El soborno

Transcripción

El soborno
Cosas de Don Bosco
El soborno
T
odos tenemos un precio. Y para demostrarlo, allí
estábamos nosotros sobre la mesa del despacho
de Don Bosco. Éramos cuatro billetes de mil francos cada uno. Sumábamos una elevada cantidad capaz
de hacer frente a las facturas del Oratorio que se apilaban en el otro extremo de la mesa.
Recién salidos de la fábrica de moneda y timbre, estrenábamos existencia. Conservábamos íntegra esa tesitura tan agradable al tacto que caracteriza a los billetes
nuevos. Éramos promesa de futuras cantidades. Reclamo y cebo.
ne estos cuatro mil francos. Le serán de
gran utilidad para la Obra del Oratorio que la
Providencia le ha encomendado. Son el anticipo de futuros donativos”.
Sentimos sobre nuestros cuerpos la mirada de Don
Bosco. Aquellos ojos honestos nos provocaron una sensación desconocida. Hasta la fecha tan sólo habíamos
notado miradas de codicia.
Los cuatro mil francos asistíamos mudos y expectantes al diálogo. Cuando Don Bosco nos arrastró hacia los
doctos caballeros, supimos que se avecinaba la tormenta. Y así fue. Aquellos hombres se despojaron de su disfraz de amabilidad. La persuasión se tornó amenaza:
“Don Bosco, hace mal en despreciar este dinero. Está exponiendo a su Obra a ciertos peligros…”.
Don Bosco escuchó a los circunspectos caballeros que,
tras habernos depositado a los cuatro billetes sobre la mesa,
le hablaban con cortesía. Nuestra presencia tenía una contrapartida: que Don Bosco dejara publicar “Las Lecturas
Católicas”; sencillos libros de cultura religiosa y popular
que el sacerdote de los jóvenes había lanzado al mercado
editorial desde el taller de imprenta del Oratorio.
Don Bosco se mantuvo inflexible. Proclamó su dignidad de sacerdote y su vocación de escritor católico comprometido con la buena prensa.
Los caballeros se transformaron en truhanes mafiosos. De las amenazas al Oratorio pasaron a la coacción
personal: “Quién sabe qué le puede ocurrir a usted… Si
sale de casa, ¿está seguro de poder regresar?”.
Los señores esgrimieron falaces argumentos. Comenzaron por el halago intelectual: “Las Lecturas Católicas
no están a la altura de una mente preclara como la suya.
Son folletos de gran tirada popular pero de escasa calidad. Dirija sus esfuerzos hacia obras eruditas… Aquí tie-
Viendo el cariz del asunto, Don Bosco se levantó. Abrió
la puerta. Llamó a varios jóvenes del Oratorio. Fuertes
y valientes, entraron. Sin perder la sonrisa, les sugirió:
“Por favor, acompañad a estos señores. No conocen la
salida”.
Varios días después los cuatro billetes de mil francos nos
hallábamos nuevamente en
una caja fuerte. Comentábamos la lección aprendida de
Don Bosco: hay personas íntegras que no tienen precio.
Desconocedores de nuestro
futuro, añorábamos habernos
quedado en el Oratorio. Nos
hubiera gustado ayudar a
aquel hombre honesto a pagar las facturas que, desde el
otro extremo, no habían cesado de hacernos guiños mientras estuvimos sobre la mesa.
Nota: Año 1854. Don Bosco inicia con éxito la publicación de las Lecturas Católicas. Los protestantes intentan desacreditarlas. Al no conseguirlo recurren al soborno y a las amenazas. Don
Bosco se mantuvo siempre firme. (Memorias del Oratorio. Década Tercera, nº 21).
i José J. Gómez Palacios
Febrero de 2014 • BS • 7

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