Escribiendo fotografias TAPA.cdr
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LINO MARCOS BUDIÑO o d n e i b i r c s E s o g i m a e d s a í f a r g to fo Mar del Plata, P. Buenos Aires, ARGENTINA, 2015 Colección Estudios e Investigaciones ESCRIBIENDO FOTOGRAFÍAS DE AMIGOS INDICE (Por orden alfabético de los capítulos) 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. Introducción Alberto y Mecha Ángel El Bocha Chaya Eneas Enrique Frank García Moreno Grosso Haydée Perla y Chana Quique Lugand Ron y Aldo Referencias de colaboradores: Como siempre, los amigos que permiten que este librito salga bien, son Ana María Ewert en la parte técnica, el equipo de la Librería Alemana de Mar del Plata, representados por el artista local Nicolás Medina, y esta vez una multitud más, que son los que prestaron su historia en los doce capítulos. En la foto: el Bocha Chaya, cruzando en catamarán el dique Cabra Corral, en Salta, Argentina. Mar del Plata, Argentina, noviembre de 2015. ESCRIBIENDO FOTOGRAFIAS DE AMIGOS INTRODUCCIÓN Cuando éramos chicos el 80 era un número alto. Con ochenta guitas te comprabas varios chocolatines o un helado grande en verano. Ver pasar un coche rapidísimo y decir “iba como a ochenta” era normal. “Te voy a dar ochenta patadas” si te portás mal, era un término habitual. Ver caminando a un hombre de ochenta años, eso sí no era normal. Hoy día, no digo que ochenta años es la mitad de la vida, pero cada vez hay más viejas vestidas de pebetas transitando por las calles de Mar del Plata y parecida cantidad de varones con el infaltable equipo deportivo de los entrenadores de futbol. Mar del Plata, hoy día, navega para convertirse en el Geriátrico al Aire Libre del Atlántico Sur, y no faltará mucho para que los diarios se aburran de publicar que Fulanita/o festeja sus primeros cien años en un conocido restorán del centro. Nelly Omar cantó – y muy bien – más allá de los 102, Marianito Mores araña el centenario y en estos días el Maestro Salgán festeja a puro tango la tracalada de 1.200 meses. Pero estos tipos son conocidos, gracias a la música ciudadana. Y ¿qué hacemos con los humanos del montón? que viven en el barrio, o que viven lejos pero son nuestros amigos o que merecen ser famosos en el corazón afectivo de la sociedad. También están aquellos que han sido injustamente valorados, por esa envidia, resentimiento o estupidez que es propio de la condición humana, pero que es injusto ignorar. Y aquellos con quienes la pasamos bien, porque son alegres, divertidos, compinches y profundos, porque sin inteligencia hay cosas que están vedadas y suelen ser las más simples Entonces decidí, escribir una fotografía. Una suerte de fogonazo, instantáneo, iluminado en valores. Un shock que perpetúa el relato, y que en el fondo de tu ser te permite darle movimiento a una imagen congelada. Una foto escrita que va directamente a la mente, y que se amplía en función de tu personalidad, con la ayuda del contorno que te fija los límites. Eso que vemos todos y que nos permite reconocerlo a través de los sentidos: de los cinco y de otros más que juegan en el potrero dimensional de los seres vivos, y que por ahora, la ciencia lo reduce al mundo animal. Y humano, naturalmente. Es una foto escrita. Es la foto que yo tomo con la cámara de mi cerebro, pero que los demás le ponen color, paisaje, sonido y otros elementos adicionales que se aglutinan en sus mentes. En el potrero físico, que es la cotidianeidad, las relaciones interpersonales muchas veces sucumben frente a las tareas diarias de corte comercial, legal, laboral, etc. Un traslado nos ubica en nuevas tierras y nuevas amistades de diferente rango, estima y condición. Un deceso opera igual, pero siempre queda aquello que nos hizo bien, ahora, a la larga o a la corta, y aunque no aflora a cada rato, es como una fotografía expuesta sobre el estante de la chimenea. ¿Por qué elegí los ochenta años? Un pariente mío, español de muy alto rango en el Ejército del Aire, con sus sesenta años (con la inflación del progreso evolutivo de la humanidad que hoy da ochenta) solía repetir que esa era la flor de la vida: experiencia, respeto público, deseos olvidados, prestigio vital y sano orgullo personal por el deber cumplido. “Tú puedes, chaval, mirar para atrás muy rápido, pero muy lento hacia adelante, porque el tiempo juega favor tuyo. La gente sabe quién eres y si no lo saben, respetan tus canas, tus arrugas y los galones del uniforme. Los que te recordarán bien serán aquellos que te agradecen algo: un consejo, un reto a tiempo, una advertencia y siempre una conducta justa y afectuosa. A estas edades, Dios te ha dado el grado académico de Maestro de la Vida” Quiero escribir algunas líneas para un puñado de amigos con los que he aprendido algo importante. Algunos se fueron antes porque seguramente terminaron su misión en este plano, y otros han venido programados para seguir enseñando. A diferencia de los músicos citados, cambiaron el piano por el ejemplo, aunque no es una diferencia tampoco, es otra forma de componer y de deleitar con otro instrumento. En este primer tomo se cuentan un puñado de historias de amigos que vale la pena conocer. Algunos andamos por los sesenta y setenta años, otros superaron los ochenta y hay también relatos de gente que cambió de dimensión, pero que sus obras (físicas, espirituales y siempre afectivas) aún perduran, y la intención es que lo sigan haciendo ganándole al tiempo. Muchas Gracias Lino Marcos Budiño Alberto y Mecha Recién casados, sin hijos aún y a pocos meses de habernos graduado en la universidad, ganamos un concurso de antecedentes y oposición en el recientemente inaugurado Hospital Regional de Comodoro Rivadavia. Veníamos de una interesante experiencia en La Plata, mi esposa en el Ministerio de Bienestar Social y yo en los Hospitales de Melchor Romero y del Instituto Neuro psiquátrico del Servicio Penitenciario. El cargo venía con departamento incluido, totalmente amoblado y gastos de mantenimiento pagos. Los otros compañeros: los jefes de servicios, el titular de las residencias médicas, las monjas enfermeras canadienses y obviamente el director del complejo completaban el piso tercero. El ingeniero de mantenimiento, un experto en biotecnología e inventor de aparatos de electromedicina, era Alberto Cohen, casado con Mercedes Serruya y dos hijos veinteañeros. Uno en la colimba. Ellos vivían en la planta baja, en una casa grande con patio, ventanales frente al mar y mucho aire puro y fresco. Demasiado fresco. Todo nuevo y a estrenar, como rezan los martilleros. Corrían los tiempos de la Administración Onganía, y los responsables de la Salud Pública Federal, eran dos especialistas que venían del sanitarismo frondicista: Holmberg y Mundet: brillantes. Ellos nos dieron todo su apoyo para iniciar un modelo de gestión que resultó exitosa, tomando a la región patagónica como punto de partida. El asistir a la medicina clásica con tecnología, sociología y economía, nos juntó en nutritivas reuniones de planeamiento estratégico, mañana y tarde. Como nada es casualidad sino causalidad, nos hicimos íntimos amigos y dejamos de tratarnos físicamente cuando Dios los llamó para tenerlos a su lado, con el agradecimiento del deber cumplido. En este plano pasaron más de 90 años sirviendo a sus semejantes. Medio siglo lo compartimos, pero todo pasó volando. Ellos fueron esos padres substitutos que teníamos a mano, pero los tratábamos como hermanos mayores, para no ofender a Mechita que además de coqueta se esmeraba por mantenerse joven y a la moda. El flaco Alberto, una especie de David Niven de aquellos años, era divertido, irónico por su ascendencia inglesa e ingenioso. La esposa era pura sangre latina, madraza y confidente. Las pocas cosas que sabemos de la vida y además – esa manía que tiene la ciencia para insistir con el racionalismo – nos impide comprender el parentesco más allá de la sangre y la genética. Lo que sabemos es que somos familia. Solo Dios sabe estas cuestiones. Nosotros intuimos que hay algo más que une fuertemente: ¡debe haber una genética del espacio! La política – y no es una novedad sino una naturalidad – nos desplazó de los cargos jurídicamente obtenidos, porque vinieron otras personas a dar nuevas órdenes. Eso era común en las administraciones militares porque la Justicia estaba condicionada, pero el mal ejemplo no tardó en apropiarse de las conducciones democráticas. ¡Ya todo es igual! Hasta que compramos nuestra casa, vivimos en lo de Cohen. Ya instalados, fueron ellos los que vivieron con nosotros, hasta que tuvieron el techo propio. Alberto había inventado una máquina para eliminar los cálculos renales, y diariamente cargaba damajuanas del agua milagrosa para los vecinos afectados sin cobrar un peso. Naturalmente trabajaba en forma privada para los hospitales, clínicas y consultorios de la región y le iba bastante bien. En sus ratos libres, desde un chasis de rezago se fabricó una casa rodante, y los fines de semana partían hacia diferentes lugares de playas, montañas, bosques o mesetas. Con los hijos grandes e independientes, esta pareja de enamorados - propia de películas románticas que suelen contar fantasías de celuloide - emprendió nuevos rumbos tratando de amalgamar un talento fuera de serie con un gran emprendimiento. Y así se instalaron en el Uruguay, mientras que nosotros retornamos a La Plata, corridos por esa política decadente que ahumó la vida de los que siempre tienen mucho que dar, bastante creatividad para crecer e idealismo no considerado. Cuando terminó la tarea profesional en el nuevo complejo oriental, los empresarios huyeron con el dinero de inversionistas, trabajadores y proveedores. Nuevamente, en Pampa y la Vía. Por razones de distancia – sus hijos estaban lejos e iniciando una nueva vida – Mecha y Alberto tuvieron sus comodidades y afectos familiares en nuestra casa grande de Villa Elisa, con cinco “sobrinos” y una decena de perritos. Su propia casa ya estaba ocupada por nietitos pequeños. La inauguración de la Universidad Maimónides, con flamantes carreras de ciencias de la salud consolidadas en programas modernísimos y de probada experiencia en USA, Israel y Alemania, fue la oportunidad para que Alberto fuera contratado por la Fundación presidida por el Dr. Ernesto Goberman (otro visionario) con buen sueldo, alojamiento y beneficios. Mecha y él trabajaron desde el comienzo en lo que hoy es una de las mejores universidades del continente. Como Rector Fundador de la misma, puedo decir que Alberto Cohen fue la pieza que completó el sistema médico transdisciplinario, y que si aún no se han logrado mejores resultados, es porque el tiempo y el espacio son determinantes en esta dimensión política. Por la variedad y número de talentos que posee nuestro paíscomo afirma Andrés Oppenheimer, - llevamos un atraso de medio siglo, más o menos el tiempo en que la improvisación y las tropelías de las clases dirigentes vienen actuando en esta comedia de enredos que es la Argentina. Con muy largos ochenta años de vida, retornaron a sus pagos cordobeses para disfrutar del sol, el clima y la intimidad. Hace poco – con escasa diferencia – los Cohen retornaron a la Casa del Padre. Físicamente dejaron obras, afectivamente buenos recuerdos y espiritualmente las mejores vibraciones que nos rodean, día a día, minuto a minuto, segundo a segundo. Afortunadamente nos quedó de amuleto la tacita de café de la Tía Sarita. Angel La vida siempre tiene un antes y un después, pero hay momentos que son más trascendentes que otros, y que valen solo para uno, porque cambian cosas, modifican las maneras de apreciar la realidad, de inmiscuirse en la parte oculta, de dar vuelta la hoja o de dar un salto hacia adelante, no importando si allí está el abismo, la escalera al cielo, una pared infranqueable o una llanura cubierta de flores, con animales pastando que nunca serán sacrificados y límpidos cursos de agua, invulnerables a la contaminación. Esos momentos pueden ser alegres o tristes, largos o cortos, fríos o cálidos, pero siempre enseñan, aunque uno tarde en entender el verdadero significado. Quizás un acontecimiento lejano pasó desapercibido, y de repente cobra importancia al recordarlo mientras se liga con otro hecho. Ángel Cristo Akoglanis era un médico excepcional, famoso en Buenos Aires por sus tratamientos no convencionales y sus curaciones mágicas, en lo que ahora se denomina Medicina Integrativa practicada y enseñada en las principales universidades del planeta. 40 años atrás era cosa de brujos. Sin embargo, presidentes como Sanguinetti del Uruguay, Stroessner de Paraguay y Banzer de Bolivia hacían cola en su consultorio de Avenida las Heras y Callao. El célebre Escardó dormía en su casa de Villa Allende (Córdoba) y personajes importantes de Europa, USA y la ex URSS venían para ser curados de diferentes dolencias con pronósticos negativos. Le he llevado pacientes terminales de cáncer, enfermos en sillas de ruedas y gente descartada, que terminó liquidando la enfermedad, caminando nuevamente y venciendo la desesperanza. Un día me dijo que se intercambiaban pacientes con el Padre Mario Pantaleo, que solía consultar al amigo común Alex Piler, y que tenía muchos maestros en la otra parte de la Tierra. Todo eso era cierto, y sin duda, para mí, fue un antes y un después. Su medicina se desarrollaba con un complejo sistema de interconexiones, que sonaban aterradoras para la ciencia oficial y el conservadurismo institucional, pero que ligaban con metodologías simples los dones de los reinos de la Naturaleza (Madre Tierra, Pacha Mama o el Creador) con otros elementos del ambiente cósmico, tan desconocido – en ese entonces – por las academias occidentales, como las profundidades de nuestro inexplorado mar que supera en cantidad a la tierra de superficie, así como el interior del globo que pisamos o el complejo cuerpo de varias dimensiones, como el que vestimos cuando estamos vivos. El Doctor Akoglanis, era al mismo tiempo un Lama europeizado, un filósofo de la vida común y un interlocutor válido de las entidades siderales que siempre nos han acompañado en este breve tránsito terrenal. Podía hablar libremente con Benjamín Solari Parravicini, un famoso vidente europeo, unos reconocidos y actualizados investigadores de la NASA o un chamán diplomado de médico, enviado por las autoridades rusas. Un día fuimos a buscar a Ezeiza, a la más famosa docente yoga del mundo que terminó sus días en Buenos Aires, porque ése era su programa vital. La contactación no fue a través del servicio diplomático a la que estaba ligada por historia familiar. La hizo Ángel. El Doctor Akoglanis nos enseñó a ver y comprender varias de las facetas de la existencia humana, no todas. Nada más que las necesarias para pasar de grado en esta Escuela Hogar Cósmica. Algunos aprobaron el examen, otros siguieron cursando, hubo quienes se detuvieron y hasta personas que abandonaron. Lo que hoy se denominan “milagros” existieron. Yo puedo contar más de veinte, pero hay profesionales que lo acompañaron “full time” que registran más de 500. Todo lo que nos pasa en la vida tiene un significado. No interesa si tiene el porte de una piedrita o el volumen del Aconcagua. Nada ni nadie esta ajeno a esta realidad. Así como el humano puede “hablar” con los animales y con las plantas, también puede comunicarse con las piedras y con los cuerpos inermes que siguen vibrando en otro lado. La misión del sanador, en estos casos, es conectar el interior de cada uno con la mente, que coordina en trabajo de los cerebros. Sí, es correcto, de los distintos “cerebros” que poseemos. Reconocer al Doctor en esta instancia fue un antes y un después de muchas cosas. La vida nos ofrece estas posibilidades de dar vuelta la página del Libro, cuando nos graduamos, nos casamos, tenemos hijos, hacemos algo que merece felicitaciones o por el contrario cometemos errores o causamos daño. Akoglanis me permitió ligar hechos y acontecimientos de la primera niñez y de otros momentos de mi vida considerados aislados. Me abrió la visión para observar la existencia desde distintos ventanales, y corroboró acontecimientos ocurridos con mi madre, después con mi suegro y otras personas, cuyas experiencias podrían ser mágicas o más cotidianamente, increíbles, rayando con la mentira más absurda. Algunas semanas antes de su muerte a un grupo de íntimos nos confió que lo estaban llamando desde arriba porque su misión en este plano había llegado a su fin. Y así ocurrió. Con el tiempo volvió varias veces, no de manera física obviamente, sino en presencia espiritual. Bueno, esto no es novedad porque los difuntos – más a menudo de lo que se dice- acostumbran a presentarse a sus seres queridos. La convicción que está con nosotros, en este momento conmigo, me ayuda con este escrito, así como nos viene estimulando diariamente para no decaer en estos momentos tan difíciles para la evolución de la humanidad. ¡Buena jornada, doctor, y hasta luego Maestro! EL Bocha Chaya La Argentina actual se desacostumbró a los acentos foráneos, a las costumbres gringas, a los modos particulares de ver y decir las cosas. Antes, salías a la vereda a jugar a la pelota y los padres de tus compañeritos al llamarlos para que vayan a hacer algún mandado, les hablaban en checo, polaco, alemán, árabe o cocoliche, ese italiano mixturado con dialectos peninsulares, que fueron la Argentina Grande. Gallegos de toda España y portugueses de Algarve, hacían sonar esas palabras con otro ritmo, que nosotros entendíamos, porque eran castellanos mal hablados, o quizás, muy bien hablados. En el norte, los turcos habían descendido de los barcos con apellidos de difícil pronunciación, que los agentes aduaneros bautizaron con palabras criollas, una porque no les entendían y otra, para joder nomás. Así, sirio- libaneses, que es como decir chileno-argentino o paraguayo-uruguayo o brasileño-peruano, perdieron su nacionalidad y no fueron ni sirios ni libaneses, dos culturas, dos pueblos, dos banderas y dos idiosincrasias diferentes. Fueron turcos. Turcos para la etnia judía sefaradí, turcos para la cristiandad o turcos musulmanes porque salían de su patria con el pasaporte de Turquía. Al NOA – los turcos - llegaron mucho más que al centro o al sur del país, y los pibes, que en el interior de la casa hablaban la lengua de sus padres, en la calle se socializaban con las cadencias y pronunciaciones del medio circundante y se hicieron salteños, tucumanos, riojanos, argentinos de pura cepa al fin y al cabo, que dieron como resultado lo mejor de nuestra nacionalidad: Cafrune, Falú y tantos otros. La integración, a esta especie de inmigrantes extraños los agarró de movida: bombachas de campo, cría de ganado, almacenes, pulperías y mate amargo fueron su escarapela nacional. Algunos se casaron con paisanas de su origen y la mayoría con señoritas del lugar, de los, pueblos originarios, de razas combinadas, de ítaloespañoles que era la mayoría…. y formaron sus familias con la zamba (1) que escuchaban por la radio y con las comidas disponibles en los territorios medio secos del noroeste argentino. Y promediando el siglo pasado, nació el “Bocha Chaya” y se hizo viajante cuando tuvo la oportunidad de levantar vuelo. Con el tiempo fue pasando de la defensa de su trabajo, a la de los compañeros y más tarde a la politización de lo colectivo, que recibe el nombre de sindicalismo, tan denostado o elogiado según el opinante. Sin embargo, con los fundamentos de una filosofía de vida que remite tanto a los agnósticos como a las encíclicas papales, el sindicalismo representa la última frontera en contra de la globalización planetaria, que se maneja desde los estrados del Poder asociado con el Dinero, que nunca es una buena mezcla. Ese sindicalismo es el que defendía el Bocha Chaya, y por circunstancias de la historia y la cultura argentina, desde la visión peronista clásica, básica y doctrinaria, que poco tiene que ver con las versiones decepcionantes y vulgares de los últimos tiempos, concretamente desde la muerte de Perón, que se llevó consigo la dignidad, la justicia social y el compromiso humanitario. El “Bocha” era uno de esos tipos. Y se lo extraña, ¡Caramba! Yo lo conocí durante mi largo paso por la Federación Única de Viajantes de la Argentina (FUVA) – gremio conducido por Manuel Díz Rey y Horacio Sacierain - dos amigos entrañables que supieron mantener el gremio a flote durante las intervenciones, presiones y manipulaciones de algunos gobiernos que supimos conseguir. El Bocha era un entusiasta organizador de acciones políticas de naturaleza sindical, en el más claro y puro estilo doctrinal: los opositores no eran enemigos sino amigos que pensaban distinto, los adversarios se reunían en las mesas del gremio para comer, beber, charlar y hacer chistes, y tenía la habilidad de convocar a los “cuentistas”(2) para aterciopelar los acuerdos preconvencionales, en donde los beneficios eran para todos, “en su medida y armoniosamente” , citando la frase del General. El turco era un tipo agudo y simpático, callado, observador y reflexivo. Los silencios no eran solo para aceptar, tal vez, para perfeccionar su discurso inmediato. ¡Bien salteño! ¡Familiero al mango! dice el porteño con esa soberbia simple y sin querer, heredada de la patria italiana inmigrante que coloreó para siempre la cultura nacional, y especialmente la rioplatense. El “Bocha” llamaba la atención tanto por su adhesión a los principios del compañerismo, como a su laburo de padre-hermano-tío- abuelonieto, en esa mixtura extraña en donde los afectos ordenan la vida humana, y no los intereses mundanos. Le solía cocinar el locro (3) a los nietos, pero también agasajar a sus amigos en la entidad sindical mantenida con fondos propios y de los compadres de la Comisión Directiva. Quizás, para los que hablan sin saber y naturalizan al sindicalismo con las malas prácticas de los dirigentes vergonzantes que inundan las instituciones, no solo gremiales, sino políticas, del futbol, de las corporaciones y del gobierno, la actividad es un juntadero de plata. Tras 25 años en Viajantes, puedo asegurar que - en el interior profundo del NOA, la Patagonia, Litoral y las demás regiones – son los compañeros dirigentes los que mantienen la sede, los gastos y el mantenimiento. O sea, Todo. Juan Carlos Fita, otro entrañable amigo que se nos fue en un accidente de tránsito, representaba el otro extremo de nuestro largo país, y tenía jurisdicción sobre toda la región patagónica. Extraño también las charlas, las cenas en mi departamento de Congreso y las sobremesas que terminaban con el sol apareciendo por los ventanales. El motivo eran las reuniones de la Comisión Directiva que convocaban a los Secretarios Generales Regionales, y las temáticas abundaban en proyectos de capacitación, como la Universidad Sindical que nunca se concretó por las ambiciones desmedidas de dirigentes nacionales de gremios poderosos y ricos. Nosotros no podíamos competir en dinero, pero si en ideas que poco importan cuando los afiliados se cuentan por miles, y los del interior no pesan. Fita y Chaya, grandes amigos. Son ejemplos. El Bocha Chaya siempre fue un ejemplo vital, para arriba, abajo, los costados y el centro. Fue una espiral envolvente: un amigo sincero y leal. La última vez que pasamos unos días juntos, fueron como una despedida familiar. Viajamos en el catamarán de un amigo empresario para cruzar el Dique Cabra Corral y ver cómo se estaban robando las pinturas rupestres. Al descender de la montaña se quebró una laja y me fracturé el pie, pero los calmantes me permitieron asistir a una cena familiar completa, con la asistencia médica, afectiva y solidaria de los miembros de su familia. Any – mi esposa - conserva todas las fotografías, y es un recuerdo que se revive, incluso cuando su hija Daniela redacta algunos párrafos y cuenta cosas domésticas y profesionales. Con el Bocha compartimos, además, las verdades del otro lado oculto de la naturaleza humana que ya empieza a disolverse. Salta tiene la enorme ventaja de formar parte de un campo cósmico, en donde las dimensiones se juntan para alumbrar los nuevos caminos del Creador, que no son físicos, sino espirituales porque es – simple y claramente – el núcleo central de lo que somos como personas. Por allí pasa la vida en el pedazo de tierra que nos toca pisar, pero el motor simbólico está en el corazón sagrado que rodea y contiene al mecanismo cardíaco, y que se manifiesta – nada más y nada menos – que en los afectos. Mientras escribo estas notas, percibo que está siguiendo los párrafos desde muy cerca, que también asiste a los hijos y a los nietos, y que mira de costado al Sindicato al que dedicó parte de su estancia terrenal, con esa chispa traviesa, esa sonrisa cómplice y ese talento para convencer y persuadir, antes que ordenar e imponer. Seguí trabajando, Bocha, con Any como en tantas jornadas compartidas te mandamos un fuerte y cálido abrazo de esos que tienen el sello de la divinidad. Referencias (1) Música folclórica argentina, originaria de la provincia de Salta (2) Cuentistas. Destreza genética de los viajantes de comercio. (3) Comida argentina tradicional, con base de maíz. Eneas Tenía la cara redonda y una sonrisa permanente. El pelo rubio con un mechón travieso que le caía por la frente. Siempre elegante y con atuendo formal. Era un argentino europeo, de esos que abundaban en el siglo pasado de Córdoba hacia el sur, con una mayor concentración en la pampa húmeda. Pero Eneas Antonio Riú era porteño. No esos mixtos jauleros con pretensión de zorzal, como solía definirlos, sino un bicho raro de la calle Corrientes. Se había recibido joven de médico clínico al igual que su padre, famoso en los años 30 por haber compartido creaciones tangueras con Enrique Delfino y otros de los tantos talentos musicales que afloraban como hongos después de la lluvia. Entonces, Eneas, heredó le genética en el arte de curar, y también en el arte mayor de la música ciudadana. Como si fuera parte de un karma planetario que por esos años juntó al Japón de Ranko Fujisawa con los genios del tango nacional y popular argentino, Eneas siempre venía acompañado de una nipona nacida en Florencio Varela: la maestra Ana Yamashiro, su esposa. Las coincidencias suelen generar sorpresas, porque Rankita (el seudónimo de la cantante del sol naciente, que vocalizaba con la Orquesta Típica Tokio) de cantante lírica pasó al tango, cuando escuchó por primera vez “La Cumparsita” de Matos Rodríguez, Pascual Contursi y Enrique Pedro Maroni éste último abuelo de Haydée Maroni, que supo trabajar con nosotros en temas elevados de educación. Ana era por esos años – y no ha cambiado nada – una niña delgada, aplicada, nacionalista en valores y principios, así como apegada compañera. Nosotros formábamos parte de un grupo de profesionales que intentábamos hacer florecer una Argentina Grande, Justa, Libre y Soberana con la doctrina del General Perón, en los finales de la década del 60. No confundir, especialmente las generaciones nacidas hace medio siglo después del derrocamiento del gobierno democrático justicialista en 1955, con las distintas y frankestianas versiones peronistas de izquierda, derecha, arriba, abajo, al centro y ¡¡¡adentro!!!, parafraseando al típico brindis español. Éramos peronistas románticos, ese término despectivo de hoy día, en donde la política se ha convertido en un negocio, los beneficios de los funcionarios de los tres poderes, poco republicanos y éticamente inexistentes, en privilegios asquerosos frente a la pobreza creciente y el ninguneo jubilatorio, y la institucionalización de la corrupción, aliviada con el sinónimo de “viveza criolla” que encima se exhibe impúdicamente para refregarte por la cara que llegaste y que vos sos un gil de goma, en la expresión del genial Alberto Olmedo. No le fue muy bien a Eneas con las administraciones autocráticas que perseguían a los militantes. Alguien mencionó su nombre y fue apresado. Afortunadamente dio con un grupo de tareas que comprobó que iba de su casa al consultorio y del consultorio a su casa. “Doctor – le dijo el encapuchado – siga con la medicina” y lo liberaron. Se metió de lleno en la homeopatía, luego en la bioética y por último publicó algunos libros en donde ya se anunciaban las transdisciplinas y lo que hoy se conoce como “medicinas integrativas” Pero Eneas tenía tres condiciones sobresalientes: su porteñidad tanguera, su pasión Independiente de Avellaneda , y el compañerismo- no el peronista – el humano. Y en ese aspecto era el médico del cuerpo y el médico del alma, y su Ángel de la Guarda la AMISTAD. Dios controlaba su vida, a través de los afectos al prójimo, la entrega a los necesitados y una sublimación de la amistad. He conocido tipos como él, pero muy pocos. No es fácil encontrar a alguien inteligente, propedéuticamente formado para las visiones del futuro, y además un amigo a secas. AMIGO. Ahora es el abuelo de mi nieto Inti, y yo soy el abuelo de su nieto Inti. “Dios escribe derecho en líneas torcidas” Enrique Enrique Hoferek, farmacéutico de los de antes, natural del Chaco y graduado en Tucumán, y como su apellido lo indica es un criollo de la etnia checa, primera generación de argentinos. Debo aclarar: el criollo no es el mestizo, sino el hijo de europeos nacido en América. Después de ayudar a los quilitipeños y/o quilitipenses a sanar sus heridas, reponerse de las comilonas y recuperar la salud gracias a los menjunjes que en esa época aún preparaba el boticario con diploma, un día decidió venirse a vivir a Mar del Plata, con su esposa – también chaqueña, pero más mixturada de razas europeas- a probar suerte. No hablo de suerte y fortuna porque este último término nunca apareció por los alrededores. Pero como dice el tango: “nunca me sobró y jamás me faltó”. ¡Eso es lo lindo amigo! Cuando me mudé más al centro del barrio San José, concurrí a su farmacia de la calle Independencia y allí nos hicimos amigos, ya adultos mayores, por no decir gente de la Tercera Edad ni viejos de mierda para las costumbres tilingas de esta generación de jóvenes que creen haber nacido – ellos solos – después del Big Bang. La amistad, como encuentro afectivo de naturaleza social, surge y se consolida rápidamente, cuando los protagonistas se han socializado en la cultura de la integración de la mano de familias inmigrantes que salían de la seguridad de lo conocido a la esperanza de un nuevo mundo. El paisaje, el clima y el devenir cultural comunitario iban a formar parte de su nuevo ambiente, pero la energía de las relaciones, la necesaria solidaridad y la valoración del prójimo desconocido sumaban valores a la hora de enfrentar las cotidianas vicisitudes de las regiones apartadas de los grandes centros urbanos. Los inmigrantes venían de vivir en ciudades milenarias europeas y se instalaban en parajes desérticos e inhóspitos como mi Patagonia o más calurosos y verdes como su Chaco. La amistad- en estas condiciones - no se mide, ni se especula ni se calcula. La amistad surge como un designio de la Naturaleza, máxime cuando los idiomas no acompañan, las religiones son distintas y los recuerdos familiares, ahora tan lejanos, suelen hacer mal si uno no consigue trampear al pensamiento. De manera tal que, los que somos grandes pero seguimos pensando como chicos, nos hacemos amigos de movida. Siempre hay un hilo conductor que facilita los contactos, y en este caso fueron los antiguos checoslovacos, que junto con otros eslavos poblaron el norte y el sur del país. Chaco, Misiones y Patagonia fueron los tres puntos de mayor concentración inmigratoria de la Europa Central, de allí que entender algo de checo, polaco, ucraniano y más abajo en el mapa los ex yugoeslavos, formaron parte de nuestra subcultura atendida por lenguas, costumbres y comidas que los chicos internalizábamos de manera natural antes y después de la Escuela. Sin embargo Enrique, añadió una fuerte porción de personalidad dicharachera, a los valores de buena gente que cultivaron sus antepasados. No tanto como su coterráneo Landriscina – de Villa Angela – porque este sujeto se salvó de pertenecer al Rotary y logró zafar de esa solemnidad semanal de 21 a 23 horas que ejercitan los miembros del club. Bueno, el flaco Hoferek pasará a la historia como un tipo cálido, sencillo, poseedor de una biblioteca cerebral de cuentos cortos divertidos, y un aura celestial que registran los aparatos de bioingeniería, pero que en la interacción cotidiana, se transforman en suaves caricias, masajes para el corazón y buena vibra, como se usa ahora. Si alguna vez lo ven con cara larga, gestos groseros y actitudes inconvenientes, no piensen que le pasa algo o que tiene un problema o que se volvió loco. Sencillamente debe ser un tipo parecido a él, pero seguramente, no es Enrique Hoferek. Frank No se trata de un amigo yanqui o británico. Es tico. Suena raro, para un argentino que una persona se llame, como mi amigo y compañero, Frank Ulloa Royo, pero es que en Costa Rica se combinan nombres anglosajones con apellidos españoles. A ellos también le suena raro que se combinen voces italianas y españolas – que para nosotros es normal – como por ejemplo Manuel Spadafora, Jesús Roviratti, o al revés, Renzo González o Remo Pérez. Frank, colega académico, es sociólogo y abogado laboralista. Tiene su domicilio cósmico en Puntarenas, ciudad cabecera de la provincia del mismo nombre situada en el golfo de Nicoya, sobre el Océano Pacífico, y su domicilio familiar en Alajuela, otro sitio visitado frecuentemente por entidades del espacio sideral. El Aeropuerto Internacional Santamaría de la capital nacional San José, en la provincia del mismo nombre, está ubicado en Alajuela, algo parecido a nuestro Ezeiza, que es el aeropuerto de la ciudad autónoma de Buenos Aires, pero ubicado en otro Estado, que también se llama Buenos Aires. Esto quiere decir que ticos y argentinos no hemos sido muy creativos. No pasa lo mismo con Frank, que es un tipo singular de personalidades yuxtapuestas para aquellos que suponen – de no mediar alcohol, pasiones o menjunjes de por medio - que la expresión social de la conducta es pareja, en fin: única. Como muchos de nosotros pensamos que acomodar los cuadraditos dentro del rompecabezas, significa entender el dibujo, aquel que colorea con matices diversos su paso por la vida es una “rara avis”. Frank Uno, es el de las reuniones sociales, peñas musicales, comidas de camaradería, paseos por los bosques, las playas o las poblaciones, en donde las palabras, las carcajadas, las bromas, el estar tirado en la arena de Quepos por horas, dormitarse en el parque Carrara viendo volar las aves, tirarse al agua en Jacó con una gorra de categoría recién regalada, o cambiar asesoramiento y trabajo jurídico a un Capitán Mercante, para fungir como polizonte de lujo en la trayectoria de un buque, es algo bastante habitual. Este Frank es dicharachero, divertido, ameno, adolescente, místico, vegetariano, vegano, carnívoro, bebedor, cafetero, aguatero, ocurrente, simpático, distraído, incomprensible, animador de fiestas, bailarín….. Frank Dos, tiene la misma cara, pero cuando desarrolla un tema en los ámbitos académicos, recupera los gestos adustos, quizás para ir ordenando las ideas que brotan de su cabeza como el tsunami. Allí es profundo y explica con la precisión de un cirujano acreditado por donde va el bisturí, por dónde pasa, qué hará cuando llegue al hueso, y cómo será su lenta y sanadora retirada. Como sociólogo, los temas inherentes a la mayor calamidad de la condición humana que es la injusticia social, lo preocupan al extremo. Su característica distintiva es la precisión, especialmente en la historia, cala hondo en la naturaleza de los oprimidos - las víctimas de los sistemas capitalistas de izquierda y de derecha que nos gobiernan - y en el momento de los aportes se convierte en ese Ciudadano Planetario que abre la puerta al entendimiento profesional, académico y doméstico para que tomemos conciencia de que no se puede justificar la pobreza en un mundo de abundancia , menos a la miseria frente a Poderosos que gozan de todos los privilegios, como así tampoco a esa falta de respeto a Dios o quizás al Sentido Común o a la Ética Humanista, que también es un verdadero atropello a la Razón. En sus alocuciones, libros o reportajes, aflora la sabiduría, la solidaridad colectiva y la integración que debe empezar a resolver las desigualdades que se producen porque triunfa el egoísmo en una involución y degradación “cosista” que nos obligará a volver al principio de los tiempos. Frank Ulloa Royo, es un gran tipo. Por supuesto: una rara avis. Es un amigo, de esos que la distancia, siempre acerca. García Moreno No se trata de Charly García, aunque coincidan los apellidos. Tampoco es músico, ni usa bigote bicolor ni se arroja a la piscina desde un edificio de varios pisos; pero las cosas que hace no son muy distintas: trabajó de militar, de empresario y se internó en las turbias aguas de la política argentina, en momentos sumamente difíciles. La POLITICA, esa herramienta mágica acompañada de música celestial que puede sacar de las lámparas de Aladino los mejores recursos para alcanzar la felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria, por la turbiedad contemporánea no solo impide bucear, sino también nadar con seguro riesgo de contaminación. El ejercicio de la política honesta, solidaria, creativa, trascendente y humanista como la que corre pura y limpia al desprenderse de los hielos, hace años que no existe en la Argentina. La que se ve, se toca y se acumula, es la que se identifica con el dinero, los intereses egocéntricos, la violencia, la injusticia y el desprecio por el prójimo. Es la política que miente a los demás y se miente a sí misma, y los que la ejercen: gente de civil o de uniforme son exactamente iguales a la hora de apropiarse de lo ajeno, de trampear al amigo y de estafar al asociado. Algo de esto le sucedió a Miguel Ángel García Moreno, un brillante oficial de artilleros que por expresar sus ideas, le cortaron las piernas, según la popular expresión futbolera. Tenía todas las condiciones para completar su carrera soñada con el grado de General, pero la mala política le robó su tesoro. La vida lo premió con el cargo de empresario, ministro, diputado, pero eso no estaba en sus ideales. Para el facilismo creciente de los que pasan por la vida sin honor ni dignidad, antes ser civil era sinónimo de subversión y corrupción, así como hoy ser militar significa represión y homicidio. El trabajo de político, en poco tiempo, acarreará nuevas calificaciones: estafadores y narcos. Miguel Ángel extendió su vocación de soldado como un abanico, sin necesidad del atuendo ni las condecoraciones, ayudando desde su puesto de combatiente, porque ésa es la misión del que decide ofrendar la vida por el prójimo, nada más ni nada menos que eso. ¿Puede haber algo más digno que prepararse para morir, para defender al semejante y para preservar la tierra de todos, que es la Patria? Ayudar al necesitado, vivir para servir y estar siempre preparado para resolver situaciones angustiantes, es entrar en combate, a veces entre expedientes, palmadas, salvatajes económicos, provisión de empleo y regalos: vale decir, asistencia social sin retornos. El soldado que nos muestra la cultura histórica aprobada y legítima es San Martín, Cabral, Brown, Newbery, más acá Mosconi, recién los Cascos de la ONU, hace un ratito los uniformados de las inundaciones, los terremotos, las catástrofes, y siempre los que nos protegen. El argentino medio pelo, el poco informado y el mal educado, ve al otro militar sinvergüenza, que fue el que ensució la bandera y manchó a la argentinidad como modelo de todos, y eso no es cierto. Cuando la degradación del hombre repta por los pastizales a la espera de su presa, eso quiere decir que estamos en los bordes del precipicio, porque la envidia, la mentira, la traición, el poder descontrolado, el egocentrismo narcisista, la impunidad y la miseria espiritual han ganado en esta lucha entre la honradez y el delito. Obviamente La Política tiene la última palabra; los Hombres de Bien tienen la última palabra. En los años Sesenta, civiles y militares de edades cortas, copiosas literaturas y experiencias nulas, salimos a las calles para unirnos en la esperanza de conquistar un futuro mejor, aún con la memoria fresca del trabajo europeo descargado de los barcos, la inteligencia fundacional de la Generación del 80 y las luces encendidas de ese Faro de la Cultura Americana que se fue apagando, entre otras cosas, por la haraganería subyacente de la que hablaba Alberdi, José Ingenieros, Bernaldo de Quirós y el Gran Discepolín. Trabajamos juntos, nos echaron juntos, la pasamos bien y mal juntos, renacimos juntos y seguimos juntos. No somos unos cuantos sino muchos los que tenemos ese sentimiento de pertenencia, de endogrupo, de sentimientos afectivos profundos .Algunos calzan botas, otros mocasines, tacones altos, faldas y mamelucos. Miguel Ángel García Moreno, es un amigo de esos que no abundan. Inteligente, sensato, creativo y prospectivo. Un hermano de sus pares, un padre para los desamparados, un médico que intenta curar los dolores del alma, un maestro que te enseña a pensar, un cura que te abre las puertas del cielo y un preceptor que te marca los errores y que te da un chirlo cargado de afecto. Es un General de la Vida, con esposa ejemplar, hijos y nietos impregnados de esa genética envidiable y muchos amigos de todos los colores, pensamientos, religiones y convicciones. Grosso Los políticos de alto vuelo, talentosos y astutos para manejarse en un mundillo tanguero de taitas, matones, idealistas y suicidas, mantenerse a flote y navegar sin tropiezos hacia sus puertos de desembarco, deben ser muy cuidadosos. Carlos Alfredo Grosso, antes de ser Intendente – hoy denominado Jefe de Gobierno del Distrito Federal – ya había demostrado sus excepcionales condiciones para administrar cosas privadas de categoría y públicas de responsabilidad. También para integrar grupos de estudio y militancia dentro del peronismo doctrinario de los años Sesenta. Grosso fue uno de los inventores de la renovación peronista de los años ochenta, en tiempos del radicalismo gobernante, y con un justicialismo cargado de dirigentes listos para hacerse del poder, independientemente de su ideología y doctrina. La sociedad argentina empezaba a transitar por esos caminos sinuosos, que lejos de abandonarlos y reemplazarlos por autopistas confiables, ahondaban una picada apta para los más astutos, para los que no tienen nada que perder, para aquellos que todo vale con tal de “tener alguna manija”, para los peronistas que nunca leyeron a Perón, y para los marxistas disfrazados que pretendían explicarle al General, el contenido de sus propios libros, de sus escritos, de sus discursos y de su planificaciones. Aun hoy, esos imberbes, consideran a Perón un enemigo y a Evita una compañera del Che Guevara, como imaginó la famosa ópera rock extranjera desde su perspectiva artística, pero muy lejana de la realidad histórica nacional. Grosso, a los treinta y pocos, ya convocaba a jóvenes de su edad para sumarlos a un proyecto político, inspirado en la actualización doctrinaria que había iniciado Julián Licastro, y que luego seguiría él mismo con un numeroso grupo federal de entusiastas y capaces personas. Las elecciones de finales de los Ochenta las ganó Carlos Saúl Menem, con la camiseta peronista y el corazón de la UCD, inaugurando una metodología de travestismo que se ha ido perfeccionando hasta tal punto que el viejo lema de Perón “ni yanquis ni marxistas: Justicialistas” ha perdido total vigencia, y que hoy podría ser: “con yanquis según convenga y con marxistas si se cuadra, pero jamás peronistas” En fin, la doctrina solo como espejismo partidario, El modelo político argentino de tanto tienes tanto vales, en materia de apoyos, votos y militancia, colocó a dos personajes de lujo como Ítalo Argentino Luder y Carlos Grosso en puestos de altísimo compromiso y de difícil gestión. Al primero en el Ministerio de Defensa, aún con los militares alistados para derrocar al que se hiciera el loco, y al segundo, al frente de la Municipalidad de Buenos Aires, distrito dificilísimo por ser la cabeza de la oposición y totalmente dependiente de los humores del gobierno nacional. Obviamente no fue por casualidad o imprudencia. Menem necesitaba sacarse de encima a compañeros lúcidos que pudieran malograr su intención malsana – pero naturalizada dentro de la baja cultura política ciudadana – de perpetuarse en el Poder. Ese fue el clima tormentoso y resbaladizo que le tocó a la gestión de Grosso, un ciudadano que pasó a la historia como ladrón y que sin embargo no tiene un solo peso. Obviamente al revés de Boudou: incapaz, raterito, descuidista, chorro de alto vuelo, bartolero e irresponsable que se hizo millonario en los riachos nauseabundos de la delincuencia protegida. ¿Por qué comento esto? Porque una sola acción suya le permitió a la inteligencia argentina, a la innovación académica, y por acto reflejo a la comunidad hebrea, erigir una universidad que hoy se llama Maimónides y luce como una de las mejores de la región. En efecto: luego de 17 años ( en 1990) de congelamiento de la habilitación de universidades privadas, de los cientos de proyectos presentados antes y durante ese período comentado, el Ministro de Educación eligió 4 después de una exhaustiva evaluación, que serían los únicos considerados dentro del actual mandato constitucional. La primera fue la Universidad Maimónides. Ella empezaría a funcionar con dos esquemas académicos revolucionarios en las carreras de medicina y de odontología, cursando desde las primeras horas de la mañana hasta terminada la tarde en hospitales, desde el primer día de clases. El plantel docente y de investigación fue reclutado entre los mejores, la última tecnología adquirida en los grandes centros de Europa y USA, y los salarios muy altos, acordes con la responsabilidad asumida. Como en casi todas partes del mundo, las escuelas debían ser los complejos hospitales públicos. Los gremios de la salud – especialmente los profesionales – y los partidos opositores del distrito no permitían que una actividad educativa privada “invadiera” los hospitales populares, preferentemente – por su compleja área programática- se habían elegido tres: el Argerich de la Boca, el Durand de Parque Centenario y el Santojanni de Lugano. Enterados de nuestro pedido, concejales, algunos diputados y los sindicalistas nos citaron (yo era el Rector de esa Universidad) para informarnos que jamás permitirían que “empresarios liberales de la salud” utilizaran los nosocomios que mantenían los contribuyentes. El Ministro Salonia nos informó que sin hospitales comprometidos era imposible aprobar nuestro proyecto, a pesar de haber superado las instancias legales. Es importante remarcar que – por la estructura de ese entonces – las entidades privadas de salud no daban el perfil requerido. Cualquier persona sensata hubiera cancelado el proyecto, antes de solicitarle al Intendente que, por una actividad académica, se enfrentara a la oposición, los gremios y a la militancia política de izquierda muy activa. Grosso nos escuchó atentamente, evaluó los costos políticos desde donde saldría perdedor y comprendió que aprobar tal pedido significaba arrojarse al vacío sin paracaídas. El doctor Aldo Melillo, el Dr. Cormillot y el Coronel García Moreno – secretarios municipales y asesores personales – se reunieron en privado para debatir, con mi única presencia por el lado de la Universidad, la solicitud. “Seríamos injustos si – por comodidad o conveniencia circunstancial – priváramos a la ciencia argentina de contar con una medicina de excelencia, máxime que ustedes construirán salas, consultorios e instalaciones que luego serán patrimonio de cada hospital. Acá nos jugamos la vida, pero vale la pena. Ahora le paso el informe oficial a Salonia, y pueden empezar cuanto antes” Más o menos esas fueron las palabras de Carlos Grosso. A partir de allí la lucha fue muy dura, pero con el apoyo de los directores, en seis meses ya habíamos podido demostrar que cuando hay un objetivo solidario, lo público y lo privado conviven y se apoyan mutuamente. Lo de Carlos Grosso no fue una excepción, sino una acción más de su conducta, que es necesario recordar. La Comunidad Judía de la Argentina – al poco tiempo tan golpeada por la necedad y la delincuencia internacional – de la mano del fundador Ernesto Goberman, instaló un modelo sanitario que fue adoptado por otros países. Eso lo hizo Carlos Grosso, diría el slogan. Muchos años antes, desde los pisos más altos de una torre en el bajo, en donde tenía su oficina de gerente de la principal empresa nacional de servicios múltiples, mirando los viejos galpones de mampostería del puerto en donde yo iba a trotar todas las mañanas, un día se apoyó en la ventana y me dijo: “Algún día voy a convertir ese aguantadero de ratones, en una ciudad paralela ejemplar de la Argentina. Si lo hicimos en Nueva York, por qué no aquí” Eso se llama Puerto Madero. Lo hizo Grosso, un adelantado en ideas y un ciudadano ejemplar. Naturalmente, un amigo de los que hay pocos. Haydée En una sociedad chata gobiernan los chatos, en principio porque los que se destacan – por ejemplo en política – tienen pocas posibilidades de perdurar frente a un cúmulo de compañeros carentes de dones y que pasan a ser sus competidores. Para equilibrar hay iguales que dejan de serlo. En una sociedad chata, dirigida por talentosos que sucumben frente a la mediocridad superabundante, los dirigentes terminan equilibrándose con los flojitos. En una sociedad chata, en una universidad chata y en una empresa chata, fuera de los servicios de medicina, abogacía e ingeniería, en donde está presente la enfermedad, la pérdida del juicio o el derrumbe del edificio que son los peligros que afectan en lo individual, temas como la educación cultural, el aprendizaje, las conductas humanas, el respeto por las leyes de tránsito, la poda de árboles, la caca de los perritos, los ruidos molestos, los escapes de las motos y otras barbaridades por el estilo, anarquizan la convivencia, porque lo colectivo, directamente no interesa. Todas las sociedades tienen defectos y virtudes, pero a medida que la evolución afianzada por la solidaridad y el sentido común va comprometiendo a más gente, los talentosos viven mejor, se sienten mejor y sirven mejor a sus vecinos, porque éstos los valoran y los respetan. En las sociedades degradadas se da el fenómeno contrario. No es el oro el que brilla sino los alimentos. Si desconozco que al metal puedo venderlo y aumentar significativamente la compra de alimentos, lo dejo cerca como adorno, pero no me sirve. Haydée Maroni – debo decir que es la nieta del autor, junto con Matos Rodriguez y Contursi del tango La Cumparsita – le tocó nacer, crecer y comenzar a envejecer en una sociedad decadente como la Argentina de los últimos cincuenta años. Tiene un talento formidable pero a la gente no le interesa. Lo peor de todo es que tampoco le interesa a la ciencia, y menos a la política lo que ella es capaz de hacer para beneficio de sus compatriotas, de la región, y de la humanidad. Haydée tiene el raro talento de comprender el mensaje de las manos que operan como un test de aptitudes por un lado y como una lectura del futuro por el otro. No hay muchas personas con este don, casi mágico, que acostumbra a aparecer en videntes reconocidos como Edgar Cayce , en los centenarios conocimientos de los espíritas y en futurólogos convincentes como nuestro Benjamín Solari Parravicini, pero encerrados en las esferas del esoterismo, la metafísica y la parapsicología. Las destrezas anticipatorias de Haydée, gracias a los avances de las transdisciplinas y los adelantos de la bioingeniería electrónica, pueden ser mirados con los ojos del misticismo, pero corroborados por la ciencia físico matemática, lo que supone un paso adelante en la comunión actual entre la Fe y la Razón. Los conocimientos de Haydée abren un nuevo paradigma en la educación, especialmente en los niños recién nacidos y cuando son bebés, para diseñar su futuro programa de enseñanza – aprendizaje. En adultos, por ejemplo en USA y Europa, estos saberes se utilizan para la selección de personal en instituciones claves como la Justicia Penal, la Fuerza Aérea, el Liderazgo Empresarial, y últimamente los médicos de emergencias, entre otras. Esto es porque, la conformación de las manos, anuncian conductas con sobrada precisión. No estamos hablando de las líneas de las manos, la quiromancia, sino de algo mucho más complejo, que incluye estructuras, tamaños, formas, cambios de aspecto, movimientos, gestos, etc. En los niños, las ventajas para alcanzar altos niveles de preparación – si los titulares de las políticas educativas entendieran algo de esto, y no de la educación a granel medida por días de clase como ya es patológicamente corriente – serían enormes. Nuestro Mariano Sigman en su último libro sobre neurociencias nos habla de las facultades cognitivas y sus modalidades de desarrollo. Haydée ya sabía lo que la tecnología científica está descubriendo ahora. Su teoría recibe el nombre de “Psicopedagogía del Lenguaje Gestual” y tenemos varias obras editadas sobre este tema. Como este es un modesto libro sobre amigos, no me extenderé sobre procedimientos académicos. Redactaré párrafos sobre ella, en su aspecto humano, que integra el título de Ciudadana Planetaria. Haydée, como los Grandes, es la humildad revelada. Difícilmente levante la voz para retar, solo para ser escuchada en una clase Es didáctica y con solo pegarle un vistazo a la conformación de las manos, ya sabe la estrategia emplear para facilitar el aprendizaje del alumno. No es reservada en sus saberes ni egoísta a la hora de aplicarlos. Por el contrario, se brinda generosamente para enseñar a los que lo merecen, a los que se esfuerzan, y a los que sus manos le dicen que “el servicio al prójimo es la prioridad” Esto es tanto o más valioso porque Haydée vive modestamente de su jubilación. En otros países más adelantados sería doblemente rica: en dinero y en reconocimientos por parte de académicos e investigadores En esta cultura del facilismo, de lo compro hecho y de la auto ayuda cambalachera no se pueden entregar destrezas a los especuladores, a los irresponsables del mercadeo y a los que – por ignorancia o mala fe – se van a aprovechar de los conocimientos íntimos. Es por eso que, quizás Haydée posiblemente nació en el tiempo y en el espacio incorrecto. Ella está más adelante que otros, no solo en conocimientos sino también en bondad. Haydée siempre extiende su mano para alumbrar el camino. ¿Qué extraña metáfora, no? Perla y Chana La Patagonia de principios del siglo XX no era un territorio agradable y mucho menos en la zona atlántica .Los fríos eran mucho más intensos que ahora. La población era escasa, el comercio dependía de los buques y prácticamente no había elementos humanos ni materiales dedicados a la salud. Colonia Sarmiento, la semilla política que sembró el gobierno para poblar el desierto, se fue apagando lentamente con el descubrimiento del petróleo en Comodoro Rivadavia, y a los fines de la primera década cambia la historia. Comienzan a llegar colonos, inmigrantes europeos escapados de la guerra, la hambruna y el racismo, funcionarios y aventureros, familias en busca de progreso, idealistas, refugiados, chicas engañadas, varones esperanzados y vivillos de pura cepa. Doscientos kilómetros significaban varios días de viaje, encontrar agua potable en la costa un milagro, recibir el correo una alegría inconmensurable, detener el dolor de muelas una bendición. Varones al por mayor y mujeres a cuentagotas. Algunos grados de instrucción y muchos idiomas entremezclados. Demasiado viento fuerte, arena que picaba y no dejaba abrir los ojos y ese sonido enloquecedor aumentado por las ráfagas y el silencio que propone la soledad sin distancia apreciable. Perla y Chana eran dos chicas jóvenes de la Europa Oriental que se casaron pronto, por la belleza, su cultura y la falta de competencia. Pudieron elegir y no le erraron. Muchos de sus paisanos habían ingresado en la actividad petrolera, muy dura en la boca del pozo a jornada completa, pero ellas pudieron formar una familia con residentes acreditados: argentinos de la Capital Federal que montaban negocios. Mi familia también había venido de Europa. Algunos con dinero propio y otros con el trabajo que se convertía en dinero. La palabra era el pagaré de la transacción y la caja fuerte de mi abuelo: comerciante, periodista, corresponsal, procurador y notario, el banco paralelo en formación. Pero un día voló toda la propiedad, por un escape de gas sin olor en la red clandestina de esos años, y murieron todos. Se salvaron mi abuela y mi joven madre porque estaban visitando a Doña Rosa. Cuando yo nací, tuve primos, tíos propios y añadidos. Los de sangre que eran los primos hermanos de mi madre, los tíos de “dendeveras”, pero también los del corazón, como Perla y Chana, entre otros. Perla tuvo un chico de mi edad y nos criamos juntos. Chana no tuvo esa suerte, pero yo sí porque recibía regalos a cada rato. El traje de la Primera Comunión, con el brazalete, rosario, librito de cuero, zapatos brillantes y la bolsita para juntar la guita en el reparto de estampitas, lo trajo la tía Chana para apurar la ceremonia. Ser católico significaba – además de la fe, formar parte de la gente decente, intocable, no perseguida, de vivir tranquilo. El sobretodo de tela importada y confeccionado a medida lo aportó la tía Perla. Cumpleaños, Navidad, Fiestas Patrias se festejaban hasta con bailes. El segundo marido de Perla – porque había enviudado – se encargaba del asado. Basilio hablaba polaco, dialecto alemán y medio castellano, pero la parrilla superaba a los personajes del Martín Fierro. Cuando la reunión tocaba en mi casa, mi viejo le daba al bandoneón y mi mamá al piano. Siempre las mismas piezas, unas diez a todo trapo, y con las pifiadas lógicas del que no practica. Perla y Chana eran unas viejas como de 40 años, lo mismo Eva y Tita, a veces la tía Esther que venía de Sarmiento, las chicas de Cura del centro y algunos primos adolescentes que manoteaban la torta, un poco de Tío Paco y seguían disfrutando del domingo. Perla y Chana se reían tanto que rejuvenecían veinte años. Para ellas la familia, el licorcito dulce y algún ruso que tocaba polcas con la verdulera, bastaban para arrasar con las cajas de masitas Tentaciones y antes de irse, te con limón bien cargado. En una oportunidad, Don Boris, un eslavo que alquilaba un pequeño departamento en la propiedad de Perla, ganó mucho dinero en la Lotería y alquiló los salones del Instituto Dom Polsky(*) para hacer una gran fiesta con su familia adoptiva. La propia había fallecido en la Primera Guerra Mundial. Se había jubilado en YPF, con excelente sueldo y no tenía herederos conocidos, de manera tal que nos compró regalos a todos los asistentes, ofreció un almuerzo dominguero con orquesta y alquiló dos colectivos para llevar y traer a la gente de los campamentos. Las Maestras de Ceremonias fueron Perla y Chana, Doña Berta, una rubia muy elegante que vivía sola en Astra y Carlos Campos, un famoso recitador criollo y locutor de la Radio LU4. La sorpresa fue el Regalo Final, con Escribano presente: su testamento para la Casa del Niño, una institución dirigida en aquel entonces por la Liga de Padres y Madres de Familia, que administrarían las dos tutoras: Perla y Chana. (*) Entidad civil de la colectividad polaca de Comodoro Rivadavia. Quique Lugand En realidad se llama Enrique Alberto Lugand, pero su apodo es Quique. Y aunque usted no lo crea es Coronel del Ejército Argentino en situación de retiro efectivo, y trabajó de Secretario Personal del Presidente Perón desde que inició la tercera gestión constitucional y hasta su muerte el 1 de julio de 1974. Como todas las personas de ilustrísima honestidad, no tiene más ingresos que su jubilación, lo que lo convierte en un bicho raro y hasta en un sujeto peligroso si pretende ingresar en la política berreta de la Nación Argentina contemporánea. Yo lo conocí de potrillo, creo que Teniente Primero, del arma de Infantería, lo que indica claramente que lee y escribe de corrido. En el Liceo Militar Roca, en donde estaba destinado, le añadieron el cargo docente de una materia llamada Educación Cívico Militar, que no era otra cosa que Historia Argentina vinculada a las campañas libertadoras de San Martín, Belgrano, Guemes, Brown y todos los próceres que nos dieron la identidad nacional. Los cadetes – pibitos de 12 a 17 años de edad que cursaban el bachillerato militarizado (militarizado es un decir, nomás) – vivían la clase como una película y se la aprendían sin ningún esfuerzo. Cuando comprobé que se trataba de un docente con mayúsculas (yo era el rector de ese establecimiento militar) un día le pregunté porque no se dedicaba al ejercicio del profesorado, que lo podía hacer paralelamente a la carrera militar. Muy serio me respondió: ¡De ninguna manera, yo estudié algunos años de arquitectura, y cuando me di cuenta que no me gustaba trabajar, ingresé al Colegio Militar! Quique Lugand es uno de mis mejores amigos, de esos que uno ve de vez en cuando, pero que siempre están presentes en el corazón y en la mente. Siempre nos han separado largos kilómetros de distancia, a veces más de 3 o 4 mil, pero de alguna forma nos reunimos. En Gaspar Campos un día nos recibió el General Perón a pocos días de ser electo Mandatario Constitucional por tercera vez y platicamos de temas generales por espacio de cuatro horas. Nos sacamos fotos y tomamos mate cocido con leche, porque su asistente personal era el Suboficial Mayor Juan Esquer en ausencia del imbécil de López Rega. He conocido pocas personas con la rapidez mental de Quique, las ocurrencias cómicas (de categoría) y su sentido común para encarar los problemas propios de la actividad castrense y las difíciles alternativas del trabajo político desde la Casa Rosada. Pero su mayor virtud siempre fue la afectividad a flor de piel, su sentido de integración y la ausencia de odio, que en los tiempos difíciles de la guerrilla sonaban extraños. En una cena en casa, un legislador alfonsinista amigo – conocedor de sus antecedentes – le preguntó cómo hacía para mantener el equilibrio en el conflictivo ambiente del partidismo en la Argentina. Quique respondió con gesto adusto: “¡Vea amigo, debe ser un problema genético, ya que soy descendiente de Sarmiento, Facundo Quiroga, Juan Manuel de Rosas y otros más con ese perfil, de manera tal que no me quedaba otra opción que hacerme peronista, y como el General: león hervíboro!” Podría contar mil anécdotas. ¡Siempre es Quique Lugand! Ron y Aldo “La vida es un compilado de emociones” dice Del Missier, un acreditado locutor de Radio Mitre y tiene razón. La vida te da indicios de que siempre hay un ángel – o varios que trabajan en conjunto – agazapados a la espera de alguna presa a la que hay que ayudar, salvar, enderezar, encauzar u orientar. Por tratarse de ángeles no es una presa para el consumo, sino para la trascendencia, para la vida que tiene al final una existencia mayor y eterna dentro del programa que viniste a desarrollar. Los curas le llaman el plan de Dios, los orientales les dicen karma, los esotéricos destino….. en fin: las culturas buscan palabras enraizadas en su historia para significar la misma cosa. Lo más importante de esta odisea millonaria en años que se pierde en el torbellino de la vida humana, individual, poco conocida, imaginada pero jamás materializada en hechos y acciones racionales, es que ayudadores y ayudados nunca se dan cuenta del papel cósmico que cumplen. El estar encerrados en una caja de cartón que se abre con la muerte, salvo contadas excepciones que pueden vibrar en distintas dimensiones, nadie tiene conciencia real y efectiva de su importante y vigorosa asistencia al prójimo, al hermano, al compañero de ruta en este camino escolar del aprendizaje planetario. Así como los animalitos domésticos que rescatamos de la calle y pasan a ser distinguidos protegidos nuestros, no solo con alimentos, medicinas, veterinarios, bañadores y confort sino con ese afecto que sale de algún lado, una mano bien extendida, una intención concretada y un empujón hacia adelante basta para que una persona encuentre su camino, lo que no es poco. En realidad de verdad, ES MUCHO. Ron y Aldo no es una bebida caribeña, ni una mezcla de caña con soda, tampoco un guaro como el que se paladea en Centroamérica o un aguardiente sudaca, son dos amigos que suenan parecido. Ron es Suárez y Aldo es Traverso. Estos empezaron a ser amigos inseparables en sus años de facultad. Suárez, en lo sucesivo “El Negro” como ponen en las escribanías, y el compañero simplemente Aldo. El primero nació en Mendoza y muy joven se radicó en Capital Federal; el segundo nació en la Isla Maciel y terminó viviendo en Lomas. Juntos se dedicaron a la actividad aseguradora, y Aldo es reconocido como uno de los expertos más importantes del país, en tanto el Negro siempre ofició de embajador itinerante en todas las provincias. El Negro abrazó al sindicalismo desde su ideología peronista clásica, destacándose por su apoyo, asistencia y cooperación al compañero gremialista perseguido, exonerado o simplemente desamparado. Aldo, gerente de primera categoría y fino cultor de la identidad socialista de principios y valores, siempre ayudó a su socio en la solidaridad con los trabajadores desplazados por las administraciones cívico-militares. A comienzo de los años Setenta, muy difíciles por la violencia, el desequilibrio y la insensatez que dividió a las clases dirigentes y/o a sus jóvenes aspirantes inexpertos – en ambos casos con las improvisaciones y el atolondramiento patológico de los irresponsables – nos conocimos intentando encontrar alguna luz dentro de la espesa niebla que iba oscureciendo el clima nacional. Después de haber ocupado Secretarías, Ministerios y el rectorado de alguna universidad importante, la mediocridad característica de los que gozan de un Poder que les queda demasiado grande, me aplicaron la ley antisubversiva. Era uno de los instrumentos que eligieron – el más duro, antes del siguiente en donde uno no contaba el cuento – para sacarme del medio. El dato curioso es que nunca fui un tipo de izquierda ni tampoco militante en las sombras, crítico por igual de las Formaciones Especiales como de los Grupos de Tareas, cuestionador tanto de los políticos que frecuentaban los cuarteles, como de los que recibían financiamiento del Norte, tanto capitalista como comunista. Estos tíos Aldo y el Negro, que ganaban bien en una actividad privada que no colisionaba con nadie, que tenían emprendimientos paralelos como un coqueto restorán, y que aceitaban el cerebro con largas tertulias sobre filosofía, política y arte, se daban el lujo de ayudar a los que andaban mal, y a los que andaban bien, pero encepados profesionalmente. Lo que trajo ese período nefasto de la vida argentina, fue la muerte física para los dos lados y también la Muerte Civil, que fue mi caso. En los Setenta la porteñidad – inclusive con esa guerra estúpida que suele aparecer cuando la mediocridad de Ingenieros domina los pocos pensamientos de las mentes yermas - podía disfrutar de buenos espectáculos, transitar seguro todo el día, andar con efectivo en los bolsillos porque no había tarjetas, tampoco celulares y menos botones de pánico. La costumbre de elegir buenos platos en los abundantes comedores de categoría que fueron reconocidos en todo el mundo, estos señores lo planificaban bien temprano para llegar al mediodía con el apetito a flote y el paladar atento a los mejores vinos de aquel entonces. Semanalmente compartía la mesa con ellos, pese a que las invitaciones eran diarias, pero yo no comía ni bebía por razones de metabolismo, pero el placer de compartir, indefectiblemente discutir por cosas trascendentes, pelearnos un rato y terminar con un café negro, daba fuerzas y energías para pasar la tarde trabajando, a la espera de una suerte mejor. Ellos tenían dinero, empresarial y propio, y ese era el argumento para invitar a comer, a ir al teatro y a regalar – en mi caso – libros y libros. Creo que además de participaciones en negocios, poseían una editorial. Si alguien venía con el drama de un amigo desocupado, en pocos días ya tenía dignidad laboral. Si le faltaban garantías para algún emprendimiento, de alguna manera se resolvía, y si existía alguna víctima de robo automotor, yo mismo, contra mi voluntad aparecía un auto asegurado a mi nombre, para salir del paso. Estaban asociados con un empresario muy fuerte, emprendedor y polifacético, al que se le había ocurrido montar una obra descomunal para esa época, que pretendía cambiar la forma de hacer las cosas en Argentina. En un almuerzo habitual, sin yo saberlo, completó la mesa este empresario que me propuso planificar su idea y dirigir luego el proyecto, nada más que por las recomendaciones de Ron y Aldo. Afortunadamente nos fue bien a todos, pero nos podía haber ido muy mal, porque ni la legislación, ni los momentos políticos ni tampoco otros profesionales se arriesgarían a caminar sobre la soga sin red de protección. Yo comento esta minúscula historia de ángeles encarnados, porque quizás los otros bendecidos por estos caballeros, no tengan la posibilidad de hacerlo, ni puedan quedar grabadas sus acciones o simplemente ya se hayan ido, porque cuando uno alcanza la Tercera Edad, tiene más pasado que futuro. Aldo Rosario Traverso y Ronaldo Suárez, sin embargo, tienen un defecto: no saben que son ángeles. Creen que son, nada más, que buena gente.