las bendiciones de la obediencia
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las bendiciones de la obediencia
Conferencia General Octubre 1977 LAS BENDICIONES DE LA OBEDIENCIA por el élder Delbert L. Stapley del Consejo de los Doce Mis hermanos y amigos: una meta que la mayoría de nosotros compartimos en esta vida, es el deseo de lograr gozo verdadero y felicidad eterna. Hay sólo una manera de lograr esto, y es obedecer todos los mandamientos de Dios. Nosotros, los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, voluntariamente hemos hecho convenios sagrados, prometiendo obedecer los mandamientos del Señor. La obediencia voluntaria y virtuosa conduce a la vida celestial; de hecho, no hay progreso eterno sin ella. Sin embargo, la obediencia a los mandamientos de Dios parece ser una de las pruebas más difíciles por las que tiene que pasar el hombre. Algunas personas no obedecen porque creen que perderán su libre albedrío si se someten a las autoridades de la Iglesia o si entran en ordenanzas comprometedoras; otras, voluntariamente eligen un estado de existencia que es "contrario a la naturaleza de la felicidad" (Alma 41: 11). Y, hay aquellos que, siendo el producto de una vida sin disciplina, persisten en sus flaquezas, justifican sus acciones y, encogiendo los hombros, dicen: "Pues, yo soy así". La desobediencia a Dios y sus siervos escogidos ignora el hecho de que somos todos hijos de un Padre Eterno que nos ha dotado con la capacidad de ser como El y su Hijo Jesucristo: Seres perfeccionados, glorificados y santos. Muchas veces olvidamos que la obediencia tiene que aprenderse. Hasta Jesucristo, el Unigénito de Dios, aprendió la obediencia perfecta, la cual lo calificó para servir como nuestro legislador y Señor. En Hebreos leemos: "Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen." (Heb. 5:8-9.) Nosotros ahora andamos por el mismo camino que El recorrió. Esa senda nos ha sido claramente demarcada con señales y advertencias para guiarnos, evitando que nos desviemos o nos perdamos; pero, como Jesucristo, nosotros tenemos también que aprender la obediencia. Ese es el propósito de nuestra vida mortal. Si fracasamos en esta experiencia, no encontraremos la verdadera felicidad que conduce a la exaltación. El Señor ha establecido varias maneras para enseñarnos la obediencia, a fin de que podamos probarnos y merecer su aprobación y bendiciones aquí, y la gloria eterna con El en el mundo venidero. Primero, El no nos ha dejado solos. El Señor ha revelado claramente su voluntad concerniente a sus hijos y nos ha mostrado su plan de redención. Sus leyes están Conferencia General Octubre 1977 sencillamente registradas en los libros canónicos de la Iglesia que son: la Biblia, el Libro de Mormón, Doctrinas y Convenios y la Perla de Gran Precio. El profeta José Smith enseñó: "Mas no podemos guardar todos los mandamientos si en primer lugar no los sabemos, y no podemos esperar saberlos todos, o saber más de lo que ya sabemos, a menos que cumplamos o guardemos los que ya hemos recibido." (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 312.) En cuanto a estudiar las Escrituras, el Profeta también enseñó (refiriéndose a ellas como "el libro sagrado"): ". . . Y el que más a menudo lo lee, más se complace en él (Ibid., pág. 61.) Las Escrituras contienen las promesas del Señor a sus hijos obedientes. Cuando Jehová Dios manda, también promete grandes recompensas a los que le obedecen. Considerad conmigo estos ejemplos de la Biblia: "Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra. Te confirmará Jehová por pueblo santo suyo, como te lo ha jurado, cuando guardares los mandamientos de Jehová tu Dios, y anduvieras en sus caminos." (Deut. 28:1, 9.) Y en el Libro de Mormón leemos: "Y he aquí, todo cuanto él pide de vosotros es que guardéis sus mandamientos; y os ha prometido que si guardáis sus mandamientos, prosperaréis sobre la tierra; y él es invariable en lo que ha dicho; por tanto, si guardáis sus mandamientos, os bendecirá y os hará prosperar. Porque en primer lugar, él os ha creado y os ha concedido vuestras vidas, por lo que le sois deudores. En segundo lugar, él requiere que hagáis lo que os ha mandado, por lo que, haciéndolo, os bendice inmediatamente; y por tanto, os ha pagado. Y aun le sois deudores; y le sois y le seréis para siempre jamás, así pues, ¿de qué tenéis que jactaros?" (Mosíah 2:22-24.) "Porque si queréis que os dé un lugar en el mundo celestial, tenéis que prepararos,, haciendo las cosas que os he mandado y requerido." (D. y C. 78:7.) "Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis." (D. y C. 82:10.) Finalmente, en la Perla de Gran Precio leemos: "Y así los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare. Y a los que guardaren su primer estado les será añadido; y aquellos que no guardaren su primer estado no recibirán gloria en el mismo reino con los que lo Conferencia General Octubre 1977 hayan guardado; y quienes guardaren su segundo estado, recibirán aumento de gloria sobre sus cabezas para siempre jamás." (Abraham 3:25-26.) Estas Escrituras dicen claramente que se prometen grandes recompensas a los que obedezcan. Una segunda manera por la cual aprendemos la obediencia es siguiendo los consejos de los profetas vivientes y otros líderes de la Iglesia. Somos muy afortunados de vivir en una época en que hay un Profeta viviente sobre la tierra pare aconsejarnos y guiarnos. Nuestro Padre Celestial comunica su voluntad por medio de su Profeta, y nunca permitirá que él nos lleve por mal camino. La importancia de las palabras del Profeta de Dios se ha declarado a la Iglesia en las siguientes palabras: ". . . daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que os dará según los reciba; Porque recibiréis su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca." (D. y C. 21:4, 5) A continuación nos da esta promesa si hacemos caso a esa admonición: "Porque si hacéis estas cosas, no prevalecerán contra vosotros las puertas del infierno; sí, y el Señor Dios dispersará los poderes de las tinieblas de ante vosotros y hará sacudir los cielos para vuestro beneficio y para la gloria de su nombre." (D. y C. 21:6.) El Señor también nos ha provisto autoridades locales: presidentes de estaca y distrito, obispos, y presidentes de rama. En una carta de la Primera Presidencia, con fecha 29 de enero de 1973, los miembros de la Iglesia fueron amonestados en esta forma: "El Señor ha organizado su Iglesia de tal manera que cada miembro —hombre, mujer, y niño— tiene acceso a un consejero espiritual, y también a un consejero temporal, que los conoce íntimamente y conoce las circunstancias y condiciones de las cuales surgen sus problemas, y por causa de su ordenación, tiene él el derecho a recibir de nuestro Padre Celestial discernimiento e inspiración que le permitan dar el consejo que tanto necesita un miembro con problemas. Este consejero temporal es el obispo o presidente de rama; si él a su vez necesita ayuda, puede acudir al presidente de la estaca o misión; y éstos pueden pedir consejo a una de las Autoridades Generales, si hubiera necesidad." Si un asunto no puede resolverse satisfactoriamente por medio de los primeros pasos de este método, debemos ser obedientes y apoyar a los que nos presiden, hasta que se reciba más información." Tercero, aprendemos la obediencia al disciplinar nuestra vida en todas las cosas. Un medio por el cual podemos disciplinarnos es el arrepentimiento, porque éste "es la manera de anular los efectos de la falta de obediencia en la vida anterior de uno." (El milagro del perdón, por el presidente Spencer W. Kimball, cap. 2, pág. 26.) Conferencia General Octubre 1977 Tenemos que reconocer que se nos ha concedido la mortalidad como un estado probatorio en el cual tenemos que dominar todos los apetitos físicos. En el mundo de los espíritus es mucho más difícil arrepentirse de pecados que tienen que ver con hábitos y acciones físicos. Las palabras de Amulek en el Libro de Mormón hacen hincapié en este principio: "... porque he aquí, hoy es el tiempo y el día de vuestra salvación. . . . . esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios... . . . si no mejoramos nuestro tiempo durante esta vida, entonces viene la noche de tinieblas, en la cual no se puede hacer nada. ... el mismo espíritu que posee vuestros cuerpos al salir de esta vida, ese mismo espíritu tendrá poder para poseer vuestro cuerpo en aquel mundo eterno." (Alma 34:31, 32, 33, 34.) Es obvio que tenemos que disciplinarnos aquí, o pagar el precio por una vida indisciplinado en el mundo venidero. Finalmente, aprendemos la obediencia como lo hizo el Salvador, por lo que padecemos. Al examinar la vida de los miembros fieles de la Iglesia en ambas dispensaciones, pasada y presente, reconocemos que ésta fue refinada por la aflicción, las dificultades, la persecución, y el sufrimiento personal. Job, que conocía muy bien el sufrimiento, dijo durante una de sus pruebas: "Mas él conoce mi camino; Me probará, y saldré como oro." (Job 23:10.) En la desesperación de su propia aflicción personal, se le recordó a José Smith que el sufrimiento puede hacer santos del hombre mortal, cuando está dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre él, así como un niño se sujeta a su padre" (Mosíah 3:19). Algún día, en las eternidades, veremos que nuestras aflicciones tenían el propósito de obligarnos a acudir a nuestro Padre Celestial en procura de ayuda y apoyo. Cualquier aflicción o sufrimiento que tengamos que soportar ahora, puede tener el propósito de darnos experiencia, refinamiento, y perfección. El Señor ha revelado en esta dispensación, que nuestros galardones en las eternidades se basarán en nuestro nivel de obediencia. Si obedecemos plenamente la ley celestial, cumpliendo las leyes de Cristo, seremos dignos de una gloria celestial. Pero para aquellos que no cumplan totalmente con la ley celestial, han sido preparados otros grados menores de gloria, porque dice en las Escrituras: "Y aquellos que no son santificados por . . . la ley de Cristo, tendrán que heredar otro reino, ya sea un reino terrestre, o un reino celestial. Porque el que no puede sujetarse a la ley de un reino celestial, no puede sufrir una gloria celestial." (D. y C. 88:21-22.) Y este es el galardón prometido a los que cumplen totalmente con las leyes del reino celestial, permaneciendo fieles hasta el fin: Conferencia General Octubre 1977 Son aquellos en cuyas manos el Padre ha entregado todas las cosasSon sacerdotes y reyes, quienes han recibido de su plenitud y de su gloria . . .” (D. y C. 76:55-56.) En vista de estas promesas gloriosas, es difícil comprender cómo algunos de los hijos de nuestro Padre podrían escoger voluntariamente algo que está por debajo de lo que el Señor les ofrece. Quizás nos convendría reexaminarnos para ver cuál es nuestra posición en cuanto a la ley fundamental del reino celestial, la ley de obediencia. Los resultados de este autoexamen nos revelarán cuál de los reinos hemos escogido como meta. Por ejemplo: 1. ¿Estudio y medito sobre las Escrituras para saber la voluntad de Dios y comprender sus mandamientos en cuanto a sus hijos? 2. ¿Sigo el consejo del Profeta viviente de Dios? ¿O simplemente escojo las cosas con las cuales estoy de acuerdo, ignorando las demás? 3. ¿Busco el consejo de mi obispo y presidente de estaca sobre asuntos que nos conciernen a mí y a mi familia? 4. ¿Trato sinceramente de disciplinarme, sujetando mis apetitos físicos a mi voluntad? 5. ¿Hago todo esfuerzo para arrepentirme de errores pasados o presentes y corregirlos, viviendo rectamente? 6. ¿Tengo una actitud de fe en Dios aun cuando pase por aflicciones, dificultades, o pruebas? ¿Aguanto mi carga sin quejarme? Guardar los mandamientos de Dios no es una carga pesada cuando lo hacemos por amor a El, que nos ha bendecido tan generosamente. El Salvador nos ha implorado: "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde dé corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga." (Mat. 11:29-30.) Nuestro deseo de cumplir con los mandamientos de Dios es un testimonio de nuestra fe en El y nuestro amor hacia El. Una actitud rebelde no puede ayudarnos a heredar el Reino Celestial. "Pero, he aquí, no han aprendido a obedecer las cosas que requerí de sus manos, sino que están llenos de toda clase de iniquidad, y no imparten de su substancia a los pobres y a los afligidos entre ellos como conviene a los santos; No están unidos conforme a la unión que requiere la ley del Reino Celestial; Y no se puede edificar a Sión sino de acuerdo con los principios de la ley del Reino Celestial; de otra manera, no la puedo recibir. Si fuera necesario, mi pueblo ha de ser castigado hasta que aprenda la obediencia, por las cosas que sufre." (D. y C. 105-3-6.) Conferencia General Octubre 1977 Al leer las Escrituras, al seguir el consejo de los profetas de Dios y los otros líderes de la Iglesia, al disciplinar nuestra vida y al llevar nuestras cargas con fe, nuestro carácter será refinado y perfeccionado. No olvidemos la sabiduría que vino de la pluma del profeta José Smith cuando escribió a los santos de sus días: "Donde hay obediencia hay felicidad y paz sin mácula, pura; y puesto que nuestra felicidad es designio de Dios, El nunca establecerá una ordenanza ni dará un mandamiento a su pueblo, que no sea premeditado para promover esa felicidad que El ha designado para vosotros y cuya bendición y gloria no tendrán fin para aquellos que obedezcan su ley y ordenanzas." (History of the Church, 5:135.) "Cuando el Señor manda, hazlo." Este lema fue una regla en la vida del primer al Profeta de esta dispensación. Que sea también lema y práctica para cada uno de li. nosotros, pido humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.