MEDITACIONES SOBRE TEMAS DEL EVANGELIO

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MEDITACIONES SOBRE TEMAS DEL EVANGELIO
MEDITACIONES
SOBRE TEMAS
DEL EVANGELIO
Biblia de Gutenberg
Eleuterio Fernández Guzmán
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INDICE
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Título
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A modo de aclaración
Nació la luz
Con agua y fuego
Cordero de Dios
Pescadores de hombres
Yo vengo con la Verdad
Que todos lo sepan
Cumplir las virtudes
Fe y Obras
Vino nuevo
Ha llegado el Reino
Es necesario escuchar
La verdadera Ley
Obrar la Verdad
Para agradecer
2
A modo de aclaración
Muchas son las veces que se han hecho comentarios o
meditaciones a los Evangelios, muchos los autores, entre
ellos santos, muchos, y otros estudiosos, sin más, ni
menos, del contenido de estos textos sagrados que tanto
nos dice de la vida de nuestro hermano Jesucristo, Dios
que, encarnado, vivió entre nosotros.
El caso es que con el tiempo, también pensé yo en hacer
algún comentario, en forma de meditación, que siempre
supera en extensión a aquel, sobre algunos textos del
Evangelio, en general, y de algunos evangelistas, en
particular.
Es por eso que aquí, seguidamente a estas primeras y
aclaratorias palabras, he procedido a comentar
meditadamente, a, en el sentido más clásico, entrar en
alguna profundidad de las sílabas que nos muestran el
quehacer misterioso pero real de Jesús, Dios entre
nosotros, aquello que, de una forma o de otra, ha
marcado la historia sucesiva del hombre y ha cumplido
lo que de Él recogía lo que denominamos Antiguo
Testamento y que no es más, ni menos, que la
manifestación, por escrito, de la inspiración del Espíritu
Santo en manos de sus autores y que, por eso mismo de
ser anticipación de la venida de Cristo, es Verdad con Él.
Ahí van, por lo tanto, en una primera entrega, algunos
textos sagrados y unas humildes meditaciones de este
hijo de Dios que ha venido a mostrar lo que puede verse.
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Lc 2, 16-21
NACIÓ LA LUZ
“Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño
acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho
acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que
los pastores les decían.
María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su
corazón.
Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que
habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el
nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno.”
MEDITACIÓN
1.- Muchas veces nos planteamos, ante esta fecha tan simbólica, un
ánimo nuevo, con ganas de comienzo, con ganas de renovar aquello que
creemos debemos eliminar de nuestro comportamiento y con ganas, al
fin, de crecer en cuanto personas, conocedores de que nuestro amor crece
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con eso. Con este día, 1 de enero, puede ser, para nosotros, o trazar, así,
un camino que seguir. Y María, Madre, nos acompañará, como entonces,
para darnos cobijo como lo dio a su niño Dios.
2.- Los pastores venían de una pequeña tribulación. El ángel del Señor,
pensemos que con toda su majestad y luz, se les apareció. Como dice
Lucas (2,9) “ellos se asustaron”. Sin embargo, tras hacerles mención de
lo que había sucedido: que esa esperanza tan soñada, el Mesías, el Señor,
estaba ya entre ellos muy cerca, en Belén, ellos creyeron, mostraron
claros síntomas de fe (al creer en lo que no había visto) y partieron en
busca del pesebre.
He aquí un arquetipo de la entrega a Dios. Los más pobres, y
seguramente despreciados de su pueblo, son los que reciben esa gran
noticia de que Cristo ha nacido. Y ellos, sin dudarlo siquiera, partieron,
raudos, ha contar lo que les había sucedido; “fueron de prisa”, dice el
texto.
3.-Y allí estaban, como el ángel les dijo. En esa pobre morada se
encontraban María, José y el niño. Este último acostado, descansando
de su venida al mundo.
Siempre nos imaginamos a María y a José en actitud admirativa hacia
su hijo, y así los representamos en nuestros Belenes navideños;
admirados de que ilustres personajes y pobres hombres, hubiesen ido
hasta aquel lejano rincón del imperio, para agradecer a Dios su amor por
los hombres.
Ya María, como bien dice el evangelista “guardaba todas estas cosas,
meditándolas en su corazón” (Lc 2,19), al igual que, luego, hiciera en la
presentación del niño en el templo ante las palabras de Simeón y Ana
que veían, en Jesús, al Mesías esperado.
Estaban, así, contemplando, mirando, siendo los bienaventurados que
aceptaron ese cargo tan comprometido de padres del Hijo de Dios,
entregados por completo a la providencia del Padre.
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4.- Para que no pueda decirse que los padres de Jesús no cumplían con la
Ley (diría más tarde el Salvador que no había venido a abolir la Ley sino
a darle cumplimiento) cuando acuden al templo a circuncidar al niño
han de cumplir, ahora, con la Ley y voluntad de Dios: “concebirás y
darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,31) le había
dicho Gabriel a María que, ante el temor y arrobo de esta, le infunde
confianza en su mandato. Así, aceptando lo dicho por el enviado de Dios;
ponen ese nombre, Jesús, al que iba a ser siempre el Emmanuel (como,
siglos antes, ya profetizara Isaías, en 7,14).
5.-Confiados de este amor de María, Madre de Dios y Madre nuestra,
hemos de aceptar la voluntad de Dios como ella lo aceptó, guardando en
nuestro corazón aquello que, en relación al Padre, y a su Hijo, y al
Espíritu Santo, pueda acaecernos ya que es allí donde está su templo.
Y vayamos, de prisa, siempre, al encuentro de Cristo, como lo hicieron
los pastores, sin miedo a lo que suceda, con una fe ilimitada.
PRECES
Pidamos a Dios porque:
·Deseemos
encontrar
a
Dios
en
nuestras
vidas.
·Podamos ver, cada día, que Jesús nace en nuestro corazón.
·Guardemos en nuestro corazón los maravillosos signos de su Palabra.
·Glorifiquemos su Reino para aceptarlo en este mondo.
Sepamos atenernos a las Leyes demandando comprensión cuando sean
contrarias a la voluntad de Dios.
ORACIÓN
Jesús, hermano nuestro, que entras en el mundo cumpliendo la Ley de
Dios, ayúdanos a hacer frente, con mesura y contención, a todos aquellos
que manifiesten hostilidad hacia Dios, Padre tuyo y Padre nuestro.
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La imagen que se utiliza en esta meditación ha sido tomada de
http://www.egrupos.net/grupo/caminando-con-jesus
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1 Jn, 5, 1-9
CON AGUA Y FUEGO
“Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que
ama a aquel que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto
conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y
cumplimos sus mandamientos.
Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus
mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha
nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre
el mundo es nuestra fe.
Pues, ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el
Hijo de Dios?
Este es el que vino por el agua y por la sangre: Jesucristo; no solamente
en el agua, sino en el agua y en la sangre. Y el Espíritu es el que da
testimonio,
porque
el
Espíritu
es
la
Verdad.
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Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y
los tres convienen en lo mismo.
Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de
Dios, pues este es el testimonio de Dios, que ha testimoniado acerca de
su Hijo.”
Mc 1, 7-11
“Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no
soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he
bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y
fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que
los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él.
Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti
me complazco.”
MEDITACIÓN
1.- Para el día de hoy, fiesta del Bautismo del señor, el Calendario
Litúrgico escoge dos lecturas del Nuevo Testamento. Una del Evangelio
de Marcos, la otra de las cartas de Juan (1ª carta) El caso es que no se
trata de un exceso sino de un complemento que viene a darnos a conocer,
mejor, este singular hecho de la vida de Jesús. El sentido de purificación
de la ceremonia del agua tiene, en Juan, un origen para la vida de los
hijos
de
Dios
totalmente
significativo
y
confirmatorio.
2.-Como resulta, casi siempre, recomendable, empezar por el principio
(aludo a Juan en su Evangelio) me parece que es de destacar el hecho
mismo de la presencia de Dios, mediante su Espíritu en dos hechos que
se unen, así, en el pasar de los siglos y que dan a entender, con esto, dos
creaciones, dos comienzos, dos “principios”. Por una parte, cuando en
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Gn 1 se habla de caos y confusión también se hace mención de un viento
(ruah en hebreo), palabra que también se traduce como espíritu, que
sobrevolaba las aguas. Por otra parte recoge Marcos (1,10) el hecho de
que en cuanto salió del agua (Jesús) vio que los cielos se rasgaban y que
el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él.
Aquí vemos, ese es al menos mi pensamiento, que Dios establece, antes,
y conforma, ahora, la creación antes de ‘âdam (palabra que viene de
suelo ‘adâmah, de donde procede, de barro, el hombre) su espíritu (el de
Elohim) aleteaba por encima de las aguas; luego, cuando Jesús emergió
del Jordán, el mismo Espíritu lo sobrevoló; es más, vino a Él.
Antes, cuando la tierra era imperfecta y aún no se habían formado, por
la mano de Dios, seres y elementos, sólo sobrevolaba; ahora, el Hijo ha
perfeccionado al hombre y aquel, el Espíritu, lo conforma.
3.-He dicho antes que el hecho de que pueda hacerse uso de los textos del
Evangelio viene a completar la visión que podemos tener de este
bautismo del Señor. Hay que decir, desde ahora mismo que mientras el
texto de Marcos es más descriptivo, el de Juan es, o tiene, un sentido,
más teológico y profundo: el primero sirve para ver, el segundo para
comprender.
4.- En el Evangelio de Marcos encontramos a Juan llevando a cabo su
labor de bautista. En el Jordán, mediante la inmersión en sus aguas (esta
es la imagen que mejor puedo imaginar) quedaban las almas limpias de
los pecados cometidos. Y era así porque Juan era profeta y, por tanto,
hablaba, por su boca, por inspiración del Espíritu Santo. Su vida,
austera y sumida en la oración, era ejemplo palpable de la entrega a
Dios.
Con este texto evangélico apreciamos el hecho mismo del bautismo como
comienzo de una vida pública bastante entregada a los demás, comienzo
de su misión mesiánica, comienzo de un nuevo principio, ya superado al
antiguo recuerdo de Adam. Como luego dijera Cristo (recogido en Jn 3,3)
te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios.
Grave imposición para quien deseara contemplar las praderas eternas.
5.-La voz de Dios, interviniendo en ese pasaje, como en otros, como en la
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transfiguración donde, con una expresión similar, indicó su complacencia
por su Hijo y exhortó a escucharlo (Mt 17,5).
De esto podemos inferir que la voluntad de Dios ese esa, y así la
manifestó en este acontecimiento tan importante para la historia de la
humanidad: de las aguas nacía un nuevo día, la buena noticia del reino
de Dios comenzaba a tomar forma.
6.-Es en la 1ª carta de Juan (5, 1-9), el otro texto propuesto por el
Calendario Litúrgico, el que, quizá, nos permite comprender mejor el
hecho del bautismo y su verdadero significado para los creyentes en
Cristo Jesús.
En esa voluntad de Dios, en ese este es mi hijo amado, y su aceptación
por parte de los creyentes, radica (o hecha raíz) la fe más exacta el que
cree que Jesús es el Cristo (1 Jn 5,1) ha de ser consecuente con ello: ha de
cumplir los mandamientos de Dios, pues el Hijo los cumple, ha de vencer
al mundo porque ha nacido de Dios como el Hijo que, en el Jordán, se
manifestó.
El hecho de la existencia, para un cristiano, ha de tener esa nacencia: del
agua bautismal, de donde surgimos, incorporándonos, al cuerpo de
Cristo, cuando se nos infunde el Espíritu Santo, viento suave, brisa de
Dios (recordemos, aquí, a Elías en la montaña esperando la
manifestación del Padre) y momento que hemos de confirmar en una
continua confesión de fe, a través de una aceptación básica de la Ley de
Dios y a través de un hacer su voluntad.
La boca de Juan, precursor del Mesías, no deja de manar alabanzas
desde el Reino de Dios; su agua no cesa de limpiarnos de nuestros
pecados, purificada por la acción del Espíritu Santo, ruah elohim que
nunca cesa de inspirar nuestro ser.
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PRECES
Pidamos a Dios para que:
· Nos permita hacer, de nuestro bautismo, un nacer confeso a la fe.
· Sepamos llevar esa agua bendita a los rincones de nuestro mundo.
· Creamos que, al cumplir los mandamientos de Dios, hacemos su
voluntad, y eso nos alegre y convenza de esa dulce obligación.
· Nazcamos a la realidad que nos rodea con renovado afán.
· Seamos agua que renueve la relación con nuestros prójimos.
ORACIÓN
Señor nuestro, haz que tu Espíritu convenza a nuestro corazón, de la
necesidad de aceptar el ejemplo de tu Hijo que, del agua, nace a la vida
nueva para sembrar, de amor, el mundo.
La imagen que se utiliza en esta meditación ha sido tomada de
http://www.egrupos.net/grupo/caminando-con-jesus
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Jn, 1, 35-42
CORDERO DE DIOS
“Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus
discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de
Dios.»
Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.
Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le
respondieron: «Rabbí – que quiere decir, “Maestro” - ¿dónde vives?»
Les respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se
quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima.
Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído
a Juan y habían seguido a Jesús.
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Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice:
«Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir, Cristo.
Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres
Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir,
“Piedra”.”
MEDITACIÓN
1.-Tan sólo han transcurrido dos días desde que Juan bautizó a Jesús
(Primer Domingo Ordinario) y ya encontramos al Mesías en busca de sus
discípulos.
Una vez hecho este pequeño paréntesis en el tema de hoy, sigamos
diciendo que Jesús sabe a quien tiene que buscar o, al menos, sabe a
quien tiene que aceptar. Es Jesús el que llama y los demás los que
podemos oír su llamada o mirar para otro lado como si no pasase cerca
de nosotros. Para esto, sobre todo para esto, disponemos de la libertad,
ese bien que Dios nos da.
2.-Juan, que seguramente había leído muchas veces al profeta Isaías,
sabía que el decir Cordero de Dios no era expresión genuinamente suya.
Isaías, al que tanto debemos desde que sabemos lo que quería decir y el
que, como los buenos vinos, gana con los siglos, que no ha perdido
actualidad en lo que dice porque la Palabra de Dios no pasa ni pasará
nunca al olvido, ya profetizó que como un cordero al degüello era llevado
(Is 53,7).
Sin embargo, si bien el sentido último de ambas expresiones puede ser el
mismo, entiendo que Juan, el Bautista, se refiere a la mansedumbre de
Jesús, como es la del cordero y no al aspecto sacrificial que luego
supondría la vida del Maestro; mansedumbre poco comprendida por sus
contemporáneos, quienes esperan, como es sabido, un Mesías victorioso y
casi sanguinario y no dado a tantas “comprensiones y perdones”.
Pero Juan, conocedor desde que estaba en el vientre de Isabel, su madre,
de cual era su labor en la vida, ya sabía que detrás de mí viene uno que
es superior a mí, porque existía antes que yo (Jn 1,30); de ahí que al
confirmarse lo que le dijo el que le envió a bautizar (con agua), es decir
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que sobre el que veas descender y posarse el Espíritu, ése es el que
bautiza con Espíritu Santo (Jn 1, 33), no vaciló en señalar a Jesús como
ese “Cordero” para que, quien oyese sus palabras decidiera seguirle.
3.-Es la pregunta de Cristo ¿Qué buscáis? La que establece un punto de
partida importante en este texto. Jesús, seguro conocedor de lo que
pensaban (como pasa muchas veces en su vida y recogen los Evangelios,
por ejemplo en Mc 2,1-12 en la curación del paralítico)no se limita a decir
“como vosotros pensáis esto y aquello…” sino que da la posibilidad de
respuesta por parte de aquellos dos que le siguen, para que manifiesten
la disposición de su corazón, qué esperan de ese Cordero de Dios.
Es curioso que Juan (el apóstol) nombre a Andrés, pero no a la otra persona
que le acompaña. ¿Sería él mismo, Juan, el otro acompañante? Dejo esto
para la meditación de cada cual.
Ellos reconocen, por de pronto, al Maestro, al que enseña, al que da lo
que tiene de su conocimiento de Dios. Y ante las ansias de saber más
(¿dónde vives?) la respuesta esperada y deseada por parte de esos dos
que quieren seguirle: venid y lo veréis.
Ante esta propuesta tan directa de Jesús (el que salva) pudieron haber
optado por la desconfianza, por no hacer caso a sus palabras y por haber
desviado su camino. Sin embargo, ansiosos de conocer, ávidos de
profundizar en sus posibles enseñanzas, no dudan en seguirle. Es más, se
quedan en resto del día con Él. Han aceptado, pues, esa primera
conversión hacia el Padre (que ha visto a Cristo, y viceversa).
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A nosotros, también, se nos propone, muchas veces, la conversión, y
cuando esta ya se ha dado, la confesión de fe (que es una conversión
continua). Desde la Palabra de Dios, el ejemplo de la vida de Jesús, de
sus hechos y de sus obras, se nos facilita esa aceptación de su voluntad y
poder, así, contribuir a nuestra salvación (siendo coherederos de la
herencia divina, como escribiera Pablo en su epístola a los Efesios (Ef
3,6) ¿Cuántas veces Jesús, desde su magisterio, nos pregunta qué
buscáis?, y ante el mundo, la mundanidad que nos rodea, lo “nuestro”,
no sabemos qué responder porque la respuesta supondría
responsabilidad y hechos, y no sabemos hacia donde dirigir nuestra
mirada escondiéndonos cual Adán ante la vergüenza del pecado?
¿Cuántas veces no queremos escuchar el grito pausado de Cristo: aquí
estoy, recíbeme y recibe al Padre, escógeme porque te auxilio, fíjate en
mí que te socorro?
4.-Este corto Evangelio es extenso en futuro. En él, Jesús cambia el
nombre a Simón (el cambio de nombre supone una predilección por parte
de Dios en el sentido misional: Abran cambió a Abraham, aquí Simón
cambia a Cefas, Pedro, Piedra; ambos tienen una gran misión que
cumplir: el primero de ellos es el primer padre en la fe, el segundo, primer
Papa de la Iglesia de Cristo). Es aquí donde reside, donde se encuentra el
punto de partida del mantenimiento de una fe, de una doctrina que
preservar; en una piedra, dura en su naturaleza, se apoyará el fruto de la
semilla que Cristo plantó y extenderá, por la tierra toda, sus ramas, para
que los hijos de Dios apoyen el caminar de sus pasos en las yemas dulces
de sus palabras.
Es a esta figura insigne, el Santo Padre que el Mesías eligió, escogió,
determinó y perdonó sus múltiples ofensas (recordemos el gallo…) al que
debemos la fidelidad que la voluntad última de Dios quiere que salga
desde nosotros tras hacerse hueco en nuestro corazón.
A pesar de los errores cometidos (también, por los santos padres, porque,
como personas, son seres emocionales y, a veces, se dejan dominar por
las emociones) es evidente que su figura, su persona y su doctrina (la
misma de Cristo, recordemos, que no pueden cambiar, sino interpretar)
ha devenido en legítima heredera de aquella “piedra” de la que hablo
Jesús y a ella, a su persona, debemos amar como hermano, comprender
como hombre, aceptar como sucesor.
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PRECES
Pidamos a Dios para que:
. Sepamos aceptar su llamada sin miedo, sin miedo, sin miedo.
· Podamos seguir a Cristo por su senda recta, hacia el Padre.
· Sepamos que sufriremos nuestra cruz porque en ella, en su aceptación,
está nuestra salvación.
· Sepamos ser corderos ante la jauría de lobos disimulados que nos
podamos
encontrar.
· Aceptemos el nombre que Dios nos de, esa nuestra labor, la misión, esa
voluntad que debemos creer.
ORACIÓN
Dios nuestro, Padre nuestro, guíanos en nuestra vida para saber
encontrar el camino hacia ti, para que, cuando nos mires, no cerremos
los ojos ante los tuyos que nos aman sin límite, siempre esperándonos.
El Clip-Art que ilustra esta meditación procede de www.encuentra.com
La
imagen
de
Cristo
y
el
paralítico
www.egrupos.net/grupo/caminando-con-jesus
procede
de
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Mc, 1, 14-20
PESCADORES DE HOMBRES
Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y
proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el
Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.»
Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de
Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les
dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres.»
Al instante, dejando las redes, le siguieron.
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Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a
su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes;
y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la
barca con los jornaleros, se fueron tras él.
MEDITACIÓN
1.- Una vez que Juan anuncia la llegada del Cordero de Dios,
señalando a Jesús, es capturado y encarcelado. De la prisión ya no
saldría sino dando testimonio de su martirio, testigo cualificado del
amor de Dios.
Pero el Bautista ya había cumplido la voluntad del que le envió y el
señalado, Cristo, comienza su labor de proclamación de la Buena
Noticia: el Reino de Dios ha llegado como anticipación del que lo es
definitivo; con Él se cumple el designio de Dios, ya está aquí la
plenitud de los tiempos.
Jesús, como no tenía ánimo impositor y obligacionista se dedica a
proponer la posibilidad de aceptar su mensaje porque ese mensaje
proviene de Dios, porque eso que dice sale de la misma boca de Abbá.
Y esa proposición podría haberla hecho de otra forma a como la hizo.
Ante esa cercanía del Reino de Dios, Cristo podría haber ofrecido la
creencia y luego la conversión.
Como sabemos, se tienen creencias cuando se acepta aquellas
que provienen de personas de las que nos constan que son de
fiar o que, al menos, entendemos no mienten o actúan
perversamente. Decimos me creo lo que dices porque estimamos
cierto eso que recibimos de parte de otro.
Por eso, ofrecer primero la creencia y luego la conversión supone dar
pábulo a lo que el Mesías hubiera dicho sin, antes, haber cambiado el
corazón (lugar de donde sale lo bueno y lo malo); supondría una
sumisión a su persona como la que se puede tener cuando alguien
ostenta un poder se sometimiento sobre otro. Y Él era manso y
humilde y tal posibilidad de potestad no cabía.
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Sin embargo, Jesús propone, primero, convertirse y, luego, sólo luego,
creer en la Buena Nueva. Esa conversión, es decir, ese venir a ser otra
cosa distinta de lo que se era, resulta primordial ante lo que se
propone. Él pide creer después de haber transformado el corazón de
piedra (dado más a sacrificios que a misericordias) y no aceptar antes
de modificar o cambiar ese que no es músculo sólo sino residencia y
templo del Espíritu Santo. Y no dice, taxativamente, que el Reino de
Dios ya está aquí sino que está cerca. Con esto entiendo que quiere
decir que estamos en camino de ese Reino y que, cuanto hagamos
ahora, con esa conversión, ha de servirnos para entender la vida del
Mesías y su comportamiento entre aquellos otros nosotros de los
primeros tiempos.
Y si ese tiempo ya se ha cumplido, aceptar ese hecho incontrovertible,
sólo puede ser causa de bienestar espiritual y de crecimiento interior,
de ese interior de donde podemos ver las cosas de Dios y desde donde
podemos ser capaces de vislumbrar la naturaleza de ese hombre
nuevo que ya no puede escanciar su hacer en aquel odre viejo de su
estado anterior a la conversión.
2.-Y caminando, porque a Dios se llega pisando la tierra en la que
vivimos y siendo conscientes de nuestra propia situación, recorre el
mar de Galilea conocedor de la necesidad de hacerse con la compañía
de aquellos que, voluntariamente, quisieran seguirlo; buscaba una
primera comunidad; anhelaba, ya, la unión de lo que estaba separado
del Padre Eterno.
Jesús era conocedor que, entre los próximos, los más cercanos a él,
encontraría a los que buscaba. Y allí estaban Simón y Andrés,
hermanos y pescadores.
Podemos preguntarnos porqué el Mesías buscó, y encontró, a los que
serían sus apóstoles, entre personas sencillas y no recurrió, como
pudiera parecer lógico, a aquellos que detentaban el poder religioso,
sabedor como era de que estos tenían un conocimiento de la Ley
mejor que estos no formados trabajadores del mar.
Sin embargo, cuando bendijo al Padre “porque has ocultado estas cosas
a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños” (Mt.11,25) sabía
que, en cuanto a corazón, a comportamiento y a comprensión, estas
últimas personas tenían un campo mejor labrado; eran, por así
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decirlo, tierra fértil, aunque rugosa, donde plantar su semilla, pues,
quizá, y precisamente por eso, no tenían un conocimiento profundo
de la Ley y no habían sido corrompidos por las interpretaciones
torticeras de los que se decían ellos mismos, fieles practicantes de la
voluntad de Dios.
Y allí estaban Simón y Andrés, pescadores. Cuando Jesús les dice que
les haría pescadores de hombres no hacía más que trasponer la labor de
un hombre del mar a su nueva labor: mientras que el pescador, en
aquellos años, echaba la red para ver qué caía, sin uso de las técnicas
de hoy en día, el pescador de hombres “siembra”, ya en tierra ya en
mar, para que, eso sí, sin saber cuando, fructifique aquello que ha
sembrado. Y la red es la Palabra de Dios.
Y a ellos les llama para que vayan con Él. La promesa seguro que fue
extraña para aquellos rudos hombres, dados a soles y a soledades,
pues la expresión misma pescador de hombres no resulta excesivamente
clarificadora. Pero, sin dudarlo, se van con Jesús. Dejaron las redes,
no miraron atrás y acompañaron al Mesías sin importarles el futuro.
Les importó el ahora, el descubrir a alguien que les sugiere, y de qué
forma no sería, que el ser otra clase de pescador será mejor para ellos.
Les había, pues, salvado.
3.-Y Cristo continúa su marcha, perseverando en su intención de
renovar el mundo con la sangre nueva que transforme. Y da un paso
más. Pensemos que Simón y Andrés eran pescadores dependientes de
si mismos, para si mismos, trabajaban, en su oficio, sin ostentar algún
tipo de empresa que les pudiera dar alguna situación de superioridad
social.
Sin embargo, cuando se encuentra con Santiago y Juan, los hijos de
Zebedeo, lo hace con personas que, formando parte de la familia de su
padre, éste sí tiene un negocio, por decirlo así. Dice el texto que
estaban en la barca “con los jornaleros”, es decir con trabajadores
contratados para llevar a cabo esta labor diaria. Por lo tanto,
podemos pensar que Santiago y Juan sí contaban con un mayor
facilidad de vida, con un, incluso, prestigio social, dentro de su
pueblo. En este sentido, abandonan más.
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Quizá una prueba de esa diferencia de situación, y que indica que
Jesús llama a todos, sea que Simón y Andrés estaban “echando las
redes”, es decir, trabajando, mientras que Santiago y Juan estaban
“arreglando las redes” lo que vendría a indicar que mientras los
primeros necesitaban, aún, trabajar, los segundos ya habían acabado
su jornada porque, simplemente, ya no les era necesario seguir. O aún
no habían empezado porque no les urgía y les era tan necesario.
Quizá sea un matiz sin importancia, pero creo que es importante
señalarlo.
Y aquí tenemos a Santiago y a Juan, o a Juan y a Santiago, también
pescadores que, dejando a su padre, le siguen. La misma mención del
progenitor de ambos delata otra característica de los que siguen a
Jesús, o quieren seguirlo: el abandono ya no de si, lo que puede
resultar fácil pues, como sabemos, dijo que “si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24), sino
el abandono de los suyos, de su familia, lo que no resulta tarea nada
accesible a todo el mundo. Podemos decir que sólo aquellos que
sienten la llamada de Dios, a través de su Hijo, pueden ser capaces de
“renunciar” (entre comillas esta palabra para entender,
correctamente, su significado) a lo que ha sido su pasado para
encontrar un nuevo presente.
Para más abundancia luego diría que «el que ama a su padre o a su
madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija
más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37) y esto es difícil de decir y
más difícil de entender y de cumplir. Y estos discípulos ya cumplen
eso, al menos en el abandono de aquellos, sin conocer a Jesús. Por fe y
esperanza.
Y Santiago y Juan eran tan impulsivos que Jesús, con un rasgo de
ironía y de humor nada desdeñables, los llama boanerges (hijos del
trueno) por su tendencia a la exacerbación de actitudes que, como
rudos pescadores de piel curtida, seguramente no podrían evitar y
que, como el trueno, tras un gran estruendo, pasa sin dejar más que
ese estruendo. Tan sólo recordar aquí que, el contacto con Cristo y,
sobre todo, con María (a la que recibe en su casa) hizo de Juan, ese
discípulo amado, ejemplo de finura espiritual que nos dejó un
evangelio dulce, enamorado de Cristo, cercano. Aquí sí que puede
verse ese cambio de corazón, esa total mutación del interior de una
persona en contacto con el Mesías.
22
4.-Tanto en un caso como en otro, el texto evangélico dice que los
cuatro discípulos “le siguen”, van “tras él”. Me parece destacable este
hecho. Es Jesús el que va primero, abriendo las puertas del Reino de
Dios, facilitando (luego con su muerte) el perdón de nuestros pecados
y suplicando amor para todos sus descarriados hermanos. Los demás,
desde sus primeros seguidores hasta los que, dos mil años después de
que llegara la plenitud de los tiempos, aún creemos en su actitud
cumplidora de la voluntad de Dios, tenemos la obligación “moral” de
hacer un seguimiento de sus pasos, seguros de que su amor no fue
fingido, ciertos de que su predicación contenía la semilla verdadera,
conocedores, por sus hechos, de que su voluntad era la voluntad de
Dios, que no sólo era su padre sino, gracias a Él, también podemos
considerarlo el nuestro pues perdonó nuestras ofensas para siempre,
tal fue su entrega.
Cristo es el camino, por eso le seguimos y vamos tras Él, ya lo dijo él
mismo. Y nosotros, tras sus huellas, seguimos sus pasos. Vamos tras
Él porque sabemos que, con Él, toda verdad es cierta y la vida no se
nos escapará. La verdadera vida, la eterna.
A Dios doy gracias por poder transmitir esto.
PRECES
Pidamos a Dios para que:
• Sepamos comprender la entrega de quien lo hace por los demás.
• Queramos mudar nuestro corazón para que en él habite Dios
como en su casa.
• Creamos con franqueza, creamos con voluntad, creamos con
ansia.
• Vayamos tras Cristo buscando su camino si nos hemos perdido.
• Tengamos voluntad de conocer la Palabra para transmitirla a
quien quiera escucharla.
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ORACIÓN
Padre Dios, haznos seguidores de tu Hijo Cristo para que, cuando así
sea realmente, seamos ejemplo o espejo donde puedan mirarse los que
nos rodean, con verdadero amor y perdón.
La imagen que se utiliza en esta meditación ha sido tomada de
www.encuentra.com.
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Mc 1, 21.28
YO VENGO CON LA VERDAD
Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a
enseñar.
Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien
tiene autoridad, y no como los escribas.
Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu
inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de
Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.»
Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.»
Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y
salió de él.
Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a
otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!
Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.»
Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de
Galilea.
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MEDITACIÓN
1.-Jesús continúa su labor. Es de suponer que iba con sus recientes
discípulos, y así “llegan a Cafarnaúm” (en hebreo Kfar Nahum). Esta
ciudad se encuentra en la orilla noroeste del Lago Kinéret (el Mar de
Galilea), 2,5 Km. Al noreste de Tabgha y a unos 15 Km., al norte de
Tiberíades, donde descansa algún o algunos días.
(Aunque sea un tamaño excesivamente pequeño, podemos ver, en el lado
derecho del lago Kinneret, en amarillo, la ciudad de Cafarnaúm, o
Capernaum, como consta en este mapa)
Como diría el Mesías que no penséis que he venido a abolir la Ley y los
Profetas sino a dar cumplimiento (Mt 5, 17), nada mejor que acudir al
lugar donde tenía expresión natural ese hacer lo que la Ley indicaba: la
sinagoga, lugar de culto, reunión y difusión de la norma de Moisés y del
resto de Sagradas Escrituras.
Pero el hecho de ir a la sinagoga era, para Jesús, un medio directo y
práctico de hacer explícita su enseñanza; era, como dijo, el dar verdadero
cumplimiento a la Ley de Dios. Porque allí no se limitaba, sobre todo, a
leer los textos disposición de los asistentes. Allí enseñaba, es decir era
rabbí (maestro).
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(aspecto actual de la sinagoga de Cafarnaúm)
Y como enseñar es explicar lo que se sabe, aprendido y aprehendido lo
mejor posible, su enseñanza, derivada directamente de su naturaleza
divina, no podía ser otra que la verdadera Palabra de Dios. De ahí que lo
hiciera con “autoridad”, pero no sólo con autoridad, sino “como quien”
la tenía. Es expresión, como quien, determina, claramente que otros no
la tenían. Estos, los escribas, eran percibidos, incluso por muchos de sus
oyentes, como presuntos entendidos en la Ley de Dios. Y digo
“entendidos” porque parece que sólo enseñaban con potestas, es decir,
con potestad, derivada de su situación social y jurídica. Vamos, con ese
poder, al fin y al cabo. Sin embargo, esa superioridad legal no lo era
moral para muchos ya que, casi con toda seguridad, en su vida no había
total concordancia entre lo que decía y lo que hacían.
Sin embargo, estas primeras apreciaciones de aquellos que oían a Jesús,
este enseñar con autoridad, ya determinaba, a las claras, una conducta
correcta, una actitud de vida que concordaba, aquí sí, con lo que salía de
su boca, que era lo que salía de su corazón. No obstante era la boca de
Dios.
Vemos, pues, que Jesús, por una parte, para no ser tachado de contrario
a la Ley, como no podía ser de otra forma, y como él mismo dijo, cumple
con el precepto del sábado de acudir a la sinagoga. Pero, para no
desmentirse a si mismo, para dejar claro quien era, da a la Palabra de
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Dios (entonces contenida en las Sagradas Escrituras y que hoy
llamamos, más en concreto, Antiguo Testamento) sus significado no
distinto, sino exacto y verdadero. De aquí ese como quien tiene
autoridad, pues bien sabían sus oyentes, con toda seguridad personas
sencillas del pueblo y dotadas de ese “instinto” de autenticidad en el
comportar de quien enseña (aunque, claro, también habrían escribas y
fariseos) que suple al conocimiento de lo enseñado, que esa forma de
transmitir les llegaba, que era así como ellos querían que fuese su
enseñanza.
De ahí su pasmo del que luego diré algo.
2.-Jesús no tenía, únicamente, un frente en el que luchar: el de la
Palabra, el de la difusión de la Verdad, el del convencimiento oratorio,
sustentado en parábolas y en el dominio de las Sagradas Escrituras.
Jesús era, también, obra, Jesús también había de convencer con los
hechos, y no sólo de comportamiento, de, llamemos, unidad de vida
(entre lo que se dice y lo que se hace: si dice que es manso, lo ha de ser, si
dice que es humilde, lo ha de demostrar, etc).
Un tema muy cercano a todos nosotros, que lleva inscrito la humanidad
en su propia naturaleza, es la lucha del bien contra el mal. Esto es algo
tan obvio que no es necesario que alargue más el tema: ahí tenemos a
Caín y a Abel, desde entonces; es más, desde sus propios padres, tentados
por el incumplimiento de la voluntad de Dios, no nos ha abandonado
esta dualidad tan real para el hombre pero de la que a veces hemos
sacado buenas lecciones para el futuro. Y digo esto porque es la
sinagoga, también aquí, donde se da uno de estos casos con los que el
Mesías tuvo que enfrentarse: el maligno poseyendo almas de personas,
abocándolas al desastre espiritual y, muchas veces, físico, queriendo
destruir lo que toca.
Sin embargo, el mal, constituido por ese espíritu inmundo que posee ese
hombre reconoce el poder que ostenta Jesús. No pregunta quién es
porque lo sabe: el santo de Dios; pregunta qué ha ido a hacer allí. Lo que
hemos de entender es que esa pregunta viene determinada a que Jesús
haga efectiva la misión para la que se ha encarnado. Al fin y al cabo lo
que podemos ver es que Cristo, dotado de un poder, el poder de Dios, es
consciente de su naturaleza, también divina, y ha de manifestarla,
cumplir la voluntad del Padre, hacer patente su dominio, también, en
28
ese lado del hombre. Sobre todo en ese que es el que separa al hijo –
hombre- del Padre –Dios-.
Jesús, así, cuando ordena, severamente, al espíritu, salir de su posesión
no hace más que reivindicar la propiedad de la persona: es de Dios, y por
lo tanto, ese estado transitorio de enajenación espiritual (es enajenación
en el sentido de que es a otro a quien se le entrega el alma) ha de cesar
con su presencia. O, lo que es lo mismo, la Palabra puede delimitar una
existencia alejada de esa malicia y de esa oscuridad en la que podemos
encontrarnos bien por abandono de Dios o, sencillamente, por no querer
acercarnos, conscientemente, al Padre.
La respuesta de Jesús es: sí, he venido a destruiros, pues vuestro poder
no ha de prevalecer sobre el mundo; yo, que soy el Santo de Dios, como
dices, y por eso yo, que hago el bien y, tú, que eres el mal, no has de
prevalecer, porque está escrito. No, no tenéis nada conmigo y sí contra
mí.
Permítanme utilizar un símil que bien puede acercarnos, de modo
didáctico, a la comprensión de este texto de Marcos. A modo de
estructura transmisora de una realidad (como puede ser una narración
novelada o una obra de teatro) estos 28 versículos del capítulo 1 de este
evangelista presentan lo siguiente: una presentación en la que se llega a
Cafarnaúm y se produce un primer asombro por lo que dice Jesús; un
nudo en el que tiene lugar la desposesión del espíritu maligno del cuerpo
del hombre y un desenlace, en el que se afirma lo dicho en la
presentación y, una vez descubierta la doctrina del Mesías se deja caer
que su fama abarcó toda Galilea.
Ahora vayamos a lo del pasmo.
3.-¿Qué sería lo que causaba tanto asombro, pasmo, a los oyentes de
Jesús en la sinagoga? Muchos eran los que, seguramente, hacían mención
de textos sagrados en aquel mismo lugar, muchos eran los que, llevados
de la inspiración del Espíritu Santo, clamaban por el bien del hombre
dando explicación de la Ley de Dios.
Sin embargo, algo había en la persona de Jesús, algo que llenó los
corazones de los presentes. Y no se manifestaron a si mismos,
interiorizando un ánimo alterado. No. Se preguntaban unos a otros. No
29
fueron meros receptores de la Palabra. No. Surgió, entre ellos, el diálogo.
Fue más allá de sus personas su pensamiento.
Y así, como primera conclusión, podemos apreciar el benéfico impulso de
Cristo: su Verbo transmite, cuando se recibe adecuadamente y con
corazón abierto, la necesidad de comunicación (recordemos a la
samaritana en el pozo de Sicar, recogido en Jn 4, 1-43, que, rauda, y
dejando el cántaro, corrió, presa del entusiasmo de haber encontrado al
Mesías, a contárselo a sus vecinos). Su Verbo, es Palabra que irradia,
extendiéndose a todos los que quieren encontrar luz en el camino de su
vida.
Pero queda, aún, la confirmación (en ese desenlace del que hablaba
antes) de lo que para los escuchantes suponía aquello que Jesús decía.
Esto, la doctrina del Maestro, era considerada como nueva. Pero esa
novedad no podía serlo en el sentido de ruptura con la Ley de Dios (pues
si así lo hubiera sido los mismos oyentes lo habrían intuido y, seguro,
denunciado). Esa novedad sólo lo era en cuanto a que, en sus palabras,
encontraban otra “forma” de decir lo que habían oído tantas veces, o lo
que lo mismo, idéntico contenido de las sagradas palabras les parecía
verdad, real, no simulado.
Y esa simulación, o pretender hacer ver que otros han de aceptar lo que
se dice por la autoridad social que se ostente, no era lo que apreciaban en
el Mesías. Porque, como he dicho antes, lo que dice lo refrenda con los
hechos. No sólo enseña, teóricamente hablado, una doctrina que, para
ellos, es nueva, sino que manda a los espíritus inmundos. Esta facultad de
poder manifestar determinada voluntad a quien todos consideran
especies que no son de este mundo, perjudiciales para ellos en su sentido
más práctico y que estos le obedezcan (no porque Jesús sea el Príncipe de
las tinieblas, como dijeran para acusarlo sus enemigos, sino por todo lo
contrario) es lo que, al fin y al cabo, más asombra a las personas que
oyen sus palabras. De una doctrina nueva, de una autoridad expuesta con
franqueza sólo puede derivar el control sobre lo que es contrario a esa
autoridad y a esa doctrina.
El pasmo es, pues, justificado, pues no sólo ordena a la inmundicia sino
que, ésta, le obedece. Esa obediencia causaría tal estupor, o asombro,
que no es de extrañar que el resultado fuera la difusión de sus actos a
toda la zona circundante. Galilea recibía su fama y lo que decía ésta era,
por una parte, terrible para los detentadores del poder espiritual (porque
30
se trataba de una verdadera interpretación de la Ley de Dios; era, por
otra parte, la única real y posible) y, era, por otra, esperanzadora para
todos aquellos que deseaban, anhelaban más bien, el advenimiento del
esperado, de quien tantos profetas, cuyos textos muchos sabrían de
memoria, habían dado noticia.
Y eso, para los sencillos que lo descubrieron, era algo nuevo, pero tan
antiguo, como su misma fe.
PRECES
Pidamos a Dios para que:
· Sepamos comprender la doctrina de Jesús y comportarnos el acuerdo
con la misma.
· No nos dejemos arrebatar el alma por todos los espíritus malignos que
nos puedan rodear.
· Cumplamos con los preceptos de Dios como el Mesías hizo con la Ley.
· Seamos capaces de extender la fama de Cristo llevando a cabo nuestra
labor diaria.
· No huyamos ante las obligaciones que, como cristianos, tenemos.
ORACIÓN
Padre Dios, ayúdanos a superar todas las acechanzas que, en diversas
formas, nos acaecen para que, con esa virtud heredada de ti que, como
hijos tuyos, tenemos y podemos hacer uso si queremos, seamos fieles,
fieles, fieles, a ti.
El Clip-Art que ilustra esta Meditación procede de www.encuentra.com
La imagen de la sinagoga y el mapa de Galilea proceden de
http://www.mfa.gov/
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Mc 1, 29 – 39
QUE TODOS LO SEPAN
“Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón
y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella.
Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se
puso a servirles.
Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y
endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta.
Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y
expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le
conocían.
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y
fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración.
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Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen:
«Todos te buscan.»
El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que
también allí predique; pues para eso he salido.»
Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los
demonios. “
MEDITACIÓN
1.-Una vez, cuando uno que quería ser discípulo de Jesús le planteó
seguirle, éste le dijo que tuviera en cuenta que el Hijo del hombre no
tenía donde recostar su cabeza (Las zorras tienen guaridas, y las aves del
cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza, Lc 9,
58 es la cita concreta) Esto lo dijo para que esa persona, pienso yo,
supiese, de antemano, donde se iba a meter, que entendiera que el
camino hacia Dios no era, sólo, un camino de rosas, sino que
comprendiera que esas rosas también tenían espinas. ¡Y qué espinas¡
Así, Cristo, acudía allí donde se le invitaba, donde era acogido. Una
buena lección esta la que nos dio el Mesías: acudir donde os acojan, pero
no sólo ahí, sino donde quieran conoceros mejor.
Y Jesús va a casa de Simón y Andrés, lugar donde le esperaba una buena
obra que hacer. Va y se encuentra, aunque posiblemente sabiendo lo que
se iba a encontrar, sabiendo su inmediato destino. No podemos pensar
otra cosa. Sabe cual es su misión y, predispuesto a llevarla a cabo, no
deja de cumplirla a pesar de las acechanzas de sus enemigos, más
preocupados por su bienestar que por el significado de lo que decía,
aunque esto atentara, directamente, contra su forma de vida.
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(Curación
de la suegra de Simón)
2.-Es conocido que el evangelio de Marcos pone su acento, en su texto,
en todos aquellos hechos que podemos llamar milagrosos o
extraordinarios que el Mesías llevó a cabo. En este breve texto vemos
varios casos: en concreto, el de la suegra de Simón; y otros genéricos, los
que curó que le traían de todo el pueblo. “La ciudad entera estaba
agolpada a las puertas”. Agolpada a las puertas del Reino de Dios quizá
sin saberlo, podemos decir. Y lo hacía porque muchos querían ser
curados de sus males físicos. Sin embargo, esta curación no lo era en ese
único sentido.
Conocedores del significado simbólico de los textos sagrados, junto a esa
primera visión del acto que cura subsigue (o lleva implícito, mejor dicho)
otro tipo de curación: que va más allá del mero, aunque importante,
aspecto físico.
Ejemplos tenemos muchos que (aunque no corresponda a esta parte del
evangelio de Marcos) pueden alumbrarnos en nuestra comprensión. El
más paradigmático, quizá, sea el de la curación de Bartimeo (hijo de
Timeo) el ciego, que, al paso de Jesús, en Jericó, clama: ut videam! , que
vea!, que vea Señor le ruega cuando le pregunta el que tanto urge con su
súplica (Mc 10, 46-52). Pero esto, que vea, necesidad misma del ciego,
implica una voluntad de sentir el mensaje de Cristo, lleva incorporada
una petición: que te comprenda, que te entienda, que te conozca.
Y junto a estos hechos en los que Jesús manifiesta ese poder de Dios, esa
comunicación entre el Padre y el Hijo, encontramos, como no puede ser
de otra forma, la respuesta de aquellos que se han beneficiado de su
benéfico hacer: seguirle, servirle, anunciar lo que les ha sucedido, llevar
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hasta los demás el anuncio de que quien estaban esperando ya había
llegado (recordemos a la samaritana de Sicar).
Vemos, por ejemplo, que la suegra de Simón, después de ser curada se
puso a servirles, no se quedó falta de agradecimiento descansando, sino
que, conocedora del bien que había recibido (esa curación de la fiebre
que en aquella época podría haberle costado la vida), muestra, con ese
servicio, una continuidad en su relación con Jesús: corresponde a ese
amor con amor: soy, así, transmisora de tu bondad, podía haber dicho.
Hay, sin embargo, otras opciones a seguir cuando sentimos, o somos,
tocados, por la bondad de Dios: aprovechar lo obtenido olvidando de
quien viene lo recibido. Recordemos a los leprosos de los cuales, sólo uno
volvió, miró hacia atrás para manifestar su agradecimiento al sanador.
Vemos, pues, que, dotados de la libertad, bien supremo donado por Dios,
podemos vincular nuestra vida a esa ocasión en la que, de una u otra
forma, recibimos el bien, a una continuidad en la relación con la
Trinidad o, de otra forma olvidarlo todo como producido por un azar,
una pura causalidad pero sin ver la verdadera causa de todo eso.
Ese aspecto espiritual que deviene de la curación física lo vemos,
también, en concreto, cuando dice que curó de diversas enfermedades y
expulsó muchos demonios. Esto, que puede parecer, a primera vista,
simples ejemplos de cosas distintas, entiendo que se refiere, por una
parte, a dolencias de carácter físico (pensemos en el caso del ciego de
antes o en la mujer que sufría flujos de sangre recogido, también, en
Marcos 5, 25, 34) pero sobre todo, sobre todo, ya no al beneficio
espiritual que puede derivar de esa curación sino a la dominación del
hombre por demonios. Eso creo yo que viene a indicarnos que,
independientemente de los males que puedan sucedernos y que son
constatables materialmente, existen otros, de otra índole más profunda y
que recaen, o pueden recaer, en el alma: esa querencia del corazón por lo
que no nos corresponde, ese alejamiento de Dios por nuestra
mundanidad, esa falta de amor, esa desvirtuación de la realidad traída
por nuestros deseos ávidos de cualquier tipo de poder, esa… en fin, todo
aquello que denota que el espíritu está enfermo, que no comulga con la
bondad o con esa Ley de Dios que todos tenemos inscrita en nuestros
corazones…eso también lo cura Cristo. No sólo materia, no sólo a lo
perceptible y tocable llega Jesús. Más aún, cuando sólo atribuimos
realidades sentibles al actuar de Dios sólo, y nada más y nada menos,
estamos haciendo uso del Padre a nuestro antojo, sin comprender que,
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para él, llegamos a su Reino a través del espíritu y al hacer unas obras
que correspondan con su voluntad y que son expresión, al fin y al cabo,
de ese espíritu. De aquí que Cristo se viera obligado a expulsar demonios,
a echar “fuera” de la persona, en concreto para más entenderlo en
general, a todo aquello que nos anula la correcta percepción de nuestro
hermano Jesús.
3.- Jesús conocía que su relación con el Padre era esencial para que su
labor fuera fructífera. Y sabía que era en la oración donde tenía un
instrumento eficaz para que esa relación surtiera efecto.
Muchas veces, a lo largo de los evangelios, vemos como Cristo se retira,
se aleja de los demás para, en silencio, en solitario, comunicarse con Dios
en calidad de Hijo, pero también en calidad de hombre, pues era ambas
cosas.
Y es aquí donde los cristianos, puestos a serlo con todas sus
consecuencias, tenemos que, como se dice, echar un cuarto a espadas.
Hemos de ser conscientes que nuestra vida, sometida a las presiones de la
tierra que pisamos y que nos atrae con fuerza hacia sí para alejarnos de
lo espiritual, ha de verse regida, aunque cueste un notable esfuerzo, por
ese sutil enlace que une nuestro corazón con el corazón de Dios a través
de la oración.
Es cierto que los afanes de la vida diaria, las múltiples “ocupaciones”
que nos traen y nos llevan por el mundo, pueden no hacer posible ese
mínimo rato que podemos dedicar a rezar o a orar; rezo y oración que
colmarán, como dice el Apocalipsis, las copas de los santos que rebosan
de oraciones (cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los
veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y
copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los
santos, es la cita concreta, y está en Ap 5, 8) Sin embargo, conscientes
como hemos de ser de que todo se lo debemos a Dios, pero todo, todo, no
puede caber duda de que el Santo Espíritu del Padre bien merece nuestra
atención.
No voy a hacer aquí, pues no creo que sea el lugar adecuado, relación
extensa de las formas de orar o de rezar que hay porque creo que con
ponernos delante de Dios y de Cristo (aunque no haya imagen de este
último, recordemos que lo tenemos en nuestro corazón), implorando esa
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oración ya es suficiente para ser escuchados por aquel que siempre nos
escucha. Es el ansia de orar o rezar lo que nos tiende un puente con Dios,
y por ese puente, frágil o amplio espacio según nuestras posibilidades
espirituales, hemos de pasar sostenidos por la fuerza que, como hijos,
tenemos. Porque ese ansia, esas ganas de agradecer o de pedir, es lo que
ha de conducir nuestra petición.
Orar o rezar, pues ambas cosas no son lo mismo. Didácticamente digo
que el rezo está relacionado con decir aquellos textos aprendidos y
fijados por el magisterio de Cristo y de la Santa Madre Iglesia (o sea, el
Padrenuestro, Avemaría, Credo, etc), mientras que la oración ha de
brotar de la espontaneidad de cada cual, llevada del momento espiritual
que nos proporcione esa intimidad necesaria para establecer relación con
Dios, que nos espera, siempre, y que, siempre, agradece esa voluntad de
manifestar la situación en la que se encuentra nuestro espíritu y en la
que en nuestra alma, lugar privilegiado donde sentimos su fuerza, está.
Digo, entonces, que Jesús oraba, oró, en solitario, que en solitario pedía
por aquellos primeros nosotros; pero que, también, cabe la oración en
comunidad (porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy
yo en medio de ellos, Mt 18, 20) como todos sabemos (ejemplo de ello es el
santo rosario rezado en parroquias o en determinados actos públicos o el
rezado en familia) de la que no podemos huir porque en ella también
encuentra Dios acomodo y delicia. En esta oración comunitaria Dios ha
de recibir, multiplicada, las ansias de amor que, aunque pueda parecer
repetitivo, no cesa de llenar nuestros corazones de voluntades amplias de
dicha.
Por eso sus discípulos buscan a Jesús. Todos te buscan, dicen, porque
todos querían tener contacto con esa persona que, a la fuerza, debía de
tener, con Dios, una relación privilegiada. Pero Cristo sabe que no basta
con eso, que ha de transmitir, hasta donde pueda, su mensaje, su
ejemplo de orante, su vivencia cumplidora de la voluntad de su Padre.
Para eso he salido, dice, llevado de un convencimiento extremo. No
estaba allí, en ese momento, para recrearse en la hierba de la aclamación
del pueblo; debía de poder seguir hacia delante, entregando su mensaje a
quienes lo quisieran recibir. Y así, con esas ansias de predicación, con ese
sentido primero de hacedor de bien, recorrió toda Galilea, su tierra
próxima, para dar a conocer esa posibilidad tan sencilla, pero tan difícil
a veces, de decirle a Dios, con nuestras palabras o con nuestro silencio
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agradecido, que también esperamos su respuesta, que, a nuestro modo,
también somos apóstoles suyos.
PRECES
Pidamos a Dios para que:
• Sepamos reconocer las enfermedades espirituales de nuestros
semejantes.
• Sepamos acercarnos a aquellos que nos necesiten.
• Curemos, con nuestro perdón y amor, las heridas que tengamos.
• No nos dejemos dominar por nuestros propios demonios.
• Hagamos de la oración una mediación perfecta con Dios.
ORACIÓN
Padre Dios, danos el espíritu para reconocer que, mediante la oración,
podemos pedirte y agradecerte todo aquello que tú nos das sin pedirlo,
muchas veces, nosotros.
La imagen de Jesús orando está tomada de www.encuentra.com, y la
imagen de la curación de la suegra de Simón está tomada de
www.vozcatolica.org.
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Mc 1, 40-45
CUMPLIR LAS VIRTUDES
“Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si
quieres, puedes limpiarme.»
Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda
limpio.»
Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio.
Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada
a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la
ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio.»
Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la
noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en
ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios.
Y acudían a él de todas partes.”
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MEDITACIÓN
1.-Es conocida la existencia, para aquellos que tienen un conocimiento
del contenido del cristianismo, de las tres virtudes teologales: la fe, la
esperanza y la caridad. Mientras que, mediante la primera de ellas
sabemos que la existencia, por ejemplo, de Dios, es real aunque no
podamos probarla con medios humanos (recordemos lo que le dijo Cristo
a Tomás cuando se apareció a los discípulos y sabía lo que el incrédulo
había dicho; y le dijo: Porque me has visto has creído. Dichosos los que no
han visto y han creído, Jn 20, 29); en virtud de la esperanza esperamos
nuestro bien y, extendiendo ese pensamiento, el bien de todos aquellos
que nos rodean; incluso, llevando al primer extremo (y no al último ya
que esto ha de ser lo primero) lo que ha de ser la creencia cristiana;
también deseamos el bien de todos, en general; y, por último, sabido es
que la caridad es la Ley del Reino de Dios, y que, sin ella, nada de lo otro
se entiende.
Particularmente creo que en este texto de Marcos las tres virtudes
citadas se dan la mano ayudándose unas a otras.
2.-La fe y la esperanza
Seguramente el leproso tenía conocimiento, o sabía quien era, la persona
que se acercaba, o se alejaba, de él. Jesús, cuya fama ya había
comenzado a extenderse, como ya vimos en Mc 1, 21-28, era a quien
tenía que dirigirse si quería que ese terrible mal que le aquejaba
desapareciera. Vemos, aquí, una esperanza que podríamos denominar
antecedente de la fe, mediante la cual poner el sentido de una vida en
manos de otro se asiente en la voluntad de cambio.
El leproso, al decir si quieres…expresa, por una parte, el hecho de que el
Mesías tenía el poder de curarlo. Era, así, expresión, de conocimiento
natural del Hijo de Dios. Confiado, con la esperanza netamente intacta,
pues de tal gravedad era su enfermedad que no otra cosa podía hacer, se
acerca, es decir, va hacia Jesús en busca de algo más que consuelo. Puedo
decir que tiene puesta su esperanza en una fama que precede al Enviado
y, por eso, una fe primera que acentúa su existir. Busca porque cree que
ha encontrado solución a su situación. Ve en aquella persona, rodeada de
otras, una luz que, posiblemente, podía iluminar su ser.
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Como reconocimiento a esa divinidad que ve en Jesús, se pone de rodillas,
signo de sometimiento al Señor; pero de un someterse suplicante,
demandante de ayuda, esperanzado, implorante. Y de rodillas espera la
acción del que cura, salva, sana…perdona.
Y la curación que espera no es sólo física. Conocida es la relación que,
para el pueblo judío, existía entre enfermedad y pecado, la una era según
pensaban, resultado del segundo –bien fuera de derivación familiar o
propiamente personal del enfermo-. Pues bien, la esperanza de este
leproso, aquejado por ese mal que lo apartaba de forma radical de la
sociedad, era, aunque de forma indirecta, seguramente pensaba, que el
pecado que la había ocasionado tal mal (aunque realmente no fuera así)
podía ser borrado por aquel que era capaz de echar demonios del cuerpo
de otros. Por eso, la confianza en Jesús debía de correr pareja a todo
aquello que lo aquejaba: muy grande, pues grande era esa necesidad.
Y como el magisterio de Jesús limpia el corazón de las acechanzas del
maligno, lo libera de las inmundicias del mundo en que vivimos, se
compadeció de él, hizo uso de esa virtud fundamental: la caridad.
3.- La caridad y el poder de Dios
Quizá lo más importante para Dios y necesario para el hombre sea el
ejercicio de la misericordia. Creo que es lo más importante para Dios
porque en ella se apoya todo su comportamiento para con sus hijos,
desde que creó el universo y la vida en la tierra y la puso a su disposición
(sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los
peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la
tierra, dijo, como sabemos, Gn 1,28) hasta que acompañó a su pueblo
elegido Israel a lo largo de los siglos perdonando sus continuas ofensas y
sabiendo que, como hombres que eran, el pecado no era fácil de apartar
de sus vidas. Y lo más necesario para el hombre creo que es porque
necesaria es la correspondencia ante lo que recibe de parte del Padre y lo
que se da a los hermanos. Y la compasión y el amor son la caridad.
Y Jesús, haciendo uso de esa misericordia de la que tanto habló, no
debió de dudar ni un instante y, de inmediato, curó al leproso. Su sentido
de la correspondencia con el amor de Dios fue instantáneo. Vio una
necesidad tan grave ante sus ojos que no dudó: extendió sus manos, le
41
tocó. Y manifestando el poder de Dios, pues sólo Él es capaz de hacer eso,
limpió de la lepra al demandante de ayuda. Y este hombre, separado
socialmente como un apestado, siente como su persona se incorpora a ese
pueblo, a esos vecinos, a esas personas que le rechazan.
Pero Jesús, como sabía que hechos como este sólo podrían acarrearle
problemas, intenta que el curado acuda al Templo y, allí, ofrezca por su
curación lo que estableció por ella Moisés. Y esto, ¿porqué?; si había
salido de las manos del Mesías ese prodigio tenía que existir una razón
muy poderosa para que el sanador no quisiese que eso se supiese.
Ya dije antes la relación que había, para el judío, entre enfermedad y
pecado. Pues bien, para este pueblo sólo Dios podría perdonar pecados y,
por lo tanto, solo de él podía venir la curación de esas dolencias que
atribuía a este tipo de relación (pecado-enfermedad) que se alimentaba
mutuamente.
Lo mejor era, para Cristo, que los sacerdotes, conocedores de la Ley,
fuera testigos de aquel hecho y que, por así decirlo, certificaran esa
curación con la entrega de la citada ofrenda. Otra vez más cumple, o
hace cumplir, la Ley. Así no quedaría a la vista lo que, para ellos, era
una ofensa a Dios y una blasfemia: dar a entender, Jesús, con ese acto,
que era el Padre mismo. Si aceptaban que el hijo del carpintero, sin la
gloria esperada y ansiada por ellos, podía perdonar pecados, pues
curaba, no habrían tenido más remedio que aceptar la consiguiente
divinidad, Dios mismo, de su persona.
Sin embargo, como es humano entender, no consigue su propósito. El
leproso, ante su nueva situación, no puede ser comedido en sus actos, ni
puede dejar de proclamar, contento, no sólo su curación, la cual era
evidente, sino las manos que han llevado a cabo ese milagro, ese acto
extraordinario. Pregonó, la noticia, es decir, repitió por donde pudo lo
sucedido, extendiendo no sólo eso mismo sino lo que eso suponía en
relación con Dios.
Es así como se confirma la esperanza antecedente del leproso y esa fe que
lo lleva a buscar su sanación. En este sentido bien puedo decir que es este
un buen ejemplo, didáctico, para aquellos que, conociendo algo a Jesús,
ahora mismo, en el siglo, desean profundizar en el saber de su persona.
Sólo así podrán confirmar lo que se dice de él y podrán dar noticia de sus
42
hechos y de sus palabras. Supone, esto, creo, una llamada de parte del
Mesías hacia los alejados, hacia los que lo desconocen.
Y esto apunta a otro aspecto importante, vital: la sanación espiritual
buscada por el leproso (pues él estaría de acuerdo, aunque no lo
entendiese, que existía una relación antedicha entre enfermedad y
pecado) ha de ser un anhelo para cada uno de nosotros1. Por eso acudían
a él de todas partes y, por eso, también nosotros, cual si fuéramos
leprosos, o con una enfermedad del alma pegada a nuestro cuerpo, hemos
de ver en la persona de Jesús a un hermano que, con su ejemplo y con su
Palabra, puede producir en nosotros efectos tan beneficiosos como los
que produjo en este enfermo incurable. Muchos de nuestros pecados
también pueden parecer incurables pero, con la demanda de perdón a
quien puede perdonar, no debemos de tener duda alguna (no debemos de
perder esa esperanza antecedente del leproso, ni esa fe cierta y franca) de
que la sanación procede de Cristo pues Él es verdadero Dios.
PRECES
Pidamos a Dios para que:
• Tengamos la fe suficiente como para acercarnos a Dios sin miedos.
• Tengamos la perseverancia y la confianza suficientes para no dejar
de buscar a Dios.
• Seamos capaces de proclamar nuestra sanación a quien busque a
Dios.
• Sepamos cumplir con las normas aunque no sean de nuestro gusto.
• Acudamos a Jesús porque nos espera.
ORACIÓN
Señor, tú que conoces nuestros pecados y tú que sabes de todos nuestros
hechos y circunstancias, sana nuestro corazón para que podamos
proclamar, ante todos y sobretodo, tu bondad y tu misericordia.
La imagen de la curación del leproso ha sido tomada de www.debarim.it
1
El Santo Padre, Benedicto XVI, en su Carta Encíclica Deus Caritas Est, en el apartado 28,
dice que el amor suscitado por el Espíritu de Cristo, no brinda a los hombres sólo ayuda
material, sino también sosiego y cuidado del alma.
43
Mc 2, 1-12
FE Y OBRAS
“Entró de nuevo en Cafarnaúm; al poco tiempo había corrido la voz de
que estaba en casa.
Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y él les
anunciaba la Palabra.
Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder
presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde
él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla
donde yacía el paralítico.
44
Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son
perdonados.»
Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones:
«¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar
pecados, sino Dios sólo?»
Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban
en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones?
¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o
decir: “Levántate, toma tu camilla y anda?” Pues para que sepáis que el
Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados – dice al
paralítico -: “A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.”»
Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de
modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo:
«Jamás vimos cosa parecida.»
MEDITACIÓN
1.- Jesús vuelve donde, en la sinagoga, había expulsado un demonio y
asombrado a cuantos fueron testigos de tal hecho. Su presencia, cuya
fama corrió por toda la comarca rápidamente, atrae tanto a aquellos que
buscan el prodigio como a los que esperan, pacientes, la llegada del
Mesías, aunque fuera un Mesías distinto o como ellos no esperaban.
Jesús vuelve a casa, a cada uno de nuestros corazones, para habitar en
ellos (recordad aquello que dijo: el que me ama guardará mi palabra y mi
Padre le amará, vendremos a él y viviremos en él, Jn 14, 23). Y ante su
puerta, ante la propuesta de aceptar su mensaje podemos apostarnos por
si aceptamos lo que este supone; a la espera, si no tenemos suficiente fe,
de algo que, de sus manos, pueda asegurarnos quien es. Muchas veces
esperamos extraordinarios actos de la Palabra de Dios, que conforme
nuestra vida de forma espontánea, imprevista. Si bien esto puede ser así,
¿no es más lógico que, de nuestra parte, pongamos ese esfuerzo y ese
ruego para que la acogida a Cristo sea fundante de un nuevo existir?
Dios se da… pero espera, como Padre, la solicitud amorosa de la hija, de
cada uno de nosotros.
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Jesús vuelve siempre para anunciar la Palabra, y en ella nos da el
acercamiento que tanto buscamos, o hemos de buscar, a Dios. En la
escucha de aquella podemos encontrar esa bondad, ese amor que tanto
expresa, inasequible al desaliento de su predicación.
2.- Muy buena es la perseverancia cuando ella tiene puesto su objetivo
en actos beneficiosos para los demás, y para uno mismo (porque no
decirlo), cuando, tras la insistencia, incluso la cabezonería bien
entendida, se consigue el objetivo buscado, anhelado afán de aquellos
que esperan, con amor alguna gracia, una dicha para su alma por
haberse dado por otro, cuando así sea.
Tal fue el intento de los amigos del paralítico que recoge este texto de
Marcos. Es de suponer que una parálisis, en aquella época, como muchas
enfermedades incapacitantes, hacía muy dificultosa la vida de una
persona, postrándola, para siempre, en esas escasas tablillas que
conformaban una camilla. Y recurrir a Jesús, conocido por sus obras
portentosas, era, quizá, el único remedio a que podían acogerse, la única
esperanza que podría verse cumplida.
Era de esperar que no se limitaran a acudir a la casa donde estaba
acogido Jesús. Hubiera sido, esa, una actitud poco amorosa, demasiado
resignada. Tal sería, y era, el gentío que acudió allí, que se vieron
obligados, además, a subir al techo de la habitación donde predicaba el
Mesías y, desde allí, romperlo y descolgar al amigo en busca de la
reparación de sus males. Abrieron, con eso, yo pienso, el corazón de
Jesús y, así, hicieron posible la que sería curación total (de cuerpo y
espíritu) del enfermo.
Y Jesús, que ve la fe de ellos, se dirigió al citado de la única manera que
sabía, que podía, hacerlo. Y le perdona sus pecados. Pero le llama Hijo.
Este llamarlo de esa forma no era, creo yo, porque pensara que Él, Jesús,
era Padre en sentido estricto, sino porque sabía que se dirigía al enfermo
en nombre del Padre y que, gracias a eso y por eso, iba a ser sanado. A
través de Él Dios hablaba de esa forma.
3.-Y ahí estaba la acechanza preparada. Cerca de Él había escribas,
conocedores, muchos ellos, de la Ley y otros al servicio del Templo. Y
ellos piensan, para sí, en su interior, en sus corazones, dice el texto, varias
cosas, pero sobre todo esto: dos preguntas y una afirmación.
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Y las preguntas que se hacen muestran una secuencia realmente curiosa.
En primer lugar no deja de ser importante la forma de referirse a Jesús.
Le llaman éste. Y esto viene a indicarnos que era, para ellos,
desconocido, pues si otra cosa hubiera sido se habrían dirigido a Él,
aunque fuera en su interior, por su nombre. De aquí su extrañeza ante la
forma de hablar de Jesús. Sin embargo, estos escribas, dotados, según
ellos, de un conocimiento de la Ley de Dios que les hacía distinguir una
conducta como contraria a ella o cuándo estaba acorde con su letra,
afirman, taxativamente, sin duda alguna: está blasfemando. Esto, que
puede parecer una apreciación personal que, quizá, no fuera más allá, la
anteponen, y aquí está lo destacable, a su segunda pregunta: ¿Quién
puede perdonar pecados, sino Dios sólo? De aquí que pueda decirse que los
escribas, en su seguridad e, incluso, soberbia, primero califican de
blasfemia lo dicho por Jesús y, luego, sólo luego, confirman esa
afirmación con la pregunta que deberían haber hecho antes.
Yo creo que los escribas, sostenidos en unas normas que daban seguridad
a sus vidas espirituales y, por eso, y también, corporales o físicas, de
vivencia diaria, no fueron más allá del significado de lo dicho por Jesús,
sólo vieron lo inmediato, no captaron, seguramente porque no podían, la
Verdad en las palabras del Maestro. Eran esclavos de su propia
existencia, ciegos que no querían ver. Lo que vino después les habría de
demostrar que, si la relación entre enfermedad y pecado era lo que ellos
pensaban y Jesús curaba la enfermedad, pues… una cosa derivaría de la
otra.
4.-Jesús, que todo lo conocía, no podía dejar de pasar aquella
oportunidad para tratar de convencer, sino con palabras, sí con hechos,
pues parecía este el único lenguaje que entendían estos defensores de la
Ley.
Cuando el Mesías les dice eso de sus corazones, donde tenían aquellos
pensamientos, les estaba conminando a decir lo que pensaban, cosa que
no harían, seguramente, por miedo a la gente; les estaba orientando
hacia donde debía de ir su actuación: abrirse a los demás, no tener temor
de ser rebatidos, no esconderse dentro de si mismos.
Valga eso mismo para nuestra propia vida, tantas veces abocada a la
soledad de la incomprensión real o imaginada.
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Y Jesús les plantea una alternativa que iría en beneficio de la
clarificación de su pensamiento: ¿curar o perdonar? Y como sabía que no
obtendría respuesta porque hubiera sido una forma clara de identificarse
con quien pensaban que eran un blasfemo, el Mesías pasa a la acción: las
dos cosas son posibles. Primero ordena al paralítico que se levante, o sea,
lo cura, y, luego, que ande, que camine hacia el futuro de su vida.
Con esto rompe con todo lo que, entre otros, creían los escribas. Si Dios
es el único que puede perdonar pecados y Jesús se los perdona (más que
nada para acabar con esa relación antes dicha entre enfermedad y
pecado) ya que, como es evidente para todos los presentes, el enfermo se
levanta de la camilla y anda, es que ese éste como dicen sus silenciosos
detractores, no era otro que Dios mismo. Podrían, o no, aceptarlo, pero
el caso es que de su mismo lenguaje se deduce tal verdad. Por esto mismo
todos estaban asombrados y glorificaban a Dios. Es más, no sólo dicen
esto, sino que rematan su pensamiento con el jamás vimos cosa parecida,
signo inequívoco de que algo nuevo esta sucediendo. El Evangelio había
tomado forma, su Mesías ya había llegado.
Había llegado, ya, el Hijo del hombre.
Muchas veces me he preguntado el significado de esta expresión “Hijo
del hombre”. Como el lenguaje bíblico suele tener, las más de las veces,
un significado distinto al que, comúnmente, podemos darle (eso sabiendo
que está escrito en una época determinada y que, a ella, se debe) no hay
que decir que eso de Hijo del hombre es de difícil entendimiento.
Sin embargo, y sin buscarlo, como suele suceder, me llegó a mis manos y
a mis ojos un texto del actual Santo Padre, Benedicto XVI, titulado “El
origen de la Iglesia”. Entre otras cosas, referido a esto, el texto dice lo
que sigue:
“Se ha hecho notar que en la autodesignación de Jesús como “Hijo del
hombre” vibra siempre el factor fundacional, porque, desde su origen
en Dan 7, es palabra simbólica para designar al pueblo de Dios de los
últimos tiempos. Al aplicársela Jesús a sí mismo, se designa
implícitamente como creador y señor de este nuevo pueblo, con lo que
toda su existencia aparece referida a la Iglesia”
Y Jesús, como sabemos, y como se ha dicho muchas veces, fue, Él
mismo, la plenitud de los tiempos, el fin de los viejos tiempos, la nueva
48
creación… Por eso Él mismo se denomina así, el Hijo del hombre. Yo,
por lo menos, creo eso.
PRECES
Pidamos a Dios para que:
•
•
•
•
•
Queramos acercarnos a Jesús para encontrar, en Él.
Sepamos esperar, con perseverancia, ante la puerta de Dios.
Aceptemos la Palabra de Dios como Verdad eterna.
No conduzcamos nuestro corazón por caminos inadecuados.
Sepamos andar e ir hacia el fututo cuando Cristo nos diga.
ORACIÓN
Dios, Padre nuestro, haznos partícipes de tu Palabra para que, con ella,
seamos capaces de entender el mensaje de Cristo y, con ese mensaje,
vayamos, curados, a anunciarlo.
La imagen de la curación del paralítico ha sido tomada de
www.ocarm.org
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Mc 2, 18-22
VINO NUEVO
“Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vienen y
le dicen: «¿Por qué mientras los discípulos de Juan y los discípulos de los
fariseos ayunan, tus discípulos no ayunan?»
Jesús les dijo: «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el
novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden
ayunar.
Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán, en
aquel día.
Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de
otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un
desgarrón peor. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de
otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el
vino como los pellejos: sino que el vino nuevo, en pellejos nuevos.”
50
MEDITACIÓN
1.- Dadas como somos, las personas, a interpretar la realidad como nos
toca vivirla, un tanto así hay que decir de lo que se refiere a Dios; y no
sólo a Él, sino, también, y sobre todo, por tangible, a su Ley.
La interpretación de los preceptos divinos, en tiempos de Jesús, era,
quizá, uno de los puntos que causaban división: fariseos, escribas,
saduceos, esenios, zelotes, miembros del sanhedrín, etc…; y esto, se
quiera o no, sólo podría ser causa de separación cuando no de
enfrentamiento.
Este texto de Marcos deja bien a las claras establecido un discipulado
vario: los discípulos de Juan, los de los fariseos, los de Jesús.
En este momento, y aunque no sea cuestión relacionada con este texto,
ni siquiera en este momento temporal, sí me gustaría recordar lo que
Jesús, ante la diversidad de visiones que, en su época, apreciaba dijera
sobre este tema, dirigiéndose a su Padre: yo les he dado la gloria que tú
me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú
en mí, para que sean perfectamente uno (Jn 17, 22.23).
Una vez hecho este pequeño paréntesis y en lo referido al ayuno, como
este era una práctica entendida como piadosa por el pueblo judío,
llevarla a cabo era expresión de cumplimiento y, por lo tanto, de
consideración social. Ayunar era, por así decirlo, señal de respeto hacia
Dios, pues, en unos casos, suponía una actitud de humildad delante de
Dios (Lev 16, 29-31: Será éste para vosotros un decreto perpetuo: En el mes
séptimo, el día décimo del mes, ayunaréis, y no haréis trabajo alguno, ni el
nativo ni el forastero que reside en medio de vosotros. Porque en ese día se
hará expiación por vosotros para purificaros. De todos vuestros
pecados quedaréis limpios delante de Yahveh. Será para vosotros día
de descanso completo, en el que habéis de ayunar: decreto perpetuo). Sin
embargo, alguien que no pertenece al discipulado de Juan ni al de los
fariseos (pues el texto sitúa, al preguntante, fuera de estos grupos al no
identificarlo con ninguno de ellos) inquiere sobre el porqué de la falta de
ayuno de los discípulos de Jesús. Preocupaba, por el aparente
comportamiento contrario a la Ley, a ese sentido de sometimiento y
humildad ante Dios, el hecho de que Jesús y los suyos, no dejaran de
51
comer como señal de sacrificio voluntario. ¿No necesitaba purificación el
profeta Jesús?
Nosotros sabemos
comportamiento.
que
no
la
necesitaba,
de
aquí
su
Sin embargo, y como tantas veces pasa y dice el Mesías, el
entendimiento y la comprensión que tenía de la Ley de Dios era el
acertado y correcto: acertado porque sólo podría estar en lo cierto quien
era Dios, y correcto porque no podía hacer otra cosa quien había
establecido esa misma Ley. Tal es así que el ayuno, llevado, ex lege
(desde la ley estricta) a la vida diaria, podía llegar a desvirtuar la
significación que debía dársele. Aún no había llegado el momento en que
esta práctica tuviera su verdadero significado. Otra vez, otra más, los
interpretadores de la Ley no habían pasado de ser meros ejecutantes de
un formalismo.
Para abundar más en esta consideración, recordar, tan sólo, el mensaje
de Jesús que, ante estas muestras de sacrificio dijera aquello de que
“cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran
su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya
reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu
rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que
está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mt
6, 16-18). Ya sabía lo que decía, también, en este aspecto. No hay que,
por lo tanto, alardear de esa práctica pues, así, no se le da el sentido
verdadero que ha de tener.
2.- Y Jesús, ante la pregunta que, o bien trata de encontrar una
explicación a tal actuación, sin otro ánimo, o bien trataba de ponerle en
una mala situación, no se esconde; y contesta, para ser entendido, con
ejemplos (o analogías) para que sus oyentes pudiesen comprender a qué
se refería. De su explicación podemos entender, sobre todo, dos cosas:
- Que Jesús conocía y daba a entender su papel y su misión.
- Que Jesús profetizaba, porque conocía, su futuro casi
inmediato.
En cuanto a lo primero, el pueblo de Israel, como pueblo elegido por
Dios, llevaba muchos siglos esperando al Mesías. El novio de la vida, el
52
novio del amor aún no había llegado. Pero con Jesús cambian las cosas.
Él nos invita a su boda, nos tiende la mano para que entremos al convite
de su ser y compartamos, con alegría, al banquete de la Palabra de Dios.
Y si somos invitados, ¿podemos rechazar esa invitación? Tristemente
puedo decir que, dotados de la libertad que Dios nos da, que es toda en
relación a esa aceptación, sí podemos mostrar nuestra contrariedad ante
esa mano tendida que nos ofrece Cristo; sí podemos decir no, con un no
un tanto miedoso ante la responsabilidad de hacer frente a los manjares
de ese banquete porque eso supondría tener que agradecer, con hechos y
no sólo de palabra, esa gracia ofrecida y aceptada. En este sentido,
Jesús, y Dios, está con nosotros hasta que queramos que esté. Si estamos
invitados ha de serlo, pienso yo, pero siempre, siempre, siempre (como
diría Sta. Teresa) y no para salir del convite cuando nos sintamos hartos
de probar lo que el Mesías nos ofrece, amor incondicional que, podemos
pensar, puede llegar a cansarnos porque, a veces, no soportamos tanta
luz que nos deslumbra con su presencia.
También conoce Jesús cómo será excluido, Él mismo, de su propia boda.
Será arrebatado, dice Marcos en su texto. Si por esta acción, arrebatar,
podemos entender la sustracción violenta, contra voluntad, de algún
sitio, cuando el Enviado dice que entonces, cuando llegue ese momento
que bien conoce, entonces, podrán llevar a la práctica el ayuno, ya que
entonces sí tendrá sentido. También manifestará humildad ante Dios si,
tras el arrebato, dejan de ingerir alimentos porque entonces les será
arrebatado. A ellos, porque ese tiempo verbal indica posesión del novio
por parte de los invitados a la boda: les será arrebatado a ellos, que ya lo
tienen; por eso son ellos los que han de ayunar, y con ellos también
nosotros, por haber sido llamados y haber aceptado esa llamada, por
haber querido entrar en el Reino de Dios.
Pero también dice, Jesús, que ayunarán en aquel día. Creo yo que lo que
quiere decir es que ese día, ese mismo día y, en recuerdo de ese día,
cuando corresponda, hay que guardar ayuno, en esa memoria, como
para hacer presente ese pasado que siempre estará con ellos y con
nosotros.
Lo que prescribe Jesús, como médico sanador del alma, no es,
precisamente, una fijación excesiva en este tema. El ayuno es positivo en
cuanto sirve de recuerdo, si este recuerdo asienta, hacia los demás, el
amor que nos trae al presente, pero deja de tener sentido si se pone el
53
acento en ese acto de privación. En aquel día, dice, pero no por
mortificación, sino por alegría, porque es lo que él quiso. Aquí, Jesús,
también cambia el sentido de esto.
3.- Ya sabemos que Jesús, para hacerse entender por sus oyentes y por
los que en la distancia, pudiesen tener conocimiento de lo que decir, se
expresaba por medio de ejemplos, o de parábolas. Seguramente sería el
lenguaje apropiado para la época en la que vivió pero, así, por ese
sentido que tiene el pensamiento clásico, ha devenido un lenguaje
válido, ya, para siempre. Y los ejemplos del paño y del vino son, entre
todos, los más significativos, por clarificadores.
La vida de Jesús, inmersa en los quehaceres de su familia, estaría llena
de situaciones de las que sacar modelos. ¿Cuántas veces no vería el
Mesías a su madre, María, zurcir un vestido o arreglar algún descosido en
la ropa y, seguramente, la que lo llevó en el vientre le explicaría eso del
paño viejo y el nuevo? Por lo tanto, Jesús querría darle, aquí, un
significado nuevo. ¿Cuántas veces no vería Jesús, a lo largo de su vida,
que llamamos oculta, o incluso Él mismo iría a comprar vino y le darían
ese consejo del odre nuevo? Con seguridad que serían muchas las veces
que esto sucedió. Por lo tanto, le da, había de darle, un sentido nuevo a
eso que era tan conocido por todos.
En ambos casos resuenan palabras comunes. Nuevo y viejo. Estos
vocablos, aplicados al sentido religioso del pueblo judío tenían, o daban,
un sentido, novedoso a lo que decía Jesús.
Si, ante la aplicación de la Ley de Dios, tan sólo especificamos
extensiones de la misma y no llegamos, en realidad, a comprender el
sentido que esta tiene; si, por eso mismo, sólo ponemos un remiendo
nuevo a lo que es antiguo, tan sólo incurriremos en algo peor que en su
no aplicación: estropear lo establecido por Dios, ya que esto es
tergiversar su voluntad, que siempre ha de considerarse el último
instrumento que han de utilizar los que se llaman hijos de Dios o pueblo
elegido por Él. Esto es lo que el Mesías quería decir, a mi entender,
cuando puso el ejemplo del paño nuevo que, sin preparar para ser
añadido, cosido a un paño viejo, tira de él y acaba, sin remedio,
desgarrando al más antiguo. Lo novedoso, no arraigado bien en la
tradición, si es con ánimo de añadido sin más, no puede redundar en la
mejor comprensión de la Ley sobre la que se supone se sustenta.
54
Y qué decir del vino viejo. Esa bebida, que representó, para el pueblo de
Israel, el signo de la tierra nueva, al llegar a la tierra prometida, se
convierte en instrumento de felicidad que supone el cumplimiento de la
voluntad de Dios. Dios estaba, también, en esta bebida que alegraba el
espíritu de su pueblo y en ella, también, escondido, está el sentido de su
Ley: adecuarse a la alianza que Abbá realizó con, antes, Abraham y,
luego, toda su descendencia, era mantener el vino-norma en el cauce
adecuado, y no pretender echarlo a perder por querer darle cabida donde
no podía tener cabida, pues una Ley justa por venir de quien venía,
contenida en el odre de la fe, no podía pretenderse que fuera olvidada
con el pretexto de que la nueva ley, ya de hombres, iba a ser contenida
por la estructura de la que lo era divina.
De aquí que esa artimaña sólo podía traer una clara consecuencia: el
divino ser para el comportar humano se vería acallada por la nueva, el
odre antaño válido, y ya para siempre como debería haber sido, acabará
sus días, así como de iniquidad se cubrirían tanto quienes hiciesen las
nuevas leyes como quienes las cumplían ya que se alejaban, con eso, de
la verdadera voluntad de Dios.
Sólo me queda por decir que el sentido de las palabras de Jesús no deja
de sorprender, tantos siglos después de haber sido pronunciadas.
PRECES
Pidamos a Dios para que:
• Sepamos cumplir con la voluntad de Dios siempre.
• Seamos capaces de entender el sentido de la Palabra de Dios.
• Entendamos, correctamente, el verdadero sentido de la vida de
Cristo.
• Sepamos contener, en nuestros corazones, como odres viejos las
viejas leyes de Dios pero válidas para siempre.
• No dudemos a la hora de justificar nuestra fe, a dar razón de
nuestra esperanza.
55
ORACIÓN
Padre nuestro, déjanos ser odres nuevos que sean capaces, sin romperse
al menor embate, de contener tu Palabra y todo lo que ella significa para
nuestras vidas; que sepamos caminar siendo ejemplo de aquellos que,
aún, son felices con la presencia de tu vida en las suyas.
La imagen que ilustra esta meditación, ha sido tomada de
www.jmarti.ciberia.es
56
Mc 1, 12-15
HA LLEGADO EL REINO
“A continuación, el Espíritu le empuja al desierto, y permaneció en el
desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los
animales del campo y los ángeles le servían.
Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba
la Buena Nueva de Dios:
«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca;
convertíos y creed en la Buena Nueva.»”
57
MEDITACIÓN
1.- Cuando Jesús es bautizado por Juan, en el Jordán, y, después de
haber sobrevolado sobre Él el Espíritu Santo (al igual que en el Génesis,
mientras Dios creaba, el mismo Espíritu, su Espíritu, sobrevolaba las
aguas) se deja llevar por aquella persona que constituye la Santísima
Trinidad y marcha camino del desierto, donde sólo se oye su corazón y a
Dios buscando su seno porque necesita esa íntima comunicación.
Quizá buscaba lo que dijera Isaías (32, 10) “en el desierto morará el
derecho, y la justicia habitará en el vergel”, es decir, que trataba de hallar
la plenitud de la voluntad de Dios; quizá quiera pasar una prueba puesta
por su padre (Dt 8,2), al igual que pasara, con el paso del desierto, el
pueblo de Israel: acuérdate del camino que el Señor te ha hecho andar
durante cuarenta años a través del desierto con el fin de humillarte,
probarte y conocer los sentimientos de tu corazón y ver si guardabas o no sus
mandamientos. El respeto buscado por Dios de su Hijo por sus normas,
quizá fuera lo que buscaba Jesús. Y todo esto sabiendo lo que dijera,
también, como tantas otras veces, Isaías, (58, 11): Te guiará Dios de
continuo. El caso es que Jesús, atareado en ese intento de descubrirse, no
encuentra mejor sitio donde ir que a ese inhóspito espacio reseco.
La permanencia de Jesús en el desierto durante 40 días, como ya he
dicho de su pueblo, también podemos atribuirle un significado simbólico.
Fácil es entender que el desierto es un lugar en el cual podemos escuchar
nuestra voz con una claridad diáfana, sin esos sonidos de otras voces que
impiden descubrir nuestros acentos, lo que queremos decir para que nos
entiendan, es un lugar adecuado para sentir mejor nuestro corazón,
alejados del mundo que nos impide ordenar y separar lo importante de lo
que es accesorio y que tanto nos perturba en nuestro camino por la vida.
Es, en fin, un criterio de discernimiento lo que “empuja” a Jesús a ese
exilio de su derredor, de forma inmediata a cuando fue instituida una
segunda creación, con su bautizo, una nueva oportunidad para el
hombre.
2.- Y Jesús, al igual que nos puede suceder a todos nosotros, se siente
tentado, por Satanás, dice el texto. Y las tentaciones lo son en el sentido
que más pueden atraer el ansia de un hombre: el mero y simple hecho del
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sustento, el intento de salvación recurriendo a Dios como solucionador
de problemas y el mismo poder, el hecho mismo de tenerlo.
Pero Jesús, al igual que debemos hacer nosotros, contesta a todas estas
tentaciones, con una referencia clara a Dios, al que acude para buscar la
palabra que sale de su boca (Mt 4, 4) y no limitarse a la mera sustancia
física (el hombre, recordemos, es cuerpo y espíritu), queriendo dar a
entender que ese pan de cada día que tanto reclamamos al rezar esa
oración que Él enseñaría más tarde es esa Palabra que Dios nos regala;
al que no quiere tentar para que lo salve de esa situación que le plantea
al Maligno (Mt 4,7) porque sabe que a Dios no se le puede utilizar para
satisfacer nuestras necesidades como si fuera alguien de quien echamos
mano como tabla de salvación propia y, por último, al que da culto
porque está seguro de que lo merece como creador y Padre (Mt 4,10) y
que ansiar las riquezas del mundo supone encerrarse en la cotidianidad
de la avaricia y el egoísmo. Es aquí cuando Jesús dice márchate, Satanás
porque sabe que sólo hay que adorar a Dios (recordemos aquí lo que dice
el primer mandamiento de la Ley de Dios que recogiera Moisés para
darnos testimonio de lo que es más importante para nosotros y, así, lo
que debemos rechazar por ser, por eso, secundario) y no a los bienes del
mundo ni tampoco a la luz falsa que nos puede marcar nuestro paso,
cegándonos ante al verdadera luz que emana de Dios.
El texto de Marcos dice que unos ángeles le servían. Es interesante traer
a colación, ahora, el texto de Mateo. Este evangelista indica que,
después de despedir a Satanás, le servían los ángeles. Entonces el diablo le
deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían (Mt 4, 11), dice
con, exactitud, aquel.
Creo que esto es un matiz a destacar ya que vendría a indicarnos que
tras evitar las tentaciones y anteponer a Dios siempre, pero siempre, a
las vicisitudes de su vida, es el momento en que esos hermanos celestiales
se ponen a su servicio. Es decir, que después de la tribulación, de la
penuria, de la atracción del mundo, del posible egoísmo, nos llega el
estado de gracia de encontrarse con Dios que, como no puede ser de otra
forma, agradece esa entrega de la mejor forma que puede: amándonos y
entregándose a nuestro corazón.
En ese entretanto Juan fue apresado (cuando oyó que Juan había sido
entregado, se retiró a Galilea, Mt 4, 12, lo que quiere decir, que habría de
ser después de haber pasado esos días en el desierto, pues no lo pudo oír
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antes, lógicamente y durante su estancia allí, cuando fue apresado), el
último gran profeta que bautizara a Jesús en cumplimiento de la
voluntad de Dios había cumplido con su labor anunciando la llegada del
cordero de Dios.
3.- Una vez que Juan fue puesto en prisión, Jesús supo que había llegado
la hora de comenzar la predicación y la labor para, como Él mismo dijo,
había salido: El les dice: “Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para
que también allí predique; pues para eso he salido” (Mc 1, 38).
Desaparecido de la vida pública el último profeta de la Antigua Alianza,
el que había de ser anunciación de la Nueva Alianza daba esos primeros
pasos para que sus semejantes conociesen que el Reino de Dios estaba
cerca, que la cercanía del mismo podía sentirse ya.
Y como siempre, el Mesías no impone una doctrina, sino que pone, ante
los oídos y ojos de aquellos que le escuchan, una realidad espiritual para
que decidan si se acogen a ella o pasan de largo, la olvidan tan rápido
como la oyeron y continúan con su vida como si tal cosa. Como muchas
veces pasa.
Lo que Jesús viene a decir es que trae una Buena Nueva. Con esto hemos
de entender dos cosas:
1º) Que había algo antiguo que debía dejarse atrás.
2º) Que existía la posibilidad de conocer algo que, no sólo era nuevo, sino
que, además, era bueno.
En cuanto a lo que el Enviado entendía que había que olvidar, no era la
Ley de Dios, la cual había venido a hacer cumplir en su totalidad No
penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir,
sino a dar cumplimiento, recoge Mateo, en el versículo 17 del capítulo 5
de su Evangelio, sino a una serie de comportamientos ajenos a la
voluntad de Dios que contradecían el mismo espíritu de esa misma Ley.
Él no era, pues, un legislador ni un revolucionario que actuara contra
nadie sino que había venido para clarificar lo que su Padre había
pretendido hacer ver al hombre, creación suya, y que éste se había
negado, hay que decir que persistentemente, a entender.
Muchas veces, Jesús pone ejemplos de lo que, hasta entonces, se había
dicho y lo que él, Hijo de Dios, decía que debía ser lo correcto. Muchas
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veces dijo la expresión habéis oído que se dijo (Habéis oído que se dijo a los
antepasados: “No matarás” y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues
yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el
tribunal; pero el que llame a su hermano “imbécil”, será reo ante el
Sanedrín; y el que le llame “renegado”, será reo de la gehenna de fuego, Mt
5, 21-22, o , también habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”.
Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió
adulterio con ella en su corazón, Mt 5, 27-28, o también esto otro: Habéis
oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente” Pues yo os digo: no
resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele
también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale
también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos, Mt 5,
38-41. Otros ejemplos podrían traerse a colación pero el caso es que deja
bien a las claras lo que era y lo que debía ser.
Sin embargo, sí me gustaría destacar uno en concreto. Otras veces ataca,
por así decirlo, un tema fundamental para la concepción de Dios sobre el
hombre: el tema del matrimonio y el divorcio. También se dijo: “El que
repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio”. Pues yo os digo: Todo el que
repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el
que se case con una repudiada, comete adulterio, en Mt 5, 31-32, tema muy
actual en el presente y sobre el que se debería meditar un poco más, o al
menos algo, antes de tomar algunas decisiones al respecto.
Había, por lo tanto, algo que preterir, algo sobre la cual sólo debía de
permanecer la memoria de que así se había hecho.
Sin embargo, lo importante, creo yo, que, no era, aunque sí fuera
destacable y a destacar, aquello sobre lo que Jesús hacía notar una gran
equidistancia entre la teoría y la práctica; lo importante, digo, era lo que
anunciaba, ese Reino de Dios que estaba cerca, esa necesidad de
conversión y de creencia.
Para Jesús, el tiempo de la plenitud ya había llegado. Era Él, Hijo del
hombre, el que cumplía esa condición de Mesías, de Ungido, de Enviado,
y en Él Dios puso su esperanza, que no defraudó.
Y como el tiempo se ha cumplido no le queda otra opción que la
proclamación de una Buena Noticia, una Buena Nueva, un Reino que se
acerca y al que podemos acudir para incorporarnos a él.
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Sin embargo, el ser “aceptado” en el Reino de Dios requiere algo; no es
posible pensar que el ofrecimiento del Padre, de su Padre y del nuestro,
carece de alguna contrapartida por nuestra parte. Es necesario que
hagamos algo y que, luego, confirmemos esa voluntad.
Esto es lo que Jesús quiere decir cuando propone la conversión, primero
y la creencia, después.
Convertirse, es decir, venir a ser otra persona distinta de lo que se era, es
la propuesta esencial de Jesús para que, a sí, dejando atrás al hombre
viejo, pegado a la tierra que tira de él, podamos acogernos a esa Ley del
Reino de Dios que fundamenta su constitución, constitución del alma, y
habitar, junto a Él mismo y a su Padre, en las praderas de la realidad
que quiere darnos.
Y luego, luego, Jesús nos ofrece creer en la Buena Nueva. Es una
creencia, asentada en la anterior conversión, corazón de piedra mutado
en uno de carne, que nos hará habitantes, deseados por Dios, de ese
Reino que constituyó antes de la creación del mundo.
Jesús, como hermano nuestro e Hijo de Dios, tanto una cosa como la
otra, conoce y sabe que esa sucesión de hechos, la conversión y la
creencia, son imprescindibles para acoger, correctamente, ese
ofrecimiento.
Tras recorrer nuestro propio desierto, soledad iluminada por la Palabra
de Dios, sostén de nuestros pasos, hemos de ver como surge, en nosotros,
una inquebrantable voluntad de extender ese Reino a todas aquellas
personas que no encuentran el camino para llegar a Él, sabedores,
entonces, y conocedores, ahora, de la plenitud del ser que podemos
encontrar así.
PRECES
Pidamos a Dios para que:
-Sepamos seguir la llamada del Espíritu Santo.
-No nos dejemos tentar por el Maligno que nos acecha.
-Seamos capaces de comprender la ayuda de nuestro ángel custodio, y de
aceptarla.
-Aceptemos la Buena Nueva que Jesús nos propone siempre.
-Queramos convertirnos cada día, en una continua confesión de fe.
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ORACIÓN
Padre Nuestro, tú que nos ayudas en las tentaciones y que no nos
abandonas ante nuestras tribulaciones, ayúdanos a percibir, en el
desierto de nuestra vida, tu Palabra, tu Palabra, tu Palabra.
La imagen del monte de las tentaciones ha sido tomada de
www.hijodedios.org
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Mc 9, 2-10
ES NECESARIO ESCUCHAR
“Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los
lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de
ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto
que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese
modo.
Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús.
Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí.
Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías»; - pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados -.
Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una
voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle.»
Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús
solo con ellos.
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Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que
habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los
muertos.
Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de
«resucitar de entre los muertos.»
MEDITACIÓN
1.- Jesús era conocedor de la especial dificultad que existía en el hecho de
que sus discípulos comprendiesen su ministerio y que fuesen capaces de
entender aquello que les decía pues, como es sabido, no eran letrados ni
personas formadas intelectualmente, o, al menos, con una gran
formación.
Por eso, además de las parábolas como forma de explicarse, forma que
hacía más fácil la comprensión a base de ejemplos tomados de la vida
ordinaria, tan dada a la analogía, se veía obligado a recurrir a ciertos
momentos en los que lo que sucedía impelía a una rápida fijación en el
corazón de aquello que acontecía. Por esto les hablo en parábolas, porque
miran y no ven, escuchan y no oyen ni entienden (Mt 13,13) respondió a la
pregunta de sus discípulos de porqué les hablas en parábolas (Mt 13,10).
Como pasará más tarde con los mismos, en Gethsemaní, el Mesías
encamina a tres discípulos suyos, a saber, Santiago y Juan, los Zebedeos
o “hijos del trueno” (nombre con los que los bautizó, con un innegable
sentido del humor) y Pedro (la piedra sobre la que edificaría su Iglesia) y
los lleva a un monte. Porque la montaña, o aquel, a lo largo de las
Sagradas Escrituras, tuvo y tiene una importancia propia y
característica. En Ex 3,1, por hablar del Antiguo Testamento, se habla
del monte de Dios, el Horeb, o cuando Dios indica a Moisés donde ha de
adorar a Dios, es decir adoraréis a Dios sobre este monte (Ex 3, 12), así
como todas las veces que se nombra ese monte de Dios en esta parte del
Pentateuco; o, como indica el Salmo 125,2 Jerusalén está rodeada de
montes; así rodea el Señor a su pueblo desde ahora y por siempre, de donde
podemos deducir una capacidad de defensa frente a las afrentas de los
enemigos, y equiparar nuestra vida a la Jerusalén terrestre que, al verse
atacada por las acechanzas del maligno, se siente protegida de esa forma.
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De aquí que entiendo que este accidente del terreno es algo más que una
mera elevación del mismo. Que ese espacio, donde Abraham se encontró
con Dios, donde Moisés recibió de Dios la Ley que nos transmitiría por
generaciones sin término para que fuera cumplida su voluntad…que
contenía esas tablas tan conocidas y nombradas; que ese espacio, digo,
ha de ser muy especial para Dios.
Y en el monte, también, se transfiguró.
Este episodio, característico de la divinidad de Jesús, y que refleja su
conexión con el Antiguo Testamento, determina una imagen ejemplo de
pureza y amor de Dios, porque, ¿qué es esa blancura que salió de sus
vestidos y, por lo tanto, de su cuerpo, pues desde dentro emergía? El
texto dice que sus vestidos se volvieron resplandecientes. Y aquí, Marcos,
también hace uso de un lenguaje que es similar al de Cristo: utiliza un
hecho de lo cotidiano para que, el oyente, entienda qué nivel de luz
despedía Jesús; es decir, al igual que este, con sus parábolas, facilita la
comprensión (como he dicho antes), el evangelista, al decir lo del
batanero, da a entender que nadie podía igualarse, en luz que sólo podía
venir de Dios, en ese instante, ni nunca, a lo que los ojos de los tres
discípulos, estaban viendo.
Pero como esto podía no ser suficiente, pues bien podían haber pensado
aquellos tres que miraban, que podía tratarse de algún reflejo de la luz
del sol, entran en escena estos dos personajes del Antiguo Testamento
que, al igual que Jesús, pero menos, como hombres que sólo eran,
también eran profetas. Pero no dos profetas cualesquiera. Eran Moisés y
Elías.
De estos personajes tan importantes para la historia del hombre en la
tierra no cabe que diga yo nada, pues ya se ha escrito, y se escribirá
mucho y mucho mejor de lo que yo pueda decir. Sin embargo sí recordar,
sólo, que el primero de ellos condujo a su pueblo por el desierto, como
Jesús se había conducido tras su bautismo y que, el segundo era, creo yo,
el que según Jesús mismo, ya había vuelto pero sus contemporáneos no
habían querido ver. ¿Era, para el Mesías, el espíritu de Elías el que
representaba Juan, el Bautista? Así ha de ser, pues de lo contrario no
habría dicho Jesús que si queréis admitirlo, él es Elías, el que había de
venir (Mt 11,14).
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Pero no sólo se aparecieron junto a Jesús. Además conversaban con Jesús.
Y esta conversación bien podría referirse al inmediato futuro de Cristo:
su pasión y muerte. Seguramente, porque sabedores de lo que iba a
suceder, querían, ¡y necesitaban!, darle ánimo, reconfortarlo, en cierta
forma. El caso es que el Enviado, el Jristós griego, se hace ayudar por
aquellos que le esperaban para que aquellos que estaban presentes con
Él, fuesen capaces de entender que iba a ser perseguido, maltratado,
lacerado y humillado más tarde.
2.-Entre aquellos tres discípulos Pedro es la piedra, y la piedra está muy
pegada al suelo, al camino que vamos pisando en nuestro deambular por
la vida.
Y por esto, la sugerencia que le hace al Maestro, que disfrutaba de
aquella conversación y que, con ella, daba fundamento a su existir, no
deja de ser otra cosa que expresión de una mundanidad, de un apego a la
tierra, de un estar entre hombres. Porque Pedro quería quedarse allí, no
quería volver al duro esfuerzo de transmitir que el Reino de Dios ya
había llegado, se negaba a ser, otra vez, ser que comunica la Verdad.
Esto, como en tantas otras ocasiones, tendría que suponer, para
nosotros, un aviso ante la opción que tomamos en nuestra vida: ¿ante la
posibilidad de difundir la Palabra de Dios, permanecemos, solitarios en
nuestra mismidad, disfrutando de su delicia o, por el contrario, hacemos
uso de nuestros talentos para que los demás conozcan nuestro
conocimiento, que hemos encontrado a Dios en una sílaba o en un texto?
Bien podemos hacer como Pedro que, ante aquella visión de la maravilla
de Dios, opta por el gozo que esto suponía, atendiendo las necesidades de
los que conversaban (Elías, Moisés y Jesús) pero sin pretender bajar
contar lo sucedido siendo, así, difusores de un hecho que confirmaría lo
dicho por el Mesías. Porque, además, así lo recomendaría Jesús instantes
después. Sin embargo, Pedro, independientemente de lo que dijese el
Mesías no quería irse de allí. Era esa su voluntad expresa.
Y ¿qué podemos pensar ante esta actitud de Cefas? – me refiero a la
actitud de quedarse a admirar lo sucedido y no a lo de no decir nada a
nadie de lo que vio - Cabe, de principio, la disculpa, hombre como era y
que, como nosotros, soñaba con ese mundo en el que la cruz, aún no
conocida, sólo fuera una posibilidad a tener en cuenta pero no palpable.
El evangelio de Lucas, y traigo aquí a colación lo que Giovanni Papini
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dice en su libro sobre la vida de Cristo, trata de poner coto a la opinión
de quienes, inmisericordes, pudieran atacar a Pedro. Dice Lucas que,
como para disculpar a Pedro, no sabía lo que se decía, sin saber lo que
decía, dice, exactamente, este evangelista en 9, 33 que viene a ser algo
parecido a lo que dice Marcos (pues no sabía qué responder) que centra su
atención en el temor que tenían los discípulos que contemplan tal hecho.
Por otra parte, y abundando en esto, también cabe elegir entre el mundo
y Dios. Jesús, como siempre, también nos da respuesta a esta grave
inquisición. El evangelista más joven, Juan, a quien Jesús amaba, en el
capítulo 17 versículo 15 de su evangelio, al decir que no te pido que los
retires del mundo, sino que los guardes del Maligno nos indica que estamos
en este mundo, como es obvio y evidente, pero que la preservación del
pecado, su evitación, es más importante que el hecho de sentirse aislado
del lugar donde vivimos ya que no debemos evitar aquello que Dios nos
ha dado. Esto sería como rechazar su liberalidad y su misericordia.
3.- Al igual que Gabriel dijera a María sobre que el Espíritu Santo la
cubriría con su sombra, este texto evangélico de Marcos también recoge
esta expresión: una nube que los cubrió con su sombra. Y lo mismo que, en
el caso de Miriam (María) Dios iluminó su vida con su semilla de amor y
la más alta gracia, en este momento donde conversan los profetas deja
dicha su Palabra. Y es una palabra muy similar, si no igual, a la que
pronunciara en el bautismo de Jesús: que Él era su Hijo amado, que
teníamos que escucharle. Es decir, primero dice quien es, para certificar
la importancia de su persona y, después, sólo después, hace una
recomendación destacable: hay que escuchar la voz de Jesús.
Consecuentes, como hemos de ser, a nuestro amor a Dios, no podemos
dejar de hacer otra cosa. Quien me ha visto a mi ha visto al Padre (Jn
14,9) dice el Mesías en un momento de su vida, ante la insistencia de
Felipe de que les mostrara al Padre. Y “visto” incluye el “oído”, oír,
escuchar, estar atento a su Palabra porque, al fin y al cabo, no deja de
ser la Palabra de Dios, como lo es.
Y con esto finaliza esta percepción que Santiago, Juan y Pedro tienen en
compañía de Jesús, o llevados por Jesús.
Este propiciar el encuentro es otra instantánea de la vida del Mesías a
destacar. En su misión provocó que, mediando Él mismo, la relación con
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lo sobrenatural estuviera al alcance de sus contemporáneos y, desde
entonces, de todos nosotros. Lo que podemos entender o comprender de
ese encuentro quizá, o sin quizá, es cosa nuestra, dejado a nuestra libre
elección: mejor comprensión de lo divino y aplicación a lo humano, a
nuestra existencia diaria, o, por otra parte, olvido por miedo a la
responsabilidad que de su puesta en práctica derivaría para nosotros.
Pero como esto pudiera no parecer suficiente para los discípulos, y como
ellos irían hablando, monte abajo, sin duda, de lo que había sucedido,
Jesús se vio obligado a hacerles una advertencia: no hablar, a nadie, de
este hecho, hasta que él, Hijo del hombre, resucitara de entre los muertos.
Bien podemos suponer que si la transfiguración había producido el lógico
estupor en los que la vieron, el que Jesús hablara de la resurrección de
entre los muertos ya sería el colmo de lo enigmático. Aún no podían
entender esta expresión ni ser capaces, tampoco, de transmitir a nadie lo
visto. De aquí aquello de prohibición de comunicar eso tan sobrenatural
como era que dos profetas se aparecieran para hablar con Jesús y que,
por si esto ya fuera poco, el mismo Dios les dirigiera la palabra, su
Palabra.
Si no estaban preparados para comprender esto, mucho menos para dar
testimonio fiel y adecuado del significado que tenía. Por eso yo creo que
Jesús no les permitió, cosa que hicieron, hablar de ello hasta cuando,
tras comprobar que, efectivamente, había vuelto del mundo de los
difuntos, ese misterioso acto que habían contemplado, tuviera total
sentido para ellos y para todos.
PRECES
Pidamos a Dios para que:
- Podamos comprender la necesidad de contemplar su luz en nuestra
vida.
- Escuchemos a los antiguos profetas porque es su voluntad que los
tengamos en cuenta.
- No pretendamos permanecer atados al mundo sin elevar, nuestro
espíritu, hacia Él.
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- Sepamos escuchar a Jesús como hermano nuestro que, siendo Dios
mismo hecho hombre, nos habla.
- Entendamos lo importante que es, para nosotros, comprender qué
es la resurrección de los muertos.
ORACIÓN
Padre Dios, que con esta transfiguración podamos ser, para ti, como
almas limpias del pecado y oprobio; que sepamos permanecer en este
mundo sin dejarnos robar el alma con sus promesas falsas.
La imagen de la Transfiguración del Señor la he tomado de
www.ewtn.com
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Jn 2, 13-25
LA VERDADERA LEY
“Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y
encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a
los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a
todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero
de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas:
«Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de
mercado.»
Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: “El celo por tu Casa
me devorará.”
Los judíos entonces le replicaron diciéndole: « ¿Qué señal nos muestras
para obrar así?»
Jesús les respondió: «Destruid este Santuario y en tres días lo
levantaré.»
Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se han tardado en
construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
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Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo.
Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos
de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que
había dicho Jesús.
Mientras estuvo en Jerusalén, por la fiesta de la Pascua, creyeron
muchos en su nombre al ver las señales que realizaba. Pero Jesús no se
confiaba a ellos porque los conocía a todos y no tenía necesidad de que se
le diera testimonio acerca de los hombres, pues él conocía lo que hay en
el hombre.”
MEDITACIÓN
1.-Cumpliendo con la Ley, como siempre hiciera, Jesús acude a
Jerusalem para celebrar la Pascua, fiesta fundamental de la religión
judía y en lo que se llevaban a cabo todas las ceremonias
correspondientes en recuerdo de hechos históricos y en la que la
presencia de Dios se pretendía esencial.
Sin embargo, y como también dijera Él mismo, su relación con la Ley
era de algo más que mero cumplimiento, había venido para darle que la
norma de Dios se ejerciera de forma efectiva, es decir, como Abbá creía
que debía ser y para lo que la había establecido.
El Templo era lugar de culto, y como tal, tenía delimitadas zonas para
diversos tipos de personas, fueran judíos o fueran gentiles. Y era en el
patio de estos últimos donde se habían establecido los negociantes que,
con sus puestos, llenaba sus bolsillos con las economías de los que acudía
a ese lugar sagrado.
Sin embargo, el hecho de que el Mesías la emprendiera a golpes, cosa tan
poco usual en Él, con algo, era debido, por una parte, a la circunstancia
del lugar donde se llevaba a cabo aquella labor y por otra, y sobre todo
por otra, ya que el acento lo ponía en el porqué de aquel negocio, es en lo
que habían convertido al Templo.
72
En cuanto a lugar, está claro que la ocupación del lugar destinado a los
gentiles privaba, a estos, de la posibilidad de acudir a ese espacio e,
incluso, de acercarse a la Ley de Dios. El caso es que el mismo hecho de
no permitir aquello era lo que a Jesús le sacaba de su tranquilo juicio. Él,
que había encontrado, muchas veces, en los gentiles mayor fe que en los
propios israelitas (Mt 8, 10-13, que es el caso del centurión que pidió
curación para un criado suyo, a cuya petición, y en la forma como la
hizo respondió Jesús que as aseguro que en Israel no he encontrado en
nadie una fe tan grande) no podía permitir que se dispusiese, de esa
forma, de ese lugar en la casa de Dios.
Pero, quizá, lo que más enervó a Jesús de lo que vio en el Templo, fue el
hecho de que la concepción de la fe que habían llegado a formarse sus
contemporáneos, no estuviese de acuerdo con lo que debería ser correcta
interpretación de la misma. El caso es que el panorama que pudo
contemplar: cambistas que posibilitaban, a extranjeros, el uso de la
moneda válida allí (seguramente con usura en ese cambio), vendedores
de animales para sacrificios (seguramente con precios abusivos
aprovechando la casi obligatoriedad de compra de esos animales en ese
lugar sagrado) y para las ofrendas a Dios, etc, le debió de producir una
sensación tan extraña a su amor al Padre y lo que Éste quería que no
pudo evitar esa reacción. Si dijera id, pues, a aprender qué significa
aquello de “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Mt 9, 13) refiriéndose
al texto de Oseas (6,1-6) que decía porque yo quiero amor, no sacrificio,
conocimiento de Dios, más que holocaustos, era porque sabía que la
voluntad de Dios era muy otra a la que hacía que sus semejantes
actuasen como lo hacían: unos con claros intereses económicos,
beneficiándose de todo lo que rodeaba al Templo, otros atrapados por la
Ley que, tras su interpretación, había tergiversado su sentido verdadero
y que avocaba a ese comportamiento.
Es por esto que cuando sus discípulos recordaron aquel texto del
Antiguo Testamento sobre el celo de tu casa (Salmo 69, 10) no hicieron
más que confirmar, otra vez, que en aquellas Sagradas Escrituras, su
figura, la figura del Mesías, ya estaba contemplada y que, ahora, sólo se
hacía real lo que allí estaba latente.
2.- Y los judíos, sus hermanos en la fe, siempre preocupados por lo
material y lo tocable, demandan un signo, una señal, algo que les haga
ver, o mejor dicho, entender, que lo que hacía y decía tenía sentido, un
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sentido que estuviera de acuerdo a las convicciones que se habían
formado de la Ley de Dios.
Y Jesús, conocedor del futuro inmediato, les contesta con una frase
enigmática para ellos, como no podía ser de otra forma, ya que su
interpretación de la Ley, ciega y con la univocidad de lo constatable en
sus entrañas, no les hace posible entender mejor.
La extrañeza de aquellos que oían sus palabras hemos de pensar que
debió de ser grande. Que Jesús afirmara que volvería a levantar el
Santuario en tres días sin especificar a qué se refería debió de hacer
pensar a muchos que no estaba en sus cabales. Sin embargo, como el
mensaje del Mesías era, o estaba, muchas veces, impregnado de misterio,
que aquello se produjera era, si lo pensamos, lo más lógico.
El caso es que Marcos, a modo explicativo, clarifica el sentido de las
palabras del Jristós (enviado, en griego): el hablaba del Santuario de su
cuerpo. Claro está que el evangelista, escribiendo después de acaecido
todo, ya era conocedor de la verdad y que su apoyo en los hechos
sucedidos en su última Pascua, entre nosotros, sirven de ratificación de
lo dicho por Jesús.
Y aquí, como tantas otras veces, tenemos materia para el comentario.
Como para confirmar esto de que el cuerpo de Jesús era Santuario, Pablo
dice aquello de que ¿o no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu
Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?
(1 Cor 6, 19) con lo que viene a apoyarse en aquello que dijo el Maestro
en aquella ocasión y nos posibilita una consideración que uniría la
concepción del hombre compuesto de cuerpo y espíritu como más
cercano al espíritu. Esto lo digo porque si el espíritu es eso y el cuerpo es
su templo, es cierto que la destrucción voluntaria del cuerpo traerá
consigo la del espíritu ya que, destruido el espacio donde mora como
templo, su final, en la persona, está asegurado. Esto debe ser una
llamada al buen trato, o no maltrato, que hemos de darle al aspecto
físico de nuestra vida conociendo, tras lo dicho y sabido, que nuestro
dulce huésped no merece ser alejado en fosa de miseria y herrumbre.
3.- Que tuviera que producirse la resurrección de Cristo, acontecimiento
tremendo si lo pensamos detenidamente, para que los que habían oído lo
que dijo sobre su muerte y los efectos de la misma (como, por ejemplo, el
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levantamiento, en tres días, de ese Santuario) no era más que la
confirmación de la naturaleza propia de aquel pueblo: constatación, con
hechos, equivalía a demostración de lo dicho (recordemos, aquí, a Tomás
el gemelo y a su mano, metida en el costado del resucitado…). Tan sólo
así se produjeron dos hechos: los discípulos, primero, se acordaron de lo
que dijo y, luego, y como consecuencia de la resurrección de entre los
muertos, creyeron en las Escrituras y en las palabras de Jesús. Es decir,
que, sólo en ese caso, y sucediendo lo que sucedió, permitió aceptar dos
cosas: que las Sagradas Escrituras, hoy llamadas Antiguo Testamento,
presentaban al Mesías como ellos lo habían visto y que, por otra parte, y
en segundo lugar, las palabras del Mesías eran ciertas, confirmándolo
todo.
Esto, y por muchas otras cosas más a las que el texto de hoy hace
referencia aunque sin mencionar ejemplos (las señales que realizada…)
permitió, o facilitó, a sus semejantes, creer que era el Emmanuel, Dios
entre nosotros, pues creyeron en su nombre.
Ante esto, Jesús, dotado de gracia divina y de un conocimiento que iba,
y va, más allá de todo lo conocido, pues era Dios, y sabedor de la
naturaleza y comportamiento de sus contemporáneos y hermanos, no las
tenía todas consigo. Por eso profetizó su futuro y mostró, ante los oídos
incrédulos de sus oyentes, que todo lo que iba a suceder ya estaba escrito
y, por eso, debía de cumplirse la voluntad de Dios, a lo que parece, con la
ayuda inestimable de todos.
PRECES
Pidamos a Dios para que:
- Sepamos cumplir, con amor, lo que la fe nos indica.
- Tengamos voluntad de conocer el Antiguo Testamento como
alentador de lo porvenir.
- Que no queramos ninguna señal para creer en Cristo, sino sólo
creer con fe.
- Que sepamos aceptar, en tiempo de cuaresma, las privaciones de
todo tipo que son recomendadas por el Magisterio de la Santa
Iglesia.
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- Queramos conocer el verdadero sentido de acudir a la Casa del
Señor.
ORACIÓN
Padre Dios, ayúdanos a comprender tu voluntad en cuanto a la
asistencia a tu Casa, donde podemos encontrarte y encontrarnos con
nuestra comunidad que es la tuya, tu Iglesia en la tierra.
La imagen de la expulsión de los mercaderes del templo ha sido tomada
de www.museoprado.mcu.es.
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Jn 3, 14-21
OBRAR LA VERDAD
“Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser
levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él
vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado,
porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está
en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que
la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal
aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras.
Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto
que sus obras están hechas según Dios.»
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MEDITACIÓN
1.- El texto de hoy corresponde a una conversación que Jesús mantiene
con Nicodemo y en la que se plantean cosas que este insigne judío no
llega a entender: salvación, agua, Espíritu, nacer de nuevo…
En este nacer de nuevo se encuentra la clave de toda la predicación del
Mesías. Para alcanzar el Reino de dios, que ha había llegado a ellos, era
preciso acabar con el hombre viejo, dejar atrás esas prácticas que hasta
entonces habían llevado a cabo y ser, así, una raíz nueva que arraigase
en la tierra que Dios dio a su pueblo. Pero esto no era entendido por
Nicodemo. Y la verdad, es que no es de extrañar. ¿Cómo puede uno nacer
siendo viejo? (Jn 3, 4), pregunta el importante miembro de la comunidad.
Otra vez, como tantas otras veces, se impone la humana visión sobre las
cosas. Claro está que el Enviado no se refería, en sentido estricto, a
volver al seno materno sino a ser otro hombre, a tener otra naturaleza,
otra actitud ante las cosas de la vida. Al fin y al cabo, lo que pretendía
Jesús era hacer comprender a Nicodemo era que el discurso escatológico,
es decir que lo era referido al más allá, se podía aplicar al ahora, a su
ahora, a su ya, a su misma persona.
Y es en este contexto cuando Jesús explica como cabe la salvación, como
se puede ver la luz y, siguiéndola, conocer el Reino de Dios.
En el capítulo 21 de Números, concretamente entre sus versículos 8 al 9,
se narra el hecho que es causa de que Jesús explique a Nicodemo. Dios
encomendó a Moisés la labor de hacer una serpiente para que, el
levantarla, fuera mirada por los que podían resultar afectados por
enfermedad y, así, ser curados y, en cierto modo, salvados. Y dijo
Yahveh a Moisés hazte un Abrasador y ponlo sobre un mástil. Todo el que
haya sido mordido y lo mire, vivirá.» Hizo Moisés una serpiente de bronce y
la puso en un mástil. Y si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba
la serpiente de bronce, quedaba con vida, pues, según dice este texto del
Antiguo Testamento, Dios, viendo la falta de fe que tenía su pueblo, le
envió serpientes para someterles a una prueba.
Cabe pensar que el Mesías se refiere, con su levantamiento, por una
parte, a la parte física de su Pasión, levantado en la cruz, pero, sobre
todo, entiendo, a la parte espiritual: Jesús asciende a los cielos. Así, con
esto, el que cree, aunque se con aquella terrible prueba y con este gozoso
hecho (la ascensión) y necesitado, como siempre, de pruebas de esa
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divinidad, podrá salvarse, alcanzará la vida eterna. Pero era necesario
éste, y así se lo indica a Nicodemo para que entienda.
Con relación a este texto recuerdo, ahora, una expresión que se utiliza de
una forma no del todo adecuada. Se suele decir que en el justo medio está
la virtud. Sin embargo, la frase completa es que ahí está la virtud, en el
justo medio, si los extremos son malos. Y Dios amó tanto al hombre,
hasta el extremo, que entregó a su único hijo, como dice Juan en esta
parte de su Evangelio. Es decir, que en este caso, el extremo era mejor
que el justo medio, que hubiera una entrega sometida a la pura
conveniencia. Y es que para Dios todo es posible, hasta esto.
Y ese para que no perezca del texto facilita una gran pista con relación a
nuestra conducta. Conocer a Jesús, seguirlo, hacer lo que Él dice, etc,
con recomendaciones de Dios que se encuentran implícitas en eso que
dice Juan. Para tener vida eterna se hace necesario, imprescindible,
recurrir al ejemplo del Mesías, a su quehacer, a su diario vivir.
Contemplándolo y siguiéndolo es como podremos alcanzar esa soñada,
anhelada y deseada eternidad. Y ahí está la salvación, la redención, el
perdón.
2.- En dos ocasiones, en este texto de Juan, se da a entender que el Reino
de Dios ha llegado ya pues si su Ley se aplica es que, sin duda, ya está
presente, y lo hace con referencia al juicio que recae sobre aquel que
quiera, o no, formar parte de esa divina propuesta de pertenencia al
mismo.
Por una parte se indica qué hay que hacer para no ser juzgado,
entendiendo, de lo que sigue, que quien es juzgado es porque necesita ser
juzgado. Por lo tanto, CREER, es, y resulta, indispensable para no verse
sometido al juicio de Dios. Cuando se ama porque se cree, se acepta
porque se cree, se tiene compasión por los demás porque se cree, se
permanece fiel a la Palabra de Dios porque se cree, entonces, y sólo
entonces, se puede evitar esa forma de manifestación de la voluntad de
Dios.
Así, cree el que ha aceptado que Jesús es el Emmanuel, Dios entre
nosotros y, así, ha aceptado y creído en el Nombre del único hijo de Dios.
Esa persona que ha permitido que esa realidad anide en su corazón y ha,
por eso, cambiado su proceder adaptándolo a lo predicado por el Mesías;
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esa persona, digo, sin duda será salvada, entrará en la vida eterna,
después, y, ahora, podrá disfrutar de las delicias que el Padre entrega,
como primicias de su gloria, al sentir salvado su corazón y encontrarse en
ese estado de gracia que permite descubrir, en cada cosa, la mano
amorosa de Dios.
Por el contrario, quien no acepta el Nombre del único hijo de Dios, esa
persona que prefiere, en la cotidianidad de su existencia, negar u obviar
esa realidad, ya está juzgado. Y esta expresión, ya está juzgado, dice
mucho de la intervención de Dios en el mundo nuestro. Como el Creador
y Sumo Hacedor tiene conocimiento de todo espacio temporal, acredita
ese omnipresente poder juzgando, en su tiempo, en su ya, lo que para
nosotros ha sido pasado, o presente. Así, juzga desde siempre, la
increencia, cuando se ha tenido la posibilidad de conocer a su único hijo
ya que cuando no se ha tenido esa posibilidad no se puede ser encausado
en este particular juicio dirigido a nuestro interior, a nuestro corazón.
La otra ocasión de lo que, en este texto, se deriva la presencia del Reino
de Dios entre nosotros, la encontramos cuando indica, Jesús a
Nicodemo, que la causa del juicio está en que, al venir la luz al mundo, y
ser propuesta a sus habitantes, estos prefirieron, y prefieren hoy mismo,
la oscuridad, las tinieblas, el otro lado de la vida. Aquí, cuando se
propone lo bueno y se acepta lo malo porque es más apropiado para
nuestra vida de hombres o porque creemos que para nuestra realidad es
bueno lo que, en realidad, es malo porque resulta contrario a la Ley de
Dios y esto, se quiera o no apreciar o descubrir, está inserto en nuestros
corazones, como ya dijera Pablo en su Carta a los Romanos.
Y por eso, aunque entendamos que no lo es para nuestro entendimiento
ralo y alicorto, es cuando caemos, inevitablemente, en la falsedad y, así,
somos reos de culpabilidad, acusados en el juicio de Dios. Y así no
podemos ir a la luz, porque allí, serían censuradas nuestras obras y, lo
que es peor porque esto sí es constatable, no podemos sentir esa luz
ahora, en este ahora nuestro.
Por el contrario, para que en el Reino, en la luz, aquello que hacemos sea
contemplado con amor y sea entendido como ejemplo de proceder
correcto, hemos de obrar la verdad. Obrar la verdad es actuar,
voluntariamente, o tácitamente sin esa voluntad pero con idéntico
resultado, adecuando nuestro comportamiento a la única y verdadera
Ley de Dios que Jesús completa y da verdadero cumplimiento. Así, y
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sólo en ese caso, podremos alcanzar, sin dudas, el Reino de Dios, llegar a
su luz, habitar en sus praderas viendo, siempre, el rostro del Padre,
careciendo, entonces, de importancia, virtudes como la fe y la esperanza
ya que, al ser así no necesitaremos tener la primera al ver a Dios y,
tampoco, la segunda, ya que ¿qué esperaremos, mejor, entonces?
Y esto, eso, está en nuestras manos, y no podemos dejarlo escapar.
PRECES
Pidamos a Dios para que:
Queramos acercarnos a Dios a través de su único Hijo.
Veamos, en nuestra vida, como podemos alcanzar la vida eterna.
Sepamos aborrecer el mal y buscar el bien.
Veamos, en la vida de Cristo, un ejemplo para conocer, mejor, a
Dios.
- No tomemos en cuenta las tinieblas que nos rodean cada día de
nuestra vida.
-
ORACIÓN
Padre Dios, te rogamos que, en nuestro caminar, en esta vida que nos
has regalado, seamos capaces de ver la luz y evitar, con nuestras propias
limitaciones, las tentaciones que quieren llevarnos a la noche y la
tiniebla.
El clipart que ilustra
www.encuentra.com.
esta
meditación
está
tomado
de
A Dios doy gracias por poder transmitir esto
81
Para agradecer
Un especial agradecimiento manifiesto a todas las fuentes de donde he
obtenido las imágenes que ilustran cada una de las meditaciones y de las
que he procurado hacer mención en cada una de ellas y que aquí, infra,
les copio.
http://www.egrupos.net/grupo/caminando-con-jesus
www.encuentra.com
http://www.mfa.gov
www.vozcatolica.org
www.debarim.it
www.ocarm.org
www.jmarti.ciberia.es
www.hijodedios.org
www.ewtn.com
www.museoprado.mcu.es
Y al Espíritu Santo,
por tanta inspiración.
A mayor gloria de Dios
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