
mediante la conquista de la ciudadanía femenina, se llegó al
extremo de mostrarlas como seres incapaces de pensar en
forma independiente de los hombres. Desde este punto de
vista estaríamos ante la inexistencia del pensamiento político
femenino y por lo tanto ante la incapacidad de hacer uso del
derecho de ciudadanía cuando este se conquistara, y que se
expresaría a través de actividades electorales. Esto se puede
sustentar en los comentarios que hiciera Juan de Dios
Restrepo -uno de los más conocidos publicistas del Siglo XIX
y quien firmaba con seudónimo de Emiro Kastos- frente a la
conquista del voto femenino en la Provincia de Vélez en 1853:
[...] La mujer llevaría a la urna electoral la opinión de su
marido, padre, hermano o amante. Estamos seguros de que
ellas no harán uso de semejante derecho y si lo hicieren nada
2 2 0 Suzy Bermúdez: Hijas, Esposas y Amantes, Bogotá, ediciones
Uniandes, 1994, p. 164.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 13
ganaría la política aunque si perderían mucho las costumbres... quédense en la casa... quédense allí y déjennos a
nosotros el placer de hacer presidentes y dictadores, de
intrigar en las elecciones, de insultarnos en los congresos,
de mentir en los periódicos y de matarnos fraternalmente
en nuestras guerras civiles.221
Dejando de lado la crítica a las prácticas políticas que
subyacen a las afirmaciones, podemos pensar que la argumentación en contra de la participación política femenina
buscaba que las mujeres restringieran sus actividades a las
domésticas, lo que nos lleva de nuevo a la vieja dicotomía:
doméstico = privado, política = público.222 Sin embargo, ni
las actividades domésticas fueron tan privadas, ni la política
se desarrolló siempre públicamente. Al respecto debemos
tener en cuenta que muchos de los hechos políticos trascendentales obedecieron a acuerdos y pactos que se establecieron
en privado y que rara vez llegaron a ser de dominio público.
Esta diferenciación entre la actividad política «pública» y
la «privada», nos permite ver cómo afloran a la escena pública, agentes sociales que han estado siempre allí y que, dados
nuestros tradicionales patrones ideológicos o culturales, no
veíamos; este es el caso de las mujeres caucanas quienes se
veían «obligadas a vivir» la política como algo cotidiano.223
Citado por Bermúdez, ob. cit. pp. 164 -165.
La historiadora Suzy Bermúdez al estudiar la forma en que los
liberales planteaban el «deber ser» femenino, encontraba algunas
formas de participación política femenina que se dan dentro de la
dicotomía mencionada. Ella agrega:
[...] las mujeres no estaban en capacidad de participar en política
de la misma forma como los «políticos» la entendían en la época, porque
este tema se circunscribía al ámbito de lo público, y la diferenciación
entre lo público y lo privado se hizo mucho más tangible con el proceso
de «privatización» que vivió el espacio doméstico en el Siglo XIX.
Suzy Bermúdez: El Bello Sexo. La Mujer y la Familia durante el
Olimpo Radical, Bogotá, Ediciones Uniandes/ECOE ediciones, 1993,
pp. 8-9.
2 2 3 Respecto a la cotidianidad política puede consultarse el capítulo
III de mi trabajo Estado Soberano... cit.
221
222
1 Alonso Valencia Llano
Nuestra historia nacional y regional acostumbra ver a
las mujeres en actividades que no compiten con las que tradicionalmente han desarrollado los hombres. No las ve por
ejemplo en las actividades económicas ni en las políticas, que
en el Siglo XIX marchaban comúnmente unidas,224 y las restringe primordialmente a las labores domésticas. Hoy día
esas visiones son difíciles de aceptar, pues investigaciones
recientes permiten ver a las mujeres como empresarias exitosas en la temprana época colonial, como importantes agitadoras en la época de las rebeliones antifiscales del período
colonial tardío, esporádicamente como agitadoras, combatientes y encargadas de labores de intendencia durante la
revolución independentista, en acciones contestatarias
durante la época de realización de las grandes reformas sociales que lideró el partido liberal, o simplemente como «voluntarias» en las frecuentes guerras civiles.
Desde luego, los autores de esos trabajos no tenían como
objetivo estudiar a las mujeres, pero nos permiten verlas de
una manera diferente a como se hacía tradicionalmente: no
restringiendo su papel a casos aislados de «heroínas», sino
recuperando su actividad social en la cotidianidad, lo que
nos facilita una mueva visión acerca del papel histórico de
las mujeres en los diferentes procesos sociales que se vivieron
en el Cauca. Precisamente, la cotidianidad ha sido considerada como un espacio privado por nuestra historia, pues ella
sólo ha visto a los actores que están ocupando un lugar
destacado en actividades consideradas importantes para la
reproducción social y que dejan «huellas» en los archivos
estatales. No muestra, por ejemplo, a sectores sociales que
no realizaban transacciones notariales, o que no abanderaron
proyectos políticos o sociales alternativos, como los campesinos independientes o dependientes, los indios de comunidad
o los cautivos en las haciendas, o los negros libertos. Mucho
menos muestra la forma de constitución de las familias, las
2 2 4 La permanente relación entre economía y política puede
consultarse en mi trabajo Empresarios y Políticos en el Estado Soberano
del Cauca, Cali, ed. Facultad de Humanidades, 1983.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1
funciones del padre, de la madre, o de los hijos; las relaciones
entre los diferentes miembros; las formas de conservación y
reproducción del patrimonio familiar, etc.
Fue la recuperación de la cotidianidad caucana lo que nos
llevó a encontrar que las mujeres desarrollaron importantes
actividades políticas precisamente desde la esfera de lo
privado. Fue sorprendente encontrar que las caucanas participaron en política de una manera diferente a como lo hacían
los hombres y, a menudo, con mayor efectividad en los resultados; lo curioso es que lo hacían cuando desarrollaban las
actividades domésticas.
Para desarrollar esto vamos a hacer un esbozo de la
participación política de la mujer durante el período conocido
como «la guerra de 1860» y que cubre desde 1860 hasta 1863
cuando se logra consolidar lo que se conoce como el «Estado
Soberano del Cauca».
La participación política femenina durante la guerra
de 1860
La Gobernación del Cauca se caracterizó por estar monolíticamente controlada, a partir de 1858, por un grupo conservador genéricamente conocido como mosquerista. Se trataba
de una alianza de comerciantes agroexportadores, de hacendados y de políticos profesionales que buscaron cerrar lo que
consideraron el período de caos iniciado con las reformas liberales y que trastocó el orden establecido. El control del poder
político por parte de los mosqueristas se materializó en la
creación del Estado del Cauca, que debió defender su soberanía contra la intervención del presidente conservador
Mariano Ospina Rodríguez mediante una guerra civil
iniciada en 1860, que llevó a que en 1863 se redactara una
constitución que dio soberanía a los Estados y creó los Estados Unidos de Colombia.
Durante el largo período de guerra muchos de los hombres
debieron marchar a los campos de batalla, dejando sus familias bajo el control de sus esposas quienes no sólo deberían
velar por los hijos, sino también por la conservación de los
bienes que garantizaban su supervivencia. Este tipo de
1 Alonso Valencia Llano
actividades no era nuevo para las mujeres caucanas, quienes
desde la época colonial, debido a las características especiales
que revistió la economía, debieron desempeñarse en muchos
casos como jefes de hogar e incursionar en actividades públicas relacionadas especialmente con la producción.225 Pero
en 1860 no fue la racionalidad económica lo que llevó a que
las mujeres jugaran roles importantes en la conservación de
la sociedad caucana, sino la irracionalidad política.
En efecto, la guerra llevó a que la mayoría de los varones
adultos se vieran obligados a tomar las armas para defender
la soberanía del Estado o para defender el gobierno central
de la Unión Granadina, esto llevó a que las mujeres, principalmente las esposas y las madres, se vieran obligadas a incursionar abiertamente en un campo, como la política, en el que
tradicionalmente no se les había visto actuar. Esta participación se dio contra su voluntad, pues al no serles reconocido
su derecho a elegir y ser elegidas, los contendores políticos
tendían a considerar que ellas tenían la misma filiación partidista que la de sus esposos e hijos, por lo que sufrían las
consecuencias de la intolerancia. Es así que muchas mujeres
fueron apresadas y llevadas como rehenes por tropas conservadoras en una clara situación de «prisioneras políticas». Un
buen ejemplo lo constituye la «expulsión de las mujeres»,
ordenada por don Julio Arboleda en marzo de 1862 y que
llevó a que muchas caucanas fueran llevadas en una larga
marcha desde el Valle, hasta poblaciones como Pácora y
Aguadas en el Estado de Antioquia, donde fueron liberadas
por las tropas de Mosquera.226
Otras, particularmente pertenecientes a los sectores
populares, debieron sufrir de otra manera las consecuencias
de la guerra al actuar como «voluntarias» en el acompañamiento de las tropas -esta a sido la única forma de particiA modo de ejemplo pueden consultarse los trabajos de grado de
Eulin Castro: «La Mujer en la Sociedad Colonial, Siglo XVIII. Un estudio
demográfico» e Isabel Cristina Bermúdez: «Evolución de la propiedad
rural en El Cerrito. Siglos XVI-XVIII», (1993), Cali, Departamento de
Historia Universidad del Valle.
2 2 6 La Revolución, N fi 19, Cali, 10 de junio de 1863, p. 71.
225
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 13
pación política que la historia tradicional reconoce a la mujer
colombiana-.227 Muy seguramente, quienes participaron como
«voluntarias» no fueron representantes del «bello sexo», es
decir de aquella porción de la población que los liberales
decimonónicos «deseaban» preparar para el desarrollo futuro
de la sociedad capitalista que se esperaba crear en Colombia,
sino mujeres de carne y hueso pertenecientes a los sectores
más populares urbanos o campesinos. La carga peyorativa
que tiene el término «voluntarias», así lo indica. Don Luciano
Rivera y Garrido, uno de los más importantes escritores caucanos, testigo de la guerra de 1860, destaca en los siguientes
términos el papel de estas mujeres:
En las inmediaciones de los cuarteles vagan las madres y
las esposas y compañeras de los reclutas, pobres criaturas,
que han abandonado el hogar, la familia menuda y los
cuidados domésticos, por seguir en pos de los hombres de la
casa, violentamente arrancados a su solicitud y a sus afectos.
Muchas de esas mujeres ancianas y achacosas ya, afrontan
los padecimientos y la fatiga, sostenidas por el noble
sentimiento de la maternidad; otras jóvenes y bellas, soportan
los inconvenientes y molestias de largos viajes hechos a pié,
por no separarse en absoluto de sus esposos o de sus amantes.
¡De cuán eficaz auxilio son para el pobre soldado novicio
aquellas valerosas y abnegadas mujeres! Voluntarias se las
llama, i en esa palabra se contiene un mundo de sarcasmo y
lujuria... ¡Sí! voluntarias en el cumplimiento de excelsos
deberes; voluntarias por el amor al hombre a quien todo
sacrifican, llámense madres, esposas o reciban únicamente
el nombre de compañeras...
[...] ¿Qué fuera de nuestros pobres reclutas sin esos
ángeles tutelares, las voluntarias, que tanto les ayudan a
sobrellevar las miserias de su existencia precaria?... ¿Quién
2 2 7 Suzy Bermúdez lo sintetiza así: "Sin embargo, las representantes
del «bello sexo» durante los años estudiados participaban en las guerras
civiles, rezando, recolectando dinero, ropa, armas, cocinando, lavando,
o enfrentándose directamente en combate." en Hijas, Esposas ..., cit.,
p. 165.
1 Alonso Valencia Llano
les llevaría el vaso de agua que habrá de mitigar su sed de
infierno en lo más fragoroso desde sus heridas, aquí, entre
nosotros, en donde es desconocido o muy imperfecto el servicio de las ambulancias en campaña?... ¡Benditas sean, pues,
esas humildes mujeres a quienes el mundo desprecia y de
quienes aparta la mirada con desdén, porque el polvo que
cubre sus ajados vestidos nos parece emblema de ignominia,
cuando no es sino el testimonio de su abnegación! ¡Sigan
siendo el ángel custodio del pobre recluta, y duerman muchas
de ellas el sueño del sepulcro en la apartada llanura en donde
las sorprendió la muerte, con la dulce convicción de haber
llenado su deber en este mundo con más grandeza que las
soberbias cortesanas que hacen velar la faz a la virtud con el
espectáculo vil de su degradación y de su lujo!228
Pero decir que la participación política femenina es sólo
una consecuencia de las actividades políticas de sus esposos
e hijos sería convertir a las mujeres en simples apéndices
sociales de los hombres. Esto no fue así. Si bien la relación
con los hombres llevó a una fuerte solidaridad de las mujeres
que trajo consecuencias terribles para las familias caucanas,
lo cierto es que muchas intervinieron en política autónomamente, aunque esta autonomía fuera una consecuencia de
la guerra. Explico: la guerra llevó a que un número muy
grande de mujeres interviniera en política, unas por la admiración que sentían por los caudillos liberales debido a las
reformas sociales que este partido había desarrollado, otras
en la defensa de los fueros familiares que en ciertos momentos vieron conculcados y otras por la simple necesidad de
reclamar las pensiones que les correspondían por su carácter
de viudas o huérfanas; pero muchas también lo hicieron por
el sólo hecho de participar en política.
Lo interesante del caso es que casi todas lo hicieron utilizando los tradicionales factores de cohesión social de la época,
es decir, por medio de unas bien establecidas relaciones de
2 2 8 Luciano Rivera y Garrido: Impresiones y Recuerdos, Cali, Carvajal
y Cia., 1968, pp. 177-178.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1
clientelismo que las relacionaban de una manera directa con
los caudillos, en especial con Tomás Cipriano de Mosquera;
estas relaciones clientelistas, como se verá después, en muchos casos no fueron construidas por ellas, sino por los hombres. Otra cosa que llama la atención es que las mujeres a
que nos referiremos tienen la procedencia social más variada
y no se restringen al nivel de la élite.
Durante la guerra la actividad política de muchas mujeres
se orientó a lograr la protección de sus hijos. Aunque hay
muchos casos, un buen ejemplo lo constituye Trinidad Aguirre, una antigua dependiente de la casa de Mosquera, quien
el 26 de marzo de 1860 le escribió a su antiguo patrón desde
Huasanó:
[...] acuérdese Señor que mi desgraciado marido estuvo
muy fiel en su servicio y muy fiel amigo, Agustín Navia, que
no me dejó sino desgracia por su falta por haber perdido en
él a un padre, pues por la misericordia Divina me dio arbitrios
para criar los hijos que me quedaron tan pequeños.»229
Aunque aquí la participación política no es tan evidente,
pues no se ve acompañada de la expresión ideológica de tipo
partidista, si lo es en el hecho de que es la relación clientelista
la que se invoca para lograr los favores del patrón. El restablecimiento de esta relación buscaba lograr la protección de
Mosquera para que el portador de la misiva fuera eximido
del servicio militar, ya que sus otros dos hijos se encontraban
uno conscripto y el otro huyendo por los montes.230
Mucho más clara es la relación política que intenta establecer María Dolores Astudillo, una negra liberta residente
en La Sierra y prisionera de los conservadores, quien se las
ingenió para hacer llegar a Mosquera una misiva escrita en
los siguientes términos:
A mi como partidaria del gobierno del Estado se me
anuncia que me van a mandar prisionera a Pasto después de
229
ACC., Fondo Mosquera, tomo 1860, Carpeta # 1-A, Documento,
37.382.
230
Ibid.
1 Alonso Valencia Llano
haberme despojado de lo poco que he tenido. También sé
que dicen que U. es un picaro que va a dejarnos esclavos i
que U. se va colocar de dictador. En fin algún día tendré el
placer de conocer a U. i hablar.231
Pero la participación política más clara viene de mujeres
cuyos maridos habían tenido una mayor actividad política o
que murieron defendiendo las banderas mosqueristas. Es el
caso de Trinidad Bedoya de Ortiz, quien utiliza una serie de
recursos para lograr favores de Mosquera, los que son considerados como formas lógicas de reciprocidad emanadas de
una antigua relación política: «Es una débil mujer, es la viuda
de un antiguo patriota, es la desgraciada esposa de Pablo
Ortiz, vuestra fiel i constante amiga la que hoi se dirije a vos
[...]». La señora expresa ideas políticas claras al referirse a
«los malos hijos del Estado» que tomaron las armas contra
Mosquera, pero también se refiere a los «buenos patriotas»
que lo apoyan. Esta claridad política la lleva a referirse a la
«justicia» de los empréstitos que se hacen para sostener la
guerra, justicia que sólo se materializa si los empréstitos se
orientan a «gravar a los enemigos de vuestro gobierno i
protejer a vuestros defensores, porque nada más justo que el
culpable sea castigado, i el inocente protejido.»232
Esta carta es mucho más clara frente a la participación
política de las mujeres, pero presenta una desviación en el
discurso que permite entender por qué participaron algunas
mujeres en política. Como se ha mencionado a lo largo del
texto, la mayoría de los hombres buscaban consolidar
espacios de representación y de poder en la vida pública que
estaban vedados a las mujeres quienes deberían restringir
su accionar a actividades privadas a menudo confundidas
únicamente con las hogareñas. Para entender esto es necesario tener en cuenta que debido a las difíciles condiciones
231 ACC.,
Fondo Mosquera, Carpeta # 3-A, doc. # 37.500, Sierra, 3IX-1860.
2 3 2 ACC., Fondo Mosquera, Tomo 1860, Carpeta # 4-B, doc. # 37.519,
Cali, 28-111-1860.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1
políticas del Siglo XIX, muchas mujeres tuvieron que asumir
roles públicos de una manera mucho más activa, pues en
ausencia de los hombres ellas asumieron las jefaturas de los
hogares, lo que, entre otras cosas, exigía estar alertas en la
preservación del patrimonio familiar que garantizara lo que
ellas consideraban los derechos básicos de los hijos: la protección, la alimentación, el alojamiento, el vestido y la educación.
Esto de una u otra manera está presente en toda la correspondencia consultada. En el caso citado inmediatamente
antes, la señora hace una abierta oposición a que los empréstitos graven a los defensores del gobierno del Estado. Ella
agrega para sustentar su negativa que su esposo antes de
morir, el 7 de noviembre de 1859, había dado auxilios para
defender la Soberanía del Estado y que se le había prometido
no pedírsele más, no obstante a ella se le habían tomado 8
vacas y recientemente se le había embargado un potrero con
50, por lo que se ve obligada a pedir a Mosquera una protección particular.233
Otras formas de participación se ven en los intentos de
algunas mujeres por cambiar correlaciones políticas desfavorables en algunos lugares; esto se inscribe también en la
defensa de los intereses familiares. Un ejemplo se tiene en la
carta que escribiera desde Roldanillo Margarita V de Correa,
el 16 de junio de 1860, quien le dice a Mosquera que su esposo
ha tenido que renunciar al cargo de suplente del Gobernador
de Roldanillo por grave enfermedad, lo que hace que ella le
pida un favor «impertinente» -un documento privado de
protección- contando
[...] con que la consumada prudencia de Ud. disimulará a
mi sexo la impertinencia con que imploro su favor i la
franqueza con que me propongo hablarle. Hai en este distrito
dos individuos de bastante influjo para poder hacer el mal i
que en las presentes circunstancias se esmeran por perseguir
i molestar a Correa, causándole perjuicio en sus pocos bienes,
2 3 3 ACC.,
Fondo Mosquera, Tomo 1860, Carpeta # 4-B, doc. # 37.519,
Cali, 28-111-1860.
1 Alonso Valencia Llano
sin que a ellos les mueva ningún deseo por el bien jeneral.234
Otro buen ejemplo de este tipo de participación se tiene
en la correspondencia de Concepción y Ana Joaquina Duarte,
quienes a pesar de ser familiares de enemigos políticos de
Mosquera, le escribían desde Cartago el 4 de agosto de 1860,
buscando la libertad de su esposo y padre:
Confiando en la verdad i demás prendas benéficas que
han distinguido siempre al digno jefe de nuestro independiente Estado, i estando además íntimamente convencidas
que siempre el antiguo veterano de la libertad en los altos
puestos públicos que tan sabiamente ha desempeñado, ha
sabido a pesar de los grandes obstáculos, e inmensa ofuscación que las pasiones revestidas o paliadas con el ropaje de
la justicia, producen ver con el ojo penetrante de la justicia,
la distancia que existe entre el criminal i el inocente, nos
atrevemos a pediros que saquéis del caos, de la confusión i
de la desgracia en que han arrojado a una madre e hija la
demasiada desconfianza i abusivo proceder del Sr. Gobernador de esta provincia quien sólo por medidas de seguridad
mantiene en la cárcel a nuestro esposo i padre [...] 235
Igualmente, Genoveva Ledezma, le escribió desde Buenaventura el 3 de julio de 1860, quejándose porque se le pidió
de empréstito la enorme suma de 50 pesos, para lo cual se le
había rematado una de las tiendas de su casa. Lo interesante
del caso es la forma en que expone sus ideas políticas:
[...] siempre he sido afecta i frenética defensora de la causa
que U. ha abrazado, pues ella siempre ha sido justa i ha
triunfado en cualesquier partido que haya combatido, no soi
pues desafecta ni indiferente, creo que no ha llegado el caso
2 3 4 ACC., Fondo Mosquera, Tomo 1860, Carpeta # 10-d, doc. #
37.778, Roldanillo, 16-VI-1860.
2 3 5 ACC., Fondo Mosquera, Tomo 1860, Carpeta # 10-D, doc. #
37.785, Cartago, 4-VIII-1860.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1
de sacrificar a los amigos de U. i defensores del Estado, pues
llegado que fuese yo sacrificaré gustosa todo cuanto poseo,
si se necesitare el sacrificio de mi vida para salvar a U. no lo
excusaría, pero lejos de U. los mandatarios subalternos todo
lo cambian, son sultanes en lugar de mandatarios i se creen
en el derecho de vengarse i ultrajar al infeliz persuadidos de
que la voz de estos no alcanzará a llegar a los oídos del que
temen, adulan, engañan i deshonran [,..] 236
Además le informa acerca de los abusos que comete el
hijo del Gobernador de la provincia, lo mal que se encuentran
los soldados a causa del hambre, y sin armas, la mala defensa
del puerto, etc. 237
Es imposible explicar la participación política de las mujeres por un sólo factor. Quizás sea válido argumentar que se
intentaba defender a las familias ya que, en la medida en
que las formas de convivencia política se habían desequilibrado debido a la guerra, se cometían una serie de abusos
por funcionarios de menor rango, quienes intentaban medrar
utilizando su poder. El problema radicaba en que estos funcionarios intentaban aprovecharse de la aparente debilidad
de mujeres solas, quienes se vieron obligadas a recurrir al
poder representado en Mosquera para restablecer los equilibrios. Esto, que forma parte de la cotidianidad construida
durante la guerra, permite ubicar la participación política
de las mujeres y establecer otro espacio para la política: el
privado. Es decir, las mujeres actúan en política a través de
la correspondencia con la persona que encarna el poder, el
caudillo, y gracias a ello obtienen ventajas que no corresponden a los intereses de grupos políticos, sino a las necesidades de sus familias. Lo anterior explica que el principal
motivo de participación femenina en política fuera la defensa
de la familia, en particular la de los hijos. Es el caso de una
de las señoras de la élite, doña Josefa Mallarino de Holguín,
destacada matrona conservadora, quien con la justificación
2 3 6 ACC., Fondo Mosquera, Tomo 1860, Carpeta # 20-L, doc. #
38.175, Buenaventura, 3-VII-1860.
2 3 7 Ibíd.
1 Alonso Valencia Llano
«soi madre Señor i esa es mi excusa», le escribió a Mosquera
desde Cali el 7 de marzo de 1860:
Mi hijo Eduardo i mi sobrino Antonio Mallarino se
encuentran entre los numerosos presos que hai en esta cárcel,
no es mi ánimo atenuar sus faltas, ni mi empeño con U. es
para que me les conceda un indulto, que dejo a la jenerosidad
de U. Mi empeño es de otro jénero, Es por suplicar a U. por
cuanto hai de más sagrado que venga a este lugar, U. i sólo
U. puede dominar la situación, i dar a los presos i a los que
no lo están las garantías que se les deben de justicia.238
Sabemos que la mayoría de estas cartas fueron respondidas por Mosquera y que las señoras lograron muchas de
sus peticiones. Pero no es únicamente la generosidad del caudillo lo que explica el resultado. El juego político que se esconde detrás de esta correspondencia, permite a Mosquera no
sólo fortalecer sus lazos clientelistas, sino -lo que es más importante- contar con una información muy precisa de cuanto
ocurre en los lugares más diversos y distantes del Cauca,
una de las bases de su poder como caudillo. Además, al encarnar él mismo el poder político está en capacidad de solucionar
la mayoría de los problemas que se le plantean. Resalta el
hecho de que estos son resueltos independientemente de la
filiación política de las solicitantes. Así sucedió con la respuesta a la señora de Holguín, o con la puesta en libertad
del hijo de doña Natalia Pombo, quien le dice estar agradecida
[...Jcomo lo debe estar una madre que ve poner en libertad
a su hijo. Gonzalo igualmente está reconocido por los favores
que se le han dispensado y según creo ya no se mezclará más
en cuestiones políticas del día, mucho más cuando esa es mi
voluntad como recordará U. haberle dicho (el día que me
ofreció traerme a Gonzalo), que detestaba la carrera militar,
2 3 8 ACC, Fondo Mosquera, Tomo 1860, Carpeta # 21-M, doc. #
38.204, Cali, 7-III-1860.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1
y que por lo mismo nunca quisiera ver a mis hijos defendiendo
con las armas a uno u otro partido [...] 239
Existe correspondencia que expresa una participación
política más abierta y que permite ver cómo la actividad política de las mujeres trascendía los espacios privados. Es decir,
hay mujeres que participaban en política, de la misma manera en que lo hacían los hombres. Es el caso de Mercedes Baca
quien le escribe a Mosquera desde Pasto, el 16 de enero de
1863:
Impulsada por el ardiente deseo de felicitarlo, aprovecho
esta ocasión aunque para ello tenga que distraerlo, pero al
salvador de nuestra libertad, al arquitecto del gran edificio
colombiano, al héroe que marca sus pisadas con hechos
gloriosos, no se puede prescindir de enviarle esta pobre
ofrenda de entusiasmo i admiración.
Largos y duros sufrimientos en esta época me han
envejecido, pero rejuveneceré tan pronto como la felicidad
de ver a U. nos colme de dicha, i mis votos ardientes son
porque se verifique pronto para llamarlo nuestro redentor.240
En sentido similar se expresó Dolores Mosquera, desde
Pasto, el 16 de enero de 1863:
Mi querido amigo: hace mucho tiempo que he querido
manifestar a U. los ardientes deseos de verlo en mi desgraciada patria para que con su presencia calmaran los
corazones de los oprimidos por una causa justa que honra a
toda persona que sostiene los principios de los Estados
Unidos de Colombia.
Más mis sufrimientos en esta época son gloriosos porque
todo ha sido por ser una mujer entusiasta por los principios
liberales. Hoy respira mi corazón por saber que se aproxima
2 3 9 ACC., Fondo Mosquera, Tomo 1860, Carpeta # 32-FJ doc. #
38.682, Popayán, 6-XII-1860.
2 4 0 ACC., Fondo Mosquera, año 1863. Carpeta # 4-B, Documento #
43.410.
1 Alonso Valencia Llano
una división a este lugar a tranquilizar nuestros corazones
desesperados de la opresión.
Lo felicito mi apreciable amigo por el espléndido triunfo
que su presencia acompañada de su digno ejército no ha
podido sino ser destruir la tiranía.241
Hubo casos en las que la expresión del pensamiento y la
actividad política se hicieron más evidentes, como ocurrió
con Mercedes Victoria quien en carta escrita desde Tuluá el
9 de septiembre de 1863, deja ver unas relaciones políticas
muy claras con el equipo político que trabajaba con Mosquera, y una abierta intervención en política activa:
Sr. i amigo de mis afectos i estimación:
Por el «Boletín» que me envió el caballero Jeremías Cárdenas, comprendo desearán Uds. que una persona como yo,
que está en paz i calma analizando las pasiones de la multitud i paliando la situación. Me atrevo (perdonándome Ud.)
a manifestarle los medios calculados para que sea popular la
elección en Ud. para nuestro Presidente, no porque Ud. lo
ambicione, i bien lo sé, i sí porque así lo quieren los intereses
de la Patria, i porque así lo anhela toda alma noble i corazón
republicano.
Se necesita dar un fuerte sacudón a los conserveros, la
benevolencia para obtener tan bello resultado sería un
crimen, pues si cuatro conserveros le dan un voto harán que
veinte se lo nieguen: ellos son raza de víbora i apetecen gran
narcótico . Y los liberales entonces no se dividirán. Conviene
también quitar de los pueblos todo rojo i godo ambulante.
Ojalá haya un poco de favor para las familias Pombo.
Uno de los contrarios a Ud. me dijo hará un mes que Ud.
no tenía riesgo en todo esto, i si de Pasto i más allá, yo no
creo esto i más bien que tienen interés en que Ud. no invada
el Ecuador. Ud. colejirá el que me notificó esto es notabilidad i no es tonto.242
2 4 1 ACC., Fondo Mosquera, año 1863, Carpeta # 36-M, Documento
# 44.683.
2 4 2 ACC., Fondo Mosquera, año 1860. Carpeta # 5IV Documento #
45.244.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 13
En una hoja adicional agrega:
Los rojos i godos ambulantes de esta provincia son: Gentil
Quintero, Tiberio Quintero, Joaquín Gardeazábal, Joaquín
González Montoya, Primitivo Valencia, Ramón Saavedra, y
Pío Fernando Lozano.243
Hubo otras formas de participación en política, como la
que se puede deducir de la carta que le llegara a Mosquera
desde Cali el 13 de julio de 1863:
Las que abajo suscribimos, esposas y deudas de los que a
vuestras órdenes han peleado por la libertad i el derecho, os
suplican, aceptéis el alojamiento i asistencia, que os tenemos
prevenido en la casa de la señora Zoila Camacho de Colmenares.
Os suplicamos aceptéis el ofrecimiento que os hacemos,
como una prueba de la estimación que por vos tienen.
Vuestras sinceras i apreciadas amigas
Dolores Villaquirán de Borrero, Rafaela Camacho de
Vernaza, Gertrudis V de Sánchez, Micaela de la Cadena,
Natalia Núñez, Agustina Calero de Núñez, Mercedes Sánchez
de Núñez, Feliza de Caldas, Ana de la Cadena, Mercedes
Bosch de P, Natalia S. de Orejuela, Inés Camacho de Vallejo,
Zoila C. de Colmenares.244
Se puede suponer que muchas de las cartas que se enviaban a Mosquera expresaban solidaridad política con el único
fin de obtener algún favor. Esto es evidente en los cientos de
cartas en las que las mujeres solicitan el pago de una pensión,
el préstamo de dinero o una simple limosna, pero no lo es en
otras cartas en las que las mujeres muestran un compromiso
real con la revolución. Se trata de mujeres como Dolores
Madrid de Castro, quien participó como soldado y le escribe
desde Bogotá el 13 de mayo de 1863:
Ibid.
ACC., Fondo Mosquera, año 1863. Carpeta # 55 Varios,
Documento # 45.300.
243
244
1 Alonso Valencia Llano
Después de muchos días de padecimientos de la herida
que recibí en un pié, peleando por la causa de la libertad de
los estados i cuando creía tener la gloria de volver a verlo en
esta ciudad, no me ha sido dada tan grata satisfacción pues
se dilata demasiado su venida, i los infelices sentimos en toda
la falta que hace el Padre Tutelar nuestro, el Hombre Unico
que puede conducirnos por el camino de la gloria i de la
felicidad después de nuestros sufrimientos por la patria.
Mucho es, Ciudadano General, el interés que todos tienen
por verlo en este Estado. Las masas populares manifiestan
el gran deseo por el arribo suyo; i si personas que no tienen
casi agradecimiento, procuran tal ventura, la mía no se conforma hasta tanto que mis ojos le vean, aunque sea ya para
morir [...] 245
No todas las cartas expresan solidaridad política con el
caudillo liberal. En algunas de ellas las mujeres hicieron un
cuestionamiento serio a desmanes cometidos durante la guerra, y que pudieron contar con el beneplácito de Mosquera.
No sobra señalar que la correspondencia de este tipo sólo
podía ser escrita por mujeres de la élite, que a pesar de no
comulgar con las ideas mosqueristas, tenían la suficiente
prestancia social para cuestionar sus actuaciones y hacer las
exigencias que consideraban necesarias en la defensa de sus
derechos. El ejemplo más claro lo constituye doña Matilde
Pombo de Arboleda, perteneciente a la familia de don Julio
Arboleda, principales enemigos de Mosquera, quien le escribe
desde Popayán el 6 de marzo de 1863:
U. me mandó a entregar la hda. de Quintero, después de
esto incendiaron intencionalmente su trapiche con todos sus
útiles, estuve en posesión de ella hasta fines de junio del año
próximo pasado, desde entonces lo que he sabido por las
noticias que he podido adquirir es que está embargada, que
quitaron el administrador que yo tenía i que se están
2 4 5 ACC., Fondo Mosquera, año 1863. Carpeta # 29-L, Documento
# 44.454.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1
arruinando los edificios que en ella quedaron: he representado mis derechos a las autoridades i ninguna ha
decretado nada de positivo ni que me sea favorable. Yo no
puedo persuadirme de que U. haya dado esta orden, por esto
es que ocurro a U. mismo.
Tengo una familia numerosa i su principal parte son siete
niños nietos del hermano i amigo de U. que tienen derecho a
ser alimentados, vestidos, educados i alojados para lo cual
no cuento sino con la miseria que me producen unas tiendas
que el Sr. Peña Gobernador, me dejó para pagarme parte de
lo que mi hijo me debe por los alimentos de sus hijos i la
destruida haciendita de Puracé que no alcanzan para cubrir
ni la sexta parte de los gastos indispensables a la existencia.
Yo poco necesito para pasar los pocos días de luto i aflicción
que me restan de vida, pero soi madre i mi corazón está
traspasado de dolor por el desamparo de mis nietos. U.
también es padre para conocerlo. Pido pues a U. se sirva
decirme si por orden de U. se me trata de ese modo (lo que
yo no creo) i que en el caso contrario dé orden para que se
me entregue la citada hacienda con sus terrenos, que no
alcanzará ya a cubrir mi dote, i que no me atormenten ya
más para poder conservar algunos días más mi penosa
existencia cuidando a estos infelices e inocentes niños. [...] 246
Pero la correspondencia política que Mosquera sostuvo
con mujeres de la más diversa procedencia social y geográfica,
y con los más diversos fines, aparte de expresar sentimientos
de abierta amistad o de escondido odio, también sirvió para
expresar sentimientos nobles como el amor. Varias cartas de
su hija Clelia, esposa de Jeremías Cárdenas, hacen evidente
la forma en que las esposas sufrían al ver marchar a sus
esposos a la guerra. Baste sólo una:
Dígame papacito, por qué es tan ingrato con su hija que
tanto lo ama? pues U. no ignora el cariño que le tengo a
2 4 6 ACC., Fondo Mosquera, año 1863. Carpeta # 40-P Documento #
44.856.
1 Alonso Valencia Llano
Cárdenas, por qué me lo quita y me deja en este sepulcro
donde lo único que podía aminorar mis penas es él y U. !Ahi
Dios mió! quisiera que sintiera U. lo que yo siento para que
se convenciera que triste es amar y tener esperanzas de un
día unirse con esa prenda querida y no poder luego realizar
esos esfuerzos. U. mejor que yo y como de más experiencia
comprenderá esto para que tenga compasión de mí y no se
lleve el objeto de mis grandes simpatías sin que yo vaya con
él. [...] 247
2 4 7 ACC., Fondo Mosquera, año 1864. Carpeta # 17 M, Documento
# 45.946. Popayán, 1864 s.f.
EL BELLO SEXO ENTRE LA TRADICIÓN
Y LA MODERNIDAD
El "ser y el deber ser" de las mujeres caucanas248
La consolidación del Estado Soberano del Cauca como una
consecuencia de la Guerra del 60, implicaba la creación -de
un nuevo tipo de ciudadano inmerso ideológicamente en los
principios de «Igualdad, Libertad y Fraternidad» y, desde
luego, en el dogma liberal de las «Soberanía Individual».249
Estos principios y dogma, aunque eran la base de la ciudadanía y ésta estaba restringida exclusivamente a los varones
mayores de edad, no dejaban de lado la consigna de que también deberían transformarse las condiciones sociales en que
vivían las mujeres para que actuaran de acuerdo con las
necesidades de la nueva sociedad.250
Los cambios no fueron fáciles y contaron con la oposición
Como dice Agnes Heller en Historia y vida cotidiana. Aportación
a la sociología socialista, México, ed. Grijalbo, 1985, pp. 134, 135-136:
El deber-ser describe siempre de un modo conceptualmente accesible
la relación del hombre [y la mujer] con su obligación. La obligación
manifiesta en el deber-ser puede ser objetivo del hombre [y la mujer],
pero no tiene por qué serlo necesariamente. También el ideal contiene
algo así como una exigencia, pero ese carácter suyo resulta muchas
veces inasible conceptualmente. [...]
Más como el ideal es siempre un objetivo, eso significa que el hombre
[y la mujer] recibe[n] sus objetivos ya listos para el consumo, y siempre
de modo accidental respecto de su propia esencia humana. Esto significa
que los ideales de rol no conducen sino al empobrecimiento, a la atrofia
del hombre [y de la mujer]. Remiten simplemente a la dirección
manipulada y mecanizada del comportamiento.
2 4 9 Respecto al tema de los principios liberales y los hechos históricos
que permitieron que ellos se impusieran, puede verse Valencia: Estado
Soberano..., cit.
250 " e j deber ser" de las mujeres en Colombia ha sido estudiado
principalmente por Suzy Bermúdez en Hijas, esposa y amantes, Bogotá,
ed. Uniandes, 1994 y en El bello sexo: la mujer y la familia durante el
Olimpo Radical, Bogotá, ed. Uniandes / Ecoe, 1993. Puede consultarse
también el artículo de Patricia Londoño: "El ideal femenino del Siglo
XIX en Colombia: entre flores, lágrimas y ángeles" en Magdala
248
1 Alonso Valencia Llano
del conservatismo y del clero, como lo muestran los Sermones
Selectos del jesuíta Carlos Salcedo quien en Pasto se oponía
a las reformas que prometía la revolución liberal llamando
a la ciudadanía a enfrentar las "[...] nefandas leyes de libertad
de cultos, para declarar el estado prácticamente ateo [...] las
de instrucción laica y obligatoria, para corromper a los niños
poniéndolos bajo la dirección de maestros impíos; entonces
la del matrimonio civil para degradar a la familia y corromper a la mujer [.,.]"251
A pesar de la beligerante oposición conservadora, las mujeres caucanas supieron aprovechar el bienestar que se irrigó
como una consecuencia del auge agroexportador que se vivió
después de la guerra y que se sintió en varios órdenes, de los
que sólo resaltaremos dos: se dio un mayor avance en la educación liderada por mujeres de la élite y se consolidó su papel
como comerciantes.252 Acerca del primero, podemos decir que
aunque no existen datos para muchos lugares del Cauca, sí
tenemos la información que nos ofrece Rafael Reyes acerca
de Popayán donde la señora Matilde Pombo abrió en su casa
una clase de francés
[...] para las niñas y para la buena sociedad payanesa, a
la que asistían Sofía, mi señora, Inés Arboleda y otras y al
mismo tiempo recibían de esta gran dama una delicada
educación. Con su ejemplo esto hizo que las buenas disposiciones naturales de aquella sociedad, hicieron que se
formaran en este buen modelo, las señoritas que después
fueran esposas y madres y que esta tradición se perpetuara
en Popayán.263
Velásquez Toro (DirJ: Las mujeres en la historia de Colombia, tomo
III, mujeres y cultura, Bogotá, ed. Norma, 1995
2 6 1 Citado por Benhur Cerón Solarte y Marco Tulio Ramos: Pasto:
Espacio, Economía y Cultura, Pasto, Fondo Mixto de Cultura Nariño,
1997, p. 218.
2 5 2 Sobre este aspecto del desarrollo caucano, puede consultarse
Alonso Valencia Llano: Empresarios y políticos ..., cit.
2 5 3 Rafael Reyes: Memorias, 1850-1885, Bogotá, Fondo Cultural
Cafetero, 1986, pp. 55-56.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1
Además de estudiar, muchas de estas señoras se dedicaban
a comprar mercancías al por mayor para menudearlas. Entre
las más destacadas comerciantes de esta clase se encontraban
doña Paula Mosquera, doña Patricia Mazorra, doña Dolores
Lenis, doña Manuela Otero, doña Aminta Castrillón y doña
Ana María Sarmiento. Pero entre ellas sobresalía la señora
Felisa de Cajiao cuyo esposo, don Antonino Olano, era el
mayor importador de mercancías extranjeras al Cauca.254
Ante estos roles de las mujeres, los caucanos actuaron de
igual manera que los liberales de otros sitios de la República
cuando pretendieron crear el «bello sexo», con la diferencia
de que en esta región de los Estados Unidos de Colombia, se
buscó crear una mujer con ciertos niveles culturales, pero
principalmente con una concepción laica, tal y como lo exigía
la educación republicana que se había impartido desde la
reforma educativa iniciada por Santander y que había
permitido que muchas mujeres caucanas aprendieran a leer
y escribir, sin distingo de la posición social. Aunque la
educación se convirtió en el paradigma de los gobiernos
liberales, lo cierto es que los avances en este campo no fueron
muchos pues, según un informe oficial de 1875, su cobertura
social seguía siendo bastante crítica en general; mucho más
lo era en cuanto se refiere a la educación de las niñas, pues
aunque no tenemos el dato del número de niñas que estudiaban, sí tenemos el número de escuelas dedicadas a la
enseñanza femenina, que era mucho menor que las dedicadas
a la educación masculina, pues por 139 escuelas para niños,
existían 31 para niñas.255
A pesar de su baja cobertura, los conservadores consideraron nefasta la educación laica y la enfrentaron mediante
el establecimiento de colegios privados orientados a una
educación cristiana de las niñas; así el 3 de octubre de 1872
se anunciaba la apertura en la ciudad de Cali del Colegio del
«Sagrado Corazón de María», dirigido por doña Josefa Carvajal de D., en el que las niñas no sólo recibirían una educación
254
255
Ibíd., p. 69.
Registro Oficial, # 107, Popayán, 3 de julio de 1875.
1
Alonso Valencia Llano
cristiana sino también las destrezas y habilidades necesarias
para desempeñarse bien en las labores del hogar.256 Desde
luego, este colegio no buscaba únicamente brindar educación
a las niñas, sino también enfrentar la educación laica que se
ofrecía por parte del Estado y que correspondía con la idea
de sociedad que los liberales buscaban construir y que no se
reflejó únicamente en los aspectos educativos, sino también
en la cotidianidad. Por ejemplo, el periódico El Obrero Liberal, hizo un gran despliegue en 1870 porque en Popayán
cuatro parejas habían contraído matrimonio civil, lo que se
ponía como un ejemplo para los solteros y solteras caucanas.257 Sin embargo, esto último era sólo la posición oficial
del grupo liberal dominante, y ella estaba en confrontación
con los liberales moderados y los conservadores que hacían
gala de un catolicismo muy arraigado.
Así, en contraposición con las políticas oficiales frente a
las mujeres La Juventud Católica en 1872 hacía la siguiente
publicidad a las revistas La Ilustración Española y Americana
y & La Moda Elegante Ilustrada orientadas a las mujeres:
La Moda elegante es por su índole y por su objeto el
genuino periódico de la familia y constituye por lo tanto una
verdadera necesidad para el bello sexo; ella inculca en las
jóvenes la pureza de sentimientos, instruye la inteligencia,
desarrolla los hábitos de orden y de trabajo y crea y perfecciona el buen gusto.258
256 La Juventud Católica, # 10, Cali, 3 de octubre de 1872, p. 4.
Esta concepción de la educación no parece haber sido específica del
Cauca, pues Victoria Peralta encontró que en Bogotá:
El ideal de mujer perfecta se veía complementado con restricciones
en la educación, en el espacio, en la expresividad, y en su libertad. Las
restricciones en la cultura hacían de la mujer un ser ignorante que al
no encontrar salidas a sus inquietudes por el camino de la ciencia y la
filosofía, lo encontraba por el de las supersticiones.
Virginia Peralta: El ritmo lúdico y los placeres en Bogotá, Bogotá,
Ariel, 1995, p. 90.
257 El Obrero Liberal, Popayán, 3 de octubre de 1870, p. 4.
258 La Juventud Católica, # 7, Cali, 29 de agosto de 1872, p. 4.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1
Aunque la publicidad mencionada contenía una crítica
frente a las políticas estatales respecto a las mujeres, lo cierto
es que hubo enfrentamientos más directos frente a la educación laica que buscaban contrarrestarla mediante lecturas
edificantes. Lo curioso es que no existía una idea clara del
tipo de mujer que los conservadores y liberales tradicionales
buscaban formar, un buen ejemplo de esto se tiene en un
discurso pronunciado por Teófilo Valenzuela, Presidente de
la «Sociedad Católica de Buga», en septiembre de 1872, en
el que ofrece una imagen un tanto retórica de las mujeres:
La mujer que en todas partes da el tono a la sociedad; la
mujer, respeto y orgullo de los pueblos cristianos; la mujer
por su naturaleza sencilla, compasiva y buena, era entre los
romanos, de niña esclava del padre que podía matarla o
venderla a quien ofreciera mayor precio; de esposa, sierva
también, sometida al capricho del marido, que abrigaba bajo
su techo numerosas mujeres.259
Quizás los conservadores no eran muy amigos de las
definiciones. Quizás su concepción cristiana de la sociedad
los llevaba a predicar con el ejemplo. Como fuera, sus idearios
de mujer aparecieron publicadas en artículos novelescos
como «El amor filial», escrito en Roldanillo por Santiago Marmolejo, que tenía la función de orientar a los padres acerca
de las normas de conducta de las hijas. En él, Marmolejo
cuenta cómo Natividad, una niña de quince años «alta, morena, pelo crespo, graciosa con esa sencillez campesina que
yo deseara ver en muchas señoritas», había sufrido durante
la guerra del 60 el reclutamiento de sus hermanos, la huida
de sus padres a los montes por lo que se asiló en otra casa
«para evitar las persecuciones de hombres licenciosos, que
abusan del uniforme y que creen que la profesión militar los
autoriza para todo abuso, para todo crimen.» El relato dice
que cuando se inició el régimen liberal
259
La Juventud Católica, # 8, Cali, 5 de setiembre de 1872, p. 1.
1 Alonso Valencia Llano
[Natividad] había seguido ganando con su trabajo la
subsistencia y sosteniendo a su padre; y continuó a su lado
trabajando, luchando con la pobreza y con la indiferencia de
la sociedad que desdeña y pisotea a quien no tiene dinero.
Natividad amaba, y podría ella sustraerse a esta ley
universal? Imposible. El amor es una necesidad moral,
imperiosa, para todo el género humano: lo siente el monarca
como el labriego; pero el amor de Natividad era un amor
puro, espiritual, y el joven que lo había inspirado, y que
también la amaba, era muy digno de él. Una vez casada su
primer cuidado fue llevar a su padre a su casa y la que fue
buena hija es hoy buena esposa y buena madre.
[...] El tipo que he procurado diseñar es hoy muy común
en el Cauca. Jóvenes abnegadas que siguen a los autores de
sus días en todas las eventualidades de su suerte y se
sacrifican en aras del amor filial.260
Este ideal de mujer sumisa era el que los conservadores
caucanos querían preservar de las contaminaciones del siglo,
pues se encontraba amenazado por las instituciones laicas
que los caucanos liberales querían introducir en la sociedad.
Y una de esas instituciones que ellos consideraron nefasta
fue la del matrimonio civil, que se había impuesto de tal
manera que algunos curas liberales como el padre Fernando
Paz Burbano, de Pasto, llegaron al extremo de aconsejar a
sus feligreses contraer este tipo de matrimonio, porque entre
otras cosas, «así evitaban entrar en gastos».261 Por esto este
tipo de vínculo matrimonial sufrió una serie de denuncias
que llegaron a extremos de la calumnia, cuando buscaron el
rechazo de la opinión pública. Un buen ejemplo se tiene en
el caso del célebre comerciante italiano Ernesto Cerruti,
quien se casó por lo civil con una nieta del General Mosquera,
pues los periódicos, más que informar, denunciaron:
La Juventud Católica, # 9, Cali, 19 septiembre de 1872, p. 2.
Lydia Inés Muñoz Cordero: «Situación de género en los pleitos
de divorcio en Pasto. Siglo XIX. 1855», Mujer, familia y educación en
Colombia, Memorias del TV Encuentro Nacional de Historiadores, Pasto,
1997, p. 136.
260
261
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 13
En la noche del 14 del corriente se celebró el matrimonio
de un señor Ernesto Cerruti y la señorita Emma Davis, contrariando la voluntad de lo más respetable de su familia.
Este hecho antireligioso, esta injuria a la conciencia
pública, no necesita comentarios; pero lo que más sentimos
es que tal vez por falta de reflexión, hayan ocurrido a festejarla y autorizarla, personas notables, y sobre todo, madres
de familia católicas. ¡Quiera Dios que ninguna de ellas tenga
que sentir las consecuencias del mal ejemplo que acaban de
dar!
La improbación general que ha recaído sobre este hecho
y sus accidentes, servirán, a no dudarlo, de correctivo para
en adelante. No se han perdido en nuestra patria los
sentimientos de dignidad: aún existe la sanción pública.262
Según los conservadores, este tipo de matrimonios,
sancionados por la nueva legalidad liberal, constituía un pésimo ejemplo para los jóvenes y para los padres imbuidos en
los principios liberales. La lucha en su contra no podía darse
en el plano legal, sino en el ideológico religioso y tenía que
ser radical y férreamente sustentada en la tradición universal
del catolicismo, única manera que encontraban de enfrentar
la modernidad. Es por eso, que los redactores del periódico
payanés Los Principios Político-Religiosos el 9 de julio de
1871, echaron mano a un artículo publicado en El Bien
Común por el escritor español José Selgás en el que se oponía
al matrimonio civil y que copiamos en extenso para ofrecer
una idea de la radicalidad de los ataques:
Antes que en Zurich, en Londres o en New York se hubiese
pensado formalmente en dar a la mujer los derechos del
hombre, antes de arrancársela a la naturaleza, al hogar
doméstico y a la familia, plantándola libremente en medio
del arroyo de todas las libertades; antes, en fin de que Mr.
Reynauld pensara en hacer de la mujer un objeto eternaLos Principios Políticos Religiosos, # 4, Popayán, 18 de junio de
1871, p. 51.
262
1 Alonso Valencia Llano
mente bello, era preciso para que el trabajo no fuera inútil,
fundirla en el crisol de un nuevo ser, preparación indispensable para que desde el mismo umbral de su casa pueda lanzarse sin escrúpulo a los risueños espacios de la sociedad
que ha de recibirla.
Porque, justo es reconocerlo; una mujer sometida a la
autoridad de sus padres, o sumisa al cariño paternal de su
marido, o sujeta a la sagrada obligación que la imponen sus
hijos por el doble vínculo de la naturaleza o la religión, no es
ciertamente, la mujer a propósito para desempeñar en el
mundo las libres funciones a que la destina la sociedad
presente.
Sobre el derecho natural y el derecho divino, está,
decididamente, el derecho moderno.263
El autor plantea que se ha dado una lucha entre la razón
y la moral, y que ante el triunfo de la razón el hombre se ha
encadenado a sus placeres. Pero también dice que muchos
hombres y mujeres pensaban de manera distinta:
[...] había gentes que se veían detenidas por la tirantez
de sus conciencias, y el concubinato, por ejemplo, se ocultaba
avergonzado de su propia deshonra; era preciso legitimarlo;
las mujeres permanecían obstinadas en creer que no eran
esposas legítimas si no hacían delante de Dios el voto solemne
del cariño perpetuo, y la santa promesa de una fidelidad
honrosa.264
Esto, según el autor, se convirtió en un problema para los
librepensadores quienes lo solucionaron mediante el establecimiento del matrimonio civil y, haciendo gala de una chocante ironía, se burlaba así de quienes optaron por uniones
maritales no sancionadas por los ritos de la iglesia:
263 Los Principios Político-Religiosos, # 7, Popayán. 9 de julio de
1871, p. 108.
24 Ibíd., p . 1 .
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1
Yo soy un hombre razonable; comprendo perfectamente
que reglamentado el provechoso comercio de los garitos y
ordenada la honesta industria de las mujeres públicas, no
hay razón para tener fuera de la ley a los que deseando vivir
en estrecha y voluptuosa comunicación se unen übremente
sin pasar por la humillante ceremonia de los votos solemnes
y de las santas promesas.
Reconocido el derecho imprescriptible del tahúr y el
habeas corpus de la ramera, la equidad reclama la inmediata
protección de las leyes en favor del concubinato.265
El considerarse un «hombre razonable» lo lleva a pensar
que el matrimonio civil no permitía la constitución de familias, pues según su criterio no era más que «la prostitución
legal», puesto que él permitía que una mujer pudiera tener
hijos de padres diferentes:
Sea el amor libre, como es libre el pensamiento; no ha de
tener el vicio menos derechos que el error; saquemos a la
mujer de la servidumbre de los más bellos sentimientos; para
impedir que se prostituya, legalicemos su prostitución, y
teniendo derecho para ser de todos, evitaremos que su corazón caiga en la esclavitud de pertenecer a un hombre solo.
[...] La mujer que ama se casa. La que quiere dar rienda
suelta a «tumultuosos apetitos» se vende. Pero la que se coloca en un nivel intermedio entre las dos, es decir: «la que se
casa según la ley y se prostituye según la razón», que adquiere
una actitud estrictamente legal, que es al mismo tiempo
claramente inmoral; que no es ni esposa ni manceba; que a
la vez se despoja de la honestidad de la virtud y de la vergüenza del vicio.
Esta mujer no quiere vivir sola y busca la compañía de
un hombre; lo encuentra y hace al alcalde testigo de su unión,
y la autoridad municipal le da permiso para tener hijos.
Esta mujer se alquila.
2
Ibíd., p.
.
1 Alonso Valencia Llano
Para la mujer que se casa, el marido es su guía, su protección, su amparo, la inteligencia que dirige, la fuerza que
contiene.
Para la mujer que se vende los hombres no son más que
parroquianos.
Para la mujer que se alquila, el hombre es pura y simplemente un inquilino.
En el primer caso, el hombre y la mujer se unen.
En el segundo caso, se tropiezan.
En el tercer caso, se juntan.
Puesto el escalón del contrato entre las alturas del Sacramento Matrimonial y las profundidades de la prostitución,
la mujer puede descender más cómodamente de la elevación
de un amor santo al abismo del vicio libre.
Si conseguimos que prescinda de Dios para casarse, muy
poco trabajo debe costarle después prescindir del alcalde para
perderse.
Y a la mujer perdida es precisamente a la que buscamos
como el tipo completo y perfecto de la mujer verdaderamente
emancipada; sin vínculos con la naturaleza, sin las ligaduras
de la religión, sin los duros grillos de la moral, sin el freno
del pudor, sin la cadena de la familia, emancipada del hombre,
emancipada del amor que es su vida, hasta emancipada de sí
misma.
La Venus moderna elevada sobre el altar de su hermosura,
recibiendo el culto del deleite y negociando ante el alcalde el
tesoro de sus encantos.
Diosa que se vende para ser adorada; mujer que se alquila
para ser madre.266
El artículo, a pesar de las críticas morales que encierra
tenía una intención política: debía servir para mostrar cómo
el modelo de sociedad liberal que se estaba imponiendo iba
contra los principios de la mayoría de los caucanos. Pero un
artículo de esta clase no guiaba de una manera clara a los
padres de familia respecto a la forma de educar a sus hijas,
Ibíd., p . 1 .
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 167
que de todas maneras se enteraban por la prensa de los
avances que se daban en torno a la situación de las mujeres
en el mundo. Para solucionar el problema Los Principios un periódico conservador de Cali- adaptaba publicaciones
con un sentido más didáctico que nos permiten pensar la
difícil situación de las mujeres que se veían obligadas a llevar
con resignación su existencia. Buen ejemplo de este tipo de
artículos lo constituye «Los recuerdos», escrito por María
del Pilar Sinués de Marco y cuyo tono de resignación se deja
sentir desde el comienzo:
La esperanza, esa deidad consoladora que envuelta en
diáfanos velos, sonríe a los niños en la cuna y acaricia al
hombre se deja ver pocas veces en torno a la mujer, flota a lo
lejos como la sombra de un sueño, y como sombra se desvanece cuando va a asirla su débil mano.
Para la mujer es más grato, más dulce, más consolador,
el recuerdo.267
Después de mencionar el refugio que las mujeres encuentran realizando obras de caridad, para lo cual -advierte- no
tienen que ser ricas, habla de que existen recuerdos «que
matan, que dan pena», lo que le permite establecer una diferencia de género entre hombres y mujeres:
Al hombre le acompañan menos los recuerdos: su vida
está llena de realidades más o menos penosas, más o menos
agradables.
Los negocios absorben todo su tiempo y absorben también
su imaginación.
La mujer, por el contrario, relegada al hogar doméstico,
retirada en él, tiene muchas veces que acogerse a sus recuerdos para ser dichosa.
A la mujer le está vedada toda ocupación, toda actividad
fuera del círculo de su familia, y los recuerdos son para ella
un mundo mejor, un oasis en el cual descansa de todos esos
267Los
Principios, #
, Cali, 2 de
o de 187, p
.
168 Alonso Valencia Llano
dolores vulgares, silenciosos y desconocidos, que combaten
y envenenan su existencia.
La pradera donde corría como niña, los primeros libros
que leyó, las oraciones que le enseñaba su madre, los cuentos
de la vieja nodriza, los juegos de sus hermanos, la imagen
ante la cual rezaba, las memorias de su primer amor, aquellas
emociones tan puras, tan castas, tan indecisas, que ni aún
después de mucho tiempo sabe definir; la rama que el viento
mecía en el bosque [...] todas estas cosas forman para la mujer
un mundo de poesía y de amor al cual se retira para buscar
la calma.268
Pero estos roles socialmente construidos, esta diferenciación de género que la autora encuentra entre la existencia
de los hombres y las mujeres, no le permite encontrar caminos de liberación para ellas, sino que las introduce en un
discurso justificativo de su existencia resignada a las cuatro
paredes de su casa, curiosamente presentada más como una
prisión, que como el hogar:
¿Cómo no amar las paredes que nos han presenciado
nuestras venturas y nuestros dolores?
¿Cómo no amar el primer rayo de sol que la primavera
nos envía como una bella sonrisa, y el rayo de luna que viene
a quebrase en los cristales de nuestra ventana?
Paréceme que el apego de la mujer a su casa y a los objetos
que la adornan es inseparable de su condición, suave, blanda
y amorosa; que la constancia de sus afectos debe serle tan
propia como el culto de sus recuerdos, y que un corazón frío,
egoísta, e indiferente es como una anomalía en nuestro sexo,
a quien Dios encomendó el cuidado de embellecer el hogar,
derramando en él la suave luz de la poesía y el amor.
Haga la mujer todo el bien que le sea posible; ame y socorra a los menesterosos y por desgraciada que sea su vida,
siempre tendrá en sus recuerdos un pedazo de cielo azul, un
horizonte sereno donde volver sus afligidos ojos.269
268
269
Ibíd.
Ibíd.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1
Evidentemente la autora era una mujer que propugnaba
por el mantenimiento de las mujeres reducidas al espacio
doméstico; que reconocía la triste situación que las diferencias de género le imponían pero que se resistía al cambio.
La finalidad de este tipo de discursos era enfrentar las
nuevas imágenes de las mujeres que estaban llegando al
Cauca, pues en la prensa se mencionaban los avances que en
la condición social de las mujeres se daban en Europa y en
los Estados Unidos, lo que a juicio de los conservadores no
hacía más que reforzar las posiciones liberales acerca de la
mujer y del matrimonio civil. En respuesta a esto, Los Principios retomó otro artículo de Selgás, que justamente llevaba
por título el de «La emancipación de la mujer», y en el que
en medio de un humor negro bastante molesto, ironiza acerca
de los logros de las mujeres en otros lugares del planeta. El
artículo se refiere inicialmente a varias reuniones ocurridas
en Europa donde «se ha proclamado el principio de que la
mujer debe ser hombre». Dice que en Estados Unidos se redacta un periódico de mujeres con el lema varonil: «A los hombres
sus derechos y nada más, a las mujeres sus derechos y nada
menos», y que se otorgan títulos académicos a las mujeres
«como la cosa más natural del mundo» e incluso que en
Zurich «acuden a estudiar medicina las más tiernas jóvenes».
Esto es presentado como una actitud antinatural, pues según
él ya hay en el mundo muchas mujeres que no quieren ser
madres, a lo que se agrega que en Nueva York había aumentado la embriaguez entre las mujeres, las que montan a caballo, manejan coches, fuman tabaco, etc. El problema, para
él, radica en que en Europa la liberación femenina no parece
preocupar a muchos hombres quienes creen que por esto las
mujeres «nopueden dejar de ser mujeres, fundando tan superficiosa preocupación en el frágil testimonio de sus propias
mujeres, de sus propias hijas, de sus propias madres».
La ironía de sus planteamientos, presentados con un
pretendido deje humorístico, lo lleva a decir:
No obstante, para que la mujer caiga en cuenta de que
puede cambiar la condición de su naturaleza, es preciso
170 Alonso Valencia Llano
librarla del yugo de la familia, es preciso que 110 tenga padre,
que no tenga marido, que no tenga hijos; porque los hijos,
los maridos y los padres, le harán creer siempre y en toda
ocasión que es hija, que es esposa o que es madre; esto es, le
harán creer siempre que es mujer.
Y es preciso más, porque las preocupaciones se agarran
con profundas raíces y todo lo aprovechan para que no haya
manera de arrancarlas; es preciso sacarlas del artificio, de la
trampa en que su propia naturaleza las tiene cogidas; es
preciso ante todo, que el pudor, saltando de lo profundo del
alma a la superficie del rostro les diga de una vez siquiera
que son mujeres.
Orilladas estas primeras dificultades, es evidente que
la mujer puede llegar a ser hombre, y esta equiparación
jurídica sacará al mismo tiempo a los hombres de la obligación
legal en que se encuentran de tener que casarse siempre con
mujeres, pudiendo elegir para madre de sus hijos, según sus
aficiones y sus gustos, licenciados en medicina, doctores en
jurisprudencia, delicados reclutas, amables pilotos, dulces
sargentos de caballería, y será frecuente el caso en que nos
disputemos la mano de algún bello Presidente del Consejo
de Ministros.
La cuestión que por de pronto se origina, ofrece, sin
embargo, una doble desigualdad, porque si las mujeres
tienden a transformarse en hombres, el día que lo consigan,
los hombres se habrán quedado sin mujeres; y como no se
trata de que el hombre cambie de condición, resultará que
las mujeres tendrán hombres y los hombres no tendrán
mujeres.270
Todos estos argumentos apuntan a que no se pueda
cambiar la obra de Dios o de la naturaleza que llevó a que la
mujer sea madre, lo que según él, es considerado por la sociedad moderna un «error de la naturaleza», que debe ser corregido, ya que la modernidad se arroga el derecho de corregir
la obra de Dios. Para esta «modernidad» la mujer aparecería
270
Los Principios, # 1, Cali,
de
o de 187
p. 3.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 171
como un «fausto ruinoso» que el hombre se ve obligado a
sostener dada «su debilidad»; «hemos de protegerla porque
es débil». Esto motiva otra de sus ironías:
¿Desde cuando los débiles tienen derechos? ¿Acaso porque
el hombre es fuerte se le ha condenado a pasar por la tierra
como un mozo de cordel, encorvado bajo el peso de ese enorme
fardo que se llama familia? Ellas nos piden nuestra protección, nuestro respeto ¿y en cambio qué nos dan?
Nos dan hijos.
¿Será justo que a título de esposas, que a título de madres,
nos impongan la costosa obligación de ampararlas y
mantenerlas?
La mujer es un lujo, la familia una carga [...]
La mujer como esposa y como madre es cara, y el recurso
es bien sencillo: no hay más que transformarla en hombre.
Y para esto es necesario que estudie y que trabaje.
Bastante tiempo las hemos mantenido a título de madres
de nuestros hijos; bastante tiempo las consideramos bajo el
frivolo pretexto de que eran las dulces compañeras de nuestra
vida.
Y en qué engaño hemos vivido!... Parecen tan delicadas...
tan tímidas... tan débiles: poseen el secreto de una fuerza
inmensa: el amor las hace héroes, el cariño mártires, la virtud
fuertes, la fe invencibles: vencen con una mirada, triunfan
con una sonrisa, esclavizan con una lágrima.271
La crítica a la modernidad se cierra con un planteamiento
profundamente conservador: la liberación de la mujer puede
significar una ganancia para los hombres inmersos en la materialista sociedad capitalista regida sólo por la ganancia:
[...] La civilización que nos empuja no tiene nada que ver
ni con los maridos, ni con los hijos, ni con los padres, ni con
los hermanos. ¡Sería curioso que la especie humana detuviera
su marcha majestuosa ante el ridículo estorbo de la familia!
271
Ibíd., p. 238.
1 Alonso Valencia Llano
Hasta ahora no ha sido más que un gasto: es preciso,
pues, que empiece a ser una ganancia.
Ese bello conjunto cuyo inventario es: cabellos de oro o
de seda, labios de coral, manos de marfil, dientes de perlas,
mejillas de nácar, es una riqueza que nosotros tenemos
todavía estancada, y ya es preciso que pensemos seriamente
en ponerla en circulación.
Desamorticémosla.272
A muchos caucanos no se les escapaba que las críticas
ideológicas y morales que sustentaban estos artículos ocultaban el enfrentamiento político entre liberales y conservadores. Desde este punto de vista las mujeres, la imagen de
mujeres y los roles de mujeres que trataba de imponer la
modernidad, sufrieron una serie de manipulaciones -como
las citadas- que dieron muy buenos resultados al conservatismo. El problema es que para enfrentar las imágenes modernas de las mujeres y sus roles, que hablaban de una cierta
igualdad con los hombres, los conservadores se vieron en la
necesidad de atacar la institución matrimonial laica, lo que
llevó a una gran confusión, debido a que el matrimonio civil
estaba socialmente aceptado -a pesar de la oposición mencionada- y legalmente soportado en la legislación caucana.
Era un hecho que todos los artículos que se escribían para
rescatar la tradicional imagen de mujer sumisa, de una u
otra manera, terminaban en un cuestionamiento del matrimonio civil y en una reivindicación del católico. La explicación
es simple: los conservadores no le concedían a las mujeres
otro papel social que el de las labores del hogar, permitiéndoles una precaria presencia pública en las labores de beneficencia.
De todas maneras, su crítica al matrimonio civil y «el estado de resignación» en que ponían a las mujeres casadas,
hacían que el estado matrimonial no fuera visto, precisamente, como muy atractivo para los hombres y mujeres
Ibíd., p.
.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 13
caucanas, máxime si se tiene en cuenta que el matrimonio
católico era indisoluble. No obstante, los artículos ilustrativos
acerca del matrimonio continuaron mostrando que éste no
era el estado ideal, sino una realidad que sólo era soportable
si se basaba en sentimientos como el amor. En el artículo
«Carta Familiar», firmado por C. Prieto y dirigido a "los hombres casaderos", salta a la vista cómo la armonía matrimonial, que debía basarse en sentimientos como el amor, no era
tan duradera pues, dentro de las concepciones machistas de
la época, el amor parecía agotarse primero en las mujeres
que en los hombres:
El refrán dice: antes que te cases mira lo que haces.»
Todas las mujeres son buenas para amantes: para esposas
ya varía la especie, pues el amor matrimonial no es el mismo
que el amor que inspira a la novia.
El primero está lleno de sufrimientos, el segundo de
dichas.
Todas las mujeres están enamoradas antes de casarse.
Casadas hay muchas que se aburren pronto, cuando el afecto
que experimentan por su esposo no es legítimo, profundo,
verdadero.
El amor de la novia aspira a una dulce recompensa: el
matrimonio.
El de la casada debe estar pronto a hacer toda clase de
sacrificios, y la que no ama de veras mal puede cumplir con
sus penosos deberes de esposa. La novia se ve rodeada de
delicadas atenciones: es amada y vive feliz.
La casada muchas veces se ve expuesta a las brutalidades
de un marido infame y ha de resignarse con su suerte.
Para novias todas las mujeres son buenas, todas sirven.
Para esposas se necesita mucha virtud, mucha abnegación
y mucho cariño.
[-]
La casada debe cuidar de su marido y no servirle de pesada
carga; la sencillez que también es elegante, agrada al esposo,
y una casada no debe gustar a nadie más.
Búscala pues que sea modesta y ajena a toda pretensión,
1 Alonso Valencia Llano
y así lograrás ser feliz en la adversidad como en la fortuna.273
La conclusión, convertida en un consejo para los jóvenes
en edad de casarse consistió en decirles que buscaran una
mujer que no fuera vanidosa, que no tuviera muchos amigos,
resignada y trabajadora para que supiera «soportar los
reveses de fortuna y no tenga muchas tentaciones». Y termina
con una afirmación que sin duda haría pensar seriamente
en la conveniencia del estado matrimonial: «El matrimonio
es una especie de claustro: los que entran en él mueren para
los demás».21*
La radicalidad conservadora frente al matrimonio civil y
la utilización política del tema llevaron que se profundizara
la crítica por parte de grupos disidentes liberales frente a la
actitud laica del gobierno caucano. Simón Arizabaleta, un
liberal independiente, escribió en 1875 un artículo titulado:
«¿Qué es el matrimonio civil?». Se trataba de una crítica al
matrimonio no católico, en el que, por su falta de sacralización, lo asimila a la prostitución. Según el autor este tipo de
matrimonio es un contrato que «no sujeta» y que por lo tanto
puede disolverse de la misma manera que se estableció. Pero
sus críticas son mucho más fuertes:
Ante semejantes inconvenientes, esos seres que vienen
al mundo por una unión que no lleva la sanción de una sana
moral, la experiencia nos lo ha enseñado, que la hija olvida a
sus padres, sin abrigar ningún remordimiento, y que por un
hombre rompe los sagrados vínculos del amor i de la fidelidad
que debe guardarles. I ¿cómo impedir esta falta de subordinación, de amor i de respeto, cuando sus placeres tienen
Los Principios, # 92, Cali, 8 de agosto de 1873, p. 54.
Ibíd. p. 55. Desde luego, el matrimonio más que un claustro era
una prisión; pero lo era más para las mujeres que para los hombres.
Así lo plantea Victoria Peralta para el caso de Bogotá durante el Siglo
XIX: "El espacio de la mujer era la dulce cárcel de la casa, en la que
ella debía permanecer con modestia y discreción, utilizando el tiempo
en todo lo concerniente a las labores domésticas, y esperando al padre o
al marido.» Ob. cit., p. 91.
273
274
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 175
más poder que sus creencias, i más valor que ese acto solemne
por el cual se confirma de por vida, la unión entre los que
verdaderamente se aman?
Si a la mujer se la quiere emancipar de ciertos derechos i
despojarla de su naturaleza suave i delicada, colocándola en
ese insondable torbellino que se llama mundo, no puede
desconocerse sin detrimento de ella misma, esas necesidades
por medio de las cuales rompen los librepensadores, esos lazos
que forman la verdadera y estable familia. No hay duda que
el matrimonio civil aleja las solícitas i vijilantes miradas del
padre, entibia el cariño i la fidelidad hacia el esposo i quebranta las sagradas obligaciones que imprimen la virtud i que no
legalizan la prostitución.
[...]
La mujer que respeta los vínculos que la unen a la
familia y a la relijión, jamás se constituye en una meretriz,
por el sólo deseo de ocupar un puesto o desempeñar las augustas funciones de esposa i de madre, sin más autorización
legal que aquella que da la sociedad, la cual a veces es inmoral
i corrompida, i es por esto mismo que no puede existir ante
las aras del amor esa santificación que verdaderamente no
se halla, sino es ante el matrimonio elevado a la inconmensurable categoría de sacramento.276
Esta asimilación del matrimonio civil con la prostitución
y, desde luego, las agravantes religiosas, morales y sociales
que un acto de esta clase hacía recaer sobre la mujer casada
y no sobre el varón, produjo reacciones inmediatas, entre
las que destacamos la siguiente:
PROTESTA:
La que suscribe, católica, apostólica, romana, cumple con
el deber de tal, manifestando: que el año de 1866, por una
fatalidad, contraje matrimonio civil con el señor Abelardo
Aguilar, conforme a unas disposiciones de la lei, i no de acuerdo a los ritos de la Iglesia Católica, a cuya comunión tengo la
275
El Telégrafo, # 6, Palmira, marzo 18 de 1875, p. 23.
176 Alonso Valencia Llano
fortuna de pertenecer. No hai duda de que, en mi carácter
de católica, transgredí el Canon eclesiástico, i de consiguiente
he tenido la desgracia de cargar todo este tiempo, con la
censura que la Iglesia, en semejantes casos, ha alzado contra
los creyentes que no hayan respetado sus sabias i divinas
disposiciones; pero una vez que he llegado a este conocimiento, declaro que doi por írrito i de ningún valor el mencionado matrimonio civil, porque él tortura mi conciencia, me
aleja de la comunidad católica, i la sociedad, con una mirada
severa, desaprueba esa unión ilícita hecha sin el beneplácito
de la Iglesia.
Quedan pues por mi parte, rotos los lazos civiles que me
unían, puesto que voluntariamente i como creyente me
declaro libre, una vez que reconozco que el matrimonio civil
no une con lazos indisolubles. De consiguiente, no reconozco
otros lazos de unión que los que la Iglesia Católica ha establecido, considerando cualquier otra unión como clandestina;
siendo de advertir que mi protesta es espontánea e
irrevocable [...] San Pablo, febrero 16 de 1875. Luisa Tello.276
Un aviso similar fue también publicado en El Telégrafo
por el esposo, Abelardo Aguilar, lo que escandalizó a los redactores del periódico, puesto que cayeron en cuenta que en
estas «protestas públicas» los caucanos habían encontrado
un nuevo método para anular los matrimonios civiles sin
seguir las reglas establecidas por el código civil. Ante esto se
vieron obligados a moderar el tono de sus críticas e insertaron
el siguiente decreto conciliar con el que buscaron mostrar
que la iglesia no rechazaba el matrimonio civil, siempre y
cuando fuera santificado después por los ritos católicos:
Pag. 114 del libro de Actas y decretos del Concilio primero
provincial Neogranadino:
Aunque entre los cristianos nunca puede separarse el
sacramento del contrato válido, sin embargo por la necesidad
que imponen las leyes i para evitar mayores males que
276
El Telégrafo, # 9. Palmira, 8 de abril de 1875, p. 3.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1
pudieran sobrevenir por la malicia de los hombres,
permitimos que donde estuviere vijente la lei del matrimonio
civil puedan contraerlo los fieles ante el Majistrado secular;
pero quedan siempre obligados a celebrarlo in facie Ecclesiae,
si no quieren incurrir en el vergonzoso y gravísimo crimen
de concubinato.277
Desde luego, esto caldeó los ánimos entre los defensores
de la tradición y quienes defendían la imposición de la sociedad laica, lo que produjo una serie de artículos acerca de los
matrimonios civiles y laicos y de sus ventajas y desventajas
en el orden civil y el espiritual. Como era de esperarse dadas
las concepciones de la época, las consecuencias negativas de
ambos matrimonios se hacían caer siempre sobre las mujeres,
que eran, al fin y al cabo, a quienes se quería controlar.278
Estos debates acerca del matrimonio y el deber ser de las
mujeres caucanas, se inscribieron dentro de la lucha desarrollada por el partido conservador con el liberalismo que se
había impuesto en el Estado. Así las mujeres caucanas entraron de nuevo en el juego político, unas veces como simples
objetos ideológicos construidos por los voceros políticos de
la Iglesia Católica aliada con el conservatismo y, otras, dentro
de una efectiva participación en las organizaciones parapartidistas que con el carácter de asistenciales y educativas
creó el partido conservador. Desde este punto de vista, debemos reconocer que los conservadores fueron más efectivos
en la utilización de un discurso moral y religioso para lograr
la movilización política de las mujeres, lo que se dio de una
manera efectiva entre 1871 y 1875 cuando se libró la lucha
contra la educación laica.
Ibíd., p. 35.
Para mayor amplitud sobre el tema consúltese El Telégrafo, #
10, Palmira, 22 de abril de 1875.
277
278
1 Alonso Valencia Llano
La organización política de las mujeres y la lucha
contra la sociedad laica
Todo el debate anteriormente referido se estaba dando
en momentos cruciales para la historia del Cauca, pues
Arquímedes Angulo, Sergio Arboleda y Carlos Albán, estaban
adelantando la reorganización de las fuerzas conservadoras, 279 para enfrentar al gobierno central de la Unión
Colombiana que intentaba desarrollar un «Estatuto de la
educación primaria», que a juicio de los conservadores pretendía implementar una educación atea.280 En realidad las
autoridades colombianas sólo buscaban desarrollar una
educación técnica más acorde con las necesidades de desarrollo económico de los colombianos.281
Esto coincidía con un proceso global de reorganización
conservadora en todo el país, que se apoyó en la necesidad
de defender la educación cristiana como uno de los derechos
tradicionales de los colombianos en general. Sin embargo,
poco a poco, el gobierno central logró imponer su proyecto
de educación laica, pues en 1874 estableció las escuelas normales en el Cauca, que fueron encomendadas a profesores
alemanes de religión protestante, quienes llegaron al Cauca
en 1875. Su llegada creó un clima de efervescencia social
que fue estimulada por el periodismo conservador, al que se
agregó La Semana Religiosa, que orientó sus esfuerzos a
demostrar que la iglesia católica era nuevamente perseguida
V Alonso Valencia: Luchas sociales y políticas del periodismo en
el Estado Soberano del Cauca, Cali, Colección de Autores Vallecaucanos,
Gerencia Cultural de la Gobernación del Valle, 1994 y «Un precursor
de Zeppelin en Colombia: Carlos Albán. Político, militar e... inventor»,
en Credencial Historia, Bogotá, Octubre de 1991.
2 8 0 Véase Jane M. Loy: «Los ignorantistas y las escuelas: la oposición
a las reformas educativas durante la Federación colombiana», en Revista
Colombiana de Educación, Ns 9, Bogotá, Universidad Pedagógica
Nacional, 1982.
M 1 . Respecto a este problema de la educación puede consultarse a
Frank Safford: El Ideal de lo práctico, Bogotá, UNAL/E1 Ancora ed.,
1989, para Colombia Central, y para el caso específico del Cauca véase
Alonso Valencia: «El desarrollo de la educación laica» en Empresarios
y Políticos ..., pp. 30 y ss.
279
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 17
al intentarse aplicar un programa educativo en el que no se
impartía la enseñanza religiosa.
Para el efecto los redactores de Los Principios no sólo
publicaron sus propias opiniones sino también una serie de
remitidos de las autoridades eclesiásticas. Como ejemplo se
tiene un artículo tomado de La Semana Religiosa, con una
refutación del presbítero Pedro Antonio Holguín, cura y vicario de Palmira, contra un artículo publicado en el periódico
La Escuela Liberal en el que se defendía la escuela normal
laica, que se había abierto en Popayán. La oposición del cura
radicaba en que con ella se pretendía -según él- formar «hombres corrompidos enemigos de Dios y de la Iglesia». También
se refutaba a los redactores de El Escolar, que se publicaba
en la capital y circulaba gratuitamente en las escuelas oficiales, por haber publicado un catecismo donde se negaban las
penas eternas del infierno; y un artículo sobre «Educación
de las madres de familia», tomada de El Emilio de Rousseau,
obra prohibida por la iglesia dado su objeto de extender el
socialismo. Concluía la refutación aconsejando a los padres
de familia abstenerse de enviar sus hijos a recibir la educación
dada por el gobierno en las escuelas laicas.282
El momento para estos debates no pudo ser mejor
escogido, pues estaban próximas a realizarse las elecciones
presidenciales de los Estados Unidos de Colombia, donde se
enfrentaban Aquileo Parra -candidato radical- y Rafael
Núñez -independiente-. También se realizarían las elecciones
para la presidencia del Estado Soberano del Cauca entre
César Conto -representante del radicalismo- y uno de los
candidatos mosqueristas que aún no estaba definido. Esto
evidenciaba que la lucha entre las tendencias liberales había
fraccionado al partido y que podía poner en peligro la continuidad de las instituciones liberales. Los conservadores
sabían que la situación del Cauca podía llevar a retomar el
poder, no sólo en el Estado sino en el país; para esto era necesario seguir estimulando el descontento popular ante las
medidas anticlericales del gobierno y canalizarlo en lo posible
282 Los
Principios, #
0, Cali, 9 de bre
de 1875, p.
.
1 Alonso Valencia Llano
hacia las vías electorales, lo que exigía, a la vez, convertir a
los curas y en especial a Carlos Bermúdez, obispo de Popayán,
y a Manuel Canuto Restrepo, obispo de Pasto, en los abanderados de la agitación. Si a esto se agregaba que la mayor
parte de los liberales era de procedencia conservadora y, desde luego, que la inmensa mayoría de ellos era católica, la
acción del clero y de la prensa conservadora podía dar excelentes resultados.
El deterioro del clima político y la cada vez mayor oposición de las sociedades democráticas llevó a que los conservadores entendieran que sin una adecuada organización de
sus bases cualquier intento por recuperar el poder sería
infructuoso. Para ello de tiempo atrás venían fundando corporaciones de carácter religioso, de asistencia social y de ayuda
mutua, que a pesar de estar directamente ligadas a la iglesia
católica respondían muy bien a las movilizaciones que la
agitación política del momento exigía;283 lo curioso es que la
inmensa mayoría de los miembros de estas instituciones eran
mujeres. La primera de ellas fue instalada en Cali el 10 de
octubre de 1873 por el Obispo Carlos Bermúdez y recibió el
nombre de «Sociedad del Sagrado Corazón». Contaba con
260 socias y era dirigida por María Ignacia Borrero, tenía
como subdirectora a Bárbara Fernández de Sinisterra, secretaria a Micaela Borrrero y como tesorera a Dolores Cobo.
Los fines de la Sociedad eran los siguientes:
Se compone de señoras y tiene por objeto ejercer oficios
de caridad con las personas del mismo sexo: alentar para el
2 8 3 Debido a las diferentes
reformas que se hicieron durante el Siglo
XIX, la asistencia social había pasado a depender de entidades civiles
escasas de fondos. Esto se entiende si se tiene en cuenta el control que
el Estado central impuso a la Iglesia Católica mediante la imposición
del Patronato republicano, la tuición y la Desamortización de Bienes
de Manos Muertas, a lo que se agrega el control que se ejerció sobre la
educación. Todo influyó para que durante la década de 1860, se crearan
instituciones de asistencia social controladas por organizaciones de la
sociedad civil. Ver Beatriz Castro: «Caridad y beneficencia en Cali, 18481898», en Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. 27, Ns 22, Bogotá, Banco
de la República, 1990, pp. 67 y ss.
Mujeres Caucarías y Sociedad Republicana 1
bien, influir para atraer a la virtud y a la piedad a las almas
que por desgracia se han descaminado, empleando los medios
y resortes sociales y religiosos que conduzcan a aquellos
resultados.284
En un informe publicado en 1875, esta sociedad de mujeres mostraba su organización interna y sus principales
campos de acción:
1. La Sección Reformadora y Celadora cuyas superioras
eran María Antonia Córdoba y María Francisca Lourido.
Trabajaban principalmente en ejercicios espirituales cuyo
fin era «inspirar en almas extraviadas o vacilantes los piadosos sentimientos que las han llevado de nuevo al camino de
la salvación». Los retiros los realizaban mensualmente desde
las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde.
2. La Sección Catequista a cargo de Natalia Núñez
encargada de recolectar fondos para fundar una escuela en
beneficio de la clase desvalida. En ella estudiaban 40 niñas a
las que se les enseñaba lectura, doctrina cristiana, escritura
y costura, también habían colocado algunas niñas en casas
particulares para que recibieran igual enseñanza.
3. La Sección Hospitalaria trabajaba en el mejoramiento
del hospital alimentando y aseando a los enfermos, trabajo
en que era apoyada por la conferencia de San Vicente de
Paúl. En esta trabajaban las señoras Francisca Uribe de
Escobar, Elisa Scarpetta e Isabel Lloreda.285
La «Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús» fue también
fundada en Popayán en 1876 por doña Matilde Pombo de
Arboleda, quien promocionó además el establecimiento de
sociedades similares en Pasto y otros lugares del Cauca.286
La dirigida por la señora Pombo se encargó de la recuperación
del Hospital,«... y estableció, a fuerza de limosnas, una escuela
primaria de niñas pobres, en cuya dirección y progreso
284 Los Principios,
# 101, Cali, 10 de octubre de 1873, p. 90.
Los Principios, # 174, Cali 26 de Marzo de 1875, p. 117.
286 Revista Escolar, Año I, N9 2, Popayán, 1® de septiembre de 1894,
p. 67.
285.
1 Alonso Valencia Llano
entendía personalmente la misma señora, con una consagración superior a su edad y dolencias físicas.»281
No deja de llamar la atención el hecho de que estas
sociedades integradas por mujeres, fueran utilizadas por el
clero y los conservadores en su confrontación con los liberales,
si se tiene en cuenta que a las mujeres no les era reconocidos
sus derechos políticos y que toda su participación se reducía
principalmente a aspectos de intendencia durante la guerra
y, ahora, a la participación agitacional en los debates electorales. Desde luego, las mujeres sabían que eran utilizadas
políticamente, pero lo aceptaban porque también sabían que
estaban defendiendo la religión y la tradición.
Esta unión entre religión y política como elemento de
movilización, dio excelentes resultado el 3 y 4 de abril de
1875, cuando don Antonino Olano, un destacado conservador
payanés, hizo bendecir una estatua de la virgen de Lourdes
que había traído de Europa con el fin de regalarla a la ciudad.
Lo curioso del hecho fue que en la procesión que con la Virgen
se hizo participaron más de cinco mil personas -la mayoría
de ellas mujeres-, una manifestación popular sin precedentes
en el Estado del Cauca. En ella se destacó «todo el señorío
del lugar, lo más florido del pueblo, el Colegio Seminario, La
Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús, La Escuela Católica,
La Escuela de Niñas, La Sociedad de San Vicente, El Capítulo
Catedral».288 Estos hechos llevaron a pensar en que era
posible establecer de una manera directa la relación entre
religión y política y los conservadores actuaron consecuentemente con esto fundando una sociedad, compuesta por
hombres y mujeres, que tomó el nombre de «Sociedad Católica." 289
Aunque la prensa conservadora recogió los informes acerca de la participación femenina en las actividades asociadas
2 8 7 Vicente Cárdenas: «Recuerdo Biográfico de la señora Matilde
Pombo de Arboleda», en Repertorio Colombiano, Tomo III, Bogotá, juliodiciembre de 1879, p. 111.
28s. Los Principios, # 177, Cali, 16 de abril de 1875, p. 129.
289 Los Principios, # 196, Cali, 27 de agosto de 1875. p. 13.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1
a la Virgen de Lourdes como una muestra de fervor religioso,
a los liberales no se les escapó los fines políticos que se perseguían y que las mujeres expresaban con bastante sectarismo
como se verá después. La actitud sectaria de las mujeres caucanas que actuaban políticamente fue retratada burlonamente en la Plegaria Goda que escribiera César Conto.290
La situación política se hizo mucho más compleja cuando
los liberales eligieron a César Conto, un liberal radical, como
presidente del Cauca, quien para enfrentar a los conservadores se dedicó a establecer escuelas laicas y a perseguir
las sociedades fundadas por los católicos. En respuesta la
iglesia prohibió bajo la pena de pecado que los padres de
familia enviaran a los niños a las escuelas oficiales; gracias a
esto las escuelas caucanas se vieron prácticamente vacías.291
También se realizó una nueva movilización político-religiosa
mediante la realización de «retiros espirituales» en todas las
poblaciones del Cauca, que se caracterizaron por una amplia
participación femenina, por ejemplo en El Cerrito, el número
de mujeres participantes sobrepasó las 1.500.292
Esta situación puso la política en un diferente nivel para
los conservadores. De hecho, en una escala de importancia
los elementos de movilización estaban más en el plano religioso que en el político y los agentes movilizados eran principalmente las mujeres y no los hombres, lo que representaba un
problema durante los procesos electorales, dada la falta de
derechos de las primeras. Por eso orientaron sus acciones a
la creación del «Partido Católico» en el que organizaron a
los hombres y mantuvieron las organizaciones de mujeres,
con lo que obtuvieron algunos éxitos electorales, que vieron
interrumpidos por la guerra de 1876.
La guerra en el Cauca, nuevamente puso a las mujeres
en la escena política, aunque en esta ocasión con una diferenciación de clase evidente. Así, la mayoría de las mujeres
conservadoras, encabezadas por las señoras de las élites de
2 9 0 Gustavo Arboleda: César Conto, su vida, su memoria, 1836-1936,
Cali, taller de Gustavo Arboleda, 1936, pp. 94-97.
291. Los Principios, # 199, Cali, 5 de agosto de 1875, p. 27.
292. Los Principios, # 205, Cali, 29 de octubre de 1875, p. 47.
1 Alonso Valencia Llano
Popayán, Cali y Pasto, estuvieron dedicadas a labores agitacionales, mientras que las mujeres liberales, en su gran
mayoría procedente sectores populares, buscaron vincularse
a los ejércitos en calidad de voluntarias. Juan de Dios Uribe,
un testigo de la guerra, nos relata cómo las mujeres conservadoras participaron en los momentos previos a la contienda:
Todo el principio del año desde Enero hasta Junio, fue de
efervescencia y movimiento. En todas las poblaciones se
organizaron Sociedades revolucionarias, que se denominaron
Las Católicas [...] Estas sociedades se reunían en las iglesias
y las componían hombres y mujeres de todas las edades. Oían
allí alguna prédica insurgente y recorrían las calles más
públicas de las poblaciones a los gritos de «¡Santo Dios!»
dados por los clérigos, y que repetía la multitud en tono
acompasado y uniforme.293
Una de las muestras más evidentes de la participación de
mujeres conservadoras se dio cuando el gobierno caucano
apresó a un sacerdote de apellido Virot, quien se había caracterizado por ser un importante agitador en la zona de Tierradentro, y quien intervenía en política haciendo fuerte oposición al gobierno:
Seguramente aleccionadas por sus maridos y por el
Obispo todas las señoras conservadoras de Popayán salieron
a libertar al padre Bizot (sic), apenas supieron la nueva de la
prisión. Colmenas de mujeres invadieron la calle de San
Francisco en su mayor extensión y se derramaron por las
plazuelas y las plazas. Alrededor del cuartel iban y venían
en vertiginosos remolinos. Algunos estudiantes de la Escuela
Normal y otros del Colegio, unidos a los soldados, apaciguaban los grupos y formaban cordones preventivos para el caso
de una invasión de hombres. Esto tan sólo las agriava más,
y más las incitaba. De los templos entraban y salían en oleajes
2 9 3 Juan de Dios Uribe: El
Togilber, 1972, p. 281.
Indio Uribe. Su obra, Medellín, ediciones
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1
y llenaban las bóvedas de las iglesias con sus gritos de
desesperación y sus ruegos. [...] Las horas pasaban y con
ellas aumentaba la ira y el arrojo de las revoltosas. Muchas
señoras quisieron atrepellar a los guardias y recibieron golpes
de los centinelas que, firmes, no se dejaban vencer ni por las
súplicas ni por la temeridad femenil. Era la señora [Adelaida
Rengifo] de Chaux una especie de Jefe y por cierto de las
más arrojadas e irascibles que pueden encontrarse. Detrás
iban las damas, sin miramientos de ninguna especie. No era
suficiente para hacerlas entrar en razón la presencia de los
maridos, de los padres, de los amantes; cualquiera intimación,
cualquier consejo, las alentaba más. Hacia las diez se creyeron
importantes para liberar al fraile por la fuerza y resolvieron
emplear la astucia, las seducciones, cualquier medio.294
La actividad de las mujeres liberales fue diferente y se
inscribió dentro de las tradicionales actividades políticas de
las mujeres caucanas, pues en Cali las mujeres «se desvivían»
para servir a los soldados, y algunas gritaban a las tropas:
«¡Cómo nos llevaran, les serviríamos aunque fuera de voluntarias! y daban gritos a una voz al Partido liberal y mueras a
los conservadores». Desde luego, como era costumbre, muchas marcharon de voluntarias, pero las que se quedaron en
2 9 4 Ibíd., pp. 282-283. Las actividades que desarrollaron las mujeres
por la detención del Padre Virot sirvieron para que se recogieran algunas
anécdotas. Una de ellas es contada por Gustavo Arboleda:
La prisión indignó a los conservadores y muchos representantes del
bello sexo, de toda edad y condición, se presentaron en actitud amenazante a la casa de Conto. En tropel, con llanto, gritos y protestas,
invadieron la parte baja, los corredores de la alta y la pieza en donde
estaba el Presidente. El ruido era espantoso; el Magistrado subió sobre
la mesa donde estaba entretenido en una traducción del griego, y con
serenidad y calma increíbles, gritó a las damas: «Señoras, así no
podemos entendernos; que la de más edad se sirva decir lo que deseáis».
El silencio más completo fue la respuesta y Conto lo aprovechó para
repetir más alto aún, y con mayor energía, su anterior petición. Se
produjo al instante cierto movimiento entre las manifestantes, quienes
abandonaron apresuradamente el sitio.
Arboleda, César Conto..., cit., pp. 39-40.
186 Alonso Valencia Llano
la ciudad celebraban con bailes los triunfos, con un comportamiento, por lo demás, curioso: «Las pobres mujeres, valerosas como heroínas antiguas, ni aún preguntaban por los
deudos que tal vez habían muerto».295
Esta etapa de participación política finalizó cuando los
conservadores fueron derrotados en 1877 y la mayoría de
sus dirigentes, incluidos los obispos de Popayán y Pasto y
muchos curas, fueron expulsados del Estado Soberano del
Cauca. En adelante, con el desarrollo del programa político
conocido como «La Regeneración», los liberales independientes, triunfadores en la guerra, se dedicaron a educar a
las mujeres para que jamás participaran en política.
Las mujeres caucanas durante la Regeneración
Pasada la guerra civil de 1876 y sometidos los conservadores, los periódicos locales, en especial El Ferrocarril de Cali,
dedicaron unos pocos artículos a las mujeres. Ya no se escribe
con la beligerancia anterior, sino que se escribe para ellas y
sobre ellas en una especie de "divertimento", que de todas
formas hace evidente que no habían cambiado sustancialmente las imágenes que sobre las mujeres existían. Así el 11
de marzo de 1881, este periódico divulgó los siguientes versos:
Para hacer constante a la Mujer
Tómense diez mil duros bien contados
Y en un taller de modas derretidos
Póngaseles seis libras de advertidos
Mezclados con aceite de cuidados.
Echese precaución por todos lados
Y polvos de malicia, bien surtidos
Dos onzas de regaños, bien molidos
Y de llave de puerta tres puñados.
Sin que tenga una gota de ventana
Póngase el todo a fuego de costura
Y cúbrase la casa de regaloDésele a noche, a tarde y a mañana
295
Ibíd., pp. 287 y ss.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1
Y... si quedare floja la tintura
Revuélcase a menudo con un palo.
El Zipa296
Aunque las pretensiones humorísticas de estos artículos
son evidentes, ellos no dejan de ofrecer una idea de la imagen
que los hombres de la época tenían acerca de las mujeres.
Un ejemplo mucho más claro se ofrece en el artículo siguiente, que dada su extensión nos vimos obligados a resumir:
Las tres edades de la Mujer:
A los 15 está en plenitud de su soberanía, es inocente
ama de veras, su amor es desinteresado y tierno y sólo
necesita de dos objetos: un espejo y un amante. A los 20 la
mujer es ya otra cosa: «podría conferírsele el grado de
sargento mayor, conoce el mundo, sus seducciones, los hombres y sus engaños, y en vez de ser engañada, engaña. Sólo
le interesa escuchar la canción «ma-tri-mo-nio». «[...] Una
mujer a los veinte es un consumado General; toma posiciones inexpugnables y está siempre a la defensiva, espera el
ataque, y ahy! del que pretende forzar sus atrincheramientos
porque será rechazado, le será cortada toda retirada y por
último será cogido prisionero. Y el que caiga después de un
combate en manos de una mujer debe darse por muerto
porque la mujer no hiere -sino a quema ropa-. Su misión en
este mundo es la de someter a todo hijo de vecino [...]» También necesita de un espejo, es su cómplice y su auxiliador,
«[...] sin espejo la mujer sería menos temible, porque no se
conocería; sin él no hubiera descubierto las 62 aptitudes [...]
no hay mujer a quien un espejo no le enseñe a ser interesante».
A los 30 debe estar casada o muerta, por eso las menos
entendidas hacen lo que tienen que hacer en un año, en sólo
un mes. A esa edad,«[...] se deja robar aunque sea de Plutón».
A esta edad pierde sus encantos y su poder: «la mujer tiene
dos agonías: la que antecede a la muerte y la que antecede a
296
El Ferrocarril, # 146, 11 de marzo de 1881.
188 Alonso Valencia Llano
la vejez. Así pues a los 30 o es la respetable matrona o la
respetable solterona.297
Lo que llama la atención es que no existen muchas posiciones acerca de la manera en que las mujeres caucanas deberían vincularse al desarrollo del Cauca; parecería que el
matrimonio fuera el único medio para aportar al desarrollo
social. Esto se hace evidente cuando se observa que un periódico tan avanzado desde el punto de vista empresarial como
lo era El Telégrafo,298 no tenía mayores posiciones al respecto,
y cuando las tuvo, como en el ejemplo siguiente, las debió
adoptar de un periódico chileno, donde encontraron los redactores algunas profesiones aptas para las mujeres pues
podrían producir muchas economías en el hogar:
LA MUJER I LOS TRABAJOS AGRICOLAS
1° La cocina i la despensa. Dice que en Alemania los
padres colocan a las hijas mayores de 15 años en una hacienda vecina, para que aprendan a cocinar y administrar los
alimentos. Aprenderán administración de bienes, etc. «Una
buena llavera vale tanto i cuesta menos que un buen mayordomo».
2o La horticultura i jardinería
3o La apicultura
4o La lechería
5o La vinicultura.
6o La volatería.
7° La sericultura
8o La contabilidad.299
Son realmente pocas las referencias a las profesiones de
las señoras caucanas, que se reducían al comercio y a la labor
docente. Alguna perspectiva diferente se vislumbró cuando
El Ferrocarril, # 186, Cali, 27 de enero de 1882, p. 743.
Respecto a la importancia de este periódico para el desarrollo
del Cauca decimonónico puede consultarse Alonso Valencia Llano: Las
luchas socieales y políticas del periodismo ..., citado.
299 El Telégrafo, # 20, julio le de 1875, pp. 78-79.
297
298
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1
los periódicos acogieron en sus páginas el anuncio de nuevas
profesiones para las mujeres, como la de telegrafista:
Por decreto de fecha 3 de los corrientes, dictado por el
Poder Ejecutivo nacional, se ha ordenado convertir en escuela
de telegrafía para mujeres la creada por el decreto de 30 de
junio último, por haberse organizado ya la Escuela de
Magnetismo, electricidad y telegrafía teórica y práctica, en
la cual se dan las mismas enseñanzas que en la escuela de
telegrafía, siendo por consecuencia inútil sostener dos establecimientos en que se enseña a alumnos varones las mismas
materias. Al dictar esta medida, el Poder Ejecutivo ha tenido
en cuenta que la experiencia en los Estados Unidos y Europa
han demostrado que las mujeres tienen aptitudes especiales
para ejercer la profesión de telegrafistas, y que ellas deben
aprovecharse entre nosotros, tanto para mejoramiento del
servicio telegráfico como para proporcionar a la mujer un
nuevo medio de ganar la subsistencia.300
Aunque lentamente se abrían nuevas posibilidades laborales para las mujeres y se aceptaba que su papel social no
estaba restringido únicamente a su casa, lo cierto es que en
las mentes de los caucanos se aceptaba que su principal papel
seguía restringido al espacio doméstico. Este tipo de ideas
era transmitido de diversa manera, pero el discurso escrito
en 1882 por don Luis Restrepo Mejía, uno de los más destacados docentes caucanos, para que fuera pronunciado por una
alumna del colegio de las señoras Restrepo en Palmira, es
elocuente acerca de las ocupaciones que debería desempeñar
una mujer. Titulado «Discurso sobre costura y bordados» se
refería a que:
[...] la aguja es el cetro de la mujer, como lo es para el
hombre la espada ó la pluma. Sólo que no sé, señores, qué
manda más: si la fuerza que obedece mandando, o la debilidad, que manda obedeciendo [...]
300 El
Ferrocarril, # 74, Cali, 4 de noviembre de 1881, p. 695.
1 Alonso Valencia Llano
La ociosidad es como un antro profundo de donde brotan
sin cesar toda clase de males y de vicios. Si el hábito del
trabajo es indispensable para el joven ¿con cuánta mayor
razón no lo será para el bello sexo? Pues bien. Cómo no puede
exigirse de una niña la aplicación a los estudios de un viejo
doctor, ni el severo misticismo de un alma purificada por
ruda penitencia, ¿en qué queréis que emplee sus horas de
solaz? ¿Qué queréis que haga cuando las ocupaciones
domésticas no exijan sus cuidados? ¿En aquellas horas en
que no tiene otra cosa que hacer que echar a volar el pensamiento, o saciar la sed innata de emociones con la peligrosa
lectura de alguna novela sentimental? ¿Qué hacer entonces,
señores? Dadle una aguja: ella templará la fina tela y sus
manos de rosa imitarán los cielos y las aguas, las flores y los
prados [...]
[...] la aguja es señores, la única defensa de la mujer contra
la pedantería y la presunción. Llenad a una pobre niña de
ciencia y de literatura; quitadle sus bastidores y sus agujas
... ¿Qué tendréis? La cosa más fea del mundo: una fatua.
Pero si por el contrario, le dejáis la aguja y la ignorancia,
tendréis una cosa casi tan fea: una mujer sin cultura.
En resumen, pues, el hombre puede ser sabio, y no más;
pero la mujer tiene que ser primero mujer, y después, si es
posible sabia o siquiera culta: primero la aguja y después, si
se puede, el libro.301
De hecho, las mujeres seguían siendo vistas en el espacio
doméstico, lo que fue ratificado en el artículo «Las jóvenes
núbiles», escrito por Eustaquio Palacios quien en su introducción aclaró que el verdadero título del artículo debería
ser «Las jóvenes casaderas», aunque no pretendía hablar del
matrimonio una institución que consideraba «ley natural y
divina» porque ella estaba consagrada en la naturaleza y en
los cánones. Lo interesante del artículo es que Palacios establece unas importantes diferencias de género entre hombres
3 0 1 Luis Restrepo Mejía: Poesías y escritos literarios, Bogotá,
imprenta de Antonio María Silvestre, 1889, pp. 68-70.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1
y mujeres frente al matrimonio. Por ejemplo, cuando dice
que no hablará de los hombres porque:
[...] éstos se casan cuando quieren, y casi siempre con
quien quieren; vamos a hablar de las jóvenes núbiles, que no
se casan cuando quieren, ni siempre pueden casarse con
quien quieren. Esta desigualdad en la suerte del uno y del
otro sexo es notable y entraña cierta suerte de equilibrio:
todos los hombres que quieren casarse se casan; pero no se
casan todas las mujeres que quieren casarse; el hombre para
buscar esposa da todos los pasos que juzga necesarios; la
mujer para buscar marido no da los pasos que quiere sino
los que puede, que no son muchos; el hombre va fijando sus
miradas en todas las jóvenes casaderas, les sigue los pasos,
observa su conducta, toma informes, se hace introducir en
casa de ellas, las visita, y con todas esas prendas de seguridad
hace su elección [libre] y espontánea.
Una joven que se casa no lleva estas seguridades sino
cuando la elección ha sido ya hecha por sus padres; porque
las mujeres, que por viejas que sean son siempre niños (y no
decimos niñas), en materia de juicio y de criterio, escogen
entre lo que se les presenta y a veces se pegan de quien menos
se piensa.[...]
Hay que suponer que toda mujer en lo general quiere
casarse, y mucho más hoy que no hay conventos de monjas;
y eso es muy natural, pues una mujer sola, sin apoyo alguno,
porque al fin los padres también le faltan, es un ser muy
infeliz. [...]
Es indiscutible que el matrimonio es la ley de la naturaleza; es evidente que el hombre goza del derecho de escoger
esposa y de proponerle y de pedirla; y es notorio que la mujer
en asunto tan importante hace un papel enteramente pasivo
(por lo común) y que ella no disfruta del privilegio de tomar
la iniciativa.302
3 0 2 Citado por Silva: Eustaquio Palacios..., pp. 201 y ss. El artículo
fue tomado de El Correo del Valle, periódico literario, industrial y
noticioso, # 300, Cali, 6-9-1907, pp. 3.206 y ss.
192 Alonso Valencia Llano
Lo curioso, y ya para concluir, es que a pesar de vislumbrar
las desigualdades entre hombres y mujeres, frente a una
decisión tan importante, Palacios no supera las concepciones
que tiene sobre las mujeres y que siguen siendo -y serán- las
dominantes durante todo el período regenerador caracterizado por la ideología conservadora de la Iglesia Católica;303
para él las mujeres seguían siendo «esa mitad de la especie
humana» «inocente, candorosa, sin experiencia del mundo»
que no puede estar «entregada a sus propias luces intelectuales, que son escasas, y expuesta a resolver la cuestión y a
decidir de su suerte por la simple impresión de los sentidos,
que son consejeros peligrosos y muchas veces estúpidos.»304
303 Paya u n a idea acerca de la forma en que evolucionó la situación
de las mujeres y las instituciones con ellas relacionadas, durante el
período de la Regeneración, puede verse Miguel Angel Urrego: Sexualidad, matrimonio y familia en Bogotá, 1880-1930, Bogotá, Ariel, 1997,
pp. 123 y ss.
3 0 4 Ibíd. p. 203.
CONCLUSIONES
En el presente libro se ha estudiado la forma en que las
mujeres de la antigua Gobernación de Popayán aprovecharon
la inestabilidad que produjeron las guerras de independencia
y de vinculación a la República de la Nueva Granada para
ganar espacio en la sociedad que se estaba construyendo.
En él se ha mostrado cómo a pesar de que la independencia
fue un proyecto dirigido, desarrollado y consolidado principalmente por los hombres, la participación de las mujeres
en él fue también muy importante.
Hemos mostrado cómo, más que desde una posición política, las estructuras sociales de la colonia fueron transformadas desde una cotidianidad que fue rota principalmente
por mujeres que individualmente se vieron afectadas por los
hechos de la independencia. Esta ruptura de la cotidianidad
las llevó a defender intereses de grupo, de familia, o los simples, precisos y sencillos intereses individuales de mujeres
que debían ubicarse en la sociedad republicana que lentamente iba surgiendo. Esta participación social de las mujeres
no ha sido vista por los historiadores tradicionales quienes
solo han destacado la actividad política o militar de algunas
mujeres -las heroínas-, pero han dejado de estudiar la forma
en que la mayoría de ellas vivió un período tan conflictivo
como el de la independencia.
De hecho muchas mujeres se encontraban intelectualmente preparadas para entender políticamente los cambios
que se estaban buscando, lo que se explica por la experiencia
que habían ganado durante la colonia, período durante el
cual habían desarrollado actividades diferentes a las que les
señalaba una tradición que buscaba reducirlas al hogar como
esposas, madres o hijas. Esta experiencia la habían ganado
enfrentando duras realidades como la viudez, que automáticamente las colocaba como jefes de familia con la respon-
1 Alonso Valencia Llano
sabilidad de administrar el patrimonio familiar, o con la
incursión en prácticas mercantiles, sea como tradicionales
comerciantes o como pulperas, lo que también significa que
no es perceptible un punto de ruptura en la participación
social de las mujeres entre el periodo histórico de la colonia
y el republicano.
Según esto la independencia fue un período de primordial
importancia para las mujeres caucanas, pues les permitió
no sólo consolidar las actividades públicas que hemos mencionado, sino que las obligó a participar en actividades políticas
y militares de las cuales habían estado excluidas. Y lo que es
igualmente importante: amplió el número de mujeres que
vieron rota su cotidianidad y que desarrollaron actividades
que antes eran monopolizadas por los hombres. De esta manera se puede superar la mirada superficial sobre la participación de las mujeres caucanas durante el proceso de independencia que las muestra en su papel de heroínas. De hecho
hemos mostrado cómo la guerra cambió las prácticas cotidianas y cómo las mujeres caucanas enfrentaron dichos cambios,
en un período que se caracterizó por represiones y abusos
sobre las mujeres de los criollos, por la conscripción de los
hombres de las mujeres mestizas y por el desvertebramiento
de las familias esclavas cuyos hombres fueron enviados a la
guerra.
El período de consolidación de la independencia que se
dio a partir de 1830 fue igualmente conflictivo, pues se intentó reconstruir una cotidianidad que había sido profundamente transformada. Ya no se trataba de vivir bajo los moldes
coloniales, sino de intentar la construcción de los republicanos, lo que introdujo cambios importantes como el ascenso
social de los antiguas "castas" coloniales, expresadas en la
libertad de muchos esclavos, la libertad de vientre o el ascenso social que por la vía militar habían alcanzado muchos mestizos y negros.
Aparte de estos avances en el campo de las libertades individuales, que cobijaron un gran número de caucanos y caucanas, se vivieron otros cambios tales como los experimentados por los sectores de élite que empezaron a buscar
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1
una asimilación cultural con sociedades europeas, en
particular con la sociedad inglesa. Esto se reflejó en un cambio de las costumbres cotidianas, pero también en la educación de las mujeres, fuera informalmente en el núcleo familiar o formalmente a través del aparato educativo que implantó el régimen republicano, que a pesar de las buenas intenciones fue deficiente en lo que a las mujeres se refiere. Esto
representó una asimilación a la cultura europea que fue bastante desigual y obedeció a las oportunidades de las familias
de Popayán, pues las élites pueblerinas no parecen haber
avanzado mucho en este sentido, lo que se reflejaba, entre
otras cosas, en el hecho de que entre más lejos se estaba de
la capital provincial las mujeres eran más incultas, hasta el
grado de no saber leer ni escribir.
En el caso de los sectores populares, se observa la consolidación de prototipos femeninos como "las ñapangas" de pueblos y ciudades, presentadas como mujeres blancas pobres,
y las mulatas en los campos del Valle y en la vertiente del
Pacifico, quienes no parecen haber estado sometidas a las
rigideces sociales que condicionaban la vida de las mujeres
de la élite, por lo que son presentadas como permanentes
transgresoras del orden social
Aunque algunos sectores avanzaron socialmente y las
mujeres consolidaron espacios en las actividades públicas,
lo que a pesar de su modestia pueden ser mostrados como
avances en la construcción de la sociedad republicana, no
faltaron contradictores, en especial al final de la década del
treinta y en especial durante la de los años cuarenta, cuando
sectores conservadores intentaron llevar la sociedad caucana
al estado de cosas existentes al final del período colonial.
Rechazaron especialmente las medidas tendientes a la
libertad de los esclavos y las referidas al ascenso social de
las castas, sectores mestizos que habían asumido una actitud
contestataria que en algunas ocasiones se expresó mediante
la violencia. Esto justificó una gran represión por parte de
los terratenientes.
La situación llevó a que los ideólogos liberales lograran
convencer a los hombres y mujeres campesinos de los ejidos
1 Alonso Valencia Llano
y habitantes pobres de las ciudades de que eran injustamente
vejados por el régimen conservador. Esta conciencia de la
explotación llevó a que esos hombres y mujeres identificaran
intereses de grupo y a que se vieran a si mismos como «pueblo». Primero tuvieron claro que los derechos liberales que
pregonaba el Estado republicano eran un discurso vacío si
no se garantizaba el derecho a la propiedad de la tierra que
ellos ocupaban y que tenían la tradición de ser del «común».
Durante esta época se pudo observar una extraordinaria
participación femenina en política partidista, pues las mujeres de los sectores populares invadieron tierras de ejidos y
tumbaron cercas de haciendas, mientras que las de procedencia conservadora actuaron en el rechazo a tales acciones.
El sometimiento violento de los sectores populares afectó
también a las mujeres, quienes además de no tener acceso a
los cargos de representación y a las instituciones estatales
de poder, sufrieron restricciones por la vía legislativa, pues
en los códigos civiles, penales y de comercio aparecían
supeditadas a los padres si eran menores o a los esposos si
eran casadas, quienes actuaban como sus representantes
legales. De hecho, la exclusión y la supeditación que se establecían en la normatividad buscaban que las mujeres restringieran su accionar a espacios considerados como privados
(v.g. las labores domésticas), pero las mujeres caucanas
enfrentaron las restricciones legales y participaron en
diversas actividades públicas, entre ellas las políticas.
La participación política de las mujeres caucanas se dio
de muy diversas maneras, pero sobresale el hecho de que en
muchos casos ella se dio como consecuencia de las actividades
políticas de sus esposos, hijos o hermanos. Con esto no pretendemos mostrar a las mujeres como seres sin voluntad política,
pues muchas intervinieron en política autónomamente, aunque esta autonomía fuera una consecuencia de la guerra
como lo muestra la correspondencia que muchas de ellas
sostuvieron con Mosquera. Así muchas mujeres intervinieron
en política para defender los patrimonios familiares, mientras que otras lo hicieron para cambiar correlaciones de
fuerza desfavorables; otras para pedir un favor o lograr la
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1
aprobación de una pensión, pero también muchas lo hicieron
por el solo hecho de participar en política.
El activismo político a comienzos de los años 60 fue mucho
más claro en las mujeres que la prensa calificaba como «rojas»
por el solo hecho de apoyar al partido liberal. Posición política
que fue descalificada por el conservatismo en términos
bastante fuertes, con el argumento de que las mujeres no
deberían participar en política porque se convertirían en
mujeres «públicas» o en «mujeres del Estado». Desde luego,
los conservadores, no criticaban la participación política de
las mujeres en general, sólo rechazaban la participación en
el lado liberal, pues tenían otra idea cuando quienes intervenían en política eran las conservadoras, pues esta la consideraban acorde con su sexo y con su religión.
El fin de la "Guerra del 60" con el triunfo de los liberales
y la consolidación del Estado Soberano del Cauca, implicó la
creación a su vez de un nuevo tipo de ciudadano inmerso
ideológicamente en los principios de «Igualdad, Libertad y
Fraternidad» y, desde luego, en el dogma liberal de las «Soberanía Individual», que garantizara la creación de una sociedad laica. Esto mereció la oposición del conservatismo que
se enfrentó a las campañas liberales de instrucción laica
obligatoria y al matrimonio civil. Para ello acusaron a los
liberales de que con su proyecto educativo buscaban
corromper a los niños poniéndolos bajo la dirección de maestros impíos; y con el matrimonio civil degradar a la familia y
corromper a la mujer.
La oposición no se quedó únicamente en el plano del
rechazo político, puesto que se buscó contrarrestar la educación laica mediante lecturas edificantes publicadas en la
prensa conservadora y la fundación de algunos colegios privados para mujeres con lo que se buscaba formar una mujer
hogareña y sumisa, modelo que coincidía más con la tradición
de la élite regional; de paso se enfrentaban las nuevas imágenes de las mujeres que estaban llegando al Cauca, pues en
la prensa liberal se mencionaban los avances que en la
condición social de las mujeres se daban en Europa y en los
Estados Unidos, lo que ajuicio de los conservadores no hacía
1 Alonso Valencia Llano
más que reforzar las posiciones liberales acerca de la "mujer
pública" y del matrimonio civil.
Aparte de enfrentar la educación laica, los mayores esfuerzos de los conservadores se orientaron a mostrar los aspectos
negativos que para la religión y para las costumbres tenía el
matrimonio civil, pero pintaron tal imagen de la institución
matrimonial que mostraba que solo era soportable si se
basaba en sentimientos como el amor. Esto permitió introducir otros elementos al enfrentamiento político entre liberales y conservadores: "el deber ser de las mujeres." Estos
debates acerca del matrimonio y el deber ser de las mujeres
caucanas, se inscribieron dentro de la lucha desarrollada por
el partido conservador con el liberalismo que se había impuesto en el Estado. Gracias a esto las caucanas entraron de
nuevo en el juego político, unas veces como simples objetos
ideológicos construidos por los voceros de la Iglesia Católica
aliada con el conservatismo y, otras dentro de la efectiva
participación en las organizaciones que con el carácter de
asistenciales y educativas creó el Partido conservador para
oponerse a los intentos liberales de crear una educación laica.
Para ello se fundaron asociaciones de mujeres tales como
la «Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús' y las «Sociedades
Católicas', que fueron utilizadas por el clero y los conservadores en su confrontación con los liberales, lo que podemos
considerar un avance en la participación política de las mujeres si tenemos en cuenta que ellas no les eran reconocidos
sus derechos políticos y que toda su actividad se reducía a
una participación informal durante la guerra o a mantener
relaciones de reciprocidad y clientelismo mediante la correspondencia con los caudillos políticos. La labor de estas asociaciones fue principalmente agitacional en los debates políticos que se estaban dando, pero las mujeres actuaban con el
convencimiento de que estaban defendiendo la religión católica.
La guerra de 1876 nuevamente puso a las mujeres en la
escena política y, de nuevo, en las mismas actividades, aunque
en esta ocasión con una diferenciación de clase más evidente.
Así, la mayoría de las mujeres conservadoras, encabezadas
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 1
por las señoras de las elites de Popayán, Cali y Pasto, estuvieron dedicadas a labores agitacionales, mientras que las
mujeres liberales, la gran mayoría de sectores populares, buscaron vincularse a los ejércitos en calidad de voluntarias.
Esta etapa de participación política finalizó cuando los conservadores fueron derrotados en 1877 y la mayoría de sus
dirigentes, incluidos los obispos de Popayán y Pasto y muchos
curas, fueron expulsados del Estado Soberano del Cauca. En
adelante, con el desarrollo del programa político conocido
como «La Regeneración», los liberales independientes,
triunfadores en la guerra, se dedicaron a educar a las mujeres
para que jamás participaran en política.
De hecho, las mujeres seguían siendo vistas en el espacio
doméstico, lo que fue ratificado en artículos de prensa en los
que se establecían importantes diferencias de género entre
hombres y mujeres que, a pesar de todo, no permitían superar
las concepciones que se tenían sobre las mujeres y que
seguían siendo dominantes durante todo el período regenerador caracterizado por la ideología conservadora de la Iglesia
Católica, que las veía como seres sentimentales e incapaces
de pensar y de actuar políticamente.
BIBLIOGRAFÍA
Agries Heller: Historia y vida cotidiana. Aportes a la sociología socialista, México, ed. Grijalvo, 1985.
Arboleda, Gustavo: César Conto, su vida, su memoria, 1836-1936, Cali,
taller de Gustavo Arboleda, 1936.
: Diccionario Biográfico y Genealógico del Antiguo
Departamento del Cauca, Bogotá, Biblioteca Horizontes, 1962.
: Historia Contemporánea de Colombia, Bogotá, Banco
Central Hipotecario, 1990
Baldwin, Cradock y Joy: Colombia 1822: Relación geográfica, topográfica, agrícola, comercial y política deste país, adoptado para todo
lector en general y para el comercio y colono en particular, Bogotá,
Banco de la República, 1974.
Bermúdez, Suzy: Hijas, esposas y amantes. Género, clase, etniay edad
en la historia de América Latina, Bogotá, Uniandes, 1992.
: El Bello Sexo. La mujer y la familia durante el Olimpo
Radical, Bogotá, ed. Uniandes, 1993.
: «Familia y hogares en Colombia durante el Siglo XIX
y comienzos del XX" en Velásquez, Magdala (dir.): Las mujeres en
la historia de Colombia. Tomo I. Mujeres, historia y política, Bogotá,
Consejería Presidencial para la política social, Ed. Norma, 1995.
Bermúdez, Isabel Cristina: "Evolución de la propiedad rural en El
Cerrito. Siglos XVI -XVIII", Cali, Universidad del Valle, 1993.
: Imágenes y representaciones de la mujer en la
Gobernación de Popayán, Serie Magister NB 13, Quito, Universidad
Andina Simón Bolívar / Corporación Editora Nacional, 2001.
Bosch Manuel, Joaquín: Reseña histórica de los principales acontecimientos políticos de la ciudad de Cali, desde el año de 1848 hasta el
de 1855 inclusive, Bogotá, Imprenta de Echeverría Hermanos, 1856.
Reedición, Cali, Centro de Estudios Históricos y Sociales «Santiago
de Cali» / Gerencia Cultural de la Gobernación del Valle, 1997.
Boussingault, Jean Baptiste: Memorias, tomo 2, Bogotá, Colcultura,
1985.
Bushnell, David: El régimen de Santander en la Gran Colombia, Bogotá,
Tercer Mundo, 1966.
Alonso Valencia Llano
Cárdenas, Vicente: «Recuerdo Biográfico de la señora Matilde Pombo
de Arboleda», en Repertorio Colombiano, Tomo III, Bogotá, juliodiciembre de 1879.
Castrillón Arboleda, Diego: Tomás Cipriano de Mosquera, Bogotá, ed.
Planeta, 1994.
Lofstrom, William: La vida íntima de Tomas Cipriano de Mosquera
(1798-1830), Bogotá, Banco de la República / El Ancora, 1996.
Castro, Beatriz ed.: Historia de la vida cotidiana en Colombia, Bogotá,
ed. Norma, 1996.
: «Caridad y beneficencia en Cali, 1848-1898», en
Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. 27, N° 22, Bogotá, Banco de la
República, 1990.
Castro, Eublin: «La mujer en la sociedad colonial siglo XVIII, un estudios demográfico», Cali, Universidad del Valle, trabajo de grado
inédito, 1991 .'
Cerón Solarte, Benhur y Ramos, Marco Tulio: Pasto: Espacio, Economía
y Cultura, Pasto, Fondo Mixto de Cultura Nariño, 1997.
Código de Comercio del Estado Soberano del Cauca. Ley 18 de 31 de
agosto de 1881. Edición Oficial, Popayán, Imprenta del Estado, 1881.
Código de Leyes del Estado Soberano del Cauca., Constitución Política
del Estado Soberano del Cauca, expedida el 16 de septiembre de
1863, Popayán, Imp. del Estado, 1863.
Colmenares, Germán: «Cali: terratenientes, mineros y comerciantes.
Siglo XVIII», en Sociedad y Economía en el Valle del Cauca, Cali,
Banco Popular / Universidad del Valle, 1983.
Díaz, Zamira: «Guerra y Economía en las haciendas. Popayán, 17801830», en Sociedad y Economía en el Valle del Cauca, Cali, Banco
Popular / Universidad del Valle, 1983.
Díaz, Carlos Arturo: «Las mujeres de la Independencia», en Boletín de
Historia y Antigüedades, Vol. CV # 645, 46, 47, Bogotá, Academia
Colombiana de Historia, julio, agosto, septiembre de 1968.
Duby, Georges y Perrot, Michelle: Historia de las mujeres, Tomo 7,
España, 1993.
El Espectador, Pasto, 1862.
El Correo del Valle, periódico literario, industrial y noticioso, Cali, 1907.
El Obrero Liberal, Popayán, 1870.
El Telégrafo, Palmira, 1875.
El Constitucional del Cauca, Popayán, 1834.
El Ferrocarril, Cali, 1881.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana 3
Espinosa, José María: Memorias de un abanderado. Recuerdos de la
Patria Boba.1810-1819, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura
Colombiana, Imprenta Nacional, 1942.
Estrada Monsalve: Joaquín: Joaquín Mosquera, su grandeza y su
comedia, Bogotá, 1945.
: «Juicio ejecutivo seguido contra Doña Juana Camacho», en Boletín de la Academia de Historia del Valle del Cauca,
año XIX, N° 93, Cali, agosto de 1952.
Fraisse, Genevieve y Perrot, Michelle: «Introducción» a «El Siglo XIX.
La ruptura política y los nuevos modelos sociales», en Georges Duby
y Michell Perrot: Historia de las mujeres, Tomo 7, España, 1993.
García Vásquez, Demetrio: «La esposa del protomártir Cayzedo y
Cuero», en Boletín de la Academia de Historia del Valle del Cauca,
año XXVI, N9 113, Cali, diciembre de 1958.
Garrido, Margarita: Reclamos y representaciones, Bogotá, Banco de la
República, 1994.
Gómez, Amanda: Mujeres heroínas en Colombia y hechos guerreros,
Medellín, Imp. del Departamento de Antioquia, 1978.
Guhl, Mercedes: «Las madres de la patria: Antonia Santos y Policarpa
Salavarrieta, en Las desobedientes. Mujeres de nuestra América,
Bogotá, ed. Panamericana, 1997.
Gutiérrez Sanín, Francisco: Curso y discurso del movimiento plebeyo
1849-1854, Bogotá, El Ancora 1995.
Gutiérrez de Pineda, Virginia: Familia y cultura en Colombia, Bogotá,
Editorial Universidad de Antioquia, 1994.
Hamilton, Roberta: La liberación de la mujer. Patriarcado y capitalismo,
Barcelona, Ed. Península, 1980.
Hamilton, John Potter: Viajes por el interior de las Provincias de
Colombia, Bogotá, Banco de la República, 1993.
Holton, Isaacs F.: La Nueva Granada: Veinte meses en los Andes, Bogotá,
Banco de la República, 1981.
José Ignacio Vernaza, «Homenaje a la mujer. Heroínas caucanas, en
Junta del IV Centenario: Cali en su IVCentenario, Cali, ed. América,
1936.
Juan, Jorge y Ulloa, Antonio de: Noticias secretas de América, parte II,
Madrid, ed. Turner, 1982.
Junta del IV Centenario: Cali en su IV Centenario, Cali, ed. América,
1936.
Kastos, Emiro: «Recuerdos de mi juventud. El primer amor», en Emiro
Alonso Valencia Llano
Kastos: Artículos escogidos, s.d.i.
La Juventud Católica, Cali, 1872.
La Revolución, Cali, 1863.
Lavrin, Asunción (compiladora): Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas, México, Fondo de Cultura Económica, 1985.
Lerner, Gerda: La creación del patriarcado, Barcelona, ed. Crítica, 1990
Londoño, Patricia: «Educación femenina en Colombia, 1780-1880», en
Boletín Cultural y Bibliográfico, 37, Bogotá, 1994.
Los Principios Políticos Religiosos, Popayán, 1871.
Los Principios, Cali, 1873.
Loy, Jane M.: «Los ignorantistas y las escuelas: la oposición a las reformas educativas durante la Federación colombiana», en Revista
Colombiana de Educación, Ns 9, Bogotá, Universidad Pedagógica
Nacional, 1982.
Luna, Lola G.: «Estado y participación política de mujeres en América
Latina: una relación desigual y una propuesta de análisis histórico»,
en Magdalena León: Mujeres y participación política. Avances y
desafíos en América Latina, Bogotá, Tercer Mundo Ed., 1994.
Magdala Velásquez (comp.): Las mujeres en la Historia de Colombia,
tomo II, mujeres y sociedad, Bogotá, Consejería Presidencial para
la política social, Ed. Norma, 1995.
Martínez Carreño, Aída: «Mujeres y familia en el siglo XIX. 1819-1899»,
en Magdala Velásquez (comp.): Las mujeres en la Historia de Colombia, tomo II, mujeres y sociedad, Bogotá, Consejería Presidencial
para la política social, Ed. Norma, 1995.
Mejía Prado, Eduardo: Origen del campesino vallecaucano, Cali,
Universidad del Valle, 1993.
Melhus, Merit: «Una vergüenza para el honor. Una vergüenza para el
sufrimiento», en Milagros Palma (Coordinadora): Simbólica de la
feminidad. La mujer en el imaginario mítico-religioso de las sociedades indias y mestizas, Quito, Abya Yala, 1993.
Mercado, Ramón: Memorias sobre los acontecimientos del sur, especialmente en la Provincia de Buenaventura, durante la administración
del 7 de marzo de 1849, Cali, Centro de Estudios Históricos Santiago
de Cali / Gerencia Cultural de la Gobernación del Valle, 1996.
Miranda, Simón: «Yolima la linda ñapanga» en Bibliotecas y libros, alto
II, vol. 15, Cali, agosto de 1938.
Montúfar, Verónica: «Poder y cotidianidad: Mujeres del estrato popular
urbano», en Moscoso, Martha (compiladora): Palabras del silencio.
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana
Las mujeres latinoamericanas y su historia, Quito, Abya Yala, 1995.
Morgan, Terrence B.: El Arzobispo Manuel José Mosquera; reformista
y pragmático, Bogotá, Biblioteca de Historia Eclesiástica «Fernando
Cayzedo y Flórez, 1977.
Mórner, Magnus: «Los relatos de viajeros europeos como fuentes de la
historia latinoamericana desde le Siglo XVIII hasta 1870» en Magnus Mórner: Ensayos sobre historia latinoamericana, Enfoques, conceptos y métodos, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, 1992.
Moscoso, Martha (compiladora): Palabras del silencio. Las mujeres
latinoamericanas y su historia, Quito, Abya Yala, 1995.
Mosquera y Arboleda, Manuel María: Cuadro que presenta el gobernador de Popayán a la Cámara Provincial en sus sesiones de 1837,
Popayán, Imprenta de la Universidad, 1837.
Muñoz Cordero, Lydia Inés: «Situación de género en los pleitos de divorcio en Pasto. Siglo XIX. 1855», en Muñoz C. Lydia I (ed.): Mujer
Familia y Educación en Colombia, Pasto, Academia Nariñense de
Historia, 1997.
Obando, José María: Apuntamientos para la historia, Bogotá Biblioteca
Popular de Cultura Colombiana, 1945.
Ortiz, Lucía: «Genio, figura y ocaso de Manuela Sáenz», en Las desobedientes. Mujeres de nuestra América, Bogotá, ed. Panamericana,
1997.
Pacheco, Margarita: La Fiesta Liberal en Cali, Cali, Universidad del
Valle, 1992.
Palacios, Belisario: Apuntaciones histórico-geográficas de la actual
Provincia de Cali, Cali, imprenta de Eustaquio Palacios, 1889.
Palma, Milagros (Coordinadora): Simbólica de la feminidad. La mujer
en el imaginado mítico-religioso de las sociedades indias y mestizas,
Quito, Abya Yala, 1993.
Peralta, Virginia: El ritmo lúdico y los placeres en Bogotá, Bogotá, Ariel,
1995, p. 90.
Quijano Wallis, José María: Memorias Autobiográficas HistóricoPolíticasy de Carácter Social, Bogotá, Editorial Incunables, 1983.
Recopilación de Leyes del Estado Soberano del Cauca, Código Penal,
edición oficial, Popayán, Imprenta del Estado, 1879.
Registro Oficial, Popayán, 1875.
Restrepo Mejía, Luis: Poesías y escritos literarios, Bogotá, imprenta de
Antonio María Silvestre, 1889.
Restrepo, José Manuel: Historia de la Revolución en Colombia, Mede-
Alonso Valencia Llano
llín, ed. Bedout, s.f.
: Diario de un emigrado, Bogotá, Librería Nueva,
1878.
Revista Escolar, Popayán, 1894.
Reyes, Rafael: Memorias, 1850-1885, Bogotá, Fondo Cultural Cafetero,
1986.
Ríaseos Grueso, Eduardo: Procerato caucano, Cali, Imprenta Departamental, 1964.
Rivera y Garrido, Luciano: Impresiones y recuerdos, Cali, Carvajal y
Cia., 1968.
Safford, Frank: El Ideal de lo práctico, Bogotá, UNAL / El Ancora ed.,
1989
Saffray, Charles: Viaje a la Nueva Granada, Bogotá, Editorial Incunables, 1984.
Samper Trainer, Santiago: "Soledad Acosta de Samper, el eco de un
grito", en Magdala Velásquez (dir.): Las mujeres en la historia de
Colombia. Tomo I. Mujeres, historia y política, Bogotá, Consejería
Presidencial para la política social, Ed. Norma, 1995.
Sánchez, Olga Amparo: "La política y las mujeres", en Mujeres y
Política, Revista Foro, # 33, Bogotá, diciembre 1997 enero 1998.
Silva Holguín, Raúl: Eustaquio Palacios. De su vida y de su obra, Cali,
imprenta departamental, 1972.
: Valle del Cauca. Tierra de promisión, Cali, imp.
Departamental, 1960.
Uribe, Juan de Dios: El Indio Uribe. Su obra, Medellín, ediciones
Togilber, 1972.
Urrego, Miguel Angel: Sexualidad, matrimonio y familia en Bogotá,
1880-1930, Bogotá, Ariel, 1997.
Valencia Llano, Alonso: Estado Soberano del Cauca. Federalismo y
Regeneración, Bogotá, Banco de la República, 1988.
:"Un precursor de Zeppelin en Colombia:
Carlos Alba. Político, militar e... inventor", en Credencial Historia,
Bogotá, Octubre de 1991.
: "Elites, burocracia, clero y sectores populares en la independencia quiteña, (1809-1812)", en Procesos, N° 3,
Quito, II semestre, 1992.
: Empresarios y Políticos en el Estado Soberano del Cauca, Cal, ed. Facultad de Humanidades, 1993.
: Luchas sociales y políticas del periodismo
Mujeres Caucaas y Sociedad Republicana
en el Estado Soberano del Cauca, Ca/i, Colección de Autores Vallecaucanos, Gerencia Cultural de la Gobernación del Valle, 1994.
(dir): Historia del Gran Cauca, Historia
Regional del Suroccidente Colombiano, Cali, Universidad del Valle,
1996.
: "Por un momento fuimos ecuatorianos",
en Gaceta Dominical, El País, NB 409. Cali, septiembre 13 de 1998.
:"La Guerra de 1851 en el Cauca", en Las
Guerras Civiles desde 1830 y su proyección en el Siglo XX, Bogotá,
Museo Nacional de Colombia, 1998.
:"La Revolución de José María Meló en las
Provincias del Cauca", en Las Guerras Civiles desde 1830y su proyección en el Siglo XX, Bogotá, Museo Nacional de Colombia, 1998.
: "Tomás Cipriano de Mosquera y la guerra
en el Cauca entre 1859 y 1862 ", en Las Guerras Civiles desde 1830
y su proyección en el Siglo XX, Bogotá, Museo Nacional de Colombia, 1998.
Velásquez, Magdala (dir.): Las mujeres en la historia de Colombia. Tomo
I. Mujeres, historia y política, Bogotá, Consejería Presidencial para
la política socia/, Ed. Norma, 1995.
Vernaza, José Ignacio: «El Obispo procer. Excelentísimo Sr. Doctor Don
José de Cuero y Cayzedo, Obispo de Cuenca y Quito» en Junta del
IV Centenario: Cali en su IV Centenario, Cali, 1936.
Zawadzky Colmenares, Alfonso: Las Ciudades Confederadas del Valle
del Cauca en 1811, Cali, Centro de Estudios Históricos y Sociales
Santiago de Cali, Gobernación del Valle, 1996
Zuluaga, Francisco: «La independencia en la Gobernación de Popayán»,
en Alonso Valencia (dir.): Historia del Gran Cauca, Historia Regional
del Suroccidente Colombiano, Cali, Universidad del Valle, 1996.
: "La Guerra de los Supremos en las Provincias del
Cauca" en Las Guerras Civiles desde 1830 y su proyección en el
Siglo XX, Bogotá, Museo Nacional de Colombia, 1998.
Alonso Valencia Llano es Maestro en
Historia con mención en Historia Andina de la Facultad Latinoamericana
de Ciencias Sociales - FLACSO, Sede
Ecuador. Es profesor Titular del Departamento de Historia de la Universidad del Valle. Sus investigaciones se
han orientado hacia la Historia Política y la Historia Económica del suroccidente colombiano y se encuentran
publicadas en más de una docena de
libros entre los que se destacan Estado
Soberano del Cauca. Federalismo y Regeneración (1988), Resistencia Indígena a la Colonización Española (1991),'
Empresarios y Políticos en el Estado
Soberano del Cauca (1993), Los Proyectos Sociales y Políticos del Periodismo en el Estado Soberano del
Cauca (1994Indios, Encomenderos y
Empresarios (1996). Fue director de la
obra colectiva Historia del Gran Cauca: Historia Regional del Suroccidente
Colombiano (1996) y de numerosos artículos publicados en revistas especializadas.
Este libro revela un excelente panorama sobre los roles que han
desempeñado las mujeres caucanas del siglo XIX, no solamente en la
guerra, sino también en el proceso de construcción de un Estado que
exigía profundos cambios en el esquema social. Las guerras de independencia, las guerras civiles y los procesos de insurgencia popular,
prácticamente lanzaron a las mujeres a una participación compulsoria en la vida política y pública que tradicionalmente no era de su dominio. Lo más interesante de esta investigación es el hecho de que los
hombres caucanos decimonónicos, altamente conservadores y "maestros" en reducir a las mujeres a sus espacios domésticos, tuvieron que
aceptar que sus mujeres los reemplazaran como cabeza del hogar. Es
extremadamente interesan-te además, por visibilizar alas mujerede los sectores populares que acompañaban a los ejércitos danc
soporte en la retaguardia y guerreando como soldadas y por mostrar
que a pesar de las limitaciones jurídicas, religiosas, políticas, económicas y culturales, las mujeres del pueblo fueron fundamentales
para el desarrollo y el sostenimiento de una sociedad fragmer: a
por la guerra.
A través del estudio de documentos de archivos, memorias,
informes políticos, correspondencia privada y la literatura de .jeros, el autor logra traer a la luz histórica toda la importancia qu~
las mujeres tuvieron en el proceso de consolidación de la Re-púl i i ra <
la Nueva Granada, lo que cambia la historia del Gran Cauca y de
Colombia que oficialmente, apenas mencionaba a las heroínas o
mártires de la Independencia.
La constatación de que el Valle del Cauca era a partir de la segunc
mitad del siglo XIX, un territorio social y económicamente bajo el
dominio de viudas y mujeres cuyos esposos habían partido para
guerra, nos trae indudablemente, nuevas luces que nos permite exigir
una revisión de la historiografía vigente.
SIMONE ACCORSI

Documentos relacionados