Claire – Montmartre - INS Vila de Gràcia

Transcripción

Claire – Montmartre - INS Vila de Gràcia
AMORES EN PARÍS
Claire era una abuelita parisina que vivía en Monmatre, un barrio muy tranquilo y pintoresco.
Cada viernes Claire se iba con Laura, una amiga, a la Iglesia del Sagrado Corazón (le Sacré
Coeur) y luego iban a tomar un té a “La lune”, una sala de té muy tranquila que había cerca de
la iglesia.
Un viernes Laura le propuso a Claire cambiar de Iglesia, ir a algún otro sitio, variar de aires. A
Claire le gustó la idea y para el próximo viernes, en lugar de quedar en la iglesia, quedaron en
la boca del metro.
Durante la semana Claire estuvo muy atareada yendo de compras y no tuvo tiempo de pensar
adónde poder ir; así que el viernes se fue hacia el metro esperando que Laura tuviera alguna
idea.
-
Podríamos ir a la Iglesia de Saint Denis, ¿sabes de cuál te estoy hablando? –dijo Laura.
-
No, nunca voy por aquél barrio. ¿No es un barrio muy sencillo y lleno de inmigrantes?
-
Bueno… Quizá un poco, pero la Iglesia es muy bonita, y que haya inmigrantes no es
ningún problema.
-
No, por supuesto que no –rectificó Claire-. No pasa nada con los emigrantes, pero no
sabía que por ahí hubiera iglesias bonitas.
Claire nunca había rechazado a los emigrantes, pero sí que podía reconocer que los tomaba un
poco por incultos y los consideraba un poco inferiores.
-
Pues sí, hay una que tiene unas vidrieras preciosas.
Así que cogieron el metro en dirección a Saint Denis. Tuvieron suerte y pudieron sentarse.
En la siguiente parada subieron un chico y una chica, ambos inmigrantes; llevaban la música
altísima y no paraban de hacer ruido. Claire y Laura, las dos viejecitas, les reprocharon por su
mala educación. Claire dijo:
-
¡Espero que todos los inmigrantes de Saint Denis no sean así!
-
¡Por supuesto que no, Claire! Que sean inmigrantes o no, no tiene nada que ver. Mira
aquel hombre de ahí.
Claire miró hacia dónde le señalaba su amiga. Ahí, unos asientos más adelante, había un
hombre con pinta de africano, sentado leyendo un libro.
-
No sabía que los inmigrantes leyeran. –dijo Claire.
Laura sonrió y dijo:
-
¿Qué te pensabas, Claire, que todos los inmigrantes son unos incultos y maleducados?
Claire no dijo nada, pues un poco sí que lo pensaba, y volvió a mirar a aquel hombre. Era de
piel muy oscura, guapísimo, muy elegante y aparentaba ser de su misma edad. A Claire le
atrajo tanto aquel hombre que no pudo dejar de mirarlo durante todo lo que duró el trayecto.
Cuando Laura la avisó de que bajaban en la próxima parada, miró el reloj y se asombró de lo
rápido que le había pasado el tiempo. Cuando bajaron del metro el hombre también bajó, pero
ellas se dirigieron hacia una salida y el hombre salió por la otra.
Llegaron a la iglesia y les encantaron las cristaleras que había. Eran preciosas. También vieron
unas esculturas muy bonitas.
-
Laura, ¿sabes qué es todo esto?
-
No, pero es muy bonito.
Oyeron unos pasos detrás de ellas y cuando se volvieron vieron al hombre del tren.
-
Soy arqueólogo, así que si quieren, les puedo explicar qué son esos monumentos.
Claire se quedó muda del asombro y sintió que le palpitaba el corazón, pero Laura contestó:
-
Por supuesto, nos encantaría, pero antes deberíamos presentarnos. Yo soy Laura y mi
amiga es Claire.
-
Encantado, yo soy George.
“George”-pensó- Claire, es un nombre muy elegante. Le pega muchísimo.
George les explicó que durante 12 siglos, los reyes de Francia habían sido enterrados en
tumbas en la iglesia de Saint Denis. En 1793, con la revolución francesa, habían saqueado los
cuerpos de las tumbas y los habían arrojado a fosas comunes. Querían destruir las tumbas
pero Alexandre Lenoir lo impidió y se transportó las tumbas más valiosas y las llevó a un
depósito que luego se convirtió en museo. Luego, en 1816, Luis XVIII recolocó las tumbas en
la basílica.
-
¡Qué extraño que no conociéramos la historia! –dijo Claire asombrada.
No es tan extraño. Vivís en otra parte de París y mucha gente no se interesa
demasiado por Saint Denis. Supongo que sabíais que con la revolución removieron los
cadáveres de las tumbas… -contestó George.
-
Sí, eso sí, pero no sabíamos que las tumbas estuvieran aquí… Menudo ridículo…
Estuvieron un rato más hablando y luego, Laura le preguntó a George:
-
¿Quieres venir con nosotras a tomar un té?
-
De acuerdo, pero por aquí cerca sólo hay un bar, y sólo hacen café.
El café no estaba demasiado bueno pero George les propuso volverse a ver el domingo en la
basílica y dijo que luego él las llevaría a un café muy excelente. Claire y Laura estuvieron de
acuerdo con la idea y como ya era tarde, Claire y Laura se fueron hacia el metro y George se
quedó un rato más en el bar.
Claire llegó a casa, se hizo la cena y estuvo todo el rato pensando en George, aquel hombre
tan elegante, guapo, educado y tan distinto a como ella creía que eran los emigrantes. Ella
siempre había pensado que eran todos unos incultos y maleducados. Después de cenar,
cuando se fue a la cama, seguía sin poder dejar de pensar en él. Fue entonces cuando se
empezó a plantear que quizá George le gustaba, y que por eso no podía dejar de pensar en él
con el corazón palpitándole.
Claire era viuda. Su marido había muerto de un cáncer muchísimos años atrás. Había
enviudado muy joven. Ya lo había superado, y podía recordar a su marido sin la tristeza que
sentía al principio y con alegría, recordando los buenos momentos que habían pasado juntos.
Le empezó a entrar sueño, así que cogió la foto de su marido y empezó a hablarle. Antes solía
hacerlo a menudo, pero llevaba mucho tiempo sin hacerlo. Le contó que había conocido a un
hombre que le gustaba y que esperaba que no le molestara. Se quería ir a dormir, pero se
levantó y se fue a la librería. Allí, en el tercer cajón de la última estantería había la carta que le
había escrito su marido una semana antes de morir. Su última carta, sus últimas palabras. Se
la llevó a la cama, y se puso a releerla.
“Claire, te quiero. Es por eso que te escribo esta carta, porque siento que me estoy apagando.
Los humanos somos como las velas, que con el tiempo se van consumiendo poco a poco, pero
he tenido mala suerte y de golpe, mi vela se va acortando. Dentro de poco se consumirá, y
dejará de existir. Lo sé, Claire, me moriré dentro de poco. Tengo ganas de vivir, y eso es
mucho, pero mi cuerpo no da para más, y lo siento muchísimo. Tu aparentas tener mucha
esperanza en mi, pero yo sé que no duraré, y en el fondo lo sabes, aunque no quieras ni
pensarlo. Cuando me muera, cuando no esté, sé que estarás muy triste, igual que lo estaría
yo si tú te fueras antes, pues eres mi vida, lo eres todo para mí. Aún así, sé que con los años
lo podrás superar y recordarme con alegría. Nunca olvides todos los buenos momentos que
hemos pasado, y lo mucho que nos hemos querido. También te pido que si conoces a algún
otro hombre y lo amas, no dudes en irte con él. Nos hemos amado, y no quiero que me
olvides, pero tampoco quiero que vivas siempre en el pasado. Amando a otro hombre no me
traicionarás y aún eres joven. Te amo, Claire y sólo quiero que seas feliz. No olvides que
quiero que me incineren y que tires mis cenizas en la montaña, en algún lugar que te guste a
ti. Sé que tú preferirías que me enterraran, e ir a dejarme flores, pero yo no quiero irme
pudriendo. Lo siento, pero en estos últimos meses, desde que me enteré de que tenía la
enfermedad, ha sido como si me hubiera ido pudriendo, pero como mínimo he estado siempre
contigo. En una tumba estaría demasiado cerrado y solo, y siempre he sido un poco
claustrofóbico. Claire, nunca me olvides y nunca olvides todo lo que te quiero. Has sido lo
mejor que me ha pasado. Te amo. No lo olvides. Adiós, Claire, te amo”,
Antoine
Claire terminó de leerla, con gruesas lágrimas cayendo por sus mejillas y pensó:
- Nunca te olvidaré Antoine, te amo, pero quizás también amaré a otro. –susurró ella antes de
caer en un profundo sueño.
Núria Falcó Romagosa (2n A)

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