estéticas del consumo - Universidad Pontificia Bolivariana

Transcripción

estéticas del consumo - Universidad Pontificia Bolivariana
ESTÉTICAS DEL CONSUMO
Configuraciones de la cultura material
Universidad Nacional de Colombia
Tesis Maestría en Estética
Juan Diego Sanín Santamaría
UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA MEDELLÍN
TESIS MAESTRÍA EN ESTÉTICA
ESTÉTICAS DEL CONSUMO
Configuraciones de la cultura material
Por:
Juan Diego Sanín Santamaría
Dirigido por:
Carlos E. Mesa González
Medellín
2006
Universidad Nacional de Colombia
Maestría en Estética
Contenido
Introducción
1
1. Las puestas en práctica
5
2. Cultura material
14
3. Consumo
57
4. Estudios de la cultura material
76
5. Estéticas del consumo
90
5.1 Estéticas de la adquisición
92
5.2 Estéticas del uso
133
5.3 Estéticas del desecho
188
Conclusiones
227
Bibliografía
230
Juan Diego Sanín Santamaría
Estéticas del Consumo
Universidad Nacional de Colombia
Maestría en Estética
INTRODUCCIÓN
Los estudios sobre la cultura material se restringen por lo general a entender la manera
en que los objetos son concebidos por sus productores: cómo son diseñados,
producidos y vendidos, centrando por lo general su interés en productos
extraordinarios, “obra” de grandes diseñadores para usuarios de un mundo ideal.
Desde el punto de vista de los usos y significados de los objetos, el mercadeo ha
limitado esta área temática al estudio de la situación de compra, y ha tratar de entender
cómo es el comportamiento de las personas en dicho momento. La investigación que
se presentará a continuación, titulada “Estéticas del Consumo”, tiene por objetivo
establecer un marco a la vez conceptual y metodológico, sobre los estudios de la
cultura material, enfocado a conocer la manera en que los objetos son puestos en
práctica por sus consumidores: cómo son comprados, usados y destacados,
estudiando para esto los objetos ordinarios, hechos por diseñadores “menores” para la
gente del mundo real. El objetivo consiste en comprender más que el objeto las formas
en que éste es apropiado por las personas, estableciendo a través de esas puestas en
práctica configuraciones culturales que a la vez que cristalizan su sensibilidad estética
permiten hacer visible, a través de su materialidad aspectos culturales que de otro
modo quedarían en la invisibilidad.
Este trabajo trata en resumen, de mostrar a través de los objetos las categorías
culturales que definen quiénes son las personas, qué hacen y dónde están, categorías
que corresponden a su vez a tres formas de materialización de la cultura material: la
personal, la accional y la espacial. La investigación ha sido desarrollada desde dos
perspectivas metodológicas: la primera ha sido documentativa, y permitió establecer
hipótesis conceptuales y metodológicas sobre los estudios de la cultura material; la
segunda consistió en un trabajo de campo que permitió comprobar las hipótesis
propuestas a través del estudio de diferentes formas de apropiación de los objetos
mientras son puestos en práctica. La presentación de los contenidos se realiza a través
de cuatro partes: una hipótesis, una fundamentación conceptual, una propuesta
metodológica y por último la aplicación de esa metodología en la comprobación de la
hipótesis a través de estudios de caso.
1
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Estéticas del Consumo
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Maestría en Estética
La hipótesis de la cuál parte la investigación es introducida a través de una pregunta
fundamental, sobre la posibilidad de aplicar en los estudios de la cultura material
modelos de análisis similares a los que en lingüística han permitido estudiar el lenguaje
desde dos perspectivas: la forma en que es concebido, la lengua; y las maneras en
que es practicado: el habla. Este cuestionamiento es a la vez justificado con las
apreciaciones que hace muchos años había hecho Baudrillard sobre la necesidad de
expandir el análisis formal, funcional y estructural de los objetos (su concepción), hasta
la manera en que estos son vividos (su puesta en práctica). A partir de esta pregunta
se propone entonces la “estética del consumo” como un marco teórico-metodológico
para estudiar la manera en que la cultura material es puesta en práctica, haciendo
visible en sus configuraciones, las formas en que las categorías culturales se
materializan.
El marco conceptual desarrollado en los capítulos 2 y 3 gira en torno a los conceptos
de cultura material y consumo, definiendo así los dos ejes temáticos del proyecto:
primero las formas en que la cultura se materializa y segundo las puestas en práctica
de esa información cultural materializada. El concepto de cultura –tema del segundo
capítulo- es abordado desde la definición de Jesús Mosterín, que la define como el
conjunto de información transmitida socialmente y compartida por un grupo, para
mostrar desde allí que lo que se materializa en los objetos, es decir en la cultura
material, es esa información compartida y transmitida. Partiendo de la diferencia que
establece Mosterín entre natura (término con el cual define la naturaleza) y cultura se
entra a definir los objetos como cosas artificiales desde diferentes puntos de vista.
Partiendo de la distinción que establece Manuel Delgado entre una ciudad concebida y
una ciudad practicada se plantea la posibilidad de establecer esta misma distinción en
el campo de los objetos, diferenciando un objeto producido y un objeto consumido.
Para poder hacer evidente esta diferenciación a través de un modelo de análisis se
parte de las apreciaciones que hizo Leroi-Gourhan a cerca de los tres valores que se
articulan en la forma de un objeto: la función mecánica ideal, la tecnológica demostrada
en la solución material a esa función ideal, y el estilo que el grupo humano o la etnia
confiere al objeto1, y partiendo de esto se definen los objetos desde tres dimensiones:
la funcional, que define lo qué se hace con el objeto, a partir de para qué sirve y cómo
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funciona; la estructural, que determina lo qué el objeto es, a partir de cómo y con qué
está hecho; y la comunicativa, definida a partir del sentido del objeto, de lo qué significa
y lo qué se siente por él. Los cambios que aparecen en cada una de estas dimensiones
al momento de la producción y al momento del consumo son los que permiten
establecer aquellas dos formas de representación: la del objeto producido y la del
objeto consumido.
El concepto de consumo –abordado en el tercer capítulo- para el marco del trabajo
debía definirse necesariamente desde un sentido expandido, que no limitara la
investigación al estudio de la situación de compra. Para esto se partió entonces de la
definición propuesta por Zigmunt Bauman la cual permite pensar en el consumo como
un ciclo, más que como un momento. Se establece entonces que el consumo consiste
en el conjunto de dinámicas socioculturales en torno a la adquisición, el uso y el
déstacho de la cultura material, definición que permite comprender, cómo desde las
puestas en práctica de la cultura material a través de esos tres momentos, los objetos
son apropiados desde cada una de sus dimensiones, para convertirse en objetos
redefinidos funcionalmente, transformados estructuralmente, y réstamantizados
comunicativamente. Finalmente se concluye que es en esas diferentes formas de
apropiación de cada una de las dimensiones del objeto, donde se puede entender la
manera en que estos son vividos, ubicando allí los registros de la estética del consumo.
El capítulo 4 es el momento en que surge la necesidad de convertir el marco
conceptual de la estética del consumo en un marco metodológico (en un conjunto de
técnicas e instrumentos y modelos de análisis), que permita el estudio de las puestas
en práctica de la cultura material. Para esto se definen dos modelos de análisis, uno
morfológico y otro biográfico.
El análisis morfológico se enfoca en estudiar los objetos desde cada una de sus
dimensiones: la funcional, la estructural y la comunicativa, haciendo énfasis no en la
manera en que éstas aparecen en el objeto producido, puesto que esto sería un reflejo
de como ha sido concebido por sus productores, sino en la manera en que cada una
de
esas
dimensiones
ha
sido
apropiada,
pues
son
esas
redefiniciones,
transformaciones y réstamantizaciones, las que muestran cómo es que esos objetos
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han sido llevados a la práctica por sus consumidores. Este modelo de análisis consiste
en una serie de preguntas que referidas a la morfología de un objeto permitirán
comprender: cómo y de qué está hecho; para qué sirve y cómo funciona; qué
significados se le atribuyen y qué se siente por él. Para concluir se propone un
instrumento para el registro de los datos recolectados del análisis de cada objeto.
A diferencia del análisis morfológico que permite comprender un objeto en un momento
o en una fase determinada (cuando es adquirido, o usado o destacado), el análisis
biográfico se preocupa más por comprender cómo es el proceso a través del cual un
objeto atraviesa por cada una de las etapas del ciclo del consumo, haciendo énfasis en
los momentos de transición entre uno y otro. El análisis biográfico, como su nombre lo
dice consiste en una historia de la vida del objeto, por lo que se desarrolla –como
cualquier historia de vida- a través de preguntas que se realizan a una persona que
funciona como interlocutor del objeto en un momento dado; estas preguntas están
divididas en tres grupos: uno referente a los modos en que el objeto fue adquirido,
otras enfocadas a las formas en que es usado, y por ultimo un tercer grupo enfatiza en
las expectativas de vida del objeto, para vislumbrar desde allí cómo será destacado.
Las preguntas se concretan en un cuestionario que se aplicaría a través de una
entrevista en profundidad.
En el quinto y último capítulo, los modelos de análisis morfológico y biográfico fueron
llevados a la práctica para reconocer en las puestas en práctica de la cultura material
diferentes tipologías en las formas de representación del objeto consumido, es decir,
diferentes tipos de objetos según las formas de apropiación a las que ha sido sometido
cada uno. La clasificación realizada permitió definir 22 formas de representación
estética de los objetos al ser llevados a la práctica, agrupados en cada uno de los
momentos del ciclo del consumo. Si bien estas 22 tipologías no serían las únicas
formas de representación existentes, si logran agrupar y hacer visibles muchos rasgos
y aspectos de la cultura materializados en los objetos, y a su vez abrir nuevos
panoramas y nuevas perspectivas en lo referente a los estudios de la cultura material.
1
Andre Leroi-Gourhan. El gesto y la palabra. Pág. 300
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-01LAS PUESTAS EN PRÁCTICA
La Chiva. Medellín, viernes 22 de abril de 2005
“Muchos trabajos (…) se ocupan de estudiar sea las representaciones, sea los
comportamientos de una sociedad. Gracias al conocimiento de estos objetos sociales,
parece posible y necesario identificar el uso qué hacen de ellos grupos e individuos. Por
ejemplo, el análisis de las imágenes difundidas por la televisión (representaciones) y del
tiempo transcurrido en la inmovilidad frente al receptor (un comportamiento) debe
completarse con el estudio de lo qué el consumidor cultural “fabrica” durante estas horas
y con estas imágenes. Ocurre lo mismo con lo qué se refiere al uso del espacio urbano,
los productos adquiridos en el supermercado, o los relatos y leyendas qué distribuye el
periódico.
La fabricación por descubrir es una producción, una poiética, pero oculta, porque se
disemina en las regiones definidas y ocupadas por los sistemas de “producción”
(televisada, urbanística, comercial, etcétera) y porque las extensión cada vez más
totalitaria de estos sistemas ya no deja a los “consumidores” un espacio donde identificar
lo qué hacen de los productos. A una producción racionalizada, tan expansionista como
centralizada, ruidosa y espectacular, corresponde otra producción, calificada de
“consumo”: esta es astuta, se encuentra dispersa pero se insinúa en todas partes,
silenciosa y casi invisible, pues no se señala con productos propios sino en las maneras
de emplear los productos impuestos por el orden económico dominante”.
Michel De Certeau. La invención de lo cotidiano1. Artes de hacer. Pág. XLLII – XLIII
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Lengua y habla
F. Saussure en el “Curso de lingüística general”, consideró como algo quimérico reunir
bajo un mismo punto de vista la lengua y el habla y expuso la necesidad de diferenciar
entre dos lingüísticas: una del lenguaje, esencial, en tanto que estudia la lengua como
algo social e independiente del individuo, un estudio psíquico; y otra del habla, inesencial, pues tiene por objeto de estudio la parte individual del lenguaje, es decir, el
habla, considerada esta como una puesta en práctica del lenguaje a través de la
fonación, un estudio psico-físico.
“La lengua puede compararse a una sinfonía cuya realidad es independiente de
la forma en que se ejecute; los errores que puedan cometer los músicos que la
tocan, en modo alguno comprometen esa realidad1.
…La lengua existe en la colectividad bajo la forma de una serie de
improntas depositadas en cada cerebro, aproximadamente como un diccionario
cuyos ejemplares, todos idénticos, estuvieran repartidos entre los individuos. Es,
por tanto, algo que está en cada uno de ellos, siendo común a todos y estando
situado al margen de la voluntad de los depositarios…
…(el habla) es la suma de lo que las gentes dicen, y comprende a)
combinaciones individuales que dependen de la voluntad de quienes hablan, b)
actos de fonación igualmente voluntarios, necesarios para la ejecución de esas
combinaciones.
No hay, por tanto, nada en el habla de colectivo; sus manifestaciones son
individuales y momentáneas.”2
Las costumbres lingüísticas de la cultura popular se traman con las reglas de la lengua oficial, dando forma a
palabras vernáculas nacidas espontáneamente en los hábitos del habla. ¿Será posible encontrar estas mismas
formas de apropiación en los objetos?
Un caso particular sobre los estudios de las puestas en práctica del lenguaje, es decir
del habla, lo encontramos en el “parlache. "Parlache" (parla + parche) es el nombre
que han dado José Ignacio Henao y Luz Stella Castañeda3 a las puestas en práctica
del lenguaje surgidas en los barrios populares de Medellín en los años ochenta, y que
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se han hecho extensivas a gran parte de la sociedad medellinense así como a otras
ciudades Colombianas. Esta variante del español, se diferencia del lenguaje estándar
por un fuerte proceso de transformación léxico–semántica, que se materializa en el
surgimiento de palabras nuevas, la resemantización de significados existentes, y en la
revitalización de palabras de la cultura popular 4 . El parlache muestra ante todo la
manera en que el español es desviado o adaptado en su uso cotidiano para satisfacer
las necesidades comunicativas de un gran sector de la sociedad, para quienes los
significantes y significados concebidos por la tradición lingüística –en un momento
dado- pierden sentido, al no poder expresar a través de éste su realidad. El “parlache”
es en sí mismo producto de una tensión socio-cultural, en la cual el lenguaje concebido
como oficial por la cultura al no lograr representar la realidad social es modificado por
sus practicantes, quienes buscan un ajuste entre las posibilidades que éste brinda y
sus actos comunicativos. En este lenguaje deformado toman forma y se materializan
sensibilidades emergentes, nuevas maneras de ser y sentir el mundo, de valores,
normas y actitudes, de alteraciones y modificaciones de la cotidianidad.
El parlache, o esa manera particular de relación a través del lenguaje, identifica a sus
practicantes, los cohesiona, establece vínculos emocionales entre ellos, refleja además
la manera en que perciben y enfrentan el mundo. Si alguien dijera que en Medellín –o
en Colombia- el lenguaje oficial es el español, estaría diciendo muy poco acerca de la
realidad colombiana o de su cultura, por el contrario, unas cuantas palabras del
parlache (sizas: sí; notis: no; ansorris: lo siento; bezaca: cabeza; peyerrea
(peye+gonorrea): insulto;) bastarían para dar cuenta de ciertos procesos de
comunicación y socialización, de su estilo y su cultura.
Si llevamos las apreciaciones de Saussure al campo del estudio de los objetos, no
podríamos preguntarnos por la posibilidad de dividir los estudios de la cultura material,
y de todos los objetos en general, bajo la misma óptica comparativa que él propuso
para los estudios del lenguaje ¿Será posible pensar los objetos: de una parte cómo un
sistema compuesto de ejemplares idénticos repartidos colectivamente a todos los
individuos de una sociedad; y por otra como un conjunto de actos diversos e
individuales, o cómo la suma de lo qué la gente hace con ellos?
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La pregunta por las puestas en práctica de los objetos
En la parte introductoria de “El sistema de los objetos”, J. Baudrillard refiriéndose a los
estudios sobre los objetos, enfatizaba que el análisis formal, funcional y estructural no
da respuesta a la manera en qué éstos son vividos, ni a qué otras necesidades a parte
de las funcionales, dan satisfacción. Se preguntaba además por esa parte inesencial
del objeto (diferente a Saussure que se preocupo por lo esencial del lenguaje): por lo
qué le ocurre en el dominio de lo psicológico o lo sociológico, de las necesidades y de
las prácticas5, o dicho de otro modo: por las maneras en que ése sistema de objetos se
trama en la práctica con los actos de las personas.
“Cada uno de nuestros objetos prácticos está ligado a uno o varios elementos
estructurales, pero, por lo demás todos huyen continuamente de la
estructuralidad técnica hacia los significados secundarios, del sistema tecnológico
hacia un sistema cultural”.
“El sistema de los objetos no puede describirse científicamente más que
cuando se le considera, a la vez, como resultado de la interferencia continua de
un sistema de prácticas sobre un sistema de técnicas”.
“La descripción del sistema de los objetos tiene que ir acompañada de una
crítica de la ideología práctica del sistema. En el nivel tecnológico no hay
contradicción: sólo hay sentido. Pero una ciencia humana tiene que ser del
sentido y del contrasentido: de cómo un sistema tecnológico coherente se difunde
en un sistema práctico incoherente, de cómo la ‘lengua’ de los objetos es
‘hablada’, de qué manera este sistema de la ‘palabra’ oblitera al de la lengua. Por
ultimo, ¿dónde está no la coherencia abstracta, sino las contradicciones vividas
en el sistema de los objetos?”6
Preguntas similares a las que se hacia Baudrillard, –aunque desde otra óptica, en otro
lugar y en otra época- son las que guían esta investigación. ¿Cómo es qué ponemos
en práctica, eso que concebimos por cultura material?
Si Baudrillard se preguntaba por cómo ese ‘lenguaje’ de los objetos era ‘hablado’…
¿no podremos nosotros preguntarnos por la existencia de un dialecto social o de un
“parlache” de los objetos en nuestras ciudades? ¿Será posible ubicar en las puestas en
práctica del objeto procesos de transformación similares a los del parlache que
consistan igualmente en el surgimiento de nuevos objetos, en la resignificación de los
existentes, o la revitalización de objetos populares? ¿Cómo estudiar entonces esas
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puestas en práctica de la cultura material a través de las cuales sus practicantes se
identifican y cohesionan afectivamente entre sí como un grupo?
La necesidad de un término
Lo que plantea este proyecto es que de la misma forma que en lingüística se diferencia
claramente entre la lengua como un sistema y el habla como un acto, podría
entenderse –desde los estudios culturales- la cultura material desde dos perspectivas:
a) una análoga a la lengua como sistema, que se referiría a los objetos como
concepción cultural en tanto objeto físico u objeto construido, y otra dimensión b) que
se relaciona más con el habla como acto, referida a los objetos como puesta en
práctica social, como hábito o como objetos vivido a través de su consumo. Esta
distinción se considera por demás fundamental, para poder comprender esa dimensión
de los objetos que permanece aún oculta a el conocimiento, y que serviría por una
parte para saber qué hace la gente con los objetos, qué piensa de ellos, cómo es qué
esa gente, la de la calle, también la gente de casa, se relaciona entre sí a través de
ellos, y a la vez con ellos mismos, materializando en esas formas de apropiarlos, de
usarlo y desecharlos las normas, categorías, valores y actitudes de su cultura.
Si el habla define las puestas en práctica de la lengua, ¿Cómo referirse o cómo
nombrar esas puestas en práctica de los objetos, de eso que llamamos cultura material?
¿Cómo nombrar el estudio de esas tramas entre el objeto y lo humano?
Estética del consumo
Si el habla, y en nuestro caso más específicamente el “parlache” es el término que
sirve para definir las puestas en práctica de la lengua, consumo es el término que
proponemos para definir las puestas en práctica de la cultura material, y planteamos
que si la lengua se pone en práctica a través del habla, la cultura material lo hace a
través del consumo, y que esas mismas transformaciones, resemantizaciones y
redefiniciones funcionales que observamos en las palabras pueden encontrarse en los
objetos.
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El habla representa ante todo una forma de apropiación del lenguaje por parte de sus
usuarios, así mismo, el consumo, como aquí se plantea, se refiere a los procesos de
apropiación de la cultura material, a través de los cuales los objetos construidos son
convertidos en objetos vividos, siendo acomodados a las prácticas sociales (a los
hábitos) que se desarrollan a partir de cada individuo. De algún modo lo que se
entiende en este caso por consumo no se restringe a la forma en que los objetos son
comprados, a lo que se refiere ante todo es a lo que las personas hacen con ellos, es
decir, la manera en que se los apropian en el día a día singularizándolos y cargándolos
de sentido estético al materializar en sus configuraciones –tangible e intangiblementesu sensibilidad.
Si a través del parlache –entendido como apropiación de la lengua – surgen palabras
nuevas, nuevos significados, o nuevos valores, que permiten de una u otra manera
instaurar a través del habla otra realidad diferente a la del lenguaje oficial, las
apropiaciones que se refieren al consumo de la cultura material permitirán ubicar el
surgimiento de nuevos objetos, de nuevas morfologías, de modificaciones simbólicas,
afecciones o cargas emotivas que los objetos reciben, de nuevos significados más allá
del concebido, otros sentidos, funciones o formas que son adquiridas en su práctica,
que lo que hacen es convertirse en un reflejo material de la cultura.
Al decir que el concepto de consumo -en el marco de la estética del consumo- no se
restringe sólo a situaciones de compra, implica abarcar el termino a todo el conjunto
de las puestas en práctica de la cultura material a lo largo de su ciclo de vida, esto es:
los modos en que es adquirida, en que es usada y en que es desechada, también la
forma en que las relaciones emotivas, cognitivas y físicas que tienen las personas con
ellos durante estas fases quedan inscritos en ellos ya sea estructural, funcional o
comunicativamente. No se considera en ningún momento el consumo como un acto
pasivo de resignación social a unos modelos comerciales impuestos desde diferentes
ámbitos, y que determinan qué y cómo se debe comprar; se considera por el contrario,
el consumo como algo activo e interactivo, una forma de producción cultural, que a
pesar de permanecer oculta representa en sus modos de apropiación la manera en
que la gente le hace frente a esas realidades materiales impuestas, ya sea para
participar abiertamente ,o simplemente para ignorarla y construir una propia.
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Puesto que lo que se plantea acá por consumo, no es otra cosa que toda una serie de
situaciones cotidianas, de sucesos, ocasiones y eventualidades, que tienen lugar –
literalmente- en “cualquier parte”, y que se caracterizan ante todo por una forma de
relación sensible (en todo sentido, físico, emocional y cognitivo), de las personas con
los objetos, este estudio no se plantea como una antropología, o una sociología, sino
ante todo como una “estética expandida”, que se pregunta por los registros estéticos
que aparecen o quedan como huellas y rastros de esas formas de relación de los
individuos a lo largo de “vida de los objetos”.
Esta es una estética expandida, preocupada por definir cómo en lo cotidiano de las
relaciones socio-culturales en las que lo fisiológico, lo técnico, lo figurativo, e incluso lo
biológico se traman, y se configura algo que en términos de A. Leroi Gourhan7 podría
denominarse un “código de emociones”, que deja entrever los modos de relación de las
personas entre sí, sus formas de inserción afectiva como individuos en un grupo, a
partir de su participación en unos mismos ritmos (biológicos, físicos, socioculturales) y
de compartir unos mismos modos de valoración; ritmos y valores que se convierten
por lo tanto en referentes de su identidad social y con esto en rasgos de su cultura. De
alguna manera esto plantea que lo que aparece en esas prácticas en torno a la cultura
material, es decir,
en los registros estéticos del consumo, son esas maneras de
vinculación socio-cultural entre las personas que las comparten al participar en ellas de
manera similar: entre quienes compran, quienes usan y quienes desechan. Es a través
del consumo que salen a relucir los verdaderos rasgos culturales (la identidad cultural)
que guían en la práctica a una sociedad, en este caso a través de las relaciones que
tienen entre ellos a través o por medio de los objetos.
Si bien el estudio de la lengua se define como una lingüística, y el del parlache se
enuncia como una socio-lingüística, el del consumo se hace en términos de una
estética: la estética del consumo, no porque este estudio trate de restringir sus estudios
a lo bello que estas puestas en práctica de la cultura material puedan resultar, se
refiere por el contrario a una estética preocupada por la manera en que lo estructural,
lo funcional y lo comunicativo –como dimensiones del objeto- se traman con lo
fisiológico, lo cognitivo y lo emotivo –como dimensiones de lo humano-, para constituir
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en cada contexto un código de emociones materializadas en objetos, que reflejan a
través de sus morfologías y biografías, las formas en que los individuos se insertan
afectivamente a su grupo a través de las relaciones habituales que tienen con los
objetos, materializando además en esas prácticas su forma de espacializar la
existencia, la sensibilidad y el estilo étnico de cada colectivo social.
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Referencias
1 Ferdinand
2
de Saussure. Curso de lingüística general. Pág. 32
Ferdinand de Saussure. Curso de lingüística general. Pág. 33
3
José Ignacio Henao Salazar. Luz Stella Castañeda Naranjo. El parlache. Editorial Universidad
de Antioquia. Medellín. 2001.
4
José Ignacio Henao Salazar. Luz Stella Castañeda Naranjo. El parlache. Pág. 4
5
Jean Baudrillard. El sistema de los objetos. Siglo XXI Editores. México. 1975.
6
Jean Baudrillard. El sistema de los objetos. Págs. 6 y 9
7
Andre Leroi – Gourhan. El gesto y la palabra. Tercera parte. Los símbolos étnicos.
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-2CULTURA MATERIAL
Una piedra tallada, o paleolito, nos aporta mucha información sobre las
necesidades de los primeros seres humanos: desenterrar raíces, despellejar
animales y raspar pellejos (…) Nos hemos hecho una idea de quiénes fueron
nuestros ancestros por los objetos que dejaron tras de sí. Y así será para los
arqueólogos del futuro. Por nuestros objetos nos conocerán.
Peter Gabriel. COLORS. Extraordinary objects. Taschen. Colors Magazine. 2003
“Las apreciaciones culinarias o arquitecturales, vestimentarias, musicales u otras,
forman realmente lo más idóneo de la cultura y lo que simboliza realmente la
diferencia entre las etnias”
André Leroi-Gourhan. El gesto y la palabra. Pág. 267
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Lo que está hecho y lo que se está haciendo.
Hay cosas que se “dan por hecho”, y a hay otras que “se hacen”. Los objetos son una
de esas cosas que “se dan por hecho”, simplemente están ahí, y parece como si
siempre hubieran estado. Se nos hacen tan familiares que incluso les decimos cosas,
como si fueran elementos de la naturaleza, y nos olvidamos de su carácter artificial, y
que en realidad no las hizo Dios, y que son –todos y cada uno- creación humana.
Constituyen nuestro entorno cuasi-natural que determina directamente la experiencia
cotidiana de cada individuo pudiendo influenciarlo, paralizarlo o estimularlo, generando
en él sensaciones positivas o negativas 1 ; y en conjunto, el entorno material que
configuran puede considerarse como una extensión del cuerpo humano.2
Pero lo objetos no son propiamente “lo qué son” (figura), sino más bien “lo qué
hacemos” (con-figuración) con ellos, y es en ese hacer cosas con ellos que los
consumimos: los deseamos, los obtenemos, los descubrimos, nos habituamos a ellos,
los gastamos, se raspan, se manchan, los reparamos, los remendamos, y luego los
relegamos a un lugar recóndito, de un momento a otro los usamos para hacer cosas
para las cuales no se habían hecho, comienzan a mediar entre nosotros y el tiempo, se
hacen recuerdo (de cuándo se compro, de tal ocasión); en este proceso aparecen
objetos a los cuales se les confiere –ya sea desde su origen, o con el tiempodiferentes atributos: un envase de aceite Jeferson, un equipo “completo” de peluquería
ofrecido en reventa, un uniforme de colegio que siempre fue heredado de primos y
hermanos mayores, el pequeño búho de cerámica recibido como obsequio y convertido
en amuleto, un estropajo vendido como instrumento de aseo, un carrito de mercado
adaptado para ser “todo terreno”, un baño decorado con forros tejidos, un cepillo para
el cabello que lleva escrito el nombre de su propietaria, una carreta de construcción
que sirve a un obrero para hacer la siesta, una rama de penca sábila convertida en
objeto con atributos mágicos, una jarra de porcelana que cumple funciones de pieza de
museo doméstico, una herradura vieja convertida en objeto para la buena suerte, la
imagen de un pollo con rasgos humanos que ofrece porciones de ala y muslo a mil
pesos, una olla relegada –por su uso infrecuente- al cuarto útil, una grabadora viejísima
que sigue a pesar de esto siendo usada, las calcomanías de Jesucristo y de Piolín
mezcladas, una tapa roja de Coca-Cola en medio de una manga, un ramillete de
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envases vacíos en la entrada de un centro de acopio de reciclaje, un matamoscas
reparado rústicamente con un palo que se le ha amarrado, un coca de lavaplatos
Cristal que guarda sobras del almuerzo en la nevera, cajas de dientes –de personas
que probablemente ya han muerto- puestas en venta para ser de nuevo usadas, un
incensario hecho con una lata de Ensure y vendida en una plaza de mercado por mil
quinientos pesos, un teléfono viejo y descompuesto ofrecido como reliquia, una bolsa
de Almacenes ÉXITO sacada a la calle llena de basura dentro. Estos son los objetos
que muestran lo que somos, en dónde estamos y qué hacemos.
Imitado
Revendido
Heredado
Regalado
Objetualizado
Reformado
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Marcado
Mágico
Personalizado
Redefinido
Sagrado
Museificado
Humanizado
Desusado
Desgastado
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Criollizado
Recargado
Remercantilizado
Desechable
Reciclado
Reparado
Resusado
Reutilizado
Basura
Podría uno pensar, desde estos ejemplos, que mientras son consumidos los objetos
son re-hechos desde otra dimensión, y en este sentido los objetos se hacen,
precisamente por que mientras se hacen cosas con ellos es como si se volvieran a
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hacer. Desde este punto de vista -y como se explicará más adelante- cada objeto tiene
una doble existencia: la primera como “lo que él es” representado en su “figura”, y la
segunda como “lo que se hace con él” y que se representa a través sus
“configuraciones estéticas”.
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Cultura material
“Una cultura material –dice Pardo- al disponer las cosas en orden a
crear ciertos espacios, establece las condiciones para que tal o
cual acontecimiento ‘tenga lugar’, y del acontecimiento sólo
sabemos, por las huellas que ha dejado en el espacio, por el
espacio que ha constituido con esa suerte de decoración cultural”3.
El concepto de cultura material plantea el hecho de la materialización de la cultura, de
ahí que para poder comprenderlo, es necesario entrar a definir primero el concepto de
cultura, para desde allí tratar de responder luego a la pregunta sobre su dimensión
material, y a la vez por lo cultural del entorno material.
Jesús Mosterín para definir el concepto de cultura, parte de un enfoque antropológico
enmarcado en las definiciones previamente elaboradas por Edward B Taylor ("Cultura...
es aquel todo complejo que incluye conocimientos, creencias, arte, leyes, moral,
costumbres y cualquier otra capacidad y hábitos adquiridos por el hombre en cuanto
miembro de una sociedad"), y Edward Sapir ("El conjunto socialmente heredado de
prácticas y creencias que determinan la textura de nuestra vida"), y concluye
definiendo la cultura como el conjunto de “información transmitida socialmente” por un
grupo, estableciendo con esto una oposición diferencial con la natura (término que
utiliza para definir la naturaleza, o la vida biológica y no cultural) que es la “información
heredada genéticamente”, diferenciando una de otra principalmente por sus formas de
difusión (lo biológico en la natura y lo social en la cultura). “Tanto la natura como la
cultura son información recibida de los demás –dice Mosterín- pero la cultura se opone
a la natura como lo adquirido o aprendido de los otros se opone a lo genéticamente
heredado”4.
A pesar de ser información y por esto mismo ser inmaterial, Mosterín aclara que en un
sentido comunicativo no hay información sin la mediación de un soporte material que la
represente, por lo que es imposible desligar el concepto de información cultural de tres
sentidos o tres dimensiones de la información que están articulados entre si:
información sintáctica, como forma o estructura, como la representación material de
esa información; información semántica como correlación de sentido entre un
significante y un significado, como el mensaje contenido en la forma en que se
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materializa; e información pragmática, entendida como la capacidad que tiene ésta
para cambiar el estado de ánimo o el comportamiento de un receptor, de informarle la
manera en que se debe hacer algo (sentirse y/o comportarse).
Sin desconocer la dimensión sintáctica y la semántica, Mosterín aclara que la
información cultural está limitada a la dimensión pragmática de la información, es decir
al tipo de información que es capaz de comunicar y transmitir a su receptor mensajes
que informan sobre cómo debe ser su comportamiento. Éste tipo de información
presupone como condición de posibilidad su dimensión sintáctica o su representación
material y su dimensión semántica como significación capaz de proveer a algo un
sentido pragmático.
Clifford Geertz en “La interpretación de las culturas”, definió la cultura como una trama
de significados en función de la cual los humanos interpretan su experiencia y guían su
acción 5 , de esta apreciación y de la definición propuesta por Mosterín, podemos
concluir que la cultura es in-formación que funciona como una instrucción para las
personas, indicándoles las acciones que deben realizar. Cada unidad de información
cultural, que bien puede estar representada por un objeto, puede ser entendida según
esto, como una instrucción, como algo que guía y a la vez da forma a la acción de las
personas que la comparten. Cada una de estas unidades tiene una forma o estructura
determinada (significante), ocupa un lugar en el espacio y gracias a esto podemos
percibirla con los sentidos. Esa forma se puede correlacionar con un significado a
través del cual se le otorga un valor más allá de “por lo que sea” y “para lo que sirva”, y
a la vez modifica de alguna manera la disposición de quien lo recibe o lo percibe,
indicándole cómo se hace algo, impulsándolo a hacerlo, o simplemente modificando su
estado de animo.
La información cultural, es decir la pragmática, se clasifica en tres tipologías, de las
cuales cada una ofrece instrucciones diferentes sobre cómo comportarse en el mundo
de la cultura. Información descriptiva, que dice cómo es el mundo; valorativa, que
informa sobre qué hacer en él; y práctica, que se refiere a cómo hacer esas cosas.
Este carácter pragmático e instructivo de la información cultural hace pensar que la
cultura –llevada a la práctica- se compone del conjunto de hábitos (creencias,
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conocimientos, capacidades) que un grupo social implementa en el desarrollo de sus
experiencias –tanto ordinarias como extraordinarias- convirtiéndose por lo tanto en algo
representativo y diferenciador ante los demás.
Según esto, y en resumen podría decirse que la cultura, es ante todo información que
guía o pauta el comportamiento de las personas por medio de diferentes
representaciones, de ahí que a diferentes culturas correspondan diferentes
comportamientos, diferentes formas de ser, hacer y estar en el mundo que se
manifiestan en diferentes rasgos, y también en diferentes objetos. Si la cultura es
información que guía o pauta nuestro comportamiento, o que nos indica cómo
comportarnos en la vida cotidiana, lo que se hace tangible en la cultura material serán
esas pautas o unidades de información capaces de modificar nuestro estado.
Retomando la distinción conceptual que establece Mosterín entre natura y cultura, se
puede pensar que si comúnmente se dice que los animales se comportan
instintivamente, siguiendo su naturaleza, podemos decir que las personas se
comportan culturalmente, pues su cultura es su naturaleza, y de algún modo su instinto.
Si la natura, eso que se hereda genéticamente, es la que determina cómo debe ser el
cuerpo de un organismo para que éste pueda adaptarse a su entorno, uno pensaría
que es su naturaleza (representada en su programa genético) la que se ha
materializado en la forma de su cuerpo y cada una de sus partes. Así mismo,
metafóricamente, uno diría que la cultura, eso que se aprende socialmente, se ha
materializado en objetos que son como órganos artificiales (o culturales), partes
externas del cuerpo, en los que han tomado forma extensiones y funciones del
organismo, y que no es tan dadas por su natura, sino más bien por su cultura y por su
programa cultural.
El lenguaje por ejemplo, hace parte de la cultura, es un rasgo cultural. En éste los
mensajes que se componen en el cerebro como ideas se materializan en palabras
(dimensión sintáctica) a las que se asocia una idea (dimensión semántica) que es
capaz de modificar la disposición de quien las recibe (dimensión pragmática). Con los
objetos sucede lo mismo, podemos decir que son rasgos culturales, puesto que en
ellos se materializa información de diferentes maneras (en su forma, en su significado,
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en su utilidad) y cada uno de esos tipos de información representa una dimensión
diferente de cada objeto (estructural, comunicativa, funcional). Un objeto es un
significante, esto quiere decir que es información que a tomado una forma concreta por
medio de la transformación de un material que aparece como su materia prima
(dimensión sintáctica); en la medida que cada objeto significa algo decimos de él que
comunica o que nos transmite un mensaje sea figurativo o abstracto (dimensión
semántica); y de alguna manera cada objeto –y no sólo en un sentido operativo o
funcional – guía o pauta nuestro comportamiento en las situaciones que aparece, es la
representación más o menos pautada de una acción (dimensión pragmática).
Dimensiones de la
NATURA
CULTURA
información natural y
cultural.
Instinto
Hábitos
PRAGMÁTICA
Cuerpo
Objetos
SINTÁCTICA
(no aplica)
Significados
SEMÁNTICA
Tabla N° 1. Formas de representación de las dimensiones de la información natural y cultural
Los objetos son la dimensión material de la cultura. A través de ellos, y especialmente
en la manera en que son puestos en práctica se hacen visibles las normas, los valores
y actitudes de la sociedad.6 La cultura y los objetos están estrechamente relacionados
y una de las maneras en las que las categorías culturales pueden ser comprobadas, es
a través de los objetos materiales de una cultura 7 . En el marco de la estética del
consumo, el concepto de cultura material define un conjunto de objetos en los que se
materializan los hábitos (comportamientos, actividades, saberes, recursos, significados
y formas de valoración) de un grupo social. Son finalmente los objetos que llevados a
la práctica materializan lo que las personas son, hacen, creen y piensan.
Para facilitar un análisis de las formas en que se materializa la cultura vale la pena
distinguir tres categorías de la cultura material: la espacial, que nos recuerda que los
lugares se configuran como contextos a partir de los objetos que pueblan un espacio, y
a partir de los cuales es posible diferenciar entre entornos, públicos, privados o
laborales; la personal, que está determinada por los objetos que tiene y usa una
persona; y la accional, determinada por la relación que existe entre una actividad
determinada y el conjunto de objetos necesarios para desarrollarla 8 . Estas tres
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categorías juntas conforman el entorno material, en el cual podemos distinguir unos
hábitats, unos habitantes y unos hábitos.
¿Qué sucede entonces cuando la información cultural, materializada en un objeto, es
puesta en práctica? ¿Qué sucede cuando esos objetos entran a formar parte de un
espacio concreto, a pertenecer a alguien y a ser implementados en diferentes acciones?
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El objeto
“…el objeto es un elemento móvil y artificial del mundo circundante,
fabricado por el hombre, accesible a la percepción y destacable de su
entorno; hecho a la escala del hombre, es esencialmente manipulable y
subsiste a través del tiempo con una gratitud de permanencia”.
A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 181
Los objetos –en su sentido más amplio y general- reflejan bajo la óptica de la estética
del consumo las formas en que se materializa la cultura cuando es llevada a la practica
por la sociedad, son elementos que encierran además de la materialidad de la
información cultural, la trama de significados, actividades y comportamientos que la
constituyen.
Los objetos como cosas artificiales
Ya hemos visto como Jesús Mosterín define la cultura a partir de aquello que no lo es:
la natura, poniendo en evidencia ese carácter artificial de la misma, en esta misma
perspectiva y desde una óptica a la vez paleontológica
y biológica, Andre Leroi
Gourhan definió el útil desde su origen prehistórico “como una verdadera secreción del
cuerpo y del cerebro de los antrópidos9”, como un órgano artificial que no dista mucho,
en sus formas físicas y procesos de conformación de los procesos adaptativos y
evolutivos de la naturaleza. Con mayor precisión Bernard Stigler10 al comentar la obra
de Leroi Gourhan observa como la evolución del hombre es una evolución que se
exterioriza en formas artificiales, es decir, en objetos que al representar extensiones
del cuerpo y sus funciones permiten al ser humano mantener la vida, esto es sobrevivir
como individuo y evolucionar como especie, por medios que van más allá de lo
biológico y que trascienden la naturaleza: son la cultura, a través de los cuales se
desarrolla una vida post-biológica: la vida social.
Es esta memoria exterior la que se convierte en soporte de la memoria humana, a la
vez que en el medio de transmisión de su cultura: del conjunto de informaciones que le
resultan indispensables para poder vivir normalmente. En resumen los objetos son una
materialización de lo que los humanos hacen para sobrevivir, no sólo en un sentido
funcional o pragmático, sino también desde un punto de vista cognitivo, afectivo,
simbólico o emotivo.
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Desde otro punto de vista, aunque con cierta similitud y basándose en otros referentes
Abraham Moles, al teorizar sobre los objetos, los define de la siguiente manera:
“Etimológicamente [objectum] significa lanzado contra, cosa existente fuera de
nosotros mismos, cosa puesta delante de nosotros que tiene un carácter material: todo
lo que se ofrece a la vista y afecta los sentidos [Larousse] 11”. Más allá de la validez
que puedan tener hoy las teorizaciones de Moles sobre el objeto, lo que interesa es
ese carácter de exterioridad con el que lo presenta y que se relaciona con el sentido de
artificialidad que venimos manejando. Sin embargo, no se trata de pensar que esa
exterioridad corresponda a algo que ha salido de alguna parte donde estaba guardado,
y mucho menos a que el objeto como algo externo se oponga a algo interno, que
supuestamente está dentro de alguien, de un sujeto. Vale hacer está aclaración, pues
como el mismo Moles lo advierte: “los filósofos empelan el término en el sentido de lo
pensado, en oposición al ser pensante o sujeto12”.
Ese carácter artificial que hemos destacado del objeto no excluye la posibilidad de que
elementos naturales sean convertidos en objetos, bien sea en el momento de su
producción (de manera
consciente), o bien sea en el consumo (de manera
inconsciente). Los objetos como producciones humanas –dice Moles- se diferencian de
las cosas como producciones naturales. “En nuestra civilización, el objeto es artificial.
No se dirá que una piedra, una rana o un árbol es un objeto, sino una cosa. La piedra
se convertirá en objeto cuando ascienda al rango de pisapapeles y se le pegue una
etiqueta (precio… calidad…) que la haga ingresar en el universo social de referencia13”.
De ahí que el concepto de producción humana no se debe limitar a intervenciones o
acciones tecnológicas que tiendan a transformar las propiedades de la materia, pues
como vemos cualquier elemento natural: una piedra o una rana, pueden ser
convertidos en objetos sin modificación alguna de su estructura, y sin la intervención de
procesos propiamente técnicos, simplemente por medio de producciones prácticas
(hacer con él alguna cosa) o de sentido (atribuirle propiedades o significados).
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Del mapa al territorio
“Toda sociedad lo es de lugares, es decir de puntos o niveles en el
seno de cierta estructura espacial. De igual modo, y por lo mismo,
todo espacio estructurado es un espacio social, puesto que es la
sociedad la que permite la conversión de un espacio no definido, no
marcado, no pensable –inconcebible en definitiva antes de su
organización- en territorio”.
Manuel Delgado. El animal público. Editorial Anagrama. Pág. 177
Así como hemos planteado el termino “consumo” para definir las puestas en práctica
de la cultura material, “urbano” es el término que define las puestas en práctica de la
ciudad; mientras que la ciudad, hace referencia a una composición espacial definida
por la alta densidad poblacional y el asentamiento de un amplio conjunto de
construcciones estables –algo comparable con un objeto- , lo urbano es considerado
más que un espacio, un estilo de vida, definido por la abundancia de relaciones
deslocalizadas y precarias que tienen extraños entre sí14. Si la ciudad es un conjunto
de calles, parques y construcciones, lo urbano hace referencia al transito de esas
calles, a lo que sucede en esos parques, y las vidas que transcurren en esas
construcciones. Si comparamos la ciudad con un objeto, lo urbano sería lo que las
personas hacen con él: apropiarlo, usarlo, remodelarlo, desalojarlo.
Una distinción se ha impuesto de entrada: la que separa la ciudad de lo urbano. La ciudad no es lo urbano.
La ciudad es una composición espacial definida por la alta densidad poblacional y el asentamiento de un
amplio conjunto de construcciones estables, una colonia humana densa y heterogénea conformada
esencialmente por extraños entre sí. (...) Lo urbano, en cambio, es otra cosa: un estilo de vida marcado
por la proliferación de urdimbres relacionales deslocalizadas y precarias”
Manuel Delgado. El animal público. Pág. 23
Y son precisamente los estudios de la Antropología Urbana15 los que a partir de está
oposición han diferenciado entre una ciudad concebida (una construcción) y una
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ciudad practicada (un estilo de vida), idea que hace pensar en dos modos de
representar e imaginar la ciudad: la primera como un mapa y por medio de registros
cuantitativos: cantidades, medidas, numeraciones, convenciones, escalas y longitudes;
la segunda como un territorio y por medio de registros cualitativos: cualidades, marcas,
ritmos, movimientos, tránsitos y valores. La ciudad concebida (como construcción) y la
ciudad practicada (como estilo de vida) no son entidades opuestas ni antagónicas, son
más bien complementarias en la medida que la una sin la otra carece de sentido, más
si se piensa que la segunda, la practicada y que hace referencia a lo urbano,
representa ante todo la apropiación de la primera, es decir, su uso, su puesta en
práctica, y de alguna manera la conversión de ese espacio construido en espacio
vivido.
A pesar de la exactitud y lógica
del mapa como representación
de la ciudad, éste no responde a
la pregunta sobre cómo este
espacio construido es convertido
en espacio vivido; pregunta que
nos hemos venido haciendo en
relación a los objetos.
En la imagen que presentamos
se observa un fragmento del
mapa del Centro de Medellín, en
el que aparece el Barrio San
Benito. A pesar de lo detallado
que puede ser este registro, a
través de él no se logran
comprender las dinámicas que
habitan el sector, y la pregunta
por cómo San Benito es puesto
en práctica queda sin responder.
¿Cómo registrar no cantidades
sino cualidades? ¿Cómo
representar no un espacio, sino
la forma de vida que lo habita?
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En estas quince fotografías queda registrado parte las marcas cualitativas que definen el estilo de vida de
San Benito, religiosidad, comercio y tránsito definen el sector. Las imágenes que presentamos captan la
fugacidad de cada momento, son fotos “instantáneas”, como las de un paseo: desenfocadas, inexactas,
descuadradas y caprichosas, a pesar de esto captan la “esencia” del momento, el uso y la significación del
espacio construido, de cómo éste día a día es convertido en espacio vivido a través de su puesta en
práctica.
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¿No será posible establecer también esa distinción que permite lo urbano entre la
ciudad concebida y la ciudad practicada en el plano de los objetos? ¿Será posible
demarcar diferencias entre un objeto concebido y un objeto practicado? ¿Cómo
llamarlos y cuáles serian entonces esos modos de representación de la cultura material?
Desde un principio hemos planteado –haciendo referencia al lenguaje- dos momentos
o dos perspectivas al abordar el estudio de la cultura material: desde lo esencial (la
lengua y cómo las cosas son hechas) y desde lo inesencial (el habla y cómo las cosas
se hacen). Esta misma diferencia se puede establecer en el campo de la cultura
material dividiendo sus formas de representación en dos momentos: la de su
producción (diseño, fabricación, comercialización) a través de la cual los objetos son
hechos y la de su consumo (adquisición, uso, desecho) en la que con los objetos se
hacen cosas. Cada una de estas perspectivas representan de manera analógica esas
dos formas de representación de la ciudad, pudiendo así hablar –metafóricamente- de
un “objeto mapa” (el objeto concebido y representado cuantitativamente) y de un
“objeto territorio” (el objeto practicado representado cualitativamente).
El “producido” y el “consumido” no son dos objetos diferentes, son tan solo dos formas
de representación de la cultura material, en dos momentos diferentes: el de su
concepción y el de su puesta en práctica. Las diferencias que presentan cada una de
sus dimensiones (estructural, funcional, comunicativa) en su fase de consumo,
respecto a cómo aparece cada una en su fase de producción, son las cualidades que
constituyen los registros de las estéticas del consumo.
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Las dimensiones del objeto
Leroi-Gourhan dijo que eran tres los valores que intervenían en la forma de un objeto:
la función mecánica ideal, la tecnológica demostrada en la solución material a esa
función ideal, y el estilo que el grupo humano o la etnia confiere al objeto 16 .
Paralelamente para nosotros estas dimensiones son la funcional: que determina para
qué sirve o qué se hace con el objeto; la estructural: referida a la constitución física del
objeto; y la comunicativa: que agrupa el conjunto de significados y mensajes que
representa. Cada una confiere al objeto ritmos, apariencias, y valores que varían
notablemente entre el momento en que es producido y en el que es consumido,
pudiendo llegar a mutar por completo su sentido.
VALOR
Función mecánica ideal
Soluciones materiales según estadio técnico
Estilo de la figuración étnica
DIMENSIÓN
Funcional
Estructural
Comunicativa
¿A qué se refiere cada una de estas dimensiones? ¿Cómo se ven reflejadas en el
objeto al momento de la producción y al momento del consumo? ¿Cómo se
transforman o cómo se deforman al pasar de un momento a otro? ¿De qué manera, o
desde qué perspectivas es que la cultura se materializa en ellos? ¿Qué es entonces lo
qué representan los objetos? ¿Qué variables agrupa el objeto producido y cuáles el
consumido? ¿Qué valores del objeto representa cada uno?
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Dimensión estructural
La dimensión estructural del objeto está referida más que a su estructura, a los modos
de transformación, ya sean físicos o simbólicos que se han implementado en la
figuración y configuración de su forma. Desde un punto de vista morfológico –tanto
desde lo producido como desde lo consumido- el análisis de esta dimensión nos
permite reconocer qué es el objeto a partir de comprender ¿cómo? y ¿con qué? está
elaborado.
Al analizar un objeto desde esta dimensión nos fijaremos esencialmente, y desde lo
que tiene que ver con el modo en qué está hecho, en los materiales con qué está
fabricado, así como en los procesos de producción, incluyendo útiles y máquinas, que
permitieron dar esta forma determinada al material, para que tomara la forma del objeto.
Desde esta perspectiva, lo esencial de la dimensión estructural de un objeto como el
exprimidor manual de plástico que tomaremos como elemento de referencia, queda
representado en su forma, también en los puntos de inyección, en los refuerzos
logrados por medio del material y en las rebabas y demás sobrantes que aparecen en
el objeto terminado, así como en otras inscripciones que indican la marca del fabricante,
el tipo y las propiedades del material, etc. Inesencialmente, es decir desde el punto de
vista del consumo, podríamos observar cómo con el paso del tiempo esos materiales
se desgastan, creando sobre la estructura del objeto otra superficie creada por el uso y
no por el diseño. Estos patrones son idiosincrásicos –su presencia recae sobre la
presencia del usuario, y refleja de modo exacto las maneras en que ha sido usado17.
Estas marcas del uso –como lo anota Tom Fisher- son capaces de representar las
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transformaciones a las que ha sido sometido (si es que tiene alguna), ofreciendo
además información sobre su edad y a la vez sobre la historia del objeto consumido
(convirtiéndose incluso en elementos significativos y de algún modo comunicativos).
Desde un punto de vista de la producción, se presupone que todo objeto para ser tal,
tendría que ser el resultado de un proceso de producción consciente –de un proyectoen el que el objetivo final es transformar y ajustar una materia prima a la forma de un
objeto concebido, sin embargo como más adelante lo demostrará la estética del
consumo, existen –del lado del consumo- muchos objetos que no presentan ningún
plan que guíe su elaboración, o cuya materialidad carece de cualquier proceso de
transformación, siendo simplemente el uso (útil o simbólico) o la atribución de
significados lo que confiere a la materia las propiedades de objeto. Es interesante
preguntarse desde la estética del consumo, por los procesos que convierten un tronco
de madera en silla, una figura de plástico en un objeto sagrado, o un envase de
Postobón vació en maceta. Del lado del consumo son otras lógicas –más bien
inconscientes-, y ligadas a la cultura popular, las que representan esa dimensión
estructural del objeto, son por lo tanto otras las maneras en que se responde el ¿cómo?
y ¿con qué? de su estructura.
Sin mayor tecnología que el
sentido común los trozos del
tronco de un árbol –sin sufrir
ninguna
transformaciónson
convertidos en el mobiliario semipúblico de una residencia en
Belén-Miravalle.
Una figura de plástico inyectado, a
la que no se le ha quitado la
rebaba sobrante de material en
sus
bordes,
y
pintada
rudimentariamente
a
mano,
adquiere –a través de una
producción simbólica- la capacidad
de representar a Dios.
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Unas
cuantas
operaciones
técnicas (el corte de su parte
superior)
y
conceptuales
(encontrar valor en la basura)
convierten el envase de una
gaseosa Postobón con sabor a
uva, en la maceta perfecta para
una planta.
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Cada dimensión del objeto refleja o materializa la cultura desde diferentes ámbitos. La
estructural representa la capacidad que un grupo humano tiene para modificar su
entorno y de trans-formar sus elementos para que se ajusten a sus expectativas y
necesidades de supervivencia, es por lo tanto un registro de: a) los medios, útiles y
herramientas implementadas en la transformación de la materia, y con esto de todo el
aparataje técnico y toda la infraestructura con que cuenta un grupo humano para
modificar su entorno; b) de los insumos y materias primas que utiliza de su entorno, es
decir, de los materiales que tiene a su disposición y considera útiles, así como de
aquellos que por sus atributos considera sagrados, o costosos por su escasez; y c) de
los procesos tecnológicos, es decir, de la capacidad cognitiva que tiene para organizar
una serie de acciones técnicas para lograr un fin.
De este modo en el exprimidor que hemos seleccionado como ejemplo se puede
reconocer a) que existe cierta infraestructura (inyector de plástico) que ha permitido
que la materia prima de que está hecha se haya hecho tan maleable como para poder
ser ajustada a la forma de un molde tomando la forma de éste; b) que existe un
material (polímero) que además de tener esas propiedades de maleabilidad por medio
de alteraciones de su temperatura, es tan económico y abundante que permite que el
objeto sea considerado casi como algo desechable (no será usado toda la vida así lo
resista, fácilmente puede ser reemplazado por uno nuevo); y c) que el grupo humano
que la elaboró tiene la capacidad cognitiva organizar diferentes dispositivos técnicos y
procesos físico-químicos en una cadena productiva que permite producir el exprimidor
en serie y de una manera tan eficiente que reduce al máximo sus costos.
Sin embargo en el caso de otro objeto como una piedra que hace las veces de tope de
puerta, de cerco de un árbol o de utensilio de cocina (cosas de la cuales no se puede
negar que cumplen las veces de objeto) este reflejo de la cultura no es tan lógico
desde el punto de vista de la producción, a) por una parte la materia no ha sido
transformada, más bien el proceso que ha dado pie al objeto, es más de selección de
un elemento natural entre otros tantos de su clase por cumplir con propiedades
referentes a la función que se busca que cumpla (tal vez el tamaño, la apariencia y el
peso); b) su materialidad nos dice que a pesar de que las piedras no tienen mayor
valoración por su composición, pueden llegar a ser valoradas por su utilidad o hasta
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por su apariencia; y c) por ultimo, el proceso de “fabricación” demuestra simplemente,
cómo desde lo cognitivo se puede elegir cierta forma natural para cumplir una función
(algo que sin duda entra a relacionarse con lo emotivo). En este caso estos objetos han
sido producidos de manera inconsciente y más desde los hábitos de consumo.
De manera espontánea, una piedra
deforme y sin ningún atributo
estético, es escogida para ser
convertida en tope de puerta.
Unas cuantas piedras, sin mayor
transformación que estar pintadas
de blanco, forman el cerco de un
árbol en el improvisado parque de
un sector residencial.
En la alacena, con los demás
utensilios de cocina, una piedra
que no evidencia más procesos de
transformación que los producidos
por el uso, cumple múltiples
funciones.
Como vemos desde la dimensión estructural podemos preguntarnos por cómo y con
qué están hechos los objetos, y darnos cuenta que además de los procesos de
fabricación industrial o artesanal, existen otros tan simples como la generación de
nuevos sentidos prácticos o emotivos.
En esta dimensión se agrupan todas las variables que determinan la apariencia física
del objeto (forma, tamaño, material, color, textura) y los procesos que han dado como
resultado su forma.
La forma en que se valora la estructura de un objeto, destaca de él su composición
material y la cantidad de trabajo (conocimiento técnico y teórico) necesario para su
fabricación. Esta perspectiva es útil para determinar el valor de cambio de un objeto,
valoración que está basada en el costo puro del material y del tiempo de trabajo
requerido para su transformación y ajuste en la forma de un objeto. Este valor es
diferente al comercial, en el cual además del costo estructural del objeto (su producción,
sus componentes), se agrega su valor práctico o útil (la efectividad en el cumplimiento
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de una tarea) y su valor semiótico (la capacidad de representar algo que no es) y
estético (la capacidad de producir emociones en los usuarios).
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Dimensión funcional
“Guarda un objeto durante siete años y le encontrarás un uso”
(Proverbio Irlandés) El diseño del siglo XXI. Pág. 340
“Comúnmente definimos el objeto como <una cosa que sirve para
alguna cosa>. El objeto es, por consiguiente, a primera vista, absorbido
en una finalidad de uso, lo que se llama una función.”
Roland Barthes. La aventura semiológica. Semántica del objeto. Pág.
245
Esta dimensión está definida por lo “qué se hace con el objeto” (o podría llegar a
hacerse con él), es decir a sus puestas en práctica desde un sentido utilitario. Del lado
del objeto producido entraríamos a analizar en él la función primaria y la correcta forma
de manipulación y operación, dejando de lado cualquier forma de desviación de esa
funcionalidad original; mientras que del lado del objeto consumido, podríamos
comprender mucho acerca de las funciones secundarias y de formas de usar el objeto
diferentes a las concebidas. Se trata entonces básicamente de ¿para qué sirven los
objetos? (qué función prestan o podrían llegar a prestar), y ¿cómo funcionan? (cómo
deben ser operados para cumplir su función).
En el caso analizado anteriormente desde un punto de vista estructural, pero ahora
desde los esencial de la función, el análisis del exprimidor plástico, nos mostrará
claramente que podemos descomponer su estructura en tres partes: una protuberancia
que permite exprimir frutos al colocarlos y girarlos sobre ella, una cavidad que permite
la contención del liquido exprimido, y de una pequeña agarradera de la cual permite ser
sujetada. Estos elementos articulados entre si representan la dimensión funcional del
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exprimidor: extraer y contener el jugo de ciertos frutos. Desde otros puntos de vista
inesenciales y tendientes más al consumo (a la puesta en práctica) que a la producción,
destacaríamos que este exprimidor puede ser utilizado de otras maneras (como
cenicero o contenedor) o que incluso puede llegar a almacenarse en una alacena sin
ser usado (en una fase de des-uso cumpliendo ninguna función), y que a pesar que
sus materiales y su estructura determinan un tiempo de utilidad, el objeto puede llegar
a seguir “vivo” más allá de lo previsto por su fabricante, y seguir siendo usado como
exprimidor, o ser convertido tal vez en reliquia.
Se supondría entonces que todo objeto tiene –desde la perspectiva de la producciónuna función lógica para la cual está hecho, así como unos modos de operación que lo
harán funcionar y que aparecen registrados en las instrucciones que acompañan al
objeto y en su manual de uso. Sin embargo estas suposiciones sobre un objeto ideal
se contradicen en la práctica al ver que existen objetos que carecen de una función
clara (sirven para muchas cosas, o no sirven para nada), o en ocasiones su función no
es del todo lógica. Los habitantes del Brasil amazónico –por ejemplo- creen que los
botos –como llaman a los delfines de agua dulce- tienen la capacidad de salir del río y
seducir con suerte a las mujeres, creencia por la cual utilizan partes del cuerpo del boto
para adjudicarse así sus poderes. Por lo que el ojo de este delfín es utilizado como un
elemento para atraer a las mujeres18, convirtiéndolo en un objeto en el que la función –
a pesar de estar claramente definida- no es del todo lógica pues ni el objeto representa
los dispositivos que le permitirían cumplir la función, ni están definidos los procesos
cognitivos o físicos que se deben realizar para que “el ojo funcione”; así como tampoco
es clara la función de los objetos que se conservan en cuartos útiles, o la de aquellos
que permanecen en algún lugar de la casa pero nunca son usados, así como tampoco
la función que cumplen los objetos que hacen parte de una colección. En este caso son
otras las lógicas las que determinan la dimensión funcional del objeto, son lógicas
diferentes a las de la producción las que dicen para qué sirve y cómo funciona este
objeto, son las lógicas simbólicas del consumo.
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Estéticas del Consumo
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Maestría en Estética
Tras la puerta de un cuarto útil con
el número 202, y en medio de la
oscuridad, un triciclo plástico sin
pedales funciona como vínculo
entre el pasado y el presente,
sirviendo para traer a la memoria
momentos ya vividos.
En una esquina recóndita del
mueble de la cocina, la figura de la
Virgen María y el Niño Jesús, han
perdido su función por la falta
adoración y fe de sus propietarios.
En la parte más alta de una
alacena, y con la rotunda
prohibición
de
ser
usados,
diferentes termos obsequiados
como promoción de variadas
marcas se agrupan formando una
incipiente colección.
Esta dimensión refleja la cultura desde un sentido pragmático por lo que a través de un
análisis de los objetos desde este punto de vista uno podrá ver cristalizados en ellos
las actividades humanas 19 , tanto desde sus tareas cotidianas como desde sus
ocasiones extraordinarias. De este modo un objeto representa: a) lo que un grupo de
personas hacen, el conjunto de actividades que constituyen su vida cotidiana (o lo que
se concibe por ella) y con esto los modos prácticos en que se adaptan a su medio;
también b) lo que utilizan para hacer algo, los útiles que implementan en esas tareas
cotidianas; y c) las cadenas de acción que implementan en su ejecución, es decir, el
conjunto de movimientos corporales y acciones mentales (propiamente cognitivas) que
les son necesarias para realizar tal o cual tarea, y junto con esto actividades o series
de operaciones que se convierten en los rituales del uso. De este modo uno se puede
dar cuenta también de cuales son las tareas que se consideran como importantes,
rutinarias, masivas, ocasionales, etc.
En este caso, al analizar el exprimidor plástico se hace evidente, a) que las personas
dentro de sus rutinas alimenticias extraen el jugo de ciertas frutas para tomarlo, y que
esta actividad ha sido regulada, estilizada e higienizada por medio de este objeto; b)
que la acción –aparentemente tan complicada- de extraer el juego de un fruto se ha
simplificado al máximo en este elemento que resume la tarea de extracción y además
de contención en un elemento monolítico, que se ajusta formalmente tanto a su función
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Maestría en Estética
(extraer y contener) como a su operación manual (presionar y rotar); por último c)
desde lo funcional vemos que gracias a este objeto esa actividad se ha resumido a
unas cuantas acciones que constituyen el ritual –muchas veces cotidiano- de preparar
“jugo de naranja”.
Esta claridad de lo funcional que observamos en el uso convencional del exprimidor, se
disuelve cuando analizamos –por ejemplo- un amuleto para la buena suerte, acá nos
daremos cuenta que a) como actividad aparece algo que no está bien definido y es la
necesidad de protegerse de fuerzas externas a la realidad inmediata y que de algún
modo son inverificables; b) para realizar esa tarea que se puede resumir en
“protección” observamos que se han escogido todo tipo de elementos: patas de conejo,
cruces, imágenes, pulseras de plástico, semillas, en los cuales no son claros los
dispositivos que protegen, ni el modo en que son operados; c) dicha operación en
algunos casos consiste solo con portar o colocar el objeto en tal o cual lugar, o en
casos más complejos la función se activa al decir ciertas frases o ciertas oraciones que
invocan los poderes funcionales del objeto. En este caso y en muchos otros la función
resulta de una adaptación de sentido (una función simbólica) que ha conferido al objeto
–en este caso- un poder mágico, una función sobrenatural.
Colgado de la pared este objeto
híbrido
(herradura-crucifijo)
conjuga funciones sagradas (la
adoración a Cristo) con creencias
paganas (la herradura como
portadora de buena suerte).
Por cada una de las semillas que
componen esta camándula se
recitan mentalmente diferentes
oraciones
que
activan
su
funcionamiento.
40
Este crucifijo plástico con la
imagen de la Virgen María, ejerce
su poder sagrado desde el tobillo
de la persona que lo usa.
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Maestría en Estética
Un objeto es entonces desde esta dimensión algo que sirve para realizar una actividad,
por medio de la operación (manipulación, programación) de alguien, es decir, un todo
cuyas partes se han integrado para lograr un fin útil.
En esta dimensión se agrupan todas las variables que determinan la utilidad del objeto
(los dispositivos técnicos que permiten que funcione) y el modo en que éste es operado
por las personas (las cadenas de acción necesarias para hacer que funcione). De esta
manera la dimensión funcional le confiere un nombre (destornillador, trapeador) y lo
clasifica dentro de un grupo o en una tipologia de objetos, es decir, dentro de un
conjunto de objetos que a pesar de ser diferentes en su apariencia física o en su
estructura sirven relativamente para lo mismo.
Desde lo funcional, podemos definir el valor útil de un objeto, determinado por la
practicidad del objeto, por la capacidad que tiene éste para prestar una función o lograr
determinado fin. La gradación en la escala del valor útil puede establecerse según la
efectividad de un objeto para satisfacer necesidades o deseos de una persona, sean
prácticos o simbólicos. A pesar de parecer de gran importancia, muchas veces el valor
comercial, no tiene en cuenta el grado de utilidad del objeto, sobreponiendo sobre la
practicidad y efectividad del objeto los valores estéticos (de marca, de estatus, de
estilo), que son los que finalmente determinan el precio de la mercancía.
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Maestría en Estética
Dimensión comunicativa
“Hasta el presente, una ciencia ha estudiado de qué manera los
hombres dan sentido a los sonidos articulados: es la lingüística.
Pero, ¿Cómo dan sentido los hombres a las cosas que no son
sonidos?
Roland Barthes. La aventura semiológica. Semántica del objeto.
Pág. 245
La dimensión comunicativa de un objeto hace alusión al conjunto de significados
(comerciales y/o culturales) que a él se atribuyen, bien sea desde su producción o su
consumo. Del lado del objeto producido esta dimensión encierra todo el conjunto de
atributos intangibles que los fabricantes del objeto proyectan a través de su diseño, su
marca, su promoción y sus formas de comercialización. Como objeto consumido se
agrupan el conjunto de emociones y afecciones que una persona puede llegar a sentir
(no necesariamente placenteras) al interpretarlo, ya sea desde su percepción como
entidad física (lo que me produce al sentirlo, verlo, olerlo, tocarlo, gustarlo, oírlo), desde
su operación como útil (lo que me produce al hacerlo funcionar, al relacionarme con el
desde un sentido práctico y cognitivo), o desde su significación como signo
(el
significado que se le da a algo, lo que representa sin necesidad de serlo). Se trata
entonces, en este caso del sentido que damos a los objetos, desde ¿lo qué significan?
y ¿lo que se siente por ellos?
El exprimidor que hemos analizado anteriormente se presenta ante nuestros sentidos
como un objeto monolítico, de textura lisa, bordes redondeados, y color plano; a partir
de la forma en que es percibido comienza a ser interpretado y comienzan a generarse
significados (expectativas y explicaciones) acerca de su apariencia y con esto a formar
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el carácter del objeto. En principio y desde un punto de vista esencial, es decir,
analizando el exprimidor como producción, el primer significado que produce viene
desde lo cognitivo y lo asocia a patrones formales que permiten reconocer -a través de
las partes que lo componen y de su apariencia en general- que es un exprimidor, y a
partir de esto intuir “para lo que sirve” y “cómo funciona”. Además de la interpretación
cognitiva, es posible reconocer en la apariencia del objeto -desde el sentido cultural- un
carácter más particular, y asociar su material –el plástico- (por su apariencia, su costo
e incluso por su tiempo de vida útil) a significados que están relacionados con la
asepsia y la higiene, su forma con la de los objetos domésticos o su peso y textura a su
resistencia y tiempo de duración. Sin embargo estos sentidos lógicos pueden
difuminarse en el consumo, comenzando a aparecer otos significados, por demás
inesenciales; este exprimidor puede estar cargado de recuerdos especiales, por la
manera en que fue adquirido, por el tiempo que viene siendo usado (y a su vez estos
significados inesenciales modifican directamente los usos que se le dan al objeto); en
el tiempo a medida que se vaya convirtiendo en un exprimidor usado, antiguo y en una
fase terminal puede llegar a ser recuperado como antigüedad y ser llevado a un museo
donde será convertido en objeto de culto. Los significados racionales que pueda llegar
a tener un objeto desde su producción, pueden convertirse en algo aparentemente
irracional desde su consumo, desde el momento en que las personas comienzan a
atribuir un carácter al objeto y a definir para él una personalidad.
De este modo vemos que los productores determinan unos significados genéricos para
los objetos, que en este caso supondrían unos significados oficiales, asociados a las
características funcionales del producto, a la marca o el fabricante, y la idea general
que se tenga del objeto culturalmente. Por otra parte los consumidores le confieren a
los objetos otros significados a través del tiempo, que están determinados por las
vivencias que comparten con ellos y por sus modos de interacción e interrelación con
su inmaterialidad (con su semántica), es así como los objetos pueden ser
representaciones de momentos y ocasiones, de personas o de divinidades, etc. De la
misma manera que el productor del objeto inscribe sobre este las marcas comerciales
que lo diferenciarán en el mercado, los otros significados que adquiere el objeto en el
tiempo pueden estar relacionados con su estructura (según las apropiaciones y
transformaciones que sufra su estructura), estos están inscritos sobre el objeto a través
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de las huellas del uso: manchas, incisiones, despicados o quemaduras que le dan otro
sentido y lo hacen distinguible y ante todo singular para alguien. Pero también desde el
significado que se les atribuya desde el uso que se les dé, y de los símbolos que
representen. Las apropiaciones (físicas y simbólicas) que los dolientes realizan sobre
las tumbas de los seres que “se han ido”, son las que llenan de sentido personal el
nombre casi anónimo de una lapida, a través de estas el muerto se proyecta al mundo
de la vida, en sus gustos y aficiones o por medio de su fotografía. Los elementos
decorativos que sirven para rendir culto a los muertos materializan los sentimientos que
por ellos se sienten y lo que de ellos se piensa.
Una calcomanía del Deportivo
Independiente Medellín adherida
sobre la lapida de una tumba en el
Cementerio San Pedro, proyecta –
desde la muerte- la afición
deportiva de un difunto.
Junto a flores de diferentes
naturalezas, un nombre escrito a
mano sobre la lapida de esta
tumba (y que remplaza el original
que ha sido tachado), personaliza
la “morada final” de esta persona.
Una fotografía, un candelabro, una
motocicleta de juguete y diferentes
imágenes y figuras religiosas
configuran algo similar a la
decoración de una sala donde el
muerto proyecta sus gustos
personales a sus visitantes.
En este sentido esta dimensión refleja la cultura desde el valor que las personas –
colectiva e individualmente- confieren a los elementos de su cultura material a partir de
las emociones que los objetos producen en las personas y de los vínculos afectivos
que establecen con los ellos. A través de esta dimensión y desde la perspectiva de la
estética del consumo interesa observar lo que los objetos representan para las
personas desde las interacciones que tienen con estos, ya sean a un nivel
contemplativo o activo. Es así como a través de esta dimensión quedan reflejados en
los objetos a) lo que las personas piensan y sienten, es decir, los significados y las
sensaciones que se asocian a los objetos; b) las maneras, en que lo que LeroiGourhan denominó “estilo étnico”, se materializa en diferentes formas, no sólo en la de
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los objetos, también en los comportamientos y
emociones, algo que podría
considerarse las maneras de materializar su existencia”; y por último c) los procesos
emotivos y afectivos a través de los cuales se confiere valor y sentido a la vida y la
existencia, reflejados en los modos de relacionarse afectivamente con el entorno
material que los rodea.
El exprimidor que venimos analizando lo asociaremos a) en primer instancia con unos
significados, emociones y conceptos, que ligan al exprimidor por su material y su forma,
a la tipologia de los objetos domésticos y más exactamente a los utensilios de cocina,
por lo que sabremos de él, que es un objeto aséptico e higienizado en el que se busca
que no genere ningún tipo de alteración en los alimentos; b) en la forma de este
exprimidor se refleja claramente el estilo étnico de una sociedad industrial, sus formas
simples median entre una forma que se ajuste a las necesidades funcionales del objeto
y las capacidades productivas de la infraestructura técnica con que se elabora,
podemos presumir de el que representa la estética del “listo para tirar” característica de
los productos desechables; y por ultimo veremos c) que los objetos más cotidianos –
dentro de ellos el exprimidor- pueden pasar desapercibidos y ser poco valorados, a
pesar de hacer parte integral y fundamental del paisaje doméstico.
Desde la producción, los significados y emociones que puede producir un objeto están
restringidos a su discurso publicitario, sin embargo haciendo un análisis de lo
inesencial que los objetos encierran podríamos darnos cuenta que a través de su
consumo pueden asociarse a ellos otros significados, que desde lo emocional pueden
llegar a transformar las sensaciones que nos producen y con esto lo que sentimos por
ellos. Si se trata por ejemplo, de un ajuar de bautismo, adquirido hace 60 años,
sirviendo para bautizar a más de 30 personas de dos familias, el significado que
permanece en el objeto deja de ser el que tenia cuando se adquirió como producto
comercial, y las razones que aparecen para conservarlo, repararlo y re-usarlo una y
otra vez, así como el sentido y los significados que encierra comienzan a ser otros,
comprensibles tan solo por los propietarios y ocasionales usuarios del objeto. Sucede
lo mismo con la figura humana de un Sagrado Corazón de Jesús que más que un
Santo es un amigo para su propietaria. Es en la biografía de este tipo de objetos,
donde su morfología no evidencia tanto lo “que son” o “para qué sirven” ni tampoco los
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significados culturales que encierra como objeto producido, todos estos referentes se
difuminan para dar paso a las formas de valorización y singularización individual. Lo
que las personas piensan y sienten por los objetos, el estilo que estos representan y
los valores que estos materializan pueden verse modificados infinitamente mientras
son consumidos.
Un ajuar de bautismo con sesenta
años de edad, le recuerda a doña
Cilia el bautismo de sus 14 hijos.
Una
escultura
del
Sagrado
Corazón de Jesús, trae a la mente
de doña Berta el recuerdo de su
cuñada y de su esposo muerto.
Este juego de cubiertos a pesar de
estar incompleto (el tenedor está
perdido), significan mucho para
Julio quien los obtuvo cuando era
niño como obsequio de su padrino.
Desde esta dimensión un objeto es una entidad física perceptible por las personas
como una señal capaz de adquirir un significado a partir de la interpretación que de ella
se hace implementando los patrones culturales que dotan de sentido y valor la vida.
En esta dimensión se agrupan todas las variables que determinan las emociones, y
afecciones que un objeto puede producir en alguien que lo percibe al ser interpretado
bajo sus patrones culturales, incluyendo aquellas formas de relación más allá de su
sentido útil o meramente lógico, y por lo tanto toda la serie de valores que se pueden
atribuir a un objeto, más allá del valor de uso o mercantil.
El valor que representa esta dimensión del objeto es el valor estético, es decir, lo que
el objeto representa y significa (emotiva o afectivamente) para las personas sin
necesidad de serlo, generando en ellos diferentes emociones o estados de ánimo. El
valor estético estará entonces, ligado al placer sensual que obtiene el individuo con la
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posesión de un objeto al margen de sus utilizaciones específicas: placer de los ojos,
placer del tacto, placer del olfato, placer personal e íntimo20.
ANÁLISIS
SOCIOCULTURAL
DE LAS
DIMENSIONES DEL
OBJETO
ESTRUCTURAL
Lo que es el objeto.
A que hace
referencia
Esencialmente
Insencialmente
Materialización de la
cultura
¿Cómo está hecho?
¿De qué está hecho?
La forma de la
estructura
Las transformaciones
de la estructura
Lo que las personas
hacen para modificar
su entorno.
Los materiales con
que cuenta y
considera útiles desde
diferentes puntos de
vista.
De la capacidad
cognitiva que tiene
para encadenar una
serie de acciones
técnicas con un
objetivo particular.
FUNCIONAL
COMUNICATIVA
Lo que se hace con
el objeto.
¿Para qué sirve?
¿Cómo funciona?
La función que lo
define
Las redefiniciones
de su función
Lo que las personas
hacen en su vida
ordinaria y
extraordinaria.
Los implementos
que utilizan en las
actividades que
realizan.
El sentido que tiene el
objeto.
¿Qué significa?
¿Qué se siente por él?
El significado que le da
sentido
La resemantizaciones
su significado
Lo que las personas
piensan y sienten.
Las cadenas de
acciones que
constituyen su
relación con los
objetos y que se
convierten en ritos
de uso.
La apariencia física
La utilidad del
del objeto y los
objeto y los
procesos técnicos que procesos físicos y
Variables que
representa
han dado como
cognitivos
resultado su forma.
necesarios para ser
operado.
De uso
Valor que determina De cambio
Tabla N° 2. Análisis sociocultural de las dimensiones del objeto.
47
Los objetos que
materializan su
existencia.
Las formas de
valoración emotiva y
afectiva que
implementan para dar
sentido a lo que les
rodea.
El significado del
objeto y los procesos
culturales que –a
través de él- dan
sentido a la vida.
Estético
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Producido y consumido
Las dimensiones estructural, funcional y comunicativa permitan abordar el estudio de
las generalidades morfológicas de cualquier objeto: ¿Cómo y de qué está hecho?
¿Para qué sirve y cómo funciona? ¿Qué piensan y sienten las personas por él? Cada
dimensión está en el objeto durante todo su ciclo de vida, pudiendo variar entre el
momento de su producción y el de su consumo; mientras que los productores de los
objetos prefiguran cada dimensión según el mercado, los consumidores entran a
configurar esas dimensiones a partir de las relaciones que tienen con lo que consumen,
transformando con esto cada dimensión de los objetos. De este modo los registros
estéticos del consumo son los que aparecen a través de estas (estructural, funcional,
comunicativa) dimensiones en el paso del objeto de producido a consumido.
Estas dos formas de representación no deben verse como dos caras opuestas del
mismo fenómeno, son más bien dos dimensiones complementarias que abarcan los
dos momentos en los que transcurre el ciclo de vida de un objeto, el primero
corresponde al de su producción, como algo en lo que se materializan de diversos
modos (tecnológicos, funcionales, simbólicos) los rasgos de una cultura; el segundo a
su consumo como objeto social, y desde este punto como algo donde aparecen los
actos de las personas.
Objeto producido
Este objeto es algo concebido, en el cual se agrupan y toman forma características y
cantidades que lo hacen representable. Producir no quiere decir simplemente que es
un producto, el objeto producido ha sido diseñado, fabricado, empacado, distribuido y
puesto en venta, por lo general bajo estrictas medidas que controlan su “calidad” desde
la extracción de su materia prima, hasta las sofisticadas estrategias promocionales que
lo publicitan.
Este objeto se distingue por ser una mercancía, que se diferencia de las demás –entre
otros de su misma tipología – por su marca, la cual le ubica dentro de una serie de
cadenas de valor y unos rangos de sentido. Es un objeto extraordinario,
completamente terminado, estable y homogéneo. Estas propiedades son el resultado
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de un complejo sistema de fabricación en el cual uno o varios materiales –cosas de la
naturaleza y también creadas por el hombre- han sido procesados y trans-formados
para ajustarlos a formas perfectas.
Una plancha marca “General
Electric” exhibe con orgullo su
precio, las formas de pago que
tiene el almacén que la vende, sus
especificaciones técnicas, y el
tiempo que dura su garantía. Esta
misma información es contenida en
un código de barras comprensible
solamente por un lector infrarrojo
ubicado en la caja registradora.
Apiladas una sobre otra, diferentes
sillas marcas “Rimax” presentan en
adhesivos azules palabras como
“Fiesta” o “Mariposa” que son los
amañados
nombres
de
sus
referencias.
En la sección “Vestuario” de un
hipermercado, un maniquí sin
cabeza sirve para representar al
usuario ideal de los productos que
ofrece en su basta superficie.
Este es un objeto representable de muchas maneras: planos, cartas de producción,
listados
de
especificaciones,
fotografías
descontextualizadas
de
la
realidad,
descripciones, contraindicaciones, instrucciones, garantías y fechas de vencimiento,
dibujos y todo tipo de información coherente, normativa y normalizada.
Esta producción es reconocible también por un nombre dado desde su función, que a
la vez que lo bautiza es la que permite clasificarlo dentro de una tipología determinada.
Para sus productores, sobre la función del objeto ya todo está dicho, y para esto han
elaborado minuciosamente un manual de uso que consta de unas instrucciones
escritas en el lenguaje más parco, acompañado por diagramas que muestran el dibujo
de una persona que sonríe tenuemente al operarlo. Lo que no se debe hacer con el
objeto es explicado en la parte de contraindicaciones y advertencias, donde se
especifican los daños que cubre la garantía, así como los riesgos que correrá la
persona que use el objeto si lo opera de forma equivocada. Toda una serie de iconos
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impresos sobre una etiqueta o al reverso del objeto informan sobre el correcto
funcionamiento.
Este objeto presupone un usuario ideal, un estereotipo que ha dado forma a sus
medidas y proporciones. El objeto ha sido producido para él, lo que lo hace
ergonómicamente perfecto y justo a la medida. En su superficie podemos encontrar –
como instrucciones para su usuario – toda serie de indicadores sobre su operación:
índices, comandos, flechas y botones luminosos, zonas de agarre, perforaciones,
adelantes y reversos. Todos ellos le dan sentido a la hora de ser operado, indicando de
qué manera debe ser sujetado, colocado o almacenado.
La forma del objeto –más allá de su función – deja entrever muchos aspectos sobre él
mismo, sus colores, líneas y curvas, proporciones y demás lo ubican dentro de un estilo,
una corriente o una moda; de uno u otro modo prefiguran lo que el objeto comunica,
podría decirse que estas señales son las que hacen del objeto en su integridad un
mensaje.
Diferentes utensilios de cocina fabricados en plástico y madera se agrupan bajo un orden ficticio y efímero en
las estanterías de su punto de venta según las formas de sus diversas funciones, sus marcas y sus colores.
La valoración, la marca, el lugar donde se vende, el empaque y el sistema de exhibición
son parte de un conjunto de atributos que generan en el objeto producido un valor
agregado, que aunque abstracto es evidente en su precio al público. Podría decirse que
este objeto comercialmente está definido por su código de barras, en éste, además de
su precio está contenida información sobre su productor, su nombre genérico, país de
origen, fecha de caducidad y código de inventario. Información que pasa desapercibida
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para cualquiera ya que sólo es comprensible y reconocible por el lector de la caja
registradora. Su paso por dicho dispositivo redefine el objeto que estaba en venta y que
ahora ha sido adquirido, de ahí en adelante comienza una nueva historia para él, se
inicia su fase como objeto consumido.
Objeto consumido
“… no se trata de objetos definidos según su función, o según las
clases en que podríamos subdividirlos para facilitar el análisis, sino de
los procesos en virtud de los cuales las personas entran en relación con
ellos y de la sistemática de las conductas y de las relaciones humanas
que resultan de ellos.”
J. Baudrillard. El sistema de los objetos. Pág. 2
Este objeto toma forma en las puestas en práctica, donde un grupo de características y
de ciertas cualidades lo presentan como consumido. Consumo –como ya se ha dichono se refiere solamente a un momento de compra, el objeto consumido es adquirido,
usado y desechado; casi siempre de una manera tan inconsciente que lo que le sucede
del punto de venta hasta la caneca de basura permanece por lo general oculto al
conocimiento.
Las formas continuas de una
plancha de plástico se funden en
medio de un paisaje doméstico con
objetos y productos de diferentes
épocas y estilos, componiendo una
composición pintoresca.
Una silla plástica sin marca visible
ni referencia, es amarrada de la
reja del jardín de una residencia
como una extensión del entorno
doméstico sobre el espacio
público.
Personas de diferentes edades y
con
variadas
características
deambulan por los pasillos del
hipermercado, confundidos al no
poder encontrarse a sí mismos en
los productos que les son ofrecidos
en venta.
Este objeto no es precisamente una mercancía, es un objeto usado, que en el mercado
puede ser visto simplemente como una baratija de segunda mano. Nada lo distingue,
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tan solo marcas cualitativas reconocibles sólo por quien lo ha consumido, marcas que
sólo para él o ella tienen sentido. Es un objeto ordinario, incompleto, deforme e
inestable. No tiene que ser necesariamente el producto de un sistema de fabricación,
una cosa –es decir, algo natural –puede convertirse en la práctica en un objeto
adquiriendo funciones y significados como cualquier otro.
El objeto consumido es un objeto irrepresentable por otros medios que no sean
fotografías caseras o “de paseo”, historias de vida y narraciones discontinuas, la
información que de él se tiene es anormal, incoherente y siempre inconclusa.
A través de su consumo el objeto sólo puede ser nombrado por medio de los apodos
que adquiere en su uso, estos a su vez lo hacen inclasificable, por lo que su tipologia
es indeterminada. Pues inmediatamente sale de su envoltorio es puesto en uso,
trasgrediendo en ocasiones su función, adquiriendo en la práctica otras funciones que
son las que pasan a re-definirlo. Instrucciones, contraindicaciones, advertencias y
garantías pasan desapercibidas ante el consumidor quien en cuestión de diagramas e
iconos abstractos permanece analfabeta.
Este objeto supone y evidencia un usuario real, un ser concreto e imperfecto, cuya
forma dista enormemente de ese usuario ideal para el que fue producido. El objeto
consumido ha sido ajustado durante su uso para él, haciéndose casi intransferible. La
superficie del objeto consumido delata su uso, esas marcas se ubican en las zonas
donde fue agarrado, donde fue puesto y donde entro en contacto con otros. Más allá
de las maneras en que ha sido operado, estas marcas del consumo muestran las
formas en que el objeto ha sido adaptado a unas formas de uso y condiciones de vida
particulares.
El objeto a la vez que es consumido es reconfigurado en todo sentido, además de los
cambios que pueda presentar en su estructura (transformaciones), o su función
(redefiniciones), este objeto ha sido re-semantizado, adquiriendo así en su colocación,
en su uso o en su valoración otros significados, que por incoherentes están lejos de
comunicar, o de decir algo comprensible para alguien más que no sea quien lo ha
consumido.
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Al entrar en uso los referentes de forma, marca, función o color que una vez sirvieran para organizar los
productos en sus puntos de venta se desvanecen y pierden sentido ante las necesidades y deseos
incoherentes a los que dan satisfacción. Son ahora las marcas del uso, las estructuras de colocación y los
significados que se les atribuyen los referentes que permiten clasificarlos en las estéticas del consumo.
Más allá de su valor comercial el objeto consumido –como parte del mismo proceso de
consumo – ha adquirido otros valores que pueden ser relativos al no estar definidos
más que por emociones y afectos, haciendo que su valor no sea ya económico sino
emotivo. Puesto que carece de valor comercial (pudiendo convertirse en una de esas
cosas que no tienen precio), son códigos emocionales los que lo definen a la vez que
lo vinculan con recuerdos, momentos, ocasiones y personas. Estos códigos inscritos
tácitamente en el objeto son irreconocibles por dispositivo tecnológico alguno y pueden
pasar imperceptibles para muchos. Sin embargo son estos los que son valorados por
su consumidor, y a través de los cuales el objeto se ha convertido en un acto social.
PARALELO ENTRE EL
OBJETO HECHO Y CON EL
QUE SE HACEN COSAS
DETERMINANTES DE SUS
CARACTERISTICAS
CARACTERÍSTICAS QUE
LO DEFINEN
CICLO AL QUE PERTENECE
PROCESO QUE
DETERMINA SU
MORFOLOGÍA
REGÍMENES DE VALOR
FORMAS DE
OBJETO PRODUCIDO
OBJETO CONSUMIDO
Figurado según las
características de los
sistemas de producción.
Cantidades que lo hacen
representable.
Producir: diseñado, fabricado,
empacado, distribuido y
puesto en venta.
Proceso consciente
Con-figurado según las
características de los actos
de consumo.
Cualidades que lo hacen
irrepresentable.
Consumir: adquirir, usar
desechar.
Extraordinario,
completamente terminado,
estable y homogéneo.
Representable por planos,
53
Proceso inconsciente
Ordinario, incompleto,
deforme e inestable.
Irrepresentable por otros
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VISUALIZACIÓN
cartas de producción, listados
de especificaciones,
descripciones,
contraindicaciones,
instrucciones, garantías y
fechas de vencimiento,
dibujos y todo tipo de
información coherente,
normativa y normalizada.
Clasificable tipológicamente
medios que no sean
fotografías caseras o “de
paseo”, historias de vida y
narraciones discontinuas, la
información que de él se tiene
es anormal, incoherente y
siempre inconclusa.
Inclasificable tipológicamente
FORMAS DE
ORDENAMIENTO
Usuario ideal
Usuario real
SER CON EL QUE SE
RELACIONA
Indicadores de cómo debe
Huellas de cómo fue usado
INFORMACIÓN DE LA
usarse
SUPERFICIE
Su valor está representado
Su valor está determinado por
REPRESENTACIÓN DE SU
por el código de barras.
códigos emocionales.
VALOR
Tabla N° 3. Paralelo entre” el objeto hecho” y con el objeto “con el que se hacen cosas”.
Apropiación de la cultura material
Más que las formas en que la cultura se materializa en los objetos, lo que interesa
como fenómeno de estudio a la estética del consumo, son las maneras en que esa
información cultural materializada es interpretada a través de la puesta en práctica del
objeto. El paralelo entre el objeto producido y el consumido, ponen en evidencia que en
esas puestas en práctica en las que aparecen las maneras de hacer y pensar propias a
cada individuo, la cultura material, los objetos en sí mismos (en su forma, su utilidad y
su sentido) son adaptados, entendiendo la adaptación como el conjunto de
modificaciones que sufre un organismo –para nosotros el objeto- para poder ajustarse
a un entorno. Lo que sucede al objeto consumido es precisamente esto, su forma, su
utilidad y su sentido se modifican para poder acomodarse a lo qué las personas hacen
y piensan, al entorno donde están ubicados y en general a las prácticas activas y
pasivas, interactivas y contemplativas.
Las adaptaciones que sufre un objeto modifican cada una de sus dimensiones, y la
ajustan o acomodan a condiciones particulares. Son esos procesos de cambio, de
ajuste, de apropiación los que reflejan cómo las instrucciones culturales se convierten
en acciones sociales, como esa trama compleja de significados que componen la
cultura son interpretados y dotados de sentido pragmático. Volviendo a la comparación
que hemos planteado entre el lenguaje y los objetos, vemos que esto mismo sucede a
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la lengua a través del habla, es adaptada y no sólo en cuanto a la composición de las
palabras, sino también –y esto está claramente demostrado en el parlache- en el
significado y las funciones de cada palabra. En general a través de los actos que
ponen en práctica cualquier sistema se evidencia cómo lo concebido es practicado y
cómo los ideales culturales se convierten realidades sociales.
Con el propósito de un posterior análisis de las puestas en práctica de los objetos,
descubriendo en la cultura material un “parlache de objetos” definimos las diferentes
formas de adaptación de la siguiente manera, estableciendo para cada dimensión una
forma de ajuste y un nombre.
DIMENSIÓN
Estructural
ADAPTACIÓN
Transformaciones
MANIFESTACIÓN
Cambios en la forma del objeto, en los materiales que lo
componen y los procesos que lo conforman.
Funcional
Cambios en la función del objeto, funciones agregadas o
Redefiniciones
eliminadas y nuevas formas de operación.
Comunicativa
Resemantizaciones Cambios de sentido, nuevos significados que se
sobreponen sobre el original, emociones, sentimientos y
afectos sentidos por el objeto.
Tabla N° 4. Adaptación de las dimensiones del objeto.
Cada forma de adaptación dará cuenta más adelante por la forma en que el lenguaje
de los objetos es hablado, y de cómo estos son vividos cuando su racionalidad técnica
choca con la irracionalidad de las necesidades y deseos humanos.21
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Maestría en Estética
Referencias
1
Klaus Roth. Material culture and intercultural communication. International journal of
Intercultural Relations. 25 (2001) 563-580.
2
Edward T. Hall. Silent Language. Garden City, New York. 1959
3
José Luis Pardo. Las formas de la exterioridad. Págs. 16 y 17.
4
Jesús Mosterín. Filosofía de la Cultura. Pág. 18
5
Clifford Geertz. “La interpretación de las culturas”
6
Klaus Roth. Material culture and intercultural communication
7
David Howes. Commodities and cultural borders.
8
Klaus Roth. Material culture and intercultural communication
9
Andre Leroi-Gourhan. El gesto y la palabra. Pág. 93
10
Bernard Stiegler. Leroi-Gourhan. La inorgánico organizado. En: Les cahiers de médiologie.
N°6. Traducción de Jairo Montoya Gómez (Universidad Nacional de Colombia)
11
Abraham A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 29
12
Abraham A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 29
13
Abraham A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 29
14
Manuel Delgado. El animal público. Editorial Anagrama. Barcelona. 1999. Pág. 23
15
Ver: Manuel Delgado. Disoluciones Urbanas. Editorial Universidad de Antioquia.
Lo urbano plantea ante todo un proceso de apropiación de la ciudad, de la conversión del
espacio construido en espacio vivido. A través de lo urbano la ciudad es adaptada día a día,
hora a hora, a las prácticas sociales y a toda forma de situación que en ella se desarrolla.
16
Andre Leroi-Gourhan. El gesto y la palabra. Pág. 300
17
Tom Fischer. What we touch, touches us: Materials, affects, and affordances. Design Issues.
Vol. 20, N° 4. 2004
18
“Lleva siempre un ojo de delfín y las mujeres te encontraran irresistible, dice Tereza Maciel,
que vende hierbas y partes de animales con supuestos poderes mágicos en su tenderete de
Ver-O-Peso (Vigila el Peso) de Belem de Parca, cerca de la desembocadura del amazonas”.
COLORS Magazine. Extra/ordinary objects 1. TASCHEN. Italy. 2003.
19
Alan Costall. “Socializing Affordances” Theory & Psychology. Vol. 5 N° 4. 1995
20
A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 87
21
Jean Baudrillard. El sistema de los objetos. Pág. 6
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-03CONSUMO
El consumo como un trabajo, puede definirse como aquél que traslada
los objetos de una condición alienable a una inalienable; esto es, de ser
un símbolo de enajenamiento y valor-precio a ser un artefacto investido
con inseparables connotaciones particulares.
Daniel Miller. Material Culture and Mass Consuption. Pág. 190
“La circulación, la compra, la venta, la apropiación de bienes y de
objetos/signos diferenciados constituyen hoy nuestro lenguaje, nuestro
código, aquél mediante el cual toda la sociedad comunica y se habla. Tal
es la estructura del consumo, frente a cuya lengua las necesidades y
goces individuales no son más que efectos de palabra.”
Jean Baudrillard. La sociedad de consumo. Pág. 117.
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Consumir
Definiremos el consumo como el conjunto de dinámicas socio-culturales que se
desarrollan en torno a la adquisición, el uso y el desecho de la cultura material,
entendida ésta como una serie de objetos en los que se ha materializado
información referente a lo qué un grupo social hace y piensa, a sus ritmos, valores y
saberes técnicos y conceptuales.
Esta definición se puede constatar de algún modo con la propuesta por Zigmunt
Bauman en la que se contempla el consumo como un proceso, y no simplemente
como una situación de compra, aislada del resto del ciclo de vida del objeto. En su
significado habitual – dice Bauman – consumir significa apropiarse de las cosas,
pagar por ellas y de este modo convertirlas en algo de nuestra exclusiva propiedad,
impidiendo que los otros las usen sin nuestro consentimiento (…) usar las cosas,
comerlas, vestirse con ellas, utilizarlas para jugar, y en general, satisfacer - a través
de ellas- nuestras necesidades y deseos. Consumir significa, también, destruir. A
medida que las consumimos, las cosas dejan de existir, literal o espiritualmente. A
veces se les 'agota' hasta su aniquilación total; otras, se les despoja de su encanto
hasta que dejan de despertar nuestros deseos y pierden la capacidad de satisfacer
nuestros apetitos: un juguete con el que hemos jugado muchas veces, o un disco al
que hemos escuchado demasiado. Ésas cosas ya dejan de ser aptas para el
consumo.1
El tema de estudio de la estética del consumo agrupa a toda serie la de hábitos
(activos y pasivos) que se despliegan ante los objetos como puestas en práctica de
la información cultural. Los hábitos son - en palabras de Baudrillard - la manera en
que los objetos como "lenguaje" son "hablados", para generar un sentido
comunicativo, para establecer vínculos sociales, en tanto que no son actos unitarios
los que constituyen ése "hablar los objetos" sino colectivos. Es de suponer –como
ya lo hemos anotado- que las mismas variaciones que sufre el lenguaje al ser
hablado a causa de su apropiación por parte de los hablantes, se presentan en los
objetos cuando son puestos en práctica, o en el “lenguaje de los objetos” -usando
los términos de Baudrillard- cuando es hablado. Estas variaciones son las que
caracterizan el paso del objeto producido al objeto consumido, que hemos llamado
adaptaciones y consisten en variaciones que llenan los objetos de sentido propio y
singularidad, vinculándolos inextricablemente a las personas. Lo interesante de las
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puestas en práctica de la cultura material no es tanto la manera en que los objetos
prestan su función, sino toda una serie de dinámicas socio-afectivas que varían y se
desvían de sus usos y sentidos concebidos, permitiendo a las personas de un
grupo establecer sus propios referentes de identificación colectiva y por supuesto
de diferenciación cultural, sobre unos objetos comunes: los qué adquieren, los qué
usan, los qué desechan, y que a la vez representan lo qué hacen y piensan,
demostrando que ésos haceres y pensares son, en términos generales, los mismo.
Y que son por lo tanto esos objetos -sobre los que recaen las marcas de esos
hábitos, de ésas puestas en práctica- los registros de su sensibilidad y la
cristalización de su cultura. En este sentido adquirir, usar y desechar son paquetes
de hábitos que definen las relaciones que las personas tienen entre ellos por medio
de los objetos y con los objetos a lo largo de su ciclo de vida. A la vez representan
tres modos distintos de valorar y percibir la cultura material. No importa tanto qué se
adquiere, qué se usa o qué se desecha, sino ante todo las maneras y modos de
adquirir, usar y desechar, pues si bien las tres acciones son comunes a todas las
culturas que componen la especie humana, cada acción varía según quién, cómo y
dónde la desarrolle, y es en ésas variaciones individuales y colectivas donde toman
forma las personalidades e identidades contemporáneas.
Nestor Garcia Canclini define nuestro tiempo como heterogéneo y lleno de
fracturas, donde los códigos que unifican a las personas dejan de ser - cada vez
más - los de la etnia o la nación en la que se nace y comienzan a estar definidos
mundialmente. Afirma él, que una nación ya no se define por sus limites territoriales
o por su historia política, sino que son más bien sus hábitos tradicionales como
consumidores los que llevan a sus habitantes a relacionarse de un modo peculiar
con los objetos, encontrando así un sentido de cohesión y de pertenecía entre
ellos2. Según lo dicho por Canclini no son tanto los objetos, como si esos modos de
consumirlos, de relacionarse con ellos y de ponerlos en práctica, o de celebrarlos,
los que definen la identidad de un grupo social, ésta finalmente se materializa en los
objetos consumidos que a su vez son el verdadero registro de sus hábitos.
El consumo - ya hemos dicho- es un proceso sociocultural, en el que cada sociedad
hace uso de su cultura materializada. De hecho lo que representan los objetos, son
los significantes en los que se materializa el sentido cultural (instrucción) que guía
la sociedad, son los soportes de ésa trama compleja de significados que guían su
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acción. El consumo corresponde al momento en que ésa información cultural
materializada es puesta en práctica, es decir es interpretada, adquiriendo sentidos,
usos, y significados. De ahí que lo que representa el objeto consumido sean
registros de las “producciones” de la gente, aquéllo por lo que se pregunta De
Certau, cuando indagaba por lo qué los consumidores “fabrican” mientras
consumen3, y que no es otra cosa que su propia realidad, o sus propias formas de
interpretar y dar significado a la información cultural, y saber así “cómo es el
mundo”, “qué hacer en él” y “cómo hacerlo”.
El ciclo del consumo
Ya indicamos antes… que el objeto creado por la manufactura va y
viene de la cuna, del prisunic, a esa tumba que es el cubo de
basura, sufriendo un destino, que se caracteriza por una estancia
de cierta duración en la esfera personal del ser.
Circuito elemental de los objetos: parten del supermercado,
penetran en la concha personal mediante la compra, permanecen
un tiempo medio o, y luego son evacuados. Es un flujo continuo,
permanente, que organiza la circulación de los objetos en la
sociedad de la abundancia.
Moles. Teoría de los objetos. Pág. 44
El consumo lejos de ser un proceso representado linealmente, es cíclico y
rizomático, interconectado con cada uno de los momentos que lo compone
interconectado entre si. No es algo que valla necesariamente de la adquisición
directamente al desecho, sino que puede retroceder, dar saltos o permanecer
inmóvil por mucho tiempo en un mismo estado.
Consumir es poner en práctica el objeto: pensar en él, ansiarlo y desearlo, hacerlo
propio al comprarlo, al encontrarlo, al heredarlo o al fabricarlo; “bautizarlo”, darle un
nombre, habitarlos y reflejar la personalidad en él, hacer cosas con ellos,
acomodarlos, asignarles posiciones dentro de ciertos ensamblajes, generar lugares,
paisajes y atmósferas, delimitar nuestros territorios, pensar en ellos y valorarlos,
amarlos y odiarlos, atribuirles poderes y recuerdos, decir que son malos o que son
buenos, preocuparnos ante las disfunciones, regocijarse al verlo reparado; también
es acostumbrarse a los objetos, desenamorarse y hacer que dejen de importar,
despojar de ellos todo significado, romper con todo vinculo, desecharlos y
asquearnos con su presencia; verlos “revivir” y aparecer de nuevo en una segunda
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vida; toda esta serie de configuraciones de la cultura material componen las
estéticas del consumo.
El consumo podemos relacionarlo con lo que A. moles denominó “relación temporal
ser-objeto” para referirse a un momento en el que una persona y un objeto entran
en un proceso de interacción que marca la vida de ambos, quedando el uno inscrito
en la biografía del otro. En los procesos referentes al consumo, lo qué se consume,
y quién consume se ve mutuamente afectados. La adquirir, usar y desechar, son
actos humanos que determinan fases en la vida del objeto: la mercantil, la útil, la
terminal; en cada acto y en cada fase lo fisiológico, emotivo y cognitivo del ser
humano, se trama con lo estructural, lo funcional y lo comunicativo de los objetos.
Los actos y fases del consumo, determinan un periodo de tiempo de cierta duración
en la que los objetos transcurren en la esfera personal del ser, y a la vez, durante
ese periodo el ser discurre en ellos al ponerlo práctica: haciendo cosas,
modificándolo y cargándolo de sentido, plasmando sobre él marcas y registros que
definen las formas en que ha sido consumido, poblando y dotando de sentido al
espacio configurando paisajes artificiales.
Personas y acciones, lugares y tiempos
A lo largo de esta relación entre el ser y el objeto que es el consumo, las personas
materializan (por medio de las tres formas de materialización cultural4) en ellos “lo
que son” (dimensión personal de la cultura material), “lo que hacen” (dimensión
accional) y “dónde están” (dimensión espacial), convirtiéndose en extensiones del
cuerpo, tal y como lo han dicho desde diferentes puntos de vista E. T Hall5 y LeoroiGourhan6. En el marco de esta relación los objetos se convierten también en
indicadores del tiempo transcurrido, en elementos que materializan sucesos,
frecuencias y estancias, en huellas que nos informan sobre los acontecimientos que
a través de él han tenido lugar, configurando así lo que Pardo llama “decoración
cultural”7, que no es otra cosa que la existencia especializada, plasmada en
lugares, personas y objetos.
Desde la dimensión personal los objetos tanto los que abundan por ser producidos
en masa como los más únicos y especiales, tienen mucho que decir acerca de sus
propietarios y usuarios (acerca de quiénes son), y en ellos se logran reflejar en gran
medida aspectos referentes a su personalidad, y que van más allá del gusto que los
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lleva a elegir entre uno y otro, logrando cristalizar también sus creencias, las
normas que guían su actuar en el mundo, sus temores y actitudes. En la
perspectiva de las acciones (lo qué hacen), las actividades que realiza una persona
y que constituyen su rutina cotidiana se concretan en una serie de útiles que
determinan a la vez ésas acciones diarias, las frecuencias y los modos en las que la
realiza, a la vez el significado o la carga afectiva que confiere a cada una de ellas.
Desde este punto de vista, la capacidad de los objetos para poner en evidencia lo
qué se hace no está limitado a las personas, pues la capacidad que tienen para
configurar lugares y determinar el comportamiento, las actitudes y las actividades
que se deben desplegar en ellos es inmensa.
En cuanto a la dimensión espacial los objetos configuran sobre el espacio los
territorios de nuestra existencia, y permiten reconocer desde un punto de vista
emotivo y afectivo “dónde estamos”. El territorio –como es sabido- se configura a
partir de marcas cualitativas, de elementos que al devenir en marcas de expresión
se convierten en las cualidades y en los significados que dan un sentido estético al
lugar. Los objetos, en su sentido espacial, median entre las personas y el entorno,
para configurar hábitats delimitados transitoriamente (mientras que se está allí) con
lo que en ellos se hace por un momento, territorios temporales constituidos a través
de marcas que no son otra cosa que actos, comportamientos, objetos, colores y
sonidos. El hogar –por ejemplo- es un espacio construido material y afectivamente,
configurado por las prácticas de todos los días, por las experiencias vividas, las
relaciones sociales, las memorias y las emociones, y en este sentido los
significados que se asocian a éste son diversos (pertenencia, alienación, intimidad,
violencia, seguridad o miedo)8. Los objetos delinean los escenarios en los que se
despliega la existencia humana a través de los modos de ser, hacer y estar, que
visto desde la relación ser-objeto, no son otra cosa que los lugares para adquirir (el
hipermercado, la plaza, el centro comercial, la tienda), usar (la calle, el trabajo, la
casa y en ella la mesa, el baño, la cama) y desechar (la caneca de cada habitación,
los desagües, la calle, el basurero).
En cuanto a los objetos como indicadores del tiempo, es mediante el desgaste que
éstos se convierten en memoria y aportan a la percepción de las acciones del
tiempo sobre el mundo, y es Moles el que hace caer en cuenta de esta propiedad,
al decir que el objeto que se usa es, en la medida que tomamos conciencia de su
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uso, análogo a un calendario; y reflexiona sobre cómo la tasa de uso del objeto
inscribe el tiempo en el entorno, lo fecha a la vez que lo materializa, no de forma
abstracta como lo haría un reloj, sino de manera concreta. “La sedimentación de
capas de suciedad en la cazuela del ama de casa descuidada, o en el mango de la
herramienta del artesano, son referencias temporales, marcos materiales de la
memoria”9.
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Adquirir, usar y desechar.
El transcurso de la duración de ésa relación entre el ser y el objeto que hemos
relacionado con el consumo la hemos dividido desde el principio en tres momentos:
adquisición, uso y desecho. A su vez cada uno de estos momentos presenta a su
interior instantes que se diferencian por la intensidad y el sentido de la relación
entre la persona y el objeto, es decir, por la forma en que es valorado por: su
utilidad
(sea simbólica o práctica); su sentido (por los significados que se le
atribuyen y el sentido que genere como novedad, reliquia, objeto sagrado); y por su
estructura (por el valor de sus materiales, por el trabajo encarnado). Los gradientes
de esta relación y de las formas de valoración del objeto por parte de las personas,
Moles los enumeró ordenadamente de la siguiente manera: deseo, adquisición,
descubrimiento, enamoramiento, habituación, mantenimiento y sustitución. A pesar
de que son raras las ocasiones en las que este proceso se presenta linealmente, el
paso del objeto por cada una de estas estancias sirve para graficar la historia de su
vida, relato que, a pesar de ser de un objeto en particular puede estar referido a
diferentes personas, que en distintos momentos aparecen en la vida del objeto
como propietarios, vendedores o usuarios, llegando a tener –los objetos- biografías
más extensas y ricas en experiencias que las de las personas con las que se
relacionan.
El keda (que significa: camino, ruta, sendero) es el termino que sirve para describir
el viaje experimentado por los collares decorados y brazaletes de conchas que los
Massim (habitantes de un conjunto de islas en el estado de Papúa, Nueva Guinea)
intercambian con sus coterráneos de otras islas. Estos objetos –considerados
valiosos por los Massim- adquieren biografías muy especificas al moverse de lugar
en lugar y de mano en mano; del mismo modo los hombres que los intercambian
ganan o pierden prestigio al adquirir, retener o desprenderse de estos objetos, por
lo que el keda sirve también para definir los lazos establecidos por las personas que
integran ésos caminos, y también a la ruta creada a través del intercambio de
objetos valiosos hacia la riqueza, el poder y el prestigio de los hombres que los
poseen.10 El ciclo –ya sea completo o parcial- del consumo de un objeto, es decir,
las diferentes estancias y singularizaciones por las que pasa pueden ser
comparadas con el concepto de keda, pues a través del intercambio de objetos
tanto en los entornos urbanos como comunales (tanto en la ciudad como en el
campo) la vida de un objeto es capaz de encerrar a través de su circulación
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recuerdos y prestigios así como diferentes formas de distinción social, no sólo de
clases, sino también de edades y de géneros.
La adquisición el uso y el desecho son acciones (prácticas y simbólicas) que se
realizan sobre los objetos, poniéndolos en marcha por las rutas y desviaciones que
constituyen su vida. Cada una de estas acciones marca una fase en la vida del
objeto, según las formas en que es valorado en su paso por cada acción, y son
estas fases, las que definen –más allá de las personas- la vida del objeto.
Con el objetivo de diferenciar más adelante entre los momentos del consumo (un
acto humano) y las fases del objeto (una forma de valoración), establecemos el
siguiente paralelo.
MOMENTO DEL
CONSUMO
FASE DEL
OBJETO
Mercantil
VALORACIÓN
Valorado por su intercambiabilidad, ya sea
por dinero o por otras cosas.
USO
Útil
Valorado por la utilidad (física o
simbólicamente) y por la posibilidad de
hacer o pensar algo de él.
DESECHO
Terminal
Definido por una reducción de su utilidad
(por la insuficiencia frente a ciertas
funciones). Desvalorado por un desgaste
físico y/o simbólico.
Tabla N° 1. Momentos del consumo y fases del objeto.
ADQUISICIÓN
Para facilitar el análisis de ése camino que recorren los objetos a medida que son
consumidos, y de las singularizaciones a las que son sometidos en cada una de
ésas instancias, agruparemos los siete momentos descritos por Moles en los tres
grandes momentos y fases que hemos propuesto de la siguiente manera: en la
adquisición (fase mercantil), el deseo y la adquisición del objeto; en el uso (fase
útil), su descubrimiento, el enamoramiento, y la habituación; y en el desecho (fase
terminal): el mantenimiento y la sustitución, a esta categoría del desecho
agregamos otro aspecto fundamental para el análisis de lo que es la vida de un
objeto y es su reaparición (enlivenment), término que tienen que ver con prácticas
tan mundanas como la apropiación de los objetos y con su revalorización11 (ya sea
funcional, comunicativa, o estructural) y que asociamos a la capacidad que tienen
ciertos objetos para tener una segunda vida, luego de que en una primera han sido
desechadas.
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Adquisición
“Hoy por hoy no es el valor mágico lo que se añade al objeto
útil, al revés: los objetos a la venta en el sistema de consumo
contemporáneo (saturados de virtudes fascinatorias), en
algunos casos pueden llegar a servir para algo”
Manuel Delgado. La magia. Pág. 88.
La adquisición marca el comienzo de la puesta en práctica del objeto, es una
especie de transito entre la fase mercantil y su fase de uso. En este momento se
inicia el ciclo del objeto consumido: es adquirido, y obtiene desde allí su primer
forma de singularización: ser la propiedad de algún individuo o de un grupo. En
general el proceso de adquisición consiste en la selección de un objeto entre otros
tantos que pueden ser masivos o especiales, para que pase a la esfera personal del
sujeto, comenzando ése ciclo de la relación entre ambos.
Según Moles, el momento de la adquisición tiene una etapa previa: la del deseo, y
ésta es la primera forma de relación con el objeto, desde su inmaterialidad. El
deseo puede presentarse como un antojo, y de este modo ser variable e
inconstante para desaparecer luego, pudiendo aparecer también bajo la forma de
necesidad y ser permanente y constante, manteniéndose reiterativamente. En la
generación del deseo –como apunta Appadurai- juega un papel importante la
publicidad y sus estrategias, las cuales consisten –la mayoría de las veces- en
tomar productos ordinarios, producidos en masa, baratos e incluso de mala calidad,
y presentarlos como artículos deseables y asequibles. Bienes del todo ordinarios
son colocados en una especie de zona pseudo aislada, como si no estuvieran al
alcance de cualquiera que pudiera pagar su precio12.
Y es precisamente el discurso publicitario el que en ocasiones genera cierta aura
mágica sobre las mercancías, haciendo que en torno a ellas se creen los más
hermosos sentimientos, así como las más ingenuas expectativas. Acerca de la
publicidad como generadora de deseo –dice Manuel Delgado- que es fácil
encontrar en sus mecanismos, los mismos resortes que el chamán utiliza para el
logro de resultados psicológicos basados en la espectacularización del deseo,
siendo así como el poder de la magia se ve reflejado hoy día en el de la
publicidad13. Es tal vez por esto que ante los objetos “nuevos”, o mejor en un estado
mercantil, las personas lucen angustiadas por no tenerlo, pero esperanzadas en
poderlo comprar. Atributos como la marca, la calidad o el precio, son las cualidades
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que sirven de referente para la fijación del deseo y como motivación para la
decisión de compra.
Adquirir –sin embargo- no implica obligatoriamente una compra, es decir, un
intercambio monetario; a pesar de que la compra es la forma de intercambio
mercantil institucionalizado, los objetos (mercancías o no) pueden ser obtenidos de
muchas maneras: que van desde formas tan simples como encontrarlo, hasta
rituales tan complejos como el intercambio de regalos en fechas comerciales. Como
lo que reflejan las estéticas del consumo son las materializaciones de los hábitos de
la cultura popular, las formas de adquisición que se analizarán más adelante son en
gran medida aquéllas que se mantienen al margen de la cultura oficial y los
patrones de consumo de masas, son las que encierran los saberes técnicos y
conceptuales presentes en la cultura popular.
Existen, aunque permanecen ocultas en las formas de la cotidianidad, otras formas
de adquirir un producto, diferentes a la compra. Formas de apropiarse de lo que es
ajeno y de darle un sentido de objeto-útil a cosas que no lo son: usamos como
objetos piedras, conchas de caracoles, palos o semillas; encontramos objetos o los
adquirimos por casualidad; también los heredamos, tanto de personas vivas que ya
no los usan como de muertos que ya no los necesitan; los pedimos prestados para
a veces devolverlos, pero también para imponer nuestro sentido de propiedad sobre
ellos, e inocentemente, robarlos; los recibimos, en ocasiones especiales, como
obsequios, estableciendo compromisos tácitos de intercambio; nuestras mañas a la
hora de tener algo que deseamos puede llevar a las personas al limite de hacerlo,
de construirlo ellos mismos con lo que se tenga “a mano”, convirtiéndose así, en
productores inconscientes. Frente a estos objetos se crean en ocasiones vínculos
afectivos más fuertes que los que vinculan al ser con las mercancías compradas,
vínculos desprendidos la mayoría de las veces de la forma o el momento en que se
adquieren demostrando que, curiosamente, los objetos más amados no son tanto
los nuevos como los usados; siendo no sólo el objeto nuevo y mercantilizado aquél
capaz de despertar el deseo.
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Lo que se adquiere no siempre tiene que estar nuevo. Los procesos iniciales de la relación entre las
personas y los objetos pueden darse por una herencia (algo ya usado) o por un regalo (algo nuevo),
también por la compra de algo viejo. Igualmente la reputación de los productos puede ser encomiable
para aquellos de alto reconocimiento comercial por sus elogiables macas, existiendo también otros no tan
loables, como los de las marcas populares, desconocidas en las altas esferas del comercio, llenos de
perjuicios y descréditos por parte de la cultura oficial.
Son entonces todas estas formas de adquisición, tanto las sagradas (la compra
hedonista en el hipermercado o el centro comercial) como las más profanas
(comprar algo ya usado en la calle), o mejor sus registros (los objetos configurados
en base a diferentes formas de singularización), los que constituirán las estéticas
del consumo.
Los gradientes de la situación de compra, tienen lugar en sitios tan sagrados como el hipermercado,
templo en el que las mercancías son sacralizadas y convertidas en objeto de culto para los compradores;
también tiene como escenario lugares profanos como los bazares de productos usados, donde –como si
fueran basura- los objetos terminales remercantilizados son tirados en el piso o arrumados sobre
paredes, en todo caso, puestos al paso de quienes asisten a este pandemónium comercial.
Como sea que los obtengamos, el momento de la adquisición del objeto es un
momento trascendental y de catarsis, que produce en nosotros un cierto éxtasis en
el que el deseo es colmado momentáneamente, encontrando el placer de la
satisfacción en la morfología (estructura, función, significado) de un objeto. Como
experiencia, la adquisición tiene una gran carga emocional y es un punto sin
retorno, que determina el paso del objeto desde un universo colectivo a la esfera
personal del ser, y por tanto la renuncia personal a las demás alternativas posibles.
Lo que sucede en este momento es algo comparable con el amor a primera vista,
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tratándose en este caso de un amor ciego, pues como dice Moles: en este
momento se ama algo que no se conoce14. Para conocer y comprender el objeto no
basta con desempacarlos y probarlo una vez, es necesario entrar en un contacto
más directo e íntimo con él, y esto sólo sucede cuando es usado.
Uso
A pesar de que los sentimientos que genera el objeto nuevo en las personas –en
especial el deseo- son fuertes, éstos no pueden compararse con los que se puede
llegar a sentir por el objeto usado. Si la compra y en general todas las formas de
adquisición se pueden considerar como momentos catárticos e instantáneos, algo
así como rituales de paso, el uso no es en sí un momento único, sino un conjunto
de experiencias.
El uso comienza por lo que Moles denominó como el “descubrir el objeto”, el
momento en que se le conoce, se reconoce como algo propio y se descubre ante
todo lo que se escondía detrás de la forma que albergaba el deseo. Realmente
durante la compra –o de cualquier forma de adquisición- no se tiene ningún
contacto directo con el objeto que se adquiere, la relación entre las personas y él,
está mediada durante la adquisición comercial por el empaque y toda la información
contenida en él y a sus alrededores con el objetivo de atraer al comprador que se
desliza por los pasillos. Mientras compran las personas tienen contacto únicamente
con la muestra del producto, con el objeto de exhibición, el cual nadie querría llevar:
lo consideran sucio, desgastado, manoseado, y en esencia usado; además en gran
medida el atributo de nuevo radica en que el producto viene en un empaque
sellado, lo que garantiza que nadie lo ha tocado. Es por lo general en casa donde
los productos nuevos salen de su empaque, es allí adonde se rompen los
envoltorios y se descubre. Allí es sentido: tocado, olido, escuchado y mirado en
detalle, cada parte es inspeccionada, su funcionamiento es revisado y admirado.
Luego de éste primer contacto el objeto está listo para ser usado.
En el tiempo que transcurre durante el uso, los objetos son todo el tiempo redescubiertos, y al encontrar en ellos nuevos atributos sus sentidos y funciones, e
incluso sus propiedades estructurales se ven modificadas, llegando a ser
convertidos en piezas de museo (al encontrar en ellos atributos pseudo-artísticos
que los hacen merecedores de la contemplación más que de la interacción), en
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representaciones sagradas (descubriendo y atribuyendo a ellos propiedades y
atributos religiosos que los hacen merecedores de ser adorados), o en objetos polifuncionales (encontrando en ellos funciones distintas a las conferidas por sus
productores). Cada redescubrimiento tiene que ver con las formas de adaptación
que hemos definido como: transformaciones: referentes a cambios estructurales;
redefiniciones: consistentes en modificaciones de su función; y resemantizaciones
determinadas por un cambio en el significado y el sentido lógico del objeto. Cada
uno de estos fenómenos, lejos de presentarse por separado y unitariamente en un
objeto aparecen combinados y mezclados entre sí, esto es lógico si se piensan las
adaptaciones en un sentido sistémico y co-adaptativo, en el que –por ejemplo- un
cambio en la estructura afecta directamente la comunicación y la función, y así en
cada caso.
Mientras transcurre su fase útil es que los objetos son sometidos a un mayor número de apropiaciones, en
cuanto a las modificaciones que sufre cada dimensión que lo compone. En los casos expuestos por las
imágenes, podemos destacar los objetos museificados, en los que se presenta como patrón una anulación de
la función práctica del objeto para su posterior conversión en un elementos decorativo, ya sea por presentar
atributos pseudo-artísticos para su propietario, o bien, por hacer parte de una colección; también procesos de
sacralización que consisten en la atribución de propiedades sagradas o religiosas a un objeto, sin que éste
presente connotaciones religiosas en un principio, de este modo la función primaria se ve desplazada para dar
paso a funciones extraordinarias a través de su adoración, también en ésta misma vía podemos ver intentos
por santificar otros objetos o lugares, por medio de elementos que se anexan –como es el caso del ejemplofiguras originalmente divinas; las funciones también pueden ser trastocadas por otras, y en este sentido está
claro que cualquier recipiente sirve para colocar en el una planta o una flor.
Durante el uso, los valores que definen lo que se siente por el objeto cambian, y
son otros criterios diferentes a los del momento de la adquisición, los que entran a
medir la relación de afecto entre quien usa y el objeto usado. Estos criterios no son
los mismos que los del objeto nuevo: marca, calidad y precio comienzan a significar
muy poco frente a los afectos que puede llegar a traer el recuerdo –a través del
objeto- de un momento vivido, o frente al placer y la satisfacción que genera cuando
es usado, o al acoplamiento perfecto –logrado a través del tiempo- al cuerpo
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cuando es utilizado o cuando es llevado de un lugar a otro, nada del objeto nuevo
es comparable con las manchas, los golpes, o lo desgastado del objeto usado, más
cuando estas marcas son las que se convierten en el motivo para que el objeto sea
amado. Es en este momento del enamoramiento cuando los objetos son
personalizados (reflejo de la personalidad del usuario) e incluso humanizados
(cristalización de una personalidad propia a través de conferir al objeto rasgos
humanos).
En las sociedades contemporáneas, donde la identidad se construye a través del consumo, los procesos
de configuración de la personalidad se reflejan en parte por medio de la decoración de los objetos y del
espacio considerado como propio. El proceso de conversión de una casa en hogar, es ante todo un
proceso de personalización que consiste en plasmar en cada rincón de la casa el estilo de vida, los gustos
y preferencias formales de sus residentes, de este modo el espacio se llena de significación y de sentido
de pertenencia. Como elementos decorativos podemos observar estéticas grotescas que implementan
restos de animales convertidos en objeto (colgada de la pared el esqueleto de la cabeza de una vaca se
dispone a la contemplación de los visitantes de casa); otras en las que los elementos religiosos se
encargan de dar cuenta sobre las creencias de las personas (Jesucristo adorado en varias de sus
multifacéticas representaciones); también las que demuestran aficiones deportivas (un perro de peluche
que cuelga del retrovisor de un taxi) así como estéticas desgastadas, reflejo de gustos pasados que a
pesar de haberse ido siguen vigentes en su materialidad a través de los elementos que los constituyeron
(adhesivos envejecidos en la superficie de una nevera).
Con el paso del tiempo y a través del uso los objetos se agotan, y así su gracia y su
sentido se acaban. Con el desgaste el placer decrece, y el objeto deja de servir y de
significar algo, se deteriora y se hace inútil. Sea por un defecto físico, funcional o de
su sentido, los objetos caen en des-uso entrando así en un espacio liminar entre el
uso y el desecho, del cual pueden ser llevados al cuarto útil o ser tirados para ser
reemplazados.
Desecho
Abraham Moles observó como, una característica del objeto industrial era el hecho
de ser siempre destruible y reemplazable por otro nuevo. Esta es una diferencia
radical del objeto de nuestra época con el de otros tiempos, que a su vez deja
entrever los rasgos esenciales de la cultura material en la sociedad de consumo:
antes los objetos estaban pensados y hechos para pasar de generación en
generación, cuando menos para durar toda una vida, eran en si mismos mitificados
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a través del uso; sus ciclos de vida eran muy largos respecto a los objetos de ahora
que están pensados y hechos para durar muy poco tiempo antes de ser
desechados, hoy se des-mitifican en el uso, pues no es tanto el objeto lo que
adquiere ése sentido mágico sino el momento en el que se compra, es ése
momento el que se quiere revivir, y para esto es necesario desechar.
El desecho comienza por el desuso del objeto, y éste se puede producir por varios
motivos: los primeros referente a su dimensión estructural consisten en defectos
físicos o averías sobre la superficie o sobre su interior: una fractura, una contusión
o un desajuste entre las partes; pero también la obsolescencia de su forma y
apariencia respecto a los patrones formales de un momento pueden llevarlo a una
perdida de sentido y con esto al fenómeno de la obsolescencia psicológica15, esta
perdida de sentido, representada en el desgaste comunicativo y en la incapacidad
del objeto usado para significar puede ser también motivo para que sea tirado, y
ante esta instancia no hay ninguna esperanza de vida, más que la del
redescubrimiento del mismo como antigüedad o reliquia. Otro motivo relacionado
esta vez con su dimensión funcional puede ser la disfunción del objeto, en estos
casos, aunque el objeto puede ser revalorizado por medio de reparaciones, como
apunta Richard Fryers16, el costo del mantenimiento puede llegar a ser igual o más
costoso que el objeto nuevo, convirtiéndose así, ante la más mínima disfunción en
un objeto desechable.
Gran cantidad de aquellos objetos que desde el principio de su vida se consideran terminales se encuentran en
el campo de los empaques, envases, frascos y todo tipo de envoltorios. A pesar de su carácter desechable la
gran mayoría de estos objetos son implementados luego en otras tareas que dan –modestamente- continuidad
a su función.
Antes de morir y de ser convertido en basura los objetos puede pasar por varias
etapas, entre el desuso y el desecho está algo comparable con el purgatorio de los
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objetos, una etapa oscura en la que todavía no es claro que sucederá con ellos, y
donde pueden ser sometidos a diferentes intervenciones que van: desde la
reparación, y otros intentos por hacer que vuelva felizmente a la vida para ser
usado de nuevo, hasta su reutilización en la fabricación de nuevos objetos. Dentro
de éstas formas de reaparición del objeto desechado cabe la pena destacar las
formas de revalorización funcional: como el reuso de objetos tirados por alguna
persona y recuperados por otra, así como la segunda vida que se le da a las
mercancías terminales como empaques y envases; también las formas de
revalorización estructural, entre las cuales se destaca el reciclaje como la
recuperación de los componentes estructurales del objeto para ser procesados y
convertidos en materia prima de otros nuevos, y la reutilización, que consiste en la
desmembración del objeto desechado para obtener de él piezas y partes que pasan
a ser componentes de un nuevo objeto hecho con sobras y restos; así mismo las
formas de revalorización comunicativa pueden hacer que aquellos objetos que se
redescubren como piezas de museo, figuras sagradas o reliquias, provengan
directamente de la basura; por ultimo vale destacar las formas de revalorización
mercantil, en la que los objetos desechados son re-mercantilizados y puestos en
venta, cerrando así un ciclo de vida que parece eterno. Cada una de las formas de
revalorización que permiten que los objetos reaparezcan, demuestran que las
personas siempre buscan la manera de extender sus ciclos de vida, de hacer que
duren más, tratando de posponer para después el momento la fase terminal y el del
desecho.
En su fase terminal muchos objetos pueden ver revalorizadas cada una de sus dimensiones, volviendo de
este modo a la vida. Los procesos de revalorización y las diferentes tipologías de objetos que se configuran
a través de éstas son los que hemos de llamar reapariciones, entre las cuales se destacan las remercantilizaciones, el reciclaje, la reparación, la recarga, el reuso y la reutilización; cada una definida a
partir de la conjugación de las diferentes revalorizaciones de cada dimensión. En los ejemplos que
mostramos destacamos la facilidad que presentan algunos objetos como un frasco de café, una llanta, un
envase de gaseosa, o un balde, para contener una planta, y encontrar una segunda vida a través de esta
función.
Desechar como tal es muy distinto y no tan agradable ni tan gratificante como
adquirir o usar. Este momento no tiene la solemnidad ni el carácter festivo y ritual
de la compra, en realidad no se celebra nada cuando se desecha, pudiendo llegar a
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ser un ritual tedioso (sacar la basura, tirarla por el shoot, reponer la bolsa del
contenedor), asociado a momentos de transición en los que las personas para
cambiar su vida renuevan sus cosas. Por otro lado, cuando se desecha ya no se
ama el objeto, y éste puede llegar a producir –igual que la basura- asco.
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Referencias
1
Zigmut Bauman. Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Pág. 43
Néstor Garcia C. Consumidores y ciudadanos. Editorial Grijalbo. México. 1995
3
Michel de Certeau. La invención de lo cotidiano. 1 Artes de hacer. Pág. XLLII
4
Klaus Roth. Material Cultura and Intercultural Communication.
5
Edward T. Hall. Silent Language. Garden City, New York. 1959.
6
Andre Leroi-Gourhan. El gesto y la palabra. Pág. 93
7
José Luis Pardo. Las formas de la exterioridad. Págs. 16 y 17.
8
Alison Blunt. Cultural Geogrphy: cultural geographies of home. Progress in Human
Geography 29, 4 (2005) Pág. 506
9
Abraham Moles. Teoría de los objetos. Pág. 102
10
Arjun Appadurai. Introducción: Las mercancias y las politicas del valor. En: La vida social
de las cosas. Pág. 34-35
11
Andrew Skuse. Enlivened Objects. The Social Life, Death and Rebirth of Radio as
Commodity in Afganistán. Journal of Material Culture. Vol. 10 N° 2 Págs. 123-137
12
Arjun Appadurai. Introducción: Las mercancias y las politicas del valor. En: La vida social
de las cosas. Pág. 76
13
Manuel Delgado. La magia. Montesinos Editor S.A. Barcelona. 1992 Pág. 88
14
Abraham Moles. Teoría de los objetos. Pág. 94
15
Abraham Moles. Teoría de los objetos. Pág. 101
16
Richard Fry. This Product Will Self Destruct in 5 Seconds: A celebration of trash.
2
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-4ESTUDIOS DE LA CULTURA MATERIAL
El retorno a la cultura material... en esta era post-estrucutural y postprocesual corresponde, en mi parecer, a un movimiento de lo distante a lo
inmediato, de lo abstracto a lo concreto, y más que cualquier cosa, a un
movimiento desde la fría elegancia del cerebro, a la calurosa pasión de la
mano.
Reynolds, Barrie and Margaret A. Stott. “Material Anthropology:
Contemporary Approaches to Material Culture” 1987.
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Análisis “morfológico” y “biográfico”
Se ha hablado ya ampliamente –en los capítulos precedentes- acerca de lo “qué es” y
“qué estudia” la estética del consumo; también de la cultura material y del consumo
como su puesta en práctica. Falta por ahora responder a la pregunta sobre cómo
convertir este marco conceptual en una metodología (un conjunto de procedimiento
llevados a través de técnicas e instrumentos) para estudiar los objetos (definir un
¿cómo estudiar? Los objetos), más precisamente sus puestas en práctica y las
diversas formas de relación entre estos y las personas. Para esto plantearemos dos
modelos de análisis, el primero está basado en las dimensiones del objeto (estructural,
comunicativa y funcional) y nos permitirá reconocer a través de su morfología como la
cultura –los hábitos colectivos e individuales de las personas- se materializan en ellos;
y un segundo modelo, que basado en las fases del objeto a lo largo de los momentos
del consumo (adquisición, uso, desecho) permitirá comprender las formas de
apropiación que el objeto sufre al pasar de una fase a la otra y conocer así su biografía.
Análisis morfológico
El primer modelo de análisis propone estudiar los objetos desde su morfología, para
reconocer a través de cada una de sus dimensiones, las categorías culturales que
cada uno cristaliza, y cómo cada individuo pone en práctica la información cultural que
cada objeto contiene. Aquí más que las dimensiones del objeto producido y las formas
de materialización de la cultura en cada una de ellas, interesa conocer el objeto
consumido y éste es solamente reconocible a través de las apropiaciones que las
personas hacen de cada una de las dimensiones culturales a través de las
transformaciones físicas (apropiaciones estructurales), las redefiniciones de las
funciones (apropiaciones funcionales) y las resemantizaciones de su sentido
(apropiaciones comunicativas).
Para formular este modelo analítico partimos de las apreciaciones de Andre LeroiGourhan sobre la forma de un útil, en las que aclara que en la morfología de los
objetos intervienen tres valores: la función mecánica ideal, las soluciones materiales de
aproximación funcional según el estadio técnico, y el estilo propio de la figuración
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étnica.1 Es claro por ahora que a cada uno de estos valores de la forma de un objeto
hemos hecho corresponder una dimensión de la siguiente manera:
VALOR
DIMENSIÓN
Función mecánica ideal
Funcional
Soluciones materiales según estadio técnico
Estructural
Estilo de la figuración étnica
Comunicativa
Tabla N° 1. Valores de la cultura que se materializan en las dimensiones del objeto.
Es desde las dimensiones generadas a partir de los valores articulados en un objeto,
que proponemos realizar un estudio de las formas de interpretación cultural desde las
apropiaciones de sus representaciones materiales, es decir desde lo inesencial de los
objetos y sus puestas en práctica, o dicho de otro modo, desde las maneras en que
estos como “lenguaje” son “hablados”. Esto debe quedar claro para comprender que en
el marco de la estética del consumo no interesa tanto conocer las formas de
materialización de la cultura oficial, sino más bien como esa cultura es apropiada a
través del objeto y modificada a través de las transformaciones, redefiniciones y
resemantizaciones de su estructura, su función y su comunicación.
Para convertir cada una de estas dimensiones conceptuales en instrumentos de
análisis y proceder así a construir un modelo analítico, es necesario convertir cada una
de ellas en un conjunto de interrogantes que permitan preguntarse por los objetos,
develando en ellos cada uno de los hábitos, saberes y sensibilidades que materializan.
Para tal motivo se ha formulado para cada dimensión dos preguntas que permiten
realizar ese análisis morfológico del objeto desde cada una de ellas.
DIMENSIÓN
REFERENCIA
ESTRUCTURAL
Materiales y componentes
Determina: lo qué el objeto es. Procesos de fabricación
Tabla N° 2. Análisis morfológico de la dimensión estructural.
PREGUNTAS
¿De qué está hecho?
¿Cómo fue fabricado?
Como se aclaro en el análisis que se realizó sobre cada una de las dimensiones del
objeto y su relatividad respecto al momento de la producción y al del consumo; lo qué
un objeto es (de lo qué está hecho y según cómo fue elaborado), no está determinado
solamente por procesos de fabricación físicos ni por materialidades particulares, sino
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que además de esto, esa identidad puede determinarse por reinterpretaciones
funcionales (redefiniciones) o por la generación de nuevos sentidos (resemantizaciones)
en esa materialidad, y sabemos también que lo qué un objeto es, o el cómo se
presenta a nuestros sentidos puede variar mucho, según las transformaciones físicas
que sufra su estructura al ser puesto en práctica, y son precisamente estas formas de
apropiación las que interesan al análisis estructural de un objeto consumido, las que a
través de saberes técnicos populares modifican su forma agregando o eliminando
elementos o diferentes materiales que alteran por completo su estructura, y con esto
posiblemente su función y su sentido.
DIMENSIÓN
REFERENCIA
FUNCIONAL
Función que cumple
Determina: lo qué se hace
Modo de operación
con el objeto.
Tabla N° 3. Análisis morfológico de la dimensión funcional.
PREGUNTAS
¿Para qué sirve?
¿Cómo funciona?
De esta dimensión –al igual que de la estructural- no importa tanto reconocer las
funciones originales del objeto cuando fue producido y a las que hemos llamado
funciones primarias, sino ante todo esas funciones adquiridas y usos encontrados
mientras es puesto en práctica y las que hemos llamado funciones secundarias (y por
las cuales Baudrillard –como se ha mostrado en el primer capitulo de este trabajo- se
había ya preguntado). Interesa en este sentido reconocer como las apropiaciones
funcionales, logran redefinir el objeto desde “lo qué con él se hace” convirtiéndolo
literalmente en otra cosa al variar las actividades que con él se realizan. También surge
como inquietud del análisis funcional, los modos de operación del objeto (de relación
física y mental) que contradicen el manual de uso y las instrucciones, así como los que
en ocasiones –en objetos re-semantizados por ejemplo- parecen ilógicos (como los
modos de operación de un amuleto).
DIMENSIÓN
REFERENCIA
COMUNICATIVA
Significados
que
se
le
Determina: lo qué se siente
atribuyen
por el objeto.
Formas de valoración
Tabla N° 4. Análisis morfológico de la dimensión comunicativa.
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PREGUNTAS
¿Qué significa?
¿Qué se siente por él?
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Desde el punto de vista comunicativo interesa ver como el significado otorgado por el
discurso publicitario al objeto en su fase mercantil, se ve modificado al entrar en uso,
adquiriendo otros nuevos, que son más personales que colectivos, pudiendo convertir
ése significado original del objeto en diferentes formas de mediación entre éste y las
personas (un vinculo), o entre éste y el tiempo (un recuerdo), o bien como un
diferenciador social (de clase, estatus, o género). Cambiando también con esto las
formas en que el objeto es apreciado y valorado estéticamente, para convertirse en
obra de arte, en objeto sacro o incluso en parte representativa de alguien. Desde el
análisis comunicativo podemos ver como eso que se siente por los objetos cambia en
cada una de sus instancias, y con ello las formas de valoración.
Finalmente para concretar este modelo de análisis en un instrumento, se ha construido
una “Ficha de análisis morfológico” que funciona como guía para la recolección de los
datos referentes a cada dimensión del objeto, y que se anexa a continuación.
DIMENSIÓN
Estructural
ADAPTACIÓN
Transformaciones
MANIFESTACIÓN
¿Qué partes o componentes se anexan o extirpan de la
estructura?
¿Qué procesos o saberes técnicos son necesarios para
anexar o extirpar partes?
Funcional
¿Qué funciones se agregan o eliminan por medio de
Redefiniciones
nuevas formas de implementación?
¿Qué nuevos modos de operación (manipulación, postura,
conocimiento) son necesarios para que funciones?
Comunicativa
Resemantizaciones ¿Qué procesos y saberes conceptuales son necesarios
para dar un nuevo significado al objeto?
¿Qué sentimientos, emociones y afectos diferentes a los
culturales refleja?
Tabla N° 5. Dimensiones del objeto y formas de apropiación.
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Anexo N°1. Análisis morfológico
ESTÉTICAS DEL CONSUMO
configuraciones de lacultura material
ANÁLISIS
MORFOLÓGICO
Esta entrevista tiene por objetivo conocer tres aspectos de un objeto: su forma, su función y su
significado para comprender a través de él rasgos culturales. Si usted lo desea el origen la
información puede permanecer en la confidencialidad.
FUENTE DE LOS DATOS
LUGAR
Complementar con fotografías del entorno en el que está el objeto.
Zona de la ciudad
Barrio
Entorno (público/privado)
Dirección
IDENTIFICACIÓN
Complementar si es posible con una fotografía cuerpo entero de la persona.
Nombre
Género
Año de nacimiento
Ocupación
Nivel de estudio
Relación con el objeto
DATOS GENERALES DEL OBJETO
Complementar con fotografía del objeto
Nombre
Tipología
Dimensiones
Composición
Valor comercial
Ubicación
Fase actual (mercantil-útil-terminal)
Pregunta inicial
Si el entrevistador tiene el suficiente conocimiento sobre el tema, él mismo podrá seleccionar el
objeto que se analizará. De lo contrario deberá indagar por objetos que se destaquen por alguno
o varios de los siguientes aspectos:
Estructural: intervenciones formales, reparaciones evidentes, adición o sustracción de partes y
otros elementos (con fines prácticos o decorativos), huellas del deterioro
Funcional: funciones secundarias, disfunciones, sin ningún uso, fuera del entorno original,
trasgresiones tipológicas.
Comunicativo: colocación especial (exhibido, adorado, escondido), elementos decorativos,
sentido religioso.
La categoría estructural, funcional o comunicativa corresponde a una nueva tipología del objeto
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de acuerdo a las apropiaciones a las que haya sido sometido.
ANÁLISIS MORFOLÓGICO
MORFOLOGÍA ESTRUCTURAL
¿CÓMO ES EL OBJETO?
1. ¿De qué está hecho el objeto?
Materiales predominantes. Maneras de ser percibido. Apariencia general.
2. ¿Cómo está hecho el objeto?
Procesos de fabricación. Ensambles. Partes que lo componen
3. ¿Qué cambios ha sufrido su forma?
Causas. Causantes. Efectos. Elementos. Procesos. Materiales.
Cambios en la forma. Modificaciones involuntarias (desgaste, accidentes) y voluntarias (prótesis,
amputaciones).
4. Categoría estructural.
MORFOLOGÍA FUNCIONAL
¿QUÉ SE HACE CON EL OBJETO?
1. ¿Qué función principal cumple el objeto?
Para que sirve. Funciones que presta. Mecanismos.
2. ¿Cómo se hace funcionar el objeto?
Operación del objeto. Secuencias de uso. Manipulación. Posturas.
3. ¿Qué cambios ha sufrido su función?
Causas. Causantes. Efectos. Funciones. Operaciones.
Nuevas funciones. Desaparición de la función. Nuevas maneras de hacer funcionar.
4. Categoría funcional.
MORFOLOGÍA COMUNICATIVA
¿QUÉ SE SIENTE POR EL OBJETO?
1. ¿Qué significados culturales se asocian al objeto?
Ideas mentales asociadas. Marca, status, estilo de vida.
2. ¿Qué siente la gente por el objeto?
Valoración estética (agradable, desagradable / bello, feo)
3. ¿Qué sentido especial o diferente al original ha tenido el objeto?
Causas. Causantes. Efectos. Sentidos.
Nuevos significados. Sentimientos personales o colectivos vinculado a él. Nuevas formas de
valoración.
4. Categoría comunicativa.
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Análisis biográfico
“Entre los suku de zaire, la expectativa vital de una choza es de diez años. La
biografía típica empieza con su ocupación por parte de una pareja o, en el caso
de las poligamias, por parte de una esposa con sus hijos. Una vez que la choza
envejece, se transforma sucesivamente en casa de huéspedes, hogar de
alguna viuda, refugio para adolescentes, cocina y, por último, cobertizo para las
cabras o las gallinas; al final las termitas resultan victoriosas y la estructura se
derrumba. El estado físico de la choza corresponde a un uso específico”.
Igor Kopytoff. La biografía cultural de las cosas: la mercantilización como
proceso.
Si el análisis morfológico permite un análisis estático de los objetos y de cada una de
sus dimensiones en un momento dado, se hace necesario desarrollar otro modelo de
análisis que permita comprender cómo, en el proceso de su puesta en práctica, el
objeto pasa de un estado a otro por medio de las apropiaciones a las que es sometido,
y éste es el tipo de análisis que se propone a través del modelo biográfico. Si el
primero se centra en un momento particular, en un estado o una instancia del objeto, el
segundo hace énfasis en un proceso y en las transiciones que marcan el paso de un
estado al otro.
Para entender el análisis biográfico es necesario partir del fenómeno de la
humanización de los objetos, que consiste en atribuir a estos rasgos y atributos de
naturaleza humana, no necesariamente físicos sino también simbólicos. En sentido
estricto, una biografía es la historia de vida de una persona2, por lo que el análisis
biográfico parte del hecho de que los objetos a su paso por las diferentes fases de su
consumo van formando una vida que es documentable a través de las personas que
han sido sus propietarios, así como a través de otros recursos dentro de los que se
destacan los álbumes fotográficos. Como lo plantea Koppytof "Las sociedades
restringen a ambos mundos (el de las cosas y de las personas) de forma similar y
simultanea, motivo por el cual construyen objetos del mismo modo que construyen
individuos 3 ". Desde éste sentido, resulta lógico pensar que ellos, al igual que las
personas, tienen una biografía, es decir una historia que relata su vida.
El análisis biográfico, tal y como lo propone Koppytof, se centra en hacer evidentes las
formas de singularización que tiene o puede llegar a tener un objeto a lo largo de su
vida y del paso por cada una de sus fases. Para esto parte del hecho que un objeto
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que es considerado una mercancía puede serlo en un momento y en otro no, o ser
considerado por alguien como mercancía pero no por otra persona. Desde esta
perspectiva y en relación a los momentos que hemos establecido previamente para
estudiar el ciclo del consumo (y a la vez las formas de relación ser-objeto), hemos
propuesto para cada objeto tres fases, que corresponden a cada uno de los momentos
del ciclo del consumo: la primera una fase mercantil, correspondiente al momento en
que el objeto es una mercancía (lo que quiere decir que está determinado por
intercambiabilidad económica 4 ) y que desde la relación ser-objeto corresponde al
momento de la adquisición; una segunda fase denominada utilitaria, correspondiente al
momento en que el objeto resulta útil (física o simbólicamente) para hacer algo con él,
y que hemos hecho coincidir con el momento del uso; y por ultimo una fase terminal,
que corresponde al momento del desecho. Lo interesante del objeto es que su vida no
se agota en la fase terminal, por el contrario en esta etapa puede volver a ser útil e
incluso una mercancía con un valor comercial que puede ser más elevado que el
original. Cabe anotar, que por tal motivo, en esta última fase hemos ubicado lo
concerniente al fenómeno de las reapariciones5 mencionado en el capitulo anterior; ha
sido ubicado dentro de la fase terminal, y por esto dentro de las estéticas del desecho,
porque aunque las reapariciones representen una revaloración funcional o mercantil
del objeto desechado, éste no deja por esto de ser un desecho (continua siéndolo así
funciones o este a la venta), y a esto se refiere precisamente el concepto de
reaparición: a la de un objeto que vuelve a ser puesto en práctica luego de haber sido
desecho.
Como se ha aclarado con anterioridad, del análisis biográfico no importa tanto el
estado o fase en la que se encuentre el objeto (asunto más bien del análisis
morfológico) sino cuál fue el proceso que lo llevo allí.
Como apunta Koppytof, al elaborar la biografía de una cosa se formulan preguntas
similares a aquéllas relacionadas con las personas desde la perspectiva sociológica:
¿Cómo ha cambiado el uso de la cosa de acuerdo a su edad, y qué sucederá cuando
llegue al final de su vida útil? ¿Cuáles son las posibilidades biográficas inherentes a su
"estatus", periodo y cultura, y como se realizan tales posibilidades? ¿Cuál ha sido su
carrera hasta ahora, y cuál es, de acuerdo con la gente, su trayectoria ideal? ¿De
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dónde proviene la cosa y quién la hizo? ¿Cuáles son las "edades" o periodos
reconocidos en la "vida" de la cosa, y cuáles son los indicadores culturales de estos?6
Para tal efecto –en la construcción del modelo de análisis biográfico- se han definido
tres tipos de preguntas: las primeras referidas a los modos de adquisición, no solo las
que se refieren al intercambio mercantil, sino también las que representan las
diferentes formas de adquisición e intercambio no monetario; el segundo grupo de
interrogantes, está referido a los modos de uso, haciendo énfasis en las formas de
singularización del objeto; y el tercer grupo reúne las preguntas que conciernen a la
fase terminal del objeto, a su expectativa vital y las formas de reaparición que presenta.
Estas preguntas necesitan obviamente de un interlocutor que hable por el objeto, por lo
que están formuladas a manera de entrevista, y para las cuales se propone la siguiente
guía que se anexa a continuación.
MOMENTO DEL
CONSUMO
FASE DEL
OBJETO
DEFINICIÓN
Se llega a esta fase o estado a través de
procesos de mercantilización o reADQUISICIÓN
Mercantil
mercantilización, que se caracterizan por
definir el objeto desde un valor comercial y
de intercambio.
Los objetos entran en esta fase o estado
mientras son útiles para hacer algo con ellos
o para pensar algo de ellos, se caracterizan
por ser útiles para algo, ya sea una utilidad
USO
Útil
práctica o simbólica, activa o pasiva. En esta
fase la utilidad puede cambiar, verse
intensificada o atenuada y los objetos
permanecen en ella mientras no sean
mercantilizados o desechados.
Esta fase o estado lleva al objeto a un
estado de inutilidad y de carencia de valor
para el intercambio. No representa
DESECHO
Terminal
necesariamente el final de la vida del objeto,
desde aquí puede volver a ser mercantilizado
o recobrar su utilidad original o una nueva.
Tabla N° 3. Momentos del consumo y fases del objeto.
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Anexo N°2. Análisis biográfico
ESTÉTICAS DEL CONSUMO
configuraciones de lacultura material
ANÁLISIS
BIOGRÁFICO
Esta entrevista tiene por objetivo conocer la historia de un objeto y como los usos, el significado
y su forma cambiaron la forma de relacionarse física y mentalmente con él. La información
consignada será utilizada con el fin de comprender aspectos culturales a través de él; si usted lo
desea el origen la información puede permanecer en la confidencialidad.
FUENTE DE LOS DATOS
LUGAR
Complementar con fotografías de la fachada y/o del diseño arquitectónico de la vivienda
Zona de la ciudad
Barrio
Casa / Apartamento
Dirección
Estrato socioeconómico
Número de habitantes
Relación entre ellos
IDENTIFICACIÓN
Complementar si es posible con una fotografía cuerpo entero de la persona.
Nombre
Género
Año de nacimiento
Ocupación
Nivel de estudio
Relación con el objeto
Primeras preguntas
Tiempo que lleva habitando la vivienda
Relación con los vecinos
Sentido de pertenencia al barrio
Expectativas sobre la permanencia en la vivienda
Introducción
Sin importar el hecho de que se use o no, de que sea nuevo o viejo, de que esté a la vista o
guardado, ¿cuál de los objetos de su casa considera usted que tenga un sentido especial por la
historia que tiene, o por representar aspectos importantes de su pasado, su presente, su
personalidad?
DATOS GENERALES DEL OBJETO
Nombre
Tipología
Dimensiones
Composición
Complementar con fotografía del objeto
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FASE MERCANTIL Y FORMAS DE ADQUISICIÓN
¿Cómo adquirió el objeto?
Descripción de la situación. Recuerdos particulares del día o del momento.
¿Cuándo lo adquirió?
Fecha. Momento. Fase personal.
¿Dónde lo adquirió?
Ciudad. Punto de venta. Lugar.
¿Por qué lo adquirió?
Finalidad de la adquisición. Finalidad. Motivaciones. Necesidad y/o deseo.
¿Cuánto le costo?
Valor comercial. Dificultades para conseguirlo.
¿Le pareció caro, barato o un “precio” justo?
(El concepto de “precio” es relativo, puede referirse al elemento intercambiado)
Forma de valoración original.
¿Qué precio tendría ahora si lo fuera a vender?
(El concepto de precio puede relacionarse al elemento por el cual se intercambiaría). Forma de
valoración actual. Posibilidad de mercantilización. Destino próximo.
¿Lo qué esperaba del objeto se cumplió?
Expectativas. Afectos y desafectos.
¿Adquirió otros objetos con él?
Relación de los otros con éste.
¿De quién(es) es el objeto en este momento?
Comprador. Propietario. Usuario. Decisiones sobre el objeto
FASE ÚTIL Y FORMAS DE USO
¿Recuerda la primera vez que lo uso?
Descubrimiento. Ocasión de uso.
¿Cada cuánto usa este objeto?
Frecuencias. Intervalos de tiempo.
¿Qué usos diferentes le da al objeto? ¿Ha cambiado de función alguna vez?
Redefiniciones funcionales.
¿Qué le gusta y qué le disgusta de este objeto?
Valoración estética. Formas de percepción.
¿Cómo se refiere a él?
Humanización. Nombre del objeto.
¿Qué o a quién le recuerda este objeto?
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Vínculos pasado – presente. Recordación
¿Tiene algún significado para usted? ¿Qué siente por el objeto? Resemantización.
Referentes. Ideas asociadas. Sentimientos. Conceptos.
¿Tiene alguna marca física o una señal con la que lo reconoce?
Marcas del uso. Identificación por personalización o decoración.
¿Quién(es) más lo usan?
Personas entre las que media.
¿Cuál es el puesto del objeto?
Estructura de colocación: exhibido – escondido. Objetos cercanos y lejanos. Coherencia con la
tipología. Lugar de permanencia.
FASE TERMINAL Y FORMAS DE DESECHO
¿Cómo lo cuida o qué mantenimiento requiere?
Limpieza. Mantenimiento.
¿Cuánto tiempo más espera o piensa que lo tendrá?
Expectativa de vida.
¿Tiene alguna avería física o funcional?
Daños no reparados. Disfunciones. Gravedad. Causas/causantes.
¿Ha sufrido alguna reparación? ¿A causa de qué?
Fecha. Motivos.
¿Quién y dónde lo repararon, cuánto costo?
Relación con el lugar/persona. Satisfacción con el trabajo.
¿Cuál es el futuro inmediato del objeto?
Especificar la etapa en la que está. Planes a corto y mediano plazo.
¿Tendría algún motivo para conservarlo aún cuando no tenga ninguna utilidad?
Conservación en desuso. Remercantilización. Recuerdo.
¿Cuál piensa que será el fin de este objeto?
Determinantes del final de su vida. Causas que lo generaría.
¿Cómo sería su eliminación y disposición final?
Modo de eliminación.
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Referencias
1
Andre Leroi-Gourhan. El gesto y la palabra. Pág. 300
Carmen Ascanio. Biografía etnográfica. En: Etnografía. Metodología cualitativa en la
investigación sociocultural. Pág. 209. Editado por Angel Aguirre Baztan.
3
, Igor Koppitof. La biografía cultural de las cosas: la mercantilización como proceso. En: La vida
social de las cosas.
4
Arjun Appadurai. Introducción: las mercancías y las políticas de valor. En: La vida social de las
cosas.
5
Juan Diego Sanín. Reapariciones. Revista Iconofacto. Universidad Pontificia Bolivariana.
Vol.1 N° 2.
6
Igor Koppitof. La biografía cultural de las cosas: la mercantilización como proceso. En: La vida
social de las cosas.Pág. 92
2
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Maestría en Estética
-5ESTÉTICAS DEL CONSUMO
A través de los capítulos precedentes se ha construido un marco teórico sobre los
conceptos de cultura material y de consumo, así como también un marco metodológico
que, basado en modelos de análisis morfológicos y biográficos permitirá realizar
estudios sobre la cultura material, y particularmente sobre sus puestas en práctica.
Esta construcción teórica y metodológica se ha realizado con el fin de crear un
contexto lógico desde el cual responder a la pregunta que se ha planteado desde un
principio, sobre la manera en qué los objetos son vividos.
Ha llegado ahora el momento de proceder a responder la pregunta, ya no desde una
teoría ni de una metodología, sino desde la articulación de estos dos elementos en un
trabajo de campo que indague sobre lo que sucede con los objetos mientras son
consumidos: mientras son adquiridos, usados y llevados a su fase terminal, haciendo
un énfasis particular en las formas de apropiación a las que son sometidos para ser
transformados, redefinidos y resemantizados, convirtiéndose así en otros objetos, no
en los objetos construidos sino en los objetos vividos.
El estudio que se presenta a continuación constituye un ejercicio etnográfico en el cual
se analizaron objetos de diferentes personas que funcionaron como interlocutores de la
historia del objeto. A partir de la fase en que fue encontrado el objeto (mercantil,
utilitaria, terminal) y de las apropiaciones que había sufrido en cada una de sus
dimensiones se creó una clasificación de diversas tipologías, que corresponden cada
una, de forma abstracta, a diferentes tipos de objetos. Cada objeto fue analizado desde
sus tres dimensiones, tocando en ocasiones aspectos de su biografía, y a partir de este
análisis fueron clasificados en los diferentes grupos. Cada uno de estos grupos
constituye un registro de las estéticas del consumo.
Como vimos anteriormente el consumo, lejos de ser un proceso lineal, se presenta
como un ciclo, en el que los objetos van y vienen de una fase a otra, a veces de
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manera ordenada pero otras veces no. Esto hace que algunos objetos pertenezcan a
varias tipologías, por que pueden presentarse en dos fases simultáneamente, o por
representar formas de apropiación similares pero en diferentes contextos. Así mismo
se debe advertir que esta clasificación no es la única, y que tampoco está completa, es
obvio que en la medida que el análisis avance y que las herramientas teóricas y
metodológicas se fortalezcan irán apareciendo muchos más, que incluso pueden
reordenar las tipologías que se han establecido. Lo interesante de este ejercicio no es
tanto mostrar un resultado, como demostrar la posibilidad que existe de estudiar la
cultura desde la manera en que los objetos son llevados a la práctica, puesto que en
esas puestas en práctica es donde se hacen visibles aspectos que de otro modo no lo
serían.
En las páginas que se presentan a continuación se espera dar respuesta –al menos en
parte- a la pregunta de cómo es qué los objetos son vividos.
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-5.1ESTÉTICAS DE LA ADQUISICIÓN
“…la tienda es una pared sociológica repleta de objetos. El ser refleja aquí su imagen
mediante el acto de la elección, y el vendedor mediante el acto de la presentación.”
“…ofrece objetos en masa, supuestamente <nuevos>, es decir, no utilizados,
esencialmente fuera de la esfera de la apropiación: los objetos, salvo en el sentido
jurídico y económico, no pertenecen todavía a nadie, ni siquiera al vendedor, que
quiere desembarazarse de ellos.”
A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 40
“Los caminos para llegar a la propia identidad, a ocupar un lugar en la sociedad
humana y vivir una vida que se reconozca como significativa exigen visitas diarias al
supermercado.”
Zigmunt Bauman. Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Pág. 48
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Adquirir
La adquisición es por lo general un momento muy corto, un suceso instantáneo de
tanta intensidad que puede convertirse en una experiencia memorable, en recuerdo
para toda la vida. A excepción de compras extraordinarias como una casa, un carro o
un electrodoméstico, la situación de compra no dura más de unos minutos.
Por la brevedad e intensidad de este acontecimiento, el comportamiento que tienen los
compradores, o las personas que adquieren objetos es casi inconsciente, y el cuerpo
funciona en este transcurso de tiempo como si estuviera sincronizado con toda una
serie de señales que aparecen en el entorno, y que funcionan como desencadenantes
de los recorridos físicos y visuales que debe realizar, y de cada una de las cadenas de
acción que debe ejecutar para cumplir su tarea. En los espacios destinados a comprar,
en algo así como los templos del consumo, las señales que guían la conducta de los
compradores consisten en diferentes intensidades lumínicas, en sonidos sintéticos (bip,
pin, sssssip) que se combinan con la musicalización del lugar (himnos, villancicos,
canciones de amor y música clásica), en sonrisas tenuemente fingidas, saludos
estandarizados, y toda serie de señales visuales que informan sobre precios,
descuentos, cantidades y atributos de los productos.
En estos lugares, ya sean privados o en el espacio público uno puede observar en el
comportamiento de las personas una sincronía comparable con la que describe Manuel
Delgado al hablar sobre el viandante, el transeúnte usuario del espacio público1. En los
lugares de la adquisición también se observan coreografías, conformadas en este caso
por enérgicos compradores que se mueven por el afán relativo que genera en ellos la
situación de compra y la satisfacción del deseo.
Los lugares para comprar, o los recintos ciudadanos de la era del consumo, son
escenario de las formas de vida urbana. Poco a poco éstos, junto a los sistemas de
transporte público y privado, se han convertido en los espacios públicos de la ciudad,
es decir, los lugares en los que la ciudadanía entra en contacto y se pone en escena,
son espacios que median entre la ciudad y sus habitantes, en ocasiones, más que la
misma calle.
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El hipermercado
El primer lugar en que se piensa en relación a la situación de compra es el
hipermercado: tiendas de gran formato, que ofrece una variada y extensa gama de
productos, servicios y experiencias (momentos memorables). Generalmente -a
diferencia de los países de donde es originario- los hipermercados latinoamericanos se
ubican en medio de zonas residenciales, ubicándose estratégicamente en lugares de
fácil acceso a través de medios de transporte masivo y particulares.
Desde su fachada, el hipermercado proyecta toda su identidad: las masas vehiculares, el ocio y la diversión,
el servicio, las promociones y el crédito. Al entrar al hipermercado el cuerpo y la mente se aíslan en todo
sentido del entorno. Almacén Exito. Bello – Antioquia.
Si se observan gráficos o fotografías de la ciudad de Medellín de un siglo atrás, se
observa cómo, respecto a la importancia en el espacio, la fábrica comienza a competir
e incluso a desplazar a la iglesia, tanto en términos de la construcción como en
relación a la importancia de cada una en la vida cotidiana. Si hoy en día se realiza éste
mismo ejercicio hará evidente, la cada vez más preponderante importancia que cobran
hipermercados y centros comerciales, no sólo en área de metros construida, sino sobre
todo en la capacidad que tiene para estructurar en torno suyo una reordenación del
espacio y de las dinámicas sociales: haciendo que la ciudad crezca hacia nuevas
zonas o que se densifique en otras, genera nuevas rutas de transporte o modifica las
existentes, se trama de tal manera en la vida de las personas que se convierte no sólo
en referente, sino en parte activa de lo que cada individuo concibe como su territorio.
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Maestría en Estética
En las áreas del parqueadero y
en cada una de las entradas el
hipermercado pone a disposición
de sus visitantes y
completamente gratuito el
servicio de canastillas gigantes
rodantes, en las que además de
transportar las mercancías
pueden llevar a los niños más
pequeños. Para los infantes que
apenas se inician en el mundo
de las tiendas por
departamentos el almacén ha
dispuesto otros carros más
pequeños que se ajustan mejor
a su medida.
La noción arquitectónica del hipermercado es la de una gran bodega, en lo posible
cuadrada, que presenta en una de sus caras una gran fachada, compuesta por lo
general por una gran valla o una torre que exhibe en gran tamaño su nombre,
permitiendo que se haga visible desde la distancia, convirtiéndose en lago así como un
faro que guía en su camino a los conductores. Para ellos además de este faro, el
hipermercado a dispuesto a sus alrededores miles de parqueaderos que prestan el
servicio gratuitamente, pero no se hacen responsables por la perdida o el daño de
objetos dejados dentro del automóvil. Una vez que se entra al hipermercado, incluso
desde el parqueadero todos sus comportamiento comienzan a ser grabados por las
cámaras de seguridad, todo lo que compre quedará codificado en el registro de las
tarjetas débito y crédito, y un patrón de sus pautas y preferencias de compra quedará
registrado a través del código de la tarjeta de puntos, un instrumento que a la vez que
anima a comprar se convierte en un registro estadístico y a la vez estético de la
sensibilidad de los compradores.
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! Bienvenido a casa!, es el mensaje escrito que emite el ícono de una cara feliz que se exhibe en la entrada.
Sobre un vidrio los diagramas tachados de un perro, de una cámara y de un cigarrillo, indican las restricciones
que impone el lugar a sus visitantes, a cambio de esto pueden comprar y llevar a casa todo lo que quieran.
Cualquier inquietud será atendida en el "centro de servicio al cliente", cualquier pregunta encontrará respuesta
en "información", las sugerencias se escriben en formularios que se depositan en buzones, los seres queridos
que se habían perdido se reúnen de nuevo regocijados en el "punto de encuentro".
La experiencia del hipermercado se caracteriza por ser multitemática, desde los más
primario y natural: frutas y verduras hechas por Dios, hasta las creaciones más
agnósticas y sofisticadas como flores de plástico. De uno a otro de los extremos que
componen este espectro las mercancías se ofrecen a sí mismas a través de todo tipo
de registros, señales, marcas y posturas, que emiten llamados de atención a los
“comprandantes”.
Una vez dentro -y luego de haber tomado un carrito- lo único que se deben hacer los compradores es dejarse
llevar por el recorrido serpeante de los pasillos. A su paso se exhibirá de principio a fin el mundo, convertido en
mercancía. Además de mercancías: productos y servicios, el hipermercado y sus grandes marcas ofrecen
experiencias: momentos memorables por los cuales la gente está dispuesta a pagar.
Por las características de la situación, los escenarios que configura en su interior el
hipermercado son por lo general demasiados transitorios para que las personas se
apropien de ellos y lo sientan como un territorio, están allí de paso, incluso nada de lo
que hay allí les pertenece. En estos sitios las personas se hacen anónimas y extrañas
entre sí, se convierten todos en extras de una función en la que su papel consiste en
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deambular por unos pasillos, por un recorrido que de algún modo ya es fijo. Las únicas
formas de apropiación del lugar son las del uso del espacio, unos usos que son
restringidos bajo normativas precisas, de ahí que las únicas marcas que el comprador
puede trazar sobre el espacio son las de su recorrido, complementadas a veces con
gestos inmóviles, sonrisas y miradas tenues.
Los plátanos verdes no se exhiben
en los racimos que vienen
originalmente, a diferencia de
esto, y para brindar mayor
comodidad se fragmentan en la
bodega en unidades de medida
menor.
Maniquís sin cabeza exhiben de
manera homogénea los colores
que uniformaran la apariencia de
las prendas de vestir para la
temporada.
Flores plásticas de diferentes
motivos se exhiben en la sección
hogar. Las flores naturales están
ubicadas con las frutas y verduras.
En su camino las mercancías se dividen al comprador en secciones que se segmentan
a través de modificaciones en las formas de exhibición y conservación que se hacen
necesarias para cada una. A cada sección se le asigna además de un nombre un
número, en los pasillos que la componen las estanterías, góndolas y refrigerados
exhiben avisos decorativos e informativos sobre la oferta. A cada mercancía se le
adhiere en su empaque un código de barras blancas y negras que contiene
información técnica de cada producto, de no ser posible -como en el caso de algunas
legumbres- el personal encargado de facturar tendrá que memorizar un número, o
recordarlo mirando para esto una tabla en la que hasta el vegetal más irregular se
estandariza para poder ser mercantilizado.
Un rasgo particular del hipermercado es la asepsia extrema que aparentan. Todo es
puesto ordenadamente: formando filas, agrupado por tipologías, ordenado por tamaños,
arrumado por formas, los elementos encajan unos con otros, sus formas son apilables,
modulan entre sí, todo ajusta y encaja, todo coincide, todo coordina. Desde la entrada
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a la salida todo es nuevo, nada ha sido usado, y el más mínimo rastro de suciedad
desaparece de inmediato cuando tras una voz femenina que anuncia: "artículo dos caja
21", aparece tras una cortina una trapiadora que limpia al ritmo que le imprime una
persona de uniforme azul claro, que desaparece sin dejar rastro en cuestión de
segundos por donde vino.
Las canastillas dejadas al paso de
los compradores por los pasillos
del almacén, junto con los
productos
abandonados
que
contienen son recogidos y puestos
de nuevo en orden: las canastillas
a los puntos donde se suministran
y los productos a sus respectivas
estanterías.
Canecas con tapas de cuatro
diferentes colores establecen las
normativas en cuanto a la
eliminación de desechos, de llegar
a
producirse
alguno
se
estandarizará tanto como cualquier
mercancía.
“Artículo dos” es el nombre con el
que se conoce a la trapeadora
dentro de los códigos lingüísticos
del hipermercado.
A pesar de que en estos lugares se desarrolla la mayor parte de la sociabilidad de los
ciudadanos contemporáneos. Los centros comerciales y los supermercados no dejan
de ser lugares de transito, sitios –como un corredor o una calle- concebidos para no
estar más que de paso, para pasar por ellos. De ahí que las formas de relación entre
las personas se desarrollen a través de los encuentros entrecortados que tienen en su
deambular por los pasillos mientras empujan un carrito o cargan una canasta.
Encuentros cuya duración es la aproximada a la de la selección de un producto: se
saluda y se conversa sobre la marcha, es difícil detener un cuerpo cuando viaja en
éxtasis.
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Una porción de cinco chorizos es
sometida a los patrones estéticos
del hipermercado para poder ser
comercializada dentro del recinto
del fruver. Se les ha marcado
como “chorizos de la casa”, se les
ha asignado un valor exacto según
su peso en gramos, tan preciso
que
resulta
inexacto
operativamente en el momento de
la transacción (4730 pesos), una
fecha
de
caducidad,
una
advertencia y un código de barras
complementan el proceso de
homogenización.
Ante la irregularidad de su forma
tanto individual como en conjunto,
las estrategias comerciales que se
encargan de dar marca a frutas
como el banano consisten en la
adhesión de un sticker que
nombra y codifica el producto,
haciendo que ingrese con honores
al universo mercantil.
Una bandeja de icopor y una
película
de
papel
vinelpel
bloquean el aroma del pescado
crudo para que no pueda ser
percibido por los dispositivos
olfativos del comprador, a cambio
de esto la transparencia del
envoltorio sumado a la intensidad
lumínica del entorno resaltan los
colores y las formas perfectas del
animal, aunque éstas varían
notablemente con la apariencia
que adquirirá a la hora de ser
comestible.
Por medio de los empaques y de su posición las mercancías generan deseo en los
compradores. A pesar de esto, muchos de ellos vienen ya decididos, motivados por
publicidades televisivas, radiales o impresas, en todos los casos masivas y presentes
en cada rincón de la ciudad.
Los productos en oferta son apilados formando pirámides y otras figuras geométricas que generan un
espectáculo estructural con las mercancías. Sobre formatos gráficos preestablecidos institucionalmente, se
escriben a mano, pero con una tipografía homogénea los precios que informan sobre el precio de los productos
en oferta.
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Una por una es seleccionada y puesta dentro del carro, en el interior de la canasta o
llevada en la mano hasta la caja registradora, donde luego un cordial saludo una por
una pasan por el lector infrarrojo que captura su precio, y también la identidad del
propietario de la tarjeta de puntos. El valor de la transacción aparece escrito en la
pantalla de la registradora con números compuestos por líneas verdes sobre un fondo
negro, en la pantalla del datáfono la frase "transacción exitosa" o "transacción
aprobada" dependiendo de si el pago se hace con débito o crédito, informa que la
adquisición finalizó, los objetos han sido desmercantilizados, están listos para entrar en
uso.
Además de estos gloriosos lugares, existen otros para comprar que no representan
tanto las formas de vida urbana como si las comunales, las que se dan cuando las
personas viven en comunidad. Lugares como una tienda de barrio, como una plaza de
mercado o un punto de venta callejera resultarían ser profanos comparados con los
templos del centro comercial o el hipermercado, sin embargo son esos lugares no
sagrados los que mejor definen la experiencia de compra de ciudades “en vía de
desarrollo”, y son éstos los que representan los rasgos culturales en que se reflejan los
modos de adquirir las mercancías.
En ellos la sociabilidad entre las personas se da a través de formas más calidas,
permitidas en parte por el contacto directo que se tiene con el vendedor e incluso con
las mercancías que muchas veces han sido ya desempacadas o vienen sin envoltorio,
éste hecho da lugar a las más diversas conversaciones y a diferentes matices,
intensidades y duraciones en las formas de relación.
En las tiendas de barrio, así como en las plazas de mercado se recrean formas de
sociabilidad campesina, que siguen vigentes luego de un centenario de la
modernización o industrialización de la ciudad. En estos lugares el desorden y la
informalidad dan pie a formas de relación social más emotivas, y por lo tanto a
maneras de comprar más espontáneas donde la normatividad del mercado desaparece:
cuentas que se pagan a fin de mes, descuentos, e incluso regalos son frecuentes en
este tipo de lugares.
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La plaza de mercado
Un escenario comercial de la cultura popular que prevalece en el tiempo, y convive con
las postmodernas tiendas de gran formato es la plaza de mercado. Espacio en el que
una oferta igual o incluso más amplia que la del hipermercado se pone en venta bajo
otros sistemas e ordenación. En la plaza las políticas del valor son otras y las estéticas
mercantiles contrastan con las del hipermercado.
Amontonados
de
manera
desordenada y amarrados con
cadenas y candados a una barra de
metal, los inmensos carros de la
plaza de mercado se ofrecen en
alquiler para los visitantes, quienes
además del servicio adquieren la
experticia compañía de su conductor.
En los comienzos del siglo XX, la Plaza de Cisneros marco la actividad comercial de la
ciudad de Medellín, estableciendo un flujo constante -apoyado en el Ferrocarril- de
entrada y salida de mercancías. Estas formas "primitivas" de comercialización, en las
que los bienes y servicios son puestos en venta a través de formas de presentación
espontánea e incluso primaria, sobreviven hoy en diferentes plazas de mercado.
Aunque con mermada importancia estos lugares estructuran todavía formas de
socialización comunal en el entorno urbano gracias a las formas de participación que
permiten a los ciudadanos.
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Al interior de la plaza de mercado
se puede acceder desde muchos
puntos y con pocas restricciones,
dando autonomía al comprador en
la manera que configura sus
recorridos.
Pasillos descubiertos que lucen
mojados en días de lluvia son
frecuentes en estos espacios
comerciales. No existe en estos
entornos un aislamiento radical del
entorno exterior, por lo que
siempre queda la sensación de
estar afuera y adentro al tiempo.
Por los pasillos de la plaza se
siente el bullicio que generan las
voces que promocionan
as
mercancías, mezcladas con las
preguntas y el constante recateo
de los compradores.
Aunque anteriormente la Plaza guardaba una similitud arquitectónica con la concepción
de palacio e incluso con la iglesia, hoy en día ésta, en comparación al supermercado,
sería vista como una construcción medieval, compuesta por pasillos oscuros, túneles,
puentes y escaleras.
Racimos de plátano verde son
descargados desde un automóvil
particular en horas de la mañana.
En el mismo momento y lugar en
que se descarga comienza a ser
comercializado.
El transporte interno de alimentos
se realiza por medio de rusticas
carretas de madera que llevan las
mercancías de un punto de venta a
otro entre guacales.
A diferencia de la gran variedad de
componentes que se pueden
encontrar en los desechos de un
hipermercado los de la plaza son
principalmente
orgánicos,
demostrando
la
naturaleza
primigenia de su oferta.
Las plazas de mercado que sobreviven mantienen su ubicación original, siendo
testigos de como las zonas residenciales o comerciales de la ciudad se transforman y
con esto sus visitantes y las formas de acceso. A diferencia del hipermercado a la
102
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plaza se llegó primero a pie y hoy en día por medio de los dispositivos de transporte
público.
Hecho con una
plantilla para
dibujar letras,
este aviso que
se ha
despegado en
uno de sus lados
informa sobre el
nombre y el
teléfono de un
local de plantas
mágicas y
medicinales: EL
BIENESTAR.
Sobre una
cartulina color
naranja que
cuelga del techo
se informa sobre
la disponibilidad
de un local en
arrendamiento,
se agrega el
nombre y la
ubicación (aquí)
de la persona
responsable por
la información.
El espacio periférico destinado a los parqueaderos, además de ser reducido se
convierte por lo general en zona de descargue, donde las mercancías hacen su ingreso
entre costales y guacales que son llevados en carretas o alzados al hombro, y también
se reúnen allí, las zonas de eliminación para todo tipo de desechos orgánicos.
La decoración general del lugar y
de cada punto de venta refleja
más que la promesa de marca del
local los rasgos estéticos de la
cultura popular, manifestados en
elementos
de
la
icnografía
religiosa de los habitantes de la
ciudad.
Una estatua de la Virgen María,
acompañada de dos ramos de
rosas no perennes, sacralizan una
carnicería
que
ofrece
sus
productos en la Plaza de Florez de
Medellín.
Personas de todos los estratos y
de diferentes edades circulan por
los corredores de la plaza
cargando
entre
canastas
o
costales los productos que han
comprado.
Comercialmente la plaza no impone ningún trayecto, ninguna forma de acceso, lo lineal
y premeditado del hipermercado se desdibuja y es reemplazado por flujos en forma de
rizoma. Los compradores una vez que acceden por alguna de las entradas más que
103
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iniciar un recorrido comienzan un paseo, cuyo trayecto y duración puede variar en cada
visita, dependiendo de las estaciones que se realicen o los inconvenientes que puedan
aparecer en el camino.
Las mercancías se distribuyen por pisos y secciones, cuyos límites y diferencias nunca
son del todo claros. La plaza es un laberinto sin solución premeditada, cada comprador
que la visita dibuja son su trayecto sobre el espacio nuevas posibilidades de recorridos
comerciales, el éxito que tenga en cuanto a la satisfacción de su demanda depende en
parte del conocimiento previo y de las destrezas desarrolladas en las anteriores
vivistas. Lo que en el hipermercado es evidente acá en la plaza tiene que ser
aprendido.
En la planta baja de la Plaza de Florez en el Centro de Medellín las verduras son exhibidas en los mismos
costales que se recogen en sus lugares de origen, algunas se reempacan en bolsas o se ofrecen de manera
individual. Como constante siempre carecen de marca, de información técnica o nutricional.
Los bienes y servicios que se ofertan no presentan los mismos niveles de
transformación e higienización que los del hipermercado, los vegetales aún conservan
las raíces y vienen envueltos en capaz de tierra, los pescados casi chapalean mojados
todavía de mar, las vacas y los cerdos entran aun completos sin ser cortados en las
porciones que los caracterizan. Las mercancías se exhiben sin empaque, muchas
veces sin divisiones entre ellas, casi nunca tienen marca, se presentan por el nombre
genérico del producto, o por el nombre de su fabricante. Sin envoltorios ni capaz
protectoras las mercancías de la plaza no mienten, son reales, afectan los sentidos.
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Las formas de comercialización e intercambio en la plaza de mercado implican la participación en diferentes
puntos de venta. En ellos el intercambio se realiza directamente con el vendedor, éste media entre el
comprador y la mercancía, generando formas de socialización espontánea y sin mucha etiqueta o cortesía.
No existen códigos ni precios estandarizados, no hay avisos que informen o decoren, de existir no podrían ser
vistos, el ruido, los gritos y silbidos, las voces y los rumores hacen las veces de estrategias promocionales.
En muchas plazas lo ya usado encuentra un lugar que le abre participación en el
mercado, por lo que las prendas de vestir y los zapatos están todavía sucios de la
última vez que fueron usados, muchos electrodomésticos han sido reparados, el
concepto, la apariencia y las formas de valoración de lo nuevo son diferentes.
Pares de zapatos ya usados por
alguien, y que han sido reparados
y lustrados se ofrecen a módicas
sumas en la sección de ropa
usada de la Plaza Minorista.
Medellín-Antioquia.
Carcazas metálicas de fogones de
gas que han sido descuartizados
para ser vendidos como repuestos
se exhiben con rastros de mugre y
oxidación sobre el piso de un
pasillo del Centro Comercial
Medellín.
Prendas de todos los estilos, de
diversas tallas y en distintos
estados de conservación se
exhiben dobladas dentro del
Cambalache, un local de ropa
usada que alude con su nombre a
las formas de comercialización
alternativa
que
tienen
a
disposición.
Luego de seleccionar alimentos, prendas de vestir o electrodomésticos se acuerda un
precio si es que antes no se ha definido. Las cosas, todas juntas van a una bolsa o un
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canasto, algunos de fique, otros de material sintético. De las transacciones que han
acontecido no queda registro alguno.
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La calle
La calle es un lugar propicio para adquirir todo tipo de bienes y servicios. Comprar de
paso, mientras se va de un lugar a otro, caminando, en medio del transporte público o
desde un vehículo son diferentes modos en los que se puede presentar esta opción.
Vistos en conjunto, los puntos de
venta callejeros de la calle
Alambra componen un Boulevard
Comercial al mejor estilo de la
cultura popular: abundancia y
saturación de la oferta, productos
que se debaten entre la ilegalidad
y la norma, entre lo original y la
copia, todas tácticas de los
consumidores.
Las ventas callejeras son un recuerdo vivo de los mercados de domingo que se
realizaban a principios del siglo XX en la Plaza Principal de la ciudad, donde las
mercancías -principalmente alimenticias- eran comercializadas en improvisados toldos
que recreaban un gran mercado. En estas formas primitivas de intercambio comercial
callejero, el consumo -como participación en la oferta del mercado- comenzó a
establecerse como una forma primordial de socialización, un ritual de participación
social colectiva, que a pesar de presentar rasgos rurales y comunales, se convirtió en
el tiempo, en la principal actividad directa e indirecta de cohesión social en los entornos
urbanos. Hoy en día las ventas callejeras son un rasgo propio y predominante de la
ciudad, de su espacio público y en general de los entornos urbanizados, más que un
ritual de cohesión y participación esta forma de comercio refleja en sus dinámicas y en
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las mismas situaciones que genera la esencia del estilo de vida urbano: el transito, la
movilidad como estructura, el desconocimiento de los demás, la individualidad y el
anonimato en medio de la multitud.
Las ventas callejeras pueden tener ubicaciones fijas y estar siempre en un lugar
determinado, influyendo en los recorridos de los transeúntes, quienes las incluyen
como puntos de referencia o de estación en sus caminatas, pero en otros una
característica constante es su constante movilización, en éstas más que una ubicación
hay un trayecto que dibuja sobre la ciudad las marcas constitutivas de los territorios
comerciales ambulantes.
Punto de venta fijo compuesto por
una
estructura
de
madera
emplazada sobre el espacio
público. Ha sido pintado con los
colores
representativos
del
Municipio de Envigado (Antioquia)
para
hacerse
pasar
por
institucional.
Venta estacionaria de aguacates;
los mismos elementos que se
utilizan
para
su
exhibición
(canastas y trozos de tela
sintética) son los que permiten su
transporte.
Punto de venta ambulante de
pasabocas y golosinas logrado por
medio de la adaptación de un
carro de hipermercado.
Por la espontaneidad, irregularidad e incluso no oficialidad de estos escenarios
comerciales, encontramos que los artefactos a través de los cuales se configuran estos
puntos de venta son en cierta medida artefactos vernáculos, objetos reutilizados,
fabricados con sobras y restos de otros objetos, reconextualizados funcional,
comunicativa y estructuralmente, para ser convertidos en elementos multifuncionales
que almacenan, exhiben, transportan, dosifican, promocionan, para lo cual presentan
estructuras rodantes, plegables y desplegables, que se arman y se desarman todo el
tiempo.
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La ordinariez de una caneca de
pintura que se arrastra sobre una
estructura rodante de madera, es
disimulada con un forro que tiene
la figura de un conejo y bombas
de colores a las que se ha pintado
un rostro. Ordinariez y decoración
se combinan en un punto de
venta.
La deteriorada estructura de un
coche de bebes es transformada
en punto móvil para la venta de
tintos en el centro de la ciudad.
Una carreta desechada del sector
de
la
construcción
es
implementada
en
labores
comerciales a través de la venta
de bananos.
La "compra de paso" es por lo general impulsiva, determinada por la aparición sorpresiva de un producto, del
cual se informa su precio y otros tantos atributos a gritos, o por medio de demostraciones improvisadas en las
que se ponen a prueba sus propiedades.
Las mercancías dispuestas al paso de los peatones no disimulan en su apariencia, las
verduras además de sucias no disimulan estados de descomposición. Los aromas, las
texturas y colores de los alimentos atacan los sentidos, sus formas de seducción
atacan al transeúnte a su paso.
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Calculada con la exactitud que da
“el ojo” una libra de zanahorias de
formas irregulares y colores
opacos, es exhibida dentro de una
coca de plástico en la acera de la
calle Bolívar.
Sin empaque, ni estrategia de
protección, ni ningún tipo de
conservación mayor a la sal
espolvoreada diferentes productos
marinos se venden en medio de
una calle del centro en la que las
normas de higiene creadas por el
mito urbano desaparecen.
Sin importar las muestras de
descomposición o los imperfectos
físicos que puedan presentar estos
plátanos apilados se venden por
mil pesos la pila.
Frutas, verduras, alimentos preparados, prendas de vestir, mobiliario y todo tipo de
"cachivaches" configuran la oferta de los mercados en la calle. Las mercancías se
exhiben amontonadas, sin empaque ni marca, en muchos casos con los mismos
rasgos de la plaza de mercado sólo que derramados en el espacio público, esparcidos
por toda la ciudad. Los productos callejeros son anónimos, su origen o la identidad de
su fabricante no está definida, las unidades de medida son imprecisas, la información
técnica es inexacta, e incluso el precio puede variar de hora en hora, de un lugar a otro.
La amplia oferta callejera de
verduras recrea sobre el espacio
público raros paisajes que evocan
la organización de la sección de
frutas y verduras (fruver) de un
hipermercado.
Diferentes elementos de mobiliario
doméstico son comercializados
ambulantemente por medio de una
estructura rodante.
110
A diferencia de los utensilios de
cocina
que
comercializa
el
hipermercado en los que es
característico el color negro y las
superficies de teflón, los utensilios
que se venden en la calle se
distinguen por sus superficies
plateadas.
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Maestría en Estética
El deseo que generan las mercancías en la calle es primario y primitivo. Los alimentos
se exhiben revueltos en cajones, amontonados en pilas estructuradas por su misma
forma, se transportan en carretas o en guacales. Las tipologías de bienes que se
ofertan abundan: accesorios, electrodomésticos, utensilios de limpieza y elementos
domésticos se exhiben a través de elementos colgantes o tirados en el piso.
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Maestría en Estética
Los objetos
A pesar de la gran variedad que existe en cuanto a formas y lugares para adquirir un
objeto la situación de compra siempre está concebida como un momento de
intercambio mercantil, lo que hace que en todos estos lugares, desde los más
sofisticados hasta los más populares, siempre aparezca la mercancía como
protagonista de los intercambios comerciales.
K. Marx definió la mercancía como un producto destinado al intercambio, propiciada
por las condiciones generador por el capitalismo. Appudarai por su parte precisa que la
mercancía no es en sí un producto, es decir un objeto, sino un juicio de valor que se
emite sobre un objeto en una determinada fase de su vida. Se puede pensar entonces,
lo mercantil como una fase en la vida del objeto, en la que en un contexto determinado
aparece cubriendo los requisitos necesarios que dicho contexto impone para que los
objetos y las cosas sean mercancías. Desde éste punto de vista surge la posibilidad,
ya mencionada, de que algo sea considerado en un lugar y por determinadas personas
como mercancías pero en otro simplemente no sea así.
Lejos de ser la encarnación del trabajo humano que la produce, la mercancía se
independiza su origen técnico hasta inscribirse en el concierto de las relaciones con los
hombres, determinando costumbres y capacidades, invitando a las personas a seguir
comportamientos y conductas impulsadas por la fuerza cultural que contienen.
El estado mercantil –explica Appadurai- se puede presentar de diferentes maneras, por
lo que los criterios que definen algo como mercancía son absolutamente relativos y
están determinados por la situación. En primer lugar están las mercancías por destino,
que son aquellos objetos destinados originalmente por sus productores a contextos de
intercambio; las mercancías por metamorfosis, son objetos que sin ser mercancías y
estando destinados a otros usos llegan por diferentes razones a la situación mercantil;
las mercancías por desviación, que son un caso especial de metamorfosis aplicada a
objetos originalmente protegidos de entrar en estado de intercambio; y por último las
ex-mercancías, que son aquellos objetos que se retiran temporal o permanentemente
de la situación mercantil siendo colocados en otro espacio2.
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Maestría en Estética
En el marco del análisis que hemos venido tratando, los atributos mercantiles de un
objeto, coinciden con los que hemos definido como rasgos del objeto producido: un
objeto representable y mensurable, tanto en sus propiedades físicas y simbólicas como
en su valor, reconocible e identificable a través de la marca de su fabricante y ante
todo un producto nuevo. Las apreciaciones de Appudarai abren sin embargo otra
perspectiva, la de considerar como mercancías objetos que a través de las dinámicas
del consumo (y no de la producción) se sitúan por un momento en una fase mercantil,
sin tener por esto que ser el resultado de ningún sistema de producción cultural, sin
necesidad de estar nuevas o en buen estado respecto a su funcionamiento.
Así como existen otros lugares para comprar, diferentes a los templos del consumo, lo
adquirido no tiene que ser necesariamente comprado, ni estar representado por una
mercancía. Existen deviersas formas de comportamiento a la hora de adquirir un objeto.
En un principio se pensaría que la oferta del mercado lo abarcaría todo, que lo
ofrecería todo, sin embargo su enfoque -por ejemplo el del centro comercial- está en
ofrecer productos suntuosos, para compradores ideales, por lo que los deseos y
necesidades básicas de los compradores reales y los objetos que las suplen tienen que
ser conseguidos en otras partes o de otras formas, pues en ocasiones son objetos que
nadie ha producido, y el consumidor tiene que arreglárselas como pueda.
La mayoría de objetos que pueblan los territorios de la vida cotidiana son adquiridos de
maneras profanas respecto a la norma oficial de la sociedad de consumo, que
determina el intercambio de objetos económicos por dinero, en transacciones de
carácter más comercial que social, como el más correcto. Incluso algunos de esos
objetos que se adquieren cotidianamente no son en sí mismo objetos sino cosas
objetualizadas y colocadas en estado mercantil. Otro tanto de lo que se tiene ha sido
heredado, encontrándose dentro de estos objetos provenientes de vivos o muertos,
muebles, utensilios de cocina y vestidos. Existen además objetos que se adquieren al
cambiar unos por otros, reviviendo formas de adquisición tan primitivas como el
trueque. También están aquéllos que se compran de segunda, ya usados por
desconocidos, y también los propios que se revenden.
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Maestría en Estética
La adquisición, desde la estética del consumo, es abordada preferentemente como una
estética de los procesos de mercantilización no oficial, es decir, los que crean
mercancías manteniéndose al margen de los sistemas de producción. También se
retoman como elementos de análisis las formas de intercambio no mercantiles, ni
monetizadas, en las que aparecen objetos adquiridos a través de medios diferentes al
intercambio comercial, materializando de manera singular, los rasgos culturales que
aparecen en hábitos diferentes a los de la compra.
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Maestría en Estética
Objetualizados (mercantil)
En este caso se analiza la objetualización como un proceso de mercantilización a
través del cual diversos elementos naturales entran por destino al comercio
adquiriendo a parte de su estructura, atributos funcionales y comunicativos que lo
convierten en objeto, siendo extraídos del entorno natural para entrar a hacer parte de
las configuraciones de la cultura material. En otro momento (en las estéticas del uso)
se analizará éste mismo fenómeno no desde lo mercantil sino desde lo utilitario, es
decir, cuando es el uso (acción que convierte el objeto en útil) el que hace que lo
natural se transforme en objeto.
En las plazas de mercado son
comunes los estropajos que se
venden como elemento de aseo
personal. La necesidad de limpiar el
cuerpo frotando la piel contra una
superficie abrasiva coincide con la
textura carrasposa de este fruto.
Los procesos de objetualización mercantil pueden darse por motivos prácticos o
simbólicos, en el primer caso se le da a las cosas un sentido útil desde lo pragmático
dependiendo de lo qué se pueda hacer con ellas, en el segundo se engendra en la
cosa un útil desde aspectos semánticos, según sea lo qué se piensa o se siente por el
elemento.
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Maestría en Estética
En el fruver del hipermercado las
hojas de bijao se comercializan por
paquetes que presentan el exótico
producto en unidades homogéneas
y estandarizadas. Las propiedades
físicas de esta hoja se convierten
en las propiedades funcionales de
un
excelente
empaque
de
comidas.
En la plaza de mercado, en un
establecimiento que se venden
diversos productos esotericos, se
ofrecen –colagadas al revésplántulas de penca sábila. Con sus
hojas
se
pueden
preparar
productos caseros con fines
medicinales y cosméticos; al
parecer estos atributos
han
generado en las personas la
creencia en sus poderes mágicos
para
proteger
un
lugar,
colocándola para esto cerca al sitio
de la entrada.
116
En la calle un punto de venta fijo
ofrece
diferentes
plantas
y
semillas. Las funciones mágicas y
medicinales que se atribuyen a
esos elementos naturales, hacen
que las personas los conviertan en
mercancías.
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Imitados
Los productos imitados que se analizan a continuación se consideran registros de la
estético del consumo, porque más que ser una estrategia de la producción oficial, es
una táctica de la que se valen productores no oficiales y consumidores para colocar las
adversidades de la sociedad de consumo y el mercado de masas a su favor, pudiendo
de este modo participar –a su manera- en sus dinámicas.
Un frasco de aceite Jeferson (hecho
en Colombia) que no deja de traer a la
mente la imagen de otro producto, se
vende en una tienda de “remates de
aduana” por 500 pesos.
Los estilos de vida, idealizados por la cultura dominante del consumo de masas, se
han encargado de idealizar en sus pautas de compra algunas marcas, como las más
representativas de las mercancías que definen la época. Son las elegidas para
representar la identidad de la cultura mundializada, convirtiéndose en iconos de niños,
jóvenes y adultos, quienes compran al ritmo que éstas imponen. Las marcas se han
convertido metafóricamente en los estados de la globalización, y así como antes la
identidad, o la nacionalidad estaban determinadas por los estados de los países, hoy
en día, en un mundo sin fronteras territoriales, las marcas comerciales definen esos
vínculos que unen e identifican a las personas como parte de algo. El hecho de que las
principales marcas, o las idealizadas por la era del consumo, sean culturalmente
117
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mundiales, no significa que por esto no sean susceptibles de ser apropiadas por
sociedades locales, y vueltas a hacer en todo el sentido de la palabra, adquiriendo en
este proceso nombres y representaciones gráficas levemente diferentes que se
materializan en unos tenis marca Escamoso All Sports, que recuerdan en su logotipo
los mundialmente reconocidos Converse All Stars. Las pilas marca SQNY o las
plantillas para zapatos abidas, son algunos de las mercancías que componente esta
tipología.
Los referentes morfológicos de
“Converse
All
Stars”
son
combinados con los del nombre de
una popular novela, juntos sirven
para crear una nueva marca de
tenis: “Escamoso All Sports”, los
cuales se comercializan en un
mercado callejero. Se genera así
una estética internacional en la que
se
articulan
las
marcas
tradicionalmente norteamericanas
con la idiosincrasia popular de las
novelas colombinas.
El sutil cambio de la “O” por la “Q”
en estas pilas “AAA” hacen que su
nombre
(SQNY)
al
ser
impronunciable, remita la mente
del comprado de manera inmediata
a la imagen y nombre del producto
original.
Unas plantillas de zapatos marcas
“abidas” que se venden en la calle
por 800 pesos, pretenden dar al
zapato en el que se coloque una
personalidad un tanto distinta con
cierta similitud a la marca alemana
“adidas”.
El fenómeno de las marcas y productos imitados está en estrecha relación con el
fenómeno de apropiación cultural de las mercancías conocido como criollización
(creolization) descrito por Klaus Roth3, y tratado ampliamente por David Howes4, quien
lo define como “el proceso de recontextualización a través del cual a los bienes
importados se les asignan usos y significados por la cultura receptora”. Éste concepto
contrasta –en lo referente a la cultura material- con el de la mundialización de la cultura,
llamado también “Coca-Colonización” o “Mac-Donalización” de las sociedades y nos
recuerda que los objetos siempre tiene que ser contextualizados (dándoles significados,
insertándolos en relaciones sociales particulares) para ser utilizados, y nada garantiza
118
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que la intención del productor sea reconocida, mucho menos por el consumidor de otra
cultura.
La criollización tiene como una de sus formas de representación, el fenómeno del “remade”, que consiste en que los productos "Made in Usa" se vuelven "Re-Made in
Japan" (en el sentido que son japonizados), o "re-made in South Africa" y de esta
manera adquieren nuevos usos y significados alternativos con cada nuevo borde
cultural que atraviesan. Los productos imitados de los que venimos hablando se
relacionan también con este fenómeno en un sentido amplio, pues demuestran cómo
esas apropiaciones no son sólo comunicativas o semánticas, sino que en el caso de
las marcas que analizamos como ejemplos, llegan a tocar la dimensión estructural, sin
perder el sentido de la estructura original que se imita, convirtiéndose más bien en
marcas nuevas, que representan tanto en sus grafismos, como en los productos que a
través de ellas se comercializan, las marcas propias de la criollización: Jefferson &
Jefferson, Ardren for men o Panasuanic,
marcas híbridas que materializan los
contactos mercantiles y culturales entre lo global y lo local.
Los productos imitados se fabrican diariamente, tanto en pequeños locales
improvisados en garajes residenciales, como en grandes complejos industriales, sin
temor de Dios, ni remordimiento. Algunos son comercializados utilizando nombres que
presentan pequeñas modificaciones respecto al original, o con leves variaciones en las
etiquetas o el logotipo, convirtiéndose –sin ser las originales- en las más reconocidas,
al ser las más asequibles para la gente.
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Remercantilizado
La remercantilización es un fenómeno que consiste en la reactivación mercantil de
objetos que se encuentran en un estado en el que no son propiamente mercancías. No
consiste en ninguna de las formas de mercantilización por metamorfosis o desviación
que describe Appadurai en su texto sobre las políticas del valor, pues en este caso
estamos hablando de objetos –como un equipo de peluquería, una caja de dientes o
una silla de oficina- que regresan a esta categoría, suponiendo entonces que en algún
momento de su vida estuvieron en dicho estado mercantil al que han regresado, son
más bien ex-mercancías que retornan a las dinámicas del comerciales.
Sobre un poste de luz, ubicado
en la calle La Playa, un aviso
hecho con una hoja de papel
bond y caligrafía manual,
anuncia que las políticas del
valor traen de regreso un equipo
completo de peluquería, a la fase
mercantil: “SE VEDE EQUIPO
COMPLETO DE PELUQUERÍA
2392320”.
La remercantilización puede estar asociada, en una primer instancia, a objetos que
desde la fase del uso vuelven a activarse mercantilmente porque poseen esa condición
que Moles denomino “valor de re-venta”, que consiste en una forma de valoración del
objeto basada en el precio que puede llegar a tener a pesar de haber sido ya usado, y
que está presente de manera muy importante en objetos como automóviles o
electrodomésticos.
120
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En un local de antigüedades, unos
frascos que se remontan a la
época en la que la leche se
comercializaba en envases de
vidirio, han sido desviados de su
carácter institucional y llevados a
una fase mercantil en la que se
han convertido en reliquias.
Un teléfono de disco para colgar
en la pared, se ofrece como
antigüedad a pesar de estar
descompuesto y no servir más que
de adorno.
Entre un frasco de vidrio, en el que muy
probablemente hubiera antes salsa de tomate, se
exhiben actualmente las cajas de dientes ya usadas
que se venden en la Plaza Minorista de Medellín. Allí
mismo se reparan y fabrican.
121
Diferentes motivos de relojes de
cuerda que no funcionan y en los
que se aprecia un evidente estado
de deterioro se ofrecen –a pesar
de esto- comercialmente como
mercancías.
En el pasaje peatonal que atraviesa al barrio San
Benito, en Medellín, una silla de oficina que se
vende de segunda, sirve para sostener el anuncio
de un local comercial de objetos usados entro los
que se destaca el mobiliario de diferentes tipologías.
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Los procesos de remercantilización son frecuentes en el fenómeno de las
reapariciones (que serán analizadas en las estéticas del desecho), que consiste en la
mercantilización de objetos terminales. En el reciclaje los objetos vuelven al ciclo del
consumo para ser comercializados como basura o como materia prima; en el caso de
los objetos desechados por mal funcionamiento que luego de ser reparados reingresen
al universo mercantil; los empaques son frecuentemente recargados con mercancías
alimenticias; es frecuente que algunos objetos como las prendas de vestir sean
puestas en reventa luego de un tiempo de haber sido usadas y tiradas; por ultimo en la
reutilización es común encontrar mercancías fabricadas con material de desecho.
Sobre la carrera Séptima, en Bogotá, una venta callejera de libros usados rompe con las barreras creadas por
las normas de clasificación de las librerías, para poder ofrecer libros de todo tipo, época y calibre revueltos y a
1000 pesos cada uno, con la misma ausencia de orden discos de “Julio Iglesia”, “Cuco Valoy” y “El Gran
Combo” se ofrecen a 2000 pesos. En la misma acera, y sin ningún tapujo, el “amlodipino”, la “metmorfina”, la
“lovastatina” y otras medicinas se venden sin necesidad de presentar muestra médica.
En el caso del re-uso es frecuente encontrar almacenes especializados en la venta de
ropa usada. Acerca de ésta José Navia en “Historias nuevas para la ropa vieja” 5
documenta las formas de remercantilización de la ropa vieja en Bogotá, describiendo
en detalle el proceso desde el momento en que la ropa es recolectada casi como
basura por los “ropavejeros” o intercambiada por afiches o vajillas chinas, relatando
cómo es reparada, remercantilizada y por ultimo vendida, mostrando lo interesante que
pueda resultar la biografía de alguna de estas prendas.
122
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Panorama comercial del sector de compra y venta de ropa usada en Plaza España, Bogotá. Escenario de la
crónica “Historias nuevas para la ropa vieja” de José Navia.
De otro lado, en la reutilización de objetos, o de partes de objetos, en la construcción
de otros nuevos es frecuente encontrar mercancías, que bien puede ser relativamente
novedosas, como el caso de los objetos decorativos elaborados con latas de aluminio,
así como también objetos que morfológicamente siempre han prevalecido en la cultura
popular como las canastas tejidas en zuncho, o los incineradores fabricados con latas
que presentan estéticas híbridas producto de la configuración de estructuras
gráficamente sofisticadas con actividades mundanas en la forma de un objeto.
Bolsos de zuncho usado, incensarios fabricados con latas de suplementos vitamínicos y aviones decorativos
elaborados con latas de cerveza son algunas de las mercancías que utilizan como materia prima materiales de
desecho.
Como parte del proceso de la remercantilización aparece un sector dedicado a la
“desmembración” de objetos descompuestos para vender sus partes como repuestos,
confiriendo valor de cambio a elementos que en principio nunca lo tuvieron. Los
paisajes generados en estos lugares, exhiben todo tipo de ex-mercancias totalmente
descuartizadas, y sus partes tanto internas como externas se ofrecen a la venta.
123
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Las partes de diferentes electrodomésticos descuartizados (licuadoras, hornos y teléfonos monederos) vuelven
al ciclo del consumo en el Centro Comercial Medellín (Plaza Minorista) ofrecidos comercialmente como
repuestos que revivirán objetos descompuestos.
La remercantilización es tal vez un fenómeno cultural representativo de sociedades
donde el capital no abunda ni en la forma de dinero ni representado en objetos, pues
es un claro hecho que en ocasiones, a pesar de los modelos de consumo masivo
institucionalizados, actividades como el reuso, el reciclaje o la reparación resultan ser
más viables que la renovación que imponen los acortados ciclos de vida de los
productos masivos, que se comercializan con periodos de vida muy similares en su
duración a la vida de un producto desechable.
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Heredado
La herencia es una forma de intercambio no monetario y restringido (de él sólo
participa un reducido número de personas), en el que el paso de objetos (generalmente
ya usados) de un propietario a otro se realiza generalmente entre personas de una
misma familia o en grupos que se encuentran unidos por fuertes vínculos afectivos,
representados en el hecho de compartir los objetos, de hacer que pasen entre ellos de
mano en mano (tanto que se diluye el sentido del propietario original) cristalizando en
su morfología –más que funciones- sentidos y significados. Son, por este motivo,
objetos des-mercantilizados, y protegidos del estado mercantil, al ser valorados más
como símbolos que como objetos representativos de valor económico, o incluso en el
tiempo, de una función.
Dentro de esta categoría de objetos heredados se encuentran objetos que han sido adquiridos, no como
nuevos (seria un regalo y no una herencia) sino ya usados∗ y a cambio de nada: un uniforme del colegio “La
enseñanza” usado por las hermanas mayores, el ajuar con el que todos los hijos y nietos de la familia Duque
han sido bautizados.
Como el hecho que motiva estos intercambios no es un interés económico, sino un
vinculo afectivo entre quienes participan de él, por lo general, al cabo del paso por
diferentes propietarios logran tener biografías llenas de cargas afectivas y emocionales,
y de toda una serie de elementos intangibles que se registran sobre su sentido y
significado, convirtiéndolos en ocasiones en objetos sagrados o en piezas de museo.
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Es también probable, que luego
de pasar por varias
generaciones, el objeto heredado
caiga en total desuso, pero que a
pesar de esto, objetos como
unos vasos con bordes pintados
en oro, sean conservados
(mantenidos es desuso), aunque
no se tengan claros quienes han
sido sus propietarios, cuales son
los vínculos que lo han traído
hasta allí, ni que representan.
A diferencia del regalo que es el claro reflejo de un ritual social, asociado al intercambio
simbólico, y anclado muy fuertemente a eventos, fechas y motivaciones impulsadas por
el comercio y el mercado, la herencia está marcada por ritos de paso, asociados a
etapas de transición en la vida de las personas: el uniforme es entregado a las nuevas
generaciones luego de finalizados los estudios; un anillo es recibido para ser usado en
el matrimonio; los objetos ordinarios, y por lo tanto no incluidos en el testamente del
difunto, son repartidos entre sus más allegados.
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Regalado
El obsequio, o mejor la acción de obsequiar representa el ritual social del intercambio
de regalos, que consiste en intercambiar mercancías (unas por otras) a través de un
compromiso tácito y de una relación cambiaria inconexa y discontinua, en la que el
intercambio como tal, tiene lugar entre lapsos de tiempo que hacen que la relación que
propicia entregar otro obsequio a cambio, se extienda y no tenga un final determinado,
distinto al trueque en el que el intercambio es inmediato y la relación generada por éste
es terminal, permaneciendo sólo por el tiempo en que se realiza la transacción. A
diferencia de la herencia que está representada por objetos usados que pasan de
propietario en propietario permaneciendo siempre en la fase utilitaria (cabe recordar
que éstos nunca son desechados), el regalo se encuentra en un estado mercantil
(representado usualmente por un producto nuevo) del cual es desactivado para ser
convertido en obsequio.
El regalo se obsequia en un nivel macro cultural, para evocar la obligación de recibir
otro a cambio, el cual producirá a su vez una obligación similar: una cadena
interminable de regalos y obligaciones, que sirve –entre otras- para reforzar los
vínculos afectivos y celebrar fiestas en las sociedades de consumidores. Los
obsequios pueden ser cosas que normalmente se usan como mercancías, pero la
relación generada a través del intercambio no es inconexa, ni terminal6 (como si lo es
en las transacciones tradicionales de compra-venta); y como Moles apunta, es ése
mismo carácter de reciprocidad y de obligación tacita generado en el intercambio de
regalos lo que hace que este modo de adquisición represente uno de los aspectos
esenciales de las relaciones interhumanas a través de los objetos7.
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La figura de un pequeño búho
elaborada en cerámica es
convertida en amuleto luego de
ser obsequiada por una persona
especial. La emotividad del
momento es tan fuerte que
sacraliza el ordinario objeto.
Dentro de la categoría del objeto regalado se encuentran aquellos objetos que son
adquiridos al ser recibidos de manos de otras personas como obsequio, casi siempre
en el marco de un ritual de cohesión social, ligado siempre a la celebración de un
evento particular de carácter colectivo o individual, y que puede tener un carácter
festivo o sagrado pero por lo general impulsado comercialmente. Los regalos
intercambiados dependen directamente del tipo ritual que se celebra, a su vez el
significado del rito que se transfiere al objeto atribuyéndole así un carácter diferente a
su sentido original.
En vísperas al “Día de la
madre”pequeños avisos que
sobresalen de la estantería de
un supermercado motivan a
los visitantes a comprar un
regalo para mamá. Mejor si es
uno de los productos
anunciados en la revista
publicada para tal fin.
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A pesar de que Appadurai piensa que los obsequios suelen ser concebidos en rigurosa
oposición al espíritu calculador, egoísta y orientado de la ganancia mercantil,
precisamente por el espíritu de reciprocidad, sociabilidad y espontaneidad con el que
suelen ser intercambiados8, los contextos que determinan actualmente estas formas de
intercambio tiene fuertes connotaciones comerciales y publicitarias. A pesar de esto se
debe reconocer que la transmisión de los obsequios, además que vincula objetos a
personas e introduce el flujo de las cosas en aquél de las relaciones sociales, es algo
que está mediado más por la sociabilidad que por el dinero.
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Cambiado
El objeto cambiado es aquél que se obtiene a través del trueque. Ésta es la forma de
intercambio mercantil en el que la circulación de cosas está más divorciada de las
normas sociales, políticas y culturales (...) puede verse como una forma especial de
transacción comercial; una forma en la cual, el dinero no desempeña ningún papel, o
uno completamente indirecto (como mera unidad contable)9. A diferencia del regalo,
forma de intercambio en la que se establece una obligación de recibir algo a cambio de
manera tacita e inconexa respecto al tiempo, el trueque exige el intercambio inmediato
de una cosa por otra, generando una transacción terminal.
El objeto intercambiado –que bien puede ser nuevo o ya usado- se caracteriza desde
el punto de vista de los modos de adquisición, por que para ser cambiado, debe entrar
en una especie de fase cambiaria (similar a la fase mercantil en la que el intercambio
está restringido al dinero), en la que está determinado por la posibilidad de ser
cambiado, no por dinero como en el caso de las mercancías, sino por otro objeto.
Como el caso de los brazaletes y collares que intercambian los massim de Nueva
Guinea a través del sistema kula, los objetos cambiados pueden permanecer en una
fase de intercambiabilidad permanente, de la cual salen o son extraídos
ocasionalmente con fines simbólicos más que funcionales, desapareciendo así el
sentido mismo del objeto (de lo qué él es, para lo qué sirve, y lo qué significa) para
estar definido por su capacidad de representar los vínculos sociales que existen entre
las personas que participan del intercambio. Al igual que los collares y brazaletes que
circulan por el kula, los objetos intercambiados tienen biografías extensas y
enriquecidas por las formas de relación que tienen con cada propietario, así como por
las diferentes apropiaciones a las que es sometido.
Como en estos casos lo que define el valor del objeto no es el hecho de poder ser
adquirido por cierta cantidad de dinero, sino la posibilidad de apropiarse de él al
intercambiarlo, es sometido a escalas de valoración en las que se fija aleatoria e
inconscientemente una unidad de medida para el cambio. Este “precio” o el “valor” que
se fija para la transacción, pueden establecerse según el material del que está
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compuesto, también por su antigüedad o por su función, pero lo que es claro es su
variabilidad y su capacidad para ajustarse a diferentes escalas de valoración, en las
que ocasionalmente el dinero puede aparecer como un complemento, como es el caso
de las conocidas formas del ven-cambio, transacciones en las que se ofrece un objeto
a cambio de otro. En estos casos, cuando el valor de un objeto es mayor al otro, la
diferencia se compensa monetariamente.
Han quedado esbozadas, de manera general e incluso incompleta las estéticas de la
adquisición: los registros de las formas en que los objetos son adquiridos por las
personas, a través de transacciones comerciales que tiene lugar en diferentes
escenarios, así como también por medio de prácticas cotidianas en las que las normas
dogmáticas del mercado de masas son eliminadas para abrir paso a las tradiciones de
la cultura popular.
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Referencias
1
DELGADO, Manuel. Disoluciones Urbanas. Universidad de Antioquia.
APPADURAI, Arjun. Introducción: las mercancías y las políticas del valor. Pág. 32
3
Klaus Roth. Material culture and intercultural communication.
4
David Howes. Cross-Cultural consumption: Global markets, local realities. London, Routledge.
1996
5
José Navia. Historias nuevas para la ropa vieja. Editorial U. de A.
∗
Aunque la herencia esté representada por objetos que son usados más de una vez, o incluso
muchas veces, no es considerada una forma de reuso, pues este concepto –bajo los términos
de la estética del consumo- implica que el objeto haya sido desechado antes de volver a ser
usado. A diferencia de esto, la herencia nunca margina al objeto de su fase utilitaria,
permaneciendo siempre dentro de las esferas del uso.
6
Igor Koppytof. La biografía cultural: la mercantilización como proceso. Pág. 95.
7
Abraham Moles. Teoría de los objetos. Pág. 153
8
Arjun Appadurai. Introducción: las mercancías y las políticas de valor. Pág. 27
9
Arjun Appadurai. Introducción: las mercancías y las políticas de valor. Pág. 26
2
132
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-5.2ESTÉTICAS DEL USO
“Las formas cotidianas están sometidas a un modelamiento lento e inconsciente,
como si los objetos y los gestos corrientes se moldearan progresivamente, en el
curso de su uso, l capricho de la disposición de una colectividad cuyos miembros
se conforman unos con otros”
André Leroi-Gourhan. El gesto y la palabra. Pág. 273
“De todos los objetos, los que ya han servido son los más queridos para mi. Útiles
para muchas cosas, modificados a menudo, mejoran su forma y resultan
preciosos por frecuentemente apreciados” Bertold Brecht
A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 85 (epígrafe).
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Usar
La relación de uso que se tiene con un objeto no es una experiencia única y
prácticamente instantánea como la de la adquisición, y aunque puede existir una
ocasión de uso excepcional, como la primera vez que se usa algo, esta instancia en la
relación ser-objeto transcurre –por lo general- a lo largo de momentos y ocasiones que
se convierten en el sustrato de la vida cotidiana. El uso puede representar entonces un
momento tan extraordinario como ordinario, y los registros materiales que quedan de
éstos, están determinados por el tipo de vínculo que se tenga con el objeto, lo que se
“haga con él”, o dicho de otro modo, según las formas en que haya sido apropiado.
Es en las situaciones de uso donde las dimensiones humanas (fisiológica, emotiva,
cognitiva) se traman con las del objeto (comunicativa, estructural, funcional) dando
forma al conjunto de referentes materiales que configuran tangible e intangiblemente la
identidad colectiva de un grupo. Esto desde la perspectiva humana se hace evidente
en los comportamientos (en ocasiones casi mecánicos) a través de los cuales se
somatiza el objeto, no sólo desde lo fisiológico, sino también desde una relación
cognitiva, práctica y emotiva; desde la perspectiva del objeto esas tramas quedan
materializadas en las apropiaciones de cada una de sus dimensiones, en las marcas
que evidencian deformaciones y tergiversaciones de su función, su estructura física o
su significado, y que son comunes y repetitivas dentro una cultura material.
Cada situación de uso, se compone a su interior de una secuencia de “acciones
encadenadas” (actions chains1), que van más allá de la simple operación del objeto
(agarrar, presionar un botón, apagar) pues tienen que ver también con la gestualidad,
las posturas, los estados de animo de los usuarios, sus creencias y sus formas de
penar. A través de las cadenas de acción propias de cada usuario se materializan y se
ponen en escena sus “modos de hacer”, esto es –de algún modo- su comportamiento
estético: la forma en que el individuo existe dentro del seno de un grupo al reconocerse
como parte de éste en las formas comunes de usar y dar significado a los objetos.
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La vida cotidiana transcurre a través de diferentes situaciones, y cada una de ellas está
constituida por una o varias actividades en las que las personas despliegan las
cadenas de acción que les son propias. Sobre las situaciones –decía E. T. Hall- que
eran sus entramados y las maneras en que son desarrolladas, los elementos que
constituyen la unidad para el estudio y la comprensión cultural2. Es entonces, a través
de las situaciones de uso, o de los momentos en los que “se hacen cosas” y “se hacen
de un modo”, donde salen a relucir las maneras en que se exterioriza la sensibilidad
humana, a través –en este caso- de la relación que tienen las personas con los objetos
usados; estas sensibilidades quedan plasmadas en los diferentes paisajes de objetos
que se configuran como escenarios de la cotidianidad.
Los utensilios propios para la
preparación de alimentos a
través de la licuefacción o la
cocción, pueden convertir
temporalmente un espacio
público en cocina.
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Lugares
Los objetos –dice José Luis Pardo- predisponen a que en cierto espacio suceda algo, y
a su vez, de los acontecimientos que suceden allí sólo se sabe por las huellas
materiales que quedan de lo que aconteció. A través del uso los espacios prefigurados
pueden reafirmar su naturaleza o función primaria, pero también a través del uso se
pueden llegar a configurar espacios de naturaleza diferente a la prevista. Más que
espacios para usar, o predispuestos para ser usados, podemos decir que es el uso el
que genera la condición de lugar, dando una idea de lo que allí sucedió y sucederá,
convirtiendo a la vez un espacio anónimo en una especie de máquina para hacer algo:
máquinas para habitar, máquinas para transitar, máquinas para descansar y
entretenerse.
Más que para ser habitada –como dijera Le Corbusier- la casa es más que una máquina una gran
fábrica en la que cada lugar se convierte en una pequeña máquina con funciones determinadas.
Además de funciones mecánicas, estas máquinas domésticas, cumplen tareas simbólicas.
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Domésticos
El uso delimita, designa y define toponímicamente los espacios de la existencia
humana, los de la vida cotidiana. Son las marcas que el uso deja en cada lugar, las
que definen las diferencias entre lo público y lo privado, las que establecen territorios
en la calle o en la casa. A la vez las cadenas de acción, los gestos y posturas que
constituyen cada puesta en práctica pueden ser vistos como los ritornelos que
organizan las fuerzas del caos, nivelándolas y ritmándolas en un conjunto armónico y
organizado, de espacios convertidos en lugares, y del tiempo convertido en eventos.
Los objetos y los usos que hacemos corresponder a cada uno (usos que no tienen que
ser activos, pueden ser simplemente de culto o contemplativos) se convierten en las
marcas que dan sentido y permiten que los lugares sean reconocidos. La casa por
ejemplo, está definida por los usos que hacemos de sus espacios: se cocina, se
consumen los alimentos, se almacenan las propiedades, se mira televisión, se duerme;
reconocemos la casa, el hogar o el sentido de lo doméstico en los espacios que
materializan los hábitos que reconocemos como domésticos.
Un solo plato y las manos
componen los elementos
necesarios de la vajilla para
comer viendo televisión. El
poder adictivo de este popular
electrodoméstico a
transformado entre otros los
hábitos de socialización y
alimentación doméstica y con
esto la cultura material que
caracterizaba estas
actividades.
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Cada una de las variaciones generadas en un espacio a través de la colocación y la
acomodación de los objetos en uso por parte de sus usuarios, configura algo que es
llamado “ensamblajes” (‘assemblages’), y que puede ser entendido como la
materialización de un código cultural por medio de la ordenación de un set entre todas
las opciones que ofrece el repertorio del “sistema de los objetos” de una cultura, y que
en la medida que puede ser decodificado o interpretado por otras personas, es útil para
proyectar una imagen de quién se es o de dónde se está3. Es así, como cada comedor,
cada baño o cada cocina refleja las formas de vida (los modos de ser, hacer y estar) de
las personas que comparten el espacio.
Sobre un plato ovalado, decorado
con pinturas de flores en los
bordes, se sirve una “bandeja
paisa”, tradicional alimento propio
de restaurantes urbanos y rurales.
La complejidad que implica el uso
de diferentes platos y cubiertos se
reduce en esta escenificación de la
mesa servida a un solo útil, que
genera además de un paisaje
“típico”, una puesta en escena
particular en el momento de comer
(revolverlo todo) que caracteriza
los hábitos alimenticios de la
sociedad antioqueña.
En los entornos laborales, en las
horas de almuerzo, cocas, frascos
y otros elementos contenedores,
despliegan
sobre
las
áreas
comunes comedores transitorios
con una duración aproximada de
50
minutos.
La
necesidad
imperativa del transporte y la
conservación
modifica
por
completo las morfologías de los
utensilios que se implementan en
la configuración de la mesa servida
en el trabajo.
En un lugar marginal de la ciudad:
una zona verde debajo de un
puente sobre un riachuelo, al cual
no llegan ni la cortesía, ni los
modales de etiqueta, dos latas
vacías sirvieron la noche anterior
para la preparación y el consumo
de lo que fue la comida: arroz y
caldo. Los procesos propios a la
preparación
de
alimentos
desarrolladas en el espacio público
sin utensilios propiamente de
cocina, dejan entrever la esencia
primitiva y humana de estas
actividades.
Así mismo, a través de la disposición, la colocación y el uso de ciertos objetos, se
pueden recrear en diferentes espacios las puestas en escena de ciertas actividades.
Un ejemplo de esto, son las diferentes formas en que se puede configurar o
“ensamblar” la mesa servida, no sólo en un entorno propiamente doméstico, sino
también en espacios públicos, laborales o comerciales, en los que de diferentes
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maneras y a través de diversos objetos se generan y se construyen tanto desde lo
práctico como desde lo simbólico lugares para preparar y consumir los elementos.
En cuanto a las configuraciones del espacio doméstico Andrew Skuse relata como en
Afganistán el radio es un objeto que diferencia socialmente a las personas al ser un
indicador del estatus, y como este modo de interpretación del objeto le confiere –en el
espacio doméstico- un lugar especial (semejante a un altar), diferentes cuidados
(permanecen cubiertos con mantas y sólo son descubiertos para ser usados) y
diferentes tipos de decoración a sus alrededores (generalmente flores de plástico y
fotografías retocadas a mano, de familiares martirizados durante la jihad) 4 . Esto
demuestra, que los objetos no son usados solamente para lo que sirven, sino que a
través de ellos se tiene la oportunidad de proyectar aspectos propios de las formas de
vida de las personas.
La nevera, además de cumplir con labores de refrigeración, congelamiento, almacenamiento y conservación, es
un substrato cambiante sobre el cual se registran partes de las dinámicas domésticas. Un objeto en el que los
usos prácticos, decorativos y simbólicos se entremezclan en la configuración de paisajes espontáneos que
reflejan la personalidad y los gustos de sus creadores.
En nuestro contexto por ejemplo, los usos que se le dan a la nevera, reflejan patrones
estéticos de manera similar al radio en Afganistán. Es común que sobre la superficie de
las puertas de este electrodoméstico, tomen forma a través de diferentes elementos los
rasgos de las formas de vida del hogar que habitan, encontrando dentro de estas
formas de apropiación elementos que ponen en evidencia los vínculos entre las
personas, a través de notas que se dejan unos a otros; los patrones de gusto del hogar,
a través de las decoraciones imantadas que se colocan; así como parte de sus hábitos
alimenticios, en los adhesivos e imanes que promocionan ciertos tipos de domicilio;
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mientras que en las neveras de los estratos 2 y 3 los elementos que se encuentran son
por lo general decorativos, en el 5 y 6 la decoración pasa a un segundo plano y se le
da relevancia a información sobre domicilios de comidas y de productos farmacéuticos,
quedando materializados en estos registros esas formas de vida de las que hablamos.
El análisis del uso de un objeto, abarca también los momentos en que no es usado.
Por lo que parte del uso está en asignarle un lugar a las cosas: "el puesto del objeto",
que muy seguramente tendrá que compartir con otros de su misma clase y tipología.
La colocación, o las estructuras de colocación, pueden definirse como la manera en
que es valorado un objeto, ya sea por su función o por su significado, se hace evidente
según el lugar donde se le coloca, o del puesto que se le asigna, en relación a los otros
objetos con los que comparte un espacio o un propietario; de este modo algunos
artefactos aparecen en constante exhibición como si fueran trofeos, otros en cambio, a
pesar de ser altamente valorados permanecen casi toda su vida guardados en un
oscuro cajón, del cual sólo salen en ocasiones especiales. Las colocaciones y
acomodaciones de los objetos cuando no están siendo usados, hacen también parte
de lo que hemos llamado paisajes domésticos, y que son “ensamblages”
(‘assemblages’) en los que se materializan rasgos colectivos de la cultura.
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Públicos
Así como existen los que hemos llamado paisajes domésticos: configuraciones de la
cultura material que dejan ver las formas en que la casa como construcción es puesta
en práctica, aparecen también entro de los usos del espacio público lo que llamaremos
paisajes urbanos, y que consisten en aquellas configuraciones que reflejan
materialmente los estilos de vida urbanos. El espacio público a pesar de ser concebido
como un espacio de tránsito es sometido por sus transeúntes y habitantes a diferentes
tipos de apropiación que modifican su estructura, su función y significado, generando
sobre su superficie entornos y escenas que reflejan lo qué la gente hace y piensa en la
calle. Podemos encontrar adaptaciones que lo convierten en un entorno: doméstico, a
través de diferentes anexos que extienden el territorio de casa; laboral, a través de
ciertas herramientas que permiten que un trabajo sea desarrollado; lúdico, por medio
de elementos que propician el juego; o comercial, en el caso de objetos ambulantes o
itinerantes que convierten el espacio público en un punto de venta callejero, como se
ha mostrado en las estéticas de la adquisición.
Una caja para embolar zapatos,
humanizada con el rostro de un
indio, configura un puesto de
trabajo en el Parque de Belén.
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Las adaptaciones laborales del espacio público, tienen por objetivo la configuración de
diferentes puestos de trabajo en la calle, transformando el espacio público en un
entorno laboral. Por lo general las formas de trabajo en el espacio público están
referidas a la comercialización de bienes y servicios. Estas adaptaciones se logran por
medio de herramientas muchas veces creadas espontáneamente para la realización de
tareas específicas, recontextualizando y reutilizando diferentes elementos en la
creación de nuevos objetos y puestos de trabajo. También por medio de técnicas
vernáculas, se construyen máquinas de un alto nivel de complejidad, que sirven para
procesar y preparar alimentos.
Una bascula precisa con exactitud
el precio de una pila de frutas en la
calle Cundinamarca.
Los escudos del Atlético Nacional y
del
Deportivo
Independiente
Medellín decoran y personalizan
las herramientas de exhibición y
transporte de un punto de venta
ambulante.
La imagen de Jesucristo, la Virgen
María y el Divino Niño adheridas a
una caja para lustrar zapatos
sacralizan la herramienta de
trabajo de un embolador.
Tanto los puestos de trabajo como los objetos herramentales presentan diferentes
formas de apropiación estética en las que se refleja la iconografía religiosa y popular
así como los gustos personales del trabajador, los cuales se hacen evidentes en
diversas formas de decoración, en las que se mezclan dioses, escudos de fútbol e
íconos del consumo.
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Por medio de diferentes elementos los trabajadores de la calle elaboran el mobiliario de sus puestos de trabajo,
ajustándolo a posturas y tareas precisas de sus actividades. Como una constante en este tipo de
construcciones, aparecen los procesos de recontextualización y reutilización, que consisten en retomar
materiales u objetos desechados en un contexto determinado e implementarlos en la fabricación de nuevos
artefactos a través de técnicas populares.
La calle por su misma condición de espacio público se presta para ser adaptada con
fines lúdicos dentro de los que se destacan las prácticas artísticas, deportivas y de
juego, haciendo que aparezcan sobre la ciudad de manera espontánea, diferentes
registros gráficos y objetuales que recrean espacios para el esparcimiento y la
diversión de los ciudadanos. La cultura material de lúdico va de lo simple a lo complejo.
Una cuadricula para jugar “triqui”
dibujada sobre el mobiliario público
del Pasaje San Benito, le sirve a los
vendedores del sector para
distraerse y matar el tiempo, mientras
juegan a formar líneas continuas con
piedras y monedas.
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Un grupo de músicos que interpretan música andina
convierten las afueras de la Iglesia San José en un
escenario artístico.
Desde el Metro Cable se observa una cancha de
fútbol dibujada sobre una calle del barrio Santo
Domingo.
En sus manifestaciones el objeto puede llegar casi a desaparecer, en actividades que
prescinden de él como medio, siendo reemplazado por el cuerpo y sus movimientos;
en otras ocasiones, su presencia es indispensable, convirtiéndose el objeto mismo, su
materialidad en el único medio para configurar las dinámicas de lo lúdico. Por más
efímeras y espontáneas que sean estas adaptaciones, quedan por lo general
diferentes registros gráficos de ellas que le dan permanencia y continuidad en el
tiempo a estos territorios haciendo que no sean tan efímeros.
Una primitiva “Rueda de Chicago” recrea un parque
de diversiones en el Parque Obrero.
Cerca de la estación Niquía del Metro de Medellín,
una golosa dibuja en el piso configura la zona de
juegos de los niños que residen en el sector.
En las actividades referidas a la expresión artística encontramos intervenciones
musicales y escénicas, en las que además de músicos o estatuas humanas, aparecen
saltimbanquis y faquires criollos. Dentro de cada manifestación encontramos toda una
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indumentaria conformada por instrumentos musicales, llamativos atuendos, disfraces y
elementos para hacer trucos de circo. Las prácticas deportivas que tienen lugar en la
calle están lideradas en mayoría, por el fútbol. La delimitaciones de las áreas se logra
generalmente a través de grafías que se realizan sobre el asfalto recreando, por medio
de lineas arcos, medias lunas, centros y puntos para tiros penalti. Los espacios para el
juego se caracterizan por una connotación infantil, en las que aparecen desde
improvisados “carruseles” o “ruedas de Chicago”, que demuestran la pericia técnica de
su fabricante-, hasta simples trazos que dibujan en el piso “golosas” o cuadriculas para
jugar triqui.
Una banca de madera sacada a la
calle en el barrio Malibú, extiende
el área social de una residencia
hasta el espacio público.
Las adaptaciones domésticas del espacio público son las que extienden el territorio de
“la casa” al exterior de ésta, llevando consigo parte de los hábitos que configuran el
hogar: la decoración, el mantenimiento, la socialización. A través de estos objetos se
delimitan espacios y se hacen propios.
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Con palos de madera cortados en tamaños
irregulares se crea un cerco que protege y decora el
jardín exterior de una residencia.
Piedras, macetas y restos de tubería pintados de
blanco decoran una zona verde del Barrio Fátima.
Las extensiones del territorio hogareño son propias de barrios compuestos por casas,
en las que las relaciones sociales se dan de forma horizontal (no vertical como un
edificio) y en la calle, por lo que se hace necesaria y surge espontáneamente una
tipologia de mobiliario público que mezcla lo doméstico, lo campirano y lo urbano. En
casos particulares estas extensiones de la casa generan en su exterior sitios para el
encuentro de sus habitantes, extendiendo formas de ocio y la socialización. En estos
casos los muebles que se destacan son fabricados con sobras de elementos naturales
y restos de construcciones.
Algunas manifestaciones sociales generadas colectivamente entre los habitantes del
barrio se ven materializadas en tipologías de mobiliario público que a pesar de surgir
de forma espontánea entran a reemplazar muchas expectativas no cubiertas por las
estrategias urbanísticas y residenciales. Una muestra de esto son las apropiaciones
colectivas que configuran en pequeñas zonas verdes “parques” en cuya construcción
trabaja gran parte de la comunidad.
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Materiales de desecho orgánico (ramas, troncos, palos) y urbano (ladrillos, lozas de cemento) los habitantes del
barrio Miravalle han construido diferentes piezas de mobiliario público que ha sido ubicado afuera de sus casas
y a la orilla de la canalización La Picacha, propiciando zonas de encuentro y socialización entre los vecinos.
En ellos además del mobiliario característico de este tipo de apropiaciones, aparecen
elementos decorativos y que prestan otras funciones, que pueden incluso no ser
propiamente domésticas, como es el caso de aquéllos que configuran espacios para
actividades religiosas.
Es usual que en las zonas verdes o pasos peatonales que existen dentro del perímetro de un barrio, los
vecinos del sector generen parques públicos por medio de la construcción e implementación de sillas, mesas y
diferentes elementos decorativos. En las imágenes “parques” de los barrios Fátima, Miravalle y Laureles.
Estructuralmente los artefactos domésticos que se encuentran en la calle son
fabricados con restos del entorno urbano: restos de insumos de construcción o
elementos naturales que quedan a disposición de los ciudadanos y que se
complementan con otros elementos.
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Es común encontrar en los “parques” creados espontáneamente por los residentes de un sector elementos
que cumplen funciones anexas a la socialización, como lo son imágenes religiosas o cebaderos para pájaros.
Desde otra perspectiva, también en un sentido doméstico, aparecen apropiaciones en
las que vivir en la calle se convierte en una situación permanente, desarrollada por
medio de diferentes artefactos. Dentro de éstos y como producto de la indigencia
surgen los llamados “cambuches”, que consisten en habitáculos por lo general móviles
que sirven de refugio nocturno, así como de medio e transporte, puesto de trabajo y de
almacenamiento en horas del día.
La cultura material doméstica de
los habitantes de la calle se reduce
por lo general elementos para el
abrigo nocturno, que son
almacenados y transportados
durante el día entre un costal,
recreando formas de vida
primitivas y nómadas en el entorno
urbano.
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Los indigentes configuran su entorno
doméstico a través de la
implementación de desechos urbanos
en la construcción de “cambuches”,
edificación que más que una casa
consiste en un resguardo.
A través de la indigencia también se configuran en diferentes zonas de la ciudad
espacios que tratan de recrear espacios tan privados e íntimos de la casa como lo son
la cocina o el baño, en éstos también surgen artefactos que recrean formas de “vida
primitiva” pero por medio de elementos urbanos y poco naturales. En estos casos las
actividades se realizan prescindiendo
Las formas de vida de la indigencia (“home lees” o “sin techo”) o de las personas que “viven en la calle”,
recrean en el espacio público escenarios y escenas domésticas a través de fogatas, de baños improvisados, de
colchones y diferentes formas de “cambuches”, que dispuestos en la calle configuran a su manera, un estilo
5
diferente de hogar .
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Los objetos
Los objetos usados han perdido en todo sentido los rasgos que le atribuían la cualidad
de nuevo, el objeto usado se ha hecho personal (así su uso sea colectivo), y por lo
tanto son otros registros, otras marcas y atributos los que le dan sentido y lo mantienen
vigente ante los usuarios. Estos objetos presentan por lo general diferentes formas de
apropiación, y ya sea estructural, funcional, o comunicativamente, siempre son
modificados a través de su puesta en práctica. Son objetos que por lo general están
desgastados y esto se hace evidente en casos en que han perdido alguna pieza
(amputaciones) o se le han agregado otras nuevas (prótesis) ya sea para mejorar su
función o simplemente para decorarlo. En cuanto a la función, es a través del uso que
el objeto adquiere funciones secundarias, resultando útil –por lo general- para hacer
algo para lo cual no estaban hechos; esas transformaciones funcionales tienen también
que ver con el sentido del objeto, es decir con lo que las personas piensan acerca de él,
es así como surgen en el uso objetos humanizados, con nombre, apodo y personalidad;
también objetos personalizados, acomodados en el tiempo a las preferencias de quien
los usa; en algunos casos encontramos artefactos mágicos, artilugios a los que se
atribuyen diferentes poderes; así como fenómenos domésticos en los que las cosas
más simples –como si adquirieran atributos artísticos- son museificadas.
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Objetualizados (utilitaria)
De la misma forma que las personas tienden a humanizar los objetos, algunas cosas
de la naturaleza son objetualizadas, y convertidas en mercancías (como se analizó
anteriormente en las “Estéticas de la Adquisición”) y/o en útiles de diferente índole. La
objetualización utilitaria –registro de análisis de las estéticas del uso- consiste por lo
general en una apropiación funcional (redefinición) de la cosa natural, o en una
resemantización que la dota de algún sentido más allá de lo tangiblemente útil;
convirtiendo así cualquier elemento de la naturaleza e una herramienta o en un
símbolo a través del uso.
Piedras de diferentes formas y
tamaños son comunes en cajones y
despensas de la cocina.
La objetualización utilitaria se diferencia de la mercantil, en tanto que en la primera a
través del uso se genera un objeto carente de valor económico que se ubica
inmediatamente después de creado en una fase útil, a diferencia del segundo proceso
(el mercantil) en el cual un elemento natural es mercantilizado, convertido en producto
comercial, para que otra persona lo adquiera y lo use. Otro rasgo distintivo de estos
dos procesos tiene que ver con el productor del objeto, mientras que en la
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objetualización con fines utilitarios es el usuario quien fábrica su propio objeto, en la
que tiene fines comerciales el objeto es creado por un productor anónimo.
Un recipiente elaborado con
la mitad de un “totumo” con
algunas piedras en su interior
componen un adorno simple y
vernáculo, donde la el sentido
de la belleza es personal
(está referido al individuo que
lo fabrica) y a la vez primitivo,
en el sentido que no presenta
mayor
elaboración
o
transformación
de
los
elementos, sino solamente
una acomodación de ellos.
Un árbol podado en forma de
casa sirve como elemento
decorativo del espacio público
en una calle de la ciudad de
Cali.
Piedras y semillas de colores
son convertidas sin ninguna
razón ni sentido lógico
aparente
en
elementos
decorativos
del
entorno
doméstico,
recreando
escenas
bucólicas
que
evocan fases de la naturaleza
en un espacio tan artificial y
técnico como una casa.
Las formas de adquisición de los “útiles naturales” se caracterizan por ser no
monetizadas, relacionándose directamente con las estéticas del objeto encontrado, el
heredado y el regalado: caracoles recogidos en el mar que se convierten en topes de
puerta, piedras para amolar cuchillo que se heredan a través de las generaciones de
una misma familia, casos, obsequios decorativos fabricados con conchas de mar y
semillas. Estos objetos “no valiosos” representan ésa categoría descrita por Kopytoff
como la de los “objetos singularmente carentes de valor”, con las que (de manera
similar a la mandioca de los arghem de Camerún) “nadie comercia”6.
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Una piedra con una de sus superficies totalmente
plana sirve para afilar cuchillos.
En el patio de ropas una piedra redondeada sirve
para restregar las prendas de vestir mientras se
lavan.
El sentido de los objetos naturales está representado por su funcionalidad física y/o
simbólica, es decir por la capacidad que tengan de servir para hacer algo con ellos o
representar alguna cosa a través de su forma. Las estructuras de las cosas que se
objetualizan no sufren –por lo general- ninguna modificación física, ni son sometidos a
ningún proceso de transformación. A pesar de esto con el tiempo se van amoldando y
ajustando con precisión a las tareas en que son implementados. Cuando el sentido o el
significado atribuido al objeto sobrepasa su función lógica se genera el proceso de la
sacralización (la hoja de penca detrás de la puerta) o de museificación (el meteorito
exhibido en el planetario), constituyendo así otras estéticas.
Algunas piedras de diferentes
formas y tamaños hacen
parte del mobiliario público
que los habitantes del barrio
Miravalle han creado para su
esparcimiento.
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Criollizado
“Las biografías de las cosas pueden destacar aquéllo que de otro
modo permanecía oscuro. ... en situaciones de contacto cultural,
pueden mostrar lo que los antropólogos han enfatizado con
frecuencia: lo significativo de la adopción de objetos -y de
conceptos- extranjeros no es el hecho de que sean adoptados, sino
la forma en que son redefinidos culturalmente y puestos en uso”.
Igor Koppytof. La biografía cultural de las cosas: la mercantilización
como proceso.
Referentes gráficos propios y
adoptados articulados en una
misma imagen (Tolú-Sucre).
Lo cultural, entendido como conjunto de diferencias y contrastes de un grupo social
frente a otro, se materializa en un conjunto de objetos con esos mismos rasgos
diferenciales, lo que hace que exista entre cultura material e identidad una relación
directa pero cambiante en el tiempo. Si bien antes la cultura material de un grupo se
componía por objetos únicos a ellos que reflejaban una identidad ligada al territorio,
hoy, los objetos que sirven como referente para los procesos de construcción de la
identidad están en contraste transito por las sociedades del mundo, yuxtaponiéndose,
hibridándose y mezclándose con los hábitos cotidianos de a donde llegan,
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configurando así identidades que articulan referentes del territorio, des-territorializados
y re-territorilizados y que se reflejan en objetos propios, adoptados, adaptados y ajenos.
En un mundo donde el paso de mercancías de una cultura a otra es cada vez más
común, surge entre algunos la idea que la similitud en los bienes materiales dará como
resultado una unificación en sus usos, significados y funciones en todos los países y
culturas, y que por consiguiente eventualmente todas las culturas convergirán en un
mundo unificado7. De acuerdo a este paradigma de la homogeneización las diferencias
culturales –que sirvieran antes como referentes de identidad- se han desgastado a
través del reemplazo mundial de los productos locales con bienes producidos en masa,
usualmente
originales
de
Norteamérica
y
Europa.
Una
mercancía
cultural,
característica de este paradigma y que incluso ha servido para darle nombre (cocacolonization) es la Coca-Cola, bebida que desde su lanzamiento en 1920, con la
campaña "la pausa que refresca", ha sido identificada como el refresco universal, que a
pesar de relacionarse fuertemente con la cultura e ideales de vida de Norteamericanos
(el sueño americano de vivir en una democracia consumista), es también la bebida
para hombres y mujeres, sin importar si son jóvenes o viejos, blancos o negros,
americanos o extranjeros, ricos o pobres.8
Escudo de Colombia que espera el 20 de julio para
exhibir orgulloso la Bandera (Bello-Antioquia).
La “pizza”, elemento culinario propio de Italia ha
sido adaptado a patrones alimenticios y estéticos
locales (Tolú-Sucre).
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En este mundo globalizado, cuyas dinámicas socioculturales giran en torno al consumo,
las instituciones que anteriormente se encargaban de respaldar la identidad han
perdido fuerza, dejando esta tarea a las nuevas instituciones del mercado: las marcas,
los productos, sus promesas publicitarias; quienes producen y transmiten mercancías
culturales en los medios de masas, convirtiendo la cultura en un hábito de compra y en
una pauta de consumo masivo. Los referentes que estas nuevas instituciones
proponen para la construcción de la identidad son por lo general mercancías globales
adoptadas por diferentes sociedades a lo largo y ancho del mundo, quienes al ponerlas
en práctica recrean formas de vida que, a pesar de no serles propias, comienzan a
hacer parte de una identidad des-territorializada y construida sobre referentes ajenos
que se toman como propios en diferentes partes del mundo.
Pero en oposición al paradigma de la homogenización aparece otro como su inevitable
consecuencia que consiste en el proceso de recontextualización a través del cual a los
bienes importados se les asignan usos y significados por la cultura receptora. Si la
homogenización resalta el flujo de mercancías de una cultura dominante (la
norteamericana y europea) a otras partes del mundo, la criollización destaca el influjo
de esas mercancías, la recepción, domesticación y adaptación a su nuevo contexto.
Incluso a productos como Coca-Cola se le atribuyen en culturas particulares usos y
significados muy distintos a los imaginados por su fabricante: desvanece arrugas en
Rusia, revive muertos en Haiti, convierte cobre en plata en Barbados, es mezclada con
Ron en Cuba, habiendo incluso gente en cada lugar del mundo que cree que es
originaria de su país, desconociendo que proviene de EEUU. La criollización supone la
adaptación de lo que se ha adoptado, por medio de la apropiación local de sus usos
(redefiniéndolos) y significados (resemantizándolos), e incluso de su estructura
(trasformándola); dibujando así una nueva forma de expresión material de la identidad,
basada en referentes des-territorializados que se re-territorializan para sentirlos casi
como propios, sin que lo sean.
Sin embargo la globalización no se limita a generar oposiciones entre ella misma, es
decir entre la homogeneización y la criollización, sino que se manifiesta también -como
lo anota Castells- en una marejada de vigorosas expresiones de identidad colectiva
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que desafían la globalización y el cosmopolitismo en nombre de la singularidad cultural
formando trincheras de resistencia en nombre de Dios, la nación, la etnia o la familia9.
En la vereda EL Chispero, en Santa Elena, una
caseta pintada con la publicidad de Coca-Cola,
anuncia con un letrero hecho a mano sobre una
hoja de papel: “venta de arepas”
En el Mercado de la Boquería, en Barcelona, el
Aguardiente Antioqueño, el maracuya y las
gaseosas Postobón exhiben su precio en Euros.
Desde el techo la figura de un Divino Niño Jesús
las bendice.
Esta búsqueda por unos referentes que liguen la identidad al territorio se hace evidente
en un interés académico, publicitario y de marketing estatal, concentrado en la
búsqueda de elementos propios que reflejen (así sea de manera mentirosa), ese
sentido de diferencia cultural que sólo permite lo autóctono, aunque éste no se
represente más que por medio de clichés. Este fenómeno se ha materializado
fuertemente en un resurgir de elementos de la cultura popular de cada país, que han
sido convertidos en íconos mercantiles a través de productos comerciales (el che, el
Sagrado Corazón de Jesús, la Virgen de Guadalupe), permitiendo a las personas
(tanto los que tienen una relación local como los que no) facilidades la relación con sus
atributos culturales y referentes de identidad, en una sociedad estructurada a partir del
consumo.
Y es precisamente esa especie de resurgir de lo local como mercancía cultural
globalizada, lo que permite reconocer de nuevo las diferencias (más allá de las
variaciones producidas por la criollización en las formas de dar uso y significación a los
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productos globales), haciendo que eso propio de los otros, trace los rasgos de lo que
“no es uno”, haciendo que lo extranjero, se convierta en una fuente de sentido para
reconocerse así mismo, aunque sea a través de lo exótico y de la espectacularización
de los otros.
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Reformados
Durante la fase del uso, la dimensión estructural de los objetos, es decir, su forma,
representada por cómo es fabricado y de qué está hecho, puede verse modificada,
alterada o transgredida, por medio de apropiaciones realizadas sobre su composición y
estructura. Hablamos en este caso de las reformaciones: cambios físicos que sufren
los objetos durante el periodo en que son usados, los cuales no implican –
necesariamente- una avería o una disfunción del mismo, permitiendo así que el objeto
pueda seguir siendo usado sin necesidad de ninguna reparación. Las reformaciones
suelen suceder por acción del tiempo, por el desgaste producido sobre la forma, o
también por acciones intencionadas de las personas, que buscan en determinados
objetos cambios estructurales con una finalidad específica. Estas apropiaciones
estructurales se caracterizan por tener finalidades funcionales más que simbólicas, por
lo que no se consideran formas de personalización (en las que se hace una
apropiación comunicativa a través de modificaciones físicas).
En las tiendas de barrio los
encendedores son sujetos al
mostrador o a una reja por medio
de diferentes elementos: nudos,
cáncamos y abrazaderas son los
más comunes, esta costumbre
se hace extensiva también en el
caso de destapadores y
lapiceros.
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Productivamente los procesos técnicos que se implementan para modificar la forma
son tan simples como agregar o quitar una parte, sobreponer un elemento a otro
amarrándolo, o adhiriéndolo con lo que primero aparezca, extraer una parte o casi la
totalidad del objeto, arrancándolo o partiéndolo; por tales motivos los objetos
transformados presentan estéticas confusas en las que visualmente las partes no
encajan o se contradicen unas con otras, pero que finalmente se integran y articulan de
manera perfecta cuando prestan su función.
En estos objetos reformados la función original prevalece: una maceta sigue conteniendo una planta, un
inodoro sigue sirviendo para realizar necesidades fisiológicas y un carro-canasta sirve aun para el transporte de
otros objetos; lo que implica la transformación es, en la mayoría de ocasiones que la función sea cumplida de
mejor manera, o con mayor precisión por medio de la integración o eliminación de ciertos elementos a la forma
del objeto: un vidrio que sirve para canalizar el desagüe de una maceta, una tabla de madera que sirve para
tapar el contenedor de agua de un inodoro, o una estructura metálica y llantas neumáticas que permiten que el
carro canasta se convierta en todo terreno.
Las reformas más comunes se presentan generalmente a través de tres procesos:
eliminar partes de la estructura, agregar otras, y dentro de éstas encontramos las que
tienen por objetivo fijar el objeto a un lugar determinado, delimitando así un perímetro
dentro del cual puede ser usado. A estas tres operaciones las hemos llamado:
amputaciones, prótesis y amarres.
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Un tubo de PVC amarillo se convierte en elemento para permitir que el aire entre a un taxi, a pesar de la
diferencia morfológica de los elementos integrados (el tubo y el automóvil) juntos se integran para
funcionar como aire acondicionado.
Las amputaciones consisten en acciones que eliminan partes del objeto. Pueden ser
voluntarias, es decir, arrancar algo siendo consciente de lo que se hace; o pueden
darse por acción del tiempo cuando los objetos pierden partes mientras son usados.
Por lo general – las voluntarias – tienen como finalidad reducir el tamaño del objeto,
para que se ajuste a un espacio o a la persona que lo usa. Las que suceden a causa
del tiempo pasan casi desapercibidas, siempre y cuando el objeto siga cumpliendo su
función, y son las que representan las marcas del uso, a través de las cuales el objeto
puede llenarse de significados.
Un segundo asiento es añadido a la estructura
original de una bicicleta. Las diferencias entre
ambos materiales así como en los procesos de
fabricación de cada pieza no afectan en nada la
nueva función que la prótesis añade al objeto
original.
Haber perdido una mano no le impide a este Divino
Niño Jesús seguir cumpliendo funciones sagradas en
un improvisado altar doméstico.
Las prótesis, a diferencia de las amputaciones consisten en partes que se agregan a
los objetos. Principalmente se realizan para que el objeto cumpla una función
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secundaria, que el nuevo componente le permite adquirir: un clavo que se añade en el
extremo superior de un palo de escoba para convertirse en un instrumento que sirve
para coger frutas de un árbol, o elementos colgantes que están a determinada altura;
pueden presentarse también como extensiones del objeto, intentos por aumentar su
tamaño, su altura o su peso.
Por su parte los amarres consisten en piezas que se añaden a los objetos para que
permanezcan limitados a ser usados en un lugar. Pueden ser fijos o temporales, así
como presentar cierta movilidad del objeto en un área determinada.
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Personalizados
Contrarios a los modelos industriales de personalización, conocidos bajo el nombre de
“customización” y que se ofrecen como solución premeditada de transformación física
a la hora de comprar el producto, los procesos a través de los cuales los objetos se
hacen propios, están dados por las apropiaciones que sufren mientras transcurre la
fase de uso y las cuales sólo son posibles en la medida que la relación que se tenga
con ellos lleve al usuario a alterar su estructura, modificándola, no para agregar
funciones (como en las reformaciones), sino para reflejar sus gustos y su personalidad
sobre su forma, cargándolos con esto de sentidos y significados más personales e
individuales, sin que por esto dejen de reflejar patrones de gusto colectivos y presentes
en gran parte de la sociedad.
Placas con el escudo del
Deportivo Independiente
Medellín, un adhesivo con la
figura de un aguila que lleva un
su pico un estandarte de
“Espacio Público” y otra
calcomanía que dice: “Adiós
Putita” decoran la parte trasera
de una carreta para venta de
frutas.
No debe confundirse este conjunto de fenómenos socioculturales de la personalización
con la tendencia comercial de la customización, que se define como el “ajuste al
usuario”, ya que éste consiste más en la selección entre un conjunto de opciones, de
elementos que modifican la apariencia del objeto, siendo en resumen una estrategia
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comercial de los productores, más que una táctica
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de apropiación y de
reinterpretación de los consumidores; la customización no consiste en un proceso en
que el usuario adapta el objeto a sus preferencias, sino que la persona tiene que
adaptarse o ajustar sus gustos a unas opciones predeterminadas de antemano por el
objeto producido.
Es común que para
productos masivos como
los teléfonos celulares, se
comercialicen elementos
complementarios para que
los compradores puedan
personalizar su apariencia
a partir de un conjunto de
opciones determinadas,
homogenizando así los
criterios de gusto de los
individuos.
La decoración, como forma de personalización consiste en una transformación (una
apropiación estructural con fines no funcionales sino comunicativos) que se realiza
sobre la superficie del objeto y que consiste –por lo general- en agregar algo (un
adhesivo, una imagen, un forro), con la finalidad de embellecer su apariencia. Dado
que las preferencias estéticas se presentan –la mayoría de las veces – como
convenciones culturales, en estas adaptaciones que “decoran” al objeto, se ponen en
evidencia los rasgos estéticos – es decir, los significados y valoraciones – de una
sociedad, materializados en este caso en la forma en que los usuarios personalizan los
objetos, para identificarse con ellos, e indudablemente para decirle al otro quienes son.
Es frecuente que la apariencia
anónima y aséptica de los
baños residenciales se vea
personalizada por parte de
sus usuarios, quienes reflejan
sus propios gustos utilizando
forros, papeles de colgadura y
objetos decorativos,
territorializando así cada
rincón del espacio dándole
además un sentido de hogar.
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Es entendible que la belleza o el sentido de belleza generado por medio de una
decoración no corresponde al concepto de belleza artística, sino más bien a unos
patrones de lo que puede entenderse como una belleza prosaica, en la que se
manifiestan los patrones de gusto de la gente de todos los días (relacionados en
muchas ocasiones con el consumo de masas) que sin pretensiones artísticas intenta
ordenar armónicamente su entorno.
Como ya se mostró, dentro de la
objetualización utilitaria pueden
aparecer elementos naturales
cumpliendo funciones
decorativas. Es el caso de este
cráneo vacuno que hace parte
de los adornos de una
residencia.
Las decoraciones generan un sentido de propiedad y de vinculación afectiva entre el
usuario y su objeto, pues a través de éstas se logran reflejar en su materialidad rasgos
invisibles de la personalidad, de los gustos de ciertas afinidades sociales, culturales y
religiosas. Las decoraciones están determinadas por gustos u ocasiones momentáneas:
las modas, las fechas especiales, los gustos colectivos, por lo que en ocasiones estas
estéticas del uso tengan también una apariencia temática: equipos de fútbol, navidad,
día de brujas, etc.
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Imágenes, objetos y escenas religiosas como El Sagrado Corazón de Jesús, la Ultima Cena, o la Sagrada
Biblia, se convierten en parte tradicional del decorado doméstico reflejando con esto la personalidad y las
creencias de las personas que habitan la casa, así como su participación individual en dinámicas culturales
generales a la sociedad en general.
La decoración no modifica la función del objeto; a pesar de esto, como lo anota Donald
Norman en el libro “Emotional Design”: las cosas bellas funcionan mejor, por lo que es
posible que la operación del objeto, la relación física con éste, y en general toda forma
de interacción entre él y su usuario mejore.
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Marcado
Las marcas consisten en un proceso de personalización que no tiene fines estéticos o
decorativos sino funcionales en un sentido muy preciso: el de ratificar y hacer evidente
por medio de elementos físicos la propiedad que se tiene sobre algo. Desarrolladas
generalmente por el propietario del objeto, consisten en la escritura, inscripción o
adhesión de marcas distintivas que diferencian al objeto de los demás de su misma
clase o apariencia y reafirman o aclaran la propiedad que una persona tiene de él.
A través de letras
compuestas de líneas
trazadas con esmalte
pintauñas la palabra “CILIA”
ratifica la propiedad de una
persona sobre un cepillo para
el cabello.
Estas marcas –de las cuales el ex-libris es la más común- pueden aparecer con la
forma del nombre del propietario, o con sus iniciales, a través de dibujos o ideogramas,
también como marcas indistintas pero que hechas con cierta intencionalidad sirven
para reconocer al objeto.
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Redefinido
“Ellos (los objetos) nos invitan y nos constriñen para usarlos de ciertas
maneras, incluso si ése uso no corresponde a su función correcta”.
Alan Costall. “Socializing Affordances”. Theory & Psychology, 5: 4
(1995) Pág. 471.
Si en las reformaciones encontramos objetos cuya forma ha cambiado pero permanece
su función, en el caso de las redefiniciones encontramos algo particularmente contrario,
y es el hecho de encontrar objetos que –sin que su estructura se vea transformada
radicalmente- adquieren otro significado y otro sentido práctico, haciendo que desde el
uso se conviertan en otra cosa a partir de la apropiación de su función, y comiencen a
servir para algo para lo cual no estaban hechos.
Un contenedor de bolsas de leche
es utilizado ocasionalmente para
colocar dentro los “piecitos” de
diferentes plantas con la esperanza
de que retoñen.
Los objetos se definen tradicionalmente por su función11, e incluso encontramos en
muchas de las formas que son nombrados pistas para lo cual sirven (especialmente en
los objetos con una connotación herramental: licua-dora, telé-fono, destornilla-dor,
computa-dora); la función a su vez sirve como guía para su clasificación tipológica y
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con esto para su ubicación al momento de ser vendidos así como para su
acomodación y almacenamiento en la fase del uso. Cuando se produce una alteración
funcional y el objeto comienza a ser utilizado de manera distinta y manipulado de una
forma que pareciera irracional su tipologia es trasgredida y con esto una redefinición de
“lo qué es” y “para lo qué está hecho” el objeto.
Una carreta de construcción sirve temporalmente a
un obrero para hacer la siesta a la hora de almuerzo.
Un multi-gancho para colgar medias en el tendedero
es convertido permanentemente en exhibidor de
comida chatarra en un punto de venta callejero.
Las redefiniciones (a diferencia del reuso que siendo un registro de las estéticas del
desecho, consiste en el regreso de ciertos objetos desde la fase terminal a la fase
utilitaria con la misma o con diferente función) suceden mientras el objeto está en su
fase útil, desde el momento en que las personas al encontrar en él otra función, le
asignan otras formas de manipulación, de colocación, almacenamiento, valoración o
mantenimiento. Se presentan también casos en que la redefinición de un objeto se
hace colectiva y se institucionaliza socialmente, con lo que comienza a presentarse ya
no desde el uso sino desde su fase mercantil, y son ofrecidos y puestos en venta “para
lo qué no son” pero “para lo qué también sirven”, entrando a formar parte de la puesta
en escena de ciertos hábitos donde los gestos y las formas de relación humana con los
objetos se hacen confusas en el despliegue de cadenas operatorias que no
corresponden a sus morfologías.
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Cocas plásticas perforadas y colgadas al revés han
sido convertidas en exhibidores en una feria de
“cachivaches”.
Una canasta para sembrar plantas es redefinida
como exhibidor de frutas en punto de venta de
jugos.
Las redefiniciones –desde el punto de vista de como se producen- son apropiaciones
comunicativas desde su sentido lógico, en las que no se actúa directamente sobre la
estructura del objeto (no lo transforman), sino sobre su función y en la manera en que
el objeto es interpretado e implementado, pues algo distintivo de la redefinición
respecto a otras apropiaciones comunicativas, es la permanencia de una función
utilitaria y de una serie de cadenas operatorias activas, en las que el uso o la nueva
función del objeto no se limita a lo contemplativo (como sería el caso de la
museificación y en la sacralización, casos en los que la relación con los objetos deja de
ser activa, y pasa a ser pasiva, basada en la contemplación y en la adoración,
respectivamente).
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Museificado
Museificar es la redefinición y por lo tanto la conversión de un objeto de cualquier
tipologia en un objeto estético, al atribuirle un sentido artístico que lo hace digno de ser
contemplado, ya sea individualmente o colectivamente, al escondido o en público, por
usuarios que permanecen pasivos ante él, conformándose con el hecho de mirarlos o
tocarlos y dejarse llevar por las emociones, sentidos y significados que éste transmite.
La función de unas bandejas de electroplata, de una pipa para fumar opio, o de un jarrón de porcelana nunca
fueron claras. A sabiendas que a cada uno de estos objetos corresponde una función práctica sus propietarios
han hecho que pese sobre ellos un sentido estético que los ha marginado de su utilidad primaria y los ha
restringido a formas singulares de decoración artística.
Los objetos museificados –desde un punto de vista práctico- entran en una etapa de
desactivación de su función original, al dejar de ser utilizados para lo que eran (a
diferencia de los objetos redefinidos funcionalmente, de los museificados desde un
sentido práctico podría decirse que la relación de las personas con ellos se limita a
contemplación), desaparecen su función y su significado original y terminan por
convertirse en obras de arte, reliquias o antigüedades.
De la misma forma que Appudarai habla de las mercancías por desviación, como
aquellos objetos que sin estar destinados a ser mercancías –e incluso protegidos o
marginados de esta categoría- entran en una fase o estado mercantil 12 , podríamos
hablar acá de “obras de arte” u “objetos estéticos por desviación”, es decir, objetos que
sin presentar –oficialmente- atributos artísticos, y sin estar concebidos bajo intenciones
o técnicas propias del arte, son excluidas de su fase de uso normal, para entrar a una
instancia estética, en la que aparece la categoría de “obra de arte” como una fase más
de las muchas que puede tener biográficamente como objeto. Es así como aparecen
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platos y otros utensilios de cocina colgados en las paredes, o exhibidos en vitrinas;
radios, teléfonos y demás electrodomésticos puestos en galerías de arte, o
propagandas publicitarias enmarcadas.
Es frecuente que máquinas o electrodomésticos viejos e incluso descompuestos sean convertidos –por su
antigüedad- en pieza de museos domésticos. Es frecuente también que estos mismos objetos sean
remercantilizados en tiendas de antigüedades alcanzando valores comerciales mucho más altos que el del
objeto original o de uno con su misma función pero nuevo. La museificación además de servir como
decoración del espacio, convierte al objeto que la constituye en un vínculo entre el pasado y el presente.
El paso de la fase funcional a la museificación es producto de una resemantización del
objeto, que no implica transformaciones radicales en su estructura o en lo que es su
significante. De presentarse dichas modificaciones se limitan a permitir que el objeto
sea puesto en escena o para que sea exhibido: un marco, una vitrina, o elementos que
le permitan ser sujetado o colgado; de otro lado existen también objetos estéticos que
son guardados y restringidos de la contemplación colectiva, casos en los cuales el
objeto museificado es metido en un cofre, en una caja fuerte o envuelto en un pañuelo
como si fuera un tesoro.
Una variante de las museificaciones son las colecciones: agrupaciones temáticas de
objetos, que se reúnen en gran número sin un fin determinado más que el de
acapararlos en gran cantidad. Por lo general, en las colecciones, cosas del pasado se
convierten de repente en algo que vale la pena coleccionar, trasladándolas de lo
peculiarmente carente de valor a lo singularmente costoso13. Un claro ejemplo de esto,
172
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y a la vez de las estéticas del desecho son las colecciones de latas de gaseosa y
cerveza, o de objetos antiguos similares en su forma, en su función o material.
Sobre una repisa, latas vacías
de diferentes bebidas, algunas
con averías considerables, se
exhiben como si cada una
representara un trofeo, más que
la forma –que es casi idéntica en
todas- es la imagen gráfica de
las marcas más populares, como
Coca-Cola, el elemento que se
convierte en el objeto de la
museificación.
El museificado es un objeto excluido del uso y despojado de su utilidad, por lo que más
que prestar funciones genera experiencias, en este caso estéticas a través su
contemplación (a diferencia de los objetos sagrados a los que corresponderían
experiencias “seudo-religiosas”), se atribuyen a él poderes casi tan mágicos como a los
de cualquier obra de arte. Ante él los usuarios permanecen inmóviles mientras se dejan
sobrecoger por el sentido de su materialidad.
Organizadas tan solo por su
tamaño este conjunto de
contenderos de vidrio es
exhibido en una cocina-galería.
La forma, el material, la
antigüedad y la técnica podrían
ser los criterios que han llevado
a estos frascos a una fase
estética.
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Sacralizado
Colocada detrás de la puerta de
una residencia una herradura
que ha sido encontrada en un
entorno rural deteriorada y con
oxido, es convertida en un objeto
sagrado que irradia sobre el
espacio arquitectónico la buena
suerte.
Hemos visto como la redefinición funcional implica la utilización de un objeto en
funciones distintas para las que fue concebido, entendiendo esto como una
reinterpretación de su sentido práctico, emotivo y cognitivo. Son, como hemos visto,
transgresiones de su sentido útil y su tipología que no alteran radicalmente su
estructura. De otro lado en el caso de la museificación observamos como una
sobrevaloración comunicativa del objeto lo convierte en una especie de obra de arte,
haciendo que la interacción de las personas con él se haga contemplativa y
generadora más que de funciones de experiencias estéticas, en un sentido –si se
quiere- artístico. Ingresamos ahora al campo de las sacralizaciones, un caso particular
en el que los objetos son desviados de sus usos convencionales y llevados a esferas
sagradas en las que se hacen merecedores más que de su contemplación estética, de
una especie de culto. Lo que diferencia a los objetos sagrados de los museificados es
que el objeto estético es contemplado y se busca en él una experiencia estética,
mientras que el objeto sacro es adorado y generador de una experiencia esotérica o
174
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religiosa, y se recurre a él en busca de algo que se quiere obtener a través de medos
mágicos.
La casa como construcción, es uno
de los objetos que trata siempre de
ser sacralizado o bendecido por
medio de diferentes objetos. Uno
de ellos este reloj, que con la frase
“danos hoy el nuestro pan de cada
día...”, escrita en ingles invoca el
poder de Dios en busca de la
abundancia.
Una imagen electro-luminosa de
Jesús crucificado irradia un halo
mágico
sobre
el
espacio
arquitectónico. ¿Indica la luz que
emana la activación de su poder?
¿Funcionará a pesar de no estar
prendido? Son éstas algunas de
las preguntas que no quedan
claras sobre su funcionamiento.
Como se anotó anteriormente al
analizar la dimensión funcional de
los objetos, de los artefactos
sagrados
su
funcionamiento,
operación o manipulación no es del
todo lógica, por lo general para que
su magia surta efecto deben
mirados o sostenidos en la mano
mientras que en voz baja o
mentalmente se recitan –como si
fueran conjuros- determinadas
oraciones.
El proceso que conlleva al objeto sagrado consiste en la atribución a éste de ciertos
poderes mágicos y de la capacidad de mediar entre fuerzas sobrenaturales, ocultas o
divinas y el terrenal mundo de sus usuarios. Estos objetos materializan agüeros de la
buena suerte, creencias paganas e incluso religiones, funcionando así como
representaciones divinas.
Algunos de los elementos naturales que con más
frecuencia son objetualizados con fines mercantiles y
sagrados son las plantas. Ya sea por sus propiedades
medicinales, mágicas o cosméticas a estos “objetos
naturales” se les atribuyen diversas capacidades que
sobrepasan el conocimiento puramente científico.
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Colgada al revés sobre el marco de la puerta de
un establecimiento comercial esta plántula de
penca sábila protege el local a la vez que atrae a
los clientes
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Su uso –desde el momento en que es sacralizado- se limita a ser adorado, para
desplegar su función mágica son generalmente colocados en lugares particulares,
dando lugar a altares improvisados y recintos de culto, desde donde ejercen un poder
sobrenatural sobre determinados espacios (la herradura, o las hojas de penca sobre la
puerta, o en el caso de objetos puramente religiosos: el cristo colocado sobre la
cabecera de la cama). Las formas de interacción –como vimos al analizar la dimensión
funcional de ciertos objetos- se ven también restringidas a la enunciación de ciertas
palabras: rezos, oraciones o conjuros, o de gestos como miradas, o frotaciones, que
hacen que su poder surta efecto.
Ni siquiera un teléfono público ubicado afuera de
una tienda de artículos religiosos, está exento del
poder mágico de las mercancías sagradas que le
han sido adheridas para decorarlo.
Entre los adhesivos que venden afuera del Cementerio
de San Pedro para decorar las tumbas, Jesucristo y
Piolín comparten un lugar en la fe de los creyentes.
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Amuletos
Las imágenes sagradas de un
amuleto devienen iconos de la moda.
Jesucristo, la Virgen María y otros
Santos pierden su connotación
sagrada para ser llevados a la
categoría de imágenes publicitarias.
Dentro de los objetos sagrados encontramos una tipologia especial: la de los amuletos;
objetos que generalmente se asocian con la capacidad de atribuir buena suerte a su
portador, por el simple hecho de llevarlo consigo. Dentro de esta tipología podemos
reunir todos aquéllos a los cuales se imputa la función de “dar buena suerte”, a través
de significados y formas de manipulación establecidas arbitrariamente.
Un llavero compuesto por la figura de una tortuga tallada en piedra, es convertido en un talismán para la buena
suerte. Éste hecho además de anular su función primaria modifica su estructura de colocación a tal punto que
siempre se mantiene escondido dentro de una bolsa de cosméticos desde donde ejerce su función.
177
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La diferencia de los amuletos con los objetos sagrados está definida desde dos puntos
de vista: el primero en cuanto al tamaño y la colocación del objeto, y el segundo en
cuanto a los significados que encierra. Los amuletos –a diferencia de los objetos
sagrados- se caracterizan por ser llevados todo el tiempo por las personas, es decir, su
poder de acción está más relacionado con la protección de alguien en particular, que
con la de un lugar, como seria el caso de los objetos sagrados; de otro lado, los objetos
sacralizados encierran generalmente creencias colectivas o agüeros comunes a un
gran número de personas, mientras que los amuletos representan creencias
personales, y el sentido que le atribuye el poder está más relacionado con el modo en
que fue adquirido (encontrado, regalado) que con los significados que se le atribuyen
morfológicamente.
Unas gotas mágicas aplicadas por 500 pesos en una calle de Calí, prometen protección para quien se
las aplique. El vendedor: un “chaman urbano” ofrece además de esto conjuros que se realizan por medio
de un crucifijo.
Aunque se pensaría que en esta categoría se ubican objetos como escapularios,
camándulas y rosarios, éstos se consideran más como objetos religiosos que como
amuletos, pues el significado mágico que se les atribuye ha sido determinado
institucionalmente por sus productores, y no arbitrariamente por el usuario. Aunque
puede darse el caso que a través de apropiaciones comunicativas un objeto religioso
sea convertido en amuleto, dejando de lado su significado original para representar
nuevos sentidos y nuevas creencias establecidas por su portador. Es también común
que las idas y venidas de la moda desacralicen ciertos objetos religiosos y los
conviertan en accesorios y parte del vestuario.
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Humanizado
Humanizar consiste en atribuir rasgos humanos a cosas que no lo son, en este caso a
objetos. No debe confundirse esta forma de apropiación con las de las marcas
personales que los propietarios realizan sobre sus objetos para recalcar que son de su
propiedad, y tampoco con aplicaciones decorativas que intentan reflejar una
personalidad (la del usuario) a través de los gustos y preferencias de quien posee y
usa el objeto; a diferencia de estos fenómenos estudiados anteriormente, en la
humanización se crea una nueva personalidad, que a pesar de tener que ver
directamente con patrones de gusto de los usuarios, lo que hacen es darle a los
objetos el sentido de ser personas.
La personalidad que adquieren los objetos humanizados no los excluye de su función. Es el caso de “Floro
Zuluaga” una figura de madera que ha adquirido connotaciones humanas para sus propietarios sin que por esto
deje de funcionar como decoración, tope de puerta o de elemento para sostener libros.
Una característica de la humanización es que ésta recae sobre los objetos más
preciados afectivamente, sin que importe mucho su valor económico, siendo también
posible que los objetos humanizados tengan marcas personales que aparecen como
decoraciones. Un ejemplo representativo de la humanización es el que encontramos
que realizan los niños sobre los juguetes, los cuales por su personalidad y por los
vínculos afectivos que se tienen con ellos pueden ser queridos tanto como las
personas. Pero también encontramos este fenómeno en personas adultas, como las
que convirtieron una figura tallada de madera en “Floro Zuluaga”, un “personaje” que
durante varios años ha desempeñado varias funciones en el hogar al que pertenece.
179
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La relación emotiva de los usuarios con estos objetos es afectiva al extremo y son
queridos más que por su función (que puede ser activa o pasiva) por ser
acompañantes en tareas cotidianas. El principal rasgo distintivo de los objetos
humanizados es que tienen un nombre a través del cual las personas lo reconocen y
se refieren a ellos. A través del nombre se reflejan también rasgos más intangibles
como una personalidad, un genio e incluso un “alma”.
Es frecuente que en las expresiones gráficas de la cultura popular aparezcan humanizados tanto objetos
como animales, llenando de expresión y sentido elementos que en su representación original pasarían
desapercibido o podrían ser incluso desagradables.
Estructuralmente los objetos humanizados pueden presentar algunas modificaciones
(además de las de la personalización y las marcas personales) que consisten
frecuentemente en la escritura, inscripción o adhesión de su nombre. En casos
extremos se adicionan elementos que configuran los rasgos físicos del rostro de una
persona como ojos, nariz y boca. Entre los objetos que se humanizan encontramos
desde medios de transporte (buses, taxis o automóviles particulares) hasta osos de
peluche, pasando por una amplia serie de elementos representados gráficamente.
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Desusado
El desuso es la culminación de la fase útil o del periodo de uso de un objeto: las toallas
con las que nadie se seca, la imagen de la virgen a la que nadie le reza, el dispensador
de papel de cocina que siempre ha estado vació. La permanencia de estos objetos en
éste estado es relativa, y está determinada por el nivel de afecto o el sentido de utilidad
simbólica de su morfología; son estos vínculos, y estas formas de valoración sumadas
al contexto en el que se encuentra el objeto, los que pueden llevar a que éste sea
desechado y convertido en basura, o que sea redefinido (museificado como antigüedad,
sacralizado como objeto de culto) o reformado (reparado en el caso de estar
descompuesto), volviendo así a ser usado e incluso re-mercantilizado como un objeto
valioso.
Es común encontrar diferentes
objetos religiosos en desuso –como
una virgen en un rincón de la
despensa- a los que nadie les rezarelegados a cumplir funciones
decorativas en el entorno doméstico.
Las causas que llevan al objeto a este estado son principalmente dos: el desgaste
físico y el de sentido. El deterioro físico degrada el objeto, tanto en apariencia como en
su funcionamiento, lo que lleva a que caiga en desuso por esa misma imposibilidad
funcional, sin embargo el objeto no es desechado y es dejado en su puesto o
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almacenado para luego ser reparado, el afecto que se tiene por él no permite que el
desprendimiento de sea tan fácil, requiriendo para esto un tiempo de duelo. Por otra
parte está el desgaste de sentido, que se presenta cuando los objetos pierden su
gracia y agotan su significado, motivo que lleva a que no sean utilizados; estos objetos
agotados
tampoco
son
desechados,
en
primer
instancia
porque
no
están
descompuestos y podrían ser puestos en funcionamiento, y también por lo que algún
día representaron, convirtiéndose en una añoranza, en un objeto-recuerdo que debe
ser preservado, más que por la función que algún día podría llegar a prestar, por el
significado que tuvo (regalo recibido de alguien especial, herencia de un familiar) y que
está desapareciendo.
Unas toallas con las que nadie seca nada
permanecen guardadas como recuerdo por haber
sido un regalo de bodas. Algunas formas del desuso
tienden hacia la museificación y la sacralización
inconsciente.
Algunos objetos del entorno doméstico a pesar
de no ser usados o serlo muy esporádicamente
se convierten en parte de la decoración
funcional de los espacios.
A éste útil decadente lo podemos encontrar colocado o almacenado en diferentes
partes; el primer lugar que ocupa al entrar en desuso es su puesto original, allí puede
permanecer mucho tiempo, pasando desapercibido, empolvado y sucio, abandonado
de cualquier forma de limpieza o de mantenimiento, hasta que alguien se acuerda de él,
nota que aún permanece allí y en un acto humanitario no decide desecharlo sino
conservarlo, pero restringido del entorno habitual, marginado de sus usos, y llevado a
otro lugar: el “cuarto útil”, la sede y punto de encuentro de los objetos que ya no sirven,
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lugar de tanta importancia que se conserva como parte constitutiva del hogar moderno
a través del tiempo y de las culturas, es -de alguna manera- inconcebible imaginar una
casa sin un espacio destinado a almacenar estos objetos, y con ellos recuerdos y
añoranzas que han quedado grabadas en las cosas que allí se conservan, es así,
como el cuarto de San Alejo, típico de las residencias de principios de siglo XX, ha
tomado -en la vivienda contemporánea- la forma del "cuarto útil", un lugar, que si bien
no hace parte integral de la casa o del apartamento (está de hecho afuera del hogar)
sirve de punto intermedio o de transición entre lo que sale y lo que entra. A. Moles se
refiere a este lugar como el desván, y lo describe –biográficamente- como un punto
intermedio entre el "infierno" del cubo de basura y el "paraíso" de la tienda del
anticuario (en el caso de que el objeto sea remercantilizado o museificado, pero
también en caso de ser vuelto a usar y recobrar su sentido original) y lo compara con la
figura que cumple el purgatorio en algunas religiones14.
En el desván o cuarto útil, los objetos se van apilando "cronológicamente", para usar un término de Moles,
sedimentándose en capas y estratos que dan cuenta y hacen visible procesos evolutivos de la vida de los
individuos a los que pertenecían y a sus relaciones sociales a través de la cultura material.
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El objeto en desuso, se encuentra aislado de su función, y a pesar de que ésta se
mantenga vigente, nunca es puesto a funcionar ni siquiera en las formas más pasivas
del uso (que serían la contemplación o la adoración). Dependiendo de cuáleses hayan
sido las causas que lo han colocado en este estado, puede permanecer en su puesto
original con su apariencia exterior intacta, pero también puede aparecer totalmente
desgastado, sin que por esto sea aislado de su entorno original.
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Desgastado
“El prisionero dostoievskiano capta el paso del tiempo más por el
desgaste de su fiambrera que por la longitud de su barba”
A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 31
“El hombre se reencuentra en el tiempo al margen de los relojes y
calendarios gracias al desgaste de su caja de cerillas, de sus hojas
de afeitar, de su lápiz de labios, que son funciones lineales, o
logarítmicas en ciertos casos de uso (como la adaptación a la
forma de la mano)... De este modo, se percibe, a través del objeto
que se desgasta según diversas leyes, toda una serie de funciones
del tiempo”.
A. Moles. Pág. 102
Muchas veces a pesar de haber cumplido su ciclo de vida útil, algunos objetos siguen
siendo insistentemente usados (en cualquiera de las formas de uso y des-uso que
hemos analizado), negándose a pasar a su fase terminal de desecho. En este
fenómeno, se puede observar claramente un comportamiento contrario al de la
desechabilidad que consiste en la reducción del ciclo de vida de algunos objetos por
parte de los productores y los consumidores; contrario a esto, los objetos desgastados
representan intentos y muchas veces convicciones que pretenden extender la biografía
de los objetos explayar su ciclo de vida en el tiempo, y con esto prolongar la condición
de útil que tienen durante la fase de uso.
A pesar de ser algo involuntario y muchas veces inconsciente que puede llegar a pasar
desapercibido, la degradación del objeto desgastado no se considera una forma de
apropiación en el sentido que le hemos proporcionado al término (como una
transformación estructural, redefinición funcional o re-semantización comunicativa). Sin
embargo estos objetos se consideran más propios y personales, pues en cada marca
están inscritas las huellas del uso, que se convierten en vínculos que median entre el
tiempo y las personas, reflejando recuerdos y ocasiones pasadas, que no tienen que
estar relacionadas directamente con su directa implementación. Como apunta Tom
Fischer, lo interesante de estas nuevas superficies que el tiempo y el uso van dejando
sobre la apariencia de las cosas, es que no son parte del diseño original, sino que se
crean a través del uso, trayendo con esto consecuencias afectivas, expresadas en
términos de agrado o desagrado por el objeto15, no tanto por la apariencia del material
o por lo desgastado que pueda estar, sino por lo que cada una de estas huellas
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represente. Acerca del significado de los signos del uso Donald Norman asienta: “los
objetos en sí mismos cambian, ollas y sartenes son golpeados y quemados. Las cosas
se despican y se rompen. Pero podemos decir que esas marcas son las que hacen los
objetos personales, nuestros. Cada uno de éstos es especial. Cada marca, cada
grabado, cada mancha, cada reparación cuenta una historia, y son esas historias las
que hacen los objetos especiales”16.
A pesar de su indiscutible desgaste físico esta
grabadora sigue funcionando luego de muchos años.
En un cajón de la cocina diferentes cucharas,
cucharones y cuchillos sobre los cuales el tiempo y
el uso han marcado huella, se convierten en un
registro de la perdurabilidad en el tiempo del hogar
al que pertenecen.
Estas marcas del uso así como las generadas por el mugre y la suciedad que algunos
materiales pueden llegar a acumular en el tiempo, son los indicadores del uso, es decir,
signos que muestran las formas en que los objetos son usados, no sólo desde un
punto de vista anatómico o referente a la manipulación, sino que también registra las
frecuencias de implementación, de almacenamiento, acomodación, limpieza y
mantenimiento. Son algo así como las señales personales del objeto, sus arrugas y
cicatrices, y al estar presentes en casi todos, pueden ser tenidos en cuenta para ser
estudiados pues representan rasgos físicos que reflejan cómo ha sido su biografía.
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Referencias
1
Edward T. Hall. Más allá de la cultura. Actions Chains.
Edward T Hall. Más allá de la cultura.
3
David Howes. Commodities and cultural borders. Introduction. Pág. 2
4
Andrew Skuse. Enlivened Objects. Journal of material cultura. Vol. 10 N° 2. Pág. 130
5
Sobre arquitectura material e indigencia ver: La arquitectura de los sin techo. Boris Mikhailov.
Quadenns 289. Cuaderno de ruta. Pág. 96
6
Igor Koppytof. La biografía cultural de las cosas: la mercantilización como proceso. Pág. 101
7
Klaus Roth. Material Culture and Intercultural Communication.
8
David Howes. Commodities and cultural borders.
9
Manuel Castells. El poder de la identidad. Pág. 24
10
Aquí los términos de estrategia y táctica se utilizan bajo el mismo sentido que les otorga
Michel de Certeu en “La invención de lo cotidiano”
11
Roland Barthes. La aventura semiológica. Semántica del objeto. Pág. 245
12
Arjun Appadurai. La vida social de las cosas. Grijalbo. México. 1991.
13
Igor Koppytof. La biografía cultural de las cosas: la mercantilización como proceso.
14
Abraham Moles. Teoría del los objetos.
15
Tom H. Fischer. What We Touch, Touches Us: Materials, Affects, and Affordances. Design
Issues: Volume 20, Number 4 Autumn 2004
16
Donald A. Norman. Emotional Design. Why we love (or hate) everyday things. Pág. 220
2
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-5.3ESTÉTICAS DEL DESECHO
“La originalidad de la época tecnológica está, (…) en esta afirmación reciente, (…) según
la cual el objeto está inexorablemente condenado a la destrucción y que el consumidor
debe aceptar esto como una virtud del objeto industrial, caracterizado por una curva que
lleva a sustituirlo, con lo que se renuevan periódicamente los placeres de la adquisición y
sobre todo se consigue la perpetua juventud del mundo circundante, ya que queda de él
excluida la vejez caracterizada.
De este modo se define de un nuevo pliego de condiciones de la materialidad en la
civilización; la materia ya no se opone a la evolución dinámica del hombre, simplemente
cuantifica esta evolución.
(…)
Tal concepción supone una especie de promoción del cubo de la basura y del
incinerador
y
plantea
el
problema
de
la
evacuación.”
A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 104 y 105
“… el problema de la evacuación, se plantea como uno de los dominantes de la vida
cotidiana: el retorno a lo desconocido, al incinerador casero, al cubo de la basura o a la
alcantarilla del objeto vendido <para tirarlo> es la cosa más natural para el mundo del
espíritu”.
“…el problema no es tan simple por que ciertos objetos parten a la reserva del desafecto,
hacia el desván (o el sótano) donde un juicio final los valoriza o desvaloriza lentamente
bajo el polvo: es el purgatorio del objeto. De hecho, la revaluación que experimentan
ciertos objetos al envejecer complica el ciclo del objeto”.
A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 44
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Desechar
Abraham Moles destaco del objeto industrial una virtud como la más característica: la
de ser destruible, algo que es aceptado abiertamente por los consumidores, puesto
que desechar les abre paso a la renovación, y así de nuevo, a los placeres deliciosos
del deseo y la adquisición. Si se observa hacia atrás en el tiempo, veremos como las
morfologías de los objetos de generaciones pasadas estaban concebidas para
acompañar a las personas a lo largo de su existencia, e incluso para pasar de
generación en generación. A diferencia de esto, los objetos que se producen o hoy en
día están concebidos para no durar más que un momento, para que luego tengan que
ser reemplazados por otros nuevos. Se desecha, más que por el hecho de que las
cosas no sirvan, simplemente porque se desea renovar, y esto conlleva a que las
biografías de los objetos contemporáneos sean muy cortas en comparación a las de
sus antepasados y se deslicen desapercibidos para sus usuarios.
Los restos mortuorios de los objetos contemporáneos se van sedimentando unos con otros formando
estratos geológicos que registran los hábitos de consumo del hombre actual. Es esta basurosfera que
poco a poco se va formando sobre la capa terrestre la que dará cuenta en un futuro sobre las formas de
vida humana en el siglo XXI.
Desechar –respecto a la vida del objeto- puede ser un momento de “muerte súbita”, en
el caso de los objetos que van directamente a la basura, pero por lo complejo que es
para las personas desprenderse de los objetos, en algunos casos, esta etapa terminal
se convierte en un proceso complejo y de duración variable, en la que los objetos que
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ya no se desean ni funcional ni comunicativamente, entran a una instancia de desuso
sin ser eliminados, siendo almacenados en algún lugar. Como ya se ha visto en las
estéticas del uso, en esta etapa de almacenamiento el objeto puede llegar a ser
revalorizado con el paso del tiempo convirtiéndose en antigüedad, o adquiriendo un
nuevo sentido que lo habilita para ser usado de nuevo e incluso para volver a su etapa
mercantil. Aún más curioso que la revalorización de objetos en desuso, son los
procesos a través de los cuales los objetos “muertos”, reencarnan y comienzan una
segunda vida a través de las reapariciones de los objetos terminales.
Parte de la complejidad de la etapa final en la vida de un objeto, radica en el hecho en
que las determinantes que marcan la culminación de su lapso vital, van más allá de
una disfunción o del deterioramiento. El momento conclusivo de la vida de los objetos
contemporáneos no está dado por la durabilidad física o estructural de las cosas, sino
ante todo por el tiempo en que son útiles simbólicamente, es decir, los objetos duran y
son aptos para el consumo siempre y cuando tengan sentido, signifiquen y tengan un
uso, así éste sea secundario o imaginario y nada tenga que ver con su función original.
De ahí que algo que sea considerado basura porque es viejo, pueda ser vuelto a usar,
obteniendo de nuevo valor, convirtiéndose de nuevo en mercancía y hasta en obra de
arte. El desecho, en términos de una patología de la cultura material, podría
considerarse como una enfermedad terminal que lleva a la muerte de maneras
distintas, dependiendo del paciente y su entorno (en este sentido pueden haber casos
de muerte súbita, así como de recuperación total, o incluso de vidas después de la
muerte).
Muchos de los objetos que se eliminan por ser considerados obsoletos –como una pizarra, un zapato o una
media- son aún útiles.
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Lo que indica a las personas que algo debe ser desechado varia mucho, en ocasiones
puede ser el desgaste del objeto, es decir, su propia condición física la que lo lleve
directo a la muerte. Pero son por lo general otras las causas para que algo se convierta
en basura: el paso del tiempo y el cambio de la moda (en el caso del vestuario), los
avances de la tecnología, los nuevos modelos (en el caso de los electrodomésticos),
también la publicidad, la época del año, el momento de la vida, o el antojo simplemente
por tener otro nuevo. Sea cual sea la causa, algo curioso de este aspecto de la cultura
material es sin duda el hecho de que lo que se desecha aún sirve (un claro ejemplo de
esto es el reciclaje o la venta de objetos usados), y de que la basura este llena de
cosas que no lo son precisamente.
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Lugares
Si los escenarios del uso presentan los objetos como síntomas de lo que está
sucediendo o por acontecer, o de lo que allí sucederá (así sea una y otra vez), los del
desecho presentan los objetos como huellas, como registros de lo que allí paso, de lo
que tuvo lugar. Es por esto que la basura puede considerarse desde varios sentidos
como un registro de “lo qué somos”, de “lo qué hacemos” y “lo qué pensamos”.
Domésticos
La cocina se caracteriza por
ser un punto de transición
entre el ingreso y la
eliminación de los productos
domésticos. Generalmente
en éste lugar se coloca un
contenedor en el que se
vierten desechos de todo
tipo. Es a la vez en la cocina
donde se descargan las
bolsas con los productos
recién comprados, donde
las mercancías alimenticias
se almacenan, acumulan y
conservan.
En el caso de los entornos domésticos el lugar en el que se deposita la basura está
representado por lo general por una bolsa que la contiene, la cual está a su vez dentro
de un elemento –la caneca de basura- que sirve para contener el desgraciado paquete.
Según las costumbres o las creencias del consumidor, respecto al discurso ecológico
sobre manejo de los desechos, el depósito de la basura puede componerse de una
sola bolsa que contiene todo mezclado, o pueden ser varias, dos o tres, con desechos
de diferente naturaleza cada una. Algo para destacar de las estéticas del desecho, es
esa costumbre que tienen las personas de acumular la basura en las bolsas donde
192
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vienen empacados los productos cuando son nuevos, cerrando así un ciclo completo,
que comienza en el momento en que las bolsas salen del supermercado llenas de
cosas nuevas y termina con la misma bolsa llena de basura, con las mismas cosas en
su interior, pero procesadas por el uso. Esta costumbre es también una manera de
darle identidad a la basura, de reflejar la personalidad en ellas, de diferenciarla y darle
una marca (basura marca Éxito).
A partir del siglo XXI por efectos de la contaminación
producida por el exceso de productos desechables
surgen estrategias para recuperar algunos
materiales y objetos. Una de éstas consiste en
separar los desechos desde la fuente donde se
producen; la clasificación que se realiza divide
usualmente los desechos en orgánicos y no
orgánicos, obligando a usar dos contenedores
diferentes, introduciendo una nueva estética –incluso
más higiénica- en los procesos de eliminación
doméstica.
Muchas de las estrategias concebidas por los
productores para la recuperación de desechos
sólidos no tienen ningún éxito por consistir en
acciones aisladas que no tienen en cuenta todo el
ciclo de vida los productos. La estrategia de
separación de residuos desde la fuente parece
absurda en el momento en que los desechos
clasificados son vueltos a mezclar todos en el lugar
de acopio de basuras de un edificio o al interior del
carro recolector.
Estas bolsas llenas de basura son luego depositadas en shoots comunales en el caso
de viviendas verticales y edificios, de donde salen luego en enormes canecas; en las
residencias horizontales las bolsas son llevadas escuetamente fuera de casa, donde
esperaran que el carro recolector pase por ellas; en las zonas residenciales, en los
días de recolección de basura, canecas y bolsas de basura componen juntas los más
pintorescos paisajes urbanos. De la misma forma que algunos animales delimitan los
bordes de su territorio con excremento, las personas lo hacen inconscientemente con
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la basura; esas bolsas llenas de desechos son de algún modo las marcas que
delimitan los bordes del territorio doméstico.
Durante un día de recolección de basuras es común observar como las calles residenciales y comerciales se
llenan de bolsas y recipientes llenos de desechos a la espera del carro recolector. Bolsas de almacenes Éxito
que invitan a ser usadas en procesos de reciclaje, canecas color naranja cuya forma se adapta al
funcionamiento del vehículo encargado de su recogida, o canecas azules que surgen como sobrantes del
almacenamiento de materias primas industriales; estos son algunos de los objetos que configuran el decorado
urbano y hacen alegoría a la sociedad del desecho.
Es irónico pensar que el contenido de estas bolsas pueda representar la fuente de
empleo y el sustento de otras personas (otras en el sentido que no son propiamente los
primeros consumidores), que las escarban en busca de algo comestible o de objetos
cuyo material sea recuperable como útil o como mercancía; el costo de los objetos
recuperados ya no está determinado por su función o por su origen, sino por un valor
abstracto determinado por su peso, o la posibilidad que tienen de ser utilizados o
mercantilizados nuevamente.
Cantidades de personas que van a pie, con enormes bolsas o arrastrando carretillas, escudriñan en las bolsas
de basura antes de ser recogidas, buscando algo que pueda ser convertido en parte de su capital material o en
desechos recuperables mercantilmente para conseguir su sustento.
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Las legiones de recicladores recorren las zonas de la ciudad recolectando desechos en
carretas de madera que se mueven afanadas unos metros delante del camión de la
basura. Este gran carro con su campanear, recorre bastos paisajes de desechos, que
va recogiendo para llevarlos al lugar más representativo y a la vez denostado de la
sociedad de consumo: el basurero, el relleno sanitario, (¿el parque ecológico?), el
deposito de basura; éste consiste en un gran hueco en la tierra, en una zona baldía
que es –literalmente- rellenada con basura.
La cantidad de desechos no asimilables (ni por la naturaleza ni por la técnica humana), que generan las
prácticas urbanas, tanto públicas como domésticas en la ciudad contemporánea, hacen necesario la creación de
un servicio que se encargue de su recolección. El dispositivo más representativo de dicha institución es el carro
recolector de basura: un camión que recorre periódicamente cada calle de la ciudad llevando consigo los
desperdicios de las prácticas humanas.
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Públicos
Si escudriñáramos en el basurero, y en cada bolsa de basura encontraríamos registros
de las costumbres domésticas. De lo que la gente adquiere y de como lo usa, y a
través de esto conoceríamos –a partir de los objetos desechados- gran parte de lo que
ha sido su vida. De forma similar, la basura que encontramos en la calle es el registro
de las situaciones urbanas, de los ires y venires que en ella se viven. En la calle hay
todo tipo de basura, desde las hojas secas, las ramas caídas, la arena y la tierra, que
evidencian el desgaste de los elementos orgánicos que aún perduran en la ciudad;
hasta los papeles, empaques y envases fabricados con todo tipo de materiales que dan
cuenta de nuestra artificiosa naturaleza.
Una piedra anudada con una cuerda de plástico roja, una peinilla negra y un hueso sin carne y con marcas
cortes hechos por un cuchillo son algunos de los objetos desechados que evidencian la presencia humana en
una alejada zona rural. La basura en un rastro esencial de la humanidad y su existencia.
La calle es también un lugar para el desecho, en ella, a lo largo de sus principales vías,
las canecas públicas delinean trayectos anaranjados para que el consumidor
reconozca su camino. Cada contenedor indica –como en una procesión- cada una de
las estaciones en las que se celebra el rito de poner “la basura en su lugar”; sin
embargo por fuera de ellas, chorreando por sus paredes y sobre el piso, se esparce
todo tipo de desechos minúsculos, tanto fragmentos sólidos, como líquidos viscosos.
En las plazas, parques y espacios abiertos, grandes contenedores de color azul
aguamarina, llevan orgullosamente impreso el escudo de armas de la ciudad, en los
espacio públicos más contemporáneos, y de los cuales uno podría pensar que son
representativos de lo postmoderno, estos enormes contenedores han venido
sustituyendo a los árboles, convirtiéndose así –sin tapujos- en lugares exclusivos para
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desechar: se va a comer algo que viene por lo general efímeramente empacado (un
helado, un agua, pasteles que son traídos entre una bolsa de papel café), las
necesidades del perro son recogidas en una bolsa plástica (a veces negra, otras veces
con una del mercado), alguien cruza apresurado (de un extremo a otro formando una
diagonal), cada uno deposita lo suyo, para todos hay un contenedor.
Escudo de la ciudad de Medellín,
impreso sobre los contenedores de
basura ubicados en parques
públicos y áreas peatonales.
Canecas plásticas instaladas por
las Empresas Varias en los postes
de las principales calles de la
ciudad para el disfrute de los
peatones.
Recipiente para la recolección de
basura colocado en un puesto de
revistas callejero.
A pesar del esfuerzo, todo este despliegue de canecas no es suficiente, escuadrones
de escobas humanas tendrán que barrer la ciudad: recoger las hojas secas, las ramas
caídas, las envolturas y los empaques; máquinas con cepillos circulares y expulsando
agua con mucha presión lavarán las calles: quitar las manchas del aceite, la grasa y la
gasolina que dejan los automóviles, desprender los chicles y el pellejo de animales
muertos adheridos sobre el asfalto; la recorrerán carretas de madera tiradas de
personas, mulas, burros y caballos, en busca de construcciones que necesiten evacuar
los restos de su producción: recoger escombros, muros caídos, tejas, ladrillos y vidrios
rotos, anillos de tubería plástica, arena y piedras de concreto, todo es llevado a las
periferias de los barrios o tirado en quebradas y ríos.
Para completarlo todo y llevarse lejos lo viejo, lo sucio y lo feo, camiones blancos con
líneas naranja, llevan impresos en su costado imágenes que evocan la pureza de la
ciudad e invitan a sus habitantes a separar las basuras, a “jugarle limpio”; tras de sí
misma, algo así como una enorme boca mecánica que se abre y se cierra va
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devorando y reduciéndolo todo lo que entra en una sola masa de muchos colores que
se aglutina gracias a su consistencia acuosa, al remojo de la intemperie, y a los jugos
que produce. De toda esta suciedad sólo quedan las gotas de lixiviado que va dejando
el carro a su paso.
Vidrios rotos, tapas de gaseosa, y animales muertos son algunos de los restos que van quedando adheridos al
asfalto por la acción del tiempo. Poco a poco se integran tanto a la superficie de las calles que terminan
fusionándose y siendo parte de su composición.
A pesar de esto, no todo es basura, y diferentes estudios demuestran que gran parte
de los objetos que son desechados vuelven a recuperar su condición útil o mercantil.
Los objetos son reciclados todo el tiempo, no sólo para ser procesados, sino para
entrar de nuevo al ciclo del consumo; cuando las cosas se dañan son reparadas, ya se
por sus propios usuarios o por personal “autorizado” y no autorizado; algunas cosas
son revendidas para ser re-mercantilizadas, y luego de ser compradas de segunda son
vueltas a poner en uso, demostrando la recursividad de las economías domésticas. La
basura, puede incluso llegar a convertirse en materia prima de “nuevos” objetos,
nuevos útiles y nuevas mercancías. Casos como los que se han enunciado son los que
constituyen el análisis de las estéticas del desecho.
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Los objetos
Entraremos ahora a analizar más que el proceso de conversión de los objetos en
basura, los procesos a través de los cuales lo desechado, lo supuestamente inutilizable
e inmercantilizable recupera su sentido práctico, también su sentido simbólico e incluso
un nuevo valor comercial.
La estética del consumo, en el sentido que la hemos definido teórica y
metodológicamente, se preocupa en el campo de los desechos, por lo qué la gente
hace con ellos para traerlos de vuelta a nuevas fases mercantiles y nuevos momentos
para el uso, generando en la vida de los objetos fases post-terminales; materializando
de este modo en los objetos recuperados rasgos fuertemente marcados de la cultura
popular, como lo son a recursividad y la innventiva que propicia sin duda la necesidad,
la pobreza y la exclusión.
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Desechables
Vivimos en una sociedad que llamamos de la información, y que en
cambio tiende a producir ruido. Tenemos la impresión de que
nuestra relación con las cosas se 'desmaterializa' a la vez que la
cantidad de desechos aumenta.
Ezio Manzini. Artefactos. Celeste y Experimenta Ediciones. Madrid.
1992
De la misma forma que los
alimentos perecederos traen
impresos en sus empaques o
superficies fechas de caducidad
que anticipan el momento en
que no serán comestibles, las
mercancías contemporáneas
traen insignias que vaticinan
periodos de vida muy cortos
para cada objeto convirtiéndolos
en desechable.
Richard Fry al analizar el problema de los productos desechables establece tres
periodos de tiempo en la evolución de la economía de lo material: la de subsistencia, la
industrial y de la información; en cada una de estas economías aparecen diferentes
formas de valorar los objetos y por consiguiente diferentes biografías y morfologías. En
la economía de la subsistencia las prioridades en cuanto a los objetos era que estos
satisficieran las necesidades básicas de seguridad y confort, los objetos antes de ser
desechados eran reparados y era necesario compartirlos con otras personas,
conservarlos y re-usarlos; en el periodo de la economía industrial los objetos servían
para construir la autoestima y definir la identidad personal, y los objetos eran
renovados con éste fin; finalmente en la economía de la información los objetos se han
convertido en las excusas para vivir diferentes tipos de experiencias (de compra, de
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uso, lúdicas, extremas), por lo que se convierten en algo tan efímero como la
experiencia que pretenden materializar, es una economía en la que es más fácil
renovar los objetos que repararlos 1 . Según las anotaciones realizadas por Fry, es
evidente como el concepto de desechable, se extiende hoy a casi todos los objetos de
la vida cotidiana, algo que refleja en parte rasgos de una cultura basada en hábitos
efímeros, que –como lo notó Ch. Alexander desde los años sesenta2- cambian más
rápido de lo que logran materializarse en objetos concretos.
Una característica de la basura de nuestra época, es el hecho de que se encuentre
llena de cosas que –en gran parte– no han perdido su utilidad; es decir, sus
componentes no son piezas desgastadas, sino más bien elementos cuya longevidad es
demasiado corta; en la mayoría de los objetos desechables la función que prestan es
tan transitoria que puede definirse como simbólica, si es que acaso prestan alguna. Por
una parte el interés por hacer más llamativos los productos y de presentarlos mejor los
ha saturado de empaques y envoltorios, elementos que sólo sirven para ser el soporte
de una impresión, o como mediadores en el transporte y la promoción del producto.
Por otro lado algunos productos, por resultar muy económicos, tanto por su material
como por sus procesos de fabricación, se convierten prácticamente en productos
basura, cuya duración es demasiado corta si se comprara con el tiempo que requiere
su fabricación, o su degradación en el medio ambiente. Éste es el caso de todos los
productos que la era del consumo ha optado por llamar desechables, objetos
terminales que están destinados a ser usados sólo una vez, de paso, aunque es
evidente que en nuestra cultura este tipo de objetos vuelven a ser usados, por lo
general en tareas domésticas.
En el detallado análisis que realiza Gavin Lucas sobre la emergencia y consolidación
de la cultura material desechable durante el siglo XX en el Reino Unido3, comenta que
en un principio este tipo de productos colocaron a la sociedad en una encrucijada, por
representar, de un lado y en un sentido negativo el derroche, de otro lado y en un
sentido positivo la higiene (tanto pública como doméstica o personal). Finalmente
muestra como el concepto de higiene comenzó a relacionarse cada vez más con los
productos que eran usados sólo una vez (single use) y estos fueron consolidándose en
el tiempo en una sociedad en la que la asepsia representaba un naciente mito urbano.
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El fenómeno de lo desechable, que tomaría fuerza en nuestro contexto a través de
campañas publicitarias en las décadas finales del siglo XX que promovían la higiene
con la amenazante pregunta de si “¿Usted tomaría donde otros ya han tomado?” y el
lema “No tomo en vidrio, tomo en desechable”, se ha hecho extensivo a otros campos,
más allá de la vajilla pública. Esta estrategia, que es a la vez higiénica y comercial,
está
relacionada
con
la
forma
de
singularización
que
Koppytof
denomina
“mercantilización terminal”, un fenómeno que destina las mercancías a ser usadas
solamente una vez y por un periodo de tiempo determinado (como si tuvieran una
fecha de vencimiento), llegando incluso –como el caso de las etiquetas que tienen los
colchones- a prohibir cualquier forma de re-uso o reciclaje 4 . Sin embargo, como
comenta Appadurai, estos objetos terminales, son vueltos a usar en ocasiones en
tareas menores del entorno doméstico5, configurando así las estéticas de los objetos
re-usados, recargados y reutilizados.
De manera individual o colectiva los objetos desechables forman en el paisaje urbano pinturas similares a
bodegones de naturalezas muertas con una gran connotación de artificialidad.
Los objetos que materializan la cultura mundial o mundializada, en especial los que
hacen parte de fenómenos que van al ritmo de la moda, como el vestuario o la música,
tienen un ciclo de vida tan corto, que aunque su uso no implique su desgaste total,
pueden considerarse en este momento como desechables. Por lo cual estos productos
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hacen parte de diferentes paisajes urbanos, creando imágenes que definen bien las
dinámicas socioculturales alrededor del mundo y los modos en que la cultura material
es practicada.
En las calles de cualquier ciudad del mundo los restos que quedan de los envases de Coca-Cola se convierten
en un registro material de la cultura mundializada. Si existe un objeto que cristalice y haga tangible un hábito
mundial o globalizado ése es el envase de Coca-Cola, será éste el que de cuenta a los arqueólogos del futuro
de una actividad común a casi la totalidad de la raza humana.
Si recordamos, que en las sociedades complejas se construyen simbólicamente
objetos de la misma forma que se construyen y se forman las personas, no es raro que
el concepto de desechable se haya hecho extensivo a determinados sectores de la
sociedad como los indigentes (aunque esta imagen estaría también representada en
los mártires que se inmolan por convicciones religiosas), esto dice mucho de la forma
en que las personas se relacionan con otros sectores sociales, (tal vez los que
presentan más ingresos) y con los objetos, presentándose aquí un fenómeno opuesto
al de la humanización (descrito en las estéticas del uso y que consiste en atribuir
rasgos humanos a los objetos), el cual puede denominarse objetualización humana, y
que consistiría según este ejemplo en dar a las personas los atributos de un objeto.
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Reciclado
El reciclaje bajo la mirada de las estéticas del consumo hace parte de esa segunda
vida del objeto que ha sido explicada bajo el titulo de las reapariciones del objeto. Se
analiza en esta instancia como algunos objetos desechados vuelven al ciclo del
consumo, siendo reciclados como materia prima (revalorización estructural) o como
mercancías (revalorización mercantil). Ésta vuelta a las políticas del valor puede
colocar los objetos en dos condiciones: como materia prima para ser procesada, o
como mercancía para ser comercializada. En este trabajo, el de reciclar, están
involucrados los bien llamados “recicladores” que se encargan de recorrer las calles de
la ciudad en busca de objetos que sean recuperables, en el sentido de poder ser
vendidos ya sea como mercancía o como material.
Envases plásticos de diferentes
productos son amarrados de una
carretilla de reciclaje formando un
ramillete con ellos, en el centro de
acopio al que serán llevados serán
puestos en venta por un valor que
oscila entre los 150 y los 500 pesos
cada uno.
En el campo de las reapariciones se estudia lo que la gente hace con la basura, no lo
que la industria o las empresas hacen con ella, por lo que el reciclaje como proceso
industrial que consiste en la recuperación de materias primas es más una estrategia de
los productores, mientras que la recolección, acumulación y comercialización de
objetos tirados a la basura, para revenderlos en volumen o al detal aparece como una
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táctica de los consumidores, o de algunos de ellos que han formado complejas redes
basadas en trayectos, intercambios y puntos de encuentro.
Por medio de rústicas carretillas movidas por la
fuerza humana los recicladores recorren la ciudad en
busca
de
desechos
que
puedan
ser
remercantilizados de alguna manera.
En los centros de acopio los envases que legan van
siendo agrupados por tipos y ofrecidos a la venta
para su reuso o reutilización.
El tiempo que va desde que el objeto es rescatado de la basura hasta que es
finalmente revalorizado (vendido o procesado) puede considerarse como una especie
de purgatorio en la que se decide entre dos opciones la suerte que correrá “el alma” del
objeto muerto. Un primer destino es el del procesamiento industrial para ser convertido
en materia prima: donde los objetos condenados pierden la función y el significado que
tenían antes, dejando se ser lo que era cada uno: un tarro de Xilol, un envase de
Fabuloso, o una lata de Pilsen para convertirse ahora simplemente en montones de
PET, PEHD y aluminio. Sin valor de uso, ni simbólico, ni de tiempo de trabajo
encarnado, no están definidos más que por un valor económico abstracto, que
establece un precio para un montón de objetos, según el valor establecido para un kilo
del material del que están hechos. Un segundo destino más paradisíaco es el que pone
al objeto en reventa, para reciclarlo como mercancía, encarnando de nuevo un sentido,
un valor y una función. Estos objetos agraciados al ser recuperados conservan su
marca y así su estima, exhibidos en el piso atraen miradas de peatones que pasan
frente a ellos como ante una vitrina en la que las cosas que ya “no tenían precio”
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vuelven a tenerlo: imagen de San José 1000 pesos, canasta de “Postobón” 2100 pesos,
maquina de moler “Landers” 2500 pesos.
Imagen de San José ofrecida como
basura comercial por un precio de
1000 pesos en el “Bazar de los
Puentes”, un centro comercial
dedicado a la comercialización de
objetos desechados.
Canasta de envases de gaseosa
“Colombiana” vendida por 2100
pesos en una chatarrería cercana
ubicada cerca del “Bazar de los
Puentes” en Medellín.
Restos de una máquina de moler
que cuestan 2500 pesos, y que
corresponden más a la posibilidad
de recuperar el material del que
está hecha, que al hecho de poder
volver a usarla.
La recolección de esos objetos genera en el espacio público exóticos paisajes en
transito, compuestos por carretillas en movimiento atiborradas de cajas desarmadas,
de ramilletes de envases, de pedazos de máquinas e inodoros rotos, también de
plantas, de llantas, de zapatos y de todo tipo de objeto susceptible de ir a dar en la
calle.
Zapatos tirados en el piso, muñecas incompletas y bolsos colgados de la pared son algunos de los productos
terminales que sin importar su mal estado son comercializados en el “Bazar de los Puentes” en el centro de
Medellín.
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En los centros de acopio donde llegan son arrumados según su tipo: material, marca,
apariencia y demanda son las variables que entremezcladas sirven para definir para
ellos una ubicación (dónde tirarlos) más o menos cercana con relación al momento en
que se espera su salida, y aunque allí mismo en los acopios muchas veces también
son vendidos, los lugares donde se re-comercializan se caracterizan por exhibir los
objetos en el piso: sin empaque, sin precio fijo y sin letreros, están involucrados en una
compleja red de intercambio que no siempre es monetario.
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Reparado
La reparación técnica de un objeto cualquiera en un centro especializado y autorizado
por sus fabricantes puede resultar en ocasiones más costoso que remplazar el objeto
por uno nuevo, convirtiéndolos en este sentido (según la definición de Richard Fry) en
objetos desechables. Por lo general las mercancías vienen acompañadas por una
garantía en la que el fabricante promete por medio de sus servicios técnicos reparar y
reponer piezas descompuestas, estos centros están ubicados por lo general en Tokio,
Miami o el D.F por lo que la gente ante un desajuste no tiene otra solución que
arreglarlos ellos mismos o mandarlo arreglar en talleres de barrio que anuncian por
medio de dibujos de electrodomésticos, o con letras pintadas a mano sus servicios.
Tres sillas plásticas de diferentes
referencias subsanan la
ausencia de algunas de sus
patas con estacas de madera
que les han sido añadidas por
medio de clavos.
Las reparaciones de las que hablamos no son las que cubre la garantía, ni hacen parte
de las autorizadas por los productores, sin embargo revalorizan funcionalmente objetos
que ya no prestan su función, o mal diseñados que no sirven para lo que están hechos
pues no se ajustan a las condiciones de su contexto. Estas apropiaciones de la función
de los objetos presenta en ocasiones estilos únicos, conseguidos por medio de
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operaciones que ajustan, separan, reemplazan y agregan componentes a un objeto en
el que se reflejan y quedan materializadas las tácticas, técnicas y estéticas de la gente.
Anuncio
de
un
centro
de
“reparación y repuestos” de
electrodomésticos, sector de “El
huevo”, centro de Medellín. La
ilustración empleada en el aviso
utiliza las formas prototípicas de
una licuadora marca “Oster”,
reconocible por gran parte de la
sociedad.
Sobre la puerta metálica de un
garaje residencial del barrio “Las
Mercedes”, un letrero escrito con
letras temblorosas sobre una lata
amarilla
dice:
“TALLER
ENDEREZADA
AJUSTE
Y
PINTURA …PORFAVOR TIMBRE”
En una casa del barrio “Laureles”
se tiñen y reparan artículos de
cuero, en la imagen que publicita el
servicio se mezclan los productos
reparados: un tacón, un bolso, una
chaqueta, con la herramienta que
permite su arreglo: un aspersor de
pintura.
La reparación consiste en una revalorización funcional de los objetos llevada a cabo
por medio del arreglo o reposición de elementos descompuestos en su estructura. De
este modo se logra que los objetos sigan funcionando, e incluso en algunos casos para
que presten mejor su función siendo adaptados a tareas particulares, o la postura de
quien lo usa recortando por ejemplo las patas de una silla de Manufacturas Muñoz para
acomodarla a la altura necesaria para un lustrador de zapatos. Técnicamente estos
ajustes pueden ser rigurosamente elaborados utilizando repuestos que dan continuidad
a la forma y apariencia del objeto, pero también puede aparecer reparaciones híbridas
que mezclan partes y procesos de diferentes estratos técnicos: como un automóvil
Renault 4 con puertas de madera (líneas de producción industrial complementadas con
procesos artesanales); o que reemplazan unas piezas por otras que no corresponden a
la morfología y composición del objeto: reemplazar un tornillo por un destornillador. La
apariencia final del objeto reparado lo vincula directamente a su contexto de uso, pues
por lo general son elementos del entorno inmediato (lo que primero aparece a mano)
los que se implementan en las reparaciones, terminando por parecerse al lugar que
pertenecen.
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Una silla de oficina desechada es recuperada en un
contexto laboral callejero y arreglada para que se
ajuste a la altura de un embolador de zapatos.
La puerta trasera de un Renault 4 que se ha perdido,
es reemplazada por un trozo de madera, la “carpintería”
implementada en su reparación contrasta con los
procesos de montaje lineal con la que se fabrican
originalmente los automóviles.
A pesar de ser poco costoso, un matamoscas que se
ha roto es reparado por medio de palos y amarres para
que siga funcionando.
Un inodoro que ha perdido la palanca con la que se
activa el dispositivo que elimina su contenido es
recompuesto por medio de un rústico amarre.
Las reparaciones conllevan a diferentes formas de revalorización práctica y mercantil,
pues permiten, de un lado volver a usar algo que había caído en desuso y a la vez abre
la posibilidad de ponerlo en reventa como objeto de segunda mano.
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Es frecuente que en los mismos centros de reparación técnica de electrodomésticos algunos productos con
averías remediadas sean comercializados. También –como se anotó en las estéticas de la adquisición- que
algunas piezas de estos artilugios eléctricos se ofrezcan a la venta como repuestos.
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Recargar
Todo
lo
que
compramos:
desde
las
verduras,
hasta
los
vestidos
o
los
electrodomésticos vienen envueltos: bolsas, cajas, frascos y envases definen el
volumen y componen la mayor parte de una bolsa de mercado. Empaques resistentes
y duraderos para proteger a las mercancías, agradables visualmente para atraer a los
compradores, pero hechos para no durar, y para ser desechados inmediatamente
pierdan su contenido. Desechables en todo el sentido de la palabra, con funciones
pasajeras y transitorias, que se convierten en las huellas que van quedando al paso de
nuestras actividades cotidianas.
Los empaques plásticos en los que viene originalmente el jabón lavaplatos son utilizados frecuentemente como
portacomidas; en la nevera, la calle o la oficina son convertidos en parte de una mesa servida portátil.
Recargar, rellenar, reenvasar son tácticas funcionales que ponen en uso, por un tiempo
más algunos empaques, que por sus propiedades funcionales, comunicativas o
estructurales siguen siendo utilizados al reponer su contenido, ya sea por el mismo de
antes o por uno nuevo que transforma por completo su identidad. La revalorización
principal en estas reapariciones es la función de empacar, utilidad que puede en
algunos
casos
ser complementada
por
medio
de
pequeñas modificaciones
estructurales que permiten al contenedor original adquirir otras funciones obtenidas por
el objeto recargado, funciones que se añaden por medio de operaciones técnicas que
varían en complejidad según la espontaneidad del objeto nuevo.
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Los actuales sistemas de empaquetamiento, más que elementos para la protección de los productos
cumplen la función de “vendedores silenciosos”. En ellos más que un envoltorio se concretan claramente
estrategias de promoción, información y exhibición. Los empaques de mantequilla “Éxito” se apilan unos
sobre otros en el espacio que queda entre un refrigerador y otro, para reforzar la atención hacia el
producto se informa sobre su valor con carteles que se colocan encima del conjunto.
Como casos extremos (en simpleza o complejidad) observamos en un nivel basico
amarres que se realizan a diferentes envases para poder ser transportados, así como
creaciones más complejas como las que presenta una caneca en la que se ha hecho
una perforación y se ha instalado una llave de paso para poder dosificar los que guarda
en su interior.
Los envases recargados son en ocasiones complementados a través de otros elementos que potencializan su
función. Un amarre para que pueda ser transportado, una llave para que dosifique su contenido, o un aspersor
para que atomice el liquido que contiene.
Aunque en los objetos recargados se busca primordialmente el ajuste del objeto a un
contenido, en la selección de los empaques que serán recargados intervienen criterios
de gusto que se hacen repetitivos logrando materializar en una serie de artefactos
recargados los patrones estéticos de cada cultura, reflejados en la preferencia por
213
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ciertas formas, ciertos colores y sin duda por la preferencia por algunas marcas; gustos
que hacen que en el tiempo algunos objetos se institucionalizen para ser recargados,
como: el tarro de “Kola Granulada JGB” popular en las ventas callejeras de alimentos,
el frasco de Nescafé utilizado en ámbitos domésticos para guardar alimentos, o la
bolsa del “Éxito” (y de más supermercados) para tirar y sacar la basura.
Los frascos de “Kola Granulada
JGB” parecen ser ideales para
fabricar regaderas de agua para
humedecer las frutas en el espacio
público. Para hacerlo útil ha sus
finalidades los vendedores realizan
sobre
su
tapa
algunas
perforaciones.
Los vidriosos vidrios de “Nescafé”
encuentran una segunda vida en
las cocinas domésticas, donde son
recargados con granos, salsas y
todo tipo de alimentos.
Las bolsas de almacenes “Éxito”
han sido institucionalizadas por los
consumidores como recipiente
para los desperdicios domésticos.
A pesar de la invitación que
profesa el almacén por medio del
mensaje impreso. “Utilízame para
reciclar”,
terminan
finalmente,
rellenas de un revoltijo de
desechos de todo tipo.
Aunque estructuralmente el objeto recargado permanece intacto en su estructura
original: una cavidad envolvente y una cubierta, las estéticas de los objetos recargados
presentan elementos que mezclan y yuxtaponen la parte exterior visible del empaque
con lo que hay en su interior, es decir, entre la identidad original del objeto y la nueva
carga se generan tensiones que terminan por configurar una nueva identidad. Se forjan
así retóricas entre las marcas de las mercancías de consumo masivo y los usos y
actividades cotidianas de todos los días, en las que los empaques de lo qué
consumimos entran a formar parte de los paisajes domésticos: jarras de jugo, termos
de agua, frascos de granos y portacomidas, integrados como muertos vivientes con los
objetos “nuevos”: en la nevera, la despensa y la oficina.
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Los empaques y envases desechados son también objetos aptos para la remercantilización. Los frascos de
vidrio del “Nescafé”, el “Menocal” y otras marcas, son utilizados por productores informales para envasar sus
mercancías alimenticias; los recipientes que resultan como sobrantes de la producción industrial son vendidos
luego como canecas; en el “Bazar de los Puentes” frascos de licores, perfumes y esencias se comercializan
para ser recargados con productos clandestinos.
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Reusado
La vida media de los objetos que nos rodean a diario, no está determinada –como
antes- por su vida útil, sino que son otros criterios los que determinan por cuánto
tiempo y hasta cuándo son usadas. Se considera desecho a un montón de cosas que
realmente no lo son en un sentido práctico, y las bolsas de basura están llenas de
objetos que aún pueden seguir siendo usados, revalorizados funcional, simbólica o
mercantilmente.
Botellas, frascos, baldes, bolsas
y todo tipo de recipientes son
utilizados luego de ser
desechados, sin transformación
alguna, como floreros y
materas. Las marcas originales
de los envoltorios lucen
pintorescas con sus nuevos
contenidos.
El reuso puede valorizar “para lo que sirve un objeto” (dimensión funcional) o también
“lo que significa o representa” (dimensión comunicativa), convirtiendo así objetos que
parecían o estaban condenados a la basura en cosas útiles de nuevo, o en objetos
mágicos que sirven de amuleto o adorno. Generalmente está acompañado por
procesos comerciales de reventa o de objetos usados, que presentan flexibilidad en las
formas de intercambio las cuales tienden al trueque o al intercambio, aspectos que
quedan plasmados en algunos nombres de estos locales como: El Cambalache. En
estos puntos de compra y venta los objetos viejos (la ropa y los electrodomésticos
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principalmente) son sometidos a procesos de limpieza, ajuste y reparación que los
mercantilizan de nuevo.
Dentro de las formas del reuso
se observan con frecuencia
tendencias
hacia
la
remercantilización de objetos ya
usados. Un caso particular de
este hecho es el del comercio de
la ropa de segunda. En
almacenes
como
“El
Cambalache” las formas de
intercambio
son
laxas
y
cambiantes, dando paso en no
pocas ocasiones al trueque
como forma de adquisición de
estos objetos deslucidos.
El reuso como práctica consiste por lo general en volver a usar algo bajo su función
original: una caja de dientes por ejemplo, pero por un nuevo usuario (que la ha
adquirido heredándola, encontrándola o comprándola); también es frecuente que
objetos viejos como cocas plásticas o desechados como vasos con publicidad, sirvan
precariamente como exhibidores de algo. Funcionalmente pueden haber variaciones
entre el objeto original y el reusado que surgen -como el caso de una carreta de
construcción usada para vender bananos- por el acoplamiento o la coincidencia formal
de algunos objetos respecto a diferentes funciones, o por cambios simples como la
escritura de la palabra “banano $100” pero tan efectivos que trasforman por completo
el sentido del objeto, mostrando un ajuste perfecto entre la forma y su nueva función
(en este caso es la función la que sigue a la forma).
Dentaduras postizas de personas
fallecidas son mercantilizadas de
nuevo y vendidas de segunda para
su reuso.
Vasos desechables que una vez
contuvieron cerveza son vueltos a
usar
como
contenderos
y
exhibidores de mamoncillos en una
venta estacionaria.
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La palabra “BANANO $100” escrita
sobre una carreta de construcción
desechada permite que ésta sea útil
de nuevo en contextos comerciales.
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Además de juicios de valor práctico, en los procesos que llevan a que algo vuelva a ser
usado intervienen juicios estéticos que confieren belleza o un significado simbólico a
los objetos desechados, transformando con esto su sentido funcional y las formas en
que es puesto en práctica. A pesar de no presentar modificaciones físicas (más que las
que se han mencionado) la ropa que se vende de segunda adquiere estéticas vintage
que recuerdan épocas pasadas y que pueden por este hecho hacerlas preferidas e
incluso elevar su valor de reventa; en otros casos las modificaciones pueden ser más
extremas como en el caso de objetos que se sacralizan y se les confiere un poder
mágico: como una herradura que pasa de estar en la pata de un caballo a ser un
amuleto de buena suerte (en este caso concreto es una compleja producción de
sentido la que pone en uso al objeto), o el caso de una muñeca convertida en adorno y
condenada a que nadie pueda jugar con ella, estos dos casos presentan objetos viejos
que a pesar de no volver a funcionar nunca, siguen siendo usados en el sentido en que
todavía tienen un significado que nos hace pensar en ellos.
Ropa “de segunda” de diferentes
marcas y de distintas épocas
pierden su clasificación por tallas, y
son reacomodadas y mostradas al
público según su precio.
Los procesos de sacralización
conceden a esta herradura una
segunda vida como objeto para la
buena suerte.
Los caprichos de gusto de sus
propietarios han convertida estas
muñecas terminales en adornos
con los que nadie juega más que
de manera contemplativa.
La producción conceptual que lleva al uso un objeto desechado genera entornos
contradictorios en los que objetos descontextualizados de su lugar original adquieren
otros sentidos y significados: ropa vieja que permite lucir a la última moda, carros de
mercado que venden gaseosa, o dentaduras postizas que se venden en una plaza de
mercado.
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Luego de haber sido utilizados en los usos originales de su primera vida, un envase de 600ml de “Coca-Cola”,
un frasco de “Nescafé” y un balde plástico, han revivido al ser vueltas a usar como materas y floreros.
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Reutilizado
En las ciudades contemporáneas la basura podría considerase como un recurso más
del entorno urbano, y así como en la naturaleza ciertas morfologías se ajustan a
actividades propias de la raza humana como una piedra para golpear o una cueva
como guarida, en los ámbitos de la morfología artificial y de la cultura material algunos
objetos desechados por su dimensión física y por su composición estructural son
perfectos para la fabricación de elementos característicos de actividades netamente
urbanas. La reutilización –el punto culmine de la creación de artefactos populares con
basura- demuestra que los consumidores producen objetos nuevos con los materiales
de desecho que encuentran en su entorno inmediato, con el fin de satisfacer esos
deseos sin objeto (muchas veces sin resonancia en el mercado) y poder realizar tareas
simples –como sembrar una planta- de forma sencilla y sin “entrar en gastos”.
Para la fabricación del parlante
que amplifica el sonido de una
grabadora en un punto de venta
público se ha utilizado una nevera
plástica marca “Rubbermaid” que
había sido tirada a la basura. De
este modo los rasgos formales de
un refrigerador portátil se mezclan
con los de un equipo de sonido,
en un mismo objeto.
Las formas de reutilización presentan una valorización funcional, estructural y estética
de los desechos cotidianos, en las que por medio de pocas operaciones técnicas y
cognitivas se integran diferentes elementos en la composición de nuevos objetos
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trasgrediendo cada una de las dimensiones del objeto original. Esta forma de
reaparición puede entenderse como una actividad de producción material inconsciente
en la que las personas más que producir objetos acomodan los existentes formalizando
con ellos funciones, pero también como una actividad laboral consciente dedicada a la
producción de objetos tanto decorativos como utilitarios que son fabricados siguiendo
líneas de producción artesanal
y comercializados la mayoría de los casos
informalmente, bien sea como una herramienta, un objeto para utilizar, o como una
artesanía sin una función particular en la que lo que se valora es la materialización de
un saber popular, muchas veces tenido de menos y pasado por alto.
La reutilización se diferencia de
otras formas de reaparición por
presentar formas de apropiación
estructurales que tienen que ver
con la transformación radical de su
forma. En este ejemplo, la
estructura de una botella plástica
es dividida en dos para convertir la
parte inferior en la maceta de una
planta.
En la reutilización la función del
objeto se redefine absolutamente y
con esto el sentido práctico. El
cambio en la estructura de
colocación de esta llanta, sumado
a la palabra “MONTALLANTA” que
se le ha escrito encima, son
suficientes para convertirla en el
aviso de un taller donde las
reparan.
Los
objetos
que
aparecen
espontáneamente
en
las
construcciones realizadas sobre el
espacio público, se identifican por
integrar en sus morfologías los
materiales de desecho que quedan
al paso de las obras urbanísticas.
Productivamente los objetos reutilizados presentan una complejidad que es relativa,
que puede consistir en unos simples cortes en el caso de la producción de objetos
monolíticos: el caso de los recipientes y macetas hechas con todo tipo de envases de
PET, en las que no se busca más que la acomodación del objeto original a una nueva
función, o como muchos otros casos que se limitan a recontextualizar el objeto
solamente escribiendo en el palabras como “montallanta” sobre una llanta vieja;
también pueden presentar procesos de producción más complejos, como la
elaboración de un separador vial que implica además de la planeación de la producción
una dedicación de atención y tiempo en el proceso que consiste en mantener vertical
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una pieza de madera dentro de una lata de “Sica” por medio de su fijación total
vertiendo dentro de la caneca cemento (nótese como los elementos con los que se
soluciona el problema de separación vial hacen parte del mismo entorno de fabricación
y uso). También, con un nivel de complejidad similar pero dentro de procesos de
remercantilización encontramos bolsos tejidos con suncho, aviones fabricados con el
aluminio de empaques de cerveza y gaseosa o recipientes para quemar incienso
fabricados con todo tipo de latas.
Algunos objetos por su morfología permiten ser reutilizados en la fabricación de objetos de diversos tipos.
Anuncios, columpios o materos son algunos de los que con mayor frecuencia se fabrican por medio de técnicas
simples como cortes y pinturas decorativas.
Las “tecnologías blandas” o saberes populares que se materializan en estos objetos
son transmitidos oralmente entre sus fabricantes y también imitados y apropiados por
casi todo el mundo, generando objetos insólitamente repetitivos: como el coche
adaptado para vender tintos (en el caso de una herramienta laboral) o el del farol
navideño –comercializado cada año- que se fabrica con envases vacíos de dos litros y
medio de “Coca-Cola” (para citar el caso de una reutilización con fines mercantiles),
objetos que por su abundancia en las calles y en las casas hacen parecer que hubiera
detrás de ellos toda una línea de producción en serie.
Esa relatividad técnica repercute notablemente en la estética de este tipo de objetos
presentando por lo general objetos o partes de objetos totalmente descontextualizados
respecto a su entorno ideal, o bien, en su lugar de origen pero cumpliendo funciones
que lo muestran en situaciones contradictorias. Son objetos que comunicativamente
trasgreden tipologías y estilos, confundiendo las marcas, los usos y los objetos en su
manera de ser concebidos, creando con sus puestas en práctica nuevos patrones
tipológicos y estilísticos: llantas convertidas en materas, remaches marca “Pepsi”, o
vajillas completadas con vasos “Respin”.
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Entre muchos de los usos postterminales que puede llegar a tener
un envase de “Coca-Cola”, se
destacan aquéllos que destinan la
botella vacía a fines de decoración
navideña. En este caso lo
encontramos reutilizado en la
hechura de faroles que adornan un
árbol de navidad.
La tapa de un envase de “Pepsi”
es reutilizado por los obreros de
una construcción en la fabricación
de un remache. Esta técnica: la de
la
producción
de
remaches
espontáneos, ha de hacer parte de
los saberes tradicionales de todo
constructor.
Los envases de algunos productos
vienen prediseñados para tener
segundas funciones una vez se
agote su contenido. El frasco en
que se empaca la mermelada
“Respin” se ha hecho famoso por
la propiedad que tiene de
convertirse en vaso.
En los procesos de fabricación, así como en la totalidad estructural y estética de estos
objetos encontramos aquéllo que Levi-Strauss –en “El pensamiento salvaje”- definió
como bricolaje, para referirse a una ciencia “primera” más que primitiva, a través de la
cual el bricoler, aquél “que trabaja con sus manos, utilizando medios desviados en
comparación con los del hombre de arte6” construye objetos. Veinte años después en
“La Aventura Semiológica”, Roland Barthes –al reflexionar sobre el sentido de los
objetos en la cultura- habla del bricolaje como el proceso de “invención de un objeto
por parte de un aficionado7”. Desde otro punto de vista, estas creaciones vernáculas
ponen en evidencia algo que Christopher Alexander 8 al explicar los procesos de
construcción
arquitectónica
en
las
sociedades
primitivas
denominó
“diseño
inconsciente”, ya que en los procesos técnicos del bricolaje podemos encontrar rasgos
similares a los que las llamadas sociedades inconscientes implementan en la
elaboración de sus bienes. Como es un proceso de diseño lento, que guarda similitud
tanto en procedimientos como en resultado, a la artesanía tradicional, ya que se
desarrolla a través del ensayo y el error por los mismos consumidores, logra en el
tiempo unas morfologías que logran un ajuste casi perfecto, pues se conocen con
claridad las especificaciones que debe tener el objeto.
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Lo interesante que presentan los objetos que analizamos en este caso es que no son
creaciones construidas por sociedades “primitivas” o “inconscientes”, pues contrario a
esto las encontramos en entornos urbanos, tanto en los espacios públicos como
privados, poniendo en evidencia la permanencia de estrategias técnicas “primarias” o
“primitivas” en la cultura urbana popular.
Como ya se observo en el
capítulo dedicado al análisis de
las estéticas de la adquisición,
muchos de los artefactos que
componen los puntos de venta
callejeros están fabricados
bajo lógicas de reutilización y
recontextualización de los
desechos. En este ejemplo
vemos como la estructura de
un coche para bebés ha sido
institucionalizada por la
tradición en el objeto perfecto
para ser implementado en la
venta ambulante de tintos.
Acerca del bricoleur –el aficionado que construye objetos- nos dice Levi-Strauss que
genera estructuras a partir de acontecimientos pasados, a diferencia del sabio que
produce acontecimientos a partir de estructuras pre-existentes. “Opera sin plan previo y
con medios y procedimientos apartados de los usos tecnológicos normales. No opera
con materias primas, sino ya elaboradas, con fragmentos de obras, con sobras y
trozos” 9 . De ahí que todo su instrumental así como los materiales de trabajo sean
heterogéneos e imposibles de estandarizar o de homogenizar en algo que no sea el
objeto construido, el resultado final, donde las partes, los trozos y las sobras que lo
componen cobran sentido a través de una función que se presta de manera simple,
siendo operado a través de gestos humanos básicos. Es esa naturaleza heteróclita de
la estructura del objeto reutilizado, la que configura sobre él y en su apariencia,
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estéticas híbridas y yuxtapuestas donde diferentes elementos –escogidos o
aparecidos- son integrados casi a la fuerza, para configurar algo, que a los ojos del
“buen diseño” y la “buena forma” podría ser considerado como un objeto monstruo.
Tanto en el espacio público, como en entornos domésticos o laborales estos objetos
abundan aunque pasan desapercibidos, por presentar formas cotidianas así como
marcas y símbolos ampliamente reconocidos. Al fijarse en ellos surgen los rasgos
sociales característicos de un comportamiento técnico y estético, tendiente a disponer
de lo que se impone como basura, como su material de trabajo.
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9
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1964. Pág. 35 Nota del traductor.
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CONCLUSIONES
La cultura material está compuesta por el conjunto de objetos en los que se
materializan los hábitos de un grupo social, por lo que los objetos son la materialización
de la cultura desde lo qué la gente hace, desde lo qué piensa y desde dónde está.
En la vida de un objeto se pueden diferenciar dos momentos: primero cuando es
concebido como un sistema, y luego cuando es consumido y convertido en acto. A
cada uno de estos momentos corresponden dos formas de representación: la del
objeto producido, y la del objeto consumido.
Los objetos pueden ser estudiados desde tres dimensiones: la estructural que
determina lo qué el objeto es, la funcional que se refiere a lo qué se hace con el objeto,
y la comunicativa que se define por lo qué por él se siente. Cada dimensión está
presente tanto en el momento de la producción como en el del consumo. Para un
estudio de la puesta en práctica de la cultura material interesan más las formas en que
cada dimensión es apropiada y de este modo los objetos son transformados desde su
estructura, redefinidos desde su función y resemantizados en su sentido.
Las apropiaciones de los objetos causan en la cultura material desviaciones similares a
las que sufre el lenguaje a través del habla, y son estos registros los que constituyen
las estéticas del consumo.
El consumo más que un proceso lineal constituye un ciclo a través del cual los objetos
son llevados a la práctica, y en este proceso se pueden observar tres momentos: la
adquisición, el uso y el desecho. A cada uno de estos momentos corresponde una fase
del objeto: la mercantil, cuando es ofrecido al intercambio; la útil, cuando es usado; la
terminal, cuando es desechado; y el paso de una fase a otra constituye la vida del
objeto.
La puesta en práctica de un objeto puede ser estudiada desde las apropiaciones que
sufre en cada dimensión, y desde el recorrido que hace por cada una de las fases del
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ciclo del consumo. El primer modelo de estudio lo llamamos morfológico, y al segundo
biográfico.
El análisis morfológico está basado en las apropiaciones que ha sufrido el objeto y así
lo qué el objeto es, lo qué se hace y se siente por él en un momento dado de su vida.
El análisis biográfico estudia el paso del objeto de una fase a otra a medida que es
adquirido, usado y desechado, así como de las causas que lo llevan de una a otra. A
través del análisis morfológico y del biográfico se puede dar respuesta a la pregunta
por cómo es qué se lleva a la práctica lo que se concibe por cultura material.
Como registros de las estéticas de la adquisición encontramos formas de intercambio
mercantil que están exentas del intercambio monetario y que incluso se oponen a él en
su sentido oficial: herencias, regalos e intercambios son algunos ejemplos de éstas
categorías. Encontramos además que los objetos pueden ser colocados varias veces
en la fase mercantil, sin importar si han sido usados o incluso desechados, dando lugar
a los fenómenos de remercantilización.
El momento del uso se caracteriza porque los objetos son apropiados desde cada una
de sus dimensiones generando en ellos otras estructuras (transformaciones, marcas),
otras funciones (redefiniciones) y otros sentidos (museificaciones, sacralizaciones,
humanizaciones), que dan origen a diferentes tipos de objetos. En esta fase los objetos
presentan también modificaciones a causa del tiempo (desgastes) y éstas producen a
su vez en sus usuarios otras formas de valoración.
En ocasiones el momento del desecho no determina la fase terminal del objeto, pues
hemos demostrado como algunas formas de apropiación revalorizan los objetos
terminales haciendo que vuelvan a la vida y reaparezcan. Las revalorizaciones pueden
ser estructurales y conferir valor al objeto según de lo qué esté hecho (reciclaje),
también funcionalmente (reuso, recargue, reparación), o también se puede atribuir
valor a través de un nuevo sentido. En el campo de las reapariciones surgen diferentes
formas de mercantilización de los desechos, así como objetos nuevos construidos a
partir de sobras y restos de otros objetos.
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A través de este recorrido por las estéticas del consumo se han hecho visibles,
aspectos, rasgos y categorías culturales que de otro modo permanecerían ocultas al
conocimiento estético.
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