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Máquinas tragavidas - La Tribuna de Ciudad Real Digital
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Lunes, 23 de Agosto de 2010
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Máquinas tragavidas
Juan Carlos Nájera ha echado parte de su juventud por el agujero de las tragaperras • Está
rehabilitado tras haber tocado fondo por una adicción al juego que le llevó a vivir en la calle después
de perder sus dos trabajos y su casa
Raquel Santamarta
La escena es tan común, como destructiva. En un bar
cualquiera, el protagonista se toma su café de la
mañana y decide, sin ser consciente de las
consecuencias, echar las monedas que le devuelve el
camarero al agujero de una máquina tragaperras que
le reclama su atención. Minutos más tarde, o días
después (no importa), esa misma persona pide
constantemente cambio en la barra para saciar su
hambre de juego. Está comenzando su descenso a
los infiernos, pero aún no lo sabe. Y es que la
ludopatía es una enfermedad adscrita al control de los
impulsos.
Juan Carlos Nájera conoce muy bien lo que es eso. Al Juan Carlos Nájera y Máximo Gutierrez forman parte de la junta
menos, si significa vivir con menos de 30 años en la
directiva de Larcama
Pablo Lorente
calle, después de tener dos trabajos y ver cómo te
embargan tu casa. Pero, a veces, hay que tocar fondo para salir a la superficie.
Han pasado dos años y se siente rehabilitado, aunque siempre «en estado de alerta». De hecho, ahora lleva
las riendas de las terapias en la asociación regional Larcama, aunque aún residen posos de amargura en su
relato. «En enero de 2008 me quedé sin nada, al no poder compatibilizar el trabajo con mi vida», asegura. Con
una mano delante y la otra detrás como se suele decir.
No en vano, llevaba año y medio sin pagar la hipoteca del inmueble que había decidido adquirir con sólo 22
años. «Siempre había sido un chaval muy responsable», según indica. Sin embargo, la situación se escapó a
su dominio.
A los 26 años empezó todo, en Madrid. Trabajaba como comercial y todas las mañanas quedaba con un
compañero para desayunar y, de paso, «echar los cinco eurillos de rigor». Tras cesar en ese empleo, y
pasarse una temporada sin hacer movimientos, de repente comenzó a jugar a las tragaperras por su cuenta y
de manera desmesurada. Así, los 2.500 euros que se embolsaba entre sus dos trabajos (en una carpintería
de lunes a viernes y en hostelería los fines de semana) no le duraban ni tres días.
Llegó a pasarse hasta siete horas delante de una máquina, atrapado por su musiquilla y sus luces
policromadas, mientras empalmaba el día con la noche. Se iba a un salón recreativo de cualquier punto de
Madrid y se bastaba él solo para hundir su vida dentro de una espiral de autoengaños, falsas expectativas,
fantasías, fracasos y pérdidas. Y es que cuando la voluntad está extinguida, uno es incapaz de detener la
caída en picado.
Llegó a Cuenca, donde solicitó ayuda a Cáritas Diocesana tras seis meses dando tumbos y siendo un 'sin
techo'. Está institución humanitaria no sólo le tendió la mano, sino que le ofreció hacer un programa de
reinserción. De esta manera, acabó en la Casa de Abraham, ubicada en Daimiel, a la que se aferró como a
una tabla en mitad del océano.
A través de este centro, donde estuvo cuatro meses, le pusieron en contacto con Ludópatas Asociados en
Rehabilitación de Castilla-La Mancha y a partir de ahí todo ha ido rodado. «Yo estaba dentro de una profunda
depresión y sin ninguna autoestima», confiesa echando un vistazo atrás en el tiempo. «Siempre he sido
delgado, pero entonces pesaba 51 kilos», apostilla en un intento por perfilar la situación en la que se
encontraba.
Le costó meses reconocer la enfermedad que le había llevado hasta ella. «Mi pensamiento se centraba en que
Cáritas me ayudara a salir del paso, a encontrar un trabajo para poder seguir jugando», admite.
Más información en la edición impresa.
23/08/2010 11:01

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