ECONOMÍA 5 INCENTIVOS

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ECONOMÍA 5 INCENTIVOS
ECONOMÍA 5
INCENTIVOS
Durante años fue uno de los secretos mejor guardados de Jamaica. Coral
Spring era una de las playas más blancas y espléndidas de la costa norte de
la isla caribeña. Sin embargo, en 2008, unos promotores que construían un
hotel en las cercanías llegaron una mañana para descubrir algo realmente
insólito. La arena había desaparecido. Al amparo de la noche, los ladrones
se habían llevado quinientos camiones cargados.
En la mayor parte del mundo, la arena es algo que prácticamente carece de
valor, pero es evidente que no ocurre lo mismo en Jamaica. ¿Quién cometió
el robo? ¿Una empresa turística rival que quería la arena para su propia
playa? ¿O fue acaso una compañía constructora que planeaba usarla como
material de construcción? En uno u otro caso, algo queda claro: alguien
había adoptado medidas desesperadas para apoderarse de la arena, alguien
con un incentivo considerable para hacerlo.
De forma bastante similar a los detectives encargados de este caso, el
trabajo de un economista es, con demasiada frecuencia, averiguar qué
anima a las personas a tomar determinadas decisiones. Los economistas
deben distanciarse de las razones morales, políticas o sociológicas que
puede haber detrás de las acciones, para indagar empíricamente qué fuerzas
empujan a los seres humanos a tomar las decisiones que toman.
Encontrar el motivo Un delincuente roba un banco porque juzga que el dinero
que obtendrá es un incentivo mayor que la disuasión que ofrece la
perspectiva de pasar una temporada entre rejas. Los ciudadanos tienden a
esforzarse menos en su trabajo cuando los impuestos aumentan: una mayor
carga fiscal sobre los ingresos adicionales se traduce en menores incentivos
para trabajar horas extra. Las personas responden a las recompensas
potenciales. Ésa es la regla más básica de la economía.
Piense detenidamente en las razones por las que usted y quienes le rodean
toman ciertas decisiones. El mecánico repara nuestro coche no porque lo
necesitemos para llegar al trabajo sino porque se le paga por ello. La
camarera que nos sirve la comida lo hace por la misma razón, no porque
estemos hambrientos. Y lo hace con una sonrisa no simplemente por ser una
persona amable, sino porque los restaurantes son un negocio cuya
supervivencia depende en gran medida de que los clientes vuelvan.
Ahora bien, aunque el dinero desempeña un papel importante en la
economía, no todos los incentivos adoptan la forma de recompensas en
efectivo. Los hombres y las mujeres dedican más tiempo a vestirse para una
cita debido al incentivo del romance. Podemos rechazar un empleo bien
remunerado que exige muchas horas de trabajo y preferir un salario menos
generoso por el incentivo de tener más tiempo libre.
Hay incentivos ocultos detrás de todas las cosas. Por ejemplo, la mayoría de
las cadenas de supermercados ofrecen a sus clientes tarjetas que les dan
derecho a descuentos ocasionales en sus compras. El consumidor tiene así
un incentivo para comprar de forma más regular en la cadena, que de esa
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manera garantiza un mayor volumen de ventas. Sin embargo, otro importante
incentivo para los supermercados es que la tarjeta les permite saber con
precisión qué compran ciertos consumidores. Como consecuencia, no sólo
tiene una mejor idea de qué deben poner en sus estanterías, sino que
también pueden tentar a sus clientes con ofertas especiales a medida y
obtener algún dinero extra vendiendo los datos sobre los hábitos de compra
de sus clientes a terceros, para los que esta información tiene un inmenso
valor. La mano invisible (véase el capítulo 1) hace que ambas partes de la
ecuación se beneficien, habiendo cada una respondido a incentivos fuertes a
lo largo de todo el proceso.
Por polémico que resulte, es posible incluso describir ciertos actos en
apariencia altruistas como decisiones económicas racionales. Quienes
contribuyen con obras benéficas, ¿lo hacen debido a una bondad inherente o
buscando la recompensa emocional (la satisfacción y el sentido del deber
cumplido) que tal acción les reporta? La misma pregunta podría plantearse
en el caso de los donantes de órganos. Aunque la economía del
comportamiento ha descubierto ejemplos claros de que los seres humanos
respondemos de forma inesperada a ciertas recompensas, la gran mayoría
de las decisiones que adoptamos pueden explicarse a través de una sencilla
combinación de incentivos.
A pesar de que estos incentivos no son siempre financieros, los economistas
por lo general se concentran en el dinero (antes que en el amor o la fama)
porque éste es más fácil de cuantificar que la autoestima o la felicidad.
El gobierno y los incentivos. En épocas de dificultades económicas, los
gobiernos con frecuencia reducen los impuestos a los ciudadanos (como
hicieron durante la recesión que siguió a la crisis financiera de 2008). La
meta es proporcionar a la población un incentivo para continuar gastando y,
por tanto, reducir la desaceleración económica.
Sin embargo, las personas responden al palo tanto como a la zanahoria, de
modo que los gobiernos a menudo recurren a disuasivos (incentivos
negativos) para garantizar que los ciudadanos cumplan con ciertas normas.
Un ejemplo claro lo constituyen las multas que conllevan las infracciones
cometidas al volante o al aparcar. Encontramos otros ejemplos en los
impuestos que en el mundo anglosajón llaman «impuestos al pecado» (que
gravan artículos de consumo perjudiciales como el tabaco y el alcohol) y en
los impuestos medioambientales al petróleo, las emisiones de desechos
contaminantes, etc. Irónicamente, estos impuestos se encuentran entre los
que más dinero generan para los gobiernos en todo el mundo.
Los incentivos y disuasivos son tan poderosos que la historia está plagada
de ejemplos de gobiernos que provocan crisis importantes al intentar impedir
el tira y afloja de los intereses personales.
Han sido muchos los casos en que los gobiernos han intentado responder a
un aumento veloz de los precios de los alimentos imponiendo controles sobre
ellos. La idea en principio es hacer llegar más comida a las familias más
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pobres, pero tales políticas han fracasado en repetidas ocasiones; de hecho,
con frecuencia lo que han conseguido es reducir la producción de alimentos.
Dado que los controles de precios socavan los incentivos que tienen los
cultivadores para producir comida, éstos dejan de trabajar o tienden a
producir menos y guardar cuanto pueden para sus propias familias.
El ejemplo reciente más ilustre nos lo proporciona el presidente Richard
Nixon, que en contra de su instinto y el de sus consejeros aprobó controles
de los precios y salarios en 1971. El resultado final fue que los problemas
económicos se agravaron y, en última instancia, la inflación fue mayor. No
obstante, la administración Nixon tenía un claro incentivo para imponer los
controles: las elecciones estaban cerca, y sabía que los efectos
desagradables de la política tardarían algún tiempo en ser evidentes. A corto
plazo, el plan gozó de una enorme popularidad entre la opinión pública, y
Nixon resultó reelegido en noviembre de 1972 con una victoria aplastante.
Otro ejemplo nos lo ofrece la experiencia de la Unión Soviética durante el
comunismo. Dado que la planificación centralizada impuso controles sobre
los alimentos, los cultivadores tenían pocos incentivos para arar incluso sus
tierras más fértiles; entre tanto, millones de personas morían de hambre por
todo el país.
La lección que podemos sacar de estos ejemplos es que el interés propio es
la fuerza más poderosa de la economía. A lo largo de nuestras vidas
pasamos de un incentivo a otro. Ignorar esto es ignorar la estructura misma
de la naturaleza humana.
“La idea en síntesis: las personas responden a los incentivos”
Incentivos saludables
La comprensión de que los incentivos importan ha inspirado un enfoque
novedoso para hacer frente a la propagación del sida en África. Tras haber
intentado sin éxito poner freno a la difusión de la enfermedad regalando
preservativos y educando a los africanos acerca de los peligros de las
enfermedades de transmisión sexual, el Banco Mundial optó por hacer algo
inusual. A partir de un fondo de 1,8 millones de dólares, acordó pagar a tres
mil hombres y mujeres de Tanzania por evitar mantener relaciones de riesgo;
para demostrar que lo habían hecho, los tanzanos tenían que realizarse con
regularidad pruebas que verificaran que no habían contraído ninguna
enfermedad de transmisión sexual. El plan se calificó de «prostitución
inversa».
Estas «transferencias monetarias condicionadas», según se las denomina,
han sido usadas con gran éxito en Latinoamérica para animar a las familias
pobres a acudir a los centros de salud y para lograr que vacunen y
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escolaricen a sus hijos. Por lo general, estos programas tienden a ser menos
costosos que otro tipo de medidas.

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