** ABC (Madrid), 14 de septiembre de 1920. En el Festival Español

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** ABC (Madrid), 14 de septiembre de 1920. En el Festival Español
** ABC (Madrid), 14 de septiembre de 1920.
En el Festival Español celebrado en el Gran Casino, de San Sebastián, se ha ejecutado
por primera vez la Sinfonía Sevilla (sic), brillante página musical del maestro Turina que
obtuvo grandes y merecidas ovaciones.
Del maestro Turina, consagrado ya por la crítica y por los públicos, solo hay que decir,
que en esta nueva producción ha dado suelta a su fantasía logrando encerrar en los tres tiempos
de la sinfonía las melodías y los ritmos más característicos del alma andaluza, lo que hace que
en la Sinfonía Sevillana se desborden la gracia, la luz, el color, la poesía, en fin, de la tierra
bendita, insuperable por sus encantos.
A los grandes aplausos que en justicia se tributaron al maestro, unimos los nuestros,
sumando la felicitación más entusiasta a las innumerables que ha recibido por su maravillosa
obra musical. C. (Ángel María CASTELL).
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** “Triunfo de un sevillano”, El Liberal (Sevilla), nº 7.121, 22 de septiembre de 1920, p. 3,
c. 4.
(...) Los tres tiempos son de una belleza extraordinaria. Al encerrar en ellos las melodías y los
ritmos más característicos del alma andaluza Joaquín Turina con su temperamento meridional, su
fantasía creadora y profundo conocimiento de la técnica, ha sabido cantar con infinita gama de
matices y variedad de timbres de luz, el color, el cielo, la gracia chispeante, la dulce poesía y el
ensueño de la tierra bendita que le vio nacer.
En mágicas pinceladas y con los más deslumbrantes colores, pinta de modo admirable la
hermosura y exuberancia de su tierra, nuestra sin par ¡Sevilla! haciéndose acreedor a todo nuestro
aplauso y a todo nuestro cariño.
La Sinfonía sevillana es de un colorido de absoluta claridad, inequívoca prueba de ser Turina
maestro de la orquestación; en ella no hay nada exótico, poniendo de relieve el gusto más
depurado y la forma de exponer los motivos andaluces y cantes gitanos revela haberlos sentido con
el corazón y no con el cerebro.
El ilustre compositor fue aclamadísimo, recibiendo desde un palco del salón, el entusiasta
homenaje de admiración del público que llenaba la sala y se aglomeraba en las escaleras.
¡Honor al maestro Joaquín Turina a quien con orgullo podemos llamar nuestro paisano! Fritz.
(Luís de ROJAS).
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** ABC (Madrid), 31 de marzo 1921.
La Sinfonía sevillana de Turina, alcanzó un felicísimo éxito y valió a su joven autor
repetidas llamadas al proscenio después de los dos últimos tiempos.
Cuando por vez primera se ejecutó en San Sebastián esta producción del maestro
sevillano, hicimos en estas columnas una pequeña historia de su asunto al consignar el juicio
que la crítica formuló.
Creemos que el éxito de ayer ha superado al de su estreno en la capital guipuzcoana, o
porque la orquesta es más completa en Madrid o porque nuestro público ha prestado más
atención, libre del ambiente de Casino y de las frivolidades del veraneo.
Turina se manifiesta en esta bella obra el colorista brillante de La procesión del Rocío.
Al hermanar en palpitante idilio el donaire de chotis madrileño con la gracia de la sevillana
voluptuosa; pero más poeta y espíritu observador, más refinado en el segundo tiempo,
primoroso andantino, lleno de misterio, visión del Guadalquivir en un paseo amoroso, cuando
resbalan sobre la superficie de sus mansas aguas, los ecos de la fiesta ribereña y de los cánticos
apasionados entre los aromas de los lejanos jardines. Este número despertó emoción honda en
la concurrencia, y el aplauso fluyó espontáneo, determinando el triunfo franco del músico que
ha prodigado delicadeza de expresión en la melodía y ricos detalles de orquestación.
Con cariño dirigió Arbós este poema, denominación que encaja mejor que la de sinfonía
a la obra de Turina, y la Orquesta la interpretó con visible entusiasmo convencida de que
ganaba la voluntad del público y, así fue, porque, queda expresado, la sanción fue decisiva,
entusiástica, clamorosa. C. (Ángel María CASTELL).
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** El Debate, (Madrid), 31 de marzo de 1921, p. 2.
No llegó a convencernos del todo la Sinfonía sevillana del maestro Turina; no es que
esté mal: como obra musical es completa, está bien construida, sabiamente construida, muy
equilibrada y muy completa; el segundo tiempo, movido, con ideas musicales amplias,
desarrolladas con agilidad y soltura, es muy agradable; pero tratándose de una sinfonía
sevillana, escrita por un músico sevillano, había derecho a esperar más emoción, más pujanza y
más todo.
Es extraña la tendencia de algunos de nuestros compositores a pintar cuadros españoles
con la misma imprecisión frialdad, la misma imprecisión y la misma timidez que pudiera
hacerlo un extranjero. Esto, que en un extranjero puede ser producido por incomprensión, es
producido en nuestros músicos por la timidez, por ese miedo a lo que pueda haber de ordinariez
en los temas populares o por temor a la fuerza de color de estos temas que exigen en el
compositor una fuerza extraordinaria de personalidad para dominarlos y subyugarlos,
fundiéndolos en un conjunto de ideas propias.
Así la pintura de ambiente de esta Sinfonía es tan vaga, que en vano intentamos
domiciliar la escena en Sevilla. La escena por el Guadalquivir adolece de la misma imprecisión;
jamás navegante alguno oyó desde Triana, desde San Juan de Aznalfarache, o la misma barra
de Sanlúcar, canciones marineras tan sin carácter, ni sones de fiestas tan pálidas y tan
despintadas. ¡Y pensar que fue un asturiano el que en La hermana San Sulspicio pintó la
maravillosa escena de color de una jira por esta parte del Guadalquivir!
El último tiempo describe una fiesta en San Juan de Aznalfarache; ¿qué descripción no
exige aquel balcón delicioso desde el que se percibe un panorama único en el mundo? Quizás la
admiración sobrecoge en esta parte del ánimo del compositor, que se contenta con un esbozo de
seguidillas y unos golpes de castañuelas para pintar ese conjunto estupendo.
Hubo, con todo, aplausos para el autor, que saludó al público. HANS.
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** El Imparcial (Madrid), Suplemento gráfico, 31 de marzo de 1921, p. 1.
Nos era conocido con ventaja Joaquín Turina como costumbrista musical caracterizado
en La procesión del Rocío y más determinadamente en Escenas de mi rincón (sic), Recuerdos
de mi rincón suite algo extraña, pero muy significativa, de piezas de piano.
Con la Sinfonía sevillana estrenada ayer tarde (...), Turina sigue con soltura esa
modalidad de su talento, y traza un animado cuadro, en el que el ambiente es más importante
que las figuras. (...)
Melodías populares, ritmos brillantes, cierto tono melancólicamente voluptuoso, forman
esta obra agradable y sincera, tan española en su tendencia, ya que el costumbrismo es fuente
inagotable de inspiración para todo artista español que aspira a hacer una obra perfectamente
castiza.
Sugestionado por Sevilla, Turina ha construido, en efecto, una obra sevillana cuyas
características no pueden confundirse con las de otra cualquiera ciudad andaluza. En esto está
su mejor acierto y creemos que la mayor complacencia de su autor. M.M. (Matilde MUÑOZ).
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** La Libertad (Madrid), 31 de marzo de 1921, p. 4.
...después se estrenó la Sinfonía sevillana del maestro Turina, uno de los premios del
concurso de San Sebastián.
La nueva obra del ilustre músico es, más que una sinfonía un poema. Toda su idea y su
desarrollo caben mejor en la definición poemática. Así lo reconoce el músico y, siendo así,
como tal poema, debe figurar.
La Sinfonía sevillana tiene el mérito indiscutible de estar muy trabajada, muy bien
trabajada, irreprochablemente trabajada.
El primer tiempo, Panorama, da al público la sensación del ambiente andaluz que el
músico nos coloca.
En el segundo tiempo, el mejor a nuestro juicio, nos habla ya del amor y la poesía bajo
las aguas insinuantes del Guadalquivir. Y en el tercer tiempo, en pleno andalucismo, la voz de
los cantos populares son como una apoteosis brillante del poema.
Toda la Sinfonía es una notable pieza orquestal pero, a excepción de algunos momentos
del segundo tiempo, le falta esa emoción cautivante que esperamos siempre, sobre todo en esta
música andaluza, que no la concebimos más que fuertemente pasional, porque así nos
acostumbró a sentirla el temperamento de Isaac Albéniz. FIDELIO.
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** El Liberal (Madrid), 1 de abril de 1921, p. 3.
El (...) concierto tenía una novedad de interés grandísimo: la primera audición de una
obra de Joaquín Turina, titulada Sinfonía sevillana. (...) la obra acusa un indudable progreso
dentro de su estética marchando hacia mayor idealidad. El público echa de menos los efectos
crudamente realistas de La procesión del Rocío, pero un criterio elevado no puede menos de
aprobar al artista que sabe renunciar al aplauso fácilmente obtenido con recursos de relumbrón.
De los tres tiempos de que consta la obra es, sin duda, el mejor y fue el más aplaudido,
el segundo que tiene momentos de bien hallada emoción y sonoridades delicadas y poéticas.
(...). Julio GÓMEZ.
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** La Tribuna (Madrid), 1 de abril de 1921, p. 8.
La Sinfonía sevillana de Joaquín Turina, que ayer triunfó plenamente (...) es una obra
descriptiva de ambiente, con ligero apunte episódico un tanto excesivamente reservado, caso
peculiar en su autor, pero muy lógico dentro de la variedad grande, lo que dificulta su factura
que es, sin embargo, perfecta.
Por su criterio estético advierte Turina que no se trata en realidad de una verdadera
sinfonía; pero, no obstante, su trama va seguida y aún dentro de los diversos fragmentos, es
decir, de distintos paisajes, ve la misma idea manifestada flexiblemente.
El apunte de chotis madrileño, diluido en otros temas y sentimientos, es una difícil
prueba que ha vencido la maestría de Turina, quien, sobre todo en el segundo tiempo,
andantino, Por el río Guadalquivir, revela su sensibilidad de poeta y un buen gusto y finura de
estilo, así como el conjunto de la obra y su sentido y dominio de la orquesta, de la que logra un
colorido variadísimo con equilibrio y ponderación admirables.
Esta Sinfonía sevillana que pasará pronto la frontera, es una creación de positivo mérito
de nuestro arte representativo. (...). Carlos BOSCH.
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** El Sol (Madrid), 5 de abril de 1921.
La Sinfónica nos dio en su segundo concierto la primera audición [en Madrid] de la
última obra de Joaquín Turina. Su título: Sinfonía sevillana. Subtítulo: Episodio pintoresco.
Ya es cosa sorprendente que toda una sinfonía sea un episodio; pero la aparente
antinomia se aclara cuando el autor nos explica que «... no quiere significar por la palabra
sinfonía su concepto tradicional, sino la corriente aceptación de conjunto opulento y exultante
de colores y de sensaciones”.
En cuanto al episodio, esta es la parte anecdótica en que Turina basa siempre sus obras y
que constituye en cierto modo un argumento. Argumento de un dramatismo leve, teñido
ligeramente de ironía que ese músico coloca en propicio ambiente sonoro. He aquí la estética de
Turina por la cual su música es, a la vez, sentimental y pintoresca.
A veces, una de ellas en esta sinfonía -preferimos la viva realización de ese ambiente-,
revela a un músico sensible y moderno. A la hondura patética que puede tener de argumento, la
cual, felizmente para el buen gusto del autor, no intenta meterse en demasiadas profundidades,
sino que acepta un tono frívolo y ligero, muy en consonancia con la vaporosa musicalidad que
lo rodea. Adolfo SALAZAR.
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** “Función Social de la Música. Orquesta Nacional de Conciertos (Barcelona))”, Música,
(Barcelona), nº 5, 1938 pp. 55/6 (quinto concierto de la segunda serie de actuaciones de la
Orquesta Nacional [1ª orquesta española con este nombre que fue creada en Barcelona en
1938]. Director: Bartolomé Pérez Casas.
La Sinfonía sevillana es quizás la obra de orquesta más importante de Turina, pues La
procesión del Rocío tan estimable en logros de belleza sonora, es más limitada de ambición
expresiva, más circunscrita a un impresionismo buscado y las Danzas fantásticas y Ritmos están,
por su propio carácter de glosa rítmica del folklore andaluz, más alejadas del propósito de pureza
estética de la música por la música.
De sus tres tiempos (…) nuestras preferencias se inclinan por el segundo que percibimos
como la viva realidad de un diálogo amoroso a través del río que García Lorca evocaba ‘entre
naranjos y olivos’ y mezclados a ese idilio las coplas de los marineros y el rumor de la orilla que se
acerca, pasa y se aleja de la fiesta. Es esta música de Turina, distinguida, elegante de ideas, clara
de escritura, rica de color y justa de proporciones. Luís GÓNGORA.
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** Joaquín Turina, Madrid, Editora Nacional, 1ª ed. 1943, pp. 75-79. (2ª ed. pp. 71-74).
Vamos a situarnos en la cumbre de la obra sinfónica de Joaquín Turina: en la Sinfonía
sevillana. Es obra que resume una elaborada madurez. Ella cierra gloriosamente un ciclo de la
música española lleno de afanes insatisfechos y de misiones incumplidas.
Será forzoso referirnos otra vez -es leit motiv de esta biografía de Joaquín Turina- al
final del siglo XX La gran forma sinfónica había llegado a su saturación; el juego bitemático
había asimilado ya toda posible trascendencia idealista -la gran hazaña de la música romántica
alemana, como acertadamente ve Strawinsky, es proceso idealista de convertir la melodía en
tema- y su progreso en sentido horizontal consistía en asimilarse las melodías nacionalistas.
Dvorak, Smetana, los rusos, cumplen bien esta misión. Los franceses, como Lalo, se asimilan
nuestros ritmos para airear la forma establecida: ejemplo, la Sinfonía española.
Los compositores españoles, bien encandilados por la realidad de su zarzuela grande o
con la esperanza de su ópera nacional -la mayor parte de las veces la diferencia fue puramente
cuantitativa-, resultan incapaces para un alto trabajo sinfónico. El Conservatorio de Madrid,
desde el día conmovedor y pintoresco de su fundación, identificaba el trabajo de composición
con el trabajo operístico. Por otra parte, nuestro folclore vivía por los campos y las montañas
sin que nuestros compositores recogiesen de él más que los elementos imprescindibles para
justificar la nacionalidad de sus creaciones; rebusca rápida tomada muchas veces de segunda
mano en ese diluvio de la burguesita música de salón cuya mejor expresión se cifra en la
primera época de Isaac Albéniz.
Las obras de Chapí y Bretón muestran su poca envergadura orquestal; la técnica
instrumental se alumbra siempre desde un hondo sentido de la forma y éste ha faltado
totalmente en ellos. En algunas de sus obras hay, es cierto, un equilibrio entre la expresión y los
medios empleados, pero el fin es siempre de poco alcance y de ninguna envergadura universal.
Sinfonías, en el estricto sentido de la palabra, sí las hay, basta recordar los programas de las
viejas agrupaciones de concierto, pero, excepto las que se salvan para la irónica contemplación
pintoresca -¡programa de las sinfonías de Marqués!-, el panorama total revela un pobre e inútil
escolasticismo. Más: ni Albéniz ni Granados han sentido realmente la creación orquestal.
Hechos de manera autodidacta acumulan una genial experiencia de pianistas. Orquestalmente
su labor es gris o desafortunada.
La Sinfonía sevillana de Turina resume y redime todo ese maltrecho pasado español de
la gran forma sinfónica. Significa también la más alta madurez de su trabajo personal.
Toda la obra de arte lleva en su parto un signo dramático, una tremenda tensión entre lo
que se proyecta y la fatalidad de lo hecho. Turina, quizá inconscientemente, como reflejo de su
postura personal ante las cosas, ha querido conciliar alegría y orden, pintoresquismo y forma,
abandono y norma. Figurémonos la torsión que significa plantarse ante la música española, ante
la andaluza concretamente, para mirarla con deseo de forma, de forma europea establecida y
referida tradicionalmente a otros menesteres más abstractos. Turina ha tenido que realizar una
dolorosa selección de temas que fuesen aptos para ese tratamiento; su indudable elasticidad
formal nace del afán personal por dejar -¡tantas veces!- que la melodía popular no se tronche,
que llegue a la cadencia que desea su implacable espontaneidad.
La Sinfonía sevillana se construye en la madurez, cuando esa selección de temas aptos
está ya definitivamente operada y cuando tras ellos puede asomar limpiamente una confesión
personal. Es ocioso recalcar que no estamos ante la tradicional forma de sinfonía; en vez
tiempos, títulos; más que gran línea, reunión de moderadas delicias. La última posibilidad del
sistema cíclico está aquí, en ese tema fundamental -recogido y moroso en su principio,
sensacional y ligero después, utilísima razón de elasticidad- que engarza esos tres cuadros
sevillanos, definitiva trascendencia de la ciudad que los ha inspirado. La obra nace bajo el signo
del equilibrio. Lo descriptivo no acusa necesidad de programa; panorama, río, fiesta dicen todo
lo estrictamente necesario para el enfoque de la atención. Hay un valor de atmósfera, un cierto
sabor impresionista que evita la excesiva apariencia del trabajo cíclico; hay, sobre todo, un
espléndido acierto instrumental. Pensemos detenidamente en ese segundo tiempo, lo más bello
de toda la producción de Turina.
Lo descriptivo se mece milagrosamente sobre lo lírico y tres elementos -río, petenera y
sevillana- se juntan en un mosaico de exquisiteces. Un solo vibrante de violín abre el cuadro
con un halo de pasión pocas veces tan estremecida en la obra de Turina como ahora. Entre unos
deliciosos acordes de arpa, la melodía parece ansiar un máximo límite de confesión personal.
Es solo el pórtico. Estamos ya en el río, sobre su mansa corriente, verde y blanca como los
olivos y el azahar. Sobre el río, sobre el vaporcito movido como el suave marear de la
manzanilla, se desliza el idilio:
“Y brota en los labios
soberbia y sencilla,
como brotan en el agua y la fuente
la sangre en la herida”.
Así como en la inolvidable poesía de Manuel Machado, surge desde el corno esa maravillosa
petenera cuyo rasgo fabril no nos hiere, porque hay un fondo impresionista de dulces arpas que,
con las violas y violonchellos en sordina, compone una milagrosa unidad. Esta es la primera
parte del tiempo.
El idilio junta en sus palabras, sobre el vaporcito, el recuerdo del rumor de las orillas.
Así, después de la exposición completa de la petenera, sobreviene un primer episodio. Flautas,
flautín, clarinetes y violines divididos, traen un delicioso cascabeleo, como un aletear de
ángeles sobre la espuma, que sirve de entrada al tema generador de la Sinfonía, netamente
madrileño, potente y profundo ahora.
Vuelve otra vez la petenera, cantada ya por la masa de los violines. Cuando el violín
solo parece arrancar las últimas razones ardientes de ella, una graciosa presencia de adivinadas
sevillanas da origen a un nuevo episodio. La sevillana va y viene, como el ondear plácido del
río. Va esfumándose lentamente y el tiempo acaba con una coda sentimental marcada en el
violín por el tema generador. He aquí cómo los elementos más pintorescos, más populares
encuentran su acomodo en un molde formal tan europeo como elástico. Estamos en una de las
cimas geniales de la música española. Federico SOPEÑA.
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** Arriba (Madrid), nº 2.300, 16 de agosto de 1946, p. 3.
Para mí, biógrafo de Turina, el tratado de composición sirve de peso al argumento de la
doble constante: andalucismo y universalidad. Pobre del aficionado o del músico que persiga el
estilo de Turina buscando sólo el buen perfil en sevillanas, de fandangos o de peteneras. Uno
quiere desde siempre, es verdad, esa petenera maravillosa del segundo tiempo de la Sinfonía
sevillana, pero la única forma de quererla bien es viéndola siempre en el molde de una
arquitectura ordenada y caliente. La fidelidad de Turina a su Sevilla no es una fidelidad
puramente pintoresca: quiere sus rincones, el eco de voces perdidas o a la sorpresa de sus
duendes; pero dentro de su grande y hermosa urbanidad y sabiéndose marchar también,
Guadalquivir a bajo, para encontrar perspectiva de atmósfera y de lejanía. Y éste, sumisión de
inspiraciones a arquitecturas, es el tratado de composición. Federico SOPEÑA.
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** Arriba (Madrid), nº 3.050, 15 de enero de 1949, p. 3.
Nos queda, como herencia inmortal, su música. La Sinfonía sevillana, con sus líricas
excursiones por un Guadalquivir. Antonio FERNÁNDEZ CID.
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** “Turina”, Harmonía (Madrid), enero-marzo de 1949, p. 5.
[Después de una audición de] la magnífica Sinfonía sevillana, de tan intensa conmovedora
poesía, de tan vario y deslumbrante colorido, no nos explicamos la razón de que en España no
sea esta obra tan popular como cualquiera de las sinfonías clásicas, cuando lo razonable debiera
ser que sus interpretaciones fueran en nuestras orquestas más frecuentes que las de cualquiera
de las habituales del repertorio universal. Julio GÓMEZ.
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** Programa en Homenaje a la memoria del ilustre maestro Joaquín Turina. Radio
Nacional de España, 15 de febrero de 1949, emitido a las 22’45.
Técnicamente, Turina, recogió en la encrucijada europea, lo que convino a su naturaleza
espiritual para, sin titubeos ni arrepentimientos, empezar enseguida su personal ruta. Ruta
compuesta de dos ramas igualmente interesantes: su sabia profesionalidad ─legado magnífico
de la Schola─ y su hondo y entrañable sentido folklórico, expresión viva de un españolismo
medular y ferviente.
Por esto, encauzar este propósito folklórico de la melodía dentro de la estructura formal,
dentro del cuadro trascendente de las grandes formas, fue su mejor y más difícil triunfo. Por
esto supo lograr que sus melodías populares, conservaran toda su fresca flexibilidad, todo su
expresivismo, toda su espontaneidad emotiva, aun dentro del plan cíclico de la Sinfonía
sevillana, y del Canto a Sevilla, o de las Sonatas para violín y piano. Por esto, junto a las
pequeñas páginas evocadoras, impresionistas o descriptivas, en las que sentía movida su pluma
por las enternecedoras cosas familiares, Turina supo llegar ─sin ser jamás declamatorio─, a la
gran voz sinfónica, y a la pureza de la música de cámara, sin dejar por ello de servirse del más
directo verbo del pueblo. (...).
Y para comprobar ante la inmortalidad, cómo Turina logró su propósito, ahí están para
la antología de la mejor belleza La procesión del Rocío y la Sinfonía sevillana. Tomás
ANDRADE DE SILVA.
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** “Sinfonía sevillana” ¿? (Madrid), 1 de mayo de 1949.
Joaquín Turina ha sido, y continúa siendo, a lo largo de su gloriosa carrera de
compositor un constante y fidelísimo cantor del alma y del ambiente sevillanos. Ningún otro
músico entre las más destacadas figuras de la moderna corriente estética que buscan en el fresco
e inagotable manantial de la pura melodía vernácula estímulos y alientos para sus inspiraciones,
se ha complacido y recreado con tan celosa e intensa continuidad en evocar en sus obras la
cálida, la diversa y palpitante emoción, el perfume y la poesía, del cielo, de la luz y del paisaje
de su tierra nativa como lo hace Turina con Sevilla; su patria chica, el amor de sus amores.
En los primeros años de su fecunda vida de famoso compositor, La procesión del
Rocío, el primoroso poema lleno de evocaciones. Después el Poema de una sanluqueña, los
Rincones sevillano, Jueves Santo a medianoche, Orgía de las Danzas fantásticas y muchas
otras, sabrosísimas páginas entre las que descuella por la amplitud de sus formas y la
exuberancia y el valor emocional de las ideas, esta Sinfonía sevillana premiada en el concurso
del Gran Casino de San Sebastián en 1920.
La Sinfonía sevillana se subdivide en tres tiempos, a modo de estampas orquestales,
relacionadas entre sí, con cierto discreto sentido cíclico, por dos temas fundamentales, que son
como el nervio de toda ella. Responden cada uno de los tiempos por el carácter de las ideas y
las intenciones expresivas a que obedece el curso de sus respectivos desarrollos, a lo que claramente anuncian los títulos puestos al frente de cada uno de ellos. 1º Panorama, 2º Por el río
Guadalquivir y 3º Fiesta en San Juan de Aznalfarache. Franca exposición sinfónica, el
primero, deslumbrante cuadro de Sevilla con toda su riqueza de perspectivas. Poética y
soñadora evocación de atardecer siguiendo el manso curso del río, el segundo. Animado y
pintoresco el tercero, con toda la opulencia de contrastes de una fiesta andaluza. ANÓNIMO.
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** Comentario en el programa de mano del concierto de la Orquesta Nacional del 21 de
junio de 1952.
Los consejos de Vincent d’Indy parece presidir la contextura de la Sinfonía sevillana,
cuyo tema fundamental engarza los distintos cuadros. No hay indicación de tiempo. Los títulos
destacan hasta un primer plano al destinatario y protagonista invariable: la ciudad querida,
Sevilla, a través de su panorama general, el río y la fiesta. El amor, la ilusión palpable, no
impide un equilibrio ejemplar entre los elementos impresionistas y los descriptivos. Perfume,
color y ritmo, califican. Hay reflejos externos, deliberados propósitos de apurar. Las
posibilidades orquestales en un adorable muestrario de timbres. Ritmos de farrucas, peteneras
y seguidillas se engarzan y suceden. La evocación tímida inicial cobra pronto amplitud. El
júbilo se desata en el cuadro último, en que el garrotín y zapateado imponen sus contornos
peculiares. Con el paseo Por el río Guadalquivir, logra Turina la culminación de su arte. Desde
que el violín solista abre la página hasta que los últimos ecos del motorcillo de apagan en
lejanía ¡qué serie de felices logros! La petenera del corno inglés, recogida por la cuerda con
apasionado relieve; los sones de las sevillanas que desde la orilla nos invitan... Buena,
maravillosa música que funde gracia y sentimiento, como la realidad y el idealismo aparecen
inseparables en toda la obra del compositor. Antonio FERNÁNDEZ-CID.
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** “Fiel de la música [II]”, Radio Nacional de España, Segundo Programa del 5 de marzo
de 1967.
Todo, hasta la realidad, era ensueño para Turina, y es ensueño, en su música, para
nosotros. Nunca de vuelta, porque en esa historia de amor con Sevilla que es su creación
artística, Sevilla no le da celos, tan suya como es, aun siendo de todos, se nos aparece Turina en
la Sinfonía sevillana. Con ella llegamos a nuestra cita con Sevilla, que todos los años, todos los
años en primavera, nos llama entre el aire y la brisa. En la Sinfonía sevillana, el río
Guadalquivir va entre naranjos y olivos, con alegría de sevillanas; entra en la fiesta, loco de
reflejos, pero remansado en su locura por ese alegre ritmo de sus ondas, y se aleja, se aleja...
«Para los barcos de vela, Sevilla tiene un camino», la pasión, petenera gitana, hiere el aire de
olivos y azahar; en la tierra prefiere el llano limpio de las aguas, el laberinto de las calles, la
encrucijada del grito. A orillas del amor que pasa, gime el amor que se fue, que se fue y no
vino. En Sevilla siente Turina la llamada del aire de Madrid, que aparece fugitivamente en un
chotis, aire que le llena la vida en su terraza de palomas hasta el final, aunque en sueños vive y
anda siempre por Sevilla.
Esta interpretación nuestra de la Sinfonía sevillana puede servir de enfoque para la
atención. ¡Sevilla en aire de recuerdo, en fervorosa negación de ausencia! ¡Bendito este fervor
de Turina, que se organiza en surtidor y palmera, en frescura y gracia, en insuperable canción
de la primavera sevillana! ¡Qué alta torre de gozo, qué cima de la música española, es el
Guadalquivir de esta sin par Sinfonía! (...) Horacio RODRÍGUEZ ARAGÓN.
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** “Sinfonía sevillana”. Comentario incluido en los LP: Hispavox HH 10-80, Hispavox
130 016, Clave 18-1343-S. Orquesta de Conciertos de Madrid. Dir. Odón Alonso.
He aquí la obra capital de Joaquín Turina.
Los que tuvimos fe en la gozosa permanencia de esta música, cuyas raíces están mucho
más hondo de lo que puede imaginar un oyente con tentación de pintoresquismo, decimos: La
Sinfonía sevillana de Joaquín Turina, en España y fuera de España, figura muy a la cabeza de
lo que llamaríamos repertorio nacionalista pero apuntando hacia realidades humanas que se
heredan del romanticismo.
En el siglo XIX español, después de la sinfonía del malogrado Juan Crisóstomo Arriaga,
apenas sí podemos señalar el esfuerzo con resultado pintoresco de las sinfonías de Marqués.
Salvo en reproducciones muy escolásticas y muy de juventud, la generación de Bretón y de
Chapí tampoco puede atreverse con la gran forma. Es curioso señalar también que Conrado del
Campo, en la línea sinfónica del postromanticismo, se acerca al cuadro straussiano del poema
sinfónico, quizás porque la exuberante personalidad de Strauss ponía un poco a la sombra la
línea diversa de Bruckner y de Malher.
Podemos, pues, decir que la Sinfonía sevillana es la primera sinfonía en la música
moderna española si atendemos a la calidad, al éxito y, sobre todo, a lo que es más importante:
que la nada formal, simplemente escolástica, se recoge bajo la palabra. Nada cambia de la
inspiración del lirismo descriptivo, del andalucismo depurado de toda la obra de Turina: se
amplía la voz y el marco a través de una construcción fluida y flexible. Actúa como tema
generador un tema de carácter madrileño que hace contraste con el ambiente andaluz,
localizado, claro está, en Sevilla. Los títulos (...) son, a la manera semi-impresionista, semiandalucista de Turina, no indicadores de argumento, sino acentos un poco más marcados de
ambiente. Sin duda alguna, lo más bello está en el segundo tiempo, muestra perfecta de toda
una línea de la música española; la orquestación, deliciosa, aérea, pero apasionada, hace de las
sevillanas aire puro de confesión personal empujada por el violín solista. Federico SOPEÑA
IBÁÑEZ.
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** Comentario incluido en el LP Discophon (S) 423 - 1974.
La Sinfonía sevillana fue compuesta hacia 1920 [en 1920] y con ella Turina obtuvo el
Premio de Composición del Casino de San Sebastián. Es en esta obra donde se patentiza con
más claridad la personalidad de Turina que, si en sus composiciones introduce constantemente
atrevidos procedimientos técnicos y audaces procesos armónicos, por la elegancia del
compositor y el buen gusto con que sabe arroparlos, nunca nos parecen estridencias
intempestivas. En la Sinfonía sevillana, Turina nos propone la contemplación de tres aspectos
de la ciudad. En el primer movimiento, Panorama se exaltan las bellezas de los jardines
sevillanos, en su aire elegante, el carácter íntimo de los fragantes patios de las casas, la
animación de sus calles y muchos otros aspectos de la ciudad. En el segundo de los movimientos, Por el río Guadalquivir, relata un idilio amoroso a bordo de una de las embarcaciones
que surcan el río al que se unen las coplas de los marineros y los ecos de una fiesta en la ribera;
en esta amalgama de ambientes y sentimientos, se revela el talento de Turina al lograr una de
las más bellas de sus páginas con elementos tan dispares sin perder por esta causa el sentido
unitario de la forma. En la tercera y última parte de la Sinfonía, los aires de fiesta son
expuestos con esplendorosa factura orquestal, las danzas surgen a ráfagas entremezclándose en
seductoras combinaciones y alternando con unas ideas que evocan el diálogo amoroso del
tiempo central de la Sinfonía. Francesc TAVERNA-BECH.
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** “El ensueño sevillano cantado y contado por Turina”, Ya (Madrid), suplemento: TeleYa, 22 de febrero de 1975, p. 8.
La Sinfonía sevillana (...) es un espléndido trabajo sinfónico y un buen ejemplo de
elaboración pintoresquista. La apelación genérica de sinfonía no es una palabra de la que se ha
echado mano fácilmente o al azar. La obra, concebida sinfónicamente, tiene cierta manera
sinfónica, ya que las tres partes tienen imaginación de tres tiempos de sinfonía y en sí mismos
están de algún modo emparentados con los movimientos sinfónicos.
En efecto, el primer tiempo (Panorama) corresponde en elaboración casi sonatística y
en profundidad a un primer movimiento de sinfonía.
El segundo movimiento (Por el río Guadalquivir) es el característico cantabile y
sentimental que podría corresponder a los adagios y andantes del género.
El tercero (Fiesta en San Juan de Aznalfarache) encaja perfectamente con el allegro
final de las sinfonías, tanto en su clima rutilante como en su estructura formal y sus constantes
rítmicas.
Para facilitar al lector la comprensión de cada una de estas encantadoras estampas
sevillanas intentemos el análisis en sus más inmediatos sillares.
Panorama se titula la primera parte, y, en efecto, de panorámica puede calificarse toda
esta página, en la que como en girar panorámico de una cámara cinematográfica, la visión
musical realiza, en abanico, un rápido, amplio y variante recorrido, guardando una unidad de
impresión. En todo panorama hay una unidad de conjunto y una diversidad de detalle. La
unidad la mantiene Turina, en este caso, por medio de la estructura y dibujo melódico del tema,
que va cambiando de postura, pero no de fisonomía.
Una introducción impresionista nos sitúa en un clima resplandeciente por el que cruza,
perezoso y ondulante, un suspiro de oboe.
Un tema se va formando y dando a conocer; se va perfilando y descubriendo, hasta
estallar franco y espléndido.
Sigue un amplio desarrollo en dos grandes secciones precedidas por el reposo de sendos
episodios lentos que, brevemente, las encabezan, dando paso a transformaciones del tema.
Todo el conjunto se cierra con un final rítmico y descendente apagándose hasta terminar
en repentino acorde fortísimo e inesperado.
Los encantos del Guadalquivir
La segunda parte (Por el río Guadalquivir) es un paseo sentimental por el insigne río
bético.
La evocación de sus aguas, las delicias del crepúsculo y los misterios de la noche,
reflejados en su espejo de ensueño: la fulguración popular -el alma folclórica del Guadalquivir-
y un clima poético parecen formar la temática de esta acuarela, cuyas bellezas melódicas
alcanzan en algunos momentos singulares cimas.
Una breve introducción protagonizada por los conjuros del violín solista nos pone en
situación fascinante, como si entráramos en el reino de ilusiones y ensueños que parecen
perfilar los ríos míticos.
Cantando con gran expresión, como indica el autor, y con un cristalino juego de
acompañamiento lleno de sutiles delicadezas y efectismos, despliega toda su emotividad y su
belleza encantadora una melodía -encomendada al corno inglés- deliciosamente nostálgica,
cuyo ritmo sincopado y riqueza tonal le proporcionan un cálido embrujo. Le salen al paso,
como juegos de náyades, unas regocijadas peripecias orquestales en forma de escarceos
danzantes; pero de nuevo resurge, dominadora y grandiosa, la melodía principal dinamizada
con la incorporación del corno, el oboe, la cuerda y el violín solista.
La escena cambia de aspecto e irrumpe rítmica y alegre una danza de corte popular
estilizado y brillantez tímbrica.
Un suave final va recopilando fragmentadamente las principales ideas de la pieza,
mientras se pierde en un horizonte de transfiguradas lejanías.
La gran estampa
Con Fiesta en San Juan de Aznalfarache, Turina ha logrado aunar el pintoresquismo
impresionista de una fiesta -sin las morbideces de las Fêtes, de Debussy-, el calor de un allegro
sinfónico (sin tenerse que atender a determinadas obligaciones de composición) y el esplendor
de una danza continua (sin rigorismos formales).
La intención del autor ha sido, sin duda, sumergirnos en la feliz vorágine de una gran
celebración popular, haciéndonos pasar, en el torbellino de una música rutilante, por el filtro de
diversas emociones: la alegría de vivir, el momento sentimental, el respiro apacible, la
palpitación del optimismo. Todo ello embarcado en el arrebato, ya inquieto, ya apacible, de una
danza interminable. José Luís LEGAZA.
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** Texto emitido por Radio Nacional de España.
Si Manuel de Falla ahondó en el sentimiento de lo andaluz, Turina lo pintó con gran
riqueza de colores. La procesión del Rocío fue el primero y definitivo cuadro. Pero en la
forma y duración la idea se amplía en la sinfonía sevillana, bien para darnos la forma rítmica de
los tiempos extremos, bien para llevarnos dulcemente por el curso sosegado de Por el río
Guadalquivir en el que las leves ondas de las aguas acompañan el canto de la Petenera. El
Panorama, primer tiempo, es como la visión general de toda Sevilla en su ser y su vivir; el
final, Fiesta en San Juan de Aznalfarache es una ebullición ruidosa y brillante, alegre y festiva
de las celebraciones hispalenses. Y por dentro discurre, tratada con libertad, la forma cíclica
que Turina aprendiera de D’Indy en la Schola Cantorum, de París. Turina pinta. Falla, evoca y
desentraña. Turina es como el gran Sorolla de Sevilla: personal y rutilante, pleno de sol y luces.
Enrique FRANCO.
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** Comentario para concierto de la Orquesta Nacional de 17, 18 y19 de marzo de 1978.
(...) Debe pensarse que la Sinfonía sevillana es obra de 1920. Los aires musicales
europeos, a los cuales fue tan sensible la técnica y la estética de Turina, sin olvidar su raíz
profundamente bética, lleva a la creación de esta página, que puede considerarse como la más
lograda de sus obras orquestales y una de las más dignas de admiración dentro de la producción
sinfónica de nuestro siglo.
(...)...con la aparición de esta Sinfonía al comenzar la tercera década de nuestro siglo se
puede saludar la primera gran obra de este porte escrita en nuestro país. Enrique SÁNCHEZ
PEDROTE
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** Turina, Madrid, Espasa Calpe, 1981, pp. 64-65.
(...) El primer tiempo se caracteriza por los continuos juegos métricos entre subdivisiones
binaria y ternaria (tresillos en el seno del 2/4, conversiones del 6/8 en ¾ y a la inversa). Hay dos
motivos bien definidos: el primero es una fugaz evocación del chotis -tan poco madrileño como
vasco era el zortzico de Ensueño [de Las danzas fantásticas]- y el segundo abiertamente
andaluz. Sin incidir demasiado en las contraposiciones temáticas de la forma sonata, se tensa el
curso musical para descender después, a través de la reexposición ortodoxa.
El segundo movimiento, de más sentido evocador lo inicia un cálido solo del violín; un
6/8 ondulante, sobre cuyo compás vuelven los timbres orquestales turinianos a recordarnos a
Dukas, se establece como característico fondo sonoro. Por fin brota la petenera, lenta jonda,
sentida, en largo solo del corno inglés. Una sección scherzando, que incluye una variante del
motivo de chotis, aporta el deseado contraste de que reaparezca la peteneras para ser recreada
brevemente por el tutti y por el violín solo. Se dinamiza el movimiento en aire de sevillana y
todo se desvanece en un final de gran poesía.
El último tiempo se abre en clima festivo, luminoso, y se cierra cíclicamente, con un
exaltado recuento de los temas característicos de los movimientos anteriores -el chotis, la
petenera-. La aportación temática de esta página consiste en sendas recreaciones libres de aires
de zapateado y garrotín, enmarcando un intenso pasaje andante. José Luís GARCÍA DEL
BUSTO.
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** Comentario al concierto de la Orquesta Sinfónica RTVE del 6 y 7 de marzo de 1982.
Se ha señalado la cima de la inspiración orquestal de Turina en dos obras muy próximas
en el tiempo: las Danzas fantásticas, cuyas dos versiones, las pianística y la sinfónica, ofrecen
aspectos igualmente válidos de la misma música, y la Sinfonía sevillana. En ese gran capítulo
de la producción del compositor, que es un ferviente y continuado homenaje a la ciudad que le
vio nacer, la Sinfonía alcanza una especial importancia no sólo ya por su extensión, sino por la
manera de enfocar la radical inspiración folclórica y por el cuidadoso trabajo de estructura. Se
ha dicho que Turina es un pintor de escuela latina, que hace de la luz su fin y también su medio.
Si el músico encuentra en el piano pretexto para la creación de multitud de pequeños cuadros,
en la orquesta, sobre todo con la Sinfonía sevillana, se propone como una especie de gran
fresco, un mural extenso, en el que se unen los motivos de ambiente y de paisaje.
En 1920, cuando Turina compuso su Sinfonía, hacía más de un siglo que esa palabra
había perdido su rigor formal. Indudablemente, la obra posee un carácter poemático, que se
subraya por los títulos de los movimientos, pero también responde a la denominación por su
planteamiento y por sus valores de forma. La orquestación cuida tanto la impresión poética -se
puede simbolizar en el solo violinístico o en la petenera que canta el corno inglés en el segundo
tiempo- como el conjunto sonoro, en el que el trabajo tímbrico tiende a lograr una
transparencia, una diafanidad nunca empañada.
En la Sinfonía sevillana tiene su mejor expresión el doble punto de partida que
caracteriza en gran parte a la música turiniana. Por un lado, ese amoroso respeto a la forma
cíclica al que ya me he referido antes, y por otro el nacionalismo colorista, fundado en la
impresión, y emparentado indudablemente con las músicas que hacían los enemigos de la
Schola. Es un nacionalismo suavizado, equilibrado, en el que el documento folclórico o el tema
folclorizante sirven como motivos para un elaborado desarrollo. No quedan como meros
detalles ornamentales, sino como puntos de apoyo o núcleos generadores.
El primer tiempo de la Sinfonía, titulado significativamente Panorama, es una completa
y atractiva pintura. Luminosidad, color, alegría y también melancolía. Algún elemento rítmico,
como el chotis madrileño, fija la situación y también el carácter de un personaje, que puede
estar presente en la obra desde el principio al final. Por el río Guadalquivir es un delicioso
viaje por las aguas tranquilas. La noche y sus perfumes. Furtivos reflejos. Y la melodía de esa
petenera que solo se interrumpe por ráfagas que llegan desde las lejanas luces de la orilla. El
final, Fiesta en San Juan de Aznalfarache, es el sonido de la danza sevillana, y de todo lo que
rodea al bullicioso grupo. Zapateado y garrotín dan el aire rítmico hasta que llega otra vez la
petenera con el aire triunfal de un canto a la vida. (...).
Es curioso repasar el sentido de las notas al programa de aquellos años. Parece que se
trata de quitarle importancia a la palabra sinfonía, asegurando que tiene un sentido literario, y
de acentuar el carácter de poema descriptivo. Se utiliza el subtítulo Episodio sentimental, y se
quiere reducir la obra a la simple narración de un idilio sevillano-madrileño, que se desarrolla
en el paseo o en la fiesta. Sin duda, se trataba de no asustar a un público aficionado a la
descripción evocadora. A través del tiempo, el valor de la música se sobrepuso con mucho a esa
pequeña idea anecdótica; el resultado artístico es, a veces, superior a la primera intención.
Carlos GÓMEZ AMAT.
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** “Centenario del nacimiento de Joaquín Turina”. Radio-2 de Radio Nacional de
España, programa nº 17 del 29 de julio de 1982.
El gran problema del sinfonismo español, aún en los años más brillantes de la música
española de principios de nuestro siglo, había sido tropezar con compositores a los cuales se
resistía abordar esta faceta de la composición para la cual no estaban auténticamente
preparados. (...).
[Panorama]. El violín abre esta estampa con una especie de desgarrador grito, donde no
sabemos si el autor ha querido entreabrir la ventana de una especie de pena negra, cuya más
alta expresión se encontrará en el canto iniciado por el corno inglés. Tal vez el empleo de este
solo del instrumento de madera sea una muestra admirable del dominio orquestal y sus recursos
tímbricos poseídos por Turina. La canción andaluza no ha podido ser mejor elegida: la
petenera.
Arcadio Larrea [folclorista] ha señalado el posible origen foráneo de esta canción
andaluza y gitana. ¿Pudo venir esto que los tratadistas del tema andaluz llaman los duendes de
unos cantes de moda entonces y de nombres tan curiosos como el punto de La Habana y El
paño moruno? Más nos inclinamos al primero de ellos. Es muy posible el origen antillano de la
petenera. Por otra parte no debe olvidarse que Paterna de la Rivera es lugar muy próximo a
Medina Sidonia, en la provincia de Cádiz. La cantaora que hace popular este género es
paternera, de aquí vino, posiblemente, el nombre de petenera y su nombre lo encontramos en
Escenas andaluzas, de Estébanez Calderón. Turina se aproxima mucho más al dramático acento
de las llamada peteneras de Medina (de la provincia de Cádiz) que al aire más luminoso de
aquellas otras popularizadas por ‘La niña de los Peines’, sevillana.
Fiesta en San Juan de Aznalfarache es un cuadro situado en la orilla derecha del río
Guadalquivir. Aquí se abandona la trágica aportación del jondo para marchar a un ambiente
esencialmente sevillano, de alegres bailes y festividad más luminosa. Vemos muy libremente
tratados los aires del zapateado y del garrotín (una forma de baile andaluz que parece haber
emigrado del norte de la Península) y adoptar en su aclimatación los vivaces aires del bajo valle
del río. Enrique SÁNCHEZ PEDROTE.
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** Comentario para el concierto de la ORTV del 13 de noviembre de 1.985.
(...) En el centro de [las] (...) menciones de Sevilla, presidiéndolas, hay que situar la
Sinfonía sevillana, que tiene mucho de poema sinfónico sin que se pierdan las características
de la forma que le da título y el contacto directo de Turina con la Schola Cantorum de París no
impidió la influencia del ambiente impresionista que se respiraba en aquellos años en la capital
francesa. Lo que tiene de poema sinfónico nos llega a través de impresiones sentidas por el
compositor, pero tan bien transmitidas que desbordan su realidad subjetiva. En la forma hay
más libertades aparentes que esenciales. Reduce los cuatro movimientos clásicos a tres y los
titula para dejar constancia de sus intenciones. Así, desde el panorama del primero con el que
sitúa al oyente, nos conduce por el río Guadalquivir, centrándose en el paisaje, para llevarnos a
la fiesta en San Juan de Alnazfarache, con la explosión del color de la ciudad a través de sus
danzas más características. Porque los elementos rítmicos cuentan con más que la cita popular,
que es solo pretexto. (...). Carlos José COSTAS.
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** ‘Sinfonía sevillana. Joaquín Turina’. XXV aniversario de la Orquesta de RTVE. Mayo
de 1990, CD Regis-Tro RTAC 002.
Podemos decir que el sevillano Turina ─1882-1949─ es a su ciudad lo que Falla a
Granada: lo sevillano, Sevilla o lo que es de Sevilla ─como el Rocío, la Giralda, Sanlúcar─
aparece, diría, que en más del cincuenta por ciento de su producción musical. No es extraño que
al escribir una sinfonía, acudiese Turina a su ciudad natal como fuente de inspiración. El
resultado es una gran composición que es sevillana, sí, por su luz, su colorido, sus temas, pero
no una sinfonía en el sentido clásico de la palabra. Podíamos llamarla no una rapsodia
sinfónica, sino una sinfonía rapsódica.
El primer movimiento, después del tema-enlace que, según el sistema cíclico seguido
por Turina, aparecería en los movimientos siguientes, encontramos otros dos: uno, garboso y
elegante, en 2/4 y, otro, juguetón como un zapateado en 6/8 que admitiese de vez en cuando
algún compás en ¾. En el segundo movimiento, tras la pasión contenida de un solo de violín, y
acompañados por una petenera que, en su versión estilizada, más parece una canción de cuna,
el Guadalquivir nos lleva a diferentes rincones sevillanos desde donde escuchamos roces de
faldas de volantes, un presagio del garrotín del tercer movimiento, y unas alegres sevillanas:
hasta que el motivo cíclico con emoción, en el violín solo, sobre el mecerse del agua de los
violoncellos, finalice quietamente nuestro viaje. La fiesta del tercer movimiento es un acerbo de
ritmos andaluces: sevillanas, ayes flamencos, paseillos, farrucas y un garrotín, ya hacia el fin,
en el metal; ahora, sin inhibiciones, la petenera nos conduce al tema principal de la sinfonía
que, con solemnidad y entre fuegos de artificio, dan fin a la fiesta y a la obra. José I. TEJÓN.
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** Comentario para incluir en el programa de mano de la Orquesta Sinfónica de Sevilla
del 5 de febrero 1992.
Dijimos al comienzo que no eran muy diferentes, musicalmente hablando, los
postulados de los que partió Turina [de los de Max Bruch, en su primer Concierto para violín y
Ricardo Strauss, en Metamorfosis] para componer su Sinfonía sevillana y nos mantenemos en
lo dicho, por más que los resultados sean tan diversos. También el músico andaluz da a luz un
verdadero poema sinfónico, por más que lo intitulara con el sustantivo sinfonía. De hecho, el
propio Turina nos aclara esta cuestión en unas notas escritas para el estreno de la obra: «... La
palabra sinfonía tiene en esta obra un sentido literario. La Sinfonía sevillana es, pues un
poema, algo así como el palpitar de la ciudad andaluza. Es el marco y el ambiente en el cual se
inicia un idilio que se exaltará libremente, sin ningún género de obstáculos”. Esto es
descriptivismo paisajístico imbricado en una leve trama argumental, algo que los románticos
gustaron de practicar, y recordemos si no a Mendelssohn de la Escocesa o la Italiana o a
Schumann de la Renana.
De hecho Sevilla, su ciudad natal, se erige en el principal motivo inspirador de la obra
de Turina, que abandonó la capital andaluza muy joven y en la que nunca volvería a residir de
manera fija. Turina, eso sí, está bien lejos de poseer esa actitud arrogante y autosuficiente de
Strauss. Era una persona humilde, afable, sencilla, que gustaba de componer música de
parecidas características. Su catálogo -en el que brilla con luz propia su amplísima parcela
pianística, aún poco conocida- nos muestra las consecuencias de un credo estético en el que la
fidelidad a un lenguaje -en su esencia, el aprendido durante su estancia en París- y una estética la nacionalista, que le llevó a ennoblecer y difundir la música española, secundado por nombres
de la talla de Albéniz, Falla o Granados- que para Turina resultaban irrenunciables e
indisociables de su labor como creador. Un repaso de sus obras nos muestra este españolismo
de alta escuela las más de las veces, pero desgraciadamente infravalorado o sencillamente
desdeñado con argumentos inconsistentes o flagrante ignorancia.
Entre la concisa producción orquestal de Turina, la Sinfonía sevillana cobra una
significación especialísima, y así lo supo apreciar un catador de música tan inteligente como
don Julio Gómez, que en un artículo publicado en Harmonía en 1939 [sic., enero-marzo de
1949] en el que habla de Turina como “príncipe y maestro” de nuestros compositores
contemporáneos, afirma, tras escuchar esta obra (...) que “no nos explicamos la razón de que en
España no sea esta obra tan popular como cualquiera de las sinfonías clásicas, cuando lo
razonable debiera ser que sus audiciones fueran en nuestras orquestas más frecuentes que las de
cualquiera de las habituales del repertorio universal”. No andaba muy descaminado don Julio, y
es que mientras británicos o franceses extraen, para sí y para otros, hasta la última gota de los
compases alumbrados por sus músicos -mediocres incluidos-, nosotros nos permitimos
despreciar lo que, para mayor desgracia, no ignoramos. (...). Luís Carlos GAGO.
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** Comentario al CD Diapasón CD-96.001, Editado por el Instituto Nacional de
Industria.
Gracias a dos capítulos no muy extensos de su catálogo, el camerístico y el sinfónico, se libró
Turina de lo que podía haber sido un peligro: el convertirse en un artista doméstico o limitado,
que solo canta lo que más próximamente le rodea. En esas importantes obras -importantes por
sentido, estructura, formación y ambición- no se puede aplicar aquello del dato anecdótico
minuciosamente descrito, al que se refería Adolfo Salazar. No es casualidad que la primera
composición importante de Turina sea un amplio Quinteto, construido concienzudamente
sobre el admirado modelo de César Franck. Más tarde, el músico llega a utilizar un término que
compromete, el de sinfonía. Aunque la Sinfonía sevillana pueda tener carácter de un poema
sinfónico en tres movimientos, el rigor formal resulta evidente.
La cima de la inspiración orquestal se encuentra en dos obras muy ligadas entre sí: las
Danzas fantásticas, de 1919, y la Sinfonía sevillana, compuesta y premiada en 1920. Carlos
GÓMEZ AMAT.

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