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MAIS TERRAVALBUENA
ANTONIO BALLESTER MORENO
NO FUTURE
10 FEBRERO - 26 MARZO 2011
EL ESTADO DE LAS COSAS. Comentarios a la exposición NO FUTURE de Antonio Ballester Moreno.
Aquellos que por suerte o por desgracia se sustraen al sueño prescrito, nacen a este mundo como niños
perdidos.¿Dónde están las palabras, la casa, mis antepasados, dónde están mis amores, mis amigos? No
existen, mi niño. Todo está por construir. Debes construir la lengua que habitarás, construir la casa
donde no vivas solo y encontrar los antepasados que te hagan más libre. Y debes construir la educación
sentimental con la que amarás de nuevo .Y todo esto lo edificarás sobre la hostilidad general, porque los
que despiertan son la pesadilla de los que aún duermen.
Llamamiento. Anónimo. 2005.
1.
La pregunta podría formularse así: ¿Qué es aquello que de verdad amábamos hacer entonces? Con aquellos colores.
Con aquellas formas. Con aquellas tardes que parecían pasar como relámpagos. ¿Qué deseo nos sostenía y
sostenía al mundo al mismo tiempo? La respuesta a esa pregunta está de algún modo inscrita –escondida,
dormida, raptada- en cada uno de estos dibujos y en el tiempo que viene con ellos y que los ha traído: el tiempo que
dura para siempre (el niño rey que juega, dice Heráclito) el tiempo que parece ya nuestra única patria: nuestros años de
infancia. Lo hemos visto pintado hoy en las calles de la bella Atenas. El tiempo libre. Libre del todo. Pero no es esta
una dulce y feliz celebración de lo infantil. Tampoco es su reverso romántico. Nada más que una figura del
presente, perdida en el presente, en el fango de un mundo pueril y moribundo. La infancia que procura darse a ver
aquí comienza en el deseo que no es el de un porvenir ni el de un pasado, sino del tiempo del deseo que dura
eternamente. Sin promesas ni probables. Sin historia y sin memoria. Sólo el tiempo abierto y vuelto hacia la creación,
la transformación y la disolución permanente de las cosas y de los mundos. Su presente es la única potencia de
porvenir. Tiempo sustraído de toda crisis de presencia. Tiempo de juego impertinente con las formas, las letras,
los colores. Lo que amaba pintar entonces Antonio es lo que ama pintar hoy. Un tiempo del arte dura aquí para
siempre. Y es porque dura, porque se resiste a lo peor, por lo que puede, por fin, ser un tiempo compartido.
2.
El niño lo quiere todo. Y a la vez no quiere nada. Lo queremos todo es la consigna. En Atenas. En Londres. En
Barcelona. En Roma. En Amiens. En Túnez. En Haití. Pero nada queremos de este mundo mórbido. El juego de
su sensibilidad ha venido a transformarlo todo. No le vale al niño el mundo tal y cómo le es dado, cómo se le
impone desde los diversos regímenes que lo rodean. Ha venido a interrogar todo lo que en él hay, a separarlo, a
suspenderlo, a destruirlo. A impugnar como parece estar distribuido. Dispuesto al sabotaje, siempre dispuesto a
perderse, aunque haya voces que traten de disuadirlo, pondrá sus figuras a desfilar alegremente. Infiltrando su
sucio e impertinente juego de mundos, gestos y decires, como un luddita en la fábrica de la realidad. Su sensibilidad
no abandona el mundo sino un mundo que le despertenece. Trae consigo otro y no ya sólo su promesa. Deshace y
hace a la par. Levantamiento en el Estado de las Cosas. Pero no anhelamos más que la potencia de aquel hacer
infantil. Ese movimiento del deseo. La política comienza al desconocer cierta distribución sensible de las cosas – y
de las palabras y los gestos- que ya nos viene dada, dedicada a gobernar nuestros posibles volviéndolos
imposibles. El tiempo niño que dura deslenguajea para con lo que ya hay y se muestra disponible para la
experiencia. Dispuesto a encontrarse con desconocidos. A avanzar, aunque no parezca nada recomendable. Este
es el juego serio de la infancia. Su juego peligroso también. El imperio se alimenta de niños. Los duerme con su
nana siniestra del miedo, de la desconfianza y del sometimiento.
3.
Sabemos que cuando Antonio decidió al fin pintar se realizaba aquellas preguntas. Y comenzó a hacerlo así, como
entonces. Casi por instinto entiende él. Como lo haría un animal. Olfateando. El saber del animal es el del escondite
al descubierto. La guarida universal. La vida vuelta hacia todo lo abierto diría Rilke en sus elegías. Las artes del pueblo
niño eterno diría Bergamín en la decadencia del analfabetismo. Porque no es distinto el corazón del animal del corazón
del mundo del corazón del pueblo. Cantan y florecen para el mundo como si cantaran y florecieran para sí. Una
mística del afuera. Todo poema. Siempre al tiempo de entender el niño así. O al anarquista. O al pueblo. Y nunca
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ya más como figuras sin mundo y sin saber incapaces para la experiencia de sí. Como tontos eternos a los que
habrá que explicárselo todo. Y gobernárselo todo. Hay una indistinción entonces en este tiempo que dura para
siempre; indistinción entre el mundo y el ser, entre el arte y la vida, entre lo tuyo y lo suyo, entre ayer y mañana.
Es una indistinción emancipadora. La indistinción de la presencia.
Cuando su madre le dio aquellas viejas carpetas de cartón azul probablemente no tenía ninguna duda de que no
había olvidado aquellas tardes. Recordarlas sería volver a meterlas sangre. Volver a ocupar su tiempo con nuestro
hacer. Su madre le mostró la misma historia. Pero una historia diferente. No había futuro en los sueños ni en los
deseos que no eran ya los de aquellas tardes. Pareciera que una verdad está en juego. Es lo que podría hacer serio
entonces este juego. No la repetición moribunda de lo imposible, sino la afirmación presente de lo que puede ya
venir. Juego de arte, de color, de tiempos. Antonio: en medio de dos instantes de la misma verdad, del mismo
deseo. No hay futuro para ti.
Aión pais, en griego, se refiere a la fuerza vital temporalizadora (duración, eternidad) del niño que es distinta a su
principio vital que anima el cuerpo; psyché, o al thumós, que lo mueve. La fuerza vital temporalizadora de este
pliegue puede ser por fin un tiempo compartido, un tiempo sincero y honesto. Ingenuo, sí, pero sabio. Un tiempo
para el arte y la historia. Tenemos un sujeto entonces; Antonio Ballester Moreno. Él lo ha escrito aquí y allá. Con
letras grandes y de colores. Un proceso de verdad lo induce. Antonio no preexistía al proceso que el arte ha traído
en él, ni a su vida. No tiene biografía. El niño Antonio tiene algo de niño dios, pareciera que siendo niño era ya,
completamente, él. Su antepasado es él mismo. No es esta la arrebatadora anagnórisis del niño perdido. No está en
juego lo que él es sino todo lo que en él estuvo en juego alguna vez.
Un tiempo de verdad se dispone artísticamente aquí. Permanecimos, todos, en este tiempo alguna vez. En este
pueblo. Este tiempo de color, de trazos, y casas posibles y flores niñas. No lo hemos olvidado. Alguna vez fuimos
pueblo levantado contra el Estado de las Cosas. Siempre hay algo insolente en todo comienzo. Atrevido,
descarado, irrespetuoso, osado, extraño, ingenuo, libre, artístico. Ponerse en marcha, volver a la presencia en
medio de este paisaje poblado de ausencias –también llamado capitalismo- podría traer consigo hoy, como ayer,
todas las verdades del tiempo que dura para siempre. Entonces trabajábamos para la eternidad.
Casa. Pastor. Árbol. Fortaleza. Isla. Fantasma. Pera. Disfraz. Gallo. Forma. Relámpago. Oso. Tomate.
Texto por Rafael Sánchez-Mateos Paniagua
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