as del forro solo PArA PDF WeB - Seminario de Cultura Mexicana

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as del forro solo PArA PDF WeB - Seminario de Cultura Mexicana
Revista del SEMINARIO de Cultura Mexicana
Primera época, Año 4, Núm. 6, junio 2014
Arnoldo Kraus Enfermedad: ¿Dónde o qué? • Lya Gutiérrez Quintanilla Entrevista
inédita a Arturo Azuela Arriaga • Enrique Suárez-Íñiguez Liberalismo, neoliberalismo
y libertarismo • Antonio Acevedo Escobedo Asedios a Juárez y su época • Jacqueline
Peschard Los claroscuros de la transparencia • Víctor Sandoval Compañero •
Herminia Pasantes El cerebro y los límites de la libertad • Silvia Molina Entrevista
inédita a Hugo Gutiérrez Vega • Omar Guerrero Orozco El mercantilismo y el estado
administrativo • Luis Arnal Simón La arquitectura de las misiones jesuitas y el orden
de la libertad • Marco Antonio Campos Medallón para Víctor Sandoval
RevistadelSeminario
Primera época, Año 4, Núm. 6, junio 2014
Sumario
• Editorial
1
• Enfermedad: ¿Dónde o qué?
Arnoldo Kraus
3
• Entrevista inédita a Arturo Azuela Arriaga
Lya Gutiérrez Quintanilla
5
• Liberalismo, neoliberalismo y libertarismo
Enrique Suárez-Íñiguez
13
• Asedios a Juárez y su época
Antonio Acevedo Escobedo
21
• Los claroscuros de la transparencia
Jacqueline Peschard
35
• Compañero
Víctor Sandoval
• El cerebro y los límites de la libertad
Herminia Pasantes
46
47
• Imágenes
Colección Miguel Ángel Muñoz / Arnaldo Coen (Torsos)
53
• Entrevista a Hugo Gutiérrez Vega
Silvia Molina
69
• El mercantilismo y el estado administrativo
Omar Guerrero Orozco
78
• La arquitectura de las misiones jesuitas y el orden de la libertad
Luis Arnal Simón
95
• Medallón para Víctor Sandoval
Marco Antonio Campos
110
REVISTA DEL SEMINARIO, Primera época, Año 4, Núm. 6, junio 2014, es una publicación semestral editada por el Seminario de
Cultura Mexicana. Av. Presidente Masaryk 526, Col. Polanco, Delegación Miguel Hidalgo, C.P. 11560, México, D.F., Tel. 5280-5911,
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imprimir en junio de 2014 con un tiraje de 500 ejemplares.
Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación.
Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización del
Seminario de Cultura Mexicana.
EDITORIAL
E
ste número de la Revista del Seminario de Cultura Mexicana está ilustrado con la
obra de la Exposición Memoria de Ver propiedad del poeta, historiador y crítico
de arte Miguel Ángel Muñoz, quien posee una colección de más de mil cuadros de
artistas mexicanos y extranjeros. En esta ocasión, abrimos con un artículo de Arnoldo
Kraus que pone la mirada en la medicina en nuestros días, cuando el médico se ha ido
alejando cada vez más del enfermo y pasa a ser un número de expediente. Lya Gutiérrez Quintanilla, presidenta de la corresponsalía del Seminario en Cuernavaca, publica
una entrevista inédita a Arturo Azuela, cuando éste estaba ya muy delicado de salud,
sobre el tema de la Revolución en la literatura mexicana y sobre los grandes autores
de este periodo. Enrique Suárez-Íñiguez, doctor en Ciencias Políticas, nos entrega un
ensayo sobre liberalismo, neoliberalismo y libertarismo, en el que nos hace ver su esencia, sus coincidencias y sus diferencias. Esta vez reproducimos, como es costumbre en
cada número, un ensayo de nuestros archivos: Asedios a Juárez y su época del escritor
y bibliófilo aguascalentense Antonio Acevedo Escobedo, miembro del Seminario de
Cultura Mexicana y de la Academia Mexicana de la Lengua. Ensayo leído en la sesión
del Seminario del 22 de junio de 1967. En él toca no sólo la época y a los actores
del juarismo, sino la vida íntima de nuestro prócer y sus avatares para enfrentar a los
invasores. La doctora Jacqueline Peschard, profesora de la Facultad de Ciencias Políticas
de la unam, nos habla de un tema que surgió a finales de los noventa en la democracia:
la transparencia; y cómo pasa ésta a formar parte de la agenda pública, y cómo deberá
enfrentar el IFAI las atribuciones y responsabilidades de la reforma constitucional.
Por su parte, la doctora Herminia Pasantes nos hace reflexionar sobre los límites de la
libertad de decisión del cerebro, las neuronas y los neurotransmisores. ¿Cómo funcionan
las adicciones? ¿Qué sucede cuando las drogas dejan de permanecer en el cerebro? En
este artículo vemos con claridad cómo funciona nuestro cerebro cuando tomamos una
decisión. El poeta Hugo Gutiérrez Vega, en entrevista, relata su infancia y adolescencia
en Lagos de Moreno, las primeras lecturas e influencias literarias, los viajes que hizo
por el mundo. Describe su carrera literaria y diplomática y nos da la clave para entender
su poética. Omar Guerrero Orozco, doctor en Administración Pública, impulsor de los
EDITORIAL
2
estudios sobre el mercantilista Colbert, examina detalladamente los instrumentos usados
por este último como patrón del Gran Siglo, como constructor de Versalles y como
arquitecto del Estado administrativo de Luis XIV. El doctor Luis Arnal Simón explica
la arquitectura de las misiones jesuitas y el orden de la libertad en un ensayo que se
ocupa de los orígenes de las misiones en lo que ahora son los estados de Sinaloa y Sonora
(Provincia de Sinaloa en el siglo xvii). Expone la relación de los jesuitas con la población
indígena rebelde, su apaciguamiento y la construcción no solo de las misiones sino de
los presidios. Cerramos el número con una emotiva y afectuosa semblanza de Víctor
Sandoval del poeta y cronista Marco Antonio Campos.
Enfermedad:
¿Dónde o qué?
ARNOLDO KRAUS
MIEMBRO TITULAR
L
a irrupción de la tecnología médica, la falta de tiempo para atender a los enfermos,
sobre todo en las instituciones públicas, las modificaciones en la forma de conversar,
así como las injerencias de factores externos como industria farmacéutica, abogados y
seguros médicos, han generado cambios negativos en la relación entre médicos y pacientes.
Ese nuevo tejido, que perjudica a enfermos y médicos, no es del todo nuevo. El filósofo
francés, Michel Foucault, mostró, hace casi cinco décadas, su preocupación con respecto a los
nuevos derroteros de la clínica.
En El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica (Editorial siglo xxi, 1966,
publicado originalmente en 1963), Foucault afirma que la medicina moderna inicia cuando
los doctores cambiaron la pregunta, “¿Qué le sucede?”, por la pregunta, “¿Dónde le duele?”.
Siguiendo al malogrado pensador –murió a los 57 años de edad–, las cuestiones previas
cambiaron conforme los médicos fueron alejándose de los enfermos: la primera pregunta se
presta a demasiadas e intrincadas explicaciones, mientras que la segunda hurga directamente
en las causas biológicas. “¿Qué le sucede?”, indaga sobre la vida del enfermo; es una cuestión
profunda: interesarse requiere tiempo e interés. “¿Dónde le duele?”, es una cuestión práctica:
atenderla requiere poco tiempo.
Cuando se atiende a enfermos, víctimas de cualquier patología, ambas preguntas son
igualmente válidas: el dolor, motivo de la consulta, depende no sólo de la afectación orgánica
o celular, sino del daño en el entorno propio, en lo que dice el cuerpo y siente el alma, y en
los sucesos en la vida del enfermo, con su pareja y familia, y con su trabajo, sin obviar los
acontecimientos mundiales.
ARNOLDO KRAUS
La máxima, tan alabada por los viejos
clínicos, “no hay enfermedades, hay
enfermos”, resume, con otras palabras, la
idea de Foucault. Separar la enfermedad del
enfermo, de las enfermedades del entorno, es
erróneo. Frente a quien sufre no es prudente
sumar y concluir sin detenerse en otros
menesteres. Sumar o restar adecuadamente
requiere adentrarse en la vida y en la historia
del enfermo –“¿qué le sucede?”–, así como
en el presente corto –“¿qué le duele?”. Salvo
cuando la enfermedad irrumpe con violencia,
como son los casos de infarto agudo del
corazón en jóvenes, tumores diseminados
que corroen todo con celeridad o accidentes,
la historia personal es crucial para explicar el “pequeño presente”, sea dolor, miedo u otros
avatares. La visión filosófica de José Ortega y Gasset se aplica adecuadamente a la enfermedad:
“El hombre es él y sus circunstancias”.
Han pasado cincuenta años a partir de la invitación de Foucault. El tiempo le ha dado la razón.
La medicina moderna cambió cuando la mirada médica fue presa de otros derroteros. De ahí el
subtítulo del libro, Arqueología de la mirada médica. La mirada y la escucha se han transformado
debido al auge de la tecnología y otros menesteres, cuya presencia ha interferido y trastocado,
tanto el lugar desde donde el médico observa, como las maniobras requeridas para diagnosticar.
En la actualidad se diagnostica cada vez con mayor frecuencia a partir de la tecnología. Si hoy
viviese Foucault, seguramente añadiría a las preguntas previas, otras cuestiones “más modernas”.
4
La primera es, “¿qué estudios se ha hecho”? En algunos consultorios se indaga primero en
esa área antes de abordar al enfermo. En otros, peor aún, se le solicita al paciente realizar
determinados exámenes antes de acudir a la primera cita, situación equivocada: primero debe
conocerse a la persona y después diseñar estudios ad hoc. La segunda cuestión, “¿con cuánto
dinero se cuenta?”, cuando se trata de medicina institucional, proviene de la capacidad del
hospital para afrontar los gastos y realizar determinado número de exámenes; cuando se trata
de medicina privada el número y tipo de pruebas dependerá de las cláusulas del seguro médico
y de la capacidad económica del enfermo.
Las inquietudes de Foucault, aunadas a la nueva realidad de la medicina moderna, sobre
todo la que se practica en países ricos, auguran, si no el fin de la clínica, si el ejercicio de una
nueva medicina donde la queja del enfermo –diarrea, verrugas, dolor– se erige como un todo,
mientras que el ser íntimo de la persona desaparece o pasa a un segundo plano.
Foucault escribe desde su vida: fue hijo, nieto y bisnieto de médicos. En El nacimiento de la
clínica, afirma, “la mirada médica es la que abre el secreto de los enfermos”. Esa afirmación,
cuando se busca comprender lo que ve el médico y lo que observa la tecnología es vital. La
mirada se complementa con el lenguaje. Los clínicos experimentados suman mirada y palabras
y después diagnostican. La tecnología, aunque penetra más profundo y percibe lo que el ojo
no mira, no tiene la capacidad de significar el valor de las palabras. El médico que trabaja
sólo a partir del poder de la tecnología solicita exámenes innecesarios, los cuales, amén de ser
costosos e incrementar la contaminación, pueden dañar. La mirada clínica ha envejecido; ese
envejecimiento coloca a los enfermos en otra deriva.
Biopoder es un término acuñado por Foucault. Debido al biopoder, la medicina se ejerce desde
el poder del médico, a su vez, alimentado por un autoritarismo ciego que tiende a despreciar
la voluntad del enfermo. El auge del biopoder, tras sepultar la pregunta inicial de los viejos
clínicos, “¿qué le sucede?”, augura, sobre todo en países ricos, el fin de la clínica.
Entrevista
inédita a
ARTURO
AZUELA
LYA GUTIÉRREZ 1
Los que estaban formados por y para el antiguo régimen
no pudieron sobrevivir a la derrota del porfirismo;
fueron muertos en vida sus últimos años. Un lustro
después de la promulgación de la Constitución del 17,
Álvaro Obregón todavía dirigía un país a la deriva.
Ciudad de México, 18 de noviembre de 2010
E
ntrevistar al maestro Arturo Azuela Arriaga, no fue fácil. Su precaria salud, sus descansos
para tomar fuerzas mismos que no le han impedido hasta donde cabe estar activo y viajar a
diversas corresponsalías dentro y fuera del país donde ha impartido conferencias magistrales
además de estar atento al mundo de la cultura; esa misma cultura que heredó de su abuelo el escritor
de la Revolución, Mariano Azuela, autor de la famosa novela Los de abajo y miembro fundador del
Seminario de Cultura Mexicana, scm; de Salvador Azuela su padre, escritor y presidente del scm,
como ahora también, él mismo lo es.
1 Lya Gutiérrez Quintanilla, licenciada en periodismo, escritora. Miembro de la Sociedad de Escritores de Morelos, S. C. (2008). Presidenta de la Corresponsalía Cuernavaca del Seminario de Cultura Mexicana durante seis
años. Presea “Caballero Águila” (2012).
LYA GUTIÉRREZ
Ese mundo de la alta cultura que abarca narrativa,
novela, poesía, historia, ciencias, matemáticas,
física, música, —él mismo toca violín—, arte y
cinematografía, es el que Arturo Azuela, nacido en
Lagos de Moreno, Jalisco, en 1938, heredó y al que
ha permanecido fiel toda su vida.
Llevaba ya un par de meses de buscar esta entrevista…,
tal vez un poco más. Por una razón u otra, no había
sido posible. De pronto la voz, siempre cálida de
Celia Sosa, la fiel secretaria de la presidencia del scm
me dice por teléfono: —“Lya, el maestro Azuela te
espera el 18 de noviembre a las doce del día aquí
en las oficinas de la ciudad de México para que lo
entrevistes”. En ese momento, a pesar de haber
buscado esa cita yo misma, me invade una sensación
de responsabilidad. Entrevistar a este gran escritor
mexicano, que desde siempre se ha movido a sus
anchas en el difícil mundo de las letras y que lo ha
hecho de manera impecable, es todo un reto… que
asumo y agradezco.
6
Antes de entrar a su despacho, paso bajo los rostros
tallados en bronce de los presidentes que le han
antecedido en el cargo que con rostro adusto todos
ellos, cuelgan de los muros de esta institución
fundada el 28 de febrero de 1942. Y al mirarlos
me viene a la mente el recuerdo de destacados
seminaristas representantes de la cultura nacional que
ayudaron a conformar y fortalecer esta institución.
Entre ellos, el poeta Enrique González Martínez, el
del verso “Tuércele el cuello al cisne de engañoso
plumaje…”; Julián Carrillo el inventor del sonido 13;
el dramaturgo Rodolfo Usigli; el grabador Francisco
Díaz de León; el periodista, guionista de las mejores
películas del cine de oro nacional y escritor Mauricio
Magdaleno; Carlos Graef Fernández, el más destacado
gravitacionista y presidente de los especialistas en
física de México; el escultor Luis Ortiz Monasterio; el
crítico e historiador de la cultura en México, Antonio
Castro Leal; el gran reformador de la arquitectura
en México, Enrique del Moral; el notable escritor
Agustín Yáñez; el muralista, pintor y escultor, Jorge
González Camarena; el compositor de “Estrellita”,
también llamado padre del nacionalismo musical
mexicano don Manuel M. Ponce; el revolucionario,
periodista y escritor Vito Alessio Robles y tantos más,
que enumerarlos sería muy extenso.
Don Arturo con un fuerte resfriado pero de manera
cálida me recibe en su amplio despacho; lo encuentro
débil, muy arropado por el frío que hace esa mañana,
traje y abrigo de lana. Me siento junto a él en un sofá
a un lado de su escritorio. —Mire nada más como me
encuentra Lya, exclama con una sonrisa. Me dicen
que me quiere usted entrevistar, a ver, de qué se trata.
—Maestro Azuela, quién mejor que usted para
hablar de la narrativa en tiempos de la Revolución.
Bueno, mire Lya, el tema de la Revolución no se
ha agotado sino que se actualiza constantemente,
y esto es, en mucho, gracias al estudio de los
analistas del discurso quienes aportan nuevos
datos sobre los caudillos y la lucha armada. Es un
tema que sigue adelante, que se sigue repensando.
Hoy, con mucha facilidad se dice que no hubo
Revolución Mexicana. Hay gente seria que sostiene
este punto de vista y evidentemente yo creo que
están equivocados y aunque es una revolución
inconclusa, frustrada, sí existió. La Revolución
Mexicana hizo cosas muy importantes. Llevó a
cabo una transformación, vamos a decir, artística,
filosófica, historiográfica, literaria y es en la novela,
a partir del siglo xx, cuando se aprecia este cambio
cualitativo de profunda trascendencia porque
la búsqueda y selección de pasajes históricos y
autobiográficos hace que la narrativa camine por
sí sola, que sus creadores se sientan más seguros
de sí mismos y no estén demasiado atentos a la
presencia del pasado o a los plagios de las grandes
novelas contemporáneas.
Mire usted, la trayectoria de la novela mexicana del
siglo xx, en general, es de una notable continuidad.
A lo largo de la cual —desde los inicios de la
Revolución a las catástrofes políticas y económicas
de las últimas décadas del siglo—, destaca un
puñado de novelistas. Sin embargo la historia
del país no es ajena a la obra artística, más aún
cuando vivimos en un país envuelto en constantes
crisis, en convulsiones al parecer sin tregua. Es
una historia donde confluyen las pérdidas, un
sentimiento de derrota que parece renovarse año
tras año, como si un destino inexorable “con el
dedo de Dios se escribió”, dice el himno nacional,
se hubiese formado desde el principio mismo del
llamado sentimiento de la nacionalidad mexi­
cana. Y muchos de estos aspectos —un profundo
Entrevista inédita a Arturo Azuela
Cuando le platico del libro de entrevistas que
preparo con motivo del centenario de la Revolución
del Sur y escucha, entre otros entrevistados, el
nombre de la doctora en historia Gloria Villegas
Moreno, me interrumpe con voz apenas audible
por una garganta débil: —¡Gloria! ¡Mi gran amiga!
—él mismo fue director de la Facultad de Filosofía
y Letras de la unam, como Villegas Moreno lo es
actualmente—. En fin, —le escucho decirme de
nuevo—, casi no puedo hablar, ¿no prefiere venir
otro día?, —me pregunta con la esperanza de que
asintiera—, pero al ver mi decidido pero cálido
deseo de permanecer con él, acepta: —Adelante, a
ver hasta dónde llegamos.
7
LYA GUTIÉRREZ
escepticismo, a veces cargado de resentimiento, otras veces de impotencia, un conjunto de
murales donde se enlazan las figuras de los advenedizos y los traidores—, se proyectarán en
el quehacer del novelista. Pocas cosas escaparán a su mirada crítica y esa narrativa describirá,
muchas veces sin tapujos, los ascensos de los caudillos y los asesinatos de las masas irredentas.
8
—Maestro, ¿cómo era el México de poco antes de la Revolución Mexicana?
Un México desgarrado, mutilado, con el acecho constante de la brutalidad del invasor, un
México de grandes cascos de hacienda en el campo y de palacetes afrancesados en las ciudades
importantes, que vive una dictadura —la del orden y progreso, la del “mátenlos en caliente”,
la de poca política y mucha administración—, que pretende pasar a la historia como la única
capaz de poner al país en la ruta de la dignidad, de la industrialización y del capitalismo
moderno. A fines del siglo xix, este país amenazado por el vecino del norte y cuya casta
dirigente y envejecida le da la espalda a la realidad, es descrito en páginas proféticas por los
mejores novelistas, anuncios muy claros en torno a la violencia reprimida que muy pronto
estallará hacia todos los rumbos.
Vendrán los diez años decisivos —los de la Revolución. Los más violentos de la historia
de México—. Vendrán con su carga brutal de tanto tiempo de insatisfacción, resentimiento,
persecuciones. La “bola” rodará por todas partes. Diez años que ante la mirada del creador
literario cambian el mundo desde el centro hasta la periferia; Madero se levanta en 1910 con
la bandera de “Sufragio efectivo, no reelección”, después serán asesinados Emiliano Zapata,
Venustiano Carranza, Francisco Villa y Álvaro Obregón.
A las figuras legendarias se suma la brutalidad de los hechos, de los acontecimientos; las
anécdotas son extraordinarias, al parecer infinitas de unos y otros revolucionarios. En este
aspecto, las voces colectivas recogen de la realidad un conjunto de hazañas que sobrepasan los
límites de la objetividad histórica. Nunca antes en la historia de México se había llegado a tales
asombros; sin lugar a dudas, la Revolución es el encuentro más extraordinario de los mexicanos
a lo largo de su historia. Ya no es el choque de mundos que nunca han convivido; ya no es la
lucha contra el invasor, el apátrida o el conquistador. Es la lucha fratricida de un extremo a
otro del país. Y sus protagonistas encarnan la rebeldía, las demandas, las insatisfacciones de
muchos grupos que vienen de los de abajo.
Su lucha, Lya, arranca desde largo tiempo y por fin sale a la superficie; surge de las huelgas de
Cananea y Río Blanco a la promulgación de la Constitución del 17; de las proclamas de los
hermanos Flores Magón, a las primeras conquistas de los ferrocarrileros…, nunca faltan las figuras heroicas. Por lo tanto, el novelista no puede ser sólo un espectador de tales aconte­
cimientos… —se queda un momento en silencio, luego agrega—, porque la vida sobrepasa
todo lo imaginado.
—Y mientras tanto, maestro Azuela, ¿qué
pasaba con la gente pensante que emergió de la
dictadura de más de 30 años?
Como punto de encuentro, la Revolución
puso a prueba a las conciencias más lúcidas.
Los que estaban formados por y para el
antiguo régimen no pudieron sobrevivir a la
gran derrota, fueron muertos en vida durante
sus últimos años y su literatura se quedó
detenida o se proyectó hacia un pasado lejano,
hacia un mundo distante en el que los juegos
de la historia; de una recreación muchas veces
falsa, fueron la única salida de su vocación
más profunda. Mundos de piratas, de virreyes,
de monjas, de leyendas coloniales y sagas
de cortesanas o de arzobispos se ubicaron
en sus bibliotecas donde todavía la figura
del héroe del 2 de abril —Díaz, el general
invicto— era el protagonista de la historia del
país. Actualmente se ha desatado el boom de
novelas y trabajos sobre los revolucionarios.
Entre los escritores de finales del siglo xx y
principios del xxi, creo que se debe de leer a
Paco Ignacio Taibo quien ha publicado varios
textos sobre Pancho Villa; de Ignacio Solares,
Madero, el otro; de Eduardo Lizalde, su novela
Siglo de un día…, –se queda un momento
pensando, luego remata–: entre otros.
—¿Es esto producto del interés de los lectores o
se debe a que apenas estamos conociendo a los
personajes históricos y que aún falta mucho por
saber de ellos?
¡Sí los conocemos! Lo que pasa es que el
acercamiento cambia la perspectiva porque
cada día encontramos puntos de vista, cosas
novedosas. Se han ido abriendo los archivos
y hemos encontrado cosas que no sospechábamos como la vida privada de los líderes de
los movimientos revolucionarios y claro, todas esas novedades las reflejan los escritores.
Hay que pensar que en los años posteriores
a la contienda armada, cuando se empiezan
a vislumbrar las nuevas letras, el nuevo arte,
México no salía todavía de una Revolución
confusa, un lustro después de la promulgación de una de las Constituciones más avanzadas del continente, Álvaro Obregón dirigía
los destinos de un país a la deriva. Eran tiempos tempestuosos y privilegiados con José
Vasconcelos al frente de Educación Pública.
Se pintan los murales de antiguos recintos, el
modernismo se muere y nace el estridentismo. Es el tiempo del inicio de “Por mi raza
hablará el espíritu”; de las ediciones populares de los clásicos; de una extraordinaria
campaña de alfabetización y de la creación de
nuevas carreras técnicas y universitarias.
—Mientras le doy tiempo al maestro Azuela
de descansar unos instantes de un acceso de
tos seca que se niega a irse, tanto o más que
yo, hojeo brevemente sus datos curriculares,
así reparo en que sus obras han sido traducidas al inglés, francés, alemán, portugués,
italiano, ruso, polaco, búlgaro, neerlandés y
rumano. Que entre sus publicaciones se encuentran las ediciones críticas de El águila y
la serpiente, de Martín Luis Guzmán (Barcelona 1983); Los de abajo, de Mariano Azuela
(Caracas, 1991); Al filo del agua, de Agustín
Yáñez (Unesco, París, 1992); La antología:
Narradores de la Revolución Mexicana (Madrid 1986), de las novelas: El tamaño del infierno (México, 1973); Manifestaciones del
silencio (México, 1979); La casa de las mil
vírgenes (Barcelona, 1983); El matemático
(México, 1989). Entre sus cuentos destacan:
Los ríos de la memoria (Madrid, 2003) y dos
biografías: Prisma, acerca de Mariano Azuela
(México, 2003) y Agustín Yáñez en las letras
y en la historia (México, 2004). Al cabo de
unos instantes, le escucho decir: —Mire, no
sé cuánto tiempo más podré hablar pero de
Entrevista inédita a Arturo Azuela
Mire usted, en esa década, parece que todo
acontece; el dictador sale del país y muere
años después en la Ville Lumiére, muerte
histórica que es tema de novela; el pretoriano
Victoriano Huerta, alcohólico rodeado de
gente ilustre —González Martínez, Nemesio
García Naranjo, José López Portillo y
Rojas, entre otros—, es el nuevo cacique
que se suma a la lista de los dictadores
latinoamericanos. Y así, de lo regional a
lo nacional, se desdoblan los temas y dan
lugar a una extraordinaria materia prima
que el escritor no llevará sólo como un
equipaje sino como parte de sí mismo, de su
interioridad, de las desesperanzas, enconos o
de gritos soterrados que muy pronto pasarán
a la palabra escrita. Esa década formidable
donde afloran todas las pasiones, las utopías
y las vilezas, donde al ideario plasmado en
la constitución se añaden las confrontaciones
de figuras con dimensiones históricas; esa dé­
cada de definiciones políticas se proyecta
hacia el futuro como ninguna otra en la
historia del México contemporáneo, de ahí
parten muchos vicios y encrucijadas de la
historia presente.
9
LYA GUTIÉRREZ
10
acuerdo a sus preguntas, lo que no pueda ya responder porque la garganta no me lo permita,
antes de despedirnos le daré unos documentos escritos por mí, yo le indicaré lo que dará respuesta a mis respuestas inconclusas.
—Maestro, usted conoció a grandes escritores mexicanos. ¿Cómo conceptúa la obra de Martín Luis
Guzmán, de su abuelo Mariano Azuela, de Agustín Yáñez, Juan Rulfo y José Revueltas? Sé que ha
escrito sobre ellos, incluso ha impartido conferencias.
Mire, Lya, Martín Luis Guzmán es un autor descendiente de los grandes historiadores del
siglo xix, de Lucas Alamán, de José María Luis Mora, de Bustamante, de Orozco y Berra, de
Riva Palacio y no se olvida jamás de los liberales de la Reforma; siempre vuelve a todos ellos,
una y otra vez. Para recrear la época, no se conforma con la memoria, se vuelve investigador
de hemerotecas, de bibliotecas y de archivos y cuantas veces lo requiere vuelve al campo de los
acontecimientos a través de diálogos, reportajes, entrevistas, del retrato, de la confrontación de
sus protagonistas. Selecciona sus materiales con la agudeza del historiador y la anticipación del
periodista; eso es lo que le permite, en no pocas veces, estar ahí, en el centro mismo de los
cambios definitivos de la Revolución y lo refleja en sus dos grandes novelas, El águila y la
serpiente, y en La sombra del caudillo.
Por su parte, Mariano Azuela, el fundador de la novela de la Revolución ya había escrito un
conjunto de testimonios de gran valor para la historia del país a lo largo de su obra narrativa.
Escribe sobre su entorno con una verdad y con una fuerza que jamás se separan del estilo
del autor pero no se olvida de la memoria del historiador. En sus descripciones existen la
mano, el oído, los ojos del perfeccionista a través de los cuales el escritor de Lagos de Moreno
—como su hijo Salvador, como su nieto Arturo—, recreaba en su mente aquellos hechos que
su memoria había fijado por los caminos de la Revolución; conocía las exigencias del cronista,
pero hacía siempre un esfuerzo por ir más allá de los hechos cotidianos; inventará situaciones
y anécdotas, pero nunca se olvidará de los planos históricos. Algunos pasajes de Los de abajo,
revelan una comprensión profunda, aunque fugaz, de lo mexicano. Su experiencia vital y
los conocimientos científicos, sus afanes culturales y su dedicación al héroe anónimo y a las
figuras de la insurgencia, la Reforma y la Revolución, hacen de la mirada histórica de Mariano
Azuela una combinación de muchas caras y varias sustancias: no es ni providencialista ni
defensor de leyes históricas. Rastrea en las voces colectivas, en sus desesperanzas, en sus
utopías y retrocesos la situación histórica del país; sin tampoco olvidar a varios protagonistas,
entre ellos a Madero o a Francisco Villa. Con su fuerza expresiva y prosa eficaz, hace que la
voz de los desheredados represente la corriente esencial de la historia, aquellos que hablen
por esa voz, que la entiendan, la interpreten, que sean su mejor eco, calarán en las vetas más
profundas de la historia del país. Su lista de personajes es extraordinaria: mexicanos de cuerpo
entero que van de Los de abajo, a Nueva burguesía; y de Los fracasados a Las tribulaciones de
una familia decente.
Pero con el tiempo, tras varias críticas que calaron hondo en Mariano Azuela, tras la
indiferencia de varios de sus contemporáneos, de un vacío que se le hizo y que lo orilló a
no aceptar ingresar a la Academia Mexicana, el también autor de las novelas La malhora, El
desquite, y La luciérnaga, antes de las cuales la mayoría de los académicos veía con indiferencia
la obra del médico laguense que se había mudado de Peralvillo a una calle cercana al Puente de
Nonoalco, acepta en cambio ingresar como socio fundador al Seminario de Cultura Mexicana
—con compañeros como Frida Kahlo— y al Colegio Nacional. Años después, al cambiar de
aires y de vientos, cuando ya habían ingresado a la Academia Mexicana José Vasconcelos,
Martín Luis Guzmán, Antonio Caso, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia y Jaime Torres Bodet
cuando la dirigía don Alfonso Reyes y cuando le hubiera gustado estar entre amigos, sintió
que ya era demasiado tarde para el arrepentimiento.
Ahora bien, de Agustín Yáñez, valoro su actitud y honestidad literaria; existe una relación entre
el sicoanálisis y la novela Al filo del agua, cuyo erotismo es digno de un análisis encaminado
a la sexualidad y a la concepción de la mujer dentro de la Revolución Mexicana. Algunos
críticos han sostenido que Al filo del agua no es una novela histórica que aspire a recrear
Cuando llega a ese punto, Azuela Arriaga,
con la bufanda de lana de tejido escocés que
se ajusta en torno a su garganta, se queda
un momento en silencio. Lo miro y trato de
adivinar su pensamiento; tal vez acaricia a lo
lejos un ayer o un México que no logro atrapar,
o quizás regresan a él las letras memorables
de una época también memorable que hace
tiempo dejó de existir y que sin embargo,
narradores como el maestro Arturo Azuela
la vuelven a recrear ante nuestros ojos. De
pronto continúa.
—Mucho podría decir de Yáñez, como que en su
novela Yahualica (1949) junto a los perfumes,
colores, ruidos y decires, el aislamiento
cultural, la ausencia de libertad de expresión, el
férreo cacicazgo y el clericalismo sin cortapisas
de muchos rincones mexicanos, se aprecia
la importancia de la historia —concepción,
personajes, lenguajes y escenarios—, en el
trabajo del narrador, como en el resto de su
obra, como en Al filo del agua. Sin ir más lejos,
Agustín Yáñez tuvo la capacidad de salir de lo
particular, de lo íntimo, lo común y corriente
y pasar a una identificación general con la
condición humana.
En cambio Rulfo era un escritor cercano al
nihilismo. En sus obras Pedro Páramo y El llano
en llamas, se refleja una visión pesimista de la
historia. Era catastrofista, su obra tiene una
relación cercana con el existencialismo y hay
que leerla y releerla varias veces para poder ser
entendido en toda su enorme amplitud. Hay
que notar que algunos críticos toman como
personaje central a Pedro Páramo, cuando
en realidad lo central en esa novela, es el
pueblo. Un pueblo muerto donde no viven
más que ánimas, donde todos los personajes
están muertos y aún quien narra está muerto.
Entonces no hay un límite entre el espacio y
el tiempo. Los muertos no tienen tiempo ni
espacio. Y así como aparecen, se desvanecen.
Una de las claves evidentes de la historia del
país la representa Pedro Páramo: hijo, nieto,
bisnieto de caciques, el último terrateniente
de un mundo erosionado. En la mayoría
de sus cuentos, Juan Rulfo nos entrega la
recreación de la soledad de muchos pueblos
jaliscienses en el período posrevolucionario, y
sobre todo, a lo largo de la rebelión cristera. El
mismo Rulfo insistió en la importancia de esta
rebelión: “guerra intestina que se llevó a cabo
en pueblos con ideas muy conservadoras,
entusiastas de los soldados descalzos del
ejército de Cristo Rey”.
Entrevista inédita a Arturo Azuela
las características esenciales de un momento
determinado en el pasado nacional. Nada
más ajeno a la verdad: Al filo del agua es
una novela con un compromiso histórico,
con un andamiaje donde la historia del país
juega un papel esencial: Los rumores van
y vienen, las noticias sobre las fiestas del
Centenario se acumulan, los movimientos
de Madero son conocidos al detalle y el
pueblo entero anuncia la llegada de grandes
acontecimientos. En realidad, mi admiración
por su obra arranca desde el fondo de los
tiempos, desde mis primeras lecturas de
novelas mexicanas cuando jamás imaginé
que la vocación literaria iba a ocupar las
mejores horas de mi vida.
El cacique de Comala no se compromete con
guerra intestina alguna; él compromete a
otros. “¿Cuánto necesitan para hacer su
11
LYA GUTIÉRREZ
Revolución?”, le pegunta Pedro Páramo a un
jefe de los que andan levantados en armas. Y
más tarde agrega: “El dinero se los regalo, a
los hombres nomás se los presto. En cuanto
los desocupen, mándenmelos pa’acá”.
Y fíjese en su importancia: en unos cuantos
fragmentos el autor nos da su concepción
escéptica de la Revolución Mexicana, la
misma de Mariano Azuela, la que también
siguieron Martín Luis Guzmán, José Man­
cisidor, José Vasconcelos, José Revueltas.
Sin embargo, la obra literaria de Rulfo no se
encierra en esas evidencias históricas. Al fin
y al cabo sus protagonistas están más allá de
las contingencias temporales, aunque están
ahí, frente y junto a una realidad que nadie
puede olvidar; ellos se aíslan del ámbito
terrenal y se hospedan en sus infiernos y en
sus purgatorios, ellos recuerdan los paraísos
perdidos y la esperanza de los antepasados
que al fin lograron la salvación eterna.
12
También tuve la oportunidad de tratar a José
Revueltas quien solía narrar especialmente
ambientes carcelarios bajo un mundo etílico
que al fin lo devoró. Tenemos la necesidad de
estudiar a fondo a este escritor bajo su propia
concepción marxista, la cual resultó suma­
mente interesante para estudiantes del
marxismo europeo, —se queda unos instantes
pensando, toma unos sorbos de agua, luego
mueve la cabeza y refiere—: Revueltas,
acusado varias veces de sedición, rebelión y
motín, fue injustamente criticado por su
amistad y su compromiso con estu­diantes y
profesores en momentos difíciles para la
nación. Disidente y militante, cambió el
curso de la narrativa mexicana. Sus repor­
tajes periodísticos son memorables. Sus
perso­najes, como los de Mariano Azuela, se
mueven en el anonimato, salen de la entraña
del pueblo. José Revueltas no se dirige nunca
a los escenarios o a los mundos interiores de
los protagonistas ejemplares; se queda con
el hombre de la calle, el de la pulquería, el del
callejón o el de la vecindad.
En fin, hay en estos cinco autores que acabo
de mencionar, un denominador común,
ellos fueron los que a través de la narrativa
entregaron los mejores testimonios de la
historia de México del siglo xx. De hecho,
la entrevista, la crónica y la nota periodística
realizadas puntualmente son aliados de
historiadores y narradores no presentes en los
hechos. Decía que esos autores describieron,
cada uno a su manera, a los desheredados
anteriores y posteriores a la Revolución
que nunca han encontrado ni paternidad ni
mucho menos un horizonte donde alguna
luz neutralice sus graves problemas. En
los últimos lustros, después del derrumbe
de aquellas alucinaciones sobre el milagro
mexicano, al fin y al cabo la narrativa no
huyó. La novela de la Revolución mexicana ha
entregado, en general, una visión escéptica de
un fenómeno histórico que se inició entre la
búsqueda de profundas transformaciones y el
ir y venir de las acciones heroicas; un proceso
que después apagó las voces espontáneas de
las multitudes y dio lugar a la confirmación
de los movimientos fríos y calculadores de los
políticos encumbrados y de los negociantes
de muy diversas parcelas.
Dejo descansar nuevamente al maestro
Azuela que para ese momento ya casi no tiene
voz. Tomo los documentos que me obsequia
para acompañar alguna frase o laguna de esta
entrevista. Antes de retirarme, se levanta del
sillón donde ha estado sentado durante esta
conversación. Me guía a uno de los estantes
de libros que le rodean, selecciona uno y,
generoso, antes de obsequiármelo, estampa
una dedicatoria, obra que a partir de ese
momento ocupará un lugar relevante en mi
librero. Regreso a Cuernavaca, durante el
camino miro de vez en vez ese paquete que
viaja junto a mí y pienso en sus últimas
palabras de esta entrevista:
Hoy en día, muchas verdades se esconden y, en
el silencio, se quedan muchos gritos aislados,
cada vez más solitarios, de los rebeldes que
aún no han perdido la esperanza.
Palabras, estas últimas, que me hacen reflexio­
nar en la conciencia social de Azuela Arriaga,
la misma que heredó de su abuelo, el de Los
de abajo, al que en su tiempo se le hiciera el
vacío; el de la enorme cultura, como la de su
hijo Salvador quien también fuera presidente
del Seminario de Cultura Mexicana y la de su
nieto Arturo, todos, de apellido Azuela. Todos
con su particular aporte a las letras mexicanas
y a la patria a través de la cultura a lo largo del
siglo xx e inicios del xxi.
Coincidencias y diferencias
ENRIQUE SUÁREZ-ÍÑIGUEZ*
E
l lenguaje existe para comunicarnos, para expresar nuestras ideas, sentimientos,
observaciones o experiencias. Las palabras son los tabiques con los cuales lo construimos.
En la ciencia, los conceptos son piezas fundamentales y, en ocasiones, el centro sobre
el que giran las explicaciones. En las ciencias naturales una vez que se define un concepto
(materia, energía, átomo, luz, etc.) todos lo utilizan con ese significado. En las ciencias sociales,
por desgracia, no sucede así, sino que cada quien puede llamar de distinta manera al mismo
objeto de estudio o definir un concepto de diferente forma. A veces, incluso, se modifica
sustancialmente el significado original, como pasó con élite que, para Pareto, indicaba los más
capaces y que Laswell transformó para designar a los de más arriba. En otras ocasiones, se pone
más cuidado en la utilización de un término atractivo que en definirlo con precisión. Kuhn
le proporciona al término paradigma un lugar central en su obra más famosa, pero lo define
de varias y distintas maneras y Dahl le da dos significados diversos a poliarquía.1 Otras veces
se llega a deformar un concepto por su calificativo. Guillermo O’Donnell acuña “democracia
delegativa” para designar un proceso de elecciones libres en donde se compite para gobernar
* Doctor en Ciencias Políticas, profesor titular “C” de la Facultad de Ciencias Políticas de la unam. Investigador
nacional nivel III, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias y miembro fundador del Consejo Mexicano
de Investigación en Ciencias Políticas.
1 Thomas Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions, Chicago, The University of Chicago Press, 1970. Por lo
general, Kuhn entiende por paradigma el cuerpo de teorías, leyes, métodos científicos aceptados comunmente
en una época; los parámetros dentro de los cuales se realizan las investigaciones; el statu quo de la ciencia. Otras
ocasiones lo hace sinónimo de teoría o de teoría dominante o para designar una teoría mejor que otra. En otro
momento afirma que es una teoría que “ordena” y otra vez llega a decir que es un “vehículo” para una teoría
científica. Y toda esta variedad en el mismo libro. Robert Dahl Poliarquia. Participación y Oposición, México, rei,
1993. Dahl utiliza poliarquía tanto para indicar distintos centros de poder como para referirse a una situación
ideal en oposición a la real (democracia).
ENRIQUE SUÁREZ-ÍÑIGUEZ
“virtualmente exentos de todo tipo de restricción salvo las impuestas por relaciones de poder
desnudas, no institucionalizadas” y donde el gobernante no tiene que dar cuentas ni puede ser
sancionado.2 Como se podrá observar, esta “democracia delegativa”, de democracia, no tiene
nada (salvo las elecciones libres).
Los términos que dan título a este trabajo son, también, ejemplos de la confusión en la que,
con frecuencia, se cae en las ciencias sociales, los medios de comunicación y la política.
Veamos en qué consisten verdaderamente.
Liberalismo
El liberalismo es una filosofía y como tal abarca distintas esferas de la vida humana. Lo central
para el liberalismo es la libertad del individuo en todos los campos, una libertad que ningún
Estado, poder, grupo o persona tiene el derecho de vulnerar porque es una libertad natural,
consustancial al ser humano.
La filosofía liberal defiende y promueve la libertad de pensar y obrar conforme cada quien
considere conveniente, sin importar si los demás, la mayoría o quien sea, están o no de acuerdo
(respetando, por supuesto, los derechos y la libertad de terceros). Por eso el liberalismo se
manifiesta en libertades concretas: de asociación, expresión, conciencia, pensamiento,
religiosa, política, personal, etcétera.
14
Ahora bien, si los absolutistas, como Bodin y Hobbes, habían escrito para justificar la
centralización absoluta del poder en manos del monarca, Locke, considerado el padre
del liberalismo, escribió su Ensayo sobre el gobierno civil precisamente para derruir los
planteamientos absolutistas. De ahí que si bien al liberalismo le interesa la libertad del
individuo en todos los campos, lo que en particular le importa es la libertad del individuo
frente al Estado.
Tanto Hobbes como Locke partieron de la elaboración de una teoría del contrato social para
explicar por qué los individuos forman una sociedad, pero la concibieron de distinta manera.
Para Hobbes el estado natural era un estado de guerra de todos contra todos, donde no había
ley, justicia ni propiedad.3 Locke, por el contrario, sostenía que los hombres han sido creados
libres e iguales y que en el estado natural existía completa libertad de actos, propiedades y
personas, las cuales no dependían de la voluntad de nadie salvo de la propia. En ese estado
natural también había igualdad pues todo poder y toda jurisdicción eran recíprocos. Si bien el
estado de naturaleza de Locke no es como el de Hobbes, donde el hombre es el lobo del hombre,
tampoco es adecuado: es un estado inseguro. El hombre, ahí, vive lleno de “sobresaltos y de
continuos peligros”,4 por lo que requiere un pacto para entrar en sociedad con otros y poder
así garantizar la seguridad de vidas y bienes.
Al tener el individuo una libertad natural no puede verse sometido al poder, voluntad o autoridad
de ningún hombre salvo por consentimiento, y éste se otorga mediante convenio con otros
hombres para reunirse en una comunidad y poder así vivir una vida cómoda, segura y pacífica
disfrutando de sus bienes. Para lograr esto se necesita una ley común y un juez que la haga valer.
Ser libre, entonces, es hacer lo que las leyes permiten, pues si se pudiera hacer lo que prohíbe
la libertad se acabaría al tener todos el mismo poder. Por eso la libertad política consiste en la
“tranquilidad de espíritu” que proviene de la confianza que cada uno tiene en su seguridad.5
Mucho se ha dicho y escrito sobre que el liberalismo defiende la propiedad privada, pero
Locke lo hizo desde un punto de vista filosófico no como doctrina económica o posición
2 Guillermo O’Donnell “Democracia Delegativa” Contrapuntos, Argentina, Paidós, 2000, p. 294.
3 Thomas Hobbes Leviatán, México, fce, 1984 (edición original 1651).
4 John Locke Ensayo sobre el gobierno civil, Madrid, Aguilar, 1976, p. 93 (edición original 1690).
5 Ch. L. Montesquieu Del espíritu de las leyes, México, Sepan Cuantos de Porrúa, 1977 (edición original 1748).
siempre que alguien saca alguna cosa del estado en
que la naturaleza la produjo, ha puesto en esa cosa
algo de su esfuerzo, le ha agregado algo que es propio
suyo; y por ello, la ha convertido en propiedad
suya. Habiendo sido él quien la ha apartado de la
condición común en que la Naturaleza colocó esa
cosa, ha agregado a ésta, mediante su esfuerzo, algo
que excluye de ella el derecho común de los demás.
Siendo, pues, el trabajo o esfuerzo propiedad
indiscutible del trabajador, nadie puede tener
derecho a lo que resulta después de esa agregación,
por lo menos cuando existe la cosa en suficiente
cantidad para que la usen los demás”.6
Es entonces cuando Locke pone el ejemplo de las
bellotas recogidas al pie de un encino o de las manzanas
arrancadas al árbol. ¿Cuándo se considera que fueron
suyas? “Es evidente que si el acto de recogerlo no
hizo que le perteneciese, ninguno de los otros actos
pudo darle la propiedad”. Pero como vimos antes, eso
es cuando existe suficiente para los demás, pues los
hombres no deberían acaparar más de lo que puedan
consumir antes de que se eche a perder. Todo lo que
excede de ese límite corresponde a los otros. “Dios
no creó nada con objeto de que el hombre lo eche a
perder o lo destruya”. Lo mismo sucede con la tierra:
cada individuo es dueño de la que pueda trabajar y ésa
es la “medida de su propiedad”. Claro que el propio
Locke admitió que con el invento del dinero se puede
intercambiar y acaparar, pero no de manera abusiva y de
ninguna forma cuando se trata de bienes indispensables
para todos, como el agua. Cuando Locke se refiere,
por ejemplo, a la posibilidad de acaparar mayores
extensiones de tierras de las que cada quien puede
trabajar, señala explícitamente que esa apropiación
debe ser legítima y “sin daño para nadie”.
Los liberales contemporáneos, los verdaderos, no los
llamados neoliberales, asumen los planteamientos filo­
sóficos de los clásicos y consideran como lo esencial del
liberalismo, la libertad del individuo, en particular frente
al Estado o cualquier tipo de poder. Popper lo señaló con
nitidez: “llamo liberal no al simpatizante de un partido
político, sino simplemente a un hombre que concede
valor a la libertad individual y que es sensible a los
peligros inherentes a todas las formas del poder y de la
6 John Locke op. cit., p. 23.
Liberalismo, neoliberalismo y libertarismo
política. Si para el liberalismo cada individuo es dueño
de su propia persona y nadie, fuera de sí mismo,
tiene derecho a ella, de ahí se sigue que lo mismo
sucede con lo que su cuerpo realiza, con su trabajo:
es de su propiedad. En otras palabras, el trabajo es el
título de propiedad. La argumentación de Locke es
extremadamente interesante. Veámosla.
15
ENRIQUE SUÁREZ-ÍÑIGUEZ
16
autoridad”.7 Los liberales contemporáneos tam­
bién entienden la libertad como sus clásicos, es
decir, como la ausencia de impedimentos para
cumplir la voluntad, pero establecen la diferencia
entre regular y restringir. De lo que se trata es de
que el individuo esté libre de restricciones para
hacer o dejar de hacer todo aquello que de
manera legítima le permita realizarse a sí mismo
y progresar en todos los órdenes (social, econó­
mica, política o moralmente) dentro de la sociedad.
Por ello, como señalé antes, el liberalismo se
manifiesta en libertades concretas. En ese sen­
tido, el liberalismo es también libertad de op­
ción, libertad de vivir y creer en lo que cada
quien considere conveniente a condición de
respetar la libertad de los demás y las leyes
que rigen (si una ley es injusta se puede y se
debe luchar por derogarla).
Por otra parte, muchos liberales contemporáneos
—si bien no todos— se manifiestan claramente
a favor de la participación del Estado en la
distribución de la riqueza y la dirección de
la sociedad; lo que no quiere decir que apoyen
un Estado excesivo que pretenda imponer o
prohibir cuestiones que le atañen exclusivamente
al individuo.
En suma, el liberalismo cree en el valor del
individuo, en su derecho a vivir su vida de la
manera en que lo considere conveniente y en la
libertad de ese individuo frente a toda opresión,
en particular del Estado.
Neoliberalismo
Si nos atenemos al término, éste debería sig­
nificar un nuevo liberalismo, pero no es así.
Aunque tiene una cierta fundamentación
filosófica no es una filosofía sino una doctrina
económica. Esa fundamentación la dio
Friederich Von Hayek considerado por muchos
como el principal exponente de esa doctrina,
pero Hayek mismo era un economista, no un
filósofo. La fundamentación la dio a partir del
concepto de mano invisible de Adam Smith. El
proceso de mano invisible explica que lo que
parece ser el propósito o el objetivo de alguien
en realidad no lo es. El mercado, así, es el fruto
de un desarrollo natural, espontáneo, surge y se
desenvuelve sin que nadie se lo haya propuesto.
Por ello, cuando el gobierno pretende regularlo
7 Karl Popper Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del
conocimiento científico, Barcelona, Paidós, 1983.
Quitando esa fundamentación filosófica que
pocos neoliberales conocen, lo que queda
es sólo una doctrina económica. ¿En qué
consiste? Ante todo en “adelgazar” al Estado
(gobierno, empresas estatales y paraestatales).
Los neoliberales se manifiestan por un
Estado que participe lo menos posible en la
economía y que ese sitio lo ocupe el sector
privado, el cual deberá tener el predominio.
Los neoliberales se expresan a favor de la
ley de la oferta y la demanda (algunos de
manera estricta y otros aceptando algunas
regulaciones) y, en las últimas décadas, por
la globalización. Pretenden un mercado
universal, tanto de productos industriales y
comerciales como del sector financiero, por lo
cual necesitan, sobre todo, en los países en vías
de desarrollo, modernizar puertos, carreteras,
aeropuertos, así como los sectores industrial,
comercial y financiero. A esto, o poco más, se
reduce el llamado neoliberalismo. El resultado
de las políticas económicas neoliberales ha
sido el enriquecimiento de los sectores cúpula
de la sociedad y la apertura de la brecha de
la desigualdad social. Sin la participación clara
y decisiva del Estado, el desarrollo benefi­
ciará a los que más tienen.
A diferencia del liberalismo que, como filosofía,
abarca distintas esferas de la vida humana
y que por ello se manifiesta en libertades
concretas, a los neoliberales la libertad que les
interesa primordialmente es la de mercado.
Desean otras libertales en la medida en que
son necesarias para aquélla y para vivir en una
sociedad abierta, pero sus demandas y políticas
van encaminadas a la libertad de mercado. Los
gobernantes neoliberales no están a favor de
la libertad del individuo frente al poder. No
desean ciudadanos concientes que luchen por
sus derechos sino ciudadanos pasivos que no
se opongan a sus políticas.
Por todo lo hasta aquí expuesto resulta claro
que un liberal no tiene por que ser neoliberal ni
viceversa. El término neoliberal es uno de los
más desafortunados porque ha desvirtuado lo
que significa el verdadero liberalismo y porque
ha generado confusión. En realidad debería ser
“neoconservadurismo”.
Liberalismo, neoliberalismo y libertarismo
o dirigir la economía lo que produce son
desajustes como la inflación, el desempleo, la
recesión o la depresión. Al mercado hay que
dejarle seguir su propio desarrollo. Hayek es
un enemigo del llamado Estado benefactor.
17
ENRIQUE SUÁREZ-ÍÑIGUEZ
18
Libertarismo8
Surgió dentro de la teología que defendía el libre albedrío en oposición a una concepción
determinista de la conducta humana. En el siglo xix representaba un individualismo filosófico
que se manifestaba a favor del derecho a la propiedad y desde mediados del siglo xx se entiende
como una filosofía política que defiende la libertad absoluta del individuo (sin más límite
que la libertad de los otros) de manera mucho más radical que el neoliberalismo. Algunos lo
identifican con el anarquismo pero, en realidad, es otra cosa.
Al igual que para los neoliberales, los libertarios creen que el Estado surgió de manera natural
por un proceso de mano invisible, pero sus fundamentos filosóficos son más profundos.
Locke había señalado que en el estado de naturaleza los individuos son dueños de sus actos,
de sus personas y de sus bienes para usarlos como mejor lo consideren “sin necesidad de
pedir permiso y sin depender de la voluntad de otras personas”. Apoyado en esta idea, el
más influyente filósofo libertario contemporáneo, Robert Nozick planteó el sustento moral y
filosófico del libertarismo: “los individuos tienen derechos, y hay cosas que ninguna persona
o grupo puede hacerles sin violar esos derechos”.9 Los derechos individuales ocupan todo el
espacio de los derechos, por lo que cabe preguntarse qué es lo que podría hacer el Estado o
sus funcionarios sin afectar esos derechos. Dado que la filosofía moral establece el trasfondo y
los límites de la filosofía política, lo que las personas pueden o no pueden hacerse unas a otras
limita lo que pueden hacer por medio del Estado o para crearlo. Por ello, el Estado mínimo,
limitado a proporcionar seguridad contra la violencia, el robo y el fraude, al cumplimiento
de contratos, etc., es el único Estado que se justifica. Esto, como se ve, no es anarquismo, al
que Nozick critica. Cualquier otro Estado más extenso viola los derechos de las personas y,
por tanto, es inmoral. Como se podrá notar, los planteamientos libertarios son mucho más
radicales que los de los neoliberales.
En particular, el libertarismo sostiene que el Estado no puede obligar a los individuos a hacer
algo o prohibirles actividades para su propio bien y progreso. Por ello, por ejemplo, se opone
al pago obligatorio de impuestos, pues esto significa que el Estado se está apropiando del
producto de una parte del trabajo de las personas para destinarla a fines ajenos a ella. No importa
si el fin es bueno, como ayudar al desvalido o al menos afortunado: la única manera legítima
de hacer esto es voluntariamente. El libertarismo sostiene que todas las relaciones humanas
deben estar basadas en actos voluntarios. Por eso está también en contra de la distribución
de la riqueza que el Estado extenso considera una de sus principales tareas. Según Nozick esa
posición parte de considerar las pertenencias como se encuentran hoy, pero la propiedad debe
ser vista históricamente. Se trata de los principios de justicia en la adquisición, de justicia en
la transmisión y de rectificación de injusticias, si las hubo; y si esto fue realizado de manera
legítima, la propiedad es justa. La llama teoría retributiva de la justicia. Su fundamento lo
había establecido Locke con el ejemplo de las bellotas del encino y de las manzanas del árbol:
lo que hace a alguien dueño del producto es el trabajo que pone en él.
El libertarismo no sólo no acepta ningún tipo de violación a los derechos del individuo sino
tampoco a las restricciones indirectas. Se llaman así porque lo que prohiben no es sólo la acción
directa sino la que, de manera indirecta, sin intención, puede causar un daño a la persona. Aquí
el fundamento moral es la consideración kantiana de que las personas son fines y no medios.
Dentro de lo que se ha llamado libertarismo post-Nozick destaca lo establecido por Tiber
R. Machan quien afirma que el libertarismo es la versión “purificada” del libertarismo
norteamericano; que éste no sólo se basa en autores como Locke sino en la propia Declaración
de Independencia de 1776 y que esa Declaración es, en esencia, un documento libertario. Ahí
se apunta que todos los hombres han sido creados iguales y con ciertos derechos inalienables
8 Sigo aquí mi propia contribución sobre el término que presenté para el Diccionario de Justicia que publicará la
Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
9 Robert Nozick Anarquía, Estado y Utopía, México FCE, 1990, p. 7.
Contra esa posición de derecha, existe también un libertarismo que se dice de izquierda. leftlibertarianism. Incluso se ha llegado a afirmar que en sus orígenes fue de izquierda porque
estaba contra el Estado que favorecía los privilegios de los dueños del capital en detrimento
de los trabajadores, y que las imposiciones del Estado, como impuestos, regulaciones, tarifas,
subsidios, etc., restringieron la competitividad y, por ende, limitaron la demanda de trabajo y
las oportunidades de auto-empleo. El libertarismo es también considerado de izquierda por
algunos libertarios por oponerse al imperialismo, a la guerra, a las violaciones a las libertades
civiles y a la detención arbitraria.
El libertarismo de izquierda defiende tanto los derechos del individuo como las demandas por
la igualdad material. Sostiene que los recursos naturales, como la tierra, el agua, el aire, los
minerales, pertenecen a todos de “alguna” manera igualitaria y que, por tanto, no pueden ser
apropiados sin el consentimiento de los demás miembros de la sociedad o sin un “significativo”
pago por ello. También se afirma que el libertarismo puede ser compatible con un Estado
“robusto” que busque una distribución de la riqueza en beneficio de los más pobres y procure
bienes y servicios que el “mercado” no ha proporcionado. Para hacer esto, Vallentyne propone
dos medios: que el Estado se financie a través de los que violan los derechos, “extracting
the costs of enforcement from those who violate rights” y, como vimos, que aquellos que se
apropian de recursos naturales paguen una “renta competitiva por los derechos adquiridos”.
Sin embargo, esto parece más una fantasía que un programa político que pueda aplicarse. El
propio Vallentyne admite que su objetivo es sólo mostrar la “posibilidad” de un libertarismo
que sea compatible con una “significativa” actividad del Estado.11
A pesar de los que defienden un libertarismo de izquierda, lo sustantivo del libertarismo es la
defensa de la libertad del individuo, sin más límites que la libertad de los demás; el derecho a
la propiedad privada; la oposición a un Estado que vaya más allá de proporcionar seguridad
y trato igual a todos a través de la ley; el rechazo a la coacción, en particular del Estado, y la
aseveración de que todos los actos en la sociedad deben ser realizados de manera voluntaria.
10 V
éase Tiber R. Machan y D. Craig Libertarianism. For and Against, Lanham, Maryland, Rowman & Littlefield
Publishing, 2005 y Tiber R. Machan Libertarianism Defended, Hampshire, Ashgate Publishing Limited, 2006.
11 Véase P. Vallentyne “Libertarianism and the State” Social Philosophy & Poliicy Foundation, Vol. 24, issue 01,
January 2007.
Liberalismo, neoliberalismo y libertarismo
y que para asegurar esos derechos se ha constituido el gobierno. La Declaración destaca los
derechos a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Según Machan, al proteger el
gobierno los derechos básicos –el “bienestar general”– el ciudadano puede buscar su “bienestar
específico”, su propia felicidad. Para conseguir ésta cuenta con el apoyo de la familia, la
Iglesia, las compañías y clubes y otro tipo de asociaciones y organizaciones, a condición de
que sea una ayuda voluntaria. Machan aborda también el problema quizá más cuestionado
del libertarismo: su oposición al pago de impuestos o a cualquier otra medida coercitiva para
la distribución de la riqueza. El cree que el sistema legal de una “buena comunidad” puede
garantizar tanto la libertad como la igualdad, pero sólo una igualdad moral y política. En
una sociedad así se considera a toda persona como igual a otra “sólo” en lo que respecta a su
naturaleza humana. Cada individuo es tratado como un agente moral, como un fin en sí mismo
y no como herramienta para la consecución de metas que no ha elegido voluntariamente. Para
los propósitos de la justicia política lo único relevante es la igualdad ante la ley. Buscar la
igualdad en otros campos es “imposible y por tanto erróneo”.10
19
ENRIQUE SUÁREZ-ÍÑIGUEZ
Coincidencias y diferencias
Veamos primero las coincidencias entre el liberalismo y el libertarismo. Los dos son filosofías y los dos se basan en Locke. Ambos
defienden la libertad del individuo frente al
Estado. Uno y otro aceptan la necesidad de
apegarse a la ley y los dos sostienen el derecho a la propiedad privada.
Las diferencias son significativas. El liberalismo
es una filosofía mucho más amplia que abarca,
como vimos, distintas esferas de la vida humana.
No sólo se refiere a la libertad del individuo
frente al Estado sino frente a cualquier grupo
o persona y por ello exige libertades concretas
como las de asociación, expresión, conciencia,
pensamiento, personal, etc. Quizás por eso
algunos autores hablan de liberalismo político,
liberalismo económico, liberalismo ético, pero
en realidad es un solo liberalismo. Implica la
libertad de elegir la propia forma de vida en
todos los campos. El libertarismo, por su parte,
es sólo una filosofía política.
20
El liberalismo afirma que el Estado y la
sociedad fueron creados voluntariamente a
través de un contrato social; el libertarismo
asegura que fue por un proceso natural de
mano invisible.
A pesar del auto-denominado libertarismo de
izquierda o a excepción de él, el libertarismo
acepta sólo un Estado mínimo, vale decir, un
garante de la seguridad y del cumplimiento de
la ley y los contratos. Sostiene que el Estado
no debe imponer o prohibir nada que vaya
más allá de eso, a menos que sea aceptado
voluntariamente por los individuos. El libera­
lismo, en cambio, no necesariamente está a
favor del Estado mínimo. Son muchos los
liberales que se manifiestan clara y abierta­
mente por un Estado participativo que regule
la economía y la vida social. Creen en la
necesidad de que ocupe un lugar primordial en
la conducción de la sociedad y en proporcionar
servicios de calidad para todos, como en la
educación o la salud, por ejemplo. Por ello el
liberalismo, o una buena parte de él, señala
como función esencial del Estado la distri­bu­
ción de la riqueza y los empleos. El libertarismo,
en cambio, se opone contundentemente a
cualquier medida de distribución de la riqueza
que no sea voluntaria.
Si el libertarismo afirma que todo lo que vaya
más allá del Estado mínimo es inmoral, el
auténtico liberal lo que considera inmoral
es la tremenda desigualdad social y económica.
Si Nozick es el filósofo por antonomasia del
libertarismo contemporáneo, el liberalismo
tiene diversas figuras intelectuales que van
desde Locke y Montesquieu hasta Berlin,
Popper o Rawls, por citar sólo algunos nom­
bres ilustres.
Así pues, a pesar de algunas coincidencias, las
diferencias entre estas dos filosofías son grandes
e importantes. No puede confundirse una con
la otra. Aun aquellos liberales que desean un
Estado mínimo aceptarían más participación
del mismo que cualquier libertario (y subsisten,
además, las otras diferencias).
Respecto al neoliberalismo, la principal
desemejanza es que es una simple doctrina
económica. Aunque en teoría los neoliberales
aceptan diversas libertades, lo que más les
interesa, como ya dije, es la de mercado. A
los gobernantes neoliberales poco, si acaso,
les importa la libertad del individuo frente al
Estado. Un neoliberal se inclina por un Estado
mínimo en lo económico pero querrá un
Estado fuerte capaz de instaurar las medidas
neoliberales contra la oposición de amplios y
diversos grupos sociales y será un acérrimo
enemigo de un Estado participativo. En lo
que se refiere a la distribución de la riqueza,
el neoliberalismo se expresará a favor en
el discurso, pero las medidas neoliberales
tienden a abrir la brechas de la desigualdad.
Liberalismo, libertarismo y neoliberalismo
coinciden en que el sector privado debe
ocupar un lugar significativo en el desarrollo
económico, si bien el grado de participación
varía según sus distintas concepciones.
Finalmente, quiero señalar una situación
curiosa pero significativa para mí, y es que
podemos encontrar liberales y libertarios
entre la gente común, entre personas de
diversas clases sociales, pero los neoliberales,
en cambio, suelen ser los miembros de las
élites económicas, sociales y políticas; lo que
demuestra claramente a quiénes benefician
esas políticas.
JACQUELINE PESCHARD
MIEMBRO TITULAR
Un tema reciente de la gobernanza democrática
A
ctualmente, las ideas de transparencia y derecho a la información forman parte de
la agenda pública de la gobernanza democrática en prácticamente todo el mundo.
Hoy, es impensable hablar de gobierno democrático sin que estén incorporados estos
principios como ejes rectores del despliegue cotidiano de las políticas públicas. De hecho, son
temas que se han colocado en el centro de la deliberación sobre los requisitos indispensables
para el fortalecimiento de las democracias.
Los derechos fundamentales de tercera generación, entre los que se encuentra el de acceso
a la información pública, están ya reconocidos tanto por nuestra Constitución Política (Art.
6º, 2007), como por tratados internacionales que México ha suscrito (Declaración Universal
de los Derechos Humanos (1948), Convención Americana de Derechos Humanos (1969) el
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966).1
Sin embargo, a pesar de la centralidad que han cobrado la transparencia y el acceso a la
información en todo el mundo, estos temas no formaron parte del elenco de los procesos
de democratización, los cuales estuvieron enfocados a cambios en las instituciones políticas
formales, es decir, en las elecciones, la representación política, la participación ciudadana y/o
los movimientos sociales.
1 El derecho a la información se ha identificado como parte de una ola novedosa de derechos humanos, que
tiene una importancia equivalente a los derechos civiles, políticos y sociales. Bovens, Mark, “Information
Rights: Citizenship in the Information Society”, en The Journal of Political Philosophy, vol. 10 #3, 2002.
JAQUELINE PESCHARD
De hecho, en México, nuestro largo proceso de transición a la democracia estuvo
centrado en lograr elecciones limpias, confiables y disputadas y en construir un
sistema de partidos plural y competitivo. No fue sino hasta que se alcanzó dicho
objetivo cuando surgieron en el debate público los temas de la transparencia y
el acceso a la información, los cuales se convirtieron en elementos constitutivos
de un segundo escalón en la democratización que pondría el énfasis en la
administración del gobierno.
Cuando volteamos los ojos para ver cuándo y cómo se han ido regulando
la transparencia y el acceso a la información como características de la
gestión gubernamental en una democracia y como derecho de las personas
a saber y conocer cómo toman sus decisiones y cómo gastan los gobiernos,
respectivamente, encontramos un primer antecedente que se remonta a hace
más de 200 años, en 1776 en Suecia con la Ley para la Libertad de Prensa y el
Derecho de Acceso a las Actas Públicas.
Dicha ley perseguía impulsar la libertad de expresión y la vigilancia cuidadosa
del gobierno, sobre todo por parte de los periodistas, con el fin de exhibir las
deficiencias burocráticas. Es decir, estaba orientada a robustecer la labor de
la prensa y, por ende, a impulsar la libertad de expresión, asegurando que los
periodistas y reporteros tuvieran acceso a la información gubernamental, en el
entendido que eran ellos quienes tenían la función de informar a la sociedad.
22
Pero, aquella ley fue un caso único, ya que las siguientes se registraron durante
la segunda mitad del siglo xx (Finlandia en 1951, eua 1966) y la gran mayoría
de las legislaciones en transparencia se promulgaron después de 1990 y a partir
del 2000 se han ido extendiendo a lo largo y ancho de todos los continentes.2
Así, mientras que en el 2000 apenas 45 países contaban con una ley en la materia
y éstos se concentraban en las naciones más desarrolladas de Europa Occidental,
Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Japón o Israel, para 2013,
92 países se habían incorporado a la lista y éstos abarcaban desde Gran Bretaña
y Suiza, pasando por México y Perú, Pakistán y la India, o Etiopia y Angola.3
¿Cómo explicar que estos asuntos que hoy resultan tan relevantes para la gobernanza
democrática tardaran tanto tiempo en formar parte de la agenda pública?
Una primera explicación de lo reciente de estas leyes, a la vez que de la proliferación
explosiva de las mismas hacia fines del siglo xx y principios del xxi deriva del
debilitamiento que ha experimentado la legitimidad electoral, en buena medida
por la incapacidad de la democracia para responder a las crecientes demandas de
los ciudadanos en contextos sociales cada vez más complejos y con poblaciones
que demandan respuestas específicas a sus distintas necesidades.4 Esa pérdida
de densidad democrática de las elecciones, porque la legitimidad de origen de
los gobiernos no se traduce inmediatamente en una gobernanza democrática,
explica que exista un desencanto frente a las promesas incumplidas de dichas
formas de gobierno.5
2 Para 1990 sólo doce países contaban con una ley de transparencia y acceso a la información.
Banisar, David, Freedom of Information and Access to Government Record Laws Around the
World, www.privacy/international.org, 2004.
3 Mendel, Toby, “Transparency Laws Index”, Centre for Law and Democracy, Canadá, 2011,
www.law-democracy.org
4 Rosanvallon, Pierre, La légitimité démocratique, Paris, Seuil, 2008, p. 15.
5 Bobbio, Norberto, El futuro de la democracia, México, fce, 1990.
Eso estuvo lejos de ser el caso y así lo
demuestran los datos de las encuestas sobre
cultura política en la región latinoamericana.
En el contexto de una gran mayoría de países
con regímenes electorales democráticos, se
aprecia una creciente frustración frente a las
“promesas incumplidas” de la democracia
que ha llevado a que en 2013 se registre un
índice de confianza en la democracia como
forma de gobierno ideal de sólo 57% y una
insatisfacción con el funcionamiento de la
democracia de apenas 39%.6
En contrapartida, el avance mismo de la
democratización electoral en el mundo
ha fomentado la construcción de una
ciudadanía más educada e informada que
no está conforme con una participación
meramente convencional y en calendarios
fijos, como es la electoral, y que reclama tener
un involucramiento más sustantivo en los
asuntos colectivos. Es decir, hay una demanda
de mayores espacios de participación de parte
de distintos sectores sociales con objeto de
estar en mejores condiciones de aprovechar
los programas y políticas que despliegan los
gobiernos y, desde luego, para ejercer más
activamente sus diversos derechos.
Sin duda alguna, también ha influido
en la reciente proliferación de leyes de
transparencia, la revolución informática que
hemos vivido en los últimos lustros y que ha
permitido generar y almacenar volúmenes
antes inimaginables de información, que
pueden viajar a una gran velocidad y
6 El promedio de apoyo a la democracia en 2013 fue
de 56% (México sólo registró un 37% de apoyo). El
nivel de insatisfacción con el desempeño de la democracia en 2013 en la región fue de 39%, mientras
que en México, sólo de 21%. Informe del Latinobarómetro, 2013, www.latinobarometro.org
ser consultados por cantidades enormes
de personas desde lugares remotos. Los
sistemas informáticos con los que contamos
hoy en día han impactado la gestión
gubernamental porque la información que
elaboran o resguardan los entes públicos
pueden organizarse, conservarse y depurarse
más fácilmente y ello ayuda a que sean
consultables de forma rápida y sencilla.
Dicho de otra manera, los grandes avances
tecnológicos no solamente han estimulado
la comunicación constante y fluida entre
las personas, a través de internet y las redes
sociales, sino que han acercado a la población
a las decisiones y las acciones de sus gobiernos
que, en principio, ya pueden ser consultadas
electrónicamente y desde el lugar donde se
encuentre la persona.
Empero, para que efectivamente se puedan
revisar con mayor celeridad los registros públicos, echando mano de las innovaciones tecnológicas, es necesario que los archivos gubernamentales estén adecuadamente clasificados
y resguardados no sólo por un principio de
orden administrativo, sino para que puedan
ser liberados o publicitados y con ello cumplir
con las obligaciones de transparencia.7
Los grandes acontecimientos internacionales
también han incidido en la proliferación
reciente de leyes de transparencia y acceso a la
información. El derrumbe del socialismo real,
expresado gráficamente en la caída del Muro
de Berlín, rompió la bipolaridad del mundo
para erigir a la democracia en la forma de
gobierno reconocida universalmente como
válida. Después de la oleada democratizadora
que ocurrió en el plano electoral durante
los últimos dos decenios del siglo xx, a
la que se refiriera Samuel Huntington,8
fueron surgiendo corrientes de opinión que
reivindicaban dar un salto adelante en la
consolidación de los gobiernos democráticos,
7 El adecuado resguardo y orden de los archivos gubernamentales no siempre tuvo el fin de la publicidad en la mira, por lo que tenerlo ahora implica
incorporar un nuevo objetivo a los esquemas de la
gestión documental. Merino, Mauricio, “El desafío
de la transparencia organizacional”, en Bustillos, Jorge y Miguel Carbonell (coords.), Hacia una democracia de contenidos: la reforma constitucional en materia
de transparencia, Méx., unam, ifai, pp. 127-140.
8 Huntington, Samuel, The Third Wave: Democratization in the Late Twentieth Century, Oklahoma, Oklahoma University Press, 1993.
Los claroscuros de la transparencia
En efecto, las transiciones a la democracia
que se sucedieron a lo largo de los últimos
decenios del siglo xx generaron grandes
expectativas frente a lo que implicaría el
arribo o el retorno a la democracia, después
de regímenes militares o autoritarios.
Se consideraba que la democracia no
sólo incorporaría a la ciudadanía a las
decisiones públicas, abriendo cauces para
su participación, sino que desembocaría,
casi mecánicamente, en la generación de
respuestas eficaces a los grandes problemas
económicos y sociales de la población.
23
JAQUELINE PESCHARD
exigiendo una gestión gubernamental eficaz y eficiente, capaz de rendir cuentas puntuales de
su actuación y de dotar a la población de instrumentos de control sobre sus gobiernos.
Los temas de la transparencia y el acceso a la información se han convertido en referencias
“políticamente correctas” de cualquier desempeño gubernamental que se reclame democrático.
A ello responde la enorme acogida que ha tenido la convocatoria a la llamada Alianza por el
Gobierno Abierto, convocada por el gobierno norteamericano de Barak Obama. Esta Alianza
es una plataforma multilateral voluntaria, cuyo objetivo es progresar en la puesta a disposición
del público información gubernamental en formatos abiertos y reutilizables y, por ello mismo,
útiles para la población.
Esta iniciativa, lanzada en 2011 por ocho países, entre los que estuvo México, y que hoy suma a
63 naciones, plantea un esquema de colaboración estrecha entre gobiernos y organizaciones de la
sociedad civil como fórmula para determinar qué información debe de ser publicada, con base en
lo cual se establecen los compromisos de apertura de información de cada gobierno involucrado.9
Ciertamente esta Alianza no puede sustituir a las leyes de acceso a la información que pugnan
por el derecho de las personas por solicitar cualquier información que pueda estar en manos
de los gobiernos por el sólo hecho de que son ellas las propietarias de la información pública
que servidores y funcionarios solamente resguardan.
Todos estos fenómenos que distinguen a nuestra época muestran cómo se ha ido moviendo
el centro del debate democrático de la política propiamente dicha a la administración de
políticas públicas, que se orientan a responder a demandas de grupos sociales específicos.
Esta tendencia se registra también en nuestro país, a partir del año 2000 en que empezaron a
surgir demandas de un ejercicio de gobierno expuesto al escrutinio público y una manera de
lograrlo en primer lugar es vía el acceso a la información pública gubernamental.
24
Tal parece, entonces, que una vez saldada la cuenta con los principios básicos de una democracia
que es la salvaguarda de los derechos fundamentales y políticos, es necesario regular y darle
vigencia a procedimientos para que la población esté en condiciones de saber y conocer qué
hacen las autoridades, cuánto y en qué gastan y qué resultados alcanzan con sus decisiones.
El desarrollo de la transparencia y el derecho a la información en México
Los antecedentes
A lo largo de la larga época de la hegemonía del pri, los derechos políticos estaban reducidos a
una estricta formalidad, pues no estaba vigente ni el derecho al voto libre y competido, ni los
demás derechos escritos en la Constitución, además de que el gobierno no estaba sometido a
la vigilancia de los ciudadanos. Existía una suerte de consenso pasivo alrededor del régimen de
un solo partido que ofreció estabilidad política y cierta modernización económica. Fue lo que
se conoció como la paz del pri.
Los gobernantes en México no estaban sometidos a ninguna exigencia de rendición de cuentas,
ni existían vías para reclamarles responsabilidad por sus actos y decisiones. Como bien ha
señalado Andreas Schedler, “todo funcionario era, en última instancia responsable solamente
ante el Presidente de la República, quien a su vez era responsable solamente ante los fantasmas
históricos de la revolución mexicana”.10
Sin embargo, la primera reforma en materia de información se remonta a 1977 en ocasión de
la primera gran reforma político-electoral que abrió el sistema de partidos a nuevas corrientes
de opinión, ofreciéndoles espacios de representación popular por la vía de diputaciones
9 Alianza por el Gobierno Abierto (Open Government Partnership) www.opengovpartnership.org
10Schedler, Andreas, “Mexico: Democratic Transition and Beyond”, en Burnel, Peter, Vicky Randal and Lise Rakner
(eds.) Politics in the Developing World, Oxford, Oxford University Press, 3era ed., 2010.
El hecho de que este párrafo se incorporara al texto constitucional en el marco de la reforma
política electoral explica por qué tardó 25 años en reglamentarse. Por ello, cuando algún
particular acudió al Poder Judicial para exigir el cumplimiento de dicho mandato constitucional,
la Suprema Corte de Justicia le dio una interpretación peculiar y hasta coyuntural. Así, en
1992, se estableció que el derecho a la información era una garantía social de los partidos
políticos para expresar sus opiniones a través de los medios de comunicación; en 1996 la
Suprema Corte lo interpretó como una fórmula a la que debían obligarse las autoridades, para
abstenerse de dar información tendenciosa, incompleta o falsa.
Los claroscuros de la transparencia
de representación proporcional. Dicha reforma modificó el artículo 6º constitucional para
establecer que “el derecho a la información será garantizado por el Estado”.
Fue en 1997, en ocasión de la solicitud de información sobre la matanza de Aguas Blancas
en Guerrero que la Suprema Corte sentenció: “Que las autoridades se abstengan de dar a la
comunidad información manipulada, incompleta o falsa, so pena de incurrir en violación grave
a las garantías individuales”.11 Dicho de otra manera, sólo veinte años después se concibió al
derecho a la información como una garantía individual, o como un derecho fundamental,
consagrado por la Constitución.
Esos veinte años coincidieron con la época de la transición a la democracia mexicana que
estuvo enfocada a lograr elecciones limpias y competidas. Los entonces partidos de oposición
y las organizaciones y los movimientos sociales de muy distinto tipo y objetivo, tenían en
común un reclamo democrático que era esencialmente electoral.
El consenso social giraba alrededor de la demanda del respeto estricto al derecho a votar como
palanca para conquistar gobiernos con un origen democrático, es decir, que sólo la voluntad
de los ciudadanos contara para conformar los poderes.
Aunque la demanda de transparencia como un ingrediente indispensable de procesos
electorales confiables estuvo presente a lo largo de la transición, fue una suerte de implícito,
es decir, de telón de fondo, que no formaba parte de los principios rectores de la autoridad
electoral (certeza, legalidad, imparcialidad, independencia y objetividad).
A pesar del retraso en la reglamentación del derecho a la información previsto en la Constitución, en enero de 1994, en el contexto del levantamiento zapatista y de cara a la elección
presidencial de ese año que se perfilaba políticamente complicado, un conjunto de intelectuales, políticos, miembros de organizaciones civiles de muy diversos signos políticos hicieron
un pronunciamiento denominado 20 compromisos por la democracia, el cual planteaba que
sólo a través de la democracia podrían resolverse los grandes problemas nacionales y hacía un
llamado a los candidatos presidenciales a adoptarlos.
El documento, respaldado por más de 2000 firmas , incluía propuestas agrupadas en cinco
grandes temas: 1) respeto al voto; 2) fortalecimiento del Poder Legislativo; 3) fortalecimiento
del Poder Judicial; 4) fortalecimiento del desarrollo estatal y municipal y 5) fortalecimiento de
los derechos ciudadanos. Dicho de otra manera, planteaba una visión que iba más allá de la
sola demanda de elecciones limpias y confiables, para abordar los ejes centrales de un gobierno
democrático. Justamente el compromiso #20 demandaba “reglamentar el derecho ciudadano
a la información” que ya estaba previsto en la Constitución desde 1977.12
11Cossio, José Ramón, “El derecho a la información en las resoluciones de la Suprema Corte de Justicia de México”, en Anuario de Derecho Constitucional Latinoamericano, 2002, pp. 305-332.
12“1994: Veinte compromisos por la democracia”, Desplegado de ciudadanos, Revista Proceso, 17 enero 1994.
25
JAQUELINE PESCHARD
No fue sino hasta después de la elección presidencial del 2000 que trajo la alternancia en el
Ejecutivo Federal, siendo la prueba de que ya contábamos con elecciones que cumplieran
los estándares democráticos, que los temas de la transparencia y el acceso a la información
cobraron fuerza. Una vez pasada la aduana de elecciones democráticas, el siguiente paso
obligado era lograr que la gestión gubernamental se sometiera al escrutinio público como
fórmula para avanzar hacia su democratización.
La oleada de leyes de transparencia en México
Muy poco después del arribo al poder del gobierno de la alternancia, en 2001, una coalición de
organizaciones de la sociedad civil, periodistas y académicos se reunió en la ciudad de Oaxaca
en el Seminario de Derecho a la Información y propusieron avanzar en la consolidación a la
democracia a través de un decálogo de principios básicos para regular el acceso a la información:
1) un derecho humano universal; 2) la información pública pertenece a las personas; 3) máxima
apertura de los poderes del Estado; 4) obligación de publicar y entregar la información que
posea el Estado; 5) procedimientos ágiles, sencillos y a costos mínimos; 6)mínimas excepciones
a la norma; 7) organismo autónomo para promover la apertura y resolver controversias; 8) tras
la pista del dinero; 9) consistencia jurídica y 10)promoción del federalismo.13
A partir de dicha declaración, el Grupo Oaxaca elaboró una propuesta de iniciativa de ley de
transparencia para diciembre de 2001 y un año después fue promulgada la Ley Federal
de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental.
26
La Ley estableció los principios de la publicidad de los documentos en manos de las autoridades
y los procedimientos para que cualquier individuo, sin revelar su nombre ni su interés, pudiera
solicitar información de cualquier organismo público federal de manera gratuita. También se fijó
que un órgano independiente –el ifai– regulara las controversias entre las personas y los entes
gubernamentales en materia de acceso a la información en la administración pública federal,
para garantizar el derecho de las personas a la información. Los demás poderes y los organismos
constitucionales autónomos federales contarían con su propio órgano garante de transparencia.
Al ser el ifai un órgano descentralizado de la administración pública federal, sólo podía
ser competente para garantizar el acceso a la información en el caso de las dependencias y
entidades de dicha rama de gobierno. De ahí que, aunque la ley obligara a los demás poderes
y a los órganos autónomos, el ifai sólo podría impulsar la transparencia en esos casos, por la
vía de convenios de colaboración.
El consenso detrás de la legislación en transparencia y acceso a la información hizo que en el
curso de los siguientes cinco años, todos los estados y el Distrito Federal promulgaran sus respectivas leyes en la materia.14 Sin embargo, cada congreso estatal le imprimió diferentes principios a su respectiva ley de transparencia, o como dice Pedro Salazar, “el proceso de creación
normativa en pocos años abarcó todo el territorio nacional, pero lo hizo a ‘manchas de
leopardo’”,15 es decir, con diferentes alcances y diferentes sujetos obligados de transparencia.
En efecto, mientras que en algunas entidades las leyes de transparencia incorporaron todos los
principios, en otras, el acceso a la información estuvo limitado por requisitos adicionales (demostrar el interés jurídico, identificarse, ser oriundo del estado). Es decir, el mapa de leyes de
13En el marco del Seminario de Derecho a la Información, académicos, organizaciones no gubernamentales y más
de 70 representantes de medios de comunicación redactaron la Declaración de Oaxaca, 24 de mayo 2001. www.
eluniversal.com.mx
14De hecho, las primeras leyes de transparencia fueron promulgadas en Sinaloa y Jalisco en 2002 y para 2007 ya
se habían sumado el resto de las entidades federativas.
15Salazar, Pedro, “Presentación”, en Bustillos, Jorge y Miguel Carbonell (coords.), Hacia una democracia de contenidos: la reforma constitucional en materia de transparencia, Méx., unam-ifai, 2007, p. XIV.
De ahí surgió el movimiento a favor de la segunda reforma constitucional en materia de
derecho a la información que buscaba darle al derecho mayor consistencia. La reforma
constitucional de 2007 implicó incorporar un segundo párrafo al artículo 6º constitucional
que incluía 7 incisos. Este movimiento tuvo la característica de surgir de la periferia hacia el
centro, pues fue promovida por los gobernadores de Zacatecas, Chihuahua, Aguascalientes,
Veracruz y el Distrito Federal, es decir, fue encabezado por miembros de las tres principales
fuerzas políticas del país.16 Su propósito era establecer en el texto constitucional los principios
y bases que debían regir al derecho en todo el país.
Los claroscuros de la transparencia
transparencia mostraba asimetrías entre unas y otras, generando ciudadanos de primera y de
segunda, dependiendo de la entidad en la que se estuviera demandando información pública.
La reforma constitucional de 2007 fue aprobada por un amplio consenso de las fuerzas
políticas y de los congresos estatales y significó que el derecho de acceso a la información se
erigiera en un derecho fundamental, es decir, en un “ámbito de libertad que la Constitución
reconoce a las personas frente al Estado”.17
Los principios básicos del derecho a la información pública son:
1)
2) 3) 4) 5)
6) 7) toda la información en posesión de cualquier autoridad es pública y sólo podrá ser reservada temporalmente por razones de interés público, en los términos que fijen las leyes. En la interpretación de este derecho prevalecerá el principio de ‘máxima publicidad’;
la información sobre la vida privada y datos personales será protegida como confidencial;
toda persona sin necesidad de acreditar interés alguno tendrá acceso gratuito a la información pública o sus datos personales;
se establecerán mecanismos de acceso a la información y procedimientos de
revisión expeditos. Dichos procedimientos se sustanciarán ante órganos especializados
e imparciales, con autonomía operativa, de gestión y de decisión;
los sujetos obligados deberán preservar sus documentos en archivos administrativos actualizados y publicarán la información sobre sus indicadores de gestión y el ejercicio de los recursos públicos;
las leyes determinarán la manera en que los sujetos obligados harán pública la
información sobre recursos públicos;
la inobservancia de las disposiciones en la materia serán sancionadas.18
Como cualquier derecho fundamental, el de acceso a la información tiene límites y éstos están
establecidos en la propia Constitución (datos personales y vida privada; por razones de interés
público en los términos establecidos en las leyes) y en la ley secundaria (seguridad nacional y
pública; cuando menoscabe las relaciones internacionales y la estabilidad financiera, o ponga
en riesgo la vida de alguna persona; secretos comercial, industrial, fiscal, bancario y fiduciario:
averiguaciones previas, expedientes judiciales o procedimientos administrativos, en tanto no
causen estado; opiniones y recomendaciones dentro de un proceso deliberativo, en tanto no
se adopte la decisión definitiva).19
A pesar de que el transitorio de dicha reforma constitucional fijó un plazo de un año para que
todas las leyes secundarias en transparencia –la federal y las 32 leyes locales– se adecuaran a los
contenidos del artículo 6º constitucional, para 2012, persistían diferencias en los contenidos sobre
diversos temas. Por ejemplo, sobre quiénes son sujetos obligados: en 14 legislaciones, incluyendo
la federal, se contemplan a los partidos políticos como sujetos obligados indirectos, mientras
que en 19 son sujetos directos que deben de responder a los requerimientos de información;
16 Los gobernadores elaboraron un documento conocido como “Iniciativa Chihuahua” donde proponían añadir
al artículo 6º los criterios mínimos para ejercer el derecho de acceso a la información. López Ayllón, Sergio, “El
acceso a la información como un derecho fundamental: la reforma al artículo 6º de la Constitución mexicana”,
Cuadernos de Transparencia #7, ifai, 2009.
17Ibidem.
18 Ibidem.
19
Los límites a la “máxima publicidad” están concentrados en los artículos 13, 14 y 18 de la Ley Federal de
Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental, ifai, 2009.
27
JAQUELINE PESCHARD
sólo en tres legislaciones se señalan a los sindicatos como sujetos obligados indirectos; en 22
legislaciones se incluyen como sujetos obligados de transparencia a personas físicas y morales
que reciban o manejen recursos públicos. En cuanto al estatuto jurídico y las competencias de
los órganos de transparencia, en 18 legislaturas son autónomos constitucionalmente, mientras
que en el resto (incluido el federal) sólo lo son por disposición de una ley. En 22 estados, los
órganos de transparencia tienen facultad para sancionar a los servidores públicos que infrinjan
la ley en la materia, mientras que en el plano federal, el ifai carece de dicha facultad. En 29
legislaciones, incluida la federal, las resoluciones de los órganos de transparencia son definitivas
para los sujetos obligados, es decir, sólo los particulares, titulares del derecho de acceso a la
información pueden impugnarlas por la vía del amparo.20
A diez años del derecho de acceso a la información
En junio de 2013, al cumplirse diez años de vida del ifai, fue posible hacer un balance
positivo de los avances en el ejercicio del derecho a la información pública. El tema se había
incorporado de lleno a la agenda pública, de tal manera que el discurso político y cualquier
iniciativa de ley o de reforma constitucional invocaba a la transparencia como un requisito de
carácter transversal para la gestión pública en cualquiera de los niveles de gobierno, federal,
estatal y municipal.
De hecho, el principio de “máxima publicidad” se iría incorporando a los ejes rectores del
funcionamiento de los organismos constitucionales autónomos.
28
La exigencia social de transparencia había ido en aumento y un buen número de organizaciones
de la sociedad civil habían hecho del tema de la transparencia su objeto de investigación y
análisis privilegiado y lo mismo se observaba en el plano de la investigación académica, en donde
juristas, politólogos y administradores habían adoptado el tema como objeto de sus trabajos.
A pesar de que el ifai carece de facultades sancionatorias para aquellos servidores públicos
que no cumplan con sus resoluciones y no ofrezcan la información que se ha determinado
como pública, las estadísticas muestran que 99% de los casos, las dependencias y entidades
del gobierno federal acatan las resoluciones del ifai.
Si bien el número de solicitudes de información ha ido incrementándose año con año y para
2013, la suma de requerimientos había rebasado el millón, sólo 3/10 personas en México
conocen la Ley de Transparencia y Acceso a la Información y esta población se concentra en
las áreas académicas, en empresas económicas, en los medios de comunicación y además se
localizan dominantemente en el centro del país.
Dicho de otra manera, el acceso a la información todavía es un derecho que no conoce el grueso
de la población y si a eso le agregamos las diferencias en las interpretaciones sobre lo que es
información pública y lo que es clasificada o reservada por parte de las diferentes autoridades
del país y los propios organismos de transparencia, podemos concluir que aún estamos lejos de
haber construido una cultura de la transparencia, con los mismos principios y criterios, capaces
de introducir consistencia y coherencia al ejercicio de un derecho fundamental.
Con todo, la transparencia sigue siendo incómoda para los gobiernos, porque el secreto ha
sido durante siglos la esencia del poder, o como dijera Elías Canetti, “el secreto ocupa la misma médula del poder”.21 Por ello, no llama la atención que durante los últimos años, diferentes gobiernos, incluido el federal, intentaran modificar leyes de transparencia para reducir los
alcances de la misma, para ampliar las reservas a la información y para limitar las facultades de
los órganos garantes del acceso a la información. Un ejemplo de esos intentos regresivos fue
20Análisis del régimen de transparencia y acceso a la información en los estados y la federación, Méx., ifai, 2013.
21 Canetti, Elías, Masa y poder, Barcelona, Muchnik, 1994.
Los claroscuros de la transparencia
29
la reforma al Código Federal de Procedimientos Penales en 2009 que estableció que las averiguaciones previas no serían públicas aunque ya estuviesen concluidas, salvo que hubiesen
derivado en el no ejercicio de la acción penal y hubieran transcurrido entre tres y doce años,
dependiendo del delito involucrado. Dicha reforma que fue avalada por todos los partidos
políticos en el Congreso, implicaba que el principio constitucional de que la información será
reservada solamente de manera temporal quedaba anulada por dicho Código.22
Hubo también intentos de modificar la legislación federal en materia de transparencia para colocar
por encima del ifai a un tribunal, como el Federal de Justicia Fiscal y Administrativa para que lo
sujetara a un control de legalidad, trastocando el principio constitucional de organismos garantes
especializados. En el ámbito de los estados se registraron reformas legales para otorgar la facultad
de garantizar la información a la Comisión de Derechos Humanos (Querétaro), rompiendo con
la especialización, o para darle a un juez la facultad de revisar las resoluciones del órgano garante
especializado (Campeche). También se registraron reformas legales para eliminar la gratuidad
para el acceso a documentos públicos (Puebla). Al final, todos ellos pudieron ser controvertidos
legal y mediáticamente, consiguiendo que al final fuesen anulados.
22 El decreto por el que se reforma el artículo 16 de Código Federal de Procedimientos Penales puede consultarse
en el Diario Oficial de la Federación, 23 enero 2009.
JAQUELINE PESCHARD
La tercera reforma constitucional en transparencia
En el contexto de socialización amplia del derecho de acceso a la información y de
evidencias claras de la incomodidad que la transparencia sigue generando en las autoridades
gubernamentales, en la coyuntura del cambio de gobierno, surgió la iniciativa de una nueva
reforma constitucional para darle autonomía orgánica plena al ifai, ampliar el número de
sujetos obligados y darle consistencia y homogeneidad a los criterios de apertura o reserva de
la información.
30
La propuesta fue lanzada por el mismo presidente electo en septiembre de 2012 y muy
rápidamente la tradujeron en iniciativas de las principales fuerzas políticas. La deliberación
en el Senado de la República durante el primer periodo de sesiones de la LXII Legislatura
fue un ejemplo de consulta amplia a muy diferentes actores involucrados: académicos,
organizaciones sociales, autoridades de transparencia en todo el país y para diciembre de
2012 había aprobado un dictamen que contaba con el respaldo de las fuerzas políticas y la
opinión pública.
Sin embargo, la minuta de la reforma constitucional no fue discutida en la Cámara de
Diputados con la expeditez, la amplitud y la inclusión con lo que lo había hecho el Senado,
e incluso hubo intentos de eliminar el principio de “definitividad e inatacabilidad” para las
resoluciones de todos los órganos de transparencia, es decir, volvieron a aparecer las tentaciones
regresivas. No obstante, las denuncias de las organizaciones civiles y de los propios órganos
garantes de transparencia impidieron que progresaran esos intentos de ponerle nuevos cotos
a la transparencia. Finalmente, el trayecto de aprobación de la reforma concluyó con su
publicación el 7 de febrero de 2014, una vez que ambas cámaras federales la aprobaron por
mayoría calificada que la mayoría de los congresos estatales le dio su aval.
Los puntos relevantes de esta reforma constitucional en materia de transparencia son:
1) el ifai deja de ser un órgano desconcentrado del gobierno federal para convertirse
en un organismo constitucionalmente autónomo, al igual que todos los órganos
de transparencia en las entidades federativas. Ello implica que el ifai ahora es competente para garantizar el derecho de acceso a la información en todos los
entes públicos federales, a saber, los tres poderes y los órganos constitucionalmente autónomos. Además, sus resoluciones se convierten en definitivas e inatacables;23
2) el ifai deviene segunda instancia para todos los poderes locales y podrá conocer de recursos de revisión de particulares, inconformes con las respuestas de las autoridades estatales, o atraer de oficio alguna que tenga relevancia, o atender a una solicitud de revisión de parte del órgano garante local;
3) la obligación de transparencia se extiende a los partidos políticos, en tanto que
son entidades de interés público, a todos los fondos y fideicomisos públicos, a
23 La excepción es que la Consejería Jurídica del gobierno federal puede impugnar ante la scjn resoluciones del
ifai en materia de seguridad nacional, Art. 6, párrafo VIII de la Constitución.
los sindicatos y a toda persona física o moral que reciba recursos públicos.24 Con ello, eleva a norma constitucional la definición de sujetos obligados que va más allá de los estrictamente entes gubernamentales o públicos y que ya estaba incorporado
en algunas legislaciones estatales.
La reforma constitucional recoge demandas de las organizaciones sociales que han demandado
mayor consistencia y sistematicidad en la forma como se publica la información gubernamental
y cómo deben desclasificarse documentos reservados una vez que concluye el período de
clasificación. Por ello, hace una mención expresa a la legislación en materia de archivos,
en el entendido de que sin archivos administrativos bien ordenados, resguardados y
depurados, el acceso a la información se queda en una mera aspiración.
Los claroscuros de la transparencia
Con la misma lógica, la reforma contempla la creación de un Consejo Consultivo que
tendrá por objetivo proponer al ifai mecanismos de gestión y de coordinación con otras
autoridades para promover y dotar de mayor consistencia y efectividad a la transparencia y
el acceso a la información.
Son muchas las tareas que tiene por delante el ifai para asumir cabalmente las nuevas
atribuciones y responsabilidades que le otorga esta reforma constitucional. A la par que el
legislador discuta y apruebe las legislaciones reglamentarias y secundarias, derivadas de la
reforma constitucional, el ifai deberá introducir cambios en su estructura organizativa y de
dirección, a fin de poder resolver recursos de revisión de un mayor número de sujetos obligados,
de naturaleza jurídica muy diferente, a la vez que habrá de robustecer sus procedimientos para
impulsar la transparencia proactiva y todo ello deberá de hacerlo aprovechando al máximo sus
recursos humanos y financieros.
Para acometer estas nuevas tareas, el ifai tiene diez años de vida que le han permitido acumular
experiencia y conocimiento en la materia. Cuenta con un capital profesional y humano en su
estructura orgánica que constituye una plataforma sólida para impulsar la plena vigencia a
este derecho fundamental.
Las organizaciones sociales que han venido trabajando a favor de la transparencia seguirán
jugando un papel esencial en este nuevo trayecto de la transparencia en México.
24 Decreto de reforma constitucional, Diario Oficial de la Federación, 7 feb. 2014.
31
Compañero
VÍCTOR SANDOVAL
Para Desiderio Macías Silva,
poeta muerto en la ciudad
de Aguascalientes,
el 11 de febrero de 1995.
A
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas
compañero del alma…
Miguel Hernández
penas al inicio de febrero
se nos fue Desiderio de sorpresa.
Cuánto trigo perdimos en la empresa,
qué buen trigo perdimos en febrero.
Compañero del alma, compañero,
espérame en el lago donde empieza,
entre asombro y quietud, la niebla espesa;
no me dejes tan solo en el sendero.
Que no se caiga el puente y que no muera
la rama ni la flor en primavera
que a todos nos despierta y nos ampara.
Si siempre fuimos juntos en la vida
es poco el trajinar que nos separa;
espérame en la muerte malherida.
Afilador de estrellas y azucenas,
relámpago de potros azulgrana,
ya nadie ha de volver por la mañana
a renovar la sangre en nuestras venas.
Compañero del alma, compañero,
fuiste luz y candor, todo pureza;
lo quiero recordar porque lo quiero,
te miro en lejanías. No hay tristeza
sólo un viejo dolor que no mitigo.
No me dejes tan solo compañero.
Tú ya sabes el fin, amigo, amigo.
Espérame en el alba, voy contigo.
La
memoria
de ver
COLECCIÓN
Miguel Ángel Muñoz*
* Miguel Ángel Muñoz (Cuernavaca, 1972) poeta, historiador
y crítico de arte, colabora en los principales diarios y
revistas de México. Ha trabajado con Eduardo Chillida,
Rafael Canogar, José Luis Cuevas, Josep Guinovart,
Roberto Matta, Antoni Tàpies, Richard Serra, Chema Madoz,
Ignacio Iturria, Albert Ràfols-Casamada, Robert Rauschenberg
y Louise Borgueois.
Es autor de una docena de libros de poesía y crítica de arte,
de un par de ellos Julián Ríos se ha expresado que: “su prosa
la concreta en grado sumo en un poema que es también una
suerte de lupa que nos permite ver lo invisible de la obra
pictórica”.
Es también director de la revista Tinta Seca. Cuenta con
una colección de más de mil obras de artistas mexicanos y
extranjeros con las cuales ha montado diversas exposiciones.
Torsos
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Arnaldo Coen
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  1. Albert Ràfols-Casamada – Secretos marinos 1
  2. Albert Ràfols-Casamada – Secretos marinos 2
  3. Albert Ràfols-Casamada – Secretos marinos 3
  4. André Masson – Abstracto
  5. Antoni Tàpies – Abstracto
  6. Antonio Saura – Hormigas
  7. Francesc Torres – Recorte
  8. Francesc Torres – Torso gris
  9. Francesc Torres – Tribilin
10. Joan Hernández Pijuan – Abstracto 1
11. Joan Hernández Pijuan – Abstracto 2
12. José Luis Cuevas – Hombre y mujer
13. José Luis Cuevas – Perfil mujer
14. José Luis Cuevas – Rostro hombre
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15. Josep Guinovart 1
16. Josep Guinovart 2
17. Josep Guinovart 3
18. Joan Miró
19. Max Ernst – Abstracto
20. Pierre Alechinsky – Abstracto
21. Rafael Canogar – Sin título1
22. Rafael Canogar – Sin título2
23. Rubén Leyva – Abstracto
24. Rufino Tamayo – Cabeza de ídolo
25. Vicente Gandía – Flores
26. Vicente Gandía – Naturaleza
27. Vicente Gandía – Vaso con flores
28. Xavier Grau – Abstracto
Asedios a
su época
ANTONIO ACEVEDO*
SEMINARIO DE CULTURA MEXICANA
Miembros titulares:
Señor ANTONIO ACEVEDO ESCOBEDO
Doctor SALVADOR ACEVES
Maestra FANNY ANITÚA
Licenciado SALVADOR AZUELA
Escultor CARLOS BRACHO
Maestra AMALIA DE CASTILLO LEDÓN
Maestra ESPERANZA CRUZ
Maestro FRANCISCO DÍAZ DE LEÓN
Maestro AURELIO FUENTES
Maestro JORGE GONZÁLEZ CAMARENA
Doctor CARLOS GRAEF FERNÁNDEZ
Maestro WIGBERTO JIMÉNEZ MORENO
Licenciada GUILLERMINA LLACH
Señor MAURICIO MAGDALENO
Doctor PEDRO DANIEL MARTÍNEZ
Doctor FRANCISCO MONTERDE
Arquitecto ENRIQUE DEL MORAL
Escultor LUIS ORTIZ MONASTERIO
Licenciado JESÚS REYES RUIZ
Maestro JUAN D. TERCERO
Señor RODOLFO USIGLI
Licenciado AGUSTÍN YÁÑEZ
Maestra DIONISIA ZAMORA
S
ERÍA indispensable la destreza de un
nadador profesional para no dejarse
absorber por el remolino bibliográfico
formado en torno a la figura de Benito
Juárez, el discutido e indiscutible precursor
del México moderno. Casi por espacio de
cien años los estudiosos de múltiples países
de América y Europa han venido cavando a
golpes de penetración analítica los cimientos
de ese monolito indígena postcortesiano. Un
asedio tan perseverante logra en ocasiones
iluminar intimidades recónditas, esclarecer la
razón de ciertos impulsos, definir el alcance
de determinadas acciones; pero la Esfinge
recata aún el secreto decisivo.
Dentro de cinco años se cumplirá un siglo
desde que Juárez cayó en el silencio. Su
nombre y su obra, sin embargo, siguen siendo
* Trabajo leído por Antonio Acevedo Escobedo en la
sesión del Seminario de Cultura Mexicana celebrada
el 22 de junio de 1967, a las 19:30 horas, en su Salón
de Actos (Brasil 31, altos), de la ciudad de México.
ANTONIO ACEVEDO
50
una realidad presente, manifiesta. Aun en
el remanso porfirista de principios de este
siglo, su evocación sacudió al país mediante
el contrapunto polémico de Francisco Bulnes
–una de cal– y Justo Sierra –una de arena.
En Querétaro, en 1917, fue inspiración. En
1967, a un siglo del rescate de la República,
su memoria nos congrega en un intento de
comprenderle un poco más.
y emulando a lo laico a San Francisco de Asís,
se subía a un árbol y predicaba a las ovejas
en su lengua natal zapoteca, hasta aquella
prueba final de su estoicismo en que, inerte
en el catafalco de su reposo ante el panteón de
San Fernando, resistió la embestida retórica
de nada menos que once oradores, entre los
que figuraron Vigil, Iglesias, Rosas Moreno,
Chavero… ¡y hasta dos niños!
Ligado en posición culminante por el destino
a sucesos que incorporaron forzosamente a
México al juego contemporáneo de los miembros internacionales, nuestro héroe civil se
presta como pocos a la elaboración de estudios de esa especie tan predilecta de la didáctica germana, tales como “Juárez y la psicología
indígena”, “Juárez y el Derecho Internacional”, “Juárez y la firmeza de carácter”, “Juárez
y la Iglesia”, “Juárez y la legalidad”, “Juárez y
el republicanismo”, “Juárez y Europa”, “Juárez y las relaciones exteriores”, y así hasta el
infinito. No pueden contarse las incitaciones
sugerentes que se presentan cuando se trata de
abordarle. Así, pues, ante el escollo de enfocarle de modo sumario exponiendo cronológicamente sus dilatadas etapas de hombre
público, con incursiones al ambiente, los tipos
y costumbres que le sirvieron de marco, optamos por un método un tanto heterodoxo y
desordenado.
Nos complace recalcar que nuestra fuente
principal de información proviene de ese
modelo de crítica histórica titulado Juárez
y su México, libro en el cual se contiene el
macrocosmos de la época, y en donde su autor,
Ralph Roeder, deja constancia perdurable de
una imparcialidad objetiva nada común en
un tiempo –el nuestro– supeditado a tantos
factores de conveniencia o propaganda.
La obra es el fruto de años de absorbente
dedicación al tema, y tan manifiesta resulta
la ecuanimidad de quien la escribió, que aun
cuando necesariamente tiene que ocuparse
en abundancia de los Estados Unidos y de
Inglaterra, ningún lector común y corriente
rescataría, del contexto, un indicio plausible
para determinar su nacionalidad. Si los
mexicanos pecamos a veces de una cortesía
exuberante y superficial para demostrar ante
nimiedades nuestra gratitud, ésta es una
ocasión deparada a la medida para expresar
de modo público, muy alto y rendido, el
testimonio de nuestro reconocimiento a un tan
desinteresado amigo, a un tan comprensivo
escritor como Ralph Roeder.
Como dada la amplitud del tema y la
exuberancia vital del sujeto no podríamos
componer una larga y solemne melodía
wagneriana, preferimos acordar una serie
de pizzicati desenfadados, pellizcando con la
punta de la pluma la cuerda reveladora de
las actitudes, de los desplantes humanos o
verbales, de los acontecimientos que se ligan
a él propio o a su contorno.
En esta lectura vamos a ofrecer una serie
de instantáneas casi fotográficas, apoyadas,
gracias a su fugacidad, en una eficacia
elocuente superior a la que podrían
impartirles unos cansinos comentarios. Aun
con saltos en el tiempo, cubrirán todo el ciclo
de la vida de Juárez, desde que siendo pastor,
Cualquiera diría que los mexicanos ilustres se
reconocen porque en la infancia revelan dotes
congénitas del menester pedagógico, pues si
Sor Juana se abstenía del queso “porque hace
rudos”, el niño Juárez, cuando su tío le llamaba
en Oaxaca para tomarle la lección, llevaba él
mismo la disciplina para ser castigado en caso
de no saberla. Fue travieso, ¡aleluya!, contra
el tácito dictamen de quienes gustan de verlo,
ya desde adolescente, vestido de mármol.
El joven acólito, en las noches de ejercicios,
gustaba de arrojar en el templo pequeñas
manzanas contra los penitentes.
Asedios a Juárez y su época
Fugado del plantel religioso y emprendida personalmente su re educación –“refinada y
embellecida su ignorancia original con la ignorancia sagrada adquirida en el Seminario”,
apunta el historiador–, no podía faltar la nota agorera que casi infaliblemente se registra en el
albor de los predestinados. Miguel Méndez, otro prófugo del Seminario, tísico y vidente, dijo
cierta vez a sus compañeros, señalando a Juárez: “Y éste que ven ustedes, reservado y grave,
que parece inferior a nosotros, éste será un gran político, se levantará más alto que nosotros;
llegará a ser uno de nuestros grandes hombres y la gloria de la patria”.
Cuando Antonio López de Santa-Anna cursaba apenas el primer año de Mariscal Goering y
el hombre de Guelatao andaba en los veintitrés años, aquél fue agasajado con una comida en
Oaxaca. El señor de las ínfulas no supo, sino después, que uno de los mozos que le sirvieron,
descalzo, era Juárez; razón de sobra para desdeñarle. Más tarde, una de sus estampidas empujó
a Santa-Anna a las cercanías de Oaxaca; pero don Benito, ya gobernador, se dio la satisfacción de
marcar el alto al “germen errante de la guerra civil”. Y éste diría en sus Memorias, con reconcomio
supuestamente señoril: “Asombraba
que un indígena de tan baja esfera
hubiera figurado en México como
todos saben”.
Que doña Margarita Maza, la hija de
respetable familia comarcana con
quien desposó Juárez, compartía la
sobriedad legendaria del consorte,
lo prueba su comentario nupcial:
“Es muy feo, pero muy bueno”.
Iniciada en 1847, la gestión como
gobernador duró cinco años. Fue
probo y prudente. A los habitantes de la Sierra que acudieron a saludarlo, entregándole
ofrendas de frutas, flores y maíz, les dijo que sabía sus necesidades y no había olvidado su
origen. Los albergó en los corredores de su casa y en la mano de cada uno de ellos depositó
un peso, en prenda del compromiso. Creó cincuenta escuelas más, fomentó la instrucción
de la mujer, elevó el nivel de vida, pues, “hijo del pueblo –expresó–, sostendré sus derechos,
cuidaré de que se ilustre, se engrandezca y se cree un porvenir y que abandone la carrera del
desorden, de los vicios y de la miseria, a que lo han conducido los hombres que sólo con sus
palabras se dicen sus amigos y libertadores, pero que con sus hechos son sus más crueles
tiranos”. Desde entonces infundió tal respeto su fortaleza, que cierta vez sofocó un motín con
sólo el bastón en la mano, y con la mano en las espaldas. ¿y qué decir del cumplimiento del
deber? “Todas las mañanas, a las nueve en punto, los funcionarios regulaban su reloj por su
llegada a Palacio, y las horas largas y laboriosas de la jornada transcurrían sin descanso”.
Cuando entregó el gobierno del estado, Santa-Anna lo desterró arbitrariamente: le estorbaba su
renombre. Resulta exacto este diagnóstico: “Tan poco entendía [Juárez] la psicología de la reacción,
que se creyó víctima de un yerro político, y no de una regla política.” Recaló en Nueva Orleans,
donde conoció a otro limpio varón de la Reforma, Melchor Ocampo, quien había prohijado ya el
plan que incluía la separación del Estado y la Iglesia, la libertad de cultos, la desamortización de
bienes del clero, la enseñanza laica y obligatoria... Fue la etapa de privaciones y esperanzas. Juárez
trabajó en una fábrica de cigarros y, pues hizo lo mismo en una imprenta, modificó así el proloquio:
“la letra con hambre entra.” Pero todo el tiempo de reposo lo consagraba al estudio.
51
ANTONIO ACEVEDO
Acá, en 1853, Santa-Anna –doctor en fantochadas– se encaramó al poder. Requirió
para sí el trato de Príncipe-Presidente y el título de Alteza Serenísima. Improvisó una
corte y fundó órdenes nobiliarias; sólo le faltó decretar la venta de condecoraciones
por kilo. Tras el oropel barato, su mira principal era frenar todo impulso democrático.
Pero Álvarez y Comonfort, con quienes mantenían contacto los desterrados de Nueva
Orleans, encabezaron el Plan de Ayutla que liquidaría el despotismo. Juárez, Ocampo,
Arriaga, Mata, retornaron. Comonfort asumió la presidencia y Juárez ocupó la cartera
de Justicia e Instrucción Pública.
Del tal modo se mostraba dúctil con los conservadores el Presidente, que Ocampo,
también designado ministro, pudo escribir de ahí a poco: “Como me explicó de plano
Comonfort que la revolución seguía el camino de las transacciones, y como yo soy de los
que se quiebran, pero no se doblan, dejé el ministerio. La casera pedía las llaves y yo, que
me encontraba sin título para retenerlas, las entregué. Dudo mucho que con apretones
de mano, como Comonfort me dijo que había apaciguado a México y se proponía seguir
gobernando, pueda conseguirlo, cuando creo que los apretones que se necesitan son de
pescuezo. El tiempo dirá quién se engañaba.”
Entre tanto, el hombre de Guelatao, con calma y astucia, logró que en noviembre de
1855 se promulgara la “Ley Juárez”, la cual abolía los fueros eclesiásticos y militares
y sometía a las clases privilegiadas a la jurisdicción de los tribunales civiles y de la ley
común. El general Draga se sublevó. El cacique indígena Tomás Mejía hizo lo mismo.
Manuel Doblado enarboló la bandera de “Religión y Fueros”. Los moderados llegaron
al poder y Juárez dimitió; pero la tempestad quedó desencadenada. La historia ya se
conoce: vino el Congreso Constituyente.
52
Para el ambiente de la época, nunca se habían dicho cosas tan terribles en una
deliberación parlamentaria. Así Ponciano Arriaga, cuando expresaba que después de
sucederse constituciones, gobiernos y códigos, no resultaba “nada de provechoso para
esas clases infelices de donde salen siempre los que derraman su sangre en las guerras
civiles... que pueblan las cárceles y trabajan en las obras públicas, y para los cuales se
hicieron, en suma, todos los males de la sociedad, ninguno de sus bienes”.
Así Ignacio Ramírez, que con acentos diabólicos sumaba sarcasmos: “Señores, el pacto
social que se nos ha propuesto se funda en una ficción: he aquí cómo comienza: ‘En
nombre de Dios’... yo bien sé lo que hay de ficción, de simbólico y de poético en las
legislaciones conocidas... pero juzgo que es más peligroso que ridículo suponernos
intérpretes de la divinidad... El nombre de Dios ha producido en todas partes el derecho
divino; y la historia del derecho divino está escrito por la mano de los opresores con
el sudor y la sangre de los pueblos; y nosotros, que presumimos de libres e ilustrados,
¿no estamos luchando todavía contra el derecho divino? ¿No temblamos como unos
niños cuando se nos dice que una falange de mujerzuelas nos asaltará al discutirse la
tolerancia de cultos, armadas con el derecho divino? Si una revolución nos lanza de la
tribuna, será el derecho divino el que nos arrastrará a las prisiones, a los destierros y a los
cadalsos. Señores, por mi parte, lo declaro, yo no he venido a este lugar preparado por
éxtasis ni por revelación... Es muy respetable el encargo de formar una Constitución,
para que yo lo comience mintiendo”.
Tras jornadas de elocuencia leonina, la nueva Constitución se proclamó en febrero de
1857. Se soslayaron en ella muchos aspectos sociales, pero marcaba un adelanto en
relación con la de 1824.
Juárez volvió al gobierno de Oaxaca en 1856. A fin de apoyar las leyes recientes, compró
una pequeña propiedad eclesiástica. Y para establecer un claro contraste con las normas
proverbiales de Santa-Anna, escribió: “A propósito de malas costumbres, había otras
que sólo servían para satisfacer la vanidad y la ostentación de los gobernantes, como la
Las elecciones llevaron de nuevo a Comonfort a la presidencia, pero también dieron el
triunfo a Juárez para presidir la Suprema Corte de Justicia, puesto inamovible que llevaba
implícita la sucesión presidencial y que se discernía por votación popular. Era, ése, un
indicio de lo más significativo respecto de la aspiración democrática del pueblo. Pero
Comonfort, espejo inalterable de la incertidumbre, esclavo de la conciliación, acordó con
el general Zuloaga y los reaccionarios un golpe de Estado. A última hora se franqueó con
Juárez, hablándole de la necesidad de cambiar de política y de su deseo de contar con él.
Juárez contestó a lo Juárez: “De veras, te deseo muy buen éxito y muchas felicidades en el
camino que vas a emprender; pero yo no te acompaño en él”. El nuevo pronunciamiento
se produjo a principios de 1858. Comonfort huyó del país y desde ese punto Juárez pasó
a ser presidente; pero entonces también se inició la serie de peregrinaciones que hasta la
caída del Imperio, a mediados de 1867, lo obligaron –apenas con una pausa– a custodiar
la integridad republicana en carruaje, a caballo o a pie, por los más opuestos rumbos del
territorio nacional. Las escalas de esta primera peregrinación comprendieron Guanajuato,
Guadalajara, Colima, Manzanillo, Panamá, Cuba, Nueva Orleans y, finalmente, Veracruz.
Durante los intensos años que siguieron, Juárez fue por años “el peregrino en su patria”. y
de una vez por todas, se decidió a demostrar cuán equivocado estuvo Guillermo Prieto al
emitir este juicio: “La especialidad de los liberales es el talento de los prólogos: las obras
quedan truncas, pero los prefacios son divinos”. Juárez, por fin, se enfrentaba a la tarea
creadora que le estaba reservada.
En Guadalajara, después de un desastre militar, el Presidente ambulante dijo a Prieto con
tranquilo aplomo: “Guillermo, nuestro gallo ha perdido una pluma”. Y la propensión de
nuestro pueblo a ponerse en deliquio ante las frases floridas, su gusto por esos discursos
en que el orador torea a las frases con pases y muletazos, deparó una solución inesperada
en ocasión en que la soldadesca iba a asesinar a Juárez y varios miembros de su gabinete,
justamente cuando Prieto, tras la admonición estentórea de “¡Levanten esas armas! ¡Los
valientes no asesinan!”, se siguió de corrido “hablando bonito”, hasta que los sublevados
depusieron su actitud. Prieto se ufanaba después muy a la mexicana y, como de costumbre,
fue sincero: “Hablé, hablé yo no sé qué; yo no sé qué hablaba en mí que me ponía alto y
poderoso; veía, entre una nube de sangre, pequeño a todo lo que me rodeaba, sentía que
lo subyugaba, que desbarataba el peligro, que lo tenía a mis pies... Un viejo de barbas
canas que tenía enfrente y con quien me encaré diciéndole: ‘¿Quieren sangre? Bébanse la
mía’, bajó el fusil. Los otros lo mismo. Entonces vitoreé a Jalisco. Los soldados lloraban...
Juárez se abrazó de mí. Mis compañeros me rodeaban llamándome su salvador y salvador
de la Reforma; mi corazón estalló en una tempestad de lágrimas”.
Otra vez Prieto, el gran sentimental que debió llevar consigo corazones de repuesto,
ya que a tanto sentir gastaría uno por mes, nos dejó un retrato de lo más vivo, en que
casi se oye respirar a Juárez: “En el trato familiar era dulcísimo, cultivaba los afectos
íntimos, su placer era servir a los demás, cuidando de borrar el descontento hasta en el
último sirviente; reía oportuno, estaba cuidadoso de que se atendiera a todo el mundo,
promovía conversaciones joviales y después de encenderlas callaba, disfrutando de la
conversación de los demás y siendo el primero en admirar a los otros. Jamás le oí
difamar a nadie, y en cuanto a modestia, no he conocido a nadie que le fuera superior”.
Los Estados Unidos reconocieron el gobierno de Juárez. La guerra civil se intensificó.
La reacción no soltaba el poder, y el buen nombre de México se manchó con las
salvajadas de Márquez en Tacubaya. A mediados de 1859 el presidente Juárez se armó
Asedios a Juárez y su época
de tener guardias de fuerzas armadas en sus casas y la de llevar en las funciones públicas
sombreros de una forma especial. Desde que tuve el carácter de gobernador abolí esta
costumbre, usando de sombrero y traje del común de los ciudadanos y viviendo en mi
casa sin guardias de soldados porque tengo la persuasión de que la respetabilidad del
gobernante le viene de la ley y no de trajes ni aparatos militares propios sólo para los
reyes de teatro”.
53
ANTONIO ACEVEDO
de resolución y lanzó las leyes de Reforma, que robustecieron el ánimo de los liberales. En
diciembre de 1860, con la batalla que ganó González Ortega en Calpulalpan, dio término la
guerra de tres años y la primera peregrinación de Juárez.
¿Qué era un buen periódico mexicano, en la década de los 40? El Gallo Pitagórico, o sea don
Juan Bautista Morales, lo caracterizó minuciosamente:
“Es un impreso de a pliego, grande o chico, según las proporciones del editor. Debe comenzar
por las sesiones de las cámaras, de la junta consultiva o de cualquiera otra corporación legislativa
o semilegislativa; luego la parte oficial, en que van las órdenes del supremo gobierno, los bandos,
las comunicaciones de los comandantes militares y demás autoridades civiles y eclesiásticas:
con esto se llena la mitad del periódico sin trabajo alguno, porque se copia de otros. Sigue la
parte literaria, en que se inserta un retazo de libro que trate de ciencias y artes; continúan las
variedades, donde se encaja un versito de algún amigo enamorado, celoso o ausente, que nunca
faltan, porque ésta es fruta de todo el año, pues no hay catrín de los que van a la Alameda, al
café de Veroly o a misa de once, que no tenga su Clori o su Filis, y si no hay verso, se pone una
anecdotita, que mientras más satírica o inmoral tanto mejor, con lo que se llena otra cuarta parte.
Entra después, como anillo al dedo, el editorial sobre política, y aquí vienen como de molde
las desvergüenzas, concluyendo todo con las entradas y salidas de buques, avisos de modistas,
dentistas, peluqueros, etcétera, y por fin de fiesta los lugares de dentro y fuera de la capital en
donde se reciben las suscripciones. He aquí un periódico pintiparado; y que me desmientan la
mayor parte de los periodistas de nuestra república, si son hombres”.
54
Unos cuantos lustros después, en el 1861 que fue el año erizado de escollos, la prensa
capitalina había mudado su condición inocua. A la hora del triunfo, Juárez prometió justicia
contra los traidores; pero “el verdadero gobernante de México en aquellos momentos no era
ni el poder civil ni el poder militar, sino la prensa”, y la prensa pedía holocaustos. Cualquier
magnanimidad del régimen se calificaba de defección. A mediados del año, el deseo de vengar
el artero asesinato de Melchor Ocampo llevó al sacrificio a Santos Degollado y a Leandro
Valle. (Ocampo, requerido para hincarse antes de que se le fusilara, repuso: “¿Para qué, si
estoy bien al nivel de las balas?”)
Juárez, en esta contingencia también, incurrió en nuevo rasgo de entereza. González Ortega,
el guerrero en triunfo, ganó tremenda popularidad. Mareado con ella y con ambiciones
presidenciales, por sí mismo pidió la renuncia a dos de sus colegas ministros, Ramírez y Zarco.
Cuando el Presidente le manifestó su inconformidad presentó la dimisión propia, y Juárez,
aun acosado como se hallaba por los ataques de la prensa, no vaciló en admitirla. Tal decisión,
en instantes tan difíciles, contuvo la inquietud militarista y afianzó el principio civil que
resultaba el más adecuado para normar la política venidera del país.
En el mismo año, se eligió presidente a Juárez. Como no hubo bailes ni festines, los
malquerientes supusieron que el resultado electoral contristó a la opinión. Zarco precisó las
cosas: “El señor Juárez ha hecho bien en no promover farsas al encargarse de la primera
magistratura del país, en no hacer regalos, ni donativos, ni juras con los fondos públicos, y
sus amigos y los que han sostenido su candidatura le han dado una muestra de respeto en no
repetir la lisonja y adulación con que se han inaugurado otros gobiernos”.
En julio de ese mismo 1861 el Presidente firmó la moratoria de pagos por las deudas y
reclamaciones de Francia, Inglaterra y España, medida que dio origen posteriormente, por
instigaciones del nefasto ministro Saligny, a la concertación de la triple alianza y a la invasión
de México por los acreedores impacientes. Por ese tiempo el ministro inglés Wyke informó
a Londres, con sinceridad en que él no adoptaba ni el pro ni el contra, pero que reflejaba
una absurda distorsión crítica latente aún ¡ay! en muchos malos mexicanos: “El presidente
Juárez... es un hombre recto y bien intencionado, excelente en todas las relaciones de la vida
A todo esto, Gutiérrez de Estrada, José Hidalgo y Juan Nepomuceno
Almonte –el hijo natural de don José María Morelos y caudillo de
los monárquicos mexicanos, que se llamaba así porque en el monte
se le dio a luz– estimulaban en París las ambiciones de Napoleón
“El Pequeño” (el pequeñísimo) para que eligiera a un emperador
de México. Barajando títulos, prosapias, conveniencias, la elección
recayó en el archiduque Maximiliano de Habsburgo, arrastrado a
la desdichada aventura, pese a las clarividentes advertencias del
patriota Jesús Terán, por la frívola ambición de María Carlota
Amelia Victoria Clementina Leopoldina de Bélgica, de la casa de
Sajonia-Coburgo-Gotha.
Apenas aceptó el trono de este lejano país, y en el castillo de
Miramar iba a servirse un banquete a los traidores mexicanos, el
futuro monarca se refugió en sus habitaciones. Allí permaneció tres
días, y entre las pausas de cavilación elaboró en alemán un poema
en que vació tristezas y premoniciones:
Me habláis de cetro, de palacio, de poder, abrís ante mí una carrera
sin límites.
Queréis tejer de oro y de diamantes
la trama de mi vida;
pero ¿podéis darme también la paz del alma?
¿Y la riqueza es a vuestros ojos la felicidad?
¡Oh! ¡Dejadme seguir en paz mi tranquilo camino,
el sendero oscuro e ignorado entre los mirtos!
Creedme: ¡la labor de la ciencia y el culto de las Musas son más dulces
que el brillo del oro y la diadema!
Napoleón III movía las marionetas y se justificaba con mala retórica.
El apoyaba un cambio político en México, que deseaba no por
motivos egoístas, ni por antipatías injustas, sino con la certidumbre
de que estaba trabajando a favor de los intereses de la civilización. A
sus horas, caía en éxtasis piadosos y exclamaba: “¡Qué lástima que
sea tan desgraciado aquel hermoso país!” Se callaba –sabía su cuento–
lo de los bonos de Jecker.
Por una vez al menos, el Presidente Juárez incurrió en una nota
de ingenuidad. Quiso que el representante de México en París
orientara a la opinión francesa sobre la justicia de detener los pagos
Asedios a Juárez y su época
privada, pero el mero hecho de ser indio le expone a la hostilidad
y el ludibrio de las escorias de la sociedad española y de las razas
cruzadas, que se arrogan ridículamente la categoría superior social
en México”. La perspicacia del propio ministro falló notoriamente
en otro aspecto, pues hallándose apenas a unos meses del inminente
5 de mayo de 1862, pontificaba de este modo: “El patriotismo, en la
acepción común de la palabra, parece desconocido... la población se
embrutece y se degrada a un grado horrible de contemplar”. Luego,
llevado del instinto de superioridad que descubría en los demás, y
con la vista puesta en la planeada invasión, asentaba: “Todos los
mexicanos racionales aprobarán una medida que ellos mismos
son los primeros en decir que es necesaria, para poner coto a los
excesos cometidos todos los días y a cada hora, bajo un gobierno
tan corrompido como impotente para mantener el orden público o
para poner en vigor sus propias leyes”.
55
ANTONIO ACEVEDO
56
de la deuda, con base en la urgencia de proveer a la subsistencia de nuestro país. La carta con
instrucciones llevaba anexa una letra de cambio por cinco mil pesos “para facilitar la defensa”. El
Presidente olvidó, sin duda, que Francia era una república muy adelantada y que los honorarios
de la prensa “por orientar a la opinión” alcanzaban un nivel mucho más elevado.
Es triste –aunque luego rectificó su actitud– que precisamente en vísperas de la expedición
europea a México otro prócer indígena, Ignacio Manuel Altamirano, adicto a la oposición,
pidiera con acrimonia la renuncia de Juárez como presidente. Se resiste uno a creer que
cuando éste se hallaba ante el umbral de su destino, el noble escritor denunciase su ceguera
transitoria con estos conceptos: “El Presidente haría el más grande de los servicios a su patria,
retirándose, puesto que es un obstáculo para la marcha de la democracia... Querer permanecer
en un puesto para ser una gran decepción continua, es perder al país, llevando el principio
legal hasta el sofisma; retirarse para que sea feliz –eso es ser patriota”. La prensa hizo una
defensa impecable: “Se necesita, sin disputa, mayor energía de carácter, y más valor civil para
mantenerse en la vía legal, que para usar de las facultades extraordinarias y para atropellar y
barrenar las leyes, que será lo que se entiende por tacto político. Ese tacto político lo han tenido
Santa-Anna, Comonfort y todos los gobiernos de la República, y por él nos vemos en el estado
en que estamos. La grandeza de Juárez consiste cabalmente en la falta de ese tacto político, en
ese sublime ejemplo de legalidad que nos da”.
Veracruz fue invadido en diciembre de 1861. Durante una emotiva sesión de clausura del
Congreso, se otorgaron al Presidente facultades omnímodas para encargarse de la defensa
del país. Un periodista británico lo describió así en tales días: “Hombre pequeño, moreno,
tranquilo y dueño de sí mismo, se le llama cariñosamente en México el indito. Juárez es
un hombre muy respetable, bien intencionado y de dotes considerables, y merece mucho
crédito por la firmeza y tenacidad con que ha mantenido la lucha y la causa de la legitimidad.
Intrigas y combinaciones de toda clase se han fraguado contra él, dentro del Congreso y fuera,
contrariándole y frustrándole con el fin de obligarlo a dimitir, pero se ha mantenido firme y
hasta aquí no se han atrevido a recurrir a la fuerza y no lo intentarán”.
El Presidente, en ese 15 de diciembre cargado de presagios funestos, quiso dar una demostración
de su confianza en el pueblo, y se compró una casa en la capital de su patria. Favoreció a
México el error de España de poner al frente de su flota invasora a un caballero: el general
Prim tardaron todavía algunas semanas en llegar los contingentes de Francia e Inglaterra. La
finura civilizada del español encontró el medio decoroso de retornar a su país. Los británicos
también se fueron. Únicamente los franceses, que traían instrucciones deliberadas y a largo
plazo, y que veían al intrigante Saligny inflar constantemente el monto de las reclamaciones
a México, permanecieron. Antes de marchar, Prim se mostró explícitamente sincero con
su gobierno: “Más bien que pasar por la vergüenza de que una nación en que ejercimos
dominio durante tres siglos, que nos debe su existencia, y en que se habla nuestro idioma,
venga a ser regida por un príncipe extranjero, trabajaré por que conserven los mejicanos sus
instituciones republicanas”.
Los franceses iniciaron operaciones tierra adentro de México. En Europa, donde aparecía
borrosa la situación de acá, produjo sensación este pasaje de la carta que nuestro representante
en Francia dirigió, despidiéndose, a Thouvenel: “México, después de haber sacudido el poder
secular y hondamente arraigado de la España; México, que no quiso por rey a su mismo
libertador; México, en suma, que acaba de levantarse victorioso de una revolución terrible
contra los restos de la oligarquía que pesaba sobre su democracia, a ningún precio aceptará
la monarquía extranjera. Crearla será muy difícil; pero sostenerla lo será más todavía. Tal
empresa será ruinosa y terrible para nosotros; pero lo será también para sus promovedores.
México es débil sin duda, comparada con las potencias que invaden su territorio, pero tiene
la conciencia de sus derechos ultrajados, el patriotismo que multiplicará sus esfuerzos, y la
profunda convicción de que, sosteniendo con honor esta lucha peligrosa, podrá preservar al
hermoso continente de Colón del cataclismo que lo amenaza.”
Napoleón envió refuerzos al mando del general Forey, que desplazaría a Lorencez. En París,
Jules Favre y Edgar Quinet apostrofaron al gobierno en defensa de México. Un capitán francés,
al desembarcar en Veracruz, repara, como en un inconfesado augurio siniestro –al igual que
la señora de Calderón de la Barca, Paul Morand, Armand Praviel, Marc Chadourne, otros
viajeros–, en los negros zopilotes que, al decir de Morand, vuelan como papeles quemados
encima de un fuego de chimenea. Juárez, “el gran taciturno”, permanecía sereno ante el arribo
de más soldados: “Aseguro –yo que veo y toco con el dedo la resolución de mis compatriotas–
que, cualesquiera que sean los elementos empleados contra nosotros, el Gobierno Imperial
no logrará la sumisión de los mexicanos, y que sus ejércitos no tendrán un solo día de paz.”
Asedios a Juárez y su época
El contrapunto de elocuencia se hallaba equilibrado en uno y otro bando. El 26 de abril
escribió a París, jubiloso, el general Lorencez: “Tan superiores somos a los mexicanos en raza,
en organización, en disciplina, en moralidad y en elevación de sentimientos, que suplico a V.
E. que tenga la bondad de decir al Emperador que, a la cabeza de seis mil soldados, ya soy el
dueño de México.” ¡Esto se llama hablar a la bayoneta calada! Pero a los nueve días de tales
desplantes a lo Cyrano, el 5 de mayo, en Puebla, aquellos seres superiores mordieron el polvo.
La ciudad era hostil a Juárez; mas el pueblo decidió.
57
Bazaine intentó el desembarco de tropas en un Veracruz tan dominado por la fiebre amarilla,
que sus instrucciones señalaban la inmediata penetración tierra adentro. En un punto cercano
al puerto era terrible la mortandad, y al panteón donde sepultaban a los abatidos lo designaban
como “jardín de aclimatación” los soldados que no perdían el saludable padecimiento de
la ironía. La naturaleza mexicana tomó el turno de patriota para estorbar el desembarco:
“A mediodía, los embates del mar desembuchaban en la playa barriles y abastecimientos,
descargados de los buques agonizantes. Se hizo venir una compañía para protegerlos contra el
pillaje y para recoger los cadáveres que comenzaban a llegar”. Hubo trece naufragios.
ANTONIO ACEVEDO
Vino la mala racha y en abril de 1863 cayó Puebla en poder de Bazaine. Entre los miles
de prisioneros figuraban trescientos oficiales. El odioso Saligny apuntó la conveniencia de
deportarlos a la Martinica, pero el traidor Almonte, ensañado, exultante, insistía –cuña del
mismo palo– en que resultaba más expedito llevarlos al paredón.
Era preciso desalojar la capital. Así lo hizo Juárez el 2 de junio, y dijo en el Congreso: “La
adversidad, ciudadanos diputados, no desalienta más que a los pueblos despreciables; la nuestra
está ennoblecida por grandes hechos, y dista mucho el adversario de habernos arrebatado los
inmensos obstáculos materiales y morales que opondrá el país contra sus injustos invasores”.
Al trasladarse con el gobierno a Morelia inició de nueva cuenta, con el fardo de la legalidad a
cuestas, la renovada peregrinación que se prolongaría cuatro terribles años más.
Forey entró a la capital ocho días más tarde, envuelto en las primitivas auras napoleónicas. El
capitán Loizillon, el primer oficial que penetró en las calles, tenía una cabeza fuerte, a prueba
de mareos y fanfarrias, puesto que escribió a sus padres: “Pocos fueron los puntos en donde
se nos aplaudió o se nos cubrió de flores, y estas pocas demostraciones las habían organizado
la policía y el comandante de la ciudad. No obstante, el comandante en jefe ha tomado todo
eso por buena moneda, impidiéndole su vanidad apreciar las cosas en su verdadero valor.”
Pero, voila!, el campo quedaba listo para sembrar la semilla del Imperio. Aunque la cosecha
fuese –como fue– de sangre.
58
Juárez fincó ahora su gobierno en San Luis Potosí, con la convicción de que, reconcentrado el
enemigo en un punto, como lo estaba entonces, sería débil en los demás; y de que, diseminado,
sería débil en todas partes. Bazaine no perdió tiempo en la persecución y obligó al Presidente a
refugiarse en El Paso del Norte, de donde, cruzando el río, podía pasar a Texas. Los franceses
iban viento en popa, ya que ocuparon Tampico, Jalapa, Querétaro, Guanajuato, Morelia,
Zacatecas; pero las partidas juaristas huían al acercarse ellos, y como desaparecían en bosques
y montañas, daban la impresión de hallarse aniquiladas.
Al mes de tomada la capital, la Junta de Notables votó la restauración de la monarquía y
designó como emperador al archiduque Maximiliano. Ya que éste, para acabar de decidirse,
exigía un plebiscito, el expediente a que se recurrió resultó de lo más fácil: en toda plaza a
que llegaban distribuían las tropas francesas favorables al Habsburgo y, con el fusil a la vista,
obligaban a firmar a los pobladores. ¿Quién podía oponer negativas?
Forey observó la entraña sentimental del mexicano y cuando salía a la calle dedicaba caricias y
bromas a los niños, que gritaban: “¡Allí viene don Forey!” Un reglamento prohibió el trabajar
en domingo, ¡menos mal!; otro, que los transeúntes se arrodillaran al pasar por la calle el
Santo Sacramento, que anunciaba su paso con “un campanillazo ensordecedor, capaz de matar
al paciente” antes de que se le confortara.
Napoleón III hizo mariscal a Forey y lo destituyó de la comandancia en México, para
entregársela a Bazaine. Por esos días, Juárez precisó de este modo su actitud para con los
periodistas: “No quiero hacer indicación alguna a ninguno de los escritores públicos sobre
sus escritos, porque no quiero contraer compromisos que me priven de la libertad de obrar
contra ellos, cuando cometan alguna falta en su profesión.” Y cuando visitó Monterrey para
entrevistarse con el remiso Vidaurri, al escribir a su esposa que se hallaba en Saltillo terminaba
la epístola con la morosa minucia de un contador público titulado: “Recógeme unos cepillitos
de ropa que dejé en la mesa en que me afeitaba. Memorias a nuestros amigos y muchos abrazos
a nuestros hijos. Soy tu esposo que te ama, Juárez”.
En sus informes a París, Bazaine fustigaba la obsesión aquí latente de chupar las ubres estatales:
“La empleomanía, es decir, la monomanía de querer vivir a expensas del gobierno, es una
enfermedad inherente a la educación y al carácter mexicanos”.
pero hay una cosa que está fuera del alcance
de la perversidad, y es el fallo tremendo de la
historia. Ella nos juzgará”.
A la carta que remitió a Juárez invitándolo a
reunírsele para discutir sus desavenencias y
buscar un entendimiento amistoso, aceptable
a la nación, el presidente de México dio
respuesta en términos glaciales y enérgicos,
llamando con desdén, de paso, doña Carlota
a la emperatriz. (Posiblemente este rasgo
de Juárez dio la pauta para que más tarde
las señoras mexicanas de la corte, siempre
endomingadas y jadeantes, llegaran a dar a la
real consorte, aunque por ignorancia y buena
fe, el informadísimo tratamiento de “doña
Carlotita”.) La carta decía al final: “Es dado
al hombre, señor, atacar los derechos ajenos,
apoderarse de los bienes, atentar contra la
vida de los que defienden su nacionalidad;
La lucha seguía encarnizada, siempre a favor de
los invasores. Juárez deambulaba en la carroza
simbólica, con el poder a bordo. Porque como
él decía: “Dondequiera que yo esté, sobre la
cima de una montaña, en el fondo de una
barranca, abandonado de todos, quizás, no
dejaré de empuñar la bandera de la República
hasta el día del triunfo”. En Lima y en Santiago
de Chile se le vitoreó en manifestaciones
públicas; en Montevideo se le consagró una
medalla acuñada en honor de Zaragoza, el
vencedor de Puebla; el Congreso de Colombia
le declaró “Benemérito de las Américas”.
Enterado, comentó: “He procurado cumplir
mi deber y nada más”.
Ya en tierra mexicana, Maximiliano dedicó
tres meses a recorrer los estados sometidos a
sus tropas. “Durante esta excursión –escribía
a Francia– he podido darme cuenta de que los
habitantes de la provincia son más inteligentes
y más nobles... que los de la capital” Y el halago
no era para el consumo doméstico.
Asedios a Juárez y su época
El emperador venía en camino. Lo absorbía
la tarea de hacer anotaciones al manual
del ceremonial. Pero, con todo, cuando
embarcaron en la fragata Novara y la
emperatriz se encargaba de responder a
los saludos y vivas, Maximiliano se había
disparado a su camarote, donde se desplomó
llorando. Lo animaban intenciones nada
comunes en su casta, y el análisis de Armand
Praviel resulta exacto: “Ser un gran emperador
liberal, reconciliar las ideas modernas, sin
saber demasiado cómo, con las tradiciones
puntillosas de los Habsburgos, tal fue su
plan más íntimo y querido... Tenía un buen
puesto entre esos príncipes ideólogos que
tanto contribuyeron a arruinar las realezas
durante todo el curso del siglo xix”. Pero el
fallo de la adversidad fue contrario.
Si el pueblo estaba con Juárez y en cierto poblacho
un ciego se acercó a él a dirigirle la palabra
con sencillez conmovedora y luego le tocó
espontáneamente en su tambor una diana, los
emperadores, por su parte, comían a la mexicana
y con frecuencia se trajeaban a lo típico.
Víctor Hugo, a su vez, desde Francia, se las
ingeniaba para encerrar relámpagos dentro de
esta proclama: “¡Mexicanos! Tenéis razón de
creerme con vosotros. No es Francia quien os
hace la guerra, es el Imperio. Estoy de veras con
vosotros... Combatid, luchad, sed terribles...
Apuntad a ese hombre en la cabeza, y que la bala
sea la libertad. ¡Valientes hombres de México!
Resistid. Esperad. Francia sigue siendo vuestra
hermana, hermana de vuestra gloria como de
vuestra desgracia. Yo, por mi parte, os traigo,
vencedores, mi fraternidad de ciudadano;
vencidos, mi fraternidad de proscrito.”
Las tropas francesas se desgastaban en
la guerra de guerrillas. Napoleón se
enfrentaba a dificultades en Europa. A
fines de 1865 ya se vislumbraba que la
intervención estaba virtualmente vencida.
En las cartas del emperador de los franceses
a Bazaine, sonaban acentos insólitos: “El
59
ANTONIO ACEVEDO
60
emperador Maximiliano debe comprender
que no podemos permanecer en México
indefinidamente y que, en vez de edificar
palacios y teatros, es esencial que establezca
orden en las finanzas y en los caminos.”
Y para que no hubiera lugar a dudas, el
testaferro de Napoleón recibió órdenes de
prepararse a evacuar el país, con cautela y
sin prisa. Carlota simpatizaba sinceramente
con los indígenas esclavizados por resabios
feudales. Consiguió, pues, un decreto que
abolía el castigo corporal, limitaba las horas
de trabajo, garantizaba el pago y reducía la
servidumbre de deudas, impuesta al peón
por el propietario y transmitidas por el padre
al hijo. Los afectados armaron escaleras de
gritos al cielo y, aunque el decreto se dio en
noviembre de 1865, su cumplimiento corrió
la misma muerte de las decantadas leyes de
Indias. ¡ Lástima del fracaso, sí, lástima; pero
ya era tarde!
Evacuado al fin el Ejército francés invasor,
Juárez y Maximiliano quedaron frente a
frente. El gobernante de México –rara cosa–
da un destello de sosegada melancolía cuando
escribe a su mujer, a principios de 1866 :
“Yo sigo sin novedad. Sólo una enfermedad
grave me está atacando, y es un mal que no
tiene remedio: son los sesenta que cumpliré
dentro de ocho días; pero no creas que la tal
enfermedad me abate, ni me intimida. Veo
pasar los años y yo sigo mi camino”...Estoico,
acerado: siempre el mismo.
Los juaristas se dejaron venir desde el Norte,
empeñados en la reconquista del territorio
nacional. Durango, Zacatecas, otros estados
iban siendo liberados y Miramón se batió en
retirada hasta Querétaro, donde el agonizante
Imperio resistió cien días. El 15 de mayo de
1867 cayó preso Maximiliano, junto con sus
generales prominentes. Se abrió proceso, y los
defensores proporcionados se portaron como
buenos; pero era difícil que el oprobioso
delito no exigiese el pago de la cuenta.
El telégrafo no se daba tregua transmitiendo
demandas de clemencia suscritas por Víctor
Hugo, por Garibaldi, por el emperador
Francisco José. Juárez supo mantenerse
inflexible, pues se hallaba convencido de que
“la tumba de Maximiliano y de los demás
sería la redención de los otros extraviados”.
Y si mucho lo apuraban, “no era él quien lo
condenaba, sino la ley y el pueblo”, porque
“hemos luchado por la independencia y
autonomía de México y es preciso que esto
sea una realidad”. Se quitó la vida a los
principales animadores del Imperio, mas con
las segundas partes se observó una razonable
clemencia, a despecho de los clamores de
venganza de muchos que lucharon, como
aquel oficial del estado mayor de Mariano
Escobedo que abogaba por despedazar el
cuerpo de Maximiliano y repartirlo en cada
pueblo de México.
La resonancia en París estuvo acorde a la
magnitud del suceso. Mientras Favre lanzaba
una requisitoria advirtiendo que, si Francia
fuera un país libre, el gobierno ocuparía
el banco de los acusados, los periódicos,
ansiosos de mitigar la pena de Napoleón,
llegaron a aludir a una salvaje violación del
derecho de gentes. El incipiente “Tigre”
Clemenceau, por contrapartida, dio rienda
suelta al furor. Hablando de monarcas como
el que en México acababa de ser fusilado,
bramó: “Ellos han hecho morir, entre torturas
de toda forma, a millones de los nuestros, y
apostaría yo que nosotros no hemos matado
a más de dos de ellos. No tengo ninguna
piedad para esa gente; compadecer al lobo
es cometer un crimen con los corderos. Éste
quería cometer un verdadero crimen; le han
dado muerte los que él quería matar. Bueno:
estoy encantado. Su esposa está loca. Nada
más justo; esto casi me basta para creer en
una Providencia. ¿La ambición de esta mujer
incitó al imbécil? Lamento que haya perdido
la razón y que no pueda comprender que su
marido murió por ella y que tenemos aquí a
un pueblo que se venga”.
Los años de peregrinación estaban liquidados,
y Juárez, dueño de la popularidad absoluta,
entró a la ciudad de México el 15 de julio
de 1867. Sonaba la hora de elecciones
presidenciales y no había duda de que en él
recaería el puesto: “primero –dice Roeder–, por
ser una deuda de honor para con el hombre;
y segundo, por ser de pundonor nacional, ya
que Napoleón se había negado a reconocerle
o a tratar con el representante de la nación.”
Pero México es México, y a pesar de que
contra los vaticinios europeos el país se
desarrollaba en paz, los diversos aspirantes a
presidir sus destinos pusieron los cimientos
de una oposición cerril y enconada, que a
fuerza de tenacidad fue minando, de mano
Asedios a Juárez y su época
61
con la biología, la figura del restaurador de las instituciones republicanas. El mismo Zarco,
apoyo de Juárez en las horas inciertas, tomó partido contra él y le reprochaba usar a “sabios
bajo su palabra”. Se hizo creer que Juárez se había convertido en un juguete sin voluntad en
manos de sus ministros y que se tendió una muralla entre él y su pueblo.
A tales extremos llegó la mezquindad de los oposicionistas, que criticaban el que Juárez
hubiera cobrado 200,000 pesos de sueldos atrasados “por haber llevado a Paso del Norte
–decían– su carácter de presidente, viajando siempre con toda comodidad y sin exponerse
a peligro alguno.” El más obtuso materialismo, unido a la vileza, encerraba esta crítica; el
pueblo, como siempre, estaba con quien lo había salvado.
De súbito, en 1870, el mundo se asombró con la noticia del derrumbe de Francia, el faro del mundo
en el siglo xix, como consecuencia de la guerra con Prusia. La perspectiva histórica permitió
aquilatar el alcance de la gesta emprendida por Juárez, y, aquí y en otros países, su prestigio se
reavivó. Envió entonces un mensaje a Francia, expresando “los sentimientos fraternales que
animan a todos los verdaderos mexicanos hacia la noble nación a la que tanto debe la sagrada
causa de la libertad, y a la que nunca hemos confundido con el infame gobierno de Bonaparte”.
ANTONIO ACEVEDO
Allá mismo se le rindió homenaje: lo designaron diputado honorario al parlamento francés
por el distrito de Belleville, y cierto noble le remitió un lote de vinos salvados del saqueo de
las Tullerías, con una entre amarga y sonriente advertencia: “Me parece perfectamente natural
que usted, que tuvo el honor de ser el primero en hacer fracasar la Casa de Bonaparte & Cía.,
aproveche un poco la liquidación de esta triste empresa. i Don Benito Juárez bebiendo el Madera
de Napoleón III me parece la última palabra para ridiculizar esta vergonzosa intervención!”... En
Europa, en los Estados Unidos, a menudo se le comparaba con Lincoln.
A principios de 1871, se descargó un rudo golpe sobre el universo afectivo del Presidente,
doña Margarita Maza, su esposa, murió. La prensa, con sobra de justicia, la ponderó
como “el modelo de la mujer mexicana, dotada de la dignidad y la modestia de la buena
crianza, soportando la adversidad y la prosperidad con igual serenidad, nunca influyendo
en los negocios públicos, ajena a las intrigas palaciegas, tan discreta que apenas conocía a
los ministros, tan apartadiza que muchos de sus admiradores nunca la habían visto, pero
siempre accesible a los menesterosos y subviniendo a sus necesidades con caridad discreta”...
La gente compartió a fondo el duelo y fueron impresionantes las demostraciones de respeto
dispensadas al Presidente.
Otro periodo de elecciones se avistaba en el horizonte; mas pese a las virtudes y la integridad
de Juárez, su consentimiento para reelegirse de nuevo desató una –ésa sí– tormenta de
inconformidad. Ni ruegos ni injurias irrespetuosas hicieron mella en la roca inquebrantable
de su decisión. El instinto popular se sirvió de la caída de un candil en Palacio para componer
esta cuarteta reveladora:
Si a Juárez tocado hubiera el candil que se cayó,
se hubiera roto el candil, pero la cabeza no...
62
Renacían las sublevaciones de otro tiempo. Muchos no se recataban para incitar al asesinato.
Pero si Juárez cometió entonces un error, la muerte –el más imparcial de los jueces– vino a
absolverlo en el momento justo, revestida de piedad y silencio.
Murió como un Séneca indígena. La Gaceta Oficial aseguró que “el semblante de Juárez había
perdido su habitual severidad y expresaba la afable resignación con que mueren los justos”.
Después de quince años de mantenerse en el poder, sufriendo y luchando; después de rescatar
para su pueblo la libertad y el territorio, dejó a los familiares menos de cien mil pesos.
Sus huesos están en el panteón de San Fernando. Su obra, su ejemplo, en el corazón de cada mexicano.
HERMINIA PASANTES
MIEMBRO TITULAR
L
a libertad del individuo, entendida como la capacidad de tomar sus propias decisiones,
ha sido un apasionante tema de pensamiento desde hace siglos. Filósofos y científicos,
neurobiólogos, genetistas y hasta especialistas en la física cuántica, han dedicado su
pensamiento a bordar en torno al tema de la libertad para tomar decisiones. Por supuesto que
cualquier decisión está necesariamente acotada por el conocimiento básico de la realidad.
Si aprendimos que no es posible que el individuo se despegue de la tierra porque existe la
gravedad, cualquier decisión sobre las posibilidades de volar sin contar con una fuerza que sea
equivalente a la de la gravedad para que la contrarreste, no es más que imaginación delirante.
Podrían citarse centenares de ejemplos en el mismo sentido. De aquí que cualquier decisión
esté perfectamente acotada por el conocimiento que el cerebro ha adquirido sobre los límites
reales de la libertad –en el tiempo y el momento en que se piensa en la decisión, porque tal
vez dentro de un siglo, el conocimiento habrá cambiado en forma que no podemos ahora
siquiera imaginar–. El conocimiento cambiará pero la naturaleza cambiará menos. Por lo
tanto, cualquier postura que pretenda una libertad independiente de la naturaleza es a priori,
insostenible. El cerebro procesó este concepto y guardó en sus inmensas reservas de memoria
el conocimiento de estos límites a la libertad de decisión.
Pasando a modelos de decisión más sencillos, un límite claro a la libertad de decisión es el
impuesto por las adicciones. Las drogas psicoactivas generan placer y por eso son buscadas.
Y generan placer porque activan a las neuronas de una zona particular del cerebro, bien
identificada y bien estudiada, que se llamó inicialmente “el circuito del placer”, aunque
después como para algunos timoratos sonaba excesivo, se sustituyó por el de “el circuito de
HERMINIA PASANTES
Figura 1. Estructuras del circuito mesolímbico cortical
o circuito de recompensa
64
recompensa” (fig. 1). Las neuronas que están
en ese circuito responden a los estímulos
placenteros del entorno, a las situaciones que
van a generar en el individuo una sensación
de felicidad, aunque la palabra felicidad
referida al cerebro tampoco les gusta a los
mismos timoratos. La percepción de la
felicidad es el resultado de la activación del
contacto funcional entre las neuronas (fig.
2, 3) que se describe como la sinapsis. Esta
estructura está formada por la región de la
neurona que va a enviar el mensaje y la que lo
va a recibir, las cuales están separadas por un
espacio, pequeño pero insalvable a menos que
se establezca un puente. En la comunicación
interneuronal este puente es una molécula,
un mensajero químico cuyo nombre indica
su función: neurotransmisor. Cuando no
hay comunicación entre las neuronas el
neurotransmisor se localiza en la neurona
emisora dentro de pequeñas vesículas que
vierten su contenido al espacio que la separa
de la neurona receptora, la que va a recibir
el mensaje. Para establecer el contacto
entre las neuronas, el neurotransmisor debe
interactuar con una estructura molecular,
el receptor, en la neurona que recibe el
mensaje, un poco como una llave que entra
en la cerradura (fig. 3).
Pero una vez que se ha establecido el contacto,
esta conversación entre las neuronas debe
terminar, porque al cerebro tampoco le gusta
la “felicidad desenfrenada”. La intensidad
y la duración de la comunicación entre las
neuronas están reguladas en forma precisa
a través de la remoción del neurotransmisor
del área de comunicación interneuronal. Esto
se lleva a cabo a través de otras moléculas, los
transportadores, cuya función es la que indica
su nombre. Movilizan al neurotransmisor
internalizándolo en las células adyacentes
sean las propias neuronas o las células gliales
(fig. 3). Las drogas psicoactivas funcionan
alterando este conjunto de elementos de la
sinapsis. La cocaína y las anfetaminas, por
ejemplo, se apoderan de los transportadores
con lo que el neurotransmisor que ya no puede
ser removido tan eficientemente, se queda
en el área de comunicación durante más
tiempo, aumenta la cantidad presente en la
sinapsis y la sensación de euforia incrementa
(fig. 4). Las drogas psicoactivas cualquiera
que sea su origen –las hojas de un árbol en
Bolivia, un cactus del desierto mexicano,
un campo de amapolas en Afganistán, un
plantío de marihuana en Oklahoma o
un laboratorio que genera un producto
buscando un buen jarabe para la tos–, todas
esas drogas actúan en el cerebro porque se
parecen lo suficiente en su estructura al
neurotransmisor como para suplantarlo ya
sea en su interacción con el receptor, como
hacen la mezcalina y la morfina, o bien
ocupando su lugar en el transportador como
la cocaína y las anfetaminas (fig. 4). Ante la
presencia de estos pseudotransmisores, el
cerebro pone en movimiento su capacidad
de adaptación, un propiedad extraordinaria:
la neuroplasticidad. Mediante este proceso
el cerebro reconoce que está recibiendo de
alguna parte, una substancia que facilita la
comunicación interneuronal, que incrementa
la duración y la intensidad de la interacción
química de las neuronas y en respuesta,
disminuye la cantidad del neurotransmisor
Figura 2. Las neuronas están formadas por un cuerpo
neuronal (soma) y dos tipos de prolongaciones: el axón
y las dendritas. La neurona envía mensajes a través del
axón y puede recibirlos de otras neuronas ya sea en el
soma o en las dendritas. Cada neurona puede recibir
cientos de mensajes.
El cerebro y los límites de la libertad
Figura 3. La sinapsis es la estructura de la comunicación interneuronal. En la terminal del axón de la neurona
emisora se localizan las vesículas que almacenan a los neurotransmisores hasta el momento en que se va a establecer
el puente de comunicación interneuronal. En la neurona que recibe el mensaje, se encuentran los receptores (R)
que van a interactuar con el neurotransmisor, y los transportadores (T) que lo van a remover para terminar la
comunicación interneuronal.
que está formando. El formar ese neurotransmisor es un proceso costoso para el cerebro, debe
crearlo a través de una serie de reacciones catalizadas por enzimas y cofactores. Debe después
transportarlo hacia su sitio de acción, mantenerlo secuestrado dentro de vesículas en la zona
de la comunicación interneuronal y luego activar una serie de procesos también complejos
hasta que se establezca la comunicación. Todo eso requiere un gran gasto de energía. Así, si
de pronto el cerebro “se da cuenta” de que algo le está llegando de fuera y que actúa de modo
que ya no necesita formar tanto neurotransmisor, reduce su síntesis.
Pero las drogas no permanecen en el cerebro indefinidamente: se metabolizan, se excretan y
desaparecen. El resultado es que dejan de actuar como lo estaban haciendo, y entonces surge
el sentimiento contrario a la euforia, la disforia, debido a que la cantidad de neurotransmisor
ahora es menor a la que tenía el individuo antes de tomar la droga, la que era característica de
una situación normal sino que ahora, como el cerebro está formando menos neurotransmisor
y la droga ya no se encuentra disponible, el nivel del neurotransmisor disminuye por debajo
de los niveles normales. La disforia que experimenta el adicto (infelicidad, angustia) lo pone
en una situación extrema y es entonces cuando hace todo lo posible por conseguir la droga
y restablecer los niveles del neurotransmisor que lo lleven al menos a sentirse bien. Si quiere
recuperar el estado de euforia que antes experimentaba, entonces tiene que recibir mayor
cantidad de la droga. Este es el fenómeno que se conoce como tolerancia. El cerebro mantiene
su capacidad de adaptación y el individuo requiere más y más droga para tener activos sus
circuitos de recompensa. La ausencia de la droga es insoportable. La adicción está allí.
La dopamina es el neurotransmisor que está preferentemente involucrado en estas adicciones
y que actúa como el mensajero químico de las neuronas que se encuentran en el circuito de
recompensa. La adicción a las drogas es un ejemplo de límites a la libertad impuestos por una
función cerebral. Otras adicciones tienen básicamente los mismos sustratos y sin duda, el
mismo origen: la adicción al juego, a la comida o el enamoramiento, una situación claramente
adictiva. Todas estas adicciones –el amor incluido– operan a través de mecanismos semejantes:
neurotransmisores, preferentemente la dopamina, y circuitos neuronales similares.
El tema no es tan simple, sin embargo. Hay diferencias en los mecanismos que generan adicción
para las distintas drogas, siendo algunas más adictivas que otras. También hay diferencias entre
65
HERMINIA PASANTES
Figura 4. La cocaína y las anfetaminas tienen una
estructura similar a la del neurotransmisor dopamina,
por lo que ocupan su sitio en los transportadores, con
lo que la comunicación entre las neuronas se hace más
larga y más intensa.
66
los individuos. El proceso entre ser usuario
de las drogas y desarrollar una adicción tiene
diferencias individuales importantes, aunque
el uso continuo de una droga, en general, va
a desembocar en una adicción, la posibilidad
de salir de ella también tiene variaciones
individuales importantes. Mientras que algunas
personas lo hacen simplemente porque han
tomado la decisión de hacerlo y con mayor o
menor esfuerzo lo consiguen, otros en cambio,
son incapaces de liberarse de la necesidad
compulsiva de la droga y aún cuando se sometan
a terapias de rehabilitación, en ocasiones
repetidamente, no son capaces de vencer la
adicción. Esto habla de cambios más profundos
y permanentes en el cerebro que no se conocen
lo suficiente como para poder ayudar a estas
personas a recuperar su libertad. La tarea no
es sencilla pues tiene que ver con la plasticidad
del cerebro, que es una función básica para
procesos fundamentales de la operación mental
del individuo, como la memoria, el aprendizaje
y la toma de decisiones.
La decisión de actuar en una forma u otra es un
proceso muy elaborado en el que participan
un gran número de sistemas neuronales de
complejidad creciente. La memoria es la gran
integradora de las bases de una decisión.
La memoria tiene múltiples componentes,
involucra varias regiones del cerebro y
cientos de miles de interacciones neuronales.
Los procesos de la memoria no son siempre
los mismos, y muestran diferencias espaciotemporales. Los neuropsicólogos hablan de
memoria a corto plazo y memoria a largo
plazo. La memoria a corto plazo o memoria
operativa (aunque en estricto sentido no son
totalmente equivalentes) es una suerte de
interfaz entre la percepción y la acción. Este
tipo de memoria es muy flexible, se almacena
durante un tiempo corto y en general, no
contribuye al aprendizaje. Es el proceso que
permite recordar un número telefónico para
hacer una llamada inmediata, la información
que se solicitó para encontrar una calle, o
la clave de seguridad instantánea de una
operación bancaria por internet. A menos
que se haga un esfuerzo consciente por
retener los elementos de la memoria, ésta va
a desaparecer rápidamente, desplazada por
nueva información. La corteza prefrontal es la
zona en el cerebro en la que preferentemente
se encuentran las neuronas y los circuitos en
los que se almacenan los elementos necesarios
para la operación de este tipo de memoria.
Por supuesto la memoria se relaciona y se
alimenta de la percepción sensorial, que se
procesa en otras áreas del cerebro (fig. 5).
Esta memoria operativa y las decisiones que
de ella se derivan, son indispensables para la
funcionalidad del individuo, así como para
el ulterior establecimiento de la memoria de
largo plazo y el aprendizaje.
A partir de la memoria a corto plazo se va
a constituir la memoria a largo plazo a
través de un proceso de consolidación de
los recuerdos. Es un proceso que ocurre a
través de mecanismos distintos de los de la
memoria operativa, y en él participan otras
regiones del cerebro. La memoria a largo
plazo se basa en la codificación conceptual
y su asociación con elementos cognoscitivos.
Es sobre estas bases que se establece el
proceso de aprendizaje. Dentro de la memoria
a largo plazo se han categorizado dos grandes
tipos: la memoria implícita o procedimental
Figura 5. Regiones del cerebro y sus funciones
Figura 6. Ubicación del hipocampo, elemento clave en
los procesos de memoria.
y la memoria explícita o declarativa. La
memoria implícita incluye el dominio de
conductas motoras complejas como son las
que permiten andar en bicicleta, tocar un
instrumento o conducir un automóvil. La
memoria explícita es la que se relaciona con
toda la gama de recuerdos conscientes. El
establecimiento de la memoria a largo plazo
ocurre mediante cambios en las neuronas
que facilitan y refuerzan su comunicación en
forma más estable y permanente, lo que lleva
a consolidar la codificación de recuerdos.
El proceso de consolidación de la memoria
tiene lugar en distintas regiones del cerebro.
El lóbulo temporal tiene una función
crítica en la formación de la memoria y en
su consolidación (fig. 5). En esta región
es donde se procesa la información de los
sistemas auditivo, visual y somatosensorial
para establecer la memoria operativa.
Allí también tiene lugar la decodificación
auditiva del lenguaje para su expresión y
su comprensión. En una zona del lóbulo
temporal, el hipocampo (fig. 6), se realiza
el análisis de los elementos de la memoria
a corto plazo y su confrontación con otros
elementos ya almacenados en la memoria.
Con base en este análisis se define si
formarán parte de la memoria a largo plazo.
El lóbulo temporal construye también las
conexiones con el sistema límbico a través
de las cuáles las emociones confluyen para
modular la memoria. Está ya bien establecido
el papel que juegan las emociones en el
proceso de consolidación de la memoria.
Las emociones, tanto las positivas como
las negativas, son determinantes para la
facilidad con la que se establece un recuerdo
así como para su estabilidad en el transcurso
del tiempo. El circuito de recompensa,
El análisis final, un proceso estrictamente
cognoscitivo, estará definido en última instancia, por la experiencia previa del individuo, por sus vivencias, por el análisis, de las
consecuencias que van implícitas en la decisión y que se derivan de su contexto personal y cultural. En este sentido las decisiones
van a ser estrictamente individuales, pues el
bagaje de experiencias de cada persona, almacenadas en el cerebro es diferente del de
todos los demás. Las decisiones, entonces,
estarán moldeadas por las circunstancias
existentes en un determinado momento que
no serán inamovibles, sino que se modifican
continuamente por la aparición de nuevas
experiencias. Parece que se volviera entonces
a las corrientes filosóficas que sostienen que
ningún elemento de la realidad puede asirse
con certidumbre ya que un segundo después
ya no es el mismo.
La toma de decisiones, en el proceso de su
construcción conceptual final, es una función ejecutiva que se localiza sobre todo en
el lóbulo frontal, en particular en la corteza
(fig. 5). Es allí donde ocurre el análisis coordinado del conjunto de información que llevará finalmente a tomar una decisión. Esta
zona del cerebro recibe la información de
muchas otras, algunas con acciones relativamente sencillas como las de percepción sensorial, por ejemplo la evaluación visual de la
densidad de las nubes en la decisión de salir
o no con un paraguas, el sonido de la alarma sísmica para proceder a la evacuación de
un edificio, y otras más complejas como las
que codifican y procesan la memoria a largo
plazo. Es a través de la experiencia adquirida, almacenada a través de los mecanismos
neuronales de la memoria, en distintas áreas
del cerebro, que se tendrá el conjunto de elementos que fundamentarán el análisis conceptual que llevará finalmente a la decisión.
El vínculo emocional agrega un elemento de
complejidad a todo el proceso.
El conjunto de neuronas en esta región del
cerebro, en cuya actividad va a sustentarse
El cerebro y los límites de la libertad
descrito anteriormente, participa en este
tipo de asociación y algunos de sus centros
neuronales como la amígdala y el núcleo
acumbens (fig. 1) almacenan la memoria
de emociones placenteras. La influencia de
las emociones en la memoria tiene un papel
clave en la toma de decisiones.
67
HERMINIA PASANTES
el acto de la decisión, recibe a veces en el transcurso de una centésima de segundo, toda
la información pertinente para la evaluación del acto decisivo. Del lóbulo temporal recibe la
información procesada de los sistemas visual, auditivo y somatosensorial (fig. 5); de allí
llegan también los elementos almacenados en la memoria autobiográfica. De esa misma zona,
previa conexión con el circuito mesolímbico, llegarán las influencias emocionales que tan
poderosas pueden ser señalando el curso de una decisión. El reto de las neurociencias es
la identificación precisa de los circuitos neuronales responsables del eslabón final, el de la
elaboración conceptual de la decisión. La importancia de establecer este correlato neuronal se
hace más relevante si se considera que este proceso, el de la construcción conceptual de una
decisión, está cercano a la elaboración conceptual de la conciencia.
68
Tomar una decisión parecería un acto de suprema libertad del individuo. Sin embargo, cualquier
decisión se encuentra acotada dentro de límites estrechos por la experiencia acumulada de la
persona, por las influencias de su entorno familiar, social y cultural. En términos de libertad,
no puede cuestionarse que su construcción conceptual se basa en la experiencia. En ese
sentido, la suma de evocaciones y vivencias, la integración de los recuerdos y los olvidos,
establecerán sus límites. Los límites de la libertad.
Hago patente mi agradecimiento a la licenciada Olivia Farfán por su apoyo en la elaboración
de las ilustraciones de este artículo.
Entrevista
Hugo
Gutiérrez
Vega
SILVIA MOLINA
MIEMBRO TITULAR
H
La poesía es una forma de ver la vida
ugo Gutiérrez Vega –hombre de naturaleza dulce y cariñosa que acentúa más su acento
jalisciense, memorioso extraordinario, actor y director teatral por vocación, catedrático
riguroso, periodista cultural apasionado, diplomático fino y conversador fascinante– es
sobre todo y ante todo un gran poeta, autor de medio centenar de libros de poesía y prosa. Entre
las distinciones que ha recibido se encuentran el Premio Xavier Villaurrutia, el Premio Nacional
de Poesía Aguascalientes y el Premio Nacional en Lingüística y Literatura 2013, así como la
Medalla del Instituto Nacional de Bellas Artes. Actualmente es miembro de la Academia Mexicana
de la Lengua y del Seminario de Cultura Mexicana. Me abre la puerta de su departamento, en
Copilco, Lucinda, su compañera de toda la vida, con su mirada clara e inteligente. Platicamos
antes de que Hugo aparezca por el pasillo con un andar temeroso, porque se ha caído dos veces
recientemente. Observo con detenimiento la salita comedor donde está parte de su biblioteca.
Es un hogar que tiene el cuidado indiscutible de Lucinda, que nos ofrece té y una rebanada de
pastel de chocolate. Cuando Hugo se sienta, cambia su postura y escucho su voz cálida, firme y
su sentido del humor. Disfruto su memoria privilegiada.
¿Dónde naciste, Hugo?
En Guadalajara, pero a los pocos meses me llevaron a Lagos de Moreno.
¿Quiénes fueron tus padres?
Mi padre nació en Santander, en España, llegó a México a los dieciocho años huyendo
del servicio militar, porque era la época de la Guerra de África y los mandaban a pelear a
Marruecos. Él y un hermano salieron de Santander a hacer Las Indias, como se decía. Llegaron
SILVIA MOLINA
70
a Cuba primero, estuvo ahí unos meses, pero
su destino final, él lo sabía, era México. Llegó
muy joven, realizó toda clase de oficios:
vendió y compró café, se movió por el sur.
Se llamaba Francisco Gutiérrez Arce. Era
guapo, un español guapetón, y tenía muchos
amores por Oaxaca y Chiapas que recordaba
con afecto ya cuando estaba viejo. Mi madre
fue María de Jesús Vega Anaya. Mi abuelo fue
don Pedro Vega y Vega, y mi abuela Josefina
Anaya y Anaya. En Lagos se casaban entre
primos hermanos. Sucedía que los indígenas
llamados chichimequillas eran irreductibles.
Entonces los españoles siguieron la política
inglesa: “El mejor indio, es el indio muerto”;
los mataron a todos. Y para los trabajos
serviles llevaron indígenas de Tlaxcala.
Recordarás que Tlaxcala era república aliada
del virreinato; por lo tanto, se les daba un
trato especial. El cuento de Elena Garro es
muy claro en su título: La culpa es de los
tlaxcaltecas. Todavía existen en Lagos los
barrios tlaxcaltecas. En Guadalajara están
Mezquitán y Mexicalcingo. En Coahuila,
San Luis, Aguascalientes y hasta en Filipinas
había tlaxcaltecas. En Mindanao, hay una
pequeña colonia. Pues bien, mi abuela y mi
abuelo eran primos hermanos. Tuvieron que
pedir permiso al Vaticano para casarse. Por
eso en el escudo de Lagos en la parte de abajo
hay una leyenda que dice: “Tierra de Lagos,
tierra de godos, parientes todos y enemigos
todos”. Fueron catorce o quince familias que
se mezclaron entre sí.
¿Dónde pasaste tu infancia?
Pasé gran parte de la infancia en Lagos y a los
siete años regresé a Guadalajara. Hubo una
interrupción por razones de trabajo de mi
padre y estuve en la Ciudad de México a los tres
años. Viví en Veracruz y Jalapa. Fue curioso
porque ahí me dio paludismo y para evitar los
problemas me llevaron a Jalapa que era más
alta, pero allí adquirí tosferina y neumonía.
Entonces regresé al paludismo, a Veracruz,
hasta que por fin me trajeron a México.
¿Cuándo comenzaste a leer?
Mis parientes en Lagos eran agricultores.
La mayor parte afectados por la Reforma
Agraria. Se habían dividido las haciendas…
Se conservaban los cascos que eran agradables
y allí pasábamos la temporada de lluvias que
era la época de vacaciones. Nos reuníamos
en el casco de Santa Cruz del tío Camilo y la
tía Elena. Nos juntábamos treinta o cuarenta
sobrinos. La mayor parte charros; charros
profesionales; inclusive que habían ganado
campeonatos de coleadero y cosas por el
estilo. Yo estaba dedicado a la lectura desde
muy chico, Silvia. Me acuerdo que mi fuente
era Marujita, una colección española de
libritos rojos por donde pasabas al otro lado
del espejo. En esta colección había duendes,
elfos, silfos, gnomos… Entonces tú vivías en
un mundo paralelo. Estaban los cuentos de
Calleja, cuentos de hadas rusos, alemanes,
finlandeses, de los hermanos Grimm, y de
Hans Christian Andersen. Me alimentaba de
cuentos de hadas. Ya cuando crecí un poco
más pasé a Salgari, siempre tuve una gran
admiración por él. Sandokan, El tigre de la
Malasia, El corsario negro, Yolanda, la hija
del corsario, La capitana de Yucatán… Salgari
(acentúa la primera “a”), ya ves que todo el
mundo dice Salgari (acentúa la segunda),
fue un personaje excepcional porque era un
autor de un éxito inmenso. Sus ediciones eran
de millones de libros Y los editores, como
sucede con cierta frecuencia, le hicieron
de chivo los tamales quitándole gran parte de
sus regalías. Se cortó la yugular por una razón
inexplicable. Dejó un mensaje sencillísimo
“Me voy porque me da la gana”. Leí mucho a
Julio Verne. Mis libros predilectos eran Diez
mil leguas de viaje submarino y sobre todo
Dos años de vacaciones que era un ideal en
aquella época y lo sigue siendo: las escuelas
son insoportables. Las vacaciones son una
maravilla. Entonces yo leía todo el tiempo y
¿Y el poema a tu abuela?
Tuve una niñez como la de todos los niños de mi época, pero protegido por la abuela materna.
Inteligente, buena, pero irónica. No sarcástica, irónica en el buen sentido de la palabra. Yo
la quise muchísimo. A mi padre lo veía una vez al año, iba a Guadalajara a recogerme para
llevarme a Veracruz o traerme a México. Yo gozaba mucho la ciudad, me llevaban a los
restoranes españoles –era glotón–. El Círculo Vasco, El Centro Vasco. Iba al cine todas las
tardes. Tenía unos tíos consentidores que me compraban ropa. Una infancia como la de todos
los niños de mi época: por un lado protegida y agradable, y por el otro vejada y humillada.
Los niños éramos ciudadanos de segunda, considerados no como débiles mentales sino
como incapacitados mentales aunque tremendamente inteligentes. Todavía persiste esta idea
de verlos como incapacitados, sobre protegerlos y considerarlos –sobre todo en mi época–
habitantes de la mesa de atrás, de alguna manera discriminados como las mujeres.
Entrevista a Hugo Gutiérrez Vega
por supuesto era sospechoso por lo menos de fragilidad o delicadeza porque no hacía suertes
charras. Montaba a caballo con torpeza, y un día me permitieron lazar a una yegua. Lancé la
reata y lacé a una tía. Una tía gorda que se llamaba Elenita. A raíz de eso dijeron: “Ese pendejo
no puede seguir practicando las suertes charras”. Me dejaron en paz y seguí leyendo. La
lectura era parte esencial de mi vida.
¿Dónde comenzaste a escribir?
En Guadalajara. Me fui de Lagos porque no había escuela, no había manera de terminar la
primaria, te quedabas en tercero. Estaba en un colegio de monjas. Recuerdo que había una
monja muy bonita: sor Ascensión, que le gustaba mucho a mi tío Memo, hermano de mi
71
SILVIA MOLINA
madre, y me mandaba a decirle: “Madre, está usted muy bonita, yo quiero ser su novio”. Me
recordaba mucho a la del poema de González León: Aquella Hermana de la Caridad: aquella
Sor Asunción, que bajo la toca lleva una boca de forma de corazón.
Una de tus grandes influencias…
Así es. Y luego ese maravilloso poeta es más preciso, en la descripción de la monja: Corazón que
es dilución de una escala cromática… el color del labio superior es sonrosado, y rojo ultrasanguíneo
el inferior… Monjita que te pareces a una artista de cine, de película italiana, que yo vi bajo la
luna, en el auge lumínico de una convaleciente noche de abril…
Fue un gran poeta.
Este poeta tan complejo, tan simbolista, tan alumno de Rodenbach o compañero suyo es
calificado por los críticos del D. F. de “delicioso poeta provinciano”, cuando es uno de los más
sofisticados y complejos de la poesía de principios del siglo pasado.
¿Cómo conocería a Rodenbach?
Fíjate qué curioso: salió sólo una vez de Lagos para estudiar farmacia en Guadalajara. Regresó
y ya no se movió de su pueblo. No salió ni a las orillas, era totalmente urbanista. Inclusive
alguna vez lo invitaban al campo, iba a las haciendas de los parientes, salía un poquito, pero
vivía encerrado en la ciudad. Asi escribe: Por ese parentesco / que tengo con la tarde / y porque
el alma / ya se me ha quedado inútil / en su afónica tristeza, / con el ademán callado / de quien se
encuentra apoyado / a la orilla de una mesa / pensativo y olvidado.
¿Cómo cultivaste esa memoria tan extraordinaria?
72
El teatro me ayudó mucho; además, por aquello que decía Rafael Alberti (señala en la pared
el poema prólogo de Alberti a su primer libro, manuscrito, firmado): “los poemas que uno ama,
los memoriza automáticamente”. Pero me ayudó el teatro y la mecánica de la memoria que
cultivamos los teatristas.
¿Qué pasó con la relación entre Rodenbach y González León?
González León era maestro de francés, autodidacta. Y lo llegó a dominar bien. Lagos era un
pueblo extraño porque tenía un liceo que fundó el padre Miguel León Guerra. Había en él
clases de francés que daba don Francisco, quien leyó una novela de Rodenbach, Brujas la
muerta. Preciosa, emblemática, del segundo simbolismo. No sé cómo averiguó (debió haber
escrito una carta a la legación belga) el domicilio y le escribió en un francés perfecto que
impresionó a Rodenbach, quien le contestó. Establecieron una correspondencia. Hay quince
o veinte cartas que encontró Ernesto Flores, el compilador de la obra de González León y de
Alfredo R. Placencia. Don Francisco no se interesaba mucho en publicar. Escribía en papel
de estraza con una letra firme de trazos amplios, seguramente con canutero, con manchas y
correcciones. Guardaba los poemas en un cajón de la botica.
¿Cómo comenzó a publicar?
Un día pasó López Velarde por Lagos, y ya sabía por Pedro de Alba que don Francisco era un
buen poeta. Hasta allí sabía, pero se dio cuenta de que no sólo era un buen poeta sino que era
genial. Le pidió los poemas y González León le dijo: “Sí, lléveselos, don Ramón”. Se los llevó
y publicó en México el libro Campanas de la tarde, con un prólogo precioso donde lo llama
poeta consanguíneo. Figúrate, considerarlo consanguíneo. Y además es cierto: de repente
encuentras una metáfora de González León y otra de López Velarde que son parecidas. Claro,
pertenecían a la misma cultura del centro del país, la cultura católica. López Velarde usa
mucho para describir sus amores el lenguaje de la liturgia y, a veces, hasta el lenguaje jurídico.
Y dice en el prólogo López Velarde: “…su originalidad poética, la de las sensaciones”. Lo
llama: “…monje de emociones intermedias… su simplicidad tiene paréntesis laberínticos…
viene de regreso de las formas barrocas para lograr una forma absolutamente original”. Es
decir, un prólogo lleno de entusiasmo. González León también usa el lenguaje litúrgico.
Escribió otros dos libros, pero no se preocupó mucho por la publicación ni por la fama, no era
un tema que le interesara.
A López Velarde lo leí después. Leía a
González León y a Placencia.
¿Cómo encontraste a López Velarde?
Por una pequeña referencia que hace don
Francisco, en una entrevista. Pedro de Alba
le preguntó al viejo cuál era el poeta que
más le interesaba del México contemporáneo,
y él dijo: “Sin duda, Ramón López Velarde”.
Eso me llevó a leerlo y a encerrarme años en
López Velarde, a quien he llamado “el padre
soltero de la poesía mexicana moderna”.
buena fe. Cervantes que era muy humorista y
quería ser poeta –figúrate el autor del Quijote,
el genio absoluto–, tenía quejas por no serlo,
y así lo dijo varias veces a pesar de que era
un poeta respetable. El cerco de Numancia
es poesía grandísima, tiene algunos sonetos
espléndidos, pero quería ser mejor. Decía:
“Los poetas son ladrones los unos de los
otros”. Es cierto, la poesía es un patrimonio
común. Cuando me preguntan cuáles son las
influencias que he recibido contesto que toda
la poesía, desde la griega hasta José Carlos
Becerra.
Entrevista a Hugo Gutiérrez Vega
López Velarde también tiene mucho
peso en tu obra.
¿Cómo te iniciaste en el teatro?
¿Eso te provocó escribir tus primeros
poemas?
Curiosamente fue la lectura de los españoles
del 27, porque después de la lectura del
padre Placencia y de López Velarde me
encontré en la Librería Zaplana –aquí en
México, una librería benemérita que dirigía
don Andrés Zaplana, un español que no era
comerciante sino un verdadero apóstol del
libro– un volumen de Alberti publicado por
Losada, Marinero en tierra con el que Rafael
había ganado el Premio Nacional de España
siendo muy joven. Lo leí religiosamente,
casi de rodillas y al poco tiempo me puse a
escribir una serie de poemas que llamé “El
niño y el mar”.
¿Cuántos años tenías?
Dieciocho. Mandé los poemas a los Juegos
Florales de Sahuayo y los gané. Creo que
eran cinco mil pesos: una fortuna en aquella
época. Perdí los poemas, creo que en un
cambio de casa. Poemas muy influenciados
por Alberti, por “Marinero en tierra”. No
eran plagios, digamos que era una influencia
preponderante, una influencia poderosa. Lo
que decía Rafael: Penando por ver el mar, / un
marinerito en tierra / iza al aire este lamento:
¡Ay, mi blusa marinera! / como me la inflaba el
viento / al divisar la escollera. Ese era el tono.
Mismo que yo seguí sin darme cuenta. A uno
le pasa, Silvia, de repente te apenas mucho,
dices: “cometí un plagio”. Me acuerdo de un
poema que escribí en Cambridge, un poema
triste, que terminaba “…la soledad, la lluvia,
los caminos”. Me dije: “Qué bonito, qué
bonito quedó”, y al poco tiempo abriendo
un libro de Vallejo me encontré: “Son testigos
los días jueves y los huesos húmeros, la soledad,
la lluvia, los caminos”. Es un peligro que
jugamos gozosamente siempre que sea de
Desde muy chico, en el colegio de los jesuitas
formamos un grupo de teatro. Pusimos una
obra pésima: El divino impaciente de José María
Pemán. Una obra llena de ripios, en verso,
sobre la vida de san Francisco Javier. Yo hacía
el papel de un hermano de San Francisco. En
aquella época era muy robusto, tenía unas
piernas de gran tamaño, y con las calzas se
veían doblemente grandes. Recuerdo mi
primer éxito en pleno momento dramático:
atravesé el escenario y la gente se murió de
risa al ver mis piernotas. A raíz de eso cultivé
una ilusión por el teatro que en Guadalajara
tenía pocas posibilidades de cumplir. Quizá
cuando iba una compañía de México al
Degollado… Me acuerdo que iba la Compañía
de Pepita Envil y de Plácido Domingo, padre,
con operetas y zarzuelas. Mi abuela era muy
aficionada a la zarzuela. Nos sentábamos en
luneta. Ponían las letras de Luisa Fernanda y
las otras zarzuelas. Antes de comenzar todos
cantábamos aquello de “A la sombra de una
sombrilla de encaje y seda…” Eran chistosas.
Un día el hijo del gerente del teatro, o del
administrador del teatro, me dijo: “¿No
quieres salir en una opereta?”. Debo haber
tenido como diecisiete o dieciocho años.
“Yo no sé cantar”. “Nada más abres la boca.
Necesitan gente en escena”. Me dieron un
frac medio remendado, me lo puse y salí en
La viuda alegre, con Pepita Envil cantando
el vals de La viuda alegre (entona la música),
y yo muy serio con mi frac entre el grupo
de cantantes, abriendo la boca y fingiendo
cantar. Esos fueron los principios.
¿Y luego?
Fui a estudiar al Actor´s Studio de Nueva York.
Tenía 22 años y mucho interés en ampliar
mis conocimientos. Leí la convocatoria de
un diplomado para actores extranjeros. Hice
73
SILVIA MOLINA
74
mi solicitud Teníamos que presentar un
monólogo en inglés. Yo ya hablaba bastante
bien inglés: fue la primera lengua que
aprendí; pero tenía heavy accent. Se trataba
de un diplomado, no podías entrar al curso
oficial. Pero fue muy interesante por la gente
que vi: James Dean, Marlon Brando, Susan
Strassberg, muy jovencita. Me paraba en los
pasillos para verlos pasar. Tomé el curso seis
meses. Me ofrecieron otro, pero ya no tenía
dinero. Entonces, unos amigos negros me
alojaron en su casa en Harlem. Era verano,
así que podía dormir en las escaleras de
incendio. Allí ponía mi colchoneta. Me hice
amigo de algunas personas de Harlem, seguí
tomando el curso y para poder solventar
mis gastos trabajé en un restorán paquistaní
lavando platos, (pero allí sí progresé: el resto
de mi vida no he progresado mucho). Ya ves,
estás en la casa en la que he vivido desde
hace casi cuarenta años. Pasé de lavar platos
a encargado del tandoori, el horno donde
se hacen las carnes y los panes, y aprendí a
hacer chapatas, puris y papadooms y otros
panes de la región. Me doctoré en tandoori…
¿Y tu carrera de abogado?
Regresé a México y unos años después fui a
Querétaro a terminar la carrera que no pude
terminar en Guadalajara, creo que por razones
políticas. No me acuerdo muy bien, pero hice
cuatro años de la carrera en Guadalajara, el
quinto en México y en Querétaro me recibí.
y cinco años. Un grupo inspirado en buena
medida en los Entremeses Cervantinos de
Guanajuato, en la magnífica labor de Enrique
Ruelas; pero también en La Barraca de García
Lorca en la época de la República, y en las
misiones culturales de la República Española
de Cosío y de Casona. Entonces empezamos a
viajar. Primero por los pueblos de Querétaro y
luego a toda la República. Nuestro Repertorio
eran entremeses cervantinos, pasos de Lope de
Rueda, entremeses de Quevedo, fragmentos
de obras de Ruiz de Alarcón. En aquella época
actuábamos en el atrio de Santa Rosa, una
iglesia barroca muy extraña de Querétaro,
con elementos esotéricos. Ésa era nuestra
sede. Pusimos las farsas francesas de la Edad
Media. Tuvo mucho éxito la Farsa de Miser
Pathelin, y luego les dije: “¿Qué les parece si
hacemos teatro del absurdo?” Era el teatro
del momento en Europa. Pusimos La cantante
calva de Ionesco, antes que Gurrola en México.
Nosotros la estrenamos en lengua española
en América Latina. Lo curioso fue que la
montamos en el Teatro de la República, donde
se juzgó a Maximiliano cuando era el Teatro
Iturbide, donde se discutió la Constitución
del 17, figúrate la cantidad de discursos y de
alegatos que pasaron por allí. Una obra sobre
la disolución del lenguaje, en un lugar donde
había corrido tantas palabras. Era realmente
surrealista. Ionesco hizo el viaje a Querétaro
para ver donde se había puesto la obra. Me
acuerdo que nos comentó. “Es como ponerla
en el Parlamento en Bucarest”.
¿Y los Cómicos de la Legua?
Estando en Querétaro fundé el grupo. Esto
que te estoy diciendo pasó en 1959 y el grupo
todavía funciona, tienen ya casi cincuenta
¿Y tu pertenencia al pan?
Mira, mi formación religiosa, mi familia, el
colegio me llevaban hacia la oposición. A
López Mateos hizo muchas cosas por la
cultura.
Era extraordinario. Muy contradictorio,
pero creo que es el último presidente de la
post-revolución. Después vienen Díaz Ordaz
y De la Madrid que son otra cosa. Fuimos
expulsados del pan por comunistas y me
quedé flotando en el espacio trabajando en
Querétaro de maestro, y con los Cómicos de
la Legua. Fue López Mateos a Querétaro. Le
dimos una función. El día anterior habíamos
dado una, en San Juan del Río y terminando
tuve frente a mí cuatro escopetas esgrimidas
por los hermanos Fernández de Cevallos,
mientras Diego, uno de ellos, con un látigo
para mulas la emprendió contra mis espaldas
gritando “De mi padre no se burla ningún
hijo de puta”. Me dio cuatro latigazos,
mientras los hermanos me apuntaban con las
escopetas. En una reacción de defensa, tiré
una patada con la que seguramente le di allí
donde te conté, se hizo para atrás, y en eso
salieron los del grupo de teatro con espadas
y lanzas de utilería a defenderme. López
Mateos ya estaba enterado y al día siguiente
terminando la función me llamó.
¿Qué te dijo?
Me acuerdo que echaba la mano a la bolsa para
sacar Mejorales: ya le empezaba el aneurisma
que finalmente lo mató. Fumaba Delicados y
tomaba Mejorales. Estaba ya muy delgado y
era su último año de gobierno. –Yo había ido
a defender mi caso en la Cámara de Diputados
con un discurso virulento. En aquella época
el pri era especialista en coptar, más que
en reprimir, que eso lo hizo Díaz Ordaz.
Todavía tenía el sistema de coptación: los
magníficos embajadores escritores que tuvo
el pri a lo largo de su historia: Amado Nervo,
Enrique González Martínez, Alfonso Reyes,
Octavio Paz… Había una larga tradición
en el Servicio Exterior de diplomáticos
escritores–. Me acuerdo textualmente de
sus palabras: “Hugo, la derecha nunca es
inventada, ponga tierra de por medio”. Me
invitó a desayunar a Los Pinos. Estuvimos
Humberto Romero y yo. Me dijo: “Hable con
Pepe Gorostiza”. Le respondí: “Yo quisiera,
señor presidente, entrar por mis propios
méritos. Presentar el examen.” Me contestó:
“Él ya tiene instrucciones”. Desayunamos. Se
levantó repentinamente; me dijo Humberto:
“Es que le viene la migraña”. No lo volví a ver
pero antes de irme me dijo: “Esté donde esté,
escríbame una vez al mes”. Cumplí. Una vez
al mes le escribí. Sólo obtuve una respuesta
porque estaba ya muy mal: “Recibí su carta,
me encanta que le guste Roma y que esté
viviendo plenamente su trabajo diplomático
y al mismo tiempo conociendo la ciudad. Un
abrazo, Adolfo López Mateos”.
¿Presentaste el examen?
Lo presenté. Fui con don Pepe y entré como
tercer secretario acreditado como Consejero
Cultural en Roma. Me acuerdo que don Pepe
Gorostiza era Secretario de Relaciones en
funciones porque don Manuel Tello se fue de
candidato a senador por Zacatecas. Era 1963.
Fui a despedirme de él y me dijo: “Véngase,
vamos al teatro”. Nos fuimos caminando de
la Secretaría a Bellas Artes. No tenía guaruras.
Fuimos a ver el Orestes de Alfieri, con el Stabile
de Roma actuado por Vittorio Gassman.
Terminando la función nos fuimos a merendar
al lugar que acostumbraba, la Fonda Santa
Anita de Humboldt. Un caldito de pollo con
garbanzos, dos quesadillas, una de flor de
calabaza y otra de hongo, y un gran vaso de
agua de limón con chía. Era un hombre muy
austero, muy sencillo. La gente lo calificaba de
hosco, de serio. No, era encantador, humorista,
simpático. Al terminar me dijo: “Hugo, escriba
cuando menos un verso al día para mantener la
mano caliente”. Y le dije: “Pero que autoridad
moral tiene usted, si ya no ha vuelto a escribir”.
Me contestó: “Mire, Hugo, ¿usted cree que
Entrevista a Hugo Gutiérrez Vega
mí me tocó la segunda cristiada todavía en
Lagos, siendo muy chico. Hay dos novelas de
don Guadalupe de Anda que son formidables.
El prólogo de la nueva edición de Porrúa es
de José María Muriá, y deja muy en claro lo
que fue la guerra cristera. Todo esto formaba
parte de mi parafernalia mental. Entré al
pan porque era buen orador. Estuve en la
campaña de González Luna, después en la de
Luis H. Álvarez. Manuel Rodríguez La Puente
y yo fuimos los principales oradores, como
decía mi abuela, “muy desbocados, muy
virulentos”. Terminada la campaña, los dos
decidimos inclinar al pan hacia la izquierda
cristiana, y ese era un programa de izquierda
para el partido, figúrate qué locura. Entonces
obviamente nos corrieron. Además nos
fuimos a Cuba a ver al Che Guevara y a Fidel,
tuvimos entrevistas con ellos y aquí yo estuve
preso en Mexicali, casi un mes, en un verano
pavoroso acusado de disolución social. López
Mateos me salvó la vida amnistiándome. A
raíz de esto me hice amigo suyo.
75
SILVIA MOLINA
puede escribir un poema una persona que
escribe cien veces al día: “Reitero a usted las
seguridades de mi más alta consideración?” Le
dije: “Don Pepe, han podido otros, Claudel,
Perse, Seferis… Tenía razón, para qué escribir
más si ya estaban ahí Muerte sin fin, Canciones
para cantar en las barcas, la Declaración de
Bogotá que es un poema sorprendente, y textos
en prosa sobre su poética.
¿Siempre recibiste en tu casa como lo
hacías en Londres?
76
Era casa abierta para intelectuales, escritores.
Estábamos en esa época en Londres prácticamente todos: José Carlos Becerra, Guillermo
Cabrera Infante, Antonio Cisneros, Mario
Vargas Llosa, Octavio Paz en Cambridge, Carlos Fuentes, con Rita y Cecilia, José Emilio
Pacheco y Cristina en Colchester, Fernando
del Paso con Socorro y sus hijos, Felipe Erhenberg, Monsiváis, que se quedaba con nosotros. Sergio Pitol, tú. Todo el mundo estaba
en Londres: Era el momento de estar ahí, la
salida del invierno neo romántico, la época
del Electric Cinema de Portobello. Nos tocaron los estertores del movimiento hippie. La
casa estaba abierta para todos los amigos.
Cuando Monsiváis terminó su estancia en
Londres, se despidió después de estar varios
meses viviendo con nosotros. Las niñas lo
querían mucho y jugueteaban con él. En la
puerta le dijo a Lucinda: “Ésta es una experiencia irrepetible”. Ella empezaba a emocionarse, cuando añadió: “No volveré a vivir con
niños”. Sergio Pitol les tenía prometido a las
tres un streap tease que nunca cumplía. Un
día se le subieron un poquito las copas, puso
Falling in Love Again, cantada por Marlene
Drietrich (canta I´m in love again) y empezó a
hacer el streap tease. Mis hijas se metieron
detrás de un sofá y asomando sólo los ojos
le decían a Lucinda: “Mami, he dears, he
dears”. Se quedó en calzones, hizo todo el
streap tease muy bien. Un día, después de la
despedida que le hicieron sus alumnos de
Bristol, que terminó a las cuatro de la mañana,
estábamos sentados en la sala como a las doce,
tomando un café con Sergio y con Carlos,
cuando de repente sale una voz de debajo del
sillón: era uno de los jóvenes que se había
quedado dormido ahí.
¿Qué amigos literarios hiciste en tu
carrera diplomática?
En primer lugar, en Roma, la enorme amistad
del quien considero mi hermano mayor,
Rafael Alberti. Pasó su exilio en Argentina,
pero decidió acercase a España y encontró
que el lugar ideal era Roma, donde le
ofrecieron un taller para su pintura y algún
trabajito para sobrevivir; ahí recibió el
Premio Lenin que le permitió comprarse una
casa en el Trastevere y más o menos arreglar
su situación económica. Yo había fundado el
Teatro Latinoamericano de Roma. Invitamos
a Alberti y a raíz de eso, al día siguiente estaba
yo en su casa tomando el café y platicando.
Viajamos por Rumania, fuimos a Génova.
Él me presentó a los poetas e intelectuales
italianos que conocí. Al que más quise fue a
Pasolini. Iba mucho a casa de Rafael cuando
estaba filmando El evangelio según San Mateo,
en mi opinión la mejor de sus películas. El
Cristo lo hacía un estudiante de teología
vasco, un chico enérgico, chaparrito, que
hacía un Cristo excepcional. Un día le dije:
“Paolo, yo quisiera trabajar en la película”.
Me dijo: “Claro, preséntate mañana a las 8
en Cinecittà”. Llegué temblando de emoción.
Me dieron una túnica, unas sandalias y una
especie de turbante. Yo esperaba mis líneas,
pensé “Voy a decir alguna cosa”. Pues no, mi
papel fue importantísimo: yo lo titulé después
Sombra que pasa en la lejanía. Era uno de
tantos ciudadanos judíos que caminaba detrás
de Cristo. Cuando estrenaron la película
traté de localizarme pero no me encontré,
andaba en la multitud. Se lo agradecí mucho
a Pasolini. Conocí también en la casa de
Alberti a Pablo Neruda. Traté a Miguel Ángel
Asturias a quien quise muchísimo, fuimos
amigos. Y viajamos juntos a Rumania que era
como nuestro punto de reunión. Sigue siendo
para mí un lugar que adoro. De los italianos
conocí a Vittorio Sereni, Alfonso Gatto,
Alberto Moravia. Lo traté bastante cuando
vino a México, fui su intérprete. Era la época
de La noia, una novela desesperanzada, sobre
la decadencia de la burguesía. Recuerdo a
Elsa Morante, por supuesto, Elena Mancuso,
la traductora de Rulfo y de Paz al italiano:
“Venni a Comala perché mi avevano detto
che qui viveva il mio padre, un certo Pedro
Páramo”. Preciosa traducción.
¿En Inglaterra?
En Inglaterra conocía a Tomlinson, a E. M.
Foster: daba una conferencia en Cambridge y
terminando me invitaron a cenar a uno de los
colegios. Me sentaron junto a él y estuvimos
hablando. Más bien lo estuve escuchando. Le
pregunté por Maurice, por A Passage to India,
¿A quién conociste en Grecia?
Ya había conocido a Elytis en España. Cuando
ganó el Premio Nobel hizo una gira y varios
poetas españoles, amigos, Luis Rosales, Pepe
Hierro, Félix Grande, le ofrecimos un recital
en el Centro Cultural de la Villa de Madrid.
Cuando fui embajador en Grecia, cultivé
su amistad, aunque estaba ya muy grande
y muy enfermo, pero pude verlo. Traté a
Yannis Ritsos, el gran poeta de Monemvasia
acompañé su cadáver a Monemvasia, al final
del Peloponeso, una ciudad prodigiosa, con
una muralla y una fortaleza veneciana. Traté
a Titos Patrikios, Tassos Denegris —que fue
mi traductor al griego—, a Nikos Bletas que
me tradujo también, a Maya María Russo,
que era traductora de Paz, y que me tradujo al
griego. Pero mis principales amistades fueron
Elytis, Ritsos, Patrikios y Denegris. Esa era
la ilusión de José Carlos Becerra, conocer a
Elytis por eso el viaje a Grecia en su viejo
automóvil, y la muerte, en la primera curva
donde está san Vito de los Normandos, en la
primera curva donde se ve el mar griego.
¿Y en Estados Unidos?
Conocí a Robert Frost, traté a Truman
Capote; ahora bien, mi amigo yanqui fue
siempre Gore Vidal. Lo conocí cuando vivía
en Roma. Tenía su novio romano y vivía
cerca del Panteón. Después, cuando fui a
Estados Unidos lo vi varias veces. Dirigí
aquí en México un programa que se llamaba
Encuentro, un talk show, y lo invité. Era
brillantísimo, un hombre de una inteligencia
notable, un crítico de la sociedad y de la
política de Estados Unidos, un gran novelista,
un personaje, Gore.
¿En Brasil?
Allí conocía a Carlos Drummond de
Andrade, a Joao Cabral de Melo Neto, Ledo
Ivo… fundamentalmente poetas, aunque
conocí también a Rubem Fonseca. Un
magnífico novelista. He tenido muchos
amigos escritores. Se acaban de morir Félix
Grande y Leopoldo Panero. Este año se han
muerto tantos poetas, Silvia. Me hicieron un
homenaje en Guadalajara por mis 80 años,
y le dije a la huesuda: “Ya deje en paz a los
poetas, dedíquese usted a los diputados”.
Entrevista a Hugo Gutiérrez Vega
una de mis novelas predilectas. El viejo, que
era como un príncipe gay, más bien un rey gay
de Inglaterra, era un hombre muy asequible,
muy simpático. Estaba ya muy grande.
Conocí a dos o tres poetas de la India con
los que tuve comunicación y luego la perdí.
Y en una reunión de apoyo a Torrijos, por
el Canal de Panamá, en Porchester Hall, me
tocaron de compañeros de mesa Debora Kerr,
la actriz, y Graham Greene que me dijo:
“Odio su país”. Le dije: “Yo también odio el
suyo, odio el Imperio”. Le llamó la atención
mi respuesta y comenzamos a platicar
de Tabasco, de Garrido Canabal. Odiaba
México, pero estaba fascinado por México. A
Deborah Kerr me costó trabajo explicarle que
en México se decía, jugando con las palabras
—en aquella época— por “cual debe de ser”
“cual Deborah Kerr”, porque ella era muy
proper, ¿te acuerdas? Por fin entendió y me
dijo: “It´s funny, I am rather promiscuous”.
¿Qué es para ti la poesía?
Es una forma de ver la vida. La poesía te
descubre cosas que sin ella no habrías podido
imaginar. Aparte de su musicalidad, la poesía
te enseña cosas de la naturaleza, del hombre,
de la relación humana. Y de alguna manera,
te enseña a morir también. Juan Gelman fue
un ejemplo de la muerte de un poeta. Por esos
días lo había atacado Christopher Domínguez,
exigiéndole retractarse y hacer un acto de
contrición por haber sido montonero. Creo
que afortunadamente Juan no se enteró de
semejante tontería. Murió tranquilamente.
Pienso en Epicteto, cuando estaba muy mal
y lo consolaban decía: “No soy el primer
hombre que va a morir”. Lo de José Emilio
fue repentino. Lo de Félix Grande dos meses
de agonía por un cáncer de páncreas que se lo
llevó rápidamente. Además de poeta era uno
de los principales especialistas del flamenco.
Hizo una enciclopedia sobre el tema.
Escribí un poema preguntándole: “¿Cómo
te despedimos, Félix? Lo haremos con un
lamento en altibajos de Camarón de la Isla,
con un arpegio de la guitarra de Paco de Lucía,
o con un grito desesperado de una minera de
Cartagena”. Hablaba del arpegio de Paco de
Lucía, y ese día murió el gran guitarrista.
¿Cuál es tu libro más reciente?
Una reedición de Los pasos revividos hecha
por Vaso Roto una editorial española. Están
allí Una estación en Amorgós, Cantos del
despotado de Morea y Los soles griegos.
77
EL
MERCANTILISMO
Y EL ESTADO
ADMINISTRATIVO
OMAR GUERRERO
MIEMBRO TITULAR
Mirando más allá del debate sobre el Colbert mercantilista y el
modelo centralizado de regulación estatal, podemos más bien
examinar en detalle los instrumentos intelectuales por él usados
como patrón del Gran Siglo, como constructor de Versalles y
como arquitecto del Estado administrativo de Luis XIV.
Jacob Soll, The Information Master, 2011
D
entro de las ciencias sociales, las relaciones habidas entre la economía y la administración
pública han estado signadas por una ambigüedad de encuentros y desencuentros. Nacidas
en cunas muy próximas, por no decir en la misma cuna, con sus acercamientos dieron
vida a temas bi-disciplinarios como el cameralismo, el fiscalismo y el arbitrismo, cuyo cultivo
tendió a ser más económico que administrativo. Lo mismo puede decirse del mercantilismo,
tema de este artículo, el cual será abordado en sus vínculos con la administración pública.
Sin embargo, el mercantilismo es más que un tema bidisciplianario, y si bien parece ser un
tópico bajo el dominio de la economía, su cultivo tiene una orientación multidisciplinaria que
comprende a la ciencia política y la ciencia de “política” (policy science). Más allá de los marcos
disciplianrios modernos señalados, el mercantilismo aparece en el siglo xvii dentro de lo que
podemos llamar “ciencias del Estado”, por ser tal ente su objeto principal, conjunto disciplinario
que abraza a los consejos de príncipes, la razón de Estado, el arbitrismo y el cameralismo, todos
ellos involucrados en el estudio de la formación del Estado. El cosmos del mercantilismo es
extenso y complejo. De modo que aquí nos contentaremos con su análisis principalmente desde
el ángulo de la administración pública, sin renunciar obviamente al aporte económico y al
mismo tiempo solicitar la colaboración de la ciencia de policy.
La palabra “mercantilismo” es una locución que devela menos, que todo aquello que oculta. En
primer lugar, tiene una diversidad de significados por efecto de la pérdida de una continuidad de
interpretación cuyo efecto nocivo fue el extravío de “inteligibilidad”. Su historia, más que significar
una película en movimiento, aparece como un conjunto de pinturas. Al final, mercantilismo “vino
En la literatura del idioma inglés la voz Economic policy tiene una connotación precisa, como lo
observaremos prístinamente en la definición que de ella hace Kenneth Boulding, más adelante
analizada. En español esa voz suele traducirse como “política económica”, dando lugar a tal cual
en inglés, en atención a su origen grecolatino, y evitar además su confusión con “política” en el
sentido en que se emplea en las ciencias sociales.
MERCANTILISMO: PROTO-POLICY DEL ESTADO
Una buena ruta para entender al mercantilismo es concebirlo como policy económica
compartida por los Estados absolutistas entre los siglos xv y xviii. En buena medida ese
fenómeno constituye el proceso primigenio de una masa general de policies del Estado moderno
que comprenden no sólo a la economía, sino también el bienestar social y la vida política. Se
trata de un entramado de proto-policy del cual emana la gubermentalidad que se extiende
hasta nuestros días. Una copiosa literatura tuvo su origen en estos hechos, reproduciendo en
sus páginas un sustrato doctrinario que se ha definido principalmente como una expresión
de la actividad económica del Estado absolutista en su etapa de definición temprana.3 El
mercantilismo, por consiguiente, tiene en su origen una acentuada connotación económica,
pero que no desdeñó otras manifestaciones en la formación del Estado en esos siglos. Se
podría decir, de un modo preliminar, que el mercantilismo es la teoría del Estado desde el
ángulo económico.
Si bien fue Antonio Serra el primer tratadista del mercantilismo de tal modo concebido,
merced a una obra publicada en 1614;4 correspondió a Antoyne de Montchrétien la autoría
de un texto que representa plenamente la tipicidad del mercantilismo como esa actividad
económica referida.5 Montchrétien se propuso tratar las prácticas orientadas a incrementar
las riquezas nacionales, y sujetarlas a preceptos y reglas basadas en la racionalidad.6 En
sus páginas se muestra detalladamente la necesaria actividad del Estado en la economía, y
particularmente el levantamiento de datos estadísticos precisos para tal efecto. El afán racional
de la administración pública universalmente considerada, se manifiesta con toda nitidez en el
papel que juega la estadística como instrumento de gobierno.7
Las prácticas económicas del Estado delineadas en la obra de Montchrétien fueron amparadas
bajo su sugestivo título: Traicté de l’oeconomie politique (Tratado de la economía política). El
texto, quizá el más “administrativo” de los libros mercantilistas, fue más allá de las ancestrales
denominaciones de la economía, que bajo la óptica de Jenofonte y una obra atribuida a
Aristóteles, estaba circunscrita a la vida doméstica y un poco más hacia al perímetro de una
polis singular.8 En el pseudo-Aristóteles, el anónimo autor dividió a la economía en regia,
1 Wilson, Charles, “‘Mercantilism’: some vicissitudes of a idea”, The Economic History Review, vol. X, no. 2, 1957,
pp. 1881-188.
2 Smith, Adam, An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations, New York, The Modern Library, 1965,
pp. 397-626.
3 Una doctrina constituye un vínculo entre el conocimiento y la policy. Hood, Christopher and Michael Jackson,
“Key for locks in administrative argument”, Administration & Society, vol. 25, num. 4, 1994, pp. 467-488.
4 Gonnard, René, Histoire des doctrines éconómiques, Paris, Libraire Valois, 1930, p. 75.
5 Montchrétien, Antoyne de, Traicté de l’oeconomie politique, Paris, Libraire des Sciences Politique et Sociales,
sin año.
6 Vázquez de Prada, Valentín, Historia económica mundial, Madrid, Ediciones Rialp, 1961, p. 278.
7 Jacoby, Henry, La burocratización del mundo, México, Siglo XXI Editores, 1972, pp. 55-56 y 67.
8Jenofonte, Economía, Madrid, Conaculta y Océano, 1999. Pseudo-Aristóteles, Económicos, Editorial Gredos,
Madrid, 1984.
El mercantilismo y el estado administrativo
a significar nada”.1 En segundo lugar, esa voz no comprende la mayor parte de los sucesos del
Estado durante el siglo xvii y que llevaron a la formación del Estado administrativo, suceso en
el cual el mercantilismo tuvo un papel principal. Si bien los fisiócratas se refirieron al término
ocasionalmente, fue Adam Smith quien lo bautizó como “sistema mercantil” y le dedicó todo
el libro iv de su obra principal, salvo el capítulo final.2 Un sistema comercial así concebido es
estrecho para cubrir un fenómeno histórico no sólo más amplio, sino diversificado.
79
OMAR GUERRERO
80
satrápica, citadina y doméstica. Montchrétien conoció ambas obras y se propuso tratar a la
economía de un modo diverso, es decir, como única y para el Estado como totalidad; es decir,
como economía política.
Lo antedicho deriva en la premisa que, como lo afirma un autor, el mercantilismo fue un
tema “más de política económica que de economía política”, merced a que su objeto
existencial radicó en la construcción económica de un Estado unificado y dotado con un
poder central.9 De modo que debemos definir el concepto policy como los principios que
gobiernan la acción dirigida hacia unos fines determinados. El estudio de la policy, entonces,
concierne a tres cuestiones: lo que necesitamos (los fines), cómo obtenerlo (los medios) y
quién somos nosotros, esto es, cuál es la naturaleza de la organización del caso.10 La noción
“policy económica” fue formulada por Kenneth Boulding precisamente cuando la ciencia
de policy estaba comenzando a florecer, como se evidencia principalmente en una obra de
Harold Lasswell.11 El surgimiento y desarrollo de las nuevas disciplinas facilitó dar mayor
precisión a la actividad del Estado, diferenciado “política”, “administración” y policy. A saber:
cuando individuos o grupos ganan o pierden poder en un ámbito determinado, hay política;
cuando un acto o propuesta de acción de un funcionario se orienta al interés público, hay
administración. Por su parte, policy se refiere a las “decisiones acerca de lo que se hace o no
se hace en situaciones dadas”.12 En efecto, el mercantilismo personifica la policy económica e
indudablemente consiste en uno de los mejores ejemplares de policy -a secas- mucho antes de
la aparición de la disciplina que la estudian. Es, consiguientemente, un tema muy principal
de los estudios no sólo de la economía, la política y la administración pública, sino también
de la ciencia de policy.
Las referencias precedentes extienden el tema económico más allá de sus límites y adentra al
“mercantilismo” en los problemas de política. El mercantilismo asimismo ha sido concebido
como una etapa primigenia del arte del gobierno. Esta verdad fue algo oscurecida por la merma
de su cultivo durante el siglo xvii, por el efecto de diversas crisis que azotaron a Europa como la
Guerra de los Treinta Años (1618-1648), las rebeliones campesinas urbanas y la crisis fiscal que
asoló a las monarquías europeas.13 El arte del gobierno sólo podía desarrollarse en una época
de expansión que estuviera libre de las grandes tensiones militares, políticas y económicas que
imperaron entonces. De modo que, en la medida en que el ejercicio de la soberanía era la base
esencial de las instituciones políticas y del poder, el arte del gobierno no se podía desarrollar de
una manera específica y autónoma. El mercantilismo puede ser descrito como el primer esfuerzo
sancionado para aplicar el arte del gobierno en el nivel del conocimiento y de las prácticas
políticas del Estado, pues representa el umbral de la racionalidad en el arte del gobierno. Fue,
pues, la primera racionalización del ejercicio del poder como una práctica del gobierno. Para dar
luz sobre el punto es conveniente atraer al mercantilismo aún más hacia el terreno no sólo de la
política, sino también de la administración pública, toda vez que es menester “economizar” a la
administración pública, y esta misma “administracionar” a la economía.
En Europa, a lo largo de los siglos xiv y xv, la preocupación de los gobiernos se centró
en consolidar los territorios conquistados, adquirir nuevos espacios geográficos, unificar el
conjunto político como Estado nacional territorial, y batir las resistencias particularistas de
tipo feudal, eclesiástico y urbano opuestas a la unificación estatal. Como esos propósitos sólo
eran alcanzables por medio de la riqueza económica del Estado, el fortalecimiento económico
ocupó el primer lugar de sus propósitos de hechura de policy. Fue así que se procedió a la
acumulación de metales preciosos como un primer medio para conseguir esa finalidad, y
ello explica la preeminencia obtenida merced a esa acumulación. El segundo medio fue el
  9 Silberber, Edmund, La Guerra en el pensamiento económico, Madrid, Aguilar, 1954, p. 4.
10 Boulding, Kenneth, Principles of economic policy, Englewood Cliffs, Prentice Hall, 1958, p. 1.
11 Lasswell, Harold, “Policy orientation”. Lerner, Daniel y Harold Lasswell (eds.), The policy sciences, Santanford
University Press, 1951, pp. 3-15.
12Friedrich, Carl, “Public policy and nature of administrative responsability”. Friedrich, Carl y Edward Mason
eds., Public policy, Harvard University Press, 1940, pp. 6-7.
13 Foucault, Michel, Sécurité, territoire et population, Paris, Galimard, 2004, pp. 104-105
El mercantilismo y el estado administrativo
81
comercio exterior para lograr la superioridad de las exportaciones sobre las importaciones, y
hacer que el excedente de la balanza de comercio favoreciera la afluencia de aquellos metales.
Como el impuesto era la segunda fuente de riqueza del Estado, el tercer medio fue centralizar
en sus manos la recaudación fiscal y aumentar las materias tributables, junto con el fomento
de la producción y el crecimiento demográfico.14 Y si bien, el mercantilismo adoptó diversas
modalidades en cada país, esencialmente fue un fenómeno genérico de “intervencionismo”
que apeló a la iniciativa de los particulares para implementar el programa económico estatal
a través de monopolios establecidos con esa finalidad; pero preservando la propiedad privada
y tolerando la libre acumulación de ingresos. La economía fue orientada hacia la realización
de un fin político productivo, toda vez que las relaciones exteriores obtuvieron un carácter
belicista donde la ganancia sólo era posible gracias de la pérdida del rival, idea que se concibe
únicamente bajo la orientación de la lucha por los metales preciosos.
14 Laufenburger, Henry, Intervención del Estado en la vida económica, México, Fondo de Cultura Económica, 1945,
p. 17.
OMAR GUERRERO
82
Consiguientemente, el rasgo característico de esa época fue la
gestación de la economía nacional en cada país, concebida como una
policy económica dirigida por el soberano en el territorio sometido
a su autoridad, y que fue orientada al enriquecimiento del Estado.
Gracias a la concentración del poder político en manos del monarca,
con el apoyo de la burguesía mercantil y los ejércitos mercenarios,
se estableció la unidad nacional, y sobre su base el desarrollo de
un Estado consolidado como rector de la actividad económica.15
Esta centralización emprendida por los reyes renacentistas afectó
decisivamente la vida económica merced a que los soberanos
requirieron de medios económicos abundantes y con flujo continuo
para sustentar la política nacional, así como organizar racionalmente
a la administración pública tanto en sus esquemas interiores como en
sus dependencias de lo exterior. Para producir recursos económicos
los soberanos asumieron la dirección de la vida económica creando
más impuestos, resucitando algunos ya fenecidos y renovando otros
poco redituables. El eje de esta policy fue la organización del Estado
en su carácter de Fisco, de modo que el añoso concepto feudal
patrimonialista de real hacienda se convirtió en hacienda estatal,
15 Vázquez de Prada, op. cit., pp. 277-276.
La policy mercantilista fue orientada al
objetivo político superior de proteger
las fuerzas económicas del Estado e
incrementarlas en el mayor grado posible.
Por tal motivo la policy encaminada a la
defensa y expansión del poder económico
del Estado se llamó “mercantilismo”,
debido principalmente al acento puesto en
el comercio como acelerador de la riqueza
estatal. Pero el mercantilismo no constituyó
propiamente una concepción orgánica, como
lo hicimos saber, sino un conjunto de medidas
prácticas racionales que se fueron adoptando
y reproduciendo durante casi tres siglos.16
Aunque el mercantilismo no alcanzó el
rango de teoría económica, logró desarrollar
esquemas de principios los cuales, por
ejemplo, en la Inglaterra de mediados del siglo
xvii culminó en los trabajos de profesantes
de gran talla como Thomas Mun, director
de la Compañía de las Indias Orientales.17
Los mercantilistas pugnaron el desarrollo
de compañías comerciales ultramarinas y
manufacturas privilegiadas, que evitaran
la exportación de productos extranjeros.
Asimismo propusieron la inmigración de
mano de obra y una policy aduanera que
protegiera los intereses nacionales. En las
bases del sistema mercantil se fue instalando
una estructura administrativa de nuevas
organizaciones y personal profesionalizado
en economía, finanzas y administración, pues
su tarea consistió en un ejercicio político y
administrativo a cuya cabeza se hallaban
conspicuos estadistas.
En España, principalmente bajo Felipe
II, el fenómeno mercantilista asumió una
modalidad peculiar llamada “arbitrismo”,
voz que procede del vocablo latino arbitrium
(“albedrío”), cuyo uso primigenio se debe
a los funcionarios públicos que en ese
siglo lo empleaban como parte de la jerga
16 Vázquez de Prada, op. cit., pp. 277-278.
17 Mun, Thomas, La riqueza del comercio de Inglaterra
con las Indias Orientales, México, Fondo de Cultura
Económica, México, Fondo de Cultura Económica,
1954.
burocrática. Ello obedece a que fue en las
oficinas donde se centralizaban todos los
escritos que aconsejaban sobre problemas
financieros al monarca y sus ministros.18
De manera que arbitrio significó consejo,
opinión o medida, particularmente dentro
del tema mencionado. Por su parte, en
Alemania y Austria ese fenómeno se
desenvolvió de un modo igualmente peculiar
en forma de “cameralismo”, que maduró
como una categoría con su propia naturaleza
y designios, y fue de tal modo que evolucionó
como una etapa superior al arte del gobierno
sobre la que se fincó una ciencia del Estado.19
El cameralismo fue originalmente la técnica
y la teoría de la administración del Estado
absolutista, así como una manifestación
del arte del gobierno cuya organización
académica se fundó en el triangulo formado
por la economía, la cameralística (finanzas) y
la policía. En fin, en Francia el mercantilismo
adoptó una de sus formas más típicas, el
“colbertismo”, vocablo derivado del apellido
Colbert del que hablaremos más adelante.
El mercantilismo produjo un sistema de
unificación económica en escala nacional,
donde los monopolios estatales y las
compañías nacionales por acciones fueron
sus principales realizaciones. Desarrolló
asimismo un sistema de poder encaminado
al engrandecimiento del Estado como
una finalidad suprema y compartida de la
economía y de la política. La tesis mercantilista
central propuso que un Estado sería fuerte
sólo en la medida que fuera económicamente
poderoso.20 Como la razón de Estado justifica
los medios a disposición del mercantilismo,
leyes económicas pudieron encauzarse en
provecho del Estado mediante un ejercicio
administrativo racional y científico. Todo esto
explica por qué la ideología mercantilista fue
una de las causas directas de las numerosas
guerras comerciales sostenidas desde fines
del siglo xvii, hasta 1815, pues en última
instancia estuvo inspirada en una concepción
estática de la vida económica; a saber:
debido a que en el mundo sólo existe una
cantidad limitada de recursos económicos,
18Grice-Hutchinson, Marjorie, El pensamiento económico en España (1177-1740), Barcelona, Editorial
Crítica, 1982, pp. 41-42 y 189)
19 Small, Albion (1909), The cameralists: the pioners of
german social polity, Chicago, The University of
Chicago Press, p. 18.
20 Vázquez de Prada, op. cit., p. 279.
El mercantilismo y el estado administrativo
la cual se nutrió no sólo con impuestos,
sino también con ingresos aduaneros. Una
vez afianzada la figura fiscal del Estado, los
ingresos de la hacienda se extendieron a las
aportaciones extraordinarias de los súbditos,
y a la creación de monopolios comerciales,
mineros e industriales.
83
OMAR GUERRERO
84
un país sólo puede acrecentar los suyos a
costa de los demás países. Por consiguiente,
los mercantilistas planearon un progreso
económico dentro del país como resultado
de los esfuerzos propios, bajo la condición de
que el progreso coadyuvara a sustraer a otros
países una parte de sus recursos.21
Fue de ese modo que Montchrétien concibió
al mercantilismo, tal como reza una frase
célebre: “lo que pierden unos lo ganan siempre
otros”. Él creía como inevitable proseguir
una guerra comercial desencadenada porque
es el comercio, ya se trate de la paz o de la
guerra, lo que provoca entre las naciones
una lucha constante a través de la que se
ventila cuál de ellas se llevará la mejor parte.
Así fue como se enfocó el problema del
“poder suma cero” por la mayor parte de los
representantes del mercantilismo, quienes
usualmente enfatizaron la importancia de la
fuerza política y militar, aunque destacaban
como primordiales los objetivos comerciales.
Desde el punto de vista político, el poder
fue el factor fundamental del mercantilismo
porque en términos de dominio la supremacía
era lo decisivo.22 La aplicación práctica de
esa política significó recorrer dos a vías: una
consistió en proyectar la economía sobre los
objetivos específicos definidos por el poder
político, así como por el poder militar. La
segunda fue crear un reservorio de recursos
económicos para que la política obtuviera allí
los recursos necesarios. A través de estos dos
caminos el mercantilismo reorientó la oferta
y modificó el nivel de los precios, de manera
que la entrada y salida de los productos
estaba regida como una policy de Estado. La
prosperidad general del país aseguraba, de
tal modo, el poder del Estado. Asimismo,
el dinero tenía una posición estratégica en
la política de poder porque se le observaba
como el recurso económico adquisitivo
general. Todo Estado carente de dinero se
halla ante las más lamentables consecuencias
políticas y militares, pues el tesoro es el
nervio vital de la guerra. La mayoría de los
mercantilistas estuvieron sugestionados por
21 Como excepción de este concepto estático de la economía, Richard Wiles apunta que algunos escritores mercantilistas ingleses tardíos dieron lugar a la idea del
progreso. Wiles, Richard, “Mercantilism and the idea
of progress”, Eighteenth-Century Studies, vol 8, no. 8,
1974, pp. 56-74.
22 Heckscher, Eli, La época del mercantilismo, México,
Fondo de Cultura Económica, 1983, pp. 470-476 y
491-494.
la idea del poder, de manera que se decía que
los fines que perseguía el comercio era triple:
poder, riqueza y trabajo para el pueblo.
Así como el mercantilismo “economiza” a la
administración pública, ésta y la política al
“politizarlo”, lo han hecho más comprensible
a los ojos de los interesados en esas materias.
Observado desde esta perspectiva, el mercantilismo representa el aspecto económico de
la teoría del Estado, y más propiamente, la
doctrina económica que sustentó a los principios del Estado administrativo con miras al
bienestar nacional. El caudal doctrinario de
la economía mercantilista sufragó el desarrollo de lo que Herman Finer definió como
“gigantescos Estados ministrantes”, así concebidos principalmente porque la abundante
legislación en ellos producida demanda una
aplicación puntual, cotidiana e inmediata a
cargo de una administración pública estable
y profesionalizada. Nada se parece al Estado
vigilante nocturno que postularon los rivales
liberales del mercantilismo, pues el Estado
mercantilista no sólo garantiza orden y justicia, sino la realización de todo tipo de medidas encaminadas al bienestar social.23
El ESTADO ADMINISTRATIVO
La monarquía mercantilista
La Europa de los siglos xvii y xviii estuvo
caracterizada por la oposición entre la policy
económica del Estado, y aquella otra que
ostentaban los poblados, las provincias y otros
Estados. Asimismo, estribó en la pugna de los
Estados emergentes por obtener un lugar en el
círculo de las naciones europeas, así como en
el comercio exterior con América y la India. De
modo que aquello que antaño fue un problema
de organización económica, se transformó
en un “problema de poder político”. De aquí
nacieron “economías políticas” efectivas como
organismos unificados cuyo centro no fue tanto
una policy estatal general encaminada hacia
una multitud de direcciones, sino más bien un
latido de sentimiento unitario: “sólo quien así
concibe al mercantilismo, puede entenderlo”.
Ello se debe a que el Estado y la economía
nacional nacen como parte del mismo proceso,
23 Finer, Herman, The british civil service, London, The
Fabian Society, 1927, pp. 14-15.
A pesar de su virtual “estatolatría”, los
mercantilistas no fueron defensores tan
incondicionales del Estado como para
que interviniese cotidianamente como
empresario en actividades económicas,
porque ellos profesaron gran estima por el
comerciante. En realidad, el mercantilismo
no favoreció el papel del Estado como
empresario en términos generales, toda vez
que en muchos casos fue asombrosamente
más lejos que el punto de vista liberal hacia
el favor dispensado a las empresas privadas.
Una prueba es que la crítica enderezada
por Adam Smith contra las compañías de
comercio se dirigía, principalmente, al hecho
de tratarse, al revés, de empresas privadas
a las cuales se les había encomendado
funciones que en interés de los gobernados
solamente debía ejercer el Estado.25 En
otras palabras, el sistema mercantil había
conferido a corporaciones privadas de
24Schmoeller, Gustav, The mercantile system and its
historical significance, New York, 1902, pp. 50-51 y
76.
25 Heckscher, obra citada, p. 775.
comerciantes funciones inherentes al Estado,
y esto era algo tan usual que las compañías
de comerciantes inglesas y holandesas fueron
convirtiéndose en una especie de “Estado
dentro del Estado”.26 Incluso, en Inglaterra
se transfirieron a empresas privadas las
funciones de la asistencia social. Todo
esto no es otra cosa que un signo de la fe
profesada por el mercantilismo sobre la libre
acción de los comerciantes. Sin embargo, la
situación narrada era diversa en cada país,
de manera que en Inglaterra estos rasgos se
manifestaban en su forma más pura. En el
polo opuesto figuraban algunos de los Estados
alemanes donde se pusieron en marcha
empresas comerciales estatales, en tanto
que las compañías francesas de comercio
eran empresas públicas disimuladas. Sin
embargo, la situación narrada era diversa
en cada país, de manera que en Inglaterra
estos rasgos se manifestaban en su forma
más pura. En el polo opuesto figuraban
algunos de los estados alemanes donde se
pusieron en marcha empresas comerciales
estatales, en tanto que las compañías
francesas de comercio eran empresas
públicas disimuladas. Efectivamente, esas
empresas eran entidades “paraestatales”, y
más propiamente especímenes que hoy en
día se denominan “empresas de participación
estatal”. En Francia aparecieron con su
primer ejemplar que se llamó Compañía de
los Mares Orientales (Compagnie des Mers
Orientales), creada en 1615, a la que siguió la
Compañía del Oriente (Compagnie d’Orient)
establecida por Richelieu en 1642.27 Ambas
fueron patrocinadas con recursos financieros
de la Corona. Ocurrió igual con la Compañía
Real de las Indias Orientales (Compagnie
Royale des Indes Orientales) instituida por
Jean-Baptiste Colbert en 1664, cuyo capital
provino de la corona –y como lo entrecomilla
John Ames–, y asimismo de inversionistas
“privados” de la familia real, cortesanos y
miembros de la nobleza de toga (noblesse
de robe). La empresa, a diferencia de sus
similares de Inglaterra y Holanda, no estaba
26 Munn, al definir los deberes del comerciante, lo define como el “administrador del patrimonio del reino”, y el listado de sus responsabilidades consiste
en esquema que sería más propio para un funcionario público: debe ser un buen escribano y contador,
saber de pesos, medidas y monedas, y dominar la
materia de aduanas. Munn, pp. 53-57.
27 Ames, Glenn Joseph, “Colbert’s indian ocean strategy of 1664-1674: a reappraisal”, French Historical
Studies, vol. 16, num. 3, 1990, pp. 539-540.
El mercantilismo y el estado administrativo
y al mismo tiempo.24 El Estado, en su sentido
moderno, crea dentro de la comunidad política
a una comunidad económica. El sistema
mercantil no descansa sólo en la doctrina de
la moneda ni en el balance del comercio, ni
tampoco en las barreras tarifarias ni los deberes
de protección ni las leyes de navegación, sino
en el “engrandecimiento” del Estado. A través
de una reforma muy profunda, la nueva época
se caracteriza por la supresión de una policy
económica local en provecho de un proyecto
nacional, y la reorganización completa del
Estado y la sociedad. La reforma incluye la
igualación de las medidas y la acuñación de
moneda para facilitar la concurrencia y el
crédito, la uniformidad de las leyes y la creación
de una “administración uniforme”. Las grandes
reformas de la administración del Estado
fueron, consiguientemente, antimunicipales
y antiprovinciales porque su propósito se
encaminó a constituir grandes organismos
económicos. De aquí emerge una nueva
división del trabajo y una propiedad innovada
que fortalecen las tendencias hacia el progreso,
como fue observable en Alemania, Italia,
Francia y Holanda. En suma, el mercantilismo
no fue sino “una fuerza energética encaminada
a la creación de la economía nacional, y el
derrocamiento de las instituciones económicas
locales y provinciales”.
85
86
OMAR GUERRERO
La administración pública
Cuando tiene lugar el apogeo del
mercantilismo francés a mediados del siglo
xvii, el reino de los Luises ya contaba con
un bien organizado sistema administrativo
de finanzas dotado con directivos de gran
talento, así como de personal administrativo
con un alto nivel de profesionalización en
esa materia. Pero destaca principalmente
la reconfiguración organizativa de una
administración pública, cuyas dependencias
financieras operaban con enorme eficiencia
merced principalmente a las reformas
introducidas desde la época del duque de
Sully (Maximilien de Bethune).
El sustrato administrativo
premercantilista
La administración financiera francesa, que
alcanzará su máximo desarrollo en la época de
Luis XIV (1643-1715), hunde sus raíces en las
reformas realizadas en la época de Francisco
I (1615-1547) y Enrique II (1547-1559). Fue
una transformación que modificó por igual
la vida administrativa local y la organización
ministerial. Hasta entonces el Estado francés
percibía dos tipos de ingresos, uno derivado
de la explotación de los dominios reales, el
otro proveniente de los impuestos.28 Tal
era la administración heredada por la Edad
Media que Francisco I se propuso reformar a
partir de 1523, cuando fue creado el Tesoro
del Épargne cuyo sustento financiero luego
se erogaba en provecho del ejército, la corte
y la diplomacia. Las reformas siguieron con
Enrique II y se prolongaron en el reinado
de Enrique IV, cuando Sully reorganizó
el sistema financiero. Desde entonces,
sus oficinas se enriquecieron con nuevos
cargos “mercantilistas” personificados por
los contralores generales de finanzas, los
intendentes de finanzas y el superintendente
de finanzas. Sully mismo reformó a la
superintendencia, y fue su titular hasta 1611.
28Barbiche, Bernard, Les institutions de la monarchie
francaise à l’époque moderne, Paris, Prsses Universitaires de France, 2001, pp. 254-255.
En 1547, Enrique II estableció dos contralores
generales para verificar y supervisar los
gastos asignados por el Tesoro del Épargne
y llevar un registro (el contra-rôle, de donde
deriva la voz contrôleur). Pero ambos no
son contadores, sino representantes de una
nueva función plasmada en la verificación
de las cuentas y la aprobación de las
erogaciones. Por su parte, los intendentes de
finanzas aparecieron en 1552 con el objeto de
encargarse de los préstamos extraordinarios
y de los subsidios excepcionales, desde el
aspecto de su “gerenciamiento” (gérer) y la
rendición de cuentas. Titulados en su origen
como comisarios, en 1556 se comienzan a
llamar intendentes de finanzas y constituyen
un colegio de tres funcionarios. En fin, el
cargo de superintendente de finanzas surge
en 1561. Toda esta organización se conservó
hasta la muerte de Mazarino (1661), cuando
fue creado el cargo de superintendente de
finanzas cuya tarea fue el cuidado general
de las mismas.
Los titulares de esos altos cargos financieros con
el trascurrir del tiempo formaron una camada
de servidores públicos no sólo conspicuos,
sino representativos del Estado administrativo
cuyo carácter es una burocracia sapiente. La
literatura económica considera a los estadistas
como los protagonistas principales en la era
mercantilista. Y así ocurrió, porque muchos
fueron administradores públicos de profesión,
y asimismo “hombres de Estado” cuya función
consistió en poner en la práctica el ideario del
sistema mercantil. No es accidental que junto
con políticos de gran talla como Richelieu,
en Francia despuntaron administradores de
la economía de estatura similar como Sully,
Colbert y Turgot, cuyo cargo fue fungir como
contralores generales. Entre estos últimos
Colbert fue el número uno, y su persona
“marca el apogeo del mercantilismo”.29
En efecto, el estadista es un político de talla
mayor que conduce a la nave del Estado por
derroteros al margen de su curso corriente,
merced a su genio y a su entendimiento de
la coyuntura histórica.30 Es asimismo el
funcionario de estatura superior, como lo
fue el mencionado Richelieu. Un historiador
conspicuo menciona al Barón Karl von Stein
y a Bismarck, administradores públicos
29Silberner, op. cit., pp. 18-19.
30Barker, Ernest, Estadistas británicos, Buenos Aires,
Espasa Calpe, MCMXLII [1942], p. 8.
El mercantilismo y el estado administrativo
apoyada en la burguesía capitalista, sino por
el trono, la aristocracia y la mano diestra del
propio Colbert.
87
OMAR GUERRERO
88
célebres.31 La esencia del estadista, su razón
de ser, radica en ver que las cosas se hagan,
no tanto en hacerlas.32 Dirigir, coordinar,
controlar la labor de otros, he allí su mundo
vital. El mercantilismo, debemos recordar,
no es tanto un sistema de economía política,
como un conjunto de medidas de policy
económica implementadas por los hombres
de Estado europeos con el fin de aumentar
el bienestar económico de sus naciones. Y,
si bien, esta policy económica surtió efectos
diversos en la economía de cada país, su
concepto general fue uniforme porque estuvo
dominado por un carácter manifiestamente
“económico-estatal”, orientado al incremento
de las fuerzas productivas.33 Este carácter de
la policy económica se plasmó en el empeño
por fomentar por igual a la economía y al
Estado, mediante el incremento de esas
fuerzas productivas. En todas las medidas
mercantilistas fue impresa la “idea del
Estado” engendrada por la monarquía
absolutista, que en los países europeos a
través de esa policy económica procreó al
Estado de policía cuya máxima expresión fue
Alemania; donde la preeminencia del Estado
fue tan grande que ciertamente produjo la
“estatización de todas las ideas económicas”.
Pero el desarrollo germánico fue muy singular
dentro del orden europeo, dando como efecto
un cameralismo tan peculiar en los reinos
alemanes que allí mismo surgieron como
uno de los especímenes más asombrosos de
administración pública, y sucedáneamente
uno de los grandes bloques de la ciencia de la
administración pública.
El colbertismo administrativo
En Francia, el Estado administrativo prohijó
el desarrollo de un nuevo cuerpo social
integrado por personas dedicadas de tiempo
completo a la administración pública, que
podían incluso seguir un cursus honorem y de
tal modo hacer de su carrera administrativa
un mundo vital. El ingreso a la carrera
31Ranke, Leopold vo, Grandes figuras de la historia,
México, Biografías Gandesa, pp. 305-313 y 320322.
32Laski, Harold, Introduction (1832). Taylor, Henry,
The statesman, Cambridge, W. Heffer and sons limited, 1927, pp. XXXIII.
33 Stavenhagen, Gerhard, Historia de las ideas económicas, Buenos Aires, 1959, pp. 5-6.
administrativa fue tan estimulante que,
por ejemplo, el cargo de superintendente
de finanzas fue codiciado por los nobles,
en abierta competencia con la burguesía
emergente. El ejercicio de la administración
del Estado produjo un nuevo tipo de valor
social que se plasmó en un servicio público
profesionalizado con base en el mérito, no
sólo en la cuna.
Los nuevos cometidos del Estado administrativo
bajo el impulso del mercantilismo dieron vida
a un conjunto de cargos con ellos consonantes,
donde
destacaron
principalmente
los
puestos financieros, más técnicos y dotados
de experiencia profesional. Para un mejor
desempeño de sus funciones administrativas
se crearon los cargos de directores de finanzas,
que al mismo tiempo que fungían como
adjuntos de los superintendentes de finanzas,
servían de escalón intermedio en la cadena de
mando con los intendentes territoriales.34 En
el siglo xvii el superintendente de finanzas
alcanzó un notable prestigio, toda vez que
sus titulares se convirtieron en personajes de
gran relevancia social y política. Ello obedeció
principalmente a que su cargo se ejercita, por
una delegación regia, la función inherente al
orden financiero y el despacho de los ingresos
del Estado. De aquí su alto rango dentro del
cuerpo de los dignatarios del reino. Hasta la
época de Richelieu y Mazarino el cargo era
colegiado, pues lo ocupaban dos personas,
hasta ser unificado en uno solo cuando lo ocupó
Nicolás Fouquet. Sin embargo, debido a que
en 1661 Fouquet fue acusado de malversación
y encarcelado, Luis XIV suprimió el cargo y
lo ejerció personalmente con la asistencia de
un consejo, entre cuyos miembros se hallaba
un intendente de finanzas de nombre JeanBaptiste Colbert.
Colbert, cuya reputación emana de su
desempeñó como alto funcionario a lo largo
de la época de Luis XIV, “fue uno de los
arquitectos principales del absolutismo” en la
Francia del siglo xvii. De hecho su prestigio
emana de ser un “genio administrativo y
financiero” sobre cuyos hombros se levantó
el edificio estatal. Luis XIV no sólo le confió
diversas tareas en forma delegada, sino
que le permitió moverse con libertad de
acción y seguridad, ingredientes que dieron
34Barbiche, op. cit., 257.
mismo tiempo que el gobierno se abocó a
construir carreteras y canales. Estas medidas
también beneficiaron a la agricultura y
la industria multiplicando el número de
consumidores, y favoreciendo su relación
con los productores.36 Particularmente, en
provecho de la agricultura, se disminuyeron
los impuestos directos sobre la tierra y se
reorganizó el sistema fiscal suavizándose las
rigorosas medidas utilizadas para el cobro
de tributos, los cuales se distribuyeron
de un modo más homogéneo. Asimismo,
sólo se prohibió la exportación de cereales
cuando había escasez y carestía, toda vez
que se establecieron medidas orientadas a
expandir el comercio exterior y fomentar
las pesquerías, renunciándose al mismo
tiempo al tráfico mercantil con el Oriente,
ensanchando las colonias y comerciando con
los países nórdicos.
El mercantilismo es una policy económica
europea común, pero considerando los
matices nacionales como lo advertimos.
Francia se distinguió por la preeminencia
alcanzada por la administración pública que,
bien definida, puede decirse “colbertista”
por el sello que el estadista del cuyo nombre
deriva ese vocablo, le imprimió. La gestión de
Colbert se inicia en una época de crisis, pues a
la muerte del cardenal Mazarino encontró una
drástica caída en la manufactura, el comercio,
los transportes marítimos y la pesca, toda vez
que las finanzas se hallaban en una situación
precaria. Colbert, un personaje resuelto y
enérgico, encabezó una tarea que en Inglaterra
triunfó sufridamente después de tres siglos
y el costo enorme de dos revoluciones. En
contraste, Francia recurrió a otros países
para reclutar fabricantes y obreros diestros,
tuvo acceso a secretos hasta entonces muy
bien guardados sobre fabricación, y adquirió
las máquinas y herramientas más avanzadas.
Mediante la organización de un sistema de
administración de aduanas muy competente
se aseguró un lugar para la industria propia
dentro del mercado interior, y se fomentó
el tráfico mercantil en el reino suprimiendo
o limitando las aduanas provinciales, al
Todas estas actividades estaban bajo la
dirección de quién ocupaba el cargo de
contralor general de finanzas. El nuevo
puesto emergió de un cambio organizativo
ocurrido en 1665 que derivó en la supresión
de los dos cargos de contralor general y
su fusión en uno solo, que fue confiado a
Colbert hasta 1683. La nueva posición fue la
más eminente entre los mandos relativos a
las finanzas, y una de las principales en todo
el reino, porque su titular gozaba del derecho
de asiento en los Consejos Superiores de
Gobierno. Esta situación no sólo le confiere
autoridad sobre las materias financiera y
económica en general, sino también en
otras esferas de la administración pública.37
De hecho, sus competencias son ilimitadas
porque, ejerciendo sus atribuciones por
delegación real, abraza también la tesorería,
el presupuesto, los impuestos ordinarios
y extraordinarios, la administración de
los dominios reales, la moneda y las
loterías. Particularmente las competencias
económicas son extensas por extenderse
al cuidado de las aguas y los bosques, la
construcción y el mantenimiento de caminos
y puentes, la procuración de la explotación de
las minas, así como el fomento del comercio,
la agricultura, la industria y el urbanismo.
Su brazo administrador se ensancha hacia
la salud pública y los hospitales, y alcanza
incluso la atribución para nombrar a los
35Saunders, Stewart, “Public administration and the
library of Jean-Baptiete Colbert”, Libraries & Culture, vol 26, num. 2, 1991, pp. 283, 285-286 y 297.
36 List, Federico, Sistema de economía nacional, México,
Fondo de Cultura Económica, 1942, p. 102.
37Barbiche, op. cit., pp. 260-261.
El mercantilismo y el estado administrativo
estabilidad a su largo gobierno.35 Colbert
tuvo un entrenamiento administrativo inicial
inmejorable durante la década de 16511661, cuando se desempeñó como gerente
de las propiedades privadas de Mazarino. Es
sabido que con el Luis XIV actuó por largo
tiempo como contralor general de finanzas,
pero debemos agregar que además de tan
relevante cargo, el monarca le confió en 1664
la superintendencia de las construcciones
reales –que incluía la Biblioteca Real–, y
a partir de 1669, lo nombró secretario de
Estado de la Marina, de las galeras y de la casa
real. De hecho fue un primer ministro “sin
cartera”, pues salvo las relaciones exteriores
y la defensa, Colbert tenía a su cargo todo
el gobierno. Debe hacerse notar que es un
estadista típico, es decir, un funcionario
regido por un bien público “desinteresado”
que sin desatender los propósitos reales,
cuida el desarrollo del reino. Para dar cause
a tan agitadas labores, Colbert organizó la
contraloría en cinco oficinas, cuatro de las
cuales estaban situadas en París.
89
OMAR GUERRERO
intendentes salvo los asignados a las fronteras y las colonias, cuya designación corre a cuenta
de los secretarios de Estado de guerra y marina. Como resultados de la actividad intensiva y
extensa de la administración pública mercantilista, a la muerte de Colbert el país tenía fábricas
de lana con 50 mil telares que incrementaron enormemente los ingresos del reino, el cual
también poseía las pesquerías más florecientes, contaba con una flota numerosa y con una
poderosa marina de guerra. El corolario de su gobierno fue una administración pública barata,
cuyos principios rectores reposaron en el ahorro y el orden más severo.
Lo reforma administrativa
A partir del establecimiento de la nueva gestión financiera, en Francia se dio inicio a una
reforma administrativa signada por la centralización y el activismo del Estado en una
diversidad de ámbitos de la economía. Por consiguiente, no es de extrañar que se atribuya
a Colbert la invención del sistema mercantil, al cual los italianos aplicaron el nombre de ese
estadista. Su ejemplo fue experimentado y “proseguido por sabios gobernantes y perspicaces
ministros”, porque sus medidas eliminaron los obstáculos que se oponían al progreso de la
industria, la agricultura y el comercio, así como la libertad pública.38 Colbert no tuvo el mérito
del descubrimiento del régimen descrito, sino el crédito innegable de la continuidad y la
perseverancia en la ejecución del sistema a lo largo de los 22 años de su ministerio, periodo
en el cual se ejercitaron “los principios del más estricto mercantilismo”.39 Colbert pensaba que
la prosperidad de un Estado sólo podía lograrse a expensas de sus vecinos, invitando de tal
modo a su soberano a emprender “guerras de dinero”. Y si bien este “pesimismo económico”
es refractario a la creencia en el progreso común de las naciones, aquí yace uno de los aspectos
más raros del colbertismo y el mercantilismo en general.
90
La estrategia para ganar la guerra de dinero comenzó con el arreglo de las tarifas aduaneras para
exonerar las entradas de las mercancías que sirven para las manufacturas del interior del reino,
gravar las mercancías manufacturadas y exonerar enteramente las mercancías del exterior que
habiendo pagado la entrada salieran de nuevo al exterior; en fin, para rebajar los derechos de
salida de las mercancías manufacturadas en el interior de Francia.40 Sin embargo, las armas
principales en la contienda internacional fueron el desarrollo de la marina, la multiplicación
de las manufacturas y la organización de las compañías de comercio, materias que Colbert
cuidó celosamente, aunque en realidad “no hubo sector de la producción manufacturera, ni
lejano tráfico que escapara a su intervención”; ya fueran arsenales, municiones de cañones,
manufacturas, lana y sedas. Sus medidas comprendieron la protección de la Compañía de las
Indias Orientales, la Compañía de las Indias Occidentales, la Compañía del Norte y la Compañía
del Levante, que se beneficiaron de su protección. Él “solicitó o exigió la colaboración,
organizó, subvencionó, vigiló y se inquietó”; y a través de más de 150 reglamentos Colbert
se propuso hacer de la fabricación francesa la producción con más calidad en Europa. En su
detallada hechura “los reglamentos precisaban la proporción de los tintes, la anchura de los
tejidos, el número de hilos de la urdimbre de los tejidos, los útiles y las técnicas de todos
los oficios”. En fin, por medio de la gran creación organizativa territoriales de Richelieu: los
intendentes, Colbert controló a un nuevo cuerpo de inspectores de manufacturas a cuyo cargo
quedó la vigilancia de las fabricaciones. Estos inspectores fueron establecidos en 1670, pero
sus competencias se extendieron en 1749 a la lencería y la papelería. De ser 21 inspectores de
la industria en 1671, aumentaron a 64 en 1754.
Además de los inspectores de manufacturas, en las trincheras del sistema financiero estuvieron
activos otros inspectores más, debidamente concebidos como los “agentes por excelencia
de la monarquía administrativa”, cuya multiplicación de cargos ocurrió bajo el reinado de
Luis XIV. Su deber esencial fue verificar la aplicación de los dispositivos reglamentarios,
38List, op. cit., pp. 137-138.
39 Deyon, Pierre, Los orígenes de la Europa moderna: el mercantilismo, Barcelona, Ediciones Península, 1976, p. 32
y 138.
40Ibid., p. 34.
El mercantilismo y el estado administrativo
bajo la autoridad del contralor general de
finanzas.41 Asimismo, en coordinación con
los intendentes, los inspectores velaban por
el buen funcionamiento de las instituciones
económicas dirigidas o supervisadas por
el Estado. También estuvieron activos
otra variedad de inspectores: generales de
dominios, visitadores de postas, de puentes y
caminos, de librerías y otros más.
Obviamente Colbert no creyó en las leyes
del mercado pues siendo un estadista “su
pensamiento fue el de un administrador minucioso, no el de un economista”. Más bien
tuvo una gran inclinación por los sistemas
de juntas de control que intentó generalizar
en 1673, toda vez que multiplicó los controles sobre la producción asistido permanentemente por hombres de leyes.42 Como
administrador público Colbert también se
interesó en un nuevo organismo: las “compañías semipúblicas”, entes ancestrales de empresas paraestatales, y obviamente también
gustó de los cargos dedicados a la gestión
de los asuntos financieros, así como de las
oficinas administrativas establecidas para los
41Barbiche, op. cit., p. 86.
42Deyon, op. cit., p. 35.
mismos efectos. Colbert ha sido pintado con
claroscuros y su nombre está envuelto por la
leyenda. Pero fue esencialmente “un hombre
de su tiempo y de su país, un ministro de
aquella poderosa monarquía administrativa”
que fue la Francia de su época. Como lo advertimos, la monarquía administrativa que
tan activa se muestra creó un vasto y bien
ordenado sistema de organizaciones financieras, las cuales, a lo largo del siglo xvii se
fueron perfeccionado. En ellas es visible el
progreso organizativo y funcional, así como
el desarrollo de un servicio civil financiero
altamente profesionalizado, dotado de un
régimen escalar, estabilidad y sistema de méritos. Colbert mismo siguió este cursus honorem, pues antes de ser contralor general, fue
intendente de finanzas, previamente el gestor de los dominios privados de Mazarino.
Su primer cargo fue de asistente de Michel
Le Tellier, entonces secretario de Guerra.
Racionalización administrativa
Para realizar sus tareas, Colbert reunió
una cuantiosa biblioteca que constituye
un modelo de centro de información para
la administración pública. De hecho, la
91
OMAR GUERRERO
92
biblioteca, llamada “Colbertina”, sirvió como
archivo nacional hasta ser establecida esa
institución hacia finales del siglo xvii. La
biblioteca creció en paralelo al desarrollo
de la carrera administrativa de su dueño, y
cuando el ilustre funcionario murió en 1683,
la Colbertina sumaba 23 mil libros y más de
5 mil manuscritos. Luis XV la adquirió por
300 mil libras. La biblioteca fue el resultado
de la necesidad administrativa de un
ministro de Estado poderoso y competente,
habida cuenta del propósito de edificar
una monarquía absolutista centralizada,
demandante de información suficiente y
precisa.43 De modo que “su objeto básico
fue, entonces, establecer una colección
documental procesable como sustento de
la administración pública del reino”. Y si
bien se trató de un empeño personal, no
debemos dejar de subrayar que la Colbertina
fue asimismo una etapa del desarrollo
del archivo nacional de Francia. Colbert
organizó, pues, un centro de información
de enorme utilidad que se alimentó con un
extenso trabajo de investigación de campo
que confió en sus subordinados. Por ejemplo,
en 1662 instruyó a los intendentes para que
levantaran un censo en cada provincia sobre
el estado de los bosques reales, que entonces
estaban usurpados o descuidados, así como
configurar mapas y perfiles estadísticos de
los mismos. Como lo deja ver en “muchos
aspectos de su enfoque sobre las fuerzas
económicas, ellas están determinadas por
relaciones de poder”. De modo que Colbert
reunió información sobre los países con los
cuales Francia tenía relaciones comerciales.
Fue así que su nación pudo tener una
posición geopolítica superior y establecer
la hegemonía, pues toda policy económica
requiere el conocimiento del comercio, es
decir: rutas, fronteras, manufacturas, navíos
y tratados comerciales. Se ocupó también
de levantar mapas y planos de los océanos,
y de compilar una gran cantidad de copias
de los tratados comerciales, para lo cual se
apoyó en ingenieros y diplomáticos. Él fue
un conspicuo pionero del gobierno moderno,
pues “la racionalización de la hechura de
decisiones sistemáticas en muchas formas fue
inaugurada bajo Colbert”.
43Saunders, op. cit., pp. 283-284, 288, 292-293 y 298.
44Lasswell, op. cit., p. 3.
En efecto, el estatismo francés se planteó
problemas de información en el gobierno que
tres siglos después inspiraron el surgimiento
de las ciencias de policy a mediado del siglo
xx, con la finalidad de interpretar a los hechos
sociales como fuentes de los procesos de
decisiones. El acento en esas disciplinas fue
puesto en la planeación y la adquisición de
información, como lo hizo Colbert con su
biblioteca.44 Las ciencias de policy se enfocaron
en dos aspectos del comportamiento guber­
namental: por un lado, ponen el acento en
el proceso de policy y por el otro resaltan las
necesidades de inteligencia requeridas en su
configuración. El primer acento se refiere a la
hechura de policy (policy-making) y al efecto
se introdujo la metodología de investigación
social y la psicología. El segundo acento se
centró en la provisión del contenido concreto
de la información y las interpretaciones
El mercantilismo y el estado administrativo
accesibles a los hacedores de policy. Todo esto, mutatis mutandis, fue desenvuelto en la Francia
del siglo xvii.
Suele ocurrir que los modernos tratados de teoría del Estado, al examinar su origen en la
monarquía absolutista, se asomen preferentemente al caso francés. El hecho obedece al
desarrollo de la legislación nacida bajo el impulso del mercantilismo. De modo que al sistema
mercantil francés también se debe rendir tributo en materia legislativa, pues en la época de Luis
XIV, Colbert llevó a cabo una intensa labor de codificación que mucho recuerda el tiempo de
Justiniano y la preparación del Corpus Iuris Civilis. Colbert cumplió la labor que Triboniano
desempeñó con el emperador romano, pues bajo su cuidado en 1667 se preparó la Ordenanza
Civil –llamada Code Luis– y en 1670 la Ordenanza Criminal, así como la Ordenanza de Aguas
y Bosques redactada en 1670 y que sirvió de fundamento reglamentario al departamento
administrativo que atendía ambas materias.45 En fin, destaca la Ordenanza de Comercio expedida
en 1673, con la cual se dio uniformidad a los pesos y medidas, así como la Ordenanza para la
Marina de 1681, que sirvió de modelo a las reglas del Almirantazgo inglés. Con relación a las
últimas, debemos añadir la Ordenanza del Impuesto de la Sal. Incluso, luego de la muerte de
Colbert, fue expedida en 1685 la Ordenanza Colonial comenzada a elaborar durante su gestión.
A sus enormes créditos como estadista, debe añadirse en favor la reputación de reformador de
leyes merced a esta labor de codificación. Las leyes de Napoleón en el Consulado y el imperio,
así como en la época de la Revolución, estuvieron basadas en la legislación de Luis XIV y, más
allá, en el espíritu del derecho romano que acompañó la edificación del absolutismo. A partir
de entonces, las monarquías fortalecieron sus regímenes jurídicos a base de armonizarlos con
el derecho romano, cuya recuperación facilitó el desarrollo del Estado moderno.
. . .
El mercantilismo fue, en resumen, una enorme fuerza de creación del Estado desde su
basamento económico, cuyo acrecentamiento fue contemplado como una condición de la
prosperidad estatal. Habida cuenta de que el Estado es la organización política de la sociedad,
y siendo la administración pública su actividad organizadora, esta misma adquirió buena
parte de su carácter de hoy merced al adn mercantilista con la que fue procreada hace más de
tres siglos.
45 Colyar, H.A. de, “Jean-Baptiste Colbert and the codyfing of Luis XIV”, Journal of the Society of Comparative Legislation, vol. 13, no. 1, 1912, pp. 67, 72, 75, 78-79, 83.
93
OMAR GUERRERO
94
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LUIS ARNAL
MIEMBRO ASOCIADO
a Clara Bargellini
Las primeras entradas
P
arece que la frontera, el despoblado y el peligro, fueron una constante en la labor
misional jesuita, quizás por aquellas palabras de San Pablo: “Llevaré el Evangelio a los
lugares donde el nombre de Cristo no sea conocido, para no edificar sobre fundamento
ajeno” (Romanos 15:20).
En Sinaloa, se habían hecho los primeros repartos de tierra desde 1530 y los hábiles mineros
vascos guiados por Francisco de Ibarra hicieron prospecciones y ensayos de minas desde
1563, en las faldas de la Sierra Madre, fundando la villa de San Juan Bautista de Carapoa,
de corta existencia, ya que fue desamparada ante el hostigamiento de los indios zuaques. La
relación entre la explotación de minas y los asentamientos de pueblos indios, tiene como
causa el agua; efectivamente, los manantiales de las sierras hacen que aparezcan los ríos, que
como cortes transversales, van dividiendo Sinaloa y la parte baja de Sonora:
De estos ríos algunos son muy caudalosos y todos tienen su nacimiento de las altas serranías
de Topia”. (Pérez de Ribas, 1944: p. 2) “El más septentrional y más caudaloso es el yaqui… el
segundo hacia el sur es el Mayo, que sale al mar... aumentado con cuatro o cinco menores,
el tercero el Zuaque a cuya rivera austral estuvo en otro tiempo la villa de San Juan Bautista de
Carapoa que después fabricado el fuerte –presidio– de Montesclaros se llamo río del Fuerte…
en éste entra por el sur el río Ocoroni; el cuarto es el río Petatlan, ahora comúnmente conocido
por el río de Sinaloa, por haberse fabricado allí la capital de la provincia con el nombre de San
LUIS ARNAL
Felipe y Santiago, después de la ruina
de Carapoa… El quinto es el pequeño
río de Mocorito, antiguamente se llamó
Sebastián de Ebora. (Alegre, 1956: p.
348).
Esa necesidad de tener alimentos y sementeras
cerca de las riveras, y el aprovechamiento
de los cauces y vegas, serán algunas de las
causas de los asentamientos de gran cantidad
de tribus. La utilización de la mano de obra
indígena para las labores de explotación en
las minas cercanas y, en consecuencia, la
ubicación de las misiones jesuitas en Sinaloa
y Durango, provocaron durante los siglos
xvii y xviii peleas y fricciones entre mineros,
autoridades civiles, militares y misioneros;
ya que todos querían sacar partido y
aprovecharse de las tribus.1
96
Así, por un lado, el deseo de ‘poner remedio
a la salvación de tantas almas’, y por otro,
con la intención de pacificar y aprovechar
las ricas tierras, el gobernador don Rodrigo
Río de la Loza, solicitó en 1590 al provincial
de la compañía de Jesús, padre Antonio de
Mendoza, que enviara algunos religiosos
para enseñar a los indios de los alrededores
de Guadiana y evangelizar en Sinaloa. Éste
escogió al padre Gonzalo de Tapia y al padre
J. Martín Pérez, nacido en San Martín, Jalisco.
El primero tenía amplia experiencia en el
trato con los indios, se inició en Pátzcuaro
donde aprendió lenguas, y su continuo trato
le enseñó a entender su forma de pensar,
después pasó a la región de los zacatecas en
1587 (Polzer, 1991: p. 4) donde protegió a
los peones de las minas ganándose a los
indios, volvió a México en 1588 y presentó
sus avances ante el provincial; cuando
regresó a la región, los franciscanos ya se
estaban haciendo cargo de los pueblos por él
reunidos, así que regresó a las comunidades de
Zacatecas –todavía no se fundaba el Colegio,
esto fue hasta 1604–, donde recibió la orden
de presentarse en Guadiana. Los padres
llegaron a Durango a principios de 1591 y de
1 La ubicación de las misiones jesuitas novohispanas
casi siempre se dio en los montes, inmediatas a los
ríos y cerca de pueblos preexistentes; pero también
fue una constante en otras partes de la misión jesuita
en América del sur, Colombia, Ecuador, Paraguay,
Perú, Bolivia y Argentina, donde tuvieron misiones
en los bordes o el interior de la cordillera andina.
Esto también ocasionó conflictos con los dueños de
plantaciones y minas que querían utilizar la mano de
obra indígena.
ahí, a sugerencia del gobernador, partieron
a Sinaloa, que era una manera de abrir y
pacificar el territorio por un camino menos
peligroso que el de la región minera de Topia,
que era más corto pero donde las tribus se
habían venido sublevando; así que se fueron
por Acaponeta (Pérez de Ribas, 1944: p. 3)
villa poblada por españoles; prosiguieron
después para la villa de Culiacán, a seis
jornadas de distancia al norte, fundada con el
nombre de San Miguel, por Nuño de Guzmán
en 1530, donde también fueron recibidos con
muestras de alegría por los pobladores.
El terreno entre Culiacán y la villa de San
Felipe y Santiago, recién fundada en 1583
por Pedro de Montoya, estaba habitado por
muchas tribus, quienes recibieron bien a
los padres, celebrando misa en el pueblo de
Mocorito, ubicado en el río del mismo nombre,
llamado también Sebastián de Ebora -nombre
del encomendero que tuvo estas tierras en los
primeros repartos de Nuño de Guzmán, sujeto
a la jurisdicción de Culiacán y a su villa-, sitio
donde en 1614 se pondría una misión.
En esta primera ‘entrada’, aun con la aparente
alegría que demostraban los indios, se tenía
siempre el temor de poder ser atacados, por
eso en 1595 se puso un presidio de soldados
en la villa de San Felipe, donde al momento
de llegar los padres sólo habitaban cinco
españoles “y cual indio que se les habían juntado”
(Pérez de Ribas, 1944: p. 39).Los padres,
después de estudiar las lenguas durante un
mes, y de hacer un catecismo para neófitos,
con la ayuda de intérpretes españoles e indios
ladinos, decidieron dividirse el territorio; el
padre Martín Pérez visitaría los pueblos del
río Petatlan hacia abajo, Cubiri y Bamoa, y el
padre Tapia iría hacia los pueblos río arriba,
Bahoria, Deboropa, Lopoche y Matapan, y
al norte el de Ocoroni; en todos los pueblos
dieron orden de que se construyeran iglesias,
sólo unas ramadas que a veces eran de gran
tamaño para albergar a todo el pueblo, y para
el descanso de los padres se construyeron
unas chozas de paja y muros de bajareque, ya
que no había quién supiera hacer otra cosa.
La arquitectura de los pueblos resulta de
particular interés, ya que éstas comunidades
estaban muy organizadas cuando llegaron los
jesuitas, y no queriendo estos distribuir de
otra manera las cosas, permitieron, como en
Antes de establecer las misiones, los padres tuvieron que hablar con los mineros de la cercana
sierra de Topia, y conocer sus intenciones respecto al empleo de mano de obra india, “en
quienes la avaricia y el libertinaje que reina, por lo común en semejantes lugares”; (Alegre,
1956: p. 388) para esto, el padre Tapia poco después de asentarse en la villa de San Felipe
y Santiago, emprendió viaje a la zona minera de Topia, donde también predicó y bautizó,
confesando “particularmente a un buen número de indios tarascos que allí halló trabajando
en las minas”, (Pérez de Ribas, 1944: p. 42) y de paso eliminando ídolos y templando
supersticiones. Recorrió los pueblos que había de antiguos cristianos “que en nada lo eran
sino en el nombre”, (Alegre, 1956: p. 389) dando a entender que en los pueblos mineros se
fomentaba la explotación del indio. De regreso, pasó por Culiacán, donde consiguió algunos
cantores e instrumentos musicales para celebrar la pascua de navidad, siendo esta la primer
noticia del empleo de la música en las misiones de Sinaloa; la ceremonia y procesión se celebró
en el pueblo de Lopoche, donde la iglesia era capaz de albergar a la gran cantidad de gente,
que dice el padre Rivas, llegaban a más de mil. (Alegre, 1956: p. 44)
En 1592, llegaron a la provincia dos padres, el padre Alonso de Santiago y el padre Juan Bautista
de Velasco. El primero se enfermó, por lo que lo retiraron a México, y el segundo era buena
lengua y conocía muchas maneras de comunicarse con los indios, por ello se le encargaron
los pueblos de Mocorito, Bacoburito y Orobato, pueblos todos estos ya formados y con buena
población. El padre Tapia consideró que era importante regresar a México a solicitar más jesuitas
al virrey y al provincial padre Claudio Aquaviva, aunque siempre receloso porque decía de los
que habían llegado que se les notaba faltos de carácter y poco recios para las incomodidades:
acerca de los que hubieren de venir a esta misión… he sentido que son enviados más como
mortificación que por su devoción… porque la gente con la que se trata son bárbaros rudos
e incultos, no hay vestido que remudar, no hay casa en que vivir, no hay quien aderece de
comer, ni muchas veces que aderezar… los superiores están lejos, en tres meses van las cartas
y en otros tres viene la respuesta… esperaba compañeros y habíalos pedido que tuviesen
caudal de esto –espíritu y prudencia– y envíenme los dichos que me han de ocupar mas que
lo principal de la misión.2 (Alegre, 1956: p. 573)
Así que decidió apersonarse en México, llevando consigo algunos indios de la región ya formados y bautizados; obtuvo, además, ornamentos para aquellas iglesias, campanas e instrumentos
musicales para celebrar las fiestas “con decencia”. Y del virrey, un emolumento de doscientos cincuenta pesos por misionero, con lo que se hacía menos fuerte la carga para los indios.
Precisamente notamos que la labor de evangelización se dio a la par que el trabajo cultural y
de conciliación entre las costumbres propias, la presencia del templo y la misión, que trató de
no entorpecer sus propias costumbres, respetando sobretodo a los caciques, quienes ejercían
un dominio absoluto:
su tal cual especie de religión sólo consistía en el miedo grande que tenían a su médicos [sic],
si merecen este nombre, ciertos viejos hechiceros que tenían el secreto de algunas misteriosas
2 Ver específicamente: Sinaloa, 1 de agosto de 1592, al Provincial Aquaviva.
La arquitectura de las misiones jesuitas y el orden de la libertad
otras regiones de misión, dejar las viviendas sin acomodo alguno –a diferencia de las misiones
sudamericanas–. Así, las casas eran:
en general de bejucos entretejidos o de esteras de caña que sostienen con horcones a
proporcionada distancia y visten de barro, las cubiertas de madera con alguna tierra o barro
encima. En los pueblos de la sierra y en alguno otro de los mas inquietos y guerreros, fuera
de estos particulares edificios, solía haber dos casas de piedra comunes a toda la nación y
bastante grandes, en una se recogían de noche las mujeres y en otra los hombres con sus
armas… las puertas de sus moradas son muy bajas y todas tiene alguna enramada y cobertizo
como portal, en que pasan los calores del día y cuya parte superior secan y conservan los
frutos. (Alegre, 1956: p. 350)
97
LUIS ARNAL
apariencias con que engañaban a estos infelices... Encendiese una gran hoguera en el medio
de la plaza, sentabanse todos alrededor y convidabanse mutuamente con cañas de tabaco...
Un profundo silencio reinaba en toda la asamblea, el orador comenzaba su discurso dando al
mismo tiempo vuelta a la plaza con paso lento y majestuoso.
Ante estas muestras de poder, los padres tenían que aceptar la dualidad de fuerzas y sólo poco
a poco ir acostumbrando a los neófitos a las nuevas costumbres, rituales y sonidos, aunque
poco pudieron hacer respecto a la organización urbana que se conservó más tiempo, incluso
en la conformación y morfología de varios pueblos, se nota que existe una gran distancia
entre el espacio religioso y el del pueblo. Una gran plaza sirve como separador entre los dos
ámbitos, que no se mezclan.
Dos sucesos siguieron a la llegada del padre Tapia a Sinaloa, una gran enfermedad de viruelas
pestilentes que se agusanaban, como el sarampión “que a montones llevaba a la muerte a
los indios”, (Pérez de Ribas, 1944: p. 46) y un temblor de tierra, que fue interpretado como
milagroso y en parte ayudó a la conversión de los indios, aunque los zuaques apoyados por
sus hechiceros, tomaron esto como pretexto para volver a sus costumbres y “a quedar muy
entretenidos y dados al vino… y muy tibios en oír la palabra de Dios”. (Pérez de Ribas, 1944:
p. 48) En 1594 sucedió el martirio del padre Tapia, después de haber cogido confianza y en
unas de sus idas y venidas a los pueblos, fue asesinado por el cacique Nacabeba de Teboropa,
distante de San Felipe media legua; su cuerpo mutilado fue enterrado en la pobre iglesia de
San Felipe, su cabeza fue cocida en barbacoa y después pintada de almagre y utilizada como
vaso para las borracheras de los indios.
98
La misión de Sinaloa, para 1593, tenía ya unas veinte iglesias, aunque casi todas de palma y
ramada, “de prestado y de paja”, en los pueblos y visitas entre los ríos Culiacán y Petatlan,
desde Santiago de Ocoroni (1590), Mocorito, Capirato, y en la zona serrana, por lo que se
hacía necesario fundar un colegio cercano que diera el apoyo económico y de medios para
alimentar y abastecer a las misiones; aunque la fundación del colegio se hizo hasta 1632; en
1593 se estableció una residencia y escuela de latín y gramática: “favoreciéndonos en esto
como en todo lo demás, la piadosa liberalidad de los vecinos se compró sitio mas cómodo
a que con licencia del padre provincial se pasaron prontamente los padres”; (Alegre, 1956:
p. 302) sirvió como sitio de reunión y hospedaje de los misioneros que hacían escala en
Durango, antes de internarse en Sinaloa, y se contó con los vecinos para la obtención de los
recursos de misión. La consecución de lo que sería el Colegio fue la primera respuesta de
los jesuitas ante el sacrificio del padre Tapia, la segunda reacción fue de orden militar para
apaciguar a las tribus que con cualquier pretexto se alzaban.
Esa inquietud de los indios los había hecho más atrevidos, quemando los tehuecos, las iglesias
de Matapan y Baboria, lo que obligó a poner un presidio en la villa de San Felipe en 1595, para
apaciguar los ánimos y dar seguridad a los pobladores de las villas cercanas y misiones que
empezaban a crecer. En enero, entró a la tierra Alonso Díaz con veinticinco hombres, enviado
por el gobernador de Guadiana, llevando en escolta al padre Martín Peláez, “hombre de raro
mérito”, quien fue después provincial. Alonso Díaz mandó hacer un presidio de forma cuadrada:
mandó fabricar un fortín cuadrado con gruesas murallas de adobes, y alguna piedra, con
torreones en dos de los ángulos opuestos que cubriesen cada uno dos de los lienzos del muro
y pudiese servir de asilo y ciudadela a los españoles en caso de alguno repentino tumulto o
insulto. (Alegre, 1956: p. 449)
Los soldados del presidio pudieron finalmente atrapar a Nacabeba y sus secuaces, se siguió
causa y proceso, condenándolos a la horca y hacer cuartos de sus cuerpos, pero antes fueron
bautizados; el padre Rivas dice que murieron arrepentidos.
En julio de 1594, semanas después de muerto el padre Tapia, llegaron a la provincia los padres
Hernando de Santaren y Pedro Méndez, y se quedaron en Culiacán, mientras se tranquilizaban
La misión por sí misma no era capaz de lograr la pacificación de las tribus, las condiciones de
una nueva cultura, religión y sistema de ocupación del suelo, habían complicado las relaciones
entre las tribus mismas y la consecuencia fue una mayor agresividad; los caciques, inconformes
con esta nueva manera de comunicarse a través de nuevos símbolos, lenguaje, costumbres y
la pérdida de la articulación del poder existente, con nuevas jerarquías, autoridades y gestos.
También la explotación en las minas por medio de un trabajo al que no se le veía beneficio
colectivo, provocaron las rupturas de los antiguos límites territoriales entre las tribus, e
hicieron que asomaran aquí y allá nuevas rebeliones, alzamientos y nuevas alianzas entre
tribus, por lo que la presencia militar tenía que reforzarse, tal y como se había hecho en la
zona central durante los primeros años del siglo xvi, estableciendo presidios de protección
tanto en los caminos, como en las entradas misionales.
La arquitectura de las misiones jesuitas y el orden de la libertad
los pueblos agitados por la muerte de su benefactor; Méndez se hizo cargo de las misiones de
Nio, Ocoroni y otras que atendía el padre Tapia, y el padre Santaren de las poblaciones de Ure,
Sisimisabe, Guasave y otras río abajo. Los indios que habían huido a los montes después de los
sucesos del padre Tapia, fueron bajando cuando tuvieron noticia de la llegada de nuevos padres
y volvieron a sus sementeras; se dice que los de Ocoroni, más difíciles de convencer, volvieron
con gran fervor a sus pueblos. Aunque se fundarán pueblos y se iniciará el establecimiento de
la misión, no en todos los casos se lograba este fin, muchas reducciones duraron poco debido
a las revueltas y sólo unos cuantos de los sitios fundados pudieron consolidarse como pueblos
de misiones o visitas.
99
LUIS ARNAL
El capitán Diego Martínez de Hurdaide –mestizo nacido en Zacatecas– se convirtió en el
gran caudillo y protector de las misiones jesuitas de Sinaloa, no sólo por su ánimo militar y
conocimiento de los movimientos de las tribus, sino también por su apego a los misioneros
“que le acompañaba mucho el favor del cielo”; (Pérez de Ribas, 1944: p. 85) una de las
primeras acciones que emprendió fue el sometimiento de los zuaques, tribu indómita que
había acabado con los pobladores de la primera villa de Carapoa, y se lucían colgando en sus
chozas las cabezas y colas de los caballos que mataban; en una escaramuza lograron Hurdaide
y sus hombres atrapar “a cuarenta y dos gandules que hacían temblar a toda la provincia de
Sinaloa y daban cuidado a toda la gobernación de Nueva Vizcaya”, (Pérez de Ribas, 1944: p.
92) a los que colgó como racimos de uva de dos árboles grandes, después de que los padres
llegaran para bautizarlos, como Dios manda.
Estas acciones lograron meter miedo en otras tribus y se fueron pacificando, lo que permitió
poder ampliar el territorio de misión hasta el río que después se llamaría del Fuerte, y
hasta la región de Chinipas en la sierra. A esta última, fue mandado Hurdaide por el Virrey
Conde de Monterrey, ya que conocía de minas en esa región; no se puede dudar que parte
de la producción en las sierras era principalmente la minería que ofrecía recursos, no sólo la
ambición, sino que permitía fomentar otras actividades productivas como la ganadería, así
que encontrar minas era una condición primera en estos sitios. A los de Chinipas también
los sometió Hurdaide, lo que permitió más adelante establecer misiones y el rectorado de San
Andrés de Conicori (1750).
La arquitectura de misión y las reducciones en el territorio
100
Hacia finales del siglo xvi, las iglesias ya se estaban construyendo para más gente, los pueblos
eran de quinientos vecinos y familias; el padre Hernando de Villafañe, en algunos casos para
reforzar la obra de misión y mostrar cierto poder en la región Guasave, ya que esta tribu era
de las más aguerridas, mandó hacer iglesias de mejor factura y capaces para la gente que en
número de cientos había bautizado, así que “redujo” en 1590 a los pobladores a hacer adobes
y comenzaron a levantar las paredes en tres pueblos guasave, que fue la misma cabecera y
las visitas de Tamazula y Nio, “cortaron y trajeron a hombros y labraron cantidad de árboles
para su enmaderamiento y quedaron tres muy grandes iglesias que aunque no eran de cantera
salieron muy vistosas en aquella tierra”, (Pérez de Ribas, 1944: p. 97) después se aplanaron
con los mismos barros y se blanquearon con cal, pintándolas con colores de la región,
seguramente con adornos teñidos en arcos y motivos arquitectónicos dibujados: columnas,
frisos e imágenes; los guasaves “quedaron muy contentos y se preciaban de ser los primeros
y singulares en tener tales edificios a vista de sus pobres casas”. (Pérez de Ribas, 1944: p. 98)
Para hacer una iglesia de cierta importancia, se tenía que pedir permiso siempre al padre
Provincial, si por alguna razón tenía que modificarse o moverla de sitio, se podía hacer de
inmediato, pero avisando cuanto antes al padre Provincial.
La organización urbana en algunas misiones, que iban creciendo poco a poco, era más parecida
a una ranchería sin un sistema defensivo, porque las comunidades eran suficientemente
grandes –de más de cien familias– o estaban protegidas por los presidios cercanos; las casas
tenían techos de teja, otras se cubrían con palma, sobre todo en las planicies costeras, y se
situaban en predios separados:
que siguiendo el acertado ejemplo de los antiguos continúen a techar con tejas las iglesias y las
casas, pues por experiencia se ven los daños que se han seguido por haberlas arrimado y consta
que con el resguardo de ellas se preservan de las inevitables ruinas causadas de las equipatas
[lluvias]. (Burrus; y Zubillaga, 1986: p. 107)
Cuando no eran de palma, las cubiertas eran planas y de terrados, de tal manera que se evitarían
no sólo los daños de las lluvias, sino de los fuegos que habían acabado con muchas de las
iglesias primitivas hechas de troncos de palmera; de todas formas, muchas iglesias se tuvieron
En consecuencia, con la construcción del primer presidio en San Felipe y Santiago, se vio la
necesidad de construir un segundo presidio en el río Zuaque o Carapoa, más al norte, aunque
no lo pudo hacer el virrey Conde de Monterrey en 1595, se haría poco después, en 1610.
El capitán Hurdaide, viendo la necesidad de más misioneros para tanto pueblo, decidió
apersonarse en la Ciudad de México y dar cuenta al virrey Marqués de Montes Claros, del
estado de la provincia y los resultados de la pacificación con los tres grupos principales,
zuaques, sinaloas y tehuecos, que eran la puerta para entrar a la sierra y al norte.
El capitán regresó a Sinaloa con dos padres más, el padre Andrés Pérez de Ribas, y el padre
Cristóbal de Villalta. El primero se asentó entre los ahomes y los zuaques, cerca de la
desembocadura del río Fuerte, y el segundo entre los sinaloas, en la parte alta del río, mientras
el padre Pedro Méndez, quien desde 1590 se hallaba en Santiago de Ocoroni, se quedó entre
los tehuecos, fundando la misión de la Visitación de Nuestra Señora de Tehueco, en 1614, con
esto se cubría todo el cauce del río Fuerte.
El capitán Hurdaide también pasó buen tiempo en la zona de Chicorato, en el río Sinaloa,
donde logró hacer pueblos nuevos, comprando de su peculio las tierras a los españoles,
y bajando hasta mil quinientos indios que vivían en las sierras escabrosas, en rancherías
o dispersos en cuevas y barrancas, mandándoles hacer sus casas, algunos tenían árboles
frutales y sementeras, así que el sistema de agrupación en pueblos se dio en las zonas más
difíciles y agrestes, como dice el padre Florian de Ayerve de la Concepción de Nuestra
Señora de Baimoa, en una expedición al río Humaya, que él hizo la iglesia y a los indios más
de cien casas con las que los arraigó, “de ahí volví a los pueblos de Chanmayo, Batoconito,
Atotonilco y San José con un pueblecito que hice llamado Noryquito... que habré bautizado
como mil y cuatrocientos”. (Alegre, 1956: p. 161) El padre Ribas también tuvo oportunidad
de hacer pueblo nuevo, reduciendo a los indios de varias rancherías, juntándolos tres
leguas debajo de Ahome, llamado Bacoregues “sacó a varias familias de sus rancherías y
los concentró en puesto acomodado, juntándose todos harían sus casas y formarían pueblo
de por sí”. (Pérez de Ribas, 1944: p. 150) En otras ocasiones, los pueblos se componían
de varias tribus, es el caso de Ahome, en donde hacia 1614 se juntaron no sólo gente de la
costa, sino de otras rancherías hasta tener quinientos vecinos, de ahí la forma del poblado
que parece hecho a retazos con calles de diferente ángulo; este poblado creció tan bien que
hasta tuvo capilla de cantores y taller de maestros en carpintería y más de seiscientas casas
con buena disposición:
se trató con los principales que tuviesen iglesias que fuesen de dura, más decentes y capaces que los
jacales que antes tenían para celebrar los oficios… y así ofrecieron su trabajo y aunque la obra habría
de ser de adobes y llena con todo y ser tan nueva, para ellos era necesario buscar oficiales que les
industriasen y juntamente que les enseñase a cortar y labrar grandes árboles para el enmaderamiento
de iglesia grande y capaz, acudían a esto con tan buen aliento que sucedía cargar a hombros ciento
y más indios un muy gran madero, que hicieran mucho yuntas de bueyes en arrastrarlo, lo cual ellos
La arquitectura de las misiones jesuitas y el orden de la libertad
que rehacer varias veces debido a las crecidas de los ríos. La mayoría de los pueblos de indios
estaban asentados en las orillas de los ríos caudalosos de Sinaloa, y en época de tormentas la
subida del nivel de agua hacía que se inundara todo el pueblo; aunque las iglesias siempre se
localizaban en la parte alta, en varias ocasiones fueron arrasadas por las tormentas y lo peor,
las sementeras y casas de los pobladores, que tenían que volver a empezar de nuevo, lo que en
ocasiones provocaban revueltas y alzamientos en los pueblos, aunque después volvían a sus
pueblos y “se animaron a hacer otras mas hermosas iglesias que las pasadas”. (Pérez de Ribas,
1944: p. 98) Parece que el destino de estos poblados consistía en rehacer constantemente
sus viviendas, sus cultivos y sus iglesias; por eso también la frágil arquitectura de reconstruir
con los medios naturales a su alcance, la dificultad de conseguir el sustento y la inseguridad
ante ataques, convirtieron al indígena en un ser económico, sin la permanencia o el arraigo,
entonces se preguntarían ¿para qué hacer construcciones permanentes? La misión fue parte
de la obra cultural con la que se los arraigó, y les hizo construir iglesias y casas con mayor
trascendencia temporal.
101
LUIS ARNAL
hacían con alegría. Lo uno por estar muy
hechos a carga de hombros y por no tener
entonces otra traza para tirarlos a la obra.
Trabajaban hombres y mujeres, chicos y
grandes conque se acabó la iglesia donde
cabían dos mil personas y blanqueada y
pintada se dedicó con gran fiesta. (Pérez
de Ribas, 1944: p. 158-159)
Otra población formada con varios grupos
donde se congregaron más de cuatrocientas
familias que hicieron también buena iglesia,
“como la de Ahome”, fue el pueblo vecino
de San Miguel Arcángel (1614), fundada por
el padre Vicente del Águila. Así fue como
se veían “asentarse nuevas poblaciones,
levantarse iglesias, cultivarse los campos”,
y así se formaron también las visitas de la
misión de San Jerónimo de Mochicahui.
102
Lo más común era “agrupar, a veces a
fuerza a la población de diferentes aldeas
y rancherías en un solo asentamiento de
tal manera que pudieran sistemáticamente
estar expuestos a los cambios culturales”.
(Polzer, 1976: p. 9) Cuando se reunían
varias familias, se debía de hacer con mucho
cuidado y con la menor violencia posible y
llegar a acuerdos sobre las tierras que cada
grupo tendría a su cuidado.
La construcción del segundo presidio en
Sinaloa, en 1610, se hizo gracias al virrey
Juan de Mendoza y Luna, conde de Montes
Claros, de quien tomó su nombre, aunque
la obra se terminó en tiempos de Luis de
Velasco hijo –1607/1611, virrey por segunda
vez–. Este fuerte, localizado a la orilla del río
Zuaque, que después cambió de nombre por
el de “el Fuerte”, en relación con el presidio,
se erigió en un lugar apropiado, muy cerca
de la antigua villa de Carapoa, y a dos leguas
del principal pueblo de los tehuecos: “donde
los soldados y otros que quisieren poblar
hallasen comodidad de vivienda, tierras de
sementeras, agua, leña, pastos de ganados y
caballos para cuando las naciones intentasen
acontecimientos o rebatos”. (Pérez de
Ribas, 1944: p. 179) El presidio fue pagado
con fondos de la corona, teniendo sólo 46
soldados de tropa, y la instrucción a Hurdaide
fue que se hicieran casas a su abrigo, de tal
forma que se fuera haciendo un poblado. Se
escogió un lugar cerca del río y se trazó de
planta cuadrada; los muros estaban hechos
de “adobones”, bastante gruesos, y aunque
no hay una descripción de su altura, debía
tener al menos cuatro varas, para cubrir la
posibilidad de una escalada, y con cuatro
torreones, a la manera de baluartes, que
servían no sólo de guarda de sus lienzos, sino
para espantar a los indios. Albergaba en su
interior espacio suficiente para la caballada,
que es la que pasaba más peligros ante los
ataques de los indios, y aposentos para
vivienda de los soldados, bodegas, almacenes,
y corrales.
En varias ocasiones, los indios se acercaban
al presidio para verlo y hacer trueques con
los soldados, en otras llegaron en plan de
guerra, pero fueron dominados ante la fuerza
y estrategias del capitán Hurdaide. Dice el
padre Ribas que la pacificación y asiento de
la tribu se celebraba con autoridad pública
ante el capitán, escribano y testigos en el
mismo presidio, obligándose los caciques en
nombre de su nación de no dar auxilio a los
que pretendían infestar a los cristianos, de
esta manera se iban acercando al presidio y
se formalizaban los asentamientos.
El emplazamiento de este presidio permitió,
por un lado, ir agrupando a su alrededor
un poblado, y por el otro, la expansión y
pacificación hacia los ríos Mayo y Yaqui,
y hacia la parte serrana del río Fuerte,
fundándose la misión de Vaca en 1620 y sus
respectivas visitas de Santiago de Huites, en
las faldas de la sierra, donde habitaban los
“flecheros”, tribu guerrera y antropófaga; la
misión de Toro y sus visitas de Santa Catarina
de Baimena y San Ignacio de Chois. (Orozco
y Berra, 1864) Para la reducción de los
huites, primero se los llevaron a vivir entre
los sinaloas, saliendo de entre sus peñas y
sierras trescientas personas, y los sinaloas los
aceptaron con “gran piedad y alegría”, pero
con la presencia de los soldados con “salva
de sus arcabuces”, (Pérez de Ribas, 1944: p.
212) es decir que se juntaban en los pueblos
y eran aceptados disimulando en ocasiones el
disgusto de que otra comunidad se integrara,
pero los padres, para evitar malos entendidos,
hacían venir a los soldados del presidio para
formalizar la reunión y evitar pendencias.
Ya con los dos presidios, toda la llanura
costera entre ellos quedó protegida y
pacificados los de Santiago de Ocoroni y su
visita de San Lorenzo de Oguera, seis leguas
al este de la villa de Sinaloa.
La estructura de planeación del territorio les dio a los jesuitas la oportunidad de aumentar
la extensión de su misión, al dividir la Provincia de Sinaloa en tres rectorados de misión: el
rectorado de San Felipe y Santiago (1590) con las misiones desde el río Fuerte al Mocorito, el
rectorado de nuestro padre San Ignacio de los ríos Yaqui y Mayo, que abarcaba las tierras entre
el Mayo y el Yaqui (1614), fundado por el padre Pedro Méndez, que después de 1750 se llamó
de San Andrés de Conicari, y el rectorado de Santa Inés de Chinipas (1676), fundado por el
padre Nicolás del Prado y el padre Fernando Pasero, aunque el padre Julio Matías Pascual, había
hecho una entrada en 1626 en el área localizada en la parte alta entre el río Fuerte y el Mayo en
la sierra, entre los tepehuanes y los tarahumaras; este padre fue asesinado por indios rebeldes en
1631. (Marzal, 1992: p. 201)
Estos territorios no estaban limitados geográficamente de una manera clara. Todos los rectorados
dependían del colegio de San Francisco Xavier en Sinaloa, y tenían un padre visitador de la
provincia, además del padre visitador general de México, que hacían inspecciones cotidianas del
estado de las misiones, conducta de los padres y organización, población, producción y eventos.
Por otro lado, cada rectorado se componía de varios partidos o distritos, los que eran administrados
por el rector, quien también se hacía responsable de la conducta de los misioneros; no había un
número de misiones que integraran un partido, por lo regular el partido consistía en una misión de
cabecera y una o varias misiones de visita, esto incluía otros asentamientos no reducidos, también
La arquitectura de las misiones jesuitas y el orden de la libertad
El territorio y la expansión
103
LUIS ARNAL
llamados ‘repartidos’, que eran como aldeas,
rancherías y grupos de familias en las orillas
de los ríos o en las sierras, por lo tanto estaban
dentro del distrito tierras de los indios y de la
misión, donde estaba el ganado, las huertas y
tierras de cultivo.
Un partido era administrado por uno o dos
padres, dependiendo de la disponibilidad;
algunas de las misiones de visita se podían
convertir en cabeceras si la población crecía y
se consolidaba, sacando así un partido más, o
al contrario, podían desaparecer o disminuir
de importancia. Por lo regular los padres
escogían su residencia en la cabecera, donde
estaba la población mayor y donde se hacía
también la mejor y más grande iglesia.
104
Los misioneros tenían un proceso de
acercamiento con las comunidades. Primero,
el idioma; existía la obligación impuesta a los
jesuitas novohispanos de llegar al sacerdocio
conociendo alguna lengua indígena, que tenían
que aprender desde el noviciado, para lo cual
servían los colegios de los que dependían las
misiones. También se adiestraban por otros
medios: “deben aprender el lenguaje propio
de la tribu a la que han sido asignados, para
esto deberán estar varios meses en compañía
de otro padre que ya conozca el idioma”.
(Polzer, 1976: p. 15)3 El mismo padre Tapia
tenía una facilidad impresionante para las
lenguas, llegando a dominar hasta ocho de
ellas; pero si los misioneros no aprendían
la lengua rápidamente, se podían hacer
de sanciones: “el ministerio de nuestras
misiones es inseparable de la obligación de
aprender la lengua. Hay misioneros que a
pesar de estar por años en la misión no han
aprendido el lenguaje. (Polzer, 1976: p. 105)
Los visitadores y rectores de cada provincia
hacían a menudo exámenes, con castigos si
no se aprobaban estos, para conocer si los
padres conocían la lengua o no, incluso si la
misión llegaba a tener alguna vacante, debía
llenarse con quien supiera la lengua de la
región. Hacia 1662, en las dieciséis misiones
de Sinaloa, nueve padres hablaban dos o más
lenguas, una de ellas era el náhuatl.
Segundo, el aspecto territorial; el cono­
cimiento geográfico y del medio, que
significaba el proceso de avance o etapas
3 Se pueden consultar las Reglas para el gobierno de las
misiones, del P. Visitador Rodrigo de Cabredo, 1610,
No. 10.
de misión, que constaba de cuatro partes:
la entrada, la conversión, la doctrinal o
enseñanza y, por último, la de producción y
organización político-administrativa.
Es en este último periodo que se consolidó
la misión como un centro de población, y
aparecieron los primeros síntomas de una
organización urbana. A diferencia de las
tres primeras, en las que los procesos de
acercamiento se podían hacer directamente
en la iglesia o dependencias cercanas del
misionero, en la etapa de producción es donde
se establecieron los reglamentos para ordenar
la vida en sociedad y las labores agrícolas, la
crianza de ganados, la recolección de frutos y
la construcción de obras hidráulicas, pero lo
más importante, la organización urbana y la
vida en comunidad.
Como ya mencioné, la misión tenía que
apoyarse en el presidio; es decir, necesitaba del
apoyo militar para defenderse y consolidarse,
aunque en muchos reglamentos se indicaba
a los padres que no debían acercarse ni
hacerse ver en compañía de los soldados: “si
los padres tuvieran que dar de comer a los
soldados porque no hubiera otro lugar donde
proveerse de comida, deberán evitar que
coman con los padres”. (Polzer, 1976: p. 69)
Están estas naciones pobladas en unos llanos
grandes que se hacen en medio el grueso de
la sierra, que corresponde a los ríos Yaqui y
Mayo, hacia el norte son grandes labradores y
siembran de riego con tan buen gobierno en
las represas y acequias como los españoles,
tiene suma de gallinas de castillas, sus
poblaciones son mas ordenadas y reducidas
que las de las de las otras naciones de por
acá, sus edificios muy de asiento, porque no
son de leva como los de estos ríos, de petates;
pero estos son de terrado de tierra a manera
de adobes. (Alegre, 1956: p. 253)
Los esfuerzos para consolidar los pueblos
contemplaban no sólo la doctrina, sino los
aspectos de la construcción y cuentas de la
producción de la misión, el manejo de los
abastos –como la cantidad de mulas y dotación
de chocolate que podían tener los misioneros–,
hasta los aspectos de relaciones con los
pobladores cercanos, mineros y hacendados, así
como la defensa ante los ataques de los indios
y situaciones con los chamanes y hechiceros
locales. Era muy estricta la administración de
Para poder consolidar una población, se requería que los indios fueran haciéndose dóciles y
acercarse a la misión, para que en corto tiempo pudieran vivir en ella; esto naturalmente les
traía enemistades con otros grupos indios, que intentaban impedir esa relación. Así surgieron las
rebeliones que durante el siglo xvii asolaron y destruyeron muchas de las misiones. La protección
de la población y las instalaciones misionales se defendieron, la pérdida de las iglesias hacía difícil
volver a instalar la misión en el mismo sitio.
La tenacidad de los jesuitas hacía que lo abandonado se volviera a poblar, en ocasiones no sólo
con indios, sino también con colonos de México o de España. “Pidió Martínez de Hurdaide
villa de 30 vecinos y tres casas fuertes para Mayo, Yaqui y Nebomes [ríos], la villa donde mejor
pareciese, los cuales [pobladores] había de traer el padre Villafañe de España”. (Burrus; y
Zubillaga, 1986: p. 91) En otras ocasiones, se trataba de poblar con gente ya asentada en otras
misiones, aunque estaba prohibido en las Reales Ordenanzas, porque al poblar una se despoblaba
la otra; lo más común era atraer a grupos dispersos, unas pocas familias de la misma tribu que
podían conformar un pueblo, o que se arrimaban cerca del poblado para ir aprendiendo las
nuevas costumbres, como pasó con los huites, que de ser antropófagos y comerse a sus vecinos
llegaron a convivir con ellos.
El crecimiento de la provincia de Sinaloa obligó a dilatar el territorio hacia el norte y oriente;
ya hacia 1621 y 1623 el padre Pedro Méndez y el padre Pedro Juan Castini, habían hecho
entradas hacia la región de la sierra entre los guazaparis y los chinipas, a los que se quiso
poner de asiento; en 1628, habían varias iglesias hechas por los mismos indios, de adobes y
terrado, y en 1676 se separaría del rectorado de San Ignacio para hacer uno propio, el de Santa
Inés de Chinipas.
Para 1743, durante la visita de Juan Antonio Baltasar, se habían encontrado veinticuatro
misiones, algunas sin misionero, divididas en los tres rectorados, el de San Francisco Xavier,
donde estaba el colegio, San Andrés de Conicari, y Santa Inés de Chinipas: “La misión de
Ocoroni es casi superflua; tiene un solo pueblo con poco más de siete indios, aunque muchos
advenedizos y allegados que viven allí, cuando no está el padre y cuando está se retiran,
porque quieren libertad no sujeción”. (Marzal, 1992: p. 201)
Sin embargo, algunas de las misiones, como la de Navojoa, tenían cerca de seiscientas familias,
aunque la mayoría de ellas sólo alcanzaban entre cien y quinientos habitantes, los que trabajaban
tierras de labor y criaban caballos, mulas y ganado menor y mayor; otras más, aprovechando la
corriente de los ríos, tenían trapiche y molinos. Por los ríos que llegaban al golfo de California,
se sacaban los productos hacia California, entre ellos frutas, azúcar y carnes.
La educación de los niños fue muy importante, tanto en lo religioso como en los cantos y
aprendizaje para escribir y leer en castellano. La labor educativa de los niños era considerada
esencial, ya que a través de ellos se penetraba en los núcleos familiares, incluso eran los primeros
en ser bautizados y enseñados; esta atención a los niños indios provenía desde las primeras
instrucciones. En 1606, se pensaba que en vez de gastar los tributos en un hospital en México,
estos se distribuyeran para el Colegio de San Gregorio de los padres de la Compañía de Jesús:
“donde se recogen indios muchachos de toda la tierra y se les enseña la doctrina, leer y
escribir y cantar y los ejercicios de que son capaces, este se fundó de limosnas y la poca renta
que tiene es de ellas sin reconocer patrón mas que a V.M., tiene falta de casa y de lo que
han menester para sustentarse… y se gastase en hacerles una vivienda moderada y darles
algunas sustento creciendo el número de los muchachos hasta en cantidad de cincuenta
o mas, quedando a cuidado de los padres de la Compañía que lo tienen, si al consejo le
pareciere así, mandara V.M. que lo haga que hasta entonces no lo comenzare”. (Carta del
Virrey Montesclaros al rey, 30 de mayo de 1606, AGI, México 26, No. 86)
La arquitectura de las misiones jesuitas y el orden de la libertad
la misión, por eso durante las inspecciones realizadas por los padres visitadores, se revisaba la
estructura social y física de la misión, y su estado económico y estadístico.
105
LUIS ARNAL
El provincial ordenaba para Sinaloa: “en el pueblo que fuere principal de cada partido [la residencia
del misionero] se ponga todo el cuidado en conservar el seminario de niños indios (internado), que
se críen en doctrina y virtud cristiana aprendan a leer, escribir y cantar para que sirvan en la
iglesia y den ejemplo de toda virtud en los demás pueblos”. (Santos, 1992: p. 295) Así sucedió
también en la misión de la Asunción de Nuestro Señor de Tepahui, bajo la administración de
la cabecera de Tesia, donde había un colegio para niños indios.
La provincia de Sinaloa se fue extendiendo hacia el norte, con las entradas del padre Méndez
y la fundación de otros partidos, como Tecoripa, fundada en 1619, a la que le siguió la de San
Ignacio de Onavas, en el mismo río Yaqui, en 1620; otra misión más se hizo en Sisibotari y
Sahuaripa –que había sido presidio en 1565–. Con éstas y las de Santa Maria de Movas, San
Francisco Xavier de Arivechi, San José de Matape, fundadas en 1623 y San Ildefonso de Yecora
(1627), se amplió el rectorado de Nuestro Padre San Ignacio, de tal manera que tuvo poco
después, en 1622, que dividirse en otro rectorado, el de San Francisco de Borja, entonces con
la nueva jurisdicción de Sonora. Más tarde se formó el rectorado de San Francisco Xavier en
1638, gracias al esfuerzo de padre Bartolomé Castaño, quien sustituyó al padre Méndez, el
cual se trasladó a Oaxaca, donde fue rector del Colegio; Pedro Pantoja, quien fue su primer
rector, Diego o Miguel de la Cruz, Lorenzo Flores, quienes entraron a la parte baja de la Sierra
Madre, ya dependiendo de la nueva Provincia de Sonora, que en lo administrativo se había
establecido con un mando militar propio desde 1640 en el Real de San Juan Bautista, aunque
los capitanes despachaban la mayor parte del tiempo desde Sinaloa.
106
A continuación se formó y el de los Santos Mártires de Japón, en 1645, más hacia la Sierra
Madre, en el estado de Chihuahua; finalmente y gracias al esfuerzo de Eusebio Kino, se formó el
rectorado de Nuestra Señora de los Dolores en 1687 y la última misión fundada, la de San Xavier
del Bac, en 1692, con lo que se completaron en cien años de ocupación misional en el extenso
territorio de Sinaloa y Sonora, abarcando con ciento veinticinco misiones, cerca de 250,000 km2
y una gran variedad de pueblos, desde la Pimeria Alta hasta los Tehuecos, y utilizando varios
tipos de sistemas constructivos y materiales locales para realizar sus iglesias y pueblos.
Las poblaciones donde se hicieron fundaciones todavía quedan, dejándonos restos de su
organización urbana. Aunque no existen muchos datos de cómo se estructuraba el poblado,
este dependía también de su posición estratégica en zona de ataques de enemigos, o del
número de familias que formaban el poblado; en algunos casos, como en Santa Cruz del
río Mayo (Huatabampo) y su visita Espíritu Santo de Echojoa, en el siglo xviii habían unas
ochocientas setenta y ocho familias, lo que dio una conformación de poblado de varias
manzanas agrupadas alrededor de una plaza.
La arquitectura de las misiones jesuitas y el orden de la libertad
Sin embargo, en otros como Tesia, de la provincia de Sinaloa, o Tecoripa y Maycoba, por decir
dos casos del rectorado de San Francisco de Borja, la distribución de la población se hizo
formando casas alrededor de una plaza, a la manera de las reducciones guaraníes o chiquitanas.
Podemos decir que cuando la población era suficientemente grande para permitir su defensa
y protección, y conforme se fueron adaptando las costumbres de la individualidad productiva
–artesanos, comerciantes, etc.– se distribuyeron de una forma más autónoma en repartos de
manzanas y lotes, a la manera de las villas mestizas, en donde también se compartía el trabajo
de acuerdo a una disciplina de horarios y sistemas de producción señalados por el misionero.
La otra, era una organización para cuando la población era más reducida, más insegura y
dependiente de la misión, en donde las casas formaban un perímetro defensivo, hasta que
pudieran ir creciendo y tener acceso a una independencia mayor al tener la suficiente masa
poblacional para autodefenderse.
107
La vida en las misiones debió ser muy compleja, tanto por las reglas de manejo de la comunidad
y la administración misional, el abandono temporal de los padres, las sequías e inundaciones,
así como por los problemas sociales y de obediencia de los indios:
“los indios están los mas descarriados y mientras mas se tardare el sujeto que ha de venir
a dicha misión será mas difícil el agregarlos al pueblo, y quizás el haberlos de domesticar
costará mas trabajo que el que costó su conquista. Ellos por si son malos, muy malos, el verse
tanto tiempo en suma libertad, haciendo lo que quieren, viviendo como se les antoja, ha de
hacer que cueste mucho trabajo el reducirlos”. (Carta de Juan Lorenzo Salgado a Ignacio
Calderón. Guirivis, 23 de Abril de 1756. Archivo Franciscano, No. 38845)
Aún así, el crecimiento del sistema misional fue muy rápido; de la presencia de treinta y cuatro
Padres en 1614, se llegó a tener noventa y uno en 1720. El análisis de la estructura urbana
determina que su agrupación fue un modelo que funcionó inspirado en las condiciones de
los grupos que se integraron; en el contexto geográfico, la cercanía a los ríos y campos de
cultivo que limitaron el crecimiento, así como las destrucciones de otras tribus, pero aún hoy
podemos observar los modelos de asentamiento y el esfuerzo de los jesuitas por ordenar y
transformar el territorio; hablando de los indios, Revilla Gigedo decía:
“ninguno de estos andaba desnudo; se cubrían con vestuarios humildes pero decentes y aseados,
nunca les faltaba su regular y sobrio alimento y cada familia tenía su pequeña casa choza o jacal
dentro de pueblos formales, tanto mas reunidos en los territorios avanzados a la frontera cuanto
era mayor su exposición a las hostilidades de las naciones bárbaras o gentiles por cuya razón
no solo se cercaban con sencillas murallas o tapias de adobe o piedra sino que se defendían con
pequeños torreones fabricados sobre los ángulos de la población”. (Revilla, 1966: p. 30)
LUIS ARNAL
108
Existía también un modelo urbano de protección de los pueblos, que era formando una figura
cercada que podía protegerse con los mismos indios, como milicianos.
El territorio misional en la Nueva España, como en otras regiones, abarcaba varias Provincias
ligadas entre sí, por ejemplo en América del sur, las misiones jesuitas abarcaban varias ‘regiones
continuas’ desde la provincia de misión del Orinoco, la más septentrional, hasta la de Maynas,
Moxos, Chiquitos y Guaraníes, todas rodeando el vasto territorio de Brasil. La idea jesuita
era la de apoyarse en los demás, hacer regiones ocupadas por ellos en lo material (haciendas)
y en lo espiritual (misiones), regidos ambos sistemas desde los Colegios; el concepto de la
misión era arraigar y poblar, buscando en los sistemas de producción la liberación de los
grupos indígenas; por lo tanto y a su pesar, formaron esquemas de producción autónomos que
después les acarreó la enemistad con los hacendados y mineros de las zonas aledañas, y sobre
todo, conflictos con la autoridad civil, esto último se fue acentuando sobre todo en el siglo
xviii. Por otro lado, los grupos de mineros y hacendados, así como las poblaciones mestizas,
dependían de la mano de obra indígena para sacar sus productos, lo que ocasionó roces y
enemistades con los provinciales y misioneros locales, que no dejaban que sacaran a los indios
de las misiones; a la larga, esto ocasionó que se fueran despoblando los ranchos, las estancias y
los reales de minas. Hacia 1764, se habían abandonado cerca de ciento setenta y cinco sitios de
estos y, sin embargo, las comunidades de misión eran cada vez más prósperas, tan sólo Torim
y Vican tenían tres mil seiscientos pobladores, así que se sugirió se llevaran pobladores desde
el centro para apoyo adicional de los pueblos civiles y para hacer presidios, villas o colonias.
(Del Río, 1995: p. 120) Gálvez opinó que era prioritario formar pueblos de españoles, a
la manera de las “nuevas poblaciones” que ya estaban haciendo en Nuevo Santander y en
Chihuahua, incluso dentro de la política de población se incluía que “junto a los pueblos de
indios llevar a españoles y darles tierras y agua para que en cortos años los españoles se casen
con las indias, y las españolas con indios, olvidando las bárbaras costumbres y abominables
vicios de que aun están ciegos.” También sucedió que en algunos pueblos de misión con las
reformas borbónicas, el deslinde y reparto de las tierras se tuvo que aplazar, y en otros casos
como en Barras de Piaxtla: “los indios se habían españolizado tanto que todos o los mas se
habían vuelto vecinos”, por lo que al hacer denuncias de tierras se les tenia que cobrar por
ellas, perdiendo los privilegios que tendrían de haber sido considerados indios”. (Del Río,
1995: p. 137)
En 1733, el gobernador de la provincia de Sonora, Bernal de Huidobro, quien no quería a los
jesuitas por las dificultades que le ponían en sus actuaciones judiciales y civiles, fue sustituido
por el comandante Agustín de Vildosola, quien fue mejor recibido por los jesuitas, incluso
puso dos presidios para la protección de la provincia, el de Pitic 1741, que luego se mudó
a Horcasitas, y el de Guevavi o Terrenate, en plena Pimeria, para proteger la frontera de los
ataques apaches. La insistencia de los indios en sentirse acogidos por los jesuitas, a los que
veían como sus protectores, los hizo armar una rebelión en 1751 para exigir más misiones
en la Pimeria. Al momento de su expulsión tenían cuarenta y nueve cabeceras en Sinaloa,
Ostimuri y Sonora.
Después de la expulsión, se rindió un Informe sobre las misiones en 1793, mandado hacer por
el conde de Revilla Gigedo, donde se explicaba que “era pues cada misión una grande familia
que compuesta por multitud de personas de los dos sexos y de todas las edades reconocían
la discreta y suave sujeción del doctrinero”; (Revilla, 1966: p. 30) y sobretodo, todavía en
1793 se observaba que “las iglesias eran capaces y proporcionadas, algunas podían llamarse
suntuosas con respecto a su destino y situación y por lo común lo eran todas en sus altares, en
sus imágenes, en sus pinturas exquisitas y en la rica y aun opulenta provisión de ornamentos,
vasos sagrados y otros utensilios” (Revilla, 1966: p. 30)
A raíz de la expulsión, ocurrieron varios fenómenos en los territorios, tanto de misión como
en las haciendas jesuitas. Por un lado, al convertir en curatos las misiones, se recabaría el
diezmo y se aprovecharían otras obvenciones parroquiales, además “reducidas dichas antiguas
misiones a curatos de clérigos seculares se poblarían fácilmente de españoles ya con los
“la fuga de familias enteras o sus traslaciones voluntarias, irremediables y sensibles, a los
montes y a distintos domicilios, dejaron los pueblos casi sin gentes, sin gobierno y sin
policía, las iglesias desiertas, la religión sin culto y los campos sin brazos para su labranza,
conservación y fomento de sus ganado, convirtiéndose en esqueletos, si no todas la mayor
parte de las misiones de Ostimuri y Sinaloa, cuando se hallaban en tiempo de la expulsión de
los jesuitas en estado de secularizarse o convertirse en curatos”. (Revilla, 1966: p. 30)
Muchos pueblos de misión subsistieron debido a la perseverancia de los pobladores,
cambiando de actividades y utilizando nuevos recursos de explotación del suelo; en otros, la
secularización les convino, ya que crecieron con nuevos pobladores que se incorporaron al
asentamiento, y otros fueron prósperos en manos de los franciscanos, quienes se quedaron a
administrar algunas de las misiones.
Hoy en día podemos entender el proceso urbano de las misiones y apreciar la forma de sus
pueblos que aportan al urbanismo novo hispano una originalidad y traza curiosamente atípica,
congregaciones que requieren de una nueva interpretación urbano arquitectónica.
Libros
•Alegre, Francisco Javier. 1729-1788, 1956, Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús
de Nueva España, Tomo I, México, Ernest Burrus y Felix Zubillaga.
•Burrus, Ernest; Zubillaga, Félix, 1986, El Noroeste de México, Documentos sobre las Misiones Jesuíticas, 1600-1769, México, unam.
•Marzal, Manuel, 1992, La Utopía posible. Indios y Jesuitas en la América Colonial, Tomo II,
Lima, Fondo Editorial pucp.
•Orozco y Berra, Manuel. 1816-1881, 1964, Geografía de las lenguas y carta etnográfica de
México: precedidas de un ensayo de clasificación de las mismas lenguas y de apuntes para
las inmigraciones de las tribus, México, Andrade y Escalante.
•Pérez de Ribas, Andrés, 1576-1655, 1944, Triunfos de nuestra Santa Fe entre gentes las más
bárbaras y fieras del Nuevo Orbe, México, Layac.
•Polzer, Charles W., 1976, Rules and precepts of the jesuit missions of northwestern New
Spain, Tucson, University of Arizona.
•Polzer, Charles W., et. al., 1991, Spanish Borderlands Sourcebooks, No. 19, The Jesuit Missions of Northern Mexico, New York and London, Garland Publishing.
•Revilla Gigedo, Conde de, 1966, Informe sobre las misiones, 1793 e instrucción reservada
al Marqués de Branciforte, 1794, México, Jus.
•Río Chávez, Ignacio del, 1995, La aplicación regional de las reformas borbónicas en Nueva
España. Sonora y Sinaloa, 1768-1787, México, unam, iih, Historia Novohispana 55.
•Santos Hernández, Ángel, 1992, Los Jesuitas en América, Madrid, mapfre, 1992.
Documentos
•Carta del Virrey Montesclaros al rey, 30 de mayo de 1606, agi, México 26, No. 86
•Carta de Juan Lorenzo Salgado a Ignacio Calderón. Guirivis, 23 de Abril de 1756. Archivo
Franciscano, No. 38845
La arquitectura de las misiones jesuitas y el orden de la libertad
parientes que siguen a los curas”. (Del Río, 1955: p. 53) Otra consecuencia, fue el reparto
de tierras de misión y el consecuente abandono de los indios de esos territorios; con esto,
el gobierno consiguió lo que deseaba desde tiempo atrás, que era la tributación per cápita,
es decir, el equivalente al impuesto sobre la tenencia de la tierra. Estos repartos les daban
derechos de posesión, pero no de propiedad a los nuevos adquirientes, quienes tenían que
trabajar las tierras, con lo que la economía se revitalizó en muchas regiones. Otras tierras
pasaron a poder de rancheros y hacendados que engrandecieron sus propiedades originales,
pero por otro lado, las misiones se despoblaron:
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MARCO ANTONIO CAMPOS
Medallón
para
Víctor Sandoval
MARCO ANTONIO CAMPOS
D
ecir Víctor Sandoval es hablar de varias facetas: del infinito promotor cultural, del
admirable poeta de “Fraguas”, del gran amigo de sus amigos. La historia del promotor cultural nació hace más de cuarenta años en Aguascalientes y creció en todo el
país. Tuve la oportunidad por casi 30 años de trabajar y colaborar a menudo con él o de ver
su trabajo de cerca: lo vi como Director de Promoción Nacional de Bellas Artes (1977-1982),
como Subdirector de Bellas Artes (1982-1988) y Director General de Bellas Artes (19891992), como Ministro de Cultura en España (1992-1994) y como Secretario del Seminario de
Cultura Mexicana, del cual soy miembro asociado. En esos años pude observar y confirmar
las grandes virtudes de Víctor en tareas: eficacia, imaginación, prudencia, paciencia, una tenacidad invencible.
Cuando el 1 de enero de 1977 Juan José Bremer invitó a Sandoval a la Ciudad de México como
director de Promoción Nacional de Bellas Artes fue una suerte para la cultura del país. Es
cuando se idean y se ponen las primeras y modestas raíces para el desarrollo cultural del norte,
que ahora tiene en algunos estados una insólita pujanza, cuando se empieza a tejer la gran red
de talleres y premios con que cuenta Bellas Artes y se echan a andar diversos festivales: la
Muestra Nacional de Teatro, el Festival de Arte Popular, el Festival de Danza de San Luis
Potosí, el Festival de Música de Cámara en San Miguel Allende. Como se sabe fue también el
fundador de la revista y las ediciones de Tierra Adentro.
Al pedirle el ex presidente López Portillo la renuncia a Juan José Bremer en 1982, el nuevo
director Javier Barros Valero, quien no conocía a Sandoval, lo nombra, para la sorpresa del
designado, Subdirector de Bellas Artes. Me enorgullece recordar que en los años ochenta,
cuando él era Subdirector de Bellas Artes y yo Jefe de Departamento y después Director de
Literatura de la unam, Sandoval, Saúl Juárez y yo echamos a andar numerosos encuentros
internacionales, nacionales y regionales de poesía, de literatura y de periodismo, de los cuales,
el que más ha perdurado, y del que se sintió más cercano es el de Poetas del Mundo Latino,
que en su segunda época, teniendo como eje principal el Seminario de Cultura Mexicana, ha
tenido un doble vigor, y que, como vivo reconocimiento, cuando se añadió el Premio, se le
Sandoval se fue en 1992 a Madrid con cargo
de ministro cultural. A nadie trató tan bien
como a mí. Por varios meses tuve la oportunidad de seguir su trabajo: fundó el Instituto
de México, empezó a formar la biblioteca de
autores mexicanos en el instituto y llevó a
cabo numerosos actos culturales, y sobre
todo, como dondequiera que pasó, ganó muchos amigos.
En los últimos cincuenta años otros promotores culturales han brillado en determinados periodos; nadie en México, que yo sepa,
lo hizo tanto tiempo como él. Víctor siempre
parecía estar pensando qué nuevo acto cultural, qué nueva exposición, qué nuevo concierto y qué nuevo aniversario, nueva conferencia
o congreso, organizar. En México quien asoma mucho la cabeza se la cortan; sin duda
una de las causas de la persistencia de Sandoval se debió a su discreción, su modestia, su
rara y milagrosa mano izquierda. Nunca, en
algo que organizaba, quiso ser la figura destellante. Entendió, como pocos, que los puestos son para servir y no para servirse. Que en
la locomotora uno debe ir en el cabús y no
creerse a la vez el dueño y el maquinista y
con habilidad buscó ese equilibrio entre el
Medallón para Víctor Sandoval
puso a éste su nombre. No olvido en su momento la viva y creativa colaboración que nos
dieron generosamente Margo Glantz, Felipe
Garrido y Jaime Vázquez, en la dirección de
Literatura del inba, y desde la uam, Jorge
Ruiz Dueñas y Evodio Escalante. Pero asimismo echamos a andar el Encuentro de Narradores Latinoamericanos en Morelia y el
caóticamente exitoso Encuentro de Escritores Jóvenes. Asimismo Bellas Artes y la unam
iniciaron una serie de homenajes a poetas y
escritores relevantes que después se volvieron una infinita y mala costumbre. En algo
Sandoval, Saúl y yo coincidíamos entonces:
dar un vivo apoyo a los poetas y escritores
jóvenes y a los escritores de los estados de la
república. México, contra lo que han creído
muchas veces en Ciudad de México, es un
país y no una gran ciudad.
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MARCO ANTONIO CAMPOS
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servicio a la comunidad y el servicio a los
amigos. Esto es elemental y claro pero pocos
lo entienden: si uno sólo se apoya en los amigos, se le ataca por mafioso, pero si no los
apoya, cuando vienen los problemas y conflictos ¿quién lo va a apoyar si los hizo a un
lado? Un puesto, lo repetía Sandoval, es para
eso, para hacer amigos, y así fue su historia;
por lo general, los que llegan a los puestos
culturales (no es privativo de México), lo que
ganan al final son enemigos. Nada más lejos
de Víctor que el burócrata típico que con el
menor puesto se encierra en su oficina y es
dócil y sumiso con los poderosos y despreciativo y huidizo con los que no tienen poder o
no les sirven. Esos que a menudo confunden
un puesto con el poder. Esos, que una vez
que llegan a ese puesto se creen importantes,
y les ocurre una metamorfosis extrañísima:
se vuelven invisibles para la mayoría de los
que los buscan. Ustedes marcan a la oficina y
la secretaria los borra del mundo: el licenciado acaba de salir hace un momento ¿no puede dejar su nombre y su número de teléfono
y él se reporta cuando regrese?, el licenciado
está en junta ¿no puede hablar después?, el
licenciado está en la otra línea ¿de dónde habla usted?, el licenciado no regresa hasta la
semana próxima, el licenciado tuvo que verse
con el secretario o el gobernador o con el importantísimo Perico de los Palotes o con el
más famoso Fulano de Nadie... Es decir, el
licenciado se ha vuelto invisible. No existe. O
en el caso de hacer un servicio, que para eso
les pagan y para eso están, creen que el pobre
beneficiado les debe agradecer su favor por
toda la eternidad. Esos, que cuando usted al
fin los encuentra en la calle o en el pasillo,
bajan la vista o hacen que no lo ven. Son los
que creen, de una manera involuntariamente
cómica, que su oficina es proporcionalmente
la Casa Blanca, El Elíseo o el Kremlin. Esos,
que al perder el puesto, vuelven a su condición de nadie. Son los personajes encarnados,
sin saberlo, de Gogol y de Kafka.
Nada más lejos de eso que Víctor Sandoval.
Víctor fue de esos hombres que cuando le pedían un servicio o un favor intentaban hasta lo
último hacérselo, y si era amigo se desvivía por
hacerlo. Si pudiera definirlo afectivamente diría que Víctor fue un gran amigo de sus amigos,
y yo, habiéndome considerado su amigo, sólo
recibí de él muestras de su bondad. Jamás noté
con él ni la diferencia de edades ni ideológicas.
El siempre fue priísta, orgullosamente priísta, y
yo he creído que el intelectual no debe tener
partido para tener la libertad crítica.
Hoy se devela este medallón en el Seminario
de Cultura Mexicano. Allá, donde te encuentres, te diré que todo homenaje que te hagan
o te hagamos será un mínimo reconocimiento a lo mucho que nos diste y que tú hiciste.
Directorio
Silvia Molina
Presidenta
Felipe Leal
Vicepresidente
Jaime Morera
Secretario
Salvador Aceves García
Tesorero
Comité Editorial
Arnaldo Coen • Silvia Molina • Germán Viveros
Asesor
Jorge Inclán
Miembros Titulares Eméritos
Elisa Vargaslugo Rangel • Luis Herrera de la Fuente • Hugo Gutiérrez Vega
Consejo Nacional
Miembros Titulares
Salvador Aceves García • Eduardo Matos Moctezuma • Sergio García Ramírez • Carlos Prieto Jacqué
Aurelio de los Reyes García-Rojas • Álvaro Matute Aguirre • Mauricio Beuchot Puente
Germán Viveros Maldonado • Omar Guerrero Orozco • Jacqueline Peschard Mariscal
Daniel Reséndiz Núñez • Arnaldo Coen Ávila • Noráh Yolanda Barba Behrens
Clara Jusidman Rapoport • Silvia Torres Castilleja • Herminia Pasantes Ordóñez
Jaime A. Morera y González • Felipe Leal Fernández • Silvia Molina
Hugo Hiriart Urdanivia • Ángeles González Gamio • Rolando Cordera Campos
Arnoldo Kraus Weisman • Alejandro Luna Ledesma
Miembros Honorarios
Ruy Pérez Tamayo • María Teresa Gutiérrez de McGregor • Fernando del Paso
Sergio Fernández y Cárdenas • Mario Lavista • Miguel León Portilla • Ignacio López Tarso
Diego Valadés • Fernando Serrano Migallón • Margo Glantz Shapiro • Angelina Muñiz-Huberman
Xavier Cortés Rocha • Juan Ramón de la Fuente • Gerardo Cantú Guzmán • Julieta Fierro
Jaime Labastida Ochoa • Rina Lazo • José Luis Leal Sanabria • Andrés Lira González
Eduardo Lizalde • Néstor López Aldeco • Froylán López Narváez • José María Muriá
Cristina Pacheco • Jorge Valdés-Díaz Vélez • María Valdéz Ramírez • Eraclio Zepeda
Ilustración de portada
Josep Guinovart
Diseño de interiores
Eda Sofía Correa Bernini
Ilustraciones de interiores
Torsos, Arnaldo Coen Colección Miguel Ángel Muñoz
Cuidado editorial
Formas e Imágenes, S.A. de C.V. Leticia Pérez Solís
Impreso y hecho en México
Junio 2014
Revista del SEMINARIO de Cultura Mexicana
Seminario-de-cultura-mexicana
Seminario-de-cultura-mexicana
Primera época, Año 4, Núm. 6
Presidente
Presidente
Masarik
Masarik
No. 526
No. 526
Col. Polanco,
Col. Polanco,
México,
México,
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