UNITAT 4: Expansió del cristianisme per l`imperi

Transcripción

UNITAT 4: Expansió del cristianisme per l`imperi
UNITAT 4: Expansió del cristianisme per l’imperi romà
Activitat 4.2
A partir dels textos que tens a continuació explica quines van ser les causes i les
conseqüències de les persecussions cristianses
LAS CAUSAS DE LAS PERSECUCIONES[128]
La oposición frontal entre el imperio y el cristianismo no radicaba en el campo de los hechos concretos, sino
en el de los principios. Hay que ver que el imperio estaba instituido en una religión colectiva y nacional que
unía el reconocimiento de la religión oficial a la legalidad ciudadana. Sin embargo, los cristianos partían de
la idea de una religión personal que sólo tributaba culto al Dios de sus conciencias.
La causa fundamental por la que el imperio romano se enfrentó al cristianismo, fue la falta de libertad
religiosa o la confesionalidad del Estado, por eso, hasta que el imperio no renunciase a esta confesionalidad,
la confrontación con los cristianos perduraría; pero, cuando en el año 313 Constantino proclamó que todos
los ciudadanos del imperio, "incluidos los cristianos", podían y debían adorar al dios que se hubiese
apoderado de su conciencia, el imperio romano, basado en el culto oficial pagano, se autodestruyó porque
renegó de si mismo.
Además existen algunos hechos que se suelen considerar como causas de las persecuciones, tales como la
hostilidad de los judíos, que no podían ver con buenos ojos que el cristianismo se expandiera a su sombra,
como se evidenció en el caso del martirio de San Policarpo de Esmirna; la animosidad de las masas, que
incitaron a la persecución en busca de un chivo expiatorio por la presencia de una peste, de una hambruna o
de una guerra, no debe ser considerada propiamente como causa, sino mas bien como ocasiones o pretextos
para acabar con una gente a la que se odiaba o se rechazaba, como se evidencio, según Tácito, en el caso de
la persecución de Nerón.
Paul Allard habla de tres causas principales: 1) el prejuicio popular 2) los prejuicios de los estadistas 3) las
mezquinas pasiones de los emperadores.
Las causas de las persecuciones se deben a varios factores. Ante todo, que los cristianos se negaban a adorar
a los dioses oficiales y a reconocer el carácter divino de los emperadores, esto provocaba dentro del Imperio un
gran peligro en cuanto a la legitimidad política del poder. Por otro lado, la persecución a los cristianos, se
convirtió en un modo de contentar a los sectores de la religión oficial y por último, la nueva religión de los
seguidores de Cristo, atacaba fuertemente los órdenes establecidos por el Estado, por su gran dogma del
ejercicio del amor fraterno entre todos los hombres.
Causas. La p. constituye un elemento constante e ineludible de la historia de la Iglesia. Ésta, Esposa de
sangre de Jesucristo (v.), perseguido y muerto en la cruz, debe reproducir en sí la imagen de su Fundador,
que anunció: «Seréis perseguidos de ciudad en ciudad, seréis odiados y vilipendiados por mi nombre, seréis
llevados a los tribunales y condenados a los mayores padecimientos» (Le 21,12 y 19); «Si el mundo os
aborrece sabed que primero me aborreció a mí» (lo 15,18). La Iglesia, «instituida por el mismo Cristo para
propagar en el mundo el reino de Dios y, con la luz de la ley evangélica, guiar a la decaída humanidad
hacia un destino sobrenatural... chocó necesariamente con las pasiones que pulularon al pie de la antigua
decadencia y corrupción, es decir, con el orgullo, la codicia y el amor desenfrenado de los goces terrenos, y con
los vicios y los desórdenes que de éstos proceden, y que en la Iglesia encontraron siempre el más poderoso
freno» (León XIII, Enc. Annum ingressi, 19 mar. 1902: Acta Leonis XIII 22,55). Esta puede ser, a
modo de síntesis, la causa principal de las persecuciones. Aunque cada una se desencadene por motivos
diversos (choque con el paganismo, fanatismo religioso, razones político-religiosas, cte.), en último extremo la
p. es debida al enfrentamiento del pensamiento cristiano con una forma de vida o de pensar distinta que verá
en aquél un enemigo, y, por tanto, lo hará objeto de persecución.
Consecuencias. Las p. constituyen un bien para la Iglesia, y de ellas ha salido siempre purificada.
Aunque, ante la dificultad, inicialmente se puede producir alguna defección la sangre de los mártires ha sido
siempre semilla de nuevos cristianos. Son clásicas las palabras de Tertuliano: «Crecemos en número cuantas
veces nos segáis; es semilla la sangre de los cristianos» (Apologeticum 50,13; PL 1,534).
LES TRES GRANS PERSECUCIONS
1. La persecución de Nerón
Las circunstancias que rodearon a la primera persecución —la neroniana— fueron pródigas en
consecuencias, pese a que esa persecución no parece haberse extendido más allá de la Urbe romana. La
acusación oficial hecha a los cristianos de ser los autores de un crimen horrendo —el incendio de Roma—
contribuyó de modo decisivo a la creación de un estado generalizado de opinión pública profundamente hostil
para con ellos.
El Cristianismo era considerado por el historiador Tácito «superstición detestable»; «nueva y peligrosa», según Suetonio; «perversa y extravagante», para Plinio el Joven. El mismo Tácito calificaba a los cristianos
de «enemigos del género humano», y no puede, por tanto, sorprender que el vulgo atribuyese a los discípulos
de Cristo los más monstruosos desórdenes: infanticidios, antropofagia y toda suerte de nefandas maldades.
«'¡Los cristianos a las fieras!' —dirá Tertuliano— se convirtió en el grito obligado en toda suerte de
motines y algaradas populares».
2. La persecución de Decio
La primera de estas grandes persecuciones siguió a un edicto dado por Decio (a. 250), ordenando a todos
los habitantes del Imperio que participaran personalmente en un sacrificio general, en honor de los dioses
patrios. El edicto de Decio sorprendió a una masa cristiana, bastante numerosa ya, y cuyo temple se había
reblandecido, tras una larga época de paz. El resultado fue que, aun cuando los mártires fueron numerosos,
hubo también muchos cristianos claudicantes que sacrificaron públicamente o al menos recibieron el «libelo»
de haber sacrificado, y cuya reintegración a la comunión cristiana suscitó luego controversias en el seno de la
Iglesia.
La experiencia sufrida sirvió en todo caso para templar los espíritus y cuando, pocos años después, el
emperador Valeriano (253-260) promovió una nueva persecución, la resistencia cristiana fue mucho más
firme: los mártires fueron muchos, y los cristianos infieles —los lapsi—, muy pocos.
3. La persecución de Diocleciano
La mayor persecución fue sin duda la última, que tuvo lugar a comienzos del siglo IV, dentro del marco de
la gran reforma de las estructuras de Roma realizada por el emperador Diocleciano. El nuevo régimen
instituido por el fundador del Bajo Imperio fue la «Tetrarquía», es decir, el gobierno por un «colegio
imperial» de cuatro miembros, que se distribuían la administración de los inmensos territorios romanos. El
régimen tetrárquico atribuía a la religión tradicional un destacado papel en la regeneración del Imperio, pese
a lo cual Diocleciano no persiguió a los cristianos durante los primeros dieciocho años de su reinado.
Diversos factores —entre ellos sin duda la influencia del césar Galerio— fueron determinantes del comienzo
de esta tardía pero durísima persecución.
Cuatro edictos contra los cristianos fueron promulgados entre febrero del año 303 y marzo del 304, con el
designio de terminar de una vez para siempre con el Cristianismo y la Iglesia. La persecución fue muy
violenta e hizo muchos mártires en la mayoría de las provincias del Imperio. Tan sólo las Galias y Britania
—gobernadas por el cesar Constancio Cloro, simpatizante con el Cristianismo y padre del futuro
emperador Constantino— quedaron prácticamente inmunes de los rigores persecutorios. El balance final de
esta última y gran persecución constituyó un absoluto fracaso. Diocleciano, tras renunciar al trono imperial,
vivió todavía lo suficiente en su Dalmacia natal para presenciar, desde su retiro de Spalato, el epílogo de la
era de las persecuciones y los comienzos de una época de libertad para la Iglesia y los cristianos.
Causas de las persecuciones. Número de los mártires
Quedaría incompleto el cuadro de las persecuciones si no analizáramos sus causas: el prejuicio popular, el
prejuicio de los políticos y la pasiones personales de los soberanos.
El prejuicio popular
Al principio, se confundía en el Imperio a los cristianos con los judíos, y compartían aquéllos la
impopularidad de éstos. El pueblo romano acusaba a los judíos de «ateísmo», porque su culto no admitía
imágenes; de exclusivismo, por su aversión a cualquier culto que no fuera el suyo; de odio al género humano,
porque por sus costumbres se separaban del común de la gente. Distribuidos, en efecto, por todo el Imperio,
formaban siempre en él un pueblo aparte, y las leyes romanas les concedían una amplia autonomía.
Mucho tiempo los paganos pensaron que el cristianismo era una variante del judaísmo. Pero a medida que
iba difundiéndose el Evangelio en toda la sociedad romana, se hizo patente que judíos y cristianos eran bien
distintos, aunque los segundos procedieran de los primeros. Y una vez diferenciados los cristianos como tales,
también ellos, y aún más, fueron acusados de ateísmo y de odio al género humano.
El hecho queda ampliamente documentado en los apologistas cristianos y en los autores paganos (San
Justino, 1 Apol. 6; 2 Apol. 3; Atenágoras, Legat. pro christ. 3; Eusebio, Hist. Eccl. IV, 15,18;
Luciano, Alex. 25,38; Minucio Félix, Octavius 8-10; Tertuliano, Apolog. 35,37; Tácito, Annal.
15,44).
Los cristianos parecían, incluso, a los paganos más ateos que los judíos, pues éstos tenían sacrificios
cruentos, y aquéllos no. Fuera de los romanos, pues, había tres clases de hombres: griegos o gentiles, judíos
en segundo lugar, y cristianos, el tertium genus (Tertuliano, Ad nat. I, 8,20; Scorpiac. 10).
Toda clase de crímenes abominables se atribuyen a esta tercera casta, que parece ser inferior a la misma
raza humana, hasta el punto de que Tertuliano cree necesario en su Apologéticus confirmar que los
cristianos tienen la misma naturaleza que los otros hombres (Apol. 16).
Como puede comprobarse en los autores antes citados, los cristianos eran acusados de incestos, asesinatos,
antropofagia ritual. Corrían sobre ellos historietas espeluznantes, afirmando que en las tinieblas encubrían
misterios indecibles de crueldad y depravación.
Por otra parte, eran considerados como gente inepta, incapaz para los negocios públicos, postrados en una
inercia morbosa (Tácito, Annal. XIII, 30; Hist. III,75; Suetonio, Domit. 15).
Durante el siglo II, no sólo el pueblo ignorante y crédulo, también no pocos autores latinos, como los citados,
y hombres cultos, creen en esta caricatura de los cristianos, estimando que todos esos crímenes eran inherentes
a la profesión cristiana. Y de esta opinión general se sirvió Nerón para atribuirles el incendio de Roma.
Los emperadores ilustrados del siglo II, Trajano, Adriano, Marco Aurelio, Antonino, estimaron también
a los cristianos tan peligrosos para el orden público que con diversos rescriptos trataron de canalizar, de
alguna manera, el odio popular contra los cristianos, encauzándolo por el procedimiento judicial.
Denuncias generalizadas contra los cristianos se producen en Bitinia; tumultos en Asia y Grecia; ultrajes,
violaciones de sepulcros, en Cartago; en Lión, atroces calumnias sobre crímenes contra natura; en Roma y
Alejandría, terrores supersticiosos hacen culpar a los cristianos de toda catástrofe; en Esmirna, como en
Cartago, se levanta a veces en la multitud del circo el grito: «¡Abajo los ateos! ¡Los cristianos a los leones!»
Esta aversión popular supersticiosa, iniciada pronto, y en la que se apoyó Nerón para lanzar la primera
persecución, fue creciendo en el siglo II. Los emperadores de ese siglo, antes aludidos, son cultos y honrados;
no tienen a los cristianos por peligrosos ni criminales, pues prohiben a los magistrados buscarles y
perseguirles de oficio. No creen, por lo que se ve, reales las acusaciones de que generalizadamente eran objeto.
Por eso les otorgan una semiprotección jurídica, procurando defender el orden público. Pero, sin embargo,
ordenan condenar a aquellos cristianos que, acusados ante los tribunales, no abjuren de su fe. Consideran,
por tanto, la perseverancia en el cristianismo como un hecho punible, pues era clara desobediencia a la
antigua ley, nunca abrogada, que prohibía la existencia de los cristianos.
Plinio, siguiendo las instrucciones de Trajano, castiga en los fieles de Bitinia «la testarudez y la inflexible
obstinación» -pertinaciam certe e inflexibilem obstinationem (Epist. X,96)-. Marco Aurelio, de modo
semejante, reprocha a los cristianos su «terquedad» y el «fasto trágico» con que van a la muerte
(Pensamientos XI,3).
El prejuicio de los políticos
El prejuicio político contra los cristianos se inicia ante todo con Septimio Severo, que considera excesivo el
número de conversiones al cristianismo. Ve en ello un peligro. Pero cuando ese temor se hace más grave es a
mediados del siglo III, en tiempos de Decio y luego de Valeriano.
Si Decio, a quien la historia no acusa de crueldad, pone a los cristianos en el trance de volver al paganismo
o morir; si Valeriano, tan favorable en un principio a los fieles que su palacio se asemejaba a una iglesia
(San Dionisio de Alejandría, en Eusebio: Hist. eccl. VI,10,3), se vuelve de pronto contra los cristianos,
sobre todo contra sus jefes, es porque consideran que la Iglesia se ha hecho ya incompatible con la seguridad
y la vida misma del Imperio.
No es fácil saber por qué razones se llegó a estimar esta incompatibilidad entre Iglesia e Imperio. Hacia el
siglo III, concretamente, ya los antiguos prejuicios populares, al menos los más groseros, estaban
ampliamente desmentidos por la realidad. Pero los políticos seguían viendo en los cristianos con gran
reticencia: se les veía alejados de cargos públicos, apartados de las fiestas cívicas, reacios por completo al culto
nacional y a la adoración idolátrica, más aún, empeñados en apartar a otros ciudadanos de una religión
cuyos principales pontífices eran el Emperador y las altas autoridades políticas. Todo esto lo entendían como
misantropía, como «odio al género humano».
Ahora bien, los cristianos eran obedientes a las leyes, a los magistrados, al Emperador; pero se negaban a
adorar a los falsos dioses del Estado, y por eso mismo se mantenían alejados en lo posible de las fiestas
cívicas, en las que se les daba culto. Reprobaban también, en efecto, los espectáculos licenciosos, así como los
juegos sangrientos.
Y así es como los cristianos, en medio de la unanimidad social del Imperio, introducían un elemento nuevo
que podía hacerla estallar. Se alzaban ante el Estado como una nueva libertad, que los políticos entendían
incompatible con aquél. Se trataba de un delito de opinión, leve, al parecer, pues consistía más bien en una
abstención; pero era castigado con terribles penas, porque los políticos del siglo III entendían esa abstención
como una deserción cívica.
En el fondo había un malentendido que el Estado romano tardará aún sesenta años en descubrir. Y
cuando lo descubra, será ya demasiado tarde para su prosperidad y salud. A poco que se considere, se
entenderá fácilmente que el prejuicio político contra el cristianismo carecía de base real. En el siglo III,
concretamente, muchos eran los que se alejaban de cargos públicos o del servicio militar, que ya por entonces
no era obligatorio. Los cristianos, por su parte, no tenían nada en contra del servicio público cívico o militar,
y de hecho asumían tales cargos bajo emperadores tolerantes, como Alejandro Severo y Filipo, que en ellos
no les exigían actos de culto inadmisibles para sus conciencias.
Es cierto que hubo algunos autores cristianos especialmente intransigentes en estas cuestiones, como
Tertuliano (De corona militis; De idolatría, 19; De pallio, 9; De resurrectione carnis 16), Orígenes
(Contra Celsum VIII,71), Lactancio (Div. instit. VI,20); pero enseñaban en esto contra la doctrina de la
Iglesia. Ésta nunca impuso a los fieles la obligación de separarse sistemáticamente de la vida pública. Como
el mismo Tertuliano reconoce, los cristianos no eran brahamanes ni gymnosofistas de la India, sumidos en
contemplación distante, sino buenos súbditos y aún buenos soldados del Imperio.
El género de la vida cristiana en modo alguno implicaba amenaza contra la sociedad vigente. No adoraban
a los emperadores, pero oraban por ellos. No soñaban siquiera con un régimen político nuevo, sino que solo
pretendían mejorar el que ya existía.
Por otra parte, mientras los políticos romanos perseguían al cristianismo, permitían en todo el Imperio la
difusión de cultos orientales, que adoraban a Mithra, a Cibeles, y que no pocas veces unían a sus fieles en
una especie de francmasonería extraña y misteriosa. No mostraban temor a que estos cultos nuevos
acabaran con las antiguas divinidades del Imperio.
No alcanzaron a entender que las antiguas costumbres severas de la cultura romana se veían amenazadas
por esos cultos exóticos, mientras que podían fortalecerse y renovarse con la difusión del cristianismo, mucho
más afín al genio latino.
Quien más groseramente parece haberse equivocado en esto fue el perseguidor Aureliano. Cuando el Este y
el Oeste habían logrado unirse en un Imperio, él quiso restablecer «la unidad moral», y para ello dictó un
«sangriento» edicto (Lactancio, De morte persecut. 6). Pero al mismo tiempo que persigue a la nueva
religión, este hijo de una sacerdotisa de Mithra, junto al culto imperial, instituye un culto al Sol, «señor del
Imperio romano», con un segundo colegio de pontífices.
Nada prueba, en fin, que la libertad de conciencia proclamada por los cristianos amenazara la vida del
Imperio, sino que muchos indicios demuestran lo contrario. Los muchos años en que durante el siglo III el
Imperio dejó respirar a la Iglesia, sin padecer por eso daño alguno, prueban claramente que el Imperio
hubiera podido convivir perfectamente con los cristianos.
Las pasiones personales
Las persecuciones contra la Iglesia procedieron, como hemos visto, de prejuicios que afectaban al pueblo, y
más tarde especialmente a los políticos. Pero tuvieron también su origen en mezquinas pasiones personales.
Nerón culpa a los cristianos del incendio de Roma, y da origen a una horrible legislación persecutoria.
Maximino persigue a los cristianos por odio a su predecesor Alejandro Severo, que los había favorecido.
Decio persigue a los cristianos dejándose llevar también de su aversión contra Filipo, cuyo puesto había
usurpado, y que había sido tolerante. Valeriano, persigue a los jefes cristianos porque era ocultista, dado a
las artes mágicas e sujeto al influjo de adivinos. Su persecución está causada también por la ambición de
hacerse con los bienes de una Iglesia despojada. De modo semejante Diocleciano comienza la última
persecución azuzado por arúspices y oráculos. Y sobre su ánimo pesaba también mucho el odio anticristiano
de su colegia imperial Galerio, hijo de una aldeana que había sido sacerdotisa.
Desde la segunda mitad del siglo I hasta el año 313 -y después en ciertas provincias- los cristianos en el
Imperio Romano fueron perseguidos. En los primeros tiempos las autoridades cristianas no distinguían la
doctrina cristiana de la judía. Así el historiador Tácito menciona las revueltas causadas en Roma en tiempo
del emperador Claudio "por un tal Cresto", a quien cabe identificar con Cristo, como la causa de la
expulsión de los judíos de la ciudad de Roma el año 44.
Se suele afirmar que hubo diez persecuciones romanas contra el Cristianismo decretadas por diez
emperadores: son las persecuciones de Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio Severo,
Maximiano, Decio, Valeriano, Aureliano y Diocleciano. En realidad durante todo este periodo el
cristianismo fue religión prohibida (religio illicita) y estuvo permanentemente bajo el riesgo de persecución
dependiendo de la sensibilidad de los gobernadores provinciales del momento. Durante largas épocas había
bastante tolerancia y la Iglesia tenía libertad de actuación, que era interrumpida por algunas detenciones y
algunos martirios, lo que obligaba a los cristianos a pasar a la clandestinidad. Las diez persecuciones
tradicionales son diez momentos en los que las autoridades centrales iniciaban épocas de persecuciones
generalizadas. Con todo, nunca eran seguidas uniformemente por el Imperio: una vez más, el grado de
cumplimiento de los decretos persecutorios del emperador dependía de cada gobernador.
La intensidad de cada persecución también variaba de una a otra: la de Nerón probablemente causó unas
decenas de muertos en Roma y no se sintió fuera de la ciudad, mientras que la de Diocleciano tuvo como
finalidad exterminar el cristianismo y se empleó a fondo. Tanto fue el derramamiento de sangre que
Diocleciano hizo acuñar una moneda con la inscripción «Diocleciano, emperador que destruyó el nombre
cristiano».
Es difícil dar un número de víctimas. El historiador inglés del siglo XVIII Edward Gibbon arroja un
máximo de 2.000 víctimas cristianas durante la Gran Persecución (303-313) y supone un estimado total
de 4.000. Hoy día los historiadores más solventes suponen unas cifras de algunos miles (seguramente menos
de 10.000) en todo el periodo.
Se conservan un buen número de actas de los juicios a los mártires (las Acta martyrum o actas de los
martirios) que fueron -en la medida de lo posible- copiados cuidadosamente por los correligionarios de los
mártires de los archivos oficiales y conservados en los archivos eclesiásticos. Sin embargo, la dispersión
geográfica de las actas que nos han llegado es muy irregular porque en la persecución de Diocleciano se dio la
orden de destruir estos registros.
CONSEQÜÈNCIES
14. LOS TIPOS DE SUPLICIOS DE LOS MÁRTIRES[129]
Los suplicios de los mártires marcan dos cumbres de la historia: la cumbre de la crueldad, de los instintos
sanguinarios y ferales del hombre y la cumbre de la grandeza moral, del heroísmo sobrehumano de que es
capaz el mismo hombre asistido por la ayuda de Dios y bajo los estímulos religiosos.
a) El destierro
La pena menos dura en que el cristiano podía incurrir, era la del destierro, pero aún así a veces tenía
consecuencias trágicas.
Era común, aunque no siempre se daba, tratándose de cristianos, la confiscación de los bienes y la muerte
civil o pérdida de los derechos de los ciudadanos.
Superior al destierro en la escala de las penas era la deportación. Se la consideraba como pena capital
porque llevaba consigo la muerte civil. Así es que a los deportados se les trataba como a forzados, y se los
internaba en las islas de peor y más áspero clima. En ocasiones, las privaciones y el látigo o el palo de los
guardianes apresuraban un fin que les parecía tardaba demasiado en llegar.
San Juan Evangelista fue relegado a la isla rocosa de Patmos: las mujeres romanas Flavia y Domitila, a
las islas Pandataria y Poncia: San Clemente Papa al Ponto y a otros diversos sitios San Cornelio,
Cipriano y Dionisio de Alejandría.
b) Los trabajos forzados
La condena a trabajos forzados, en especial a las canteras y minas, era ya antigua en el imperio romano y
usada con frecuencia. Con ella quedaba beneficiado el Estado por el trabajo gratuito de aquellos centros de
riqueza. Muchos cristianos sufrieron esta pena en tiempos de las persecuciones.
En diversas épocas hallamos mención de cristianos condenados a las minas. Estos forzados cristianos,
vivían en el interior de la mina, mal alimentados y apenas vestidos, y temblaban de frío debajo de sus
harapos en el aire helado de los subterráneos. Sin cama se acostaban en el suelo. Les estaban prohibidos los
baños, lo que no era la menor de sus privaciones. A los presbíteros se les prohibía celebrar misa. Pero, en los
años 308 y 309, la crueldad subió a cuotas insospechadas, mutilándose a los detenidos, y arrancándoles el
ojo derecho. A los jóvenes se les castraba. Muchos de estos cristianos, entre los cuales se hallaban mujeres y
niños, morían agotados en el camino y eran pasto de los chacales.
c) La decapitación
La decapitación se realizaba en público, pero sin solemnidad. Se solía dar el golpe mortal, en cualquier
postura, ya fuera de rodillas, o de pie junto a un poste. La ejecución se llevaba a cabo con una espada, pues
por ley no podía ser sustituida ni por un hacha ni por otra arma cualquiera.
En el siglo III, muchos cristianos sufrieron la decapitación, baste nombrar los siguientes: el soldado Besa,
las mujeres Ammonaria, Mercuria, y Dionisia, en Alejandría; el Papa Sixto II y sus diáconos, en Roma;
el obispo Cipriano, Montano, Lucio y Flaviano, en Cartago; Santiago, Mariano y sus innumerables
compañeros, en Lambesa.
d) La pena de la hoguera
Hasta el siglo II, parece que fueron pocos los cristianos condenados al fuego. A excepción de Nerón, que
hizo quemar a muchos cristianos a guisa de antorchas vivientes, en el Circo Máximo, fueron atados a postes
vestidos con una túnica rociada de pez y de resina, para que sirvieran sus cuerpos en llamas de velas
encendidas para iluminar la noche. De todas formas la hoguera fue un suplicio terrible y además frecuente.
El escenario de la ejecución solía ser por lo general el estadio o el anfiteatro.
El suplicio de fuego, como queda dicho, constituía, por lo común un espectáculo que se ofrecía al público.
Pero los métodos del suplicio tuvieron variantes, según lo ordenase los magistrados.
Así es como se inventó la caldera de aceite hirviendo, la caldera de betún encendido, la cal viva, la jaula o
lecho de hierro candente.
PERSECUCIONES ROMANAS CONTRA LOS CRISTIANOS
Razones de las persecuciones
La atribución a Jesús del título Kuryos, reservado al emperador,
fue contemplado como un delito de lesa majestad y un atentado
Políticas Cristo es Señor
a la unidad del Imperio, en cuyo vértice se encontraba la figura
imperial.
Una sociedad dividida en estamentos sociales netamente
diferenciados, veía la enseñanza cristiana sobre la igualdad
esencial de todos los seres humanos como un ataque directo a
su estructuración social y económica. Que un esclavo pudiera
alcanzar en la iglesia los mismos puestos de responsabilidad y
Igualitarios –
gobierno que una persona libre, era más de lo que aquella
Sociales
Separatistas
sociedad podía soportar.
La asociación de ciertas costumbres con la idolatría y la crueldad
(teatro, circo) motivaba a los cristianos a no participar en las
mismas.
Frente al sincretismo religioso dominante, el cristianismo
Religiosas Exclusivistas
proclamaba un solo Dios y un solo medio, Jesucristo, para
acercarse a él.
Muchos fueron los bulos que corrieron sobre los cristianos en
aquellos siglos: practicaban el incesto, eran caníbales y culpables
de los desastres naturales. La primera acusación era una
Culpables de
distorsión de la enseñanza cristiana sobre el amor (ágape) entre
Populares
catástrofes
hermanos; la segunda sobre la participación en la mesa del
Señor; la tercera les achacaba la responsabilidad de los males
que aquejaban al Imperio desde que el cristianismo había hecho
su aparición.
Consecuencias de las persecuciones
El arrojo y entereza de los mártires y de los
confesores ante la tortura y la muerte supuso un
Ejemplo de los mártires
ejemplo para los cristianos mismos y también una
prueba de la integridad cristiana para los paganos.
El sufrimiento fue uno de los filtros que separó la
Purificación de la iglesia
paja del trigo en aquella época.
Positivas
Si alguien está dispuesto a morir antes que ceder, es
Apología de la fe
que el cristianismo es algo más que la superstición
que muchos imaginaban.
La célebre frase de Tertuliano: 'La sangre de los mártires
Crecimiento numérico es semilla de nuevos cristianos', halla en esa época toda su
razón de ser.
La figura del mártir comienza a tomar una dimensión
Sobreestimación de los gigantesca en la mente de muchos. Sus reliquias
mártires
comenzarán a ser veneradas hasta puntos que
Negativas
comenzarán a rayar con la idolatría.
Se comienza a invocar a los mártires, ante la creencia
Invocación
de que tras su muerte han ido directamente al cielo.
Obras supererogatorias
División en la iglesia
Implícitamente se introduce la creencia de que el
resto de los cristianos al morir no van directamente al
cielo.
En cierta manera aparece la noción de obra
supererogatoria, es decir, la obra que tiene más
méritos que la obra normal, convirtiéndose esta idea
en el principio del tesoro de méritos de los santos,
que tanta prominencia alcanzará después.
Con las persecuciones se darán casos de heroísmo y
de cobardía en el seno de la comunidad cristiana, lo
cual provocará agrios enfrentamientos entre el sector
partidario de no admitir a la comunión a los que
apostataron, con el consiguiente tropiezo que han
ocasionado a otros, y aquellos que desean darles una
nueva oportunidad.
Activitat 4.3:
L’Edicte de Milà. Després de llegir els textos referits a l’Edicte de Milà, respon:
1. Qui el va promoure l’Edicte de Milà? Per què?
2. Què és l’Edicte de Milà?
3. Què va significar per l’Imperi Romà?
4. Quines conseqüències va tenir pel cristianisme?
5. Com valores aquest fet? Raona la teva resposta.
Text de l’edicte Edicte de Milà
"Cuando yo, Constantino Augusto y yo, Licinio Augusto, afortunadamente nos reunimos cerca de
Mediolanum (hoy Milán en Italia), y estuvimos considerando todo lo pertinente al bienestar y la seguridad
pública, pensamos, entre otras cosas que estimamos serían para el bienestar de muchos. Las regulaciones
pertinentes a la reverencia a la divinidad deben ciertamente hacerse primero. Por lo que debemos conceder a
los cristianos y a los demás, total autoridad para observar la religión que cada uno prefiera. Para que
cualquier divinidad que sea que se siente en los cielos sea propicia y benévola con nosotros y con todos los que
están bajo nuestro reino. Y así, por medio de este sano consejo y honesta provisión
pensamos hacer los arreglos para que nadie sea de manera alguna negado de la oportunidad de dar su
corazón a la observancia de la religión cristiana, a la religión que él piense que es la mejor para sí mismo,
para que la suprema deidad, a quien libremente adoramos e inclinamos nuestro corazón, muestre en todas
las cosas su usual favor y benevolencia. Por tanto, deben saber que nos ha placido remover todas las
condiciones impuestas anteriormente respecto a los cristianos y ahora, cualquiera que desee observar la
religión cristiana puede hacerlo libre y abiertamente sin ser molestado. Pensamos conveniente encomendar
completamente a ustedes para que sepan que le hemos dado a los cristianos irrestricta libertad para ejercer
su adoración religiosa. Cuando ven que esto ha sido concedido a ellos por parte de nosotros, también le
hemos concedido a otras religiones el derecho de llevar libre y abierta observancia de su adoración con el
propósito de mantener la paz en nuestros tiempos, que cada uno pueda tener libertad de culto según quiera.
Esta regulación se ha hecho para que no parezca que hemos querido actuar en detrimento de
ningún dignatario o de ninguna religión.
Sin embargo, en el caso de los cristianos, estimamos que es mejor ordenar que si acaso alguien ha comprado
de nuestro tesoro o de alguien quienquiera que sea, esos lugares donde ellos acostumbraban a congregarse
previamente, sobre lo cual, un decreto ha sido hecho y una carta les ha sido enviada oficialmente para que
esa propiedad les sea restaurada a los cristianos sin que tenga que mediar pago o recompensa alguna y sin
ninguna clase de fraude o engaño. Los que hayan recibido una de esas propiedades como obsequio, deben
retornarla inmediatamente a los cristianos. Además, tanto aquellos que las han comprado como los que las
han recibido como regalo deben apelar al vicario y de esa forma buscar
un resarcimiento económico proveniente de nuestras arcas, para que reciban por medio de nuestra clemencia.
Todas estas propiedades deben ser entregadas inmediatamente por medio de sus buenos oficios y sin
tardanza alguna. Y ya que es sabido que estos cristianos han poseido no solamente los lugares donde se
reunen, sino también otras propiedades, como sus iglesias, las cuales le pertenecen no a individuos sino a las
cogregaciones, hemos incluido las tales en la ley antes citada. Ustedes ordenarán que les sean restituidas a
los cristianos sin ninguna duda ni controversia. Comprendiendo por supuesto, que los arreglos anteriores
sean conducidos sin exigir pago alguno y quienes entreguen las propiedades sean indemnizados con dinero de
nuestras arcas. En todas estas cosas deben dar su más eficaz intervención hacia la comunidad de los
cristianos para que nuestro mandato sea llevado a cabo tan pronto como sea posible. Por tanto, por nuestra
clemencia, el orden público debe ser asegurado. Que esto sea hecho para que, como dijimos arriba, el favor
divino hacia nosotros, que bajo las más importantes circunstancias hemos ya experimentado, sea por todo el
tiempo preservado y prospere nuestro éxito junto al bienestar del estado. Sin embargo, para que este decreto
de nuestra buena voluntad sea conocido por todos, esta copia, publicada por decreto suyo, debe ser anunciada
en todas partes y llevada al conocimiento de todos, para que el decreto de nuestra benevolencia no pueda ser
escondido.
¿Qué fue el Edicto de Milán?
A comienzos del siglo IV, los cristianos fueron otra vez terriblemente perseguidos. El emperador
Diocleciano, junto con Galerio, desató en el año 303 lo que se conoce como la “gran persecución”, en un
intento de restaurar la unidad estatal, amenazada a su entender por el incesante crecimiento del
cristianismo.
Entre otras cosas ordenó demoler las iglesias de los cristianos, quemar las copias de la Biblia, entregar a
muerte a las autoridades eclesiásticas, privar a todos los cristianos de cargos públicos y derechos civiles, hacer
sacrificios a los dioses so pena de muerte, etc. Ante la ineficacia que tuvieron estas medidas para acabar con
el cristianismo, Galerio, por motivos de clemencia y de oportunidad política, promulgó el 30 de abril del
311 el decreto de indulgencia, por el que cesaban las persecuciones anticristianas. Se reconoce a los cristianos
existencia legal, y libertad para celebrar reuniones y construirse templos.
Mientras tanto, Constantino había sido elegido emperador en occidente. Después de que derrotara a
Majencio en el 312, en el mes de febrero del año siguiente se reunió en Milán con el emperador de oriente,
Licinio. Entre otras cosas trataron de los cristianos y acordaron publicar nuevas disposiciones en su favor.
El resultado de este encuentro es lo que se conoce como “Edicto de Milán”, aunque probablemente no
existió un edicto promulgado en Milán por los dos emperadores. Lo acordado allí lo conocemos por el edicto
publicado por Licinio para la parte oriental del Imperio. El texto nos ha llegado por una carta escrita en el
313 a los gobernadores provinciales, que recogen Eusebio de Cesarea (Historia eclesiástica 10,5) y
Lactancio (De mortibus persecutorum 48). En la primera parte se establece el principio de libertad de
religión para todos los ciudadanos y, como consecuencia, se reconoce explícitamente a los cristianos el derecho
a gozar de esa libertad. El edicto permitía practicar la propia religión no sólo a los cristianos, sino a todos,
cualquiera que fuera su culto. En la segunda se decreta restituir a los cristianos sus antiguos lugares de
reunión y culto, así como otras propiedades, que habían sido confiscados por las autoridades romanas y
vendidas a particulares en la pasada persecución.
Lejos de atribuir al cristianismo un lugar prominente, el edicto parece más bien querer conseguir la
benevolencia de la divinidad en todas las formas que se presentara, en consonancia con el sincretismo que
entonces practicaba Constantino, quien, a pesar de favorecer a la Iglesia, continuó por un tiempo dando
culto al Sol Invicto. En cualquier caso, el paganismo dejó de ser la religión oficial del Imperio y el edicto
permitió que los cristianos gozaran de los mismos derechos que los otros ciudadanos. Desde ese momento, la
Iglesia pasó a ser una religión lícita y a recibir reconocimiento jurídico por parte del Imperio, lo que permitió
un rápido florecimiento.
http://www.churchforum.net/que-fue-edicto-milan.htm
El Edicto de Milán fue proclamado en el 313 por Constantino y Licinio, ambos reunidos en la ciudad
que lleva su nombre. Dicho edicto estaba destinado a terminar con las cacerías y luchas en contra de los
cristianos.
Si bien la religión cristiana será distinguida de las creencias arrianas a partir del Concilio de Nicea en el
325, y oficializada por Teodosio I a través del Edicto de Tesalónica (380), el fin del acosamiento
perseguía la reunificación y fortalecimiento del poder, amenazado por el constante crecimiento del
cristianismo.
Galerio terminó con las persecuciones infligidas a los cristianos a través del “Edicto de Tolerancia
Nicomedia”. Aún así, existía un constante enfrentamiento entre los dos emperadores cuyo objetivo era
unificar el poder del Imperio en una sola persona. Es así como Licinio había permitido a su milicia la
persecución decristianos, desobedeciendo el edicto promulgado por Galerio. La finalidad de Licinio era la
de ganar el favor de su ejército. La consecuencia directa fue la conversión de algunos soldados y la pérdida de
la vida de muchoscristianos.
Cuando se establece el edicto, el Imperio contaba con, aproximadamente, siete millones de habitantes (sobre
cuarenta y cinco, aproximadamente) que profesaban el cristianismo, sumando a ello, mas de mil sedes
religiosas.
Lo acordado en Milán llega al presente en virtud de las cartas enviadas a los gobernadores provinciales por
Licinio en Oriente. En la primera parte se establece la libertad dereligión, y por ende, el derecho de los
cristianos a ejercer esa libertad. Cabe aclarar que el edicto no es privativo para los cristianos, sino que
autoriza a la libertad de religión dentro del Imperio.
En segundo lugar, se les devuelve a los cristianos sus lugares de reunión y culto, como así también los
edificios
confiscados.
Desde el punto de vista del cristianismo, la legalización de su credo proveyó a las iglesias de las mismas
ventajas económicas que otras religiones.
De esta manera, el paganismo deja de ser la religión oficial de estado, contribuyendo a un paulatino
fortalecimiento de la Iglesia que comenzó a expandirse, logrando su máximo poderío a lo largo de toda la
Edad Media.
Activitat 4.4:
Elabora en el teu quadern, una taula resum dels concilis d’Efes i Caledonia
Concili
Qui el va
convocar
Lloc i any de
celebració
Objectius
Decisions
Participants
detacats
Concilio de Efeso (431)
Lo realmente interesante del concilio efesíaco es la disputa teológica y de poder en el seno de la Iglesia que
determinaría la condena del nestorianismo como movimiento herético. Vamos a ver si soy capaz de
explicarlo de forma breve y clara, cosa que dudo:
A principios del siglo V, Nestorio, un monje antioquiano, fue elegido patriarca de Constantinopla. De él se
dice que tenía una gran elocuencia y un enorme poder de persuasión de las masas. Fue por ello por lo que el
influjo de su predicación tuvo gran relevancia y caló en una significativa parte de la población
constantinopolitana. Nestorio sostenía en sus sermones que la Virgen María era solamente madre de Cristo
(Christotokos) y no madre de Dios (Theotokos. El término Theotokos pasó de la Iglesia ortodoxa griega a
la eslava bajo la forma Bogoroditsa).
Y bien, ¿es que este matiz acaso es importante? Pues sí, era fundamental por distintas razones:
En primer lugar, porque estamos hablando del siglo V, cuando los dogmas y los fundamentos teóricos de la
Iglesia Cristiana estaban formándose, y el canon se estaba elaborando a partir de discusiones de esta
naturaleza.
En segundo lugar, porque Nestorio estaba defendiendo, la existencia de dos naturalezas en Cristo, una
especie de unión imperfecta y extrínseca entre la naturaleza humana y la divina en Jesucristo. El problema
consistía en que si sólo había sido la persona humana la que sufrió la Pasión, la obra de la Redención no
pudo tener valor infinito y, por tanto, habría sido insuficiente. Si ésto fuese así, no sólo se había fastidiado el
papel redentor de su martirio, sino que su muerte no habría expiado los pecados de la Humanidad.
Obviamente, tanto el papa Celestino I como Cirilo, el patriarca de Alejandría, condenaron la teoría
nestoriana como herética.
El emperador Teodosio II intentó calmar la situación convocando un concilio en Éfeso en el año 431. Pues
bien, en ese concilio, se declaró que el nestorianismo era una herejía, y que la Virgen María era la madre de
Dios, y no la madre de Cristo, haciéndose especial hincapié en la naturaleza divina de Cristo.
Nestorio fue depuesto de su cargo y condenado al destierro, pasando los últimos años de su vida en Egipto.
Sus partidarios se dirigieron hacia Persia, donde se establecieron y organizaron una estructura eclesiástica
independiente que, de manera marginal y en escaso número, ha subsistido hasta la actualidad.
http://tudmir.over-blog.com/article-205512.html
CONCILIO DE ÉFESO
Concilio di Efeso, Concílio de Éfeso (Turquía)
Convocado por Teodosio II (408-450)[1] para Oriente y por Valentiniano III (425-455)[2], para
Occidente. El papa Celestino I[3] estuvo representado en este concilio.
Objeto: contrarrestar al obispo Nestorio de Constantinopla que afirmaba que la virgen María no podía ser
considerada como madre de Dios (“Theotokos”), sino solamente como Madre de Cristo
(“Khristotokos”)[4].Resultado: 6 cánones. Un concilio muy agitado. Por último, Cirilo de Alejandría, que
era el representante del papa, hizo condenar a Nestorio y proclamar solemnemente la maternidad divina de
la virgen.[5]
[1] Se caracterizó por ser de los primeros emperadores que hizo una purga de libros en interés de la iglesia
católica. Su fanatismo llegó al punto de recibir en el ejército solo a cristianos; ya había expulsado a los no
conversos de todos los cargos públicos.
Prohibió a los judíos celebrar el Purim; no podían construir más sinagogas, tampoco podían tener esclavos
cristianos sino debieron transferirlos a la iglesia. En el 429 abolió el patriarcado judío: “En virtud de esto,
los superiores de las dos sinagogas de Palestina, o los de cualquier otra provincia, deben «restituir todo lo
que recibieron tras la separación de los patriarcas bajo el título de contribuciones». Cada vez se van
arruinando más campesinos judíos de Palestina, y se les expulsa, se destruyen más sinagogas, se expropia a
más propietarios, se dejan sin castigar mayor número de asesinatos contra judíos. ¡Y todo esto, beneficios y
homicidios, suele basarse en razones teológicas!”. Deschner Karlheinz. Historia criminal del cristianismo
(Kriminalgeschichte des Christentums). La época patrística y la consolidación del primado de Roma.
Colección Enigmas del Cristianismo Ediciones Martínez Roca, S. A, Barcelona 1991.
[2] Se casó con una hija de Teodosio II, Eudoxia.
[3] Hijo de Prisco y natural de Campania.
Al parecer tenía parentesco con la familia de Valentiniano III.
Introdujo la salmodio oficial y regular en los oficios religiosos. SABA AGUSTIN. HISTORIA DE
LOS PAPAS. Tomo primero Desde San Pedro a Celestino V, Editorial Labor, S.A., Barcelona 1951
[4] “Y ¿cómo podría Dios -pregunta Nestorio, que advierte en ello, según escribe al obispo de Roma
Celestino I (422-432), «una corrupción nada leve de la verdadera fe»- tener una madre? Nadie puede dar
a luz a alguien más viejo que él mismo. Pero Dios es más viejo que María… Pero si Dios tiene una
madre, concluye Nestorio, «entonces el pagano no merece realmente reproche alguno cuando habla de las
madres de los dioses. Y Pablo sería un embustero cuando determina que la divinidad de Cristo «carece de
padre y de madre» y de genealogía. Querido amigo, María no ha alumbrado a la divinidad [... el ente
creado no es madre del increado [...]. La criatura no ha alumbrado al creador, sino al hombre, que fue
instrumento de la divinidad [...]»…Tanta lógica, sin embargo, irritó a la grey, a la «miserable pandilla»
como decía el mismo patriarca, contra la que desplegó la policía y a la que hizo azotar y encarcelar. Pues
muchos seglares y monjes habían comenzado ya a venerar a María como Madre de Dios y de un modo
exaltado por demás, pese a que el Nuevo Testamento la menciona escasísimas veces y sin especial estima, o
incluso la ignora, como es el caso de Pablo y de otros escritos.
Y eso aunque el Nuevo Testamento hable inequívocamente de los hermanos de Jesús como si fuesen hijos de
María, como lo sigue haciendo, por ejemplo. Tertuliano en época muy posterior. ¡Pero la gran masa quería
ser redimida! ¡Quería un Dios pleno!, por consiguiente también su madre debía ser «Madre de Dios», tanto
más cuanto que el paganismo conocía ya tales madres de dioses: en Egipto, en Babilonia, en Persia o en
Grecia, donde la madre de Alejandro, por ejemplo, era «madre del dios»… El título de Deípara podría,
incluso, tener consecuencias muy arriesgadas. Pues, ¿acaso la figura de María no adquiría con ello rasgos
muy similares a las diosas y madres de dioses paganas? Una mujer que alumbra a un dios, ¿no debía ser
ella misma una diosa? No sólo los creyentes más sencillos propendían a esa creencia; también los más cultos
eran proclives a ella. Realmente había ya sectas marianas y una secta de los montañistas llamaba «diosa» a
María. Y había grupos cristianos que veían en Cristo y María dos deidades anexas a Dios. Ya en Nicea afirma el patriarca alejandrino Eutiquio- participaron patriarcas y obispos que creían que «Cristo y su
madre eran dos dioses junto a Dios. Eran bárbaros a quienes se designó como marianitas».” Deschner
Karlheinz. Historia criminal del cristianismo (Kriminalgeschichte des Christentums). Desde la querella de
Oriente hasta el final del periodo Justiniano. Colección Enigmas del Cristianismo Ediciones Martínez
Roca, S. A, Barcelona 1992.
[5] Gran Larousse Universal. Editorial Plaza & Janés, Barcelona 1998
http://cunday.blogspot.com/2008/05/concilio-de-feso-council-of-ephesus.html
Concilio de Calcedonia
Año 451
Un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad;
verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consustancial con el
Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, `en todo semejante a nosotros,
excepto en el pecado' (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por
nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios,
según la humanidad.
Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin
cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su
unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto
y en una sola persona.
Este concilio condenó a Eutiques.
Concilio de Calcedonia
Concilio de Calcedonia, cuarto concilio ecuménico de la Iglesia cristiana. Fue convocado en el año 451 por el
emperador romano de Oriente, Marciano, a instancias del papa León I, para refutar las doctrinas
adoptadas en el Conciliábulo de Éfeso (449, en ocasiones llamado „Latrocinio de Éfeso‟). En sus 17
sesiones (celebradas en Calcedonia entre el 8 de octubre y el 1 de noviembre del 451) participaron
aproximadamente 600 obispos.
El Concilio condenó el eutiquianismo (forma radical del monofisismo), doctrina defendida por el monje
bizantino Eutiques que afirmaba que Jesucristo posee una sola naturaleza (la divina) y carece de
naturaleza humana. Las afirmaciones teológicas de Eutiques (condenadas por Flaviano, patriarca
constantinopolitano, en el Sínodo de Constantinopla, 448) habían sido rehabilitadas, así como su figura, en
el Conciliábulo de Éfeso (gracias a Dióscoro, patriarca de Alejandría, que no aceptó la destitución de
Eutiques y llegó a excomulgar a Flaviano y a León I). La llegada al trono imperial de Marciano
(partidario de la doctrina de las dos naturalezas), así como la firme oposición al monofisismo de León I
(que ya en el 449 había manifestado a Flaviano su agrado por la condena de Eutiques en una epístola
dogmática, Tome), fueron determinantes para la convocatoria del Concilio de Calcedonia. Basándose en el
citado Tome (Tomo) a Flaviano de León I, y en las anteriores cartas sinodales de san Cirilo de Alejandría
a los nestorianos, el Concilio de Calcedonia afirmó que Cristo posee tanto naturaleza divina como humana
(y que ambas coexisten inseparablemente en su persona) y, de esta forma, estableció uno de los dogmas
cristológicos fundamentales. Las actas aprobadas en el 449 por el Conciliábulo de Éfeso fueron invalidadas
y Dióscoro fue depuesto (más tarde fue desterrado por Marciano). No obstante, el Concilio de Calcedonia
supuso la primera división importante en el seno de la Iglesia, en tanto que algunas comunidades cristianas
orientales rechazaron las declaraciones de fe conciliares, entre ellas la Iglesia armenia, la Iglesia copta y la
Iglesia jacobita.
Además, el Concilio condenó como herético el docetismo y prohibió la ordenación sacerdotal a cambio de
dinero. En total, en Calcedonia fueron promulgados 27 cánones, referentes a la disciplina y conducta
debidas de los miembros de la Iglesia, así como a la jerarquía de ésta. Todos ellos fueron aceptados por la
Iglesia occidental. Un vigésimo octavo canon, no reconocido por León I, hubiera otorgado al patriarca de
Constantinopla una posición preeminente entre los patriarcas orientales, en una situación jerárquica similar
a la del papa romano en Occidente.
Activitat 4.5:
A través dels següents textos, respon en el teu quadern a:
1. Què és una heretgia?
2. Per què sorgeix una heretgia
3. Completa la taula següent
Nom heretgia
Segle
Impulsor
Què deia
Per què es
condemna
¿Qué es una herejía?
Jesucristo funda la Iglesia sobre la roca que es Pedro y les confía a éste y a sus sucesores el ser guardianes y
garantes de la comunión en una misma fe, confirmando en ella a sus hermanos. Esta comunión que
conforma la unidad de la Iglesia se da sólo en la verdad de una única fe sostenida y comunicada por el
testimonio de los Apóstoles y sus sucesores en todo lugar y por los siglos de los siglos. El término "herejía"
viene del griego heresis (=elección) que en la Sagrada Escritura aparece con el sentido de grupo o facción, o
también de división. En este sentido adquirió ya un carácter negtivo y condenatorio en los primeros tiempos
de la Iglesia. El Código de Derecho Canónico, que norma la vida de la comunidad católica, señala que «se
llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe
divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma» (Código de Derecho Canónico - CIC can. 751).
La herejía, por tanto, es la oposición voluntaria a la autoridad de Dios depositada en Pedro, los Apóstoles
y sus sucesores y lleva a la excomunión inmediata o latae sententiae (Ver CIC can. 1364), es decir, a la
separación de los sacramentos de la Iglesia.
En la historia, ya desde el tiempo de los Apóstoles aparecieron las herejías como heridas a la unidad de la
Iglesia, polarizando elementos de la doctrina cristiana y negando otros o sosteniendo visiones que pretendían
unir sincréticamente la doctrina cristiana con otras religiones.
El Concilio Vaticano II no dice que «en esta una y única Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros
tiempos algunas escisiones que el apóstol reprueba severamente como condenables; y en siglos posteriores
surgieron disensiones más amplias y comunidades no pequeñas se separaron de la comunión plena con la
Iglesia católica y, a veces, no sin culpa de los hombres de ambas partes» (UR 3)
En el tiempo de las persecuciones y de los mártires surgieron también -tanto al interior de la Iglesia como
provenientes de afuera- diversas herejías, y frente a ellas no faltaron tampoco los auténticos defensores de la
ortodoxia de la fe y de la recta interpretación de las Sagradas Escrituras.
Esta situación se repitió también después de que en el año 313 el Edicto de Milán, promulgado por
Constantino el Grande y Licinio Liciniano, diera fin a las persecuciones oficiales contra la Iglesia, y pudo
ésta gozar de relativa libertad. En esta época aparecieron las "grandes herejías", llamadas así porque se
extendieron a lo largo y ancho del imperio romano, que paulatinamente iba cristianizándose, y también por
el número de los seguidores que se enrolaban en sus filas, sin excluir sacerdotes y obispos.
¿Por qué surge una herejía?
La herejía surge de un juicio erróneo de la inteligencia. Si el juicio erróneo no se refiere a verdades de fe
definidas como tales, sino a elementos de la misma sobre los que no hay reglamentación o pronunciación
oficial, el error no se convierte en herejía.
No hay que confundir la herejía que ya definimos antes como «negación pertinaz, después de recibido el
bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma»
(CIC 751) con la apostasía que es «el rechazo total de la fe cristiana» (CIC 751), o con el cisma que es
«el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos»
(CIC 751).
Ya en la Segunda Carta de Pedro se profetizaba con gran acierto acerca de la naturaleza y efectos de las
herejías: «Habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán herejías perniciosas y que, negando al
Dueño que los adquirió, atraerán sobre sí una rápida destrucción» (2Pe 2,1).
Las principales herejías
Gnosticismo
El gnosticismo ha sido siempre una grave amenaza para la Iglesia. Se impuso especialmente entre los siglos
I y III, llegando a su máxima expansión en el siglo II.
El nombre, que viene del griego gnosis (conocimiento), se debe a que los miembros de este movimiento
afirmaban la existencia de un tipo de conocimiento especial, superior al de los creyentes ordinarios y, en
cierto sentido, superior a la misma fe. Este conocimiento supuestamente conducía por sí mismo a la
salvación.
El gnosticismo cree en la posibilidad de ascender a una esfera oculta por medio de los conocimientos de
verdades filosóficas o religiosas a las que sólo una minoría selecta puede acceder. Se trata de una mística
secreta acerca de la salvación.
Los gnósticos erigieron sistemas de pensamiento en los que unían doctrinas judías o paganas con la
revelación y los dogmas cristianos. Profesaban un dualismo en el que identificaban el mal con la materia, la
carne o las pasiones, y el bien con una sustancia pneumática o espíritu.
Docetismo
Las primeras herejías negaron sobre todo la humanidad verdadera del Verbo encarnado. Desde la época
apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, «venido en la carne» (Ver:
1Jn 4, 2-3; 2Jn 7)
El docetismo del griego dokein (= parecer) reducía la encarnación del Verbo a una mera apariencia, un
mero parecer humano de Cristo. Su cuerpo no sería un cuerpo real sino una apariencia de cuerpo. Ésta
visión brota de una concepción pesimista de la carne y de todo el mundo material propia del gnosticismo, del
cual proviene esta herejía.
En efecto, los gnósticos oponían el espíritu, al que consideraban como un principio bueno y puro, a la
materia, a la que consideraban como su opuesto; en esta lógica, el proceso de redención del hombre consistía
en una progresiva purificación de todo lo que fuera materia para hacerse espíritu puro. Así, el Verbo no se
podía manchar para nada haciéndose carne o teniendo materia en su ser.
En el Evangelio del Apóstol San Juan aparece claramente la verdad de la encarnación negada por los
docetas gnósticos: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (1Jn 1,13-14). De igual
manera en las cartas de San Juan se denuncian y censuran con claridad estos errores: «Podréis conocer en
esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios; y todo espíritu
que no confiesa a Jesús, no es de Dios; ese es el del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues
bien, ya está en el mundo»(1Jn 4,2-3), «Muchos seductores han salido al mundo, que no confiesan que
Jesucristo ha venido en carne. Ese es el Seductor y el Anticristo» (2Jn 7).
Maniqueísmo
Secta religiosa fundada por un Persa llamado Mani (o Manes) (c. 215-276) en el siglo tercero y que se
extendió a través del oriente llegando incluso al Imperio Romano.
La expansión del maniqueísmo en el oriente del Imperio Romano fue tan rápida y creciente, que
Diocleciano condenó la creencia en el año 297.
Los maniqueos -a semejanza de los gnósticos y los mandeos- eran dualistas y creían que había una eterna
lucha entre dos principios opuestos e irreductibles, el bien y el mal, que eran asociados a la luz (Ormuz) y a
las tinieblas (Ahrimán) y posteriormente al Dios del Antiguo Testamento (mal) y del Nuevo Testamento
(bien).
En los hombres, el Espíritu o luz estaría situado en el cerebro, pero cautivo por causa de la materia
corporal; por lo tanto, era necesario practicar un estricto ascetismo para iniciar el proceso de liberación de la
luz atrapada. Aquellos que se convertían "oyentes" aspiraban a reencarnarse como "elegidos", los cuales ya
no necesitarían reencarnarse más.
Para ellos Jesús era el Hijo de Dios, pero que había venido a la tierra a salvar su propia alma. Jesús,
Buda y otras muchas figuras religiosas habían sido enviadas a la humanidad para ayudarla en su
liberación espiritual.
Monarquianismo (modalismo - adopcionismo)
A finales del siglo II, la herejía conocida propiamente como monarquianismo -nombre puesto por
Tertuliano-, enseñó que en Dios no hay más que una persona. Según la forma de explicar la persona de
Jesucristo, se dividieron en dos grupos o tendencias: monarquianismo modalista (Modalismo) y
monarquianismo dinamista o adopcionista (adopcionistas).
El monarquianismo dinamista o adopcionista (adopcionistas). Sostiene que Cristo es tan sólo un hombre
aunque nacido sobrenaturalmente de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. Este hombre habría
recibido en el bautismo un particular poder divino y la adopción como hijo de parte de Dios.
Los principales defensores de esta herejía fueron Teódoto el Curtidor, de Bizancio, que la transplantó a
Roma hacia el año 190 y fue excomulgado por el Papa Víctor I (189-198); Pablo de Samosata, obispo de
Antioquía, a quien un Sínodo en Antioquía destituyó como hereje el año 268, y el obispo Fotino de
Sirmio, depuesto el año 351 por el Sínodo de Sirmio.
Las ideas de esta herejía alcanzaron una mayor definición hacía el siglo VIII cuando fue condenada por el
segundo Concilio de Nicea (787) y por el Concilio de Francfort (794).
El monarquianismo modalista (modalismo) afirma también una única Persona divina, pero que actúa
según diferentes funciones o modos. Aplicado al principio a Jesucristo, sostuvo que el mismo y único Dios
que era el Padre había sufrido la pasión y la cruz por nosotros, y recibió el nombre de patripasianismo.
Más tarde se extendió también al Espíritu Santo, desarrollándose así la doctrina completa, que sostenía
que las tres personas de la Trinidad no eran más que tres modos, máscaras o funciones por medio de las
cuales actuaba la única Persona divina.
El patripasianismo fue defendido principalmente por Noeto de Esmirna, contra el cual escribió Hipólito;
Práxeas, de Asia Menor, a quien combatió Tertuliano. Sabelio fue quien más tarde aplicó la misma
doctrina errónea al Espíritu Santo, sosteniendo que en la creación el Dios unipersonal se revela como Padre,
en la redención como Hijo, y en la obra de la santificación como Espíritu Santo. El Papa San Calixto
(217-222) excomulgó a Sabelio. La herejía fue condenada de manera definitiva por el Papa San Dionisio
(259-268).
Arrianismo y semiarrianismo
El arrianismo tomó su nombre de Arrio (260-336) sacerdote y después obispo libio, quien propagó la idea
de que Jesucristo no era Dios, sino que había sido creado por éste como punto de apoyo para su Plan. Si el
Padre ha creado al Hijo, el ser del Hijo tiene un principio; ha habido, por lo tanto, un tiempo en que él no
existía. Al sostener esta teoría, negaba la eternidad del Verbo, lo cual equivale a negar su divinidad.
Admitía la existencia de Dios que era único, eterno e incomunicable; el Verbo, Cristo, no es Dios, es pura
creatura, aunque más excelsa que todas las otras. Aunque Arrio centró toda su enseñanza en despojar de
la divinidad a Jesucristo, incluyó también al Espíritu Santo, que igualmente era una creatura, e incluso
inferior al Verbo.
Arrio, tras formarse en Antioquía, aparece difundiendo sus ideas en Alejandría, dónde en el 320,
Alejandro, obispo de Alejandría, convoca un sínodo que reúne más de cien obispos de Egipto y Libia, y en
el se excomulga a Arrio y a sus partidarios, ya numerosos. No obstante, la herejía continúa expandiéndose,
llegando a desarrollarse una crisis de tan grandes proporciones, que el Emperador Constantino el Grande se
vio forzado a intervenir para encontrar una solución y convocó el Concilio de Nicea el 20 de mayo del 325
D.C., donde el partido anti-arriano bajo la guía de Atanasio, diácono de Alejandría, logró una definición
ortodoxa de la fe y el uso del término homoousios (consustancial, de la misma naturaleza) para describir la
naturaleza de Cristo: «Creemos en un solo Dios Padre omnipotente... y en un solo Señor Jesucristo Hijo de
Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios
verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre...» (Manual de Doctrina
Católica Denzinger - Dz 54). Fueron condenados los escritos de Arrio y tanto él como sus seguidores
desterrados, entre ellos Eusebio de Nicomedia.
Aunque no era arriano, Constantino gradualmente relajó su posición anti-arriana bajo la influencia de su
hermana, quien tenía simpatías arrianas. A Eusebio y a otros se les permitió regresar y pronto comenzaron
a trabajar para destruir lo hecho en el Concilio de Nicea. Por los manejos de Eusebio de Nicomedia,
Constantino intento traer a Arrio de regreso a Constantinopla (334-335) y rehabilitarlo, pero murió antes
de que llegara. Aprovechando la nueva situación, el partido arriano fue ganando terreno y logró el exilio de
Atanasio, quien ya era obispo de Alejandría, y de Eustaquio de Antioquía. Avanzaron aún más durante
el reinado del sucesor de Constantino en Oriente, Constancio II (337-361), quien dio un apoyo abierto al
arrianismo.
En el año 341 se convocó un Concilio en Antioquía con mayoría de obispos orientales, encabezados por
Eusebio de Nicomedia. Este Concilio aceptó varias afirmaciones heréticas sobre la naturaleza de Cristo.
La oposición fue tal en Occidente, que Constancio II, emperador de Oriente, y Constante, de Occidente,
convinieron en convocar un Concilio en Sárdica en el 343, donde se logró el regreso de Atanasio y su
restauración como obispo de Alejandría, así como la deposición de sus sedes de muchos obispos arrianos.
Tras la muerte de Constante y el advenimiento de Constancio como único emperador en el año 350, los
arrianos recuperaron mucho de su poder, generándose persecuciones anticatólicas en el Imperio. Durante este
período se dio el momento de mayor poder y expansión de la herejía arriana con la unificación de los
diversos partidos al interior del arrianismo en el año 359 y su máximo triunfo doctrinal en los concilios de
Seleucia y Arimino.
Finalmente, de ahí en adelante, las cosas se volvieron en contra del arrianismo. Constancio murió en el año
361, dejando al arrianismo sin su gran protector. Más adelante los semiarrianos, escandalizados por la
doctrina de sus copartidarios más radicales, empezaron a considerar la posibilidad de un compromiso. Bajo
el gobierno del emperador Valentiniano (364-375), el cristianismo ortodoxo fue restablecido en Oriente y
Occidente, y la ejemplar acción de los Padres Capadocios (San Basilio, San Gregorio de Nisa y San
Gregorio Nacianceno) condujo a la derrota final del arrianismo en el Concilio de Constantinopla en el año
381.
La herejía no moriría en siglos y crecería en algunas tribus germánicas que habían sido evangelizadas por
predicadores arrianos, las cuales la traerían de nuevo al Imperio en el siglo V con la invasión de Occidente.
Aunque todavía se encuentran grupos de cristianos-arrianos en el Oriente Medio y el Norte de África, el
arrianismo en sentido práctico desapareció hacia el siglo VI.
Los semiarrianos, también llamados homousianos, ocupan un lugar intermedio entre los arrianos radicales o
anomeos que predicaban una clara diferenciación entre el Padre y el Hijo, y la fe ortodoxa del Concilio de
Nicea. Asumen el término homoiousios, pero en el sentido de similitud y no de consustancialidad. Resaltan,
pues, simultáneamente similitudes y diferencias entre el Padre y el Logos.
Herejías que atentan contra la unión Dios-hombre en Jesucristo
Nestorianismo
Herejía que en el siglo V enseñaba la existencia de dos personas separadas en Cristo encarnado: una
divina, el Hijo de Dios; y otra humana, el hijo de María, unidas con una voluntad común. Toma su
nombre de Nestorio, patriarca de Constantinopla, quien fue el primero en difundir la doctrina.
Los errores del nestorianismo se pueden sintetizar así: El hijo de la Virgen María es distinto del Hijo de
Dios. Así como de manera análoga hay dos naturalezas en Cristo, es necesario admitir también que existen
en Él dos sujetos o personas distintas.
Estas dos personas se hallan ligadas entre sí por una simple unidad accidental o moral. El hombre Cristo
no es Dios, sino portador de Dios. Por la encarnación el Logos-Dios no se ha hecho hombre en sentido
propio, sino que ha pasado a habitar en el hombre Jesucristo, de manera parecida a como Dios habita en
los justos.
Las propiedades humanas (nacimiento, pasión, muerte) tan sólo se pueden predicar del hombre Cristo; las
propiedades divinas (creación, omnipotencia, eternidad) únicamente se pueden enunciar del Logos-Dios; se
niega, por lo tanto, la comunicación entre ambas naturalezas.
En consecuencia, no es posible dar a María el título de Theotokos (=Madre de Dios), que se le venía
concediendo habitualmente desde Orígenes. Ella no es más que "Madre del Hombre" o "Madre de Cristo".
Se opusieron al nestorianismo importantes prelados, encabezados por San Cirilo de Alejandría. La herejía
fue condenada y la doctrina aclarada en el Concilio de Éfeso en el año 431: «...habiendo unido consigo el
Verbo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de modo inefable e
incomprensible y fue llamado hijo del hombre, no por sola voluntad o complacencia, pero tampoco por la
asunción de la persona sola, y que las naturalezas que se juntan en verdadera unidad son distintas, pero
que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo; no como si la diferencia de las naturalezas se destruyera por la
unión, sino porque la divinidad y la humanidad constituyen más bien para nosotros un solo Señor y Cristo
e Hijo por la concurrencia inefable y misteriosa en la unidad... Porque no nació primeramente un hombre
vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se
dice que se sometió a nacimiento carnal... De esta manera [los Santos Padres] no tuvieron inconveniente en
llamar madre de Dios a la santa Virgen» (Dz 111), y en el Concilio de Calcedonia en el año 451: «ha de
confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo
perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de
cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto
a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado (Hebr. 4, 15); engendrado del Padre
antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra
salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer
a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin
división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino
conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola
hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo
Señor Jesucristo...» (Dz 148). Nestorio contó con el apoyo de varios obispos orientales que no aceptaron las
condenaciones y rompieron con la Iglesia formando una secta independiente; pero finalmente fue desterrado
en el año 436 al Alto Egipto.
Monofisismo
Herejía de los siglos V y VI que enseño que solo había una naturaleza en la persona de Cristo, la divina.
Se oponía a la doctrina del Concilio de Calcedonia (451) sobre las dos naturalezas de Cristo. Surgido en
parte como una reacción contra el nestorianismo, fue desarrollado por el monje Eutiques (m. 454), quien
fue condenado por un Sínodo en Constantinopla.
A pesar de haber sido condenados en el segundo Concilio de Constantinopla (553), el Monofisismo encontró
apoyo en Siria, Armenia y especialmente entre los cristianos coptos en Egipto en dónde todavía existe
incluso con una estructura ordenada en las Iglesias Armenia y Copta entre otras.
Monotelismo
Herejía del siglo VII que sostenía que Cristo poseía dos naturalezas; pero afirmaba que tenía una sola
voluntad. La herejía se originó de un intento de reconciliar las ideas de la herejía monofisita con la
ortodoxia cristiana. El emperador Heraclio (610-641), en un encuentro con los monofisitas, formuló que
Cristo tenía dos naturalezas pero una sola voluntad. Esta idea recibió apoyo del patriarca de
Constantinopla, Sergio. Este punto de vista fue condenado posteriormente por la Iglesia de Occidente, lo
cual generó un resquebrajamiento con la Iglesia de Oriente. San Máximo el Confesor escribió una
refutación teológica del monotelismo, en la cual sostuvo que la voluntad era una función de la naturaleza y
no de la persona. El Monotelismo fue condenado definitivamente por el tercer Concilio de Constantinopla
(680), en el cual se afirmó «dos voluntades naturales o quereres y dos operaciones naturales, sin división, sin
conmutación, sin separación, sin confusión» (Dz 291).
Montanismo
Herejía de tendencias apocalípticas y semi-místicas, que fue iniciada en la última mitad del siglo II en la
región de Frigia (Asia Menor) por un profeta llamado Montano. Creía que la santa Jerusalén iba a
descender pronto sobre la villa de Pepuza y, con la ayuda de dos discípulas, Prisca y Maximila, predicó una
ascética intensa, ayuno, pureza personal y deseo ardiente de sufrir el martirio. Los montanistas adoptaron
la idea de que tal estilo de vida era esencial en vistas al inminente regreso de Cristo y debido a que después
del nacimiento no podía haber perdón.
No obstante la oposición de muchos obispos en Asia Menor, el montanismo se expandió a través de la
región y ya para el siglo II se había convertido en una iglesia organizada. Su mayor éxito fue la conversión
de Tertuliano para su causa en el año 207. Sus lideres fueron excomulgados y el movimiento murió en casi
todo el Imperio Romano, durando sólo algunos siglos más en Frigia hasta desaparecer definitivamente.
Activitat 4.6
Vocabulari de la unitat: Posa els següents termes al WIKI de l’assignatura: heretgia,
concili, edicte de Milà, pelagianisme, docetisme
WIKI de Religió de Quart: http://religiodosrius4t.wikispaces.com
ACTIVITATS CONCLUSIVES:
A realitzar al WIKI de l’assignatura: http://religiodosrius4t.wikispaces.com

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