Transandino.

Transcripción

Transandino.
TRANSANDINO
una idea de TgP / un viaje de Rafo León / un objeto de Toronja y Ma+go
UNA OFRENDA A LA TIERRA / Ricardo Markous / Presidente de Directorio TgP
Volábamos en helicóptero sobre la traza de los ductos de
Camisea. Era una tarde tranquila y el clima era bueno para
navegar por los cielos surandinos. De pronto, con Ricardo
Ferreiro, nuestro gerente general, comenzamos a hacer memoria de esta primera década del proyecto. Repasábamos la
experiencia del primer quinquenio y lo que ha significado
construir el primer ducto de líquidos y el primer gasoducto
peruanos, y conversábamos también acerca de los últimos
años operando un sistema de transporte que debe abastecer
sin descanso la creciente demanda del hidrocarburo más
limpio y económico.
Mientras volábamos sobre los hermosos paisajes por los que
serpentean los ductos, nos sentíamos maravillados por las
antiguas culturas que brotaron de esa difícil geografía, por
sus historias y costumbres, por sus personajes singulares y
sorprendentes. Hablábamos de la suerte que tenemos de ser
parte de este proyecto y de cómo ha marcado nuestras vidas.
Entonces no encontramos mejor idea que imaginar un libro
que diera cuenta de estos alumbramientos. Por eso pensamos
en Rafo León, viajero experimentado y comprometido ambientalista, para que compartiera con nosotros sus pasos curiosos e incansables. Por eso le solicitamos a Toronja un libro
que escapara de la típica publicación corporativa y expresara
el asombro que vivimos en el Perú creciente de hoy.
Este es el fruto de aquellas cavilaciones y estamos muy
contentos ahora que podemos compartirlo con los amigos, a modo de ofrenda a la tierra en donde crecemos con
nuestros hijos.
CUSCO
Kp 10
LA SELVA Y LA CIVILIZACIÓN DE LO POSIBLE
La Amazonía es frontera. El territorio que más confrontó a los incas fue
también el espacio incomprensible donde los conquistadores europeos perecieron en busca del mítico El Dorado. Los misioneros, tenaces con la cruz
en la mano, complementaban a la espada que los militares llevaban en la
suya. Ellos entraron a evangelizar sin imaginar ni comprender el organismo vivo que pretendían estructurar mediante la palabra de Dios. “La selva
es la degeneración del espíritu humano en un desmayo de circunstancias
improbables pero reales”, escribió el capuchino Francisco de Vilanova, casi
500 años después de la llegada de los españoles, en un intento por describir el Putumayo. No es difícil imaginar qué sintieron sus predecesores.
Con el cataclismo de la Conquista, la selva cusqueña fue el reducto de Manco Inca, quien se instaló en Vilcabamba para resistir. Durante la Colonia se
vio desfilar por sus bosques a exploradores, misioneros y uno que otro colono europeo, criollo o andino. En el Amazonas se gestaron grandes fortunas,
delirios, grandezas y olvidos. Formada la República, se sucedieron las fiebres
del caucho, del oro, la madera, las campañas civilizadoras, los hacendados
y evangelistas.
En pleno auge cauchero desaparece en la selva el explorador francés Eugenio Robuchon, personaje novelesco ligado al boom genocida de la siringa.
Otro viajero no menos excéntrico, Thomas Whiffen, sale en su búsqueda y
describe la selva de una manera aterradora: “El eterno fango, el fango del
viaje sin ninguna piedra, sin un palmo de terreno honesto y sólido, hace
que añoremos la tensión inferior de peligros más definidos o de horrores
más insuperables. El horror de viajar por el Amazonas es el horror de lo
no visto”.1
Las personas que han habitado la selva desde tiempos sin data han sabido
interactuar con su entorno, desarrollando un conocimiento íntimo tanto de
la flora como de la fauna. Ese saber próximo, mundano y espiritual, implica
respeto, una sabia utilización de los recursos, de manera que las civilizaciones
indígenas han logrado beneficiarse de la naturaleza sin destruirla. Se valen de
cortezas, raíces, flores, frutos, hojas y fibras para cobijarse, tejer, sanar, rendir
culto y comer. La caza y el bosque se entremezclan con el universo humano.
La interrelación de los mundos es densa, bullente y florida. La abundancia
reflejada hasta la infinidad.
El matrimonio del Ande con la selva
Las culturas de los trópicos bajos tuvieron un área de influencia muy grande y aportaron ejes esenciales a la civilización andina. Donald Lathrap, uno de los arqueólogos que
más se ha involucrado con la Amazonía, sostiene que los
hombres de los bosques contribuyeron con los de las montañas con dos elementos culturales imprescindibles para el
desarrollo: la agricultura de raíces y la cerámica con cierto
grado de complejidad.2
Esta naturaleza tremenda e ingobernable siguió aterrorizando a Occidente,
casi al margen del paso del tiempo y de los avances tecnológicos; ingobernable incluso para la más sofisticada arqueología, pues las evidencias de la
presencia humana en los bosques nubosos y de lluvias desaparecen muy pronto, devoradas por la humedad y el monte. Y, sin embargo, la Amazonía tiene
reglas: se sigue rigiendo por la relación equilibrada entre las especies, plantas
y animales, lagos, ríos, lluvias y tierra.
Esta interrelación cultural se plasma en dos iconos compartidos: el jaguar y la coca son los dos componentes básicos de
la civilización andina, en el plano simbólico y en el terreno de
lo real. La coca, hoja sagrada, subía de los bosques amazónicos alimentando el mito de que en estos se gestaba la vida de
una manera inexplicable, pero abundante y llena de energía.
El jaguar, el felino feroz, está representado en su máxima expresión en el templo de Chavín, allí donde Tello vio la matriz
cultural andina, junto con un ave que aún hoy se discute si
es el halcón o el águila arpía. Chavín, Tiahuanaco, Wari, los
horizontes; las cumbres de la civilización andina están entramadas con las plantas, plumas, temores, felinos, aves y osos
de las tierras calientes e indomables.
1. Citado por Michael Taussig en Chamanismo, colonialismo y el hombre salvaje. Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1987.
2. El Manu a través de la historia. Pro Manu, Lima, 2003.
Kp 15
LA YUCA, RAÍZ DE LA COSMOGONÍA MACHIGUENGA
Los machiguengas, asentados en el Alto y Bajo Urubamba además de los bosques de Madre de Dios, descienden de la extensa familia lingüística arawak, la
cual se encuentra en muchas partes de Sudamérica e inclusive llegó hasta las
Antillas antes de la conquista europea.
Alrededor de la yuca se estructuró la sociedad en general: la familia, los roles sociales y la agricultura. En las comunidades machiguengas, los hombres
cazan y cultivan la tierra, mientras que las mujeres preparan masato, cocinan
yuca y tejen bolsones, cuerdas y kushmas. Las chacras machiguengas se basan
en el policultivo y en ellas se refleja su mirada integral del entorno. El valor
de la biodiversidad no solo proviene del bosque, sino que se complementa en
los campos de cultivo, en los que se encuentra cacao, maíz, piña, coco, café,
coca, frijol, algodón, yuca, camote, y, para favorecer la fermentación del masato, caña de azúcar y achiote, planta con facultades curativas cuyos frutos
tienen colorantes utilizados para pintar rostros y cuerpos.
Para los machiguengas, la creación del universo se debe a los seres infinitos, los saangaríite, y el principio civilizatorio se da cuando el señor Luna
enseña a los seres humanos a cultivar la yuca. Antes de ello, los animales,
plantas y personas fueron creados por los tasorinchi del paroto, un árbol
también conocido como “palo de balsa”. Los primeros habitantes del mundo
solo comían tierra y estaban contentos, pues no sabían lo que era la yuca
ni la agricultura.
Como es aún costumbre entre los machiguengas, cuando a una joven le
viene su primera menstruación la encierran en casa durante tres lunas. En
aquellos tiempos remotos sucedió que un día una muchacha comenzó a
menstruar, la encerraron y, mientras sus padres estaban fuera, apareció el
señor Luna transformado en hombre, con corona y kushma —túnica tradicional de algodón tejido—, y le pidió comida. Como la muchacha le trajo
tierra, el señor Luna se compadeció y le dio de comer yuca. Después de ello,
regresó Luna para enseñar a la familia de la muchacha lo que era la yuca y
cómo cultivarla. Este conocimiento pronto se expandió a los demás cultivos:
piña, plátano, caña, sachapapa morada, entre otros. Cuando la joven salió
de su reclusión, ya sabía asar yuca y preparar masato, la refrescante chicha
hecha de esta raíz.
Esta mítica muchacha tuvo tres hijos con el señor Luna, pero quien los concibió fue él —a través de su pantorrilla—, porque en aquellos tiempos las mujeres no sufrían pariendo. La prole de Luna se conformó de tres soles: uno para
el cielo, otro para los humanos y uno último para los muertos. Una tarde Luna
encontró a su mujer bañándose en el río e, iracundo, la encaró por no estar
trabajando. Ella intentó calmarlo pero no hizo sino enervarlo más. Fuera de sí,
terminó matándola. Desde aquel momento, todas las mujeres deben parir. Es
de este modo en que se conjugaron los flujos de la naturaleza, el agua fluvial,
la sangre femenina, la reproducción humana y los ciclos de la vida.
El espíritu curativo de las plantas
En el Perú hay cerca de diez mil machiguengas que, en su
mayoría, saben dar usos medicinales a las plantas del bosque. Las transformaciones espirituales son parte de este
conocimiento ancestral amazónico. El ayahuasca, cuyo
nombre significa ‘soga de los espíritus’ en quechua, es una
liana que se utiliza en sesiones rituales para curar distintas
clases de males. Por lo general, los curanderos realizan el
rito acompañados de por lo menos un miembro femenino
de la familia y entonan cantos llamados ícaros. El ayahuasca se toma por motivos mágico-religiosos en toda la Amazonía sudamericana y es una manera de entrar en contacto
con las fuerzas espirituales de la selva y los antepasados,
dado que a la liana también se la considera “abuela”, aquella
sabia consejera. Cutiparse es un verbo solo amazónico que
indica el mal proceso de quien quiso sanarse con plantas,
pero no respetó la dieta que estas exigen a cambio: abstinencia de alimentos irritantes, alcohol y sexo.
Los machiguengas también reconocen las facultades del
“huevo de gato” —llamado así por la forma de su fruto—,
cuya corteza o raíz se aplica sobre la picadura de víboras
para neutralizar el veneno. Hay plantas para contrarrestar
la fiebre, como la denominada "caña-caña", y otras que se
utilizan para curar la sarna, como las hojas de catahua.
El ojé cura la uta, expele parásitos intestinales y sirve de
analgésico. Algunas plantas aguzan la vista mientras se
caza, como el “pie de águila”, que se toma en infusión
y sirve para cuando un cazador se adentra en el monte.
Para los dolores de pecho se cocina durante dos o tres horas la raíz de sangre-sangre, hasta que adquiera un color
rojo intenso. Existe otra raíz que se hierve varias horas y,
cuando el brebaje se torna espeso, quien la bebe se transforma en tigre.
Kp 35
SHIHUANIRO: FUENTE DE VIDA, PECES Y SIRENAS
Por el río Shihuaniro, vecino al poblado de Timpía, en el Bajo Urubamba, se
ven las entradas a las chacras desde las riberas, pequeños caminos que apenas se diferencian entre la vegetación. Este afluente es un espejo de agua
verde-azulada sobre el cual reposan las hojas secas y se reflejan las ramas de
bobinsana, árbol cuya corteza cura la diarrea, el reumatismo y el resfrío, y se
dice que extrae su espíritu del agua, el cual se manifiesta bajo el aspecto de
una sirena.
Los platanales y la cañabrava se imponen a ambos lados del Shihuaniro. Los
niños con las mejillas y nariz pintadas de achiote se lanzan al río desde las
canoas y, en la orilla, las mujeres semidesnudas lavan ropa en cuclillas. En el
transcurso se ven troncos caídos, grandes rocas y tierra roja; canoas y gente
descansando sobre pedregales ribereños.
En las chacras por el río Shihuaniro se encuentran yucas, piña, camote, caña y
achiote. Asimismo, es posible toparse con cultivos de varbasco, del cual se elabora un veneno para atontar a los peces. A lo largo del río Shihuaniro se puede ver
la pesca en sus distintas formas. Una joven pareja pesca carachamas con una
canastita, mientras que su bebé descansa sobre las rocas de la ribera. Un adolescente captura bocachicos con arco y flecha, como le enseñó su padre. Saca un
promedio de un pez por hora, y después regresa a casa con lo obtenido, para que
su madre cocine los pescados en patarashca, modo de preparación en el que los
peces son asados envueltos en hojas de plátano o bijao. En algunos sectores del
río se ven pequeños montículos de cáscara de yuca para atraer al sábalo. Desde
las canoas, los hombres lanzan atarrayas, las redes circulares tejidas a mano por
los propios pescadores. Las técnicas de tejido son transmitidas de padre a hijo:
hacer una atarraya demora entre 30 y 60 días. Cada red tiene muchos colores
tejidos: verdes, azules, blancos, negros, rosados, rojos y celestes. Cuando esta
se rompe, se repara con hilos del mismo color para no quebrar la armonía del
diseño. Las redes tienen pequeños plomos y, por lo general, miden una brazada
de diámetro, aunque también se pueden hacer de hasta dos brazadas y media.
Cuando se lanza la atarraya y se jala una cuerda, los peces que están en su área
de influencia quedan atrapados en una especie de bolsa.
El origen legendario de los peces se remonta a Pareni, mujer divina que habría
surgido de los remolinos del pongo de Mainike, al igual que su hermano Pachakamui, divinidad relacionada al Pachacámac yunga que tenía el poder del oráculo
y la transformación de las personas en animales. Se dice que Pareni tenía varios
esposos y que un buen día ella colocó ajíes, de los que no pican, alrededor de su
cintura y debajo de su kushma. Cuando llegó al río, soltó todos los ajíes sobre el
agua y estos se convirtieron en peces. Uno de sus maridos le dijo una grosería
por haber hecho esto y Pareni lo condenó a ser picaflor, transformándolo en esta
pequeña ave para que se alimente de flores y arañitas hasta el fin de sus días.
El embrujo sexual de las sirenas
Se dice que los ríos están protegidos por los espíritus de las
sirenas. En toda la Amazonía se han registrado apariciones y
oído cantos de estos seres sobrenaturales. Las sirenas pueden llevarse a las personas a sus pueblos debajo del agua,
enamorarse de humanos, así como fungir de entes reguladores de los recursos fluviales. Castigan a los pescadores
que sobreexplotan lo que ofrece el río y premian a los que
realizan sus faenas en distintos parajes, procurando pescar
lo suficiente sin destruir los ciclos naturales de crecimiento
y reproducción de los peces.
Curiosamente, los aventureros españoles que se internaron en la selva creyeron ver sirenas ahí donde los manatíes
nadaban o se secaban al sol. La semejanza de la vulva de
la hembra del manatí con la de la mujer les produjo una
confusión en la que probablemente también se aparcaba el
deseo. El delfín, por su lado, se sumerge y sale cargado de
connotaciones sexuales entre los habitantes de la Amazonía. Suele aparecerse transfigurado en un joven gringo, de
buen ver, cuando alguna muchacha está sola en la orilla
del río. Muchas jóvenes que están embarazadas dan como
respuesta: “el delfín” a la pregunta inevitable.
El arte de la interpretación
Los machiguengas distinguen bien los olores del bosque y
los rastros de los animales, sus huellas en el barro, sus trayectos entre las plantas. Los sajinos andan en grupo y los
tapires se refugian en los aguajales; la carachupa, o armadillo, se protege en su caparazón pero es igualmente cazada
con flechas o machetes; y los samanis, ronsocos y venados
son también preciados por su carne. Las labores de caza
implican destreza técnica y el saber sortear los peligros de
la selva, tales como el jergón, una víbora agresiva, o las isulas, hormigas gigantes cuya mordedura puede causar desfallecimiento y fiebrones. Por las riberas reptan ociosos los
caimanes y croan las ranas de los atardeceres, sobre todo si
ya pasó la lluvia.
Se avistan en el monte los tigrillos, jaguares, búhos, murciélagos fruteros, añujes y osos hormigueros que comen isulas
y termitas a discreción. En las madrugadas, se despiertan
otros especímenes de la selva cuando el cielo está aún oscuro. Al amanecer se alborota el bosque con los monos rojos aulladores que resuellan como el viento de tormenta,
en tandas de barítonos vibrantes que diseminan la angustia
en el cielo recién abierto. A ello se suman los golpes de
los pájaros carpinteros contra los troncos, los pihuichos y
guacamayos que revolotean en grupos, chirriando sobre los
árboles y nutriéndose de la arcilla de las collpas, palabra
que deriva del quechua y se utiliza para denominar los lugares en que ciertos animales comen tierra para subsanar la
falta de sales minerales en su dieta vegetal. En el Bajo Urubamba, los pájaros se agrupan cerca de las collpas, paredes
acantiladas de tierra rojiza.
Kp 36
ENCUENTROS Y DESENCUENTROS EN TIMPÍA
Los machiguengas de Timpía y alrededores aseguran que cada luna llena sobre el río Urubamba, por donde desemboca el Sabeti, uno de sus afluentes,
se escucha el bullicio de un pueblo subacuático. A la medianoche aparece un
bote lleno de gente, pero este se esfuma de manera misteriosa. Otro de los
temores locales es que alguna sirena o boa haga que un bote se hunda, jalándolo hacia abajo. Los comerciantes que viajan de pueblo en pueblo a través
del río Urubamba conocen las historias y toman precauciones. Por ejemplo, no
viajan de noche y tienen más cuidado cuando pescan en invierno, porque hay
más remolinos “que tienen su boa”. Cada vez que llegan a un pueblo, estos
vendedores itinerantes alzan sus tiendas con estacas y plásticos y permanecen allí por una semana. El jefe de cada pueblo cobra una cantidad diaria de
dinero por su estadía. Timpía cobra 25 soles, mientras que Camisea exige 30.
Nuevo Mundo y Kirigueti son más caros: 50 soles.
Las rutas comerciales varían. Hay quienes viajan de Sepahua hasta Timpía,
surcando el río y deteniéndose en los pueblos intermedios: Kirigueti, Camisea
y Chocoriari. Otros comerciantes van desde Ivochote hasta Nuevo Mundo y
viceversa. Un recorrido completo puede durar dos meses. Al terminar, los comerciantes se proveen de mercadería por parte de los vendedores mayoristas,
quienes traen sus productos desde Quillabamba e incluso de Lima, pero vía
Satipo-Puerto Atalaya-Sepahua. Se puede encontrar de todo: galletas, pastas
de dientes, fideos, arroz, huevos, papas, verduras y abarrotes en general; gaseosas, cervezas, toallas, casacas, pequeñas radios a pilas, polos, pantalones,
botas de jebe, velas. Los comerciantes duermen en sus botes y en la mañana
desayunan sopa de arroz con zanahoria, papa y pollo.
Desde el pequeño mercado de Timpía, con sus dos o tres puestos surtidos de
toda clase de artículos, se ve la misión dominica creada en 1953. La comunidad de Timpía, que hoy tiene más de 600 integrantes, se formó en torno
a las actividades misioneras, al igual que Sepahua, Koribeni y Kirigueti. La
presencia dominica se afianzó en la Amazonía desde que a finales del siglo
XIX el gobierno peruano y la Iglesia Católica consideraron necesaria la evangelización de las comunidades nativas. El papa León XIII animó a los obispos
a diseminar la fe romano-apostólica en la selva, y en 1902 se fundó la primera
misión del Alto Urubamba en Chirumbia. Siguieron otros experimentos misioneros breves, pero debieron suspenderse por enfermedades —sarampión,
fiebre amarilla—, inundaciones o flechazos.
La entrada de los misioneros a la selva coincidió con el boom del caucho.
Cuando decayó la fiebre cauchera surgieron los patrones regionales y sus
extensas haciendas de café, cacao, algodón o varbasco. Al mismo tiempo, en
el Bajo Urubamba habían aparecido grandes curacas, como Italiano, Romano
y Shirungama, que obligaban a muchos machiguengas a trabajar para los
hacendados, siendo el nexo entre las comunidades nativas y las demandas
del mercado occidental. En este contexto de correrías, los machiguengas se
internaron aun más en el bosque o se aproximaron a las misiones dominicas
para escapar de la explotación y la enfermedad.
Hoy, Timpía es una localidad en la que los pobladores dependen de la caza,
pesca, agricultura, el comercio y la ganadería para sobrevivir. El crecimiento
de este pueblo y de sus actividades agropecuarias están alejando a los animales silvestres que antes se encontraban más cerca y en mayor cantidad. La
amenaza humana también recae sobre la charapa y otros anfibios que aún se
encuentran en las cochas buceando junto a los ronsocos, entre shanshos que
cuidan sus nidos y libélulas que descansan sobre las ramitas que salen del
agua y luego golpetean sus torsos sobre la superficie acuática como parte de
su vuelo errático.
El otro canto del páucar
Quien se interna en la selva amazónica escucha cómo
irrumpe en el bosque el ocasional canto del páucar , la oropéndola, ave negra con plumas amarillas en la cola, cuyos
nidos cuelgan de los árboles como lágrimas. Los sonidos
que emite a veces se asemejan al llanto de un bebé; otras,
al silbido de los hombres o a la entusiasmada conversación
entre mujeres.
La leyenda cuenta que érase una vez un niño al que le encantaba repetir todo lo que oía y se divertía mucho imitando a las personas. Un buen día él dijo que una anciana
vecina era bruja y, cuando esta se enteró de ello, decidió
castigarlo. Ella era una hechicera del bien que vivía entre la
gente y, como el chiquillo se había ganado la antipatía del
pueblo, consideró mejor transformarlo en pájaro. Entonces,
cuando el niño se fue al campo vestido de negro y amarillo,
lo convirtió en páucar. En la actualidad, el canto de esta ave
significa que habrá buenas noticias y visitas, a diferencia
de lo que sucede con el tucán, pájaro que canta la tristeza
ajena, aquella producida por los padres e hijos que mueren.
Kp 38
EL PONGO DE MAINIKE, EL ÚLTIMO UMBRAL
Siguiendo el curso del río Urubamba hacia la capital de la provincia cusqueña
de La Convención, se llega al pongo de Mainike, lugar sacro para los machiguengas porque todas sus almas van allá al morir. Pongo proviene del quechua
punku, que significa ‘puerta, entrada, acceso’ o ‘portal’, mientras que maine o
maini es un modo local para referirse al oso de anteojos, animal sagrado en el
universo espiritual machiguenga. De alguna manera, el pongo de Mainike es
un ingreso al mundo de los muertos, al más allá. De por sí, es un lugar peligroso del río, con remolinos, fuertes corrientes y vientos que hacen naufragar a los
botes. A la salida del pongo hay un área llamada Tonkini, y allí dicen que van a
parar los cadáveres de las personas y animales que se ahogan en este paso.
En los cinco kilómetros que uno debe recorrer para atravesar el pongo de
Mainike se ven altas paredes de piedra, cataratas, cavernas, aguas turquesas
y densa vegetación amazónica. Este trecho marca la transición de selva alta a
baja, por la cordillera de Vilcabamba, ya que es el último recodo de los Andes
antes de llegar a los sectores más calmos del Urubamba. Muchos pasajeros
creen que para pasar el pongo sin sufrir percance alguno hay que tinkarlo,
arrojando al río una caja de cerveza u otra ofrenda que logre apaciguar a los
espíritus que pululan por la zona.
Los machiguengas afirman que en el pongo hay una grieta en una de las paredes que se abre como una puerta a partir de la medianoche. Cuentan que
detrás de esa puerta existe una playa inmensa con gente divertida, que baila,
bebe e invita a los demás a unirse a la fiesta. Dicen: “Vengan aquí, vamos a
tomar masato”. Esas son las almas de los muertos que se llevan a los vivos
porque, cuando se abre aquella dimensión, se apagan los motores de los botes
y la gente se ahoga. Al amanecer, esa puerta es una hendidura apenas visible
entre las rocas.
Cerca del pongo de Mainike se encuentra Piedra Pintada, en Pangoa, donde
hay restos de pinturas rupestres. Sin embargo, este lugar no es el único. Los
petroglifos van desde la cuenca del Alto Urubamba, en Siete Tinajas, hasta la
parte baja del río, pasando Timpía. Un mito machiguenga dice que hubo un
hombre que venía del Cusco perseguido por sus enemigos. Entonces encontró
una piedra buena a poca distancia del paso y comenzó a dibujar con su saliva
mientras un mono bailaba con su pañuelo. La interpretación de algunos sugiere que este fue un augurio de las distracciones de la modernización, y que
ese mono alegre y bailarín significaba que otras costumbres irían socavando
las tradiciones machiguengas.
Oso todopoderoso
En la selva alta vive el oso de anteojos, considerado tasorinchi o todopoderoso por los machiguengas. Se lo respeta por
su fuerza y dicen que puede adoptar la figura humana.
El mito andino de Juan Oso o el Ukuku habla de la importancia simbólica del único oso que puebla los bosques nubosos amazónicos. Se lo diferencia de otros humanos porque
tiene una corona, los ojos grandes y el rostro pintado con
huito, un fruto que contiene jugos colorantes. Cuando se
aparece como hombre, el oso puede invitar a las personas a
su laguna, ya que tiene un pueblo debajo del agua al que se
llega a través de un camino ancho. La mayoría de inducidos
se quedan en el poblado del tasorinchi y los que a veces
logran escapar encuentran la muerte con un zarpazo del
oso de anteojos nuevamente vuelto animal.
Kp 40
TEJIDOS Y MASATO ALREDEDOR DEL SHIMATENI
A once kilómetros de Timpía se abre el río Shimateni, otro afluente del Urubamba. Se trata de una tierra en la que todos toman masato, inclusive los bebés en sus biberones, y es frecuente ver en los caseríos aledaños a las personas
masateando y conversando en pequeños círculos.
A un costado y debajo de un área techada con palmas, doña Susana Parotori,
de 84 años, teje una kushma sentada sobre la tierra. El complejo entramado lo
logra mediante un telar de cintura, en el que se coloca un cinto de cuero para
sujetar un extremo, mientras que el otro lado del tejido está amarrado a un palo,
por lo menos un par de metros más adelante. Esta técnica prehispánica todavía
se encuentra en muchas comunidades indígenas en todas las Américas y consiste en tejer hilos a diferentes niveles: superior e inferior. Las kushmas masculinas
tienen un corte de cuello en “V”, mientras que las femeninas son horizontales.
Pese a que están cayendo en desuso, suplantándose por camisetas de fútbol y
polos estampados con los logos de grandes empresas, la kushma sigue siendo
parte del tejido mismo de las sociedades machiguengas.
Otro caserío cercano alberga a las familias Matamala, apellidadas como el
padre Miguel Matamala, fundador de la misión dominica de Timpía. Allí, las
casas son de madera y los techos de hojas de palma, excepto una que utiliza
calamina y en cuyas paredes de leña se ven afiches de Bruce Lee. El patriarca
Luis Matamala tiene ocho hijos y uno de ellos, Humberto, es padre de niñas
que cargan pequeños baldes con camaroncitos y caracoles extraídos del río.
Hay gallos, gallinas y un guacamayo de pecho amarillo y alas azules que
anuncia las lluvias mientras canta e imita los gritos y llantos de los niños.
Cerca del río Shimateni crece la chonta, árbol cuya denominación científica
fue puesta por el investigador alemán Karl von Martius en 1823 y hace alusión
a Euterpes, una de las musas del dios Apolo, y además a la palabra griega que
significa ‘deleitando’. De hecho, esta palmera es un deleite culinario, porque
de las guías de sus hojas sale el palmito. También tiene bondades medicinales,
pues sus raíces hervidas son antiofídicas y alivian los problemas hepáticos y
renales. Para cortar un pedazo de palmito, Juan Santos, poblador de Timpía,
afila el machete contra uno de los cantos rodados del río. Luego, se abre camino entre el follaje a punta de machetazos y después corta un cogollo de
chonta, le va sacando capas de corteza espinosa y, tras rasgarla hasta llegar al
corazón, la deja lista para comer.
Kp 94
KITENI, LA VIDA ES UN MERCADO
Subiendo por la cuenca del Urubamba, se llega a Kiteni. Los niños juegan en
el río todas las tardes, saltando de troncos, balsas y embarcaciones; flotando
sobre llantas e inventándose un juego distinto para cada atardecer. Kiteni es
también un lugar de entrecruzamiento donde se pueden encontrar farmacias con nombres de divinidades andinas, tal como el Señor de Qoyllur Rit’i,
cabinas de internet, pollos a la brasa, chicharrón y samani al horno, roedor
oriundo de la selva.
El poblado es joven: su fundación oficial ocurrió en 1981. Antes de ser desplazados por los migrantes andinos, los machiguengas vivían allí asentados
en pequeñas comunidades y llamaban a aquel territorio kiteri o “quebrada
amarilla”. La llegada de los colonos del Ande se intensificó a partir de la década de 1970 y, con ello, se produjeron grandes cambios sociales y económicos.
Los nativos optaron por retirarse a otras tierras y los colonos se asentaron allí
para dedicarse al cultivo de café, achiote, cacao, frutas, plantas medicinales,
y a su comercialización. De este modo, los espacios sin linderos de kiteri se
transfiguraron en Kiteni, creación política.
En la actualidad, Kiteni tiene aproximadamente 1500 residentes, aunque se
vean más personas en sus calles, pues siempre hay gente de tránsito desde
Apurímac, Ayacucho, Puno y otras partes del Cusco. El movimiento comercial se hace notorio en la constante carga y descarga de los camiones y en
su gran mercado. Este fue inaugurado en 1984, pero luego fue remodelado
para albergar desde las seis de la mañana hasta las ocho de la noche a decenas de comerciantes en sus dos pisos, 115 puestos de concreto y frontis
en el que reluce la modernidad sobre sus ventanas de espejo. Dentro del
mercado se distribuyen varias secciones en las que se puede encontrar jugos, verduras, frutas; luego, a las señoras que venden plantas medicinales,
remedios naturales y servicios de toda clase. La mayoría de los puestos son
eclécticos. En uno solo se pueden vender zapatos, betún, caramelos, ollas,
naipes, linternas, pelotas de fútbol, jabón, pilas, lápices, sostenes y papel
de regalo.
A las afueras del mercado hay pequeños puestos de comida en los que se
ofrecen chicharrones, anticuchos y pollos a la brasa. Durante los fines de
semana, las calles de Kiteni se atiborran de personas que vienen del campo a
ofrecer sus productos de manera ambulatoria: café, cacao, hojas de coca. Los
pobladores descansan sentados debajo de los árboles en la plaza principal.
Hay música puneña de fondo y se escuchan los pregones de quienes alquilan
celulares. Se ven mujeres que llevan los inconfundibles sombreros de Puno,
estilo hongo, sobre la cabeza. La avenida principal que atraviesa el pueblo
es recorrida por camionetas de la empresa transportadora de gas, ya que en
Kiteni también se halla uno de sus campamentos.
A Kiteni llegan los circos, las ferias itinerantes y personas de lugares lejanos.
El curandero Juan Miranda Sayán es de Chulucanas, Piura, pero antes vivió
en Satipo, Ica, Pisco y Nasca, hasta que terminó asentándose aquí en 2007.
Aparte de atender a personas en su consultorio Señor de Ayabaca, conduce
dos espacios radiales diarios de media hora cada uno, en los que habla sobre
medicamentos naturales y salud. Y lo hace sanamente y con gran simpatía. En
su local prepara hierbas, hace macerados y realiza limpias con huevos o cuyes
cuando los pacientes están bajo el influjo del “susto” o “espanto”. Parte de su
práctica se vincula con la tierra, ya que hace un pago todos los años en agosto
para retribuirle por la sabiduría y salud recibidas.
A los pacientes, el maestro Miranda les chequea la lengua, los dientes, ojos;
les palpa el estómago y el pulso, y va detectando qué va mal en el organismo. Luego, les asigna una dieta sana compuesta de frutas y verduras y un
tratamiento naturista de dos o tres meses con plantas que, poco a poco, van
normalizando los flujos del cuerpo, revitalizando al ser. Porque las personas
no solo van por problemas físicos, sino también mentales o anímicos, penas
y preocupaciones, pensamientos que enloquecen y desestabilizan al espíritu,
daños venidos desde dentro o de la mirada envidiosa de los otros. Una de las
plantas con las que el maestro cura es la mucura, que elimina las malas vibraciones y cambia la suerte.
Kiteni es hibridación, amalgama de costumbres y gente. Incorpora tradiciones
de la selva y el Ande, así como santos traídos de Lima, Europa y México. Se
juntan las creencias prehispánicas, la sabiduría de las plantas, la fe cristiana
e ídolos populares que colindan con lo católico y lo pagano. En este pueblo
conviven el fervor hacia el progreso y los antiguos rituales de reciprocidad.
Aquí también confluyen aguas: el río Kiteni afluye en el Urubamba y, a su vez,
este se encuentra con el Kumpiroshiato. Continuando por este río se llega al
pueblo de Kepashiato, parecido a Kiteni porque su población se compone, en
su mayoría, por colonos.
Farmacología amazónica
Existen muchos brebajes especiales. Uno de ellos consiste
en cien isulas maceradas en licor de caña, miel de abeja y
chuchuwasi. Una cucharada diaria de esto durante un mes
ayuda a regular la diabetes. Para el reumatismo y los dolores de hueso es buena la combinación de chuchuwasi,
polen, miel, licor de caña y ajo sacha. Para la tos y los parásitos estomacales es infalible el jergón sacha, y para las
heridas y problemas de piel, el aceite de copaiba.
Para complementar la eficacia de estas plantas, don Juan
Miranda le reza a santos oficiales —Jesucristo, la Virgen
del Carmen y la Señora de Guadalupe— y populares, tales
como el Señor Cautivo de Ayabaca, San Martín de Porres
y el Niño Compadrito, una pequeña calavera milagrosa de
ojos azules y largas pestañas de plástico que cada día recibe
más feligreses en un altar situado en una casa cusqueña de
la calle Tambo de Montero.
La sanación de un bebé
En una limpia para expulsar los malos aires a un bebé, se
rocía un huevo con agua florida y luego se le pasa este por
la frente, mientras se repite el nombre del niño, se reza y
lanzan bendiciones. El huevo recorre su cabeza, cara, brazos, manos, pierna, torso, espalda y de nuevo regresa al
rostro, a la frente. Después, se rompe el huevo en un vaso
con agua, en el que el curandero puede determinar cuál
ha sido la dolencia del niño; si tiene tos, susto, alguna infección estomacal o si ha sufrido algún golpe o caída. El
curandero procede a sobarle la barriga y el resto del cuerpo
con un papel periódico doblado y rociado con agua florida,
proceso que es acompañado por más rezos. Hecho esto,
se quema el periódico hasta que se convierta en cenizas y
el curandero repite la operación, esta vez con dos velas. El
niño llora. Minutos después, el curandero enciende una de
las velas y saca un macerado para sobarlo sobre el bebé. Se
persigna con un cigarrillo apagado, lo prende y echa humo
al niño. Culmina la sesión con maraca y cruz en mano.
Kp 109
KEPASHIATO, LA CULTURA DEL CAFÉ
El café forma parte de la identidad cultural en La Convención. Las personas
mayores dicen que si no toman café antes de las nueve de la mañana, les da
hambre, pero que si toman dos tazas, pueden ir al campo y trabajar bien.
También toman café para las cosechas nocturnas de hoja de coca: primero,
dos tazas a las nueve o diez de la noche, y luego otras dos a la medianoche,
mientras chacchan coca. Así faenan hasta el alba.
A los alrededores de Kepashiato se están desarrollando diversos proyectos de
la Municipalidad de Echarate que buscan aumentar la productividad del cacao, los cafés especiales, los cítricos y la apicultura. Estos se desarrollan gracias al canon gasífero. Camino a las diferentes chacras y viveros se aprecia la
construcción de los puentes que forman parte de la nueva carretera a Kimbiri,
localidad cusqueña cercana a Ayacucho. En 2009 se terminaron de asfaltar
los 133 kilómetros que dividen ambos pueblos, con los aportes dados por las
empresas involucradas en la explotación y transporte del gas de Camisea. Este
tramo también ha reducido en un tercio la distancia de Quillabamba a Lima.
Antes, cuando se tenía que pasar por el Cusco, el trayecto era de 1.280 kilómetros, mientras que a través de Kimbiri son 864.
En los próximos años se busca quintuplicar la cantidad de quintales de café
que se cosechan por hectárea y mejorar sus cualidades para que sea un producto de exportación selecto. Hoy, en la quebrada Santoato se realizan faenas comunales para construir un vivero de café que servirá como unidad
de capacitación. Aquí se colocará medio millón de plantones de café de tres
variedades: caturra, típica y borbón. En esta primera fase, los participantes
ponen su mano de obra y realizan un aporte comunal gratuito a cambio de
ser beneficiarios del proyecto. Este año serán casi 300 los participantes en la
zona de Santoato y su número se duplicará en el 2010. Los proyectos impulsados por la Municipalidad de Echarate seguirán creciendo en beneficiarios y
capacidades técnicas, por lo menos, hasta el 2012.
En la escuela de campo de Santoato se implementarán parcelas demostrativas
para que los agricultores aprendan las técnicas mejoradas relacionadas con el
café, desde la semilla hasta su cosecha, tostado y comercialización. Otros retos
son el manejo de plagas y cómo evitar la erosión de los frágiles suelos de la
selva. Se busca mantener el equilibrio de la tierra, los recursos hídricos y la
rentabilidad de los cafetales. El programa enviará a un grupo de agricultores
y técnicos a Villa Rica, en la selva central, y a Colombia, para que emulen las
experiencias positivas que se han dado en estos lugares, en los que el café ha
recibido renombre internacional por su sabor y cuerpo.
Por otro lado, dado que el Perú es el segundo país productor de cacao en
el mundo, después de Nicaragua, también se están impulsando proyectos
para la mejora del cacao orgánico en el distrito de Echarate. A las afueras de
Kepashiato se aprecian los viveros de almácigos que serán injertados en plantas, al cuarto o quinto mes de crecimiento, y luego se trasplantarán en las
chacras. Para 2012 se espera trabajar 350 hectáreas de cacao y tener cientos
de beneficiarios.
Otros cultivos: cítricos y bosques
Entre los cítricos se está laborando con más de 200 mil
plantones de mandarinas satsuma y cleopatra, así como
con limas rampur, naranjas rojas, navelinas y valencia sin
pepa. Una vez que se realizan los injertos, las plantas son
trasplantadas en época de lluvias a las chacras de un sector
de los beneficiarios, los cuales alcanzarán un total de 1.600
personas. La primera cosecha será en 2012 y se aspira a
sacar la producción a Lima, meta que ha sido alentada por
la construcción de la carretera Kepashiato-Kimbiri, la cual
acerca estas zonas a regiones aledañas —Cusco, Apurímac,
Ayacucho— y a la costa peruana.
En el mismo espacio donde crecen los almácigos de cítricos, hay cerca de 100 mil plantones de especies del bosque, como el cedro, la caoba y el tornillo. Estas se utilizarán
en las campañas de reforestación locales que buscan contrarrestar los efectos nocivos que causan las actividades
humanas en la zona, en el afán de restablecer un orden
más equitativo y relaciones más equilibradas entre personas y naturaleza.
Kp 118
VILCABAMBA, VERDADES OCULTAS
Vilcabamba condensa una serie de construcciones culturales acerca de la
manera en que los incas se defendieron de los españoles y, a la vez, consiguieron depositar sus riquezas materiales e intelectuales en un arcano que
los expedicionarios, armados de los más sofisticados GPS de hoy, jamás
habrán de encontrar.
Parte de la cordillera Oriental, Vilcabamba está situada en la provincia cusqueña de La Convención, entre los ríos Urubamba, que nace en el nudo del
Vilcanota, y Apurímac. Nevados de hasta seis mil metros —que cada año se
muestran menos blancos—, punas y bosques de neblina definen un territorio
de pisos ecológicos diversos debajo del cual el mito y la verdad han colocado yacimientos enormes de metales preciosos: uranio, plata y oro. Y donde
brillan los metales, los destellos le restan importancia a la realidad: que lo
digan los conquistadores.
Lo verificable es que Vilcabamba era, en tiempos prehispánicos, la puerta de
ingreso al Antisuyo, el cuarto nombre, el que definía los territorios ubicados
al este del imperio de los incas y que aún hoy resulta de difícil acceso no solo
en términos geográficos, sino también ideológicos.
Las huestes incaicas entraron tarde a Vilcabamba, poco antes de la llegada
de los españoles, hacia 1470. Se construyeron caminos, durísima tarea en
terrenos imposibles. Se levantaron palacios a partir de rocas gigantescas, respetando sus formas naturales, como solían hacer los incas: eran las huacas.
Betanzos, explorador y cronista español de mediados del siglo XVI, menciona
templos de fábula en Vitcos y Rosaspata, este último con esa función holística
que hoy nos cuesta comprender, que reúne lo religioso con la observación
astronómica destinada al manejo de la agricultura.
Los conquistadores llegaron al Perú en 1532. Dice la crónica que los españoles
eligieron a Manco II como su aliado y que este aceptó, aunque en su verdadera
dimensión interior pasó de la duda a la resistencia. En 1536 el elegido por el
propio Pizarro reaccionó cercando la ciudad del Cusco por más de un año. Sin
embargo, los caballos, el acero filudo y la pólvora pudieron más y, superado
el cerco, Manco se replegó hacia el Antisuyo para reorganizar la revuelta. A
partir de ese momento la mítica Vilcabamba asciende varios peldaños en su
categoría de custodio y tesoro. Manco y sus sucesores resistieron por casi
cuarenta años. El punto final: la decapitación de Túpac Amaru I en la plaza de
Aucaypata del Cusco, el hijo del rebelde elegido, en 1572.
La presencia andina en Vilcabamba no terminó con esta ejecución artera. Los
incas habían construido ahí una réplica en pequeño de un Estado completo,
en cuanto a ejercicio de poder político, administrativo, militar, religioso y
hábitos domésticos. Una red de espléndidos caminos vertebró los bosques,
algunos descendiendo al piso del valle, otros en paralelo al río, senderos que
se interrumpían en pueblos y tambos y grandes ciudades como Choquequirau,
Acobamba, Vitcos, Puquiura y la misma Vilcabamba. Luego se instaló el silencio. El tiempo y la vegetación cubrieron las estructuras y construcciones, y se
fundó una nueva ciudad perdida de estirpe inca.
Recién a mediados del siglo XIX viajeros europeos, como el conde de Sartiges
y Angrand, se interesaron por Choquequirau. Antonio Raimondi llegó también
hasta allí y dedujo que estaba en el centro de Vilcabamba. Bingham cometió
el error que luego le daría la gloria: conoció Vitcos y Rosaspata y partió hacia
Espíritu Pampa sin sentirse convencido de estar pisando la mítica Vilcabamba.
Fue al llegar a Machu Picchu cuando pensó que por fin accedía al secreto
mejor guardado de los incas. Se equivocó pero ganó la suficiente fama como
para agenciarse de nuevos y suculentos financiamientos para continuar con
sus exploraciones y, sobre todo, con el mercadeo de sus descubrimientos. Estudios posteriores, hacia mediados del siglo XX, establecieron con mayor rigor
los emplazamientos más importantes de Vilcabamba, siendo Espíritu Pampa
uno de ellos. Aunque la leyenda de las plumas, la coca y los metales preciosos
siga velando una verdad que, de pronto, ni siquiera existe.
Plumas: el tesoro amazónico de los incas
Las plumas parecen haber sido uno de los temas de Vilcabamba para los incas, quizá más que el mismo oro. Hasta
hoy, en las comparsas que acompañan procesiones y fiestas en el Cusco, los grupos de danzantes llamados “chunchos” llevan como distintivo piezas del plumaje colorido
de aves finísimas, vistas por Qosñipata y también por el
descenso a La Convención, es decir, Vilcabamba.
Este nombre, Vilka Pampa, parece venir del aimara y, de
ser así, significaría “tierra del Sol”. Los incas, cuando invadieron, encontraron diversas etnias que se dedicaban
pacíficamente al cultivo del maíz, la yuca y la preciada
coca. Cazaban también aves, y de allí las deslumbrantes
plumas. Coca, plumas, metales preciosos: los tres pilares
de una leyenda real que siempre habló de riquezas ocultas
y espacios para ocultar otros tesoros.
Kp 153
MÉRIDA Y ROJAS, POESÍA HECHA MANO
El arte popular peruano es tributario de dos poderosas tradiciones: la andina
y la virreinal. Dos mundos desconocidos entre sí se encuentran con sus diferentes creencias, costumbres y valores. Se hace inevitable un choque entre
dos modos de ver, sentir y entender la realidad. Lo andino y lo virreinal se
superponen, asimilan, retroalimentan, y finalmente se reinventan, dando lugar a un arte híbrido, con hegemonías en pugna, siempre creativo, de donde
brota el caldo de cultivo del artista que busca crear un orden o, en todo caso,
subvertir el dominante.
Edilberto Mérida nace en la ciudad del Cusco, en el barrio de San Cristóbal.
La riqueza cultural de su entorno se convierte en fuente inspiradora para
su obra. De muy joven aprende de su padre el arte de la talla en madera.
Sin embargo, no siente en su tosca dureza el insumo ideal para desarrollar
su arte. Y es en el barro, en la arcilla, el engrudo y la harina de trigo donde sus manos, su fuerza creativa y expresividad han hecho de su obra un
nuevo referente.
Lo social no es en él solo una temática oportuna, sino su realidad más próxima. Mérida, testigo de la explotación de los campesinos, encaminó su obra a
exponer con un alto sentido crítico las desigualdades y los abusos de los cuales ellos eran víctimas. A lo largo de esta búsqueda encontró en el expresionismo al mejor aliado para retratar las penurias de los campesinos. Mérida se
detiene en detalles, en planos cerrados, pone literalmente el dedo en la llaga y
no da respiro: uno no puede ser un observador pasivo de su obra. Las miradas,
las manos, los pies desgarrados del trabajador del campo aparecen exagerados, retorcidos, aullantes. Su trabajo se carga de un sentido reivindicatorio. Es
contestatario, rebelde y, como todo arte que trasciende, cuestionador.
El Cristo andino
Una de las creaciones más reconocidas de Mérida fue la
representación de un Cristo campesino en la cruz abandonado a su suerte: huérfano, hambriento y desconsolado. Mérida propone un paralelo entre el sufrimiento y
la redención de Cristo y el campesino de los Andes. Para
ello utiliza un formato piramidal que le permite mostrar
la sublevación del campesino frente a la opresión del tristemente célebre gamonal cusqueño, de horca y cuchillo.
El rol de la mujer en el campo también es visto con ojo crítico. La vemos en sus actividades cotidianas y en actitud de
protesta frente a la marginación campesina. Este maestro
obtiene de manera única y brillante el máximo provecho
expresivo del barro; con él marca una posición crítica, de
protesta, reafirmando valores y costumbres, que se recrean
y perduran en el tiempo.
Cuatro cosas unen a Mérida con Santiago Rojas: talento, vocación, interés
social y Cusco. Solo una los separa –felizmente–: el estilo.
Miembro de una familia de artesanos cusqueños, Santiago Rojas no tuvo
más opción que seguir ese impulso inicial misterioso e irreprimible. Él encontró en su padre, Juan Rojas Huamán, y su hermano, Abraham, a los primeros maestros, los guías de su camino; ya más tarde él se echaría a andar
por cuenta propia.
El torneado de madera y la talla lo llevarían a desarrollar caprichosas siluetas
que emulaban una suerte de danza inmóvil. Su experiencia en las comparsas
de la fiesta de la Virgen del Carmen de Paucartambo tendría una influencia
decisiva en el desarrollo de su trabajo artístico. Ya no solo como adiestrado danzante que recrea una manifestación cultural, sino empapándose de
la práctica misma para recoger lo esencial y trasladarlo a otro formato: su
personal imaginería. Su acercamiento es vital y abarca diferentes registros, al
beber de la tradición para aportar una originalidad renovadora a la temática
popular.
Sus danzantes en miniatura, trabajados en madera, pasta modelada y policromada, poseen un nivel de detalle asombroso. Cargados de movimiento,
representan las comparsas de los danzantes y, además, algunas escenas religiosas, costumbristas e históricas. El colorido de sus trajes, la expresividad
de sus personajes, así como el manejo de la composición cuando representa
episodios como los del suplicio de Túpac Amaru y de su familia o la fundación del Cusco, logran un manejo de los planos visuales que potencia la
fuerza de su obra.
Rojas trabajó y revolucionó las máscaras que se usaban en la fiesta de la Virgen
de Paucartambo. En poco tiempo estas se volvieron las preferidas por danzantes de las distintas comparsas y terminó por convertirse en el mascarero del
pueblo. Sus máscaras de diablos son irreverentes, desafiantes y cautivadoras;
imitan la fisonomía humana y la de diversos animales trastocadas con rasgos
de locura. En esa misma línea, Rojas representa también personajes religiosos
y escenas de la vida cotidiana: guitarristas, borrachos, peluqueros.
Santiago Rojas es uno de los principales exponentes de la tradición clásica del
imaginario cusqueño. Con sus propuestas plásticas logra un profundo enraizamiento con la tradición popular, que luego será absorbido y multiplicado en
infinitas variantes que parten de un único estilo, el de Rojas.
Kp 160
MAZOKIATO, DIEZ AÑOS DESPUÉS
Continuando a contracorriente por el curso del río Kumpiroshiato, se llega a
los afluentes de los cuales se nutren los pobladores de Mazokiato, comunidad
machiguenga en la selva alta cuyo nombre significa, en su lengua, ‘quebrada
de sapos’. Es un lugar donde apenas existe una historia numérica, demarcada
por hitos en algún calendario, porque los nativos se rigen por la sabiduría
de los antepasados. Es un poblado que hace menos de una década entró en
contacto con la cronología occidental. Antes, no había meses ni años. Y solo
desde hace poco se ha adoptado un sistema de registro para los recién nacidos
que involucra el tiempo después de Cristo.
Hace apenas tres años llegaron a Mazokiato la escuela y la educación en castellano, por iniciativa de la empresa de gas. Los 20 alumnos provenientes de las nueve
familias de este poblado han empapelado el salón con dibujos y representaciones
de lo que aprenden: números, palabras, conceptos. El profesor viene de afuera y,
si bien los jóvenes entienden el castellano, rara vez responden en este idioma.
En 1999, cuando se iniciaron los trabajos del proyecto Camisea, los pobladores de Mazokiato se asustaban con la presencia misma de los helicópteros y
retroexcavadoras. Jamás habían visto maquinaria, pero rápidamente se habituaron a tales incursiones. Apenas a cuatro kilómetros del poblado pasa el
gasoducto y ello ha implicado sustanciales cambios en su estilo de vida. Como
parte del intercambio, llegaron la escolarización castellana y la calamina para
los techos, que antes eran de palma. Aparecieron los zapatos cerrados, las botas y carabinas para complementar sus sistemas tradicionales de caza.
Al entrar en un sistema de registro institucional, sea por el lado de la empresa, el Estado o el de las organizaciones regionales, tal como el Consejo
Machiguenga del Río Urubamba (Comaru), se comenzaron a dar nombres
cristianos a las personas. Antes de ello, cada quien recibía un nombre de
acuerdo con algún rasgo físico: a alguien muy delgado se le llamaba Inchákii o ‘Palo’. La mayoría de personas en Mazokiato aún están indocumentadas, no han votado en ninguna elección municipal, regional y, mucho
menos, nacional. Los nombres y apellidos que utilizan tienen un valor más
práctico que simbólico. En el proceso de evangelización que se dio en la
selva a partir del siglo XX, en los bautizos se asignaban los apelativos de
hacendados, caucheros o sacerdotes. Hoy, el secretario es el monitor de la
comunidad, quien escribe y registra los sucesos más importantes.
La vivienda típica machiguenga es grande, de forma redonda u ovalada, con
una pequeña puerta y techo de palmera. Dentro tiene por lo menos un fogón
y en los laterales del centro se ubican unas tarimas de madera que fungen de
camas. A un lado duermen los padres y, al otro, los hijos. Ahora ellos se cubren
con frazadas de lana, pero antes recurrían a una corteza de árbol para obtener
el material de tejido. De este sacaban lo necesario para tejer mantos y kushmas.
Y en 2002 comenzaron a usar los mosquiteros para resguardarse de los insectos
mientras duermen. A un extremo de la casa hay un pequeño corral para cuyes
y cada tanto se mete por la puerta una de las gallinas, sonámbula por el calor.
En las cocinas al aire libre, espacios sin paredes pero techados con palma, se
lucen las ollas con yuca, masato recién preparado, ají verde y pijuayo. Alrededor, unos troncos horizontales a modo de bancos. De una de las estacas
cuelga una correa de fibra tejida que será utilizada para elaborar una cartera.
En Mazokiato todos los hombres cargan una para guardar hojas de coca, entre
otras cosas. En cambio, las mujeres mayores se cuelgan semillas, colmillos y
monos choros disecados para adornar su belleza. Además, se pintan las mejillas y nariz con achiote, según la usanza ancestral.
La yuca, vinculada a los ritos de iniciación sexual, también se encuentra en los
orígenes cosmogónicos machiguengas. En la actualidad tiene funciones prácticas dentro de la socialización de las gentes y define los roles de cada quien.
Si las mujeres se dedican al masato y a otras labores específicas, los jóvenes
deben cumplir con destreza ciertas tareas para demostrar su hombría, tales
como cazar. Desde pequeños, los padres llevan a sus hijos al monte para cazar
monos choros, tapires, sajinos, carachupas, gallitos de las rocas, venados. Se
adentran días enteros, recorriendo el bosque y sus ríos, para regresar provistos de abundancia. Y de tales conocimientos se decanta el universo funcional
entre recursos naturales y sociedad.
El masato en la iniciación sexual
Tal como en otras comunidades amazónicas, el masato es
el pilar de las relaciones sociales. Cuando la primera menstruación de las adolescentes, estas son encerradas casi tres
meses en sus casas para que practiquen las técnicas de tejido y elaboración de la bebida. Después de este entrenamiento solitario, se les corta el pelo y salen de nuevo en
sociedad en el marco de una gran reunión, una masateada
gregaria, que las presenta listas para casarse.
La preparación de masato es trabajosa y se va aprendiendo
desde que las niñas son muy pequeñas. Consta de pelar la
yuca, lavarla y luego cortarla en trozos desiguales. Estos
son otra vez lavados y puestos a hervir a la leña. Estando
la yuca hervida, se retira la olla del fuego para proceder
a machucarla. Mientras se va chancando con una paleta
de madera, las mujeres mastican camote, lo escupen y lo
mezclan con la yuca, hasta lograr una consistencia más o
menos uniforme. Al final, se tapa y deja descansar varios
días para que el preparado fermente y tome un punto ideal
de sabor y frescura.
AYACUCHO
Kp 240
PALTAS, DE MAGNUPAMPA AL MUNDO
En las fértiles tierras de Magnupampa, en la provincia ayacuchana de La
Mar, crecen naranjas, granadillas, chirimoyas, tomates, pepinos, frijoles; y,
desde 2008, los agricultores están sembrando paltas en sus variedades Hass
y Fuerte, delicia mantecosa que en unos años se verá en los supermercados
de Lima y el extranjero.
Virgen de Fátima de Magnupampa se halla en el área de influencia directa
del gasoducto. TgP tomó la tarea de contactar al Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA) para sacar muestras de suelo y verificar si los plantones
de palta soportarían las condiciones de la zona. Al haberse determinado
que el terreno era propicio, TgP gestionó la obtención de 5.000 plantones
certificados en las instalaciones del INIA en Huanta, y ambas instituciones
acordaron realizar una serie de talleres de capacitación con productores potenciales de la comunidad de Magnupampa.
Los paltos se entregarán en dos tandas a los socios del proyecto, pero la
distribución de los primeros 2.500 ya fue hecha por las autoridades locales.
Fabiana Quispe, ingeniera agrónoma y relacionista comunitaria de TgP, dice:
“Nuestro compromiso fue entregar los plantones y, como no tiene sentido
entregarles las plantas y retirarnos, les damos asistencia técnica”. Hasta ahora se han desarrollado sesiones de capacitación que involucran el manejo de
los plantones y la aplicación de técnicas para injertar, instalar, regar, abonar
y podar”. La idea, como asegura José López, supervisor de proyectos del
área de gestión social, es que las poblaciones beneficiarias sean gestoras de
su propio desarrollo.
En la quebrada de Torobamba hay 80 jefes de familia hábiles y Nemesio
Huarcaya es uno de los 53 beneficiados por el proyecto. Actualmente,
tiene más de cien injertos que han prendido: están sanos y en proceso de
fructificación. Este primer año ha sembrado 30 plantones en su chacra y
les ha retirado las flores a los paltos para que los frutos no pesen sobre las
plantas, que “están muy wawas para resistir”. Antes, él solo tenía la palta
“topa-topa”, de tamaño pequeño, cáscara negra y delgada, una especie
poco resistente a los embates del transporte. En otros lugares de la quebrada se encuentra otro tipo de palta, que por su gran tamaño dificulta
su comercialización.
Huarcaya también cultiva mangos, papayas, limones y naranjas para la venta
local y el autoconsumo, pero espera que con las paltas Hass logre insertarse
en una cadena productiva que vaya desde Magnupampa a Lima y al mundo.
Y aunque aún está pendiente un ciclo de capacitaciones para facilitar la comercialización y búsqueda de mercados interesados en las paltas Hass, solo
es cuestión de tiempo para que el proyecto, así como los plantones, den sus
mejores frutos.
Más Hass, más fuerte
La variedad Hass, a diferencia de otras, tiene gran aceptación en el mundo por su exquisitez y tamaño estándar. No
es fibrosa, tiene buena resistencia y mayor cantidad de potasio que el plátano; además está probado que reduce los
niveles de colesterol en la sangre. Su origen data de 1926,
cuando Rudolph Hass adaptó una cepa de palta guatemalteca a las condiciones ambientales de La Habra, California.
En nuestros días, esta variedad es la que más se cultiva y
comercializa internacionalmente, y domina el 80 por ciento
del mercado mundial. Una curiosidad es que en el Perú, y
sobre todo en Lima, se sigue prefiriendo la palta fuerte.
Kp 259
VILCASHUAMÁN, DEJAR QUE LA ARQUITECTURA HABLE
La historia ha armado un extraño rompecabezas en Vilcashuamán: ha adosado
a este importantísimo legado inca un poco de arquitectura religiosa colonial,
de escaso valor pero superpuesta, lo que resulta en un híbrido fascinante. Y
la modernidad, la actual, la de los municipios que quieren hacerse notar con
sus plazas surrealistas y sus árboles podados en formas humanas, de soldados,
de héroes.
En la ruta del Cápac Ñan o Gran Camino Inca longitudinal, uno de los centros
administrativos más importantes del incario fue Vilcashuamán, el punto divisorio entre el norte y el sur del Tahuantinsuyo. Su nombre significa en quechua
‘halcón sagrado’ y se dice que el poblado habría tenido la forma de esta ave.
El ushnu, o plataforma sacrificial para las divinidades, habría conformado la
cabeza del halcón. En su momento de esplendor, Vilcashuamán albergaba a 40
mil personas y bullía de fe; era un espacio donde se organizaban la religión, la
política y el poderío militar.
Durante el incanato, todos los centros de importancia tenían un ushnu, que
articulaba los puntos de poder político con las fuerzas sagradas representadas
en las huacas. Fue el caso de Tambo Colorado y Huánuco Pampa en el Chinchaysuyo, lugares por los cuales también pasaba el Cápac Ñan. En Vilcashuamán, el ushnu tiene cinco plataformas y la forma de una pirámide trunca, con
una portada trapezoidal de doble jamba, por la que se atraviesa para acceder a
una empinada escalinata de piedras. Arriba del ushnu hay un asiento doble de
piedra labrada en la que se sentaban el inca y su esposa principal, la colla. Se
dice que este trono estaba recubierto por planchas de oro antes de la llegada
de los españoles en 1533.
Descendiendo por la parte trasera del ushnu se llega a una explanada donde
surgen dos recintos contiguos, que parecieran haber sido reservorios. Más
allá, un palacio que habría correspondido a Pachakuti. Tiene cinco entradas
trapezoidales y dinteles de piedra. Para acceder a la explanada por uno de los
laterales se atraviesa una portada. Detrás del palacio del noveno inca subsiste
la andenería incaica y un trayecto a un cementerio de estos tiempos, con
pequeños montículos de piedras al pie de los nichos y un memento de modernidad a todo volumen: música techno.
tres niveles; el segundo tiene hornacinas de forma trapezoidal, y subiendo por
las escaleras empedradas se llega hasta la iglesia en la cima. Abajo, regadas
sobre el pasto antes de llegar al templo, yacen piedras con animales labrados,
sobre todo el mono. Al lado del templo del Sol se encuentra el de la Luna y el
acllawasi, donde, según algunos cronistas, en algún momento hubo quinientas mujeres selectas y otras tantas vírgenes.
En la actualidad hay una explanada al frente de los templos del Sol y la Luna,
pero antes estuvo allí el concejo municipal, donde también se asentaban los
jefes policiales. Muchos pobladores aún recuerdan cómo en la madrugada del
22 de agosto de 1982 un grupo numeroso de terroristas de Sendero Luminoso
tomó la ciudad. Angélica Páucar, quien hoy vende sopa de trigo en una de las
esquinas de la Plaza de Armas, recuerda que cuando escuchó las explosiones
estaba en su casa: “Parecía un fiestón. Después he salido a ver el municipio.
Allá había un grifo y con eso aprovecharon para incendiar y meter gasolina en
una botella y tirarle al Concejo... Yo escuchaba de la iglesia a una mujer que
gritaba: ‘¡Viva la lucha armada!’”.
Hoy, Vilcashuamán es un apacible poblado por donde merodean turistas y pasean los lugareños. La Plaza de Armas muestra una estatua inmensa y dorada
de Pachakuti con un halcón sagrado. El inca está abierto de brazos esbozando
un gesto triunfante que se remonta no tanto al pasado incaico, sino al gusto
actual de las autoridades municipales y la memoria colectiva del pueblo.
La decadencia de Vilcashuamán se agudizó en 1540, luego de la fundación
española de San Juan de la Frontera de Huamanga, a 80 kilómetros al Norte
del centro administrativo inca. En 1912, José de la Riva-Agüero y Osma visitó
Vilcashuamán y escribió en sus Paisajes peruanos sobre la desolación que sintió en un lugar en el que la grandeza del pasado contrastaba con el profundo
silencio del presente. Decía que en Vilcashuamán se sentían los “restos de un
gran naufragio histórico bajo la luz del poniente, dijérase que las ruinas de
Vilcas entonaban un cantar desesperado, más desvalido y angustioso que la
música de las quenas”.
La victoria de Yawarpampa
Anccu Hualloc, mítico líder hanan chanka, se dirigió en
1438, con más de 30 mil guerreros, a conquistar el Cusco. La ciudad imperial estaba sitiada, muchos nobles habían
huido al Collasuyo, incluidos Inca Urco y Viracocha Inca, y
cuando se creía inminente la victoria chanka, Cusi Yupanqui
—luego llamado Pachakuti— organizó su ejército y trató de
forjar alianzas con otros pueblos.
Asimismo, el apabullamiento cultural y religioso de los europeos se refleja
en la iglesia San Juan Bautista, construida como una incrustación sobre el
templo del sol inca en la plaza de Vilcashuamán, de la misma forma que en
Huaytará, Huancavelica, o en el Koricancha del Cusco. Este templo presenta
La leyenda de los soldados pururaucas cuenta que Pachakuti ordenó colocar cientos de piedras vestidas de soldados sobre la pampa de la batalla para que los chankas
creyeran que el ejército inca era numerosísimo. Durante
la lucha, se dice que los dioses convirtieron a las piedras
en soldados reales y que por eso los incas se llevaron la
victoria en Yawarpampa. Las explicaciones racionalistas
sostienen que la multiplicación numérica de los guerreros
se debió a que otros pueblos se les aunaron mientras luchaban contra los chankas. Al final del combate murieron
22 mil chankas y ocho mil cusqueños.
Pachakuti, reformador del mundo, continuó sus campañas militares y conquistó los territorios ocupados por los
chankas, soras, pocras y rucanas, hoy en las regiones de
Apurímac y Ayacucho. Los enfrentamientos en Vilcas fueron cruentos, pero, una vez sometidas las poblaciones al
incario, Pachakuti designó a la capital de la Confederación
Chanka, Vilcashuamán, como llacta, o centro administrativo
de gran importancia religiosa y política. Allí se impusieron
el runasimi y las tradiciones incas. La arquitectura reflejó el
pulso imperial, al construirse una plaza en forma de trapezoide, un ushnu, un reloj solar, un acllawasi, un templo a la
Luna y otro al Sol, andenería y callancas.
Kp 279
IMPERIALISMO WARI
El primer imperio andino fue Wari (700-1200 d. C.), resultado de la mezcla
de tres grandes culturas: Tiahuanaco, del altiplano peruano-boliviano, Nasca
y Huarpa. Wari dominó gran parte del territorio peruano. Por el Norte llegó
hasta Cajamarca y Lambayeque; por el Sur, hasta Moquegua y el Cusco. Viñaque, la capital wari, se encuentra a 25 kilómetros de Huamanga, en un sitio
arqueológico que abarca 1.600 hectáreas y en el que, entre tunales, molles y
patis, resalen altas murallas de barro y piedra, espacios ceremoniales, núcleos
de poder, objetos de vaticinio, túneles subterráneos, acueductos y recintos de
vivienda, administración y control.
Los wari amalgamaron los conocimientos locales del señorío huarpa con la
organización política desarrollada por altiplánicos y nasqueños. El establecimiento de una estructura de gobierno imperial se vio acompañado por la
adopción de complejas técnicas arquitectónicas, alfareras y líticas, que también reflejaron el culto a Wiracocha proveniente de los tiahuanaco. Esta divinidad, conocida como “señor de los báculos” o “dios llorón” —porque tiene
lágrimas—, fue representada en la cerámica ceremonial y en los textiles wari.
En aimara, wira significa ‘sangre’ y en runasimi es ‘grasa de alpaca’, la cual se
quema con hierbas durante ciertos conjuros rituales. Qocha es ‘laguna’ o ‘repositorio de agua’. Apu Qontiti Wiraqocha es uno de los dioses primigenios del
antiguo Perú, ordenador del cosmos y fundamento del mundo, y cuya fuerza
se atribuye a las conjunciones energéticas del agua y el fuego.
Los wari fueron los primeros urbanistas del antiguo Perú, y sus jerarquías sociales se aprecian en la arquitectura: las construcciones más rústicas correspondían
al pueblo, mientras que las clases poderosas ocupaban edificios elaborados.
Se estima que Viñaque tuvo 50 mil habitantes. Los arqueólogos especulan
que el sector urbano de Capillapata, con sus muros dobles de hasta doce metros de alto y tres de ancho, era un cuartel para guerreros. Cheqowasi es otro
sector que habría sido utilizado por la casta dominante para preservar a los
muertos en cámaras de piedra que abarcaban cuatro niveles de construcción
bajo tierra. Este espacio se comunica por medio de galerías subterráneas con
el barrio de Monqachayoc, donde se han encontrado restos de mujeres decapitadas. Dado que solo se ha excavado una ínfima parte del complejo arqueológico, hasta hoy se han contabilizado doce o trece barrios amurallados que
se constituyeron de acuerdo con las actividades de cada sector poblacional.
Por ejemplo, Turquesayoc, ‘donde hay turquesas’, habría sido el barrio de los
artesanos que trabajaban esta piedra; Yanapunta, el sector donde se hacían las
puntas de lanza de obsidiana; Canterón, donde laboraban los picapedreros, y
Roblesmoqo, sector alfarero con un estilo que tomó el nombre del barrio.
En el sitio arqueológico hay una cueva llamada Infiernillo, de la cual los wari
sacaron la arcilla para sus trabajos de cerámica. La cerámica finísima de Viñaque fue influenciada por los nasca y se ha hallado en esta una buena cantidad de piezas sobre la vida cotidiana wari. Cuando decayó este imperio, los
chankas conquistaron sus territorios y utilizaron la cueva como cementerio.
Un poco más arriba está el cerro San Cristóbal, donde hasta hoy se realizan
los pagos —pagapus— a las deidades de las montañas para que protejan a los
animales, las plantas y la tierra. En la zona también reinan apus menores que
se comunican con San Cristóbal, el señor al que se le hacen los pagos principales con semillas, conchas marinas, chicha y coca.
En Viñaque, las hojas de coca están entre los vestigios ofrendatorios. Asimismo, se ha encontrado lapislázuli, semillas de lúcuma, maíz, frijol y hasta
maní de la selva. En algunas tumbas wari los muertos estaban acompañados
de spondylus, o mullu, ofrendas para los dioses y objetos de intercambio
entre los pueblos prehispánicos. Su presencia en Wari refuerza la idea de
que el imperio llegó hasta la costa norte del Perú y que estuvo en comunicación con otros pueblos costeños. El mullu solo se encuentra en las costas
tropicales del actual Ecuador. La expansión es un concepto inherente a la
tarea civilizadora y desafía al hombre a crear infraestructura que conecte y
propicie el intercambio.
Alucinando a los wari
Las serranías bajas de Ayacucho, en las proximidades de
Huamanga, son resecas y apenas lucen cactus de tuna, en
cuyas hojas reposa la cochinilla, que, tratada, será carmesí.
También hay patis, la especie de ceja de selva bajo la que
no se recomienda dispersar la conciencia mediante el sueño
pues se puede perder el alma. Ya los hombres wari usaron
los frutos del pati en rituales mágico-religiosos y como medicina. Es que, aparte de ser psicotrópico, el fruto del pati
bota un líquido lechoso que es anestésico y adormece, y
que se habría usado para trepanar cráneos. Las construcciones imperiales andinas estuvieron asociadas al uso de
plantas alucinógenas y sanadoras: no hay reino grande sobre la Tierra que pueda expandirse y conservar el poder si
no mantiene un contacto con el mundo de arriba mediante
un vehículo natural que altere la conciencia.
Si el pati tenía usos rituales y medicinales, el molle era usado para infinidad de fines: de sus hojas y corteza se obtenía
el color amarillo para los tejidos; de sus semillas, la chicha.
Como hasta hoy, la chicha más simple y barata: agua y semillas de molle. De hecho, los restos arqueológicos más antiguos que demuestran el proceso de fermentación chichero
se encuentran en Cerro Baúl, un importante asentamiento
wari en Moquegua. En la actualidad, el molle también sirve
para curar dolores de cabeza, muelas y garganta. Y empieza
a ser una especie de pimienta gourmet muy cotizada. La
tara era usada por los wari por sus propiedades medicinales
y para obtener los marrones en sus tejidos.
Kp 282
CERÁMICA, ARTE HEREDADO
En las apacibles calles empedradas del pueblo de La Quinua, cerca de la pampa
donde se libró la última batalla de las fuerzas independentistas americanas,
habitan y trabajan familias de grandes alfareros. Estas forman parte de las
tradiciones ayacuchanas, las creencias y el estilo de vida de la zona, pero también se han insertado al mercado mundial de la artesanía y exportan a Estados
Unidos, Alemania y Francia. Sin embargo, pese a su internacionalización, esta
cerámica no ha perdido su razón original. Hoy, en Ayacucho, encima de los
tejados se siguen viendo las iglesias de arcilla modelada, pintada y cocida. En
los hogares se usan platos, jarras y cucharas de cerámica que conviven con el
plástico. Y para las festividades religiosas se elaboran figuras de toritos, músicos, borrachos y santas patronas.
La tradición de colocar las iglesias de cerámica sobre los tejados se remonta
al bienestar común de las personas. Cuando alguna familia termina de techar
su casa, le coloca una iglesia acompañada de toritos o músicos para augurar
buenas fiestas y felicidad en el hogar. Los toros, se cree, alejan los rayos y
cuidan al ganado. Asimismo, dentro del sistema de dualidad andino, el toro
y el cóndor representan opuestos complementarios, el mundo de abajo y el
de arriba. En las festividades ligadas a la prosperidad del ganado también se
utilizan los cántaros en forma de toro para almacenar chicha.
Entre las representaciones más importantes está la Virgen de Cocharcas, culto mariano que se extiende por los Andes del centro y sur desde finales del
siglo XVI, y cuyo día de celebración es el 8 de setiembre. La leyenda cuenta
que Sebastián Quimicchi, de San Pedro de Cocharcas, recibió un milagro de la
Señora de Copacabana en el lago Titicaca y, en agradecimiento, decidió llevar
una imagen tallada de la virgen a su pueblo natal. La gran cantidad de milagros proferidos hizo que se propagara el culto y se realizaran peregrinaciones
desde Cocharcas hasta Huamanga, el Cusco y otras ciudades del Perú. En La
Quinua se arma tremendo jolgorio para la Virgen de Cocharcas, con bandas
musicales, baile y corrida de toros, actividades que también se relacionan con
las lluvias y la tierra. La fiesta se articula bajo la lógica de dar a la naturaleza
para que ella devuelva con abundante fertilidad.
Mamerto Sánchez, uno de los grandes ceramistas del Perú, recuerda que
antes la cerámica se intercambiaba por otros productos, como maíz, papa y
ganado, pero no se vendía. Con el tiempo, al padrino de la fiesta de la Virgen de Cocharcas se le empezaron a vender platos, porongos y vasos para
la chicha, así como figuras para los músicos y otros participantes, que este
daba en agradecimiento a los colaboradores en la festividad. A cada uno se
le regalaba una pequeña cerámica que representaba a su personaje, como
chicheras y cocineras.
Tres de los ocho hijos de Mamerto Sánchez —Jack, Cristian y Walter— también
son ceramistas. Al igual que sus hijos, él aprendió las técnicas para hacer cerámica de alta calidad de sus padres y abuelos. De hecho, Mamerto y sus antepasados consideran que la capacidad de trabajar con la arcilla ha sido un regalo de
los apu wamanis, o principales deidades de las montañas. Dentro de esta familia
de alfareros, el conocimiento se ha traspasado de una generación a otra desde
temprana edad y a través del ejemplo. Los niños miraban cómo hacía su padre.
Luego, ayudaban a preparar la arcilla, a pulir y reparar. Después, aprendían a
hacer pequeños platos y porongos para la festividad del agua en agosto.
Jack, quien reside en La Quinua con su familia, cuenta que su padre inventó
un plato con tres divisiones que se llama “el borracho”, porque en este se
pueden echar de manera simultánea chicha, cerveza y caña. Las separaciones
hacen que los líquidos circulen y desemboquen por tres picos distintos sin
mezclarse. En la actualidad, se utiliza este plato para recibir a los peregrinos
durante la festividad de la Virgen de Cocharcas. Sin embargo, el apego a la
tradición no ha desaparecido entre los nuevos creadores: los ceramistas más
ortodoxos aún obtienen sus pinturas de la tierra. Jack Sánchez camina dos horas para obtener la tierra negra y cuatro para la tintura del blanco. El morado
lo consigue del cementerio. El recojo de las varias clases de tierra se hace en
burro y durante la temporada seca.
Otra característica de los alfareros de La Quinua es que, si bien mantienen
técnicas antiguas, están abiertos a la innovación. Una vieja discusión reavivada en 1976, cuando el retablista Joaquín López Antay ganó el Premio Nacional
de Cultura otorgado por el Estado, se preguntaba sobre la diferencia entre un
artista y un artesano. En realidad, los ceramistas de La Quinua son ambos:
replican objetos en serie, pero también elaboran otros con sellos de individualidad. Mamerto Sánchez una vez soñó que atrapaba un pavo real y cuando
despertó incorporó esa imagen a su cerámica: creó un candelabro en forma de
pavo. Por su parte, uno de sus hijos, Jack, dice: “La artesanía imita, pero cada
artesano tiene sus ideas”. Es así que las hermosas iglesias a veces cambian
su clásico estilo y se muestran con torres caídas; y la modernidad invade los
motivos de la cerámica filtrándose figuras de Volkswagen escarabajos, taxis y
buses repletos de gente.
Agua sagrada
Yarqa Aspiy, o la limpieza de acequias, es otra fiesta que
requiere objetos utilitarios de cerámica. Es de gran importancia en La Quinua, porque involucra a toda la comunidad.
Para asegurarse la ventura de la tierra, los comuneros realizan un pago cada agosto y le rinden ofrendas a la madre
del agua, Yacumama, fundamento de vida. Mientras se limpian canales, pozos y otras fuentes de agua, se bebe caña
y se mastica coca; otras personas cocinan; otras tocan la
quena, el tambor y bailan. El trabajo comunal debe ser animado. Al final del día, se descansa para comer en la chacra
y se celebra bailando toda la noche el inicio del nuevo ciclo
agrícola. La fiesta del agua, ritual prehispánico, contribuye
al equilibrio social, a la productividad mancomunada y al
respeto mutuo.
Kp 289
PUYAS DE RAIMONDI, EL FUEGO DE LA VIDA
Las puyas estudiadas por el sabio Antonio Raimondi, o tikankas, crecen al ras
del suelo como sus parientes cercanas, las piñas, aunque con hojas más largas
y verdes hacia el centro, que se van tornando amarillentas y marrones mientras más cerca estén de la tierra.
Esta bromeliácea fue descubierta en Bolivia, en la región de Vacas, hacia 1830,
por el francés Alcides D’Orbigny. El viajero y científico italiano Antonio Raimondi la descubrió en el Perú, en Áncash, en 1874: “En la falda de los cerros,
en la banda izquierda de la quebrada [de Cashapampa], se observan, en un
terreno casi desnudo de vegetación, unas grandes matas con hojas espinosas
en los bordes, en medio de las cuales se levanta un gigantesco tallo cubierto en
casi toda su longitud de apiñadas espigas de flores”.3 Actualmente, la puya está
en peligro de extinción en todos los territorios donde crece, aunque se considera que en Bolivia está condenada a desaparecer de manera irremediable.
Kp 290
PACAYCASA, CAMINO AL ANDAR
En tiempos del llamado nomadismo primigenio, las cuevas resultaban esenciales para la supervivencia de los grupos humanos. La prehistoria peruana
tiene en Ayacucho uno de sus principales testimonios, hallados de tal manera
que permiten trazar una continuidad entre épocas remotas y otras más recientes, desde el uso de la cueva hasta la construcción monumental. El río
Ocopa marca el límite de la zona arqueológica wari en el distrito de Pacaycasa,
sede de importantes vestigios de épocas arcaicas, pueblos guerreros y grandes
imperios. En Pikimachay —o “cueva de la pulga” en quechua—, el arqueólogo
Richard MacNeish halló a finales de la década de 1970 los restos líticos más
antiguos de toda Sudamérica (cerca de 20 mil a. C.).
Con el tiempo, las puyas alcanzan en algunos casos los doce metros de altura.
Las hojas verdes se mantienen en la copa de la planta y, en la parte baja, los
comuneros queman las hojas para evitar que el ganado se quede atracado entre ellas, y para que —según la vieja creencia local— las flores broten. Por ello,
la puya es también conocida como el “árbol de fuego”. En quechua tikanka
proviene de la conjunción de t’ika, que significa ‘flor’, y kanka, que se traduce
como ‘asado’ o ‘quemado’.
De acuerdo con estudios de MacNeish, estas zonas eran recorridas por grupos
trashumantes andinos recolectores de raíces y frutos silvestres, y cazadores de
megaterios, mastodontes y caballos. Si bien hay una controversia respecto a las
hipótesis de MacNeish, existe consenso respecto a que las toscas herramientas
de piedra de Pikimachay son hitos de los primeros habitantes del Ande.
Quedan los troncos con rugosidades carbonizadas que brillan negro-azulados
contra el sol de la puna. Encima, pareciera que los troncos tuvieran bolas de
púas, de verde intenso y espinas rojas, entre las cuales se posan mariposas y
picaflores andinos. A partir de agosto, las puyas florecen y del centro de la
planta se erige como un tótem un gran racimo de varios metros de alto con
miles de flores blancas y millones de semillas. Las puyas pueden vivir más de
cien años y, luego de que la inflorescencia brota, mueren.
A medio kilómetro de Pikimachay se encuentran las pinturas rupestres de
Uchuypikimachay. Estos registros han llevado al arqueólogo Luis Lumbreras a
pensar que en la época de este nomadismo era esencial resguardar una buena
cueva, porque servía de refugio y santuario. Las cuevas no solo habrían tenido
los fines prácticos de almacenamiento y protección, sino que podrían haber
constituido espacios rituales, mágicos, en los que se sellaba la pertenencia y
evocación a los espíritus mediante los trazos sobre las piedras, así como se
ofrendaba, mediante la reproducción de escenas de caza, a las divinidades que
en reciprocidad garantizarían buenas piezas, especialmente camélidos.
Cuando las puyas florecen, los pobladores llevan al ganado para pastar. Una
vez que las plantas mueren, los comuneros las tumban y utilizan los troncos
para hacer bancos, cucharas, pequeñas piezas decorativas, puertas y formas
geométricas, para que los niños aprendan a diferenciar círculos de triángulos
y cuadrados.
Los cientos de puyas en el rodal de Chanchayllo, provincia de Chiara, se encuentran entre saucos y eucaliptos, piedras rosadas y azules de líquenes; pequeñas
parcelas, corrales y casas de piedra o adobe con techos de paja. El silencio es
roto por ladridos o mugidos distantes. Las gaviotas andinas y águilas sobrevuelan el bosque, mientras que tórtolas y canasteros revolotean entre las puyas.
3. Raimondi, Antonio. El Perú, tomo I. Escuela Tipográfica Salesiana, Lima, 1940.
En la evolución cultural de las civilizaciones en Ayacucho, aparecieron con los
wari las primeras redes de caminos durante el primer milenio de nuestra era.
Estos luego fueron incorporados al Cápac Ñan o Gran Camino Inca, que sumó
cerca de 50 mil kilómetros de red vial desde el sur de Colombia, pasando por
los actuales territorios de Ecuador, el Perú y Bolivia, hasta el norte argentino
y el centro de Chile.
El Cápac Ñan hasta hoy es visible en Pacaycasa; sin embargo, como ocurre
a lo largo de grandes trechos de la gigantesca red vial, no es fácil diferenciarlo de los caminos rurales construidos en otros momentos de la vida de
cualquier pueblo de esta zona ayacuchana. Las fuertes lluvias y el tiempo
han unificado la fisonomía de los viejos caminos y los más recientes, en una
trama que aún se mantiene para los recorridos cotidianos de pobladores,
pastores, cabras y vacas.
Kp 292
LOS TEJEDORES, UNA TRAMA QUE SE REINVENTA
El arte textil huamanguino actual tiene sus raíces precolombinas en los espléndidos mantos wari. Esta tradición se opaca durante la Colonia y resurge
con un giro nuevo en el siglo XVIII, cuando el boom de la minería en Cerro
de Pasco demanda que en un punto de tránsito como Ayacucho se produzcan
grandes cantidades de textiles rústicos —tocuyo y bayetas— para abastecer a
los trabajadores de las minas. Este auge productivo tuvo sus mejores momentos entre los siglos XVIII y XIX. Se sabe que en 18094 se dio una producción
de telas burdas que alcanzó las 700 mil varas y facultó la formación del gremio
de los obrajeros o tejedores. Estos artesanos se convirtieron en uno de los
elementos identitarios de la sociedad huamanguina, junto con otros también
ligados al comercio de paso, como arrieros y ganaderos. La circulación de sus
telas tenía un radio amplio que abarcaba Cerro de Pasco, el valle del Mantaro
y, por el sur, Lucanas y Andahuaylas.
La decadencia de los obrajes vino con el cambio de los ejes de recorrido
comercial y, mucho más tarde, con la imposibilidad de que una producción
artesanal pudiera competir con la industrial. Es a mediados del siglo XX que
el tejido huamanguino vuelve a surgir, con el apoyo de una serie de entidades
de desarrollo como el Cuerpo de Paz, pero ya completamente desligado de lo
utilitario y definido dentro del campo de lo decorativo. Alfombras, tapices,
frazadas y fundas para cojines van cobrando forma como nuevos productos,
pero cimentados en dos soportes tradicionales muy importantes: la organización familiar de los tejedores y la continuidad en el uso tanto de fibras como
de tintes naturales y tecnología. El telar de pedal —de origen europeo— se
mantiene como puntal.
de algodón entramada con lana de ovino hilada.5 Lo que hace la diferencia
entre los artistas de este tipo de tejido es el diseño, la creatividad basada en
la iconografía wari, recreada, o en la invención de formas nuevas, abstractas,
de acogida en mercados sofisticados de todo el mundo.
Los apellidos de mayor solera que identifican a los artistas huamanguinos del
telar son Sulca, Oncebay y Pomataylla, entre otros. Un elemento ancestral sigue en plena vigencia a favor de la continuidad de este arte: la disponibilidad
en los alrededores de Huamanga de una enorme variedad de plantas tintóreas
que dan gamas de marrones, cremas, plomos, negro, rojos, ocres, guindas,
amarillos, naranjas, verdes. Se piensa que esta variedad y cantidad de plantas
fueron elementos que sostuvieron la expansión del imperio wari.
En el viejo barrio de Santa Ana, en la parte alta de la ciudad de Huamanga donde reposa una decadente iglesia dedicada a la madre de María, los
textileros ubicaron su hábitat y allí se mantienen. En Santa Ana están los
talleres y galerías de los Sulca, con sus piezas de museo que no se venden;
allí se encuentran también los centros de producción masiva, que abastecen
a mercados de artesanía de todo el país con diseños a pedido. Los Huarcaya,
Huamán y Huamaní son tejedores de una nueva generación que conserva la
organización familiar como unidad productiva, y se han capacitado con distintas organizaciones no gubernamentales y empresas para producir, con los
estándares más exigentes, piezas decorativas sofisticadas, a pedido, que pasan
a decorar, desde este polvoriento y pobre reducto huamanguino, habitaciones
lujosas ubicadas en lugares dispares del mundo.
La frazada tradicional se fue sofisticando en manos que se movían en el terreno intermedio de la artesanía y el arte de galería, como las de los Sulca, y
fue adquiriendo otro estatus, el del tapiz de Huamanga, con variantes como
la del telar. En principio estas piezas tienen en común una urdimbre de hilos
Alfonso Sulca: un tejedor en primera persona
“Mi padre empezó en 1925 a trabajar en la transformación de la frazada utilitaria en algo decorativo, hasta 1954,
aproximadamente. Ese año recibe un encargo del obispo de
Ayacucho: tejer una alfombra, la más grande de Huamanga,
para la catedral. Ahí yo apoyo en la confección de la alfombra. Mi padre me cuenta que así descubre mi habilidad de
tejedor y diseñador y comienza a enseñarme. En el 58 gano
mi primer premio, por la indicación de él, mi maestro y a la
vez mi padre...”
4. Ayacucho, San Juan de la Frontera de Huamanga. Banco de Crédito del Perú, Lima, 1997.
5. Ibídem.
“Yo cambio la frazada utilitaria en tapiz mural. Cambio
materiales y la temática tradicional por la temática de la
decoración: aplico paisajes culturales y naturales. También
rescato la técnica de la tintorería nativa, ancestral, de los
prehispánicos. Eso ha gustado, pero no al mercado, sino a
personas muy especiales que llegan... Utilizo las cortezas,
los frutos, las flores, las raíces y la aleación con la cochinilla. Con eso se puede trabajar haciendo las mezclas, el
reposado, el bapurrichado, el enterrado. Algunas técnicas
las aprendí de mi padre, algunas innovaciones son mías…"
“En el pasado aplicamos la simbología geométrica. En la
simbología hay una forma de abstracción encerrada en un
cuadrado. De ese tema pasamos a las grecas. Son cenefas:
no tienen comienzo ni tienen fin. De ahí vienen los bloques
arquitectónicos. Son rocas, piedras labradas que han hecho
los prehispánicos. Interpretaciones mías de construcciones
de templos prehispánicos. Todo del imperio wari, aunque
también en fusión con otras culturas”.
Kp 294
MUSEO DE HUAMANGA, HISTORIA RECUPERADA
debió a un convenio suscrito entre el Instituto Nacional de Cultura (INC), el
Museo Nacional de Antropología, Arqueología e Historia de Lima, y Transportadora de Gas del Perú (TgP). TgP retribuía de esta manera, en parte, todo lo
que ha recibido de la región Ayacucho para facilitar la expansión de la matriz
gasífera en el país.
La remodelación del museo se efectuó durante medio año y, como resultado,
el número de visitantes se incrementó en 30 por ciento. En el proceso se hizo
un trabajo de reacondicionamiento del local: se repararon los techos, se adecuaron la temperatura y los niveles de humedad, se cambiaron las vitrinas y
se mejoró la iluminación para conservar mejor los materiales. Antes las piezas
se iluminaban con luces fluorescentes, cuyos rayos ultravioletas dañaban y
decoloraban la textilería. Hoy los tejidos son iluminados con tecnología especialmente creada para asegurar su preservación.
Durante la reestructuración se elaboró un plano para modificar el circuito de
visita y se construyeron rampas para personas en situación de discapacidad. De
modo paralelo, se analizó con el personal técnico del Museo de Antropología
cómo realizar el ensamblaje de la nueva infraestructura museográfica. Una parte
se produjo en Lima y la otra en Huamanga. En todo momento se tenía en mente
hacer del museo un espacio dinámico, en lugar de una estructura estática.
El trabajo de conservación se realizó en Ayacucho con restauradores del Museo de Antropología, investigadores de la Universidad Nacional San Cristóbal
de Huamanga y personal del INC. El material fragmentario encontrado en las
excavaciones fue reconstruido para ser expuesto. En total, se restauró el 40
por ciento de las piezas en exhibición con el fin de servir a la educación pública y ampliar el espectro turístico de la zona.
En 1974, la ciudad de Huamanga celebró el sesquicentenario de la batalla de
Ayacucho, que selló la independencia americana. Con tal motivo, los países
andinos obsequiaron a la ciudad diversos monumentos que hasta hoy rememoran el aniversario. Para esta ocasión se levantó el Museo Histórico Regional, destinado a conservar y exhibir testimonios del pasado de esta zona. Sin
embargo, Ayacucho, lo sabemos todos, sufrió con especial encono la violencia
política. El local del museo, como muchas otras obras públicas, sufrió un atentado que lo incendió, y a lo que siguió el abandono.
Fue el museólogo Rodolfo Vera quien, junto con un equipo del Museo de
Antropología, desarrolló un guión museográfico moderno. Antes no existía
coherencia entre las piezas y se confundían las explicaciones cronológicas. Al
no haber un hilo conductor, el museo no propiciaba un orden de información
claro para los visitantes. Hoy, la nueva propuesta comienza describiendo la
evolución humana desde los pequeños grupos de cazadores-recolectores que
habitaban las cuevas, hasta el establecimiento de las primeras civilizaciones y
el posterior desarrollo de los imperios Wari y Tahuantinsuyo.
En marzo de 2004, este importante museo, reconstruido y modernizado, reabrió sus puertas al público en óptimas condiciones de exhibición. Ello se
En el museo se exhibe un qero gigante en el que se representa a un personaje
felino circundado de cultivos. En diversos objetos aparece el dios de las varas
con aves y otros animales que forman parte de su séquito divino. También
encontramos ofrendas de cerámica en miniatura halladas en contexto ceremonial, durante una investigación en la que también se pudo extraer ollas
pequeñas, tupus, pequeñas vasijas antropomorfas y con diseños geométricos.
Del principal centro arqueológico wari, situado a 25 kilómetros de Huamanga,
se han trasladado al museo grandes monolitos.
Una de las piezas que destaca consiste en la boca de un inmenso cántaro que
muestra el rostro de un personaje chacchando coca. Es a través de la cerámica, textiles y otros restos que se ha podido extrapolar diversos hábitos de
los wari; entre ellos, su alimentación, basada en olluco, mashua, maíz, tarwi,
papa y quinua. Del mismo modo, se sabe que utilizaban lana de alpacas, llamas y vicuñas para sus tejidos.
Otro de los aportes del Museo Histórico Regional es que detalla cómo la cultura Wari estuvo influenciada por la Huarpa, la cultura base local que tuvo
contacto con Tiahuanaco. Sin embargo, los investigadores han determinado
que parte de la iconografía en cerámica y textiles utilizada por los wari, así
como las cabezas-trofeo y las técnicas de trepanación craneana son resultado
de la influencia nasca y, en algunos casos, paracas.
Ocurre que Wari, como todo imperio que merezca tal nombre, era expansionista. Durante su apogeo llegó hasta Lambayeque y Cajamarca en el norte
peruano, y a Arequipa y Moquegua en el sur. Desde que Max Uhle encontrara
en 1915 objetos tiahuanacoides en la Huaca del Sol de Moche, se inició el
debate sobre la presencia de las grandes culturas andinas en la costa norte
del Perú. Los hallazgos en las excavaciones que se realizan desde 1991 en San
José de Moro, centro ceremonial y cementerio prehispánico en La Libertad,
han demostrado que sí hubo presencia wari en el norte peruano.
Cuatricromía huamanguina
El pasado explica el presente. En las piezas wari se aprecia
la utilización de cuatro colores, los mismos que hasta hoy
emplean los alfareros de La Quinua, en Ayacucho, el principal centro ceramista de la región: rojo, negro, marrón
y blanco. Los wari creaban vasijas y platos con equilibrio
simétrico, cromático, y en algunos objetos insertaban retratos humanos y representaciones agrícolas y zooformas.
Varios de los motivos han permanecido, aunque modificados por la creatividad de los artistas contemporáneos.
Kp 295
MERCADO DE HUAMANGA, DAR Y RECIBIR
De pronto aparece un hombre vestido de danzaq, tijeras en mano, con su hijito, que lleva el mismo indumento. Danzan con la mirada puesta en algo y la
multitud los absorbe: ¿qué venderán? El mercado de abastos Andrés Vivanco
de Huamanga se encuentra al frente del convento San Francisco de Asís, pasando el Arco del Triunfo construido para conmemorar la victoria peruana en
el combate de 2 de Mayo contra los españoles. El espacio reúne diariamente
a cientos de comerciantes en rubros inclasificables: pan chapla, queso, diez
variedades de papa, frutas, ropa, jugos, aguas, chicha, carne, pollo, amuletos,
plantas y semillas mágicas; zapatos, artículos de librería, menús económicos,
discos piratas, películas, hierbas aromáticas y flores frescas.
Uno de los emblemas identitarios de Huamanga es su pan chapla con toques
de anís: seis por un sol. Lourdes Carbajal proviene de un linaje de panaderos
chapleros. Ella ahora tiene 50 años y desde los doce ayudaba a su madre a
elaborar el pan. Va al mercado todos los días y vende un saco entero desde las
nueve de la mañana hasta las seis de la tarde. En las noches se toma siete horas
para preparar su producto: “Primero, echo tres dedos de levadura fresca en la
artesa; duermo tres o cuatro horas y me levanto a mezclar. Después, moldeo
haciendo bolitas en las maderas y las llevo al andamio. Tapo con plástico y las
bajo para aplastar todito con rodillo. Allí duermo. Después quemo el horno, lo
barro con molle y empiezo a hornear. El pan está un ratito nomás. Sale, pongo
más y entra al horno; sale y entra. Cuando el pan está listo lo pongo en sus
tableros con mantelcitos y me vengo al mercado a vender”.
La señora Julia, de 85 años, vende condimentos molidos y recuerda que antes se ofrecía otra clase de pan, elaborado con trigo. Asimismo, cuenta que
antes las personas compraban chapla para comerlo con adobo de chancho
y que era común la venta de chorizo de cerdo, hecho con tripas rellenas de
manteca y achiote. Al lado del puesto de doña Julia se ubica una señora
que vende wawas, panes dulces en forma de muñequitas y cubiertos con
grageas. Pasan los caseros y ella les acerca un pedazo diciendo: “Prueba la
wawita, papá”. Las wawas se hacen con vino, huevo, coco rallado, manteca,
leche, anís, trigo, ajonjolí y mantequilla. Se venden a 50 céntimos las pequeñas y a un sol las grandes.
La llipta es una mazamorra de maíz con leche y hierbas, típica de Ayacucho.
En un rincón del mercado, doña Beatriz Flores sigue sirviendo llipta, así
como dulces de nísperos, calabazas y duraznos. Al igual que Doña Lourdes,
ella continúa reproduciendo las enseñanzas de su madre. Son muchos los
ayacuchanos que han emigrado a otras ciudades y países, y ahora regresan a
comer sus dulces.
Más al fondo del viejo mercado, por uno de los laterales, se encuentran las
vendedoras de chicha, refrescos y jugos. Está la célebre chicha no alcohólica de
siete semillas, bebida emblemática de Huanta, aunque creada por una señora
chiclayana. Fortifica la salud y refresca: arveja, haba, maíz, garbanzo, kiwicha, cebada y quinua. También se ofrece agua de maní, un poco fermentada;
chicha de jora y de molle, chicha morada, agua de manzana y de níspero, que
viene servida con los frutos. Al comensal se le ofrece una cucharita para que
pueda comérselos después de haberse terminado el líquido. La yapa es una
institución, pues no hay vaso que quede vacío. Lo mismo sucede con los jugos
de fruta. Los más populares son los de fresa, manzana, papaya, zanahoria y
noni con piña, kiwicha, miel o chancaca, ya que las personas recurren a este
extracto para combatir la gastritis, problemas al hígado o los riñones. La zalamería es parte del ritual de las jugueras cuando invitan a la gente a sentarse:
“Siéntese, caserita, preciosa, allí está la banquita... ¿Cuál le doy, mamá? ¿Qué
juguito le doy?”. Cuando las personas se sienten débiles, piden jugos con un
huevo crudo o alfalfa extra. Porque el intercambio trasciende la compraventa
de productos. Allí también unos se preguntan por otros.
plantas, semillas, conchas marinas e imágenes sacras contra todos los males, presentes y futuros: santos, amuletos y
flores, calaveritas, piedras y elementos que revierten la fortuna. La willka, que significa 'sagrado' en quechua, se utiliza
para curar el susto. También venden infusiones contra el
dolor estomacal y para las personas con rabia y nervios.
Está la “suerte margarita” para atraer la buena fortuna y
las flores rojas contra el mal del corazón. Las personas van
y compran manojos de objetos para darles a los cerros y
retribuirles por lo que reciben de ellos.
Kp 298
CHAPLA ROCK, CONTRAATAQUE MUSICAL
Ayacucho evoca iglesias, fervor de Semana Santa, piedra de Huamanga esculpida y sofisticada guitarra andina. Pero la guerra desatada por Sendero Luminoso en 1980 trastocó a la sociedad huamanguina tanto como los cimientos
del país, y tales cambios fueron asimilados por la juventud ayacuchana de
distintas maneras. Así, hacia diciembre de 1986, un grupo de jóvenes formó
el primer movimiento de rock en el interior del país: el Chapla Rock. Toma el
nombre de chapla porque sus integrantes consideraron que el rock que estaban produciendo era tan propio del lugar como el típico pan ayacuchano.
El sentido del pagapu
Otra de las costumbres que se mantiene vigente en la zona
es la del pagapu, en la que participan los ayacuchanos que
viven en la región y los que regresan para las fiestas y los
rituales que celebran la renovación del ciclo agrícola.
En el cine Municipal tocaron seis bandas ante 800 personas: NN Pies de Barro, Nicho Perpetuo, Los Tóxicos, Resurrección, Anatema y Apocalipsis. Rafael
Vargas Lindo, ex miembro de Resurrección, cree que el movimiento rockero cuajó en la Huamanga de los ochenta porque “fue un rechazo a toda la
violencia y problemas sociales que había en aquella época. Y si nosotros no
podíamos empuñar un arma, nuestra arma era la música. No éramos grandes
guitarristas ni grandes músicos, pero la música nos sirvió para dar a entender
lo que vivíamos”.
A partir de agosto, en el Ande se celebra gran cantidad de
fiestas en las que se ofrenda a la tierra, a los apus y al
agua. Hay todo un sector del mercado en el que se ofrecen
Se dio en ese momento el primer concierto de música under en Ayacucho.
El público se desbordó por ese hardcore básico que camuflaba la falta de
destreza técnica con instrumentos ruidosos. Apenas contaban con guitarras
distorsionadas —tres acordes—, bajo, batería y voz, los gritos que hablaban de
apagones, enfrentamientos y “fuego, peligro en la calle”. Como dice el Búho
Guevara, quien hoy toca el bajo en la banda de metal Satrias, “los tiempos violentos generan bandas más agresivas”. En ese entonces, también estaban los
grupos Crisis Nerviosa y Atentado, que tuvo una existencia efímera: muchas
bandas del movimiento chaplarrockero tuvieron su debut y despedida en una
única tocada. Solo quedaron los tercos.
Edwin Tampa Vásquez, entonces miembro de Apocalipsis y luego ex baterista de Uchpa, recuerda que Pax fue el primer grupo capitalino que tocó en
aquella Huamanga regida por el toque de queda, el estado de emergencia y
el terror. El Chapla Rock se vinculaba al movimiento musical subterráneo de
Lima de diferentes formas. A mediados de los ochenta nadie en el circuito
under nacional sabía tocar bien y solo importaban la visceralidad de las letras
y el ruido. En el centro de Lima había un pequeño local llamado No Helden
que se convirtió en el punto emblemático de la movida subterránea en el
Perú. Algunos de los músicos de la contracultura ayacuchana tocaron allí y se
familiarizaron con las bandas de subte y rock limeñas. Por ejemplo, Apocalipsis
participó en un festival en el No Helden y llegó hasta las semifinales.
En 1987 los músicos under de Ayacucho invitaron a Diario, un grupo folkrock
de Lima, para que tocara en el primer aniversario del Chapla Rock. Los limeños
se llevaron el susto de sus vidas porque hubo un atentado momentos antes del
concierto. Se oyeron detonaciones de bombas y dinamita, los lejanos ecos de
una balacera y Huamanga quedó a oscuras. Los ayacuchanos, acostumbrados,
hicieron lo de siempre: esperar a que volvieran la luz y la calma. Como en
1986, este concierto fue multitudinario.
de rock en quechua. Recién a partir de 1997 comenzaron a emerger más grupos
que han ampliado la oferta musical en la Huamanga de hoy, de bulevares y cosmopolitismo, donde se puede también ver a jóvenes dark, emos y electrónicos.
Estas expresiones culturales han encauzado el desconcierto de las generaciones
jóvenes que vivieron los conflictos de los setenta y ochenta a muy temprana
edad: con creatividad exorcizaron los fantasmas de un horror que parecía haberse instalado en Huamanga para siempre. Y no fue así.
Kp 300
RETABLOS, LA MIRADA RURAL DE JESÚS URBANO
Si hay una historia nítida de sincretismo entre lo prehispánico y lo colonial,
esta es la historia del retablo ayacuchano, expresión de arte popular que tiene
en Jesús Urbano a su máximo exponente vivo. El origen es una pieza española
conocida como capillita de santero, que usaban los arrieros para practicar sus
rezos diarios. Los belenes o nacimientos encuentran en estos cajoncitos un
espacio de despliegue y diseminación. Con la llegada de los españoles vienen
también las capillitas, que poseían la misma finalidad pero cuya construcción
estaba limitada a las manos de artesanos peninsulares, en el entendido de que
el indio no comprendía la hagiografía cristiana.
En el segundo aniversario, en 1988, asistió Eutanasia, una banda emblema
del punk limeño. En principio el evento se iba a realizar en un local sobre el
jirón Lima, pero a último minuto el dueño se echó para atrás. Entonces, los
músicos ayacuchanos gestionaron un espacio en el local más “subterráneo”
de todo Huamanga: un salón en el Hotel de Turistas. Esa fue la última edición
del Chapla Rock, movimiento del cual no queda registro videográfico y apenas
uno que otro afiche y maqueta sobreviviente. Sendero Luminoso fue perdiendo poder a comienzos de los noventa, pero siguieron existiendo grupos de
música metal, género que en la actualidad define la movida y que tiene mucha
acogida entre la juventud huamanguina.
La ciudad de Huamanga, fundada en el siglo XVI, fue pensada como lugar de
residencia por su ubicación privilegiada entre Cusco y Lima. Allí se construyeron solares, conventos y templos que hasta hoy hacen famosa a esta urbe
por su calidad y cantidad. Tanta demanda de artesanía exigió que los talleres
de imaginería religiosa contrataran a indios y mestizos como asistentes para
tareas menores. Las capillitas, en ese proceso, comenzaron a ser vistas con
especial interés por los ayudantes, quienes encontraron en ellas el escenario
idóneo para incorporar sus propios contenidos, ligar la vida al campo, e incluir
creencias antiguas y cábalas ganaderas en la iconografía santera española. Sin
embargo, la aristocracia blanca huamanguina no las aceptó: los temas rurales
no tenían cómo ingresar a un recinto de culto monárquico. La disociación
entre lo español y lo indígena marca en el siglo XVI la identidad de la capillita,
que comienza a ser reconocida con nombre propio y mestizo: cajón de San
Marcos, nombre que llevaría el retablo hasta el siglo XX.
Otras bandas que se forjaron durante la década pasada tocaban covers de blues,
como fue el caso de Uchpa, grupo que se hizo famoso por sus composiciones
Don Jesús Urbano Rojas nació en Huanta en 1925 y, como todo niño de su
condición, conoció de cerca el arrieraje. De joven fue aprendiz en el taller del
maestro Joaquín López Antay y, como si los hechos se tuvieran que repetir
para crear significado, sufrió mucho en su rol de ayudante. Los celos del
maestro no lo dejaban apropiarse de un arte complejo y misterioso, sobre todo
en su técnica: nadie sabía realmente qué materiales usaba López Antay para
construir las pequeñas figuras y cuáles eran los criterios para distribuirlas en
los dos mundos delimitados dentro de la caja: el de arriba (hanan pacha) y el
de abajo (urin pacha). Urbano tuvo que agachar la cabeza muchas veces y, al
mismo tiempo, crear su propio arte. Fue él quien descubrió que la papa era la
base material que empleaba López Antay en su trabajo y, por su cuenta, comenzó a experimentar con otro vegetal, el níspero, aunque como su maestro
solo utilizó tintes naturales.
López Antay, animado por la coleccionista Alicia Bustamante, había innovado el contenido de los cajones de San Marcos y no los limitó a lo usual:
el santoral cristiano en la parte superior y las faenas agrícolas y ganaderas
en la inferior. Comenzó a trabajar con mayor libertad festividades, leyendas,
relatos y vida cotidiana. Es decir, se volvió una suerte de retratista de lo
rural ayacuchano. Curiosamente, don Jesús regresa a la temática religiosa
pero desde la óptica del campesino y del mestizo. En su concepción el retablo es un cerro, un apu, que debe ser ofrendado y pagado. De ahí la nueva
configuración del espacio de la caja, donde los elementos cosmogónicos se
redistribuyen, expresando la visión religiosa que, hasta él, estaba sometida
a la clasificación cristiana oficial.
Don Jesús Urbano pierde un hijo a causa de Sendero Luminoso. Esta tragedia y la imposibilidad de seguir trabajando en Ayacucho lo traen a Lima
en 1983. Se instala en Chaclacayo, en Huampaní, donde hasta hoy continúa
creando y formando a jóvenes en su arte, que a lo largo de los años lo ha
hecho merecedor de varios reconocimientos como la Orden del Sol en Grado
de Caballero, otorgada por Fernando Belaunde; el premio Gran Maestro de
Artesanía Peruana, en 1993; y el doctorado honoris causa de la Universidad
de San Marcos, en 1998. Santero y caminante fue el subtítulo con el que
Pablo Macera publicó en 1992 un libro de conversaciones entre ambos,
donde el artista relata su historia entramada con la de su especialidad. Y
aunque hoy es más santero que caminante, pues los años pasan, las divinidades andinas de don Jesús siguen dibujándose en las tres dimensiones que
configura el yeso. El trueque entre los chutos —la gente de la altura— y los
huantinos —los ciudadanos de los valles bajos— se recrea, se proyecta, y al
fin se ha reconocido.
HUANCAVELICA
Kp 357
PAPA NATIVA, MADRE DEL PUEBLO
El Perú tiene más de tres mil variedades de papa y la región Huancavelica
produce cientos de estas. En el altiplano aimara, su lugar originario, se le llama “la madre del aillu”, es decir, del pueblo. En muchas partes del Perú, este
tubérculo forma parte de las costumbres del Ande, de los bailes, la comida y la
seguridad alimenticia de las personas. A través del ayni los campesinos procuran ayudarse unos a otros para que las cosechas del tubérculo sean exitosas.
Antes de la llegada de los españoles, los habitantes del antiguo Perú ya habían
desarrollado técnicas para preservar la papa durante todo el año. Hasta hoy,
el chuño negro se elabora deshidratando pequeñas papas en el campo, entre
mayo y julio, durante una semana en promedio. El frío intenso de la noche y
el calor del sol hacen que los tubérculos pierdan agua, mantengan sus propiedades nutritivas y adquieran capacidad de almacenamiento.
Casi lo mismo sucede con el chuño blanco o tunta, solo que este es pisado y
congelado por los pobladores luego de realizar un pago a la tierra. Una vez
machucada, la papa es llevada a unas pozas de piedra en un riachuelo para
que durante varias semanas les pase agua corriente. Las cáscaras se terminan
de desprender al ser sacadas del remojo; y después las papas se dejan secar al
aire libre durante días. Asimismo, se puede hacer harina de tunta.
El boom de la gastronomía peruana y la consiguiente revalorización de los
productos nacionales, como las papas nativas, están haciendo que distintos
proyectos con agricultores locales tengan éxito. En Huancavelica, a través
de un trabajo entre la cooperación internacional, organizaciones no gubernamentales y programas públicos y privados, la Asociación de Productores
Orgánicos de Angaraes ya comercializa sus papas en los supermercados de
Lima y otras grandes ciudades del Perú y el extranjero. Del mismo modo, en
Pazos se han articulado proyectos para que los agricultores reciban ayuda
técnica y comercial.
Kp 359
TEJEDORAS, EL ÉXITO CURA EL MACHISMO
A más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, en el distrito de Ccochaccasa, la aridez de la puna es rota por los brillantes tejidos que elaboran las
mujeres de la empresa Qampaq Art; ‘arte para ti' es la traducción de este
compuesto quechua-inglés. Ahora venden en tiendas limeñas y exportan a
Estados Unidos, Canadá, México e Italia una variedad de chompas, chalinas,
guantes, chales, correas, ponchos, gorros y otros accesorios tejidos con
lana de alpaca. Sus creaciones han aparecido en la revista de modas Privée
y son utilizadas por artistas como la cantante Damaris.
Sin embargo, antes de que Qampaq Art despegara hubo adversidades de todo
tipo. Allá por 2002, el grupo de madres que luego creó la marca estaba asociado en el Club Rosa de América, y cuando estas comenzaron a tejer algunas
bolsitas, sus maridos se opusieron. Esther Castañeda, presidenta de Qampaq
Art, recuerda que “era brava la situación aquí por el machismo de los hombres”. De todos modos, ellas continuaron tejiendo con lana de ovino y experimentando con tintes naturales.
Una alianza de empresas privadas, entes de la cooperación internacional y
programas de gobierno logró que las madres fueran insertándose en las cadenas productivas. Ellas empezaron a recibir colaboraciones de diseñadores
de modas y a viajar a ferias en la capital. En 2004 las madres tuvieron su
primer gran pedido de exportación y lograron reunir a casi 300 señoras para
cumplir con el encargo. Trabajaron duro, algunos días hasta las tres o cuatro
de la mañana.
A partir de esa experiencia se produjo la transición a los tejidos con lana de
alpaca y en 2007 se creó Qampaq Art. En la actualidad, aproximadamente 200
mujeres de siete comunidades de la provincia de Angaraes trabajan en esta
empresa. Su éxito ha logrado revertir las opiniones negativas de los hombres,
y llevar el arte tejido huancavelicano adonde no se lo conocía.
Kp 365
IZCUCHACA, PUENTE A LA HISTORIA
Un punto de paso obligado entre Huancayo, Huancavelica y Ayacucho es Izcuchaca, pueblo donde florece el comercio y se encuentran personas de origen
tan disímil que se lo llama el “puerto del Mantaro”. Su locación estratégica
ha hecho que sea partícipe de todos los momentos cruciales de la historia del
Perú: el enfrentamiento entre Atahualpa y Huáscar, la conquista europea, el
movimiento independentista americano y la guerra con Chile.
Este valle interandino tiene un famoso puente hecho de piedra, cal, yeso y
arena sobre el río Mantaro (de ahí que en voz quechua “izcuchaca” signifique ‘puente de cal'). Antes de la llegada de los españoles, el Cápac Ñan pasaba por allí y continuaba por donde hoy se ubica el puente, solo que antes
este estaba hecho de gruesas cuerdas de ichu trenzado. El histórico viaducto
fue diseñado por el ingeniero Enrique Pallardelli, de madre peruana y padre
francés, quien estaba a favor de la independencia americana. El puente se
empezó a construir en 1808 y se terminó tres años después. Por aquel entonces Pallardelli y sus hermanos eran hombres de confianza del libertador
José de San Martín y del general Manuel Belgrano. En 1813 coordinaron con
los independentistas argentinos una revuelta en Tacna que debería haber
alzado al sur del virreinato contra la corona española. Sin embargo, el alzamiento fracasó después de duras refriegas con las fuerzas realistas enviadas
desde Arequipa.
Llegada la ebullición revolucionaria a los Andes, de acuerdo con José de la
Riva-Agüero y Osma, los realistas, bajo el mando de José de Canterac, quemaron en 1824 el puente de Izcuchaca después de haber perdido la batalla
de Junín. Las fuerzas españolas estaban debilitadas, y enfurecidas se dirigían
hacia Ayacucho, donde en diciembre se libraría la última batalla de la independencia americana. Recién en 1848, durante el gobierno de Ramón Castilla,
el puente de Izcuchaca fue reconstruido.
Una vez más, durante la Guerra del Pacífico, el puente fue destruido cuando
el ejército chileno venció a un grupo de izcuchaquinos que logró proteger al
pueblo en una lucha que duró cerca de diez horas. Antes, en 1882, estuvo
allí también Andrés Avelino Cáceres y sus montoneras después de la victoria
peruana en el primer combate de Pucará, en Junín, durante la Campaña de
la Breña. En esa oportunidad, las tropas peruanas se dirigieron a Izcuchaca
mientras que las chilenas regresaron a Huancayo.
Después del trauma de la guerra, el puente fue recompuesto, aunque le
acaeció el progreso: todos los carros y camiones que transitaban la carretera
Huancayo-Huancavelica-Ayacucho debían pasar forzosamente por él. Antes
de que se terminara de resquebrajar por la cantidad de vehículos que lo utilizaban, el ex presidente Fernando Belaunde mandó a hacer un puente de metal
con dos carriles. En la actualidad, por decreto, el viejo puente es un monumento histórico del Perú que aún se puede ver: queda en la parte más angosta
del curso del río Mantaro; tiene 18 metros de alto, 60 metros de largo y casi
cuatro metros de ancho. Posee un torreón con dos escaleras de piedra laterales
que llevan a una habitación con ventanas. Sobre esta se halla una cúpula y la
figura de un soldado tocando una diana.
Plata hecha piedra
Durante la guerra civil entre Atahualpa y Huáscar para determinar quién accedería al mando del Tahuantinsuyo, las huestes del segundo trataron de impedir la llegada del ejército de
su hermano rival. Sin embargo, los seguidores de Atahualpa
tomaron Izcuchaca e incendiaron el puente colgante.
Una antigua leyenda cuenta cómo, una vez que Atahualpa
se convirtió en inca y luego fue apresado por los españoles,
una llama, un arriero y su carga de plata quedaron petrificados a dos kilómetros de Izcuchaca, camino a Huancayo.
Dicen que el arriero, apenas se enteró de que Atahualpa
había sido asesinado por los conquistadores, decidió apropiarse de la plata que estaba transportando para rescatar
al inca. Entonces, el dios Sol lo castigó transformándolo en
piedra. A lo largo de los siglos, las personas han cavado en
los alrededores con la esperanza de encontrar el preciado
cargamento del arriero.
Atmósfera milagrosa
Al otro lado de la plaza está el santuario de la Virgen de
Cocharcas, el cual se erigió allí porque una pastorcita encontró en una piedra grande la imagen de una mujer abrazando a un bebé. El pueblo atribuyó tal aparición a la Virgen
de Cocharcas y, después de una serie de extraños sucesos
milagrosos, se le erigió una iglesia. La fe católica se entremezcla con las creencias prehispánicas. En la Izcuchaca
actual conviven los antiguos ritos precolombinos, algunas
fiestas de origen colonial y costumbres que corresponden
netamente a la modernidad.
Kp 378
SANTA BÁRBARA, GRANDEZA BAJO TIERRA
Los destinos de Huancavelica cambiaron en 1563, cuando se hallaron las primeras minas de azogue y la región se convirtió en uno de los centros mineros
más importantes de las Américas. La corona española demostró gran interés, y
para 1571 el virrey Francisco de Toledo había nombrado a la ciudad de Huancavelica como Villa Rica de Oropesa, en honor a su pueblo natal en España.
La enorme riqueza minera se evidenció en las minas de Santa Bárbara y en
los símbolos de poder colonial en la ciudad de Huancavelica. De pronto, la
prosperidad hizo que aventureros, comerciantes y empresarios se asentaran en
este espacio neurálgico para el desarrollo económico virreinal.
Por aquel entonces, los reyes otorgaron a Huancavelica un escudo en el que
se ve el cerro Santa Bárbara con una cruz encima. Alrededor de la heráldica
se lee: “Me feriam totum sic Huancavelica tuetur”, lema en latín que soporta varias interpretaciones. Algunos dicen que significa: ‘Me sacrificaré del
todo para que Huancavelica esté segura', mientras que otros dicen que la
lectura correcta es: ‘Cuanto más me hieras, más íntegramente Huancavelica
me sostendrá'.
Del boom del mercurio, metal indispensable para las aleaciones del oro y la
plata, solo quedan ruinas. A finales del siglo XVIII se agotaron los yacimientos.
En su esplendor, Santa Bárbara llegó a ser considerada “preciosa alhaja de
la corona española”, pero en su decadencia se le llamó “mina de la muerte”,
porque en 1786 fallecieron más de 200 personas en sus socavones. Se dice
que en la mina existían cinco capillas e innumerables calles y plazas donde se
celebraban incluso corridas de toros. Esta ciudadela subterránea ya no puede
visitarse. Las entradas están clausuradas aunque sobre el ingreso al socavón
Belén, de 1641, aún se pueden ver las figuras talladas de San Cristóbal y un
escudo real español.
Kp 380
HUANCAVELICA, REFLEJOS MÍTICOS
De las punas de Huancavelica, a casi cinco mil metros sobre el nivel del
mar emanan las aguas para afluentes y grandes ríos ayacuchanos e iqueños como el Pampas, el Pisco y el Ica. Huancavelica alberga más de 200
lagunas, la mayoría pequeñas o medianas, pero algunas enormes como
Choclococha, con 160 millones de metros cúbicos de agua y un área de 16
mil kilómetros cuadrados.
Pasando el abra de Chonta hacia Pisco, el conjunto de lagunas forma la denominada “ruta de los espejos de agua”. Se dice que la laguna de Pultocc,
a diez kilómetros del nevado Chonta, en realidad es el cráter de un volcán.
Refleja en la tranquilidad de sus aguas turquesas a las imponentes montañas
que la circundan. Otras lagunas preciosas son Orcococha, San Francisco,
Agnococha, Azulcocha y Pacococha, las cuales tuvieron gran importancia
para los chankas y chocorvos, quienes se disputaron estos territorios.
Así como el lago Titicaca fue determinante para la fundación del incario,
las lagunas Choclococha y Orcococha eran consideradas por los chankas
como los puntos de origen de su cultura. Como fuente de vida, el agua era
también génesis de la estructura social. Estas dos lagunas se encuentran
próximas y se las considera “hermanas”. La filiación se refuerza a partir del
hecho de que Orcococha, que recibe sus aguas de los deshielos y torrentes
subterráneos, alimenta a Choclococha, ya que sus flujos desembocan allí. Y
si bien Orcococha abarca mayor área, tiene menor profundidad. El parentesco entre las lagunas corresponde a su sacralidad. En el mundo prehispánico
solo había parentela entre las montañas, islas, lagos y otros elementos geográficos de gran importancia en la estructura del mundo, en aquel esquema
de equilibrios entre seres humanos y fuerzas naturales.
La laguna Choclococha es de color azul intenso, el sol destella y el viento de
puna cruza sobre ella. De noche, las temperaturas descienden hasta los 10 o
12 grados bajo cero y los escasos pobladores que habitan a sus orillas deben
abrigarse con fuego, gruesas frazadas de lana y tapetes de cuero sobre el
piso. De día, regresan el calor y la rutina: subir a los botes a remo, recorrer
las piscinas de truchas y alimentarlas.
En Choclococha, como en otras lagunas de la zona, se desarrolla la piscicultura. La familia Huamán vive al borde de la laguna y se hace cargo de por
lo menos una decena de piscinas en las que crecen alevines de trucha. El
negocio empezó con 11 familiares en la laguna Azul, y hace algunos años
ellos se abrieron y asentaron en Choclococha porque sus aguas son limpias
y contienen abundante alimento para las especies. Además, la carretera está
cerca, lo que facilita el transporte de truchas a otros poblados de Huancavelica y Ayacucho. Con pantalones y botas de jebe, los Huamán depositan
en las piscinas y en diferentes tiempos a los alevines seleccionados, de cinco
a seis centímetros, los alimentan con Purina y después de siete u ocho meses ya están listos para salir al mercado. En promedio, sacan unas dos mil
truchas para la venta. En las rutas huancavelicanas, todos los restaurantes
ofrecen trucha frita, a la plancha, a la parrilla, y en cualquiera de sus formas
son un manjar.
El cementerio marino
Choclococha es una fuente de mitos. Los abuelos cuentan
que ahí había una ciudad próspera hasta que un buen día
llegó un anciano cubierto de harapos. En el pueblo se celebraba un matrimonio y nadie lo atendió porque estaba mal
vestido. Solo una señora pobre se apiadó de él y le ofreció
un poco de agua. Entonces, el anciano le dijo: “La gente acá
es mala... Entra a esa casa y agarra unas piedras redondas”.
La señora fue y recogió unas piedras que tenían forma de
tubérculo, las metió en una olla y comenzó a sancocharlas.
De manera mágica se convirtieron en papas y ella, su familia y el forastero comieron. Después el anciano les advirtió: “Váyanse con todos sus animalitos y, cuando escuchen
cualquier ruido, no vayan a voltear”. Sin embargo, mientras
el anciano —que resultó ser un dios— destruía la ciudad
tapándola con agua, la familia y sus animales desacataron
la advertencia. Escucharon un estruendo, giraron la cabeza
para ver lo que ocurría y se petrificaron. De hecho, hoy se
puede atisbar en una lejana orilla de la laguna dos figuras
humanas y otras piedras menores que serían los animales
de la mítica familia.
Los pobladores que navegan por Choclococha afirman que
entre sus dos islas se encuentra la iglesia de la ciudad sumergida y que cada cierto tiempo se escuchan los campanazos. Cerca de la iglesia, afirman, se halla un cementerio
submarino. En otra de las orillas, los locales aseguran que
hay ruinas de un antiguo pueblo precolombino llamado Incahuasi. Inclusive, en sus alrededores se han encontrado
vestigios de moradores primigenios. A otro lado de la laguna se ve un cementerio sobre tierra y un pueblito que pareciera fantasma. Por tales parajes se divisan pastando llamas
y alpacas. También vuelan las gaviotas andinas, parionas y
huallatas blanquinegras, que gustan de comer truchas hasta que ya no pueden alzar vuelo.
Kp 390
TREN MACHO, DESAFÍO DE ALTURA
Salía cuando quería y llegaba cuando le daba la gana. Era el macho, el que
hacía lo que le nacía y no se detenía ante nada ni nadie. En el Perú, además
de a los varones, esta idea le ha prestado su nombre a un tren. Un ferrocarril
construido durante el gobierno de Leguía hacia el primer cuarto del siglo XX
(entre 1908 y 1926), para unir Huancayo con Huancavelica. Una expresión
de su libérrimo albedrío fue la variación de su trayectoria. En sus orígenes
debía unir Huancayo con Ayacucho, siguiendo el eje longitudinal de la cordillera. Otro macho de entonces, el ministro de Fomento y Obras Públicas,
don Celestino Manchego Muñoz, decidió que el tren se iba a Huancavelica y
punto. ¿El motivo? La actividad minera. Pero el tren terminó transportando
pasajeros en lugar de mineral, solo que en su nueva ruta. Otra prueba de su
carácter indómito.
Es curioso el traslape semántico de la palabra ‘macho' en el caso del tren.
Machu en quechua significa ‘viejo': con los años el tren, escasamente mantenido e impuntual, se transformó en un anciano. El castellano fue en su
ayuda y transformó el machu en macho. Así quedó resuelto el problema del
hombre peruano.
Casi un temperamento, el tren macho, a lo largo de 128 kilómetros, entraba y
salía de 38 túneles con 70 pasajeros y más (siempre lleno), pasaba por encima
de 15 puentes, algunos de ellos realmente para machos por lo empinados que
eran. Se supone que en seis horas unía Huancayo con Huancavelica, pero como
con los machos nunca se sabe, a veces cubría solo una parte de su destino,
y el resto de pasajeros se las tenía que ingeniar para ver cómo continuaba.
Generalmente demoraba más de seis horas, nunca menos. Los pasajeros, que
conocían el humor del ferrocarril, se relajaban y comían sus viandas, charlando
y compartiendo. Los niños adoraban a este dragón traquetero y caprichoso que
metía bulla y unía familias y amistades.
El trayecto que seguía era el siguiente: iba en paralelo al río Mantaro, llegaba a La Mejorada, aún en Junín, y luego seguía acompañando al río Ichu. El
paisaje desde sus ventanillas era maravilloso en cualquier estación del año. Y
hablando de estaciones, el tren las tenía y obligadas: Tellería, Izcuchaca, La
Mejorada, Acoria y Yauli. Desde hace años, para ciertos viajeros del mundo el
tren macho era un atractivo tan o más importante que otro machu, el Machu Picchu, por todos los atractivos que mostraba: los paisajes, el cielo, los
cultivos, los bosques, los roquedales y los ríos. Y la obra en ruta: el puente
colonial de Izcuchaca, los baños de Aguas Calientes y la misma infraestructura
ferroviaria, casi un milagro como el que se percibe cuando uno se enfrenta en
Infiernillo, o en el Cápac Ñan, o en Sacsayhuamán, o en Kuélap, a esas obras
humanas que solo parecen haber sido hechas en complicidad con la naturaleza, pues de otro modo son imposibles.
Hoy, en el Perú, el machismo está en retroceso. Resulta que el tren macho
entró a rehabilitación y, en adelante, quizá con menos orgullo pero con mayor
eficiencia, seguirá cumpliendo su esencial cometido, el de llevar y traer gente de todas partes del mundo. Una empresa privada tiene la concesión para
hacer los trabajos respectivos y manejar el servicio. Son más de 300 mil los
pobladores de Junín y Huancavelica que saldrán beneficiados con esta suerte
de feminismo sobre rieles.
Kp 400
DANZA DE TIJERAS, ESPÍRITU DE LAS HUACAS
Inextricable, con visos de sacralidad pero aun así rozando la noción cristiana
del infierno, la danza de tijeras se mantiene viva desde antes de la conquista
española hasta hoy. Es en verdad un ritual de rebeldía existencial en el que el
cuerpo se agita al ser el último depositario de las fuerzas humanas que luchan
contra la imposición de una espiritualidad ajena. En un inicio era conocida
como tusuylayqa, que significa ‘baile de hechiceros' en quechua, y se remonta
a la rebeldía de los tusuq, danzantes considerados brujos por los españoles y
vinculados a unas de las primeras sublevaciones de los conquistados: el taki
onqoy o enfermedad del canto.
Cerca de 1560, en las zonas que hoy comprenden Ayacucho y Huancavelica,
se inició un movimiento milenarista en el que los andinos internalizaron a
los espíritus de las huacas —siendo esto de influencia cristiana— y danzaban
para desterrar al dios europeo y revivificar el poder de los objetos sagrados.
Este desborde tenía raíces políticas: el rechazo a la mita minera. Por aquellos
tiempos se encontraron importantes yacimientos de azogue en Huancavelica
y esta ciudad, desde su fundación en 1571, se convirtió en el centro minero
más importante del virreinato junto con Potosí. Sin embargo, debido a la extirpación de idolatrías, los tusuq hicieron un pacto con el diablo y acordaron
celebrar con los españoles ciertas fiestas cristianas —Navidad, Pascuas— pero
manteniendo la invocación a sus divinidades.
Algunos dicen que esta danza deriva de un ritual de pastores y esquiladores
que utilizaban las tijeras para extraer lana de llamas y alpacas. Las tijeras
usadas y sin filo pasaban a ser instrumentos musicales. Otros creen que la
aleación de metales podría representar para los indígenas sometidos a la mita
una expresión de espiritualidad prehispánica. Lo claro es que de los socavones
y fundiciones surgió una manifestación mágico-religiosa andina.
Las tijeras se componen de dos hojas de acero, una hembra y otra macho,
que chocan entre sí acompañadas por arpa y violín. Según el antropólogo
Raúl Romero, “la danza de las tijeras conserva rasgos sonoros muy especiales
y constituye en sí misma un universo musical diferente de las otras manifestaciones musicales andinas. La ausencia de armonía occidental es uno de los
rasgos que confirma sus hondas raíces indígenas”.
En la actualidad, la danza de las tijeras se realiza durante las principales festividades religiosas de Huancavelica, Ayacucho, Apurímac, parte del Cusco, Arequipa y en Lima, ya que las grandes migraciones trajeron la danza a la capital.
La mayoría de los danzantes ayacuchanos se encuentra en el distrito limeño
de Villa María del Triunfo, mientras que los danzaq huancavelicanos están
en Ate-Vitarte, donde Damián de la Cruz, conocido como Ccarccaria, busca
abrir la Escuela Nacional de Danzas de Tijeras. Hoy, esta danza ha entrado al
circuito de espectáculos y se puede apreciar en los festivales latinoamericanos
de Estados Unidos, Canadá, Europa y otros lugares del mundo. Los días más
intensos de la fiesta de la Natividad, como no podía ser de otra forma, son el
24 y 25 de diciembre.
Niño héroe
Una de las festividades centrales de Huancavelica es aquella
en la que se celebra conjuntamente la Natividad y la fiesta
al Niño Lachocc, fiesta que dura una semana (del 22 al 28
de diciembre) y en la que se reúnen a competir siete grupos
de danzantes de tijeras. El culto al Niño Lachocc se origina
durante la Guerra del Pacífico, cuando las tropas abatidas
del Brujo de los Andes, Andrés Avelino Cáceres, vinieron a
descansar a este paraje. Los chilenos vinieron también en
su búsqueda y, cuando llegaron al lugar, los comuneros habían puesto cascos a las llamas y alpacas sobre los cerros,
y el pueblo entero tocaba tambores y cornetas. En medio
de la algarabía, un niño montado sobre un caballo blanco
alentaba a los hombres de Cáceres. Los chilenos vieron esto
y se fueron. Después de lo sucedido trataron de averiguar
quién había sido este niño, pero nadie supo dar razón. Allí
se le construyó una capilla y en toda la región Huancavelica
se empezó a venerar al Niño Lachocc.
Linaje diabólico
Si bien la danza de las tijeras ha sufrido grandes transformaciones desde que se convirtió en un atractivo turístico, aún mantiene un linaje de danzantes que hereda
el conocimiento de sus padres y abuelos. Desde pequeños se van preparando y, mientras crecen, deben atravesar
varias pruebas de resistencia. El aprendizaje es duro y en
ocasiones requiere pasar días en una cueva o en el cerro,
sin comida ni agua, para llevar las capacidades físicas y
mentales al límite. Tales habilidades luego se reflejan en las
hazañas que se realizan en el contrapunteo de la danza, el
atipanakuy o competencia, en el que los danzantes logran
dar grandes saltos, caminar de manos, clavarse cuchillos,
espinas y alambres en la cara y el cuello. En ese momento
no hay dolor. Allí, la gente decide aplaudiendo quién es el
mejor danzante.
Kp 420
EL SANTIAGO, SANTA RENOVACIÓN
Todos los años, a partir del 25 de julio, en las regiones del centro y el sur de los
Andes, se celebra la festividad del apóstol Santiago, en la que se agradece a
los wamanis o cerros sagrados, y se renueva el ciclo agropecuario con el cambio de cintas al ganado. El Santiago reedita tradiciones que sacan a relucir las
más arraigadas creencias del Ande: la reciprocidad, la simetría entre opuestos
y la interrelación natural de personas, animales, plantas, elementos y espíritus.
A través de ofrendas para la tierra, música, hojas de coca, caña y baile, todas
las fuerzas vivas entran en comunión para asegurar la armonía de las lluvias,
la generosidad de los campos y la salud de los animales.
Los orígenes de esta fiesta son preincas, pero la expresión se entremezcla con
el Santiago bíblico, quien, junto a su hermano Juan, fue apóstol de Jesucristo.
Cuando los reinos españoles luchaban contra los árabes, la cristianización de
la península se vio acompañada por la fe en Santiago Matamoros, luego de
que el santo apareciera sobre un caballo blanco durante la batalla de Clavijo
en el año 844. Siglos después, llegados los españoles a las Américas, los conquistadores se creyeron amparados por la misma figura. En la batalla contra
los incas de 1536 se dice que un gran rayo cayó sobre Sacsayhuamán y que
se avistó a un guerrero montando un corcel blanco, quien desenvainó su espada y se enfrentó a las fuerzas de Manco Inca. El moro fue sustituido por el
indígena. Y si bien fueron derrotados, los andinos entendieron que Santiago
poseía facultades que empataban con las de Illapa, el dios precolombino del
rayo, el trueno y las lluvias, lo que se refuerza por el hecho de que ambos
cultos se daban más o menos durante las mismas fechas.
El apu Illapa o tayta Shanti se relaciona con la fertilidad de la tierra: sus tormentas fecundan a la Pachamama y perpetúan los ciclos de vida. A las afueras
de Lircay, en la provincia huancavelicana de Angaraes, en la víspera de las celebraciones por el apóstol Santiago —fiesta también conocida como “herranza”—, las familias van al cerro, encienden fogatas, y bailan y cantan sobre sus
laderas. Lo hacen para espantar el frío y como ritual para que los jóvenes se
enamoren. La renovación de la vida no solo se da a nivel agrario sino al mismo
tiempo, abarca la amistad y el amor. En la oscuridad de la noche, los cerros
centellan fuego. El 24 de julio las familias se reúnen en sus casas a velar al
apóstol, el cual está sobre un pequeño altar rodeado de hojas de coca, conchas
marinas, tabaco, semillas, plantas, cintas, harina de maíz y otras ofrendas. La
velada transcurre casi en silencio. Se bebe caña o anisado, se mastica coca, se
fuman cigarrillos Inca y se conversa poco hasta la medianoche. En ese momento aparecen las tinyas, pequeños tambores con los que se acompaña a las
mujeres que cantan huainos. Una comienza a cantar y el resto la sigue; entre
una canción y otra, las personas dan ideas, lanzan recuerdos al aire y aportan
estrofas. Alguien dice: “Desde lejos he venido”, y una de las mujeres comienza
a entonar el huaino. Luego ríen y conversan.
Durante toda la noche se hierve a la leña, en olla grande, un guiso de mondongo. A las cinco de la mañana se come y luego se hace un ritual con las
ofrendas que estaban siendo veladas. Más tarde, al mediodía, se vuelven a
reunir las familias al aire libre. Sobre los sombreros de las mujeres hay flores
como la lima-lima, que representa al ganado vacuno, y la wila-wila, símbolo
de los ovinos, de la cual se extrae un líquido usado para que los animales no
sientan dolor cuando se les aplique las nuevas cintas. La música suena fuerte
en muchas casas y a la distancia se superponen unas melodías con otras.
Los niños ayudan a traer al ganado mientras las mujeres bailan y echan harina
de maíz sobre animales y personas. Los hombres van distribuyendo ichu a ritmos acompasados para que los cerros permitan el crecimiento de toros, vacas y
ovejas. Una vez que se marca a un animal, se le da de beber. La gente continúa
contenta tomando caña o cerveza y mascando coca. Después se hace un matrimonio figurado entre los animales, escogiendo a un macho y a una hembra, y se
baila con la pareja. Cuando todos los animales regresan a sus corrales, las personas bailan hasta que llega la hora de probar bocado. Salen las sopas de trigo y
los guisos acompañados de arroz. Aún entonces prosiguen la música y la magia,
a la espera de que la naturaleza y los wamanis derrochen su generosidad.
Cazafortunas
Mientras se vela a Santiago, un tema de conversación recurrente gira alrededor de las pakas o lugares donde se encuentran olvidados algunos tesoros españoles o incas. Una
historia cuenta que un campesino encontró una paka pero
solo atinó a recoger un collar porque fue al pueblo a pedir
ayuda. Cuando volvió con más hombres para desenterrar las
joyas que había hallado, se dio con la sorpresa de que los
objetos que eran de oro se habían transformado en polvo.
Cuando uno se encuentra con una paka, dicen las leyendas,
se debe perforar un hueco e inmediatamente tirarle encima
algo y alejarse, porque si no los gases tóxicos que emite
pueden causar náuseas, vómitos e, incluso, la muerte.
Kp 449
VICUÑAS, RIQUEZA VIVA
La delicadeza de las vicuñas contrasta con la agreste puna en la que habitan,
entre 3.500 y 5.000 metros sobre el mar, en territorios recubiertos por ichu
donde la noche es gélida y el día un cielo celeste intenso. Pastan en las zonas altoandinas de Ecuador, Bolivia, Argentina, Chile y Perú, país que posee
la población más cuantiosa: casi 150 mil vicuñas. Sin embargo, debido a la
caza indiscriminada por su codiciada fibra, a mediados de la década de 1960
solo había entre cinco mil y diez mil animales en todo el Perú, por lo que
debieron crearse áreas protegidas para evitar su extinción. Hoy, las vicuñas
se avistan en mayor número, por lo general en pequeños grupos de seis o
siete, y a veces solitarias.
Durante el incario, solo la realeza vestía con lana de vicuña y realizaba
ofrendas con esta. Los antiguos peruanos supieron aprovechar su fibra natural sin destruir la especie. Protegieron a este camélido andino por edicto,
prohibiendo y penalizando su caza furtiva. Asimismo, se organizaban para
esquilar a las vicuñas a través del chaku, que significa ‘rodeo' o ‘caza sin
matar' en quechua. Solo se realizaba en momentos específicos en los que,
previo agradecimiento ritual a la tierra, se reunía a cientos de personas que
formaban un cerco humano para arrear a los animales silvestres hacia un
corral para ser trasquilados.
En la actualidad, la fibra de vicuña sigue siendo un bien preciado en el Perú
y el extranjero. Las prendas peruanas hechas de alpaca y vicuña se venden
cada vez más en Europa y Estados Unidos, donde hay importantes modistos
extranjeros que las utilizan en sus creaciones. Dada la demanda interna y
mundial se han juntado 26 organizaciones comunales en la Asociación de
Comunidades Criadoras de Vicuñas de la Región Huancavelica (Acrivich).
Estos criadores cuidan a la población actual y extraen la fibra a través del
chaku precolombino, fiesta que se asemeja a la que se practicaba hace siglos, solo que hoy se realiza con mayor despliegue técnico.
Por ejemplo, a finales de junio de 2009, las comunidades campesinas de
Ayaví, Tambo y Huaytará organizaron un festival regional de la vicuña. El
evento se planificó al detalle y en la víspera se reunieron los participantes
del chaku para determinar las pautas estratégicas. En esa reunión se determinó quiénes cargarían las banderolas y además se explicó por dónde deberían correr, ya que las vicuñas son ágiles y pueden escapar a una velocidad
de hasta 45 kilómetros por hora. A las cuatro de la mañana se encontraron
las 400 personas que participaban en el arreo, se dividieron en dos grupos
y fueron hasta donde habitan las vicuñas. Tres o cuatro horas después, los
cientos de participantes continuaron caminando, a veces corriendo, agarrados de las manos y llevando colores distintivos para acercar a las vicuñas a
un gran corral.
A las diez y media de la mañana, con el corral lleno, se realizó un rito ofrendatorio con hojas de coca para retribuir a la tierra. Luego los participantes
recrearon un matrimonio de vicuñas —kasarakuy, en quechua—, unión que
representa fertilidad, vida y equilibro. Hubo música, gente expectante y un
ambiente de fiesta. El chaku también fue ocasión para que las familias se reunieran a comer platos típicos, como la patasca hecha con mote, mondongo,
papa, tomate, cebolla, ají y otras especias.
Después del casamiento entre vicuñas, el dirigente principal autorizó el
inicio del esquilado. Un grupo de personas conocedoras del proceso colocó a las 200 vicuñas, una a una, sobre una mesa especial. Allí sujetaron a
cada vicuña con firmeza y le retiraron 200 gramos de fibra con la máquina esquiladora. Esta fue entregada a unas señoras que se encargaron de
la preclasificación. Las vicuñas no solo son fuente de importantes ingresos económicos para las comunidades vicuñeras de Huancavelica, sino que
también son un recurso ecológico fundamental. Estos camélidos evitan la
erosión de los suelos porque no comen los pastos de raíz, sino que siempre
dejan una fina capa de pasturas que protege la tierra de las fuertes lluvias
andinas. De este modo, la vicuña se integra a la armónica interrelación de
fuerzas naturales.
ICA
Kp 450
DE LA PIEDRA AL BARRO: DE HUAYTARÁ A TAMBO COLORADO
Huaytará es un lugar de conexión evidente, literal: dos mundos entran en
relación con su arquitectura, con sus cultivos, con su organización social, con
su cultura, con su religión. De manera traumática, sobreimpuesta, no integrada ni mestiza. Quizá ni siquiera híbrida ni sincrética: es un mundo colocado
sobre el otro. El nuevo, el que llegó con la civilización de la cruz y la espada,
con la ciencia, la palabra escrita, la mirada universal y la expansión sin límites
del espíritu humano. El antiguo, el propio, estructurado en una relación profunda con la tierra, el universo cósmico y la Pachamama, expandido sobre la
idea del bienestar común donde el individuo tiene su lugar como un elemento
orgánico inseparable del conjunto.
Huaytará, a 2.726 metros sobre el mar, era una estación entre las punas, las
minas y los desiertos de la costa; había que homenajear al tránsito de una
naturaleza que en cada una de sus partes daba lo suyo y pedía lo suyo. De
ahí un espléndido templo inca hecho por Pachakuti en 1440 con los datos del
más elevado elitismo: las portadas de doble y triple jamba, el ushnu —quizá el
signo de mayor elevación social y política en el urbanismo inca—, el finísimo
tallado del granito. Wayta significa ‘flor', raq es un sufijo quechua que indica
la certeza: ‘florecerá' es huaytará. Rumichaka era el camino prehispánico que
unía las alturas del actual Ayacucho con los desiertos de Pisco y el mar, las
islas de Chincha, las islas sagradas y el oráculo de Pachacámac.
Antes de la llegada de los conquistadores, Huaytará y sus alrededores eran
dominados por la cultura Chanka. Después de que Kusi Yupanqui —luego llamado Pachakuti— lo derrotara en Yawarpampa, el inca reformador continuó
su campaña expansionista y fue el primer jefe del Tahuantinsuyo en pasar
por Huaytará y establecer allí importantes sedes de poder político, religioso
y social. En la actualidad, algunos huaytarinos consideran que los milicianos
españoles y frailes dominicos pudieron conquistar Huaytará con relativa facilidad porque los incas habían doblegado a los chankas, pueblo guerrero y
orgulloso. Los conquistadores fueron atacados por los caminos angostos con
galgas desprendidas de las laderas, pero eso no impidió la llegada del evangelio ni de la acción civilizadora europea.
Huaytará es aún una tierra alta donde el sol brilla de otra manera. La historia
a veces no sabe bien cómo escribirse. Abundan referencias sobre Huaytará
en las que se menciona que el templo de San Juan Bautista fue construido
en el siglo XVI sobre la base de una arquitectura inca. En realidad, el templo
cristiano se montó sobre un palacio de gran valor arquitectónico, desde sus
cimientos de roca pulida hasta sus muros, sus vanos, sus puertas y hornacinas. La iglesia europea reemplazó en las hornacinas prismáticas y triangulares
—únicas en su género— a los ídolos antiguos por modernos, sangrantes, lacrimosos, desgarrados, barrocos, con pelucas donadas por penitentes, ojos de
cristal y ropas de seda polvorienta.
A San Juan Bautista también se le atribuye la protección del pueblo. Hay diferentes versiones de este mismo relato y algunos lo sitúan durante la época
de las montoneras de Piérola y Cáceres, después de la Guerra del Pacífico, y
otros durante la lucha por la emancipación de América. El señor Raymundo
Gonzales, de 87 años, dice que en Huaytará había un bastión de rebeldes independentistas. Entonces, la corona española mandó desde Ica a 200 hombres
para combatirlos. Antes de entrar al poblado, los realistas acamparon un poco
más arriba y desde allí divisaron que había en Huaytará una amplia meseta
con ocho mil soldados comandados por un señor vestido de rojo sobre un
gran caballo blanco. Tal imagen atemorizó a los realistas, quienes optaron por
regresar a Ica. Desde aquel momento, se le atribuyó el milagro a San Juan
Bautista y fue declarado “patrón protector de Huaytará”.
El Cápac Ñan pasa por Huaytará y se interconecta con el Cusco y otros puntos
sacros del mundo prehispánico. Este gran camino del antiguo Perú pasa por
Incahuasi, a 25 kilómetros de Huaytará, lugar donde hay un templo, baños,
viviendas y estructuras administrativas incaicos. Antes, cruza por Rumichaka,
Likapa, Vilcashuamán, Andahuaylas y otros poblados, hasta desembocar en el
Cusco. En su recorrido inverso, el Cápac Ñan atraviesa la región quechua de
Huaytará, lugar sagrado y estratégico, y continúa conectando con la costa
mediante Tambo Colorado. Pukallacta o Pukawasi, donde puka es ‘rojo' y los
otros elementos significan ‘pueblo' y ‘casa', respectivamente. Tambo Colorado
se convirtió en un lugar de reposo para los incas y consolidó la presencia del
imperio en el Chinchaysuyo. El trayecto del Cápac Ñan fue un trazo de poder
y los vestigios a su alrededor lo confirman.
Todos los fuegos, el fuego
Tres incendios acabaron con el enchapado de madera tallada
en pan de oro que recubría los techos y adornaba algunas
puertas y paredes del templo de San Juan Bautista. Ocurre
que la población prendía velas a los santos en las hornacinas,
lo cual provocó un primer incendio en 1894. Lo lograron apagar a tiempo, al igual que otro en 1914. Sin embargo, el 18
de octubre de 1938 hubo un gran incendio después de una
misa de difuntos. Las velas se quedaron encendidas; el cura
se había ido a Tambillos a celebrar otro servicio religioso y
durante su ausencia el fuego consumió todo el barroquismo
colonial y reventó la superficie de algunas piedras incas. Sobre el empedrado aún quedan manchas negras de los humos.
Todavía hay huaytarinos que recuerdan cómo todo el pueblo tuvo que esperar afuera de la iglesia hasta que el templo dejara de arder. La humareda era intensa y no había
suficiente agua para apagar las llamaradas, ni tampoco se
podía ingresar porque todas las puertas estaban trancadas.
Tras algunos intentos por apaciguar el fuego, animaron a un
hombre a arriesgarse entrando por la ventana de la sacristía y rescatar la efigie de San Juan Bautista. Amarraron a
este señor a una soga y lo soltaron dentro de la iglesia. Este
agarró al santo patrón de Huaytará y se lo puso al hombro.
Las demás efigies terminaron hechas candela.
Kp 510
NASCA, CANALES DE ENERGÍA
Los rastros de riachuelos secos atraviesan la pampa de Nasca y cruzan la
carretera Panamericana. Alrededor se ven los geoglifos que por tantos años
estudió la alemana María Reiche, quien, con matemática y observación, trató
de descifrar sus significados hasta llegar a ser considerada bruja por alcaldes y
carteros, que incluso se negaban a entregarle la correspondencia.
La aridez de Nasca continúa hasta los valles medios donde los ríos, durante
gran parte del año, son cauces secos de tierra arenosa y cantos rodados; sin
embargo, allende estos se aprecian las grandes chacras de ají, pallar, maíz,
frijol, yuca, lúcuma y pacae. La fertilidad no es gratuita. Más bien, corresponde a la compleja ingeniería acuífera de los nascas (1 d. C.-750 d. C.).
Si no fuera por los acueductos o puquios, estas quebradas y valles no serían
más que tierra seca abandonada por los dioses. Pero en los cultos que se
desarrollaron durante la cultura Nasca, en particular el peregrinaje al centro
ceremonial de Cahuachi, el ciclo agrícola y el del agua eran preocupaciones
básicas. Ofrendaban música y realizaban sacrificios para regular las fuerzas de
la naturaleza, pero el esfuerzo no solo era místico, sino físico también. Los 24
kilómetros cuadrados de Cahuachi y sus pirámides evidencian un alto nivel de
organización política. Los más de 50 acueductos que habrían construido los
nasca implica que pudieron movilizar a cientos de personas para lograr que las
aguas subterráneas emergieran para reverdecer la tierra desierta.
La influencia de Cahuachi —lugar de videntes, pena y sufrimiento— se desplegó entre las poblaciones nasca a lo largo de pampas desérticas y valles áridos
que por medio de los puquios tuvieron un suministro de agua constante todo
el año. Los nasca dependían de la relación simbiótica con las lluvias de la sierra que se filtraban al subsuelo de los valles altos, con la tierra que las hacía
discurrir y con los ríos que bajaban hasta el mar.
En el desierto nasqueño, Reiche aprendió que la fuerza de la vida se representaba en el espiral, como cuando dos vientos o corrientes de agua se encuentran para formar un remolino. Convergen opuestos y se unen en movimiento.
La energía espiralada se manifiesta en los torbellinos de la pampa de Nasca, en
los 21 ojos de agua del puquio de Cantalloc, a los cuales es posible descender
por rampas de tierra apisonada en forma de caracol, hasta llegar al centro
y tocar el agua tibia que discurre por el acueducto zigzagueante hasta una
gran cocha —reservorio—, donde se almacena y luego se distribuye a tierras
agrícolas por medio de canales.
El casi desaparecido ritual de limpieza de los puquios se desarrollaba entre
varias personas. En el caso de Cantalloc, para limpiarlo se necesitaba de dos
personas dentro de la galería del acueducto —de 90 centímetros de alto y 70
centímetros de ancho—, ambas en paños menores; una iba alumbrando con
mechero y la otra raspaba con una lampa de mango corto el barro y las raíces
de los arbustos y árboles que salían entre las paredes de canto rodado. Cuando
se llenaba el costal de sedimento, este era pasado a otra persona ubicada en
uno de los ojos del acueducto. Esta amarraba el bolso con una soga que luego
era jalada desde arriba.
Nasca recibe apenas 0,25 milímetros de lluvia al año y los comportamientos
hídricos alternan la preñez de los ríos con la sequía. La importancia del agua
hace que inclusive hoy los pobladores retribuyan al Cerro Blanco, duna de la
cual se cree que sale el agua de los 36 puquios existentes. Pero Cerro Blanco
y la energía canalizada por los puquios son indivisibles, como lo son cultura y
cosmos; agua y tierra; cielo, mar, desierto y vida.
El amor se hizo agua
La leyenda cuenta que una muchacha preciosa estaba
casada con Ilacata o Qarwarazu, pero que un día decidió
fugarse con un joven llamado Tunga. La rabia del marido
fue tal que recurrió a temblores y tormentas para impedir
que continuaran su camino. La furtiva se escondió dentro
de un montículo de harina de maíz, pero el esposo burlado imploró a los dioses que convirtieran a los amantes en
cerros. Y así se hizo. Cerro Blanco es uno de los puntos sagrados de Nasca, un wamani femenino que se asocia con
su contraparte, el Cerro Azul. Cuenta con 22 líneas sobre
su ladera que serían representaciones simbólicas del curso
de las aguas subterráneas.
Una de las historias que vinculan al Cerro Blanco con el
puquio de Cantalloc fue recogida por Josué Lancho y Katharina Schreiber, y cuenta que un hombre que limpiaba
la galería del acueducto apareció al otro lado del cerro,
donde halló a una anciana en un huerto de naranjas. El
trabajador almorzó con ella y, al irse, esta le dio algunas
frutas. Tras cruzar de nuevo por el puquio llegó donde el
propietario y le entregó los regalos. Al día siguiente, las
frutas se habían convertido en oro y al trabajador nunca
más se lo volvió a ver.
En la actualidad, Cerro Blanco es considerado un volcán de
agua y es visitado por los nasqueños para realizarle pagos.
Kp 512
PALPA, ABUNDANCIA DE CAMARONES
El poblado de Palpa se encuentra entre dos ríos que traen consigo camarones
y aguas que sacian la tierra. En los alrededores de Palpa crecen ciruelas, duraznos, pallares y naranjas agrias, ingrediente básico para un típico cebiche
de camarones palpeño.
En la cuenca del río Grande, donde se encuentran un antiguo templo a la fertilidad y geoglifos que aluden a la reproducción, el agua y la abundancia, también se desarrolla la ancestral actividad de recolectar camarones en isangas,
unas cestas trenzadas que son puestas a contracorriente del río durante horas.
Lo normal es que la gente compre los camarones aún vivos para asegurarse
de que no estén enfermos. Las personas que manejan restaurantes adquieren
durante la temporada baja entre tres y cuatro kilos, pero en tiempo de fiesta
alcanzan los 20 y 30 kilos de camarón por local.
Gloria Villafuerte, dueña del restaurante Claudia, dice que para hacer un buen
cebiche de camarones “primero se cocina el camarón unos cinco minutos con
un poquito de sal; luego se licúa el ají amarillo con el jugo de la naranja agria
y se le agrega la cebolla a la pluma”. Para adornar el plato se le pone camote,
choclo y maíz chulpe de rigor.
Otros de los platos fuertes de la zona son la tortilla y el picante de camarones.
Este se prepara con cebolla colorada ahogada y después sofrita con ajo en
cuadraditos, y ají amarillo licuado, al cual luego se le agregan los camarones
con un poco de agua, papa y leche. Al rato, la exquisitez está en su punto.
Kp 520
BEATITA DE HUMAY, LA SANTA DEL PUEBLO
El pueblo de San Pedro de Humay fue creado hacia 1571 durante la campaña de extirpación de idolatrías impulsada por el virrey Francisco de Toledo,
aunque para entonces ya contaba con una iglesia que propagaba la palabra
de Dios. Esta se cayó durante el terremoto del 15 de agosto de 2007 y solo se
salvaron de la destrucción el altar, los pisos y la tumba de Luisa de la Torre, la
Beatita de Humay, santa popular “muerta en olor de santidad” en 1869.
En Humay todavía hay casas resquebrajadas por el sismo, otras a medio construir; algunos vecinos aún ocupan los módulos habitacionales provisionales donados por la cooperación internacional y, pese a la precariedad de la situación,
los pobladores de Humay se consideran benditos: la tierra ondeó, se cayeron los
Cristos de sus cruces y se desplomaron las paredes, pero nadie murió.
Incluso, la noche anterior al terremoto la Niña Luisa —como sus devotos la
llaman con cariño— se le apareció en sueños a Lastenia Mendívil, conocida
como “la reliquia de Humay” porque tiene 109 años, y le dijo: “Vete a Lima”.
Ella obedeció y se salvó de una muerte segura: con el sismo su casa se vino
abajo y se hizo polvo.
Casi a la entrada del pueblo se erige la imagen de esta mujer profética que
durante su vida derrochó milagros, curó enfermos e hizo pactos con el cielo
y la muerte. Dicen que todo lo adivinaba y que cuando falleció a los 50 años
no fue de improviso, sino que hizo un trueque con Dios para morir en vez de
una señora que habría dejado en la orfandad a siete niños.
El culto a Luisa de la Torre Rojas se originó en el siglo XIX. Ella y su melliza
Carmen nacieron el 21 de junio de 1819, en Humay, de padres españoles.
Quedaron huérfanas durante la infancia y fueron criadas por sus tías Juanita
y Panchita. Al crecer, la casa de las hermanas se convirtió en refugio de viajeros y enfermos. Allí, Luisa trataba las enfermedades con plantas medicinales
mientras rezaba a Jesús, a quien llamaba “doctorcito”. Las personas que se
acercaban a curarse no solo eran de la zona; muchas venían de lejos, a pie y a
caballo. Hoy, los creyentes vienen de todas partes del mundo, ya que el culto
se ha propagado a Estados Unidos, España, Argentina, México y Chile.
Sin embargo, sus dones trascienden los problemas de salud. Se le atribuye
juntar a los matrimonios que están por separarse y darles mellizos a las mujeres que no pueden tener hijos. De hecho, en la casa donde vivió la beatita hay
decenas de fotos de niños concedidos a punta de fe y milagro.
La señora Olga Espinoza tiene las llaves de la casa donde habitó la Niña Luisa. Si bien ahora está prohibido el ingreso al público porque tiene rajaduras
y podría desplomarse, se la pretende arreglar para que sea un oratorio. Hoy,
casi todas las cosas que había adentro están en Lima, con el Comité Probeatificación de la Niña Luisa, quien aún no tiene el sello de oficialidad santa
del Vaticano. Lo que queda en la casa es el altar que mandó a hacer en
agradecimiento un iqueño, Abel Albarracín, que se sacó la lotería. Sobre este
hay algunas flores y cirios. En las paredes están colgados un sinnúmero de
corazones de plata y alpaca, fotos de niños, familias y jugadores de fútbol, así
como placas, inscripciones y notitas escritas a puño y letra.
Lo que es más, en otro de los ambientes de la casa de la Niña Luisa hay una
placa puesta en gratitud que dice: “Javier Pérez, esposa e hijo, por haberme
dado la bendición concedida”. Según Olga Espinoza, el ex secretario general
de las Naciones Unidas Javier Pérez de Cuéllar vino en persona a ponerla.
Lázaro iqueño
Uno de los grandes milagros de la Niña Luisa fue el de la
resurrección. La beatita había salido del pueblo y, cuando
regresó, encontró que estaban velando a su amigo Gregorio
Montoya. Ante la sorpresa de todos aseveró: “Goyo no está
muerto”. Entonces, recogió agua de la acequia con un vaso
y se lo dio de beber al muerto mientras le decía: “Goyo, levántate que yo te lo ordeno”. Y Goyo se levantó en el acto.
Asimismo, a los sordos y ciegos los untaba con barro y les
hacía oír y ver. Se dice incluso que en la actualidad ha curado
a personas con cáncer terminal y sida que se han acercado a
Humay en pos de un prodigio. La lista de sus milagros continúa creciendo y el Comité Probeatificación en Lima está realizando los trámites para que la Iglesia católica la canonice.
Kp 522
TAMBO COLORADO, CRUCE DE OFRENDAS
En una de las riberas del río Pisco, un poco más allá de un acantilado y de los
sembríos de maíz y algodón, se encuentra el gasoducto; al otro lado, uno de
los ramales del Cápac Ñan que viene desde Huancavelica y pasa por las ruinas
de Tambo Colorado, importante centro administrativo y religioso inca.
Sin embargo, en el asentamiento donde yace Puka Tanpu —voz quechua para
Tambo Colorado, ‘lugar de reposo' en el que predomina el color rojo— existen
vestigios de las culturas Paracas, Nasca, Wari y Chincha. De esta última resaltan los muros de barro, altos y gruesos, construidos con la técnica del tapial.
Hacia 1476, Túpac Yupanqui, décimo inca, consolidó la conquista del Chinchaysuyo anexando las tierras que se encontraban bajo el dominio del señorío
de Chincha, uno de los curacazgos más importantes de la costa del antiguo
Perú. El hijo de Pachakuti hizo de Tambo Colorado un punto de despliegue
estratégico: no solo sirvió para albergara guerreros, chasquis y a la realeza en
su paso hacia y desde los Andes, sino también para realizar complejos rituales
religiosos que fortalecieron el eje de dominación en la zona.
Cada uno de los tres palacios en Tambo Colorado tiene construcciones casi
simétricas, las cuales realzan a través de la arquitectura el sentido de dualidad
andino. La impronta inca que se ve en las hornacinas trapezoidales se entremezcla con otras tendencias arquitectónicas preincas, como ventanas y muros
escalonados. De estos edificios, el palacio principal, que albergaba a la realeza
inca, es el más complejo y laberíntico. Para llegar a cualquiera de sus “torres”
es necesario cruzar por tres portales de doble jamba, pequeñas habitaciones y
pasadizos angostos. Al lado de este edificio se habría encontrado el acllawasi,
o casa de las vírgenes del sol, donde vivían las mujeres escogidas para la elaboración de chicha y los trabajos de textilería, de acuerdo con las exigencias
del Estado inca y las deidades que regían su cosmogonía.
A las funciones de Tambo Colorado se sumaba la necesidad de supervisar los
movimientos que se producían entre las personas que viajaban de una región a
otra. Mucho antes de que los incas se asentaran en este centro y construyeran
el Cápac Ñan hacia Lima la Vieja y huaca Centinela, el valle de Pisco ya se había
constituido como uno de los pasos naturales entre la costa y los Andes.
Poco después del apocalipsis que significó para el mundo andino la llegada de
los españoles, Tambo Colorado fue abandonado. Desvanecido el poderío del
incario, quedaron las ruinas por las que hoy sobrevuelan águilas, cernícalos,
lechuzas y palomas.
Unidos en el ushnu
Como todo centro de influencia ideológica inca, Tambo Colorado tiene un ushnu o plataforma donde se realizaban
ofrendas y sacrificios para las divinidades. Este conectaba el
poder político con las fuerzas divinas de la tierra y el cielo,
los cerros y templos sagrados a lo largo del vasto imperio
incaico hasta el Cusco, ombligo del Tahuantinsuyo.
Desde el ushnu se podía divisar buena parte del valle y
también aglutinar valores simbólicos. Su estructura servía
para unificar poblaciones: por lo general, se encontraba al
centro o al final de una plaza y la acústica permitía que los
concurrentes oyeran desde cualquier lugar de la explanada
lo que ocurría sobre la plataforma sacrificial. En Tambo Colorado la plaza principal tiene forma de trapezoide y es más
ancha por el borde en el que se ubica el ushnu. Allí habría
habido ofrendas de chicha, agua y sangre.
Kp 525
PARACAS, VIENTO DE ARENA
Los acantilados, playas e islas de la reserva nacional de Paracas tienen una
belleza que se desprende del azul aturquesado del mar y de los sutiles colores
del desierto. Además, son los ambientes propicios para que una diversidad de
aves y lobos marinos se reproduzcan.
Las frías aguas marinas de la corriente de Humboldt fomentan la proliferación
de las especies. Parte de la riqueza del Perú es su biodiversidad y en Paracas
existen flora y fauna que componen los eslabones de la cadena alimenticia,
desde los grandes cachalotes hasta el plancton unicelular.
Entre los animales más representativos de la reserva se encuentran los lobos
de mar, que pueden verse a raudales en las Islas Ballestas. Asimismo, hay
gatos marinos, delfines y millones de aves, residentes o migratorias, tales
como el cóndor, el gallinazo, el chorlo de campo, la gaviota, el pelícano y el
halcón peregrino.
Una de las aves más importantes es la parihuana, porque inspiró en 1820 al
libertador don José de San Martín cuando desembarcó en estas costas: del
blanquirrojo plumaje se extrapolaron los colores de la bandera del Perú.
La relevancia histórica de esta zona es aun más antigua. Se han encontrado
vestigios de la cultura Paracas (600 a. C.-100 d. C), que ocupó los valles de
Ica, Pisco y Chincha. Incluso dentro de la reserva hay una ciudad que todavía
no ha sido excavada en la zona llamada Supay, cerca de donde se avistaba la
formación rocosa bautizada como La Catedral.
La reserva tiene playas preciosas, como Yumaque, Mendieta, La Mina o Atenas. Y aunque sale el sol casi todo el año, la zona se caracteriza por sus fuertes
vientos, especialmente durante las tardes. No en vano el nombre Paracas viene
del quechua y significa ‘viento de arena’.
Kp 528
Una de las imágenes más enigmáticas entre las halladas en los mantos es la
de un dios volador y etéreo que podría haber sido Kon, el creador del mundo.
Otra deidad representada lleva cabezas-trofeo colgando de una faja atada a
su cintura.
Se especula que los mantos fueron usados en vida para cubrir cabeza y espalda, y que las personas eran enterradas con sus prendas; de ahí su presencia
en las tumbas. La mayoría mide 1,30 metros por 2,50 metros, y los paracas
llegaron a usar hasta siete colores en su composición. Pero, claro, quien no
conoce el desierto no distingue sus matices.
Kp 535
MANTOS PARACAS, EL ARTE DEL DESIERTO
EL PISCO, ALQUIMIA DE EXPORTACIÓN
La aridez y la monotonía del desierto son solo aparentes. Quienes en verdad conocen de cerca la arena también distinguen en ella matices, colores y texturas.
De ahí los mantos. En la franja desértica costeña de Ica se desarrolló la cultura
Paracas, un pueblo agricultor y pesquero, que en su última etapa (200 a. C.200 d. C.) utilizó complejas técnicas de textilería. Los mantos hallados en las
tumbas ubicadas en el Cerro Colorado muestran diseños y colores suntuosos.
Las nuevas ciudades reflejaron el entusiasmo conquistador español, así como
la incorporación de los indígenas al sistema de encomiendas. Transformados
los nativos en siervos, los terratenientes europeos de la costa central y sur los
pusieron a trabajar la caña, la vid, el algodón, los dátiles y las menestras. Entradas las primeras décadas del siglo XVII, las tierras de Ica eran reconocidas
por sus vinos y el aguardiente de uva denominado pisco, vocablo quechua que
significa ‘ave' y que fue utilizado por los incas para denominar el valle con el
mismo nombre.
Si durante los primeros siglos de la cultura Paracas hubo influencia Chavín,
en el periodo de Paracas Necrópolis se sentaron las bases para la civilización
Nasca. Los vínculos entre ambas culturas se reflejan en las trepanaciones
craneanas, las cabezas alargadas, en los grandes geoglifos grabados en las
pampas y en el arte textil, policromo y mitológico.
En sus cementerios se han encontrado ceramios y momias envueltas en fardos
y agrupadas a poca profundidad de la superficie. Debajo de las telas corrientes
usadas para recubrir a los muertos hay delicados tejidos. En años republicanos, la
sed por metales preciosos y la ignorancia hicieron que los huaqueros despreciaran los mantos y los dejaran enterrados en la arena, semidestruidos.
Los mantos de Paracas Necrópolis fueron hechos de algodón y, por lo general,
bordados con hilos de lana camélida, plumas de aves amazónicas, cabellos humanos o pelo de vizcacha, para representar figuras divinas antropomorfas, así como
abstracciones de plantas o animales, y patrones geométricos. Entre los motivos
más representativos están las frutas, flores, peces, serpientes, aves y felinos.
Cuando el puerto de Santa María de Pisco fue asaltado en 1624 por el pirata
Jacob L’Heremite Clerk, parte de su botín consistió en un buen lote de aguardiente de uva. Siendo un producto tan preciado, en otra ocasión los hacendados
tuvieron que pagar un cupo de 300 botijas para evitar un ataque filibustero.
En aquellos tiempos, el poblado de Pisco y sus alrededores bullían de riqueza y
movimiento comercial, y el aguardiente de uva adoptó el nombre del lugar de
embarque a Europa. Se dice que el rey de España tuvo que prohibir la exportación de vino del Perú porque le arruinaba el negocio a los ibéricos. Entonces,
toda la producción fue destilada para evitar que se echara a perder.
Desde hace algunos años, el pisco, que es peruano, está teniendo un resurgimiento a nivel nacional y en el extranjero. Hay más de 200 marcas de este
aguardiente en los supermercados y tantas bodegas más, la mayoría artesanales, desperdigadas en los valles de Lima, Ica, Arequipa, Moquegua y Tacna.
En Chincha se da una gran producción vitivinícola, y en las paredes exteriores
de las casas se lee el eslogan de la ciudad y el valle: “Mientras lloren las uvas,
yo beberé de sus lágrimas”. Es en esta provincia donde se encuentra Viñas de
Oro, la principal bodega exportadora del Perú.
La historia de esta bodega se remonta a Elena García, una señora moqueguana que comenzó haciendo aguardiente de mandarina en un alambique de
cinco litros bajo un techo de paja sujeto por cuatro estacas. Sus destilados
fascinaron a don Mario Brescia, quien ya tenía en Chincha el fundo Hoja
Redonda, y de allí surgió la idea de desarrollar una bodega pisquera en la
misma propiedad.
Hoy Viñas de Oro produce 250 mil litros de pisco al año y destina 85 hectáreas
a la siembra de las seis uvas pisqueras reconocidas legalmente. En 2006 el
pisco mosto verde italia de esta bodega ganó en Bruselas el primer premio a
los destilados. En julio de 2009 recibió una medalla de oro por su pisco mosto
verde torontel.
A diferencia de Viñas de Oro, la mayoría de las bodegas iqueñas aún no exporta. En Sunampe, Chincha, la producción de pisco es a menor escala y a la
antigua. Por ejemplo, en la bodega de vinos y piscos Naldo Navarro hasta hace
tres años se obtenía el mosto pisando uvas en un lagar. La maravilla de este
territorio es que permite descubrir la producción del aguardiente peruano en
grados diferentes de tecnificación, desde las bodegas más rústicas y artesanales —que incluso producen pisco sin marca ni etiqueta—, hasta las grandes
bodegas que emplean maquinaria de última generación.
Al igual que en Viñas de Oro, en la bodega Naldo Navarro se utilizan entre
siete y ocho kilos de uvas para elaborar una botella de pisco, respetándose la
pureza, el sabor y esa relación histórica con el vino y su destilado. Calidad y
no cantidad, la fórmula del pisco.
Brandy: primo hermano
La historia del aguardiente de uva no comenzó en el Perú.
Los antiguos árabes ya lo habían descubierto en su afán de
dar con el elixir de la vida eterna. Otra versión dice que en
Europa continental destilaron el vino y lo almacenaron en
toneles de roble para que soportara el trayecto a Inglaterra.
La intención era rehidratarlo en el lugar de destino, pero
al no ser posible transmutarlo de nuevo en vino quedó un
delicioso aguardiente para la humanidad: el brandy. La diferencia principal con el pisco es el tipo de destilación y el
añejamiento. A diferencia del brandy o coñac, el pisco no se
madura en madera.
Kp 555
VIRGEN DEL CARMEN, MORENOS MARIANOS
Durante mucho tiempo la mano de obra de la hacienda San José en Chincha
fue esclava y africana. Alrededor, entre los cultivos de caña, algodón y pacae,
se diseminaban las casas de los negros. La leyenda cuenta que un buen día
pasó caminando una joven indígena, algo que llamó la atención de los trabajadores: “¿Esa cholita para dónde irá?”. La intriga se acrecentaba, porque cada
vez que la veían cruzar por los platanales ella desaparecía. Hasta que una vez
decidieron seguirla y en el lugar donde le perdieron el rastro encontraron una
imagen de la Virgen del Carmen.
En vez de dejar a la virgen en medio de la chacra, los vecinos la llevaron seis
kilómetros más arriba, a la gruta de Piedra Virgen, y le hicieron una base y la
resguardaron con grilletes. Pero cuando el río creció las corrientes se llevaron
la imagen al lugar donde había aparecido. La abuela de Amador Ballumbrosio
contaba que poco tiempo después pasaron las fuerzas invasoras chilenas y se
robaron a la virgen. Sin embargo, esta regresó a la huerta de plátanos y fue
allí cuando los negros decidieron construirle una iglesia y llamar a la zona
“El Carmen”.
El día central del culto es el 16 de julio y se celebra desde temprano. A las
nueve se ofrece una misa a la que asisten las personas que trabajan en las
chacras, los cargadores y mayordomos, que se confiesan y comulgan. Al mediodía se realiza una misa afro en la que se le baila a la virgen con sufrimiento, emulando cómo los españoles azotaban a los esclavos en la hacienda San
José y los hacían trabajar al compás de las campanas. Por la tarde se organiza
un bingo profondos para la Cofradía de la Virgen del Carmen, y en el crepúsculo una segunda misa reúne a quienes no pudieron asistir a la primera. Al
terminar el servicio se tocan los cajones mientras una multitud se acerca al
anda para santificar estampitas y niños ante la beatífica mirada de la Señora
del Monte Carmelo.
Antes de que se inicie la procesión, los miembros de la Hermandad barren la
Plaza de Armas. La banda de músicos se alista. Empieza a sonar una melodía
de feliz cumpleaños, con suavidad, y un grupo de mujeres alza el anda y baja
las escalinatas de la iglesia a la plaza. Cientos de personas aplauden y lanzan
pétalos al aire. La virgen comienza así su largo recorrido por las calles, un
trayecto que dura más de un día. En el transcurso, visita a las autoridades del
pueblo y las casas de los vecinos; en cada parada recibe cánticos, alabanzas,
rezos, padrenuestros, lecturas bíblicas y gracias. Cirios y sahumerio en mano,
la gente canta con fervor: “mientras recorres la vida, tú nunca solo estás,
contigo por el camino, Santa María va”.
En la primera parada, las mujeres cargadoras son reemplazadas por 36
hombres de la Cofradía hasta el momento en que regresa a la iglesia y es
alzada nuevamente por las creyentes con música alegre, carnavalitos andinos y salsa dura, en contraposición a la cadencia procesional y solemne
de la noche.
La virgen también cura enfermos. Uno de los milagros recientes más conocidos es el de una señora que tenía cáncer al estómago a quien los médicos habían desahuciado. Guillermo Villamarín, capataz mayor de la cofradía, cuenta
que ella “se entregó totalmente a la virgen; le pidió que la sane [...]; le seguía
rezando, se pasaba imágenes de la virgen y al tiempo se sanó totalmente”. El
presidente de la Cofradía considera que su afiliación formal al culto hizo que
su hijo se curara de un asma severo. “En el transcurso de la perseverancia que
he tenido en la institución y en el servicio que le vengo haciendo a la virgen
con la fe, cambió mi hijo”.
No obstante, así como la virgen da, quita. Doña Adelina viuda de Ballumbrosio
cuenta que fue castigada por romper una promesa: ponerse el hábito marrón
hasta su muerte. Ella se casó muy joven, a los 19 años, y mientras sus amigas
iban a bailar ella se quedaba en casa embarazada. Un día su cuñada le dijo que
le hacía un vestido. Entonces, al poco tiempo, se fue a una fiesta, pero después de dar a luz empezó a adelgazar. “Me comencé a secar, a bajar de peso,
y me quedé en 48 kilos. Antes pesaba 60... Buscaron a una persona para que
me rece, porque lo que yo tenía era un fuerte susto. Allí le pedí disculpas a la
Virgen del Carmen y juré que aunque sea en mi cajón de muerte me pondrían
el hábito”, dice Adelina.
La lista de milagros es larga y cada año vienen más personas a El Carmen para
rendirle tributo. Le hacen arreglos florales, poesías e imploraciones. En la Plaza de Armas se revientan castillos pirotécnicos y se amontonan las personas
henchidas de fe.
Kp 560
ADELINA Y ANGELITA, DAMAS DULCES
Desde que murió en junio de 2009 uno de los mayores exponentes de la música negra en el Perú, Amador Ballumbrosio, su viuda Adelina viste el hábito
de la Virgen del Carmen.
Si bien la numerosa familia Ballumbrosio ha definido el devenir de la música afroperuana, los ritmos de cajón y zapateo tuvieron que ser complementados con las
labores de campo y albañilería que don Amador realizaba. Económicamente “la
música no le rindió mucho”, reconoce doña Adelina, pero fueron otras riquezas
las prodigadas. Por su parte, ella preparaba frijol colado y dulce de calabaza y
mandaba a sus hijos a venderlos en El Carmen en tarros de leche Gloria. También
nísperos calados, frutos frescos hervidos varias veces y puestos en almíbar. Ella
cuenta: “Cuando estaba calada la miel, ponía cuatro nísperos en cañitas, en esas
que se usan para los anticuchos. Cada palito costaba 20 céntimos”.
Mientras tanto, Amador trabajaba arreglando las paredes de la cercana hacienda
San José, propiedad de la familia Cillóniz. En aquel entonces no solo adquirió el
apodo de “Champita”, porque era él quien tiraba las champas, sino que también
inició una larga amistad con doña Ángela Benavides viuda de Cillóniz.
Doña Angelita y su esposo recibieron parte de la hacienda San José en 1960,
en mal estado, pero poco a poco la fueron refaccionando. Con once hijos y
la casa llena, doña Angelita comenzó a hacer almuerzos para los amigos. No
pasó mucho tiempo hasta que comenzaron a alojarse huéspedes de otros países. “A los primeros almuerzos les pusimos ‘el menú francés’, que de francés
no tenía nada, sino porque iban muchos franceses. Constaba de pisco sour
con yuquitas fritas, ensalada cocida —porque eran extranjeros—, frijol, arroz
con chanchito al horno y picarones”, recuerda Angelita.
El contacto con la gastronomía de la zona la llevó a aprender la preparación de
dulces locales: el frijol colado, los higos y los nísperos calados en miel. Al igual
que doña Adelina, ella preparaba exquisiteces. Doña Angelita explica: “El higo
blanco que todavía no está maduro lo cortas en cuatro, lo haces hervir varias
veces y botas el agua para que no se amargue. Después haces un almíbar,
echas los higos y son una delicia. Como me gustaba [la repostería], siempre
me metía a la cocina y las morenas me iban enseñando”.
Varios de los quince hijos de doña Adelina congeniaron con la prole de doña
Angelita y, con el tiempo, empezaron a venir los hijos de don Amador a bailar
a la hacienda. Una de sus hijas, Maribel, daba clases de baile afroperuano a
los turistas. Por aquellos tiempos —segunda mitad de los ochenta—, Amador
había formado una agrupación, o hatajo de negritos, y zapateaba caporal
“hasta que salía humo”. Durante una época, todos los domingos un tractor
jalaba un tráiler lleno de turistas que partía de la hacienda San José, cruzaba
por los campos y llegaba hasta la casa de los Ballumbrosio. Allí salían los hijos
de Amador a zapatear, obedientes al llamado de “¡Ritmo!”, expresión tan suya
como la de “Vamo’ pa’ Chincha, familia”.
Todas estas actividades no se habrían realizado si es que el general Juan Velasco
Alvarado hubiese expropiado la hacienda San José durante la reforma agraria
iniciada en 1969. La leyenda cuenta que doña Angelita fue a Palacio de Gobierno con sus once hijos para evitar la medida. “La gente exagera. Yo sola fui. Tenía
cita con su secretario Juan Garland, pero resultó que estaba ocupado porque era
cumpleaños de Velasco. Allí me preguntaron si quería saludarlo y al principio
dije que no, pero después me puse en la fila, lo saludé y le dije: ‘Lo único que le
ruego es que haga verdadera justicia en la reforma agraria’”.
Hoy, la hacienda San José, que data de 1680, está en proceso de reconstrucción
después del terremoto de agosto de 2007. Si bien han pasado las épocas en
que los Ballumbrosio la visitaban para entusiasmar a más de un extranjero, los
vínculos entre las familias no se han roto. Cada vez que doña Angelita va a la
hacienda pasa por la casa de los Ballumbrosio en El Carmen para conversar.
Convites y confites
En Ica se producen los dulces de frutas y nueces más conocidos del Perú. Entre los favoritos está la teja, masa de
manjar blanco con incrustaciones de pecana y recubierta de
una fina capa de azúcar y agua. Obviamente, un preparado
de estirpe oriental, aunque acá no lo sepamos. La variación
más popular de este dulce es la chocoteja, que reemplaza
la cubierta de azúcar por chocolate. Otros ingredientes utilizados en vez de la pecana son limones, higos, guindones,
castañas, pasas, naranjas y coco. La fama de las chocotejas
es mundial y ahora se exportan principalmente a Venezuela
y Estados Unidos. En la primera clase de una línea aérea
norteamericana se ofrece a los pasajeros chocotejas de la
fábrica Helena, de Ica.
Otra delicia iqueña es el limón confitado relleno de manjar,
de receta exigente y complicada. Otras frutas caladas con
agua, azúcar, canela y clavo, viejísima forma de preparación,
son los higos verdes y los nísperos que se ofrecen al palo,
como brochetas, o en vasitos, en los puestos ambulatorios
de los pueblos y pequeñas ciudades del sur.
Un clásico de Ica es el frijol colado, preparado con frijoles
negros o canarios, leche evaporada, azúcar rubia, canela
molida y espolvoreado con semillas tostadas de ajonjolí. El
dulce de pallar es de similar preparación, con leche, vino
dulce, esencia de vainilla, canela y también semillas de ajonjolí. Ambas menestras ya eran utilizadas por las antiguas
culturas del Perú, Paracas y Nasca.
Kp 562
HUACA CENTINELA, EL GUARDIÁN SAQUEADO
Hacia el siglo X se formaron en Lurinchincha los primeros agrupamientos
humanos, una cultura elemental, pescadora y recolectora de frutos marinos.
Adoraban al mar, el elemento proveedor. Un siglo más tarde baja de la cordillera un pueblo más elaborado. Agricultor y guerrero, manejaba armas, técnicas
hidráulicas y arquitectura. Llegaron, vencieron a los locales y se asentaron.
Su pericia técnica los llevó a explorar la navegación y construyeron balsas de
gran tamaño con troncos y totora. Hoy, en las playas de Chincha vemos aún
a los pescadores artesanales emplear balsas de topa, una madera liviana que
proviene de los bosques amazónicos. En Chincha Baja, una población hoy
disminuida respecto a un pasado colonial de gran solera —fue fundada como
Villa de Almagro por el mismo conquistador en 1537— se levanta el conjunto
arqueológico llamado huaca La Centinela.
Capital de la cultura Chincha, florecida en el intermedio tardío entre los siglos
IX y XV, esta huaca es uno de los más de 200 sitios arqueológicos diseminados
en un tramo breve de litoral costero: Tambo de Mora, La Cumbe, San Pedro,
Ranchería, Litardo, etcétera. Los chincha levantaron sus templos y palacios
con tapial, muros de barro o adobón. Las grandes pirámides están formadas
por plataformas superpuestas en cuyas cimas se construyeron recintos de
gran importancia social. La gradiente de la pirámide iba definiendo una estratificación. El llamado recinto del friso se ubica en la parte superior. Ahí, en un
altorrelieve de un largo muro, se representan elementos marinos, animales y
olas muy similares a los frisos chimú de Chan Chan. En la iconografía aparece
el ave en picada, dispuesta a pescar, un símbolo que encontró en la cultura
Lambayeque, o Sicán, su máxima expresión.
Después de una dura resistencia, los chinchas aceptan formar parte del imperio inca, pero manteniendo el control de varias rutas comerciales. Los nuevos
ocupantes del curacazgo levantaron en La Centinela edificios, templos y palacios para marcar su poder, pero respetaron la altura de la plataforma chincha
más elevada. Un nuevo palacio, inca, se erigió como símbolo de reciprocidad
y conciliación: el mutuo respeto se ritualizaba para renovarse. Si los chincha
usaron el tapial, los incas introdujeron el adobe; aunque también trajeron rocas
labradas del sur andino que aún se aprecian. Una gran piedra triangular, de
apariencia volcánica, pudo ser el oráculo local, Chinchay Cámac. La brisa marina, al impactar los poros de esta roca, hacía un ruido sugerente e invocador.
Fue Hernando Pizarro, el conquistador, quien ordena saquear todas las huacas
del sur. Había que buscar oro en las ofrendas, los entierros, los objetos de
culto y los escondites. La Centinela en parte fue destruida en esta primera
intervención; más adelante, con el virrey Toledo y la extirpación de idolatrías,
la cruz reemplaza a la espada en la empresa. El saqueo acabó con todo.
LIMA
Kp 680
CHILCA, PRIMEROS AGRICULTORES
Al límite con el valle del río Mala, entre vides y granadas, resalen las moles de cerros que a primera vista parecen montículos de arena. De cerca,
las excavaciones en las laderas van revelando las terrazas, depósitos y
habitaciones de lo que habría sido un asentamiento de la cultura Huarco
(1100-1470), nación que tuvo su principal centro poblado en el actual
Cerro Azul, Cañete.
El boom inmobiliario en las playas de Asia ha fomentado la proliferación de
trabajadores de construcción civil en estas zonas; algunos de ellos han pasado de construir casas top en ese microcosmos de Lima a realizar las distintas
tareas que exige la excavación en Esquivilca B: cernir arena, detectar restos
valiosos y entregárselos a los arqueólogos para su catalogación.
más importantes de la zona, encontrado en 1964 por Frédéric-André Engel.
Allí se hallaron restos de viviendas, fardos funerarios, huesos de ballena,
algodón y otras plantas.
Desde los siglos II y III d. C., entre Chilca y Salinas se desarrolló un sistema
de chacras hundidas que aprovechaba la humedad del subsuelo. A diferencia
de otros valles de la costa, los acuíferos de Chilca son más escuetos y los
agricultores han sabido excavar unos cuantos centímetros sobre la superficie
arenosa para adecuar sus campos de sembríos a las condiciones semiáridas de la zona. También trabajaron el mar. Se han encontrado momias con
problemas de oído, lo que indica el zambullido constante de estos antiguos
pescadores del Perú.
Asentándose sobre los cerros, los huarcos aprovechaban las fértiles planicies
irrigadas con canales y sembraban frijol, calabaza, maíz, lúcuma y ají. En conjunto, los restos otorgan información clave sobre los patrones constructivos y
alimentarios, tecnológicos, alfareros y de calzado.
En Higueras I trabajan 150 obreros y 20 arqueólogos analizando los tamaños, especies y condiciones de estrés climático de las grandes cantidades de
conchas prehispánicas encontradas. En estos conchales hay machas, choros,
palabritas y patas de burro que corresponden al periodo que va del intermedio
temprano al tardío. En este gran basural precolombino, los trabajadores también se han topado con anzuelos de cobre, redes, textiles, cerámica, escorias
de metales y huesos de perros y camélidos. Estas piezas no solo son indicios de
las actividades productivas de la época, sino que enriquecen las teorías sobre
el comercio y las rutas migratorias. Los estudios arqueológicos establecen que
la gente del Ande viajaba a la costa para recolectar conchas y peces; luego,
desconchaba y salaba los productos para conservarlos en su trayecto de vuelta. Así se creaba un circuito de asentamientos temporales, un corredor de los
Andes al llano marino y viceversa.
Desde este sitio arqueológico es posible divisar la Panamericana Sur, autopista por la que también se llega a otra excavación de Chilca —Higueras I— que
revela restos dejados por peruanos más antiguos. Y transitando por esta carretera, se aprecian tramos del gasoducto que se está construyendo a Lima,
que reposa sobre las dunas.
Antes de que Transportadora de Gas del Perú iniciara las labores de rescate en
esta zona, los conchales estaban entre plantaciones de higueras y nueces de
macadamia. A los estudios arqueológicos que se han realizado en Chilca en los
últimos 50 años se suman hoy los hallazgos de las nuevas excavaciones que
profundizan el conocimiento de las hondas raíces históricas del Perú.
Desde mayo de 2009, las labores más minuciosas son realizadas por mujeres
locales que en un día de trabajo cualquiera rescatan numerosas piezas. A lo
largo de una mañana es posible encontrar un pequeño rostro moldeado en
barro, una figurilla canina, tupus —agujones para prender vestimenta— y vestigios de orfebrería.
El hombre de Chilca (6000 a. C.) es uno de los primeros agricultores en el
mundo y, aunque es el más antiguo de la costa, algunos estudiosos afirman
que es de origen andino. Cultivaba camote, zapallo y frijol, entre otros
alimentos, y complementaba su dieta con pescados y mariscos. En Chilca
también crece la totora y los chilcanos originarios solían elaborar tejidos
con ella. Asimismo, construían sus viviendas con este material, caña y esteras, tal como se cree que fue en La Paloma, uno de los sitios arqueológicos
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JALLPA NINA, DE LURÍN AL MUNDO
Mientras relata la historia del nombre de su taller de cerámica de Lurín, Marilyn Deneumostier trabaja a mano un plato con motivos paracas; allí, entre
el dibujo, el color y la textura, cobran forma el viento, la arena, las dunas.
“Jallpa Nina se me ocurrió porque me encantaba la idea de poner a mi taller
ese nombre quechua que quiere decir ‘tierra y fuego’”. Con Marilyn trabajan
45 artesanos en labores especializadas. “Nosotros preparamos nuestros propios esmaltes. Una mirada de conocedor distingue cuando el taller hace sus
esmaltes de cuando los compra”.
Juan Carlos Pablo pasa la esponja mojada a la arcilla para darle perfección a un plato. Al día aplica ese proceso a 200 o 300 platos chicos, o a
50 grandes. La mayoría de los trabajadores del taller son de la zona. Marilyn continúa explicando y sus manos parecieran tener independencia,
pues trabajan a la par. “Esto ha crecido mucho en veinte años... Tengo
mi propia línea y también trabajo con diseñadores de Estados Unidos.
El diseñador más importante con el que hacemos proyectos es Jonathan
Adler. Hace catorce años fui por primera vez a una feria de ceramistas en
Nueva York. Caminaba en el campus por la zona de los diseñadores y vi a
un pata ahí, paradito en su stand, y le dije: ‘¡Me encanta tu cerámica!’.
Era él. En dos meses vino al Perú; le encantó Lurín. Con el tiempo cobró
mucha fama en el mundo. Gracias a Jonathan hemos hecho contacto con
artistas de todas partes”.
Cintia Torres y Cristina Adaza, ambas de Lurín, aplican detalles en platos,
tazas, jarras y ollas: diseños de zigzag, huequitos, círculos. Colocan las
asas a las tazas moldeadas. Fijan los sellos de la fábrica en la base de los
objetos. “El retoque de cada pieza es muy fino, enteramente manual. Acá
hay muy buenos operarios: sus retoques son un arte”. Dionisio Quispe
también es de Lurín y trabaja como tornero. Él recibe la arcilla homogénea; la pone sobre un disco de madera que va encima de otro, giratorio.
Allí comienza a apretar y moldear la masa. Produce entre 100 y 200 platos
por día. “Da pena que en el Perú no haya escuela de cerámica. Yo pasé
por diferentes talleres. Mis maestros fueron Carlos Runcie Tanaka y Ana
María Cogorno”.
Marilyn piensa que artista y artesano van de la mano: ambos comparten una
sensibilidad para inspirarse de la naturaleza, cruzada con lo que se siente
en el alma. “Primero es la sensibilidad y después la técnica”. La sensibilidad
de Jallpa Nina se nutre de lo orgánico y, a la vez, se conecta con el pasado
precolombino, especialmente con la cerámica Chancay. De acá se exportan
diseños contemporáneos, inspirados sí, pero jamás copia. “De mi taller me
bota la luz cuando se va, cuando ya se hace de noche”.
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LOS TESOROS DE LA RUTA DEL GAS
La construcción de los ductos de gas no solo ha sido una de la labores de
ingeniería más complejas que se hayan realizado hasta el momento en el país,
sino que ha propiciado el descubrimiento de sitios arqueológicos que no habrían sido encontrados de no haber sido por esta gigantesca obra de infraestructura. El efecto retributivo de los trabajos arqueológicos ha culminado
con la puesta en valor de importantes sitios y piezas que van desde el periodo
formativo de la selva (1300 a. C.-200 d. C.) —del cual poco se conoce—, pasando por las culturas, señoríos e imperios de la costa y la sierra, hasta las épocas
colonial y republicana.
Ciertas piezas, de carácter espectacular, halladas durante los trabajos arqueológicos asociados a la instalación de los gasoductos, se encuentran en la Sala de
Exhibiciones de Transportadora de Gas del Perú (TgP) en la planta de Lurín.
Aunque la selva cusqueña es una zona agreste y de difícil acceso, se identificaron más de 20 nuevos sitios arqueológicos. Entre las piezas halladas en
el tramo de la selva se cuentan hachas de piedra, puntas de obsidiana y pendientes de collar. Algunos de estos materiales son foráneos, como tres puntas
talladas en obsidiana, un vidrio de origen volcánico que no se halla en la Amazonía. “Esto también indica que habría habido contacto con poblaciones serranas, sea en la sierra del Cusco o en la de Ayacucho”, sostiene el arqueólogo
Luis Salcedo. Asimismo, se han encontrado “piruros” o contrapesos utilizados
al extremo de las agujas de hilado, lo cual indicaría que se hacían tejidos de
algodón. La dilucidación de estos y otros aspectos del pasado amazónico se
cuentan entre los aportes de TgP a la arqueología peruana.
La Sala de Exhibiciones de Lurín es actualmente el espacio museístico más
moderno del Perú y cuenta con 362 piezas a la vista. Allí se pueden apreciar
textiles desde la época de los señoríos a la etapa de los estados regionales,
como los encontrados en Alto Huaullanga, Pisco, así como algunos de los 57
fardos funerarios del sitio arqueológico La Gruta, en Cañete; prendedores de
estilo chincha-inca del valle de Pisco y un mate en el que se aprecia el diseño
de aves marinas en picada.
Piezas extrañas, inexplicables, se muestran en las vitrinas de la sala, como
una cabeza trofeo nasca en cerámica, con un agujero en el cráneo, del cual se
amarraba una soguilla. Si esta se voltea, en la base se ve el cuello degollado
de una persona, con gotas rojas de pintura que emulan la sangre. Los unkus,
o camisetas sin mangas, que se usaron desde la selva hasta distintos territorios incaicos, decorados con plumas de colores y asociados a varios carretes
de plumas hallados en Humay, Ica, se encuentran en el museo. Estos últimos
son ofrendas funerarias incas y demuestran que existió un contacto comercial
fluido con las culturas amazónicas.
Del tramo de la costa se cuenta con el espectacular hallazgo de una ofrenda
compuesta por un mate en cuyo interior se encontraron varias piezas textiles,
incluida una bolsa decorada con exquisitez, pequeños envoltorios que contienen instrumentos y residuos de orfebrería, seis láminas de plata y más de medio centenar de laminillas de oro, recuperados en el sitio Higueras 2, Chilca.
También en Chilca se halló un conjunto de coloridos pendientes de collar y un
botón de manga de la chaqueta de un oficial chileno, en el sitio Cerro Calcarí
5, de la época de la Guerra del Pacífico.
Para realizar distintos trabajos arqueológicos y lograr la instalación de la Sala
de Exhibiciones, TgP firmó un convenio con el Instituto Nacional de Cultura.
De este modo, se trató de conciliar el afán modernizador de la era del gas con
la preservación de los restos del rico pasado peruano. La sala está abierta al público y contiene paneles informativos, vitrinas de cristal templado, iluminación
adecuada y temperatura precisa. El recorrido sigue el trayecto del gasoducto,
partiendo de la selva hasta la costa. En su interior, la sala está dividida en tres
secciones en las que se resalta la tecnología del gas natural, la relación con el
acervo histórico del Perú, el medio ambiente y la sociedad. La armonía en el
manejo espacial le valió el tercer puesto en diseño a los arquitectos Alberto Rey
y Alejandro Yrigoyen en la Bienal de Arquitectura de 2004.
Se espera que la sala forme parte de un circuito de interés educativo y turístico en Lurín. Solo así se podrá entender que las dimensiones del Proyecto
Camisea van más allá de la seguridad energética, y que la explotación gasífera
ha afianzado los lazos entre las comunidades, el presente y su pasado.
Camino al andar
La construcción de una gran obra de infraestructura en territorio peruano inevitablemente implica un impacto en el
subsuelo arqueológico. El ducto de Camisea recorre varios
cientos de kilómetros en selva, sierra y costa, y en su trayecto
encontró una cantidad enorme de sitios arqueológicos e históricos. Transportadora de Gas del Perú (TgP) ha transformado ese impacto en una oportunidad: los hallazgos han abierto
camino a nuevas investigaciones arqueológicas y, sobre todo,
a la recopilación e inventario de testimonios del pasado precolombino, colonial y republicano.
Desde 2000 existe en el Perú una normativa que obliga a
la realización de evaluaciones arqueológicas para todas las
obras civiles; además, Unesco ha creado sistemas de recomendaciones en materia de conservación de los bienes culturales que la ejecución de obras públicas o privadas pueda afectar (1968). Antes de que se aplicaran tales normas
en nuestro país, las obras civiles de infraestructura podían
dañar el patrimonio, dado que la dimensión arqueológica
no era tomada en cuenta. El Instituto Nacional de Cultura
(INC) elaboró un reglamento para evaluaciones arqueológicas en estos contextos, que fue validado por resolución
suprema en 2000.
Durante la instalación de los más de 700 kilómetros de gasoducto desde la selva del Cusco hasta la costa de Lima,
y en los 38 kilómetros de poliducto a lo largo del valle de
Pisco, TgP ha registrado 425 sitios arqueológicos y más de
600 elementos arqueológicos aislados. Aunque los trabajos
de mitigación lograron esquivar la mayor parte de estos
hallazgos, se procedió al rescate de 72 sitios y más de 120
objetos aislados, lo que sumó unas 42 toneladas de materiales culturales, en su mayoría prehispánicos, aunque también coloniales y republicanos.
En la actualidad, el informe final de los trabajos arqueológicos realizados mientras TgP instalaba los ductos tiene 120
volúmenes. Asimismo, TgP no solo ha contribuido al saber
cultural e histórico del Perú, sino que también se ha comprometido a conservar las piezas y a asegurar las condiciones ambientales necesarias para evitar su deterioro.
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ICHIMAY WARI, ENTRE SIERRA Y COSTA
Existen muchas razones para dejar el pueblo natal. Algunas responden a decisiones voluntarias; otras, a circunstancias compulsivas. En el Perú, entre los
años setenta y noventa, dominaron las segundas. Don Emiliano Orellana vivía
en Chorrillos hacia 1980 y trabajaba allí con varios paisanos. Escucharon que
la municipalidad de Lurín estaba ofreciendo unos terrenos a precios razonables. Compraron. De manera colectiva y por turnos construyeron sus nuevas
casas y talleres. En 1999, ya mudados, constituyeron la asociación Ichimay
Wari. Actualmente son dieciocho socios. De manera constante se capacitan,
negocian asistencia con entidades especializadas y confraternizan.
Reciben visitantes, a los que no solamente les ofrecen sus trabajos en venta,
sino también los invitan a sus talleres a que observen cómo se trabaja creando. Y si alguno se anima, puede intentar modelar una llamita con greda o
tallar una cara pequeña en madera. O ensayar en un telar. La relación con los
vecinos de Lurín es fluida. Los ayacuchanos enseñan sus técnicas a los vecinos
interesados y, a su vez, aprenden de ellos. Los costeños también tejen, pintan,
tallan. Es el Perú, ¿no? Los artesanos locales están organizados en una institución: Manos Sagradas de Lurín.
Vidal Gutiérrez pertenece a Ichimay Wari y es ceramista. Sus trabajos más
conocidos son nacimientos andinos, fachadas de casas, ángeles, imágenes cotidianas del mundo andino y alegorías de la fertilidad: hermosas mujeres de
gran tamaño rodeadas de una parafernalia colorida de frutos de las tierras
altas, tubérculos, cereales y frutas.
Vidal Gutiérrez nació el 2 de julio de 1959 en Moya, en La Quinua de Ayacucho.
Durante su infancia aprendió a trabajar la cerámica en el taller de sus abuelos.
A los 13 años vino a Lima por primera vez. De vuelta en su tierra se dedicó a
perfeccionar su técnica al lado de los maestros Ángel Castro, Alberto Castro y
Augusto Miyashiro. Hasta hoy conserva y cultiva las técnicas tradicionales de
sus ancestros y también los diseños y motivos, que recrea y mejora. En 1988
se instaló en Nuevo Lurín con su familia, y su nombre comenzó a identificar
ese taller donde trabajaban todos, adultos, chicos, mujeres y varones: Cerámicas Vidal Gutiérrez. La gente local comenzó a comentar que en esa casa se
hacían “diseños ecológicos”. Mientras tanto, él arrasaba con todos los premios
existentes que reconocen el arte popular en el Perú y nos representaba en un
evento realizado en Grecia.
Los años han pasado. Sus hijos siguen vinculados al taller paterno, pero ya no
solo como creadores: también ven la parte gerencial, hacen gestiones bancarias, administrativas, diseñan estrategias de mercadeo. Y en el taller, la familia
recibe a los visitantes con un pisco sour, los invita a conocer el trabajo en
todas sus etapas, a fabricar alguna figurita y, luego, en la galería donde se
exhiben las piezas de mayor importancia, los foráneos contienen la respiración
ante la serenidad de una María que recién dio a luz a un dios. Y después viene
una pachamanca que se ha estado cocinando horas bajo la tierra.
Migraciones cíclicas
No es primera vez que los ayacuchanos se asientan en las
costas de Lima. Este territorio fue wari hacia el siglo VII de
nuestra era, ya que los wari anexaron a los ichmas, los pobladores originarios de Lurín. Los artesanos contemporáneos
venidos de la altura, todos ellos tapiceros, ceramistas, alfareros, retablistas y talladores, tributan sin embargo el nombre
del dios original de los primeros habitantes de Lurín, Ichimay,
a quien Túpac Yupanqui rebautizó como Pachacámac.
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ISLAS MÍTICAS
El valle de Lurín se expande entre un conjunto de islas marinas llamadas Pachacámac y la cordillera del Pariacaca, a más de cinco mil metros de altura. Un
mundo diverso de climas, especies de vida animal y vegetal, y 13 distritos donde
la sociedad funciona de manera dispar. Las islas Pachacámac y San Francisco
están ubicadas frente a las costas de Lima, a 31 kilómetros al sur. Son formaciones de laderas pedregosas y playones de arena. Estas islas están vinculadas con
el santuario de Pachacámac desde las épocas prehispánicas a través del mito de
Cauillaca y Cuniraya. En los censos de población de vida marina del ex Inrena
aparecían 300 pingüinos de Humboldt habitando esas islas, de un total de 3.490
individuos contabilizados en 21 puntos de nuestras costas.
La existencia aquí de una estación marina de la Facultad de Oceanografía e
Ingeniería Pesquera de la Universidad Nacional Federico Villarreal contribuye
con la conservación de la biodiversidad existente, compuesta por distintas
aves guaneras, lobos de mar, nutrias, además de moluscos y peces. Las dos
islas mayores son los personajes del mito de Cauillaca; entre ambas surge un
islote conocido como El Sauce, y, hacia el norte, si el oleaje permite divisarlo,
emerge La Viuda. Los farallones son roquedales y peñascos de menores dimensiones que componen el conjunto.
Max Uhle se refiere a las islas en los siguientes términos: “La edad probable de
la costa actual es asunto de cierta importancia para Pachacámac. En un tiempo esas islas estuvieron indudablemente unidas con la tierra firme, ya que el
canal que las separa es poco profundo en este lugar. J. J. von Tschudi asegura
que tales islas fueron aisladas o separadas del continente en fecha tan reciente
como la de la época española por el terremoto de 1586, que determinó grandes cambios a lo largo de la costa peruana. De haber ocurrido en verdad ese
sismo en el tiempo indicado, hubiera sido imposible que Francisco de Ávila
relatase el mito de la provincia de Huarochirí en el año de 1608, en el que
habla de la hermosa Cauillaca que huyó al mar con su hijo, donde ambos se
metamorfosearon en rocas y fueron visitados por otra divinidad. La madre y
el hijo trocados en piedra deben ser la más grande y una de las más pequeñas
islas del grupo de Pachacámac, que puede verse desde la orilla”.6
El mito de Cuniraya Huiracocha
El dios Cuniraya vivía en la sierra enseñando a los pobladores
a edificar andenes y canales de agua. Por allí habitaba también
Cauillaca, una princesa-huaca que, pese a tener muchos pretendientes, rechazaba a todos. Un día ella estaba trabajando
en el telar bajo un lúcumo cuando Cuniraya la vio y quiso seducirla. Para ello, adoptó la forma de un ave y puso su semilla
en uno de los frutos del árbol. Este cayó al frente de la muchacha. Ella se lo comió y fue germinada. Luego, tuvo un niño.
6. Uhle, Max, Manuel Beltroy Vera y Alberto Bueno Mendoza. Pachacámac: informe de la expedición peruana William Pepper de 1896. Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 2003, fragmento de Max Uhle, p. 59.
Dado que Cauillaca no sabía quién era el padre, juntó a los
curacas y huacas de la zona en Anchicocha. Todos vinieron
y, a la pregunta de la princesa, negaron. Entonces ella decidió que el niño reconocería a su padre. Como Cuniraya había venido vestido como un mendigo a la reunión, cuando
el niño se acercó contento hacia él Cauillaca huyó corriendo
con su bebé desde las montañas hasta el mar, donde cayó
y se hundió. Los dos se transformaron en las islas al frente
del santuario de Pachacámac.
Cuniraya trató de alcanzar a Cauillaca en su forma de dios
luminoso. Llegado a la costa, Cuniraya fue al santuario
frente a las islas y se encontró con dos hijas de Pachacámac
resguardadas por una serpiente. La madre de estas se había
ido al mar, con Cauillaca. Cuniraya, molesto por ello, aprovechó que las muchachas estaban solas y violó a la mayor.
Cuando estaba a punto de hacer lo mismo con la segunda,
esta se convirtió en paloma y huyó. Es así que a la madre
de estas dos jóvenes se la comenzó a llamar Urpay Huachac
(“la que pare palomas”).
En aquella época todos los peces del mundo se encontraban en el santuario, en un estanque custiodado por Urpay
Huachac. Cuniraya, furioso por la alianza entre ella y Cauillaca, se vengó tirando al océano a todos sus peces. Desde
allí los peces crecen y se reproducen en el mar abierto.
Kp 727
PACHACÁMAC, MÁS ALLÁ DEL BIEN Y EL MAL
La sacralidad del sitio de Pachacámac ha evolucionado al compás de los
cambios y ocupaciones de la costa central y las relaciones con otros polos
de importancia religiosa en tiempos precolombinos. La historiadora Maria
Rostworowski ha investigado el sincretismo de este oráculo con la adoración
al Cristo de Pachacamilla, el Señor de los Milagros. Los mitos y el temor a los
desastres naturales dan continuidad a este culto, cuyo escenario se despliega al sur de Lima, en el desierto.
Pachacámac, el viejo dios, domina en las tinieblas, en la oscuridad del mundo.
Cronistas españoles refieren, según Rostworowski, que el santuario de Pachacámac no solo era tenebroso sino también maloliente, debido a los sacrificios
de sangre que se realizaban. El Señor de la Noche, Pachacámac, luchaba contra la luz; su hermano era Vichama, de menor poder y prestigio, el Señor del
Día. Entre los habitantes de la sierra domina el culto solar; en la costa se adora
a la Luna. Las fases de la Luna definían los ciclos festivos y celebratorios; el
sacerdote Ávila registra cómo los rituales en honor al dios más importante
entre los yungas, Pachacámac, “Aquel que mueve el mundo”, se llevaban a
cabo en luna llena.
Sostiene Rostworowski que el hilo conductor de un culto tan extenso y plástico es el pavor a los movimientos telúricos, la indefensión. El proceso posterior
a la Conquista, ya establecida la Colonia, produjo una suerte de “destierro” del
antiguo dios mientras que la imagen de Cristo surge como un ícono triunfante
sobre el paganismo.
Tres versiones de Pachacámac
Kon (Con, Wakón, Waqon) es el dios primigenio, creador del
mundo; creador de las plantas, animales, personas, montañas. Creador pero también destructor. Bueno y malo: dual.
La arqueóloga Ruth Shady asegura que los nombres de los
dioses creadores suelen ser de una sola sílaba y de resonancia fuerte.7
Kon vino del norte y era un ser desprovisto de huesos. Volaba ligero, rápido, etéreo. Viajaba por los valles de la costa
y las cordilleras. Se enemistó con los costeros y los castigó
confinándolos al desierto, a la aridez y la sequía. Para que
pudieran sobrevivir les dejó los ríos, cuyo manejo demanda
ingenio y trabajo. Luego de Kon aparece Pachacámac, quien
7. Conversación privada con el autor.
transforma a los humanos en gatos negros. El culto al Kon
creador se desplaza a Pachacámac hasta la venida de los
cristianos. Un informante actual en la ciudad de Lurín, apellidado Huarcaya, explica ante un manto que representa a
Kon: “También es malito”.
El mito de Pachakamaite en los asháninkas fue recogido
por Stefano Varese (1973): “Pachakamáite es Páwa (padre
y Dios), vive río abajo. Él no es Virakocha, no es Chori. Es
hijo del Sol y Mamántziki es su esposa. Pachakamáite hace
todo: machetes, ollas, pólvora, cartuchos, sal, escopetas,
municiones, hachas. Porque antes los asháninka eran pobres, no tenían nada; no tenían machetes, hachas, nada.
¿De dónde sacaban los asháninka todas las cosas? Entonces
iban allá, donde Pachakamáite, y conseguían todo”.
En cambio, para los machiguengas del Urubamba, Pachacamui es un superhéroe con un amuleto (iguaine Pachakamui: 'cargado de Pachakamui'). Él puede transformarse en
niño y aferrarse a la nuca del dios. Con este amuleto, los
humanos se pueden convertir en animales, y viceversa. Los
machiguengas hacen mirar a Pachacamui hacia el norte
para evitar terremotos en sus territorios.
Kp 728
REFUGIO DE ARTISTAS
Una vez más, Federico Bauer, doce años atrás, empezó de nada, cuando luego
de haber trabajado y vivido en Chorrillos decidió movilizar sus operaciones a
Pachacámac, abandonando el bullicio capitalino para asentarse en la quietud
del desierto. Consiguió un terreno de mil metros, alquiló un camión, mudó sus
cosas, armó una casa sin agua ni luz eléctrica, y resucitó el trueque —pinturas
por bienes— como medio de sustento económico. A partir de ese momento
comenzó la construcción de todo.
No tardó mucho en involucrarse con la zona y sus pobladores. A los tres
años ya organizaba una exposición en el cerro en la que se lucían unas vacas
de carrizo pintadas, inspiradas en las que se ven en los establecimientos de
venta de castillos pirotécnicos a lo largo de la carretera Central. Este personaje suelto de lengua y de inteligencia brillante logra que estos toritos y
caballos conjuguen la candidez del arte popular peruano con la sofisticación
universal, pues también remiten a los toros de Picasso, mixtura que ha logrado reconocimiento peruano e internacional.
Entre la miríada de objetos que habitan la casa de fachada roja que Bauer
ocupa en la actualidad, hay una cruz de camino que estuvo instalada en un
cerro de su casa-taller anterior. A comienzos de mayo, él solía organizar una
fiesta de la cruz, a la que venían muchas personas a comer, beber y bailar,
previa misa y posterior banda. La relación que Bauer tiene con Pachacámac
no es solo con su gente, sino también con las cosas. Él es un reciclador por
excelencia. Cerca de donde vivía existía un depósito para jardineros del que
sacaba materiales. Recogía pedazos de troncos del plátano, paja, totora,
bambú y hojas de palmera que acabarían siendo mariposas, pajaritos y figuras abstractas. Las fábricas de la zona desechan retazos y pitas de algodón
que son recogidas por un vecino que se las vende a Bauer. Luego Charo, una
de las artesanas que trabaja con él, las teje y se convierten en el fondo de
sus cuadros.
Bauer se reparte entre Pachacámac y el Cusco, donde su arte está siendo reconocido para decorar establecimientos hoteleros destinados a un turismo sofisticado. “Gracias a Dios yo puedo hacer magia; eso lo siento... Creo ambientes,
escenografías, derrocho colores”.
Antes que Bauer, sin embargo, un escritor ya había sido seducido por el valle. Uno de los pioneros en fugar de Lima hacia el sur fue el poeta y cineasta
Pablo Guevara, en los años setenta. La familia Guevara Borup se encontró
lejos de todo y cerca de nada, sin desagüe ni electricidad, con escasas opciones de consumo.
En Pachacámac, durante quince años, la familia Guevara Borup utilizó lamparines de petróleo en un ambiente doméstico más cercano a la frontera del
siglo XIX que a la del siglo XX, cambalache problemático y febril. En casa
solo había una caseta y un baño que funcionaba con un tanque grande, que
recibía agua de un camión cisterna.
Con el tiempo, la familia construyó una casa de ladrillos que fue posada
ocasional para los peregrinos que llegaban a Pachacámac, algunos de
los cuales mostraban también su entusiasmo por vivir en el campo. Sin
embargo, como señala Diego, uno de los hijos de Pablo, “el entusiasmo
varonil de Robinson Crusoe se perdía porque no había peluquerías para
las mujeres”.
Diego Guevara, arqueólogo, se dedica a articular iniciativas locales y sostenibles en la cuenca del río Lurín. Él ha ampliado el espectro de su profesión
hacia la conservación de los recursos naturales del último valle que le queda
a Lima, y su propuesta está arraigada en el incremento de la calidad de vida
de la población local a partir de las actividades agropecuarias tradicionales.
A través de Diego, los apellidos Guevara y Borup siguen dando al valle en
reciprocidad por todo lo que de este han recibido.
Diego especifica que su padre no fue un homo faber y que jamás lo vio
coger un martillo. Más bien, fue el espíritu nórdico de su madre danesa,
Hanne, el que impulsó la construcción de la casa y la siembra del huerto.
Mientras ella y sus hijos lijaban, pintaban paredes y sembraban paltos, Pablo se mantuvo ocupado en su lucha con las palabras. Escribía con bulla,
niños revoloteando, o escuchando al trío Los Panchos o a boleristas como
Rolando Laserie.
A través de la poesía, Guevara canalizaba sufrimientos, propios y ajenos, y se
batía contra la injusticia. Ya en los años sesenta, él y otros poetas y profesores de San Marcos habían apoyado los movimientos insurgentes inspirados
en la revolución cubana. Sucesivos fracasos lo volcaron hacia la micropolítica, en la que primaron el verso, la imagen y la conversación.
Pablo Guevara murió de pulmonía en 2006, a los 76 años, debilitado por
una leucemia. Aun así, echado en una cama del hospital Rebagliati, escribió un poemario, “Hospital”. Todos los días tenía que escribir con lapiceros
distintos, porque, como estaba postrado, la gravedad empujaba la tinta
hacia la base de estos y no escribían más. Y si bien Guevara no quiso hablar
de la muerte mientras moría, escribió sobre ella, “las ovejas enfermeras”,
las incoherencias y el horror. Antes ya había escrito sobre la belleza, las
tortugas y de cómo la historia oscila entre “lo habitual y lo cotidiano”, y los
“vahos, sudores, llagas, imprecaciones, pies como globos, diarreas, caídas,
maldiciones a través de muchos kilómetros sin testimonios”.
Kp 730
FLOR DE AMANCAES: JARANA, SILENCIO Y RESCATE
El crecimiento urbano de Lima ha casi extinguido a la flor de Amancaes. Antes
esta floreaba profusa todos los inviernos sobre la pampa de Amancay, en el barrio
bajopontino del Rímac, y su presencia colorida justificaba una celebración cada
24 de junio, una gran fiesta pagana y criolla que recubría los campos de flores
con música, baile y alcohol. San Juan, solsticio de invierno y una flor nativa.
La llamada “flor del inca” tiene pétalos amarillos y su existencia se ha desplazado a la zona sur de Lima, a las lomas de Pachacámac, lejos del asfalto y la
contaminación. En el ecosistema de lomas, la flor de Amancaes florece entre
junio y octubre, así como otras plantas resucitadas por la neblina y los líquenes. Lomas continuas hubo entre Lachay y Atiquipa, hacia el kilómetro 600
de la actual Panamericana Sur. La ganadería extensiva y la tala de los arbustos
durante la Colonia nos dejaron escasos y raleados retazos de este maravilloso
ecosistema. Fuera del caos limeño, hoy que está siendo rescatada, la flor de
Amancaes también convive con zorros, vizcachas y aves silvestres.
Este símbolo del folclore criollo fue mencionado en el vals “José Antonio”,
de Chabuca Granda, en el que cuenta cómo el galante chalán cabalga desde
Barranco para ver la flor de Amancaes. Y es que desde el siglo XVI la fiesta de
los amancaes fue tremendo evento social al que concurrían todas las clases
sociales, desde los presidentes hasta los yanaconas. El último mandatario en ir
a la fiesta fue Manuel Prado en 1958.
La gran jarana que se armaba sobre la pampa de Amancaes era en honor a San
Juan Bautista, santo que tenía una iglesia allí. Sin embargo, la celebración no
era solo un acontecimiento cristiano, sino que también se relacionaba con los
ciclos agrícolas europeos y antiguos ritos indígenas. De la jarana al silencio y
del silencio al rescate.
TRANSANDINO / Sandro Venturo / Toronja, central de comunicadores
Este es un libro trabajado como una película documental, y como todo documental no es un reflejo de la realidad sino la expresión de una postura frente
al mundo. Este es el testimonio de Rafo León, no del viajero sino del cronista.
TgP es el transportador de gas natural en el Perú. Es el encargado de cruzar la
cordillera de los Andes y llevar el hidrocarburo desde Camisea, en la profusa
selva amazónica, hasta Lurín, en la desértica costa de Lima. Y cuando TgP
celebra su primera década como responsable de la construcción y gestión
del gasoducto también nos ofrece su postura. No la del ingeniero, sino la del
conciudadano.
Lo que ambos tienen en común es el asombro de quien transita por un territorio denso en historia y geografía. Y este libro, entonces, sigue la progresión
en kilómetros (Kp) de los ductos para develar esas insólitas dimensiones de un
país por descubrir una y otra vez.
Existe cierto consenso en que los Andes son el eje a partir del cual se ha organizado la vida social en esta parte de América. Lo dicen los historiadores, los
arqueólogos y los antropólogos. Y este libro también habla de eso, de cómo
la selva contribuye hace centurias al liderazgo andino, y de cómo la costa se
viene transformando sucesivamente debido a la constante influencia serrana.
Por eso, Transandino.
Y este libro también se titula así porque la ruta del gas es la ruta de los tiempos y los espacios del Perú. Se trata de una ruta multidimensional donde se
descubren diversas convivencias humanas y geográficas, efímeras e históricas.
Este es un libro que habla menos del viaje físico y nos invita al viaje interior.
Transandino es homenaje e invitación.
© Archivo TgP
Panorámica de la Cuenca del
Bajo Urubamba.
© Sergio Urday
Zona arqueológica wari,
Pacaycasa, Huamanga,
Ayacucho.
© Sergio Urday
Un rebaño camina hacia
la laguna de Choclococha,
Huancavelica.
© Walter H. Wust
Piel del desierto dibujada por
el viento, Ocucaje, Ica.
© Xavier Conesa
Puesta de sol en la playa
Arica en Lima.
© Walter H. Wust
Bagre de río que suele
alcanzar tamaños
impresionantes.
© Archivo PMB
Flora registrada por el
Programa de Monitoreo de la
Biodiversidad (PMB).
© Archivo PMB
Saltamontes copulando. Entre
Kp 73 y Kp 94 del derecho
de vía.
© Walter H. Wust
Montañas de Santa Teresa luego
de las primeras lluvias de estación, La Convención, Cusco.
© Archivo PMB
Amanecer en la selva, La
Convención.
© Sergio Urday
Niño machiguenga muestra la
pesca del día en el río Sabeti.
© Sergio Urday
Niño de la Espina, artesanía
tradicional cusqueña del
artista Antonio Olave.
© Archivo PMB
Larvas procesionarias, Kp 94
del derecho de vía.
© Walter H. Wust
Carachamas, peces con
un exoesqueleto duro y
compacto.
© Walter H. Wust
Pescador muestra un zúngaro
negro de 70 kilos de peso.
© Archivo PMB
Ave registrada por el
Programa de Monitoreo de la
Biodiversidad (PMB).
© Sergio Urday
Pieza del artista Mamerto
Sánchez, colección de TgP.
© Sergio Urday
Pieza del artista Mamerto
Sánchez, colección de TgP.
© Sergio Urday
Nemesio Huarcaya y sus
cultivos de palta, comunidad
de Magnupampa.
© Sergio Urday
Bosque de puyas en el distrito
de Vischongo, Ayacucho.
© Walter H. Wust
Puya Raimondi, la planta de
mayor inflorescencia del
mundo.
© Sergio Urday
Antiguo mercado de abastos
de Huamanga.
© Sergio Urday
Retablo del artista Jesús
Urbano presentado en la
Expo Grandes Maestros, TgP.
© Sergio Urday
Estampita de Sarita Colonia
en puesto de mercado de
abastos de Huamanga.
© Sergio Urday
Búho, Tampa y Machete,
metaleros del movimiento
Chapla Rock.
© Sergio Urday
Altar en la festividad
del apóstol Santiago en
Izcuchaca.
© Sergio Urday
Playa de la laguna de
Choclococha.
© Sergio Urday
Paredes católicas sobre los
muros incas de Huaytará.
© Walter H. Wust
Campesino de Acopalca con
el fruto de la piscigranja de
su comunidad.
© Sergio Urday
Rebaño de llamas en una de
las calles de Izcuchaca.
© Sergio Urday
El ferrocarril central también
conocido como el “tren
macho”.
© Sergio Urday
Inicios de la festividad del
apóstol Santiago en Lircay.
© Walter H. Wust
Campos de Santa Bárbara,
antes de la tormenta.
© Walter H. Wust
Sacos de guano en las Islas
Ballestas, Paracas.
© Sergio Urday
Retrato de Adelina y Amador
Ballumbrosio en la casa
familiar, Chincha.
© Walter H. Wust
“El colibrí“, famosa línea
prehispánica en las desérticas
pampas de Nasca.
© Walter H. Wust
Geoglifo conocido como “El
marciano”, pampas de San
José, Nasca.
© Walter Wust
Piqueros de patas azules
recibiendo el atardecer
marino.
© Sergio Urday
Algunos de los 21 ojos
de agua del puquio de
Cantalloc.
© Sergio Urday
Casa-templo de la Beatita de
Humay.
© Sergio Urday
Ofrendas de agradecimiento a
la Beatita de Humay.
© Walter H. Wust
Recipientes para la
fermentación de pisco,
Bodega Lobera, Guadalupe.
© Archivo TgP
Radiografía de fardo funerario
del sitio arqueológico La Gruta,
Cañete.
© Archivo TgP
Fardo de niño del siglo XIII,
cultura Cañete Tardío.
© Sergio Urday
Artesanas del taller de flores
de papel de Federico Bauer,
Pachacámac.
© Walter H. Wust
Boquerón de Cerro Blanco
sobre médanos cubiertos de
grama salada, Chilca.
© Archivo TgP
Unku de plumas del siglo
XIV, Sala de Exhibiciones
Arqueológicas de TgP, Lurín.
© Sergio Urday
Detalle de pieza cerámica, Sala
de Exhibiciones Arqueológicas
de TgP, Lurín.
CUSCO
Kp 10 La selva y la civilización de lo posible
cuentros en Timpía
Kp 15 La yuca, raíz de la cosmogo
Kp 38 El Pongo de Mainike, el último umbral
Kp 118 Vilcabamba, verdades ocultas
Kp 40 Tejidos y masato alrede
Kp 153 Mérida y Rojas, poesía hecha mano
Kp 259 Vilcashuamán, dejar que la arquitectura hable
Kp 279 Imperialismo wari
Kp 160
Kp 282 Cerá
al andar
Kp 292 Los tejedores, una trama que se reinventa
Kp 294 Museo de Huamanga, histo
musical
Kp 300 Retablos, la mirada rural de Jesús Urbano
HUANCAVELICA
Izcuchaca, puente a la historia
las huacas
Kp 378 Santa Bárbara, grandeza bajo tierra
Kp 420 El Santiago, santa renovación
Kp 512 Palpa, abundancia de camarones
el arte del desierto
saqueado
Islas míticas
Kp 449 Vicuñas, riqueza viva
Kp 520 Beatita de Humay, la santa del pueblo
Kp 680 Chilca, primeros agricultores
Kp 727 Pachacámac: más allá del bien y el mal
Mazokiato, diez años después
mica, arte heredado
ria recuperada
AYACUCHO
reflejos míticos
Kp 240 Paltas, de Magnupampa al mundo
Kp 289 Puyas de Raimondi, el fuego de la vida
Kp 295 Mercado de Huamanga, dar y recibir
Kp 357 Papa nativa, madre del pueblo
Kp 390 Tren Macho, desafío de altura
Tambo Colorado, cruce de ofrendas
Kp 730
mundo
Kp 298 Chapla Rock, contraataque
Kp 560 Adelina y Angelita, damas dulces
Kp 724 Los tesoros de la ruta del gas
Kp 365
Kp 400 Danza de tijeras, espíritu de
Kp 510
Kp 525 Paracas, viento de arena
Flor de Amancaes: jarana, silencio y rescate
Kp 290 Pacaycasa, camino
Kp 359 Tejedoras, el éxito cura el machismo
Kp 522
nos marianos
Kp 36 Encuentros y desen-
Kp 109 Kepashiato, la cultura del café
Kp 450 De la piedra al barro: de Huaytará a Tambo Colorado
Kp 723 Jallpa Nina, de Lurín al
Kp 728 Refugio de artistas
Kp 94 Kiteni, la vida es un mercado
dor del Shimateni
ICA
Kp 555 Virgen del Carmen, more
Kp 535 El pisco, alquimia de exportación
LIMA
Kp 380 Huancavelica,
Kp 35 Shihuaniro: fuente de vida, peces y sirenas
nía machiguenga
Nasca, canales de energía
Kp 528 Mantos Paracas,
Kp 562 Huaca Centinela, el guardián
Kp 725 Ichimay Wari, entre sierra y costa
Kp 726
Este libro es un proyecto editorial de la Gerencia de Relaciones
Institucionales de TgP.
Transandino
© Transportadora de Gas del Perú - TgP
Av. Víctor Andrés Belaunde N.° 147, San Isidro, Lima - Perú.
© Editorial Planeta Perú S.A.
Av. Santa Cruz N.° 244, San Isidro, Lima - Perú.
Primera edición: octubre de 2010
Tiraje: 2,000 ejemplares
Redacción de textos: Rafo León
Dirección editorial: Sandro Venturo Schultz
Edición: Jerónimo Pimentel
Producción ejecutiva: Daniela Rotalde
Asistente de producción: Maria Gracia Córdova
Dirección de diseño: José Antonio Mesones “Goster”
Diagramación: Carla Filomeno
Fotografía: Walter H. Wust, Sergio Urday y Xavier Conesa
Asistencia de investigación: Irene Arce
Corrección de estilo: Agustín Panizo
Equipo Planeta: Sergio Vilela, Franco Ortiz, Astrid Vidalón,
Claudia Victoria, Eduardo Mendoza y Astrid Torres-Pita.
Producción general: Toronja, central de comunicadores / www.toronja.pe
Diseño y dirección de arte: ma+go / www.magoconcept.com
ISBN: 978-612-4070-12-9
Registro de Proyecto Editorial: 31501311000074
Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú N.° 2010-12363
Impresión: Metrocolor S.A.
Av. Los Gorriones N.° 360, La Campiña, Chorrillos, Lima - Perú.
Este libro no podrá ser reproducido, total ni parcialmente, sin el previo
permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

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