Fuente 8: Fragmento de Second Class Citizen
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Fuente 8: Fragmento de Second Class Citizen
Materiales previos al examen interdisciplinario de 2015 Página 1 de 1 Fuente 8: Fragmento de Second Class Citizen (Ciudadana de segunda clase), de Buchi Emecheta Cada familia igbo se ocupaba de que sus hijos asistieran a la escuela, si bien normalmente se les daba preferencia a los niños. Por eso, aunque Adah tenía casi ocho años, todavía se discutía sobre si sería sensato mandarla a la escuela. Aunque se la enviara a la escuela, se dudaba que fuera sensato que permaneciese allí mucho tiempo. “Con un año o dos sería suficiente, siempre que sepa escribir su nombre y a contar. Luego aprenderá a coser”, le había oído decir Adah a su madre muchísimas veces a sus amigas. Poco después, Boy, el hermano menor de Adah, comenzó a ir a la escuela. […] Ella no tenía nada que hacer, no había nadie con quien jugar; ni siquiera podía planear ninguna travesura. Luego se le ocurrió una idea de repente. Sí, iría a la escuela. No iría a Ladi-Lak, porque Boy estaba allí y podrían pedirle que pagara, al ser una escuela muy cara. Iría a la escuela metodista que estaba a la vuelta de la esquina. Era más barata, Ma había dicho que le gustaba el uniforme, la mayoría de sus amigas asistían a él y el Sr. Cole, el vecino de Sierra Leona que vivía al lado de ellos, daba clase allí. Sí, tenía que ir allí. […] Cuando vio al Sr. Cole, entró en su clase y se plantó detrás de él. Los otros niños levantaron la vista de su trabajo y se quedaron mirando fijamente a Adah con asombro. Al principio se hizo un silencio tan tangible que uno casi podía agarrarlo y palparlo. Luego una niña tonta soltó una risita nerviosa y los demás siguieron su ejemplo, hasta que casi todos los niños se pusieron a reír de una manera tan incontrolable que el Sr. Cole lanzó una mirada fulminante a todos los niños que, a su entender, se habían vuelto locos. Y entonces sucedió. La niña que había empezado con la risa nerviosa se tapó la boca con una mano y señaló a Adah con la otra. […] Dios bendiga al Sr. Cole. Él no se rió, sino que asimiló la situación inmediatamente, le brindó a Adah una de esas sonrisas especiales, le tendió la mano y la llevó hasta el niño que tenía craw-craw en la cabeza, indicándole con gestos que se sentara. Ella pensaba que el Sr. Cole debería haberle preguntado por qué había venido, pero sintiéndose tranquilizada por su sonrisa, dijo con su vocecita chillona: “¡Vine a la escuela porque mis padres no querían mandarme!” […] [A su regreso de la escuela ese día, Adah descubre que sus acciones habían tenido consecuencias.] De hecho, se había montado un gran jaleo. A Pa le habían llamado del trabajo, Ma estaba con la policía acusada de abandono de menores, y la niña que había causado todo el alboroto era la pequeña Adah, que los miraba fijamente a todos, temerosa y a la vez triunfante. […] El jefe de policía consideró esta súplica [que liberasen a Ma], luego miró una vez a Ma, que se llevaba el gari a la boca con los dedos, y sonrió. Se compadeció de Ma y le advirtió de que si volvía a pasar una cosa así, él mismo la llevaría al juzgado. […] De modo que así fue como Adah comenzó a ir a la escuela. Pa no quería ni oír hablar de que fuera a la escuela metodista de primaria; ella tenía que ir a Ladi-Lak, la escuela elegante. http://idprm.ibo.org/ 14/04/2015