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REVISTA DE LA SEECI.
Sancho Gómez, Miguel Pablo (2003): Periodistas y profesores como
transmisores de conocimiento. Nº10. Noviembre. Año VI. Páginas: 75-94
http://www.ucm.es/info/seeci/Numeros/Numero18/InicioN18.html _________________________________________________________________________
BLAS DE LEZO Y CARTAGENA DE INDIAS: UNA PERSPECTIVA DESDE EL
SIGLO XXI
BLAS DE LEZO AND CARTAGENA DE INDIAS: A PERSPECTIVE FROM THE
21th CENTURY
AUTOR
Miguel Pablo Sancho Gómez
Universidad de Murcia (España).
[email protected]
RESUMEN
En este trabajo se tratará de ofrecer una breve y concisa visión de conjunto acerca
de un brillante episodio de armas perteneciente al siglo XVIII español que por otra
parte ha caído casi totalmente en el olvido; nos referimos a la defensa de la
importante plaza de Cartagena de Indias en 1741, llevada a cabo por Blas de Lezo,
uno de los mejores marinos españoles de todos los tiempos. Con escasos medios
logró repeler una enorme flota de invasión británica, causando una aplastante
derrota a una flota que tenía sesenta barcos más que la "Armada Invencible" enviada
contra Inglaterra en 1588.
PALABRAS CLAVE
Blás de Lezo - Armada Española - Cartagena de Indias - Fortificaciones Americanas Edward Vernon - Nueva Granada.
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ABSTRACT
This work will try to picture a brief and clear frame about a brilliant fact of arms
belonging to the Spanish Eighteenth Century, although that concrete action fell in
almost complete oblivion; we mean about the defense of the important garrison
town of Cartagena de Indias in 1741, performed by Blas de Lezo, one of the best
Spanish naval officers of all times. With few seaborne and land units at his command
was able to fight off a huge British invasion fleet, inflicting a crushing defeat to a
very large squadron, bigger sixty ships in size to the Spanish Armada of 1588.
KEY WORDS
Blas de Lezo - Spanish Navy - Cartagena de Indias - American Fortifications - Edward
Vernon - Nueva Granada.
ÍNDICE
1. Introducción
2. Breve semblanza del personaje
3. Situación estratégica en América
4. Cartagena de Indias
5. El asalto inglés
6. Consecuencias
7. Bibliografía
1.
Introducción
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Es de lamentar que a lo largo de todas las colecciones de Historia Militar y las
recopilaciones, coleccionables o no, acerca de estudios monográficos sobre la Guerra
y/o las Batallas, sean del tiempo que sean y publicadas en cualesquiera ámbito,
trátese de las ofrecidas al gran público en quioscos y venta por correo, o por el
contrario las reducidas al ámbito científico, investigador, universitario y especializado,
debamos permanecer sufriendo las mismas lacras, los mismos fraudes y las mismas
tediosas repeticiones de siempre. Ante el silencio de la aún raquítica historiografía
española especializada, temerosa y acomplejada a la hora de abordar los grandes
temas de la Historia Militar, nos vemos inundados por una avalancha de
publicaciones americanas y británicas (especialmente inglesas) que con menos
melindres existenciales, más sentido de la oportunidad y pragmatismo histórico
ofrecen sus gloriosos (o no) hechos de armas, siempre magnificados y muchas veces
hinchados, cuando no deliberadamente deformados. Así, se nos repiten hasta la
saciedad las supuestas gestas bélicas de reyes como Enrique V y Eduardo III, que se
limitaron únicamente a colocar sus tropas razonablemente en el campo de batalla y
obrar con coherencia, aprovechando situaciones tremendamente favorables - nada
distinto de lo que hicieron con anterioridad y durante siglos los cónsules romanos en
guerra, salvo en las pocas ocasiones en las que las legiones tuvieron políticos
incompetentes al mando. Celebran, los mismos ingleses, sus triunfos en batallas
campales contra los vikingos, cuando el mérito siempre estuvo de parte de los
invasores, auténticos ejecutores de proezas tácticas que realizaron de modo
continuado durante siglos; resulta digno de admiración que los vikingos fuesen
capaces de conquistar todos los reinos sajones salvo Wessex, cuando en un principio
la balanza de fuerzas les era tremendamente adversa. Fue la incompetencia y falta
de preparación de los sajones, en cambio, lo que les llevó a estar frecuentemente a
merced de los danes y norses, que -táctica y tecnológicamente- todo lo tenían en
contra intentando tales arrojadas incursiones. En cambio, las victorias de Alfredo el
Grande y sus sucesores se nos presentan como grandes proezas.
Por el contrario, nadie conoce los hechos de armas auténticamente sensacionales de
muchos monarcas medievales hispánicos, cuyas hazañas han caído en el mayor de
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los olvidos: Alfonso II de Asturias, que en una fecha tan temprana como 798 fue
capaz de asaltar y saquear una ciudad tan meridional como Lisboa; Alfonso III, que
en 878 tendió una magistral celada a un ejército musulmán muy superior en
Polvoraria, destruyéndolo completamente; ¿y por qué no mencionar los brillantísimas
operaciones bélicas de Alfonso I de Aragón, acertadamente apodado "el Batallador"?
Reconquistador de Zaragoza, realizó una proeza monumental, al cruzar en 1125
media Península Ibérica ocupada enteramente por enemigos para llegar a Granada,
saquear su vega y liberar a todos los mozárabes que pudo, llevándoselos a su reino
si voluntariamente quisieron marchar con él. Pensar que aún hoy en día, todos los
estadounidenses, especialmente en el Sur, siguen idolatrando la memoria del mayor
general Thomas J. "Stonewall" Jackson, que ciertamente fue un comandante
excepcional, por su campaña en el Shenandoah de la primavera de 1862 ("Jackson in
the Valley") 1 , no puede sino causarnos una envidia sana, puesto que incluso en la
actualidad recibe cumplido homenaje entre sus paisanos, mientras que ni los
aragoneses en particular ni los españoles en general sabemos apenas nada del
Batallador y sus espectaculares logros.
Por todo ello, nosotros nos disponemos de modo fehaciente a tratar de cambiar las
tornas historiográficas ofreciendo nuestra pequeña y humilde contribución "a la
causa", tratando de plasmar una perspectiva actual, rigurosa y clarificadora de uno
de nuestros generales más reputados, marino insigne cuya valentía era sólo
superada por sus enormes conocimientos y exhaustiva preparación militar; vencedor
de veintidós batallas navales, azote de los piratas y berberiscos, odiado y temido por
los enemigos de la Corona Española igual que admirado y honrado por sus aliados:
Blas de Lezo.
1
Ciertamente, se trató de la obra de un táctico de primer nivel: con su exigua "caballería de a pie" (17.000 hombres), Jackson
fue capaz de distraer decisivamente entorno a 52.000 - 60.000 hombres de los ejércitos de la Unión, que en esos momentos se
disponían a invadir Virginia. Fue capaz de mantener la capital enemiga, Washington, bajo amenaza estratégica durante muchos
meses, a la vez que debilitaba de forma decisiva a la Unión, que efectivamente fracasó en su intento de invasión del Sur. Véase
para ese tema DAVIS, Burke (1999); They called him Stonewall: a life of Lt. General T. J. Jackson, C. S. A. Burford Books,
Ithaca, NY.
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2.
Breve semblanza del personaje
Blas de Lezo y Olavarrieta (u Olabarrieta) nació en 1689 en Pasajes de San Pedro, en
Guipúzcoa, tercer hijo de los ocho que engendró el matrimonio de Pedro Francisco
de Lezo con Agustina Olavarrieta. Es aquella una tierra hermosa y agreste, encarada
al mar, que venía suministrando desde muchas generaciones atrás excelentes
marinos a la Armada Española 2 . Hasta 1701 el joven Blas recibió su educación en
Francia, dedicándose desde entonces en cuerpo y alma al arte de la guerra marítima.
Pese a su excepcional juventud, supo ganarse muy ponto el respeto y la admiración
de todos sus superiores en la marina francesa, y muy especialmente el de su
comandante supremo, Conde de Toulouse. La valentía e intrepidez naturales del
muchacho fueron refrendadas por su destreza natural y una preparación excelente y
concienzuda. Tras participar en numerosas acciones navales durante la Guerra de
Sucesión, en las que perdió una pierna, un ojo y el uso de un brazo3 , pidió por
motivos personales el traslado definitivo a la Marina de Guerra española en 1712,
sirviendo desde entonces con celo la bandera del Rey contra los turcos, berberiscos y
contra los piratas, destacándose su papel en la limpieza de las aguas del Virreinato
de Perú entre 1716 y 1728 y su decisiva participación en la conquista española de
Orán en 1732. Capitán de navío a los veintitrés años, siempre se hizo notar por su
asombrosa precocidad en el escalafón. Tanto en el Mediterráneo como en el Pacífico
y el Atlántico quedó demostrada siempre su excepcional valía, convirtiéndose en un
experto consumado a la hora de capturar naves enemigas de todo tipo. Inventó
proyectiles metálicos huecos, rellenos de cadenas y otros objetos que se abrían una
vez disparados, destrozando las cuerdas y velámenes de los navíos enemigos; usaba
parrillas llenas de paja mojada a las que prendía fuego, utilizando el humo producido
2
Citaremos brevemente a otros ilustres marinos vascos anteriores como el Almirante Antonio de Oquendo, Juan Sebastián
Elcano o Martínez de Recalde; Para este aspecto, véase ORTEGA Y MEDINA, Juan Antonio (1981): El conflicto anglo - español
por el dominio oceánico (siglos XVI y XVII). Universidad Nacional Autónoma de Méjico. Méjico.
3
En la batalla de Vélez Málaga, en 1704, integrando la escuadra francesa en lucha contra la anglo - holandesa, Lezo sufriría
una terrible herida en una pierna, que le tuvo que ser amputada. Actuaba entonces como ordenanza y guardiamarina
mensajero del Almirante Conde de Toulouse. Perdió el uso de un brazo en un ataque naval contra Barcelona al año siguiente 1705-, y el ojo poco después defendiendo un fuerte francés contra las tropas invasoras de Saboya.
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para romper el contacto, ocultarse al campo de visión de los artilleros enemigos o
atacar por sorpresa a su antojo. Después de recibir el apoyo incondicional y el cariño
personal tanto del intendente José Patiño como del Almirante don Andrés de Pez,
además de los parabienes y felicitaciones en numerosas ocasiones del propio rey
Felipe V, Lezo finalmente se convirtió en el mejor comandante español por méritos
propios, recibiendo el grado de Teniente general de las armadas del mar del Caribe.
Asentado en Cádiz tras pedir voluntariamente el regreso a España por los frecuentes
roces con el Virrey del Perú Armendáriz, fue sin embargo requerido nuevamente para
regresar a las Américas, concretamente a la denominada Tierra Firme 4 . El motivo de
tal petición, que Lezo por su patriotismo y por su sentido militar del deber no pudo
rechazar, fue la reanudación previsible y muy próxima de las hostilidades con
Inglaterra. Partió de Cádiz con su familia (tanto su esposa Josefa como la mayoría de
sus hijos habían nacido en Perú) el 2 de febrero de 1737, en previsión de los sucesos
luctuosos que no tardarían en llegar. En efecto, el primer ministro Hugh Walpole,
muy a su pesar, pues era contrario al enfrentamiento con España, declaraba
formalmente la guerra en 1739. La flota de invasión británica que tenía como final y
último objetivo la conquista de Cartagena de Indias ya había salido hacía tiempo
desde Portsmouth. Gracias al buen hacer del espionaje español, desde el primer
momento se supo de la existencia de tal flota y cuáles eran sus intenciones. Nada
más llegar a la plaza, Lezo se vio obligado a preparar la defensa a la vez que asumía
las competencias del gobernador Fidalgo, gravemente enfermo.
Efectivamente el gobernador fallecería poco después, siendo sustituido por Melchor
Navarrete, cuya relación profesional con nuestro marino nunca pasó de la tibieza. En
la campaña militar por venir, Blas de Lezo realizaría su gesta bélica más gloriosa,
defendiendo la vital ciudad y puerto contra una escuadra inglesa de poderío
avasallador, preparada para destruir las defensas y conquistar la plaza con una gran
4
Era tal el nombre que en los tiempos coloniales se le daba a las actuales Panamá, Venezuela y parte de Colombia. Véase
MADARIAGA, DE, Salvador (1979): El Auge y el Ocaso del Imperio Español en América. Espasa - Calpe. Madrid.
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flota de desembarco 5 . Pero contra todo pronóstico, la flota de invasión resultó
humillada y completamente derrotada por el genio militar del marino español, que ya
por entonces había recibido su cruel apodo de "medio hombre". Corría el año de
1741.
3.
Situación estratégica en América
Desde el siglo XVI España se había encontrado en un estado de guerra, intermitente
pero crónico, con Inglaterra. La incipiente potencia naval de los ingleses se fue
aplicando progresivamente a estrangular el tráfico comercial español, pues pronto
quisieron dominar las mismas rutas marítimas que daban acceso a los ricos
territorios del Sur. Conforme su capacidad aumentaba, el plan inglés tomó forma de
manera cada vez más consistente hacia una estrategia de interrupción completa de
las comunicaciones entre las posesiones españolas de Indias y el territorio europeo
peninsular, principalmente mediante el uso masivo de piratas y corsarios 6 . Las vastas
tierras americanas actuaban de continuo acicate para que los ingleses ampliasen su
radio de acción, y parecía una cuestión de tiempo que su capacidad militar y naval
llegase al punto de permitirles arrebatar amplios territorios americanos a la Corona
española, pero en cambio fue tal un objetivo que prácticamente nunca logró. No
obstante, la conquista inglesa de Jamaica fue un revés grave que tendría
consecuencias nefastas para España, pues se convirtió en un nido de piratas y
refugio del comercio ilegal; consecuencias igualmente negativas trajo la presencia
holandesa en Curaçao. Estas bases de ubicación idónea en cambio rindieron a esas
5
Nótese que como ya se ha afirmado anteriormente, la escuadra de Vernon incluía 186 barcos entre buques de guerra y naves
de desembarco, superando en 60 unidades a la “Armada Invencible” de Felipe II, que en 1588 contó con 126 embarcaciones.
Véase KUETHE, Alan J., "La batalla de Cartagena en 1741. Nuevas Perspectivas". Historiografía y Bibliografía Americanistas vol.
XVIII nº1, pp. 19-38. Para el estado de las defensas y las tropas de guarnición y milicia en el mundo colonial, SERRANO
ÁLVAREZ, José Manuel (de próxima aparición): Fortificaciones y Tropas. El gasto militar en Tierra Firme 1700 - 1788.
Universidad de Sevilla; Diputación de Sevilla; Escuela de Estudios Hispano-Americanos; C.S.I.C. Sevilla.
6
La bibliografía al respecto es extensa, véase, a modo de ejemplo, las obras de KONSTAM, A., & McBRIDE, A. (1998): Pirates
1660-1730. Osprey Publishing. London; KONSTAM, A., & McBRIDE, A. (2001): Privateers and Pirates 1730-1830. Osprey
Publishing. London; también es interesante LUCENA SALMORAL, Manuel (1992): Piratas, bucaneros, filibusteros y corsarios en
América. Mapfre. Madrid.
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potencias navales beneficios incalculables. Hubiese sido necesario expulsar a los
enemigos de esas dos islas para garantizar de nuevo un estable desarrollo del
comercio antillano, pero los pobres recursos españoles jamás dieron palio a
plantearse tamaños objetivos. Aun así, ni en los momentos de mayor impotencia de
la flota, llegó la navegación a paralizarse completamente 7 . Las hoy célebres y
celebradas acciones de piratas y corsarios, pese a ciertos golpes muy efectistas
perfectamente explotados por la genial propaganda británica, fueron mucho menos
eficaces de lo que generalmente se cree. De hecho, la poderosa Flota de Indias solo
pudo ser neutralizada en tres ocasiones entre 1500 y 1700, y en una de ellas el
artífice del sonoro logro ni tan siquiera fue inglés 8 . Pese a la nefasta situación que a
menudo atravesaron las arcas españolas, las rutas vitales de comunicación marítima,
similares a las arterias por las que fluía la sangre del Imperio, permanecieron
esencialmente abiertas durante casi todo el periodo colonial.
Sin embargo, a mediados del siglo XVIII Inglaterra iba a intentar nuevamente una
estrategia de gran alcance, planeando una acción en varios frentes para lograr de
una forma organizada y metódica el colapso del Imperio Español. Tras los largos
años de decadencia que contemplaron la extinción de la dinastía de los Austrias, la
Armada había quedado seriamente deteriorada por las graves negligencias del
gobierno, y resultaba sólo un pálido reflejo de su anterior poderío; se encontraba
muy lejos de poder proteger adecuadamente los grandes intereses coloniales
españoles. Mientras tanto, los enemigos no cejaban en sus empeños para
aprovecharse de las debilidades españolas. Pese a las grandísimas ventajas
obtenidas gracias al rey francés Luis XIV en el tratado de Utrecht (1713), como el
“Asiento de Negros” y el permiso de comerciar abiertamente en Cádiz, nada parecía
suficiente a los ojos de los ambiciosos ingleses. El objetivo final no era otro que el
dominio comercial absoluto de todo el continente americano. Azuzada por políticos
7
Incluso en los años difíciles en torno al tratado de Utrecht, cuando la presencia naval española casi desapareció. Véase
TORRES RAMÍREZ, Bibiano (1981): La Armada de Barlovento. Escuela de Estudios Hispano - Americanos. Sevilla.
8
Piet
Heyn, holandés, se apoderó en 1628 de todas las naves del Tesoro menos tres; en 1656 y 1657 Blake destruyó toda la
flota. Véase ELLIOTT, John H. (1996): La España Imperial 1469-1716. Vicens Vives. Barcelona. Pág. 197. 82
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intrigantes y codiciosos como William Pitt, la nación clamaba insistentemente acción
enérgica y terminante contra los "pérfidos españoles", a los que acusaban de toda
clase de abusos y extorsiones. Poco importaba tal deformación aberrante y
descarada de la realidad, muy del gusto de los pueblos anglosajones: pese a que
Gran Bretaña violaba repetidamente las leyes y los tratados comerciales intentando
extender fraudulentamente los tentáculos de su poder económico, los periódicos y
grupos de presión presentaban como la única culpable a España.
La situación, cada vez más tensa, llegó a su punto culminante después de un
incidente que se hizo famoso, el apresamiento de Jenkins. Robert Jenkins, un simple
contrabandista capturado por los guardacostas españoles, sabía perfectamente que
estaba pisoteando las leyes y los tratados comerciales, pero aun así procedió a
comportarse con extremo desprecio y bravuconería hacia los españoles que le habían
capturado, lo que propició, según versiones, que el capitán español decidiese darle
una lección, cortándole con la espada una oreja al deslenguado delincuente. Muy
ofendido, el contrabandista procedió a airear su agravio (y su oreja amputada),
mostrándose cual víctima inocente por todos los rincones de Inglaterra. Otras
crónicas, en cambio, manifiestan que el propio Jenkins apareció en el Parlamento
londinense con una larga peluca que le tapaba las sienes totalmente para no mostrar
la evidencia del fraude; de ser cierto este dato, todo se trataría de una farsa. Así,
desorejado o no, un criminal que se hacía pasar por honrado comerciante avasallado
por los abusos españoles fue tratado como un héroe, e incluso en el colmo del
cinismo como un mártir.
Los ingleses hicieron suya tal causa, y comenzaron los preparativos bélicos para
vengar el incidente. Tales fueron los prolegómenos de lo que vino a denominarse
posteriormente la "Guerra de la Oreja de Jenkins" 9 .
4.
Cartagena de Indias
9
Véase RICHMOND, William (1920): The Navy in the War of 1739-1741. Penguin. London. Una excelente imagen de los
ejércitos británicos en la época puede verse en MARSTON, David (2001): The Seven Year´s War. Osprey Publishing. London.
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Llamada a menudo "la reina de las Indias", Cartagena era una excelente ciudad de
anchuroso puerto, trazado elegante y primorosa arquitectura. Fundada en el año
1533 por el conquistador Pedro de Heredia, había adquirido rápidamente una gran
importancia por su indudable posición estratégica: en ella confluían todas las rutas
terrestres y marítimas que transportaban las riquezas de los dominios españoles
hasta el Caribe, donde la flota de Indias quedaba reunida y preparada para dirigirse
al continente europeo 10 . Cartagena de Indias estaba ubicada en un promontorio que
daba a una enorme bahía natural, idónea para fondear grandes flotas. Islas de
regular tamaño franqueaban el paraje, creando pasajes que podían cerrarse por
medio
de
cadenas
y
defenderse
mediante
la
construcción
de
fuertes
convenientemente artillados. La mayor de ellas en tamaño era denominada
premonitoriamente Tierra Bomba, que en tiempos de Lezo albergaba al poderoso
fuerte de San Luis y las baterías de Chamba, San Felipe y Santiago.
En la isla vecina el fuerte gemelo de San José vigilaba el acceso marítimo desde el
otro lado. Desde las incursiones piratas inglesas en los tiempos de Francis Drake se
habían erigido estas primeras fortificaciones, que protegían los accesos a la gran
bahía, Bocagrande y Bocachica, pues así se llamaban las dos entradas entre las islas.
La Boquilla era la otra única ruta de acceso desde el océano, quedando al este de la
ciudad. Se trataba de una vía de agua natural formada desde las ciénagas de Tesca;
avanzado hacia el interior en sentido contrario se encontraba otro canal, denominado
"el Caño del Ahorcado", que separaba la ciudad de Cartagena de su arrabal,
Getsemaní. En el interior de la gran bahía se encontraban la península de Manzanillo
y la isla Manga, donde se ubicaba la segunda línea de defensa, con los fuertes de
San Sebastián del Pastelillo (en la isla) y Cruz Grande, en el extremo de la península
10
Para la fundación y desarrollo de esa ciudad, se puede consultar la obra excelente de BORREGO PLÁ, María del Carmen
(1983): Cartagena de Indias en el siglo XVI. Escuela de Estudios Hispano - Americanos. Sevilla; y también GÓMEZ PÉREZ,
María del Carmen (1984): Pedro de Heredia y Cartagena de Indias. Escuela de Estudios Hispano - Americanos. Sevilla. También
es útil para una panorámica estratégica general de ese periodo HOFFMAN, Paul E. (1979): The Spanish Crown and the Defense
of Indies 1535-1574. Lousiana State University Press. Baton Rouge.
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de Santa Cruz, al oeste de la ciudad. La tercera línea estaba constituida
principalmente por el enorme fuerte de San Felipe, que ubicado en una altura
estratégica que dominaba con sus varias alturas todos los alrededores, protegía los
núcleos urbanos, que estaban igualmente amurallados y artillados. La Boquilla estaba
protegida asimismo por las baterías de Crespo y Mas. Tras ellas quedaba La Popa, un
cerro de privilegiada posición que pese a albergar un famoso convento no podía
dejar de tomarse como un importantísimo objetivo militar.
Pese a la destacada importancia como base, puerto y lugar de reunión de las
riquezas americanas, el estado de las fortificaciones y la artillería nunca fue lo
suficientemente bueno 11 . Los muros no estaban guarnecidos correctamente, los
lienzos y fuertes eran débiles en varios puntos claves y los sótanos no gozaban de la
profundidad necesaria. Los cañones estaban presentes en número insuficiente, y
algunos promontorios de grandes cualidades no se habían utilizado como puntos
defensivos, permaneciendo desnudos. Blas de Lezo trató de paliar estos defectos
construyendo nuevas baterías, pero a veces resultó demasiado tarde y en otras
ocasiones no fue escuchado. De este modo, un adversario decidido y numeroso
podía sacar provecho de las fallas en la defensa y rendir los fuertes de fuera a dentro
progresivamente, valiéndose de fuego naval nutrido que apoyase desembarcos
audaces. Tal fue el triste destino de la ciudad en 1697, cuando fue asaltada por el
francés Pointis, que procedió a saquearla bárbaramente 12 . De hecho, el mismo
Vernon usaría cuarenta años después la misma estratagema, aunque su intento esta
vez redundaría en fracaso. Según los cálculos del arquitecto Herrera, hubiese sido
necesario desembolsar una cantidad entre 300.000 y 400.000 pesos para proteger
adecuadamente la ciudad, una suma inmensa que nadie podía asumir. De todos
modos, una preparación diligente y rigurosa hubiese mejorado sensiblemente las
posibilidades sin apenas coste alguno, pero las medidas defensivas tomadas
resultaron insuficientes por falta de celo y previsión, como se verá.
11
Véase MARCHENA FERNÁNDEZ, Juan (1982): La Institución Militar en Cartagena de Indias 1700 - 1810. C. S. I. C. Sevilla.
12
DE LA MATTA RODRÍGUEZ, Enrique (1979): El asalto de Pointis a Cartagena de Indias. Escuela de Estudios Hispano -
Americanos. Sevilla. Es la única monografía que hemos encontrado respecto a tal episodio bélico.
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La guarnición, reforzada por varios destacamentos militares llegados desde la
Península, resultaba escasa, y durante todas las operaciones el empleo y la
distribución de los hombres para cubrir suficientemente los puntos vitales de la
defensa fue un constante quebradero de cabeza. También fue la causa de
numerosos roces entre el Virrey, Sebastián de Eslava, que había acudido a Cartagena
desde su sede en Santa Fe de Bogotá para tomar parte en la defensa, y el propio
Blas de Lezo, que pese a comandar la Armada y ostentar el rango de Teniente
General, jerárquicamente era inferior a Eslava, que por rango ostentaba el mando
supremo en la plaza. El Virrey era un buen militar, con amplia experiencia en el
ejército español, pero los grandes errores e imprudencias que cometió en la
planificación de la defensa y en las estimaciones logísticas estuvieron a punto de dar
al traste con la resistencia.
En definitiva, la defensa quedó reducida a tan sólo 3000 soldados, de los cuales 600
eran indios de los denominados flecheros y alrededor de 1000 milicianos (ya en 1736
la milicia de la ciudad constaba de 11 compañías) 13 . Los británicos arribaron a
Cartagena de Indias con una gigantesca fuerza de desembarco: 24.000 soldados
regulares “casacas rojas”, 1000 esclavos negros macheteros y 2500 milicianos de
Virginia. La desproporción numérica es evidente.
Las raciones alimenticias y el suministro resultó otro punto de vital importancia en el
que los defensores atravesaron muy serias dificultades. Estaba previsto que en caso
de sitio, Cartagena de Indias debía dotarse de reservas suficientes para mantener a
55.000 hombres durante 80 días, cifras fabulosas que quedaron muy alejadas de la
realidad 14 . Los problemas para alimentar a los defensores fueron gravísimos, y los
propios
ciudadanos
se
vieron
afectados
por
la
hambruna
más
absoluta.
Especialmente tras la destrucción del depósito de víveres del fuerte de San Luis
obrada por la artillería británica, la situación pasó a ser crítica. Los ingleses habían
bloqueado Pasacaballos, con lo que el suministro quedó interrumpido de forma total.
13
Para ese aspecto, MARCHENA FERNÁNDEZ, Juan (1992): Ejército y Milicias en el Mundo Colonial Americano. Mapfre. Madrid.
14
Véase GÓMEZ PÉREZ, Carmen (1992): El Sistema Defensivo Americano. Siglo XVIII. Mapfre. Madrid. Pág. 158.
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En tal caso queda culpar a partes iguales tanto al Virrey como al Gobernador por no
haber sabido tomar las disposiciones adecuadas para paliar una situación que estuvo
a punto de tornarse catastrófica. La capital del Virreinato de Nueva Granada, por otra
parte, tampoco estaba en condiciones logísticas para garantizar los suministros
necesarios. Además quedaba muy alejada, resultando el viaje por tierra dificultoso y
muy lento. La escasez crónica de suministros en América fue uno de los problemas
más hondos a los que tuvieron que enfrentarse los diferentes poderes europeos a la
hora de hacer la guerra en tales parajes. De hecho, la flota francesa que ante la
amenaza de ataque británico inminente debería haber secundado a la española
habitualmente fondeada en La Habana no había tenido más remedio que regresar a
la metrópoli, pues los franceses carecían en las Antillas de una base capacitada para
ofrecer el mantenimiento necesario a una escuadra grande durante un tiempo
prolongado.
La flota que se había enviado con cuentagotas desde España para proteger tan
importante plaza tampoco deslumbraba especialmente por su magnificencia. Pese a
que se había tomado plena conciencia de la gravedad del estado de la Armada y
desde los tiempos de Patiño se tomaron las medidas necesarias para poder volver a
contar con una flota grande y poderosa, adecuada a las necesidades del Imperio, los
cambios y mejoras fueron llegando lentamente 15 . Tan sólo seis buques de guerra
estuvieron prestos en 1741 para defender las aguas de la bahía (el Galicia, el San
Carlos, el San Felipe, el África, el Dragón y el Conquistador.), y prácticamente
acabaron todos hundidos: algunos de ellos por los propios españoles, que trataron
inútilmente de cerrar el paso de los navíos británicos en las gargantas con los
mástiles de los barcos sumergidos, pero la gran profundidad de las aguas redundó
15
Véase para ello MERINO NAVARRO, José (1981): La Armada Española en el siglo XVIII. Fundación Universitaria Española.
Madrid; PÉREZ-MALLAINA, Pablo Enrique (1982): Política Naval española en el Atlántico 1700 - 1715. Escuela de estudios
Hispano - Americanos. Sevilla.
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en un sacrificio inútil. Otros barcos fueron enviados al fondo por el fuego inglés,
especialmente tras la caída del fuerte de San Luis. En esos momentos la
desproporción de fuerzas y disparidad en el número de bocas de fuego devengó en
una lucha sin esperanzas, en la que los barcos españoles lucharon hasta el
aniquilamiento. Se esperaba que la flota de Rodrigo Torres, que fondeaba desde
hace algún tiempo en Santa Marta, apareciese por sorpresa para atacar la
retaguardia de Vernon y aplastarlo contra las defensas fortificadas y las baterías
costeras de la ciudad. Pero Torres, escaso de suministros al igual que su colega
francés y requerido en España, abandonó el escenario, dejando a los defensores
completamente solos. Debe recordarse que frente a esos seis buques la flota de
invasión británica estaba formada por casi doscientos barcos que totalizaban 2000
cañones.
Por lo tanto, las condiciones de la plaza, así como su abastecimiento y potencial
defensivo, no eran los óptimos. Si se planteó una estrategia con garantías de éxito se
debió en gran medida a la presencia de Blas de Lezo, que supo plasmar sus
conocimientos y su gran experiencia en una situación plagada de dificultades frente a
un enemigo infinitamente superior.
5.
El asalto inglés
Tal poderosísima flota había sido dispuesta bajo el mando del Almirante Edward
Vernon, un aristócrata de influyente familia que gozaba de gran experiencia tanto
política como militar. Al igual que Lezo, servía en la Armada desde su primera
juventud, y en 1741 su estrella brillaba incontestablemente pues era muy respetado
en la opinión pública británica, que celebraba entusiasta su conquista y destrucción
de Portobelo (Puerto Bello) y del fuerte de San Lorenzo, ambos en Panamá. Aunque
había fracasado en su ataque a la Guaira, el éxito anterior le movió a acariciar
objetivos más ambiciosos: la conquista de Cartagena de Indias, con lo cual
conseguiría la llave de las comunicaciones españolas en el continente y bloquearía el
flujo de metales preciosos hacia la metrópoli. El resto de las posesiones españolas
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caerían como fruta madura si lograba tomar la plaza, o al menos eso esperaba
Vernon. Había mandado una segunda flota al mando de Anson para que bordease el
continente y atacase las posesiones españolas desde el Pacífico. Si lograba su
objetivo, un desembarco inglés en Panamá abriría también la opción de atacar
Cartagena de Indias por la espalda. Pero finalmente los dos marinos ingleses
fracasaron.
El primer ataque de Vernon contra Cartagena, con fuerzas muy escasas, se
remontaba a 1740. En esa misma primavera lo intentaría una segunda vez, pues se
trataba de menos ataques de tanteo, útiles para comprobar el estado de las defensas
y la capacidad de reacción de los españoles. Supo entonces que Lezo había utilizado
sus escasos recursos bien. La expedición de 1741 estaba en cambio planeada sin
reparar en gastos, y a un nivel colosal. La flota invasora fue avistada en la ciudad el
13 de marzo, y el día 15 Cartagena de Indias estaba completamente bloqueada. El
plan de Vernon era sencillo y eficaz: ir destruyendo las fortificaciones exteriores una
por una mediante la concentración de su poderoso fuego naval. Así, paso a paso,
sería capaz de rendir las sucesivas líneas de obstáculos, penetrar en la bahía y
castigar la ciudad lo suficiente para que sus tropas pudiesen tomarla al asalto. Un
desembarco de distracción en la Boquilla, que como era previsible quedó atascado y
no ofreció ganancias significativas, preludió el ataque principal de su escuadra sobre
las baterías y fuertes que defendían Bocachica.
Se desató un desigual duelo de artillería a lo largo de los días 17 al 19. Tras varios
amagos de acercamiento y ataques concentrados, las baterías de Chamba, San
Felipe y Santiago quedaron destruidas. Los supervivientes se retiraron al fuerte de
San Luis, que apoyado por la escasa flota española (especialmente por los
magníficos buques Galicia y San Felipe), resistió hasta el 5 de abril. Pese a las
desesperadas llamadas de Lezo, el Virrey Eslava desoyó continuamente tales
advertencias y se negó a distraer fuerzas desde diferentes puntos de la ciudad para
reforzar la primera línea. Vernon no tardó en aprovechar tal oportunidad y comenzó
a desembarcar hombres y artillería en los territorios conquistados. Pronto doce
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morteros y dieciséis cañones castigaban desde tierra al San Luis. De nuevo, la
impericia de los responsables con mando en plaza benefició de manera incalculable a
los británicos: el perímetro defensivo del fuerte no había sido desbrozado y talado
como era necesario, por lo que la artillería y la infantería enemiga pudo utilizar el
bosque cual cobertura para atacar y camuflarse. Los navíos británicos se sumaron al
ataque (trece de ellos concentraron todos sus cañones exclusivamente contra el
fuerte), y pese que cinco quedaron prácticamente inservibles, la situación crítica y la
desproporción de fuerzas llevaron a la inevitable consecuencia.
El África y el San Carlos se sacrificaron para cubrir en lo posible la retirada de los
escasos defensores supervivientes. Blas de Lezo ordenó el hundimiento del Galicia,
seriamente dañado, pero no hubo tiempo a cumplir las órdenes y fue capturado por
los ingleses. Ese día nefasto para las armas españolas quedó refrendado con la
destrucción del fuerte de San José, cañoneado a muerte por los británicos. La
entrada por Bocachica quedaba así expedita. Hay que destacar que el único artífice
de la resistencia hasta ese momento fue Blas de Lezo, pues gracias a su primorosa
combinación de fuegos largos y cortos y al excelente conocimiento artillero que
atesoraba se pudo retrasar y detener el abrumador poderío de la escuadra enemiga
durante tanto tiempo. Pero aun así la situación general empeoraba a pasos
agigantados. Nuevos desembarcos en la Boquilla (600 hombres) amenazaban con
rendir la ciudad con una pinza estranguladora. En ése sector los ingleses comenzaron
a lanzar golpes de mano contra las baterías de defensa, y la respuesta por parte de
los españoles no se hizo esperar, con emboscadas y contraataques. Eslava ordenó el
hundimiento del Dragón y el Conquistador para taponar la bahía e impedir el paso de
la escuadra británica, pero como hemos dicho fue inútil, al igual que lo fue
desmantelar el fuerte de Cruz Grande, que junto con Manzanillo podría haber
sometido a fuego cruzado a los invasores. La impericia del Virrey llevó aquí al punto
de máximo enfrentamiento con Blas de Lezo, que en los próximos días incluso llegó a
ser relevado del mando. Pero dada la situación angustiosa, con los ingleses
enseñoreándose de la isla Manga y asediando ya el San Felipe, último bastión
defensivo antes de la ciudad, Eslava se tragó el orgullo y pidió al experto marino que
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retomara el mando. De no ser así, Lezo indudablemente se hubiese batido hasta el
final como simple soldado raso. Mientras la Union Jack ondeaba triunfal también en
la Popa y las bombas caían por doquier ya dentro de los núcleos urbanos, Lezo ideó
su última defensa.
Comprendiendo la ineficacia de las medidas tomadas hasta el momento, Lezo
concibe la audaz idea de sacar a los hombres de los fuertes para atrincherarlos en el
exterior. Fosos y sacos terreros son emplazados por doquier, y la coordinación
magistral de los fuegos del fuerte san Felipe con los de Manzanillo y San Sebastián
crearon un campo de tiro cruzado desde tres puntos que hizo a Vernon retirar el
apoyo de su escuadra a los ataques por tierra. Receloso de arriesgar sus ya muy
castigados barcos (entre diez y doce de sus grandes unidades estaban fuera de
combate o ingobernables, con los numerosos destrozos), el Almirante se negó en
rotundo a secundar con fuego naval los asaltos directos contra el enorme San Felipe,
recibiendo las quejas de sus subordinados, especialmente de los comandantes de las
fuerzas de tierra. Pese a la gran desproporción numérica, los defensores resistieron
todos los asaltos, y cuando la infantería británica y los virginianos flaqueaban una
audaz salida desde el fuerte, reforzada al máximo por Blas de Lezo, que lanza al
combate todo lo que quedaba, hasta el último hombre. En desventaja de cuatro
contra uno la carga a la bayoneta española es un éxito rotundo, barriendo las
posiciones enemigas ya al límite de la resistencia. No quedó más remedio al mando
inglés que ordenar la retirada, que se convierte en una desbandada mientras todo el
ejército británico es presa del desánimo y el caos. El calor, el hambre y las
enfermedades harán el resto. Dada la enorme cantidad de cadáveres insepultos
tanto en tierra como en el mar, la peste no se hace esperar. Una epidemia se cebará
terriblemente con las fuerzas invasoras, cuyas pérdidas totales rondarán los 6000 8000 hombres. Con la flota muy maltrecha y la capacidad de resistencia
quebrantada, Vernon ordenará el repliegue, furioso y despechado (God Damn you,
Lezo!), dejando a miles de hombres a su suerte; los prisioneros serán numerosos.
Lamentablemente, sin tiempo apenas para dar gracias o celebrar su victoria, Blas de
Lezo morirá poco después, víctima a su vez de la epidemia de peste.
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6.
Consecuencias
La gran gesta de la defensa de Cartagena fue mucho más importante de lo que se
cree. Gran Bretaña no volvió a intentar operaciones de tamaña escala contra España,
y su poderío militar se vio seriamente quebrantado. La hegemonía naval inglesa
quedó en entredicho hasta la batalla de Trafalgar en 1805. El rey Jorge, que ya había
mandado fabricar medallas para celebrar la conquista de la ciudad, censuró con
rigidez absoluta el resultado de la campaña y el gran desastre que supuso para su
Imperio. La magnitud de la catástrofe quedó silenciada, y se prohibió a cronistas,
periodistas e historiadores hablar sobre ello para evitar a toda costa el desprestigio.
Por desgracia, el mutismo impuesto desde la Corona británica se extendió
demasiado, puesto que incluso hoy afecta a una parte importante de la historiografía
y de los investigadores contemporáneos. Esperemos que nuestra pequeña aportación
sea el comienzo de una serie de estudios más concisos y amplios, que valoren de
manera adecuada los amplios méritos estratégicos y tácticos de nuestras muchas
victorias y los hechos de nuestros brillantes comandantes.
7.
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