la casa chorizo

Transcripción

la casa chorizo
Libro: HABITAR BUENOS AIRES; Las manzanas, los lotes y las casas
Compilador: Arq. Juan Manuel Borthagaray
LA CASA CHORIZO
Arq. Aquilino González Podestá
En una vena no exenta de nostalgia y cariño, se describe la saga de este tipo
doméstico, que no representó una ruptura con respecto al de la antigua casa de patios
y que fue, tanto por su ajuste al omnipresente lote de diez varas de frente, como por
su desarrollo incremental, el paso obligado del inmigrante en su peregrinaje
ascendente hacia la clase media. Se describe el trauma del llegado, desde el
desarraigo y el abandono de una situación sin esperanza, su arribo desvalido al
puerto, y su breve paso por el Hotel de Inmigrantes. Su primera etapa de
naturalización en el conventillo, el acceso a la tierra a través del loteo, la épica del
agregado de piezas a partir de la primera, levantada con los ladrillos ofrecidos junto
con el lote.
Se describen los aspectos tecnológicos del tipo y sus componentes estandardizados,
como así también las imágenes estampadas en las fachadas de la infinidad de casas
que componen la arquitectura de la ciudad, no sólo de Buenos Aires, sino de la
mayoría de las ciudades argentinas. Este recorrido se cierra con el ocaso del tipo,
marcado por la aparición del automóvil y la emergencia de los tipos que la
reemplazaría inexorablemente: la “Casa Cajón” o “chalecito del Banco Hipotecario”.
Satírico, vulgar, popular, resulta el nombre aplicado a este tipo de vivienda, un modelo
constructivo que por décadas reinó en el ámbito urbano porteño. Perdura una inmensa
cantidad de ejemplares, que siguen siendo valorados, adaptados y reciclados. Su
vigencia me lleva a decir que, para una buena mayoría, fue nuestra casa.
Sin embargo, la metáfora no es caprichosa. Más larga o más corta, la casa respondía
a las necesidades (o posibilidades) de su dueño, al igual que el embutido homónimo,
cuyo tamaño varía según la frecuencia del lazo con que se los va atando a la salida de
la picadora, aunque su contenido siempre es el mismo.
Pero, amén de estas comparaciones gastronómicas a las que la casa se aviene, cabe
destacar que uno de los motivos que la llevó a alcanzar semejante popularidad, ha
sido su adaptabilidad al nuevo habitante que, a partir del último cuarto del siglo XIX,
comenzó a integrarse a nuestra ciudad: el inmigrante. Parecerá tal vez un tanto
excesivo atribuirle a él la condición de propulsor de este tipo de vivienda, puesto que
ya existían desde la época virreinal, y con uno, dos o tres patios. Pero veremos que, a
pesar de ello, esta afirmación puede sostenerse.
EL INMIGRANTE
En primer lugar, el sólo hecho de haber migrado da a este individuo una mentalidad
distinta a la del radicado. Dejar su tierra es algo que tal vez sólo los que somos sus
hijos entendemos lo que es y, sobre todo, por qué fue. Deseos de cambiar y
abandonar esa postración casi ancestral y buscar otro lugar donde alcanzar lo que, por
generaciones, le había sido poco menos que imposible conseguir y, sobre todo, dejar
de andar al compás del tambor, que permanentemente le redoblaba en el estómago.
Aquí encontró esas posibilidades, duras de alcanzar en muchos casos, pero que las
había, y donde valdrá la pena tener hijos, pues su porvenir será muy distinto a aquel
que había quedado al otro lado del mar.
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Compilador: Arq. Juan Manuel Borthagaray
Hubo de recluirse en sus comienzos en la pieza de un conventillo, tema
suficientemente tratado, y bien, por otros 1 . Personalmente, reivindico esa “institución”,
pues a pesar de sus malas condiciones de higiene y alquileres abusivos, por otra
parte, constituyó en un espacio cultural de integración, de alta sociabilidad, donde
convivían polacos, italianos y españoles con criollos del interior, compartiendo fiestas,
comidas y luchas reivindicativas. Fue un medio en el que se generaron nuevas
expresiones estéticas, musicales y de lenguaje (como el sainete, el tango y el
lunfardo). Creo que, tal vez, haya sido lo que hizo que Buenos Aires, a diferencia de
otras grandes ciudades inmigratorias, no tuviera esos guetos que en ellas son tan
comunes.
Tras la “etapa de inquilinato”, en la generalidad de los casos, las ansias de progreso
instalaron en su mente la idea de la casa propia. La ciudad crecía y esa expansión,
que en 1880 incorporó los partidos de San José de Flores y Belgrano a su territorio, se
vio acompañada por un factor que posibilitaría semejante desarrollo: la creación y
extensión de la red de tranvías. Establecidos como sistema urbano de transporte a
finales de febrero de 1870, en poquísimos años alcanzaron una dimensión tal que,
aunque parezca mentira, pusieron a Buenos Aires a la cabeza de las ciudades del
mundo. Teniendo en cuenta el kilometraje de rieles con respecto al número de
habitantes de la ciudad, ninguna podía comparársele. Sólo digamos que, en 1887, a
apenas siete años de establecidos los tranvías, servían a la ciudad siete empresas con
once estaciones; 146 Km de vía instalada; una caballada de 2.115 animales para una
flota de 260 coches, atendidos por 707 empleados, que ese año transportaron
13.056.939 pasajeros. Si comparamos a Buenos Aires, que por ese entonces tenía
200.000 habitantes, con Nueva York, que tenía 1.000.000 y 121 Km de vías;
Philadelphia, 700.000 y 96 Km; Viena, 600.000 y 93 Km y (¡oh sorpresa!) Londres,
4.000.000 de habitantes y solamente 91 Km de vías, bien se justificaba que a nuestra
capital comenzaran a apodarla “La ciudad de los tranvías”.
LOS LOTEOS
Así fue como tierras de la periferia semirrural se valorizaron e integraron al ambiente
urbano, este fenómeno se potenció sobre todo a partir de 1897 con la incorporación
del “eléctrico”. Es entonces cuando el tranvía “sale al campo”, sembrando a la vera de
sus rieles infinidad de nuevos núcleos habitacionales que terminaron convirtiéndose en
los populosos barrios actuales de clase media. Es que, con transporte barato (sobre
todo a partir de 1910, en que la Anglo estableció la tarifa única a 10 centavos, además
del “boleto obrero” hasta las 7 de la mañana a sólo 5 centavos, o 10 ida y vuelta), ya
no era necesario apiñarse en los conventillos del centro para ir al trabajo a pie.
Los loteos se sucedieron sin cesar, con aquellos infaltables latiguillos de: “¡Deje de
deambular de conventillo en conventillo!”… “¡Sobre las vías del tramway!”…
“¡Cómodas cuotas mensuales y 5000 ladrillos de regalo!”... Y hasta: “Tranvías gratis al
remate”…incentivos para que esta gente alcanzara su deseada meta.
Los cada vez más extensos loteos tuvieron como base la subdivisión de nuestra
clásica manzana en parcelas de distintos fondos, pero… de invariable frente de diez
varas. Basta tomar la plancheta de una manzana cualquiera para notar el imbricado
puzzle que forman los terrenos resultantes, acomodándose para ajustarse a la
manzana cuadrada. En otras latitudes (Nueva York) se optó por el cruce de calles por
un lado y avenidas por otro, configurando amanzanamientos rectangulares de una
proporción 1:4 aproximadamente, que, una vez divididas en dos a lo largo, dan por
resultado parcelas todas iguales.
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Ver Capitulo Habitan los Inmigrantes por Jorge Ramos
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Nuestro loteo es un esquema muy prolijo, pero en cuanto a tamaño del frente se
refiere, hay poco para elegir. Queda sólo la posibilidad de comprar más de una unidad
en caso de necesitarse mayor ancho. En cuanto a superficie, en nuestro sistema la
variedad de la oferta es amplia. Hizo factible el acceso a la tierra a cuanto candidato la
deseara, pues quien podía compraba los lotes largos a mitad de cuadra, mientras que
a los más modestos les quedaba la posibilidad de hacerlo con los más cortos,
cercanos a la esquina. En cuanto al frente, esas “benditas” (o malditas) diez varas
(8.66 metros) que tantos dolores de cabeza dan aún a los proyectistas, condicionaron
y a la vez favorecieron el desarrollo de la casa chorizo pues, si lo vemos desde el
punto de vista matemático, se la resolvía perfectamente: cuatro metros de habitación,
30 centímetros de medianera, otros tantos de pared de carga y lo restante (otros 4
metros) para patio, que totalizan los 8.66 metros.
LA CASA
Ahora bien. A pesar de tanta conjetura, aclaremos una vez más que ello no significaba
que el loteo haya sido la condicionante que dio origen a este tipo de vivienda, puesto
que, como se dijo, desde muy antaño ya existía. Y deseo aclarar una cosa. Es muy
corriente oír aquello de que nuestra protagonista deriva de la casa pompeyana de
patio central, que al partirse por el medio quedó convertida en dos del tipo de la que
nos incumbe, etc., etc. Sin embargo, como bien decía el Arq. Mario José Buschiazzo maestro cuyas inolvidables clases despertaron en tantos el amor por la historia de la
Arquitectura- por mucho tiempo nuestros primeros albañiles (o alarifes, como gustaba
decir) no fueron los italianos, que vinieron más tarde imponiendo sus gustos. Fueron
españoles, sobre todo andaluces, cuya tipología trajeron consigo y que, con los pobres
materiales que encontraron en estas tierras, trataron de seguir o al menos imitar esa
casa andaluza de raigambre árabe, en la que se cortan las visuales longitudinales de
modo de compartimentar los espacios y distinguir la intimidad de uno de la del otro.
Existen muchos ejemplos de lo dicho en antiguos planos de casas virreinales, pero la
mejor pauta puede tenerse en los planos del Censo Poblacional del Catastro de Beare.
En esa obra, reeditada recientemente por el Instituto Histórico del G.C.B.A., se
muestran las siluetas de las casas, manzana por manzana, alrededor de 1860/70. Y si
comparamos cualquiera de ellas con una del plano 1:1000 (catastro Goyeneche)
editado en 1940, veremos claramente que el partido fue siempre el mismo y no fruto
de partición alguna (Figura 1).
Pero retornemos a nuestro hombre. El sólo hecho de volver en aquel tranvía gratuito,
con la boleta de seña en el bolsillo, ya cambiaba el modus vivendi de su familia.
Seguramente habían sido varios los vecinos del conventillo que acudieron a comprar
su lote, por lo que luego serían protagonistas de excursiones semanales a sus tierras
en las que, en cooperativa de hecho, habrían de comenzar a cimentar la primera
habitación propia con los ladrillos recibidos de regalo con la compra. Así fue como
aquella integración lograda por el conventillo que mencionamos al principio, se
trasladará a los barrios, con los mismos usos y costumbres (Figura 2).
Esa primitiva pieza de cuatro por cuatro, más un cuarto para cocina y un retrete al
fondo, será el embrión de aquello que, con el tiempo y cuando las condiciones se
diesen, se le irían agregando otras habitaciones, una a continuación de otra, alargando
el chorizo y mejorando el “status”, por llamarlo de algún modo. A se añadirán dos
elementos prácticamente infaltables: un limonero al frente y una higuera o un níspero
al fondo. ¿Por qué? Quedará para otro el dilucidarlo (Figura 3).
VARIACIONES SOBRE EL MISMO TEMA
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Al principio casi iguales, o al menos parecidas, se le fueron agregando elementos
complementarios que las irían asemejando más a las casas de la clase media, a la
que aspiraban pertenecer, y a la que poco a poco, iban logrando tener acceso.
Algunos aditamentos fueron netamente prácticos, como la galería a lo largo de las
piezas, y frente al patio, en un principio simplemente adosada a la pared, pero que en
construcciones posteriores ya fue prevista como voladizo de la techumbre.
Descansaba sobre columnas de metal, cuyo valor iba desde un simple caño de 3” a
bonitas columnillas de fundición, lisas o estriadas, con capitelitos de los más variados
estilos conforme a lo establecido por las estrictas reglas de Viñola (Figura 4).
Otros agregados, en cambio, respondieron a reales deseos de mejoras. Tal vez el más
importante haya sido el baño, ese elemento del que carecía en su tierra y que, al llegar
a ésta, tuvo que compartir con decenas de otras familias en el conventillo. Con
cloacas, o pozo ciego a espera de aquéllas, al fin pudo darse el indescriptible “lujo” de
tener lo que dio en llamarse baño instalado. Aunque, por su ubicación atrás, junto a la
cocina, debiera recorrerse la casa para llegar a él. Pero… ¡era propio!
Sin modificar para nada su diseño original (una hilera de habitaciones, una a
continuación de otra, dando frente al patio), pueden encontrarse algunas diversidades
dentro del tipo, pero que nunca serán sustanciales. En otras palabras: son la misma
milonga, pero hay que recordar que hay milongas con variaciones. Tal vez la más
común sea la del comedor, donde una de las habitaciones (generalmente la última,
antes del baño y la cocina) se ensancha hacia el patio, para dividirlo en dos, aunque
sin llegar a la medianera lindera, sino que deja un paso de algo más de un metro de
ancho que permite acceder al fondo. Como decíamos en un principio: se
compartimentó el espacio exterior entre un patio delantero (más formal, cuidado y fino)
y otro trasero, de entrecasa, al que, parafraseando la nomenclatura actual,
llamaríamos PUM (Patio de Uso Múltiple), pues en él, sobre todo en verano, se come,
se cose, se juega… se vive, siempre lejos de la vista de los demás, ya sea que estén
en la calle, o en el jardín o patio delantero (Figura 5).
También encontraremos ejemplares de casas edificadas hasta la línea municipal, y
que se presentan en dos variantes: con sala o con local negocio. En el primero de los
casos, a esa habitación, similar al comedor descrito anteriormente, se la utilizaba con
los mismos fines que ahora se da al living, vale decir, recibidor de visitas, cuando no
como comedor también, pero con el inconveniente que la distancia a la cocina hacía
que los platos llegaran fríos a la mesa. Muchas veces su “inutilidad” terminaba en un
cartelito pegado en la puerta de calle que rezaba: “SALA SE ALQUILA”, ideales para
sastres y profesores de piano. Distinto cuando era local negocio, puesto que
generalmente era el mismo habitante de la casa quien lo explotaba (Figura 6-7).
La ocupación del jardín dio lugar al zaguán, necesario paso de comunicación entre la
casa y la calle. Su ubicación en los casos anteriores es lógicamente a un lado, ya sea
de la sala o del negocio; lógico sí, pero que si vamos al caso iba del cielo abierto de la
calle a la intemperie del patio, y que en días de lluvia nos brindaba el refugio acogedor
de “haber llegado” por un lado, para volcarnos nuevamente al aguacero por el otro.
Pero… a cada problema le llega una solución, y ésta, salvo en el local de comercio, se
materializó con el corrimiento del zaguán hacia el centro de la casa, ubicándolo en
coincidencia con la galería del patio y ofreciendo una circulación cubierta (o
semicubierta al menos) por el interior de la casa. En estos casos, la sala es una
habitación más, cuando mucho un poco más larga en el sentido de la hilera, como
para darle mayor importancia.
Ahora bien, si volvemos al análisis aritmético sobre el uso de las diez varas del
principio, vemos que lo que nos queda hacia el otro lado de la sala, el ancho del patio,
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son 4 metros, de los cuales 1.20 m los ocupa el zaguán, por lo que, descontando
paredes, no habrá más que alrededor de 2.60 m para otra habitación. Esto hizo que
estas casas fuesen, en su gran mayoría, asimétricas, con la puerta descentrada entre
una ventana grande y otra más pequeña. Este último cuarto, tal vez en otro intento de
escalada hacia la clase media, recibió muchas veces el pomposo nombre de escritorio,
aunque de éste no tuviese nada. Muchas veces dio cabida a otras actividades, como
consultorio médico, sede de profesoras de piano, de corte y confección, de idiomas,
etc.
Otro ambiente adicional fue el vestíbulo. Interpuesto entre el patio y el zaguán, oficiaba
de recibidor de la casa y a la vez de barrera selectora de visitas. Allí quedaban las de
compromiso, por llamarlas de algún modo, vale decir aquellas con las que el grado de
confianza no daba para más que una atención de cortesía. Algo parecido ocurría con
el mismo zaguán, lugar en el que eran atendidos los cobradores, por ejemplo, o una
vecina al paso. Estos dos verdaderos “puestos de frontera” tenían funciones muy
específicas con respecto a los noviazgos, pues antes de que el pretendiente fuese
admitido en el vestíbulo, debía pasar varias temporaditas de “tamizado” en el zaguán,
cuya llave de luz estaba justamente junto a la puerta del vestíbulo…pero del lado de
adentro. Es difícil afirmar que la casa chorizo haya sido “funcional” en el sentido
moderno de la palabra, pero en el que estamos narrando… parece que lo era.
ESTRUCTURA
Estructuralmente, la casa no varió mucho. Desde sus comienzos hasta los años 30,
fueron siempre de paredes de mampostería de carga: 45 cm, especialmente en la
medianera, o de 30 cm las exteriores, mientras que tabiques fueron de 15 cm. La
diferencia consistía únicamente en la mezcla de asiento, que bien podía ser de barro o
de cal, elección que, como vimos, dependía de las posibilidades económicas del
propietario. En cuanto a la cobertura, en la generalidad de los casos eran de chapa
ondulada de zinc, mejor dicho, de hierro galvanizado). La tirantería de apoyo se dio en
dos variantes: la de madera o la de hierro doble “T”. En el primero de los casos, las
chapas eran asentadas en el clásico entramado de listones y ladrillos recubiertos de
una capa de barro que oficiaba de aislante, a la vez que evitaba que en invierno
“sudaran” las chapas por condensación. La tirantería de hierro se completaba con
bovedillas de ladrillos, que ofrecían otras posibilidades. Por un lado, posibilitaban
reemplazar las chapas por azotea y, por otro, dieron lugar al nacimiento de una
variante constructiva que, sin modificar las casas en un principio, permitían hacerlo en
el futuro. Nacieron así las que dieron en llamarse casas preparadas para altos, que
contempló otra de las aspiraciones del inmigrante: preparar su futuro progreso. Se
preveía todo, no sólo la estructura sino también partes de la futura construcción, como
los balcones y hasta el hueco cegado de la puerta de acceso a la nueva unidad, que
ya entraban a formar parte del decorado del frente. Buenos Aires está saturada de
estos ejemplos que a muchos llaman la atención, pues ignoran el porqué de esos
“balcones a la nada” o “puertas ciegas” que, sin embargo, en muchos casos fueron
aprovechados por las generaciones posteriores (Figura 8).
LOS DEPARTAMENTOS
Especialmente los lotes de mitad de cuadra (aquellos que se tocaban por el fondo con
los del otro lado de la manzana), dieron lugar a otra configuración edilicia, también
fruto de la previsión de asegurarse el futuro: los departamentos. Todo seguía siendo
prácticamente igual. Descontando a todo lo largo del terreno 1.20 metros para dar
lugar a un pasillo, el corredor, callecita interior que permitiría el acceso a las distintas
unidades desde la calle, quedaba el dueño habilitado, en la medida que sus ahorros lo
permitiesen, para seguir edificando departamentos a continuación de la casa que
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ocupaba al frente. Eran casi siempre iguales. Desde el corredor se pasaba
directamente a un patio al que daban las piezas (casi siempre dos, y de 4 X 4 metros)
y, haciendo martillo, el baño y la cocina, sobre los que, aprovechando su inferior altura,
generalmente se agregaba la piecita de arriba. En otras palabras, al chorizo original se
le agregaron otros, formando ristra. Nuestros barrios se llenaron de ellas, lo que
permitió a los trabajadores de entonces cambiar de casa, para acercarse al lugar de
trabajo sin tener que viajar, y hasta volver a almorzar al mediodía, costumbre que se
perdió al imponerse el horario corrido, que acabó con aquellas mesas de la famiglia
unita. Testimonio de esa abundancia, son esas dos grapas (que muchas quedan y
nadie ya sabe para qué) amuradas junto al marco de las puertas del pasillo, en las que
se colocaba (y con frecuencia) el cartel “SE ALQUILA DEPARTAMENTO (Tratar
aquí)”. Una “jubilación propia” para una vejez tranquila, que recibió un golpe mortal con
la Ley de Alquileres, medida coyuntural que agravó, y para siempre, la escasez de
viviendas (Figura 9).
¡Oh ironía del destino! Hoy día, esos departamentos son buscados y hasta se han
vuelto a cotizar bien. Claro que ya no son “tipo chorizo”; ahora les llaman “PH”, lo que
les da más prestigio en el mercado inmobiliario.
LAS ESQUINAS
Hasta aquí hemos visto cómo se fue armando esta vivienda en terrenos ubicados en
algo más del tercio central de la cuadra. Pero a medida que nos vamos acercando a
las esquinas, las parcelas se acortan y la casa, sin perder para nada su configuración
general, se va cerrando un poco sobre sí misma. Es más corta, de un solo patio, sin
fondo. En otras palabras, casi como uno de los departamentos de las de mitad de
cuadra, pero más holgada y “a la calle”. Es que en esas parcelas, los 8.66 metros no
limitan nada. Siempre hay alguna vara de más y, sobre todo, en ellas todo es frente. Al
chorizo original se le hizo un tajo al medio y se lo dobló en ángulo recto, como si se lo
acomodara en un costado de la parrilla cuando queda poco sitio. Al igual que las casas
linderas, se la acurrucó alrededor del patio, centro circulatorio de la unidad, y del que
sólo el baño y la cocina dependerán de él para ventilar e iluminar, porque el resto de
las habitaciones, aunque también dieran al patio, tenían sus buenas ventanas al
frente. Lo más común es que tengan la entrada por la ochava, bien al medio de la
casa, con el zaguán en diagonal, entre la entrada y el patio, separando la vivienda en
dos partes bien definidas: a un lado los dormitorios y al otro la sala y, cuando no, el
famoso “escritorio”, todos a la calle y, cerrando el cuadrilátero, el baño y la cocina en el
ángulo interior del terreno (Figura 10).
Pero las esquinas, tanto antes como ahora, fueron muy apetecidas por el comercio,
por lo que en esos casos, y dado lo reducido de los solares, era el local el principal
elemento del edificio, pasando el sector de vivienda a ser un complemento de éste;
como quien dice…”la casa del almacenero”, que bien podía tener entrada por un
costado de la casa o compartir esa función con la del mismo negocio. {Abundan los
ejemplos en que la casi totalidad del lote está dedicada al comercio, mientras que la
vivienda pasa a la planta alta (N. del E.)} (Figura 11).
INTERIORES
Sobre este tema podríamos llenar páginas hasta nunca acabar. Es que en ellos se
refleja todo el gusto, modo de vida, poder económico, en fin… el status de su dueño.
Pero atención, que nos estamos refiriendo únicamente a detalles, porque por mucho
que se hurgue, por dentro prácticamente todas las casas eran casi iguales
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En aquellos tiempos, lo único que podía hacernos notar que no habíamos entrado en
la casa del vecino en lugar de la nuestra, era la distribución de las macetas y las
plantas, pues lo demás…. Patios de baldosas calcáreas, en que la única variante era
el dibujo y colorido, y habitaciones con pisos de listones machimbrados de pinotea
sobre tirantes montados en pilares de ladrillos, que formaban un entrepiso que debía
estar debidamente ventilado. Esto se lograba por medio de un tubo que, a modo de
chimenea, se iba dejando en cada ambiente al levantar la mampostería, y que se
remataban con esos clásicos sombreretes de terracota que aún “decoran” la mayoría
de los parapetos y cargas porteñas. Sin bien pocos sabe para qué están esos “nidos
de pajaritos de barro”, ni para que sirven esas rejillas debajo de las ventanas de los
frentes, que no son otra cosa que la toma de aire de la mentada ventilación (Figura
12).
En las habitaciones, un listón moldeado con un clasiquísimo pechito de paloma, enlaza
perimetralmente los dinteles de las puertas, oficiando de disimulador tapajunta entre el
revoque de cal fina, que llega hasta él, para dar lugar al de yeso, que se continúa
hasta confundirse con el cielorraso que, cuando mucho, es enmarcado con un sencillo
cornisín, pero al que raramente le faltaba un glamoroso y variado florón central del que
pendían las arañas.
Una docena de hiladas de azulejos de 20 X 20 cm, invariablemente blancos y de
colocación trabada, daban a baños y cocinas suficiente aspecto de pulcritud e higiene.
Pero las diferencias, sutiles muchas veces, pero diferencias al fin, las encontraremos
en los locales de “recepción”: vestíbulo y zaguán. Por ser los ambientes más ligados
con la calle, les cabía la responsabilidad de dar la primera impresión, de modo que,
cuanto más rumbosos…mejor. Comencemos por el embaldosado, generalmente
común en ambos, que, además de ser de superior calidad que el del patio, requería un
mantenimiento más prolijo y meticuloso. Sin embargo, el verdadero lujo, en algunos
casos rayano con la ostentación, era: en el zaguán, el revestimiento de los muros, y en
el vestíbulo, la mampara (Figura 13).
En el zaguán, la decoración se basaba en la manera de proteger sus muros que, en
definitiva, no eran más que dos, pues los otros los ocupaban la puerta de calle y la
cancel. Lugar de paso, estacionamiento, apoyo, en fin, roce, se hacía merecedor de un
revestimiento cuya variabilidad podía ir desde el sencillo pero fuerte alisado de
cemento pintado hasta un elaborado friso de mármol de Carrara, pasando por una
abundante oferta de azulejos y mayólicas inglesas o belgas (Figura 14).
El vestíbulo, como se ha dicho, basaba su calidad en la mampara, ventanal de herrería
que lo cerraba por el lado del patio a modo de pared vidriada. Justamente es en el
acristalado donde encontraremos la diversidad, que podrá ir desde los simples vidrios
martelè, hasta el más artístico vitral, con un intermedio de vidrios de colores. Y
podemos agregar algo más… Situada justamente entre ellos, la puerta cancel, a pesar
de no tener nada extraordinario con respecto a las demás, en algunos casos era
poseedora de un detalle que, desde cierto punto de vista, daba a la casa un innegable
hálito de distinción: el esmerilado de sus vidrios; simple detalle, que podía ser una
sencilla guarda hasta un artístico y refinado monograma con las iniciales de la familia
(Figura 15).
FRENTES Y ESTILOS
Real escaparate demostrativo del valor de la casa, servía a su vez de atril para la
demostración de las habilidades de aquellos anónimos artistas que fueron nuestros
frentistas. Pero sobre este tema hay tanto para hablar que, de explayarnos en él,
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terminaríamos por redactar un pequeño tratado de Arquitectura Popular (aunque no
faltará quién la llame “Arquitectura Barata”). Y no lo decimos con intenciones de
menospreciar nada ni a nadie. Es muy probable que ver “arquitectura” en nuestra
humilde casa chorizo, sea para muchos bastardear el término. Personalmente creo
que no, pues como bien dice el refrán: “todo depende del color del cristal con que se
mira”. Por ejemplo, ¿qué es más ordinario y kitsch?: ¿el gato negro de porcelana china
del tejado de un palacete de Los Troncos o el enanito de cemento en el patio de Doña
Asunta en Villa Luro? ¿No podríamos decir que ambos son simpáticos? Creo que
realmente lo son, pues representan expresiones de imaginería popular, cada uno
adaptado a su respectivo nivel, como lo era poner en el frente el año de construcción,
o un candoroso “VILLA ANGELA” en homenaje a “la patrona” (Figura 16).
Algo de esto ocurrió con los frentes de las casas. Todos los “estilos” que estuvieron de
moda se aplicaron, o mejor dicho, se adaptaron a nuestra casa, al punto de que no se
hace necesaria enumeración alguna, pues las encontraremos de todo tipo. Sin
embargo, siempre tendrán algún detalle que denotará la época en que fue construida,
la capacidad económica de su dueño y hasta su nacionalidad, cuando no su profesión.
Más que hablar de frentes, prefiero usar su sinónimo fachada, que es más directo y
real. La fachada es la cara (faz) de la casa y, por ende, la de los que la habitan. Y su
estado de conservación, arreglo, adornos, en otras palabras, el maquillaje exterior,
hablará de lo que contiene dentro de sí (Figura 17).
Comencemos por la fachada más sencilla, la tapia: una simple y común tapia de cierre
del jardín del frente con respecto a la calle. Es, sin lugar a dudas, el summum de la
sencillez; no más que una pared ciega y el vano de la puerta de entrada. Pero aún en
este sobrio frontispicio podrá encontrarse algún detalle que amengüe su austeridad
monacal, pues al menos no habrá de faltarle una muy prolija cornisa que, a veces, se
comba a la altura del dintel de la puerta como celebrando el único elemento que
posee. En otras, el largo paño del muro llega al piso y descansa sobre un zócalo, que
acaba en una mínima pero bien terminada moldura, cuando no dividido en paños
enmarcados por leves pilastras, que marcan un ritmo que remata en un finale con
fuoco en derredor de la puerta. La gente de esta casa adora la privacidad, y la tapia se
la brinda. Bien puede Doña Dolores baldear el patio descalza y en enaguas, pues ese
espacio interior es suyo.
Muy distinto es el caso en que la tapia es un simple parapeto bajo, coronado por una
verja. Aquí todo está a la vista: jardín, patio y hasta la vida casera. Por supuesto que
los habitantes del caso anterior no se sentirían muy cómodos en ella, donde, en
cambio, estará a sus anchas una familia exhibicionista, luciendo “el juego de sillones”
del patio, la azalea más florida de la cuadra, el limonero más cargado que el de “la de
enfrente” (Figura 18-19).
Nótese todo lo que dio para hablar el simple hecho de si la casa tiene tapia o no. Es
fácil estimar cuánto queda por delante si tratamos las fachadas. Nos limitaremos a
mencionar algunas particularidades: las casas son muy parecidas o, para decirlo de
otro modo, iguales pero con diferentes molduras.
El frentista recibía un paño de 8.66 m por más o menos 5 m de alto, cuyas únicas
variantes eran la ubicación de los vanos, es decir: puerta a un lado o puerta al medio;
ventanas o puerta-vidriera del local; planta baja sola o preparada para altos, y con eso
debía arreglárselas para ejercitar su arte. Había varios elementos que influirían en el
resultado final: tendría que trabajar en conjunto con el constructor, cumplimentar el
gusto del propietario y, sobre todo, un mandato de la señora que a veces fue:
“Mire…como esa de la otra cuadra, ¿sabe? Pero más linda”.
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Compilador: Arq. Juan Manuel Borthagaray
El frentista, la mayoría de las veces italiano, empezaba su tarea desde el inicio, esto
es, desde la ejecución de la pared, ya que a las pilastras, almohadillados, cortes de
piedra, cornisas, arcos y enmarcados, debía el constructor irles dando volumen con la
misma mampostería, insinuando el resultado final. Como testimonio de esto, quedan
infinidad de casas “preparadas” para revocarlas algún día, especialmente en los
pueblos de provincia.
A los elementos que hemos venido detallando, el “Artista Mayor”, el frentista, habrá
que sumar los brindados por el corralón de molduras decorativas. Tras el
recubrimiento del premoldeado frontispicio de ladrillos crudos, comenzará a desarrollar
su arte distribuyendo modillones, instalando bajo los futuros balcones “fortísimas” pero
falsas ménsulas de postín, y colocando aquí y allá delicadísimas guirnaldas florales o
medallones con la misma cara moldeada que las del resto del barrio, por no decir de la
ciudad. La cabeza de un caballo indicará el portal de un corralón, así como la de una
vaca lo hará con una carnicería. Fue un verdadero mago en el uso del fratacho (o
fratás, para ser más correctos) (Figura 20).
Viendo los trabajos de estos artesanos, aún los más sencillos, da vergüenza observar
las terminaciones de hoy día, por muy pretenciosa que sea la obra. Perfectos cortes
en ese revoque de “Piedra París”, que magistralmente manejaba: sólo con cucharín y
dedo gordo era capaz de hacer un violín con una corona de laureles en derredor, para
indicar que allí habrá un conservatorio, así como una guirnalda de flores a cada lado
de la clave del arco de una ventana, y todo con la gracia y prolijidad propia de un
escultor. Cultivaron todos los estilos. Allí están nuestras calles, llenas de neoclásicos,
barrocos “de barrio” o afrancesados frentes, que se mezclan con los prolijamente
martelinados, con cantos vivos en los dibujos, de los tiempos del art-decó (Figura 21).
Ellos ya no están, pero sus frentes sí. Creo que esta nueva “moda” (2007) de pintarlos
en tonos y contratonos está destacando el trabajo aquellos maestros, en una especie
de tácito homenaje. Aunque resulta herejia aplicar textura sobre la calidad de aquellos
revoques (Figura 22).
CARPINTERÍA Y HERRERÍA
Antes de continuar con el relleno decorativo, vamos a dedicar unas palabras a los
elementos de carpintería utilizados. En las piezas, las puertas exteriores (al patio)
cubrían el casi invariable vano de 1.20 m por 3 m ó 3.20 m, según los casos, con dos
hojas de 55 cm por 2.50 m, rematadas por sobre el montante que les oficiaba de
dintel, por esa clásica hoja volcable para ventilación, que fue la banderola. Salvo su
parte inferior, de bastidor y tablero a la francesa, el resto de las hojas era totalmente
vidriado, dividido en paños o en “palitos”. ¿Y para oscurecer?... Pues podían ser
postigos interiores de madera o, en el mejor de los casos, persianas. Éstas eran de
madera, de hierro o, si el presupuesto no daba para tanto, la tradicional cortina de
juncos arrollable, con vuelta y media de “piolín chanchero”, atado a un clavo puesto en
el marco, para regular su altura. De una hoja, pero similares y algo más bajas, eran las
del baño y la cocina, con vidrios “ingleses” martelé las primeras, y transparentes las
segundas.
Las hojas de las puertas interiores, de habitación a habitación, eran macizas, de
bastidor y tableros, de 70 cm de ancho, con la misma altura que las exteriores. Los
marcos de las exteriores eran macizos y generalmente de incienso. Las interiores los
tenían de tipo cajón, terminados con elaborados contramarcos de 4 pulgadas, que en
todas las casas tenían la misma moldura.
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Y esto es todo. Tablero más, tablero menos, en cuanta casa de barrio de este tipo
entremos, encontraremos las mismas cosas. En suma, que lo estandar lleva rato de
inventado.
¿Y para los frentes? Aquí la cosa ya era distinta. La puerta de calle, si bien tenía las
mismas dimensiones y respondía a idéntico diseño general que las de los patios (dos
hojas y banderola), en su “decorado” ofrecía un surtido mucho más amplio. Las había
de bastidor y tableros lisos, pero también moldurados y, hasta en algunos casos,
talladas. Podían ser ciegas o con postigos vidriados, protegidos por rejitas de los más
diversos modelos, que oficiaban de mirilla. Otro detalle importante eran los herrajes,
con sus diferentes tipos de manijas, bocallaves, pomos, buzones y otros accesorios
que intentaban hacerlas más o menos pomposas. La puerta de calle era la encargada
de dar la primera impresión de la casa y, como sentencia el refrán, “la primera
impresión es la que vale”. Sin embargo, todo esto lucía por el lado de afuera, porque
por dentro (como puede comprobarse fácilmente) todas son completamente iguales y
sencillas.
Pero a estas puertas de calle de cedro, y alguna vez de roble, les surgió una
competencia que ofreció una inimaginable variedad de modelos: las “de fierro”, fruto
de la labor e imaginación de aquellos maestros artesanos que fueron nuestros
herreros de obra, cuyos talleres, no por nada y con justicia, lucían en sus carteles el
nombre de Herrería Artística (Figura 23).
Si, como dice otro refrán, “En la variedad está el gusto”, aquí la había en abundancia.
Desde los rizos, contrarrizos y volutas del rococó, a los estilizados y airosos lazos del
art–nouveau, o las figuras geométricas del art-decó, se complementaban en gracioso
contrapunto con las barandas de los balcones que, a su vez, se sumaban a la
composición de la fachada. Me atrevo a aconsejar algo a los lectores: echen a andar
por cualquier calle de barrio y deténganse a mirar estos trabajos. Creo que me darán
la razón (Figura 24).
Hubo algo más que estuvo en manos de estos herreros: las verjas de los jardines;
desde las más simples, de barrotes de hierro redondo, cuando mucho rematados con
una punta de lanza; hasta las de complicados lazos, entrecruzados entre sí y con los
de la puerta, en armonioso conjunto (Figura 25-26).
Si bien todo esto surgía de la imaginación y creatividad de las manos de artesanos de
la fragua y el martillo, hubo algunos tipos que, por su destino específico, llegaron a una
estandardización tal, que dos o tres modelos bastaron para satisfacer la casi totalidad
de las demandas de la plaza. Nos estamos refiriendo a las carpinterías exteriores para
locales de comercio. Uno de ellos (puerta al medio con vidrieras a los lados) fue tan
lógico y sencillo que llegó a la vulgaridad, al punto que, por los barrios, aún resulta raro
no toparse con alguno a cada rato. Tal popularidad se justifica por lo acertado del
diseño de una cosa tan común, pero sumamente práctica y funcional. Veamos: de
cinco metros de ancho, cabía perfectamente tanto en las ochavas como en un frente
de 10 varas, descontándole el zaguán. Podían tener, si el local era de suficiente altura,
una banderola corrida de punta a punta por encima del chapón, tras del cual se
ubicaba la clásica cortina de enrollar de chapa ondulada, ofreciendo así ventilación e
iluminación adicional. De haber sótano (y generalmente lo había), el alfeizar de las
vidrieras se hacía de paños vidriados y enrejados, sirviéndole de aventanamiento a
modo de claraboya, que quedaba conformada por el piso de la vidriera, como un
techo. En suma: útil, estándar y práctico. {Fueron producidos por los Establecimientos
Metalúrgicos Vasena, como lo atestigua una plaquita que aún hoy ostentan muchos
(N. del E.)}
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UN NUEVO “HABITANTE”
A la familia, el perro, el gato, los canarios y las gallinas, hacia fines de la década del 20
se sumará un nuevo “habitante”. No es animado sino mecánico: el automóvil. En un
principio fue un elemento de lujo, sólo al alcance de la clase alta, que comenzó a
adoptarlo en reemplazo de las berlinas o el landó. Su producción en cadena inundó el
mercado mundial, y no fuimos la excepción. Poco a poco la clase media se fue
haciendo de él y, como era de esperar, hubo que hacerle lugar en la casa. Pero la
cosa no fue complicada; al contrario, bastante sencilla. Se tomó un sector del jardín
(generalmente el que enfrentaba al patio, del otro lado de la sala) para el nuevo
ambiente: el garaje.
En el caso de la casa al frente, la solución también fue simple, pues sacrificando el
bendito escritorio se tenía el lugar casi justo para el auto. Es más, dada la altura de las
habitaciones (4 metros casi siempre) y la poca necesaria para el garaje (2 metros a lo
sumo), se logró recuperar ese ambiente, reconstruyéndolo por encima del garaje con
el espacio restante, a los que se sumaban los uno o dos escalones del zaguán. Se
llegaba a él desde el vestíbulo, por una escalera generalmente de madera y “pintona”,
que se sumaba a la decoración de éste. Con ventana al frente, esa habitación petisa
pero larga, era la ideal para los hijos varones o el casi infaltable tío soltero (Figura 27).
Como vemos, la incorporación del guardacoche no modificó para nada ni la planta ni el
modo de vivir de nuestra casa que, con todas sus variantes, siguió siendo la misma. El
que sí sintió la modificación fue, lógicamente, el frente, que de puerta “tirando” al
medio, con ventana grande y ventana chica a cada lado, quedó conformado del
siguiente modo: el portón del garaje con ventanita de barandilla arriba, la puerta de
calle y, rematando el otro lado, la ventana grande de la sala. Nació así otro clásico,
repetido hasta el cansancio y en todos los estilos, pero de idéntico partido (Figura 28).
LA GUERRA Y EL MODERNISMO
Hacia finales de los años 30, y sobre todo desde los 40 en adelante, las cosas
cambiaron por un nuevo concepto del proyecto.
Fue MI RANCHITO, una revista publicada por “Editorial Construcciones”, la encargada
de la difusión y expansión de un nuevo tipo doméstico. Todos los meses ofrecía
proyectos del más puro y moderno estilo “americano”, alternados con coquetísimos
chalets “californianos”. Pero, por mucha creatividad que intentaran aparentar aquellos
proyectos, a la larga eran cortados todos por la misma tijera y, como en la tradicional
casa chorizo, la variación se fundaba únicamente en el frente.
Esta nueva concepción tuvo un éxito tal que todo empezó a hacerse sobre ella. Su
auge fue merecido, puesto que, además de sencilla y perfectamente adaptada al lote
de diez varas, resultó tan funcional como la anterior, al tiempo que correctora de
algunos de sus defectos.
Como atando aquel “chorizo” por los puntas, se la cerró sobre sí misma, inaugurando
el reino de los dos dormitorios con baño al medio, contra uno de sus lados,
perpendiculares al frente, y comunicados por un “paso” al comedor y cocina, con lo
que se pudo circular por toda ella sin salir al patio o tener que andar de habitación en
habitación. Y fue el nuevo clásico de la construcción, a tal punto que se la adoptó para
desarrollar planes de vivienda del Banco Hipotecario Nacional, que alcanzaron a todo
el país (Figura 29).
Así nació la casa “moderna”, que recibió, como lo adelantamos, el apodo de
“americana”. La moda se prolongó hasta en la nomenclatura de los ambientes. La
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galería de la puerta de calle pasó a ser el “porch”; el cómodo y señorial vestíbulo de la
casa chorizo quedó reducido a un retacito tras la puerta, de poco más de un metro
cuadrado, rebautizado “hall”, y luego llamado, con más propiedad, “jolcito “.
Un favorecido fue el viejo comedor, que pasó a ser el “living” que, aunque más
amontonado, continuaba acomodando el mismo mobiliario de la casa vieja, pero con
cortinados de voile y bandós de cretona (bien floreada, como para conservar la
costumbre). Los que salieron ganando fueron los dormitorios, a los que se les introdujo
el “placard”, práctico y cómodo elemento que abolió definitivamente el ropero. En
cuanto a la cocina, continuó siendo el lugar de reunión y vida de la casa. Nunca más
se le dio dimensiones reducidas y, en muchos casos, fue adosada y separada a la vez
por una arcada con el comedor diario, que insistió en continuar con su nombre
español, a pesar del vano intento de llamarlo breakfast .
A pesar de los cambios en la nomenclatura, hubo cosas que no murieron: el jardincito
al frente (con el perenne limonero y si es posible de los de “4 estaciones”), el metro
veinte de pasillo sobre la otra medianera, con su doble misión de permitir entrar por la
cocina (para no ensuciar el parquet), y para pasar atrás y hacer departamentos
cuando el bolsillo lo permitiese. Como antaño, el fondo continuó albergando al
gallinero, el níspero o la higuera y, cuando no, algunos almácigos de verdura. Esta
entrada secundaria era en realidad la más usada, no sólo por los habitantes sino por
proveedores, vecinos y visitas de confianza, cuyo destino era el ambiente más casero
y acogedor de la casa: la cocina. Es que el chorizo se arrolló, pero las costumbres se
mantuvieron, especialmente por la segunda inmigración, la de posguerra.
NUEVOS MATERIALES
Si bien la renovación del diseño fue un acontecimiento evolutivo, la utilización de
nuevos materiales, por el contrario, fue obligatoria. La Segunda Guerra Mundial cortó
los abastecimientos y aquí quedamos aislados. Entonces hubo que apelar a la
industria y al ingenio nacional. Se acabaron los azulejos y se los reemplazó por las
“chapitas graníticas”, baldositas finas de 15 X 15 cm, que ya venían pulidas a plomo,
colocadas al hilo y con junta abierta para disimular lo desparejo. Poco después, en
Hurlingham, una cristalería lanzó al mercado los azulejos de opalina -el vicri- y fueron
un éxito que duró bastantes años, con variedad de colores y de un nuevo tamaño, el
de 15 X 30 cm. Hasta que apareció la cerámica “San Lorenzo” y arreó con todo, casi
hasta hoy día.
Con los pisos ocurrió otro tanto. El enlistonado de pinotea desapareció y hubo que
recurrir al caldén, la retorcida pero dura madera pampeana que se adaptó
perfectamente como parquet, a pesar de la contrariedad de las amas de casa, porque
se les oscurecía. Más tarde, el eucalipto lo reemplazó. Vigente como siempre,
continuó el mosaico granítico, con Verde Alpe para el baño, y Chiampo o Napoleón
para el patio y champurreado para la cocina (se nota menos la suciedad),
Las puertas “nido de abeja” reemplazaron a las macizas y de tableros, y los marcos
unificados de hierro a los de madera.
Esto ya es parte de la historia. Lo que se intentó fue relatar cómo esa casa, nuestra
humilde casa chorizo, se fue adaptando, sin perder su espíritu esencial, a los tiempos,
necesidades y economía de aquel esperanzado habitante que vino en busca de
progreso y bienestar, y lo fue logrando con su esfuerzo y mentalidad siempre puesta
en el futuro. Sin duda, otros tiempos y una cultura distinta a la de hoy, en la que lo
primordial es el auto, los electrodomésticos y el celular.
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Figura1: Catastro Beare y Catastro Goyeneche
Figura 2: Como se fue formando la casa con el tiempo.
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Figura 3: Casa de tapia, sin galería, se circulaba de pieza en pieza por q te mojabas por el pasillo, se ve el
parral la cornisa y el arquitrabe.
Figura 4: Galería hasta el fondo con cerco, atrás quizá gallinas.
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Figura 5: Ocupación del jardín, aparece la sala, el escritorio, vestíbulo,1ro zaguán 2do escritorio 3ro
vestíbulo.
Figura 6: Sala como negocio.
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Figura 7: 3 ventanas en la misma sala, Medallón para tapar la irregularidad de nivel en dinteles
Figura 8: Si se hicieron las casas en alto.
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Figura 9: Lote del medio, varias casas.
Figura 10: Casa de esquina.
Figura 11: Local en la esquina.
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Figura 12: tomas de aire de la ventilación.
Figura 13: Directo hacia el patio, vidrio biselado con el monograma del dueño.
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Figura 14: Se pasa hacia el vestíbulo.
Figura 15: Zaguán, típico colonial, puerta lujosa.
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Figura 16: Las decoraciones, Villa Ángela.
Figura 17: Temestupi (¿me tenes podrido en genovés?).
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Figura 18: Galería pegada, jardín a la vista, limonero.
Figura 19: Galería incorporada, jardín público.
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Figura 20: Una carnicería.
Figura 21: Orden del frentista para componer el conjunto.
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Figura 22: los colores resaltan los frentes.
Figura 23: Se resalta el arte del herrero con colores.
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Figura 24: Compras de molduras en corralones, Art nuvou año 1913.
Figura 25: Blasón barato hecho por herrero.
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Figura 26: Aparece el auto, garaje tomando parte del jardín.
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Figura 27: En vez del escritorio “el garaje”.
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28: Años 30’ Las fachadas de cualquier forma sin orden.
Figura 29: Se arregla el chorizo, casita típica, casa chorizo cerrada
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