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8 • VARIADA
Sábado | 5 de noviembre del 2016
La realidad de El Soñador
En el año del aniversario 55 del Ministerio del Interior Escambray publica las revelaciones de Manuel Enrique Rodríguez, quien
durante décadas en la Seguridad del Estado detectó sabotajes en la antigua fábrica Libbys, además de ubicar bandas y organizaciones contrarrevolucionarias en la provincia
Mary Luz Borrego
Manuel Rodríguez no tenía ni
la más mínima noción del teatro,
pero, dadas las circunstancias,
asumió la actuación que cambiaría su vida: un juicio público en la
fábrica Libbys donde trabajaba, por
supuestos problemas internos y
opiniones contrarrevolucionarias.
Corrían los primeros años de
la década del 60 y la Contrainteligencia del Ministerio del Interior
lo había escogido para penetrar
las múltiples organizaciones contrarrevolucionarias que pululaban
entonces como sostén del bandidismo en el Escambray.
“Me escogieron porque yo tenía mucha familia afectada por las
leyes revolucionarias, por ejemplo,
mi madrina perdió 2 millones de
pesos con las inter venciones
de propiedades. Me mandaron
a buscar a Santa Clara y me
pidieron que volviera a la lucha
clandestina. No entendí bien al
principio, pero acepté. Montaron
ese juicio y me separaron de la
Libbys. Destruí fotos del tiempo
que había estado en la lucha contra Batista, dije que el comunismo
era una basura, preparamos como
una cama para la doble fachada”.
ENTRE LA REVOLUCIÓN
Y LA CONTRA
Hasta entonces, no en balde a
Manuel Rodríguez se le conocía por
antibatistiano y fidelista: a pesar
de que su padre era encomendero
de ganado y dueño de 16 caballerías de tierra, desde el bachillerato
se vinculó a la lucha contra el
dictador junto con Enrique Villegas,
Elcire Pérez y Armando Acosta.
Huelgas, manifestaciones, creación de las primeras células de la
clandestinidad, seis detenciones y
alguna golpiza, hasta que a fines
de 1958 se alzó para la zona de
Banao con la guerrilla de Moisés
Torrecilla. Desvelos familiares que
no cesaban. Luego llegó a Gavilanes y participó en la liberación de
Guasimal. Con el triunfo revolucionario pasó a la vida civil.
“Me costó trabajo entrar a la
Libbys, tuve que hacer un examen,
todavía era propiedad privada y no
tenía recomendación política. El
americano que mandaba allí me
dijo que lo que tenía era mozo de
limpieza, luego fui operador del
enfriador. Se hacían jugos de pera,
melocotón, albaricoque, tomate.
Cuando inter vinieron la fábrica
pasé a la administración, por eso
los conocía a todos allí”.
Al quedar sin empleo y reclutado
como agente, bajo el seudónimo de
El Soñador, comenzó a vincularse
con enemigos del Gobierno revolucionario para conspirar, incluidos
algunos de sus propios familiares.
“Los choferes de la Nestlé y de la
Nela cuando salían a los campos a
recoger la leche abastecían las bandas. Había muchas organizaciones,
me relacionaba sobre todo con el
llamado Movimiento Revolucionario
del Pueblo, con el Movimiento de Recuperación Revolucionaria, estaban
bien organizados en la clandestinidad. Me atendieron varios oficiales:
Soto, Moisés, Alberto y Emilio.
“Esta ha sido una lucha larga y
dura. A mis padres siempre se lo
negué, murieron sin saberlo porque
no quería buscarles más preocupaciones. Por las características de mi
trabajo y mi forma de pensar puse
en juego incluso la relación con
buena parte de mi familia”.
EL AGENTE CONTINÚA
Durante sus muchos años
en la Seguridad del Estado, el
agente El Soñador guarda en su
haber considerables aportes a la
defensa de la Revolución: desde
la ubicación de las coordenadas
de bandas y organizaciones contrarrevolucionarias, de sabotajes
en la fábrica Libbys hasta el seguimiento a un exministro pasado
a las filas enemigas de paso por
la provincia.
A principios de la década del
60, el exministro de Obras Públicas
Manolo Ray, del gobierno de Urrutia, visitó Sancti Spíritus para establecer contactos con las bandas y
organizar las primeras células aquí
del Movimiento Revolucionario del
Pueblo, como coordinador nacional
de esa organización contrarrevolucionaria. El traidor se alojó en la
finca de un conocido político y latifundista local. Enterado, Manuel
notificó los hechos.
Como también informó la ubicación de bandas y de conocidos
cabecillas contrarrevolucionarios
para cercarlos en el Escambray: a
Osvaldo Ramírez, Tomás San Gil y
Maro Borges, entre otros.
Todo ello sin desviar el punto
de mira de la fábrica: “En la Libbys
hacían muchas cosas, reventaban
las poleas de los elevadores de las
máquinas para parar la producción;
echaban a perder tachos completos
de jugo por exceso de ácido cítrico o
con vidrio. Muchos trabajadores eran
de origen batistiano, recolectaban
medicamentos y dinero para los
alzados, rompían las máquinas. Allí
detuvieron como a 60 implicados,
se hicieron juicios y a muchos les
salieron condenas de 10 a 20 años.
“Después de eso me sacaron
de aquí porque estaba achicharrado, pasé a trabajar de supervisor
en Construcciones Militares. Me
cuidaban mucho como agente,
solo hablaba del trabajo con el oficial que me atendía, hacíamos los
contactos en distintas casas, nos
cruzábamos en la calle y ni nos
mirábamos, nunca le dije nada a
nadie, incluso mi actual esposa
se enteró de todo después de 11
años de casados”.
La labor de un agente se sabe
cuando comienza, pero no cuando
termina. Un buen día, a principios
de la década del 70, Manuel tuvo
que presentarse a la Audiencia de
Santa Clara a declarar en un juicio
contra un abogado defensor que
tiraba la toalla a contrarrevolucionarios y tuvo que desenmascararlo
como miembro del Movimiento
de Recuperación Revolucionaria
para que lo desactivaran y fuera a
Manuel Rodríguez: “Luché por un ideal, por Fidel Castro”. /Foto: Vicente Brito
prisión. El Soñador creyó entonces
que ya lo habían “quemado” definitivamente.
Mas, la “máscara” se la habían quitado solo allá porque aquí
unos sospechaban, pero muchos
no podían creerlo y las dudas también pueden ser útiles para enfriar
los asuntos y recomenzar después. A principios de la década
del 80 lo llamaron a otra misión.
“Me mandaron para La Habana
con una clave de la CIA que la
Seguridad había ocupado. Tenía
que ir a la casa de un agente de
la CIA involucrado en el caso de
la destrucción de las presas. Me
tenía que hacer pasar por alguien
de Recursos Hidráulicos que ya
estaba preso, como si hubiera
salido de pase e iba allí para que
él me ayudara a irme clandestino.
En realidad lo importante era que
este agente de la CIA reconociera
la clave que le llevaba en una
cajita de fósforo. Enseguida me
dijo que regresara por la tarde,
que iba a transmitir para darme
respuesta, para ver cómo me
sacaban. Ese mismo día en esa
casa registraron y detuvieron a
tres contrarrevolucionarios, les
salieron hasta 30 años de cárcel”.
Manuel Rodríguez, protagonista también de la constitución en
la provincia de la Asociación de
Combatientes, ha recibido 14 medallas y condecoraciones por su
valor inestimable como agente de
la Seguridad del Estado. Laboró
además en la fábrica de dulces
Lucumí y en la Empresa de Materiales de la Construcción, donde
de alguna forma también colaboró
con el Ministerio del Interior.
En 1984 se reconoció en público su labor hasta entonces secreta: “Algunos familiares de los
conspiradores me han provocado
y muchos me miran atravesa’o, sé
que quieren mi cabeza, pero no
les tengo miedo, yo luché por un
ideal, luché por Fidel Castro y eso
para mí siempre será un orgullo y
un privilegio”.
Momento en que es condecorado por la labor en la Seguridad. /Foto: Cortesía del entrevistado
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