Lisandro Aristimuño, “c e rc a ”de Bolivia

Transcripción

Lisandro Aristimuño, “c e rc a ”de Bolivia
1 17-04-14 LETRA720140417JUE
JUEVES 17 DE ABRIL DE 2014 / NÚMERO 9
Parhelio
Poesía contemporánea boliviana
[email protected] / EDITOR: MARTIN ZELAYA SÁNCHEZ
nunca se va
va a morir”
morir”, señala el ararl “La música nunca
gentino Lisandro
Lisandro Aristimuño -uno
-uno de los más
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boliviano Vadik
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cara a la próxipróxima visit
a del autor
visita
autor de Azules turquesas
turquesas al país,
al cual dice seguir y admirar
admirar su cultura.
cultura.// 5
L I T E R AT U R A & A R T E
LetraSiete
Lisandro Aristimuño,
“cerca” de Bolivia
l Lector al sol Sobre 98 segundos sin sombras, de Giovanna Rivero . l Sombras nada más Encomio y
nostalgia del silencio. l Ensayo La ideología y la crítica en literatura. l ALTIplaneando Paul Celan l
Crónica La familia Cazorla al rescate del patrimonio histórico orureño.
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Jueves 17 de abril de 2014 Página SIETE
Silencio
DIRECTOR:
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Archivo digital
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U
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Gabriel Chávez Casazola, Sebastián
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Castro, Wilmer Urrelo, Lupe Cajías, Rodolfo
Ortiz, Pedro Querejazu, Vicky Aillón, Omar
Rocha, Adriana Lanza, Juan Pablo Piñeiro,
Juan Cristóbal MacLean y Aldo Medinaceli.
Escriben en este número: Sebastián
Antezana, Gabriel Chávez, Lupe Cajías,
Edwin Guzmán, Vicky Ayllón, Rodolfo Ortiz,
Vadik Barrón.
Diseño: Edmundo Morales.
@LetraSiete
letrasietebolivia.blogspot.com
na falla técnica suprime los comentarios
del audio del canal de
televisión, y por más
de una hora la procesión del
Santo Sepulcro de Valladolid
pasa ante nuestros ojos con sólo los sonidos naturales: el redoble del tambor, las pisadas
de los enmascarados, el frufrú
de sus caudas, de fondo las toses y murmullos de las mujeres
y hombres vallisoletanos -bello
gentilicio: suena a valle de soledad- que se han apostado para
verla pasar a los costados de las
calles, de su plaza.
Pero claro, es un error. Tanta
naturalidad, tanto silencio no
podían ser ciertos en una transmisión televisiva, y arreglado el
desperfecto regresan los locutores: que “este tallado de la cofradía equis lo hizo fulano, y muestra las características tales de la
época zeta…”.
Y de este hablado modo se pierde el encanto que, por un retazo
de tiempo, ha permitido a los televidentes que nos sintamos como en esas calles, en esa plaza vallisoletana, contemplando, participando de la realidad por una
vez sin comentarios.
La realidad sin comentarios. Ya
no existe algo así, vamos. Sólo en
fragmentos de algunos noticieros
culteranos, que gustan mostrar
por unos cuantos segundos la noticia del día sin explicaciones,
con sólo disparos (generalmen-
l “La realidad sin
comentarios. Ya no
existe algo así”, se
lamenta el autor en
esta reflexión
sobre una de las
constantes de la
vida actual.
te) y voces confusas, de multitud
que no sabe lo que quiere (casi
nunca lo sabe, y cuando lo sabe
generalmente hay que poner los
pies en polvorosa).
Después, realidad sin comentarios no existe ni en los templos,
donde con moniciones a menudo mal escritas van explicándote
todo lo que sucede en el rito, que
antes no precisaba ni hoy precisa
explicaciones; ni tampoco -al
otro extremo- en aquellas pistas
donde comentan hasta la música
y su ritmo, y la manera en que se
baila: para eso mejor bailar a
buen recaudo, en un bulín; y hacerlo solos y pegados, como antes, como en la canción cursi.
Tampoco mucha gente por las
calles del mundo soporta ya caminar por la realidad con los sonidos que ella emana o que de ella
se desprenden. Para acallarlos,
superponiéndoles otros sonidos
o ruidos mediante los audífonos,
nacieron los walkman, a los que
siguieron sus primos los discman, sus sobrinitos los reproductores de MP3 y MP4, y ahora
los nietos iPod y similares.
Y los celulares que reproducen
música. Y la música en el auto, lo
más envolvente y cuadrafónica
posible. Y la insulsa alfombra
musical que flota por todas partes: restaurantes, tiendas, oficinas, bares…
Hoy mismo mostraban en algún
canal una casa inteligente con música de fondo en cada habitación.
Presumo que no para ser escuchada, no para ser oída. Más bien para
no escuchar ni oír. Para que la soledad no se note. Para que el dolor
de la conciencia y la conciencia del
dolor se mitiguen.
Aun en la oscuridad, cuando
queremos buscar con la mirada
los astros, allá arriba, sumidos
en el silencio -o en la distante y
aquí imperceptible música de las
esferas-, o si volvemos nuestros
oídos y nuestras mentes hacia
los sonidos de la noche, de una
noche quieta, ahí están por sobre
la ciudad y entre las casas las voces de los animadores de las fiestas, de los “animadores” de una
existencia a la que, precisamente, le falta ánima, soplo, espíritu
para vivirse tal como es: con todos los silencios del caso.
Con todos los gritos, si cabe.
Con toda su paz de domingo y su
batalla de lunes y su alegría de
viernes. Y con ese remoto y casi
perdido, pesado silencio de la Semana Santa de otrora, tejido de
mil dolores y soledades y cavilaciones sin comentarios. Sin más
comentario salvo los sonidos
emanados, desprendidos del
propio silencio en su espesor.
Gabriel
Chávez
Casazola
Poeta y
periodista
“Tampoco mucha gente
por las calles del
mundo soporta ya caminar por
la realidad
con los sonidos que
ella emana
o que de
ella se desprenden”.
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De la “ideología”
en la crítica literaria
l La autora reflexiona en torno a los modos y criterios de análisis de la literatura,
considerando al Estado como referencia.
Archivo digital
Ensayo
L
o que pasa con la adscripción de la obra literaria a
la ideología es terreno farragoso y en el intento
suelen sucederse incontables
preguntas que devienen a veces
en absurdas. Sin embargo, estos
posibles absurdos son tomados
por la crítica literaria para acercarse a determinadas obras.
Veamos el caso de la así llamada
“literatura indígena”, que provoca la inicial cuestión de qué se denomina “literatura indígena”, ¿la
escrita por un/a indígena?, y entonces, ¿quién es indígena? o, ¿se
puede denominar indígena a una
obra literaria escrita por alguien
“no indígena?, o ¿alude la literatura indígena a cualquier obra que
tematice la problemática indígena? y, ¿cuál es esa temática?, ¿o se
trata más bien de un modo indígena de nombrar el mundo, un
lenguaje?, ¿cuál?
Entonces, ¿es indígena la novelística de Alison Spedding,
igual o tanto más que la de Alcides Arguedas, considerada como “indigenista”?
Tales porfías, que generalmente tienen sin cuidado al lector y a
muchos de los escritores, conforman, como dije antes, pautas
cuasi-metodológicas para el estudio de estas obras por parte de
la crítica literaria, especialmente la académica. No podría ser de
otro modo porque toda marca
“identitaria” de un texto es producto de una lectura, siempre situada en un contexto social, histórico e ideológico.
Esta forma de trabajo de la crítica literaria causa a veces rechazo
porque se “encasilla” -dicen sus
detractores- la obra literaria. Esto
también es cierto porque la crítica
es una selección de uno o más sentidos de una obra y es muy escasa
la crítica que trabaje “al ras de la
obra”; esto es, armando el juicio
crítico a partir de los sentidos
múltiples y a veces contradictorios de la obra literaria. De ahí que
toda adscripción de la obra a determinantes así llamadas “extraliterarias” es una esfera la mayor
de las veces confusa.
Entonces, las literaturas indígenas, o las femeninas, o las juveniles, o las sociales (¡sic!), serán
siempre cuestionadas. Me parece que vale la reprobación de esta
crítica pero deberá comprenderse que su origen académico le
impone metodologías de estudio de determinados corpus.
¿Qué podría denominarse el
conjunto de novelas escritas por
Woolf, Yourcenar, Zamudio y
Matto de Turner?
Claro que hay algunas adscripciones que se impugnan más que
otras. Tanto así que la asignación
de espacio geográfico, que también es extraliterario, no se cuestiona y por esa vía se acepta sin
más la existencia de una “literatura nacional” e incluso universal.
Es como que se consintiera la
existencia de un halo, un espíritu
o un espectro telúrico que sí marcaría la obra. Pero si esto se acepta
no veo por qué no se podrían admitir otras entidades que a modo
de soplo marcarían también la
creación (y de ese modo y para
complicar más las cosas, en movimiento circular acabaríamos en
las musas y ése es otro cantar; el
de las musas, claro).
Con todo y a favor del halo telúrico, repitamos la pregunta:
¿cómo se denominaría al conjunto de estos autores: Freyre,
Saenz, Cerruto, Mitre, Camargo,
Medinaceli, Borda, Pacheco Balanza y Rivero?
O ¿cómo le decimos al conjunto conformado por Tolstoi, Gorki, Pushkin, Dostoievski, Chejov, Pasternak y Ajmátova? Estos
ejemplos no hacen más que confirmar nuestra inicial certeza,
que éstas son aguas convulsas y
poco claras.
La crítica literaria en Bolivia,
que se desarrolla desde fines del
siglo XIX, ha discurrido por
acercamientos históricos y por
géneros literarios: modernismo,
realismo, un poco de romanticismo, las vanguardias, etc.
También por tópicos “extraliterarios”: literatura indígena,
social, urbana, costumbrista, femenina, infantil, juvenil, de la
represión, de la guerrilla, etc. Y
geográficos: literatura cochabambina, cruceña, paceña, potosina (no sé si existen, sin embargo, la alteña o la pandina). Fi-
nalmente por idiomas: literatura
quechua, aymara, guaraní, etc.
Pero estas aproximaciones han
tenido como base, generalmente,
la narrativa. La autonomía de
nuestra poesía respecto de los determinantes sociales ha impuesto
formas diferentes de la crítica y es
en la poesía que ésta se adhiere
más al texto que en cualquier otro
género literario; la prueba son los
estudios críticos de Eduardo Mitre publicados en cinco textos entre 1998 y 2010.
No creo que su acertado contacto crítico se deba solamente a
que él es también poeta; más
bien pienso que es producto de
una reflexión sobre los múltiples
sentidos del texto, no los que el
crítico quiere encontrar, sino los
que despliega la obra. Otras
aproximaciones mantienen esta
modulación, como las de Mónica Velásquez, por ejemplo.
La misma tonalidad crítica sobre la crítica desarrolla Blanca
Wiethüchter en su Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia,
de 2002, en el que rechazando
los parámetros críticos literarios
hasta entonces plasmados, ensaya la forma de establecer obras
que producen familias semánticas en la literatura boliviana; armando así una historia conformada por arcos significantes
más que hitos -la mayoría de las
veces cronológicos-, metodología dominante en la historización de la literatura.
Esta historia sigue los pasos
plantados en El paseo de los sentidos. Estudios de Literatura Boliviana
Contemporánea, de 1983.
Con todo, contamos con un
cuerpo crítico importante. De mi
preferencia, la tradición estaría
conformada por la Literatura boliviana: breve reseña, de Santiago Vaca Guzmán; los Estudios de literatura boliviana, de Gabriel René Moreno, y los Ensayos críticos, de Carlos Medinaceli.
Si siguiera la metodología de
Wiethüchter, podríamos decir
que Medinaceli levanta un “arco
crítico” asentado más bien en el
significado literario de la obra. Este arco discurre paralelo a otro que
se vendría a llamar algo así como
el “arco cronológico” del que la
Historia de la literatura boliviana, de
Enrique Finot, sería su centro.
Estas dos formas de observar
la literatura han marcado el camino de la crítica literaria en Bolivia y sus tensiones han creado
acercamientos tan interesantes
como los ya descritos.
Pero a pelo o contrapelo de lo
establecido por la crítica oficial o
la “alternativa”, los lectores tenemos nuestro propio “arco”por
pleno derecho. En el mío incluyo
La patria íntima de Leonardo García, de 1998, porque tiene un enfoque “raro”, sino a contramano,
al menos diferente de la crítica
que hasta entonces se había hecho de los nueve autores literarios que elige para su análisis: Arzáns, Gabriel René Moreno, Nataniel Aguirre, Adela Zamudio,
Alcides Arguedas, Franz Tamayo, Oscar Cerruto, Augusto Céspedes y Jaime Saenz.
Si formalmente el estudio
aborda la identidad indígena,
mestiza y femenina en la constitución de la nación, en realidad
examina las obras en su relación
con el Estado; es decir ,la relación de la literatura con el poder.
Así, para García hay obras y autores que se “intencionan” con el
Estado (Nataniel Aguirre, Alcides
Arguedas, Franz Tamayo, Oscar
Cerruto narrador y Augusto Céspedes); otros que se protegen del
Estado y crean lenguajes cerrados
en sí mismos (Gabriel René Moreno y, sobre todo, Cerruto poeta); y
otros que no tienen como referencia al Estado y, por lo tanto, arman
su obra en el margen (Arzáns, Zamudio, Saenz).
De estos últimos -a los que yo
añadiría Borda y Mundy- dice
García que “estos textos y autores tienen una vocación, diríamos, ‘anarquista’, no creen en el
poder acumulado ni en el Estado, su apuesta es por la gente que
vive, ama y muere en este territorio que se llama Bolivia”. Parece
que esta cita de García me convoca a compartir sus lecturas.
Finalmente, es claro que comencé rechazando el peso de la
ideología en la literatura y acabo
declarando públicamente mi predilección por una lectura ideológica de nueve autores bolivianos;
sin duda soy contradictoria.
Virginia
Ayllón
Escritora
“Tales
porfías, que
generalmente tienen sin cuidado al lector y a muchos de los
escritores,
conforman
pautas cuasi-metodológicas para
el estudio
por parte
de la crítica
literaria”.
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98 segundos sin sombra
l Por suerte -dice
el autor-, todavía
hay textos como
los de Giovanna
Rivero, que en
lugar de contarlo
todo dejan que el
lector tome parte
de la narración.
Lector al sol
A
cabo de terminar la
nueva novela de Giovanna Rivero, 98 segundos sin sombra, publicada por la editorial Caballo de
Troya. En una primera lectura,
cuenta en primera persona, en
forma de diario, la historia de
Genoveva, una adolescente de
16 años que vive y crece durante
la década de los 80 en un pequeño pueblo del oriente del país
que llama indistintamente
Therox o el Culo del Mundo.
Allí, en esa especie de margen
del proyecto nacional, Genoveva
es testigo de la llegada y desigual
consolidación de dos fenómenos
que en realidad son uno mismo: el
tráfico de drogas y la modernidad. Marcas importadas, música
en inglés, creencias alejadas del
espectro de lo local y más son
constantes en esta novela que es al
mismo tiempo confesión, novela
de aprendizaje, crónica de un lento escape y diario secreto.
Junto a ellas, el adoctrinamiento religioso salvaje, el aborto clandestino como norma, el individualismo como ley y las ruinas del
trotskismo asoman la cabeza entre las páginas, en forma de personajes o pequeñas historias que
son todas señales de una época,
marcas que delimitan el transcurso de una obra que el lector difícilmente dejará de asociar, incluso si ligeramente, con una escritura autobiográfica.
Pero ése es un primer nivel, un
estadio que nos confirma la capacidad narrativa de Rivero, el
hecho de que continúa produciendo textos muy bien escritos,
plenos de gestos retóricos felices
e historias exigentes, engañosamente simples y a veces también
conmovedoras.
Lo que aquí se cuenta es la historia de una chica de pueblo chico, metida en una familia problemática y clasemediera, en un colegio sofocante que comparte con
gente con la que tiene poco o nada
en común, y que tras algunas rupturas y conocer a un hombre decide cortar amarras con lo conocido
y escapar del pueblo la familia y el
colegio, dejarlo todo.
En un segundo nivel nos llegan
otro tipo de certezas: la verificación de la apuesta consciente de
Rivero por explorar la feminidad
como categoría política y particularidad estética, la aparición
de la enfermedad como uno de
los centros de su proyecto ficcional, la apuesta por el símbolo y la
discontinuidad como formas de
la narración.
He escrito ya antes sobre el tema de lo femenino así que aquí
me concentro brevemente en los
otros dos. En 98 segundos… la anorexia literalmente consume a
Inés, la única amiga de Genoveva, la fibrosis ataca a Clara Luz,
su abuela que es también su cómplice y confidente, y un retraso
mental afecta a Nachito, su hermano menor y uno de los pocos y
verdaderos objetos de amor de
Genoveva, quien termina por robárselo de la casa paterna en su
escape hacia la nada.
Como metáfora de un mal mayor -el narcotráfico o la modernidad o la desintegración del pueblo- la enfermedad es uno de los
nudos neurálgicos del relato,
una presencia que no desapare-
ce, la criatura fetal de Lorena Vacaflor que es abortada pero nunca destruida.
Es la ruina ideológica del padre -comunista comprado con el
dinero del narco-, el vaciamiento espiritual de la madre -que
tras el nacimiento defectuoso de
Nachito abandona la realidad
para dedicarse a la “trascendencia espiritual”-, es la entrega ciega de la abuela a los ritos del catolicismo y el vudú, la cortedad
de las compañeras de curso arrobadas por el dinero y la cultura
pop, la ceguera de las monjas encargadas del colegio.
Vale destacar, por cierto, que
las páginas que narran el desorden alimenticio de Inés y el declive pulmonar de Clara Luz ante los
ojos de Genoveva, el vínculo que
une amor y enfermedad, son algunas de las mejores de la novela.
Como metáfora, la enfermedad
es uno más de los símbolos que
pueblan esta novela en que el lenguaje, a ratos poblado por diminutivos y vencido por la ternura, y
a otros crudo e incluso tosco,
muestra las mismas marcas de
modernidad que el pueblo en que
vive Genoveva: la k aparece en al-
gunas ocasiones en lugar de la c,
relámpagos en inglés se inmiscuyen en el monólogo en español, e
incluso el latín, complejizado en
esta narración adolescente, se deja ver de rato en rato.
El lenguaje, finalmente, tierno
o tosco, oculta una pulsión que lo
sobrepasa y es otro de los motivos de la novela: la tendencia a la
acumulación de símbolos y la
discontinuidad narrativa. 98 segundos… avanza a saltos, no lo
cuenta todo, se concibe como un
mecanismo de sugerencias cuya
llave son las conclusiones del
lector, su capacidad de unir piezas, rellenar espacios vacíos.
No nos cuenta todo lo que les
sucede a los personajes, no nos
provee los datos completos de nada, no nos informa sobre todo lo
ocurrido. Nos invita, más bien, a
inferirlo, a sacar nuestras propias
conclusiones. Y ésa es ya una victoria, la demanda de una lectura
atenta, comprometida, poco
usual hoy cuando muchas novelas
prefieren más bien contarlo todo.
“El impulso que tenía de ponerlo todo dentro de un código secreto era muy grande”, dice Genoveva, y la novela lo confirma al presentársenos no cifrada pero sí de
cierta forma inconclusa.
“En realidad siempre tuve cosas privadas”, continúa ella, y su
diario, su vínculo clandestino
con el maestro Hernán, sus experiencias con drogas alucinógenas, sus castigos en la escuela, su
forma de relacionarse con el entorno, son pruebas de ello, del
juego de símbolos y ocultamiento que Genoveva llama vida.
Genoveva entiende el carácter
simbólico del mundo y por eso,
antes de partir definitivamente,
a manera de despedida, dobla y
quiebra violentamente una muñeca que su amiga Inés le ha regalado, antes de guardarla en la
mochila.
Por eso recoge el feto de su compañera de clases y lo pone en el taper de sus sándwiches, antes de
también guardarlo en la mochila.
Por eso su diario es un plan de escape y una confesión que también
guarda en la mochila. Por eso lleva
consigo un mechón del pelo blanco y amado de su abuela Clara Luz
otra vez en la mochila.
Y una noche, a cuestas con todos los símbolos de su paso por
la Tierra, Genoveva, la estudiante de los saberes de éste y otros
planetas, escapa por el incomprensible lenguaje del esoterismo a una estrella también simbólica, hacia un destino ingrávido, llevando en brazos y ofreciéndole el pecho a un último
símbolo vivo de su paso por el
mundo. “En la mochila todo está
listo y la luna también ha comenzado a enflaquecer”.
Sebastián
Antezana
Escritor
“Nos
confirma la
capacidad
narrativa
de Rivero,
el hecho de
que continúa produciendo textos muy
bien escritos, plenos
de gestos
retóricos
felices e
historias
exigentes”.
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Lisandro Aristimuño: “La
música nunca se va a morir”
Entrevista
E
Vadik
Barrón
Cantautor y
escritor
“Siempre me gustó mucho la
cultura que
tiene Bolivia, sobre
todo la indígena, que
defiende la
cultura de
la raíz, eso
es algo que
me parece
muy admirable”.
l 2014 se cumplen diez
años del lanzamiento de
Azules turquesas, el primer disco del cantautor
argentino Lisandro Aristimuño,
uno de los músicos con mayor ascenso en popularidad y con mayor propuesta y calidad de obra
de los que emergieron la última
década en el vecino país.
Los próximos 24 y 25 de abril lo
tendremos en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez de La
Paz, donde ofrecerá conciertos
en formato acústico solista. Con
la gira de su quinto disco Mundo
anfibio, editado en 2012, Lisandro
llenó salas importantes como el
Gran Rex de Buenos Aires y dio
recitales en varias ciudades argentinas y latinoamericanas.
En los últimos años compartió
escenario y contó con la colaboración de artistas como Fito Páez,
Liliana Herrero o Fernando Cabrera, entre otros grandes de la
música popular latinoamericana.
Sobre su primera incursión en
Bolivia, la influencia de sus orígenes patagónicos en su obra y el
universo que es causa y efecto de
su música, conversamos por teléfono hace unos días. Lo que
proyecta en cada uno de sus discos y al conversar con él es un
compromiso y convencimiento
total con la música.
- Hay un crecimiento muy
fuerte no sólo en la producción
musical de tus álbumes sino
también en la llegada a un público cada vez mayor, ¿cómo experimentas ese proceso?
- Mirá, lo estoy viviendo con
mucha felicidad, es algo que vengo trabajando hace mucho tiempo y por suerte me tocó vivirlo escalón por escalón, entonces pude
canalizar y encontrarle sentido a
cada escalón que yo iba avanzando y la verdad es que lo disfruté
mucho desde el primero.
Esto es paso a paso, como si fuera un albañil, ladrillo sobre ladrillo para armar esta casa y por suerte desde la independencia y la autogestión y gracias a la gente, lo
estoy viviendo con mucho respeto
y le doy mucho valor, eso hizo que
de boca en boca mi música haya
llegado a muchos hogares, muchas ciudades en Argentina y
también fuera; internet creo que
ayudó muchísimo a que se escuche mi música en varios lugares.
Espero que dure, yo voy a seguir
trabajando, pero bueno, si hay
gente, mejor, porque uno hace esto para la gente, a mí la música me
sirve para poder manifestarme y
para poder tener una relación con
la gente y cuanta más sea la gente
l De cantaut
or a cantaut
or. El
cantautor
cantautor.
argentino
argentino conv
conversa en
exclusiva
clusiva con Vadik
Vadik Barrón
Barrón
sobre
sobre su art
arte musical, de cara
cara
a su pront
prontaa llegada
llegada a La Paz
Paz..
que viene a verme, mejor.
En un medio como el nuestro,
muchas veces la independencia
es sinónimo de precariedad. Pero los discos de Aristimuño suenan cada vez mejor. Salvando las
distancias le pregunto a Lisandro cómo se “permite” esa calidad de sonido desde la independencia y autogestión.
La sencillez de su respuesta
deja las cosas en claro: “Cuanta
más gente viene a mi recital más
plata gano yo, y cuanto más plata
gano yo, más invierto en el arte.
Hay gente que se gasta la plata en
otras cosas, yo intento seguir
apostando a lo que me gusta y
cumplo cada vez más con el sueño que es ver una obra. Intento
que las producciones estén más a
un nivel digamos estándar, porque uno desde la independencia
y la autogestión también tiene
que tener ‘armas’ para competir
con el mainstream”.
Y no se trata sólo del sonido, la
música de Lisandro es emocional y evocativa, con un tratamiento muy particular de las atmósferas sonoras, de la textura y
el silencio.
- ¿Cuánto influye o determina
en tu obra el sur de Argentina?
- El hecho de que yo sea de la
Patagonia marcó muchísimo mi
forma de componer y de arreglar
los discos. Eso es parte de mi niñez porque yo me nutrí de todo
lo que me rodeaba, sobre todo
del espacio y del silencio que hay
en esos lugares.
El silencio y el espacio tienen la
misma importancia que un sonido. Pero también el equilibrio
llegó cuando me vine a vivir a
Buenos Aires, esta ciudad está
realmente fragmentada, pero
también me ayudó a llenar esos
espacios que yo en la Patagonia
no tenía.
Creo que es importante observar lo que te rodea para poder
componer. Yo estoy muy atento a
todo lo que me rodea y todo lo que
vivo día a día. Por eso pienso que
mis discos casi siempre van a ser
distintos entre sí porque yo sigo
creciendo, madurando, y por ahí
sigo buscando en otros relieves,
en otros terrenos, estoy atento de
poder ir ahora a Bolivia, cada vez
que voy a otros países intento estar con los ojos bien abiertos para
traer algo y poder incluirlo en mis
canciones o en mi producción.
- ¿Cómo serán tus conciertos
en La Paz?
- Al ser la primera vez que voy a
tocar en Bolivia, resulta muy difícil poder llevar la banda completa. Pero es algo que también
me apasiona porque tiene su lado genuino, real, que es el de las
canciones como fueron creadas,
es un tipo de concierto que a mí
me gusta muchísimo hacer porque me recuerda cómo eran las
canciones antes de la banda y todos los arreglos.
El músico argentino expresa su
alegría y expectativa de visitar Bolivia por primera vez: “Tengo la
suerte de tener un tío boliviano y
siempre tuve una cercanía con el
país, siempre me gustó mucho la
cultura que tiene, sobre todo la indígena que defiende la cultura de
la raíz, eso es algo que me parece
muy admirable de su país y es algo
que me encantaría ver y aprender
para poder traer un poco acá, que
nos hace bastante falta”.
Otra de las facetas interesantes de Lisandro Aristimuño es su
labor como productor independiente, al mando del sello Viento
Azul y como divulgador de músicas con el servicio Música sin fines de lucro (MSFL), donde da a
conocer a músicos y bandas
emergentes e independientes en
su propio sitio web.
- ¿Cómo es la experiencia de
escuchar, compartir y divulgar
música a través de los canales de
los que tu dispones?
- Bueno, eso tiene que ver con mi
forma de pensar la música: yo creo
que la música es más grande que
cualquier músico, y es algo universal, que no tiene dueño, es de
todos y está creada para todos.
Que uno la haga no quiere decir que sea mejor que el que la escucha, siempre tengo ese respeto
por el oyente, por la gente que escucha y sabe apreciar la música.
Eso está en toda mi carrera y en
todo lo que hago, sobre todo en
Música sin fines de lucro, que es
un espacio donde yo, al tener un
poco de importancia en mi país,
puedo darles una mano en cuanto a la difusión a músicos que todavía no tienen eso.
Acá hay muchos músicos que
piensan que la música se terminó, que la música se murió, y yo
creo que lo que murió fue su oficio. La música nunca se va a morir. Y nunca voy a dejar de defender la música porque es mi vida,
no digo sólo mi música, sino la
música en general. Mi música es
sólo un grano de todo eso.
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Jueves 17 de abril de 2014 Página SIETE
Los Cazorla
cuentan historias
l Una familia orureña aprovecha su archivo cultural para
compartir su conocimiento e incentivar el amor por su ciudad.
Crónica
A
Lupe
Cajías
Periodista
“Ellos
trabajaron
desde la
función pública y también con
iniciativas
privadas
para difundir al país y
al mundo la
importancia de su
pequeña
patria, sobre todo
durante las
primeras
cinco décadas del siglo XX”.
quel viaje fue intenso.
Como siempre, desde
mis 16 años, recorrer
Oruro de noche, sus
suburbios y callejuelas, los cerros y las cantinas mineras, llenaba de personajes mi libretita
roja.
La última noche había conocido, con un amigo periodista, los
recovecos de las prostitutas callejeras, ¡a 10 grados bajo cero!
Casi todas regordetas y abrigadas con gorros de lana
y ponchos anchos,
frotando las manos en
improvisados braseritos a la espera de un
cliente.
Su único atractivo
sensual eran las medias de lana caladas y
apretadas a sus generosas caderas. Imaginaba los esfuerzos del
urgido de amor para
desvestir
aquellas
mujeres, tan lejanas a
las desnudeces y jocosidades carnavaleras.
Al amanecer debía
partir a Chayanta y
por eso aproveché el
tiempo para conocer
algo más de mi patria.
Más triste que impresionada acepté desayunar en el democrático mercado popular
orureño.
Entonces
era posible compartir
entre muchos un apicito morado y nadie
temía por su cartera;
atrás, los borrachitos
se limitaban a murmurar, a reír en soledad o a dormitar sin molestar a nadie.
Entonces mi amigo Jorge me
comentó de un muchacho que
combinaba el interés por el periodismo con la inquietud de
juntar piezas para reconstruir la
historia orureña o, por lo menos,
mantener su memoria colectiva.
Al retornar de las minas, después de una conferencia para los
periodistas, fuimos presentados. Fabrizio Cazorla me contó
sobre sus muchos recortes de
prensa, revistas, fotografías y recuerdos acumulados en su casa y
me invitó a tomar té.
¡Quedé maravillada! Entré al
zaguán típicamente orureño,
bordeado de geranios rojos y
blancos en macetas improvisadas de verdes latas de manteca.
En las paredes del corredor de
antaño colgaban fotografías de
la belle epoque orureña y retratos de personajes, quizá familiares, que podríamos imaginar con
sus muchas biografías noveladas
en los años 50 de la capital minera del estaño.
También conocí a la madre,
culta y orgullosa del esposo y de
la prole intelectual, con mandilito coqueto y de cabellos ondulados de antigua moda, quien nos
sirvió el té. Es decir, nos invitó a
refugiarnos en costumbres que
poco a poco se pierden, sobre to-
do en La Paz. Tomar té como en la
niñez, en tasas grandes con
adornos de pajarillos o de flores,
té a granel, agua hirviendo, pan
fresco, mantequilla, mermelada,
queso blanco.
Fui feliz, aunque ni mis anfitriones creían mi contento. Para
mí fue un repaso sabroso por la
historia de lo cotidiano, las biografías que cada vez interesan
más a la historiografía que recién
se da cuenta que la historia de la
humanidad no se puede resumir
en batallas y héroes llenos de medallas.
Comprendí que Fabrizio y su
hermano Maurice se alimentaban de la memoria de su pueblo
desde la casa materna y que cada
espacio de su territorio, cada
momento vespertino, cualquier
sobremesa y los muchos papeles
en los baúles eran parte de su trabajo.
La familia protagonizó durante años la búsqueda sistemática
de la historia orureña, desde la
magnificencia del desarrollo minero y metalúrgico, las orquestas
típicas, los campeonatos de bicicleta, los equipos deportivos, las
reinas de belleza y, obviamente
la fiesta, la diablada, el Carnaval.
Ellos trabajaron desde la función pública y también con iniciativas privadas para difundir al
país y al mundo la importancia de su pequeña patria, sobre
todo durante las primeras cinco décadas
del siglo XX.
Uno de sus trabajos
más constantes es la
publicación de la colorida revista Historias de Oruro, cuyo último número se presentó en febrero en
diferentes capitales
del país y en La Paz
contó con el auspicio
del Espacio Simón I.
Patiño. Como cada
número, la revista indaga sobre los patriotas y las fechas cívicas
orureñas, las actividades sociales y la
fiesta.
En el acto realizado
en Sopocachi, además
fue proyectado un pedazo de película centenaria en la cual se
pueden ver los primeros diablos de la centuria y el público pueblerino apostado con
holgura en las anchas veredas de
la plaza 10 de Febrero.
También fue anunciado el programa de turismo cultural que
ofrece la familia cada primer
martes de mes, un programa truculento que empieza poco antes
de la medianoche y culmina en la
madrugada, para caminar del
brazo de los misterios orureños,
las leyendas, los mitos por los recovecos y pasajes de la mítica capital del folklore boliviano.
La revista se vende en los
puestos de libros en el pasaje
Marina Núñez del Prado en el
centro histórico paceño; se
puede, además, reservar plazas para el paseo mensual, una
experiencia imperdible para
conocer un poco más de la Bolivia profunda.
MIRABILIARIO
Hazme una cruz
sencilla, carpintero
Hazme una cruz sencilla,
carpintero...
sin añadidos
ni ornamentos...
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la
tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos...
sencilla, sencilla...
hazme una cruz sencilla,
carpintero.
El Cristo de
Velázquez
Me gusta el Cristo de Velázquez.
La melena sobre la cara...
y un resquicio en la melena
por donde entra la imaginación.
Algo se ve.
¿Cómo era aquel rostro?
Mira bien,
componlo tú.
¿A quién se parece?
¿A quién te recuerda?
La luz entra
por los cabellos manchados
de sangre
y te ofrecen un espejo.
¡Mira bien!... ¿No ves cómo llora?
¿No eres tú?... ¿No eres tú mismo?
¡Es el hombre!
El hombre hecho Dios.
¡Qué consuelo!
No me entendéis...
¿Por qué estoy alegre?
No sé...,
tal vez porque me gusta más así:
el hombre hecho Dios,
que el Dios hecho hombre.
Colofón
Luz...
Cuando mis lágrimas te alcancen
la función de mis ojos
ya no será llorar,
sino ver.
León Felipe (1884-1968). Insigne poeta español, que formó
parte de la llamada Generación
del 27. Publicó numerosos libros de poesía, entre ellos Versos
y oraciones del caminante (1920 y
1929); Drop a Star (1933), El gran
responsable (1940), El poeta prometeico (1942), Ganarás la luz (1943),
Llamadme publicano (1950), Belleza cruel (1958), Rocinante (1967) y
¡Oh, este viejo y roto violín! (1968).
(Selección: Gabriel Chávez Casazola)
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Página SIETE Jueves 17 de abril de 2014
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Notas sobre poesía (casi)
contemporánea en Bolivia
l Una reflexión actualización de
algunas
características y
derroteros de la
poética actual en el
país.
Parhelio
E
l año 2003 la revista B arataria me propuso elaborar una muestra de
poesía contemporánea
escrita en Bolivia. El número
que se hizo cargo de esta muestra se publicó el 2004 en Buenos
Aires. En ese entonces seleccioné a cinco poetas, que al cabo se
ratifican aquí, en estas notas
que salieron como una de las
“introducciones” al libro Unidad Variable sobre poesía nueva
en Bolivia y Argentina.
Dado que este texto no acaba y
sigue mutando, la publicación
de Barataria me ayuda hoy a corroborar algunas líneas de la nota introductoria que escribí para
entonces y ajustar, erratas incluidas, las publicadas el 2011 en
Unidad Variable.
Y comienzo donde había comenzado la última vez, evocando la metáfora “unidad variable”
como un síntoma (casi) contemporáneo para reflexionar sobre
la poesía en Bolivia. En principio, considero que el oficio de escribir “poemas”no se justificaría
por el epíteto de ser necesariamente “boliviano”, palabra que
comenzaría a tambalear si pensamos en el tipo de entrevero lingüístico que implica esta práctica. Prefiero conjeturar que el oficio de escribir se adhiere menos
al cuidado de un tórax que a la tarea de avivar un pulmón, quiero
decir, menos al egotismo de la
circunstancia vital que a una forma de la respiración. Y con esto
no creo negar que la búsqueda al
interior de una lengua sea una lucha incesante por densificar la
parcela de realidad siempre tornadiza que nos toca nombrar.
En tal sentido, la poesía en Bolivia prefiguró pacientemente esa
zona desde la cual una lengua se
hace única (no unitaria) y al mismo tiempo variable. ¿A qué patria
pertenece el saber que va activando un escritor? Cargando con la
nadería de las palabras quiero
pensar que un poema llega a constituir algo así como un refugio
frente a las contradicciones groseras que se justifican con el comodín de lo nacional o en este ca-
so de lo generacional. Un poema
suele ser el súbito de un hallazgo y
la experiencia de un descalabro
lingüístico que inevitablemente
lo acompaña. En este sentido, no
sería de mucha utilidad prefigurar la idea de una generación de
poetas aunados por preocupaciones o características comunes,
pues esa lengua, llamada aquí respirante, descubre su rasgo en el acto mismo que gana de unario, más
allá de todo ideal de tradición.
Quiero decir, si un rasgo es el intento de fijar lo inexpresable, su
carácter unario será el modo irrepetible de encarnar ese “inexpresable” en lo histórico.
Sometamos esta reflexión a un
gradus no tan implícito: estas escrituras han configurado una coral de solitarios, o mejor, de solistas, donde no se sabe quién
aúna o quién desafina, o si aquel
que desafina es el que finalmente
aúna. Bastaría escuchar al unísono un dichtum de Eduardo Mitre
con otro de Jorge Campero para
experimentar un caso ejemplar
de sublime disonancia y de “muchos lenguaxes ajuntando” para
replicar a Guamán. Sin embargo,
más que la prefiguración de un
territorio estilizado de voces o
de una danza de pasitos traviesos, lo que parece resonar en esta
zona bifronte es el rumor de una
vieja conciencia crítica que corroe los lenguajes y, lo que considero más relevante por su particularidad, las leyendas que traen
consigo esos lenguajes.
A donde apunto es a que a la larga estas escrituras van diseminando una enfermedad incurable
al interior de nuestra lengua. Pero
una enfermedad, habrá que reconocer, germinativa; aspecto que
en suma se constituye en un elemento fundamental más allá de
los esfuerzos performativos de algunas publicaciones. Sin embargo, quizás sea Jaime Saenz el
ejemplo mayor de una escritura
que vivió con implacable intensidad la enfermedad y la agonía de
una lengua. Imposible no oír en
los pasillos de esta torre abolida
(para traer a Nerval y con él al poeta Rubén Vargas) sus graves resonancias y con ellas los agónicos
chirridos de una lengua volcada
en una vieja cacerola incendiaria y
transfiguradora.
Poner de relieve los detalles
que avivan estos gestos sería a su
vez extremo para el desarrollo de
estas notas. Sin embargo, creo
verificar que en el patio (casi)
contemporáneo de la poesía en
Bolivia hablan con la misma dentadura imaginaria lo dado de un
poema y el deterioro solitario
que significa escribir. En otras
palabras, ámbito y proceso, modo y certidumbre constituyen
rasgos diferenciales que no reprimen la posibilidad de llamarse poeta “sin necesidad de escribir ningún poema”, para decirlo
con Saenz. Obras imprescindibles como las de Edmundo Camargo, Guillermo Bedregal, Sergio Suárez Figueroa, Jesús Urzagasti, Humberto Quino o Juan
Cristóbal Mac Lean, son prueba
indudable de este proceso oscilatorio y que habría que empezar
a escarbar no tanto desde lo que
esmeradamente publicaron, sino también desde lo que vive aún
disperso, anulado y oculto en cada uno de ellos.
A su vez, un rasgo nutriente y
complementario podría ser el siguiente: para quienes suscriben
esta historia no hay primer lector
que no sea el que escribe. Cómo
no citar libros imprescindibles
al respecto como La torre abolida,
Homo Demens, Bajo el cóncavo privilegio de la desmemoria, Leyenda, Tras
el cristal, El libro entre los árboles, Parodias, invenciones y otras blasfemiaso
el último poema de Luciérnaga
sangrante; todos ellos creados a
partir de la clara convicción de
“no escribir ningún poema” sino
de reescribirlo y en algunos casos transgredirlo, aspectos que a
su vez derivan en una actitud devastadora del oficio de escribir.
Pensemos en su más ardiente
portavoz, Humberto Quino,
cuando anota al inicio de un poema: La escritura (léase también la
lectura) es el eco de la maldición de
estar vivos. A lo que responderíamos con una frase lacónica de
Laura Villanueva Rocabado, su
mamá: el encanto se ha roto.
Cerraría estos brevísimos
apuntes señalando que si bien es
frecuente pensar la poesía como
una evolución, considero que en
Bolivia no es posible manejar este criterio. Ningún poema es
evolución de ningún otro. Por
eso sus poetas se dedican a la
ofrenda indecible y por qué no
ilegible de sus poemas.
Se detestan abierta o silenciosamente entre ellos, y desparraman su lengua putrefacta
e intensa por calles, ciudades y
recovecos; pero todos juegan a
la pelota en el mismo patio verbal, y esto resulta, algo así, como un logro inaudito y productivo; sin nuevo patio y sin nombre todavía.
Rodolfo
Ortiz
Poeta
“En tal
sentido, la
poesía en
Bolivia prefiguró pacientemente esa zona
desde la
cual una
lengua se
hace única
(no unitaria) y al
mismo
tiempo variable”.
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Jueves 17 de abril de 2014 Página SIETE
Paul Celan, entre
abril y su obra
l Una semblanza del gran vate alemán, desde su bagaje literario, pero sobre todo
desde su origen y pertenencia.
Archivo digital
ALTIplaneando
L
os primeros días de mayo
de 1970, en la mesa del departamento del poeta rumano Paul Celan, ubicado al inicio de la avenida Émile
Zona, extremo sudoeste de París, se encontró una biografía
abierta de Hölderlin, con una línea subrayada: “A veces el genio se
obscurece y se hunde en lo más amargo
de su corazón”.
Días antes, el 20 de abril, después de resaltar ese pasaje sombrío en el que embebió su ser más
íntimo, Celán tomó la fatal determinación de lanzarse al río Sena.
Así, las inconscientes aguas terminaron anegando el resuello del
autor de una de las obras poéticas
más intensas y testimoniales de la
Europa de posguerra.
Si su cuerpo fue encontrado
por un pescador, el 1 de mayo, 10
kilómetros río abajo, su palabra
-todavía incapturable- no termina de ser un signo trágico que dice el holocausto, tras las rejas del
lenguaje.
Mas, esta referencia aparentemente extrapoética, es parte de
una historia fatídica que, por supuesto, no terminó solamente
con millones de existencias humanas, sino con millones de vivos que habiéndola vivido, han
quedado expectantes y virtualmente muertos en vida. Por lo
mismo, escribió Celan: “¿Quién
dice que se nos murió todo cuando se
nos quebraron los ojos? Todo despertó,
todo comenzó”.
Paul Celan (seudónimo de
Paul Antschel) nació en 1920 en
Czernowitz, capital de la Bukovina rumana, hijo de Leo Antschel y Fritzi Schrager, una familia germanohablante de tradición jasídica. Creció en el cruce
de múltiples lenguas, como muchos otros judíos de la Europa
oriental. Sufrió el rigor de un
campo de concentración en la
Alemania nazi, y habiendo realizado trabajos forzados logró sobrevivir, no así sus padres que
fueron eliminados en Ucrania.
Sus poemas llevan la marca indeleble de esta experiencia y traducen el sufrimiento del pueblo
judío. El crítico Siegbert Prawer
llegó a comparar su obra, en valor testimonial y estético, al
Guernica de Picasso.
Además del espectro del nazismo, su vida se halla minada
por depresiones, internaciones,
rupturas, ensimismamiento, alcohol y -¡cuándo no!- por pasio-
nes arrasadoras, como la que
mantuvo con la poeta austriaca
Ingeborg Bachmann. Pese a ello,
Celan no traficó su dolor, ni optó
por el consabido melodrama de
“la denuncia”.
En una entrevista, Jacques Derrida refiriéndose al poeta manifestaba: “Era un hombre muy
discreto, muy borroso, inaparente. La presencia de Celan era,
como todo su ser y como todos
sus gestos, de una extrema discreción, elíptica, borrosa”.
En el plano creativo e intelectual, Paul Celan fue un poeta notable, probablemente el más importante de la Alemania contemporánea. Su vocación fue nítida:
la poesía. Su obra poética concebida de 1938 a 1979 aglutina 800
poemas en más de 10 libros, además una cantidad extraordinaria de traducciones de poesía, en
un registro de ocho idiomas.
Eligió el alemán para su obra,
no como una alternativa entre las
otras lenguas que conocía y manejaba, sino para que la elección
de una lengua pueda dar respuesta, pueda indeclinablemente decir después de Auschwitz.
¿Acaso no fue Theodor Adorno
quien proclamó la imposibilidad
de escribir poesía después de Aschwitz? La respuesta la dio Celán,
y el filósofo frankfortiano calló an-
una dimensión experimental y
metapoética.
Paul Celan traduce en sus palabras ese universo interior, mítico y metafísico que experimenta,
transgrediendo la gramática de
aguas tranquilas, entronizando
mordientes sépticos a esa linealidad sintáctica, y reconfigurando de este modo las modulaciones y sentidos de la lengua alemana.
Como Kafka, Celan busca que
las palabras duelan, reinventa conceptos y giros en un afán deletéreo
de trastrocar el alemán, la lengua
que dictaminó el sufrimiento y la
muerte del pueblo judío.
Pero, al mismo tiempo, habitando una poética paradojal con
esa lengua que le permitió compartir a Goethe y Schiller con su
madre, esa lengua que acarició y
sometió en sus múltiples traducciones, la misma con la que escribió su obra y le permitió testimoniar el fantasma de aquel silencio colectivo.
En los poemas se oyen las voces
del judío desde la memoria del judeo-alemán, el yiddish; es más, se
deja escuchar la voz de quien pugna callar la voz del judío, aquel “de
nombre impronunciable”. Se trata de una palabra cargada de realite la contundencia de la obra.
dad poética y que, más allá de la
En Amapola y memoria (Stuttgart, 1952) el poema capital titu- mimesis, pretende ser la realidad
lado Fuga de la muerte expresa: que enuncia, donde la interlocu“Leche negra del alba la bebemos al ción del “tú” habita su discurso,
atardecer / la bebemos al mediodía y a en tanto consumación de la cola mañana la bebemos de noche / bebe- municación poética.
La memoria y el testimonio se
mos y bebemos / Cavamos una fosa en
funden desplegando un habla
los aires allí no hay estrechez…”.
Haciendo referencia a los mú- poética de concentración y rigusicos judíos obligados a tocar rosidad extremas, donde las palapor los gendarmes, mientras sus bras como únicas sobrevivientes
compañeros cavan fosas para al- de la catástrofe vencen la pulsión
de muerte, y se erigen por encima
bergar sus propios cuerpos.
Su obra poética, se halla con- de la ceniza, trascendiendo el dictrastada por dos periodos. El pri- tamen del silencio. Por ello, la
mero, cuya complejidad de inicio obra traduce la incomunicación y
es evidente, despliega una poéti- el angst existencial de quien se
ca influenciada por el romanticis- mueve en el contrahorizonte de
mo de Hölderlin y Novalis, de un mundo absurdo.
Paul Celan realizó estudios de
poetas espiritualistas como Rainer Marie Rilke, George Trakl, e filología germánica y lingüística
incluso la poesía surrealista y el en la Sorbona, fue profesor de litediscurso peribíblico de las escri- ratura alemana en la École Norturas sagradas, manifestándose a male Supérieure desde 1959. Protravés de una escritura menos verbial lector, su biblioteca aglutinaba más de 30.000 obras en vatensa, flexible y musical.
En un segundo momento, a rios idiomas, repartiéndose entre
la literatura, filosofía, judaísmo,
partir 1963, en Nimandrose (La rosa
de nadie), su poesía se adensa y se lenguas e incluso botánica.
Celán creyó firmemente que “el
torna más hermética, desafiando la inteligibilidad. Hecha de poema puede ser una botella de
fracturas, cortes y la secreción de mensaje lanzada con la confianza
fragmentos que emborronan la -ciertamente no siempre muy essemántica convencional, aban- peranzadora- a la tierra, en algún
dona el virtuosismo y la fluidez lugar y en algún momento, tal vez
rítmica. De este modo se abre a a la tierra del corazón”.
Edwin
Guzmán
Ortiz
Poeta y
comunicador
“Paul
Celan traduce en sus
palabras
ese universo interior,
mítico y
metafísico
que experimenta,
transgrediendo la
gramática
de aguas
tranquilas,
entronizando mordientes
sépticos a
esa linealidad sintáctica”.

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