Descargar - Hugo Caballero
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PROLOGO El poeta y artista plástico Hugo Caballero Jr. es también cuentista. El cuento es un género difícil, acaso una fatalidad. Es un suceder, un “ahora” – parece intangible, pero lo es- y Caballero lo maneja con gran coraje y particular destreza. No exentos de un afilado sarcasmo, estos cuentos de excelente factura , con una prosa musical, sonora, onomatopéyica y un idioma impecable, amén de oportunos e interminables calificativos plagados de sorpresas, nos hacen transitar un mundo real, casi tan real como la ficción a la que aluden. Dentro de su tremendismo son una bocanada de aire fresco con diminutas y acertadas gotas de hiel. Con inspirados dibujos de Marina Caballero, este texto merece ampliamente ocupar un lugar de privilegio en el vasto y maravilloso universo de las letras hispanoamericanas. TERESA CABALLERO Mallorca 2004 MAÑANA ME DIRÁS NUNCA JAMÁS Hugo Caballero (jr.) MAÑANA ME DIRÁS NUNCA JAMÁS Hoy tenías el corazón nublado. Me di cuenta tan sólo con verte y ya me imaginé que Raúl, para variar, tendría la culpa. Además, tampoco te habías pintado los labios y una de las medias tenía una carrera que atravesaba la avenida de tu pierna izquierda. Ya habían pasado como cinco años desde que nos conocimos en el ascensor. Cuando tocaste el botón del octavo recordé que mi madre comentó durante la cena que teníamos nuevos vecinos. Ya habían pasado como cinco años desde que te amaba y el botón del octavo seguía funcionando pero los vecinos ahora eran otros. También habían pasado como cinco años y tú seguías de novio con el imbécil de Raúl. Él y yo siempre nos mirábamos torcido, él a mí porque se daba cuenta de mis ilusiones contigo y yo a él porque no entendía como ese energúmeno, egoísta, déspota y machista podía estar a tu lado. ¿Tomarás un café? te pregunté yo en una nube. No, gracias, me respondiste desde otro planeta, hoy prefiero un té. Ya estoy bastante cargada esta mañana, tampoco me pidas la tostada de siempre, tengo un nudo desde ayer en la garganta. Y yo, que quería ofrecerte el mundo en una bandeja de plata, el café, la sacarina, la tostada, la mantequilla, la mermelada, el periódico, tu canción preferida, una flor exótica; sin embargo, te miraba en silencio aún en mi nube esperando venir tu promesa de siempre: ¡te prometo que con Raúl ya no va más! y esta vez te lo digo en serio. Y yo, aún sabiendo que lo que decías era esa infantil promesa después de cada una de tus peleas, estaba como si hubiera llegado mi gran día gritando de felicidad por dentro, soltando veinte mariposas en mi corazón, tirando papel picado sobre mis sueños, celebrando un ¡al fin desaparece este Guadiana!, contando por enésima vez los colores del arcoíris de tu maravillosa sonrisa que me conocía de memoria, dejando propina al camarero que no nos había traído la cuenta y en broma, que para mi desgracia no era ninguna broma, te contestaba con un ¨en cuanto él te llame otra vez ya se te habrá pasado¨. Y la verdad es mi sinrazón con un solo dado de azúcar, y nuestro amor, o mejor dicho, mi amor hacia ti, es un tornillo que no puede dar mas vueltas, porque tengo la certeza de que esta misma tarde estarás jugando con tus dedos de ángel entre los rizos de su melena, tumbados en el sofá donde yo me siento a escuchar tus quejas cada vez que me llamas y seco tu mar de tristeza con mi pañuelo de seda. Y yo que siempre tengo mil pares de ojos para verte, una colección de palabras para animarte, cataratas de lágrimas para ahogar tus penas, me mantengo firme y fiel para acompañarte, para rescatarte de ese monstruo de siete cabezas pero sin un dedo de frente, sin ningún sentimiento, sin el mas mínimo sentido del respeto, sin nada de ternura. Y tú, atascada en tus frases de lamentos mil veces repetidas y que me sé al pie de la letra, esperas que yo apague el incendio aún sabiendo más que de sobra que ese incendio tiene nombre propio. Y propio de mi torpeza, derramé la taza sobre tu falda, mis sueños sobre la almohada, mis besos en el infierno, mis disculpas en los ojos de Raúl que se había presentado de repente y que otra vez me dejaba ver su mirada torcida. Torcidas quedaron las agujas que marcaban los minutos mágicos de verte, de oírte, de olerte, de sentirte tan cerca y tan lejos. Miré el reloj y fingí una cita con algún cliente y con la excusa de que llegaba tarde, os di un hasta luego que lo paséis bien no seáis tontos que la vida es corta y bla bla bla, con todas las ganas de quedarme y estrangular a Raúl que me echaba el humo de su cigarrillo en la cara. Ya en el taxi, planeaba mil maneras de sacártelo de encima, de sacármelo de en medio y quedarme contigo. Y sin ti pasé toda la mañana en la oficina con un tremendo dolor de cabeza, toda la tarde de reuniones interminables disimulando el mal humor, toda una cena sin la más mínima gracia con un grupo de empresarios japoneses interesados en entrar en el mercado español. Luego, pasé a solas lo que quedaba de la noche mirando los círculos que dejaba mi copa de Johnnie Walker sobre la barra del Balmoral. Para moral la mía pensé reteniendo flashes de mi vida. Manolo me puso el último trago, eran las tres de la madrugada y ya habían cerrado, mientras, Agustín hacia la caja y se reía a carcajadas consciente del vía crucis de mis desgracias. El frío de la noche me sacudió las ideas y me fui caminando por Hermosilla con la esperanza de verte aparecer en cualquier esquina. En la penúltima esquina camino de casa surgieron tres tipos con ganas de pasar la noche a costa de lo que tenía en mi cartera, no opuse resistencia, era poco lo que quedaba en ella y eran muchas las posibilidades de recibir una paliza. Ya en casa y al abrir la puerta, vi como me guiñaba el contestador, de inmediato supe que eras tú y no me equivoqué. Tu voz entrecortada me pedía que fuera a buscarte, te habías vuelto a pelear con Raúl y no te dejaba entrar en casa. Era muy tarde, estarías sentada como tantas veces en algún banco del Paseo del Prado. Volví a salir, pasé nuevamente por la penúltima esquina, esta vez los chicos malos fueron más amables, me pidieron fuego y también, si no me importaba, querían saber la hora. Mañana no tendré más remedio que ir a comprarme otro reloj, otro encendedor y otra cartera. Y allí estabas, malditamente frágil, malditamente golpeada por dentro y por fuera. Con esa mueca de tristeza y de dolor pidiéndome un abrazo. Y yo, como si el carnaval no hubiera ya pasado, seguía con mi máscara de hierro, la de no te preocupes que aquí estoy, soy impenetrable, no me duele verte así, no me duele nada, porque el que nada y no sabe guardar la ropa en este mundo está perdido. Pero en el fondo, estaba desgarrándome por dentro, sufriendo tanto o más que tú y jurando por mi vida que ese cabrón me las iba a pagar de una vez por todas. Encontré minutos imposibles cada día para poderte ir a ver al hospital, luego decidí pedir una semana de permiso en la oficina para acompañarte, para mimarte, para protegerte, para retarte, para amarte y a Marte sabes que voy si por amor tú me lo pides. Pero empezaste a estar más sensible que nunca, más intratable que nunca, más desconfiada que nunca, más distante que nunca. Y nunca podré olvidar aquella mañana, cuando llegando a toda prisa al hospital, con la ilusión de estar contigo, de sentirme tu sombra, tu bastón, tu guía, tu espejo; te vi subiendo al coche de Raúl. Ni un saludo, ni un adiós, ni una sonrisa. Te fuiste sin más. Consiguió alejarte de mí y no te diste cuenta del daño que me hacías. No volví a saber de ti hasta que te acercaste a mí aquella mañana lluviosa en el Cementerio de la Almudena. Tardé un segundo en abandonarlo todo. Pero esperaré toda la vida hasta volver a verte. Esperé que el guiño del contestador automático volviera a ser mi cómplice. Pero tardé un océano en comprender que nuestro amor era imposible. Tardaré lo que sea hasta cumplir con mi promesa. Pero espero que te encuentres bien, a pesar de todo. Darle una lección a Raúl era mi único propósito. Después de darle muchas vueltas, resultó ser mucho más sencillo de lo que me imaginaba, solo me bastó con pasar a altas horas de la noche por la penúltima esquina hacia mi casa, encontrarme nuevamente a esos amigos de lo ajeno, contratarlos por unas pesetas y esperar los resultados. Pero estos se pasaron de la raya, lo que debía ser un simple susto, un toque de atención, acabó en una brutal paliza, en una ida a urgencias al hospital más cercano y en un viaje sin billete de regreso hacia el Cementerio. En La Almudena, bajo la fina lluvia, fue la última vez que nos vimos, fue la última vez que me miraste a los ojos, fue la última vez que pude oír tu voz. Luego me detuvieron, no hice nada por declararme inocente. Ni el tremendo disgusto de mis padres, ni el escándalo en la familia, ni la sorpresa de los pocos amigos, ni el cotilleo de los tantos vecinos, ni el ¡mira tu por donde, quien lo iba a decir! de los compañeros de oficina me afectaron. Por mi hermano me enteré que la policía había cogido a los responsables y que por ellos llegaron hasta mí. Ahora, desde la cárcel, te escribo por si te interesa saber la verdad: Ha pasado todo tan rápido, en el Cementerio sólo me hablaste con rabia, con desprecio, solo querías saber los motivos por los que mandé matar a Raúl y yo me quede sin palabras. Tus últimas frases, ese cruel ¡te odio, no eras nada para mí!, ese injusto ¡nunca soportaste que fuera feliz!, siguen retumbando en mis oídos. Recién entonces me di cuenta de que nunca notaste lo que sentía por ti. Lo hice porque te amo Clara, simplemente por eso, porque te he amado desde siempre y tus ojos estaban ciegos ante mi corazón ilusionado, protector, esperanzado y ahora partido en mil pedazos. Por eso he llevado a cabo esta venganza que solo pretendió, y te lo juro que es la pura verdad, ser un pequeño susto, un escarmiento para alguien que se lo merecía. Pero terminó como terminó. Ya sé que te parecerá atroz, pero con el tiempo, cuando estés mas tranquila, verás que sin quererlo te has quitado un gran peso de encima. No podía seguir viendo como eras maltratada y quedarme con los brazos cruzados. Acaso pensé que tendría esa oportunidad, pequeña, pero al fin y al cabo una oportunidad de que llegaras a amarme. Acaso mis ojos eran los que estaban ciegos ante tu corazón lleno de vida, de esperanzas, enamorada pero castigada psicológicamente por ese animal de Raúl, ese mal nacido al que maldigo eternamente. No me perdonarás, pero igual que no te lo reprocho, no me arrepiento en absoluto de nada de lo que he hecho. Me habías pedido que no te siguiera protegiendo, que ya eras mayorcita para saber lo que te convenía, que eras libre de hacer de tu vida lo que te viniera en gana y que me quedara tranquila, que todo cambiaría. Pero el amor es ciego Clara, nadie mejor que tú debería saberlo, fui perdiendo el equilibrio en cada empujón que me daba tu indiferencia. Ahora que las palabras te amo ya están escritas, que me cuesta un todo saber que te he perdido para siempre, solo puedo decirte que he vivido este amor en silencio y que he buscado siempre mil maneras de mantenerte al margen, pero el ser amigas me resultaba demasiado poco. Sé que la culpa es solamente mía y que tu tenías todo el derecho del mundo de aceptar como te venían las cosas. Por esto y por todo lo que me he callado en estos cinco años te pido perdón, te pido perdón por no haber sabido conformarme. Pero te repito una vez más que no me arrepiento de nada. Creo que he vivido estos últimos años para amarte, porque la ilusión es lo último que se pierde. El amor es un puñal de doble filo, te lo repetía tantas veces y tú te reías a carcajadas y me preguntabas, medio en serio, medio en broma, que cuando encontraría un novio, y yo te decía siempre lo mismo, que acabaría por quitarte a Raúl. Lo que son las cosas Clara, fue lo único que acerté en la vida, te quité a Raúl para siempre. Por esto y por todo lo que vivimos juntas, guárdame como una flor en el ojal de tu recuerdo, porque se que mañana, cuando leas esta carta, me dirás nunca jamás. QUE SERIA DE MI VIDA SIN ADRIANA Recién en el ascensor se dio cuenta de que le faltaban los zapatos y los codazos de la familia Gutiérrez Cano al completo lo sacudieron de rebote y terminaron por espabilarlo. Con cara de ya se han dado cuenta estos cotillas y a mí qué me importa, abrió de golpe la puerta en el segundo piso, giró enfurecido su cuerpo hacia ellos y con la lengua hecha un trapo, les dio un resacoso dormido mal humorado buenos días tardes noches o lo que ustedes prefieran y subió un vía crucis de escaleras hasta llegar a su apartamento del séptimo piso. Al entrar, se encontró con un desorden descomunal. Adriana lo miraba con cara de pocos amigos mientras murmuraba furibunda: menuda juerga tuvo anoche el señorito, menuda juerga. Juan comenzó vagamente a tener pequeños flashes de la noche pasada y los excesos le dejaban como tarjeta de visita un terrible dolor de cabeza. Zapatos, necesito urgentemente unos zapatos. Adriana, búsqueme unos zapatos. Si señorito. Y me hace un café bien cargado, consígame una aspirina, una jarra de agua helada, llame a la oficina, hable con mi secretaria y que anule todas las reuniones. Si señorito. Alcánceme los cigarrillos, las cerillas, un mechero, lo que tenga más a mano. Apúrese, aligere el paso que para eso es joven. ¿Todavía no limpió los ceniceros? No señorito. Ya me está pidiendo un taxi, esta corbata tiene una mancha, la lleva hoy al tinte, baje la radio, alcánceme el periódico, ¿hay alguna camisa planchada? Si señorito. Quiero otra corbata. De paso, tráigame unos gemelos. ¿Los niños de la señora Encarna? -preguntó con sorna la empleada. ¡No mujer! bramó Juan hecho un basilisco y con ganas de acogotarla- unos gemelos para la maldita camisa, estúpida, tiene usted menos luces que el camerino de un ciego. Vaya, no me he afeitado, ¿ha comprado las cuchillas de afeitar? No señorito. ¿No?, será posible, mire que se lo dejé en una nota en la puerta de la nevera. Si señorito. ¿Para qué tiene los ojos?, es usted un desastre, un auténtico desastre Adriana. ¿Por casualidad no habrá visto mi agenda, verdad? No señorito. Pero porqué me tendrá que mover las cosas de su sitio, ahora no consigo encontrar nada. Ring ring ring, si es de la oficina diga que ya estoy en camino. ¡¿Acaso no le pedí que llamara a mi secretaria?! Sí señorito. Atienda el teléfono de una vez. Señorito, que es el timbre de la puerta. ¡Pues entonces abra! ¡A que espera para abrir, atontada! No estamos en abril señorito y sin faltar que ya se está pasando usted de la raya y una tiene un límite. Riiiiiiiiing, ¿pero quién diablos será a estas horas? ¡¡¡Adriana!!!, ¿me quiere decir de una puñetera vez quién llama? Señorito, que pregunta el portero si son suyos unos zapatos negros que estaban en el ascensor. ¡Pues serán los míos, que se yo! Y no me haga tostadas. ¡No se las pensaba hacer, señorito! -respondió también gritando la empleada-. El agua, esa bendita jarra de agua, ¡es usted una inútil!, cof cof cof, ¡cómo se puede ser tan inútil!, coff coff coff el jarabe, Adriana, el jarabe. ¿Que hora es?, ¿cómo?, ¿que hora ha dicho que es?, no puede ser, hubiera jurado que eran las diez. Mis gafas, ¡¡Noooo, las de sol nooooo!! las otras, las de ver. Espabile mujer, busque, busque y pregúntele a la señorita que está en mi cama si quiere desayunar y como se llama. Y tráigame de una vez la camisa, que parece que hoy a usted le pesa el culo. ¡Pues ya está bien, faltaría más!, oiga. ¡Ya no le aguanto ni una más! Desde que ha entrado no ha parado de darme órdenes y de faltarme el respeto, y encima, por lo que me paga. Ni que ésta sea la residencia del presidente. ¿Pues sabe lo que le digo señorito?, que renuncio. ¡¡Re-nun-cio!!. Si, como lo oye. Me largo con viento fresco y que le den morcillas a usted y a su mal genio. Que con usted no hay quién pueda. ¡Que paquí!, ¡que pacá!, ¡que pallá! Una es una mandá, pero también tiene su amor propio. Y por cierto, que la señorita dice que usted le prometió pa desayuná champaña con fresas. Y que se llama Alfredo. ¡¡¡Ea!!! BEBIENDO EL MAR DE LOS PLACERES Tenía tanto tiempo, que hasta podía contar las gotas del grifo mal cerrado que estaba al otro lado de la barra. Pidió otro whisky, encendió un cigarrillo, miró el reloj y apagó el teléfono móvil, total, para qué, si la única que llamaba a esas horas era la nostalgia. Bebió de esa copa el mar de los placeres y comenzó a recorrer lentamente parte de su historia. Una infancia solitaria, los curas del internado, una madrastra con tres gatos, un padre con mucho carácter. El primer trago, la maldita mili, las mil y una noches, una novia casta y pura, Purita la vecinita del quinto. La primera borrachera, la primera resaca, el sabor del alka-seltzer, las visitas al prostíbulo de Mariel. La herencia que nunca heredó y quedó en manos del abogado y de la madre postiza que ahora y hasta el derroche sería un forúnculo para el letrado. El título trucho, el primer trabajo, la primera mano en la lata, el primer despido, la primera esposa, el primer soborno, el primer sobrino, el primer millón, la enésima deuda, el primer juicio, las primeras esposas, la primera fianza, la última confianza, las malas amigas, las buenas migas con el alcalde, con el jefe de aduanas, con la mujer del jefe. El contrabando, el otro bando, el contrabajo, el sin trabajo, miles y miles de mentiras y todo el despilfarro en aquellos días de vino y rosas. Y Rosa, qué pedazo de mujer, mi Rosita, con esa risita, esas trencitas, tacita de café, yo con una gota de leche y taciturno que es mi turno, soy muy tierno en el infierno, me gustan las noches, las juergas. ¡C´est la vie! Y Elena la de los collares, la de las mil perlas, la madre de Perla. Perla la malcriada, la de los anillos de fantasía, la que fumaba cigarros, siempre de buen humor, con esas carcajadas que salían de su enorme quijada, hada madrina, matutina, mandarina, harina de otro costal y tal para cual. Almudena criatura fermosa, golosa, mimosa, vanidosa, osa mayor con los enemigos, osa menor para los conocidos, con enormes pechos navegando en mi lecho, pero del dicho al hecho hay un largo trecho, una gotera en el techo y ahora te echo de la habitación hasta mañana y para desayunar quiero tostadas con jalea real y un zumo de naranjas natural, tan natural como toda tu inocencia sin ton ni son. Sonia la mojigata llena de fantasías crueles. A Margarita le gustan las rosquillas y yo tengo cosquillas, no me hagas reír, reina, reineta. Claudia, la peligrosa, la fogosa, la pegajosa, cariñosa según el día, tan sofocante por las noches, siempre fue completamente sorda y descuidadamente obesa. ¿Quién me besa? Catalina, la mulata de labios ardientes. Y como siempre y por siempre con su juego de llaves, Juanita, la hija de la portera. Las escaleras con cincuenta escalones hasta el segundo piso, la segunda esposa, la décima herida, la penúltima querida, la última promesa, las últimas mentiras, el último secreto, el último deseo, el último decreto, la última esperanza. Esperanza López Nieto si no quieres regresar, no regreses, quédate a vivir en casa de tu madre, yo vivo más cómodo solo, estoy harto de tus cremas y ruleros. Un oso de peluche, un muñeco de madera, un soldadito de plomo, una medalla de plata. Una noche con diez velas y bajo la ducha tonteando contigo. Y yo te mojo, tu me mojas, yo me seco, tu te secas, y cuando termines de hacer la tontita me preparas un bocadillo de mortadela. Adela, si ves que la fortuna se dirige hacia ti, cógela sin dudarlo, pues será para los dos, y si no es así, tú darás la cara por mí al otro lado del espejo en la comisaria y yo conozco al comisario. Y entonces, me viene a la memoria la dulzura de Dolores, Lolita, Lola, bondades sin canas, mentiras infinitas, vanidades y carnes, sin caras ni caretas. ¡Qué caras están las flores! A Guadalupe para su cumpleaños esta vez le enviaré tan solo una tarjeta, luego ella rumiará qué cara más dura que tiene éste hombre, grandota, redondita, gratinada. Ada, muchas gracias, el amor lo quiero con leche y dos cucharillas de azúcar. El amor hoy me duele más que nunca en este mundo absurdo, nada me importa, pero tú si y muy mucho, pero ya no tengo tiempo, estoy muy ocupado con otros menesteres pero no busques revancha. Ancha es Castilla y yo quiero un castillo, un as de espadas debajo de la manga, dos dados trucados y unos dedos largos que jueguen con mis labios en un anochecer con luna llena. La verdad es tan verde como una esmeralda, Esmeralda, ¿estarás llorando o riéndote de mí? conmigo y sintigo, camino y camino, trigo dorado, tres tristes tigres, vaya trabalenguas para mi lengua que está hecha un trapo. En una hora y con cinco tragos se me llena la memoria de infinitos recuerdos. En una hora pasan como en un desfile, la vida, algunas sonrisas, alguna que otra carroza, miles de mujeres bonitas, las ambulancias, un par de monjas, los tres mosqueteros, la suerte a toda prisa huyendo del afortunado, también los despeinados, los latosos, los desempleados, los mentirosos, los descontentos, los cabizbajos, el carnaval de los hipócritas con su lluvia de serpentinas. Y Tina la melancólica se sienta junto a Olguita la piba argentina, mi joven psicóloga, tan galopante, tan trepadora, tan pelirroja, tan peligrosa, tan insolente, toda ella intolerante. Y uno que de repente, whisky va whisky viene, se arrepiente de todo y siente que llegó la hora de pedir perdón por el daño desparramado gratuitamente durante estos años de efímera gloria. Gloria mi amada, me manchaste el corazón con traición color mostaza y lo que se da no se quita por eso tienes jorobita. Tampoco volverá a salir el sol para tí, mi Marisol de largas primaveras, te juro que lo nuestro era como un manantial de agua más bien escasa pero clara. Y Clara hoy está vestida de blanca y radiante va la novia, a pesar de haber pecado tanto, tanto, pero taaaanto… que al final algún infeliz picó el anzuelo, pobre peón sacrificado. Eva, la tentación que vive en el octavo, yo siempre seré tu Adán, comeremos manzanas asadas y pecaremos al este del Edén y en donde las dan las toman, como bien dice el refrán, Francesca, la italiana, pasta y lasaña, refresco de cola, tú siempre tan light. Camarero, otra ronda por favor y explíqueme porqué dentro de mi copa había una mosca nadando croll. Lloras ahora tú, María Posadas, mariposa de color azul como los ojos de Elizabeth Taylor, my taylor is rich pero yo soy tan poor en estos días. Por ti Laura me perdí, ¿cómo pudimos engañar a tanta gente? ¿cómo pudiste engañarme también a mí?, picaruela, porque ya me he enterado que has abierto una cuenta en las Islas Caimán, donde descansan en algún banco los billetes que tu me robaste y que juntos robamos a aquél tipo que le robaba al Estado, y en estado de coma, punto y coma me quedé cuando comprendí que te habías marchado con todo ese dinero y ahora vives con un jovencito musculoso en el sur de la Florida. Florinda la chabacana, la que nunca estuvo en Copacabana, la del rey de oros y sábanas blancas, jamás usó una sartén, es vegetariana y siempre pide ensalada de fruta de postre y de prepo se queda con la propina cuando el camarero se distrae, pero de popa y de proa todo su body está muy bien, es un ejemplo de curvas y esdrújulas. Leamos juntos el periódico, releamos nuestras cartas de amor, pero tú callada, que hoy no quiero oír hablar de tus bobadas. Tamara, si yo te amara estaría loco de atar y basta ya de lágrimas y basta de aceitunas camarero, me pone usted un platito de almendras tostadas, van mejor con el whisky. Y las joyas que lleva aquella señora son tan falsas como los títulos nobiliarios del pintamonas que está con ella que va de sangre azul pero tiene sangre de horchata. Que pesadito que es usted, ya le he dicho que no me cobre, aun tengo para rato camarero, cobra, víbora, serpiente, bobina. Bibiana la de la liana, ¿cómo estás?, prometo que te llamaré en cualquier momento, te lo juro con perjurio, descuida, tu eres la primera de la lista, listilla, cuidaras mis intereses, jotas, eles y erre que erre no me distraigas con tus sermones. Iré preso si continúo con estos negocios turbios, me lo han advertido los del juzgado, por eso ni como, ni duermo, ni hablo. Bloqueado tengo el tiempo, el corazón también y yo he pedido otro whisky pero el de la barra se hace el sueco y mira hacia otra parte. Anteayer te vi pasar en brazos del señor ministro y no me saludaste, ni un hola ni un adiós Susana, que mal estuviste, ya hablaremos otro día, ahora estoy ocupado con estos clientes en otro tema inmobiliario, pero no me fío, ellos no se fían, ya nadie se fía. Rigoberto se llama el más alto y tiene un tic que me pone nervioso. Tu llámame cuando puedas, yo hago de todo para olvidarte y por quitarme este dolor de muelas. Un forofo madridista pide la séptima copa de cerveza helada y una octava y luego la novena. ¡Qué bonita es tu mirada!, le digo yo algo pasado de rosca a la monumental mulata que está sentada a mi vera, sé muy bien lo que estás buscando, ya te veo venir, picarona, quieres un tet-a-tet conmigo y yo te voy a merendar ñam ñam a mordisquitos y una taza de té para ti y otro whisky para mí. Te voy a tratar como a una reina africana, artista de barra, hechicera de fuego. Pero resulta que la muy estúpida se va mirándome con asco y sin dirigirme la palabra. La puerta giratoria del local es una ruleta de gente que entra y sale. ¡Hagan juego señores!, ¡no va más!, ¡veintitrés, rojo, impar! Que nó, le digo una vez más al camarero, no sea usted pesado, no voy a pagar hasta que sirva el whisky que me debe. Entraba en el salón el aire fresco de la noche, salía gente apurada, hombres cansados, viejas envueltas en abrigos sintéticos, prostitutas despidiendo perfume barato. Entró la realidad con una capa negra, entró también el miedo con el tiempo vestido de venganza. Y como nó, con todo el horror de mi persona, como una estrella entraba ella, acomodándose la faja y la vida en el salón repleto de fantasmas y fracasados cortados por el mismo sastre. Si las miradas cortaran, la tuya sería una navaja bien afilada, le digo a la mujer baja que me mira. Petisa, peseta, gordita, rechoncha, la Cruela de Ville que me tiene atrapado desde hace años. Ya estoy buscando en un bolsillo una tiza para escribir en el pizarrón invisible tu nombre que hace un rato que quiero recordar, Luisa ¿verdad?, ¿María del Carmen?, ¿Angelita? Y tu vas y me gritas muy gritona ¡tarambana! ¡acabado! ¡mentiroso! Y yo, yo desolado claro está, consternado, sin apenas reacción y confundido por tu juego de palabras directas llenas de indirectas, solo alcanzo a decirte que no te doy nada de lo que quieres, nudista, lista, estilista, si no me das tu nombre. ¿Estelita entonces es tu nombre?, ya te noto algo molesta, algo iracunda, anaconda, demente, prepotente, tan inmaculada. ¡Ahhhhhh!, pero ahora caigo, claro que sí, pero si tu eres Inmaculada Pérez García, cuánto tiempo sin verte, perdí tu número de teléfono y no sabia donde localizarte, perdona que no te presente a mis amigos, pero con tanto jaleo, bombón, no se escucha ni se entiende nada. ¿Que qué me dices? ¿qué eres mi esposa? ¿desde cuando? Otra ronda, camarero, rápido, otra ronda, que ya llegó la hora, la hora insolente, los minutos marcados, el destino repartido con torpeza y las segundas partes nunca fueron buenas. ¡Vámonos de esta pocilga Gregoria! grita su hermana como una posesa y entonces suenan al mismo tiempo todas las sirenas, la de una ambulancia, la de los bomberos, tiemblan las alarmas, ¿vendrán a salvarme...? Señor, vamos a cerrar, son ciento cincuenta y seis euros con lo de las señoras y los tres caballeros que usted insistió en invitar. Camarero, yo le aseguro que no he pedido la cuenta, cincuenta y seis son los años que tengo, quédese con los cien y deme una aspirina. Nina y nadie mas que Nina sabe hacer tan bien el arroz con leche me quiero casar, ñatita, bonita, caipiriña, caipiroska, rosca con tornillo, roscón de reyes, Natividad, mi querida Nati, la glotona, flanes, natillas, pastillas de mentolín lin lon, astillas, malcriada, brujita, chiquilina. Lina, pestañita de mis ojos, yo bien gracias, como siempre, en el ojo del huracán. Aparece Sarita, lo que se da no se quita y yo me quedaré con la cama, la almohada, el edredón, y tu te quedas cariño con tu corpiño, con tus pantuflas y tu horrible camisón... Dove, inglesita, mi amor con nombre de jabón, tonterías, espuma serías, como las rías que van al mar. Marta, tu nombre es Marta, Martita, la ratita, hartita de mi, de mis promesas, de mi mala memoria, ¿qué vienes con dos amigas? pues claro que me acuerdo de Mirta, Mirtita, latitita de cerveza, tararí, Rintintín, tilín, tilón, trocito de algodón, que puedo decirte yo que ya no sepas, pastel de chocolate, saldré de este lío como siempre, corriendo, en bicicleta, en metro, en autobús. Y tu debes ser la perdida de Damiana, diamante, brillante, té con leche, Che Guevara, vara, lanza, flechas que me arrojas como dardos. ¿Pero ya os vais?, vale, ya nos veremos otro día. Diana se queja, dice que tengo las manos largas y se va a la otra punta de la barra. No me esperes Rosalinda de cara, de muslos, de cintura, los años cicatrizarán las heridas y te harás fuerte, y tu Leonora, tu, tu ya no crees en mí, también has venido a despedirte o a pedirme que me pudra en el infierno, ojo que no está el horno para bollos, pero no importa, también te quiero, a la una, a las dos y a las tres, a todas, odas, cantos, tosen ellas, ellas todas, Dasy, mi rubia desenfrenada nacida en Nevada, con esa boquita de pitiminí y una minifalda que quita el hipo, ¿haw are you?, yo very well, como siempre, con Manuel y unos amigos de lo ajeno, pero que mas da si no te enteras de nada, a ver si aprendes mi idioma. Inmaculada, por cierto, ¿tienes hora? ahora que te veo, siempre te recuerdo, antes y después de que me dieras esta mañana los cien euros para ir a hacer la compra. ¿Que donde estuve toda la tarde? ya te lo dije, estuve en la oficina, cine, cena, drama, comedia, medias de seda, cama de agua, motel de carretera, pecados entre sábanas, sauna con champán. ¡Sorpresa! ¡Sorpresa!, que los cumplas muy feliz, pero que desliz, si no eres tú la que cumple años. ¿Que quién es esta fulana que está conmigo? ya te lo he dicho, una compañerita del trabajo, y ahora déjame en paz con Maripaz, simpática, rica, muy pero que muy rica, billetes, billetitos, papelitos de colores. Y tú con la arpía de tu hermana sigues y sigues pinchando, tus palabras pican como abejas, como tarántulas, como escorpiones, ¡pero como puedes ser tan mal pensada!, so pesada, esta señorita se llama Maripaz y es la hija del jefe, le estoy dando clases de matemáticas, de inglés, de anatomía, yo qué sé, cariño, tú qué quieres ¿qué te mienta? Sí, tú, tú siempre tan desconfiada, si sabes bien que eres la única mujer en mi vida. ¿Y de qué orgías me habla tu hermana? Con esa cara de antigua, mala cristiana, tan fea y bigotuda, horrorosa, asquerosa y mala pécora. Y ahora, si no os importa, os vais las dos con viento fresco que tengo mucho trabajo y fiestas que guardar. Un amor en cada puerto, un sapo en cada jardín y yo como todas las noches dándome un festín. Te voy a tratar como a una diosa, morenaza, quítame las penas con esos morritos pintados de rouge peligroso, pídeme lo que quieras por esa boquita de piñón, porque mira que te sienta bien ese conjuntito de azafata. ¿Una estafa? me pregunta ella toda acalorada, pobrecilla. No mujer, yo nunca haría algo así, solo pensaba en voz alta, pero hazme reír hasta que me muera, salamandra, camaleona, no te dejaré que subas al avión si no me aceptas una copa, reina de la noche, ¿cuál es tu nombre?, ¿Isadora? ¿de verdad?, no lo creo, tienes cara de otro nombre. ¿Tu sabes guardar secretos? porque yo tengo muchos secretos que te voy a contar si no me sacas otra vez la lengua, que traviesa… Señor Martínez, mire usted, su tarjeta, y el que avisa no es traidor, está cancelada, vamos a cerrar, tendrá que pagar en efectivo. Ole con ole, vaya monada, se le ve la enagua a la de Nicaragua, ya no cae más agua, ha dejado de llover y yo quiero otro trago, yo quiero beber. Oiga camarero, le parecerá extraño, pero me parece ver una multitud que llevan un buen rato alborotada en esa esquina, fíjese, fíjese bien, llevan máscaras, mascaritas, pero si son un montón de señoritas y vienen todas hacia aquí. Rita mi oculista, necesito gafas, otros ojos, te regalo mis antojos. Tengo un roto en el pantalón y no encuentro la chaqueta, hay mucho silencio en este bar. Son ciento cincuenta y seis euros me repite el camarero en voz alta y de mala gana. Sofia, pollita, pío pío, pero… ¿qué es esto? ¿un machete? ¿acaso me quieres matar? Si yo te amo, tomemos chocolate con churros, con galletas, bizcochitos con sorpresas, con una gran orquesta que toque una bonita melodía al mediodía y luego ya veremos como sigue la cosa. Se apaga la luz, la luz de la noche, la luz de mis ojos, Luz, ¿eres tú?, sabía que eras tú, ¿quién si no? No veo las estrellas, Estrella, mi ñata, llama a mi abogado, me estoy muriendo, en serio te lo digo, me estoy muriendo de verdad, es hora de hacer testamento y yo con el traje arrugado y la corbata que no me hace juego con la sonrisa. ¿Que os hace gracia? ¿por qué esas carcajadas? ¿por qué nadie me ayuda? Vosotras, sí, todas vosotras, os juro que os he amado, a mi manera, en mi egoísmo, en mi soberbia, en mi torpeza. Pero os he amado siempre, palabra de boy scout. ¿Me muero o me mareo? Sí, me mareo. No, me muero. Me mareo. Me muero. Todo me da vueltas, entonces no me muero, estoy vivo, no me gusta la oscuridad, odio la nostalgia, le tengo miedo, no me apaguéis la luz, la luz del amor que siempre he buscado pero que nunca he conseguido guardar. Señor Martínez, vamos, señor Martínez, le dice el dueño del bar, haga el favor de marcharse, es muy tarde ya. Mañana pagará la cuenta. No queremos tener otro altercado como el de la semana pasada, ya sabe como se pone su señora cada vez que la llamamos a estas horas y tiene que venir a recogerlo. El camarero de mala manera le señala la puerta y por ella sale haciendo eses Don Jesús Solís Martínez ajustándose la borrachera y silbando una ilusión. Y como cada noche, recorrerá las calles buscando otro bar, otra barra donde acomodarse para seguir bebiendo el mar de los placeres acompañado de su amiga, esa dama a la que él llama Soledad. SOLEDAD NO TIENE NOMBRE Raquelita bajó sudorosa y con gran esfuerzo de su coche, un Simca 1000 amarillo del año del felpudo. Se dirigió al señor agente con una amplia sonrisa desdentada y le comunicó que tan solo serían unos cinco minutillos. Comenzó muy suelta de cuerpo a caminar bajo la fina lluvia de esa mañana sin prestar la más mínima atención al agente que le indicaba a gritos que estaba prohibido aparcar en esa zona. Cuando ya llevaba recorridas unas tres calles, se sintió observada. ¡Qué ilusión! Exclamó ella sin disimulo, queriendo morder de inmediato la manzana con la que ese misterioso Adán, al parecer, quería tentarla. Pero decidió continuar caminando, ando que te ando, jugueteando tontorrona con su pañuelo de flores, y dejar que esa sensación, mezcla de temor y halago, no la invadiera por completo provocando en su enorme anatomía algún movimiento brusco que la delatara. Dobló la esquina y entró directamente por la calle peatonal de Preciados. Bajó un poco el ritmo de sus pasos para comprobar si aquél atrevido insistía en el empeño por seducirla y no pudo resistir la tentación de girar la cabeza. La curiosidad mató al gato, y propio de su torpeza, patinóse en la acera resbalosa bruuuuuum plapuufff patapafffuuf plummmm paffffffff y cayó de culo al suelo. Entre pucherito va y lagrimita viene, consiguióse en un más luego, levantarse sin ayuda de nadie ya que nadie animóse a levantarla por su abultado peso. Una vez erecta en pie, percatóse cof cof cof de un descosido, ¡pero qué faena!, en la manga izquierda de su gabardina nueva y cuando su cuerpo al fin dejó de estar aturdido, continuó su camino con una ligera cojera mientras se ajustaba la faja de la cual ella era siempre prisionera. Al rato, ratoncillo, corre, corre que te pillo, creyó ver otra vez la figura de ese hombre que la perseguía. Una silueta que le pareció viril e irresistible, el típico galán de telenovelas que ella toda devoraba sola cuando soñaba despierta y traviesilla sentada en una silla frente al televisor. Pensó que la situación era excitante y que algo así no le ocurría todos los días. Decidió cambiar de acera fingiendo que miraba los escaparates de las tiendas de moda, que por cierto, ¡qué barbaridad!, tenían unos precios escandalosos. Entonces, en un intento de darle a ese Don Juan una buena excusa para que se le arrimara y entablara una conversación amena, se le ocurrió que sería más discreto esperar acontecimientos en una cafetería y tomar un tentempié, y ya de paso cañazo, aliviarse con unos cuántos masajes el intenso dolor de los juanetes y ventilarse el insoportable hedor de sus pies hinchados. Mientras estudiaba detenidamente la carta y esperaba que la atendieran, esperó inútilmente que aquél osado jovenzuelo entrara como un príncipe a su humilde reinado. Chascó los dedos llamando al camarero y pidióle con un sonoro redoble de palabras un batido grande de chocolate, un tostado de jamón y queso y una porción de su pastel favorito. Luego, y para calmar los nervios, ordenó una medida doble de ginebra Larios con coca cola, light por supuesto, por lo de la dieta. Cuando terminó de masticar el último hielo y dejar la rodaja de limón a la miseria, ya había perdido todo interés por la gente que entraba al local y dio por descontado que ese misterioso caballero ya no se presentaría. Pagó sin dejar propina, miró la hora y maldijo en voz alta porque ya no llegaba a la consulta del dentista. Se levantó acomodándose nuevamente la faja y no tuvo más remedio que enfrentarse a la triste realidad, su oronda silueta reflejada en los amplios espejos del local. Al salir, miró de reojo, por si las moscas, y volvió sobre sus pasos en busca del coche que ahora recordaba, había dejado mal aparcado. La única novedad que le esperaba era una multa adornando el limpia parabrisas. Ya camino de casa y con las canciones de Camilo Sesto a todo volumen, recordó lo que muchas veces le repetía su abuelo: ¨Las sombras nacen y mueren con uno¨, Raquelita. Ella de sobra sabía que la soledad no tiene nombre y que si una se dejaba estar, al final, al tiempo lo pillaba el toro. ¨La sombra duerme en la oscuridad, pero siempre está alerta a cualquier rayo de luz¨ era otra de las frases ilustres de Don Anselmo Galíndez Picatoste, a quién de pequeñito, todos en la familia le auguraban un gran futuro como filoso filosofo, pero con los años, quedó solo en un proyecto, en un proyectil con pólvora mojada. Por ende y ende que ende, como un pobre majareta que soltaba frases sin ton ni son y al que nadie le hacía ni el más puñetero caso. Raquelita ya no recordaba el tiempo que había pasado desde que tomó su primera decisión importante, ni de la última tampoco. Siempre había vivido con sus padres, con su abuelo Don Anselmo que hasta el día de su muerte tuvo la certeza de que su nieta era una auténtica estúpida, y también con el tío Melquíades. El tío Melquíades era mariquita, lo sabía todo el mundo, por eso en el barrio lo llamaban la Melqui. Era muy pero que muy feo, era horroroso, pero tenía mucha labia y mucha gracia, muchas gracias, de nada, nada común en la familia Bobillo Calleja. Era generoso siempre con todos, algo menos común aún. Se le conocieron varios romances, la Pepona, el Pelucas, Flamenquito, el Moreno, el Pasmao, el Torete, Casanova, la Morritos y el último, el más cuestionado de todos, Joselito el niño bonito, alias el Machacas. Con éste se supo que fue a parar a la cárcel por un asunto turbio. El pobre abuelo, antes de morir, juraba y perjuraba que todo era un malentendido, una jartá de calumnias divulgadas por los vecinos envidiosos. Los más malintencionados, que son los que siempre aciertan, aseguraban que había sido por un asunto de drogas. Fuera lo que fuese, fuese lo que fuera, la cuestión era que su habitación quedaba vacía por una larga temporada y a falta de mejores ingresos, se alquiló a un joven doctor recién licenciado en medicina y llegado lustrado de la provincia de Burgos. La madre de Raquelita, Doña Raquel, hacia tiempo que se había fundido lo poquito que había heredado. Entre el bingo y las máquinas tragaperras la mujer se quedó a dos velas. Las malas lenguas del mismo barrio aseguraban y el que asegura no es traidor, que Doña Raquel había tenido un amante, un amante que le sacaba los cuartos como azucarcillos. Y parece ser, según dicen esas mismas malas lenguas, que a aquél amante en cuestión, que era tan jovencito y bonito, se lo veía siempre en compañía del tío Melquíades. Por lo tanto, y si uno y uno suman dos, éste debía de ser sin ninguna duda, Joselito el niño bonito, alias el Machacas. Don Mariano Bobillo Calleja, yerno de Don Anselmo, marido de Doña Raquel, padre de Raquelita y cuñado del tío Melquíades, era un pobre bragazas, jubilado y rematadamente aburrido. Es por eso que Doña Raquel, hija de Don Anselmo, hermana del tío Melquíades, esposa de Don Mariano y madre de Raquelita, vivía entre bingo y tragaperras jugándose el dinero de la compra, y de achuche en achuche con cualquier jovencito que se le pusiera a tiro. Era de todos sabido que Joselito el niño bonito, alias el Machacas, era el joven que últimamente escalaba de punta a punta la cordillera de ese cuerpo voluminoso siempre dispuesto a nuevas excursiones. Raquelita vivía sin gracia, gracias a su mundo carente de héroes y de nada que se le pareciera. Su palacio era la habitación del fondo de la casa de sus padres, la misma que había sido del abuelo. Sobrevivía con el sueldo de su trabajo en una funeraria y también de algún dinerillo que le entregaba a fin de mes el generoso tío y que ella religiosamente depositaba en su cartilla de ahorros para cuando llegara, pobre ilusa, el día de su boda. Pero qué bodada de idea que tenía la solterona ya llegando a los cuarenta. Cuando la tonta del bote de Raquelita, nieta de Don Anselmo el difunto filósofo de pólvora mojada, hija de Don Mariano el aburrido bragazas, hija de Doña Raquel la binguera y lujuriosa, sobrina del tío Melquíades el mariquita y camello, vio por primera vez al nuevo huésped llamado Oscar Amado Rebollo, tan pulcro, limpio, apuesto, licenciado en medicina y recién llegado lustrado de la provincia de Burgos, sintió una explosión de gozo en su corazón apolillado. Con el pasar de unos pocos días, quedóse totalmente anonadada, ruborizada, desgraciada y perdidamente enamorada. Anonadada por tener a un hombre apuesto, limpio y pulcro viviendo bajo el mismo techo; ruborizada porque el tal Oscar Amado le dirigía al día muy cortésmente un par de palabras, un hola y un adiós; desgraciada porque sabía de antemano que ese pimpollo de licenciado jamás brotaría en su fértil jardín; y perdidamente enamorada porque la esperanza es lo último que se pierde y ella no tenía nada que perder. Y cuando la ludópata y perdida de Doña Raquel vio también por primera vez al arriba mencionado apuesto, limpio y pulcro licenciado, se sintió totalmente liberada, acelerada, feliz y descaradamente descascarada y descocada. Liberada del recuerdo de Joselito el niño bonito alias el Machacas que desde ese mismísimo momento pasaría a ser historia y ya no le sacaría ni un solo céntimo más; acelerada por los encuentros apasionados que pensaba tener con el medicucho yo a ti te achucho, tú a mí me achuchas, nosotros nos achucharemos en cualquier rincón de la casa; feliz porque se revolvía entre las sábanas embriagada de placer con ideas pecaminosas y volvía a sentirse una mujer joven alegre ma non troppo; y descaradamente descascarada y descocada ya que jugaría con el doctorcito a desvestirse y sentirse siempre enferma y necesitada de cuidados y otros menesteres que le quitarían a ella rápidamente el hipo y el corsé. En pocos días y a tan pocos metros ¡qué peligrosas se habían vuelto este par de serpientes! Desde la llegada del doctor tan Amado se había declarado la guerra entre estas dos arpías dispuestas a todo por conquistar los aposentos y las bondades del ingenuo caballero sin coraza ni escudero. Pero el tal Oscar Amado ya suspiraba por otra doncella, y esta no era otra que la hermosa vecinita del tercero. Todas las mañanas se cruzaban al salir. Él, todo un doctor, para ir al consultorio, ella, toda una universitaria, para ir a estudiar a la Facultad. En cada encuentro, estos dos tortolillos, se disparaban miradas de amor con balas de fogueo. Fue por casualidad o tal vez con pícara intención, ¡cómo son de tontorrones los jóvenes de hoy!, que rozaron ambos los dos sus cándidos dedos en la barandilla de la escalera y entre ellos surgió por primavera vez, una brisa de aire fresca. Un dialogo de telegrama fue el del doctorcillo, ¡pero qué timidillo!, y con mente sana et corpore sano, le dijo: hola que tal stop que guapa eres stop. Y Amparito, algo más de espabilada y decidida, va y le contesta canturreando la la la la la un: holalala guapetón, ya sé que te llamas Oscaaaar, ¿te ha comido lalalala lengua el gato to to o no puedes hablar por dolererte rerte rerte el paladarrr lar lar?, ¿qué tallll lalalala estássss?. Y a ver si te decides laralalá de una buena vez laralaralalá a abrir esa boquita y me invitas a cenar tutuá tutuá que me tienes muy sola y tomando sopas con pan. Y por otra parte, apártatetu que lalalalá la escalera es muy angosta y no puedo pasar lalalalalá, y si tropezamos lolololó, nos caeremos los dos lalalilón y nos daremos sin más remedio todo elio un golpecillo jijijillo jijijillo jijijillo y mas luego un coscorrón, ¡mira tu qué gran marrón! pero menos mal que tu eres doctor. Pero nada, oye, el tal Oscar Amado era un cero a la izquierda como conquistador ya que nunca había marchado a las cruzadas, y para colmo de males, ya se había percatado y catado también un buen caldo de la Rioja, de que otro jovenzuelo de lo más espabilado y bufón y que vivía en el piso primero, rondaba a Amaprito su lucerito, con más narices y mas labia que el mismísimo Cyrano de Bergerac. Sin embargo ella, a toda costa y toda casta, a veces algo castañuela cuando bebía un poquito de licor, no tenía ninguna intención de parecer una cualquiera y solo a Oscar, a su Oscar Amado, había jurado por siempre su total amor y su buena reputación. Y para que engañarnos, la verdad es que el doctor era un capullo de lo más insulso, no se enteraba de nada, ni de los suspiros de España ni los de Amparo, la vecinita del piso tercero. Siempre estaba en Babia, babeaba cada dos por tres cuando se la encontraba entre escalón y escalón, pero no le salían palabras, y mira que la otra dale que dale con lo del pan y la sopa, que a ver si la invitaba a comer y se estiraba el bolsillo, y que ya de paso se dejara de joder con tantas miraditas porque no se volvería a poner nunca más esa minifalda roja fitipalda comprada en las rebajas del Corte Inglés. Sus vidas transcurrían paralelas, la de ella en la Facultad y en la dulce espera de un amague de su amado Oscar Amado, y la de él entre el ambulatorio y la pequeña habitación donde se hospedaba tratando de evitar a toda costa a Doña Raquel que circulaba por la casa en picardías cada vez que se quedaban a solas. El acoso de Doña Raquel era insolente, doctor que me duele el pecho, no se oculte y osculteme sin miedo, no sea tímido, acelere que creo que me duele la ingle, ¿yu spic ingle?, jí, jí, jí, jí, jí, ya me entiendes, ¿verdad, guapito de cara? Aquí, aquí, deme la mano, yo lo guiaré con mis dedilios picaruelos, no se me sonroje ni se me raje, que estamos en confianza y entre mi panza y el trasero me ha salido algo pequeño, pero tan pequeñito, que parece un granito de arroz y me produce un gran escozor. Venga, mire, toque y retoque con esmero, descontrole sus deseos y controle el oído por si se oye alguna voz por el pasillo. ¡Y qué remedio, Amado mío! ya sé que a mi edad mantengo el cuerpo de una jovencita a pesar de esta pancita. Pillín, pilluelo, que usted todo lo quiere, deje de moverse, no se reprima y no me provoque porque si a mi me dan pie, yo toda me desenfreno. Y ¡¡¡bruuuuuaaaaap!!!, como una fiera salto sobre el desconcertado licenciado, deseándolo en general por la vía oral y corporal sin ningún escrúpulo, vampiresa del placer, poseída por el deseo carnal de un entrecot vuelta y vuelta con patatas fritas y ensalada de lechuga, cebolla y tomate. Y como una orgía sin limites, Doña Raquel actuaba desenfrenada, enloquecida, poseída, jadeante, morbosa, aventurera, comiéndoseloñamñam a chuick chuick slurpsss mordiscones, lametones y chupetones y atragantándose de ese manjar mientras recorría con sus zarpas la geografía entera de ese cuerpo impoluto hasta detenerse golosamente pecaminosa y maliciosa en la jaula donde dormía el pajarito de Oscarcito quién aprisionado entre la cama y el cuerpo sudoroso y flácido Domingo de la devoradora de inocentes, rogaba que ese suplicio terminara lo antes posible.¡Canalla!, ¡Levántese, insolente!, aulló la insaciable mujerzuela, al oír el ruido de la puerta y ante la mirada atónita de Oscar Amado. ¡No sé que se habrá pensado, yo no soy una cualquiera! Y de un brinco que fueron más de cinco, salió toda ella de la habitación sin haber terminado de enseñarle al doctorcito su primera lección de anatomía. ¿Pero que sucede aquí, Raquel? preguntó el marido por preguntar algo, ya que le importaba un rábano cualquier cosa que no fueran sus partidas de mus. ¡Nada, no sucede nada, son cosas mías! respondió la insatisfecha planeando mas fechas para conseguir aquél botín y desabrochar algún que otro botón. El doctorcito todo modosito y con gran alivio, cerró la puerta con llave, clic clac de su habitación. Ahora ya sabía lo que le esperaba en esa casa, por eso decidió que a partir de mañana buscaría por el barrio otra habitación, a ser posible en la misma manzana asada para no perder de vista a Amparito, su lucerito, su rico bombón. A la hora de cenar, en la mesa quedaba un sitio vació y un plato lleno de sopa que se enfriaba mientras los demás comían sin dirigirse la palabra mirando el televisor. Antes de acostarse, Raquelita golpeó con su manaza pam pam pam la puerta del asustado y apuesto mediquillo. ¿Se puede? Preguntó toda jocosa. ¿Quiénmm mnnmes?, preguntó éste a su vez con voz temblorosa. No te asustes, que no soy el lobo, respondió graciosilla Raquél, juguetona toda ella, sorprendida por su desparpajo y con un tremendo aliento a ajo. Te traigo algo de comida, respondió esta vez coquetilla, enfundada en su camisón floreado de franela, espantoso por cierto, recién estrenado, y qué mejor ocasión, la que séala ésta para lucirlo con mi amado doctor, quién dice que está cansado y no quiere para nada cenar y yo sí que quiero quiero quiero jugar con elioél a las escondidas y al veo veo ¿tu que ves? en su cama camera caramelera, mi capicúa amado Oscar Amado. Dejarete la cena y todo mi amor en una bandeja con un mensajito picantito que te he escrito yo solita sin ayuda de nadie, dice ella por lo bajini, hasta mañana y que duermas todo bien, mi bien, y que me tengas presente en tus sueños con un diminuto bikini. Jijijini, que tontería de risa me ha salido por mi boquini que guardarela toda ella pura para tus besos chuick chuick chuick chuick, mi dócil mmmmmmdoctor todo miiiiiiii amooooor que sé muy bien que estás loquito por mí. Las indirectas de Raquelita eran insignificantes comparadas con las directas emboscadas de Doña Raquel cada vez más persistentes, indecentes y mal olientes. Pero los suspiros del doctorcito por Amparito ya eran tan evidentes, que eso nunca podía terminar bien. Así pensaron al unísono ese par de gatas en celo planeando cada una por su cuenta un ataque intimidador contra la vecinita aguafiestas. Doña Raquel visitó a Amparito esa misma tarde. Menos bueno, le dijo de todo sobre su hospedado Oscar Amado. Que éste, en cuanto estaban a solas, la perseguía por toda la casa, que si tenía las manos largas, que un día con la excusa de tomarle la tensión la había manoseado los pechos, primero uno y luego ambos los dos, que dejaba la puerta de la habitación abierta y se paseaba con el torso desnudo para exhibirse, que cada rincón de la casa era una trampa sexual y ella debía andarse con muchísimo cuidado, ni que hablar del ojo de la cerradura del baño, tenía que colocar una toalla porque vivía fisgoneando el muy cerdo. Qué si esto, qué si lo otro, tiene una obsesión conmigo este maniaco sexual, que ni te cuento. Criatura, no te asustes, que a tí no te hará nada, será que yo estoy en la flor de lis de la vida y él, como debe ser un entendido, me convida con toda su ardiente pasión sin reprimirse y para exprimirse bien de sus deseos. ¿Qué si también se comporta así con mi Raquelita, me preguntas criatura? ¡Nooooooooooooooo! Con ella naaaaaaaaada, qué vaaaaa. ¡Pero por Dios!, date cuenta que la Raquelita es muy poca cosa para todo un Don Juan como ese, respondió la Doña poniendo cara de ¿cómo me vas a comparar con la birria de mi hija? Y continuó encantada como una cascada catarata del Niágara sin parar de hablar, dedicándose a lo que mejor sabía hacer que era conjugar el verbo parir a todos los demás. Y ya que estamos, te voy a dar un consejo de amiga Amparito, por nada del mundo aceptes una invitación para salir con este sinvergüenza, porque es el pecado en persona y te juro que a fin de mes lo pondremos de patitas en la calle. Doña Raquel se marchó con la lengua seca, convencida de haber derrotado para siempre a su rival. Amparito se quedó con un tremendo dolor de cabeza y la vaga esperanza de que el doctorcito subiera con una aspirina y una pomada de mil amores. El domingo, y al salir de misa, Raquelita acorraló a Amparito y la invitó, casi obligando, a tomar un café. Ya en la cafetería, la enamorada del muro comenzó a hablar sin parar y se despachó con un ¡fíjate! oye, que cosas, el medicucho ese que se hospeda en casa me ha propuesto que nos vayamos este fin de semana al Escorial, que conoce un hotel muy, pero que muy cuco, donde nos podemos encerrar en una habitación con yacusi, que yo no sé quién es, ni quiero conocerlo. ¡Fíjate! Dice el muy cerdo que así quiere dar rienda suelta a sus fantasías eróticas. Que lleva tiempo esperando ese momento y que yo me he convertido en su obsesión. Que soy la inspiración de sus toqueteos, vete tú a saber que quiso decir con eso de los toqueteos, ¿no habrá querido decir traqueteo? como el de los trenes, mmdigo yo. Que de noche se duerme imaginándome desnuda junto a él en las tajitis, sí, como lo oyes, en las tajitis, con lo mal que suena eso. Luego, me ha soltado una cadena de supermercados de guarradas que no te puedo repetir. Amparito encendió un pitillo y siguió callada. Y Raquelita, con la cara oculta de la luna por la satisfacción de los Rolling Stones de habererle parece que serle que convencido del todo de que ese tal Oscar era todo un bribón, se quemó los labios con el café que el estúpido del camarero había traído hirviendo cuando se lo pedí cortado y con la leche templada, ¡oiga! ¿Pero tu qué me emedices Raquelita? suelta la lengua Amparito haciéndose la sorprendida. Me enmudeces. Pero este hombre tiene un problema muy serio. Y yo que lo tenía por un joven modosito. Tu madre también ha tenido problemas con él, el otro día vino a mi casa y me contó que en cuanto tú y tu padre os marcháis, él la persigue como un poseso, que en cualquier rincón de la casa la acosa, ¡mira que cosa! ¿Te dijo eso mi madre? pregunta Raquelita bastante inquieta y desconcertada. ¡¡Uyyyyyyyy!!, pero entonces es que estamos que tramos albergando pero que ergando a un sádico de aquellos, ¡mira tú Amparito! Y voy y dico toda dico yo, ¿pero estás segura que mi madre te lo dico todo ansííííí?. Pues mnnnnsíí, responde Amparito satisfecha, como lo onyes, yo pensé que exageraba, pero ya veo que no. Lo que más me extraña, y eso que me lo aseguro tu madre bien asegurado, es lo de qué contigo Oscar Amado no se te había insinuado porque eras muy poquita cosa para él… ¡¡¡¿Cóoooooomo?!!! explotó como una traca de feria la enamorada de Raquelita, herida y sin tiritas para su honor. ¡¡¿Qué es lo que dijo esa vieja burra?!! Lo que te cuento, respondió Amparito con miradita de diablilla y sabiendo que tenía el triunfo en el fondo del bolsillo. Que eras muy poca cosa, gorda, fea, estúpida, sucia, baja, imbécil, traga-pilas, gilipuertas, tuercebotas, gilipollas, bigotuda, espantapájaros, cabezuda, desgraciada… ¡Vale! ¡vale! ¡vale! salto Raquelita. ¡No te emociones que te noto un cierto gozo en la oscuridad de mi pozo! No te embales ni te pases de la raya conmigo, niñata, que te cruzo la cara de una bofetada. ¿Pero bueno, tu que te has creído?, renacuajo, que más vale que te consigas pronto un novio que ya veo que despabilas, o te quedas para vestir santos. Y sin soltar ni una palabra más, Raquelita toda furiosa recelosa se puso de pie y se marchó atropellando sillas sin decir adiós ni pagar la cuenta. Amparito dulzurita, pipitas de calabacita que se comen ñiki ñiki se quedóse con una amplia sonrisa disfrutando con el corte de digestión de la gorda, del café cortado con leche que ahora si estaba templado y de su amor por Oscar Amado, tan amado por las tres Marías y muy mareado en especial por dos de las ellas. Raquelita caminó hacia su casa hecha una hiena, al pasar por el bar vio de refilón la figura mustia de su padre en una de las mesas jugando al mus. Subió cada peldaño de la escalera imaginando que pisoteaba la cabeza de su madre. Abrió la puerta y la cerró dando un portazo, caminó por el pasillo hasta llegar a la habitación de su bien amado Oscar ídem de ídem y se encontró a la madre desnuda intentando sacar de debajo de la cama al pobre doctorcito que solo vestía un calzoncillo. ¡Pero qué soncillo y qué pardillo eres mi Oscarcillo!, gritó histérica Raquelita. ¡Mira que dejarte atrapar por las pezuñas de esta vieja! Entonces, Doña Raquel, sorprendida por la aparición repentina de la hija, cogida in fraganti con las manos en la masa, algo confusa por el barullo y trastocada de muerte en su orgullo por una certera estocada, cogió a Raquelita del cogote y las dos cayeron como dos bolsas de papas patapúm al suelo rodando dando, rodando recibiendo y redándose arañazos, mordiscos, insultos y tirones de pelo. Se tomaron un respiro para mirar a su Amado que estaba totalmente pasmado con un ataque de asma, y en un más luego, continuaronse cascándose con mucha rabia y mala saña y también, hay que decirlo, con muy mala leche. La moral de Oscarsuelo estaba obviamente por los suelos y su mente en blanca nieves sin los siete enanitos. No atinaba, para variar, a decir ni una palabra. Estaba mudo, semidesnudo, horrorizado y con los pelos erizados. En eso de que en repente, ¡abracadabra, pata de cabra!, aparece el de las partidas de mus encabronado porque había perdido, con un tremendo garrote en la mano y transformado en justiciero. ¡Ahora verás! grita él, órdago a pares. ¡Ahora verás! le grita quiero, Doña Raquel a Oscar Amado, te las veras con mi Mariano, con todo él que es mi único amo, señalando acojonada con un dedo acusador al licenciado que continuaba en calzoncillos y pasmado por la incómoda situación. ¡Ahora verás tú! ¡Golfa! ¡Sinvergüenza! Pam pam pam. ¿Te crees que no me he dado cuenta de tus intenciones? ¡Perdida, que eres una perdida! Pam pam pam pam. Y Doña Raquel que cobraba de lo suyo pam pam patapum pam pum, buscaba desesperadamente su ropa interior en el interior de la cama del joven doctor Oscar Amado y un hueco por donde escapar de la brutal paliza y de semejante humillación. ¡¡¡Y tú, gorila!!! soltó otro ensordecedor grito el hombre de la casa dirigiéndose a Raquelita, no te hagas la mosquita muerta, deja de colgarte al pobre doctor y retírate inmediatamente de esta habitación. Y usted, le dice en un tono más suave, usted que es un alma en pena, por favor, vístase de una buena vez y bajemos sin mas bises el telón de esta lamentable función. Y sintiéndolo mucho, he de pedirle que en cuanto antes, se busque otro lugar donde vivir. Pero que conste que no lo hago por mí, lo hago por usted, por su bien, por su tranquilidad, porque este par de golfas, mientras usted siga viviendo aquí, no lo van a dejar en paz. ¡Aquí no hay malentendidos que valgan!, gritaba Doña Raquel a viva voz con la puerta de la casa abierta de par en par, sabiendo que todas las vecinas y demás curiosos tenían el oído puesto en lo que sucedía en el segundo piso interior izquierda. O se retracta usted inmediatamente o ya está recogiendo sus cosas y se marcha de esta casa. Esta es una familia humilde, humilde pero decente y si usted no se sabe comportar, pues ¡aaaaarrrrrrrrreando! En los descansillos y en las escaleras se había aglomerado una multitud dispuesta a disfrutar de lo lindo de otro de los espectáculos gratuitos que solían ofrecer los chiflados integrantes de la familia Bobillo. Se escucharon primero unos murmullos, luego unas estruendosas carcajajajadas, silbatinas, improperios, agravios, insultos, sapos y culebras, todo tipo de descalificativos que hacía tiempo que llevaban guardados para una buena ocasión, tal como esta, en los cajones del hartazgo y la paciencia. En menos de una semana, Oscar Amado ya estaba instalado en una habitación inmaculada con muchísima luz y un balcón lleno de flores en una casa decente de las de verdad donde se respiraba tranquilidad y no aromas de ajo y coliflor. Además, estaba tan solo a dos calles de donde vivía Amparito su amorcito trocito de amor y todo lo demás le importaba un soberano pito pito gorgorito porque ya nunca jamás de los jamases se iba a sentir acosado a la brasa. Al cabo de seis meses, Amparito llamó a la puerta de la casa de la familia Bobillo. Era sábado sabadete, abrió la puerta el tío Melquíades que ya estaba de vuelta después de purgar su condena y separarse definitivamente de Joselito el niño bonito, alias el Machacas. ¿Que deseas? preguntó sin demasiado interés. Buenos días, soy Amparo Galíndez, la vecina de arriba, venía a ver a Raquelita. Espera criatura, que voy a llamar a la chiquilla. Al minuto y a toda prisa, aparecieron intrigadísimas Raquelita y Doña Raquel. ¿Qué quieres?, ¿a qué has venido?, preguntaron al unísono mirándola indignadas pero curiosísimas. Hola la la a las dos, perdonad por la hora, pero he venido a despedirme, me marcho. ¡¿Y qué?! Rugió Doña Raquel. ¡¿A ver si te crees que nos importa lo mas mínimo?! ¡Pssssssé!, faltaría más, no te fastidia... Qué te parece Raquelita, la mosquita muerta de la vecina viene a despedirse. ¡Vaya! Como si fueras alguien importante a quién vamos a echar de menos, no pretenderás que nos larguemos las dos a llorar. Ja, ja y ja. Lo mismo has dado con un príncipe azul, cacareó entonces Raquelita antes de engullirse de un solo bocado el polvorón que tenía en la mano y buscando los ojos cómplices de la madre. Pues sí, responde triunfadora Amparo, la verdad es que sí, lo he encontrado y justamente aquí, en vuestra casa. Es algo más que un príncipe, es todo un galán, un ángel guardián, un cielo de hombre. He tenido suerte, ¿o será que todavía soy joven?, contraatacó y atacó maliciosamente Amparito mirando su reloj tic tac tic tac tic tac pulsera, regalo de Oscar su prometido. Volvieron a llamar a la puerta pero ninguna de las dueñas de casa hizo el más mínimo amago por abrir de tan obnubiladas que estaban con lo que escuchaban. ¡¡¡Abre de una vez!!! ¡No te quedes ahí parada como un perchero! Le gritó Doña Raquel a su hija que no se había recuperado aún del golpe bajo recibido de su vecina del tercer piso exterior derecha. Y frente a Raquelita apareció él, la elegante, alta, joven, pulcra, enamorada, doctorada y siempre deseada figura del caballero de fina estampa de Oscar Amado, el bien amado por todas y en especial platónicamente por una de ellas. Y Raquelita boquiabierta, toda horrenda, con una bandeja llena de polvorones en la mano, la cara embadurnada de cremas, ruleros en la cabeza, redecilla, bata guateada, soquetes de lana y chancletas. Buenos días que son hoy Raquelita, ¿mmmnncómo estarabás? (él siempre tan tímido), cuánto tiempo sin vernos, ¿se encuentra mi Amparito? Me ha a pedido que la pasara a recoger por aquí, que quería despedirse de vosotras. Antes de que Raquelita reaccionara, Amparo, salió del saloncito con los andares bamboleantes propios de una gran artista, sintiéndose ganadora absoluta del Oscar por amplio margen de votos. Se acercó hacia él toda enamorada y le dio un cariñoso y juguetón tontorrón beso en la boca boquita bocuela cuídate bien mi amor esa pupita en la muela y se colgó de su brazo toda victoriosa. Con Oscar nos vamos a vivir a Santander, dijo ella hurgando más y más en las heridas sin cicatrizar de esas dos mujeres de corazones solitarios que permanecían calladas y muertas de envidia. ¿Que os parece? Pues toda yo se estremece y como sin tenedor pero con gran deleite los entremeses del plato de la ilusión. ¡Vaya sorpresa que os he dado! ¿Verdad que sí? Menuda cara que se os ha quedado a ambas dos. Al final he cazado yo solita a esta huidiza y escurridiza presa. ¡Si supierais lo maravilloso que es Santander! ¡Oye! ¡Qué aire tan puro que se respira allí! ¡Qué playas! ¡Qué paisajes! ¡Qué bonito todo! ¡Y qué rico y sabroso es el bonito del norte! Y él, que os advierto ya es todo mío, ha conseguido un puesto en el hospital Marqués de Valdecilla, y yo trabajaré en la farmacia de mi tía Catalina. ¡Uyyyyyy! ¡Puffffffff! pero qué peste, qué olor, en esta habitación huele que te huele a naftalina y a algún que otro hedor. Nos casamos la semana que viene y vamos a invitar sólo a nuestros amigos. En fin, qué bien, que veníamos a despediros, ya veis que no os guardamos ningún rencor ni nada que se le parezca, ¿verdad cariño? cuchi cuchi mío. Os dejamos, veo que como de costumbre, no tenéis nada mejor que hacer y cuidado, que habéis dejado el tiempo en el fuego y se os va a quemar todito todo. Se nos hace tarde, tenemos que coger el tren de las cuatro. Pues eso, pues nada más moninas, abur para siempre par de aburridas, que aquí os quedáis. Y se marcharon los dos enamorados con las maletas llenas, llenas, pero lleeeeeenas de felicidad y la boca llena, llena, pero lleeeena de carcajajajajadas. Allí quedaba Doña Raquel, con los ojos que le hacían chiribitas y su úlcera en plena blub blub blub ebullición. Y allí también quedó Raquelita, con la boca llena no se habla nena, es de mala educación, ya te lo he dicho más de mil veces. Llena, llena de polvo cofff cofff polvorones, atragantándose coff coff coff coff tándose coff coff coff coff coff coff granantrantantrándose toda ella sin poder decir ni una sola palabra, viendo pasar por delante de sus propias narices el despecho del único hombre que conoció. ÁNGELES CON ALAS ROTAS El autobús estaba lleno hasta los topes, lleno de gente empapada, paraguas chorreando, sonrisas congeladas y mentes completamente secas. Era un lunes horrible y yo regresaba otra vez al aburrido trabajo en mi oficina esperando recibir la dichosa llamada del mecánico para que me dijera de una vez por todas si el coche estaba listo. Atrás había dejado una semana visitando a clientes en diversos puntos de la península, con días irregulares, tensiones al límite, contratos colgados peligrosamente de un hilo, reuniones aburridas y noches de mucho descontrol y desenfreno, por supuesto que a costa de la empresa. Igual de descontroladas encontré las cosas en la oficina. El viernes por la tarde habían despedido a mis compañeros Lucas Bernal, Pedro Movilla y Carlitos Becerra. A Mariana Bermúdez, el gerente le prometió un traslado a otra sucursal porque su trabajo dejaba de serle útil aquí, pero le aclaró que le seguía siendo muy útil en el pisito de la calle Doctor Fleming donde él tenía un nidito de amor pecaminoso. Ana vino corriendo y entre pucheros y lágrimas me recitó de carrerilla las malas noticias. Hacía tiempo que no empezaba una mañana tan desmoralizado. Llamé a Julita y le pedí una aspirina para el dolor de cabeza que me veía venir. Ella me trajo un calmante y me lo tomé igual, la aspirina no me iba a servir para quitarme las sorpresas que me esperaban ese día. Presiones por la mañana, presiones por la tarde, arden los dedos en los teclados de las maquinas de escribir y Julita tiene adoración y amor por su bebé, tiene un montón de fotos pegadas en la pared detrás de su mesa. Yo más bien pienso que el bebé es bastante feo, tan feo como fea es la vista que tengo desde mi ventana. Y la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, es que el bebé realmente es horroroso y se parece a ella que dice que es clavado al padre quién dice con una mirada estúpida y cayéndole la baba que es la viva imagen de la madre. Julita es mi secretaria, nada del otro jueves, pero eficiente, con un pésimo gusto al vestir, pero bastante discreta en sus modos, totalmente aburrida y sin ninguna gracia, pero cumplidora y ordenada. De esas secretarias que ya quisieran todas las esposas para sus maridos. Julita está preocupada por su papada y también, como todos, por los nubarrones que se avecinan en la oficina y porque el futuro se le antoja más que incierto. Tiempos difíciles, épocas de vacas flacas y de ajustarse el cinturón, tiempos de limpieza general que por lo general empieza por los empleados de menor antigüedad. Reducción de gastos porque los presupuestos no cuadran, caída de las ventas, competidores desleales, que si la tecnología y los ordenadores que hacen más rápido el trabajo, en fin, de todo se comenta por los pasillos, entre cafés descoloridos, porque ahora en el café también hay que ahorrar. Ya nadie habla de subida de sueldos, de horas extras, de días tranquilos. Ahora somos víctimas de la evolución tecnológica como dice el pelota de Luis Meléndez, marido de Julita, mi secretaria. Y este mal ambiente es una razón para que algunos de los que están en puestos superiores se cobren viejas revanchas. Durante todo el día fueron llamando uno por uno a los empleados y uno por uno fueron pasando por el despacho de Don José María García Rodríguez como corderos camino al matadero. Este, con gran soltura e impúdica sonrisa, controlaba en su despacho el jugo de la ruleta, de mala fortuna para unos y de mejor fortuna para otros, porque de momento, usted se salva Luis Garrido, pero no se haga ilusiones por mucho tiempo, que aquí nadie es indispensable, ¿me ha oído bien? Al final de la procesión, Don José María ya tenía los nombres escritos en un papel lleno de garabatos con las cinco nuevas víctimas. Llamó al jefe de personal y sin más, le mandó de inmediato hacer las liquidaciones. Para despedir a alguien no hay que tener corazón, ni vergüenza, ni lástima. Solo se necesita una pizca de palabras falsas, una elaborada excusa asada en su punto con una buena dosis de guarnición de metas no cumplidas, se saca luego del horno muy caliente, se sirve en un plato y se manda al paro como corresponde y listo el pollo. Después viene la catarata de chismes, el alivio para unos, el aluvión de preguntas para los otros. Los muchos cuánto lo siento, que harás ahora, tómatelo con calma, fíjate, a mi no me ha tocado pero puedo ser el próximo. Meléndez, infeliz, nunca digas a los cuatro vientos que a ti no te echarán, eres un Judas, te delata la mirada, tus palabras huecas, te vendes por unas pocas monedas de chocolate, tus carcajadas forzadas de los pésimos chistes del jefe no cambiarán tu destino y ya no te quedarán genios a quién recurrir para pedir tres deseos y colorín colorado este cuento se ha acabado porque tarde o temprano estaremos todos bien juntitos y bien apretados en la misma cola de la serpiente de los desempleados. Y la estúpida de Susana va y se saca de la manga de su ingenuidad un ¿y a donde vais a ir este verano?, porque nosotros pensamos ir a la playa, nos gusta mucho, a mi Ricardito le encanta el mar. Pues yo prefiero la montaña, responde otra ingenua y más estúpida aun llamada Araceli, allí Pepe y Jorgito respiran pura naturaleza. Es natural, pienso yo, siempre están los que hablan por hablar y no son conscientes de la realidad que se vive en estos tiempos, siempre ocurre igual entre los miembros de estas tribus de oficinistas carroñeros, envidiosos, vende patrias, falsos, ilusos, mea pilas, inútiles, mentirosos, pelotas, enchufados, perdedores y rencorosos. Rencor, mi viejo rencor… suena en la radio una voz de tango en este restaurante de mala muerte donde algunos de la oficina nos juntamos a comer, el locutor ha dicho que el que canta es un uruguayo, un tal Julio Sosa. Y que sosa esta la sopa hoy doña Asunción, grita alguno. A esta sopa de letras le falta sal y medio abecedario, cacarea otro. No se quejen jovencitos, que por lo que usted paga por este menú, en otro sitio no le van a poner ni el plato, somos los más baratos de la zona y si no les gusta, pues ya saben dónde está la puerta. Se nota que son los más baratos, añadí yo sabiendo que no me haría ni caso. Y es un caso serio esta zona, llena de oficinistas en pie de guerra por un hueco para aparcar. Esta parte del centro de la ciudad es un hormiguero de gente, personajes de medio pelo disfrazados de ejecutivos que se creen importantes, que sueñan en el autobús o mientras deambulan por las aceras con baldosas rotas. Con ilusiones y posibilidades que se esfuman al despertar, cuando no les queda mas remedio que pensar en el sueldo que no alcanza, en las cuotas del televisor de última generación, en la hipoteca, en las tarjetas de crédito agotadas, en el colegio, en la playa de Ricardito, en la montaña de Pepe y Jorgito. La vida es una lotería y a ellos jamás les toca y terminan bajando por un tobogán que termina en un charco de barro. Voy de regreso a la oficina y al doblar la esquina me doy de bruces con Mariana. ¿Tomamos un café?, me pregunta y yo para nada convencido le contesto que bueno. El mío cortado por el encuentro, el de ella con una lágrima de leche y muchas más lágrimas mientras me explica lo de su traslado. El traslado es mejor que el despido le digo y con un veré que puedo hacer por ti, me hago el invisible mientras ella sigue hablando. Doy el último sorbo y le dejo caer que me esperan en una reunión y que tengo que volver urgentemente a la oficina, y ella, sin querer pero con mucha rabia, me deja caer sobre el pantalón beige claro todo su café con lágrimas. Y otra vez en mi cueva, Julita me pasa un par de llamadas, una de ellas era de Lucas pidiéndome entre nervios y ahogos que hable con algún conocido para recomendarlo en cualquier trabajo. El otro es de Clara, la novia de Pedro, para proponerme un encuentro en el hotel de siempre. Me quedo confundido, Clara todavía no sabe nada, ahora me sale con que aprovechemos esta tarde porque Pedro está fuera de la ciudad en una feria en Barcelona. Qué convencida estaba ella, que mal le venden las mentiras en estas rebajas de oficina cuando las verdades importan tan poco. Mariana tomando café me contó que Pedro y Lucas hacía tiempo que se entendían. Yo no le entendía nada. Y que Lucas durante un tiempo se entendió con ella. Ajá, ahora empezaba a entenderla un poco. Y ella a su vez se entendía con el Gerente. Ajajá. Y el Gerente también lo hacia con la ex mujer de Lucas. Ajajajá, ahora me quedaba más claro este rompecabezas de amor y traiciones. Y que claro, como Pedro no se ocupaba de Clara, ella estaba segura que esa mosquita muerta tenía una aventura con alguien y que ya descubriría con quién era el asunto. Puse mi mejor cara de no pensaras que pueda ser yo, ¿verdad? Pero Mariana era demasiado rápida, ya se imaginaría que algo tendría yo que ver con Clara. También había sido mi amante durante algunos meses, y antes de liarse con el gerente, había sucumbido en los brazos de Carlos que acababa de ser dejado por Clara que se había ido a vivir con Pedro quién también estaba enamorado de Lucas y que éste sabía desde hace tiempo de las relaciones de su ex mujer con alguien de la empresa y que el gerente también estaba muy al tanto de los juegos prohibidos entre Pedro, Lucas, Mariana y todos los demás, per sécula seculórum, amén. Por lo visto la oficina estaba llena de almas infieles, era un terreno propicio para ciertas libertades, era una cadena de engaños y yo me negaba a ser un eslabón más. Pedro, Lucas, Clara, Rosa, García Rodríguez, Carlos, Luis Meléndez, Mariana Bermúdez, el gerente, Julita y su papada, Ana, Jorgito, Pepe, Ricardito, Susana, Araceli, el jefe de personal, Garrido, todos, absolutamente todos, eran ángeles con alas rotas. Relaciones que vienen y van por una misma avenida, semáforos en verde, pasos de cebras acosadas por leones hambrientos, suicidas del asfalto que no respetan el tiempo y ahora, demasiado tarde, ven como les llega la hora, el si te he visto, no me acuerdo; sálvese quién pueda pero yo el primero, los demás a la cola y maricón el último. Y al final, se les clava en el alma una espada de angustia que les deja esa sensación de que ya nada será de color rosa. Rosa adornando el florero de su mesa de trabajo y yo queriendo ser el agua que acaricie esas bondades. Rosa que no me hace ni caso, sabe lo mío con Clara y conoce a mi mujer desde que iban al colegio. Rosa vestida de espinas y a mi se me clavan todas. Y Rosa vestida sin escrúpulos y a mi nada de nada. Rosa tentación igual que Clara, que Mariana, que Ana, que cualquier jovencita al alcance de mis manos, de un juego de palabras convincentes y un rosario de promesas que nunca llegarán a cumplirse. Ellas eran el pecado y yo el pecador que vivía en un paraíso terrenal sin manzanas, ni peras. Sonó el teléfono y como una bofetada me volvió a la realidad. Era Mariana desde el bar con la lengua pesada, trabada, quejosa, triste, viperina, pegajosa, peligrosa, suplicante, amenazante y con un sin fin de historias. La conocía de sobra en esas circunstancias, ya había utilizado conmigo ese truco en otras ocasiones. Y bebida era un peligro, por eso fui rápido a su encuentro, a echar cubos de agua en ese incendio antes de que ardiera el monte. Me faltó muy pero que muy poco para reconocerle a Mariana que yo era ese hombre infiel que rondaba en días de luna Clara. Se quedó con la última palabra y se guardó la duda para una mejor ocasión y cambió de tema, yo pedí cambio para llamar por teléfono y anular la cita del hotel, pero ya era tarde, al otro lado nadie contestaba y Clara se iba a quedar esperando en vano su ración de placer y maldiciendo mi estampa por mucho tiempo. Luego no me quedó más remedio que aguantar el resto de las mil y una noches y toda una suerte de reproches lanzados como dardos por Mariana. Ráscate el bolsillo y paga la cuenta, me dijo, o me pareció entenderle, ya que las rondas de whisky a mi también me habían hecho efecto, y cansado y bastante aburrido, le pedí que apagara esos ojos llenos de rabia porque me estaban encandilando. Vete a tu casa que es muy tarde, Mariana será otro día le dije y la metí a empujones y despaché en un taxi. Del bar a mi casa hay cinco calles, tardé una eternidad en llegar esquivando las siluetas dobles que se me cruzaban. Entré a casa intentando no hacer ruido, en todos los relojes de la ciudad eran las dos y media de la madrugada. Me pareció que la mesa del comedor estaba sin retirar, con los cubiertos de plata, el mantel de hilo, la vajilla de porcelana, dos candelabros con velas. Seguí hasta el salón y me pareció ver a mi mujer dormida en el sofá, talvez con un vestido nuevo. En uno de los sillones había un paquete envuelto con amor y una tarjeta escrita que decía: A pesar de todo, feliz aniversario, te amo siempre, Pilar. Fui a la habitación, me tumbé sin tan siquiera desvestirme y me quede dormido profundamente. A la mañana siguiente desperté con un dolor de cabeza espantoso. Giré mi cuerpo hacia la derecha buscando los ojos de Pilar. Ella no estaba en la cama. Me levanté, fui al comedor y me encontré todo ordenado, oí ruidos en la cocina, solté un tímido Pilar y del otro lado de la puerta me respondió como de costumbre el buenos días chillón de Catalina, la asistenta. Le pregunté por Pilar, por el regalo, no vaya a ser que hubiera tirado la tarjeta. Y ella, con los ojos abiertos como dos soles me respondió con un pausado y melancólico: la señora hace tres años que no pisa esta casa señor. Volví a la habitación, volví a la realidad, cerré la puerta y me puse a llorar. Pensé en lo sólo que me sentía, en el tiempo que había perdido engañándome cada vez que engañaba a Pilar, cada vez que engañaba a todas. Comprendí entonces que yo también era otro ángel con alas rotas, sin rumbo, en tierra de nadie, encadenado en una ciudad sin mar y llena de rascacielos. LA DEUDA Había jurado no regresar nunca más a la ciudad de los rascacielos. Sin embargo, allí estaba otra vez metiéndose en la boca del lobo y lleno de problemas como siempre. Como si ese siempre no le hubiera bastado para arruinar su vida y la de cualquier ingenuo que se juntara con él. Después de un incomodo viaje, solo quería terminar con ese trabajo, saldar la deuda y dejar atrás esa maldita ciudad. Así lo habían acordado Toñito el Manco y él cuando aquél lo llamó de parte de Don Leo con una propuesta que no podía rechazar. De esta manera y tan sólo de esta puta manera, dejó bien claro el Manco, el Don olvidará los problemas que le has causado. Apuestas, apuestas, apuestas. La palabra apuestas retumbaba en su cabeza mientras se preguntaba cuáles habrían sido los resultados de las carreras de esa tarde. Juro que jamás volveré a apostar -se dijo y pidió otro trago- pero mejor que sea a partir de mañana, si es que aún hay un mañana en mi destino, si es que el destino por una vez es generoso conmigo. Encontró al fin la calle y caminó por ella unos cinco minutos para estudiar bien la zona. Esperó una distracción del conserje, entró como un fantasma en el edificio de lujo y entró en el ascensor. Subió al piso 15, buscó la letra F, allí estaba, de bronce reluciente atornillada sobre la puerta blindada del departamento. No se oía ni un ruido, ni doscientos, ni trescientos. Tres gatos se peleaban en el tejado del edificio de enfrente por una gata en celo y podían verse desde la ventana del corredor. Tal vez a él también lo estaban observando. Introdujo la llave en la cerradura, pero la cerradura no aceptó el envite. Probó con la segunda llave, con la tercera, y tampoco pasó nada. Por un momento se sintió confundido, creyó que se había equivocado de piso, pero nó, estaba en el piso 15 y la letra de bronce era la puta F y esas eran las malditas llaves que estaban dentro del maldito sobre que le había entregado uno de los malditos alcahuetes de Toñito el Manco aquella misma mañana en la estación apenas se bajó del tren, quién le explicó que la llave que tenía una marca roja era la de la caja de seguridad donde estaban los documentos que debía recuperar, las otras dos eran de la puerta blindada y que no tendría problemas porque no había ningún tipo de alarma. Por último le advirtió que el edificio estaba vigilado las veinticuatro horas del día y que no fuera tan gilipollas de dejarse pescar. Una llave con una marca de color rojo, rojo inconfundible, rojo pecador, rojo de un rouge provocativo, pero una llave que no abría un carajo. Cómo rugen los motores en el desorden del tráfico y esta lluvia cabrona que no se cansa de mojarme. Ni un maldito bar abierto a la vista, menuda ciudad, aquí se acuestan cada vez mas pronto, maldijo en voz alta, mientras el pie derecho tropezaba con una baldosa suelta y le llenaba el zapato de agua. ¿Por qué será que la llave no gira en la cerradura si gira el mundo bajo mis pies? Qué poco sentido tiene la vida cuando acumulas deudas y el tiempo se encoge en los bolsillos vacíos y uno se ve en el precipicio que está tan cerca, pero que tan cerca, que puedo sentir varias manos dispuestas a empujarme y si te he visto no me acuerdo. Esas mismas manos que aceptaban sin chistar mis apuestas cuando las cosas me venían bien, que aceptaron también hasta el último centímetro de mi vergüenza, pero que ahora no aceptan un nó como respuesta, un no puedo pagarte hoy, dame más días. Y yo les pregunto ¿qué quereis ahora?, ¿mi vida?, ¿pero es que acaso os habeis vuelto locos?, ¿no sabeis que mi vida ya no vale nada?, y además, sin mi vida os quedais sin cobrar, y el que no cobra es un cabrón y entonces él se reía, se reía, se reía y se callaba, se reía, se reía, se reía y se callaba, como la noria que gira unos minutos bulliciosa y después, cuando se detiene, le apagan las risas cómplices de los niños. Y otra vez la noria, otra vez las risas y otra vez el silencio. Y así una y mil veces hasta que vació los bolsillos de su chaqueta sobre la barra de ese bar de mala muerte que había surgido al fin como un oasis bajo esa tormenta prepotente. Cigarrillos rotos, una caja de cerillas, seis monedas, un chicle, un peine, unas cuantas tarjetas de dudoso crédito, papeles arrugados y al fin, lo que buscaba. Pidió el teléfono y marcó un número mientras pegaba el oído a la radio que murmuraba entre las botellas de la estantería los resultados de las carreras: Lucky Day ganador en la primera, Kapital por dos cabezas en la segunda, Lord Jim cómodo en la tercera, Blue Star en la cuarta… Creía recordar que esa mañana antes de subirse al tren le había jugado a ese caballo quinientos dólares por medio de Sean, que era uno de los pocos corredores de apuestas que le echaba un cable en los malos momentos. El número 716-733-7591 daba ocupado, pidió una cerveza con un dado de vodka y se quedó pensando envuelto en el humo de su cigarrillo. El dinero que debía era una cantidad tan grande, como tan corta la vida de un jugador compulsivo que como él, tenía que vivir escabulléndose todo el tiempo de sus acreedores. Por eso aceptó el trabajito del Don, no le quedaba otra opción si quería seguir con vida. Debía siempre, debía y prometía, prometía y no cumplía, no cumplía y le exigían, le exigían y lo acosaban, lo acosaban y lo perseguían, lo perseguían y lo amenazaban, lo amenazaban y lo agredían. Y él volvía a jurar y perjurar que nunca más, que ni una apuesta más, pero luego se tentaba otra vez con caballos ganadores que resultaban perdedores, con partidos arreglados que por arte de magia se desarreglaban a última hora, con boxeadores que ganaban cuando tenían que perder por paliza y él acababa perdiendo la paciencia, el dinero, el humor de los demás y toda esperanza de salvarse, de sobrevivir, de esfumarse del acoso de los prestamistas, de la presión de los cobradores a sueldo. Don Leo quería su dinero y él no tenía para nada paciencia. Todo aquél que intentaba engañarlo se podía dar por muerto. Entraban en acción sus sicarios, sus chicos malos como él los llamaba cariñosamente. Hay que dar ejemplo para que a uno lo respeten, decía y repetía como un loro Don Leo. Y ese ejemplo, ese respeto, consistía en ir destruyendo poco a poco la resistencia de aquél que no cumplía. Jerry apostaba a todo lo que se movía, y cuanto más apostaba, más deuda acumulaba y menos tranquilidad tenía. Pidió nuevamente el teléfono y volvió a insistir esta vez con mejor suerte. Al otro lado del teléfono una voz ronca preguntó: ¿quién eres?, ajá, ¿a quién?, ajá ¿cuánto?, voy con dos de los grandes a que Durán gana antes del séptimo asalto. Ajá, okey, respondió la misma voz ronca, pero te aclaro que sabemos que andas con problemas, espero que no se te ocurra desaparecer Jerry, por tu bien no lo hagas, sabemos como encontrarte, de sobra sabes lo que te puede pasar y colgaron. Jerry marcó otro número, ¿cómo están hoy las apuestas Benny? ¿el partido de esta noche, está arreglado?, venga, Benny, échame una mano, estoy desesperado. Dame media hora y averiguo lo que está pasando, este es el último favor que te hago, si el Don se entera me liquida. Dame esa maldita media hora Jerry y veré que puedo hacer por ti. Y a otra cosa, mariposa, pensó Jerry. Eso era lo único que quería hacer, volar como una mariposa y no dejarse atrapar nunca más en esa tela de araña que se teje en cada apuesta. Estaba harto de vivir siempre así, con la soga al cuello. El cuello fino y la camisa italiana que hacia juego con la minifalda de cuero beige. Marianne era una joven muy atractiva, llamaba siempre la atención con esos modelitos que le compraba Don Leo en las mejores boutiques de Nueva York. También era una provocadora de aquellas, que le encantaba hacer babear a todos los hombres que se le arrimaban. Y esto le daba bastantes dolores de cabeza al Don, que generalmente lo ponían de pésimo humor y entonces hacia que sus matones molieran a palos a los infelices candidatos. Pero un buen día, ella, en una de sus infantiles rabietas y con un enorme desparpajo, lo amenazó delante de sus socios con entregar a la prensa ciertos documentos que le había sustraído de su despacho y que ahora guardaba en la caja de seguridad en su departamento. Y eso él no lo podía permitir y esa noche no sería una noche cualquiera. Al fin y al cabo, mujeres como Marianne había millones y pululaban siempre a su alrededor. Marianne se había vuelto peligrosa con el tiempo y ahora pretendía morder la mano a quién le daba de comer. La calle estaba desierta, el bar ya había cerrado, tendría que buscar otra luz de neón o una cabina de teléfono, una cabina de teléfono entre todas las cabinas profanadas de esa maldita ciudad. Solo quiero terminar pronto con esto y regresar, perderme, hacerme invisible. Pero ahora debo hacer la maldita llamada, no podía ser que se equivocaran de llaves, eran unos reverendos inútiles hijos de puta. Hacia mucho frío, estaba cansado y muy cabreado. Estoy harto de este chico, berreaba Don Leo, además de todo el dinero que me debe, me tendrá que pagar también por los dos años que purgué por su culpa cuando el asunto de los hermanos Lucchetti, el desgraciado dejó caer mi nombre en un interrogatorio y encendió la mecha. Apuesta mucho y pierde, pierde y no paga, pierde el control con la bebida, con las mujeres, con las apuestas. Es un perdedor nato. Me tiene más que harto. Ya es hora de que pague. ¡Y ya lo creo que me las va a pagar! Al otro lado del auricular se oye la voz del Manco que sin dejarle hablar va y le suelta: que dice el Don que el trabajo lo tienes que hacer mañana, a las once de la noche ya puedes entrar al departamento, no va a haber nadie. Recuperas los documentos, esperas a que esa mujer llegue y la liquidas. Te dejaré un sobre con otras llaves, la muy zorra había cambiado las cerraduras. Te dejo el sobre mañana a primera hora en la recepción del motel Green Garden, la habitación corre por tu cuenta, y colgó sin decir nada más. Jerry colgó la chaqueta y los pantalones húmedos en la silla, puso la camisa en remojo en el lavabo y después de unos minutos la dejó colgada como triste bandera en una percha de alambre retorcido sobre el radiador. Se tumbó en la cama debajo de la fotocopia descolorida del rostro de un Cristo que se perdía solitaria en la pared. No había cómoda en la habitación, el colchón era incomodo, la situación era incomoda y todo este asunto lo hacia sentir tremendamente incomodo. Nunca antes había matado por encargo, el no era un asesino a sueldo, solo lo había hecho en defensa propia, la idea de matar nuevamente se le atragantaba. Llovió toda la noche, el techo era una triste acuarela de goteras viejas y nuevas. No tenía nada para leer y mucho menos en que pensar. Dejaría pasar las horas como otras tantas cosas que había dejado pasar por su vida. Al final de la recta, la botella de bourbon se terminó y él al fin consiguió dormirse. Sus sueños, como siempre, se quedaban retenidos en la frontera del miedo en guerras imposibles de ganar. Golpearon la puerta, eran las ocho y debía dejar el Motel o pagar un extra. La camisa se había secado pero tenía tantas arrugas como el fuelle de un acordeón mudo. Se vistió rápidamente, recogió el sobre que habían dejado con su nombre esa mañana, pagó y partió a conseguir un arma, distraer el ansia y matar las horas. A partir de las once de la noche, eso habían dicho. Marianne se reía, se reía a carcajadas. Eddie era simpático, gracioso y se vestía a la moda, además era joven y parecía tener dinero. Marianne hablaba, hablaba mucho, hablaba demasiado. Hablaba hasta por los codos y sus codos rozaban peligrosamente las copas de champán y las horas contadas que sin saberlo le quedaban de vida. Habla bla, blaba y dejaba escapar muchos nombres, muchas direcciones, asuntos privados de Don Leo, demasiadas pistas para cualquier agente encubierto. La pista de baile estaba llena, era un buen lugar para intentar un ataque y poner en práctica sus dotes de seductor. Eddie bailaba muy bien, la sabía llevar, la sabía estrechar, la sabía sobar, pero lo que el pobre no sabía era que lo estaban observando detenidamente, y desgraciadamente para él, que no había aprendido a jugar con fuego sin quemarse, sus minutos estaban contados. Estaban metiendo su cuerpo en el maletero del coche, cuando apareció la policía. El teniente irlandés de cicatriz en la frente y nariz de boxeador se acercó, se percató enseguida de lo que estaba pasando y de quiénes eran esos chicos malos. No dijo ni pío, ni preguntó nada, tampoco quiso ver ese bulto sospechoso, tan sospechoso como su foja de servicio, solo asintió y volvió sobre sus pasos, sabía que a fin de mes recibiría su sobre como siempre. El Don le había hincado el diente hace muchos años y como la mayoría, pasaba a engrosar la nómina de policías pluriempleados. Esta vez la llave se deslizó como un pez en el agua. Una vez dentro, encendió una pequeña linterna, recorrió el piso entero hasta dar con la dichosa caja de seguridad escondida detrás de un cuadro. La abrió, cogió los documentos y buscó donde sentarse. Se desabrochó la chaqueta, saco el arma, también su petaca, encendió el televisor le bajó el volumen y se quedó esperando. Esperaba Marianne inútilmente el regreso de Eddie, cuando desde la barra, alcanzó a ver la cara cansada de Don Leo que la miraba atentamente desde la mesa de su privado. Con una sonrisa burlona le hizo una seña para que fuera hacia él. Ella se estremeció. Asustada y por culpa de los nervios, su cartera se le escurrió de las manos desparramándose todo lo que llevaba dentro, de dos manotazos recogió las cosas y en el suelo, como un naufrago, quedó para siempre y para el recuerdo la foto de Eddie dedicada y con un teléfono al dorso. Notó algo extraño y tuvo miedo, era la primera vez que le tenía miedo de verdad, algo inquietante había en la mirada del Don y comprendió enseguida que no merecía la pena seguir esperando, Eddie ya era agua pasada y dormiría pronto con los peces. Pasaba la vida y ella no escarmentaba. Don Leo era demasiado poderoso, controlaba todo, los juegos, la policía, los prostíbulos, los muelles, la droga, los políticos, las vidas. Era una mancha de aceite creciendo en el agua y había que saber nadar, respetar sus decisiones y llevarle siempre la corriente sin dejar de nadar a su voluntad. El Cadillac blanco se detuvo, ella bajó, se despidió apresurada del Don con un bye bye tembloroso y miró sin querer al reloj como si esa fuera su última hora. Era la una menos cinco de la madrugada. Marianne abrió la puerta del departamento, encendió la luz de la entrada, dejó el bolso sobre una mesa, se saco los zapatos, fue hacia el salón, y entonces pegó un grito que hizo despertar de un salto a Jerry que se quedó sorprendido. ¡Que susto, coño! ¡me cago en todos tus muertos! - dijo él -. ¡Qué susto! ¡Y mis muertos son los mismos que los tuyos! - dijo ella -. Me acabas de dar un susto de muerte, imbécil. ¿Pero que demonios haces aquí?, ¿cómo has dado conmigo después de tantos años?, ¿cómo has entrado, se puede saber? Lo mismo te pregunto yo, gritó Jerry desencajado, totalmente descontrolado, perplejo, prendido a la pistola, prendido a la petaca, prendido a la duda, prendido al pánico, al televisor mudo, a los resultados, a las deudas. Prendido de un alambre de púas donde colgaba y sangraba la vida. ¿Qué haces tú aquí? repitió Jerry con una voz de incertidumbre y tremenda pena. ¡¿Porqué?! ¡¿porqué tienes que estar aquí?! ¡¿porqué precisamente tienes que ser tú?! Pequeña, mi pequeña, ¿porqué? baaang, ¿porqué? baaang, ¿porqué? baaang, baaang, baaang, baaang. Cuando vació el cargador volvió a abrir los ojos, entre lágrimas y humo, vio el cuerpo desparramado en el medio del salón, se quedó un par de segundos mirando esa cara bonita, ese cuerpo joven, esos años tan mal barajados como los suyos, como los de muchos otros que entraban en ese circulo vicioso y en las garras de gente como Don Leo. Se dirigió a la puerta, la abrió y se volvió hacia Marianne, hacia el dolor, hacia el amor, hacia la infancia, hacia la ternura. Lo siento dijo, lo siento mucho, te lo juro, no sabes cuánto lo siento hermanita. Y se marchó pasillo largo, escaleras abajo, escalones de a dos, de a tres, de a cuatro, sudando, llorando, temblando, desencajado. Al llegar a la calle, vio un automóvil detenido, un Cadillac blanco. Bajaron dos hombres y sin soltar palabra le quitaron los documentos. La ventanilla trasera se deslizó y apareció el rostro impertérrito de el Don, quién con voz ronca le gritó al mundo, a la gente, a los cuatro vientos, a los insolentes, a los pecadores, a los perdedores, a los que no cumplían, a los jugadores, a los que le debían. A él, a Jerry Callahan. ¡Jerry, maldito irlandés bastardo, con esto has saldado conmigo tu deuda! RINCONES PELIGROSOS Leticia eligió una esquina de mis sueños para ir a descansar después de un largo viaje. Agustina, me salió con la excusa de que se pasaría por la galería de arte donde exponía su amiga Helena, pero no quería que la acompañara porque yo le resultaba demasiado aburrido. La cándida y dulce de Jimena me rechazó la invitación sin ningún pero, pero comiéndose una pera prefirió vagar a solas por las Ramblas recitando poemas de escritores rojos, y rojos tendrá los labios y las mejillas por el frío. Michelle elle elle, se rió a carcajadas cuando me ofrecí a sacarle el perro todas las mañanas a cambio de un paseo con ella los domingos y fiestas de guardar, amigos como tú mas vale tenerlos bien lejos me dijo, y si te he visto no me acuerdo. Y por fin queda Rosaura, la rockera, toda descocada, la más alocada y divertida, me dijo sin rodeos que no tenia nada de ganas de verme y que además, después de la gran fiesta de ayer en su casa, a la que por cierto no fui invitado, tenía que ordenar sus ideas y los discos desparramados por todo el salón. Ellas todas, bribonzuelas, tenían algo que hacer, pero ninguna lo quería hacer conmigo. Yo, que siempre estaba atento a la primera ocasión para poder abordarlas, preparado para aprovechar cualquier descuido de ellas, midiendo el primer paso en falso que dieran hacia adelante, hacia atrás o hacia el costado, preparado, listo… ¡ya! por si alguna vez dudaban y se dignaban a darme un piadoso sí como respuesta y así poder al fin tener con cualquiera de ellas una inolvidable noche de vino tinto con soda y rosas sin espinas. Hojas de parra, ramo de flores, día de los enamorados y amarraditas están todas ellas cada cual con su pareja. Pero no os olvidéis de mí, escurridizas bebotas, que estoy muy pero que muy solo, en busca de señoritas de compañía y les comunico, por si tenéis alguna que otra duda, que no soy para nada exigente, más bien tirando a verde simplón. Mi corazón está lleno de rincones peligrosos, y entre amores platónicos que son totalmente cómicos, y jovencitas que no me hacen ni puñetero caso, yo no como nada que tenga ajo para no tener mal aliento y así mis besos, cuando llegue ese tan ansiado día, ese majestuoso momento de un têt a têt con leche y bizcochuelos con cualquiera de ellas , sepan a primaveras para tá té tí suerte para mí y para la afortunada que le toque como premio mi persona, picaronas con piel de cordero y corazón de fierecillas indomables. Y mientras yo preparo mi tesis doctoral con la ayuda de seis azafatas imaginarias que vuelan sobre mi cabeza y no aterrizan nunca, se pasa el invierno sin nada más interesante que contar. Con la llegada del verano espero impaciente nuevas emociones y que me llame Andrés con alguna buena noticia, como ésta por ejemplo, la de ir una semanita entera, o mejor aún, dos, a algún lugar paradisíaco en su maravilloso barco velero porompompero con sus fermosas amigas, así podré comer con ellas unos sabrosos bocadillos y de paso, cañazo, hacer muy buenas migas. Me cortaron el gas esta mañana por falta de pago, golpié la puerta del vecino para preguntarle si me dejaba calentar una lata de lentejas, me contestó estupefacto y de muy malas maneras que le fuera a dar la lata a otro con mis problemas. Otro mal educado pensé yo. Ya verá, se va a enterar a la hora de la siesta porque pienso poner la música a todo volumen. Me sentía fatal y fui directo al consultorio, no estaba mi querida Dora, me atendió otra doctora. No tengo sarampión, ni catarro, ni tampoco varicela, pero si estoy muy muchito marchitón del alma y deprimidito por esta condena de estar tan solo, y de paso le digo que todo yo mido uno setenta y cinco de los pies a la cabeza y no sé cuánto, pero mucho muchón, de la espalda a la Sancho panza. Míreme las nalgas porque me han salido unos horribles granos. Grandes y maravillosos pechos tiene esta señorita, talla large y de lino la camisa de la doctorcita, le pediré con descaro una nueva cita, y de pana aburrida mi pantalón color madera. E impaciente estoy por sentir los celestiales dedos de la licenciada en medicina sobre mi sudorosa frente. Tila me aconseja la muy desgraciada y yo le propongo una botella de sidra a la luz de una vela. Manchas de café adornan mi corbata, ronchas rechonchas florecen en mi enorme barriga, mírelas sin prisa, tómese todo el tiempo que quiera. Chás chás chás le voy a dar en el culito si me sigue tomando el pelo jovencito, dos supositorios se aplicará por día durante una semana y adiós muy buenas. ¡Que pase el siguiente! Y ese pelo en la sopa pudo causarle muchos problemas a Nacho si su jefe hubiera estado esa mañana en el restaurante, pero por suerte, las clientas eran turistas y por más que se quejaban, él no les entendía nada y se hacía el sueco como ellas que eran auténticas vikingas, escandinavas, nórdicas, rubias, espectaculares, macizas y liberales de allende la Suecia helada. Tienes que tener mas cuidado le dije y no perder esta mina de oro, con todas las extranjeras que vienen por aquí podríamos hacer estragos en sus corazones con un póquer de ases. Nacho me invitaba el café pero me hacía pagar las tostadas con mantequilla y mermelada de melocotón sin ton ni son. ¿Me lo dices en serio? me pregunta Nacho con tono de guasa, te podrías pasar la vida aquí que no conseguirías jamás que te hiciera caso ninguna de estas bellezas, eres demasiado gordo y feo para que se fijen en ti. Me tengo que ir, le dije muy enfadado, sin disimular lo mal que me habían sentado sus últimas palabras y que siempre me cobrara las tostadas y la mermelada de melocotón sin ton ni son, tengo que comprar algo, nos vemos después y si sobran macarrones me guardas un buen plato. Los macarrones no son marrones, pero si los zapatos con tacones altos que me insinuó Agustina que le regalara cuando la llamé para felicitarla por su cumpleaños. Que le dejara los zapatos a la portera, que ya me llamaría para contarme si le habían gustado y que no me molestara en llamarla otra vez porque no estaría para mí por lo menos en cien años. ¿Calza un 35 o un 36?, no le entendí bien, que otra vez me lo cuente mejor. Y yo conté con gran dolor de mi bolsillo tres mil novecientas noventa y nueve pesetas, por los malditos zapatitos. Agustina Agustinita, que agustinito estaría yo si tu bajaras a buscar el regalito, nos podríamos ver aunque sea tan solo un ratito así de pequeñito ñititito y dejarías lo de no verme por un siglo para otra ocasión, no seas mala, sé toda tú buena y enséñame tus bondades verdaderas, corazón de dulce melón, tilín, tilón. Todas me hacéis de lado y todos los días barajo las cartas de amor que os he escrito durante estos últimos meses y que estoy más que seguro no os habéis molestado en leer, me sé de memoria cada una de ellas, a todas vosotras os escribo lo mismo para no equivocarme: Querida gordita, gordita a todas, y luego, el típico bla bla bla como te quiero eres la estrella más grande del cielo, bla bla bla como te añoro sin tu sonrisa yo me amodorro, bla bla bla cada día mas bonita y mas maduritas tus peritas, aprovecho la presente para saludarte y que sepas que estoy vivito y coleando y esperando ando para hacer el amor contigo, te lo mereces todo y yo también, si supieras lo ocupado que estoy con mi tesis, avísame con tiempo para hacerte un hueco en la agenda y así nos vemos algún día, pero descuida que yo te llamaré, porque por lo visto tú has perdido mi número de teléfono. Siempre tuyo, el hombre invisible, que necesita mucho, mucho, pero que mucho amor y sexo también. Y ahora que lo pienso tengo que cuidar mi peso, a partir de mañana voy a ir a un gimnasio. Mmmsi, lo juro. Mmmnop, debe ser muy caro. Mmmnosé, me lo pensaré, mañana Serrat otro día y no dejes para mañana lo que puedas comer hoy, por eso mejor entraré en este bar y me pido ya mismo un pincho de tortilla, una ración de boquerones y también ¿por qué no? unos callitos a la madrileña con un par de cervecitas bien fresquitas para calmar al bichito que tengo en la pancita. Andrés le comenta a todo el mundo que pasar el día conmigo es un coñazo y que por eso no me llama nunca, que a todo le saco punta con el sacapuntas de mis absurdos y delirantes pensamientos. Dice que sólo hablo de mujeres, de mujeres que no conozco y que me invento, de amores imposibles de creer y relaciones que rozan el absurdo. Doy por descontado que no se traga nada de lo que digo, pero le perdono los comentarios extras y desproporcionados porque es el único que tiene un barco velero porompompero y muchas amigas bellas, bellas, bellas, todas ellas mis damas de las camelias, dromedarias, reinas magas, hadas blancas, dulcineas. Leticia un buen día me llama a casa y me sorprende. Me quedo mudo todo todito del todo. Propone un intrigante encuentro a las tres de la tarde en la esquina de Balmes con Paseo de Gracia, mi avenida preferida. Digo por supuesto que sí, que sí, que sí, porque me encanta y porque me sí. Y ya de paso, después de otra sorprendente y casual llamada, podré estar a las cinco en punto de la tarde en la puerta del cine Savoy porque voy mas luego a encontrarme con Rosaura, mi aura, tres hurras por ella, tres hurras que valgan, ella es italiana y alérgica a la lana. Ya veras que ricas son las cosas aquí mi amor, mordisquito sin fin, un pinchito de morcilla y un vasito de vino tirintintinto con soda para ti y un bocadillo grande grande grande de jamón serrano y unas cervecitas itas itas itas bien fresquitas para mí, cerecita, cerezas, tus aros parecen cerezas, tus pechos dos melocotones y un desastre tu peinado, menudo peluquero tienes, te dejó el pelo como una virulana, cabeza de calabaza, calabacita, mi corazón lleno de Leticita mi pequeño bombón. No meta baza en nuestra conversación, se lo ruego, deje que lo aclaremos nosotros, le decía el joven de la mesa de al lado a una señora morsa con cara de futura suegra que tomaba de la mano a señorita foquita en posible estado de buena esperanza mirándola por el derecho e insultándola al revés. Mire donde mete el pie caballero, grito yo muy enfadado, me acaba de dormir los dedos con un pisotón. Un piso más grande debería alquilar, compartir los gastos con Nacho, con Jaime o con Nicolás, ¿qué te parece la idea? pero antes que nada ¡Feliz cumpleaños Leticia!, esta cafetería me gusta mucho, ¿sabías que hacen un chocolate con churros de rechupete? Pidamos también este manjar, que un día es un día y total la cuenta la vamos a pagar mitad y mitad. ¡¡Pues no!! ruge furiosa la fiera Leticia, la verdad es que me trae sin cuidado el chocolate, los churros, la cafetería y todas las chorradas que me estás contando, y no es mi cumpleaños, ¡cretino!, es el de Agustina, estoy a régimen y de pésimo humor porque no me entra la blusa. ¡Pero ilusa! Cómo te va a entrar la blusa si estás tan rellenita, pienso yo para mis adentros bien callados y escondidos en el bosque frondoso de mi corazón. Te quería decir en persona que no vuelvas a llamarme, que no me llenes el buzón con tus cartas ridículas, me dice la muy desgraciada mirando de reojo al rubio atlético y fornido que teníamos enfrente. Estoy harta de encontrarme el contestador con tus mensajes estúpidos y obscenos ¿entiendes?, harta de que me llames a las dos de la mañana para saber como estoy, quiero que me olvides, y cuando te digo que me olvides, es que me olvides para siempre, eres insoportable, un estúpido, un enfermo delirante. Y yo, quemándome los labios, la lengua, la garganta y mi orgullito todito con el chocolate caliente, manoseo el último churro del plato antes de que se lo lleve el camarero. Y antes de que pudiera decir esta boca es mía, Leticia estaba en la calle acompañada por el rubio fornido, y yo estuve a punto de decirle que se iba sin pagar la mitad de la cuenta, que eran como unas setecientas pesetas y que por lo tanto me tenía que dar trescientas cincuenta y que si le parecía bien, le dejábamos algo de propina al camarero que había estado muy atento mirándole las piernas, pero pensé que sería mejor dejarlo pasar, ya se lo recordaría sin falta cuando la volviera a ver. Bueno, tengo que reconocer que esta chica se sabe expresar con mucha claridad, no tiene piedad, parece sincera la muy condenada. Pues nada, a otra cosa mariposa. Iré caminando despacio hasta mi próxima cita y recapacitaré recitando en prosa lo que me ha dicho Leticia, coma por coma, punto por punto. Y llegado a este punto me doy cuenta que llego media hora antes a la otra cita. Hoy más que nunca me entregaré a Rosaura todo entero como si fuera un dulce caramelo. ¡Me lo imaginaba!, brama como un animal ella mirándome de arriba abajo y yo mirándola de abajo arriba con esos pantalones ajustados y esa camisita transparente bien pegada marcándole los pechos que me quitaban la respiración, el hipo, la depresión, el recuerdo de Leticia. Y entonces yo voy y le digo que no compré las entradas porque estaba esperando que ella llegara y que si me podía dar el dinero y así ponerme en la cola, que la película me habían dicho que no era muy buena, que Harrison Ford era el asesino y que qué bien nos lo íbamos a pasar los dos juntitos a oscuritas en la última fila. Ella me vuelve a echar una mirada, esta vez solo por arriba, me pone cara de asco y sigue con su ya me lo imaginaba tacaño de mierda, que pintas traes, ¿no te da vergüenza?, estaba segura de que estarías como un idiota antes de la hora, mejor así, porque no tengo mucho tiempo, solo quería decírtelo a la cara ya que parece ser que no te das por aludido, no quiero que me llames nunca mas, estoy harta de qué lo hagas a todas horas, a la oficina, a mi casa. No eres nadie para mí, no existes, no quiero saber nada de ti, ¿lo has entendido?, eres patético, impresentable, aburrido, un enfermo mental obsesionado con el sexo. Y mientras me repongo de este segundo fracaso he intento abrir la boca para decir pío pío, la muy condenada se sube a un taxi sin decir adiós y desaparece de mi vista como por arte de magia, hasta la vista le digo con una amplia sonrisa, imbécil de mí, sintiéndome observado, despellejado y carcajeado por todos los allí presentes. Allí no me quedo ni un segundo más, faltaría menos, y menos mal que no saqué las entradas, porque luego vete a pedirle el dinero a esta desagradecida. El dedo índice acusador de Nicolás me esperaba en el restaurante donde trabaja Nacho de ayudante de cocina. Y va y me suelta un amenazante no se te ocurra volver a llamar a Jimena, ¿me oyes?, llevo un tiempito intentando conectar con ella. Pues ella será la que decida, suelto yo todo envalentonado y bastante entonado de copas por culpa de mis últimos fracasos. Sostengo lo que digo y por favor que alguien me sostenga que me voy a desmayar. Después de unos minutos me despierto shoqueado y sentado en una mesa con un fuerte golpe en la cabeza, un tremendo dolor de orgullo y una sinfonía en Do Mayor de mil murmullos. Entre el mareo y la vergüenza, me pongo a chapucear como un grandísimo idiota algunas palabras sincerándome con quién quiera oírme… yo, yo te lo juro, te lo juro por esta crucecita que llevo colgada en el pecho que tu me llenas los pulmones con aire fresco de las montañas nevadas y los ciervos corren alegres por nuestro amor, mi amor, Michelle, ma belle, y de repente me pongo a silbar esa maravillosa canción de los Beatles, y elle me mira horrorizada, y yo continúo porque no tengo nada que hacer ni que perder, con un sincero y sin sentido enamoréme de ti locamente tenme, me entrego todo entero a ti si tu lo quieres y me lo pides, y Jaime va y me da una patada por debajo de la mesa, luego otra y luego otras tres más y una vez que tengo la pierna llena de moretones caigo en la cuenta de que se está enrollando como una persiana con ella y que la ventana del corazón de Michelle, ma belle, elle elle no se abrirá nunca para mí. Mimitos quiero de alguna de vosotras pero no me hacéis ni caso y yo me desespero. Y tras este nuevo error de cálculos, ende repente, veo que Jimena, ¡vaya sorpresa!, está sentada a mi lado y decido tirarme un lance con ella. Pero que cagada, aquí el que no corre vuela, ella toda está bien prendidita de la mano de Nicolás que me mira sobrador y yo con cara de perdedor alcanzo a ver a Nacho que trae a la mesa un plato de macarrones tristes que sobraron de la mañana. Y yo me los como callado contando las pecas que tiene Jimena en la cara y que nunca podré saber si son trescientas, quinientas o diez mil porque no para de moverse por toda la risa ja ja ja ja que tiene encima mientras se dirige a mí, a dúo con Michelle elle elle y van en estéreo y me dicen que aprovechan que los chicos están distraídos para ordenarme bien ordeñado que no las llame nunca más, que están podridas de que les recite por teléfono poemas indecentes, eso me dice Jimena, y que el perro prefiere aguantarse sus pipís antes que salir al parque conmigo, eso me dice Michelle elle elle. Que les doy muchísimo asco, que se nota que no tengo nada que hacer y bla bla bla, que tal y tal, todo bien rapidito y por lo bajito, todo tan ito tan ito tan ito que del disgustito que me dan, me entra un hip hip hipo hipito y también unos pucheritos y me largo a llorar cubriéndome la cara con la servilleta. ¿Y yo qué sé qué más me queda por hacer para caerles bien a estas muñecas? me pregunto yo bien adentrito mientras hago barquitos de pan en la salsa de tomate de los tristes macarrones. En eso que, tatachán, aparece Andrés lleno de carcajájájádas, todos se ríen, se ríen, se ríen, yo no me rió, me ahogo, me ahogo, todos beben mucho champán, a mi no me dan, todos hablan del mar, yo no quiero nadar nada de nada, quiero desaparecer porque ya veo que a ninguno de ellos les importa un reverendo pito mi presencia. De pronto, como impulsado por un resorte, me encuentro en la calle bajo un diluvio universal esperando el autobús para volver a casa y llamar a Agustina que es la última oportunidad que me queda en este día de memorables fracasos. Quedan cinco minutos para que den las doce y el teléfono al otro lado suena y suena y suena y suena y suena y suena y suena y suena hasta que por fin, sale una voz de ultra tumba que grita furibunda un ¡¡¡¿Quién es?!!! para ahuyentar cien lobos y yo con piel de corderito suelto un tímido Agustina ¿no estarías dormida, no?, no te quería molestar, pero hoy he comprendido que te quiero muy mucho sin condiciones ni pagarés, que estoy muy enamorado de toda tu persona y pensaba que la vida está llena de cajas con sorpresas, cajas con bombones, cajas de herramientas, cajas fuertes, cajas de ahorros, que podríamos hablar hablar hablar y hablar, intercambiar ideas, sellos, cromos; abrirnos el uno al otro como una flor de loto en primavera y de paso me gustaría saber que te parecieron los zapatos, porque mira que me costaron caros, caro cuore, costaron tus zapatos una barbaridad. ¿Qué me dices? Agustina chiquitina mi péndulo incrédulo de amor. ¡¡¡Que te den por culo, imbécil!!! ¡¡¡Estaba dormida!!! Explotó en de repente su voz dejándome casi sordo, extrañado, colorado, callado, anonadado. ¡Los zapatos son una mierda!, conociéndote como te conozco no me extrañaría nada que los hayas comprado en las rebajas, y sin más, me colgó. Yo colgué mi última esperanza en el perchero de la desilusión y no me quedó muy claro si le habían gustado o no los zapatos zapatones que compré en las liquidaciones. Comencé a preguntarme si además de feo y gordo tendría algún que otro defecto, que hacían un efecto equívoco, si no me equivoco, de mi persona llena de torpeza. Vamos a ver, veamos con calma, Leticia me dijo que era un insoportable, un estúpido y un enfermo delirante, Rosaura me suelta tan fresca que soy patético e impresentable, Jimena y Michelle elles elles tan insolentes se despachan con que soy un indecente y que les doy asco y por último Agustina me escupe un categórico que me den por donde más duele y no sé que más de las rebajas. ¡Ahh!, por cierto, antes de acostarme, que no se me olvide el supositorio recetado con cariño por la hermosa doctorcita a la que estoy seguro que le he caído muy pero que muy bien. Prefiero no sacar conclusiones, de momento, lo mejor es ignorar todo, debe de haber algunas confusiones, me tomaré una infusión de manzanilla e ireme tranquilito a dormir mirando la vida desde mis sueños de color de rosa. Al día siguiente me levanto muy tarde, con algo de resaca y de buen humor, como siempre. Ya en la ducha el primer contratiempo, no hay agua caliente, tarde o temprano tendré que pagar la factura del gas. Me miro al espejo y mientras me afeito con agua del tiempo descubro un bulto morado en medio de la frente. Recuerdo entonces el golpe con la mesa y algunos flashes que me avergüenzan. Suena el teléfono y al otro lado del auricular se oye la voz radiante de Andrés que me dice descaradamente que como no tengo nada que hacer puedo ir a limpiar su barco velero porompompero porque este fin de semana quiere ir a navegar con sus amigos y que muchas gracias, que no me hacen nada de gracia, porque a mí no me invita. Le digo entonces que sí, que no se preocupe, que iré a limpiarlo y le pregunto que qué día salimos y también a que hora porque tengo otros planes que planeo inventarme, y él va y me dice sin ningún crepúsculo escrupuloso que haga sin problemas mis planes bien planeados y que planee todo lo que quiera con la imaginación de esas mujeres que me invento, porque no hay sitio para mi, que solo irán parejas. Rejas en mi corazón después de estas categóricas palabras, soy un mago sin abracadabra, tengo que sacar algo urgente de mi vieja chistera para no quedarme en tierra firme como un capitán de madera. Y después de unas horas de duro pensar y fregar la cubierta del barco velero porompompero, ya lo tengo, ya lo tengo, ya lo tengo, digo yo, digo yo, digo yo para mis oídos todo contento después de ocurrirsemeremere una genial idea, me esconderé en algún hueco del barco velero porompompero y saldré cuando ya estemos en alta mar, como si después de limpiar me hubiera quedado dormido entre suspiros y ronquidos. Mediré las palabras para que por lo menos alguno de ellos me crea, aunque bien sé que ellas todas se pondrán a cacarear y se revolucionará el gallinero con tantos gallos y gallinas y un servidor como polizón palizón panzón. Que maravillosa Vargas Llosa idea se me acaba de ocurrir y cómo no se me había escurrido antes de entre las manos. Pondré mi mejor cara para darles una buena impresión y una grata sorpresa. ¡¡¡Sorpresa!!! ¡¡¡Sorpresa!!! Grito yo mientras me tropiezo y caigo de bruces sobre el cuerpo con corpiño negro de Michelle elle elle. Sonrío como un grandísimo estúpido redondo y patoso, sintiéndome el único mono en esta parte del planeta. Sólo os pido que me tratéis con guantes de seda, parejas de enamorados, que estoy muy malito con este mareo y yo me rio y me rio para mis adentros viendo sus caras y pensando en como me gustaría ir yo solito con estas cinco bebotas bobotas a Rio de Janeiro. Antes que digan esta boca es mía comienzo a recitar a viva voz y con cierta gracia, por cierto, unas rimas de Espronceda: Con diez cañones por banda, viento en popa, a toda vela, no corta el mar, sino vuela, un barco velero porompompero bergantín… pero antes de que termine estos versos, me reciben indignados todos ellos y muchísimo más ellas, furibundas, iracundas, marabuntas, enfundadas en sus nuevos bikinis, tangas y pareos, y ni un hola ni un jellou, y por elio me quedó una congoja bastante coja, temiendo ser presa de la ira de esos hipócritas. De repente repentina tiro hacia ellas unas coloridas serpentinas y hacia ellos unos confetis de sonrisas pero me devuelven una lluvia de cojines, de cajones, latas, latitas, latones, sacacorchos, botellas, calzones y yo pidiendo mil perdones y que por favor se lo pensaran bien y no me tiraran al mar porque no sé para nada nadar y que a cambio les guardaré la ropa y si hace falta se las plancharé sobre la tabla de surf del rubio fornido que se está comiendo a besos el cuello de Leticia mientras las otras siguen tirándome todo tipo de cosas que rebotan en toda mi blanca obesidad. ¡Que sofoco! ¡Que calor! grito yo esperando un gesto de compasión. Michelle elle elle, si supieras que bien te queda ese tanguita, tanguitas muchas ganas de comerte toda entera. Entonces surgieron todo tipo de comentarios hirientes, mal intencionados, mal pensados y mal olientes, pero yo hacía oídos sordos, como si conmigo no fuera la cosa. Qué sabrosa está Jimena con ese modelete rosa que apenas le tapa los cachetes de sus generosas nalgas. Pero ellos seguían, seguían y seguían, porque ellos sólo se guían por los impulsos de la burla barata, arrasan con todo lo que tienen delante y no les gusta, y yo no les gusto para nada, está muy claro, y miro hacia otro lado, convencido de estar hecho un pincel con el sombrero de playa, la camisa hawaiana un poco descolorida y mi precioso eslips rojo, que en un pequeño deslips, dejó asomar parte de mis más íntimas y preciadas joyas ante las miradas atónitas y descompuestas de mis reinas, reinetas, que ahora que me doy cuenta, tienen todas al aire sus hermosas tetas. Te tas jugando que te arrojemos al mar, me dice el rubiecito fornido dueño de la tabla de surf plancha que te plancha, más te vale que te quedes quieto en aquél rincón. Y yo, que otra vez pensaba en los rincones peligrosos del amor, miraba de reojo los cuerpos tostados cubiertos por diminutas prendas de estas estupendas bellezas. Otro hurra muy hurra y muy fuerte por todas ellas, mis inalcanzables sirenas, mis nenas, nenotas, me caen cien mil gotas de sudor en este rincón a pleno sol donde me han exiliado y no me hacen ni caso, mientras los marineros de agua dulce se lo están pasando de rechupete con las cinco maravillas llenas de bondades, rascacielos, rasca pechos, pechos sanos, ricos senos, cosenos, tangas y tangentes y a ver si comemos que me muero de hambre y me da como un no se qué de que no me vais a dejar probar bocado y abocado a mi suerte me he quedado ya que no tengo abogado. Me iré haciendo a la idea de que dormiré solateras en la cubierta del barco velero porompompero, con lo fresquita que está la noche y además, parece que se avecina una gran tormenta. Amanecí completamente arrugado, húmedo, calado, cansado, resfriado atchíssssssssssss, hambrrriento, sediento, congelado, pero como siempre de buen humor y no lo puedo negar, con muchas ganas de ir al baño. Y para que negarlo también, con un mosqueo monumental por sentirme humillado por ellas y olvidado por ellos a quienes creía mis amigos y ahora me estaban dando la espalda. Andrés se acercó con una taza de café, mientras, los otros bobolicos iban subiendo a cubierta con el cuerpo planchado, la sonrisa fresca, luciendo modelitos para la ocasión, hablando de que si esto, que si lo otro, de que qué Alicia en el país de las maravillas era hacer el amor con el vaivén de las olas y que espantoso debía ser pasar la noche a solas y bajo las estrellas jájájá jíjíjí juá juá juá jájájá jíjíjí juá juá juá. Se habían levantado con la idiotez subida de tono, mientras yo me subía el pantalón maldiciendo porque no habían dejado papel higiénico. A veinte millas de la costa y después del desayuno, decidieron que a pesar de que el cielo no estaba del todo despejado, nadar en alta mar, sería muy emocionante. Y como ya he dicho antes, yo no sabía nadar nada de nada, por eso me dejaron la arriesgada misión de cuidar el barco velero porompompero de un posible ataque de piratas, que estuviera atento y que si tenía buena vista y divisaba tierra, que gritara tierra a la vista como el marinero de la carabela de Cristóbal Colón tilín tilón, con ping y con pong y entre grandes y estruendosas risotadas se fueron tirando uno por uno al agua de la mar salada. Cuándo los vi a todos en el inmenso mar Mediterráneo nadando a croll, mariposa, braza, ¡madre mía que nenazas!, debo reconocer que me dieron mucha envidia. Todos juntitos en su grupito de perfectos idiotas, riendo, disfrutando, flotando, frotándose, besándose, burlándose hasta el hartazgo del muñeco Michelín que era el apodo que me había puesto Michelle elle elle. Y yo, aguanta que te aguanta, en la cubierta disimulando hacer algo útil mientras me moría de calor. Calor maldito y malditos también todos vosotros, pandilla de figurines de escaparate de tienda de saldos. Agustina, Jaime, Leticia y el rubio fornido se alejaban cada vez mas del barco velero porompompero seguidos por Nacho, Nicolás, Jimena y Michelle elle elle. Rosaura esperaba a Andrés que me decía que el agua estaba fantástica y que pena que no supiera nadar nada de nada, que con el calor que hacía donde mejor se estaba era en el líquido elemento, y que maravilloso era nadar entre las olas del mar dubidú dubidá. Y se fueron alejando nomás. Alejando, alejando. Y el sol, entre las nubes, pegaba fuerte, pegaba fuerte. Seguían alejándose, alejándose, y el sol cruel, despiadado, torturador, derritiéndome, derritiéndome. Cada vez más lejos, más lejos. Y yo tramando algo, tramando algo. Pasaron diez minutos, un cuarto de hora. Dos tequilitas con limón y sal. Se escucha un trueno, dos truenos, tres truenos. Veinte minutos, media hora. Cuatro tequilas. Me parece que alguno de ellos quiere volver. Algunos vuelven, parece que vuelven todos, el último paga la cena y sálvese quien pueda grita el más estúpido de todos. El tiempo en pocos minutos cambió bruscamente y el mar comenzó a desperezarse, a sacudirse, a encabritarse. Se escucha otra tanda de aterradores y estruendosos truenos y varias ráfagas de rayos. El cielo se pone completamente negro, está a punto de rajarse. Cinco tequilas. Sí, están volviendo, pero aún están algo lejos, están nerviosos. De repente, me parece oír unos gritos, sí, claro que sí, claro que son gritos, un rosario de gritos y bien fuertes, veinte brazos que se agitan en la inmensidad del mar, pero ninguno de ellos con intenciones de saludarme. Mueven los brazos desesperadamente, hacen señales para que dirija hacia ellos el barco velero porompompero. Ahora me llaman por mi nombre, Juaaaaan, cielo, glu glu glu, grita una. Juaaaaaan, cariño, glu glu glu glu glu glu, gritan otras. Juaaaaaaaaan ¡por tu padre! glu glu glu glu glu glu glu ven a rescatarnos, no te hagas el gracioso, reputéan los otros. Ya no soy el muñeco Michelín, el asqueroso, gordo y fofo, vuelvo a ser simplemente Juan, el salvador gaviota que surca el cielo. Pero ahora soy yo el que está mejor ubicado, más cómodo, tranquilo y bien seguro, porque estoy en la cubierta del barco velero porompompero y más vale estar solo que mal acompañado. Siete tequilas. Leticia, Leticita, otra leticitita de tequila me voy a tomar por ti, a tu salud, chin chin brindemos, ya no te pediré otra cita, pídele a tu rubio fornido que te haga el boca a boca sobre la tabla de surf y luego enséñale a planchar y que no se queme. Parecen estar asustados, cansados, agotados, asfixiados. Agustina, no sabes lo seguro que estoy de que no estarás para nada agustinita en medio de este horrible aguacero, ya veras la de variedad de colores que tienen aquí los peces. Nueve tequilas. Grupito engrupido de perfectitos idiotas, ya no tienen ganas de nadar, acalambrados, aterrados, aferrados a la esperanza de que vaya a rescatarlos y muy disgustados por los nubarrones que van a estropearles el fin de semana y el bronceado, estos nubarrones que se presentaron como yo, sin avisar. Diez tequilas. Jimena, ahora podrás vagar por las Ramblas del fondo del mar, ya verás como Neptuno recita poemas mucho mejor que yo. Once tequilas. ¡Ay! mi Michelle elle elle, ¿quién sacara ahora tu perrito a hacer sus necesidades si nunca me necesitaste para nada?, amigos como yo son los que necesitas tener ahora. Mi instinto es distinto, sabe de situaciones peligrosas. Mi instinto está sobrio y por eso lo escucho y le hago caso, me aconseja levar anclas y salir de esa tormenta. Doce tequilas. Rosaura, ya no tienes aura, no te preocupes que tendrás todo el tiempo del mundo para ordenar tus ideas y miles y miles de caracolas. Trece tequilas. Recojo las velas, enciendo el motor y me voy alejando, alejando, alejando. Pasan otros veinte minutos, arrecia la tormenta. Catorce tequilas, una hora. Canto bajo la lluvia a dúo con Gene Kelly que me deleita por la radio a todo volumen. Dieciséis tequilas. Estoy empapado, relajado, riéndome a carcajadas, olvidando todo lo que me da la gana porque lo pasado, pasado por agua está y bajo el mar quedará para siempre, sin excusas, sin rencores, sin perdones, sin amigos, sin esas leonas. Cinco horas y media, la botella vacía, se acabo el tequila, el tiempo pasa tan rápido cuando se está alegre. ¡Tierra a la vista! grita Rodrigo de Triana que se ha colado en el barco velero porompompero y bebe ron con coca-cola y está más borracho que yo. Pero sí, es verdad, verdad verdadera, icemos la bandera, ya puedo divisar el puerto, el puerto al fin, esperándome con los brazos abiertos y las luces encendidas, la vida continúa, el mundo está lleno, lleno, lleno de mujeres, de amigos que dan la talla, de sorpresas, lugares maravillosos, lugares donde nadie te espera. Lugares cómodos, seguros, inclusive para un ser que como yo, está lleno de rincones peligrosos. INFINITA TRISTEZA Te lo he dado todo rey, siempre, me soltó a la cara la bruja aplastando el cigarrillo con sus dedos amarillentos por la nicotina en el cenicero donde ya no cabía ni una colilla. Mientras se relamía los labios con el sabor a ginebra de su tercera o cuarta copa y sonreía sobrándome con todo el placer que le producía saber que me tenía cogido por los huevos, le hizo un gesto al camarero para que le sirviera otra. Te lo he dado todo rey, repitió con voz pastosa y cazallera, y tu, a cambio ¿qué me das?, me das un golpe bajo, un golpe a traición. Me vienes con esa boquita de fraile capado a decir que ya no te interesa trabajar conmigo, que te abres, que si te he visto no me acuerdo. Te quieres hacer conmigo el sueco. Pues yo te enseñaré a corresponder como se merece, déjame que te aclare una cosa hijo de puta, si piensas dejarme, si tan solo piensas en dejarme, tendrás que pagarme hasta el último céntimo que he invertido en este negocio, así de simple. Mira rey, te haré las cuentas aquí mismo, sobre esta servilleta de papel, veamos, a ver, cinco mil por barba para mi gente que son siete, siete por cinco treinta y cinco mil, más ciento veinte mil para mí, mmmmm, otros cuarenta para el contacto que nos proporciona la mercancía y que se ha estado jugando hasta el día de hoy el pellejo al igual que nosotros y no lo puedo dejar en la estacada, mmmásssss, treinta que tendré que liquidar con el Modesto y otras cincuenta mil para que se reparta la pasma, porque a estos tampoco les va a gustar para nada acabar con este chollo de negocio así de repente. Puessss, mmmsumándolo todo dan psa psa psa psa, doscientos..., eso es, me vas a tener que pagar doscientos setenta y cinco mil euros de ley, de la ley del mas fuerte y de la mas chula que soy yo. Si, lo que oyes, es lo que te costará cambiar de socio. Es el precio que pongo a tu libertad. Pero si yo no soy tu socio, le respondo con un tono suaaave, suaaave, suaaaave, como el jabón de lavar a mano las prendas delicadas, para que no se encabrite aún más la muy hija de la gran puta y me remache allí mismo clack clack clack todos los dedos la mole de guardaespaldas que tiene como una torre cubriéndole la espalda. ¿Que no somos socios? grita haciéndose la asombrada, eso lo dirás tu, rey. ¿De quién son los camiones? tuyos ¿verdad?, ¿de quién es el almacén? tuyo también, ¿o no?, ¿quién pone el personal? yo, ¿verdad que sí? y ¿quién trae y lleva la mercancía? mi gente, ¿también verdad que sí? Entonces, tontin, tin ton sin ton ni son, esto quiere decir que vamos mitad y mitad, firfti firfti, jalf an jalf. ¿Somos socios o no somos socios? cara bonita, porque mira que tienes una cara bonita, ¡y esos ojos¡ que ojos mi rey, tan tristes pero tan cautivadores. ¿Es que no has cobrado tu pastita todo este tiempo? Sigue ella dale que dale, claro que sí y a toca teja. ¿No has cobrado puntualmente después de cada operación?, claro que sí, mi rey. ¿Te crees que a mí el dinero me cae del cielo?, noooooo, ¿qué páaaaasa?, acaso te piensas que me voy a ir así por las buenas, con las manos vacías, sin pelear por lo mío, sin recuperar la inversión. ¡Con todo lo que he hecho por ti!, ¡con lo bien que has estado viviendo a mi costa! Noooooo rey, ni hablar. Y da gracias a Dios que no me quede con tus dos camiones destartalados y con ese cuchitril que tienes por almacén, te merecerías que te dejara en la puta calle. Y te diré otra cosa, listillo de pacotilla, por cada semana que pase y no me pagues, te añadiré un diez por ciento de intereses porque me da la real gana, porque como te he dicho antes, soy muy chula, mas chula que un ocho. Y ya me dirás de donde vas a sacar tú el dinero, pobrecito, infeliz, ya te veo recurriendo a tus negocios de antes, a los timos facilones de dos perras gordas, a los robos de poca monta, al contrabando de baratijas. Porque volverás a vivir al día, te lo aseguro yo, en la ruina vas a estar, como siempre, con una mano delante y otra detrás. ¿Me comprendes rey? Ya no te quedará crédito. Maldito idiota, eres uno más del montón, un alma en pena, un mete patas, tardarás toda una vida en encontrar a alguien tan generosa como yo y lo pasarás muy mal. Te lo he dado todo rey, bien servidito, en bandejita de plata y tu, tu te lo quieres guisar solo, sin convidar. Vaya vaya vaya con listo este. ¿Me quieres hacer la competencia? ¿Ya has aprendido como es este bisnes y te lo quieres montar por tu cuenta? Pues me pá que no, te digo yo que nones, cabronazo. De eso nada, se te va a caer el pelo si lo intentas, te lo juro por esta virgen que llevo tatuada en el pecho, porque a partir de ahora vas a tener al Modesto pegado como una estampilla, ¿me oyes? Él y sus amigos se encargaran de hacerte la vida imposible y de cobrarte hasta el último céntimo. ¿Lo recuerdas al Modesto, verdad?, es una cara que no se olvida fácilmente, tampoco sus maneras para recordarte las cosas, sus métodos son muy originales, de medalla, a lo campeón, superior, oye, fetén-fetén, y no tiene escrúpulos, ninguuuuuuno, no señor, como lo oyes, ninguuuuuno. Pues ya lo sabes rey, estás advertido, te aseguro que no te resultará para nada divertido tenerlo todo el día respirando sobre tu cogote, es muy persuasivo, muy convincente cuando se lo propone, sobre todo cuando hay dinero de por medio y él puede llevarse un pico. Y ojito, que ya me he enterado que le debes a medio Madrid. A mí me pagas la primera, sí, grábatelo, la pri-me-ra, que los demás esperen, que ellos no me dan de comer. Y soltó una risotada repugnante dejando escapar unos cuantos juá juá juá entre sus dientes amarillentos y torcidos. Yo la miré con los ojos llenos de una infinita tristeza y con la certeza de que ya estaba jugado. Para terminar lo antes posible con este martirio, se me dio por pedir la cuenta al camarero que vegetaba en el mostrador mirando un calendario lleno de días tachados con cruces rojas y que estaba mal colgado en la pared. Vino con paso cansino, era caballo cansado. Cuarenta y seisssss euros con las copas de la señora. ¡¡¿De la señora!!? pensé, de la señora, eso había dicho el capullo del camarero. Y me entró la risa, juá juá juá juá, pero si con solo mirarla te das cuenta enseguida de que es una bruja, una impostora, una vende almas, una rompe vidas, una chupa sangre… ¡¡Pafffffffffff!! la enorme y certera mano del guardaespaldas me cruzo la cara ante la mirada complaciente de Aurora. Cuarenta y sssséissss eurossssss, repitió el camarero sin inmutarse por lo sucedido y recreándose en las esssses. Y yo sabía de sobra que no llevaba ni la mitad de las letras de esa cifra. Aurora se levantó guardando el tabaco y el mechero en un bolsillo. Ya estás advertido rey, sentenció, desde este instante el tiempo corre a mi favor, búscate la vida. La mole de su escolta le apartó la silla y le acomodó sobre los hombros la gabardina que era más vieja que la del mismísimo teniente Columbo. Los dos se abrieron hacia la calle sin decir ni mú dejándome sólo ante el peligro, ante el peligroso reto de elegir mi futuro, y también, con el ridículo de no tener ni para pagar una cuenta de cuarenta y séissss euros con esssses recreadas. El maldito camarero esperaba, no tenía otra cosa que hacer esa lluviosa mañana más que observarme y disfrutar de lo lindo con mi padecimiento mientras yo buscaba al tun tun algo en los bolsillos, algo parecido a un billete. Tum tum tum, mi corazón todo mío de mi mismísima y humilde persona latía a una velocidad endiablada. Y en eso que de otra mesa ¡camarero! piden un café salvador y el camarero se va con un ensssseguida regresssso y yo, que te creessss tu que te voy a esperar aquí sentado, y me largué raudo y veloz hacia la calle, pies para que os quiero si no es para otra cosa que para salir huyendo. Siempre yendo de aquí para allá y de allá para allí y de allí para acá y de acá para aquí y ahora aquí me encuentro otra vez con la cuerda al cuello. El cuello de la chaqueta subido hasta las orejas y el frío congelándome todos y cada uno de los rincones de mi anatomía mientras esperaba que saliera de una vez Manuel por la puerta del cabaret Molino Rojo, su sitio habitual de por las noches. Después de dos horas, al fin apareció. Venía muy loquita putita y abrazado a un negrazo de unos dos metros de alto. Seguro que Manolo iba pensando en la noche salvaje que les esperaba porque estaba muy pero que muy loquita, mariquita, maricona, mariposita, reputita, putona, travestona, julandrona, traviesa, juguetona y tontorrona tontorrona tontorrrrona. La muy lagarta, con peluca, toda llena de lentejuelas, collares a millares, fulares de varios colores, minifalda verde de cuero, medias negras caladas, zapatones rojos de tacón alto y un horroroso sombrero. En cuanto me vio a tres metros de distancia, me reconoció y se le cambió el rictus de la cara y perdió el ágil ritmo de su recto de drag queen lunática, excéntrica, posesiva. Se le volaron con las pestañas postizas todos los pensamientos lujuriosos que esperaba de esa mágica velada, se quedó dudando un segundo pero luego enderezó toda coqueta mujerzuela su figura y le susurró al negro: negrón mío no te muevas que en un ratón ratonzuelo ahora mismo mismote contigo vuelvo a tus brazotes a mimarte y a jugar con tu bigote. Y el negrote me miraba como si estuviera viendo un fantasma en la oscuridad. Después de unos cuantos chillidos, besos, lágrimas, mocos, unas más lágrimas, unos más besos, unos más mocos, soltó un ¡uyyyyyyyyyy, pero si es el Carlitos! muy mariconazo. ¡Qué se me corre el rímel! ¡Qué idiota soy! toda tonta yo por ponerme así al volver a verte y reverte y no debería ser así porque estoy enfadado contigo. Pero, juá juá juá ¡mira como me río! riachuelo, porque eres todo un cabrito y siempre me haces lo mismo. Te presentas de repente. Se calmó todo él toda ella y allí sin más, me cruzó la cara con cuatro zaaaaaas zaaaaaas zaaaaaaas zaaaaaas bofetadas de guante blanco. Se apartó un instante, se acomodó la ropa, se retocó la peluca, me miró fijamente a los ojos y volvió a comportarse como Manolo, mi hermano gemelo del alma y me abrazo con un abrazo sincero, infiniiiiiiiiiiiito y tranquilizador. Luego comenzó con sus tirones de oreja, pellizcos en los mofletes, retorcijón de nariz, como siempre, porque era verdad que se alegraba de verme. Luego continuó con un popurrí interminable de reproches: eres un cero a la izquierda Carlitos, no se te puede dejar solo, cuando ya no puedes más con tus problemas recurres a mí, te acuerdas de que existo solo para pedirme dinero. Pero que pintas traes, ¿de dónde sales? ¿dónde te visten?, pareces un cualquiera. ¡Si nuestra querida madre levantara la cabeza! -me decía mientras me miraba y volvía a abrazarme lágrima va, lágrima viene-. Y yo pensé un poquito de lo mismo y me reía por lo bajijijinis, porque para pintas, las que traía él, y si nuestra madre de verdad levantara la cabeza y tan solo por un instante viera a Manolo, así de loca, con esa pluma, con esa pinta tan de maricón y tan de mamarracho, volvía a morirse del disgusto. Has venido a verme, me decía, porque estás metido como de costumbre en algún lío o acaso me equivoco quivoco quivoco mi brother siempre tan rudo, tan macho, tan hombre de Neandertal. Caminamos callados seguidos por Mugumba, su último romance, un chulo, camello, carterista, cabrón, matón de pacotilla, arruina vidas, stripper, canalla, mentiroso, filibustero, chorizo, rompe huesos, masca chapas, en fin, una auténtica joya. Pero mi hermano era así, de día un reconocido DIPUTADO, con mayúsculas, y de noche una rediputada con minúsculas bien loca loca loca de alta cuna pero de baja calle y un sin número de vicios y tentaciones. De repente, Mugumba rompió el silencio de la noche con un ¡¡¡cuidado!!! Al instante, muy pegado a nosotros pasó un coche a toda velocidad arrojando algo sobre mi pecho. En el suelo nos miramos asustados. Manolo cogió el paquete, ¡uuuuuy!, ¡que asco!, chilló tapándose la nariz y a punto de vomitar, era un pez muerto envuelto en papel de periódico. Estaba claro el significado, o les pagaba o me enviaban a dormir con los peces. Aurora no se andaba con chiquitas, a ella de momento le estaba resultando un juego divertido, yo no veía el momento de que todo esto acabara. Manolo se puso histérico y me miraba muy asustado mientras me preguntaba llorando, temblando, pataleando ¡¿en qué lío te has metido esta vez Carlitos?! Dime, dímelo ya, quiero saber de que va esto. Yo no supe que responder o no quise, tan solo le pedí que me dejara dormir en su casa esa noche, por la mañana me marcharía para no salpicarlo nunca más con la mierda de mis fracasos. Mugumba se acercó hacia mi hermano Manuel y le preguntó que como estaba, le hizo unos arrumacos, le dio unos chuick chuick besitos y luego se paró frente a mí, me cogió de la chaqueta y mientras me sacudía de un lado al otro, fiu fiu fiu fiu, como a un felpudo, me dijo con tono amenazante: si me jodes el negocio que tengo con tu hermanito, te mato, te juro que yo mismo te mato, ¡capullo! Y otra vez me entró la risa, juá juá juá juá, mientras la bestia de dos metros me miraba completamente desconcertado, yo le grité con todas mis fuerzas ¡yo ya estoy muerto, negro mamón!, ¡estoy bien, pero que bien muerto! Solo dejé de reír al quinto puñetazo, pum pam pum pum pum, de ese lunático que me estaba dejando el estómago pegado a la espalda. Manolo me puso un par de cojines para que estuviera más cómodo y no sintiera demasiado dolor, me encendió un cigarrillo y me sirvió un whisky de los de verdad, un Johnnie Walker auténtico etiqueta negra. ¡Menudo piso tenía mi hermano! Un salón enorme, chimenea, comedor, no sé cuantas habitaciones, baños con jacuzi, una avenida en la terraza. ¡Y qué vistas! Todo para el solito. Un lujazo, un lujo bien trabajado entre despachos de amiguetes y demás corruptos y cof cof cof de repente, que tontería, me entra la tos, cof cof cof, te traeré un jarabe Carlitos y no te preocupes por Mugumba, es un poco bruto pero bueno, le he dicho que se vaya, estaremos solos toda la noche. ¿Te he estropeado la noche, verdad? le pregunté cabizbajo, ya sé que no tengo arreglo, lo siento, lo siento mucho, no sabía a quién acudir, eras mi última esperanza, estoy metido en un lío muy gordo. Dime cuánto necesitas esta vez y veré que puedo hacer, se adelantó mi hermano poniendo cara de ángel celestial con alas blancas y aureola de neón. Hay una tal Aurora y un tal Modesto que me están haciendo la vida imposible. Necesito quinientos cincuenta mil euros, dije yo como quién dice está lloviendo déjame un paraguas que mañana te lo devuelvo. Me llovieron todo tipo de reproches, insultos, maldiciones, consejos, improperios, gritos, gorgoritos, soluciones, explosiones, denuncias que pondría en manos de sus abogados para la tal Aurora, visita de sus amigos de la policía al tal Modesto para ponerlo en chirona. La firme promesa sobre la mesa de un puesto de trabajo para todo muá en el Ayuntamiento, o tal vez en el partido político. No, en el partido mejor no, porque me harás quedar mal, dijo sin cortarse un pelo. Tal vez te consigo algo en algún banco. Sí, eso puede ser, dijo contento. Utilizaría sus amistades, reclamaría favores por otros favores ya concedidos. De todo soltó bien de carrerilla Manolo para intentar ayudarme, pero de los quinientos cincuenta mil, ni un euro, ni un maldito euro partido por la mitad. Yo no tengo ese dinero, querido, vivo al día, corazón. Yo nunca dejo para mañana lo que puedo disfrutar hoy con todo derroche, tengo que hacer frente a la hipoteca de este piso, mantener a mis boys, me gustan las cosas buenas y lo bueno, como sabrás, no sale barato. Llevo un ritmo de vida brrrrrrutal y además, algunos vicios son muy caros Carlitos, tú lo deberías saber mejor que nadie. ¡Pero como se te ha podido pasar por la cabeza que yo tenga esa cantidad de dinero! ¡Qué locura!, es una autentica lo-cu-ra. Locura es la que me está entrando y mucho, muchísimo miedo, Manolo, no sabes como se las gasta esta gente, yo ya estoy jugado. Y fue entonces, con el séptimo Juanito Caminante etiqueta negra de los de verdad, cuando se me comenzó a soltar la lengua y le conté todo lo que antes no me había atrevido a decirle. La tal Aurora se presentó un maldito día, venía de parte de un conocido, me habló de un dinero fácil, de ganar muchísimo dinero, más del que jamás me hubiera imaginado, a cambio debía dejarle mis dos camiones y el almacén doce veces al mes, ella pondría a los conductores, su gente se encargaría de cargar y descargar la mercancía, yo solo tenia que mirar para otra lado. Como lo vi tan fácil y estaba muy necesitado no dudé en aceptar. No sé cuantos viajes hicieron, pero hicieron muchos, muchísimos. Un día aparecieron cinco cadáveres dentro de uno de los camiones y dijo que me deshiciera de ellos porque los muertos no le valían para nada. Yo al principio me negué, me asusté, estaba hasta arriba de mierda y quise decirle que esto no iba más, que se había colorín colorado este cuento se ha acabado, hasta aquí he llegado y no quiero saber nada más de vosotros. Recibí un fajo importante de billetes por hacer desaparecer los cuerpos y su palabra de que a fin de mes se marcharían, también me dio a entender de que la mitad de sus empleados eran polis y que me andara con cuidado porque ni a ella ni a sus amigos les gustaba sentirse presionados. Yo me lo creí y dejé que siguiera todo igual. Pasó el mes y otros tres más y con el tiempo mi almacén se convirtió en un refugio para ellos. Era tierra de nadie, cada vez aparecía gente más rara, entraban y salían sin dirigirme la palabra. Un día se presentaron dos policías a pedir su sobre, la bruja no estaba, les dije que no sabía nada del tema, se pusieron muy pesados, casi me dan una paliza, me dejaban esa noche para que lo solucionara y que volverían al día siguiente. Llamé a la tal Aurora, le comenté lo que había pasado y la desgraciada va y me habla como si con ella no fuera la cosa y me recomienda que les pague todo lo que me exigen, que a mí y solo a mí, me correspondía tratar con ellos y que me aconsejaba llegar pronto a un acuerdo para que no se pusieran nerviosos y que era la mejor manera de mantener a salvo mis camiones, mi almacén y lo más importante, mi vida. La amenacé con borrarme y me dijo que ya era tarde, que hablaríamos en otro momento porque estaba muy ocupada con otros asuntos. Pero me fue dando largas, siempre me decía lo mismo, que ese sería el último transporte, que si esto, que si lo otro. Así fue pasando el tiempo, hasta que volvió a presentarse la policía, eran otros agentes, nunca antes los había visto. No pidieron dinero, tampoco me lo insinuaron. Estuvieron mirándolo todo, facturas, albaranes, libro de registros, declaraciones de impuestos, pagos a la seguridad social, las rutas de los camiones, inspeccionaron cada rincón del almacén. Me dijeron que habían notado demasiado movimiento últimamente y que eso no era normal para un negocio tan pequeño, mas de un vecino se había quejado por los ruidos, de gente rara que entraba y salía, que si patatín que si patatán. Se marcharon con la mosca detrás de la oreja y no pasó nada. Pero yo no me quedé tranquilo, debían sospechar algo, me tendrían vigilado y lo más seguro es que regresarían a los pocos días. Llamé nuevamente a esa maldita mujer y le dije, le rogué que necesitaba verla urgentemente. Hace una semana se dignó a recibirme, se lo dije muy clarito, intenté por todos los medios hacerle comprender que me había equivocado, que ese no era mi negocio, que quería volver a lo mío, sin problemas, sin mercancías sospechosas, sin inspecciones, sin cadáveres, sin policías que me extorsionen. Y su respuesta fue tajante, demoledora, me salió con que si rompía el trato le debía pagar quinientos cincuenta mil euros. Sí, como lo oyes, la muy cabrona habla de un trato, no tengo nada firmado con ella, ningún compromiso, nada de nada, se cree que quiero hacerle la competencia, está convencida de que me lo quiero montar por mi cuenta y joderle el negocio. Manolo, no sé con que trafican, ni me interesa saberlo, solo quiero quitármelos de encima y volver a mi vida de todos los días. En eso que suena el teléfono, eran las tres de la mañana, supuse que algo iba mal. Debe ser mi negro, Manolo atiende toda ansiosa con un ¡aloooooooo! exagerado, de reineta inquieta que espera el llamado de su hombretón salvaje. Se pone blanco, grita, llora, patalea, se ahoga, se sofoca, se aturrulla, empieza otra vez con el mismo repertorio de llantos, llantitos, moquitos, hipitos, me insulta, desgraciado, mal parido, jodevidas, remalbrother, maleante, liante y mas sesiones de lloros, lloritos, lagrimitas de la mar salada, moquitos, insultitos, llorazos, llorotones, borbotones, lagrimones resalados, mocazos, batacazos, rugidos, hipones, hipitos, sofoquitos, sofocones, insultones, pucheritos, salpicones y, endequederepente tan de repente se oye un patapatapaffffffffffff, y paz al fin, se desmayó toda ella todo él. Desmayote se dio en la cabecita un gran coscorrote que abollole la cejuelita izquierda a mi brother Manolete. Vuelve a sonar el teléfono, se oye la voz de Modesto que me acojona del todo. ¡Oye, tenemos al negro! grita enfurecido, amenazante, calculador y multiplicador por dos, ahora queremos el doble de dinero, ya sabemos quién es tu hermano, dile a ese mariconazo que tiene solo hasta mañana para juntar la pasta, está en juego tu vida y la del negro. Luego quedaron colgando unos juá juá juá juá juá que me dieron sudores. ¿Juá juá? pensé yo hecho polvo, rendido, sin ninguna idea, sin ninguna respuesta. Ahora si que de verdad son quinientos cincuenta mil euros, de nada me sirvió mentirle a Manolo, ya no me puedo quedar con la mitad de la pasta. ¡Cabritos! ¡mamones! os quereis quedar con todo. Todo me da vueltas, murmuró la locuela de mi herManuela, recuperándose del patapaffffffff golpe. ¡Uyyyyyyyyyyy!, pero que horror, ¿dónde me he lastimado? ¡¿Dónde?! ¡¿en una ceja?! ¡ayyyyyyyyy!, pero pero pero ¿qué me dices?, snif simplón, snif resoplón, snif plimplóm, snif lagrimón, insultito, snif moquito, lloriquitos. Un poco de hielo, una gasa, una tirita y ya está, quedarás como nuevo, mírate al espejo, ya verás que es muy poca cosa. ¡Muy poca cosa! gritó Manolo como una loca descompuesta, ¡¿qué voy a hacer todo el día con este parche que me has puesto?! ¡Qué horrorrrrrr! Y yo que lo miraba de reojo sin saber qué decir. Fui al baño, busqué en el botiquín un tranquilizante, ¡bingo!, toda una caja llena, le di dos con un vaso de leche y le dije que durmiera un poco. A eso de las nueve volvió riiiiiing riiiiiing a sonar el teléfono, atendí, era Mugumba con un tono dramático de alta escuela, decía que le habían cortado un dedo, rajado la cara, roto una pierna, molido a palos y un montón de mentiras más que no se las creía ni él. Que si mi hermano no pagaba ese dinero lo matarían y luego que vendrían a por nosotros. Mmmmmmmmmm, que mal me huele esto, esto no me gusta nada. No me fío ni un pelo de este Mugumba de los cojones, estoy seguro de que nos la está jugando. Luego se puso la bruja, me dijo que estuviéramos a las diez de la noche en mi almacén, que lleváramos el dinero, que si hacíamos bien los deberes, nos devolvían a Mugumba con un lacito azul, yo dejaba liquidada mi deuda con ellos y no les volveríamos a ver el pelo nunca más. Y que nada de policías, que ellos no eran tontos, nos las sabemos todas, rey, no sabes con quién te juegas el pellejo, somos muy peligrosos, mas te vale que cumplas y bla bla bla bla. Desperté a Manuel que se sobresaltó y preguntó lloriqueando por su amorcito. Tu amorcito es un cabrón de siete suelas le dije, un jodido cabrón, nos ha vendido, es cómplice de ellos, se está haciendo pasar por victima, pero no es así, te lo aseguro. Una cosa más, antes te he mentido, nada nuevo ¿verdad?, eran doscientos setenta y cinco mil euros, yo te dije quinientos cincuenta mil porque tengo muchas deudas y pensaba pagarlas con ese dinero. Ahora exigen esta cantidad, de verdad, ya saben quién eres. Por eso estoy tan seguro de que tu Mugumba tampoco es trigo limpio. También te ha engañado, en estos momentos se encuentra mucho mejor que cualquiera de nosotros dos. Desayuna, tomate otro calmante que ya se me ocurrirá algo. Le pedí a Manolo que me dejara algo de ropa, que quería pegarme una ducha y afeitarme. Durante el día Manolo hizo un par de llamadas y a eso de las nueve de la noche salíamos en su Mercedes hacia el almacén, por el camino no nos dirigimos la palabra. Cuando llegamos, nos recibieron como amigos de toda la vida, la mar de tranquilos. Mugumba, como yo ya me había imaginado, estaba completamente enterito y sonriendo. Manolo tomó la palabra, habló con una tranquilidad pasmosa, le salió voz de hombre rudo. No traemos el dinero, no nos gustan los chantajes, afuera está lleno de policías, lo mejor es que acabemos ya mismo con esta farsa y os entreguéis. Se oyeron sirenas, ruidos de coches, cientos de voces que se aproximaban. Aurora, Modesto y demás compañía nos miraban sorprendidos, no daban crédito ni a lo que oían ni a lo que veían, dos hombres iguales, vestidos iguales y cada uno con un parche en la ceja izquierda. ¿Quién es quién? se preguntaban, ¿cuál de los dos es el mariquita? rugió Modesto con una pistola en la mano y dirigiéndose al negro ¿Cómo quieres que lo sepa? respondió este, si son como dos gotas de agua, además, no han traído el dinero, que más da, larguémonos antes de que nos coja la pasma. ¡Ni hablar!, de eso nada, gritó la bruja y mientras me apuntaba me obligó a separarme del grupo. Yo antes tengo que acabar con este desgraciado, el que me las hace me las paga, bang bang escupió la escopeta recortada de Aurora y yo caí como un saco de patatas. La bruja comenzó a acercarse hacia mí mientras los policías, al fin, aparecieron por todos lados gritando ¡todos al suelo!, ¡todos al suelo! Juá juá juá juá, esta sería la última vez que me reiría, ¿al suelo?, ¡imbéciles!, ¿y yo que coño estoy haciendo aquí tirado?, ¿que pensáis, que me estoy durmiendo una siesta? Tenía frío, mucho frío y sin embargo estaba empapado en sudor, buscando aire como un pez fuera del agua. A duras penas podía alcanzar a ver al diputado Manuel Herrero Cifuentes rodeado de policías y hecha una histérica, le acababa de dar otro ataque de locura locurita loquita loquitita, toda ella toda él será siempre, siempre, siempre, una flor de mariquita. Y Aurora que se acercaba, se acercaba con la sonrisa torcida sujetando un cigarrillo con los labios, los ojos desorbitados, la recortada echando aros de humo apoyada sobre su hombro derecho. Se acercaba, se acercaba, se acercó del todo, me miró fijamente y me escupió en la cara. No te vas a salir con la tuya, rey, a mí me meten en la trena, pero a ti en un cajón de madera y a dos metros bajo tierra, ¿me entiendes, verdad? Y yo, con el último aliento, con la última bocanada de vida, la cojo de un brazo queriendo arrastrarla conmigo hacia el infierno, hacia el terror de lo desconocido, hacia el misterio de la muerte, y le pregunto ¿cómo me has reconocido? maldita loca, ¿cómo sabías que era yo y no mi hermano? si somos como dos gotas de agua. Y totalmente derrotado, con el pecho abierto por los dos balazos, me quedo esperando, esperando la respuesta estúpida porque ya de nada me servía. Aurora estaba a un palmo de mis narices, agachada disfrutando con mi muerte lenta. Tan lenta como la policía que había tardado demasiado en entrar, lenta como la felicidad que nunca se me acomodó a tiempo, lenta como la esperanza cuando las cosas no te van bien. Y en mi agonía, con un pié mas allá de la vida, jugando a la rayuela con la muerte, me dice con tono sarcástico: fue muy fácil, rey, pero que muy fácil. Tus ojos, tus ojos te delataron, tus ojos que son de una infinita tristeza. SEMILLA DE SILENCIO Me quedé callado preguntando todito para mis adentros porqué ella había mentido esta vez tan descaradamente, con lo fácil y bien que le quedaba en aquél momento ese maldito modelito tan a la última moda de jurar solemnemente decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Era primavera y a pesar de que sabemos que la sangre altera, a mí, a estas alturas de sus caprichos y los vaivenes en nuestra relación, su rosario de mentiras me cogía totalmente indefenso. Y sin embargo, esta vez pudo más el dolor que el perdón, porque me mintió como nunca antes lo había hecho. Entonces decidí que lo mejor para los dos era seguir por caminos diferentes y arrojar para siempre al fondo oscuro del olvido estos maravillosos años de románticas escapadas los fines de semanas y fiestas de guardar. Y con Tico pedimos otra ronda de whiskys mientras por el amplio ventanal del bar mirábamos como ella se alejaba encantada por lo ajustadas que le queaban las mentiras y esa minifalda roja picarona que hacía que los hombres sin ningún disimulo se giraran para devorarla con los ojos ñam ñam ñam. Pero ella parecía vivir en otro planeta, muy de tanto en tanto regresaba con una empanada mental y al poner nuevamente los pies sobre la tierra, recibía pafff pafff una bofetada tras otra. Y es que pasados ya los cuarenta y tantos años, su divina majestad, reinaba en un castillo de naipes con más pena que gloria y sin poder engañar a nadie más. Ella siempre fue así, un día iba de inocente, otro de sarcástica, otro de irónica. Navegaba en su platillo volador como si nada y nada había que le gustara más que viajar en autobús sentada del lado de una ventanilla observando el ritmo de la gente y adivinar su estado de humor y buena esperanza. Así era Inés, Inés, Inesita, Inés y no creo que fuera a cambiar jamás. Mi amigo ya se había perdido en el culito respingón de una mujer bajita que se movía toda ella vivaracha y muy putita de punta a punta del bar como una lagartija paseando sus lindezas bien proporcionaditas colgadas y planchadas en la percha de su cuerpito de muñequita Barbie fatal. Y subida toda ellita sobre unos zapatitos con tacones de aguja de tejer la lana que carda la enana, altos, altíiiisimos, hablaba a gritos y furiosa por su teléfono móvil preguntando ¿dónde están las llaves? Matarile, rile, rile, contestábamos a coro todos los de la barra partidos de la risa. De vez en cuando, Tico le guiñaba un ojo lujurioso mientras le pegaba otro sorbo a su vaso jugando con un dedo a hundir los hielos que flotaban como barquitos en un mar escocés. Qué pena, qué pena tan grande me das muchacho, me decía soltando una burla burlera cascabelera, con todas las mujeres que pululan por esta ciudad, tú te vas a encaprichar por esa. Y por esa yo me había desvivido y había descosido mi matrimonio de cinco años con Verónica. Tal vez tuviera razón, pero en temas del corazón nunca se sabe, solo aquél que anda en mal de amores sabe lo difícil que es cruzar las avenidas de la vida con los semáforos en verde. Verdes eran los ojazos de la rubia extranjera, un monumento artístico internacional, que coqueta y bribonzuela, acomodaba sobre un mullido taburete sus fermosas nalgas a un palmo de la barra y de todo mi muá también. Parecía estar bebiendo un jerez. ¡Y vaya cachos de piernas, las de ella, madre mía! ¡Y qué tremendos y generosos muslos, ambos los suyos! Y yo aquí, como un imbécil, lamentándome por algo que era un sin sentido y que ya no tenía ni aspirina ni solución. Pero con el desparpajo de Tico y un cachito de mi vergüenza, cuán sendos piratas de mala fama a la nenaza extranjerota abordamos en cuestión de segundos y en medio de los dos quedó la ricura de ojos color de gata a mí siempre regálame esmeraldas, corazón. Tenía también la toda elia unos perfectos dientecillos como de perlas nacaradas para suaves y tiernos mordisquitos, anaranjada la camisa transparente que le arrancaría con mucho gusto y una todita esa boquita suya dueña de una lengüecita de gatita que movía traviecilla ella solita invitando a cualquier desastre y a más de media docena también. Tico fue más rápido, siempre era más rápido en cuestión de mujeres que valían la pena y comenzó a tirarse un rollo patatero en un inglés chapucero. Ella se reía toda jau jou jau jou jou y nosotros que no le entendíamos un carajo y no sabíamos de qué coño se reía, juá juá juá juá le seguíamos la corriente rema que te rema, porque por lo menos nos hacia caso, le causábamos gracia a toda esa hermosura y eso era buena señal. Señalándome elia picaruela con su dedito churrito el bolsillo donde descansaba mi billetera, yo accedí como un idiota a invitarla otro jerez para ver si picaba de una vez el anzuelo. Yo le sonreía todo abobado sinvergüenzuelo mientras chas chas. chasqueaba los dedos dándomelas de un importante superman llamando impaciente al camarero que me clavó sin anestesia una mirada con cara de pocos amigos, perdonándome la vida y jurando que la venganza de Don Mendo sería terrible cuando nos trajera la cuenta, por pringaos. Yes, of course, le decía yo muy sonriente y empalagoso a esta ricura que ya iba por el quinto jerez con ración de jamón de pata negra a no sé cuántos euros el kilo, lomo ibérico, langostinos y percebes. Todos estos suculentos manjares correrían por nuestra cuenta y Tico y yo nos mirábamos aterrados ya que estábamos a fin de mes y más tiesos que la mojama. Y convencido de que ya la teníamos en el bote, voy yo y me relajo, entonces va ella toda simpaticona y con un psssssssss pssssssssss llama a Mendo, el camarero, botellau otrrrra de Tio Pepe pleasssse verrry ricouuu ricouuu de Jerez de la Fronterau pide la muy cabronau medio pedou y you mi también. ¡Al abordaje y a por ella! pienso yo quitándome la modorra, envalentonado otra vez y mas bien entonado por las copas y voy y le suelto con el corazón en la mano y una caída de ojos a lo Manolete entrando a rematar la faena un I´am a tipical macho spanich but no me gusta for nada one sanduiche entre tres, soy hombre de bocadillo de calamares de allende los mares y mucho mundo recorrido. ¡Y vaya! ¡Qué maravillosos esos pechos todos los tuyos que son dos meloncetes dulcetes dulceretes! Y tú, tú toda entera, un bombonazo relleno de todo el jerez que te estás metiendo pal cuerpo, but I love and like todo tu body very much and very uelllll, Manuelllll is my name, seré todo tu masterman for ever si your monumental body termina conmigotodogoloso en mi bed, y si quieres yo te canto una jota ka ele eme a típical song de my country porque yo soy aragonés de Zaragoza y olé. Podrías if you quiere depositar all your nalgas sobre my regazo, pedazo de bigwoman y así nos lo pasaremos fenomenal de menal, ¿qué me tal te parece? ¡Tóma ya, rubia mía!, que bien me explayo con mi ingles de playa a toda ti reineta sin peineta, escandinava más guapetona que Ava Gardner, ya te tengo para mi solito pedazo de pecado mortal inigualable y cuando quieras, que yo todo lo quiero, nos vamos los dos la mar de amarraditos a leer el kamasutra y dejamos a mi amiguitou que se busque la laife, you anderstande mi, ¿verdad que yes?, remember en tu cabecita de chorlita que mi nombre es Ma-nuel. Y Tico se descojonaba juá juá juá pero no se despegaba de ella ni de coña, ni tampoco dejaba de sobarla mientras yo me cansaba de hacerle señas y más señas como si estuviéramos jugando una partida de mus, para que se abriera y me dejara llevar a esta extranjerota descomunal a mi nidito nidote camarote de amor en alta mar. Y la maciza de repente va y se mosquea bzzzzz bzzzzz bzzzzzzz mientras se levanta toda ella sin terminar nunca de hacerlo de todo lo alta e inmensa y pechugona que era y delante de nuestras narices le planta unos sonoros y estruendosos slurpsssss chuiiiiiiiiiiiiiiick chuiiiiiiiiiiiiiiiiick sluuurppppssssss chuiiiiiiiiiiiickssssss de besos obscenos y puajjjjjjjjjjj babosos a su janiman Boby big lover, un inmenso, alto, escultural, atlético, rudo, tosco, pelo en pecho y peluquín con millones de músculos y tatuajes. Éste, que también parecía ser de otras latitudes bien lejanas, le pregunta a su suiti darlingirl: ¡Oh my darling, oh my darling, oh my daaaaaaaaaaaaaaaaarling Clementine, what the hell is going on here?, que por lo visto y a lo vasto en castellano viene a decir lo mismo que: ¡qué cojones está pasando aquí! Y el solito, sin decir ni jelou ni mu, comenzó a zamparse el jamón de pata negra de a no sé cuantos euros el kilo, continuó arrasando con lo que quedaba del lomo, más luego se hizo con los últimos tres langostinos, hurgó en el resto de los percebes y terminó exprimiendo la botella de jerez hasta sacarle la última gota. Lanzó un eructo prolongado, ensordecedor, demoledor diría yo, y se nos quedó mirando de arriba abajo como si fuéramos unos marcianos mientras se escarbaba entre los dientes con la uña larga del dedo meñique de su mano izquierda. Nosotros, españolitos de a pie y con una estatura mas bien meñique, nos quedamos con una cara de gilipollas tremenda y sin haber probado bocado ni tampoco recibido un mísero chuisccc chuiscccckesito. Cacareábamos a dúo en vez de hablar, acojonados por la cara de pocos amigos del tal Boby jani lover, todo él musculoso, rudolf nureiev, pelo en pecho y peluquín. Y para colmo de males, se nos viene encima la venganza de don Mendo, el camarero, con su amplia y estúpida sonrisa nos dice que la cuenta es de ochocientos treinta y cinco euros con IVA incluido y yo le contesté que la propina se la iba a dejar su padre. Como Tico no paraba de tocar y seguía como un pulpo metiéndole mano a la extranjera, propinóle el jani Boby una serie de tortazos que lo hicieron girar como un trompo por todo el bar. Entretanto yo, man más precavido vale por dos, aparté mi gracioso cuerpo de todo ese jaleo y me dirigí hacia otros terrenos menos violentos y me fui al servicio a hacer pipí. Me libré de los mamporros por los pelos, pero no así de pagar a toca teja los ochocientos treinta y cinco euros del atracón de la vikinga con esos ojos de esmeraldas y dientes de perlas nacaradas. Cataratas de carcajadas las de elia y las del gigantón de elio él también que continuaba mirándonos con gesto amenazador. Con mi amigo decidimos que era mejor batirse en retirada, ya habíamos hecho bastante el imbécil y no estaba el horno para más bollos. Menudo golpe me ha sacudido el tío cabrón ese, se quejaba Vicentico. Pero jodío, te faltaban manos, no te estabas quieto, le recriminaba yo muerto de la risa, mira que te he hecho mil señas para que me dejaras el camino libre, pero tu no, dale que te pego, dale que te pego, que claro, al final, dale que te pegan, dale que te pegan. Patoso, que eres un patoso, con lo bien que la tenía yo, apuntito de caramelo estaba la extranjera, apuntito Tico, te lo juro. Puntitos varios de sutura le dieron a Tico en los labios cuando llegamos a urgencias del hospital más cercano. Al salir de la salita, él ya estaba otra vez dale que te dale con la pobre enfermera que no sabía como hacer para quitárselo de encima. Menos mal que estaba usted, ángel salvador, le dice todo seductor. Y con su labia de galán le pide el número de teléfono por ser tan bonita y estar toda, toda, toda tan buenorrita y que le encantaría llevarla de paseo y dalo por hecho, monina, que cualquier día de estos, este hombretón te llamará para tomar una copita de cava bien fresquita, juntitos, acarameladitos y en horizontal. Y Tico seguía como un príncipe encantado con su cara dura, mientras la enfermera comestible, buena, buenísima, de corpiño manejable y medias blancas de seda, sale corriendo y horrorizada de nosotros. En el primer bar abierto que vimos nos metimos, dos whischhhhkies con mucho hielo pidió morritos partidos ante las miradas perdidas de los pocos clientes que allí pernoctaban. Y al cuarto trago, yo que me lo veo venir porque lo conozco de sobra, tantos y tantos años de barra juntos y siempre con el mismo final y entonces va y comienza con sus consejos de amigo, pero amigo, amigo de los de verdad, en las buenas y en las malas, continuando con sus quejas de la vida, de su mujer, de los hijos, de lo pelmaza que era la suegra, que es una entrometida y más mala que un dolor de muelas, que la querida quiere otro tipo de relación, los padres que continúan tratándolo como si fuera un niño, que el trabajo ya no lo disfruta como antes, las letras del coche nuevo, los ahorros colocados en la bolsa que hasta ahora no le han dado ganancias, la hipoteca. Luego me sale pidiéndome mil disculpas por lo de la extranjera, que era verdad que ya la tenía en el bote y rema que rema, que tal y que tal, que bla bla bla bla y que de paso y cañazo, le dejara dos mil euros porque no llegaba a fin de mes. En fin, lo de siempre, y como siempre, termina llamando a voz en grito al camarero para que nos sirva la espuela, y éste, que está loco por cerrar y de que nos vayamos de una puta vez, al final nos echa. Cambiemos de tercio, digo yo evitando otra bronca. Y como no encontramos nada abierto vamos a parar al puticlub que está debajo de la oficina y que además nos fían. Hay pocos clientes, ningún conocido, la mulata dominicana hoy libra. Más copas, más charla, la lengua que se traba, la vista borrosa, Tico ya pedo y yo casi, casi. Eran las tres de la madrugada, hora ideal para retirarse y meterse en la cama. Cogimos un taxi porque yo no quería conducir en esas condiciones, dejé a Vicente en el portal de su casa con una trompa monumental, recordándole que en dos días estarían aquí los franceses para presentarles la campaña publicitaria y en la que él había depositado muchas esperanzas ya que le quedaba poco crédito en la empresa después de un par de fracasos con clientes muy importantes y que lo mejor sería que descansara todo el día de mañana para estar como una rosa rosa rosam rosae rosae rosa el jueves y yo al fin me dirigí en busca del cálido y suave roce de las sábanas blancas. Al abrir la puerta me encontré la luz encendida y a Inés dormida en el sofá abrazada al gato que vino hacia mí con cara de pocos amigos porque tenía hambre. A un lado, una maleta, un bolso de mano de cuero negro y el aparato de música que le había traído en uno de mis viajes a Nueva York. La verdad es que no sabía que hacer, si despertarla o no, había bebido demasiado, además, estaba molesto y dolido con ella por haberme mentido tan descaradamente. Me fui a mi habitación, me puse el pijama, me lavé los dientes, me tomé un alkaseltzer, me tumbé en la cama y ¡hala!, a contar ovejitas, unazzz doszzzzzz treszzzzzzzzz cuatrozzzzzzz cincozzzzzzzzzz seiszzzzzzzzzzzzzz... Después de una ducha, un buen afeitado, un zumo de naranjas, un café bien cargado y una aspirina efervescente, uno ve la vida de otro color y con menos dolor de cabeza. Llovía, era un día triste e Inés había desaparecido como por arte de magia, no dejó ni una sola do re mi fa sol la sí y se había llevado todas sus cosas dejando un gran caos en la habitación. En la oficina se palpaba cierto nerviosismo, teníamos la presentación de la campaña, llegaban al fin los clientes franceses de la Francia napoleónica y todos estaban hechos un flan. Yo muy plin plin, tranquiliiin tranquiloon patapín patapón. Estaba seguro de que todo iba a salir bien, Vicentico era muy bueno en su trabajo, le faltaba una pizca de responsabilidad y le sobraba un montón de apego a la barra. Repasé todo meticulosamente, todo parecía estar bien, bien, pero que muy bien. Además, Tico habría tenido todo un día para recuperase y descansar. A las nueve tenía que ir al Hotel a recoger a los clientes, encontrarme allí también con Fátima López, la traductora, y llevarlos a cenar buen marisco para ir tanteando el terreno. Todo transcurrió como lo esperaba, una noche entre gaseosas súper light y sin contratiempos. Mañana era el gran día, me fui pronto a la cama, sin la traductora, claro, no aceptó mi invitación y sin rodeos me dijo que conmigo no tenía ni para empezar. Al llegar a casa intenté ponerme en contacto con Vicente pero tenía puesto el contestador. ¡Qué bien!, pensé, estará durmiendo a pierna suelta, mejor no despertarlo. Me levanté muy temprano, desayuné, leí el periódico, intercambié mimos y runrunes con mi gato y antes de salir llamé a casa de Tico, volvió a salir el contestador, ya habrá salido, mejor, estará pronto en la oficina, pero la verdad es que me extrañaba mucho que Sonsoles no cogiera el teléfono ya que ella solía estar a esas horas. Al llegar a la oficina me encontré saliendo del ascensor al boss vestido con un traje de Hugo ídem, me deseó suerte y que estuviera tranquilo, yo no estoy para nada nervioso le contesté, esto está comido don Marcelino pan y vino. La reunión era a las diez en punto, aún tenía más de media hora para repasar algunas cosas. Fátima llevaba un pantalón súper ajustado que cortaba el hipo y yo pecador sin sandalias de pescador ya pensaba y divagaba en lo mucho que me gustaría que pescáramos en río revuelto para pecar y celebrar los dos solitos la firma de este contrato. En eso que de repente veo aparecer a mi amigo, Don Vicente para la oficina, Vicentico para sus padres y Tico para mí. Se encontraba en un estado catatónico, apestaba a alcohol, estaba hecho un trapo, sin afeitarse, con los pelos picudos como un erizo, ojeras en degradé y la cara llena de arañazos y la ropa manchada de sangre. Lo que me faltaba, lo que me faltaba, es lo que me faltaba, repetía yo como un loro. Lo mejor será convencerlo para que desaparezca, que se marche a su casa a dormir la mona. Pero él, erre que erre, no quería saber nada de que lo despacháramos. Esto se complica pensaba yo estrujándome los sesos en busca de alguna solución. Que la idea de la presentación de esa campaña era totalmente suya y absolutamente suya para siempre por siempre hasta la eternidad y que yo era un mal amigo porque quería colgarme las medallas, quedarme con toda la gloria para mi solito y que también quería un café con leche con magdalenas y que cómo extrañaba a Magdalena la hermosa mulata dominicana de generosas proporciones que alternaba en la barra americana que estaba debajo de la oficina, que ella era la única persona en este mundo que lo comprendía, porque su mujer no lo quería, por eso le tuvo que pegar un par de leches cuando llegó a casa y lo que en realidad quería era un whisky doble y no el café con leche y luego tirarse por la ventana porque la vida era una mierda y que ya todo le daba igual y que el corazón le iba a explotar y que él no se andaba con tonterías como otros, que para eso estaban los amigos, pero los amigos de verdad y que él no había querido matar a nadie pero ella no lo valoraba, que hoy en día lo único que cuenta es el dinero y que el mundo era una porquería y todo tenia un precio porque todos se vendían por un puñado de dólares y que él no quiso lastimarla pero no paraba de insultarlo y el amor se termina evaporando como el agua de la lluvia y que estaba lloviendo y que se había calado hasta los huesos porque vino caminando porque no se acordaba dónde había dejado el coche y estaba hasta los huevos de esta oficina y que sabía que tenía las horas contadas pero que su amigo Manuel lo defendería a capa y espada cuando la policía fuera a por él y que quería urgentemente vomitaaaaaajjjjr. En eso que entra mi secretaria trayendo un café solo bien cargado para Don Vicente y le digo de muy malas maneras que nos deje en paz, Mari Paz, que solo nos faltaba que se espabile este imbécil ahora que se estaba quedando dormido. Y a mi lado se pone la muy tonta haciendo pucheritos y lágrimas y me pide que no la vuelva a gritar, que está muy sensible por lo del hermano y la cuñada, par de sinvergüenzas ese dueto pienso yo, ya que sé de muy buena tinta china, la de Josefina, claro está, quién otra podía ser si no ella con esa lengua viperina, que le sacan el dinero con las excusas de lo mas idiotas inventadas especialmente para idiotas como ella, y yo que le pido mil disculpas, que se ponga en mi lugar, que la reunión es dentro de diez minutos y que no se me ocurre nada para desanudar este lio, que nos jugamos la cabeza mientras a Tico la cabeza le da vueltas y más vueltas por todo lo que ha bebido. Que haga el favor de secarse los mocos, le doy mi pañuelo, que no sea tonta y no llore que se le corre el rímel con lo guapa que está esta mañana que parece un lucero y que lucero tengo yo para mentir, y que de verdad Mari Paz, déjenos en paz. Pazzzzz, se va dando un portazo. Vicentico cayó rendido zzzzzzzzzzzzz en el sillón. Por fin, un problema menos entre todos los problemas que se me venían en estampida. En la reunión puse la excusa de que Don Vicente Helguera se había ausentado por problemas de salud, que se había indispuesto repentinamente y que yo tenía toda su confianza para abordar la presentación, que dicho sea de paso, fue un auténtico fracaso porque los muy capullos de los franceses no captaron para nada la idea y que se lo pensarían y hasta luego Lucas, si te he visto no me acuerdo. Don Marcelino Cerezo Verín, el del traje de Hugo Boss y amigo de mi padre desde la más tierna infancia, pero qué lejana que me quedas, me llamó de urgencia porque habíamos acabado con su poca paciencia. La reunión con don Marcelino traje Boss en su despacho fue un auténtico calvario, me soltó una serie interminable de sermones, insultos de elevado tono, puñetazos en la mesa, descalificaciones, culpas y culpetas, dimes y diretes y demás golpes bajos. Voy a exigir la inmediata renuncia de Vicente y como amigo tuyo que es, tu lo tendrás que convencer para que esto nos resulte a todos lo menos desagradable posible. Y como guinda de este pastel me sentenció como penitencia con un cambio por tiempo indefinido a tareas de menor responsabilidad. Regresé cabizbajo a mi despacho, derrotado, malhumorado. No habían pasado ni dos horas cuando mi padre al teléfono me cantó las cuarenta a mis cuarenta y tantos largos años, recordándome que a pesar de que sus padres eran unas bellísimas personas, siempre me había dicho que mi amigo Tico era un desastre vestido por un buen sastre, un cantamañanas lleno de mañas, un sin vergüenza nacido en Sigüenza que me arrastraría con sus fracasos y que era una pena con el futuro tan prometedor que yo tenía en esa empresa, que quería verme y hablar seriamente conmigo. Sentado en mi despacho miraba por la ventana una vista despejada. Quería estar solo, sin más sobresaltos, el día había sido espantoso y ni siquiera el no saber nada de Inés me preocupaba, ya aparecería, era parte de su juego. Toc toc toc tocaron los nudillos ofendidillos de Mari Paz a la puerta, si no necesita nada más Don Manuel, snifffff me retiro, snifff snifff se me hace tarde, por cierto, sniffffff sostenido, Don Vicente dejó dicho que lo llamase urgentemente. Hasta snifff mañana sniffff. Hasta mañana respondí con la mirada perdida y la mente en cualquier parte. Me fui al puticlub de abajo en busca de revancha, me tomé un par de copas en compañía de Magdalena, la dominicana de cuerpo generoso, amiga de barra y cama de Tico. Me preguntó por él, que le extrañaba mucho no haberlo visto ni ayer ni hoy. Levanté los hombros como queriendo decir no tengo ni la más puñetera idea, ya bastantes problemas me ha causado, pagué sin aceptar que me invitaran a una tercera ronda y me fui directamente a casa. Era un día para olvidar lo antes posible, me tomé un calmante y dormí como un tronco hasta la mañana siguiente. Esa misma mañana me encuentro en la puerta del banco con Don Pascual y Doña Adelita, padres de Vicentico, y después de contarme un rollo patatero sobre su jubilación, el bricolaje que era su gran pasatiempo ahora que tenía tanto tiempo libre, los nietos que cómo crecían, que como estaban mis hijos, yo no tenía, están bien les contesto yo con tal de no tener que dar explicaciones, sin importarme nada de nada de lo que me estaban contando, van y me dicen que qué bien se lo deben estar pasando Soles y Verónica en París. Verónica y yo llevábamos separados dos años, algo que tampoco tenía ganas de ponerme a explicar, que los niños se han quedado con ellos porque Tico, como bien sabrás, no para de viajar, que es una luz en los negocios, un ejemplo para muchos, que qué me van a contar si trabajamos juntos, que a ver cuando íbamos a conocer el chalet que se acababan de comprar, que a fin de mes se irían a vivir allí y bla bla bla y a pesar de que me cogieron por sorpresa, puse mi mejor cara y apliqué un repertorio de encubridor profesional para cubrirle las espaldas a mi amigo, a su idolatrado mimado consentido hijo y soltarles unos tímidos je je je, que si, que se lo estarán pasando fenomenal, gastándoselo todo y la la la la porque la tarjeta Visa es bella y la madre que lo parió a Tico porque en algún lío gordo estaba metido y me había mandado al frente sin decirme nada, nada nuevo en él, también es verdad. Al final siempre te la lía y acabas atrapado en la tela de araña de sus problemas. A Don Vicente para la empresa, Vicentico para la familia y Tico para los amigos, lo conocí en la universidad cuando estudiábamos publicidad, ya en esa época era un auténtico desastre y un golfo empedernido, te lo pasabas fenomenal con él, estabas de carcajada en carcajada todo el santo día con sus bromas y comentarios que lanzaba como dardos envenenados. Ir con él a cualquier sitio era éxito garantizado con las mujeres y un mogollón de peleas porque era, es y será siempre, un metepatas. En esa época él era el único que tenía dinero y a mí me pagaba todo. Y a pesar de que casi todo con él era estar al filo de lo imposible, mucho cuento, exageraciones y rizar el rizo, yo lo apreciaba mucho, muchísimo, era como un hermano mayor para mí. Amigos para siempre, como él decía, amigos de verdad, de los que no se arrugan. El viernes fue un día normal, me lo pasé trasladando mis cosas a otro despacho más pequeño. Mi padre por suerte no llamó, la verdad es que yo no estaba para una comida con tirón de orejas. A Mari Paz le pedí que se mantuviera alejada de mí por unas horas y con otro sonoro portazo pazzzzzzz se fue llorando a su mesa. Tico no apareció, lo de su renuncia me tenía a mal traer. A las siete me metí en el despacho del boss y a las ocho y media salimos juntos de la oficina y me propuso que lo acompañara a picar algo porque tenía que hacer tiempo, había quedado con su mujer para ir al cine. A eso de las diez de la noche, ya solo solano solateras, puse el piloto automático que me llevó directamente hacia mi muro de lamentaciones, el puticlub de debajo de la oficina. Entre copa y copa me enteré por la dominicana de generosas formas que Vicente había aparecido ayer a las once de la noche hecho un desastre, con la cara llena de arañazos y que le había pedido que lo ayudara a ocultar algo, estaba tan fuera de sí, que Magdalena, aterrorizada, tuvo que llamar a Nemesio para que lo sacara del local porque se había puesto muy pesado. Fue entonces que recordé lo del jueves, cuando apareció en la oficina hecho un guiñapo, tenía arañazos en la cara, además, le vi manchas de sangre en la ropa. A la tercera copa ya navegaba en la galaxia del placer, del disfrute y del recreo, y yo mismo me decía mañana será otro día chavalote, no te des por vencido ahora, no ha sido culpa tuya, si te lo propones saldrás adelante, pero no bebas mas, sé buen chico, coge el coche que estas a tiempo y ¨vueeelveeeeeeeeee, vuelve a casa por Navidad¨, como decía el estribillo del anuncio de turrones El Almendro. Con el cuarto whisky volví a recordar y a extrañar a Inés la mentirosa, mentirosilla. Lo mismo ya le resulto viejo y prefiere a alguien mas joven, pensaba y también pensaba que estaba sobrepasando el límite de copas y me lanzaba en picado hacía la mundialmente conocida curva del bebedor. Entre la novena y la décima copa, se me aparcó en doble fila el fantasma de la vikinga maciza de ojos color esmeralda, toda para mí, para mi solito ¡Y a ver!, grito yo ya algo tocado, ¡¿donde se ha metido tu amigo el grandote?! que le voy partir la cara, que se cree muy macholote por ser tan grandote, pero yo también tengo lo mío y le voy a dar un poco de lo que se merece y no precisamente jamón de pata negra, con lo caro que está, a ver, a ver, ¡¿donde está?! que dé un paso al frente, y tú, cuerpazo de vikinga, sécame con tu pañuelo la frente y espérame en la habitación que vas a recibir una ración de poderío español. Entonces, como de costumbre, después de la curva de la tristeza se me nublaron los ojos y comenzomeremere a despertarsemeremere la agresividad. Fue como pisar a fondo el acelerador de mi mala leche y el choque fue brutal, el final de mi encanto y el principio de la torpeza del patoso cuarentón llegando a los cincuenta con copas de más. Y ya harto de mis estupideces y de que metiera la paté de fuá, Nemesio me introdujo en un taxi y ya no recuerdo nada más. Eran las ocho y media de la noche del sábado, cuando entre nubarrones, rayos y centellas que explotaban sobre la azotea de mi cabeza, explotó también el inoportuno riing del teléfono. Mmmmmsi digo yo totalmente confundido, sin saber si era hoy, ayer o mañana. Al otro lado, la voz de Tico sonaba desencajada, y antes de que tuviera tiempo para ponerlo a parir, comenzó a llorar lagrimotas de cocodrilotes, me pidió que fuera urgente, que estaba en el chalet de sus padres y que no dijera nada a nadie. A las nueve y cuarto estaba recogiendo mi coche que había dejado en el garaje de la oficina y a las diez y media estaba en la entrada del chalet. Las luces apagadas, ni un solo ruido. Rompo el silencio de la noche con la bocina, al rato, de entre unos arbustos y lleno de barro, asoma el fantasma de Tico con cara de gallina degollada. Lo acompañaban dos perros enormes. Mi amigo llevaba una pala en una mano y en la otra una linterna encendida. La cagamos, pensé, la cagamos, este loco se ha mandado la cagada del siglo. Sin saber muy bien de qué, ya me sentía cómplice de algo. Abrió la verja y me hizo entrar. A mí ya me había entrado todo el miedo del mundo. Él estaba borracho, en ese momento pensé seriamente en marcharme, pero a pesar de todo, Tico era mi amigo. Comenzó a caminar haciendo eses, hasta que lo perdí de vista. Al rato, escucho unos gritos detrás de la casa. ¡Ayyy! ¡me he torcido el tobillo! ¡mi tobillo!. El muy capullo se había caído dentro de un hoyo. Al darle mi mano para ayudarlo a salir, la luz de la linterna me dejó ver el cuerpo golpeado y ensangrentado de Sonsoles. Soles, solita ella yacía en el fondo. Tico consiguió salir. Resoplaba él, resoplaba yo, me miraba él, lo miraba yo, maldecía él, maldecía yo, balbuceaba él, lo reputeaba yo. Y va el muy cabrito y me suelta como si con él no fuera la cosa: ¿y ahora que vas a hacer? ¡¿Que qué voy a hacer?! le grito yo a punto de cometer otro asesinato. ¡¿Cómo que qué hago?! ¡Desgraciado!, querrás decir ¿que qué haces? maldito imbécil, me estás haciendo cómplice de tu maldita locura. Me senté en el suelo, sobre el barro, o sobre la mierda de los perros, no sé, que mas daba en ese momento. Esto no me podía estar pasando a mí. No señor, no. No podía ser que este animal hubiera matado a su mujer. ¿Que ha pasado Tico? le pregunté. ¿Qué coño ha pasado? Mi amigo intentó explicar lo inexplicable. La noche que me dejaste en casa ella me estaba esperando despierta. Se me fue la mano decía entre un mar de lágrimas, lágrimas de terror por lo que le esperaba y no de arrepentimiento repentino. Solita no paraba de gritarme que quería el divorcio y que se llevaría a los niños, no sé cómo ocurrió, pero yo había bebido mucho, no sabía lo que hacía, la golpié hasta que dejó de moverse. Me volví loco Manuel, solo quería que se callase. Luego la metí en el coche y me la traje para al chalet que hay mucho terreno. Pobrecilla, ya no se puede hacer nada por ella, mejor la enterramos de una vez, ya nos inventaremos algo cuando alguien pregunte por ella. Me levanté de golpe, le arranqué la pala de la mano, le grité que iluminara y comencé a echar tierra sobre el cadáver que seguía con los ojos abiertos y me miraba y me miraría así en millones de pesadillas hasta el resto de mis días. Cuando terminé, arrojé la pala y le grité: ¡el cuerpo se estaba descomponiendo! por eso le echado tierra. ¡Ahora tu sabrás lo que debes hacer! No quiero saber nada más de ti hasta que llames a la policía. Tico, estás completamente loco, a tus padres les has dicho que tu mujer estaba de viaje con la mía, en la oficina me piden que renuncies, ahora esto, estás hasta arriba de mierda y lo que es peor, me has salpicado de lleno. Te aconsejo que llames a la policía y te entregues. Me di la vuelta y regresé al coche, recién en la autopista me di cuenta de que me faltaba un zapato. Al llegar a casa encontré una nota en la mesa de entrada que decía: te he estado esperando, tenemos mucho de que hablar, salgo hacia Roma, estaré de regreso el lunes, espero que la reunión con los franceses haya sido todo un éxito, que pases un buen fin de semana, te extraño, te quiero, Inés. El domingo no sonó el teléfono, estuve todo el día esperando la llamada de Tico, pero no dio señales de vida. ¿En qué andaría ese bestia? Me entraron las dudas, a fin de cuentas, era igual de culpable que él, era cómplice de un asesinato, yo había enterrado a Sonsoles. Entré en estado de pánico, no podía ser tan ingenuo, tan imbécil. ¿Y si él se lava las manos y me echa la culpa a mí? ¡Mis huellas están en la pala! ¡El zapato! ¡Todo se puede volver en mi contra! Llamé a Tico a su casa, nadie cogió el teléfono. Intenté localizarlo en casa de sus padres, doña Adelita me atiende y se pone a llorar, no para de reprocharme, sí, de reprocharme, me pregunta que en qué he convertido a su hijo, que estaba hecho un completo desconocido, con lo formal que era, serio y trabajador, tan buen marido y padre hogareño, y que ahora, por mi culpa, estaba desorientado, como perdido, era otra persona. ¡Pero señooooora!, ¡¿qué me dice?! Nada, nada, eres un mal ejemplo, mi hijo no se merece esta humillación ni nosotros este sufrimiento, pobrecillo, está hundido. ¡Señoooora! ¡¿pero que me está usted contando?! Lo que me oyes Manuel, has conseguido que lo despidan, que Solita lo abandone y desaparezca, hasta hoy no ha dado señales de vida, y tu diciendo que estaba en Paris con Verónica, a saber lo que le estarás contando a tu pobre mujer, un ángel ella, y tus hijos que son dos soles, no te lo perdonarán nunca. ¡Eres una mala persona!, ¡una mala persona y que Dios te perdone!. Ya lo decía mi marido, eres mala hierba y Vicentico no se merece que le hagas esto. ¡¡¡Señora!!! ¡escúcheme bien! yo no tengo hijos, llevo seis años separado de mi mujer, aprecio a Tico, pero su hijo es un desastre, me he pasado la vida protegiéndolo, ¡Así que no me venga con tonterías!, ¡por favor! Y pídale que de una vez por todas se quite esa máscara de inocente y que le cuente en qué infierno vive. Y colgué indignado, sabiendo que yo ya estaba jugado. Me puse lo primero que tenía a mano y salí disparado hacia el chalet. Allí me encontré a Tico, como un lunático, con el teléfono en la mano y el pantalón arremangado que dejaba ver el tobillo totalmente deformado por la hinchazón que le había causado el esguince. Acabo de llamar a la policía, me dijo con cara de no haber roto nunca un plato, les he dicho que habíamos matado a mi mujer, ya vienen para aquí. He llamado a mis padres y me imagino que ellos habrán llamado a los tuyos. Mi madre dice que la has telefoneado y no has parado de gritarla, que me has puesto a bajar de un burro, que estabas empeñado en convencerla de que tu mujer estaba con Solita en Paris, que te ibas a divorciar y que habías dejado a tus hijos en casa de tu hermana porque no podías encargarte de ellos, que ya era hora de que tus padres aceptaran a Inés. También dijo que me habías despedido y que ahora te quedabas con mi puesto en la empresa. Eres un cabrón Manuel, un maldito cabrón, ¡qué razón tenían mis padres cuando insistían que me alejara de ti! Y yo Manuel, siempre cubriéndote las espaldas cada vez que te mandabas una cagada, te creía mi amigo, eras como el hermano que no he tenido, me he pasado la vida protegiéndote, ayudándote en todo lo que he podido, y tu , en cambio, me lo pagas así. ¡Mira que enterrar a Sonsoles! ¡¿Y si estaba viva?! ¿eh?, dime Manuel, ¡¿y si estaba viva?!. Y comenzó a reírse a carcajadas y a llorar como un loco en su mundo porque ya le resbalaba todo. Llegó la policía, llegaron mis padres, llegaron los padres de Vicentico. Se me iba la vida en un despropósito, en el autobús de la amistad con un billete capicúa que ya nadie guarda. Tico se tambaleaba mirándome a los ojos esperando que dijera algo. Yo, sin embargo, había decidido sembrar una semilla de silencio hasta que llegara mi abogado. QUE NO SEMOS NAIDE A doña Asunción se le cayeron todas las flores del vestido al recibir la mala noticia y se le secaron para siempre en el otoño de la tristeza. La muerte de Aurelio fue un durísimo golpe, uno más de los tantos que le asestaba la vida a esta mujer que no había hecho otra cosa que entregarse a su familia. Cuando volvió del mercado y se encontró a las tres Marías, doña Carmen, la Reme y la Angelita, haciendo guardia en la puerta de su pisito de la corrala de la madrileña calle Ventorrillo, las tres tan nerviosas, tan pálidas, tan sofocadas, que algo se imaginó la pobre mujer. Y por cierto, comentaban las amigas, que mala costumbre que tiene la Asun de dejar la puerta abierta. ¡Oye!, un día de estos la van a entrar a robar y se va a llevar un disgusto morrocotudo. Pobrecilla, como la ha tratado la vida, hay que ver la de calamidades que le han sucedido. Primero, las que pasó con el fatal accidente del finado Antoñito, su hijo mayor, cuando regresaba de una boda de Barcelona, las malas lenguas dicen que estaba algo bebido. Luego vino el divorcio por las malas de Conchita, con aquél italiano, esa cruz que nunca supo llevar, con los nietos yendo y viniendo de un país a otro. ¡Oye! pero mira que era feita la pobrecilla, sin ninguna gracia, sin maneras, sin ná de ná. Más tarde lo de la Merche, la más pequeña, la que todos creíamos que iba para vestir santos y resultó ser una pelandrusca, si, esa que se escapó con un actor de poca monta y no se la volvió a ver el pelo. Y que me contáis del problema con las drogas de Miguel, ese que ahora tiene el sida y vete tú a saber en qué sitio lo tienen recluido, porque si quereis que os diga la verdad, si lo traen a vivir a la corrala, a mí me da un soponcio. ¡Fíjate!, viviendo entre nosotras, una nunca sabe lo que se puede contagiar con esas enfermedades tan raras. Lo de Manolito, su hijo preferido, ese que era tan celoso que a la Carmela no la dejaba ni a sol ni a sombra, al que condenaron a treinta años de cárcel por matar a puñaladas al compañero de trabajo de su novia, que luego resultó que era verdad que estaban liados y la muy desgraciada se quedó con esa birria de piso que habían comprado en la Ventilla y con lo que llevaban ahorrado, que no creo fuera mucho, pero algo sería. ¡Oye! Sin olvidar a Francisco, el más rarito de todos, ese que a base de cirugías se ha quedado hecha toda una mujerona. ¡Sí, mujer!, el Paquito, el que jugaba a las muñecas con mi niña y se disfrazaba con los vestidos de la abuela. ¡Sííííí, ahora lo recuerdo, el mariquita! ¡Claro! ¿Ves como ahora te acuerdas Angelita? Y encima, por si fuera poco, esto. La verdad es que no semos nadie, Reme. Pero pobre mujer. Y sin querer meterme donde no me llaman, y no vayáis a pensar que soy una cotilla de esas como las que ya conocemos de sobra, ¡pero oye!, que descuidada andaba la Asun. ¡Ayyyyyyyy! Con esas pintas que parecía una pordiosera, toda despeinada, toda andrajosa. ¡Oye! La casa toda patas pa arriba, sin limpiar, llena de humedades. ¡Un asco, oye!, ¡un asco de los de verdad! Os lo digo yo que lo he visto con estos ojos. Pero bueno, que se le va a hacer, ca cuá es ca cuá. ¡Oye! Y mira que le dije que tenía que conseguirse otro gatito, que el Aurelio ya estaba muy pachucho. Todo sarnoso y flacucho el maldito gato ese, todo el santo día suelto, pululando por toda la corrala. Con el miedo y asco que me dan. ¡Oye! Pobre mujer. ¡Ayyyyyyy! ¡Qué disgusto se habrá llevado la pobre con la muerte del gato! No semos naide, queridas, no semos naide. Totá , si tó es pa ná, os lo aseguro yo que peino más canas que vosotras.