Fact Pégame tu vicio

Transcripción

Fact Pégame tu vicio
I
Fact
Con las uñas coloradas es más fácil ser feliz.
F
Pégame tu vicio
La primera vez que besé fue en sexto grado. Se sabe que mi debilidad siempre han sido mis vecinos, y la primera no fue una excepción.
En esa época, por una de esas vueltas de la vida, estaba viviendo
en una casa en la Horqueta que le habían prestado a Eddie. Normalmente yo vivía con Mercedes, pero esto coincidió con unos meses en los
que ella se fue de viaje a Europa, así que armamos las valijas y nos
mudamos a San Isidro. Jardín, pileta, vida suburbana, salvo la parte de
compartir el cuarto con mi hermano, no estaba nada mal.
A mí me gustaba el pibe de enfrente, pero eventualmente quedó
claro que el niño era un lenteja total: ni pelota. Así que ya le había
pegado el ojo a otro, que vivía a la vuelta y se lo pasaba andando en
bici por mi cuadra, haciendo wheelie cada vez que cruzaba mi ventana. Ritual de apareamiento total, porque vuestra servidora pasaba
varias horas al día trepada al marco de la ventana mientras leía y
fichaba a los hombrecitos que desfilaban por la cuadra, haciéndose
desear.
No me acuerdo cómo fue que un día el pibe este (que era bastante
mayor, estaba en segundo año) se me puso a hablar, ni cuántas veces
(diciendo que me iba a caminar) bajé para que charláramos un poco.
Pueden haber sido tres, puede no haber sido ninguna.
En cualquier caso un buen día bajé y nos fuimos a caminar por
ahí. Nos sentamos en una vereda con pastito, debajo de unos árboles, y
charlamos bastante. No me acuerdo bien qué se discutía, sólo unos
cuantos fragmentos que me hago el favor de considerar poco represen13
tativos: le sorprendía que me negara a usar corpiño, cuando tenía
“mucho más tetas que sus hermanas”; le dije que iba a ser una escritora muy famosa y me dijo que no hablara así “porque se ponía al palo”;
me preguntó en repetidas ocasiones si podía darme un beso, a lo que yo
me negaba tímidamente pero muerta de ganas. En el jardín de la casa
en cuya vereda nos sentábamos empezó a sonar un lento de Roxette y
me preguntó si bailaba (te lo *juro*), y bailamos. Después nos volvimos
a sentar y accedí a que me besara.
Pues bien, yo estaba por entonces enamoradísima de Macaulay
Culkin y me esperaba un besillo de lo más inocente onda My Girl,
pero el chavo al toque me metió la lengua y ya estábamos transando.
Y así estuvimos un largo rato, hasta que finalmente nos paramos
(estábamos acostados en el pasto, ahí) y me acompañó hasta mi hogar.
Él caminaba al lado mío con su bici y de pronto me dice “che, tenés
todo sucio”, y me saca el polvo de los pantalones. Por decir le digo qué
hacés y me dice “bueno, ahora que soy tu novio me vas a dejar tocarte
el culo, ¿verdad?”. Y ahí me reí un poco y dije seguro, pero adentro
pensaba acerca de qué raro que era todo, cómo era esto de que éramos
novios. Y no habíamos llegado a la esquina que ya había calculado
que las (tremendas) ganas de seguir practicando lo del beso no eran
suficientes como para andar molestándome con toda esta burocracia
de los novios, por lo cual no pensaba volver a verlo en toda mi existencia.
Subí a mi cuarto, Eddie me dijo algo por haber desaparecido tanto
tiempo y yo no podía sacarme la sonrisa estúpida en mi interior. No
tenía la menor importancia.
Estaba muy conforme conmigo misma, a decir verdad. Todo un
récord, además. Se podría decir que más allá de la experiencia en sí
estaba orgullosa de mí misma por haberla llevado a cabo. Obvio que
tenía ganas de transármelo hacía rato. Obvio que tenía ganas de transarme a *cualquiera* hacía rato, y obvio que planeaba transarme a
muchos más en el futuro. Pero lo relevante en el momento era que ya lo
había experimentado. Era cool.
Después enseguida me puse de novia con Luquitas, por un año y
medio. Después N. un par de meses, después muchos otros besos desparramados por San Isidro. Besos hot, besos normales, besos robados,
besos mediocres, besos de todos los colores y formas durante el secundario. Conforme con mi experiencia y todavía bastante satisfecha conmigo misma, en la puerta de mi ropero tenía una lista con nombre y
fecha de mis víctimas, que luego pasé a papel y finalmente quemé ins14
tada por mi novio de los dieciocho, que un año más tarde terminó siendo, además, el padre de mi hijita.
El otro día me estaba por bajar del taxi y en Talcahuano veo en
una vidriera una remerita súper cool, colorada con el dibujo de una
minita onda art nouveau y una inscripción que decía “you will always
remember your first kiss”. Pero por supuesto, pensé, quiero esa remera
y ser causa directa de que la gente se lo acuerde cada vez que la lleve
puesta. Después pensé: ah, pobre mi novio, seguro pensará que ando
moqueando por el gilazo aquel, mi vecino de la Horqueta. Así que llegué a casa y le repetí algo que le había confesado hacía mucho tiempo:
ese *no fue* mi primer beso.
Siempre lo había considerado como tal, por haber sido el primero
en el tiempo, y muchas veces había confundido a otros (de los buenos)
como verdaderos primeros besos, de los que habla Drew Barrymore en
Never Been Kissed (película cursi si las hay, pero siempre hay algo de
cierto). El primer beso es otra cosa, es como estar enamorada: va más
allá de lo irrelevantemente cronológico y no se supone o se desea. Simplemente es.
Declaro orgullosa, pues, que tuve mi primer beso el veinticuatro
de junio de 2002, a los veintiún años. Sentada en mi auto a media cuadra de Retiro y con mi hija en el asiento trasero. Un beso totalmente
inesperado, deseado más que ningún otro. Un beso que, a diferencia
del de hace diez años (porque ahora tengo veintidós) y todos los que le
siguieron, me hizo temblar, poner colorada, mirar para otro lado y tartamudear como una estúpida. Lo único que pude susurrar fue un par
de desorbitados “me muero, me muero” entre las tres pausas que me
concedió; tres besos (casi) sin lengua pero los más eléctricos que esta
chica compartió.
Y no es que esté diciendo eso por el simple hecho de estar enamorada. He estado enamorada antes de ahora, pero nunca se me ocurrió
cometer la barrabasada de andar inventando primeros besos de la
nada.
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