¿Cuánto vale el humor? - Por Julio Carpio

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¿Cuánto vale el humor? - Por Julio Carpio
¿Cuánto vale el humor? - Por Julio Carpio
Por Julio Carpio Vintimilla
En nuestro dialéctico mundo, sin la broma lo serio no p
Los contrarios son imprescindibles; y se necesitan
el uno al otro
Hay que tomar las bromas en serio. Quien lo afirma, en serio,
es Claudio Malo González; un distinguido intelectual y
periodista ecuatoriano. Estamos, en esto, muy de acuerdo con
él. Y, por lo tanto, aquí, -- en gran parte – vamos solamente a
corroborar su opinión. ¿Y para qué hacerlo? Pues, para
colaborar un poco en una tarea amplia y bastante necesaria:
Pensar el humor, apreciarlo, valorarlo. Porque – calce en este
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espacio una paradoja – el humor es cosa seria.
Verdaderamente seria. (Por eso, los autopretendidos serios –
que suelen ser nada más que “serios” – no lo aprecian. Y –
para su desgracia – creen que el humor es irreverencia, burla,
agresividad o nimiedad; según los casos.) Rocemos, ahora, la
Filosofía básica; y miremos un condicionamiento radical: En
nuestro dialéctico mundo, sin la broma, lo serio no podría ser
factible, posible. (De la misma forma que, sin la oscuridad, no
podría existir la luz. Los contrarios son imprescindibles; y se
necesitan el uno al otro.) ¿Entendido? Sí. Entonces, adelante.
Acabamos de leer una ocurrencia de Sendra. Su personaje,
Matías, -- después de algunas rápidas consideraciones – dice:
“Se ve que soy machista por parte de madre…” Está bien.
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Sonreímos. El humor nuestro de cada día… El que
necesitamos. Y – divagando un poco – nos acordamos de
ciertas travesuras propias, más o menos antiguas. (Aquí va un
par: / Bellota. Adj. Aumentativo de bella. / Sacerdote. Adj.
Aumentativo de sacerdo. Dim.: sacerdito. / Al estilo, por
supuesto, de esos llamados diccionarios de rarezas,
excentricidades o surrealismos.) Y nos acordamos, también,
del humor involuntario. (El estudiante que respondió que la
flora y la fauna eran dos islas del Archipiélago de Galápagos.)
Interrupción impertinente. (Para hacer una encuesta.) Pregunta
única: ¿Se debe hacer congresos del humor? (1) Sí; (2) No; (3)
Sin opinión. Bueno, cualquiera sea su respuesta, entérese de
un hecho: En la Argentina, ya se hacen. El último Festival
Nacional del Humor se realizó, hace un par de meses, en la
localidad de General Gutiérrez, Maipú, Mendoza. Y la prensa
decía que fue un éxito.
Y, ahora sí, empecemos a hablar en serio. A ver. El humor
distiende. Rompe el hielo; como suele decirse. Marx – no el
filósofo alemán, ni el revolucionario economista del SRI, sino el
simpático Groucho de los Estados Unidos – comenzó una vez una función suya de la siguiente manera: /Damas y caballeros:
(Una pausa; un gesto de vacilación…) Perdonen que los trate
así… Pero, sucede que, realmente, no los conozco bien…/ Fue un inicio excelente; para romper la tensión acumulada por
una molesta e involuntaria demora. Otro caso. / Un chico –
educado por su madre con normas estiradas y pretenciosas –
va, con su padre, a ver un partido de fútbol. La gente de las
barras grita, chilla, insulta. El chico se dirige a su padre: Papá,
y aquí, ¿cómo debemos portarnos? ¿Cómo caballeros o cómo
lo que somos…? / ¿Habrá que añadir que, luego, el chico actuó
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en forma espontánea y gozó del espectáculo deportivo? No,
necesariamente. Se lo podría suponer. Entonces, -- como
decía el ingeniero Mauricio Gándara, un viejo profesor quiteño
de Geometría – eléququde. (L.Q.Q,D. Lo que queda
demostrado.)
El humor también enseña. Hace que nos comprendamos a
nosotros mismos y a los demás. George Bernard Shaw dijo una
vez que quién, a los veinte años, no ha sido comunista, no
tiene corazón; y quién, a los cuarenta, sigue siéndolo, no tiene
cerebro… Implicación: Una persona inteligente debe cambiar
con el tiempo, con los conocimientos, con la experiencia…
Para demostrar bien esta tesis habría que hacer todo un
ensayo. Un ensayo que contemple aspectos como: (1) la
sicología del joven y del adulto; (2) unos conocimientos
limitados y unos conocimientos amplios; (3) una experiencia
incipiente y una experiencia rica; (4) las cualidades personales
de inteligencia, buen juicio, sensibilidad, etc. ¿Cuánto tiempo
para pensar? ¿Cuántos folios para escribir? ¡No se preocupe!
El agudo y brillante escritor irlandés hizo innecesarios los
anteriores requerimientos. Y despachó la importante cuestión
con una rotunda y buena frase. Otro ejemplo. Algún
desconocido ingenioso dijo que la sociabilidad es la madrina de
todos los vicios. Saque usted mismo las implicaciones del
aserto; y examine bien los detalles del asunto. Aprenderá unas
cuatro cositas.
El humor alivia. Es una verdadera válvula de escape. Y nunca
alivia mejor que en los plúmbeos ambientes de las dictaduras y
los totalitarismos. En una fábrica de la estancada Unión
Soviética de los últimos años, un obrero antiguo instruye a un
aprendiz. / Mira, aquí, el asunto es bastante sencillo: Tú tienes
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que simular que trabajas; y ellos – los jefes – van a simular que
te pagan…/ Alguien dijo -- en la Budapest de la Guerra Fría –
que, en el capitalismo, se da la explotación del hombre por el
hombre; y que, en el socialismo – gracias a la revolución -- sucede exactamente lo contrario… Otra ocurrencia; esta vez de
Cuba. /Las jineteras (prostitutas) son las únicas que han podido
hacer realidad el sueño de El Che Guevara. / ¿Por qué? / Porque pueden tener un hombre nuevo cada noche…/ (Una
sonrisa y una lágrima. Es lo que corresponde.) Otra, algo
antigua, de la misma procedencia. / Cuba es el país más
grande del mundo./ ¿Por qué?/ Porque tiene su población en
los Estados Unidos; su ejército, en África; y su gobierno, en
Moscú…// Y una última, reciente; de la mismísima Isla Feliz// /¿En qué se parece la Reforma Agraria Cubana al Vaticano?/
En que los dos, en cincuenta años, sólo han dado cuatro
papas…/ ¿Aliviados, chicos? Esperemos que sí. Porque
ustedes deben saber que la igualdad, la dignidad y la
heroicidad – suministradas en forma permanente y en
cantidades industriales – pesan, realmente, mucho…
Y el humor divierte. Pero, esto es demasiado obvio. Y, por lo
tanto, basta con recordar, en este punto, los buenos momentos
que nos dieron Los Tres Chiflados y Sir Charles Spencer
Chaplin. Pero, desde luego, la diversión no deja de ser
importante por ser obvia. ¿De acuerdo? ¿Sí? Entonces,
terminemos.
¿Cuánto vale el humor? No tiene precio. Es inapreciable. Tiene
nada más, y nada menos, que un incalculable valor humano y
social; como la belleza, como la sabiduría, como el amor, como
la amistad; como los paisajes de montaña, como las flores
silvestres… Personifiquemos la cuestión: Como los
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amaneceres de Tangamandapio, en la ingenua, extravagante y
representativa nostalgia de Jaimito, El Cartero, de la serie
mejicana de El Chavo del Ocho. Moraleja de este cuento:
Riamos y pensemos. Eso es, justamente, en el fondo, lo que
nos recomienda Claudio Malo González. 6/6