1 LIDERAZGO JESUITA Quiero comenzar aclarando el término

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1 LIDERAZGO JESUITA Quiero comenzar aclarando el término
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LIDERAZGO JESUITA
Quiero comenzar aclarando el término liderazgo. Al menos como lo voy a usar yo. Las
páginas que les han comunicado de un libro de Chris Lowney lo usa en un sentido que, a
mi modo de ver, es demasiado amplio. Dice que todos tenemos capacidad de liderazgo y
estamos llamados a ejercerlos Y como ejemplos de muchas personas ejercen ese
liderazgo da, por ejemplo los que enseñaron a leer y escribir a esos que consideramos
grandes líderes; un amigo que anima a otro a arrostrar un problema personal, quienes
formaron, enseñaron o formaron... Tiene esto mucho de verdad, pero a mi juicio le falta
algo de precisión. El filósofo marxista alemán Ernst Bloch, en una conferencia que
titulaba los carismas de un pueblo en marcha, es decir en busca de su destino histórico,
enumera cuatro carismas fundamentales. El del profeta que ve lo que el grupo todavía no
es y lo llama insistentemente. El carisma del cantor, que no se detiene tanto en lo que un
pueblo todavía no alcanza y prefiere resaltar lo que ya alcanzó para celebrarlo. El carisma
del sanador. En el camino de un pueblo o de un grupo comprometido con una empresa,
hay siempre gente que sufre. Hace falta personas que, aunque aparentemente no tienen un
rol fundamental, sin embargo saben acercarse a la persona herida y desanimada y
alentarla a seguir adelante. Y por fin el carisma del líder, Esa persona es capaz de
articular los objetivos, de generar entusiasmo, pasión, sabe armonizar y coordinar los
otros carismas. En esta visión, pues, no todos están llamados a ser líderes Pero. sí
estamos todos llamados a influir para bien en la vida del grupo. A eso yo lo llamo tener,
ejercer poder. Todos estamos llamados a ejercer poder. Digo todo esto, en primer lugar,
para situar lo que voy a compartir con Ustedes. Pero también para prevenirnos de un
riesgo, el de querer y buscar ser líderes sin estar llamados a ello, ni tener ese carisma.
Creo sinceramente que ese es un peligro que nos acechas a los jesuitas. Por haber tenido
una formación muy valiosa podemos tender a creernos que tenemos que ser líderes. Y
eso lleva muchas veces a ambición, a manipulación, a competitividad. Y sobre todo a
individualismo. No me conformo con ser uno más en la obra de un grupo, tengo que crear
MI obra en la que yo, y yo solo tengo poder. Lo cual lleva el riesgo de aislarse del resto
del grupo, de rechazo de intervención de quien tiene autoridad en el grupo. Y no somos
solo los jesuitas los que tenemos ese peligro. Lo tiene todo grupo. Para que un grupo
funcione bien hace falta que muchos de nosotros adoptemos y pongamos todo nuestro
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compromiso, nuestro entusiasmo en colaborar en tares de apoyo. Yo doy el ejemplo de
una orquesta. Ciertamente, para que una orquesta interprete bien una pieza tiene que
tener un director, y un solo director. Además en la orquesta unos instrumentos tienen más
presencia que otros, pero todos son necesarios. Entre los violines, por ejemplo. Hay
primeros violines y segundos violines que están para complementar, para dar más realce,
más plenitud no solo a los primeros violines, sino a la labor de toda la orquesta. En una
organización, en una empresa hacen falta segundos violines.
La palabra poder muchas veces nos suena mal. La asociamos con abuso despótico, con
la manipulación política, con ambición destructiva... Hoy día se ha dado un desprestigio
de quienes ejercen el poder. No son para nosotros modelos ni inspiradores ni válidos de
humanidad. Y sin embrago hay otra manera de ver las cosas. Para empezar el que es el
modelo supremo de humanidad, Jesús de Nazaret, ejerció poder. Una de las varias
palabras con que los Evangelios se refiera a los milagros es precisamente poder, fuerza.
Cuando la hemorroisa tocó el manto de Jesús y fue sanada, Jesús sintió que poder había
emanado de él. De él se decía que enseñaba con autoridad, con poder; y la multitud se
maravillaba y preguntaba “quien es este que tiene poder sobre las aguas, sobre la
enfermedad, sobre los demonios”. Y es que el poder es una realidad humana que, como
toda realidad humana, es ambigua, se puede ejercitar para dominar, manipular, destruir; y
se puede usar para construir, para sanar, para amar. La cuestión nos es si debemos o no
tener poder, sino CÓMO y PARA QUÉ tenemos que usar ese poder. Algunos ejemplos
de cómo ejercer poder. Está el poder sobre otras personas. Ya hemos visto que muchas
veces se usa mal. Pero ha habido h hay quienes lo han ejercido para el bien de un grupo,
de un pueblo... En la Iglesia, ya para hablar de líderes que hemos conocido, Juan XXIII,
Juan Pablo II, El Cardenal Helder Camera de Brasil, Oscar Romero... Y en el terreno
secular, para mencionar algunos nombres de la Historia Argentina, San Martín, por
ejemplo. Puso todo su poder, su carisma de liderazgo al servicio de la libertad de su
pueblo. Y no se aferró al poder. Supo retirarse y vivir tranquilo en el anonimato. Otros
como, por ejemplo, Irigoyen o Perón, son casos más ambiguos. Pero es indudable que
fueron notables líderes y que ejercieron el poder en muchos casos, para el bien del
pueblo; aunque no faltaran también momentos o de demasiada ambición o de escasa
lucidez. Pero, como he dicho, no es este el tipo de poder que la mayoría de nosotros está
llamado a ejercer.
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Pero todos estamos llamados a usar poder para saber y lograr ubicarnos en la
vida adulta con competencia. Con la capacitad para tomar iniciativas, asumir
responsabilidades, contribuir a la marcha de un grupo. No puedo pasar por la vida como
un espectador pasivo, y menos como un nuño ingenuo, como un adolescente
irresponsable. o como una víctima impotente en cualquier situación..
Habrá también momentos en que tenemos que ejercer poder para reaccionar a
una agresión injusta, enfrentar oposición. Poder para competir sanamente para alcanzar
metas. Y, en ese caso, poder para saber aceptar un segundo para aceptar una derrota o,
simplemente, algo menos del primer puesto.
Puedo también ejercer poder para ayudar, para colaborar con otros en una tarea,
para proteger y cuidar y sacar adelante una familia, para dar una mano a los necesitados
de ayuda.
Y poder también para trabajar con otros sin individualismos ni protagonismos
inmaduros y narcisistas.
Y finalmente, ya que vivimos en la realidad humana, limitada y frágil,
necesitamos también fuerza, poder para aceptar austros límites, nuestra fragilidad. Si
tengo poder para ayudar a otros tengo que tener también fuerza y poder para dejarme
ayudar por otros.
Si a todo esto queremos llamarlo liderazgo, llámenlo así. Pero lo que importa es
que caigamos en la cuenta de que todos podemos y estamos llamados a influir para el
bien de la familia, del grupo, de la parroquia, del colegio, del lugar de trabajo, del barrio.
Y hablemos ahora de las cualidades o característica del liderazgo ignaciano. Yo
les voy a proponer algunas que a mí me parecen más importantes y que pueden tener
relevancia, no solo para jesuitas, sino para todos aquellos que quieran vivir desde una
espiritualidad ignaciana.
San Ignacio en las Constituciones, hablando de los Superiores dice: “Mucho
ayudará, entre otras cualidades el crédito y autoridad para con los súbditos, y tener y
mostrar amor y cuidado de ellos; en manera que los súbditos tengan tal concepto que su
Superior sabe y quiere y puede bien regirlos en el Señor nuestro.” Es decir, que tenga
credibilidad. Esa credibilidad nace primero de su coherencia. Cuando manda él es el
primero en vivir la disponibilidad a obedecer, a renunciar a sus propias ideas cuando sea
necesario. Que no sea, de ninguna manera, persona que exige un modo de vida en los
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demás que él mismo no se preocupa de adoptar.
Y además de la coherencia, la
credibilidad nace de la competencia, de la capacidad para el cargo. Si quiero dar
ejercicios no basta con haberlos hechos, menos penar que por ser jesuita ya puedo dar
ejercicios. Tengo que aprender a darlos, tengo que estudiarlos. Si uno enseña en una
escuela, para tener influencia necesita ser un enseñante competente. Y lo mismo pasa en
cualquier trabajo. Y San Ignacio dice también “quiere”, es decir se compromete, asume
responsabilidad por su propio trabajo y, en la parte que le corresponde, por la marche del
grupo. Saber, poder querer, competencia y compromiso.
Y para eso hace falta estar bien formado. En el documento fundante de la
Compañía que aprobó la Iglesia, Ignacio dice que ya que la tarea, la misión de un jesuita
pueden ser de mucha responsabilidad, le hace falta una largo período de “!probación y
formación. Cualquiera de nosotros, para poder influir en una sostenidamente en su
lugar, en su trabajo, necesita formarse. En primer lugar espiritualmente. Porque si
queremos ejercer ese poder de manera ignaciana tenemos que formarnos en la
espiritualidad ignaciana- Y formación no solo espiritual, sino también, como es evidente,
profesional. Y en el mundo de hoy esa formación no es una vez para siempre. Hay que
seguir siempre renovándose, poniéndose al día. Lo que llamamos formación permanente.
En el mismo párrafo de las Constituciones en que San Ignacio resalta esa
competencia y capacidad de compromiso, dice también lo siguiente: “Ayudará también
que el mandar sea ordenado (explico yo, no guiado por las veleidades o caprichos, o
preferencias personales, sino buscando el bien de las personas y de la obra) procurando
en tal manera mantener la obediencia en los súbditos, que de su parte use el Superior
todo amor y modestia y caridad en el Señor nuestro posible; De manera que los sujetos
se pueden disponer a tener siempre mayor amor que temor a sus Superiores”. ¿Qué
entiendo yo por amor de parte del Superior? No creo que signifique simplemente dar
muestras de cariño (que no hacen mal tampoco) Pero hay algo más importante en el
amor, religioso o no Se tiene que mostrar primero de todo, en el respeto a la persona,
darle su espacio personal, valorarla como se merece. En tratar a los que están sujetos a
su autoridad como lo que son, personas adultas. Y por lo tanto escuchar de verdad a sus
opiniones, sus propuestas, sus dificultades; comprender sus dificultades y también
fragilidades. No el superior autoritario, sino el superior, o si quieren el líder dialogante.
Para mí eso algo esencial del liderazgo ignaciano.
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Para Ignacio el Superior, el que dirige, además de credibilidad y capacidad de
dialogo, tiene que tener una sólida vida interior. Dice por ejemplo del General, pero se
aplica en su medida a todo Superior, “Cuanto a las partes (cualidades) que en el Superior
General se deben, la primera es que sea muy unido con Dios nuestro Señor y a Él unido
en la oración...” Y a todos los jesuitas les dice: “Para conseguir el fin que pretende la
Compañía, que es ayudar a las ánimas (personas) para que consigan el fin último
sobrenatural, los medios que unen con Dios son los más importantes... como son la
bondad y la virtud, y especialmente la caridad y pura intención (motivación) del divino
servicio, y la familiaridad con Dios nuestro Señor en ejercicios espirituales de devoción
(oración. El liderazgo ignaciano nace y vive de una profunda experiencia espiritual. No
busca meras técnicas, ni mide la realidad por criterios puramente de éxito, eficacia,
popularidad... sino por una visión de la vida y de persona humana que, como dice Ignacio
en los Ejercicios, “desciende de arriba”; es decir la vida y la persona humana tienen un
valor que es infinitamente superior a todos los criterios y valorizaciones humanas. El
liderazgo ignaciano tiene horizontes que van más allá de nosotros mismos. No es
liderazgo ignaciano el formar personas que
buscan por encima de todo la
autorrealización, su proyecto, sus propios fines u objetivos. Porque para Ignacio la
persona humana se realiza cuando aprende a salir de sí misma.
Dicho esto Ignacio añade: “Sobre esta base, los medios naturales (humanos)
ayudarán con tal de que se ejerciten por el servicio divino, no para confiar en ellos (para
centrar nuestra vida y acción) sino para cooperar a la divina gracia. Porque Dios nuestro
Señor quiere ser glorificado con lo que Él da como Creador, que lo natural (las realidades
humanas) y lo que Él da como Autor de la gracia...” También es característico del
liderazgo ignaciano valorar y potenciar lo humano. Reconocer y saber servirse, para la
misión, de los talentos, cualidades de cada persona. Cuanto más rica humanamente más
útil es la persona com instrumento de la gracia. Con tal, naturalmente que no se centre en
sí misma, su realización su gloria y reconocimiento etc. Por eso en la Compañía ha
habido científicos, astrónomos, artistas, músicos, poetas y han estado presentes en
muchos otros campos del esfuerza humano. El jesuita es, sí un hombre espiritual; pero
no con una espiritualidad que se distancia del mundi y de los hombres. El liderazgo
ignaciano busca formar hombres y mueres de ese temple.
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Otra característica del liderazgo ignaciano: la apertura a lo nuevo, su creatividad,
su audacia. Para poner algunos ejemplos el primero de todos San Francisco Javier
viajando por todo el Oriente para llevar el Evangelio a donde nunca había sido predicado.
Fue el primer sacerdote católico a entrar en Japón y, probablemente, el primer europeo en
adentrarse en el interior de ese país. Y después de él, toda una lista de insignes
misioneros, algunos de ellos eminentes pioneros en abrir nuevos métodos de
evangelización. Por ejemplo Ricci en China y De Nobili en India adaptándose a la
cultura, las costumbres de esos países No sé si conocen la aventura del Hermano Bento
de Goes. Los superiores le pidieron que emprendiera un viaje para descubrir una nueva
ruta para entrar en China. Solo, disfrazado de mercader musulmán, hablando su legua
para poder unirse a sus caravanas, viaja desde Goa, a través de la India, cruza los
Himalayas y llega a China. Aquí tenemos el ejemplo de las reducciones de Paraguay. Eso
supone un liderazgo capaz de discernir nuevos desafíos, nuevas posibilidades, nuevos
métodos, y audacia para lanzarse a su realización. Algo tan necesario hoy en cualquier
esfera de la vida. El mundo vive en continuo y rapidísimos cambios. Quien no sepa
aceptar el cambio, aceptar lo nuevo, pronto quedará al margen de la aventura humana.
Una cuestión fundamental es, ¿cómo forma la Compañía a sus miembros para
ejercer y responder a ese liderazgo? Es imposible en un corto espacio de tiempo analizar
esa formación. Pero algo fundamental son los Ejercicios Espirituales que un jesuita tiene
que hacer al principio, en el Noviciado, y otra vez al concluir su formación. y todos los
años tiene que hacer ocho días de Ejercicios para ir profundizando esa experiencia.
Tampoco es este el momento para analizar lo que son los Ejercicios. Solamente señalar
algunos aspectos más fundamentales. De los Ejercicios sale uno con una experiencia de
Dios que podríamos llamar fundante. Dios es el centro y horizonte último de su vida.
Todos los medios, empresas humanas deben de ser expresiones de esa experiencia. Los
Ejercicios le dan también un profundo conocimiento de sí mismo, de su riqueza y de sus
límites, tanto humanos como espirituales, que le ayudará a aplicarse a sus empresas con
realismo. Y finalmente los Ejercicios dan al jesuita un encuentro y una relación personal
con Jesucristo que es el motor de su vida y su misión. El jesuita, en los Ejercicios, se
compromete a vivir para cristo y para realizar su gran empresa de crear un mundo nuevo,
el Reino del que nos hablan los Evangelios.
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Y si nos preguntamos qué tiene que ver esto con nosotros, me imagino que la
respuesta es que, por pertenecer a la familia ignaciana, queremos que nuestra presencia
en el mundo tenga algo de esas características, algo de ese estilo y de ese espíritu. Tratar
de contribuir, en la medida que cada uno pueda, a hacer realidad ese sueño de Jesús que
Ignacio recoge y transmite, de ayudar a las ánimas dice él, ayudar a hombres y mujeres a
que vivan una vida comprometida en la construcción de una sociedad más humana, mas
fraternal, más justa.
PARA REFLEXIONAR Y COMPARTIR
1. Para influir, para ayudar a crecer los grupos donde vives y trabajas, ¿cuáles serían tus
mayores capacidades o cualidades; cuáles tus limitaciones?
2. ¿Qué esperaría yo que la Familia Ignaciana me ofreciera como formación para poder
tener una influencia positiva en mi ambiente?
3. ¿Cómo colaborar y evitar la competencia destructiva en un grupo?
4. En tu ambiente, ¿qué significaría estar abierto a lo nuevo, al cambio?

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