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Miércoles, 2 de abril 2014
Artículo de
SERÉ BREVE
La dicha es mucha
Magazine | 23/05/2013 - 23:58h
Hervíamos agua en una olla grande y, cuando casi llegaba al punto de ebullición, la vertíamos en un recipiente Gallardo
QUIM MONZÓ | Sigue a este autor en Twitter
Llevo cuatro semanas intentando seguir la última admonición de don Miguel Arias Cañete, ministro de Agricultura,
Alimentación y Medio Ambiente.
He intentado una y otra vez ducharme con agua fría porque el ministro me ha hecho ver que, si pongo el mango del grifo hacia
el agua caliente y dejo correr el agua hasta que esté a una temperatura aceptable, gastaré tropecientos mil litros de agua y eso
es un despilfarro intolerable.
Lo he intentado docenas de veces y finalmente he renunciado. Verá usted, señor ministro: ducharse con agua fría es
mortificante. Incluso en mis épocas de más pobreza, cuando de niño me duchaba en el lavadero de casa –porque aún faltaban
años para que en los pisos de los obreros hubiese ducha–, lo hacía con agua más o menos caliente. El proceso que
seguíamos era el siguiente. Hervíamos agua en una olla grande y, cuando casi llegaba al punto de ebullición, la vertíamos en
un recipiente pintado de minio. Era una lata grande en la que en principio había habido aceite de oliva, creo.
Debía de ser de unos diez litros, o quizá menos. Tras haberle quitado la base y haber sido concienzudamente lavada y secada,
mis padres la habían pintado de minio, por dentro y por fuera, para que no se oxidase. El caso es que, cuando el agua de la
olla casi hervía, la vertíamos en la lata, ajustábamos la temperatura con agua fría e, inmediatamente, la colocábamos en un
estante situado sobre el lavadero, a una altura superior a la de nuestras cabezas; al menos de la mía, porque ahora calculo que
mis padres tendrían que agacharse, porque muy alto el techo no era y, subidos al lavadero, debían de chocar con él. Entonces,
una vez la lata llena, el agua salía por un tubo de goma conectado a lo que había sido el pitorro cuando originalmente la lata
llevaba aceite. Había que ducharse muy rápido y quitarse el jabón sin perder ni un segundo, porque la lata no se podíavolver a
llenar en seguida.
No me ducharé con agua fría. Como hasta ahora, seguiré abriendo el grifo y pondré el mango en posición de caliente para que,
mientras me desnudo, el agua vaya calentándose y, cuando entre en la ducha, no me quede congelado, que no estoy yo para
acabar como Walt Disney. No quiero pasar por una mortificación que no conocí ni en mi niñez. El actor Casto Sendra, más
conocido como Cassen (no sé si le sonará), escribió hace muchos años una canción, famosísima en su momento, que
empezaba diciendo:
“El agua ha sido siempre terrible: sepultó a la Escuadra Invencible y fue cuando el diluvio universal que todo el mundo lo pasó
muy mal.
Mas tú al agua no temes, no, no, si a chorro te declara su lucha,pues la dicha es mucha en la ducha”.
Más claro, el agua (y perdón por el juego de palabras; no era intencionado). Si es verdad, como usted dice, que le gusta
ducharse con agua fría, adelante, ministro Cañete, y le felicito por tener un apellido que, por cierto, liga a la perfección con su
exigencia de que seamos cicateros con el agua. De haberse llamado Cañote, su propuesta hubiese resultado directamente
paradójica.
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