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Las percepciones socioculturales sobre las mujeres en la
política
Anna M.Fernández Poncela
(UAM Xochimilco)
Presentación
Esta ponencia muestra varios datos sobre la participación política formal de las
mujeres en América Latina, así como algunas reflexiones en torno a las nuevas
percepciones sobre su presencia y quehacer político.
Más mujeres en puestos políticos
Las mujeres en cargos del poder legislativo en el mundo para 2008 eran
17.7%, mientras que en 1995 fueron 11.3%. Por otra parte, aquellas que
ocupan carteras ministeriales o secretarías de estado en los ejecutivos son
alrededor de 16.1%, aunque se trata de las “carteras de segunda categoría” –
asuntos sociales en general-1. También existe un aumento menos visible en
ministerios o secretarías menos tradicionales. Hoy 4.7% de los Jefes de Estado
y 4.2% de Jefes de Gobierno son mujeres, 15 en números absolutos (Guzmán
y Moreno 2007; UIP 2008a, 2008b).
La información apunta al incremento de la presencia y participación
política de las mujeres en los distintos órganos de gobierno de los países de la
región latinoamericana. Eso sí, dicho aumento puede muy bien ser descrito
como gradual, lento, pero y también constante y como señalan últimamente
diversas fuentes al respecto: irreversible.
En la actualidad hay dos mujeres presidentas fruto de los procesos
electorales recientes en Latinoamérica: Michelle Bachelet (2006) y Cristina
Fernández (2007) al frente de sus respectivos países, Chile y Argentina. Sin
1
En este mismo sentido, suelen integrar y presidir las comisiones de las cámaras parlamentarias
(Fernández Poncela 1999; Guzmán y Moreno 2007).
1
embargo, aunque éstas sean las líderes más visibles, lo destacable es como está
creciendo la presencia femenina en otros espacios políticos en el continente,
como decíamos, y en especial en el espacio legislativo. Sin por ello olvidar los
obstáculos que aún existen en muchos sentidos.
Por ejemplo, y a modo de breve recuento histórico hubo otras cinco
mujeres dirigiendo sus países en la región: entre 1974 y 1976 Isabel Martínez de
Perón fue presidenta de Argentina -viuda de presidente Perón- y Lidia Gueiler brevemente- en Bolivia (1979-1980), ambas por medio de procesos de
asignación sin previa elección popular, y que a su vez sufrieron sendos golpes de
estado en los que fueron derrocadas. Entre 1990 y 1996, Violeta Barrios fue la
presidenta electa de Nicaragua -viuda del líder Chamorro, que fuera asesinado-.
Rosalía Arteaga, ocupó por un par de días la presidencia de Ecuador en medio
de un conflicto político importante a inicios de 1997. Y más recientemente, en
1999 fue electa Mireya Moscoso en Panamá –viuda de Arnulfo Arias que fuera
presidente también- y gobernó hasta el 2004 (Fernández Poncela 1999).2
También y además de las dos presidentas actuales grosso modo
podemos afirmar que, por ejemplo, en el continente en 2009 hay 18.4% de
presencia femenina en el poder legislativo –que en números absolutos son
8,094 mujeres en total-, contando todos los países con sistemas parlamentarios
de una o dos cámaras. Y para los que tienen sólo una cámara o cámara alta el
porcentaje es 18.5% y para la cámara baja o el senado 17.6% -6,867 y 1,227
mujeres-. Como nota curiosa y si comparamos los datos de continente a
continente, América en general tiene 21.5% de mujeres en sus parlamentos, y
está en segundo lugar en el mundo después de los Países nórdicos (41.4%), y
2
Como se observa estas mujeres cabrían más en la definición de liderazgos femeninos de vieja data
(Fernández Poncela 2008).
2
antes que Europa en su conjunto (20.1%). Y otra cuestión, el Parlamento
Centroamericana cuenta con 18.2% de participación de mujeres (www.ipu.org
2009). Además, en una revisión histórica se observa cómo en promedio y en la
región se pasó de 8% en 1990 a 18% en 2008. Su participación en carteras
ministeriales o secretarías de estado en el poder ejecutivo también aumentó de
13% a 27% en los tres últimos períodos presidenciales. Y las alcaldesas o
presidentas municipales pasaron de 5% en 1998 a 6.8%, una década después
(CEPAL 2009). Es este último sin duda, el espacio menos favorecido por el
aumento generalizado.
Cuadro: Presencia femenina en el legislativo latinoamericano 2009 (%)
Cámara baja o única Cámara alta o senado
Cuba
43.2
Argentina
40
38.9
Costa Rica
36.8
Guyana
30
Perú
29.2
Ecuador
27.6
Trinidad Tobago
26.8
41.9
Honduras
23.4
México
23.2
18
República Dominicana
19.7
3.1
El Salvador
19
Venezuela
18.6
Nicaragua
18.5
Bolivia
16.9
3.7
Panamá
16.7
Chile
15
5.3
Granada
13.3
30.8
Paraguay
12.5
15.6
Uruguay
12.1
12.9
Guatemala
12
Brasil
9
12.3
Colombia
8.4
11.8
Fuente: elaboración propia con base en los datos de www.ipu.org 2009.
Con objeto de comparar con otros datos, diremos que por ejemplo, para el caso
de España hay 36.3 para la primera cámara y 30% para la segunda, y en los
Estados Unidos el porcentaje es 17% en ambas (www.ipu.org 2009).
Para concluir esta revisión de cifras, en la región dos países con
sistemas electorales destacan, como se observa en el cuadro correspondiente:
Argentina y Costa Rica. La media continental se ha incrementado en los
3
últimos años y alrededor de 2 de cada 10 parlamentarios/as es mujer
(www.iknowpolitics.org 2009). Y ya dentro de los parlamentos, y como
presidentas hay hoy o hubo hasta hace poco en Venezuela, México,
Dominicana, Colombia, Bahamas, Belice, Antigua y Barbuda. Es más, 11 de las
28 presidencias en el mundo están o estuvieron recientemente en América
Latina y el Caribe. También en 22 países en el mundo las mujeres tienen más
del 30% en carteras ministeriales o secretarías de estado, y seis de ellos están
en el continente latinoamericano, donde se ha incrementado el porcentaje de
17 a 23% de mujeres ministras o secretarias de estado (UIP 2008a, 2008b). En
Chile, por ejemplo, son 9 mujeres de 22 ministros, en Ecuador 7 de 16, en Perú
6 de 16, para citar algunos casos destacados. Además en Argentina, Chile,
Ecuador y Uruguay hay mujeres al frente de la cartera de defensa. Y en
Venezuela, Uruguay, Paraguay y Brasil las mujeres presiden las Cortes de
Justicia o son vicepresidentas como en Argentina (Pairone 2007). Y en México,
Honduras y Costa Rica se supera el 30% de mujeres dirigentes de partidos
políticos, y Perú ronda el 25% (www.iknowpolitics.org 2009).3
Transformaciones culturales, estructurales y políticas
Sin desconocer toda la problemática psicológica-emocional, socio-económica,
política-institucional y cultural que existe en cuanto a la dificultad del acceso de
las mujeres al espacio político que es muy importante, aquí vamos a subrayar
los cambios que sí han tenido lugar y están teniéndolo en estos momentos, y
las cuestiones favorables que hoy existen o que se perciben en un futuro
próximo como tendencias para los países latinoamericanos. Remarcar que
3
Por ejemplo Kathleen Hall Jamieson que en sus libros de los años 90 Women and Leadership y Beyond
the Double Bind, afirmaba que muchas mujeres no tenían muchas opciones, hoy piensa que ya se toma en
serio las candidaturas de las mujeres políticas, y a pesar de los obstáculos que persisten y que el liderazgo
femenino no resuelve todos los problemas, el progreso de las mujeres con relación a la política ha sido
lento y sostenido, y esa es la tendencia hacia el futuro.
4
varias de las cuestiones que mencionamos a continuación son, también y en
parte, fruto de luchas históricas de mujeres feministas, académicas, o
movimientos
de
mujeres,
así
como
de
la
voluntad
de
organismos
internacionales, sus iniciativas y acuerdos (Guzmán y Moreno 2007).
En este sentido podemos observar algunas transformaciones sociales
estructurales por un lado, y por otro, cambios culturales generales que se
reflejan desde la estructura psíquica personal hasta los imaginarios sociales
colectivos. Sin olvidar la importancia de los ajustes y apoyos en los sistemas
electorales y los partidos políticos, en cuanto a implementar mecanismos
promotores de la participación política femenina.
En cuanto a los cambios sociales y estructurales, destaca el mayor nivel
educativo de la población femenina en todo el continente, así como un más
amplio acceso a la capacitación en general (Buvinic y Roza 2004), el
incremento de su inserción y permanencia en el mercado de trabajo extra
doméstico, y la disminución de la natalidad (García y de Oliveira 2006).
Pero y también, los cambios demográficos o “desplazamientos
demográficos” que en algún momento influirán en el tema, en el sentido de la
mayor esperanza de vida femenina frente a la masculina y en la posibilidad que
el electorado femenino en algún momento pese más que el masculino. Además
relacionado esto con las inclinaciones de las electoras mujeres a las candidatas
mujeres que encuestas para varios países apuntan desde hace tiempo
(Fernández Poncela 2003), y sobre lo cual ampliaremos la información a
continuación; así como, en la tendencia que se observa de que las mujeres
sufragan más que los hombres, como lo demuestran los últimos procesos
electorales en México y Chile, por ejemplo.
5
Otro aspecto a tener en cuenta es el hecho histórico en el sentido que
las crisis socioeconómicas o políticas, parecen favorecer el ascenso de
mujeres (Genovese 1997), y las crisis no sólo no faltan sino que están al orden
del día. Y además el fenómeno actual de la desafección y desencanto hacia la
política (Beck 2002), la corrupción y la imagen negativa de algunos líderes que
podría dar lugar la preferencia de liderazgos femeninos, por cambiar y probar,
por su imagen más honesta y amable (Molyneux 1990; Corporación Humanas
2008), menos corruptas “aparentemente”, ya que hay quien dice es mejor
postergar dicha opinión para dentro de unos cuantos años.4
Y es que “El horizonte paritario se hace más cercano en el contexto
actual de América Latina, gracias a la apertura de las sociedades a dinámicas
culturales y economías globales; la emergencia de nuevos sujetos políticos
reconocidos, y los avances de las mujeres en educación, el trabajo y la política,
que les están permitiendo acceder en forma más plural y estable a posiciones
de poder.” (Guzmán y Moreno 2007:32).
En el espacio psicológico afectivo, relacionado por supuesto, con las
cuestiones apuntadas con anterioridad y las que veremos más adelante,
podemos decir que las mujeres, aún con sus problemáticas en este terreno
parecen también algo más dispuestas a asumir el reto que antaño, claro está, a
veces arropadas por sus organizaciones políticas o grupos de las mismas, en
algunos casos. Todo ello al calor de las transformaciones sociales y cotidianas,
de las variaciones en las relaciones interpersonales y de pareja, y en lo que se
4
Aunque también se han dado escándalos como la ministra argentina de economía Felisa Miceli. Pero en
general en América Latina se considera a la mujer menos corrupta y más honesta. Por ejemplo, una
investigación para el estado de Puebla, mostró un elevado porcentaje de la ciudadanía que decía fijarse en
la honestidad de un candidato a la hora de votar, o un 40% de las personas entrevistadas que manifestaron
que las mujeres son menos corruptas. Y es que el ser honestos va en segundo lugar tras la consideración
del ser capaz para un cargo, como características importantes a tener en cuenta a la hora de sufragar
(Mendieta Ramírez 2007).
6
ha dado en llamar, “vivir la propia vida”, toda vez que se incrementa la
autoafirmación del ser mujer desde la libertad y la autonomía (Giddens 2000;
Beck y Beck-Gernsheim 2003; Touraine 2006). En general podemos decir que
hoy las mujeres están más preparadas para enfrentarse al proceso de
percibirse como posibles candidatas, de decidir presentarse y de asumir los
problemas que ello puede acarrear tanto en su vida personal, como y también,
en su vida política.
Sobre los avances en el espacio político institucional, como decíamos,
se circunscriben en las reformas electorales que posibilitan un mayor número, o
por lo menos un número mínimo de candidaturas femeninas a través de en
especial las estrategias de discriminación positiva –las cuotas-. Y en al interior
de los partidos políticos la estrategia de acción afirmativa que consiste en la
capacitación y apoyo a las mujeres para su acceso a puestos. Así como las
políticas gubernamentales al crear ministerios o institutos de las mujeres,
oficinas, planes y programas específicos (Buvinic y Roza 2004; CEPAL 2004).
La experiencia en el mundo, y en particular en nuestro continente
muestra la efectividad de las cuotas, ya que hay diferencias notables en la
presencia femenina en aquellos sistemas políticos donde éstas se contemplan
y en los que no (Fernández Poncela 1999; Matland 2002; Peschard 2002).
Porque las cuotas o cupos parecen haber sido exitosas en cuanto que “han
dotado de estabilidad a la presencia femenina en los parlamentos, haciéndola
menos dependiente del vaivén de las correlaciones de fuerzas políticas y de la
lucha ideológica.” (Guzmán y Moreno 2007:32)
Como comentario adicional señalar la aceptación entre la población del
sistema de cuotas que hasta hace poco representaba las dos terceras partes de
7
la ciudadanía continental (Peschard 2002) y va en aumento (Guzmán y Moreno
2007); pero que indudablemente varía en cada país y en cada partido, y aún más
en todos los partidos hay partidarios de las mismas y los que las condenan, sin
importar ideología (Garcé 2008).5
Otra historia es el apoyo que reciben las mujeres en los partidos políticos,
ya que queda claro que “…las barreras que impiden que las mujeres accedan al
poder no se encuentran en el electorado, sino más bien en los partidos y las
estructuras institucionales” (Htun 2002:25-6). Añadir que diversos estudios para
otros países de la región apuntan en la misma dirección, como son los casos
de Perú, Chile, México o Uruguay, por mencionar algunos.
Este último caso es exponencial porque tiene un estudio reciente, al
calor de la discusión de una legislación sobre cuotas, que no tiene desperdicio,
mientras la población parece favorable a la presencia de mujeres políticas y a
las cuotas, algunos sectores de hombres políticos en los partidos no lo tienen
claro, y en esto no hay tendencia ideológica que valga, los renuentes están en
todas las formaciones políticas y la competencia por el puesto es la principal
razón aducida (IDEA 2008; Garcés 2008).
Y añadir que “El reconocimiento de las mujeres como sujetos políticos
con demandas específicas se ha visto facilitado en coyunturas de apertura
democrática y de cambios institucionales motivados por procesos de
modernización de las sociedades y por la emergencia y el reconocimiento de
nuevas fuerzas políticas y sociales.” (Guzmán y Moreno 2007:31).
5
Como curiosidad mencionar el poco interés de las mujeres europeas por las cuotas, en sociedades donde
hace tiempo se practican, así como el mostrar desinterés también por la participación política y la
presencia femenina el la misma, tal como señala el último Eurobarómetro 2009 (www.europarl.europa.eu
2009).
8
Últimamente hay quien va más allá en la reflexión y considera no sólo
conveniente y justo la presencia femenina en la política, sino que la democracia
misma precisa una renovación de las élites, y ésta podría darse a través del
acceso de más mujeres (Gallego 2009). Y quien aún avanza un poco más en el
sentido que de la política necesita cambiar y para una nueva política se
necesitan nuevos líderes: en este caso, también las mujeres (Gutiérrez-Rubí
2008).
Respecto a la cuestión ideológica y cultural, quizás lo más destacable no
es que los roles y estereotipos de género se están trastocando, o que algunos
que antes parecían negativos para el acceso de las mujeres a un cargo político
ahora les son incluso favorables, sino el cambio de percepciones hacia las
mujeres políticas, con una mirada más positiva a éstas como nunca antes en la
historia pasara, y
superando además a las preferencias masculinas
tradicionales.
Destacado es, como decíamos, cierto cambio ideológico y cultural,
basado en transformaciones en torno a la percepción social de las mujeres en
cargos políticos, y más incluso, una suerte del imaginario favorable al
fenómeno. Por ejemplo y “Según el Latinobarómetro 2004, ante la consulta de
si los hombres son mejores líderes políticos que las mujeres, ningún país de los
18 consultados superó el 50% de respuestas afirmativas y en promedio la
respuesta fue 28% afirmativa, destacando México (14%) y Uruguay (17%) por
los mínimos, y República Dominicana (50%) y Honduras (40%) por los
máximos” (Olivera 2004:3). Por otra parte, datos de la encuesta Gallup para el
Banco Interamericano de Desarrollo y Diálogo Interamericano en el 2000
señalaban que: “la mayoría de los votantes (57 por ciento) opinaba que las
9
mujeres eran mejores líderes de gobierno que los hombres. Asimismo, más
mujeres (62 por ciento) que hombres (51 por ciento) creía que éste era el
caso.” (Buvinic 2006:2). Y si bien la revalorización del tema se ha incrementado
al calor de la llegada a la presidencia de Michelle Bachelet en Chile (2006) y
Cristina Fernández en Argentina (2007), así como de las campañas electorales
de otras candidatas presidenciables que no obtuvieron la victoria finalmente –
Lourdes Flores en Perú, Elisa Carrió y Vilma Ripol en Argentina, Blanca Ovelar
en Paraguay y Patricia Mercado en México–, no es menos cierto que varias
encuestas y reflexiones para América Latina apuntan de forma clara cómo tiene
lugar “una revolución profunda en los roles de género y los tiempos del cambio
que están feminizando a la política latinoamericana” (Buvinic 2006:1). Es el de
una encuesta en Argentina se muestra como se considera que el ser mujer,
para la mitad de la población consultada, no representa ventaja ni desventaja;
es más ciertos atributos femeninos pueden llegar a ser favorables (74%); sin
por ello dejar de considerar (50%) las dificultades adicionales de las candidatas
mujeres frente a los hombres ni los prejuicios que la ciudadanía pueda tener
hacia ellas (59%), en especial la consideración de su falta de autonomía
(D´Adamo 2008).
Es más, otra tendencia que está teniendo lugar en nuestros días,
aunque ya se anunciaba desde antes (Blondet 1999; Fernández Poncela 2003)
es como el electorado femenino cada vez prefiere mujeres para cargos
políticos y tiene una opinión favorable a su desempeño en la función pública,
así como, ven con buenos ojos su incremento en dicho espacio. Cuestión esta
probada en Perú para los dos últimos procesos presidenciales (Patrón 2006),
en República Dominicana a través de encuestas, lo mismo que para Bolivia,
10
Argentina y Ecuador (Morgan y Espinal 2006; www.coordinadoramujer.org
2007; D´Adamo et al. 2008; Púlsar 2009) o para Chile desde incluso antes de
elegir a Bachelet (Fundación Chile 21 2003; Buvinic 2006). Y un reciente
sondeo para el caso chileno afirma que las mujeres son las que más aprueban
la gestión de su presidenta, y en especial las medidas hacia el cuidado de la
infancia, la violencia hacia las mujeres y el apoyo a la población jubilada, entre
otras cosas (Corporación Humanas 2008; Hábito de Chicas 2008).
Así, por ejemplo, 85% de la población consultada en la mencionada
encuesta para el BID, dice que las mujeres son buenas para tomar decisiones y
la mayoría que son más honestas que los hombres. Menos de la mitad señala
que los hombres son mejores líderes políticos que las mujeres, lo mismo los
que consideran que las mujeres tienen responsabilidades domésticas que les
restan productividad en trabajos exigentes. Eso sí, 66% afirman que las
mujeres se vuelven agresivas y competitivas, como los hombres, al asumir un
cargo político. Más de la mitad de los/as consultados/as piensan que los temas
de las mujeres son importantes (57%), eso sí y como suele ser habitual, más
las mujeres que los hombres. Considerarían bien un gabinete con la mitad de
mujeres, nuevamente más ellas que ellos. Y están a favor de las cuotas, en
general, también más las mujeres que los hombres. Además en algunos países
se tiene la opinión que en elecciones futuras bien pudiera llegar una mujer a la
presidencia. Eso sí, quienes tienen menores niveles socioeconómicos y
educativos son los que dicen no votarían por una mujer para presidenta
(Buvinic y Roza 2004)6. Y dentro de todo esto, la juventud es la más favorable y
6
Las últimas mediciones del Latinobarómetro (2008) sobre evaluación de líderes situaban a Michelle
Bachelet en cuarto lugar para el continente con 5.5 y Cristina Kischhner en onceavo con 4.7
(www.latinobarómetro.org 2009).
11
se trata del reemplazo generacional, las nuevas cohortes etarias con derecho
al voto que se incorporan a la ciudadanía política (Fernández Poncela 2003).
Y es que hay quien afirma incluso que “El estereotipo de género que
pesaba sobre cualquier mujer que quisiera dedicarse a la política ha
evolucionado. Lo que hace una década se percibía como una serie de trabas,
hoy puede considerarse una llave para acceder a los cargos más altos, siempre
y cuando se utilice con una estrategia debidamente diseñada” (López-Hermida
2007:1). Explicamos, al parecer se considera que las candidatas a presidencias
o las que llegaron a dicha posición tienen que ver con lo que se denomina “el
factor Ferraro” que en 1984 aspirara a la vice presidencia de los Estados
Unidos, y que captó la atención con su capacidad intelectual y fuerza, toda vez
que sus alusiones reiteradas a la familia, entre otras cosas, tales como peinado
y vestido, por supuesto. Y que a pesar de ser mujer se ganó a los medios que
antaño las ignoraban o le proporcionaban una menor cobertura, además de su
tradicional tratamiento por parte de éstos (Viladot 1999). Es más, las mujeres
en sus estrategias comunicativas pueden añadir un plus a la imagen masculina
de capacidad, fuerza y determinación, y es el de justicia y sensibilidad social
como se vio en la campaña de Bachelet, que utilizó todos los medios
discursivos a su alcance en este sentido (López-Hermida 2007)7. Aunque no
todo mundo ni todas las investigaciones parecen de acuerdo u orientarse en
este sentido de avance y de transformación positiva de los estereotipos8. Lo
7
Lo que al parecer acontece en Estados Unidos, la imagen de la “mujer indomable”, que sin desatender
sus papeles de esposa y madre, además se muestra graciosa, expresiva corporal y verbalmente, y con
decisión política (López-Hermida 2007). Michelle Bachelet lo mostró magistralmente en su campaña,
donde aparecía como buena madre de su hija, y futura buena madre de su pueblo, toda vez que
determinada ex ministra de defensa, entre otras cosas (Fernández Poncela 2008).
8
Pese a todo, también hay estudios que apuntan lo contrario, en el sentido que, por ejemplo, en una
encuesta en Buenos Aires (www.lanacion.com.ar 2008) de data reciente se apunta que se considera
débiles e inexpertas a las mujeres políticas, y que sus discursos se centran en la familia y ellas mismas, y
también apuntan los prejuicios de las y los votantes hacia ellas. Esto es curioso, cuanto menos, ya que las
12
que sí parece claro, como en los ejecutivos de España o de Chile, con una
amplia participación femenina es que se rompen en cierta manera los
estereotipos al haber mujeres consideradas emocionales o cálidas y otras más
racionales y frías, son estilos diferentes, ya que pertenecen al mismo país,
época y en estos casos concretos, formación política en el poder.
Para concluir
Remarcar para finalizar las transformaciones en cuento a la valoración y
percepción, ahora favorable hacia las posiciones de las mujeres en el
organigrama político, junto a otras transformaciones de carácter social y
demográficas, aunadas éstas con las acciones y medidas de acción afirmativa
y positiva, parece augurar un aumento de la población femenina en este
espacio hasta no hace mucho vetado para las mujeres y exclusivo de los
varones (Buvinic y Roza 2004). Otra cosa es su representación, la política de la
presencia, si en realidad cambia o no la política, si esto beneficia o no a las
mujeres, aunque los datos que se tienen hasta el momento parecen así
apuntarlo, hay quien considera que todavía no hay suficientes pruebas para
afirmarlo (Thomas 1994; Lovendeski 2001; Htun 2002; Uriarte 2006), pero esto
es ya cuestión para otra reflexión. Si bien hay quien juzga positivo todo el
proceso: “La presencia de más mujeres en el poder no sólo ha significado el
reconocimiento de nuevos derechos para las mujeres y la implementación de
políticas que atacan los problemas más significativos derivados de la
campañas de Elisa Carrió y Cristina Kirchner, apenas aludieron a su condición femenina, un año antes de
aplicarse dicha encuesta de la Universidad de Belgrano. Mientras otras investigaciones de la Universidad
de Buenos Aires sí apuntan a la reconsideración positiva de los estereotipos femeninos, entre otras cosas
facilitado por el interés en el cambio (D´Adamo et al. 2008). También una encuesta reciente en Chile
(Cordinación Humanas 2008) muestra que la opinión es que en general la autoridad de las mujeres no se
respeta porque la costumbre es que los hombres decidan, así mismo juzgan que la paridad legal no tiene
efectos positivos para las mujeres. Y la discriminación femenina se considera fruto de la creencia en la
superioridad masculina. Además de recriminar a los hombres que no se corresponsabilizan de las tareas
domésticas. Cuestión, esta última común a lo largo y ancho del continente.
13
discriminación (la violencia, los derechos sexuales y reproductivos, la
articulación de lo privado y público), sino que también ha aportado al cambio de
la política, promoviendo la renovación generacional, la valoración de los
conocimientos y la inclusión en las agendas de problemas derivados de las
relaciones entre lo privado y lo público, y lo productivo y lo reproductivo. La
existencia de mujeres en el poder también da visibilidad a otras mujeres,
promueve sus trayectorias políticas y profesionales y establece redes amplias
de sustento y legitimidad social.” (Guzmán y Moreno 2007:32).
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