Descargar - Hugo Caballero

Transcripción

Descargar - Hugo Caballero
PROLOGO
El poeta y artista plástico Hugo Caballero Jr. es
también cuentista. El cuento es un género difícil,
acaso una fatalidad. Es un suceder, un “ahora” –
parece intangible, pero lo es- y Caballero lo maneja
con gran coraje y particular destreza.
No exentos de un afilado sarcasmo, estos cuentos de
excelente factura , con una prosa musical, sonora,
onomatopéyica y un idioma impecable, amén
de oportunos e interminables calificativos plagados
de sorpresas, nos hacen transitar un mundo real, casi
tan real como la ficción a la que aluden. Dentro de
su tremendismo son una bocanada de aire fresco con
diminutas y acertadas gotas de hiel.
Con inspirados dibujos de Marina Caballero, este
texto merece ampliamente ocupar un lugar de
privilegio en el vasto y maravilloso universo de las
letras hispanoamericanas.
TERESA CABALLERO
Mallorca 2004
MAÑANA ME DIRÁS
NUNCA JAMÁS
Hugo Caballero (jr.)
MAÑANA ME DIRÁS
NUNCA JAMÁS
Hoy
tenías el corazón nublado. Me di cuenta tan sólo con
verte y ya me imaginé que Raúl, para variar, tendría la culpa.
Además, tampoco te habías pintado los labios y una de las medias
tenía una carrera que atravesaba la avenida de tu pierna izquierda.
Ya habían pasado como cinco años desde que nos conocimos en el
ascensor. Cuando tocaste el botón del octavo recordé que mi madre
comentó durante la cena que teníamos nuevos vecinos. Ya habían
pasado como cinco años desde que te amaba y el botón del octavo
seguía funcionando pero los vecinos ahora eran otros. También
habían pasado como cinco años y tú seguías de novio con el imbécil
de Raúl. Él y yo siempre nos mirábamos torcido, él a mí porque se
daba cuenta de mis ilusiones contigo y yo a él porque no entendía
como ese energúmeno, egoísta, déspota y machista podía estar a tu
lado.
¿Tomarás un café? te pregunté yo en una nube. No, gracias, me
respondiste desde otro planeta, hoy prefiero un té. Ya estoy bastante
cargada esta mañana, tampoco me pidas la tostada de siempre, tengo
un nudo desde ayer en la garganta. Y yo, que quería ofrecerte el
mundo en una bandeja de plata, el café, la sacarina, la tostada, la
mantequilla, la mermelada, el periódico, tu canción preferida, una
flor exótica; sin embargo, te miraba en silencio aún en mi nube
esperando venir tu promesa de siempre: ¡te prometo que con Raúl ya
no va más! y esta vez te lo digo en serio. Y yo, aún sabiendo que lo
que decías era esa infantil promesa después de cada una de tus
peleas, estaba como si hubiera llegado mi gran día gritando de
felicidad por dentro, soltando veinte mariposas en mi corazón,
tirando papel picado sobre mis sueños, celebrando un ¡al fin
desaparece este Guadiana!, contando por enésima vez los colores del
arcoíris de tu maravillosa sonrisa que me conocía de memoria,
dejando propina al camarero que no nos había traído la cuenta y en
broma, que para mi desgracia no era ninguna broma, te contestaba
con un ¨en cuanto él te llame otra vez ya se te habrá pasado¨. Y la
verdad es mi sinrazón con un solo dado de azúcar, y nuestro amor, o
mejor dicho, mi amor hacia ti, es un tornillo que no puede dar mas
vueltas, porque tengo la certeza de que esta misma tarde estarás
jugando con tus dedos de ángel entre los rizos de su melena,
tumbados en el sofá donde yo me siento a escuchar tus quejas cada
vez que me llamas y seco tu mar de tristeza con mi pañuelo de seda.
Y yo que siempre tengo mil pares de ojos para verte, una colección
de palabras para animarte, cataratas de lágrimas para ahogar tus
penas, me mantengo firme y fiel para acompañarte, para rescatarte
de ese monstruo de siete cabezas pero sin un dedo de frente, sin
ningún sentimiento, sin el mas mínimo sentido del respeto, sin nada
de ternura. Y tú, atascada en tus frases de lamentos mil veces
repetidas y que me sé al pie de la letra, esperas que yo apague el
incendio aún sabiendo más que de sobra que ese incendio tiene
nombre propio. Y propio de mi torpeza, derramé la taza sobre tu
falda, mis sueños sobre la almohada, mis besos en el infierno, mis
disculpas en los ojos de Raúl que se había presentado de repente y
que otra vez me dejaba ver su mirada torcida. Torcidas quedaron las
agujas que marcaban los minutos mágicos de verte, de oírte, de
olerte, de sentirte tan cerca y tan lejos. Miré el reloj y fingí una cita
con algún cliente y con la excusa de que llegaba tarde, os di un hasta
luego que lo paséis bien no seáis tontos que la vida es corta y bla bla
bla, con todas las ganas de quedarme y estrangular a Raúl que me
echaba el humo de su cigarrillo en la cara. Ya en el taxi, planeaba
mil maneras de sacártelo de encima, de sacármelo de en medio y
quedarme contigo. Y sin ti pasé toda la mañana en la oficina con un
tremendo dolor de cabeza, toda la tarde de reuniones interminables
disimulando el mal humor, toda una cena sin la más mínima gracia
con un grupo de empresarios japoneses interesados en entrar en el
mercado español. Luego, pasé a solas lo que quedaba de la noche
mirando los círculos que dejaba mi copa de Johnnie Walker sobre la
barra del Balmoral. Para moral la mía pensé reteniendo flashes de mi
vida. Manolo me puso el último trago, eran las tres de la madrugada
y ya habían cerrado, mientras, Agustín hacia la caja y se reía a
carcajadas consciente del vía crucis de mis desgracias. El frío de la
noche me sacudió las ideas y me fui caminando por Hermosilla con
la esperanza de verte aparecer en cualquier esquina. En la penúltima
esquina camino de casa surgieron tres tipos con ganas de pasar la
noche a costa de lo que tenía en mi cartera, no opuse resistencia, era
poco lo que quedaba en ella y eran muchas las posibilidades de
recibir una paliza. Ya en casa y al abrir la puerta, vi como me
guiñaba el contestador, de inmediato supe que eras tú y no me
equivoqué. Tu voz entrecortada me pedía que fuera a buscarte, te
habías vuelto a pelear con Raúl y no te dejaba entrar en casa. Era
muy tarde, estarías sentada como tantas veces en algún banco del
Paseo del Prado. Volví a salir, pasé nuevamente por la penúltima
esquina, esta vez los chicos malos fueron más amables, me pidieron
fuego y también, si no me importaba, querían saber la hora. Mañana
no tendré más remedio que ir a comprarme otro reloj, otro
encendedor y otra cartera.
Y allí estabas, malditamente frágil, malditamente golpeada por
dentro y por fuera. Con esa mueca de tristeza y de dolor pidiéndome
un abrazo. Y yo, como si el carnaval no hubiera ya pasado, seguía
con mi máscara de hierro, la de no te preocupes que aquí estoy, soy
impenetrable, no me duele verte así, no me duele nada, porque el
que nada y no sabe guardar la ropa en este mundo está perdido. Pero
en el fondo, estaba desgarrándome por dentro, sufriendo tanto o más
que tú y jurando por mi vida que ese cabrón me las iba a pagar de
una vez por todas.
Encontré minutos imposibles cada día para poderte ir a ver al
hospital, luego decidí pedir una semana de permiso en la oficina
para acompañarte, para mimarte, para protegerte, para retarte, para
amarte y a Marte sabes que voy si por amor tú me lo pides. Pero
empezaste a estar más sensible que nunca, más intratable que nunca,
más desconfiada que nunca, más distante que nunca. Y nunca podré
olvidar aquella mañana, cuando llegando a toda prisa al hospital, con
la ilusión de estar contigo, de sentirme tu sombra, tu bastón, tu guía,
tu espejo; te vi subiendo al coche de Raúl. Ni un saludo, ni un adiós,
ni una sonrisa. Te fuiste sin más. Consiguió alejarte de mí y no te
diste cuenta del daño que me hacías. No volví a saber de ti hasta que
te acercaste a mí aquella mañana lluviosa en el Cementerio de la
Almudena.
Tardé un segundo en abandonarlo todo. Pero esperaré toda la vida
hasta volver a verte. Esperé que el guiño del contestador automático
volviera a ser mi cómplice. Pero tardé un océano en comprender que
nuestro amor era imposible. Tardaré lo que sea hasta cumplir con mi
promesa. Pero espero que te encuentres bien, a pesar de todo.
Darle una lección a Raúl era mi único propósito. Después de darle
muchas vueltas, resultó ser mucho más sencillo de lo que me
imaginaba, solo me bastó con pasar a altas horas de la noche por la
penúltima esquina hacia mi casa, encontrarme nuevamente a esos
amigos de lo ajeno, contratarlos por unas pesetas y esperar los
resultados. Pero estos se pasaron de la raya, lo que debía ser un
simple susto, un toque de atención, acabó en una brutal paliza, en
una ida a urgencias al hospital más cercano y en un viaje sin billete
de regreso hacia el Cementerio. En La Almudena, bajo la fina lluvia,
fue la última vez que nos vimos, fue la última vez que me miraste a
los ojos, fue la última vez que pude oír tu voz. Luego me detuvieron,
no hice nada por declararme inocente. Ni el tremendo disgusto de
mis padres, ni el escándalo en la familia, ni la sorpresa de los pocos
amigos, ni el cotilleo de los tantos vecinos, ni el ¡mira tu por donde,
quien lo iba a decir! de los compañeros de oficina me afectaron. Por
mi hermano me enteré que la policía había cogido a los responsables
y que por ellos llegaron hasta mí.
Ahora, desde la cárcel, te escribo por si te interesa saber la verdad:
Ha pasado todo tan rápido, en el Cementerio sólo me hablaste con
rabia, con desprecio, solo querías saber los motivos por los que
mandé matar a Raúl y yo me quede sin palabras. Tus últimas frases,
ese cruel ¡te odio, no eras nada para mí!, ese injusto ¡nunca
soportaste que fuera feliz!, siguen retumbando en mis oídos. Recién
entonces me di cuenta de que nunca notaste lo que sentía por ti. Lo
hice porque te amo Clara, simplemente por eso, porque te he amado
desde siempre y tus ojos estaban ciegos ante mi corazón ilusionado,
protector, esperanzado y ahora partido en mil pedazos. Por eso he
llevado a cabo esta venganza que solo pretendió, y te lo juro que es
la pura verdad, ser un pequeño susto, un escarmiento para alguien
que se lo merecía. Pero terminó como terminó. Ya sé que te parecerá
atroz, pero con el tiempo, cuando estés mas tranquila, verás que sin
quererlo te has quitado un gran peso de encima. No podía seguir
viendo como eras maltratada y quedarme con los brazos cruzados.
Acaso pensé que tendría esa oportunidad, pequeña, pero al fin y al
cabo una oportunidad de que llegaras a amarme. Acaso mis ojos
eran los que estaban ciegos ante tu corazón lleno de vida, de
esperanzas, enamorada pero castigada psicológicamente por ese
animal de Raúl, ese mal nacido al que maldigo eternamente. No me
perdonarás, pero igual que no te lo reprocho, no me arrepiento en
absoluto de nada de lo que he hecho. Me habías pedido que no te
siguiera protegiendo, que ya eras mayorcita para saber lo que te
convenía, que eras libre de hacer de tu vida lo que te viniera en gana
y que me quedara tranquila, que todo cambiaría. Pero el amor es
ciego Clara, nadie mejor que tú debería saberlo, fui perdiendo el
equilibrio en cada empujón que me daba tu indiferencia. Ahora que
las palabras te amo ya están escritas, que me cuesta un todo saber
que te he perdido para siempre, solo puedo decirte que he vivido
este amor en silencio y que he buscado siempre mil maneras de
mantenerte al margen, pero el ser amigas me resultaba demasiado
poco. Sé que la culpa es solamente mía y que tu tenías todo el
derecho del mundo de aceptar como te venían las cosas. Por esto y
por todo lo que me he callado en estos cinco años te pido perdón, te
pido perdón por no haber sabido conformarme. Pero te repito una
vez más que no me arrepiento de nada. Creo que he vivido estos
últimos años para amarte, porque la ilusión es lo último que se
pierde. El amor es un puñal de doble filo, te lo repetía tantas veces y
tú te reías a carcajadas y me preguntabas, medio en serio, medio en
broma, que cuando encontraría un novio, y yo te decía siempre lo
mismo, que acabaría por quitarte a Raúl. Lo que son las cosas Clara,
fue lo único que acerté en la vida, te quité a Raúl para siempre. Por
esto y por todo lo que vivimos juntas, guárdame como una flor en el
ojal de tu recuerdo, porque se que mañana, cuando leas esta carta,
me dirás nunca jamás.
QUE SERIA DE MI VIDA
SIN ADRIANA
Recién
en el ascensor se dio cuenta de que le faltaban los
zapatos y los codazos de la familia Gutiérrez Cano al completo lo
sacudieron de rebote y terminaron por espabilarlo. Con cara de ya se
han dado cuenta estos cotillas y a mí qué me importa, abrió de golpe
la puerta en el segundo piso, giró enfurecido su cuerpo hacia ellos y
con la lengua hecha un trapo, les dio un resacoso dormido mal
humorado buenos días tardes noches o lo que ustedes prefieran y
subió un vía crucis de escaleras hasta llegar a su apartamento del
séptimo piso. Al entrar, se encontró con un desorden descomunal.
Adriana lo miraba con cara de pocos amigos mientras murmuraba
furibunda: menuda juerga tuvo anoche el señorito, menuda juerga.
Juan comenzó vagamente a tener pequeños flashes de la noche
pasada y los excesos le dejaban como tarjeta de visita un terrible
dolor de cabeza.
Zapatos, necesito urgentemente unos zapatos. Adriana, búsqueme
unos zapatos. Si señorito. Y me hace un café bien cargado,
consígame una aspirina, una jarra de agua helada, llame a la oficina,
hable con mi secretaria y que anule todas las reuniones. Si señorito.
Alcánceme los cigarrillos, las cerillas, un mechero, lo que tenga más
a mano. Apúrese, aligere el paso que para eso es joven. ¿Todavía no
limpió los ceniceros? No señorito. Ya me está pidiendo un taxi, esta
corbata tiene una mancha, la lleva hoy al tinte, baje la radio,
alcánceme el periódico, ¿hay alguna camisa planchada? Si señorito.
Quiero otra corbata. De paso, tráigame unos gemelos. ¿Los niños de
la señora Encarna? -preguntó con sorna la empleada. ¡No mujer! bramó Juan hecho un basilisco y con ganas de acogotarla- unos
gemelos para la maldita camisa, estúpida, tiene usted menos luces
que el camerino de un ciego. Vaya, no me he afeitado, ¿ha
comprado las cuchillas de afeitar? No señorito. ¿No?, será posible,
mire que se lo dejé en una nota en la puerta de la nevera. Si señorito.
¿Para qué tiene los ojos?, es usted un desastre, un auténtico desastre
Adriana. ¿Por casualidad no habrá visto mi agenda, verdad? No
señorito. Pero porqué me tendrá que mover las cosas de su sitio,
ahora no consigo encontrar nada. Ring ring ring, si es de la oficina
diga que ya estoy en camino. ¡¿Acaso no le pedí que llamara a mi
secretaria?! Sí señorito. Atienda el teléfono de una vez. Señorito,
que es el timbre de la puerta. ¡Pues entonces abra! ¡A que espera
para abrir, atontada! No estamos en abril señorito y sin faltar que ya
se está pasando usted de la raya y una tiene un límite. Riiiiiiiiing,
¿pero quién diablos será a estas horas? ¡¡¡Adriana!!!, ¿me quiere
decir de una puñetera vez quién llama? Señorito, que pregunta el
portero si son suyos unos zapatos negros que estaban en el ascensor.
¡Pues serán los míos, que se yo! Y no me haga tostadas. ¡No se las
pensaba hacer, señorito! -respondió también gritando la empleada-.
El agua, esa bendita jarra de agua, ¡es usted una inútil!, cof cof cof,
¡cómo se puede ser tan inútil!, coff coff coff el jarabe, Adriana, el
jarabe. ¿Que hora es?, ¿cómo?, ¿que hora ha dicho que es?, no
puede ser, hubiera jurado que eran las diez. Mis gafas, ¡¡Noooo, las
de sol nooooo!! las otras, las de ver. Espabile mujer, busque, busque
y pregúntele a la señorita que está en mi cama si quiere desayunar y
como se llama. Y tráigame de una vez la camisa, que parece que hoy
a usted le pesa el culo. ¡Pues ya está bien, faltaría más!, oiga. ¡Ya no
le aguanto ni una más! Desde que ha entrado no ha parado de darme
órdenes y de faltarme el respeto, y encima, por lo que me paga. Ni
que ésta sea la residencia del presidente. ¿Pues sabe lo que le digo
señorito?, que renuncio. ¡¡Re-nun-cio!!. Si, como lo oye. Me largo
con viento fresco y que le den morcillas a usted y a su mal genio.
Que con usted no hay quién pueda. ¡Que paquí!, ¡que pacá!, ¡que
pallá! Una es una mandá, pero también tiene su amor propio. Y por
cierto, que la señorita dice que usted le prometió pa desayuná
champaña con fresas. Y que se llama Alfredo. ¡¡¡Ea!!!
BEBIENDO EL MAR
DE LOS PLACERES
Tenía tanto tiempo, que hasta podía contar las gotas del grifo
mal cerrado que estaba al otro lado de la barra. Pidió otro whisky,
encendió un cigarrillo, miró el reloj y apagó el teléfono móvil, total,
para qué, si la única que llamaba a esas horas era la nostalgia. Bebió
de esa copa el mar de los placeres y comenzó a recorrer lentamente
parte de su historia. Una infancia solitaria, los curas del internado,
una madrastra con tres gatos, un padre con mucho carácter. El
primer trago, la maldita mili, las mil y una noches, una novia casta y
pura, Purita la vecinita del quinto. La primera borrachera, la primera
resaca, el sabor del alka-seltzer, las visitas al prostíbulo de Mariel.
La herencia que nunca heredó y quedó en manos del abogado y de la
madre postiza que ahora y hasta el derroche sería un forúnculo para
el letrado. El título trucho, el primer trabajo, la primera mano en la
lata, el primer despido, la primera esposa, el primer soborno, el
primer sobrino, el primer millón, la enésima deuda, el primer juicio,
las primeras esposas, la primera fianza, la última confianza, las
malas amigas, las buenas migas con el alcalde, con el jefe de
aduanas, con la mujer del jefe. El contrabando, el otro bando, el
contrabajo, el sin trabajo, miles y miles de mentiras y todo el
despilfarro en aquellos días de vino y rosas. Y Rosa, qué pedazo de
mujer, mi Rosita, con esa risita, esas trencitas, tacita de café, yo con
una gota de leche y taciturno que es mi turno, soy muy tierno en el
infierno, me gustan las noches, las juergas. ¡C´est la vie! Y Elena la
de los collares, la de las mil perlas, la madre de Perla. Perla la
malcriada, la de los anillos de fantasía, la que fumaba cigarros,
siempre de buen humor, con esas carcajadas que salían de su enorme
quijada, hada madrina, matutina, mandarina, harina de otro costal y
tal para cual. Almudena criatura fermosa, golosa, mimosa, vanidosa,
osa mayor con los enemigos, osa menor para los conocidos, con
enormes pechos navegando en mi lecho, pero del dicho al hecho hay
un largo trecho, una gotera en el techo y ahora te echo de la
habitación hasta mañana y para desayunar quiero tostadas con jalea
real y un zumo de naranjas natural, tan natural como toda tu
inocencia sin ton ni son. Sonia la mojigata llena de fantasías crueles.
A Margarita le gustan las rosquillas y yo tengo cosquillas, no me
hagas reír, reina, reineta. Claudia, la peligrosa, la fogosa, la
pegajosa, cariñosa según el día, tan sofocante por las noches,
siempre fue completamente sorda y descuidadamente obesa. ¿Quién
me besa? Catalina, la mulata de labios ardientes. Y como siempre y
por siempre con su juego de llaves, Juanita, la hija de la portera. Las
escaleras con cincuenta escalones hasta el segundo piso, la segunda
esposa, la décima herida, la penúltima querida, la última promesa,
las últimas mentiras, el último secreto, el último deseo, el último
decreto, la última esperanza. Esperanza López Nieto si no quieres
regresar, no regreses, quédate a vivir en casa de tu madre, yo vivo
más cómodo solo, estoy harto de tus cremas y ruleros. Un oso de
peluche, un muñeco de madera, un soldadito de plomo, una medalla
de plata. Una noche con diez velas y bajo la ducha tonteando
contigo. Y yo te mojo, tu me mojas, yo me seco, tu te secas, y
cuando termines de hacer la tontita me preparas un bocadillo de
mortadela. Adela, si ves que la fortuna se dirige hacia ti, cógela sin
dudarlo, pues será para los dos, y si no es así, tú darás la cara por mí
al otro lado del espejo en la comisaria y yo conozco al comisario. Y
entonces, me viene a la memoria la dulzura de Dolores, Lolita, Lola,
bondades sin canas, mentiras infinitas, vanidades y carnes, sin caras
ni caretas. ¡Qué caras están las flores! A Guadalupe para su
cumpleaños esta vez le enviaré tan solo una tarjeta, luego ella
rumiará qué cara más dura que tiene éste hombre, grandota,
redondita, gratinada. Ada, muchas gracias, el amor lo quiero con
leche y dos cucharillas de azúcar. El amor hoy me duele más que
nunca en este mundo absurdo, nada me importa, pero tú si y muy
mucho, pero ya no tengo tiempo, estoy muy ocupado con otros
menesteres pero no busques revancha. Ancha es Castilla y yo quiero
un castillo, un as de espadas debajo de la manga, dos dados trucados
y unos dedos largos que jueguen con mis labios en un anochecer con
luna llena. La verdad es tan verde como una esmeralda, Esmeralda,
¿estarás llorando o riéndote de mí? conmigo y sintigo, camino y
camino, trigo dorado, tres tristes tigres, vaya trabalenguas para mi
lengua que está hecha un trapo. En una hora y con cinco tragos se
me llena la memoria de infinitos recuerdos. En una hora pasan como
en un desfile, la vida, algunas sonrisas, alguna que otra carroza,
miles de mujeres bonitas, las ambulancias, un par de monjas, los tres
mosqueteros, la suerte a toda prisa huyendo del afortunado, también
los despeinados, los latosos, los desempleados, los mentirosos, los
descontentos, los cabizbajos, el carnaval de los hipócritas con su
lluvia de serpentinas. Y Tina la melancólica se sienta junto a Olguita
la piba argentina, mi joven psicóloga, tan galopante, tan trepadora,
tan pelirroja, tan peligrosa, tan insolente, toda ella intolerante.
Y uno que de repente, whisky va whisky viene, se arrepiente de todo
y siente que llegó la hora de pedir perdón por el daño desparramado
gratuitamente durante estos años de efímera gloria. Gloria mi
amada, me manchaste el corazón con traición color mostaza y lo que
se da no se quita por eso tienes jorobita. Tampoco volverá a salir el
sol para tí, mi Marisol de largas primaveras, te juro que lo nuestro
era como un manantial de agua más bien escasa pero clara. Y Clara
hoy está vestida de blanca y radiante va la novia, a pesar de haber
pecado tanto, tanto, pero taaaanto… que al final algún infeliz picó el
anzuelo, pobre peón sacrificado. Eva, la tentación que vive en el
octavo, yo siempre seré tu Adán, comeremos manzanas asadas y
pecaremos al este del Edén y en donde las dan las toman, como bien
dice el refrán, Francesca, la italiana, pasta y lasaña, refresco de cola,
tú siempre tan light. Camarero, otra ronda por favor y explíqueme
porqué dentro de mi copa había una mosca nadando croll. Lloras
ahora tú, María Posadas, mariposa de color azul como los ojos de
Elizabeth Taylor, my taylor is rich pero yo soy tan poor en estos
días. Por ti Laura me perdí, ¿cómo pudimos engañar a tanta gente?
¿cómo pudiste engañarme también a mí?, picaruela, porque ya me
he enterado que has abierto una cuenta en las Islas Caimán, donde
descansan en algún banco los billetes que tu me robaste y que juntos
robamos a aquél tipo que le robaba al Estado, y en estado de coma,
punto y coma me quedé cuando comprendí que te habías marchado
con todo ese dinero y ahora vives con un jovencito musculoso en el
sur de la Florida. Florinda la chabacana, la que nunca estuvo en
Copacabana, la del rey de oros y sábanas blancas, jamás usó una
sartén, es vegetariana y siempre pide ensalada de fruta de postre y de
prepo se queda con la propina cuando el camarero se distrae, pero de
popa y de proa todo su body está muy bien, es un ejemplo de curvas
y esdrújulas. Leamos juntos el periódico, releamos nuestras cartas de
amor, pero tú callada, que hoy no quiero oír hablar de tus bobadas.
Tamara, si yo te amara estaría loco de atar y basta ya de lágrimas y
basta de aceitunas camarero, me pone usted un platito de almendras
tostadas, van mejor con el whisky. Y las joyas que lleva aquella
señora son tan falsas como los títulos nobiliarios del pintamonas que
está con ella que va de sangre azul pero tiene sangre de horchata.
Que pesadito que es usted, ya le he dicho que no me cobre, aun
tengo para rato camarero, cobra, víbora, serpiente, bobina. Bibiana
la de la liana, ¿cómo estás?, prometo que te llamaré en cualquier
momento, te lo juro con perjurio, descuida, tu eres la primera de la
lista, listilla, cuidaras mis intereses, jotas, eles y erre que erre no me
distraigas con tus sermones. Iré preso si continúo con estos negocios
turbios, me lo han advertido los del juzgado, por eso ni como, ni
duermo, ni hablo. Bloqueado tengo el tiempo, el corazón también y
yo he pedido otro whisky pero el de la barra se hace el sueco y mira
hacia otra parte. Anteayer te vi pasar en brazos del señor ministro y
no me saludaste, ni un hola ni un adiós Susana, que mal estuviste, ya
hablaremos otro día, ahora estoy ocupado con estos clientes en otro
tema inmobiliario, pero no me fío, ellos no se fían, ya nadie se fía.
Rigoberto se llama el más alto y tiene un tic que me pone nervioso.
Tu llámame cuando puedas, yo hago de todo para olvidarte y por
quitarme este dolor de muelas. Un forofo madridista pide la séptima
copa de cerveza helada y una octava y luego la novena. ¡Qué bonita
es tu mirada!, le digo yo algo pasado de rosca a la monumental
mulata que está sentada a mi vera, sé muy bien lo que estás
buscando, ya te veo venir, picarona, quieres un tet-a-tet conmigo y
yo te voy a merendar ñam ñam a mordisquitos y una taza de té para
ti y otro whisky para mí. Te voy a tratar como a una reina africana,
artista de barra, hechicera de fuego. Pero resulta que la muy estúpida
se va mirándome con asco y sin dirigirme la palabra.
La puerta giratoria del local es una ruleta de gente que entra y sale.
¡Hagan juego señores!, ¡no va más!, ¡veintitrés, rojo, impar! Que nó,
le digo una vez más al camarero, no sea usted pesado, no voy a
pagar hasta que sirva el whisky que me debe. Entraba en el salón el
aire fresco de la noche, salía gente apurada, hombres cansados,
viejas envueltas en abrigos sintéticos, prostitutas despidiendo
perfume barato. Entró la realidad con una capa negra, entró también
el miedo con el tiempo vestido de venganza. Y como nó, con todo el
horror de mi persona, como una estrella entraba ella, acomodándose
la faja y la vida en el salón repleto de fantasmas y fracasados
cortados por el mismo sastre. Si las miradas cortaran, la tuya sería
una navaja bien afilada, le digo a la mujer baja que me mira. Petisa,
peseta, gordita, rechoncha, la Cruela de Ville que me tiene atrapado
desde hace años. Ya estoy buscando en un bolsillo una tiza para
escribir en el pizarrón invisible tu nombre que hace un rato que
quiero recordar, Luisa ¿verdad?, ¿María del Carmen?, ¿Angelita? Y
tu vas y me gritas muy gritona ¡tarambana! ¡acabado! ¡mentiroso! Y
yo, yo desolado claro está, consternado, sin apenas reacción y
confundido por tu juego de palabras directas llenas de indirectas,
solo alcanzo a decirte que no te doy nada de lo que quieres, nudista,
lista, estilista, si no me das tu nombre. ¿Estelita entonces es tu
nombre?, ya te noto algo molesta, algo iracunda, anaconda, demente,
prepotente, tan inmaculada. ¡Ahhhhhh!, pero ahora caigo, claro que
sí, pero si tu eres Inmaculada Pérez García, cuánto tiempo sin verte,
perdí tu número de teléfono y no sabia donde localizarte, perdona
que no te presente a mis amigos, pero con tanto jaleo, bombón, no se
escucha ni se entiende nada. ¿Que qué me dices? ¿qué eres mi
esposa? ¿desde cuando? Otra ronda, camarero, rápido, otra ronda,
que ya llegó la hora, la hora insolente, los minutos marcados, el
destino repartido con torpeza y las segundas partes nunca fueron
buenas. ¡Vámonos de esta pocilga Gregoria! grita su hermana como
una posesa y entonces suenan al mismo tiempo todas las sirenas, la
de una ambulancia, la de los bomberos, tiemblan las alarmas,
¿vendrán a salvarme...?
Señor, vamos a cerrar, son ciento cincuenta y seis euros con lo de las
señoras y los tres caballeros que usted insistió en invitar. Camarero,
yo le aseguro que no he pedido la cuenta, cincuenta y seis son los
años que tengo, quédese con los cien y deme una aspirina. Nina y
nadie mas que Nina sabe hacer tan bien el arroz con leche me quiero
casar, ñatita, bonita, caipiriña, caipiroska, rosca con tornillo, roscón
de reyes, Natividad, mi querida Nati, la glotona, flanes, natillas,
pastillas de mentolín lin lon, astillas, malcriada, brujita, chiquilina.
Lina, pestañita de mis ojos, yo bien gracias, como siempre, en el ojo
del huracán. Aparece Sarita, lo que se da no se quita y yo me
quedaré con la cama, la almohada, el edredón, y tu te quedas cariño
con tu corpiño, con tus pantuflas y tu horrible camisón... Dove,
inglesita, mi amor con nombre de jabón, tonterías, espuma serías,
como las rías que van al mar. Marta, tu nombre es Marta, Martita, la
ratita, hartita de mi, de mis promesas, de mi mala memoria, ¿qué
vienes con dos amigas? pues claro que me acuerdo de Mirta, Mirtita,
latitita de cerveza, tararí, Rintintín, tilín, tilón, trocito de algodón,
que puedo decirte yo que ya no sepas, pastel de chocolate, saldré de
este lío como siempre, corriendo, en bicicleta, en metro, en autobús.
Y tu debes ser la perdida de Damiana, diamante, brillante, té con
leche, Che Guevara, vara, lanza, flechas que me arrojas como
dardos. ¿Pero ya os vais?, vale, ya nos veremos otro día. Diana se
queja, dice que tengo las manos largas y se va a la otra punta de la
barra. No me esperes Rosalinda de cara, de muslos, de cintura, los
años cicatrizarán las heridas y te harás fuerte, y tu Leonora, tu, tu ya
no crees en mí, también has venido a despedirte o a pedirme que me
pudra en el infierno, ojo que no está el horno para bollos, pero no
importa, también te quiero, a la una, a las dos y a las tres, a todas,
odas, cantos, tosen ellas, ellas todas, Dasy, mi rubia desenfrenada
nacida en Nevada, con esa boquita de pitiminí y una minifalda que
quita el hipo, ¿haw are you?, yo very well, como siempre, con
Manuel y unos amigos de lo ajeno, pero que mas da si no te enteras
de nada, a ver si aprendes mi idioma. Inmaculada, por cierto, ¿tienes
hora? ahora que te veo, siempre te recuerdo, antes y después de que
me dieras esta mañana los cien euros para ir a hacer la compra. ¿Que
donde estuve toda la tarde? ya te lo dije, estuve en la oficina, cine,
cena, drama, comedia, medias de seda, cama de agua, motel de
carretera, pecados entre sábanas, sauna con champán. ¡Sorpresa!
¡Sorpresa!, que los cumplas muy feliz, pero que desliz, si no eres tú
la que cumple años. ¿Que quién es esta fulana que está conmigo? ya
te lo he dicho, una compañerita del trabajo, y ahora déjame en paz
con Maripaz, simpática, rica, muy pero que muy rica, billetes,
billetitos, papelitos de colores. Y tú con la arpía de tu hermana
sigues y sigues pinchando, tus palabras pican como abejas, como
tarántulas, como escorpiones, ¡pero como puedes ser tan mal
pensada!, so pesada, esta señorita se llama Maripaz y es la hija del
jefe, le estoy dando clases de matemáticas, de inglés, de anatomía,
yo qué sé, cariño, tú qué quieres ¿qué te mienta? Sí, tú, tú siempre
tan desconfiada, si sabes bien que eres la única mujer en mi vida. ¿Y
de qué orgías me habla tu hermana? Con esa cara de antigua, mala
cristiana, tan fea y bigotuda, horrorosa, asquerosa y mala pécora. Y
ahora, si no os importa, os vais las dos con viento fresco que tengo
mucho trabajo y fiestas que guardar.
Un amor en cada puerto, un sapo en cada jardín y yo como todas las
noches dándome un festín. Te voy a tratar como a una diosa,
morenaza, quítame las penas con esos morritos pintados de rouge
peligroso, pídeme lo que quieras por esa boquita de piñón, porque
mira que te sienta bien ese conjuntito de azafata. ¿Una estafa? me
pregunta ella toda acalorada, pobrecilla. No mujer, yo nunca haría
algo así, solo pensaba en voz alta, pero hazme reír hasta que me
muera, salamandra, camaleona, no te dejaré que subas al avión si no
me aceptas una copa, reina de la noche, ¿cuál es tu nombre?,
¿Isadora? ¿de verdad?, no lo creo, tienes cara de otro nombre. ¿Tu
sabes guardar secretos? porque yo tengo muchos secretos que te voy
a contar si no me sacas otra vez la lengua, que traviesa…
Señor Martínez, mire usted, su tarjeta, y el que avisa no es traidor,
está cancelada, vamos a cerrar, tendrá que pagar en efectivo.
Ole con ole, vaya monada, se le ve la enagua a la de Nicaragua, ya
no cae más agua, ha dejado de llover y yo quiero otro trago, yo
quiero beber. Oiga camarero, le parecerá extraño, pero me parece
ver una multitud que llevan un buen rato alborotada en esa esquina,
fíjese, fíjese bien, llevan máscaras, mascaritas, pero si son un
montón de señoritas y vienen todas hacia aquí. Rita mi oculista,
necesito gafas, otros ojos, te regalo mis antojos. Tengo un roto en el
pantalón y no encuentro la chaqueta, hay mucho silencio en este bar.
Son ciento cincuenta y seis euros me repite el camarero en voz alta y
de mala gana. Sofia, pollita, pío pío, pero… ¿qué es esto? ¿un
machete? ¿acaso me quieres matar? Si yo te amo, tomemos
chocolate con churros, con galletas, bizcochitos con sorpresas, con
una gran orquesta que toque una bonita melodía al mediodía y luego
ya veremos como sigue la cosa. Se apaga la luz, la luz de la noche,
la luz de mis ojos, Luz, ¿eres tú?, sabía que eras tú, ¿quién si no? No
veo las estrellas, Estrella, mi ñata, llama a mi abogado, me estoy
muriendo, en serio te lo digo, me estoy muriendo de verdad, es hora
de hacer testamento y yo con el traje arrugado y la corbata que no
me hace juego con la sonrisa. ¿Que os hace gracia? ¿por qué esas
carcajadas? ¿por qué nadie me ayuda? Vosotras, sí, todas vosotras,
os juro que os he amado, a mi manera, en mi egoísmo, en mi
soberbia, en mi torpeza. Pero os he amado siempre, palabra de boy
scout. ¿Me muero o me mareo? Sí, me mareo. No, me muero. Me
mareo. Me muero. Todo me da vueltas, entonces no me muero,
estoy vivo, no me gusta la oscuridad, odio la nostalgia, le tengo
miedo, no me apaguéis la luz, la luz del amor que siempre he
buscado pero que nunca he conseguido guardar.
Señor Martínez, vamos, señor Martínez, le dice el dueño del bar,
haga el favor de marcharse, es muy tarde ya. Mañana pagará la
cuenta. No queremos tener otro altercado como el de la semana
pasada, ya sabe como se pone su señora cada vez que la llamamos a
estas horas y tiene que venir a recogerlo. El camarero de mala
manera le señala la puerta y por ella sale haciendo eses Don Jesús
Solís Martínez ajustándose la borrachera y silbando una ilusión. Y
como cada noche, recorrerá las calles buscando otro bar, otra barra
donde acomodarse para seguir bebiendo el mar de los placeres
acompañado de su amiga, esa dama a la que él llama Soledad.
SOLEDAD
NO TIENE NOMBRE
Raquelita bajó sudorosa y con gran esfuerzo de su coche, un
Simca 1000 amarillo del año del felpudo. Se dirigió al señor agente
con una amplia sonrisa desdentada y le comunicó que tan solo
serían unos cinco minutillos. Comenzó muy suelta de cuerpo a
caminar bajo la fina lluvia de esa mañana sin prestar la más
mínima atención al agente que le indicaba a gritos que estaba
prohibido aparcar en esa zona. Cuando ya llevaba recorridas unas
tres calles, se sintió observada. ¡Qué ilusión! Exclamó ella sin
disimulo, queriendo morder de inmediato la manzana con la que
ese misterioso Adán, al parecer, quería tentarla. Pero decidió
continuar caminando, ando que te ando, jugueteando tontorrona
con su pañuelo de flores, y dejar que esa sensación, mezcla de
temor y halago, no la invadiera por completo provocando en su
enorme anatomía algún movimiento brusco que la delatara. Dobló
la esquina y entró directamente por la calle peatonal de Preciados.
Bajó un poco el ritmo de sus pasos para comprobar si aquél
atrevido insistía en el empeño por seducirla y no pudo resistir la
tentación de girar la cabeza. La curiosidad mató al gato, y propio
de su torpeza, patinóse en la acera resbalosa bruuuuuum plapuufff
patapafffuuf plummmm paffffffff y cayó de culo al suelo. Entre
pucherito va y lagrimita viene, consiguióse en un más luego,
levantarse sin ayuda de nadie ya que nadie animóse a levantarla
por su abultado peso. Una vez erecta en pie, percatóse cof cof cof
de un descosido, ¡pero qué faena!, en la manga izquierda de su
gabardina nueva y cuando su cuerpo al fin dejó de estar aturdido,
continuó su camino con una ligera cojera mientras se ajustaba la
faja de la cual ella era siempre prisionera. Al rato, ratoncillo, corre,
corre que te pillo, creyó ver otra vez la figura de ese hombre que la
perseguía. Una silueta que le pareció viril e irresistible, el típico
galán de telenovelas que ella toda devoraba sola cuando soñaba
despierta y traviesilla sentada en una silla frente al televisor. Pensó
que la situación era excitante y que algo así no le ocurría todos los
días. Decidió cambiar de acera fingiendo que miraba los
escaparates de las tiendas de moda, que por cierto, ¡qué
barbaridad!, tenían unos precios escandalosos. Entonces, en un
intento de darle a ese Don Juan una buena excusa para que se le
arrimara y entablara una conversación amena, se le ocurrió que
sería más discreto esperar acontecimientos en una cafetería y tomar
un tentempié, y ya de paso cañazo, aliviarse con unos cuántos
masajes el intenso dolor de los juanetes y ventilarse el insoportable
hedor de sus pies hinchados. Mientras estudiaba detenidamente la
carta y esperaba que la atendieran, esperó inútilmente que aquél
osado jovenzuelo entrara como un príncipe a su humilde reinado.
Chascó los dedos llamando al camarero y pidióle con un sonoro
redoble de palabras un batido grande de chocolate, un tostado de
jamón y queso y una porción de su pastel favorito. Luego, y para
calmar los nervios, ordenó una medida doble de ginebra Larios con
coca cola, light por supuesto, por lo de la dieta. Cuando terminó de
masticar el último hielo y dejar la rodaja de limón a la miseria, ya
había perdido todo interés por la gente que entraba al local y dio
por descontado que ese misterioso caballero ya no se presentaría.
Pagó sin dejar propina, miró la hora y maldijo en voz alta porque
ya no llegaba a la consulta del dentista. Se levantó acomodándose
nuevamente la faja y no tuvo más remedio que enfrentarse a la
triste realidad, su oronda silueta reflejada en los amplios espejos
del local. Al salir, miró de reojo, por si las moscas, y volvió sobre
sus pasos en busca del coche que ahora recordaba, había dejado
mal aparcado. La única novedad que le esperaba era una multa
adornando el limpia parabrisas. Ya camino de casa y con las
canciones de Camilo Sesto a todo volumen, recordó lo que muchas
veces le repetía su abuelo: ¨Las sombras nacen y mueren con uno¨,
Raquelita. Ella de sobra sabía que la soledad no tiene nombre y
que si una se dejaba estar, al final, al tiempo lo pillaba el toro. ¨La
sombra duerme en la oscuridad, pero siempre está alerta a
cualquier rayo de luz¨ era otra de las frases ilustres de Don
Anselmo Galíndez Picatoste, a quién de pequeñito, todos en la
familia le auguraban un gran futuro como filoso filosofo, pero con
los años, quedó solo en un proyecto, en un proyectil con pólvora
mojada. Por ende y ende que ende, como un pobre majareta que
soltaba frases sin ton ni son y al que nadie le hacía ni el más
puñetero caso.
Raquelita ya no recordaba el tiempo que había pasado desde que
tomó su primera decisión importante, ni de la última tampoco.
Siempre había vivido con sus padres, con su abuelo Don Anselmo
que hasta el día de su muerte tuvo la certeza de que su nieta era
una auténtica estúpida, y también con el tío Melquíades. El tío
Melquíades era mariquita, lo sabía todo el mundo, por eso en el
barrio lo llamaban la Melqui. Era muy pero que muy feo, era
horroroso, pero tenía mucha labia y mucha gracia, muchas gracias,
de nada, nada común en la familia Bobillo Calleja. Era generoso
siempre con todos, algo menos común aún. Se le conocieron varios
romances, la Pepona, el Pelucas, Flamenquito, el Moreno, el
Pasmao, el Torete, Casanova, la Morritos y el último, el más
cuestionado de todos, Joselito el niño bonito, alias el Machacas.
Con éste se supo que fue a parar a la cárcel por un asunto turbio. El
pobre abuelo, antes de morir, juraba y perjuraba que todo era un
malentendido, una jartá de calumnias divulgadas por los vecinos
envidiosos. Los más malintencionados, que son los que siempre
aciertan, aseguraban que había sido por un asunto de drogas. Fuera
lo que fuese, fuese lo que fuera, la cuestión era que su habitación
quedaba vacía por una larga temporada y a falta de mejores
ingresos, se alquiló a un joven doctor recién licenciado en
medicina y llegado lustrado de la provincia de Burgos. La madre
de Raquelita, Doña Raquel, hacia tiempo que se había fundido lo
poquito que había heredado. Entre el bingo y las máquinas
tragaperras la mujer se quedó a dos velas. Las malas lenguas del
mismo barrio aseguraban y el que asegura no es traidor, que Doña
Raquel había tenido un amante, un amante que le sacaba los
cuartos como azucarcillos. Y parece ser, según dicen esas mismas
malas lenguas, que a aquél amante en cuestión, que era tan
jovencito y bonito, se lo veía siempre en compañía del tío
Melquíades. Por lo tanto, y si uno y uno suman dos, éste debía de
ser sin ninguna duda, Joselito el niño bonito, alias el Machacas.
Don Mariano Bobillo Calleja, yerno de Don Anselmo, marido de
Doña Raquel, padre de Raquelita y cuñado del tío Melquíades, era
un pobre bragazas, jubilado y rematadamente aburrido. Es por eso
que Doña Raquel, hija de Don Anselmo, hermana del tío
Melquíades, esposa de Don Mariano y madre de Raquelita, vivía
entre bingo y tragaperras jugándose el dinero de la compra, y de
achuche en achuche con cualquier jovencito que se le pusiera a
tiro. Era de todos sabido que Joselito el niño bonito, alias el
Machacas, era el joven que últimamente escalaba de punta a punta
la cordillera de ese cuerpo voluminoso siempre dispuesto a nuevas
excursiones.
Raquelita vivía sin gracia, gracias a su mundo carente de héroes y
de nada que se le pareciera. Su palacio era la habitación del fondo
de la casa de sus padres, la misma que había sido del abuelo.
Sobrevivía con el sueldo de su trabajo en una funeraria y también
de algún dinerillo que le entregaba a fin de mes el generoso tío y
que ella religiosamente depositaba en su cartilla de ahorros para
cuando llegara, pobre ilusa, el día de su boda. Pero qué bodada de
idea que tenía la solterona ya llegando a los cuarenta.
Cuando la tonta del bote de Raquelita, nieta de Don Anselmo el
difunto filósofo de pólvora mojada, hija de Don Mariano el
aburrido bragazas, hija de Doña Raquel la binguera y lujuriosa,
sobrina del tío Melquíades el mariquita y camello, vio por primera
vez al nuevo huésped llamado Oscar Amado Rebollo, tan pulcro,
limpio, apuesto, licenciado en medicina y recién llegado lustrado
de la provincia de Burgos, sintió una explosión de gozo en su
corazón apolillado. Con el pasar de unos pocos días, quedóse
totalmente anonadada, ruborizada, desgraciada y perdidamente
enamorada. Anonadada por tener a un hombre apuesto, limpio y
pulcro viviendo bajo el mismo techo; ruborizada porque el tal
Oscar Amado le dirigía al día muy cortésmente un par de palabras,
un hola y un adiós; desgraciada porque sabía de antemano que ese
pimpollo de licenciado jamás brotaría en su fértil jardín; y
perdidamente enamorada porque la esperanza es lo último que se
pierde y ella no tenía nada que perder. Y cuando la ludópata y
perdida de Doña Raquel vio también por primera vez al arriba
mencionado apuesto, limpio y pulcro licenciado, se sintió
totalmente liberada, acelerada, feliz y descaradamente
descascarada y descocada. Liberada del recuerdo de Joselito el
niño bonito alias el Machacas que desde ese mismísimo momento
pasaría a ser historia y ya no le sacaría ni un solo céntimo más;
acelerada por los encuentros apasionados que pensaba tener con el
medicucho yo a ti te achucho, tú a mí me achuchas, nosotros nos
achucharemos en cualquier rincón de la casa; feliz porque se
revolvía entre las sábanas embriagada de placer con ideas
pecaminosas y volvía a sentirse una mujer joven alegre ma non
troppo; y descaradamente descascarada y descocada ya que jugaría
con el doctorcito a desvestirse y sentirse siempre enferma y
necesitada de cuidados y otros menesteres que le quitarían a ella
rápidamente el hipo y el corsé.
En pocos días y a tan pocos metros ¡qué peligrosas se habían
vuelto este par de serpientes! Desde la llegada del doctor tan
Amado se había declarado la guerra entre estas dos arpías
dispuestas a todo por conquistar los aposentos y las bondades del
ingenuo caballero sin coraza ni escudero. Pero el tal Oscar Amado
ya suspiraba por otra doncella, y esta no era otra que la hermosa
vecinita del tercero. Todas las mañanas se cruzaban al salir. Él,
todo un doctor, para ir al consultorio, ella, toda una universitaria,
para ir a estudiar a la Facultad. En cada encuentro, estos dos
tortolillos, se disparaban miradas de amor con balas de fogueo. Fue
por casualidad o tal vez con pícara intención, ¡cómo son de
tontorrones los jóvenes de hoy!, que rozaron ambos los dos sus
cándidos dedos en la barandilla de la escalera y entre ellos surgió
por primavera vez, una brisa de aire fresca. Un dialogo de
telegrama fue el del doctorcillo, ¡pero qué timidillo!, y con mente
sana et corpore sano, le dijo: hola que tal stop que guapa eres stop.
Y Amparito, algo más de espabilada y decidida, va y le contesta
canturreando la la la la la un: holalala guapetón, ya sé que te llamas
Oscaaaar, ¿te ha comido lalalala lengua el gato to to o no puedes
hablar por dolererte rerte rerte el paladarrr lar lar?, ¿qué tallll
lalalala estássss?. Y a ver si te decides laralalá de una buena vez
laralaralalá a abrir esa boquita y me invitas a cenar tutuá tutuá que
me tienes muy sola y tomando sopas con pan. Y por otra parte,
apártatetu que lalalalá la escalera es muy angosta y no puedo pasar
lalalalalá, y si tropezamos lolololó, nos caeremos los dos lalalilón y
nos daremos sin más remedio todo elio un golpecillo jijijillo
jijijillo jijijillo y mas luego un coscorrón, ¡mira tu qué gran
marrón! pero menos mal que tu eres doctor.
Pero nada, oye, el tal Oscar Amado era un cero a la izquierda como
conquistador ya que nunca había marchado a las cruzadas, y para
colmo de males, ya se había percatado y catado también un buen
caldo de la Rioja, de que otro jovenzuelo de lo más espabilado y
bufón y que vivía en el piso primero, rondaba a Amaprito su
lucerito, con más narices y mas labia que el mismísimo Cyrano de
Bergerac. Sin embargo ella, a toda costa y toda casta, a veces algo
castañuela cuando bebía un poquito de licor, no tenía ninguna
intención de parecer una cualquiera y solo a Oscar, a su Oscar
Amado, había jurado por siempre su total amor y su buena
reputación. Y para que engañarnos, la verdad es que el doctor era
un capullo de lo más insulso, no se enteraba de nada, ni de los
suspiros de España ni los de Amparo, la vecinita del piso tercero.
Siempre estaba en Babia, babeaba cada dos por tres cuando se la
encontraba entre escalón y escalón, pero no le salían palabras, y
mira que la otra dale que dale con lo del pan y la sopa, que a ver si
la invitaba a comer y se estiraba el bolsillo, y que ya de paso se
dejara de joder con tantas miraditas porque no se volvería a poner
nunca más esa minifalda roja fitipalda comprada en las rebajas del
Corte Inglés. Sus vidas transcurrían paralelas, la de ella en la
Facultad y en la dulce espera de un amague de su amado Oscar
Amado, y la de él entre el ambulatorio y la pequeña habitación
donde se hospedaba tratando de evitar a toda costa a Doña Raquel
que circulaba por la casa en picardías cada vez que se quedaban a
solas. El acoso de Doña Raquel era insolente, doctor que me duele
el pecho, no se oculte y osculteme sin miedo, no sea tímido,
acelere que creo que me duele la ingle, ¿yu spic ingle?, jí, jí, jí, jí,
jí, ya me entiendes, ¿verdad, guapito de cara? Aquí, aquí, deme la
mano, yo lo guiaré con mis dedilios picaruelos, no se me sonroje ni
se me raje, que estamos en confianza y entre mi panza y el trasero
me ha salido algo pequeño, pero tan pequeñito, que parece un
granito de arroz y me produce un gran escozor. Venga, mire, toque
y retoque con esmero, descontrole sus deseos y controle el oído por
si se oye alguna voz por el pasillo. ¡Y qué remedio, Amado mío!
ya sé que a mi edad mantengo el cuerpo de una jovencita a pesar
de esta pancita. Pillín, pilluelo, que usted todo lo quiere, deje de
moverse, no se reprima y no me provoque porque si a mi me dan
pie, yo toda me desenfreno. Y ¡¡¡bruuuuuaaaaap!!!, como una fiera
salto sobre el desconcertado licenciado, deseándolo en general por
la vía oral y corporal sin ningún escrúpulo, vampiresa del placer,
poseída por el deseo carnal de un entrecot vuelta y vuelta con
patatas fritas y ensalada de lechuga, cebolla y tomate. Y como una
orgía sin limites, Doña Raquel actuaba desenfrenada, enloquecida,
poseída, jadeante, morbosa, aventurera, comiéndoseloñamñam a
chuick chuick slurpsss mordiscones, lametones y chupetones y
atragantándose de ese manjar mientras recorría con sus zarpas la
geografía entera de ese cuerpo impoluto hasta detenerse
golosamente pecaminosa y maliciosa en la jaula donde dormía el
pajarito de Oscarcito quién aprisionado entre la cama y el cuerpo
sudoroso y flácido Domingo de la devoradora de inocentes, rogaba
que ese suplicio terminara lo antes posible.¡Canalla!, ¡Levántese,
insolente!, aulló la insaciable mujerzuela, al oír el ruido de la
puerta y ante la mirada atónita de Oscar Amado. ¡No sé que se
habrá pensado, yo no soy una cualquiera! Y de un brinco que
fueron más de cinco, salió toda ella de la habitación sin haber
terminado de enseñarle al doctorcito su primera lección de
anatomía. ¿Pero que sucede aquí, Raquel? preguntó el marido por
preguntar algo, ya que le importaba un rábano cualquier cosa que
no fueran sus partidas de mus. ¡Nada, no sucede nada, son cosas
mías! respondió la insatisfecha planeando mas fechas para
conseguir aquél botín y desabrochar algún que otro botón. El
doctorcito todo modosito y con gran alivio, cerró la puerta con
llave, clic clac de su habitación. Ahora ya sabía lo que le esperaba
en esa casa, por eso decidió que a partir de mañana buscaría por el
barrio otra habitación, a ser posible en la misma manzana asada
para no perder de vista a Amparito, su lucerito, su rico bombón. A
la hora de cenar, en la mesa quedaba un sitio vació y un plato lleno
de sopa que se enfriaba mientras los demás comían sin dirigirse la
palabra mirando el televisor. Antes de acostarse, Raquelita golpeó
con su manaza pam pam pam la puerta del asustado y apuesto
mediquillo. ¿Se puede? Preguntó toda jocosa. ¿Quiénmm
mnnmes?, preguntó éste a su vez con voz temblorosa. No te
asustes, que no soy el lobo, respondió graciosilla Raquél,
juguetona toda ella, sorprendida por su desparpajo y con un
tremendo aliento a ajo. Te traigo algo de comida, respondió esta
vez coquetilla, enfundada en su camisón floreado de franela,
espantoso por cierto, recién estrenado, y qué mejor ocasión, la que
séala ésta para lucirlo con mi amado doctor, quién dice que está
cansado y no quiere para nada cenar y yo sí que quiero quiero
quiero jugar con elioél a las escondidas y al veo veo ¿tu que ves?
en su cama camera caramelera, mi capicúa amado Oscar Amado.
Dejarete la cena y todo mi amor en una bandeja con un mensajito
picantito que te he escrito yo solita sin ayuda de nadie, dice ella
por lo bajini, hasta mañana y que duermas todo bien, mi bien, y
que me tengas presente en tus sueños con un diminuto bikini.
Jijijini, que tontería de risa me ha salido por mi boquini que
guardarela toda ella pura para tus besos chuick chuick chuick
chuick, mi dócil mmmmmmdoctor todo miiiiiiii amooooor que sé
muy bien que estás loquito por mí.
Las indirectas de Raquelita eran insignificantes comparadas con las
directas emboscadas de Doña Raquel cada vez más persistentes,
indecentes y mal olientes. Pero los suspiros del doctorcito por
Amparito ya eran tan evidentes, que eso nunca podía terminar bien.
Así pensaron al unísono ese par de gatas en celo planeando cada
una por su cuenta un ataque intimidador contra la vecinita
aguafiestas.
Doña Raquel visitó a Amparito esa misma tarde. Menos bueno, le
dijo de todo sobre su hospedado Oscar Amado. Que éste, en cuanto
estaban a solas, la perseguía por toda la casa, que si tenía las
manos largas, que un día con la excusa de tomarle la tensión la
había manoseado los pechos, primero uno y luego ambos los dos,
que dejaba la puerta de la habitación abierta y se paseaba con el
torso desnudo para exhibirse, que cada rincón de la casa era una
trampa sexual y ella debía andarse con muchísimo cuidado, ni que
hablar del ojo de la cerradura del baño, tenía que colocar una toalla
porque vivía fisgoneando el muy cerdo. Qué si esto, qué si lo otro,
tiene una obsesión conmigo este maniaco sexual, que ni te cuento.
Criatura, no te asustes, que a tí no te hará nada, será que yo estoy
en la flor de lis de la vida y él, como debe ser un entendido, me
convida con toda su ardiente pasión sin reprimirse y para
exprimirse bien de sus deseos. ¿Qué si también se comporta así
con mi Raquelita, me preguntas criatura? ¡Nooooooooooooooo!
Con ella naaaaaaaaada, qué vaaaaa. ¡Pero por Dios!, date cuenta
que la Raquelita es muy poca cosa para todo un Don Juan como
ese, respondió la Doña poniendo cara de ¿cómo me vas a comparar
con la birria de mi hija? Y continuó encantada como una cascada
catarata del Niágara sin parar de hablar, dedicándose a lo que
mejor sabía hacer que era conjugar el verbo parir a todos los
demás. Y ya que estamos, te voy a dar un consejo de amiga
Amparito, por nada del mundo aceptes una invitación para salir
con este sinvergüenza, porque es el pecado en persona y te juro
que a fin de mes lo pondremos de patitas en la calle. Doña Raquel
se marchó con la lengua seca, convencida de haber derrotado para
siempre a su rival. Amparito se quedó con un tremendo dolor de
cabeza y la vaga esperanza de que el doctorcito subiera con una
aspirina y una pomada de mil amores. El domingo, y al salir de
misa, Raquelita acorraló a Amparito y la invitó, casi obligando, a
tomar un café. Ya en la cafetería, la enamorada del muro comenzó
a hablar sin parar y se despachó con un ¡fíjate! oye, que cosas, el
medicucho ese que se hospeda en casa me ha propuesto que nos
vayamos este fin de semana al Escorial, que conoce un hotel muy,
pero que muy cuco, donde nos podemos encerrar en una habitación
con yacusi, que yo no sé quién es, ni quiero conocerlo. ¡Fíjate!
Dice el muy cerdo que así quiere dar rienda suelta a sus fantasías
eróticas. Que lleva tiempo esperando ese momento y que yo me he
convertido en su obsesión. Que soy la inspiración de sus toqueteos,
vete tú a saber que quiso decir con eso de los toqueteos, ¿no habrá
querido decir traqueteo? como el de los trenes, mmdigo yo. Que de
noche se duerme imaginándome desnuda junto a él en las tajitis, sí,
como lo oyes, en las tajitis, con lo mal que suena eso. Luego, me
ha soltado una cadena de supermercados de guarradas que no te
puedo repetir. Amparito encendió un pitillo y siguió callada. Y
Raquelita, con la cara oculta de la luna por la satisfacción de los
Rolling Stones de habererle parece que serle que convencido del
todo de que ese tal Oscar era todo un bribón, se quemó los labios
con el café que el estúpido del camarero había traído hirviendo
cuando se lo pedí cortado y con la leche templada, ¡oiga! ¿Pero tu
qué me emedices Raquelita? suelta la lengua Amparito haciéndose
la sorprendida. Me enmudeces. Pero este hombre tiene un
problema muy serio. Y yo que lo tenía por un joven modosito. Tu
madre también ha tenido problemas con él, el otro día vino a mi
casa y me contó que en cuanto tú y tu padre os marcháis, él la
persigue como un poseso, que en cualquier rincón de la casa la
acosa, ¡mira que cosa! ¿Te dijo eso mi madre? pregunta Raquelita
bastante inquieta y desconcertada. ¡¡Uyyyyyyyy!!, pero entonces
es que estamos que tramos albergando pero que ergando a un
sádico de aquellos, ¡mira tú Amparito! Y voy y dico toda dico yo,
¿pero estás segura que mi madre te lo dico todo ansííííí?. Pues
mnnnnsíí, responde Amparito satisfecha, como lo onyes, yo pensé
que exageraba, pero ya veo que no. Lo que más me extraña, y eso
que me lo aseguro tu madre bien asegurado, es lo de qué contigo
Oscar Amado no se te había insinuado porque eras muy poquita
cosa para él… ¡¡¡¿Cóoooooomo?!!! explotó como una traca de
feria la enamorada de Raquelita, herida y sin tiritas para su honor.
¡¡¿Qué es lo que dijo esa vieja burra?!! Lo que te cuento, respondió
Amparito con miradita de diablilla y sabiendo que tenía el triunfo
en el fondo del bolsillo. Que eras muy poca cosa, gorda, fea,
estúpida, sucia, baja, imbécil, traga-pilas, gilipuertas, tuercebotas,
gilipollas, bigotuda, espantapájaros, cabezuda, desgraciada…
¡Vale! ¡vale! ¡vale! salto Raquelita. ¡No te emociones que te noto
un cierto gozo en la oscuridad de mi pozo! No te embales ni te
pases de la raya conmigo, niñata, que te cruzo la cara de una
bofetada. ¿Pero bueno, tu que te has creído?, renacuajo, que más
vale que te consigas pronto un novio que ya veo que despabilas, o
te quedas para vestir santos. Y sin soltar ni una palabra más,
Raquelita toda furiosa recelosa se puso de pie y se marchó
atropellando sillas sin decir adiós ni pagar la cuenta. Amparito
dulzurita, pipitas de calabacita que se comen ñiki ñiki se quedóse
con una amplia sonrisa disfrutando con el corte de digestión de la
gorda, del café cortado con leche que ahora si estaba templado y de
su amor por Oscar Amado, tan amado por las tres Marías y muy
mareado en especial por dos de las ellas.
Raquelita caminó hacia su casa hecha una hiena, al pasar por el bar
vio de refilón la figura mustia de su padre en una de las mesas
jugando al mus. Subió cada peldaño de la escalera imaginando que
pisoteaba la cabeza de su madre. Abrió la puerta y la cerró dando
un portazo, caminó por el pasillo hasta llegar a la habitación de su
bien amado Oscar ídem de ídem y se encontró a la madre desnuda
intentando sacar de debajo de la cama al pobre doctorcito que solo
vestía un calzoncillo. ¡Pero qué soncillo y qué pardillo eres mi
Oscarcillo!, gritó histérica Raquelita. ¡Mira que dejarte atrapar por
las pezuñas de esta vieja! Entonces, Doña Raquel, sorprendida por
la aparición repentina de la hija, cogida in fraganti con las manos
en la masa, algo confusa por el barullo y trastocada de muerte en
su orgullo por una certera estocada, cogió a Raquelita del cogote y
las dos cayeron como dos bolsas de papas patapúm al suelo
rodando dando, rodando recibiendo y redándose arañazos,
mordiscos, insultos y tirones de pelo. Se tomaron un respiro para
mirar a su Amado que estaba totalmente pasmado con un ataque de
asma, y en un más luego, continuaronse cascándose con mucha
rabia y mala saña y también, hay que decirlo, con muy mala leche.
La moral de Oscarsuelo estaba obviamente por los suelos y su
mente en blanca nieves sin los siete enanitos. No atinaba, para
variar, a decir ni una palabra. Estaba mudo, semidesnudo,
horrorizado y con los pelos erizados. En eso de que en repente,
¡abracadabra, pata de cabra!, aparece el de las partidas de mus
encabronado porque había perdido, con un tremendo garrote en la
mano y transformado en justiciero. ¡Ahora verás! grita él, órdago a
pares. ¡Ahora verás! le grita quiero, Doña Raquel a Oscar Amado,
te las veras con mi Mariano, con todo él que es mi único amo,
señalando acojonada con un dedo acusador al licenciado que
continuaba en calzoncillos y pasmado por la incómoda situación.
¡Ahora verás tú! ¡Golfa! ¡Sinvergüenza! Pam pam pam. ¿Te crees
que no me he dado cuenta de tus intenciones? ¡Perdida, que eres
una perdida! Pam pam pam pam. Y Doña Raquel que cobraba de
lo suyo pam pam patapum pam pum, buscaba desesperadamente su
ropa interior en el interior de la cama del joven doctor Oscar
Amado y un hueco por donde escapar de la brutal paliza y de
semejante humillación. ¡¡¡Y tú, gorila!!! soltó otro ensordecedor
grito el hombre de la casa dirigiéndose a Raquelita, no te hagas la
mosquita muerta, deja de colgarte al pobre doctor y retírate
inmediatamente de esta habitación. Y usted, le dice en un tono más
suave, usted que es un alma en pena, por favor, vístase de una
buena vez y bajemos sin mas bises el telón de esta lamentable
función. Y sintiéndolo mucho, he de pedirle que en cuanto antes,
se busque otro lugar donde vivir. Pero que conste que no lo hago
por mí, lo hago por usted, por su bien, por su tranquilidad, porque
este par de golfas, mientras usted siga viviendo aquí, no lo van a
dejar en paz.
¡Aquí no hay malentendidos que valgan!, gritaba Doña Raquel a
viva voz con la puerta de la casa abierta de par en par, sabiendo
que todas las vecinas y demás curiosos tenían el oído puesto en lo
que sucedía en el segundo piso interior izquierda. O se retracta
usted inmediatamente o ya está recogiendo sus cosas y se marcha
de esta casa. Esta es una familia humilde, humilde pero decente y
si usted no se sabe comportar, pues ¡aaaaarrrrrrrrreando! En los
descansillos y en las escaleras se había aglomerado una multitud
dispuesta a disfrutar de lo lindo de otro de los espectáculos
gratuitos que solían ofrecer los chiflados integrantes de la familia
Bobillo. Se escucharon primero unos murmullos, luego unas
estruendosas carcajajajadas, silbatinas, improperios, agravios,
insultos, sapos y culebras, todo tipo de descalificativos que hacía
tiempo que llevaban guardados para una buena ocasión, tal como
esta, en los cajones del hartazgo y la paciencia. En menos de una
semana, Oscar Amado ya estaba instalado en una habitación
inmaculada con muchísima luz y un balcón lleno de flores en una
casa decente de las de verdad donde se respiraba tranquilidad y no
aromas de ajo y coliflor. Además, estaba tan solo a dos calles de
donde vivía Amparito su amorcito trocito de amor y todo lo demás
le importaba un soberano pito pito gorgorito porque ya nunca
jamás de los jamases se iba a sentir acosado a la brasa.
Al cabo de seis meses, Amparito llamó a la puerta de la casa de la
familia Bobillo. Era sábado sabadete, abrió la puerta el tío
Melquíades que ya estaba de vuelta después de purgar su condena
y separarse definitivamente de Joselito el niño bonito, alias el
Machacas. ¿Que deseas? preguntó sin demasiado interés. Buenos
días, soy Amparo Galíndez, la vecina de arriba, venía a ver a
Raquelita. Espera criatura, que voy a llamar a la chiquilla. Al
minuto y a toda prisa, aparecieron intrigadísimas Raquelita y Doña
Raquel. ¿Qué quieres?, ¿a qué has venido?, preguntaron al unísono
mirándola indignadas pero curiosísimas. Hola la la a las dos,
perdonad por la hora, pero he venido a despedirme, me marcho.
¡¿Y qué?! Rugió Doña Raquel. ¡¿A ver si te crees que nos importa
lo mas mínimo?! ¡Pssssssé!, faltaría más, no te fastidia... Qué te
parece Raquelita, la mosquita muerta de la vecina viene a
despedirse. ¡Vaya! Como si fueras alguien importante a quién
vamos a echar de menos, no pretenderás que nos larguemos las dos
a llorar. Ja, ja y ja. Lo mismo has dado con un príncipe azul,
cacareó entonces Raquelita antes de engullirse de un solo bocado
el polvorón que tenía en la mano y buscando los ojos cómplices de
la madre. Pues sí, responde triunfadora Amparo, la verdad es que
sí, lo he encontrado y justamente aquí, en vuestra casa. Es algo
más que un príncipe, es todo un galán, un ángel guardián, un cielo
de hombre. He tenido suerte, ¿o será que todavía soy joven?,
contraatacó y atacó maliciosamente Amparito mirando su reloj tic
tac tic tac tic tac pulsera, regalo de Oscar su prometido. Volvieron
a llamar a la puerta pero ninguna de las dueñas de casa hizo el más
mínimo amago por abrir de tan obnubiladas que estaban con lo que
escuchaban. ¡¡¡Abre de una vez!!! ¡No te quedes ahí parada como
un perchero! Le gritó Doña Raquel a su hija que no se había
recuperado aún del golpe bajo recibido de su vecina del tercer piso
exterior derecha. Y frente a Raquelita apareció él, la elegante, alta,
joven, pulcra, enamorada, doctorada y siempre deseada figura del
caballero de fina estampa de Oscar Amado, el bien amado por
todas y en especial platónicamente por una de ellas. Y Raquelita
boquiabierta, toda horrenda, con una bandeja llena de polvorones
en la mano, la cara embadurnada de cremas, ruleros en la cabeza,
redecilla, bata guateada, soquetes de lana y chancletas. Buenos días
que son hoy Raquelita, ¿mmmnncómo estarabás? (él siempre tan
tímido), cuánto tiempo sin vernos, ¿se encuentra mi Amparito? Me
ha a pedido que la pasara a recoger por aquí, que quería despedirse
de vosotras. Antes de que Raquelita reaccionara, Amparo, salió del
saloncito con los andares bamboleantes propios de una gran artista,
sintiéndose ganadora absoluta del Oscar por amplio margen de
votos. Se acercó hacia él toda enamorada y le dio un cariñoso y
juguetón tontorrón beso en la boca boquita bocuela cuídate bien mi
amor esa pupita en la muela y se colgó de su brazo toda victoriosa.
Con Oscar nos vamos a vivir a Santander, dijo ella hurgando más y
más en las heridas sin cicatrizar de esas dos mujeres de corazones
solitarios que permanecían calladas y muertas de envidia. ¿Que os
parece? Pues toda yo se estremece y como sin tenedor pero con
gran deleite los entremeses del plato de la ilusión. ¡Vaya sorpresa
que os he dado! ¿Verdad que sí? Menuda cara que se os ha
quedado a ambas dos. Al final he cazado yo solita a esta huidiza y
escurridiza presa. ¡Si supierais lo maravilloso que es Santander!
¡Oye! ¡Qué aire tan puro que se respira allí! ¡Qué playas! ¡Qué
paisajes! ¡Qué bonito todo! ¡Y qué rico y sabroso es el bonito del
norte! Y él, que os advierto ya es todo mío, ha conseguido un
puesto en el hospital Marqués de Valdecilla, y yo trabajaré en la
farmacia de mi tía Catalina. ¡Uyyyyyy! ¡Puffffffff! pero qué peste,
qué olor, en esta habitación huele que te huele a naftalina y a algún
que otro hedor. Nos casamos la semana que viene y vamos a
invitar sólo a nuestros amigos. En fin, qué bien, que veníamos a
despediros, ya veis que no os guardamos ningún rencor ni nada que
se le parezca, ¿verdad cariño? cuchi cuchi mío. Os dejamos, veo
que como de costumbre, no tenéis nada mejor que hacer y cuidado,
que habéis dejado el tiempo en el fuego y se os va a quemar todito
todo. Se nos hace tarde, tenemos que coger el tren de las cuatro.
Pues eso, pues nada más moninas, abur para siempre par de
aburridas, que aquí os quedáis. Y se marcharon los dos
enamorados con las maletas llenas, llenas, pero lleeeeeenas de
felicidad y la boca llena, llena, pero lleeeena de carcajajajajadas.
Allí quedaba Doña Raquel, con los ojos que le hacían chiribitas y
su úlcera en plena blub blub blub ebullición. Y allí también quedó
Raquelita, con la boca llena no se habla nena, es de mala
educación, ya te lo he dicho más de mil veces. Llena, llena de
polvo cofff cofff polvorones, atragantándose coff coff coff coff
tándose coff coff coff coff coff coff granantrantantrándose toda
ella sin poder decir ni una sola palabra, viendo pasar por delante de
sus propias narices el despecho del único hombre que conoció.
ÁNGELES
CON ALAS
ROTAS
El autobús estaba lleno hasta los topes, lleno de gente
empapada, paraguas chorreando, sonrisas congeladas y mentes
completamente secas. Era un lunes horrible y yo regresaba otra vez
al aburrido trabajo en mi oficina esperando recibir la dichosa
llamada del mecánico para que me dijera de una vez por todas si el
coche estaba listo. Atrás había dejado una semana visitando a
clientes en diversos puntos de la península, con días irregulares,
tensiones al límite, contratos colgados peligrosamente de un hilo,
reuniones aburridas y noches de mucho descontrol y desenfreno,
por supuesto que a costa de la empresa. Igual de descontroladas
encontré las cosas en la oficina. El viernes por la tarde habían
despedido a mis compañeros Lucas Bernal, Pedro Movilla y
Carlitos Becerra. A Mariana Bermúdez, el gerente le prometió un
traslado a otra sucursal porque su trabajo dejaba de serle útil aquí,
pero le aclaró que le seguía siendo muy útil en el pisito de la calle
Doctor Fleming donde él tenía un nidito de amor pecaminoso. Ana
vino corriendo y entre pucheros y lágrimas me recitó de carrerilla
las malas noticias. Hacía tiempo que no empezaba una mañana tan
desmoralizado. Llamé a Julita y le pedí una aspirina para el dolor
de cabeza que me veía venir. Ella me trajo un calmante y me lo
tomé igual, la aspirina no me iba a servir para quitarme las
sorpresas que me esperaban ese día. Presiones por la mañana,
presiones por la tarde, arden los dedos en los teclados de las
maquinas de escribir y Julita tiene adoración y amor por su bebé,
tiene un montón de fotos pegadas en la pared detrás de su mesa.
Yo más bien pienso que el bebé es bastante feo, tan feo como fea
es la vista que tengo desde mi ventana. Y la verdad, toda la verdad
y nada más que la verdad, es que el bebé realmente es horroroso y
se parece a ella que dice que es clavado al padre quién dice con
una mirada estúpida y cayéndole la baba que es la viva imagen de
la madre. Julita es mi secretaria, nada del otro jueves, pero
eficiente, con un pésimo gusto al vestir, pero bastante discreta en
sus modos, totalmente aburrida y sin ninguna gracia, pero
cumplidora y ordenada. De esas secretarias que ya quisieran todas
las esposas para sus maridos. Julita está preocupada por su papada
y también, como todos, por los nubarrones que se avecinan en la
oficina y porque el futuro se le antoja más que incierto. Tiempos
difíciles, épocas de vacas flacas y de ajustarse el cinturón, tiempos
de limpieza general que por lo general empieza por los empleados
de menor antigüedad. Reducción de gastos porque los presupuestos
no cuadran, caída de las ventas, competidores desleales, que si la
tecnología y los ordenadores que hacen más rápido el trabajo, en
fin, de todo se comenta por los pasillos, entre cafés descoloridos,
porque ahora en el café también hay que ahorrar. Ya nadie habla
de subida de sueldos, de horas extras, de días tranquilos. Ahora
somos víctimas de la evolución tecnológica como dice el pelota de
Luis Meléndez, marido de Julita, mi secretaria. Y este mal
ambiente es una razón para que algunos de los que están en puestos
superiores se cobren viejas revanchas.
Durante todo el día fueron llamando uno por uno a los empleados y
uno por uno fueron pasando por el despacho de Don José María
García Rodríguez como corderos camino al matadero. Este, con
gran soltura e impúdica sonrisa, controlaba en su despacho el jugo
de la ruleta, de mala fortuna para unos y de mejor fortuna para
otros, porque de momento, usted se salva Luis Garrido, pero no se
haga ilusiones por mucho tiempo, que aquí nadie es indispensable,
¿me ha oído bien? Al final de la procesión, Don José María ya
tenía los nombres escritos en un papel lleno de garabatos con las
cinco nuevas víctimas. Llamó al jefe de personal y sin más, le
mandó de inmediato hacer las liquidaciones. Para despedir a
alguien no hay que tener corazón, ni vergüenza, ni lástima. Solo se
necesita una pizca de palabras falsas, una elaborada excusa asada
en su punto con una buena dosis de guarnición de metas no
cumplidas, se saca luego del horno muy caliente, se sirve en un
plato y se manda al paro como corresponde y listo el pollo.
Después viene la catarata de chismes, el alivio para unos, el
aluvión de preguntas para los otros. Los muchos cuánto lo siento,
que harás ahora, tómatelo con calma, fíjate, a mi no me ha tocado
pero puedo ser el próximo. Meléndez, infeliz, nunca digas a los
cuatro vientos que a ti no te echarán, eres un Judas, te delata la
mirada, tus palabras huecas, te vendes por unas pocas monedas de
chocolate, tus carcajadas forzadas de los pésimos chistes del jefe
no cambiarán tu destino y ya no te quedarán genios a quién recurrir
para pedir tres deseos y colorín colorado este cuento se ha acabado
porque tarde o temprano estaremos todos bien juntitos y bien
apretados en la misma cola de la serpiente de los desempleados.
Y la estúpida de Susana va y se saca de la manga de su ingenuidad
un ¿y a donde vais a ir este verano?, porque nosotros pensamos ir a
la playa, nos gusta mucho, a mi Ricardito le encanta el mar. Pues
yo prefiero la montaña, responde otra ingenua y más estúpida aun
llamada Araceli, allí Pepe y Jorgito respiran pura naturaleza. Es
natural, pienso yo, siempre están los que hablan por hablar y no
son conscientes de la realidad que se vive en estos tiempos,
siempre ocurre igual entre los miembros de estas tribus de
oficinistas carroñeros, envidiosos, vende patrias, falsos, ilusos,
mea pilas, inútiles, mentirosos, pelotas, enchufados, perdedores y
rencorosos. Rencor, mi viejo rencor… suena en la radio una voz de
tango en este restaurante de mala muerte donde algunos de la
oficina nos juntamos a comer, el locutor ha dicho que el que canta
es un uruguayo, un tal Julio Sosa. Y que sosa esta la sopa hoy doña
Asunción, grita alguno. A esta sopa de letras le falta sal y medio
abecedario, cacarea otro. No se quejen jovencitos, que por lo que
usted paga por este menú, en otro sitio no le van a poner ni el
plato, somos los más baratos de la zona y si no les gusta, pues ya
saben dónde está la puerta. Se nota que son los más baratos, añadí
yo sabiendo que no me haría ni caso. Y es un caso serio esta zona,
llena de oficinistas en pie de guerra por un hueco para aparcar.
Esta parte del centro de la ciudad es un hormiguero de gente,
personajes de medio pelo disfrazados de ejecutivos que se creen
importantes, que sueñan en el autobús o mientras deambulan por
las aceras con baldosas rotas. Con ilusiones y posibilidades que se
esfuman al despertar, cuando no les queda mas remedio que pensar
en el sueldo que no alcanza, en las cuotas del televisor de última
generación, en la hipoteca, en las tarjetas de crédito agotadas, en el
colegio, en la playa de Ricardito, en la montaña de Pepe y Jorgito.
La vida es una lotería y a ellos jamás les toca y terminan bajando
por un tobogán que termina en un charco de barro.
Voy de regreso a la oficina y al doblar la esquina me doy de bruces
con Mariana. ¿Tomamos un café?, me pregunta y yo para nada
convencido le contesto que bueno. El mío cortado por el encuentro,
el de ella con una lágrima de leche y muchas más lágrimas
mientras me explica lo de su traslado. El traslado es mejor que el
despido le digo y con un veré que puedo hacer por ti, me hago el
invisible mientras ella sigue hablando. Doy el último sorbo y le
dejo caer que me esperan en una reunión y que tengo que volver
urgentemente a la oficina, y ella, sin querer pero con mucha rabia,
me deja caer sobre el pantalón beige claro todo su café con
lágrimas. Y otra vez en mi cueva, Julita me pasa un par de
llamadas, una de ellas era de Lucas pidiéndome entre nervios y
ahogos que hable con algún conocido para recomendarlo en
cualquier trabajo. El otro es de Clara, la novia de Pedro, para
proponerme un encuentro en el hotel de siempre. Me quedo
confundido, Clara todavía no sabe nada, ahora me sale con que
aprovechemos esta tarde porque Pedro está fuera de la ciudad en
una feria en Barcelona. Qué convencida estaba ella, que mal le
venden las mentiras en estas rebajas de oficina cuando las verdades
importan tan poco. Mariana tomando café me contó que Pedro y
Lucas hacía tiempo que se entendían. Yo no le entendía nada. Y
que Lucas durante un tiempo se entendió con ella. Ajá, ahora
empezaba a entenderla un poco. Y ella a su vez se entendía con el
Gerente. Ajajá. Y el Gerente también lo hacia con la ex mujer de
Lucas. Ajajajá, ahora me quedaba más claro este rompecabezas de
amor y traiciones. Y que claro, como Pedro no se ocupaba de
Clara, ella estaba segura que esa mosquita muerta tenía una
aventura con alguien y que ya descubriría con quién era el asunto.
Puse mi mejor cara de no pensaras que pueda ser yo, ¿verdad?
Pero Mariana era demasiado rápida, ya se imaginaría que algo
tendría yo que ver con Clara. También había sido mi amante
durante algunos meses, y antes de liarse con el gerente, había
sucumbido en los brazos de Carlos que acababa de ser dejado por
Clara que se había ido a vivir con Pedro quién también estaba
enamorado de Lucas y que éste sabía desde hace tiempo de las
relaciones de su ex mujer con alguien de la empresa y que el
gerente también estaba muy al tanto de los juegos prohibidos entre
Pedro, Lucas, Mariana y todos los demás, per sécula seculórum,
amén. Por lo visto la oficina estaba llena de almas infieles, era un
terreno propicio para ciertas libertades, era una cadena de engaños
y yo me negaba a ser un eslabón más. Pedro, Lucas, Clara, Rosa,
García Rodríguez, Carlos, Luis Meléndez, Mariana Bermúdez, el
gerente, Julita y su papada, Ana, Jorgito, Pepe, Ricardito, Susana,
Araceli, el jefe de personal, Garrido, todos, absolutamente todos,
eran ángeles con alas rotas. Relaciones que vienen y van por una
misma avenida, semáforos en verde, pasos de cebras acosadas por
leones hambrientos, suicidas del asfalto que no respetan el tiempo
y ahora, demasiado tarde, ven como les llega la hora, el si te he
visto, no me acuerdo; sálvese quién pueda pero yo el primero, los
demás a la cola y maricón el último. Y al final, se les clava en el
alma una espada de angustia que les deja esa sensación de que ya
nada será de color rosa.
Rosa adornando el florero de su mesa de trabajo y yo queriendo ser
el agua que acaricie esas bondades. Rosa que no me hace ni caso,
sabe lo mío con Clara y conoce a mi mujer desde que iban al
colegio. Rosa vestida de espinas y a mi se me clavan todas. Y Rosa
vestida sin escrúpulos y a mi nada de nada. Rosa tentación igual
que Clara, que Mariana, que Ana, que cualquier jovencita al
alcance de mis manos, de un juego de palabras convincentes y un
rosario de promesas que nunca llegarán a cumplirse. Ellas eran el
pecado y yo el pecador que vivía en un paraíso terrenal sin
manzanas, ni peras.
Sonó el teléfono y como una bofetada me volvió a la realidad. Era
Mariana desde el bar con la lengua pesada, trabada, quejosa, triste,
viperina, pegajosa, peligrosa, suplicante, amenazante y con un sin
fin de historias. La conocía de sobra en esas circunstancias, ya
había utilizado conmigo ese truco en otras ocasiones. Y bebida era
un peligro, por eso fui rápido a su encuentro, a echar cubos de agua
en ese incendio antes de que ardiera el monte. Me faltó muy pero
que muy poco para reconocerle a Mariana que yo era ese hombre
infiel que rondaba en días de luna Clara. Se quedó con la última
palabra y se guardó la duda para una mejor ocasión y cambió de
tema, yo pedí cambio para llamar por teléfono y anular la cita del
hotel, pero ya era tarde, al otro lado nadie contestaba y Clara se iba
a quedar esperando en vano su ración de placer y maldiciendo mi
estampa por mucho tiempo. Luego no me quedó más remedio que
aguantar el resto de las mil y una noches y toda una suerte de
reproches lanzados como dardos por Mariana. Ráscate el bolsillo y
paga la cuenta, me dijo, o me pareció entenderle, ya que las rondas
de whisky a mi también me habían hecho efecto, y cansado y
bastante aburrido, le pedí que apagara esos ojos llenos de rabia
porque me estaban encandilando. Vete a tu casa que es muy tarde,
Mariana será otro día le dije y la metí a empujones y despaché en
un taxi. Del bar a mi casa hay cinco calles, tardé una eternidad en
llegar esquivando las siluetas dobles que se me cruzaban. Entré a
casa intentando no hacer ruido, en todos los relojes de la ciudad
eran las dos y media de la madrugada. Me pareció que la mesa del
comedor estaba sin retirar, con los cubiertos de plata, el mantel de
hilo, la vajilla de porcelana, dos candelabros con velas. Seguí hasta
el salón y me pareció ver a mi mujer dormida en el sofá, talvez con
un vestido nuevo. En uno de los sillones había un paquete envuelto
con amor y una tarjeta escrita que decía: A pesar de todo, feliz
aniversario, te amo siempre, Pilar. Fui a la habitación, me tumbé
sin tan siquiera desvestirme y me quede dormido profundamente.
A la mañana siguiente desperté con un dolor de cabeza espantoso.
Giré mi cuerpo hacia la derecha buscando los ojos de Pilar. Ella no
estaba en la cama. Me levanté, fui al comedor y me encontré todo
ordenado, oí ruidos en la cocina, solté un tímido Pilar y del otro
lado de la puerta me respondió como de costumbre el buenos días
chillón de Catalina, la asistenta. Le pregunté por Pilar, por el
regalo, no vaya a ser que hubiera tirado la tarjeta. Y ella, con los
ojos abiertos como dos soles me respondió con un pausado y
melancólico: la señora hace tres años que no pisa esta casa señor.
Volví a la habitación, volví a la realidad, cerré la puerta y me puse
a llorar. Pensé en lo sólo que me sentía, en el tiempo que había
perdido engañándome cada vez que engañaba a Pilar, cada vez que
engañaba a todas. Comprendí entonces que yo también era otro
ángel con alas rotas, sin rumbo, en tierra de nadie, encadenado en
una ciudad sin mar y llena de rascacielos.
LA DEUDA
Había
jurado no regresar nunca más a la ciudad de los
rascacielos. Sin embargo, allí estaba otra vez metiéndose en la boca
del lobo y lleno de problemas como siempre. Como si ese siempre
no le hubiera bastado para arruinar su vida y la de cualquier ingenuo
que se juntara con él.
Después de un incomodo viaje, solo quería terminar con ese trabajo,
saldar la deuda y dejar atrás esa maldita ciudad. Así lo habían
acordado Toñito el Manco y él cuando aquél lo llamó de parte de
Don Leo con una propuesta que no podía rechazar. De esta manera y
tan sólo de esta puta manera, dejó bien claro el Manco, el Don
olvidará los problemas que le has causado.
Apuestas, apuestas, apuestas. La palabra apuestas retumbaba en su
cabeza mientras se preguntaba cuáles habrían sido los resultados de
las carreras de esa tarde. Juro que jamás volveré a apostar -se dijo y
pidió otro trago- pero mejor que sea a partir de mañana, si es que
aún hay un mañana en mi destino, si es que el destino por una vez es
generoso conmigo.
Encontró al fin la calle y caminó por ella unos cinco minutos para
estudiar bien la zona. Esperó una distracción del conserje, entró
como un fantasma en el edificio de lujo y entró en el ascensor. Subió
al piso 15, buscó la letra F, allí estaba, de bronce reluciente
atornillada sobre la puerta blindada del departamento. No se oía ni
un ruido, ni doscientos, ni trescientos. Tres gatos se peleaban en el
tejado del edificio de enfrente por una gata en celo y podían verse
desde la ventana del corredor. Tal vez a él también lo estaban
observando. Introdujo la llave en la cerradura, pero la cerradura no
aceptó el envite. Probó con la segunda llave, con la tercera, y
tampoco pasó nada. Por un momento se sintió confundido, creyó
que se había equivocado de piso, pero nó, estaba en el piso 15 y la
letra de bronce era la puta F y esas eran las malditas llaves que
estaban dentro del maldito sobre que le había entregado uno de los
malditos alcahuetes de Toñito el Manco aquella misma mañana en la
estación apenas se bajó del tren, quién le explicó que la llave que
tenía una marca roja era la de la caja de seguridad donde estaban los
documentos que debía recuperar, las otras dos eran de la puerta
blindada y que no tendría problemas porque no había ningún tipo de
alarma. Por último le advirtió que el edificio estaba vigilado las
veinticuatro horas del día y que no fuera tan gilipollas de dejarse
pescar. Una llave con una marca de color rojo, rojo inconfundible,
rojo pecador, rojo de un rouge provocativo, pero una llave que no
abría un carajo.
Cómo rugen los motores en el desorden del tráfico y esta lluvia
cabrona que no se cansa de mojarme. Ni un maldito bar abierto a la
vista, menuda ciudad, aquí se acuestan cada vez mas pronto, maldijo
en voz alta, mientras el pie derecho tropezaba con una baldosa suelta
y le llenaba el zapato de agua. ¿Por qué será que la llave no gira en
la cerradura si gira el mundo bajo mis pies? Qué poco sentido tiene
la vida cuando acumulas deudas y el tiempo se encoge en los
bolsillos vacíos y uno se ve en el precipicio que está tan cerca, pero
que tan cerca, que puedo sentir varias manos dispuestas a
empujarme y si te he visto no me acuerdo. Esas mismas manos que
aceptaban sin chistar mis apuestas cuando las cosas me venían bien,
que aceptaron también hasta el último centímetro de mi vergüenza,
pero que ahora no aceptan un nó como respuesta, un no puedo
pagarte hoy, dame más días. Y yo les pregunto ¿qué quereis ahora?,
¿mi vida?, ¿pero es que acaso os habeis vuelto locos?, ¿no sabeis
que mi vida ya no vale nada?, y además, sin mi vida os quedais sin
cobrar, y el que no cobra es un cabrón y entonces él se reía, se reía,
se reía y se callaba, se reía, se reía, se reía y se callaba, como la
noria que gira unos minutos bulliciosa y después, cuando se detiene,
le apagan las risas cómplices de los niños. Y otra vez la noria, otra
vez las risas y otra vez el silencio. Y así una y mil veces hasta que
vació los bolsillos de su chaqueta sobre la barra de ese bar de mala
muerte que había surgido al fin como un oasis bajo esa tormenta
prepotente. Cigarrillos rotos, una caja de cerillas, seis monedas, un
chicle, un peine, unas cuantas tarjetas de dudoso crédito, papeles
arrugados y al fin, lo que buscaba. Pidió el teléfono y marcó un
número mientras pegaba el oído a la radio que murmuraba entre las
botellas de la estantería los resultados de las carreras: Lucky Day
ganador en la primera, Kapital por dos cabezas en la segunda, Lord
Jim cómodo en la tercera, Blue Star en la cuarta… Creía recordar
que esa mañana antes de subirse al tren le había jugado a ese caballo
quinientos dólares por medio de Sean, que era uno de los pocos
corredores de apuestas que le echaba un cable en los malos
momentos. El número 716-733-7591 daba ocupado, pidió una
cerveza con un dado de vodka y se quedó pensando envuelto en el
humo de su cigarrillo. El dinero que debía era una cantidad tan
grande, como tan corta la vida de un jugador compulsivo que como
él, tenía que vivir escabulléndose todo el tiempo de sus acreedores.
Por eso aceptó el trabajito del Don, no le quedaba otra opción si
quería seguir con vida.
Debía siempre, debía y prometía, prometía y no cumplía, no cumplía
y le exigían, le exigían y lo acosaban, lo acosaban y lo perseguían,
lo perseguían y lo amenazaban, lo amenazaban y lo agredían. Y él
volvía a jurar y perjurar que nunca más, que ni una apuesta más,
pero luego se tentaba otra vez con caballos ganadores que resultaban
perdedores, con partidos arreglados que por arte de magia se
desarreglaban a última hora, con boxeadores que ganaban cuando
tenían que perder por paliza y él acababa perdiendo la paciencia, el
dinero, el humor de los demás y toda esperanza de salvarse, de
sobrevivir, de esfumarse del acoso de los prestamistas, de la presión
de los cobradores a sueldo. Don Leo quería su dinero y él no tenía
para nada paciencia. Todo aquél que intentaba engañarlo se podía
dar por muerto. Entraban en acción sus sicarios, sus chicos malos
como él los llamaba cariñosamente. Hay que dar ejemplo para que a
uno lo respeten, decía y repetía como un loro Don Leo. Y ese
ejemplo, ese respeto, consistía en ir destruyendo poco a poco la
resistencia de aquél que no cumplía. Jerry apostaba a todo lo que se
movía, y cuanto más apostaba, más deuda acumulaba y menos
tranquilidad tenía. Pidió nuevamente el teléfono y volvió a insistir
esta vez con mejor suerte. Al otro lado del teléfono una voz ronca
preguntó: ¿quién eres?, ajá, ¿a quién?, ajá ¿cuánto?, voy con dos de
los grandes a que Durán gana antes del séptimo asalto. Ajá, okey,
respondió la misma voz ronca, pero te aclaro que sabemos que andas
con problemas, espero que no se te ocurra desaparecer Jerry, por tu
bien no lo hagas, sabemos como encontrarte, de sobra sabes lo que
te puede pasar y colgaron. Jerry marcó otro número, ¿cómo están
hoy las apuestas Benny? ¿el partido de esta noche, está arreglado?,
venga, Benny, échame una mano, estoy desesperado. Dame media
hora y averiguo lo que está pasando, este es el último favor que te
hago, si el Don se entera me liquida. Dame esa maldita media hora
Jerry y veré que puedo hacer por ti.
Y a otra cosa, mariposa, pensó Jerry. Eso era lo único que quería
hacer, volar como una mariposa y no dejarse atrapar nunca más en
esa tela de araña que se teje en cada apuesta. Estaba harto de vivir
siempre así, con la soga al cuello.
El cuello fino y la camisa italiana que hacia juego con la minifalda
de cuero beige. Marianne era una joven muy atractiva, llamaba
siempre la atención con esos modelitos que le compraba Don Leo en
las mejores boutiques de Nueva York. También era una provocadora
de aquellas, que le encantaba hacer babear a todos los hombres que
se le arrimaban. Y esto le daba bastantes dolores de cabeza al Don,
que generalmente lo ponían de pésimo humor y entonces hacia que
sus matones molieran a palos a los infelices candidatos. Pero un
buen día, ella, en una de sus infantiles rabietas y con un enorme
desparpajo, lo amenazó delante de sus socios con entregar a la
prensa ciertos documentos que le había sustraído de su despacho y
que ahora guardaba en la caja de seguridad en su departamento. Y
eso él no lo podía permitir y esa noche no sería una noche
cualquiera. Al fin y al cabo, mujeres como Marianne había millones
y pululaban siempre a su alrededor. Marianne se había vuelto
peligrosa con el tiempo y ahora pretendía morder la mano a quién le
daba de comer.
La calle estaba desierta, el bar ya había cerrado, tendría que buscar
otra luz de neón o una cabina de teléfono, una cabina de teléfono
entre todas las cabinas profanadas de esa maldita ciudad. Solo
quiero terminar pronto con esto y regresar, perderme, hacerme
invisible. Pero ahora debo hacer la maldita llamada, no podía ser que
se equivocaran de llaves, eran unos reverendos inútiles hijos de puta.
Hacia mucho frío, estaba cansado y muy cabreado.
Estoy harto de este chico, berreaba Don Leo, además de todo el
dinero que me debe, me tendrá que pagar también por los dos años
que purgué por su culpa cuando el asunto de los hermanos Lucchetti,
el desgraciado dejó caer mi nombre en un interrogatorio y encendió
la mecha. Apuesta mucho y pierde, pierde y no paga, pierde el
control con la bebida, con las mujeres, con las apuestas. Es un
perdedor nato. Me tiene más que harto. Ya es hora de que pague. ¡Y
ya lo creo que me las va a pagar!
Al otro lado del auricular se oye la voz del Manco que sin dejarle
hablar va y le suelta: que dice el Don que el trabajo lo tienes que
hacer mañana, a las once de la noche ya puedes entrar al
departamento, no va a haber nadie. Recuperas los documentos,
esperas a que esa mujer llegue y la liquidas. Te dejaré un sobre con
otras llaves, la muy zorra había cambiado las cerraduras. Te dejo el
sobre mañana a primera hora en la recepción del motel Green
Garden, la habitación corre por tu cuenta, y colgó sin decir nada
más.
Jerry colgó la chaqueta y los pantalones húmedos en la silla, puso la
camisa en remojo en el lavabo y después de unos minutos la dejó
colgada como triste bandera en una percha de alambre retorcido
sobre el radiador. Se tumbó en la cama debajo de la fotocopia
descolorida del rostro de un Cristo que se perdía solitaria en la
pared. No había cómoda en la habitación, el colchón era incomodo,
la situación era incomoda y todo este asunto lo hacia sentir
tremendamente incomodo. Nunca antes había matado por encargo,
el no era un asesino a sueldo, solo lo había hecho en defensa propia,
la idea de matar nuevamente se le atragantaba. Llovió toda la noche,
el techo era una triste acuarela de goteras viejas y nuevas. No tenía
nada para leer y mucho menos en que pensar. Dejaría pasar las horas
como otras tantas cosas que había dejado pasar por su vida. Al final
de la recta, la botella de bourbon se terminó y él al fin consiguió
dormirse. Sus sueños, como siempre, se quedaban retenidos en la
frontera del miedo en guerras imposibles de ganar.
Golpearon la puerta, eran las ocho y debía dejar el Motel o pagar un
extra. La camisa se había secado pero tenía tantas arrugas como el
fuelle de un acordeón mudo. Se vistió rápidamente, recogió el sobre
que habían dejado con su nombre esa mañana, pagó y partió a
conseguir un arma, distraer el ansia y matar las horas. A partir de las
once de la noche, eso habían dicho.
Marianne se reía, se reía a carcajadas. Eddie era simpático, gracioso
y se vestía a la moda, además era joven y parecía tener dinero.
Marianne hablaba, hablaba mucho, hablaba demasiado. Hablaba
hasta por los codos y sus codos rozaban peligrosamente las copas de
champán y las horas contadas que sin saberlo le quedaban de vida.
Habla bla, blaba y dejaba escapar muchos nombres, muchas
direcciones, asuntos privados de Don Leo, demasiadas pistas para
cualquier agente encubierto. La pista de baile estaba llena, era un
buen lugar para intentar un ataque y poner en práctica sus dotes de
seductor. Eddie bailaba muy bien, la sabía llevar, la sabía estrechar,
la sabía sobar, pero lo que el pobre no sabía era que lo estaban
observando detenidamente, y desgraciadamente para él, que no
había aprendido a jugar con fuego sin quemarse, sus minutos
estaban contados.
Estaban metiendo su cuerpo en el maletero del coche, cuando
apareció la policía. El teniente irlandés de cicatriz en la frente y
nariz de boxeador se acercó, se percató enseguida de lo que estaba
pasando y de quiénes eran esos chicos malos. No dijo ni pío, ni
preguntó nada, tampoco quiso ver ese bulto sospechoso, tan
sospechoso como su foja de servicio, solo asintió y volvió sobre sus
pasos, sabía que a fin de mes recibiría su sobre como siempre. El
Don le había hincado el diente hace muchos años y como la
mayoría, pasaba a engrosar la nómina de policías pluriempleados.
Esta vez la llave se deslizó como un pez en el agua. Una vez dentro,
encendió una pequeña linterna, recorrió el piso entero hasta dar con
la dichosa caja de seguridad escondida detrás de un cuadro. La
abrió, cogió los documentos y buscó donde sentarse. Se desabrochó
la chaqueta, saco el arma, también su petaca, encendió el televisor le
bajó el volumen y se quedó esperando.
Esperaba Marianne inútilmente el regreso de Eddie, cuando desde la
barra, alcanzó a ver la cara cansada de Don Leo que la miraba
atentamente desde la mesa de su privado. Con una sonrisa burlona le
hizo una seña para que fuera hacia él. Ella se estremeció. Asustada y
por culpa de los nervios, su cartera se le escurrió de las manos
desparramándose todo lo que llevaba dentro, de dos manotazos
recogió las cosas y en el suelo, como un naufrago, quedó para
siempre y para el recuerdo la foto de Eddie dedicada y con un
teléfono al dorso. Notó algo extraño y tuvo miedo, era la primera
vez que le tenía miedo de verdad, algo inquietante había en la
mirada del Don y comprendió enseguida que no merecía la pena
seguir esperando, Eddie ya era agua pasada y dormiría pronto con
los peces. Pasaba la vida y ella no escarmentaba. Don Leo era
demasiado poderoso, controlaba todo, los juegos, la policía, los
prostíbulos, los muelles, la droga, los políticos, las vidas. Era una
mancha de aceite creciendo en el agua y había que saber nadar,
respetar sus decisiones y llevarle siempre la corriente sin dejar de
nadar a su voluntad.
El Cadillac blanco se detuvo, ella bajó, se despidió apresurada del
Don con un bye bye tembloroso y miró sin querer al reloj como si
esa fuera su última hora. Era la una menos cinco de la madrugada.
Marianne abrió la puerta del departamento, encendió la luz de la
entrada, dejó el bolso sobre una mesa, se saco los zapatos, fue hacia
el salón, y entonces pegó un grito que hizo despertar de un salto a
Jerry que se quedó sorprendido. ¡Que susto, coño! ¡me cago en
todos tus muertos! - dijo él -. ¡Qué susto! ¡Y mis muertos son los
mismos que los tuyos! - dijo ella -. Me acabas de dar un susto de
muerte, imbécil. ¿Pero que demonios haces aquí?, ¿cómo has dado
conmigo después de tantos años?, ¿cómo has entrado, se puede
saber? Lo mismo te pregunto yo, gritó Jerry desencajado, totalmente
descontrolado, perplejo, prendido a la pistola, prendido a la petaca,
prendido a la duda, prendido al pánico, al televisor mudo, a los
resultados, a las deudas. Prendido de un alambre de púas donde
colgaba y sangraba la vida. ¿Qué haces tú aquí? repitió Jerry con
una voz de incertidumbre y tremenda pena. ¡¿Porqué?! ¡¿porqué
tienes que estar aquí?! ¡¿porqué precisamente tienes que ser tú?!
Pequeña, mi pequeña, ¿porqué? baaang, ¿porqué? baaang, ¿porqué?
baaang, baaang, baaang, baaang. Cuando vació el cargador volvió a
abrir los ojos, entre lágrimas y humo, vio el cuerpo desparramado en
el medio del salón, se quedó un par de segundos mirando esa cara
bonita, ese cuerpo joven, esos años tan mal barajados como los
suyos, como los de muchos otros que entraban en ese circulo vicioso
y en las garras de gente como Don Leo. Se dirigió a la puerta, la
abrió y se volvió hacia Marianne, hacia el dolor, hacia el amor, hacia
la infancia, hacia la ternura. Lo siento dijo, lo siento mucho, te lo
juro, no sabes cuánto lo siento hermanita. Y se marchó pasillo largo,
escaleras abajo, escalones de a dos, de a tres, de a cuatro, sudando,
llorando, temblando, desencajado. Al llegar a la calle, vio un
automóvil detenido, un Cadillac blanco. Bajaron dos hombres y sin
soltar palabra le quitaron los documentos. La ventanilla trasera se
deslizó y apareció el rostro impertérrito de el Don, quién con voz
ronca le gritó al mundo, a la gente, a los cuatro vientos, a los
insolentes, a los pecadores, a los perdedores, a los que no cumplían,
a los jugadores, a los que le debían. A él, a Jerry Callahan. ¡Jerry,
maldito irlandés bastardo, con esto has saldado conmigo tu deuda!
RINCONES PELIGROSOS
Leticia
eligió una esquina de mis sueños para ir a descansar
después de un largo viaje. Agustina, me salió con la excusa de que
se pasaría por la galería de arte donde exponía su amiga Helena,
pero no quería que la acompañara porque yo le resultaba demasiado
aburrido. La cándida y dulce de Jimena me rechazó la invitación sin
ningún pero, pero comiéndose una pera prefirió vagar a solas por las
Ramblas recitando poemas de escritores rojos, y rojos tendrá los
labios y las mejillas por el frío. Michelle elle elle, se rió a carcajadas
cuando me ofrecí a sacarle el perro todas las mañanas a cambio de
un paseo con ella los domingos y fiestas de guardar, amigos como tú
mas vale tenerlos bien lejos me dijo, y si te he visto no me acuerdo.
Y por fin queda Rosaura, la rockera, toda descocada, la más alocada
y divertida, me dijo sin rodeos que no tenia nada de ganas de verme
y que además, después de la gran fiesta de ayer en su casa, a la que
por cierto no fui invitado, tenía que ordenar sus ideas y los discos
desparramados por todo el salón. Ellas todas, bribonzuelas, tenían
algo que hacer, pero ninguna lo quería hacer conmigo.
Yo, que siempre estaba atento a la primera ocasión para poder
abordarlas, preparado para aprovechar cualquier descuido de ellas,
midiendo el primer paso en falso que dieran hacia adelante, hacia
atrás o hacia el costado, preparado, listo… ¡ya! por si alguna vez
dudaban y se dignaban a darme un piadoso sí como respuesta y así
poder al fin tener con cualquiera de ellas una inolvidable noche de
vino tinto con soda y rosas sin espinas.
Hojas de parra, ramo de flores, día de los enamorados y amarraditas
están todas ellas cada cual con su pareja. Pero no os olvidéis de mí,
escurridizas bebotas, que estoy muy pero que muy solo, en busca de
señoritas de compañía y les comunico, por si tenéis alguna que otra
duda, que no soy para nada exigente, más bien tirando a verde
simplón.
Mi corazón está lleno de rincones peligrosos, y entre amores
platónicos que son totalmente cómicos, y jovencitas que no me
hacen ni puñetero caso, yo no como nada que tenga ajo para no tener
mal aliento y así mis besos, cuando llegue ese tan ansiado día, ese
majestuoso momento de un têt a têt con leche y bizcochuelos con
cualquiera de ellas , sepan a primaveras para tá té tí suerte para mí y
para la afortunada que le toque como premio mi persona, picaronas
con piel de cordero y corazón de fierecillas indomables.
Y mientras yo preparo mi tesis doctoral con la ayuda de seis azafatas
imaginarias que vuelan sobre mi cabeza y no aterrizan nunca, se
pasa el invierno sin nada más interesante que contar. Con la llegada
del verano espero impaciente nuevas emociones y que me llame
Andrés con alguna buena noticia, como ésta por ejemplo, la de ir
una semanita entera, o mejor aún, dos, a algún lugar paradisíaco en
su maravilloso barco velero porompompero con sus fermosas
amigas, así podré comer con ellas unos sabrosos bocadillos y de
paso, cañazo, hacer muy buenas migas.
Me cortaron el gas esta mañana por falta de pago, golpié la puerta
del vecino para preguntarle si me dejaba calentar una lata de
lentejas, me contestó estupefacto y de muy malas maneras que le
fuera a dar la lata a otro con mis problemas. Otro mal educado pensé
yo. Ya verá, se va a enterar a la hora de la siesta porque pienso
poner la música a todo volumen. Me sentía fatal y fui directo al
consultorio, no estaba mi querida Dora, me atendió otra doctora. No
tengo sarampión, ni catarro, ni tampoco varicela, pero si estoy muy
muchito marchitón del alma y deprimidito por esta condena de estar
tan solo, y de paso le digo que todo yo mido uno setenta y cinco de
los pies a la cabeza y no sé cuánto, pero mucho muchón, de la
espalda a la Sancho panza. Míreme las nalgas porque me han salido
unos horribles granos. Grandes y maravillosos pechos tiene esta
señorita, talla large y de lino la camisa de la doctorcita, le pediré con
descaro una nueva cita, y de pana aburrida mi pantalón color
madera. E impaciente estoy por sentir los celestiales dedos de la
licenciada en medicina sobre mi sudorosa frente. Tila me aconseja la
muy desgraciada y yo le propongo una botella de sidra a la luz de
una vela. Manchas de café adornan mi corbata, ronchas rechonchas
florecen en mi enorme barriga, mírelas sin prisa, tómese todo el
tiempo que quiera. Chás chás chás le voy a dar en el culito si me
sigue tomando el pelo jovencito, dos supositorios se aplicará por día
durante una semana y adiós muy buenas. ¡Que pase el siguiente!
Y ese pelo en la sopa pudo causarle muchos problemas a Nacho si
su jefe hubiera estado esa mañana en el restaurante, pero por suerte,
las clientas eran turistas y por más que se quejaban, él no les
entendía nada y se hacía el sueco como ellas que eran auténticas
vikingas, escandinavas, nórdicas, rubias, espectaculares, macizas y
liberales de allende la Suecia helada. Tienes que tener mas cuidado
le dije y no perder esta mina de oro, con todas las extranjeras que
vienen por aquí podríamos hacer estragos en sus corazones con un
póquer de ases. Nacho me invitaba el café pero me hacía pagar las
tostadas con mantequilla y mermelada de melocotón sin ton ni son.
¿Me lo dices en serio? me pregunta Nacho con tono de guasa, te
podrías pasar la vida aquí que no conseguirías jamás que te hiciera
caso ninguna de estas bellezas, eres demasiado gordo y feo para que
se fijen en ti. Me tengo que ir, le dije muy enfadado, sin disimular lo
mal que me habían sentado sus últimas palabras y que siempre me
cobrara las tostadas y la mermelada de melocotón sin ton ni son,
tengo que comprar algo, nos vemos después y si sobran macarrones
me guardas un buen plato.
Los macarrones no son marrones, pero si los zapatos con tacones
altos que me insinuó Agustina que le regalara cuando la llamé para
felicitarla por su cumpleaños. Que le dejara los zapatos a la portera,
que ya me llamaría para contarme si le habían gustado y que no me
molestara en llamarla otra vez porque no estaría para mí por lo
menos en cien años. ¿Calza un 35 o un 36?, no le entendí bien, que
otra vez me lo cuente mejor. Y yo conté con gran dolor de mi
bolsillo tres mil novecientas noventa y nueve pesetas, por los
malditos zapatitos. Agustina Agustinita, que agustinito estaría yo si
tu bajaras a buscar el regalito, nos podríamos ver aunque sea tan
solo un ratito así de pequeñito ñititito y dejarías lo de no verme por
un siglo para otra ocasión, no seas mala, sé toda tú buena y
enséñame tus bondades verdaderas, corazón de dulce melón, tilín,
tilón.
Todas me hacéis de lado y todos los días barajo las cartas de amor
que os he escrito durante estos últimos meses y que estoy más que
seguro no os habéis molestado en leer, me sé de memoria cada una
de ellas, a todas vosotras os escribo lo mismo para no equivocarme:
Querida gordita, gordita a todas, y luego, el típico bla bla bla como
te quiero eres la estrella más grande del cielo, bla bla bla como te
añoro sin tu sonrisa yo me amodorro, bla bla bla cada día mas bonita
y mas maduritas tus peritas, aprovecho la presente para saludarte y
que sepas que estoy vivito y coleando y esperando ando para hacer
el amor contigo, te lo mereces todo y yo también, si supieras lo
ocupado que estoy con mi tesis, avísame con tiempo para hacerte un
hueco en la agenda y así nos vemos algún día, pero descuida que yo
te llamaré, porque por lo visto tú has perdido mi número de teléfono.
Siempre tuyo, el hombre invisible, que necesita mucho, mucho, pero
que mucho amor y sexo también.
Y ahora que lo pienso tengo que cuidar mi peso, a partir de mañana
voy a ir a un gimnasio. Mmmsi, lo juro. Mmmnop, debe ser muy
caro. Mmmnosé, me lo pensaré, mañana Serrat otro día y no dejes
para mañana lo que puedas comer hoy, por eso mejor entraré en este
bar y me pido ya mismo un pincho de tortilla, una ración de
boquerones y también ¿por qué no? unos callitos a la madrileña con
un par de cervecitas bien fresquitas para calmar al bichito que tengo
en la pancita.
Andrés le comenta a todo el mundo que pasar el día conmigo es un
coñazo y que por eso no me llama nunca, que a todo le saco punta
con el sacapuntas de mis absurdos y delirantes pensamientos. Dice
que sólo hablo de mujeres, de mujeres que no conozco y que me
invento, de amores imposibles de creer y relaciones que rozan el
absurdo. Doy por descontado que no se traga nada de lo que digo,
pero le perdono los comentarios extras y desproporcionados porque
es el único que tiene un barco velero porompompero y muchas
amigas bellas, bellas, bellas, todas ellas mis damas de las camelias,
dromedarias, reinas magas, hadas blancas, dulcineas.
Leticia un buen día me llama a casa y me sorprende. Me quedo
mudo todo todito del todo. Propone un intrigante encuentro a las tres
de la tarde en la esquina de Balmes con Paseo de Gracia, mi avenida
preferida. Digo por supuesto que sí, que sí, que sí, porque me
encanta y porque me sí. Y ya de paso, después de otra sorprendente
y casual llamada, podré estar a las cinco en punto de la tarde en la
puerta del cine Savoy porque voy mas luego a encontrarme con
Rosaura, mi aura, tres hurras por ella, tres hurras que valgan, ella es
italiana y alérgica a la lana.
Ya veras que ricas son las cosas aquí mi amor, mordisquito sin fin,
un pinchito de morcilla y un vasito de vino tirintintinto con soda
para ti y un bocadillo grande grande grande de jamón serrano y unas
cervecitas itas itas itas bien fresquitas para mí, cerecita, cerezas, tus
aros parecen cerezas, tus pechos dos melocotones y un desastre tu
peinado, menudo peluquero tienes, te dejó el pelo como una
virulana, cabeza de calabaza, calabacita, mi corazón lleno de Leticita
mi pequeño bombón. No meta baza en nuestra conversación, se lo
ruego, deje que lo aclaremos nosotros, le decía el joven de la mesa
de al lado a una señora morsa con cara de futura suegra que tomaba
de la mano a señorita foquita en posible estado de buena esperanza
mirándola por el derecho e insultándola al revés. Mire donde mete el
pie caballero, grito yo muy enfadado, me acaba de dormir los dedos
con un pisotón. Un piso más grande debería alquilar, compartir los
gastos con Nacho, con Jaime o con Nicolás, ¿qué te parece la idea?
pero antes que nada ¡Feliz cumpleaños Leticia!, esta cafetería me
gusta mucho, ¿sabías que hacen un chocolate con churros de
rechupete? Pidamos también este manjar, que un día es un día y total
la cuenta la vamos a pagar mitad y mitad. ¡¡Pues no!! ruge furiosa la
fiera Leticia, la verdad es que me trae sin cuidado el chocolate, los
churros, la cafetería y todas las chorradas que me estás contando, y
no es mi cumpleaños, ¡cretino!, es el de Agustina, estoy a régimen y
de pésimo humor porque no me entra la blusa. ¡Pero ilusa! Cómo te
va a entrar la blusa si estás tan rellenita, pienso yo para mis adentros
bien callados y escondidos en el bosque frondoso de mi corazón. Te
quería decir en persona que no vuelvas a llamarme, que no me llenes
el buzón con tus cartas ridículas, me dice la muy desgraciada
mirando de reojo al rubio atlético y fornido que teníamos enfrente.
Estoy harta de encontrarme el contestador con tus mensajes
estúpidos y obscenos ¿entiendes?, harta de que me llames a las dos
de la mañana para saber como estoy, quiero que me olvides, y
cuando te digo que me olvides, es que me olvides para siempre, eres
insoportable, un estúpido, un enfermo delirante. Y yo, quemándome
los labios, la lengua, la garganta y mi orgullito todito con el
chocolate caliente, manoseo el último churro del plato antes de que
se lo lleve el camarero. Y antes de que pudiera decir esta boca es
mía, Leticia estaba en la calle acompañada por el rubio fornido, y yo
estuve a punto de decirle que se iba sin pagar la mitad de la cuenta,
que eran como unas setecientas pesetas y que por lo tanto me tenía
que dar trescientas cincuenta y que si le parecía bien, le dejábamos
algo de propina al camarero que había estado muy atento mirándole
las piernas, pero pensé que sería mejor dejarlo pasar, ya se lo
recordaría sin falta cuando la volviera a ver. Bueno, tengo que
reconocer que esta chica se sabe expresar con mucha claridad, no
tiene piedad, parece sincera la muy condenada. Pues nada, a otra
cosa mariposa. Iré caminando despacio hasta mi próxima cita y
recapacitaré recitando en prosa lo que me ha dicho Leticia, coma por
coma, punto por punto. Y llegado a este punto me doy cuenta que
llego media hora antes a la otra cita. Hoy más que nunca me
entregaré a Rosaura todo entero como si fuera un dulce caramelo.
¡Me lo imaginaba!, brama como un animal ella mirándome de arriba
abajo y yo mirándola de abajo arriba con esos pantalones ajustados y
esa camisita transparente bien pegada marcándole los pechos que me
quitaban la respiración, el hipo, la depresión, el recuerdo de Leticia.
Y entonces yo voy y le digo que no compré las entradas porque
estaba esperando que ella llegara y que si me podía dar el dinero y
así ponerme en la cola, que la película me habían dicho que no era
muy buena, que Harrison Ford era el asesino y que qué bien nos lo
íbamos a pasar los dos juntitos a oscuritas en la última fila. Ella me
vuelve a echar una mirada, esta vez solo por arriba, me pone cara de
asco y sigue con su ya me lo imaginaba tacaño de mierda, que pintas
traes, ¿no te da vergüenza?, estaba segura de que estarías como un
idiota antes de la hora, mejor así, porque no tengo mucho tiempo,
solo quería decírtelo a la cara ya que parece ser que no te das por
aludido, no quiero que me llames nunca mas, estoy harta de qué lo
hagas a todas horas, a la oficina, a mi casa. No eres nadie para mí,
no existes, no quiero saber nada de ti, ¿lo has entendido?, eres
patético, impresentable, aburrido, un enfermo mental obsesionado
con el sexo. Y mientras me repongo de este segundo fracaso he
intento abrir la boca para decir pío pío, la muy condenada se sube a
un taxi sin decir adiós y desaparece de mi vista como por arte de
magia, hasta la vista le digo con una amplia sonrisa, imbécil de mí,
sintiéndome observado, despellejado y carcajeado por todos los allí
presentes. Allí no me quedo ni un segundo más, faltaría menos, y
menos mal que no saqué las entradas, porque luego vete a pedirle el
dinero a esta desagradecida.
El dedo índice acusador de Nicolás me esperaba en el restaurante
donde trabaja Nacho de ayudante de cocina. Y va y me suelta un
amenazante no se te ocurra volver a llamar a Jimena, ¿me oyes?,
llevo un tiempito intentando conectar con ella. Pues ella será la que
decida, suelto yo todo envalentonado y bastante entonado de copas
por culpa de mis últimos fracasos. Sostengo lo que digo y por favor
que alguien me sostenga que me voy a desmayar. Después de unos
minutos me despierto shoqueado y sentado en una mesa con un
fuerte golpe en la cabeza, un tremendo dolor de orgullo y una
sinfonía en Do Mayor de mil murmullos. Entre el mareo y la
vergüenza, me pongo a chapucear como un grandísimo idiota
algunas palabras sincerándome con quién quiera oírme… yo, yo te
lo juro, te lo juro por esta crucecita que llevo colgada en el pecho
que tu me llenas los pulmones con aire fresco de las montañas
nevadas y los ciervos corren alegres por nuestro amor, mi amor,
Michelle, ma belle, y de repente me pongo a silbar esa maravillosa
canción de los Beatles, y elle me mira horrorizada, y yo continúo
porque no tengo nada que hacer ni que perder, con un sincero y sin
sentido enamoréme de ti locamente tenme, me entrego todo entero a
ti si tu lo quieres y me lo pides, y Jaime va y me da una patada por
debajo de la mesa, luego otra y luego otras tres más y una vez que
tengo la pierna llena de moretones caigo en la cuenta de que se está
enrollando como una persiana con ella y que la ventana del corazón
de Michelle, ma belle, elle elle no se abrirá nunca para mí. Mimitos
quiero de alguna de vosotras pero no me hacéis ni caso y yo me
desespero. Y tras este nuevo error de cálculos, ende repente, veo que
Jimena, ¡vaya sorpresa!, está sentada a mi lado y decido tirarme un
lance con ella. Pero que cagada, aquí el que no corre vuela, ella toda
está bien prendidita de la mano de Nicolás que me mira sobrador y
yo con cara de perdedor alcanzo a ver a Nacho que trae a la mesa un
plato de macarrones tristes que sobraron de la mañana. Y yo me los
como callado contando las pecas que tiene Jimena en la cara y que
nunca podré saber si son trescientas, quinientas o diez mil porque no
para de moverse por toda la risa ja ja ja ja que tiene encima mientras
se dirige a mí, a dúo con Michelle elle elle y van en estéreo y me
dicen que aprovechan que los chicos están distraídos para ordenarme
bien ordeñado que no las llame nunca más, que están podridas de
que les recite por teléfono poemas indecentes, eso me dice Jimena, y
que el perro prefiere aguantarse sus pipís antes que salir al parque
conmigo, eso me dice Michelle elle elle. Que les doy muchísimo
asco, que se nota que no tengo nada que hacer y bla bla bla, que tal y
tal, todo bien rapidito y por lo bajito, todo tan ito tan ito tan ito que
del disgustito que me dan, me entra un hip hip hipo hipito y también
unos pucheritos y me largo a llorar cubriéndome la cara con la
servilleta. ¿Y yo qué sé qué más me queda por hacer para caerles
bien a estas muñecas? me pregunto yo bien adentrito mientras hago
barquitos de pan en la salsa de tomate de los tristes macarrones. En
eso que, tatachán, aparece Andrés lleno de carcajájájádas, todos se
ríen, se ríen, se ríen, yo no me rió, me ahogo, me ahogo, todos beben
mucho champán, a mi no me dan, todos hablan del mar, yo no
quiero nadar nada de nada, quiero desaparecer porque ya veo que a
ninguno de ellos les importa un reverendo pito mi presencia. De
pronto, como impulsado por un resorte, me encuentro en la calle
bajo un diluvio universal esperando el autobús para volver a casa y
llamar a Agustina que es la última oportunidad que me queda en este
día de memorables fracasos.
Quedan cinco minutos para que den las doce y el teléfono al otro
lado suena y suena y suena y suena y suena y suena y suena y suena
hasta que por fin, sale una voz de ultra tumba que grita furibunda un
¡¡¡¿Quién es?!!! para ahuyentar cien lobos y yo con piel de corderito
suelto un tímido Agustina ¿no estarías dormida, no?, no te quería
molestar, pero hoy he comprendido que te quiero muy mucho sin
condiciones ni pagarés, que estoy muy enamorado de toda tu
persona y pensaba que la vida está llena de cajas con sorpresas, cajas
con bombones, cajas de herramientas, cajas fuertes, cajas de ahorros,
que podríamos hablar hablar hablar y hablar, intercambiar ideas,
sellos, cromos; abrirnos el uno al otro como una flor de loto en
primavera y de paso me gustaría saber que te parecieron los zapatos,
porque mira que me costaron caros, caro cuore, costaron tus zapatos
una barbaridad. ¿Qué me dices? Agustina chiquitina mi péndulo
incrédulo de amor. ¡¡¡Que te den por culo, imbécil!!! ¡¡¡Estaba
dormida!!! Explotó en de repente su voz dejándome casi sordo,
extrañado, colorado, callado, anonadado. ¡Los zapatos son una
mierda!, conociéndote como te conozco no me extrañaría nada que
los hayas comprado en las rebajas, y sin más, me colgó. Yo colgué
mi última esperanza en el perchero de la desilusión y no me quedó
muy claro si le habían gustado o no los zapatos zapatones que
compré en las liquidaciones. Comencé a preguntarme si además de
feo y gordo tendría algún que otro defecto, que hacían un efecto
equívoco, si no me equivoco, de mi persona llena de torpeza. Vamos
a ver, veamos con calma, Leticia me dijo que era un insoportable, un
estúpido y un enfermo delirante, Rosaura me suelta tan fresca que
soy patético e impresentable, Jimena y Michelle elles elles tan
insolentes se despachan con que soy un indecente y que les doy asco
y por último Agustina me escupe un categórico que me den por
donde más duele y no sé que más de las rebajas. ¡Ahh!, por cierto,
antes de acostarme, que no se me olvide el supositorio recetado con
cariño por la hermosa doctorcita a la que estoy seguro que le he
caído muy pero que muy bien. Prefiero no sacar conclusiones, de
momento, lo mejor es ignorar todo, debe de haber algunas
confusiones, me tomaré una infusión de manzanilla e ireme
tranquilito a dormir mirando la vida desde mis sueños de color de
rosa.
Al día siguiente me levanto muy tarde, con algo de resaca y de buen
humor, como siempre. Ya en la ducha el primer contratiempo, no
hay agua caliente, tarde o temprano tendré que pagar la factura del
gas. Me miro al espejo y mientras me afeito con agua del tiempo
descubro un bulto morado en medio de la frente. Recuerdo entonces
el golpe con la mesa y algunos flashes que me avergüenzan. Suena
el teléfono y al otro lado del auricular se oye la voz radiante de
Andrés que me dice descaradamente que como no tengo nada que
hacer puedo ir a limpiar su barco velero porompompero porque este
fin de semana quiere ir a navegar con sus amigos y que muchas
gracias, que no me hacen nada de gracia, porque a mí no me invita.
Le digo entonces que sí, que no se preocupe, que iré a limpiarlo y le
pregunto que qué día salimos y también a que hora porque tengo
otros planes que planeo inventarme, y él va y me dice sin ningún
crepúsculo escrupuloso que haga sin problemas mis planes bien
planeados y que planee todo lo que quiera con la imaginación de
esas mujeres que me invento, porque no hay sitio para mi, que solo
irán parejas. Rejas en mi corazón después de estas categóricas
palabras, soy un mago sin abracadabra, tengo que sacar algo urgente
de mi vieja chistera para no quedarme en tierra firme como un
capitán de madera. Y después de unas horas de duro pensar y fregar
la cubierta del barco velero porompompero, ya lo tengo, ya lo tengo,
ya lo tengo, digo yo, digo yo, digo yo para mis oídos todo contento
después de ocurrirsemeremere una genial idea, me esconderé en
algún hueco del barco velero porompompero y saldré cuando ya
estemos en alta mar, como si después de limpiar me hubiera
quedado dormido entre suspiros y ronquidos. Mediré las palabras
para que por lo menos alguno de ellos me crea, aunque bien sé que
ellas todas se pondrán a cacarear y se revolucionará el gallinero con
tantos gallos y gallinas y un servidor como polizón palizón panzón.
Que maravillosa Vargas Llosa idea se me acaba de ocurrir y cómo
no se me había escurrido antes de entre las manos. Pondré mi mejor
cara para darles una buena impresión y una grata sorpresa.
¡¡¡Sorpresa!!! ¡¡¡Sorpresa!!! Grito yo mientras me tropiezo y caigo
de bruces sobre el cuerpo con corpiño negro de Michelle elle elle.
Sonrío como un grandísimo estúpido redondo y patoso, sintiéndome
el único mono en esta parte del planeta. Sólo os pido que me tratéis
con guantes de seda, parejas de enamorados, que estoy muy malito
con este mareo y yo me rio y me rio para mis adentros viendo sus
caras y pensando en como me gustaría ir yo solito con estas cinco
bebotas bobotas a Rio de Janeiro. Antes que digan esta boca es mía
comienzo a recitar a viva voz y con cierta gracia, por cierto, unas
rimas de Espronceda: Con diez cañones por banda, viento en popa,
a toda vela, no corta el mar, sino vuela, un barco velero
porompompero bergantín… pero antes de que termine estos versos,
me reciben indignados todos ellos y muchísimo más ellas,
furibundas, iracundas, marabuntas, enfundadas en sus nuevos
bikinis, tangas y pareos, y ni un hola ni un jellou, y por elio me
quedó una congoja bastante coja, temiendo ser presa de la ira de
esos hipócritas. De repente repentina tiro hacia ellas unas coloridas
serpentinas y hacia ellos unos confetis de sonrisas pero me
devuelven una lluvia de cojines, de cajones, latas, latitas, latones,
sacacorchos, botellas, calzones y yo pidiendo mil perdones y que por
favor se lo pensaran bien y no me tiraran al mar porque no sé para
nada nadar y que a cambio les guardaré la ropa y si hace falta se las
plancharé sobre la tabla de surf del rubio fornido que se está
comiendo a besos el cuello de Leticia mientras las otras siguen
tirándome todo tipo de cosas que rebotan en toda mi blanca
obesidad. ¡Que sofoco! ¡Que calor! grito yo esperando un gesto de
compasión. Michelle elle elle, si supieras que bien te queda ese
tanguita, tanguitas muchas ganas de comerte toda entera. Entonces
surgieron todo tipo de comentarios hirientes, mal intencionados, mal
pensados y mal olientes, pero yo hacía oídos sordos, como si
conmigo no fuera la cosa. Qué sabrosa está Jimena con ese modelete
rosa que apenas le tapa los cachetes de sus generosas nalgas. Pero
ellos seguían, seguían y seguían, porque ellos sólo se guían por los
impulsos de la burla barata, arrasan con todo lo que tienen delante y
no les gusta, y yo no les gusto para nada, está muy claro, y miro
hacia otro lado, convencido de estar hecho un pincel con el
sombrero de playa, la camisa hawaiana un poco descolorida y mi
precioso eslips rojo, que en un pequeño deslips, dejó asomar parte
de mis más íntimas y preciadas joyas ante las miradas atónitas y
descompuestas de mis reinas, reinetas, que ahora que me doy cuenta,
tienen todas al aire sus hermosas tetas. Te tas jugando que te
arrojemos al mar, me dice el rubiecito fornido dueño de la tabla de
surf plancha que te plancha, más te vale que te quedes quieto en
aquél rincón. Y yo, que otra vez pensaba en los rincones peligrosos
del amor, miraba de reojo los cuerpos tostados cubiertos por
diminutas prendas de estas estupendas bellezas. Otro hurra muy
hurra y muy fuerte por todas ellas, mis inalcanzables sirenas, mis
nenas, nenotas, me caen cien mil gotas de sudor en este rincón a
pleno sol donde me han exiliado y no me hacen ni caso, mientras los
marineros de agua dulce se lo están pasando de rechupete con las
cinco maravillas llenas de bondades, rascacielos, rasca pechos,
pechos sanos, ricos senos, cosenos, tangas y tangentes y a ver si
comemos que me muero de hambre y me da como un no se qué de
que no me vais a dejar probar bocado y abocado a mi suerte me he
quedado ya que no tengo abogado. Me iré haciendo a la idea de que
dormiré solateras en la cubierta del barco velero porompompero, con
lo fresquita que está la noche y además, parece que se avecina una
gran tormenta.
Amanecí completamente arrugado, húmedo, calado, cansado,
resfriado atchíssssssssssss, hambrrriento, sediento, congelado, pero
como siempre de buen humor y no lo puedo negar, con muchas
ganas de ir al baño. Y para que negarlo también, con un mosqueo
monumental por sentirme humillado por ellas y olvidado por ellos a
quienes creía mis amigos y ahora me estaban dando la espalda.
Andrés se acercó con una taza de café, mientras, los otros bobolicos
iban subiendo a cubierta con el cuerpo planchado, la sonrisa fresca,
luciendo modelitos para la ocasión, hablando de que si esto, que si lo
otro, de que qué Alicia en el país de las maravillas era hacer el amor
con el vaivén de las olas y que espantoso debía ser pasar la noche a
solas y bajo las estrellas jájájá jíjíjí juá juá juá jájájá jíjíjí juá juá juá.
Se habían levantado con la idiotez subida de tono, mientras yo me
subía el pantalón maldiciendo porque no habían dejado papel
higiénico. A veinte millas de la costa y después del desayuno,
decidieron que a pesar de que el cielo no estaba del todo despejado,
nadar en alta mar, sería muy emocionante. Y como ya he dicho
antes, yo no sabía nadar nada de nada, por eso me dejaron la
arriesgada misión de cuidar el barco velero porompompero de un
posible ataque de piratas, que estuviera atento y que si tenía buena
vista y divisaba tierra, que gritara tierra a la vista como el marinero
de la carabela de Cristóbal Colón tilín tilón, con ping y con pong y
entre grandes y estruendosas risotadas se fueron tirando uno por uno
al agua de la mar salada. Cuándo los vi a todos en el inmenso mar
Mediterráneo nadando a croll, mariposa, braza, ¡madre mía que
nenazas!, debo reconocer que me dieron mucha envidia. Todos
juntitos en su grupito de perfectos idiotas, riendo, disfrutando,
flotando, frotándose, besándose, burlándose hasta el hartazgo del
muñeco Michelín que era el apodo que me había puesto Michelle
elle elle. Y yo, aguanta que te aguanta, en la cubierta disimulando
hacer algo útil mientras me moría de calor. Calor maldito y malditos
también todos vosotros, pandilla de figurines de escaparate de tienda
de saldos. Agustina, Jaime, Leticia y el rubio fornido se alejaban
cada vez mas del barco velero porompompero seguidos por Nacho,
Nicolás, Jimena y Michelle elle elle. Rosaura esperaba a Andrés que
me decía que el agua estaba fantástica y que pena que no supiera
nadar nada de nada, que con el calor que hacía donde mejor se
estaba era en el líquido elemento, y que maravilloso era nadar entre
las olas del mar dubidú dubidá.
Y se fueron alejando nomás. Alejando, alejando. Y el sol, entre las
nubes, pegaba fuerte, pegaba fuerte. Seguían alejándose, alejándose,
y el sol cruel, despiadado, torturador, derritiéndome, derritiéndome.
Cada vez más lejos, más lejos. Y yo tramando algo, tramando algo.
Pasaron diez minutos, un cuarto de hora. Dos tequilitas con limón y
sal. Se escucha un trueno, dos truenos, tres truenos. Veinte minutos,
media hora. Cuatro tequilas. Me parece que alguno de ellos quiere
volver. Algunos vuelven, parece que vuelven todos, el último paga
la cena y sálvese quien pueda grita el más estúpido de todos. El
tiempo en pocos minutos cambió bruscamente y el mar comenzó a
desperezarse, a sacudirse, a encabritarse. Se escucha otra tanda de
aterradores y estruendosos truenos y varias ráfagas de rayos. El cielo
se pone completamente negro, está a punto de rajarse. Cinco
tequilas. Sí, están volviendo, pero aún están algo lejos, están
nerviosos. De repente, me parece oír unos gritos, sí, claro que sí,
claro que son gritos, un rosario de gritos y bien fuertes, veinte brazos
que se agitan en la inmensidad del mar, pero ninguno de ellos con
intenciones de saludarme. Mueven los brazos desesperadamente,
hacen señales para que dirija hacia ellos el barco velero
porompompero. Ahora me llaman por mi nombre, Juaaaaan, cielo,
glu glu glu, grita una. Juaaaaaan, cariño, glu glu glu glu glu glu,
gritan otras. Juaaaaaaaaan ¡por tu padre! glu glu glu glu glu glu glu
ven a rescatarnos, no te hagas el gracioso, reputéan los otros. Ya no
soy el muñeco Michelín, el asqueroso, gordo y fofo, vuelvo a ser
simplemente Juan, el salvador gaviota que surca el cielo. Pero ahora
soy yo el que está mejor ubicado, más cómodo, tranquilo y bien
seguro, porque estoy en la cubierta del barco velero porompompero
y más vale estar solo que mal acompañado. Siete tequilas. Leticia,
Leticita, otra leticitita de tequila me voy a tomar por ti, a tu salud,
chin chin brindemos, ya no te pediré otra cita, pídele a tu rubio
fornido que te haga el boca a boca sobre la tabla de surf y luego
enséñale a planchar y que no se queme. Parecen estar asustados,
cansados, agotados, asfixiados. Agustina, no sabes lo seguro que
estoy de que no estarás para nada agustinita en medio de este
horrible aguacero, ya veras la de variedad de colores que tienen aquí
los peces. Nueve tequilas. Grupito engrupido de perfectitos idiotas,
ya no tienen ganas de nadar, acalambrados, aterrados, aferrados a la
esperanza de que vaya a rescatarlos y muy disgustados por los
nubarrones que van a estropearles el fin de semana y el bronceado,
estos nubarrones que se presentaron como yo, sin avisar. Diez
tequilas. Jimena, ahora podrás vagar por las Ramblas del fondo del
mar, ya verás como Neptuno recita poemas mucho mejor que yo.
Once tequilas. ¡Ay! mi Michelle elle elle, ¿quién sacara ahora tu
perrito a hacer sus necesidades si nunca me necesitaste para nada?,
amigos como yo son los que necesitas tener ahora. Mi instinto es
distinto, sabe de situaciones peligrosas. Mi instinto está sobrio y por
eso lo escucho y le hago caso, me aconseja levar anclas y salir de
esa tormenta. Doce tequilas. Rosaura, ya no tienes aura, no te
preocupes que tendrás todo el tiempo del mundo para ordenar tus
ideas y miles y miles de caracolas. Trece tequilas. Recojo las velas,
enciendo el motor y me voy alejando, alejando, alejando. Pasan
otros veinte minutos, arrecia la tormenta. Catorce tequilas, una hora.
Canto bajo la lluvia a dúo con Gene Kelly que me deleita por la
radio a todo volumen. Dieciséis tequilas. Estoy empapado, relajado,
riéndome a carcajadas, olvidando todo lo que me da la gana porque
lo pasado, pasado por agua está y bajo el mar quedará para siempre,
sin excusas, sin rencores, sin perdones, sin amigos, sin esas leonas.
Cinco horas y media, la botella vacía, se acabo el tequila, el tiempo
pasa tan rápido cuando se está alegre. ¡Tierra a la vista! grita
Rodrigo de Triana que se ha colado en el barco velero
porompompero y bebe ron con coca-cola y está más borracho que
yo. Pero sí, es verdad, verdad verdadera, icemos la bandera, ya
puedo divisar el puerto, el puerto al fin, esperándome con los brazos
abiertos y las luces encendidas, la vida continúa, el mundo está
lleno, lleno, lleno de mujeres, de amigos que dan la talla, de
sorpresas, lugares maravillosos, lugares donde nadie te espera.
Lugares cómodos, seguros, inclusive para un ser que como yo, está
lleno de rincones peligrosos.
INFINITA
TRISTEZA
Te
lo he dado todo rey, siempre, me soltó a la cara la bruja
aplastando el cigarrillo con sus dedos amarillentos por la nicotina
en el cenicero donde ya no cabía ni una colilla. Mientras se relamía
los labios con el sabor a ginebra de su tercera o cuarta copa y
sonreía sobrándome con todo el placer que le producía saber que
me tenía cogido por los huevos, le hizo un gesto al camarero para
que le sirviera otra. Te lo he dado todo rey, repitió con voz pastosa
y cazallera, y tu, a cambio ¿qué me das?, me das un golpe bajo, un
golpe a traición. Me vienes con esa boquita de fraile capado a decir
que ya no te interesa trabajar conmigo, que te abres, que si te he
visto no me acuerdo. Te quieres hacer conmigo el sueco. Pues yo
te enseñaré a corresponder como se merece, déjame que te aclare
una cosa hijo de puta, si piensas dejarme, si tan solo piensas en
dejarme, tendrás que pagarme hasta el último céntimo que he
invertido en este negocio, así de simple. Mira rey, te haré las
cuentas aquí mismo, sobre esta servilleta de papel, veamos, a ver,
cinco mil por barba para mi gente que son siete, siete por cinco
treinta y cinco mil, más ciento veinte mil para mí, mmmmm, otros
cuarenta para el contacto que nos proporciona la mercancía y que
se ha estado jugando hasta el día de hoy el pellejo al igual que
nosotros y no lo puedo dejar en la estacada, mmmásssss, treinta
que tendré que liquidar con el Modesto y otras cincuenta mil para
que se reparta la pasma, porque a estos tampoco les va a gustar
para nada acabar con este chollo de negocio así de repente.
Puessss, mmmsumándolo todo dan psa psa psa psa, doscientos...,
eso es, me vas a tener que pagar doscientos setenta y cinco mil
euros de ley, de la ley del mas fuerte y de la mas chula que soy yo.
Si, lo que oyes, es lo que te costará cambiar de socio. Es el precio
que pongo a tu libertad. Pero si yo no soy tu socio, le respondo con
un tono suaaave, suaaave, suaaaave, como el jabón de lavar a mano
las prendas delicadas, para que no se encabrite aún más la muy hija
de la gran puta y me remache allí mismo clack clack clack todos
los dedos la mole de guardaespaldas que tiene como una torre
cubriéndole la espalda. ¿Que no somos socios? grita haciéndose la
asombrada, eso lo dirás tu, rey. ¿De quién son los camiones? tuyos
¿verdad?, ¿de quién es el almacén? tuyo también, ¿o no?, ¿quién
pone el personal? yo, ¿verdad que sí? y ¿quién trae y lleva la
mercancía? mi gente, ¿también verdad que sí? Entonces, tontin, tin
ton sin ton ni son, esto quiere decir que vamos mitad y mitad, firfti
firfti, jalf an jalf. ¿Somos socios o no somos socios? cara bonita,
porque mira que tienes una cara bonita, ¡y esos ojos¡ que ojos mi
rey, tan tristes pero tan cautivadores. ¿Es que no has cobrado tu
pastita todo este tiempo? Sigue ella dale que dale, claro que sí y a
toca teja. ¿No has cobrado puntualmente después de cada
operación?, claro que sí, mi rey. ¿Te crees que a mí el dinero me
cae del cielo?, noooooo, ¿qué páaaaasa?, acaso te piensas que me
voy a ir así por las buenas, con las manos vacías, sin pelear por lo
mío, sin recuperar la inversión. ¡Con todo lo que he hecho por ti!,
¡con lo bien que has estado viviendo a mi costa! Noooooo rey, ni
hablar. Y da gracias a Dios que no me quede con tus dos camiones
destartalados y con ese cuchitril que tienes por almacén, te
merecerías que te dejara en la puta calle. Y te diré otra cosa, listillo
de pacotilla, por cada semana que pase y no me pagues, te añadiré
un diez por ciento de intereses porque me da la real gana, porque
como te he dicho antes, soy muy chula, mas chula que un ocho. Y
ya me dirás de donde vas a sacar tú el dinero, pobrecito, infeliz, ya
te veo recurriendo a tus negocios de antes, a los timos facilones de
dos perras gordas, a los robos de poca monta, al contrabando de
baratijas. Porque volverás a vivir al día, te lo aseguro yo, en la
ruina vas a estar, como siempre, con una mano delante y otra
detrás. ¿Me comprendes rey? Ya no te quedará crédito. Maldito
idiota, eres uno más del montón, un alma en pena, un mete patas,
tardarás toda una vida en encontrar a alguien tan generosa como yo
y lo pasarás muy mal. Te lo he dado todo rey, bien servidito, en
bandejita de plata y tu, tu te lo quieres guisar solo, sin convidar.
Vaya vaya vaya con listo este. ¿Me quieres hacer la competencia?
¿Ya has aprendido como es este bisnes y te lo quieres montar por
tu cuenta? Pues me pá que no, te digo yo que nones, cabronazo. De
eso nada, se te va a caer el pelo si lo intentas, te lo juro por esta
virgen que llevo tatuada en el pecho, porque a partir de ahora vas a
tener al Modesto pegado como una estampilla, ¿me oyes? Él y sus
amigos se encargaran de hacerte la vida imposible y de cobrarte
hasta el último céntimo. ¿Lo recuerdas al Modesto, verdad?, es una
cara que no se olvida fácilmente, tampoco sus maneras para
recordarte las cosas, sus métodos son muy originales, de medalla, a
lo campeón, superior, oye, fetén-fetén, y no tiene escrúpulos,
ninguuuuuuno, no señor, como lo oyes, ninguuuuuno. Pues ya lo
sabes rey, estás advertido, te aseguro que no te resultará para nada
divertido tenerlo todo el día respirando sobre tu cogote, es muy
persuasivo, muy convincente cuando se lo propone, sobre todo
cuando hay dinero de por medio y él puede llevarse un pico. Y
ojito, que ya me he enterado que le debes a medio Madrid. A mí
me pagas la primera, sí, grábatelo, la pri-me-ra, que los demás
esperen, que ellos no me dan de comer. Y soltó una risotada
repugnante dejando escapar unos cuantos juá juá juá entre sus
dientes amarillentos y torcidos. Yo la miré con los ojos llenos de
una infinita tristeza y con la certeza de que ya estaba jugado. Para
terminar lo antes posible con este martirio, se me dio por pedir la
cuenta al camarero que vegetaba en el mostrador mirando un
calendario lleno de días tachados con cruces rojas y que estaba mal
colgado en la pared. Vino con paso cansino, era caballo cansado.
Cuarenta y seisssss euros con las copas de la señora. ¡¡¿De la
señora!!? pensé, de la señora, eso había dicho el capullo del
camarero. Y me entró la risa, juá juá juá juá, pero si con solo
mirarla te das cuenta enseguida de que es una bruja, una impostora,
una vende almas, una rompe vidas, una chupa sangre…
¡¡Pafffffffffff!! la enorme y certera mano del guardaespaldas me
cruzo la cara ante la mirada complaciente de Aurora. Cuarenta y
sssséissss eurossssss, repitió el camarero sin inmutarse por lo
sucedido y recreándose en las esssses. Y yo sabía de sobra que no
llevaba ni la mitad de las letras de esa cifra. Aurora se levantó
guardando el tabaco y el mechero en un bolsillo. Ya estás
advertido rey, sentenció, desde este instante el tiempo corre a mi
favor, búscate la vida. La mole de su escolta le apartó la silla y le
acomodó sobre los hombros la gabardina que era más vieja que la
del mismísimo teniente Columbo. Los dos se abrieron hacia la
calle sin decir ni mú dejándome sólo ante el peligro, ante el
peligroso reto de elegir mi futuro, y también, con el ridículo de no
tener ni para pagar una cuenta de cuarenta y séissss euros con
esssses recreadas. El maldito camarero esperaba, no tenía otra cosa
que hacer esa lluviosa mañana más que observarme y disfrutar de
lo lindo con mi padecimiento mientras yo buscaba al tun tun algo
en los bolsillos, algo parecido a un billete. Tum tum tum, mi
corazón todo mío de mi mismísima y humilde persona latía a una
velocidad endiablada. Y en eso que de otra mesa ¡camarero! piden
un café salvador y el camarero se va con un ensssseguida
regresssso y yo, que te creessss tu que te voy a esperar aquí
sentado, y me largué raudo y veloz hacia la calle, pies para que os
quiero si no es para otra cosa que para salir huyendo.
Siempre yendo de aquí para allá y de allá para allí y de allí para
acá y de acá para aquí y ahora aquí me encuentro otra vez con la
cuerda al cuello. El cuello de la chaqueta subido hasta las orejas y
el frío congelándome todos y cada uno de los rincones de mi
anatomía mientras esperaba que saliera de una vez Manuel por la
puerta del cabaret Molino Rojo, su sitio habitual de por las noches.
Después de dos horas, al fin apareció. Venía muy loquita putita y
abrazado a un negrazo de unos dos metros de alto. Seguro que
Manolo iba pensando en la noche salvaje que les esperaba porque
estaba muy pero que muy loquita, mariquita, maricona, mariposita,
reputita, putona, travestona, julandrona, traviesa, juguetona y
tontorrona tontorrona tontorrrrona. La muy lagarta, con peluca,
toda llena de lentejuelas, collares a millares, fulares de varios
colores, minifalda verde de cuero, medias negras caladas,
zapatones rojos de tacón alto y un horroroso sombrero. En cuanto
me vio a tres metros de distancia, me reconoció y se le cambió el
rictus de la cara y perdió el ágil ritmo de su recto de drag queen
lunática, excéntrica, posesiva. Se le volaron con las pestañas
postizas todos los pensamientos lujuriosos que esperaba de esa
mágica velada, se quedó dudando un segundo pero luego enderezó
toda coqueta mujerzuela su figura y le susurró al negro: negrón
mío no te muevas que en un ratón ratonzuelo ahora mismo
mismote contigo vuelvo a tus brazotes a mimarte y a jugar con tu
bigote. Y el negrote me miraba como si estuviera viendo un
fantasma en la oscuridad. Después de unos cuantos chillidos,
besos, lágrimas, mocos, unas más lágrimas, unos más besos, unos
más mocos, soltó un ¡uyyyyyyyyyy, pero si es el Carlitos! muy
mariconazo. ¡Qué se me corre el rímel! ¡Qué idiota soy! toda tonta
yo por ponerme así al volver a verte y reverte y no debería ser así
porque estoy enfadado contigo. Pero, juá juá juá ¡mira como me
río! riachuelo, porque eres todo un cabrito y siempre me haces lo
mismo. Te presentas de repente. Se calmó todo él toda ella y allí
sin más, me cruzó la cara con cuatro zaaaaaas zaaaaaas zaaaaaaas
zaaaaaas bofetadas de guante blanco. Se apartó un instante, se
acomodó la ropa, se retocó la peluca, me miró fijamente a los ojos
y volvió a comportarse como Manolo, mi hermano gemelo del
alma y me abrazo con un abrazo sincero, infiniiiiiiiiiiiito y
tranquilizador. Luego comenzó con sus tirones de oreja, pellizcos
en los mofletes, retorcijón de nariz, como siempre, porque era
verdad que se alegraba de verme. Luego continuó con un popurrí
interminable de reproches: eres un cero a la izquierda Carlitos, no
se te puede dejar solo, cuando ya no puedes más con tus problemas
recurres a mí, te acuerdas de que existo solo para pedirme dinero.
Pero que pintas traes, ¿de dónde sales? ¿dónde te visten?, pareces
un cualquiera. ¡Si nuestra querida madre levantara la cabeza! -me
decía mientras me miraba y volvía a abrazarme lágrima va, lágrima
viene-. Y yo pensé un poquito de lo mismo y me reía por lo
bajijijinis, porque para pintas, las que traía él, y si nuestra madre de
verdad levantara la cabeza y tan solo por un instante viera a
Manolo, así de loca, con esa pluma, con esa pinta tan de maricón y
tan de mamarracho, volvía a morirse del disgusto. Has venido a
verme, me decía, porque estás metido como de costumbre en algún
lío o acaso me equivoco quivoco quivoco mi brother siempre tan
rudo, tan macho, tan hombre de Neandertal. Caminamos callados
seguidos por Mugumba, su último romance, un chulo, camello,
carterista, cabrón, matón de pacotilla, arruina vidas, stripper,
canalla, mentiroso, filibustero, chorizo, rompe huesos, masca
chapas, en fin, una auténtica joya. Pero mi hermano era así, de día
un reconocido DIPUTADO, con mayúsculas, y de noche una
rediputada con minúsculas bien loca loca loca de alta cuna pero de
baja calle y un sin número de vicios y tentaciones. De repente,
Mugumba rompió el silencio de la noche con un ¡¡¡cuidado!!! Al
instante, muy pegado a nosotros pasó un coche a toda velocidad
arrojando algo sobre mi pecho. En el suelo nos miramos asustados.
Manolo cogió el paquete, ¡uuuuuy!, ¡que asco!, chilló tapándose la
nariz y a punto de vomitar, era un pez muerto envuelto en papel de
periódico. Estaba claro el significado, o les pagaba o me enviaban
a dormir con los peces. Aurora no se andaba con chiquitas, a ella
de momento le estaba resultando un juego divertido, yo no veía el
momento de que todo esto acabara. Manolo se puso histérico y me
miraba muy asustado mientras me preguntaba llorando, temblando,
pataleando ¡¿en qué lío te has metido esta vez Carlitos?! Dime,
dímelo ya, quiero saber de que va esto. Yo no supe que responder
o no quise, tan solo le pedí que me dejara dormir en su casa esa
noche, por la mañana me marcharía para no salpicarlo nunca más
con la mierda de mis fracasos. Mugumba se acercó hacia mi
hermano Manuel y le preguntó que como estaba, le hizo unos
arrumacos, le dio unos chuick chuick besitos y luego se paró frente
a mí, me cogió de la chaqueta y mientras me sacudía de un lado al
otro, fiu fiu fiu fiu, como a un felpudo, me dijo con tono
amenazante: si me jodes el negocio que tengo con tu hermanito, te
mato, te juro que yo mismo te mato, ¡capullo! Y otra vez me entró
la risa, juá juá juá juá, mientras la bestia de dos metros me miraba
completamente desconcertado, yo le grité con todas mis fuerzas
¡yo ya estoy muerto, negro mamón!, ¡estoy bien, pero que bien
muerto! Solo dejé de reír al quinto puñetazo, pum pam pum pum
pum, de ese lunático que me estaba dejando el estómago pegado a
la espalda.
Manolo me puso un par de cojines para que estuviera más cómodo
y no sintiera demasiado dolor, me encendió un cigarrillo y me
sirvió un whisky de los de verdad, un Johnnie Walker auténtico
etiqueta negra. ¡Menudo piso tenía mi hermano! Un salón enorme,
chimenea, comedor, no sé cuantas habitaciones, baños con jacuzi,
una avenida en la terraza. ¡Y qué vistas! Todo para el solito. Un
lujazo, un lujo bien trabajado entre despachos de amiguetes y
demás corruptos y cof cof cof de repente, que tontería, me entra la
tos, cof cof cof, te traeré un jarabe Carlitos y no te preocupes por
Mugumba, es un poco bruto pero bueno, le he dicho que se vaya,
estaremos solos toda la noche. ¿Te he estropeado la noche, verdad?
le pregunté cabizbajo, ya sé que no tengo arreglo, lo siento, lo
siento mucho, no sabía a quién acudir, eras mi última esperanza,
estoy metido en un lío muy gordo. Dime cuánto necesitas esta vez
y veré que puedo hacer, se adelantó mi hermano poniendo cara de
ángel celestial con alas blancas y aureola de neón. Hay una tal
Aurora y un tal Modesto que me están haciendo la vida imposible.
Necesito quinientos cincuenta mil euros, dije yo como quién dice
está lloviendo déjame un paraguas que mañana te lo devuelvo. Me
llovieron todo tipo de reproches, insultos, maldiciones, consejos,
improperios, gritos, gorgoritos, soluciones, explosiones, denuncias
que pondría en manos de sus abogados para la tal Aurora, visita de
sus amigos de la policía al tal Modesto para ponerlo en chirona. La
firme promesa sobre la mesa de un puesto de trabajo para todo muá
en el Ayuntamiento, o tal vez en el partido político. No, en el
partido mejor no, porque me harás quedar mal, dijo sin cortarse un
pelo. Tal vez te consigo algo en algún banco. Sí, eso puede ser,
dijo contento. Utilizaría sus amistades, reclamaría favores por otros
favores ya concedidos. De todo soltó bien de carrerilla Manolo
para intentar ayudarme, pero de los quinientos cincuenta mil, ni un
euro, ni un maldito euro partido por la mitad. Yo no tengo ese
dinero, querido, vivo al día, corazón. Yo nunca dejo para mañana
lo que puedo disfrutar hoy con todo derroche, tengo que hacer
frente a la hipoteca de este piso, mantener a mis boys, me gustan
las cosas buenas y lo bueno, como sabrás, no sale barato. Llevo un
ritmo de vida brrrrrrutal y además, algunos vicios son muy caros
Carlitos, tú lo deberías saber mejor que nadie. ¡Pero como se te ha
podido pasar por la cabeza que yo tenga esa cantidad de dinero!
¡Qué locura!, es una autentica lo-cu-ra. Locura es la que me está
entrando y mucho, muchísimo miedo, Manolo, no sabes como se
las gasta esta gente, yo ya estoy jugado. Y fue entonces, con el
séptimo Juanito Caminante etiqueta negra de los de verdad, cuando
se me comenzó a soltar la lengua y le conté todo lo que antes no
me había atrevido a decirle. La tal Aurora se presentó un maldito
día, venía de parte de un conocido, me habló de un dinero fácil, de
ganar muchísimo dinero, más del que jamás me hubiera
imaginado, a cambio debía dejarle mis dos camiones y el almacén
doce veces al mes, ella pondría a los conductores, su gente se
encargaría de cargar y descargar la mercancía, yo solo tenia que
mirar para otra lado. Como lo vi tan fácil y estaba muy necesitado
no dudé en aceptar. No sé cuantos viajes hicieron, pero hicieron
muchos, muchísimos. Un día aparecieron cinco cadáveres dentro
de uno de los camiones y dijo que me deshiciera de ellos porque
los muertos no le valían para nada. Yo al principio me negué, me
asusté, estaba hasta arriba de mierda y quise decirle que esto no iba
más, que se había colorín colorado este cuento se ha acabado, hasta
aquí he llegado y no quiero saber nada más de vosotros. Recibí un
fajo importante de billetes por hacer desaparecer los cuerpos y su
palabra de que a fin de mes se marcharían, también me dio a
entender de que la mitad de sus empleados eran polis y que me
andara con cuidado porque ni a ella ni a sus amigos les gustaba
sentirse presionados. Yo me lo creí y dejé que siguiera todo igual.
Pasó el mes y otros tres más y con el tiempo mi almacén se
convirtió en un refugio para ellos. Era tierra de nadie, cada vez
aparecía gente más rara, entraban y salían sin dirigirme la palabra.
Un día se presentaron dos policías a pedir su sobre, la bruja no
estaba, les dije que no sabía nada del tema, se pusieron muy
pesados, casi me dan una paliza, me dejaban esa noche para que lo
solucionara y que volverían al día siguiente. Llamé a la tal Aurora,
le comenté lo que había pasado y la desgraciada va y me habla
como si con ella no fuera la cosa y me recomienda que les pague
todo lo que me exigen, que a mí y solo a mí, me correspondía tratar
con ellos y que me aconsejaba llegar pronto a un acuerdo para que
no se pusieran nerviosos y que era la mejor manera de mantener a
salvo mis camiones, mi almacén y lo más importante, mi vida. La
amenacé con borrarme y me dijo que ya era tarde, que hablaríamos
en otro momento porque estaba muy ocupada con otros asuntos.
Pero me fue dando largas, siempre me decía lo mismo, que ese
sería el último transporte, que si esto, que si lo otro. Así fue
pasando el tiempo, hasta que volvió a presentarse la policía, eran
otros agentes, nunca antes los había visto. No pidieron dinero,
tampoco me lo insinuaron. Estuvieron mirándolo todo, facturas,
albaranes, libro de registros, declaraciones de impuestos, pagos a la
seguridad social, las rutas de los camiones, inspeccionaron cada
rincón del almacén. Me dijeron que habían notado demasiado
movimiento últimamente y que eso no era normal para un negocio
tan pequeño, mas de un vecino se había quejado por los ruidos, de
gente rara que entraba y salía, que si patatín que si patatán. Se
marcharon con la mosca detrás de la oreja y no pasó nada. Pero yo
no me quedé tranquilo, debían sospechar algo, me tendrían
vigilado y lo más seguro es que regresarían a los pocos días. Llamé
nuevamente a esa maldita mujer y le dije, le rogué que necesitaba
verla urgentemente. Hace una semana se dignó a recibirme, se lo
dije muy clarito, intenté por todos los medios hacerle comprender
que me había equivocado, que ese no era mi negocio, que quería
volver a lo mío, sin problemas, sin mercancías sospechosas, sin
inspecciones, sin cadáveres, sin policías que me extorsionen. Y su
respuesta fue tajante, demoledora, me salió con que si rompía el
trato le debía pagar quinientos cincuenta mil euros. Sí, como lo
oyes, la muy cabrona habla de un trato, no tengo nada firmado con
ella, ningún compromiso, nada de nada, se cree que quiero hacerle
la competencia, está convencida de que me lo quiero montar por
mi cuenta y joderle el negocio. Manolo, no sé con que trafican, ni
me interesa saberlo, solo quiero quitármelos de encima y volver a
mi vida de todos los días. En eso que suena el teléfono, eran las
tres de la mañana, supuse que algo iba mal. Debe ser mi negro,
Manolo atiende toda ansiosa con un ¡aloooooooo! exagerado, de
reineta inquieta que espera el llamado de su hombretón salvaje. Se
pone blanco, grita, llora, patalea, se ahoga, se sofoca, se aturrulla,
empieza otra vez con el mismo repertorio de llantos, llantitos,
moquitos, hipitos, me insulta, desgraciado, mal parido, jodevidas,
remalbrother, maleante, liante y mas sesiones de lloros, lloritos,
lagrimitas de la mar salada, moquitos, insultitos, llorazos,
llorotones, borbotones, lagrimones resalados, mocazos, batacazos,
rugidos, hipones, hipitos, sofoquitos, sofocones, insultones,
pucheritos, salpicones y, endequederepente tan de repente se oye
un patapatapaffffffffffff, y paz al fin, se desmayó toda ella todo él.
Desmayote se dio en la cabecita un gran coscorrote que abollole la
cejuelita izquierda a mi brother Manolete. Vuelve a sonar el
teléfono, se oye la voz de Modesto que me acojona del todo. ¡Oye,
tenemos al negro! grita enfurecido, amenazante, calculador y
multiplicador por dos, ahora queremos el doble de dinero, ya
sabemos quién es tu hermano, dile a ese mariconazo que tiene solo
hasta mañana para juntar la pasta, está en juego tu vida y la del
negro. Luego quedaron colgando unos juá juá juá juá juá que me
dieron sudores. ¿Juá juá? pensé yo hecho polvo, rendido, sin
ninguna idea, sin ninguna respuesta. Ahora si que de verdad son
quinientos cincuenta mil euros, de nada me sirvió mentirle a
Manolo, ya no me puedo quedar con la mitad de la pasta.
¡Cabritos! ¡mamones! os quereis quedar con todo. Todo me da
vueltas, murmuró la locuela de mi herManuela, recuperándose del
patapaffffffff golpe. ¡Uyyyyyyyyyyy!, pero que horror, ¿dónde me
he lastimado? ¡¿Dónde?! ¡¿en una ceja?! ¡ayyyyyyyyy!, pero pero
pero ¿qué me dices?, snif simplón, snif resoplón, snif plimplóm,
snif lagrimón, insultito, snif moquito, lloriquitos. Un poco de hielo,
una gasa, una tirita y ya está, quedarás como nuevo, mírate al
espejo, ya verás que es muy poca cosa. ¡Muy poca cosa! gritó
Manolo como una loca descompuesta, ¡¿qué voy a hacer todo el
día con este parche que me has puesto?! ¡Qué horrorrrrrr! Y yo que
lo miraba de reojo sin saber qué decir. Fui al baño, busqué en el
botiquín un tranquilizante, ¡bingo!, toda una caja llena, le di dos
con un vaso de leche y le dije que durmiera un poco. A eso de las
nueve volvió riiiiiing riiiiiing a sonar el teléfono, atendí, era
Mugumba con un tono dramático de alta escuela, decía que le
habían cortado un dedo, rajado la cara, roto una pierna, molido a
palos y un montón de mentiras más que no se las creía ni él. Que si
mi hermano no pagaba ese dinero lo matarían y luego que vendrían
a por nosotros. Mmmmmmmmmm, que mal me huele esto, esto no
me gusta nada. No me fío ni un pelo de este Mugumba de los
cojones, estoy seguro de que nos la está jugando. Luego se puso la
bruja, me dijo que estuviéramos a las diez de la noche en mi
almacén, que lleváramos el dinero, que si hacíamos bien los
deberes, nos devolvían a Mugumba con un lacito azul, yo dejaba
liquidada mi deuda con ellos y no les volveríamos a ver el pelo
nunca más. Y que nada de policías, que ellos no eran tontos, nos
las sabemos todas, rey, no sabes con quién te juegas el pellejo,
somos muy peligrosos, mas te vale que cumplas y bla bla bla bla.
Desperté a Manuel que se sobresaltó y preguntó lloriqueando por
su amorcito. Tu amorcito es un cabrón de siete suelas le dije, un
jodido cabrón, nos ha vendido, es cómplice de ellos, se está
haciendo pasar por victima, pero no es así, te lo aseguro. Una cosa
más, antes te he mentido, nada nuevo ¿verdad?, eran doscientos
setenta y cinco mil euros, yo te dije quinientos cincuenta mil
porque tengo muchas deudas y pensaba pagarlas con ese dinero.
Ahora exigen esta cantidad, de verdad, ya saben quién eres. Por
eso estoy tan seguro de que tu Mugumba tampoco es trigo limpio.
También te ha engañado, en estos momentos se encuentra mucho
mejor que cualquiera de nosotros dos. Desayuna, tomate otro
calmante que ya se me ocurrirá algo. Le pedí a Manolo que me
dejara algo de ropa, que quería pegarme una ducha y afeitarme.
Durante el día Manolo hizo un par de llamadas y a eso de las nueve
de la noche salíamos en su Mercedes hacia el almacén, por el
camino no nos dirigimos la palabra. Cuando llegamos, nos
recibieron como amigos de toda la vida, la mar de tranquilos.
Mugumba, como yo ya me había imaginado, estaba completamente
enterito y sonriendo. Manolo tomó la palabra, habló con una
tranquilidad pasmosa, le salió voz de hombre rudo. No traemos el
dinero, no nos gustan los chantajes, afuera está lleno de policías, lo
mejor es que acabemos ya mismo con esta farsa y os entreguéis. Se
oyeron sirenas, ruidos de coches, cientos de voces que se
aproximaban. Aurora, Modesto y demás compañía nos miraban
sorprendidos, no daban crédito ni a lo que oían ni a lo que veían,
dos hombres iguales, vestidos iguales y cada uno con un parche en
la ceja izquierda. ¿Quién es quién? se preguntaban, ¿cuál de los
dos es el mariquita? rugió Modesto con una pistola en la mano y
dirigiéndose al negro ¿Cómo quieres que lo sepa? respondió este,
si son como dos gotas de agua, además, no han traído el dinero,
que más da, larguémonos antes de que nos coja la pasma. ¡Ni
hablar!, de eso nada, gritó la bruja y mientras me apuntaba me
obligó a separarme del grupo. Yo antes tengo que acabar con este
desgraciado, el que me las hace me las paga, bang bang escupió la
escopeta recortada de Aurora y yo caí como un saco de patatas. La
bruja comenzó a acercarse hacia mí mientras los policías, al fin,
aparecieron por todos lados gritando ¡todos al suelo!, ¡todos al
suelo! Juá juá juá juá, esta sería la última vez que me reiría, ¿al
suelo?, ¡imbéciles!, ¿y yo que coño estoy haciendo aquí tirado?,
¿que pensáis, que me estoy durmiendo una siesta? Tenía frío,
mucho frío y sin embargo estaba empapado en sudor, buscando
aire como un pez fuera del agua. A duras penas podía alcanzar a
ver al diputado Manuel Herrero Cifuentes rodeado de policías y
hecha una histérica, le acababa de dar otro ataque de locura
locurita loquita loquitita, toda ella toda él será siempre, siempre,
siempre, una flor de mariquita. Y Aurora que se acercaba, se
acercaba con la sonrisa torcida sujetando un cigarrillo con los
labios, los ojos desorbitados, la recortada echando aros de humo
apoyada sobre su hombro derecho. Se acercaba, se acercaba, se
acercó del todo, me miró fijamente y me escupió en la cara. No te
vas a salir con la tuya, rey, a mí me meten en la trena, pero a ti en
un cajón de madera y a dos metros bajo tierra, ¿me entiendes,
verdad? Y yo, con el último aliento, con la última bocanada de
vida, la cojo de un brazo queriendo arrastrarla conmigo hacia el
infierno, hacia el terror de lo desconocido, hacia el misterio de la
muerte, y le pregunto ¿cómo me has reconocido? maldita loca,
¿cómo sabías que era yo y no mi hermano? si somos como dos
gotas de agua. Y totalmente derrotado, con el pecho abierto por los
dos balazos, me quedo esperando, esperando la respuesta estúpida
porque ya de nada me servía. Aurora estaba a un palmo de mis
narices, agachada disfrutando con mi muerte lenta. Tan lenta como
la policía que había tardado demasiado en entrar, lenta como la
felicidad que nunca se me acomodó a tiempo, lenta como la
esperanza cuando las cosas no te van bien. Y en mi agonía, con un
pié mas allá de la vida, jugando a la rayuela con la muerte, me dice
con tono sarcástico: fue muy fácil, rey, pero que muy fácil. Tus
ojos, tus ojos te delataron, tus ojos que son de una infinita tristeza.
SEMILLA
DE
SILENCIO
Me
quedé callado preguntando todito para mis adentros
porqué ella había mentido esta vez tan descaradamente, con lo fácil
y bien que le quedaba en aquél momento ese maldito modelito tan
a la última moda de jurar solemnemente decir la verdad, toda la
verdad y nada más que la verdad. Era primavera y a pesar de que
sabemos que la sangre altera, a mí, a estas alturas de sus caprichos
y los vaivenes en nuestra relación, su rosario de mentiras me cogía
totalmente indefenso. Y sin embargo, esta vez pudo más el dolor
que el perdón, porque me mintió como nunca antes lo había hecho.
Entonces decidí que lo mejor para los dos era seguir por caminos
diferentes y arrojar para siempre al fondo oscuro del olvido estos
maravillosos años de románticas escapadas los fines de semanas y
fiestas de guardar.
Y con Tico pedimos otra ronda de whiskys mientras por el amplio
ventanal del bar mirábamos como ella se alejaba encantada por lo
ajustadas que le queaban las mentiras y esa minifalda roja picarona
que hacía que los hombres sin ningún disimulo se giraran para
devorarla con los ojos ñam ñam ñam. Pero ella parecía vivir en
otro planeta, muy de tanto en tanto regresaba con una empanada
mental y al poner nuevamente los pies sobre la tierra, recibía pafff
pafff una bofetada tras otra. Y es que pasados ya los cuarenta y
tantos años, su divina majestad, reinaba en un castillo de naipes
con más pena que gloria y sin poder engañar a nadie más. Ella
siempre fue así, un día iba de inocente, otro de sarcástica, otro de
irónica. Navegaba en su platillo volador como si nada y nada había
que le gustara más que viajar en autobús sentada del lado de una
ventanilla observando el ritmo de la gente y adivinar su estado de
humor y buena esperanza. Así era Inés, Inés, Inesita, Inés y no creo
que fuera a cambiar jamás. Mi amigo ya se había perdido en el
culito respingón de una mujer bajita que se movía toda ella
vivaracha y muy putita de punta a punta del bar como una lagartija
paseando sus lindezas bien proporcionaditas colgadas y planchadas
en la percha de su cuerpito de muñequita Barbie fatal. Y subida
toda ellita sobre unos zapatitos con tacones de aguja de tejer la lana
que carda la enana, altos, altíiiisimos, hablaba a gritos y furiosa por
su teléfono móvil preguntando ¿dónde están las llaves? Matarile,
rile, rile, contestábamos a coro todos los de la barra partidos de la
risa. De vez en cuando, Tico le guiñaba un ojo lujurioso mientras
le pegaba otro sorbo a su vaso jugando con un dedo a hundir los
hielos que flotaban como barquitos en un mar escocés. Qué pena,
qué pena tan grande me das muchacho, me decía soltando una
burla burlera cascabelera, con todas las mujeres que pululan por
esta ciudad, tú te vas a encaprichar por esa. Y por esa yo me había
desvivido y había descosido mi matrimonio de cinco años con
Verónica. Tal vez tuviera razón, pero en temas del corazón nunca
se sabe, solo aquél que anda en mal de amores sabe lo difícil que
es cruzar las avenidas de la vida con los semáforos en verde.
Verdes eran los ojazos de la rubia extranjera, un monumento
artístico internacional, que coqueta y bribonzuela, acomodaba
sobre un mullido taburete sus fermosas nalgas a un palmo de la
barra y de todo mi muá también. Parecía estar bebiendo un jerez.
¡Y vaya cachos de piernas, las de ella, madre mía! ¡Y qué
tremendos y generosos muslos, ambos los suyos! Y yo aquí, como
un imbécil, lamentándome por algo que era un sin sentido y que ya
no tenía ni aspirina ni solución. Pero con el desparpajo de Tico y
un cachito de mi vergüenza, cuán sendos piratas de mala fama a la
nenaza extranjerota abordamos en cuestión de segundos y en
medio de los dos quedó la ricura de ojos color de gata a mí siempre
regálame esmeraldas, corazón. Tenía también la toda elia unos
perfectos dientecillos como de perlas nacaradas para suaves y
tiernos mordisquitos, anaranjada la camisa transparente que le
arrancaría con mucho gusto y una todita esa boquita suya dueña de
una lengüecita de gatita que movía traviecilla ella solita invitando a
cualquier desastre y a más de media docena también. Tico fue más
rápido, siempre era más rápido en cuestión de mujeres que valían
la pena y comenzó a tirarse un rollo patatero en un inglés
chapucero. Ella se reía toda jau jou jau jou jou y nosotros que no le
entendíamos un carajo y no sabíamos de qué coño se reía, juá juá
juá juá le seguíamos la corriente rema que te rema, porque por lo
menos nos hacia caso, le causábamos gracia a toda esa hermosura
y eso era buena señal. Señalándome elia picaruela con su dedito
churrito el bolsillo donde descansaba mi billetera, yo accedí como
un idiota a invitarla otro jerez para ver si picaba de una vez el
anzuelo. Yo le sonreía todo abobado sinvergüenzuelo mientras
chas chas. chasqueaba los dedos dándomelas de un importante
superman llamando impaciente al camarero que me clavó sin
anestesia una mirada con cara de pocos amigos, perdonándome la
vida y jurando que la venganza de Don Mendo sería terrible
cuando nos trajera la cuenta, por pringaos. Yes, of course, le decía
yo muy sonriente y empalagoso a esta ricura que ya iba por el
quinto jerez con ración de jamón de pata negra a no sé cuántos
euros el kilo, lomo ibérico, langostinos y percebes. Todos estos
suculentos manjares correrían por nuestra cuenta y Tico y yo nos
mirábamos aterrados ya que estábamos a fin de mes y más tiesos
que la mojama. Y convencido de que ya la teníamos en el bote,
voy yo y me relajo, entonces va ella toda simpaticona y con un
psssssssss pssssssssss llama a Mendo, el camarero, botellau otrrrra
de Tio Pepe pleasssse verrry ricouuu ricouuu de Jerez de la
Fronterau pide la muy cabronau medio pedou y you mi también.
¡Al abordaje y a por ella! pienso yo quitándome la modorra,
envalentonado otra vez y mas bien entonado por las copas y voy y
le suelto con el corazón en la mano y una caída de ojos a lo
Manolete entrando a rematar la faena un I´am a tipical macho
spanich but no me gusta for nada one sanduiche entre tres, soy
hombre de bocadillo de calamares de allende los mares y mucho
mundo recorrido. ¡Y vaya! ¡Qué maravillosos esos pechos todos
los tuyos que son dos meloncetes dulcetes dulceretes! Y tú, tú toda
entera, un bombonazo relleno de todo el jerez que te estás
metiendo pal cuerpo, but I love and like todo tu body very much
and very uelllll, Manuelllll is my name, seré todo tu masterman for
ever si your monumental body termina conmigotodogoloso en mi
bed, y si quieres yo te canto una jota ka ele eme a típical song de
my country porque yo soy aragonés de Zaragoza y olé. Podrías if
you quiere depositar all your nalgas sobre my regazo, pedazo de
bigwoman y así nos lo pasaremos fenomenal de menal, ¿qué me tal
te parece? ¡Tóma ya, rubia mía!, que bien me explayo con mi
ingles de playa a toda ti reineta sin peineta, escandinava más
guapetona que Ava Gardner, ya te tengo para mi solito pedazo de
pecado mortal inigualable y cuando quieras, que yo todo lo quiero,
nos vamos los dos la mar de amarraditos a leer el kamasutra y
dejamos a mi amiguitou que se busque la laife, you anderstande
mi, ¿verdad que yes?, remember en tu cabecita de chorlita que mi
nombre es Ma-nuel. Y Tico se descojonaba juá juá juá pero no se
despegaba de ella ni de coña, ni tampoco dejaba de sobarla
mientras yo me cansaba de hacerle señas y más señas como si
estuviéramos jugando una partida de mus, para que se abriera y me
dejara llevar a esta extranjerota descomunal a mi nidito nidote
camarote de amor en alta mar. Y la maciza de repente va y se
mosquea bzzzzz bzzzzz bzzzzzzz mientras se levanta toda ella sin
terminar nunca de hacerlo de todo lo alta e inmensa y pechugona
que era y delante de nuestras narices le planta unos sonoros y
estruendosos slurpsssss chuiiiiiiiiiiiiiiick chuiiiiiiiiiiiiiiiiick
sluuurppppssssss chuiiiiiiiiiiiickssssss de besos obscenos y
puajjjjjjjjjjj babosos a su janiman Boby big lover, un inmenso, alto,
escultural, atlético, rudo, tosco, pelo en pecho y peluquín con
millones de músculos y tatuajes. Éste, que también parecía ser de
otras latitudes bien lejanas, le pregunta a su suiti darlingirl: ¡Oh my
darling, oh my darling, oh my daaaaaaaaaaaaaaaaarling
Clementine, what the hell is going on here?, que por lo visto y a lo
vasto en castellano viene a decir lo mismo que: ¡qué cojones está
pasando aquí! Y el solito, sin decir ni jelou ni mu, comenzó a
zamparse el jamón de pata negra de a no sé cuantos euros el kilo,
continuó arrasando con lo que quedaba del lomo, más luego se
hizo con los últimos tres langostinos, hurgó en el resto de los
percebes y terminó exprimiendo la botella de jerez hasta sacarle la
última gota. Lanzó un eructo prolongado, ensordecedor, demoledor
diría yo, y se nos quedó mirando de arriba abajo como si fuéramos
unos marcianos mientras se escarbaba entre los dientes con la uña
larga del dedo meñique de su mano izquierda. Nosotros,
españolitos de a pie y con una estatura mas bien meñique, nos
quedamos con una cara de gilipollas tremenda y sin haber probado
bocado ni tampoco recibido un mísero chuisccc chuiscccckesito.
Cacareábamos a dúo en vez de hablar, acojonados por la cara de
pocos amigos del tal Boby jani lover, todo él musculoso, rudolf
nureiev, pelo en pecho y peluquín. Y para colmo de males, se nos
viene encima la venganza de don Mendo, el camarero, con su
amplia y estúpida sonrisa nos dice que la cuenta es de ochocientos
treinta y cinco euros con IVA incluido y yo le contesté que la
propina se la iba a dejar su padre. Como Tico no paraba de tocar y
seguía como un pulpo metiéndole mano a la extranjera, propinóle
el jani Boby una serie de tortazos que lo hicieron girar como un
trompo por todo el bar. Entretanto yo, man más precavido vale por
dos, aparté mi gracioso cuerpo de todo ese jaleo y me dirigí hacia
otros terrenos menos violentos y me fui al servicio a hacer pipí. Me
libré de los mamporros por los pelos, pero no así de pagar a toca
teja los ochocientos treinta y cinco euros del atracón de la vikinga
con esos ojos de esmeraldas y dientes de perlas nacaradas.
Cataratas de carcajadas las de elia y las del gigantón de elio él
también que continuaba mirándonos con gesto amenazador. Con
mi amigo decidimos que era mejor batirse en retirada, ya habíamos
hecho bastante el imbécil y no estaba el horno para más bollos.
Menudo golpe me ha sacudido el tío cabrón ese, se quejaba
Vicentico. Pero jodío, te faltaban manos, no te estabas quieto, le
recriminaba yo muerto de la risa, mira que te he hecho mil señas
para que me dejaras el camino libre, pero tu no, dale que te pego,
dale que te pego, que claro, al final, dale que te pegan, dale que te
pegan. Patoso, que eres un patoso, con lo bien que la tenía yo,
apuntito de caramelo estaba la extranjera, apuntito Tico, te lo juro.
Puntitos varios de sutura le dieron a Tico en los labios cuando
llegamos a urgencias del hospital más cercano. Al salir de la salita,
él ya estaba otra vez dale que te dale con la pobre enfermera que
no sabía como hacer para quitárselo de encima. Menos mal que
estaba usted, ángel salvador, le dice todo seductor. Y con su labia
de galán le pide el número de teléfono por ser tan bonita y estar
toda, toda, toda tan buenorrita y que le encantaría llevarla de paseo
y dalo por hecho, monina, que cualquier día de estos, este
hombretón te llamará para tomar una copita de cava bien fresquita,
juntitos, acarameladitos y en horizontal. Y Tico seguía como un
príncipe encantado con su cara dura, mientras la enfermera
comestible, buena, buenísima, de corpiño manejable y medias
blancas de seda, sale corriendo y horrorizada de nosotros.
En el primer bar abierto que vimos nos metimos, dos
whischhhhkies con mucho hielo pidió morritos partidos ante las
miradas perdidas de los pocos clientes que allí pernoctaban. Y al
cuarto trago, yo que me lo veo venir porque lo conozco de sobra,
tantos y tantos años de barra juntos y siempre con el mismo final y
entonces va y comienza con sus consejos de amigo, pero amigo,
amigo de los de verdad, en las buenas y en las malas, continuando
con sus quejas de la vida, de su mujer, de los hijos, de lo pelmaza
que era la suegra, que es una entrometida y más mala que un dolor
de muelas, que la querida quiere otro tipo de relación, los padres
que continúan tratándolo como si fuera un niño, que el trabajo ya
no lo disfruta como antes, las letras del coche nuevo, los ahorros
colocados en la bolsa que hasta ahora no le han dado ganancias, la
hipoteca. Luego me sale pidiéndome mil disculpas por lo de la
extranjera, que era verdad que ya la tenía en el bote y rema que
rema, que tal y que tal, que bla bla bla bla y que de paso y cañazo,
le dejara dos mil euros porque no llegaba a fin de mes. En fin, lo
de siempre, y como siempre, termina llamando a voz en grito al
camarero para que nos sirva la espuela, y éste, que está loco por
cerrar y de que nos vayamos de una puta vez, al final nos echa.
Cambiemos de tercio, digo yo evitando otra bronca. Y como no
encontramos nada abierto vamos a parar al puticlub que está
debajo de la oficina y que además nos fían. Hay pocos clientes,
ningún conocido, la mulata dominicana hoy libra. Más copas, más
charla, la lengua que se traba, la vista borrosa, Tico ya pedo y yo
casi, casi. Eran las tres de la madrugada, hora ideal para retirarse y
meterse en la cama. Cogimos un taxi porque yo no quería conducir
en esas condiciones, dejé a Vicente en el portal de su casa con una
trompa monumental, recordándole que en dos días estarían aquí los
franceses para presentarles la campaña publicitaria y en la que él
había depositado muchas esperanzas ya que le quedaba poco
crédito en la empresa después de un par de fracasos con clientes
muy importantes y que lo mejor sería que descansara todo el día de
mañana para estar como una rosa rosa rosam rosae rosae rosa el
jueves y yo al fin me dirigí en busca del cálido y suave roce de las
sábanas blancas. Al abrir la puerta me encontré la luz encendida y
a Inés dormida en el sofá abrazada al gato que vino hacia mí con
cara de pocos amigos porque tenía hambre. A un lado, una maleta,
un bolso de mano de cuero negro y el aparato de música que le
había traído en uno de mis viajes a Nueva York. La verdad es que
no sabía que hacer, si despertarla o no, había bebido demasiado,
además, estaba molesto y dolido con ella por haberme mentido tan
descaradamente. Me fui a mi habitación, me puse el pijama, me
lavé los dientes, me tomé un alkaseltzer, me tumbé en la cama y
¡hala!, a contar ovejitas, unazzz doszzzzzz treszzzzzzzzz
cuatrozzzzzzz cincozzzzzzzzzz seiszzzzzzzzzzzzzz... Después de
una ducha, un buen afeitado, un zumo de naranjas, un café bien
cargado y una aspirina efervescente, uno ve la vida de otro color y
con menos dolor de cabeza. Llovía, era un día triste e Inés había
desaparecido como por arte de magia, no dejó ni una sola do re mi
fa sol la sí y se había llevado todas sus cosas dejando un gran caos
en la habitación.
En la oficina se palpaba cierto nerviosismo, teníamos la
presentación de la campaña, llegaban al fin los clientes franceses
de la Francia napoleónica y todos estaban hechos un flan. Yo muy
plin plin, tranquiliiin tranquiloon patapín patapón. Estaba seguro
de que todo iba a salir bien, Vicentico era muy bueno en su trabajo,
le faltaba una pizca de responsabilidad y le sobraba un montón de
apego a la barra. Repasé todo meticulosamente, todo parecía estar
bien, bien, pero que muy bien. Además, Tico habría tenido todo un
día para recuperase y descansar. A las nueve tenía que ir al Hotel a
recoger a los clientes, encontrarme allí también con Fátima López,
la traductora, y llevarlos a cenar buen marisco para ir tanteando el
terreno. Todo transcurrió como lo esperaba, una noche entre
gaseosas súper light y sin contratiempos. Mañana era el gran día,
me fui pronto a la cama, sin la traductora, claro, no aceptó mi
invitación y sin rodeos me dijo que conmigo no tenía ni para
empezar. Al llegar a casa intenté ponerme en contacto con Vicente
pero tenía puesto el contestador. ¡Qué bien!, pensé, estará
durmiendo a pierna suelta, mejor no despertarlo. Me levanté muy
temprano, desayuné, leí el periódico, intercambié mimos y
runrunes con mi gato y antes de salir llamé a casa de Tico, volvió a
salir el contestador, ya habrá salido, mejor, estará pronto en la
oficina, pero la verdad es que me extrañaba mucho que Sonsoles
no cogiera el teléfono ya que ella solía estar a esas horas. Al llegar
a la oficina me encontré saliendo del ascensor al boss vestido con
un traje de Hugo ídem, me deseó suerte y que estuviera tranquilo,
yo no estoy para nada nervioso le contesté, esto está comido don
Marcelino pan y vino. La reunión era a las diez en punto, aún tenía
más de media hora para repasar algunas cosas. Fátima llevaba un
pantalón súper ajustado que cortaba el hipo y yo pecador sin
sandalias de pescador ya pensaba y divagaba en lo mucho que me
gustaría que pescáramos en río revuelto para pecar y celebrar los
dos solitos la firma de este contrato. En eso que de repente veo
aparecer a mi amigo, Don Vicente para la oficina, Vicentico para
sus padres y Tico para mí. Se encontraba en un estado catatónico,
apestaba a alcohol, estaba hecho un trapo, sin afeitarse, con los
pelos picudos como un erizo, ojeras en degradé y la cara llena de
arañazos y la ropa manchada de sangre. Lo que me faltaba, lo que
me faltaba, es lo que me faltaba, repetía yo como un loro. Lo mejor
será convencerlo para que desaparezca, que se marche a su casa a
dormir la mona. Pero él, erre que erre, no quería saber nada de que
lo despacháramos. Esto se complica pensaba yo estrujándome los
sesos en busca de alguna solución. Que la idea de la presentación
de esa campaña era totalmente suya y absolutamente suya para
siempre por siempre hasta la eternidad y que yo era un mal amigo
porque quería colgarme las medallas, quedarme con toda la gloria
para mi solito y que también quería un café con leche con
magdalenas y que cómo extrañaba a Magdalena la hermosa mulata
dominicana de generosas proporciones que alternaba en la barra
americana que estaba debajo de la oficina, que ella era la única
persona en este mundo que lo comprendía, porque su mujer no lo
quería, por eso le tuvo que pegar un par de leches cuando llegó a
casa y lo que en realidad quería era un whisky doble y no el café
con leche y luego tirarse por la ventana porque la vida era una
mierda y que ya todo le daba igual y que el corazón le iba a
explotar y que él no se andaba con tonterías como otros, que para
eso estaban los amigos, pero los amigos de verdad y que él no
había querido matar a nadie pero ella no lo valoraba, que hoy en
día lo único que cuenta es el dinero y que el mundo era una
porquería y todo tenia un precio porque todos se vendían por un
puñado de dólares y que él no quiso lastimarla pero no paraba de
insultarlo y el amor se termina evaporando como el agua de la
lluvia y que estaba lloviendo y que se había calado hasta los huesos
porque vino caminando porque no se acordaba dónde había dejado
el coche y estaba hasta los huevos de esta oficina y que sabía que
tenía las horas contadas pero que su amigo Manuel lo defendería a
capa y espada cuando la policía fuera a por él y que quería
urgentemente vomitaaaaaajjjjr. En eso que entra mi secretaria
trayendo un café solo bien cargado para Don Vicente y le digo de
muy malas maneras que nos deje en paz, Mari Paz, que solo nos
faltaba que se espabile este imbécil ahora que se estaba quedando
dormido. Y a mi lado se pone la muy tonta haciendo pucheritos y
lágrimas y me pide que no la vuelva a gritar, que está muy sensible
por lo del hermano y la cuñada, par de sinvergüenzas ese dueto
pienso yo, ya que sé de muy buena tinta china, la de Josefina, claro
está, quién otra podía ser si no ella con esa lengua viperina, que le
sacan el dinero con las excusas de lo mas idiotas inventadas
especialmente para idiotas como ella, y yo que le pido mil
disculpas, que se ponga en mi lugar, que la reunión es dentro de
diez minutos y que no se me ocurre nada para desanudar este lio,
que nos jugamos la cabeza mientras a Tico la cabeza le da vueltas
y más vueltas por todo lo que ha bebido. Que haga el favor de
secarse los mocos, le doy mi pañuelo, que no sea tonta y no llore
que se le corre el rímel con lo guapa que está esta mañana que
parece un lucero y que lucero tengo yo para mentir, y que de
verdad Mari Paz, déjenos en paz. Pazzzzz, se va dando un portazo.
Vicentico cayó rendido zzzzzzzzzzzzz en el sillón. Por fin, un
problema menos entre todos los problemas que se me venían en
estampida. En la reunión puse la excusa de que Don Vicente
Helguera se había ausentado por problemas de salud, que se había
indispuesto repentinamente y que yo tenía toda su confianza para
abordar la presentación, que dicho sea de paso, fue un auténtico
fracaso porque los muy capullos de los franceses no captaron para
nada la idea y que se lo pensarían y hasta luego Lucas, si te he
visto no me acuerdo. Don Marcelino Cerezo Verín, el del traje de
Hugo Boss y amigo de mi padre desde la más tierna infancia, pero
qué lejana que me quedas, me llamó de urgencia porque habíamos
acabado con su poca paciencia. La reunión con don Marcelino traje
Boss en su despacho fue un auténtico calvario, me soltó una serie
interminable de sermones, insultos de elevado tono, puñetazos en
la mesa, descalificaciones, culpas y culpetas, dimes y diretes y
demás golpes bajos. Voy a exigir la inmediata renuncia de Vicente
y como amigo tuyo que es, tu lo tendrás que convencer para que
esto nos resulte a todos lo menos desagradable posible. Y como
guinda de este pastel me sentenció como penitencia con un cambio
por tiempo indefinido a tareas de menor responsabilidad. Regresé
cabizbajo a mi despacho, derrotado, malhumorado. No habían
pasado ni dos horas cuando mi padre al teléfono me cantó las
cuarenta a mis cuarenta y tantos largos años, recordándome que a
pesar de que sus padres eran unas bellísimas personas, siempre me
había dicho que mi amigo Tico era un desastre vestido por un buen
sastre, un cantamañanas lleno de mañas, un sin vergüenza nacido
en Sigüenza que me arrastraría con sus fracasos y que era una pena
con el futuro tan prometedor que yo tenía en esa empresa, que
quería verme y hablar seriamente conmigo. Sentado en mi
despacho miraba por la ventana una vista despejada. Quería estar
solo, sin más sobresaltos, el día había sido espantoso y ni siquiera
el no saber nada de Inés me preocupaba, ya aparecería, era parte de
su juego. Toc toc toc tocaron los nudillos ofendidillos de Mari Paz
a la puerta, si no necesita nada más Don Manuel, snifffff me retiro,
snifff snifff se me hace tarde, por cierto, sniffffff sostenido, Don
Vicente dejó dicho que lo llamase urgentemente. Hasta snifff
mañana sniffff. Hasta mañana respondí con la mirada perdida y la
mente en cualquier parte. Me fui al puticlub de abajo en busca de
revancha, me tomé un par de copas en compañía de Magdalena, la
dominicana de cuerpo generoso, amiga de barra y cama de Tico.
Me preguntó por él, que le extrañaba mucho no haberlo visto ni
ayer ni hoy. Levanté los hombros como queriendo decir no tengo
ni la más puñetera idea, ya bastantes problemas me ha causado,
pagué sin aceptar que me invitaran a una tercera ronda y me fui
directamente a casa. Era un día para olvidar lo antes posible, me
tomé un calmante y dormí como un tronco hasta la mañana
siguiente. Esa misma mañana me encuentro en la puerta del banco
con Don Pascual y Doña Adelita, padres de Vicentico, y después
de contarme un rollo patatero sobre su jubilación, el bricolaje que
era su gran pasatiempo ahora que tenía tanto tiempo libre, los
nietos que cómo crecían, que como estaban mis hijos, yo no tenía,
están bien les contesto yo con tal de no tener que dar
explicaciones, sin importarme nada de nada de lo que me estaban
contando, van y me dicen que qué bien se lo deben estar pasando
Soles y Verónica en París. Verónica y yo llevábamos separados
dos años, algo que tampoco tenía ganas de ponerme a explicar, que
los niños se han quedado con ellos porque Tico, como bien sabrás,
no para de viajar, que es una luz en los negocios, un ejemplo para
muchos, que qué me van a contar si trabajamos juntos, que a ver
cuando íbamos a conocer el chalet que se acababan de comprar,
que a fin de mes se irían a vivir allí y bla bla bla y a pesar de que
me cogieron por sorpresa, puse mi mejor cara y apliqué un
repertorio de encubridor profesional para cubrirle las espaldas a mi
amigo, a su idolatrado mimado consentido hijo y soltarles unos
tímidos je je je, que si, que se lo estarán pasando fenomenal,
gastándoselo todo y la la la la porque la tarjeta Visa es bella y la
madre que lo parió a Tico porque en algún lío gordo estaba metido
y me había mandado al frente sin decirme nada, nada nuevo en él,
también es verdad.
Al final siempre te la lía y acabas atrapado en la tela de araña de
sus problemas. A Don Vicente para la empresa, Vicentico para la
familia y Tico para los amigos, lo conocí en la universidad cuando
estudiábamos publicidad, ya en esa época era un auténtico desastre
y un golfo empedernido, te lo pasabas fenomenal con él, estabas de
carcajada en carcajada todo el santo día con sus bromas y
comentarios que lanzaba como dardos envenenados. Ir con él a
cualquier sitio era éxito garantizado con las mujeres y un mogollón
de peleas porque era, es y será siempre, un metepatas. En esa
época él era el único que tenía dinero y a mí me pagaba todo. Y a
pesar de que casi todo con él era estar al filo de lo imposible,
mucho cuento, exageraciones y rizar el rizo, yo lo apreciaba
mucho, muchísimo, era como un hermano mayor para mí. Amigos
para siempre, como él decía, amigos de verdad, de los que no se
arrugan.
El viernes fue un día normal, me lo pasé trasladando mis cosas a
otro despacho más pequeño. Mi padre por suerte no llamó, la
verdad es que yo no estaba para una comida con tirón de orejas. A
Mari Paz le pedí que se mantuviera alejada de mí por unas horas y
con otro sonoro portazo pazzzzzzz se fue llorando a su mesa. Tico
no apareció, lo de su renuncia me tenía a mal traer. A las siete me
metí en el despacho del boss y a las ocho y media salimos juntos
de la oficina y me propuso que lo acompañara a picar algo porque
tenía que hacer tiempo, había quedado con su mujer para ir al cine.
A eso de las diez de la noche, ya solo solano solateras, puse el
piloto automático que me llevó directamente hacia mi muro de
lamentaciones, el puticlub de debajo de la oficina. Entre copa y
copa me enteré por la dominicana de generosas formas que Vicente
había aparecido ayer a las once de la noche hecho un desastre, con
la cara llena de arañazos y que le había pedido que lo ayudara a
ocultar algo, estaba tan fuera de sí, que Magdalena, aterrorizada,
tuvo que llamar a Nemesio para que lo sacara del local porque se
había puesto muy pesado. Fue entonces que recordé lo del jueves,
cuando apareció en la oficina hecho un guiñapo, tenía arañazos en
la cara, además, le vi manchas de sangre en la ropa. A la tercera
copa ya navegaba en la galaxia del placer, del disfrute y del recreo,
y yo mismo me decía mañana será otro día chavalote, no te des por
vencido ahora, no ha sido culpa tuya, si te lo propones saldrás
adelante, pero no bebas mas, sé buen chico, coge el coche que
estas a tiempo y ¨vueeelveeeeeeeeee, vuelve a casa por Navidad¨,
como decía el estribillo del anuncio de turrones El Almendro. Con
el cuarto whisky volví a recordar y a extrañar a Inés la mentirosa,
mentirosilla. Lo mismo ya le resulto viejo y prefiere a alguien mas
joven, pensaba y también pensaba que estaba sobrepasando el
límite de copas y me lanzaba en picado hacía la mundialmente
conocida curva del bebedor. Entre la novena y la décima copa, se
me aparcó en doble fila el fantasma de la vikinga maciza de ojos
color esmeralda, toda para mí, para mi solito ¡Y a ver!, grito yo ya
algo tocado, ¡¿donde se ha metido tu amigo el grandote?! que le
voy partir la cara, que se cree muy macholote por ser tan grandote,
pero yo también tengo lo mío y le voy a dar un poco de lo que se
merece y no precisamente jamón de pata negra, con lo caro que
está, a ver, a ver, ¡¿donde está?! que dé un paso al frente, y tú,
cuerpazo de vikinga, sécame con tu pañuelo la frente y espérame
en la habitación que vas a recibir una ración de poderío español.
Entonces, como de costumbre, después de la curva de la tristeza se
me nublaron los ojos y comenzomeremere a despertarsemeremere
la agresividad. Fue como pisar a fondo el acelerador de mi mala
leche y el choque fue brutal, el final de mi encanto y el principio
de la torpeza del patoso cuarentón llegando a los cincuenta con
copas de más. Y ya harto de mis estupideces y de que metiera la
paté de fuá, Nemesio me introdujo en un taxi y ya no recuerdo
nada más. Eran las ocho y media de la noche del sábado, cuando
entre nubarrones, rayos y centellas que explotaban sobre la azotea
de mi cabeza, explotó también el inoportuno riing del teléfono.
Mmmmmsi digo yo totalmente confundido, sin saber si era hoy,
ayer o mañana. Al otro lado, la voz de Tico sonaba desencajada, y
antes de que tuviera tiempo para ponerlo a parir, comenzó a llorar
lagrimotas de cocodrilotes, me pidió que fuera urgente, que estaba
en el chalet de sus padres y que no dijera nada a nadie. A las nueve
y cuarto estaba recogiendo mi coche que había dejado en el garaje
de la oficina y a las diez y media estaba en la entrada del chalet.
Las luces apagadas, ni un solo ruido. Rompo el silencio de la
noche con la bocina, al rato, de entre unos arbustos y lleno de
barro, asoma el fantasma de Tico con cara de gallina degollada. Lo
acompañaban dos perros enormes. Mi amigo llevaba una pala en
una mano y en la otra una linterna encendida. La cagamos, pensé,
la cagamos, este loco se ha mandado la cagada del siglo. Sin saber
muy bien de qué, ya me sentía cómplice de algo. Abrió la verja y
me hizo entrar. A mí ya me había entrado todo el miedo del
mundo. Él estaba borracho, en ese momento pensé seriamente en
marcharme, pero a pesar de todo, Tico era mi amigo. Comenzó a
caminar haciendo eses, hasta que lo perdí de vista. Al rato, escucho
unos gritos detrás de la casa. ¡Ayyy! ¡me he torcido el tobillo! ¡mi
tobillo!. El muy capullo se había caído dentro de un hoyo. Al darle
mi mano para ayudarlo a salir, la luz de la linterna me dejó ver el
cuerpo golpeado y ensangrentado de Sonsoles. Soles, solita ella
yacía en el fondo. Tico consiguió salir. Resoplaba él, resoplaba yo,
me miraba él, lo miraba yo, maldecía él, maldecía yo, balbuceaba
él, lo reputeaba yo. Y va el muy cabrito y me suelta como si con él
no fuera la cosa: ¿y ahora que vas a hacer? ¡¿Que qué voy a
hacer?! le grito yo a punto de cometer otro asesinato. ¡¿Cómo que
qué hago?! ¡Desgraciado!, querrás decir ¿que qué haces? maldito
imbécil, me estás haciendo cómplice de tu maldita locura. Me
senté en el suelo, sobre el barro, o sobre la mierda de los perros, no
sé, que mas daba en ese momento. Esto no me podía estar pasando
a mí. No señor, no. No podía ser que este animal hubiera matado a
su mujer.
¿Que ha pasado Tico? le pregunté. ¿Qué coño ha pasado? Mi
amigo intentó explicar lo inexplicable. La noche que me dejaste en
casa ella me estaba esperando despierta. Se me fue la mano decía
entre un mar de lágrimas, lágrimas de terror por lo que le esperaba
y no de arrepentimiento repentino. Solita no paraba de gritarme
que quería el divorcio y que se llevaría a los niños, no sé cómo
ocurrió, pero yo había bebido mucho, no sabía lo que hacía, la
golpié hasta que dejó de moverse. Me volví loco Manuel, solo
quería que se callase. Luego la metí en el coche y me la traje para
al chalet que hay mucho terreno. Pobrecilla, ya no se puede hacer
nada por ella, mejor la enterramos de una vez, ya nos inventaremos
algo cuando alguien pregunte por ella. Me levanté de golpe, le
arranqué la pala de la mano, le grité que iluminara y comencé a
echar tierra sobre el cadáver que seguía con los ojos abiertos y me
miraba y me miraría así en millones de pesadillas hasta el resto de
mis días. Cuando terminé, arrojé la pala y le grité: ¡el cuerpo se
estaba descomponiendo! por eso le echado tierra. ¡Ahora tu sabrás
lo que debes hacer! No quiero saber nada más de ti hasta que
llames a la policía. Tico, estás completamente loco, a tus padres les
has dicho que tu mujer estaba de viaje con la mía, en la oficina me
piden que renuncies, ahora esto, estás hasta arriba de mierda y lo
que es peor, me has salpicado de lleno. Te aconsejo que llames a la
policía y te entregues. Me di la vuelta y regresé al coche, recién en
la autopista me di cuenta de que me faltaba un zapato. Al llegar a
casa encontré una nota en la mesa de entrada que decía: te he
estado esperando, tenemos mucho de que hablar, salgo hacia
Roma, estaré de regreso el lunes, espero que la reunión con los
franceses haya sido todo un éxito, que pases un buen fin de
semana, te extraño, te quiero, Inés.
El domingo no sonó el teléfono, estuve todo el día esperando la
llamada de Tico, pero no dio señales de vida. ¿En qué andaría ese
bestia? Me entraron las dudas, a fin de cuentas, era igual de
culpable que él, era cómplice de un asesinato, yo había enterrado a
Sonsoles. Entré en estado de pánico, no podía ser tan ingenuo, tan
imbécil. ¿Y si él se lava las manos y me echa la culpa a mí? ¡Mis
huellas están en la pala! ¡El zapato! ¡Todo se puede volver en mi
contra! Llamé a Tico a su casa, nadie cogió el teléfono. Intenté
localizarlo en casa de sus padres, doña Adelita me atiende y se
pone a llorar, no para de reprocharme, sí, de reprocharme, me
pregunta que en qué he convertido a su hijo, que estaba hecho un
completo desconocido, con lo formal que era, serio y trabajador,
tan buen marido y padre hogareño, y que ahora, por mi culpa,
estaba desorientado, como perdido, era otra persona. ¡Pero
señooooora!, ¡¿qué me dice?! Nada, nada, eres un mal ejemplo, mi
hijo no se merece esta humillación ni nosotros este sufrimiento,
pobrecillo, está hundido. ¡Señoooora! ¡¿pero que me está usted
contando?! Lo que me oyes Manuel, has conseguido que lo
despidan, que Solita lo abandone y desaparezca, hasta hoy no ha
dado señales de vida, y tu diciendo que estaba en Paris con
Verónica, a saber lo que le estarás contando a tu pobre mujer, un
ángel ella, y tus hijos que son dos soles, no te lo perdonarán nunca.
¡Eres una mala persona!, ¡una mala persona y que Dios te
perdone!. Ya lo decía mi marido, eres mala hierba y Vicentico no
se merece que le hagas esto. ¡¡¡Señora!!! ¡escúcheme bien! yo no
tengo hijos, llevo seis años separado de mi mujer, aprecio a Tico,
pero su hijo es un desastre, me he pasado la vida protegiéndolo,
¡Así que no me venga con tonterías!, ¡por favor! Y pídale que de
una vez por todas se quite esa máscara de inocente y que le cuente
en qué infierno vive. Y colgué indignado, sabiendo que yo ya
estaba jugado. Me puse lo primero que tenía a mano y salí
disparado hacia el chalet. Allí me encontré a Tico, como un
lunático, con el teléfono en la mano y el pantalón arremangado que
dejaba ver el tobillo totalmente deformado por la hinchazón que le
había causado el esguince. Acabo de llamar a la policía, me dijo
con cara de no haber roto nunca un plato, les he dicho que
habíamos matado a mi mujer, ya vienen para aquí. He llamado a
mis padres y me imagino que ellos habrán llamado a los tuyos. Mi
madre dice que la has telefoneado y no has parado de gritarla, que
me has puesto a bajar de un burro, que estabas empeñado en
convencerla de que tu mujer estaba con Solita en Paris, que te ibas
a divorciar y que habías dejado a tus hijos en casa de tu hermana
porque no podías encargarte de ellos, que ya era hora de que tus
padres aceptaran a Inés. También dijo que me habías despedido y
que ahora te quedabas con mi puesto en la empresa. Eres un cabrón
Manuel, un maldito cabrón, ¡qué razón tenían mis padres cuando
insistían que me alejara de ti! Y yo Manuel, siempre cubriéndote
las espaldas cada vez que te mandabas una cagada, te creía mi
amigo, eras como el hermano que no he tenido, me he pasado la
vida protegiéndote, ayudándote en todo lo que he podido, y tu , en
cambio, me lo pagas así. ¡Mira que enterrar a Sonsoles! ¡¿Y si
estaba viva?! ¿eh?, dime Manuel, ¡¿y si estaba viva?!. Y comenzó
a reírse a carcajadas y a llorar como un loco en su mundo porque
ya le resbalaba todo.
Llegó la policía, llegaron mis padres, llegaron los padres de
Vicentico. Se me iba la vida en un despropósito, en el autobús de
la amistad con un billete capicúa que ya nadie guarda. Tico se
tambaleaba mirándome a los ojos esperando que dijera algo. Yo,
sin embargo, había decidido sembrar una semilla de silencio hasta
que llegara mi abogado.
QUE NO SEMOS NAIDE
A
doña Asunción se le cayeron todas las flores del vestido al
recibir la mala noticia y se le secaron para siempre en el otoño de la
tristeza. La muerte de Aurelio fue un durísimo golpe, uno más de los
tantos que le asestaba la vida a esta mujer que no había hecho otra
cosa que entregarse a su familia. Cuando volvió del mercado y se
encontró a las tres Marías, doña Carmen, la Reme y la Angelita,
haciendo guardia en la puerta de su pisito de la corrala de la
madrileña calle Ventorrillo, las tres tan nerviosas, tan pálidas, tan
sofocadas, que algo se imaginó la pobre mujer.
Y por cierto, comentaban las amigas, que mala costumbre que tiene
la Asun de dejar la puerta abierta. ¡Oye!, un día de estos la van a
entrar a robar y se va a llevar un disgusto morrocotudo. Pobrecilla,
como la ha tratado la vida, hay que ver la de calamidades que le han
sucedido. Primero, las que pasó con el fatal accidente del finado
Antoñito, su hijo mayor, cuando regresaba de una boda de
Barcelona, las malas lenguas dicen que estaba algo bebido. Luego
vino el divorcio por las malas de Conchita, con aquél italiano, esa
cruz que nunca supo llevar, con los nietos yendo y viniendo de un
país a otro. ¡Oye! pero mira que era feita la pobrecilla, sin ninguna
gracia, sin maneras, sin ná de ná. Más tarde lo de la Merche, la más
pequeña, la que todos creíamos que iba para vestir santos y resultó
ser una pelandrusca, si, esa que se escapó con un actor de poca
monta y no se la volvió a ver el pelo. Y que me contáis del problema
con las drogas de Miguel, ese que ahora tiene el sida y vete tú a
saber en qué sitio lo tienen recluido, porque si quereis que os diga la
verdad, si lo traen a vivir a la corrala, a mí me da un soponcio.
¡Fíjate!, viviendo entre nosotras, una nunca sabe lo que se puede
contagiar con esas enfermedades tan raras. Lo de Manolito, su hijo
preferido, ese que era tan celoso que a la Carmela no la dejaba ni a
sol ni a sombra, al que condenaron a treinta años de cárcel por matar
a puñaladas al compañero de trabajo de su novia, que luego resultó
que era verdad que estaban liados y la muy desgraciada se quedó
con esa birria de piso que habían comprado en la Ventilla y con lo
que llevaban ahorrado, que no creo fuera mucho, pero algo sería.
¡Oye! Sin olvidar a Francisco, el más rarito de todos, ese que a base
de cirugías se ha quedado hecha toda una mujerona. ¡Sí, mujer!, el
Paquito, el que jugaba a las muñecas con mi niña y se disfrazaba con
los vestidos de la abuela. ¡Sííííí, ahora lo recuerdo, el mariquita!
¡Claro! ¿Ves como ahora te acuerdas Angelita?
Y encima, por si fuera poco, esto. La verdad es que no semos nadie,
Reme. Pero pobre mujer. Y sin querer meterme donde no me llaman,
y no vayáis a pensar que soy una cotilla de esas como las que ya
conocemos de sobra, ¡pero oye!, que descuidada andaba la Asun.
¡Ayyyyyyyy! Con esas pintas que parecía una pordiosera, toda
despeinada, toda andrajosa. ¡Oye! La casa toda patas pa arriba, sin
limpiar, llena de humedades. ¡Un asco, oye!, ¡un asco de los de
verdad! Os lo digo yo que lo he visto con estos ojos. Pero bueno,
que se le va a hacer, ca cuá es ca cuá. ¡Oye! Y mira que le dije que
tenía que conseguirse otro gatito, que el Aurelio ya estaba muy
pachucho. Todo sarnoso y flacucho el maldito gato ese, todo el santo
día suelto, pululando por toda la corrala. Con el miedo y asco que
me dan. ¡Oye! Pobre mujer. ¡Ayyyyyyy! ¡Qué disgusto se habrá
llevado la pobre con la muerte del gato!
No semos naide, queridas, no semos naide. Totá , si tó es pa ná, os lo
aseguro yo que peino más canas que vosotras.

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