Beautiful Day

Transcripción

Beautiful Day
INSTANTÁNEO
MARC PÉREZ PINO
e
INSTANTÁNEO
Círculo rojo – Novela
www.editorialcirculorojo.com
Primera edición: mayo 2013
© Derechos de edición reservados.
Editorial Círculo Rojo.
www.editorialcirculorojo.com
[email protected]
Colección Novela
© Marc Pérez Pino
Edición: Editorial Círculo Rojo.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Fotografía de cubierta: © Fotolia.es
Cubiertas y diseño de portada: © Luis Muñoz García.
Impresión: Círculo Rojo.
ISBN: 978-84-9050-026-2
DEPÓSITO LEGAL: AL 393-2013
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de
cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna y por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en
Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o
del autor. Todos los derechos reservados. Editorial Círculo Rojo no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación,
recordando siempre que la obra que tiene en sus manos
puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el
autor haga valoraciones personales y subjetivas.
IMPRESO EN ESPAÑA – UNIÓN EUROPEA
Quería dedicarle este libro a todas aquellas personas que
han conseguido que esté hoy en tus manos.
A mi familia más cercana, a Silvia. Y en especial a Neus y Moritz, por
regalarme una ventana con vistas al infinito con la que he podido
salir volando durante la escritura de estas páginas
CAPÍTULO 1
L
evantó la cabeza desde el suelo para localizar dónde se encontraba. Su cuello estaba manchado de sangre a causa de las heridas producidas, pero pudo recuperar la consciencia. Una neblina
negra se había apoderado del ambiente y era imposible ver nada a
distancia. Por lo que iba descubriendo a su alrededor fue capaz de
entender que su situación era sumamente crítica.
Trató de acomodarse colocándose boca arriba en la parte del
suelo menos abrupta. Su rostro reflejaba el dolor que sentía al más
mínimo movimiento hasta que consiguió apoyarse con las manos
en el suelo. Una vez sentado, comenzó a estirar las piernas de la
forma menos brusca posible, haciendo que algunos de sus huesos
recuperaran su lugar de origen, o al menos es lo que se podía deducir
por el crujido de los mismos. A medida que retomaba el aliento se
sacudía las manos, la una con la otra, dejando caer todo el polvo
sobre su maltrecho pantalón.
Fue entonces cuando observó con atención su mano derecha,
posteriormente la izquierda, y su gesto parecía constatar que era
consciente de su salvación. Afortunadamente seguía con vida. Todo
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había sucedido realmente deprisa, en un suspiro, y tal vez por el impacto del momento no era consciente del peligro que corría si se
mantenía en ese lugar. Era un superviviente. A su alrededor empezaban a descubrirse decenas de cadáveres y en cuanto se sintió con
fuerzas trató de levantarse para observar el origen de todo lo acontecido.
El accidente había sido realmente grave. Incrédulo, se apartaba
el polvo de la cara para confirmar que todo aquello era real. Mirando
a lo lejos, todavía aturdido, pudo distinguir todo tipo de restos humanos, ya fueran extremidades, órganos o incluso cuerpos que habían perdido la mitad de su total. Se encontraba en un escenario
propio de una película bélica en la que el silencio de la muerte recorría decenas de kilómetros, honrando las vidas de todos los fallecidos
en un fastuoso accidente. Muchas familias iban a recordar eso el
resto de sus vidas. El dolor, el llanto y la pena se habían vertido sobre
ese pequeño rincón del planeta y no iba a permanecer en el anonimato por mucho tiempo. Comenzó a moverse para observar el origen de la catástrofe. Dibujó un sendero entre los deshechos
humanos y, cuidadosamente, avanzó hasta tomar ángulo visual directo con el foco de la humareda.
Era un accidente de tren. A unos cincuenta metros se situaba la
vía sobre la que yacían, completamente destrozados, los restos de
los vagones del ferrocarril. Los desperfectos no se limitaban al convoy, ya que los postes de cables eléctricos que ocupaban esa zona,
habían sido arrastrados hasta formar parte de semejante desgracia.
Observando la invasión del rojo sobre el habitual marrón verdoso
que pintaba hasta hace muy poco esa llanura, no pudo evitar que su
corazón empezará a latir más rápido a medida que se deshojaban
los segundos. Pasados unos instantes, y tratando de procesar todo
lo que tenía ante sus ojos, una sirena de bomberos rompió con su
infinita desolación. A ella se le sumaron varios coches de la patrulla
policial de la zona y los helicópteros cada vez se hacían más grandes
entre el cielo y las nubes.
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Numerosas autoridades se aproximaban en busca de supervivientes y eso convertía su posición en peligrosa. Él no podía estar ahí,
evitar su descubrimiento había ascendido hasta el primer puesto en
su lista de prioridades. Volvió a estirarse en el suelo y trató de avanzar arrastrándose por el caminito que, minutos antes, le había servido para observar el panorama. Pese a todo, había resultado ileso y
su cuerpo solo manifestaba algunas heridas superficiales, hecho que
le permitió llegar de nuevo a su posición inicial rápidamente.
Se detuvo de nuevo con el fin de trazar mentalmente el plan a
seguir para escapar sin ser visto. Una vez decidido, se dispuso a levantarse, pero inmediatamente se volvió a tender en el suelo. Un par
de agentes aparecían por detrás y estaban ya demasiado cerca para
poder campar a sus anchas. Se mantuvo inmóvil esperando a que
aquellos individuos evaluaran el terreno. Se acercaron levemente a
su posición y desde esa distancia pudo escuchar a uno de los dos
policías.
- ¡Vamos para allá!¡He visto algo! - exclamó uno de ellos, mientras
el sonido de sus pasos retumbaba cada vez más fuerte en su cabeza.
El agente había llegado corriendo hasta la altura en la que se encontraba detenido y acertó a sortear el momento agachando la cabeza para hacerse pasar por una víctima mortal más del accidente.
Sintiendo el peligro a sus espaldas, cerró los ojos con la esperanza
de no ser hallado como vivo, haciendo esfuerzos para mantenerse
inerte en aquel cementerio improvisado. Podía notar como el aliento
de uno de los agentes resoplaba en su cogote. El hombre se había
situado a metro y medio detrás suyo y, justo en el momento en que
esperaba el tacto de una mano meciendo su espalda, se oyó un llanto
de dolor que le hizo cambiar de planes.
Parecía ser un joven que seguía con vida pese al dolor que denotaba su llamada de auxilio. El policía le espetó un fuerte grito a su
compañero, que acudió rápidamente a ver qué sucedía. Trataron de
examinar al chico malherido, que respiraba de forma preocupantemente ruidosa. Uno de los agentes acercó su mano derecha a la al11
tura del walky talky colgado de su cinturón y haciendo uso del aparato
reclamó la intervención de las asistencias médicas lo antes posible.
Aproximadamente treinta segundos más tarde, llegaban los paramédicos con una camilla portátil para asistir al joven superviviente,
mientras los policías trataban de mantenerlo despierto. Colocaron
al chico cuidadosamente en la plataforma y se lo llevaron a grito de
“¡Hay uno vivo!” hasta llegar a perderse de vista. Sin embargo, uno
de los policías seguía deambulando por la zona, observando detenidamente los alrededores, tratando de encontrar un nuevo motivo
para solicitar ayuda. El agente sacó una pequeña linterna que se encontraba entre su arma y las esposas, y paseó su foco entre los restos
humanos que se encontraban a su alcance.
Desde el suelo, y todavía con los ojos cerrados, pudo notar como
sobre sus párpados iba y venía esa potente luz led tratando de descubrirlo. El inspector, sorprendido por el buen estado en el que parecía encontrarse aquel cuerpo, se acercó hasta detenerse ante su
hombro. Se estiró el guante de látex con la mano izquierda, eliminando las arrugas que se habían formado al nivel su muñeca y alargó
el brazo derecho con el objetivo de hallar vida en aquel individuo
que parecía intacto pese al golpe. Llevaba unos segundos aguantando
la respiración para no levantar sospechas y trataba de dedicarse a
ello en cuerpo y alma para no morir asfixiado. El agente, una vez
hubo insistido varias veces en su hombro, se disponía a comprobar
si su corazón todavía se mantenía latente. Cuando la mano del policía estaba a menos de cinco centímetros de su pecho, un chirrido
retumbó en el suelo.
- ¡Agente Alfaro!¡Agente Alfaro! Hemos encontrado otro superviviente, estamos en la zona este, muy cerca de la cabeza del tren.
¡Venga, deprisa! - Se oyó a través del walky talky, que se encontraba
en el suelo.
El inspector se levantó sin concluir el proceso de investigación
que estaba llevando a cabo y, tras una patada a la desesperada esperando algún tipo de señal de vida, se marchó refunfuñando al ritmo
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que pisaba sin escrúpulos los restos de carne que se cruzaban en su
camino.
Descubrió sus ojos cuidadosamente, comprobando que volvía a
estar solo en la explanada. Se tomó unos segundos para volver al
ritmo respiratorio habitual y, ahora sí, observando a su alrededor,
encontró una escapatoria a la izquierda del sendero que había seguido aquel hombre. Respiró hondo y se colocó de cuclillas para
avanzar velozmente sobre el rastro de huellas que resaltaba sobre la
tierra. Se resbaló con un pequeño charco de sangre que había pasado
por alto, se apoyó en el suelo con la mano derecha para no hacerse
daño y se alejó lo suficiente como para asegurarse no ser visto, mientras se iba irguiendo a medida que desaparecía el peligro de ser descubierto.
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CAPÍTULO 2
- ¿Alguien podría salir a la pizarra y definirme la Transformada
de Fourier compleja? - Dijo el profesor de pie en el estrado.
Ante el silencio atónito del resto de estudiantes, decidió recurrir
a la lista de nombres que tenía en una hoja de papel encima de la
mesa. Repasándola con el dedo índice, se detuvo a tres cuartos y exclamó el nombre del encargado de resolver la cuestión. Soy un tipo
afortunado, así que cómo no, me eligió a mí. Como Ash Ketchum a
Pikachu.
Me levanté de la silla y a medida que me aproximaba a la pizarra,
el profesor Navarro me acercó la tiza blanca que llevaba manchando
la punta de sus dedos durante más de treinta años. Haciendo memoria, conseguí acordarme de una ilustración del libro de física que
desvelaba la respuesta y sin estar convencido del todo, escribí la fórmula en la pizarra. Los resoplidos y las caras de sorpresa se empezaban a multiplicar a medida que terminaba de anotar la solución.
En esta ocasión conseguí dar en el clavo.
- No deja de sorprenderme señor Tena - Dijo el profesor mientras le devolvía la tiza victorioso.
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Volví a tomar asiento, miré la hora en el reloj que estaba colgado
encima de la estantería de los libros de clase y comprobé que ya tan
solo quedaban cinco minutos para terminar mi jornada universitaria.
Durante ese tiempo, Olga, el trol de la clase, que para mi desgracia
se había sentado a mi lado ese día, me hacía ojitos.
- Martín, Martín...¡A tu derecha!...¿Te apetecería quedar juntos
para hacer los deberes de la próxima semana? Lo llevo un poco mal
y veo que tú dominas la lección - Dijo susurrando en voz baja, mientras yo me hacía un poco el loco.
- Estoy muy ocupado estos días, si encuentro un hueco ya te
aviso...¿Vale? - Contesté yo, dándole largas claramente.
- ¡Sí!¡Sí! Yo puedo a cualquier hora...¿Quieres que busquemos un
huequecito para mañana? - Insistió ella, que parecía no darse por
vencida.
La cosa empezaba a ponerse un poco forzada, pero por suerte
para mí, las gomas de las carpetas y las cremalleras de los estuches
hicieron acto de presencia para que el profesor no alargara más su
lección. Me levanté rápidamente y mientras me ponía la chaqueta
con destreza, sorteando la correa de la que colgaba mi mochila, tomé
vía rápida por el pasillo de la universidad.
De camino al metro, no podía dejar de pensar en la cita que tenía
aquella tarde. Había quedado con Marta, la chica con la que llevaba
siete meses saliendo, y no sabía cómo decirle que ya no quería seguir
con lo nuestro, consiguiendo terminar de forma amistosa, por
mucho que fuera misión imposible.
Al principio de nuestra relación todo iba sobre ruedas. Sonreíamos por el mero hecho de divertirnos juntos, íbamos al cine porque
nos apetecía a los dos...las cosas salían sin planearlas. Pero todo eso
cambió con el descenso de pasión post primer mes. Yo volvía a recuperar mis amistades y a ella le molestaba no saberlo todo de todos.
Sacó la bruja celosa que llevaba dentro y cada dos por tres se ponía
de morros porque no la llamaba lo suficiente, o no le enviaba los
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mensajes que ella requería para ser feliz, o la engañaba diciéndole
que estaba guapa cuando ella sentía que estaba horrorosa, y lo
mismo en caso contrario. Vamos, que el hecho de parpadear a destiempo era motivo de discusión. “He pasado unos grandes meses a
tu lado pero me tengo que centrar en los estudios”, “he recapacitado
y creo que prefiero que seamos amigos”, o “ lo siento pero soy gay”
eran algunas de las grandes favoritas a ganar el Oscar a la ruptura
más eficaz y menos sangrienta de los últimos tiempos.
Había hecho el transbordo del metro al tren sin darme cuenta y
cuando la voz de la señora de la Renfe anunciaba la llegada a mi ciudad, me desperté de semejante paranoia delante de la puerta de salida
del vagón. Pulsé el botón verde como en los viejos tiempos y poniendo los pies en la tierra hacia las escaleras subterráneas, me crucé
con una profesora que había tenido en primaria, una tal MariJose o
Mariajosé, la verdad es que no lo recordaba con claridad. ¿La saludo
ya?¿Me espero un poco?...ups, creo que todavía no me ha visto…a
ver, creo que ya sí, ¿Se acordará de mi? Porque con las pintas que
llevo últimamente... y lo cambiado que estoy quizás ya…
- ¡Hola Martín! - Exclamó, la ya mayor, profesora de primaria.
- ¡Hola!, Marijo…Maria…¡Señorita!, ¿Cómo está? - Respondí con
picardía.
- Bien, hijo, bien...tratando de seguir haciendo que los chicos estudien y sean alguien el día de mañana...¿Por qué tu ya eres un hombre de provecho verdad? - Preguntó con un tono, en el que en caso
de respuesta negativa, hubiera optado por responder afirmativamente de todas formas.
- ¡Sí!¡Claro! Estoy estudiando una ingeniería en la universidad de
Barcelona - Contesté sabiendo que se sentiría orgullosa.
De repente, la cara de la señora se empezó a poner de color rojizo
y fui consciente de que estaba empezando a faltarle la respiración
cuando comenzó a ventilarse con la mano derecha.
- ¿Está bien? - Pregunté ante la evidencia.
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La agarré del tórax para que no se cayera, intentando no llamar
demasiado la atención, el andén estaba lleno de gente y de momento
el asunto seguía estando entre ella y yo. Conseguí sentarla en un
banco que por suerte estaba situado a un metro escaso. Me senté a
su lado y parecía que la mujer empezaba a recuperar la normalidad.
- Gracias, hijo, gracias… Ya se sabe que con la edad… - Susurró
agotada.
Pasaron unos minutos y la mujer mostraba ya mejor color. Conseguí zafarme de la rehabilitación alegando que tenía prisa, y cuando
miré el teléfono móvil saliendo de la estación casi me da una taquicardia de lo tarde que era. Era posible que mi madre apareciera con
un hacha por el pasillo de casa, a lo Jack Nicholson en el Resplandor.
Pero por suerte o por desgracia, cuando llegué no parecía precisamente enfadada.
- ¡Hola cariño! - Dijo mi madre con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿Sabes quién ha venido a comer? - Añadió haciendo que me temiera lo peor.
Justo en ese instante, apareció ella saliendo de la cocina. Sí, era
Marta, y no, no esperaba para nada la visita. Más que nada porque
ella y mi madre apenas se conocían y porque le había dicho de vernos más tarde porque quería aprovechar el mediodía para pasar unos
apuntes. Se lo había pasado todo por donde yo me sé.
- ¡Hola churri! - Exclamó sonriente. ¡Maldita sea! No sé cuantas
veces le he repetido que no me llame así delante de mis padres.
Esa comida pasará a la historia de Martín Tena como uno de los
momentos más sobreactuados de mi vida. Me mantuve como si
nada fuera a pasar, hice las delicias de mis dos acompañantes contando lo que me había pasado hacía un rato en el tren con la profesora, e incluso lo hice con gracia. La tarde con todo ello figuraba
más complicada de lo que en un principio iba a ser porque, si una
cosa he aprendido a lo largo de mi vida, es que los cambios de estado
bruscos en poco tiempo son aún más complicados de gestionar. Y
con Marta se multiplicaba por...¿Quince?.
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Después de comer decidimos deshacernos de mi madre y le propuse ir a tomar un café al centro de la ciudad. No había tenido demasiado tiempo para la reflexión final, pero mi objetivo no me
permitía dudar. Llegamos a un bar muy popular que frecuentábamos
bastante, aunque a esas horas de la tarde era cuando estaba más
vacío. Me quité la chaqueta sudoroso, mirándola a los ojos y sonriéndole como un gilipollas que en breve iba a ser apedreado. Ella
pidió un café con leche, yo un cortado.
- Estaba muy buena la comida. Tu madre cocina muy bien - Dijo
ella rompiendo un hielo que le parecía extraño.
- Sí...sí...estaba todo buenísimo...¿Verdad? - Contesté atacado de
los nervios.
- Me cae muy bien tu madre - Volvió a afirmar ella segundos más
tarde.
- Sí...a mi también me cae muy bien - Respondí con el piloto automático. Al ver que Marta ponía cara rara, repuse mi respuesta. ¡Qué es muy simpática con la gente, quería decir!¡Perdona, es que
estoy atontado! - Y tan atontado...
Entonces apareció el camarero para salvar aquel momento tan
enrarecido. Nos sirvió los cafés y se marchó. Tenía la sensación que
cuanto antes le dijera la verdad menos imbécil me iba a sentir esa
noche.
- Marta, tenemos que hablar - Pronuncié la frase mágica, ella
clavó su mirada en mis ojos.
- ¿Qué pasa Martín? - Respondió.
- Nada…bueno…que en los últimos días me he estado planteando lo nuestro. Últimamente estoy un poco liado con los estudios
y creo que me perjudica seriamente tener pareja. A mi me encantas
pero es que es una época de mi vida muy exigente - Expuse con la
mayor delicadeza y tacto posibles.
- Pues si quieres nos vemos menos - Contestó ella. Me sentí
como si alguien me hubiera dado una colleja, el progreso era evidentemente nulo.
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- No es eso... es que creo que la llama se ha apagado, que la chispa
se ha perdido, que mi corazón está enterrado - No, no era un buen
momento para ponerme poeta. - He estado muy bien contigo, pero
es momento de dar un paso adelante - Añadí.
- ¿Qué pasa?¿Ya te has cansado?¿Ya no me quieres?¡Eres un auténtico inmaduro! - Exclamó ella como un animal herido. Pasando
del blanco al negro en menos de una centésima de segundo.
- No es eso…si no que… Se levantó de la silla de repente y si antes había estado realmente
simpática, ahora era perversa. Cogió la taza de café con leche que
había pedido hacía tres minutos y me lo tiró por encima. Suerte que
había pasado ya ese razonable espacio de tiempo, si no hubiera terminado en urgencias por quemadura facial.
- ¡Que te den capullo! - Dijo a pleno chillido, antes de recoger su
bolso y marcharse como si se tratara de una escena de telenovela
colombiana.
Me quedé con cara de simio simpático, evitando mirar a mi alrededor para no constatar que la poca gente que nos rodeaba, seguía
esperando el siguiente movimiento del tarugo al que le acababan de
arrojar un café con leche de tres cientos centilitros en toda la cara.
Después de esperar unos segundos inmóvil para ver si con suerte
me tragaba la tierra, me levanté con la silueta de África secándose
en mi jersey rojo de lana y me dirigí hacia la barra para pagar las
consumiciones.
- ¿Quieres una toalla mojada? - Preguntó el camarero, esforzándose para no parecer grosero.
- No, no hace falta. Toma, te puedes quedar con el cambio - Contesté yo, sonriendo de nuevo con la cara de simio simpático.
De camino a casa me crucé con un cartel que promocionaba un
maravilloso dos por uno en jerséis, que me animó a entrar en la
tienda correspondiente. Diez euros menos más tarde, salía como
nuevo con un jersey verde bien bonito y una bolsa con otro amarillo
colgando de mi mano derecha. El rojo lo había donado voluntariamente para fines ecológicos. Había sido el último regalo de navidad
de Marta.
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CAPÍTULO 3
E
mpezaba a anochecer. Habían transcurrido unas tres horas
desde la huida furtiva, y no había dejado de andar hacia el oeste.
En todo ese tiempo solo había dejado atrás un par de pueblos, ya
que el trayecto recorrido desde el accidente estaba dibujado por llanuras sedentarias propias del clima español en esa época del año.
Descendiendo por un pequeño valle alejado de toda clase de vida
humana, decidió que era el momento de aposentarse en una roca
que le resultaba apetecible para acomodarse. Apoyándose en ella, siguió su cuerpo con las manos, de pies a cabeza.
El calzado que llevaba era de piel marrón oscuro, pero a medida
que avanzaba en su excursión, el polvo de la tierra seca se había apoderado de gran parte de su superficie. Los calcetines le llegaban hasta
los tobillos y los tejanos lucían sucios y rasgados, con alguna que
otra mancha de sangre sin importancia. Metió ambas manos en los
bolsillos ajustados del pantalón y descubrió objetos en ambos lados.
En el derecho había unas siete u ocho monedas por valor de unos
cuatro euros, además de un billete arrugado de diez que le hizo esbozar una sonrisa conformista. En cuanto al bolsillo izquierdo en-
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contró un billete de tren partido por la mitad que observó atentamente durante largos segundos. En él se indicaba la fecha y la hora
de ese mismo día, un cuatro de junio a las 17:16 de la tarde.
Continuando con la exploración corporal, se encontró un collar
que escondía una figura verde en forma de prisma debajo de la camiseta. Se quitó la cadena que rodeaba su cuello y se concentró en
aquella piedra translucida que parecía haber llamado notablemente
su atención. En un gesto poco ortodoxo, se puso a menear el objeto
arriba y abajo para ver si respondía de alguna forma, pero no sucedió
nada en especial.
No tenía comida, no tenía agua, y en el horizonte no había más
señales de vida que un toro de Osborne que resaltaba bajo la rojiza
puesta de sol. Se levantó de la roca y siguió caminando. Su misión
había sufrido un ligero cambio de planes. Ya no era necesario seguir
huyendo, era el momento de buscar cobijo y, con suerte, comer algo.
Tomó un pequeño sendero con la esperanza de que lo llevara a
alguna parte. Mientras avanzaba a paso firme por aquel camino, iba
arrancando las ramas más verdosas de las pequeñas plantas que lo
acompañaban a ambos lados para camuflar las manchas de sangre
de sus pantalones, y así no llamar la atención de cualquiera que estuviera dispuesto a ofrecerle su hospitalidad. Cuando hubo recorrido
un kilómetro y medio pudo oír a lo lejos el sonido de un coche pasando a toda velocidad. Miró rápidamente a su derecha y vio como
aquel vehículo se perdía a lo largo de una carretera de campo. A
continuación, se precipitó velozmente por un pequeño barranco
para alcanzar aquella vía presumiblemente esperanzadora.
Una vez las suelas de sus zapatos reconocieron el calor del asfalto
tras largas horas de tierra y barro, se colocó en el centro de la vía y
miró a ambos lados pausadamente, tratando de alcanzar la máxima
lejanía visual posible. Segundos más tarde volvió a probar fortuna,
arriba y abajo, pero parecía complicado que volviera a pasar otro vehículo por esa zona donde la noche ya había conquistado el cielo.
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Cualquier hipótesis coherente hacía presagiar que no podría ingerir
nada decente hasta el siguiente día.
Caminando por el arcén de la carretera trató de encontrar un paradero donde descansar. Se había dejado el último aliento en aquella
carrera y era incapaz de seguir con una ruta prospera. Halló un pequeño recoveco cubierto de hierba a pocos metros del asfalto y no
dudó en tumbarse como si fuera el mejor colchón que había probado en años. Estaba tan fatigado que no llegó a percatarse de la hilera de hormigas que aprovechó su brazo para continuar con su
marcha.
El sueño y el cansancio superaban al hambre y la sed, por suerte
era un tipo robusto con planta suficiente como para soportar muchas horas sin nada que llevarse a la boca. Los grillos decidieron
añadirse a la comparsa de esa cálida noche de junio y no dudaron
en maquillar la calma del lugar con su inconfundible melodía. Llegando a ese punto de relajación en el que llamas a la puerta de la inconsciencia, los insectos fueron callados por otro ruido más potente.
Abrió los ojos y a pocos centímetros de su cabeza cruzó su mirada con la de un jabalí malherido. Incluso echó la cabeza hacia atrás
al ver sus largos colmillos tan de cerca. De un salto se recostó sobre
la que había sido su cama hasta el momento y sintió como un foco
de luz lo alumbraba de tal forma, que sus pupilas no pudieron darle
ningún tipo de información. Apenas sin tiempo para reaccionar,
consiguió distinguir a un hombre, que se acercaba ante el perfil de
un camión voluminoso. Parecía dirigirse a observar lo que había pasado con el animal, pero su existencia en ese lugar le hizo cambiar
de planes.
- ¡Hey man!¡Shit!¿What are you doing here? - Exclamó aquel individuo en un inglés que parecía nativo.
Se mantuvo en silencio esperando que aquel tipo con un bate de
béisbol entre sus manos, no sintiera la necesidad de ejercer violencia
contra su persona. Todo indicaba que su camión se había topado
con el animal que todavía yacía con vida en el arcén y yendo a ver
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su estado, y el de su propio parachoques, se había topado con un
ser humano inesperado en ese lugar.
- ¡I’m going to say it one more time!¿What are you doing here? Espetó amenazante al ver que seguía en el suelo paralizado.
Observando que el presunto camionero parecía convencido a
golpearlo con su arma, cambió su postura para protegerse la cabeza
con los brazos. Tras unos instantes esperando un golpe que no se
producía, dejó al descubierto de nuevo su rostro y le indicó con la
mano que tenía mucha hambre y necesitaba comer algo. El sujeto
acercó el bate a la altura de su pecho y fue palpando ligeramente la
superficie de su cuerpo de la misma forma que lo hubiera hecho
con el jabalí si, en vez de encontrarse con él, hubieran tenido una
cita a solas. Se cercioró de que su víctima viva se mostraba indefensa
y habiéndose sobrepuesto a la situación inicial, mostró su lado más
humano.
Dejó de acosarlo y volvió de nuevo hacía su tráiler. Subió hasta
el segundo escalón por el lado del copiloto y se adentró en busca de
algo. A medida que removía la guantera de forma insistente, el ruido
al aplastarse de unas latas vacías que, con toda probabilidad debían
ser de cerveza a tenor de la barriga que lucía, lograban quitarle tensión al asunto.
Una vez hubo encontrado lo que buscaba con tanta ansia, se puso
derecho, y bajó de nuevo los dos escalones hasta el asfalto. Su mano
derecha seguía sosteniendo la empuñadura del bate, ahora recostado
tras su cuello como si viviera en el Bronx e impusiera respeto dejándose ver en esa pose. En su mano izquierda, en cambio, descubrió
hasta tres envoltorios brillantes que contenían barras de chocolate
altamente calórico ante los ojos de aquel hombre desfallecido. Insistió de nuevo con la mano, y en un gesto de complicidad le ofreció
amablemente lo que sostenía entre sus dedos.
No se hizo de rogar. Desde el suelo alargó tímidamente el brazo
y una vez se había apoderado de aquel manjar que le iba a saber a
gloria, devoró una a una las barritas que desaparecían velozmente
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ante la sorpresa del hombre de habla anglosajona. Una vez hubo
terminado con el producto propiamente dicho, recuperó los envoltorios que habían ido desfalleciendo hasta tocar el asfalto y no se le
cayeron los anillos para lamer cada resquicio de chocolate derretido
que apareciera en el papel metalizado. El camionero creyó que ya lo
había visto todo y trató de cortar por lo sano aquella escena tan desagradable.
- Escucha, ¿Porqué estás aquí? - Insistió ahora en un castellano
de motel de carretera.
Jamás le contestó. Tras escuchar atentamente lo que le decía aquel
camionero, sus ojos empezaron a cerrarse lentamente sin poder evitarlo. El hombre se acercó para socorrerlo, pero ya era demasiado
tarde para conseguirlo. Se había desmayado sobre la carretera y no
daba señales de vida.
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CAPÍTULO 4
E
ran las ocho de la mañana, sonaba Beautiful Day y por la ventana
asomaba el sol más brillante de todo el mes. Me levanté como
si realmente no fuera yo y me metí en la ducha sin ni siquiera encender la estufa. Este si que no podía ser yo.
Saliendo del baño tuve mi momento espejo, ese en el que te miras
como si te fueras a comer el mundo y, justo cuando guiñas el ojo,
entra tu madre sin previo aviso a darte los buenos días. Pero por
suerte no sucedió esta vez.
Seleccioné mi ropa como si no fuera jueves y no tuviera clase, y
agarrando la bolsa de la comida metí la mano en el bote de las pastitas a granel para el camino. Saliendo de casa me crucé con la vecina
que está más buena de todo el barrio. Tuve la impresión de que me
estaba mirando de reojo y yo sabía que no, que no podía ser, que
tenía por lo menos cinco años más que yo y que lo nuestro era imposible, pero le sonreí como un tarugo.
Di la vuelta a la calle y cuando ya habían pasado un par de minutos desde nuestro encuentro, me dio por sacar la lengua a pasar revista y me encontré con una partícula chocolateada de tamaño
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considerable escondida entre la paleta derecha y el diente de al lado.
¡Maldita sea!...¿Maldita sea? Va Martín no me seas moñas, ¡Joder!,
¡Mierda! o ¡Me cago en todo!, pero no te quiero volver a oír un “Maldita sea”. Y mientras me mentalizaba para evitar toda esa clase de
detalles desagradables en el futuro y así conseguir resaltar una madurez superior para un tipo de mi edad, llegué a la estación de tren.
A pesar de estar a reventar no había nadie conocido, excepto una
chica que siempre me encontraba los mismos días a la misma hora,
pero solo era una conocida que cuando le veía la cara siempre me
hacía dudar sobre su estado mental. Ese jueves quería añadir más
leña al fuego a mis sospechas, poniéndose a bailar sutilmente con
los cascos puestos, como quién se piensa que está solo y de repente
despierta y se siente aturdido y avergonzado. Fue más allá y realizó
un movimiento de brazo cortante digno de Britney Spears con desplazamiento de flequillo incluido, que fue a parar al cuello de una
sudamericana muy bajita que justo pasaba por ahí. La gente ya la
miraba de por sí haciendo el subnormal como una niña de cinco
años, danzando como las bailarinas de Georgie Dann en medio del
tumulto, pero con el accidente ya nadie podía evitar reírse por lo bajini.
Crucé el vestíbulo de la universidad a las nueve y media de la mañana y me acerqué a la sala de maquinas expendedoras para comprarme una cocacola y así conseguir mantenerme despierto en clase,
que las mañanas siempre se me anticipaban correosas. Saqué una
moneda de dos euros, la introduje en la ranura y presioné el botón
correspondiente. ¡Clac!¡Clac!¡Clac! La lata cayó haciendo un triple
rebote en la zona de recogida y a continuación metí la mano en el
compartimento anexo destinado a recoger el cambio.
Al introducir los dedos no había ni rastro de mi uno con veinte
de diferencia. Insistí presionando el botón de devolución sin éxito.
Miré a ambos lados comprobando que efectivamente la sala estaba
desierta y le propiné un golpe en el lateral a aquella máquina del de26
monio. Seguía sin suceder nada, así que volví a insistir de nuevo, yo
no me voy de aquí sin mi uno con veinte me dije, y continué con
una patada en los bajos, ahí donde dolía. Que no, que no había manera de hacerla reaccionar.
- Usa la fuerza, Luke - Se oyó retumbando por toda la sala. ¿Será
Obi Wan?
No, era Soni, mi colega más preciado de la universidad, apareciendo en el momento exacto para sacarme del apuro. Se acercó a
la máquina, metió el dedo índice junto con el corazón donde supuestamente debía estar mi devolución y del agujero más profundo
alcanzó a sacar una pequeña pieza metálica que al parecer hacia de
tapón, ya que en cuanto fue desprendida de su posición original, cayeron bastantes más monedas que mi uno con veinte.
José María Domínguez López era un tipo muy especial. Tenía el
pelo largo, rizado y descuidado bajo una coleta de las que si intentabas sacar la gomita que la sujetaba, probablemente conseguirías
arrancarle media melena. Era muy gordo y muy alto, medía casi
metro noventa, y tenía un gran parecido a Hugo de Perdidos pero
odiaba que se lo dijeran. De hecho, en una ocasión no muy lejana,
mientras él esperaba en la cola del cine con otro colega yo me fui
un momento a mear. Cuando volví, estaba rodeado por un par de
ancianas que le estaban preguntando si era él el actor que salía en la
serie que veían sus nietos y, sin atender a la confirmación, se retocaron con colorete para hacerse una foto con él. La broma duró una
semana entera, hasta que se cabreó seriamente. Creedme, cuando se
cabrea da mucho miedo.
Normalmente llevaba camisetas muy freaks, aunque alguna vez
había venido de fiesta con camisa y eso si que era un cachondeo de
verdad. Era un tipo peculiar y habíamos conectado casi desde el primer momento. Todo empezó cuando en clase de fundamentos matemáticos, después de hora y cuarto de teoría sin fin bajo la batuta
del profesor Ruano, que tenía aquella típica voz que se mantenía al
mismo tono el tiempo que hiciera falta, me golpeó levemente en el
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hombro y me pasó un papel por debajo de la mesa. Lo desenvolví
cuidadosamente y en él había una dirección web. Abrí el ordenador
sin hacer ruido, copie el texto en Firefox y apareció Hardest Game in
the World, el juego más difícil del mundo. Yo no sé si efectivamente
era el más difícil, pero las horas de vicio pantalla a pantalla, pique a
pique, que tuvimos durante casi tres semanas, desembocó en una
gran amistad. Y bueno, os preguntaréis porque lo llamo Soni, si José
María Domínguez López no atiende a ninguna combinación para
generar ese apodo.
Pues bien, todo se remonta a noviembre cuando por aquel entonces, se hacía llamar Sonic. Su nombre no iba con su estilo, así
que desde pequeño había impuesto a la gente de su alrededor llamarlo así, motivado por su adicción a los videojuegos y ser ese nombre el protagonista del juego con el que perdió la virginidad gamer.
Un día apareció en clase con una camiseta del mismo personaje en
la que el pequeño erizo azul ocupaba la parte frontal, y su nombre
ocupaba la parte trasera. En esa última parte, podía sobreentenderse
que siempre había puesto “SONIC”, pero debido a que la camiseta
era de cuando tenía quince años, y hasta los diecinueve había engordado sobremanera, había conseguido que la letra “C” final se agrietara hasta desaparecer. Así que sin que él cayera en la cuenta de ese
detalle, todo el mundo lo llamaba Soni. El pobre José María se debía
pensar que toda la clase tenía raíces andaluzas y por eso lo llamaban
obviando esa última letra, pero nunca cayó en la cuenta que nadie
pronunciaba la “S” como “Z”. A pesar de todo, era un gran tipo.
- ¿Cómo va la vida, Skywalker? - Preguntó Soni mientras recogía
las monedas sobrantes para comprarse un refresco para él.
- Bien, bien...bueno no tanto. No te había dicho nada porque tu
y yo no hablamos mucho de esas cosas, pero ayer lo dejé con mi
novia - Confesé creyendo que era oportuno compartir lo sucedido
con alguien de confianza.
- ¿Con Ana? - Contestó él convencido.
- Marta tío, Marta. Ana es la que tuve antes de verano, pero ahora
llevaba como siete meses con Marta - Dije aclarando la confusión.
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- No se... - Seguía sin dar con la chica.
- ¡Que sí...! Marta es la chica que te conté que una noche cuando
estábamos en su casa fui un momento a la nevera y me encontré a
su padre en plena efervescencia en un chat porno - Añadí convencido de que con ese detalle caería enseguida.
- ¿El que susurraba “dame más gatita mala” por el micro del ordenador? - Inquirió Soni haciendo memoria.
- ¡El mismo!¡Marta es su hija! - Exclamé satisfecho.
- Joder...¡Qué putada, la boda prometía! - Confesó desenfadado.
Mientras seguíamos con la conversación íbamos camino del aula
en la que en apenas cinco minutos daría comienzo la lección de fundamentos informáticos. Justo antes de entrar en la clase, en la pared
a la derecha del pasillo, había un corcho de unos dos metros de largo
donde la gente colgaba cosas varias. Podías encontrar ofertas de vehículos al más puro estilo Ebay , pisos para compartir o hasta números de teléfono para que te dieran un buen repaso. De inglés,
matemáticas o programación.
- ¡Por el ojete de Sauron!¡Mira lo que tenemos aquí! - Exclamó
Soni cuando yo me había adelantado y tenía un pie dentro del aula.
- Jueves veintitrés muy calentito en Get Back. Las enfermeras más calientes
están dispuestas a todo para celebrar el Fin de Exámenes. Tenemos alcohol para
que les puedas desinfectar todas las heridas. Haz ya tu lista en nuestra página
web, y no te lo pierdas. Joder...prométeme que si algún día terminamos
la carrera y por cuestiones del destino nos toca trabajar de becarios
en alguna discoteca del estilo, tendremos no sé...más estilo para hacer
carteles - Comentó Soni sin apartar sus ojos del póster.
- Te lo prometo, pero la fiesta no pinta nada pero que nada mal.
Podríamos hablar con Christian e Isaac a ver si se apuntan y nos pegamos una buena farra esta noche - Expuse con ganas de volver a
sentirme un soltero de oro.
- ¡Que va tío...! El lunes tenemos la entrega del ejercicio de física
y el miércoles hay que librar el trabajo de procesamiento de imagen.
Imposible - Primer intento fallido.
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- Hablas como si fueras el único que tiene esas tareas. Una noche
es una noche y yo tampoco he empezado aún con los trabajos. Salimos hoy a tope y mañana te prometo que después de comer quedamos y empezamos - Dije con seguridad para tratar de convencer
a Soni, que se me tiraba del barco. En realidad lo que había prometido no me lo creía ni yo.
- No lo veo compañero, no lo veo...- Contestó con un tono
menos tajante. Segundo intento.
- El verdadero Sonic no haría eso...- Dejé caer probando ahora
una nueva táctica persuasiva.
- El verdadero Sonic, se quedaría en la pantalla de inicio a la espera
de encontrar un momento mejor para la diversión - Contestó él con
picardía. Por suerte tenía un plan B.
- No, el verdadero Sonic saldría a la pantalla nocturna con más loopings que hubiera en todo Mobius, recogería todas las monedas que
aparecieran a su paso, incluso las de los escondites subterráneos más
bizarros y llamaría a Miles, Knuckles y Amy Rose, para invitarlos a unos
cubatas. ¡Eso haría el verdadero Sonic! - Dije con un elevado nivel
de frikismo, poseído por el espíritu de mis antepasados gamers.
- Mmmmm...¡Me has convencido, mamón!...¡A qué hora quedamos, señor! - Dijo en un tono de soldado de raso.
- ¡A las once y media en plaza Francesc Macià para hacer un buen
botellón, camarada! - Contesté yo metiéndome en el papel de teniente.
- ¡Señor, a sus ordenes señor! - Exclamó para confirmar los parámetros.
Y habiendo marcado las pautas para gozar de una noche de lo
más dicharachera, entramos en clase a paso firme.
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