la diferencia entre aprobar y saber
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la diferencia entre aprobar y saber
LA DIFERENCIA ENTRE APROBAR Y SABER Por más que estemos inmersos en un proceso de sistema de reforma de la enseñanza, los exámenes y las calificaciones se siguen realizando, en opinión del autor de nuestra Tribuna Libre, como toda la vida, por lo menos en la Enseñanza Media. No vamos a hablar de la evaluación de los exámenes propiamente dicha, que, como acto educativo, es algo más que la simple medición de unos conocimientos. Nuestra preocupación es más elemental: los exámenes, notas y calificaciones escolares, como medidas de aprendizaje, ¿hasta qué punto «miden lo que dicen medir» con objetividad? Se trata de un tema controvertido en el que los más radiales son partidarios de barrer los exámenes del sistema escolar actual por anacrónicos, carentes de fiabilidad y generadores de inútil ansiedad en los alumnos. Otros, por el contrario, afirman que todo trabajo, y la adquisición de conocimientos lo es, debe ser evaluado y, justamente, son los «exámenes» los que han permitido hasta ahora hacer «juicios de valor» sobre los aprendizajes realizados o las conductas observadas. Desde hace mucho tiempo, nuestro sistema de calificaciones ha sido puesto en cuestión por numerosos autores. Baste decir que ya THORNDIKE en 1912 había señalado que la dificultad para medir los aprendizajes de los alumnos era debida a: -Ausencia o imperfección de las unidades de medida. -Inconstancia de los hechos a ser medidos. -Extrema complejidad de las mediciones. De todas formas, quizá nadie se atreva hoy a cuestionar, razonablemente, la necesidad de evaluar en sí misma. Sí, en cambio, podría ser más discutible qué es lo que debe ser evaluado, qué instrumentos de medida han de utilizarse, qué fiabilidad y validez debe tener esta evaluación etc. Todas estas cuestiones siguen pendientes de una solución adecuada en nuestro sistema docente. Sin ir más lejos, ahí están las dificultades que los profesores participantes en la Reforma del Primer Ciclo de Enseñanzas Medias están encontrando para evaluar los «nuevos» objetivos comunes... ¿Cómo pueden evaluarse y con qué instrumentos, objetivos tales como: «actuar de forma creativa», «tener una visión integradora de las distintas áreas del saber», poseer una actitud crítica y no dogmática ante la realidad», etc.? No es tan fácil. Pragmatismo En todo este contexto, «aprobar» y «saber», ¿son términos equivalentes?, o lo que es lo mismo, ¿la calificación nos traduce fielmente los conocimientos que se han adquirido? Los alumnos responderían a estas preguntas diciéndonos, con la espontaneidad de su lenguaje: «oiga, déjeme de rollos, que yo lo que quiero es aprobar...» Nos guste o no, «aprobar» es la gran palabra en torno a la cual, la mayor parte de nuestros alumnos organizan su vida de estudiantes más allá de los sublimes objetivos propuestos por los santones de la Pedagogía. Por mucho que los profesores se empeñen en convencer al alumno de que lo importante es «saber», éste piensa que lo fundamental es «aprobar», porque no olvida que las calificaciones se convertirán en credenciales inapelables en la búsqueda de trabajo o en el acceso a la Universidad. Nuestros alumnos se mueven en una línea de gran pragmatismo, quizá porque están convencidos de que el aprobado pocas veces es signo puro de haber adquirido conocimientos de manera suficientes. La más de las veces, el aprobado es consecuencia y resultante de una gran heterogeneidad de factores como son: regularidad de asistencia a clase, comportamiento correcto y obsequioso, conocimientos de los «puntos flacos» del profesor, determinados niveles de exigencia y, claro está, también adquisición de conocimientos. Así pues, como el aprobar puede ser signo de realidades tan diferentes, el alumno acaba por no creerse ninguna y se queda sólo con lo que le interesa, que es aprobar a toda costa, sin entrar en más disquisiciones. Y es que son tantas las variables que inciden en una calificación que resultan razonables el escepticismo y la desconfianza sobre la objetividad y consistencia de las mismas. Porque vamos a ver, ¿cuántos profesores someten mínimamente a estudio de fiabilidad y validez los exámenes, pruebas y controles que realizan en sus respectivas materias? Lo más probable es que utilicen el mismo sistema de exámenes que ellos padecieron... desconociendo los posibles errores que se deslizan tanto en la elaboración de las pruebas como posteriormente en la corrección de las mismas. De todos son conocidos diversos fenómenos como efecto «halo», efecto de «contraste», error «lógico», error «individual constante»,etc., personales criterios que afectan de manera determinante a los docentes. Pero es que, además, los profesores se consideran aptos para «examinar» por el mero hecho de que conocen la materia y, por tanto, las respuestas esperadas. Sin embargo, esto dista mucho de ser verdad, ya que la mayor parte del profesorado no ha recibido una formación específica para la evaluación, lo que le permitiría desarrollar este trabajo con un mínimo de garantías. No obstante lo dicho anteriormente, se podría pensar que hoy en día, con un profesorado inmerso en una dinámica de renovación pedagógica y abierto a las nuevas metodología didácticas, se habría conseguido también una mayor objetividad en las calificaciones. Para verificarlo, en nuestro Centro intentamos, a través de dos modestos estudios, comprobar hasta qué punto las calificaciones emitidas hoy por algunos profesores seguían o no adoleciendo de consistencia y fiabilidad. El primero de estos trabajos consistió en hacer un seguimiento de los Seminarios de Matemáticas, Inglés y Lengua, así como de cada uno de sus miembros integrantes, para ver qué tasa de suspensos registraban evaluación por evaluación a lo largo de tres cursos sucesivos. Se trataba de encontrar respuesta a la siguiente cuestión: ¿la tasa de suspensos depende más del nivel de conocimientos que alcancen los alumnos, o del propio «perfil evaluatorio» subjetivo de cada profesor? Estereotipos y rutinas En este período de observación pudo comprobarse cómo, en general, los profesores responden casi siempre a sus peculiares «estereotipos y rutina» a la hora de calificar. Así, en algunos profesores aparece un perfil de tipo ascendente, es decir, suspenden poco en la primera evaluación y este porcentaje, que siempre es similar, va aumentando en la segunda y tercer para, desde aquí, iniciar una disminución en las calificaciones negativas hasta llegar a la última evaluación del curso. Por el contrario, encontramos otros profesores que siguen una línea descendente en el conjunto de suspensos. Su mayor porcentaje se registra en la primera evaluación, para ir disminuyendo gradualmente a lo largo del curso... Por consiguiente, parece que el profesor, de manera inconsciente, cada nuevo curso recorres el camino de su propia «fatalidad calificatoria» independientemente de las aptitudes y actitudes que poseen los diferentes grupos de alumnos que encuentra cada año. El segundo estudio pretendía ser una aproximación a la variabilidad existente. En parte, nos preguntábamos qué grado de consistencia tienen las calificaciones emitidas en la corrección de pruebas cuando éstas son corregidas de nuevo por el mismo profesor. Por otro lado, nos formulábamos otra pregunta complementaria a la anterior: ¿qué grados de disparidad de criterio calificatorio poseen unos mismo exámenes corregidos por dos profesores pertenecientes al mismo Seminario y que imparten clase en los mismos niveles? Encontramos algunos datos dignos de reseñarse. a) El 57 por 100 de los alumnos cuyos exámenes fueron corregidos por segunda vez aumentaron algún punto su segunda calificación. El 12 por 100 permaneció con la misma, y el 31 por 100 vio disminuida su calificación respecto a la primera. b) Entre las dos correcciones de la prueba llevadas a cabo por el mismo profesor, aparece un promedio de variación de 1,1 en las pruebas correspondientes al área de Ciencias y de 0,8 puntos en la de Letras. Por otro lado, el promedio de variación registrado en la corrección de exámenes entre un profesor y su compañero de Seminario fue de 1,26 puntos en Ciencias y 0,97 en Letras. En general, los límites de variación en las calificaciones han oscilado desde 0,25 hasta 3,5 puntos. No vamos a abundar en más datos. Estamos convencidos de que calificar es una de las tareas más complejas y delicadas de la labor docente, aunque nada más sea por la dificultad que entraña medir aprendizajes y conductas que no se someten fácilmente a una evaluación realizada con instrumentos de medida poco precisos, y por la gran resonancia emocional que la calificación produce en muchos niños y adolescentes (ahí está el fenómeno sobrecogedor de los suicidios por motivos escolares). Sin embargo, a pesar de estas dificultades, creemos que es posible encontrar vías de solución. Autores como Lafourcade, Ebel, Mialaret, Hotyal, Bonboir, Fermín, Pieron, Simpson, entre otros, han aportado ya algunas pistas. Es cuestión de desarrollarlas y aplicarlas en el aula. Para ello, es imprescindible logra un cambio en la actitud del profesorado hacia la calificación, pues la gran mayoría ha caído en la «idolatría» del número... Las calificaciones, en lugar de ser un medio en la organización de los aprendizajes, se han constituido en un fin en sí mismas. Eso es peligroso. Sin lugar a dudas, la calificación es una asignatura «pendiente» que la Administración Educativa y los propios docentes seguimos todavía sin aprobar cuando ya casi nos encontramos en los albores del siglo XXI Comunidad Escolar (A.M. García Martínez)