1 Papado, fe y política. Dossier

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1 Papado, fe y política. Dossier
Papado, fe y política
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Papado, fe y política. Dossier
Rolando Astarita, Martín Caparrós, Alejandro Olmos, Piergiorgio Odifreddi...
“Son opio para el pueblo”
Rolando Astarita
Por estos días en Argentina los medios de comunicación nos bombardean sin parar con las
bondades del nuevo papa. Por todos lados se hace énfasis en su humildad, carisma,
generosidad, capacidad de comunicación, tolerancia y un largo etcétera de excelsas virtudes.
Pero en especial, se resalta su preocupación por la pobreza y se subraya su proclamado
objetivo de “Promover la Iglesia pobre y para los pobres”. Casi todo el arco político local
también se ha sumado a la exaltación. Algunos incluso hablan de una “revolución”, que está
por cambiar al mundo. Los kirchneristas, pasados los primeros días de desconcierto -Néstor
Kirchner había calificado a Bergoglio como “el jefe de la oposición”- empezaron a
encolumnarse detrás del discurso hegemónico y también están encontrando virtudes en
Bergoglio-Francisco. Después de todo, se afirma, el nuevo papa se pronunció contra el
“imperio del dinero con sus demoníacos efectos”; dijo que los mercados no pueden estar por
encima de los hombres; y denunció la trata de personas, la explotación de los niños, la miseria
de miles de millones, la corrupción de los políticos… ¿Cómo no estar de acuerdo con estos
mensajes? “La opción por los pobres” de Francisco, explicaba hace poco un kirchnerista por
TV, “abre la posibilidad para la movilización de fuerzas sociales frescas contra los sectores
conservadores”. Palabras más o menos, el discurso se va unificando: don Fancisco es una
esperanza de mejora para los pueblos del mundo.
Pues bien, en este punto quiero reivindicar el rol del marxismo, la única corriente de
pensamiento que ha planteado una crítica al contenido esencial de este mensaje, y a su
función en tanto sostén ideológico del orden dominante. A fin de agregar elementos para el
análisis, en esta nota presento primero unos pasajes tomados del conocido libro del historiador
marxista Maxime Rodinson, Islam y capitalismo, (Buenos Aires, Siglo XXI, 1973), y luego hago
algunas reflexiones en torno al texto en el que Marx define a la religión como el opio de los
pueblos. La de Marx es una posición que muchos considerarán “anticuada” -después de todo,
no entra en las sutilezas geopolíticas de algunos ideólogos K stalinistas- pero, en mi humilde
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opinión, dice lo que verdaderamente importa. El mensaje de estos días es ideológico, y hay
que responder en ese terreno. Aclaro que lo que sigue se refiere solo a la iglesia
institucionalizada (o a las grandes religiones consagradas).
Si no se trata la pobreza, no sirve
La idea clave que se encierra en los pasajes de Rodinson que cito a continuación es que está
en la misma naturaleza del mensaje religioso tomar las cuestiones candentes de la pobreza, la
opresión y el sufrimiento de los pueblos. Escribe: “… cuando los males sociales agobian a
algunos de sus miembros, esa sociedad no puede callar. Por lo menos, debe ‘tratar el
problema’. Si deja hacer sin decir nada, traiciona de manera evidente su misión ante las
víctimas; éstas no pueden hacer otra cosa que verificar ese hecho y la verificación es grave
para la fe de las masas en la ideología que inspira a esta sociedad”. Luego de referirse a que el
Antiguo Testamento y Aristóteles condenaban los males generados por la economía mercantil,
y len oponía el ideal de la comunidad igualitaria, la fraternidad ideológica y el desprecio por las
riquezas, Rodinson agrega:
“Hay ideólogos revolucionarios que piensan que Dios quiere la destrucción pura y simple de
una sociedad injusta (y por ende impía) y su reemplazo por una sociedad conforme a su
voluntad, y por eso, a la justicia. Entonces fundan movimientos disidentes, sectas”. Es un
hecho histórico que movimientos sociales han encontrado en la religión recursos ideológicos en
sus luchas contra el orden existente, cualquiera sea éste. Pero no es el caso de la Iglesia
católica, ni de las iglesia en general. Sigue Rodinson: “Los ideólogos no revolucionarios -y
éstos siempre son mayoría- sólo pueden exhortar a los gobernantes a inspirarse al máximo en
la norma divina, estigmatizar a los que la contravienen, exhortar (por lo menos implícitamente)
a las masas a la resignación y el consuelo extraído de la conciencia de su piedad y su justicia
ante Dios, o a lo sumo a reivindicaciones respetuosas. Es la única vía posible si no quieren
correr el peligro de impulsar a trastornar o derribar un orden ligado a la ideología que
defienden. En este sentido, todas las religiones y, más en general, todas las ideologías de
estado, son opio para el pueblo.
Si la sociedad civil (en su opinión pública dominante) se vuelve cada vez más severa con una
categoría de males sociales y la capa social que es responsable de ellos, si la rebelión contra
esas prácticas se difunde cada vez más entre las masas, también los ideólogos se armarán de
una creciente severidad. De esta manera, desde hace un siglo, la Iglesia católica, impulsada
por la situación social a tratar el problema de los trabajadores asalariados, se ha mostrado
cada vez más dura con respecto a los males causados por el funcionamiento del sistema
capitalista, cada vez más inclinada a reprochar a los capitalistas sin llegar (¿aún?) a una
condena del sistema. Lo mismo ocurre con su actitud hacia el colonialismo y, más
antiguamente, hacia la esclavitud” (p. 65).
Pero los cuestionamientos de la iglesia, por supuesto, tienen sus límites: las bases mismas del
sistema no se tocan. Juan XXXIII lo estableció con claridad cuando dijo, en su mensaje Mater
et Magistra, que la propiedad privada es parte del orden natural. La idea se prolonga hasta el
presente; no se trata de condenar al sistema de trabajo asalariado, sino a los “abusos” del
mercado, al afán excesivo (¿cuánto?) de lucro, a la “extrema” (¿cuánta?) pobreza y a las
injusticias más flagrantes, como la trata de personas, o la explotación del trabajo infantil. En
síntesis, se condena al “neoliberalismo inhumano” (y Bergoglio-Francisco criticó a Menem),
pero no al sistema capitalista. La realidad es que la “doctrina social” de la Iglesia, en lo que
tiene de “transformador”, no es más que un rosario de los lugares comunes del burgués
bienpensante habitual. Por eso, no es de extrañar que autores profundamente reaccionarios,
como Durkheim y Parsons, destacaran el rol de la religión en el mantenimiento del orden social.
Incluso en Estados relativamente seculares, la religión juega un papel importante. Pero para
esto, es necesario que ponga en el primer lugar la preocupación por los pobres y las injusticias
sociales.
Así, el mensaje religioso, como también dice Rodinson, se construye con los materiales que se
encuentran a disposición, pero según una lógica enmarcada en la doctrina más general sobre
Dios, el mundo y el hombre. Y Bergoglio-Francisco cumple con las generales de la ley: se
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formó en las ideas de León XIIII, la Acción Católica y Cristo Rey, con el condimento “nac & pop”
de la vieja, criolla y peronista Guardia de Hierro, y “Las veinte verdades peronistas” (una serie
de consejos para que los trabajadores mantengan una mansedumbre ovejuna frente al capital).
Por eso también, hay una unidad ideológica profunda entre el nuevo papa y prácticamente todo
el espectro político burgués; esto, al margen de si dio alguna ayuda a la dictadura, si apoyó a la
ley de medios, o si retó a los K por la corrupción.
Rodinson también explica que la presión de los ideólogos y de las autoridades ideológicas
sobre la práctica política y jurídica adopta diferentes formas según su posición con respecto al
estado, pero “siempre se efectúa según las mismas grandes líneas: proponer un ideal y llamar
a atenerse a él concediendo desde el inicio que este ideal es demasiado elevado para la
debilidad humana; tratar de impedir los abusos de los poderosos mediante amonestaciones o,
a lo sumo, cuando las circunstancias lo permiten, sanciones raras, pero ejemplares; proteger a
los débiles en la medida compatible con la salvaguardia del orden social y mantener su
confianza ideológica evitando que sus rencores y reivindicaciones tomen un giro violento y
hostil a la ideología dominante y a la sociedad cuya alma es en última instancia, elaborar
soluciones teóricas que frente a los múltiples casos concretos en que los individuos
transgreden las directivas surgidas de la ideología, dosifiquen la condena, la reprobación y la
indulgencia para permitir infringir prácticamente el ideal, sin dejar de salvaguardar la pureza de
éste” (p. 66).
La última observación alude a la necesidad de que los discursos de la Iglesia, y la ideología, se
adapten a las exigencias que emanan de la evolución de las sociedades, sin alterar lo
fundamental del mensaje. “La ideología no puede querer detener a la sociedad de la que
emana y la inspira. Esto no equivale forzosamente a un maquiavelismo o a la impostura, pero
sí, más en profundidad a una sumisión más o menos reticente a las exigencias de la vida
social” (ídem). No puedo más que coincidir: la iglesia no cumpliría con su misión si no se
sometiera, aun con reticencias, a las exigencias de la vida social. De ahí el pedido de muchos,
de que vaya aceptando las nuevas realidades, para proteger el núcleo de “verdad divina”.
Opio y fundamentos terrenales
La afirmación de Rodinson acerca de que las religiones son opio para el pueblo hace
referencia, obviamente, a la conocida afirmación de Marx, “la religión es el opio del pueblo”,
que está en “En torno a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel” (Escritos de juventud,
México, FCE, pp. 491-502).
Es indudable que este famoso dictum muchas veces se lo ha interpretado como un llamado a
combatir la religión en cuanto tal. Sin embargo, si se lee el escrito completo, aparece una visión
bastante distinta. Lo que dice Marx en ese texto es que la religión tiene un fundamento terrenal,
y que por lo tanto la crítica debe partir de que el hombre hace la religión, y no la religión al
hombre. “Este Estado, esta sociedad, producen la religión, una conciencia del mundo invertida,
porque ellos son un mundo invertido”. Esto es, la religión, según Marx, es una expresión de la
vida terrenal desgarrada por las contradicciones. Es el reflejo, invertido, del mundo real. “Es la
realización fantástica de la esencia humana, porque la esencia humana carece de verdadera
realidad”. La religión es “la teoría general de este mundo”, su “razón general para consolarse y
justificarse”. En un mundo en que existen la opresión, la explotación, los sufrimientos derivados
de la falta de trabajo, de la desposesión y del poder de los poderosos, la religión brinda
consuelo y alivio, hace más llevadero el sufrimiento. Y encierra una protesta contra este orden
de cosas: “La miseria religiosa es, por una parte, la expresión de la miseria real y, por otra, la
protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura agobiada, el estado alma
de un mundo desalmado, porque es el espíritu de los estados carentes de alma”. A
continuación de esta afirmación, encontramos la frase de Marx acerca del opio. El opio hace
más llevadero el dolor, y la religión hace más sufrible el sufrimiento. La idea implicada es que,
si bien éste es un mundo de lágrimas, prepara a los sufrientes para la felicidad eterna, y por
eso proporciona una dicha, aunque ilusoria. En otras palabras, la religión es consuelo, pero
también amortiguadora del conflicto, al menos en el plano ideológico. De aquí que la crítica,
dice Marx, deba dirigirse a sus fundamentos terrenales: “Sobreponerse a la religión como la
dicha ilusoria del pueblo es exigir para éste una dicha real. El pugnar por acabar con las
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ilusiones acerca de una situación, significa pedir que se acabe con una situación que necesita
ilusiones”. Por la misma razón, Marx critica a Feuerbach porque éste atacaba a la religión, y no
a la sociedad que la había producido. La religión es perjudicial, en tanto lleva a poner
esperanzas en el más allá, antes que en la lucha “por el más acá”; pero en sí misma no es el
mal, sino el producto del mal.
Precisiones
En primer lugar, precisemos que cuando se habla del rol de la Iglesia en tanto sostén del orden
social, no se está defendiendo necesariamente una explicación funcionalista acerca de su
origen o desempeño. No se sostiene que la Iglesia existe porque es funcional al mantenimiento
de la explotación. Si se afirma que su rol está funcionalmente de acuerdo con la perpetuación
de la sociedad de explotación, al margen de lo que la alta curia, incluido el papa, piensen de sí
mismos y de su función en este valle de lágrimas.
En segundo término, sostener que la religión es un sistema ideológico vinculado
estructuralmente a las relaciones sociales, no implica defender una tesis mecánico-determinista
(del tipo, tal relación social determina tal forma de religión o de iglesia). Simplemente se
sostiene que la vida material -la actividad de los seres humanos bajo ciertas relaciones
sociales, para procurarse sus medios de vida- conforma el marco en que se desarrollan sus
acciones conscientes, incluida la religión. Éste es el sentido en que tomamos la expresión
“buscar el fundamento de la religión en el mundo material”. Por eso, las instituciones y las
formas de conciencia dominantes, deben adaptarse a las relaciones estructurales. Cito de
nuevo a Rodinson: “La organización y la conciencia de la sociedad deben por lo menos no
trabar las tareas esenciales, primarias, y a menudo tampoco las secundarias. Un proceso que
no tiene nada de abstracto, que se divide en presiones múltiples de ‘la naturaleza de las cosas”
tiende a eliminar las formas de organización y conciencia que, por su propia evolución,
hubieran podido llegar a ser una traba para la realización de esas tareas” (pp. 202-3). Pero por
esto también, la religión no es un “reflejo mecánico” de las relaciones sociales, ni un mero
epifenómeno. Tiene “espesor propio”, y como una forma de conciencia social, incide a su vez
en las relaciones sociales materiales.
En tercer lugar, y vinculado con el punto anterior, la explicación del rol de la Iglesia no implica
que el mismo se garantice de forma más o menos directa o automática. Por el contrario, se
trata de un proceso que ocurre “no sin dificultades, luchas y ‘desprolijidades’, no sin tensión
entre la voluntad de los grupos particulares de perpetuarse y maximizar sus ventajas propias, y
la necesidad de la sociedad global de proseguir un proyecto análogo a su escala” (ídem). Las
tensiones y luchas por el poder que recorren a todas las grandes instituciones religiosas son
una expresión natural de este hecho.
Algunas conclusiones provisorias
De lo anterior se desprende, en primer lugar, que muchos de los problemas que hoy enfrenta la
Iglesia, no tienen su origen en problemas de “comunicación”, o de “estilo papal”, como
comentan varios comentaristas. Es que no hay discurso que pueda construir unidades, o
totalidades, por fuera o por encima de las realidades sociales, las clases sociales y las fuerzas
productivas alcanzadas (lo siento por Laclau y sus “construcciones discursivas”). Por eso, en la
medida en que la Iglesia es una institución de conservación y propaganda de ideología (¿forma
parte del Estado ampliado, en sentido althusseriano?) necesariamente estará atravesada, e
inmersa, en relaciones mercantiles y capitalistas. Puede haber más o menos corrupción, mayor
o menor prolijidad en el manejo de las cuentas, pero de alguna manera, la “Iglesia-empresa”
seguirá existiendo.
De la misma manera, en tanto se desarrollen las relaciones capitalistas, y con ellas evolucione
la vida material, seguirán erosionándose las bases del tradicionalismo y la autoridad religiosa.
Son procesos de larga duración, posiblemente inherentes al capitalismo. “Todo lo sólido se
desvanece en el aire”, decía El Manifiesto Comunista, y todo lo sólido se sigue desvaneciendo
hoy en día, a medida que se internacionalizan las fuerzas productivas, se desarrolla,
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tendencialmente, la productividad del trabajo, y avanzan la ciencia y la tecnología. Los cambios
penetran por todos los poros. La Sagrada Familia ya no es el simple reflejo de la familia
terrenal tradicional “típica”, porque ahora no se sabe qué es “lo típico” en materia de familia.
Por todas partes se abren fisuras en los dogmas religiosos establecidos, y se agrietan
autoridades iluminadas por el Espíritu Santo y todo otro tipo de poderes extra terrenales.
Durante siglos, la Iglesia católica tuvo poder y control sobre las conciencias -la confesión fue un
medio privilegiado- pero hoy cada vez son menos los que abren su alma al cura del barrio.
Incluso la movilidad internacional del trabajo abre nuevos puntos de vista, y las conciencias se
secularizan.
Por otra parte, y más sustancial, los sectores mejor organizados de la clase obrera han ido
accediendo, tendencialmente, a un modo de vida que puede prescindir del consuelo del más
allá (sin que por ello desaparezca la explotación). Los niveles de consumo real de amplias
capas de asalariados no son los mismos que en 1850, por caso. Por eso, no debería asombrar
que los bautismos o las asistencias a las iglesias se hayan desplomado en casi todos los
países europeos, y en buena parte del Tercer Mundo, incluida Argentina. Para millones, hace
falta menos opio y Dios empieza a desaparecer de sus vidas cotidianas. Y no hay papa
Francisco que pueda detener estos procesos, por más que viaje en autobús y utilice zapatos de
calle. Por fuera, o por encima, de las superficialidades con que nos saturan los grandes
medios, son los fundamentos mismos de la religión los que están debilitándose.
Por último, y tal vez la conclusión más importante, es que la lucha del socialismo no pasa por la
lucha contra la religión en sí, sino por revolucionar el mundo que la hace posible. En este
respecto, la crítica debe ir al fondo: al rol de la religión en relación al sostenimiento de las
relaciones sociales explotadoras. Entretenerse con especulaciones sobre la unidad
latinoamericana, la patria grande y similares tópicos del ideario nacional y popular, invisibiliza
esta cuestión central.
Rolando Astarita es profesor de economía en la Universidad de Buenos Aires
http://rolandoastarita.wordpress.com/2013/03/20/son-opio-para-el-pueblo/
El cuento del buen papa
Martín Caparrós
La Argentina se empapó. Mojada está, húmeda de gusto por su papa. Hace días y días que
nadie habla de otra cosa o, si alguno sí, lo relaciona: papa y los diputados, fútbol y papado,
papas y dólar blú y más papas, sus tetas operadas y el celibato de los papas. La Argentina
reboza de gozo, se extasía ante la prueba de su éxito: seguimos produciendo íconos, caras
para la camiseta universal. Habemus papam era una voz extraña, y en una semana se ha
convertido en un justo lema de la argentinidad: tenemos papa –nosotros, los argentinos,
tenemos papa. La figura más clásica de la tilinguería nacional, el Argentino Que Triunfó en el
Exterior, encontró su encarnación definitiva: si, durante muchos años, Ernesto Guevara de la
Serna peleaba codo a codo con Diego Armando Maradona, ahora se les unió uno tan poderoso
que ni siquiera necesitó morirse para acceder al podio. Cada vez más compatriotas y
compatriotos se convencen de que era cierto que Dios –al menos ese dios– es argentino.
Así las cosas, más papistas que el papa, el nuevo ha despertado aquí cataratas de elogios:
que es humilde, que es bueno, que es modesto, que es muy inteligente, que se preocupa por
los pobres. Sus detractores, sin embargo, no ahorran munición gruesa: algunos llegaron
incluso a decir que era argentino y peronista. Y otros, más moderados, kirchneristamente
basaron sus críticas en sus acciones durante aquella dictadura -y discutieron detalles. Como si
no bastara con saber que, como organización, la iglesia de la que el señor Bergoglio ya era un
alto dignatario apoyaba con entusiasmo a los militares asesinos.
Los críticos, de todos modos, no consiguieron unanimidad; algunos dicen que lo que hizo no
fue para tanto, otros lo minimizan con un argumento de choque: que él es otro, ya no Jorge
Bergoglio sino alguien distinto, el papa Francisco. Suena tan cristiano: el bautismo como
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renacimiento que deja atrás la vida del neófito; lo raro es que lo dijeron aparentes filósofos tan
supuestamente ateos y materialistas como el candidato Forster. Y todos debatieron a qué
políticos o políticas locales iba a beneficiar el prelado y su anillo a besar o no besar: me
parecen pamplinas.
En el terreno nacional lo que me preocupa –lo escribí hace unos días en un diario– es el shock
de cristiandad que vamos a sufrir los argentinos. Temo el efecto que este inesperado,
inmerecido favor divino puede tener sobre nuestras vidas. No me refiero al hartazgo que a
mediano plazo –en dos o tres días– pueda causar la presencia de Bergoglio hasta en la sopa;
hablo del peso que su iglesia siempre intenta ejercer, ahora multiplicado en nuestro país por el
coeficiente de cholulismo nacional que nos hizo empezar a mirar tenis cuando Vilas ganó algún
grand slam, basket cuando Manu Ginobili, monarquías europeas cuando la holando-argentina
se transformó en princesa.
Lo sabemos: la iglesia católica es una estructura de poder basada en fortunas tremebundas,
millones de seguidores y la suposición de que para complacer a esos millones hay que
escuchar lo que dicen sus jefes. La iglesia católica usa ese poder para su preservación y
reproducción –últimamente complicadas– y para tratar de imponer sus reglas en esas
cuestiones de la vida que querríamos privada y que ellos quieren sometida a sus ideas.
Así fue como, hace 25 años, se opusieron con todas las armas de la fe a ese engendro
demoníaco llamado divorcio, que solo pudo establecerse cuando el gobierno de Alfonsín se
atrevió por fin a enfrentar a la iglesia católica -y el mundo siguió andando. También intentaron
oponerse a la ley de matrimonio homosexual hace un par de años, pero estaban de capa caída
y no pudieron. Ahora, un papa argentino va a pelear con uñas y dientes y tiaras para evitar que
un gobierno argentino tome medidas que podrían ser vistas como precedentes por otros
gobiernos y sociedades regionales: el nuevo código civil, la fertilización asistida y, sobre todo,
la legalización del aborto retrocedieron esta semana cincuenta casilleros. Y eso si no se
envalentonan e intentan –como en España– recuperar el terreno ya perdido.
Pero peor va a ser para el mundo. El señor Bergoglio parece un hombre inteligente y parece
tener cierto perfil vendible que puede ayudarlo mucho en su trabajo. Lo acentúa: cuando decide
ir de cuerpo presente a pagar la cuenta de su hotel no está pagando la cuenta de su hotel –que
puede pagar, un suponer, con su tarjeta por teléfono–; está diciendo yo soy uno que paga sus
cuentas de hotel, uno normal, uno como ustedes. Uno que hace gestos: uno que entiende la
razón demagógica y cree que debe hacer gestos que conformen el modo en que debemos
verlo. Uno que, además, sirve para definir el populismo: uno que dice, desde una de las
instituciones más reaccionarias, arcaicas y poderosas de la tierra, una de las grandes
responsables de las políticas que produjeron miles de millones de humildes y desamparados,
que debemos preocuparnos por los humildes y los desamparados.
Peor para el mundo. En estos días, demócratas y progres festejan alborozados la resurrección
de un pequeño reino teocrático: la síntesis misma de lo que dicen combatir. La iglesia católica
es una monarquía absoluta, con un rey elegido por la asamblea de los nobles feudales que se
reparten los territorios del reino para que reine sin discusiones hasta que muera o desespere,
con el plus de que todo lo que dice como rey es infalible y que si está en ese trono es porque
su dios, a través de un “espíritu santo”, lo puso. La iglesia católica es una organización
riquísima que siempre estuvo aliada con los poderes más discrecionales –más parecidos al
suyo–, que lleva siglos y siglos justificando matanzas, dictaduras, guerras, retrocesos culturales
y técnicos; que torturó y mató a quienes pensaban diferente, que llegó a quemar a quien dijo
que la Tierra giraba alrededor del Sol –porque ellos sí sabían la verdad.
Una organización que hace todo lo posible por imponer sus reglas a cuantos más mejor y, así,
sigue matando cuando, por ejemplo, presiona para que estados, organismos internacionales y
oenegés no distribuyan preservativos en los países más afectados por el sida en África –con lo
cual el sida sigue contagiándose y mata a miles y miles de pobres cada año.
Una organización que no permite a sus mujeres trabajos iguales a los de sus hombres, y las
obliga a un papel secundario que en cualquier otro ámbito de nuestras sociedades indignaría a
todo el mundo.
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Una organización de la que se ha hablado, en los últimos años, más que nada por la cantidad
de pedófilos que se emboscan en sus filas y, sobre todo, por la voluntad y eficacia de sus
autoridades para protegerlos. Y, en esa misma línea delictiva, por su habilidad para emprender
maniobras financieras muy dudosas, muy ligadas con diversas mafias.
Una organización que perfeccionó el asistencialismo –el arte de darle a los pobres lo suficiente
para que sigan siendo pobres– hasta cumbres excelsas bajo el nombre, mucho más honesto,
de caridad cristiana.
Una organización que se basa en un conjunto de supersticiones perfectamente indemostrables,
inverosímiles –“prendas de fe”–, solo buenas para convencer a sus fieles de que no deben
creer en lo que creen lógico o sensato sino en lo que les cuentan: que deben resignar su
entendimiento en beneficio de su obediencia a jefes y doctrinas: lo creo porque no lo entiendo,
lo creo porque es absurdo, lo creo porque los que saben me dicen que es así.
Una organización que, por eso, siempre funcionó como un gran campo de entrenamiento para
preparar a miles de millones a que crean cosas imposibles, a que hagan cosas que no querrían
hacer o no hagan cosas que sí porque sus superiores les dicen que lo hagan: una escuela de
sumisión y renuncia al pensamiento propio –que los gobiernos agradecen y utilizan.
Una organización tan totalitaria que ha conseguido instalar la idea de que discutirla es “una
falta de respeto”. Es sorprendente: su doctrina dice que los que no creemos lo que ellos creen
nos vamos a quemar en el infierno; su práctica siempre –que pudieron– consistió en obligar a
todos a vivir según sus convicciones. Y sin embargo lo intolerante y ofensivo sería hablar –
hablar– de ellos en los términos que cada cual considere apropiados.
En síntesis: es esta organización, con esa historia y esa identidad, la que ahora, con su sonrisa
sencilla de viejito pícaro de barrio, el señor Bergoglio quiere recauchutar para recuperar el
poder que está perdiendo. Es una trampa que debería ser berreta; a veces son las que cazan
más ratones.
Martín Caparrós es escritor y periodista argentino, premios Planeta y Rey de España. Su libro más reciente es Los
Living, premio Herralde de Novela 2011.
http://blogs.elpais.com/pamplinas/2013/03/el-cuento-del-buen-papa.html
Corta reflexión sobre el sectarismo
Alejandro Olmos Gaona
Aunque no es un privilegio argentino, el sectarismo hace años se viene utilizado como una
rutinaria práctica política. Se trata de interpretar los hechos de acuerdo a una particular visión
ideológista, según la cual los hechos están bien o mal, si coinciden o no con el que lo analiza,
prescindiendo de todo espíritu de acercamiento a la verdad. Entonces el genocidio es tal
cuando lo practican los enemigos ideológicos, y siempre hay alguna justificación cuando
hechos similares, son ejercidos por los del propio bando. Se utiliza la crítica selectiva, y se
eligen blancos determinados, pero existe un implacable silencio sobre hechos o personas que
podrían ser cuestionadas, porque se encuentran del mismo lado del que critica. A esto se suma
una forma de análisis sesgado, que soslaya siempre determinados aspectos de una cuestión,
para centrarlos en todo aquello que coincida con lo que pretenden demostrar.
Algunos ejemplos:
1.- Con la designación como papa del cardenal Bergoglio, se lanzó desde usinas oficiales, y de
algunos sectores progres vinculados con los derechos humanos, la acusación de que no hizo
nada, por evitar el encarcelamiento de dos sacerdotes, sugiriéndose en algunos casos que él
produjo informes negativos sobre ellos. Aunque en ese tiempo era provincial de la Compañía
de Jesús, se fabuló sobre una influencia que podía haber ejercido ante la dictadura militar,
desconociendo, que los superiores de órdenes religiosas no tienen los vínculos que podía tener
un obispo, para sí ejercer alguna presión efectiva para esclarecer el caso y liberarlos. Es decir
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que todo el ruido se reduce a ese hecho puntual. Y aquí es lícito que se hagan muchas
interpretaciones, porque cada uno es libre de opinar como le parezca.
Sin embargo los mismos impugnadores, nada dijeron, ni nada hicieron, cuando el presidente
Kirchner propuso al Dr. Eugenio Zaffaroni como ministro de la Corte Suprema de Justicia. El
doble estándar sectario se mostró aquí de manera notable. Zaffaroni, un notable jurista, cuya
versación en el derecho penal es internacionalmente reconocida, fue designado Juez
Nacional de Primera Instancia en lo Criminal de Sentencia por el dictador Videla y juró por las
actas del proceso repudiando la Constitución Nacional. A pesar del poder que tiene sobre las
fuerzas de seguridad un juez de la Nación, no hizo nada para averiguar sobre la constante
desaparición de personas que se producían en esos años. Muy por el contrario, rechazó
montones de Habeas Corpus, sin investigar como era su obligación, al extremo que la propia
Corte de la dictadura, en el caso Inés Ollero, quien había sido detenida por fuerzas policiales,
revocó el fallo de Zaffaroni denegando el Habeas Corpus, y determinó que el Dr. Zaffaroni
“debió extremar la investigación adoptando las medidas necesarias” a fin de esclarecer qué
había pasado con posterioridad a la detención policial. Dijo la Corte que “la institución de
hábeas corpus, enderezada esencialmente a restituir la libertad en forma inmediata a quien se
encontrare ilegítimamente privado de ella, exige se agoten los trámites judiciales que
razonablemente aconsejan las circunstancias a fin de hacer eficaz y expeditiva la finalidad del
referido instituto establecido por la Constitución.
La Asociación Madres de Plaza de Mayo, que encabeza Hebe de Bonafini, presentó una
denuncia contra 437 jueces a los que identificó como represores. El Dr. Zaffaroni figura en esa
lista, acusado de haber sido “partícipe necesario, en los términos del artículo 45 del Código
Penal”, de los delitos de privación ilegítima de la libertad; apremios ilegales; sustracción,
retención y ocultamiento de personas, entre otros. Sin embargo una vez nominado guardaron
silencio, se olvidaron de la denuncia y hoy es el único Juez de la Corte, que se encuentra a
salvo de los exabruptos de la Sra. Bonafini y del oficialismo en general. Por el contrario la Dra.
Carmen Argibay, que trabajó en la justicia y fue profesora en la Facultad de Derecho y que no
consintiendo someterse a la dictadura fue encarcelada en el Penal de Villa Devoto, es objeto
de numerosos cuestionamientos, aún por la Presidenta de la Nación. Quizás su pecado es
tener una independencia del oficialismo que no tiene Zaffaroni.
Durante la dictadura, el Dr. Zaffaroni, escribió el libro “Derecho Penal Militar”, donde pueden
verse párrafos como este “habiendo desaparecido cualquier autoridad, o siendo incapaz la que
resta”, un grupo militar puede “usurpar justificadamente la función pública” En ese libro el Dr.
Zaffaroni escribe en el prólogo “Queremos hacer público nuestro agradecimiento al brigadier
auditor doctor Laureano Álvarez Estrada, quien tuvo la gentileza de leer los originales, por las
importantísimas observaciones que nos efectuara, y al contraalmirante auditor doctor Ramón
León Francisco Morel”. El brigadier Álvarez Estrada era Subsecretario de Justicia de la
dictadura, por Decreto 105, firmado por Videla el 14 de abril de 1976. Puede suponerse que
estos militares no supieran nada de la represión, de las torturas o desapariciones? Por
supuesto que no, pero como en este momento su figura es elevada a los altares de los
derechos humanos, estas cosas hay que silenciarlas y desconocerlas.
En el caso de Bergoglio, dos casos sirven para descalificarlo definitivamente, en el caso de
Zaffaroni, hechos más graves parecen insignificancias.
2.- En esta visión sesgada de los hechos que tienen los sectarios, deben recurrir al
ocultamiento permanente, porque la historia les juega en contra. El caso de Cuba y la dictadura
es un ejemplo.
En los numerosos cuestionamientos efectuados a la Argentina en las Naciones Unidas durante
la dictadura, por la violación a los derechos humanos y la muerte y desaparición de personas,
nunca se pudo contar con el apoyo de Cuba, que junto con la Unión Soviética se opusieron
sistemáticamente que se condenara la Argentina. En esto tuvo que ver, que todos los partidos
comunistas del planeta, se encargaron de hacer oídos sordos a todos aquellos que mostraban
los crímenes de la dictadura. Porqué lo hizo Cuba?, por una neta cuestión de interés. Dependía
de los generosos dineros de la Unión Soviética y tenía que seguir invariablemente los dictados
internacionales que esta marcaba.
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No voy a censurar esta actitud, inserta en la lógica de cómo se maneja un gobierno, y como
prioriza sus necesidades, pero si mostrar que al gobierno cubano no le interesaron en esos
momentos los derechos humano, ni todo lo que se denunciaba en la Argentina. Su praxis
política pudo más que cualquier consideración de moralidad. Por otra parte este secreto
escondido por defensores del gobierno cubano, puede verse en los documentos que están en
la ONU, que pueden ser libremente consultados. Respecto al PC, escribía Rodolfo Walsh a
comienzo del 77: El PC no participa en los conflictos, mientras negocia con el gobierno a
través del Partido Intransigente y le paga viajes a Lázara y García Costa para que viajen al
Congreso de la Internacional Socialista a defender a Videla (…). (La dictadura) mantiene
excelente relación con el bloque soviético que con su importancia los salva en el sector
externo. La exposición soviética en Buenos Aires muestra que no se trata de coletazos de la
relación con Gelbard sino de una política que se mantiene con el actual gobierno”. Difícil atacar
a una dictadura sanguinaria y justificar a un gobierno extranjero que se opuso a que la
condenaran, no?
3.- Para el PCR y otros grupos similares de izquierda, fue un genocidio la muerte de 30.000
personas durante la dictadura, pero utilizan todo tipo de artificios dialécticos, para justificar que
el siniestro Pol Pot, haya matado si piedad alguna a más de un millón y medio de camboyanos,
para purificar la Nación de contaminaciones ideológicas.
Estos tres ejemplos, son apenas una mínima pero ejemplificadora expresión de estos criterios
detestables de doble moral, donde si el que delinque pertenece a una facción determinada
siempre va a ser justificado por sus compañeros o simpatizantes, mientras si lo hace el
enemigo se encargarán de perseguirlo encarnizadamente.
Es el mismo tipo de razonamiento que usa el poder imperial, donde Estados Unidos vive
justificando sus miserabilidades, los asesinatos selectivos, los sometimientos económicos, las
diversas invasiones en todo aquel territorio en el que le interesa usufructuar sus riquezas
naturales o que pueda afectar sus intereses estratégicos. Los mismos criterios que usa el
capitalismo en todas partes, para condicionar, someter y aniquilar si es necesario a todo aquel
que se le oponga.
Aunque mi amigo Rafael Correa Delgado, ha pronunciado elogiosos conceptos sobre la ley y el
derecho en Estados Unidos, la realidad de su historia, muestra que sin importarles la razón o el
derecho de los demás han atropellado sin consideración alguna a todo aquél país que se
opusiera a “su destino manifiesto”, no trepidando en llegar hasta el crimen, para obtener sus
propósitos.
Formas idénticas de condenar y justificar usadas indistintamente por la izquierda y la derecha,
dejando en todos los casos la posible verdad de lado, y no guiándose por la búsqueda de la
justicia, sino de lograr a cualquier precio la preservación de sus propios intereses ideológicos.
Buenos Aires, marzo 18 de 2013
Alejandro Olmos Gaona, historiador argentino, fue asesor sobre deuda externa del Ministerio de Economía de
Ecuador y actualmente vicedirector del Instituto Proyecto Sur
www.sinpermiso.info, 24 de marzo 2013
"Si leyeran bien la Biblia, dejarían de creer". Entrevista
Piergiorgio Odifreddi
Aunque es un ateo confeso, todavía tiene callos en los pies por culpa de su última experiencia
mística. Piergiorgio Odifreddi (Cuneo, Italia, 1950) acaba de regresar del Camino de Santiago,
esa meca de la cristiandad que ha recorrido durante dos semanas con su amigo Sergio
Valzania. El itinerario ha dado que hablar en Italia. Juntos han hecho en cada etapa un
programa especial para la emisora RAI 3. La gracia está en que Odifreddi no cree, pero
Valzania sí se confiesa católico a ultranza. "Al final hemos quedado como empezamos. Ni él
me ha convencido a mí, ni yo he logrado quebrar su fe", comenta, en un hotel del centro de
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Madrid, este escritor, matemático y profesor de lógica, en una entrevista que le hizo Jesús
Ruiz Mantilla, hace ya años, para El País.
Pero en algo sí se han puesto de acuerdo: "Galicia es bellísima; Castilla, un poco aburrida con
esas llanuras tan interminables", comenta. "Y España, más laica que Italia, con diferencia. En
nuestro país todavía no es posible criticar abiertamente a la Iglesia", asegura Odifreddi. Quizá
por eso, para frenar la larga mano del Vaticano sobre la libertad de expresión, se ha lanzado
este ensayista a la yugular de la Iglesia. Lo ha hecho con un libro que resultó un impacto en su
país y un éxito de ventas que dejó patente algo serio: "La fractura entre religión y laicismo que
existe en mi país, con clara desventaja para los no creyentes".
El título es tan directo que no deja lugar a dudas: Por qué no podemos ser cristianos y menos
aún católicos (RBA). Ni que decir tiene que el texto de quien es hoy por hoy el látigo del
laicismo en Italia ha supuesto una pesadilla entre las jerarquías. No por existir, sino porque el
destino y los calendarios editoriales le lanzaron a las librerías a competir al tiempo con otro
libro opuesto: Jesús de Nazaret, del papa Joseph Ratzinger.
"Durante semanas estuvimos alternándonos en el primero y el segundo lugar en las listas de
los más vendidos", comenta jocoso Odifreddi. Seguramente la curia habría preferido otro
competidor. Pero al diablo no se le pone nada por delante. Sigue jugando fuerte y haciendo de
las suyas. Ni con rosarios pudieron evitar que Odifreddi vendiera 200.000 ejemplares.
De manera que llega del Camino de Santiago… ¿Ni así ha encontrado la luz?
Ha sido una experiencia interesante. Creo que es la primera vez que un ateo retransmite en
Italia el Camino por la radio. El modelo fue la película de Buñuel La Vía Láctea, con aquellos
dos personajes que combatían a golpe de dogmas y herejías.
Bueno, igual que siempre, ¿no? Aunque la herejía como concepto ha sido superada por
una etiqueta mucho más digna que llamamos laicismo.
En España tienen más suerte que en Italia en ese ámbito.
¿Usted cree? En España no existe un cardenal Martini, por ejemplo. Alguien que
defienda tan abiertamente desde la jerarquía el sacerdocio para las mujeres o las bodas
entre curas.
Hombre, en España la derecha es católica, pero la izquierda es claramente laica. En Italia yo
he militado en el Partido Democrático, de Walter Veltroni, y me salí porque no defendían el
laicismo. Me lo pidió él. Yo pensé que era conveniente porque ya que dentro conviven varias
corrientes, algunos podíamos alentar un aire de izquierda más radical y laico para frenar lo que
nosotros llamamos facción teocon. Pero al final Veltroni no ha sido claro. Ha decidido no
meterse en asuntos que tuvieran que ver con la Iglesia. Por más que le han preguntado, nada.
Y yo me he ido del partido al ver que no se comprometía claramente.
¿Por qué la izquierda italiana no se decide a romper con la Iglesia?
Las anteriores elecciones las ganó la izquierda por 20.000 votos. Con esa ventaja tan pequeña,
nadie quiere ponerse en contra a una organización que controla a 30 millones de ciudadanos.
Yo milité para intentarlo, pero es difícil en un partido que lidera alguien como Veltroni, un
personaje a quien se le conoce como el señor pero también…Falta valentía. Esta oportunidad
la hemos perdido.
Desde la izquierda, después de las primeras acciones de Berlusconi, ¿cómo se va
digiriendo el resultado electoral?
Por culpa de cosas como éstas se ha perdido. El partido de Veltroni no tiene identidad, es una
refundación de viejas estructuras. Caben gente del antiguo Partido Comunista y de la
Democracia Cristiana, empresarios y trabajadores… hay 120 diputados que se declaran
abiertamente católicos. ¡Hasta la antigua Democracia Cristiana era mejor que esto! En cuanto a
este Gobierno, es pura derecha.
Muchos lo califican de neofascista.
Quítele el neo. Fini lo es. La Liga es racista y Berlusconi va a lo suyo. En la primera semana de
mandato ya discutíamos de la televisión… Pero, en fin, este Gobierno sabemos lo que es. Sin
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embargo, con el partido de Veltroni no hay definiciones claras.
¿Le resulta 'light', descafeinado?
Tiene miedo a ciertas cosas. A la Iglesia, para empezar. En España no ocurre esto. Yo leo
artículos en la prensa de este país que en Italia serían impensables. Cuesta publicar ciertos
asuntos.
¿Por eso ha decidido dejar sus posiciones claras en un libro? Con la óptica de un
matemático, además.
He escrito mucha divulgación científica. Con asuntos que relacionan ciencia y religión, como
hice en El Evangelio según la ciencia, por ejemplo, o en Las mentiras de Ulises. Me he
empeñado en hacer ver las matemáticas como una parte de la cultura, integrar ambos mundos.
Pero ¿cómo formula un matemático algo que carece de toda lógica?
Este libro tiene dos inspiraciones claras. La obra de Bertrand Russell ¿Por qué no soy
cristiano? y aquel de Benedetto Croce Por qué no podemos considerarnos cristianos. La idea
nació porque cada año editamos un libro de Russell y tocaba hacer aquél. Lo releí y me pareció
que había envejecido mal con el tiempo. Se lo dije al editor y él me propuso hacer una
interpretación propia. Así que me metí un semestre en Nueva York al Instituto de Estudios
Italianos en la Universidad de Columbia. Estudié a fondo la Biblia y el catecismo. Mis amigos
me encontraban siempre con ambos libros a cuestas y me preguntaban: "¿Qué te ocurre?".
Normal… Le verían como un converso o temían alguna andanada suya.
¡Quién sabe! El caso era hacer una lectura a fondo, una crítica de la religión no desde
perspectivas políticas de injerencia en la vida pública y todo eso, sino de observarlo desde una
concepción teológica, desde dentro, y descubrir sus anacronismos. Su concepción violenta,
cruel, sanguinaria de la vida, sobre todo en el Antiguo Testamento. Por eso se han molestado
también los judíos, que me han acusado de antisemita.
Es que reparte para todos.
Normal. Los cristianos han heredado el Antiguo Testamento y uno no sabe por qué lo han
hecho.
Lo acometieron además de manera acrítica.
Completamente. Hubo algunos que quisieron eliminarlo. Creían que el Dios bueno del Nuevo
Testamento no requería la ira del anterior. No se aceptó, allá ellos.
¿Le han amenazado?
Algunos me han escrito diciéndome que diera gracias porque los cristianos no fueran como los
islamistas, que si no ya lo habría pagado. He pensado en hacer algo que se titulara Por qué no
podemos ser islámicos, pero es que en Italia son cuatro y no sería útil. Además decretarían una
fatwa, y es lo que me faltaba.
Todavía hay cosas que no nos dejan tocar.
Y tanto, en Italia existen directores de periódicos que reconocen que los dogmas de fe son un
cuento, pero que no pueden escribirlo porque el mero hecho de ponerlo en duda ya crea un
conflicto.
Como por ejemplo…
Lo peor es poner en duda la propia existencia de Jesucristo. No hay constancias históricas
serias. Son relatos construidos a posteriori. Decir esto ya es algo escandaloso.
Igual que poner en duda la virginidad de María, que lo que uno no sabe muy bien es por
qué se sostiene lo contrario.
¡Aquella invención! ¡Increíble! Es un dogma con una historia muy interesante, de todas formas.
Para eso se readaptó un pasaje del Antiguo Testamento que viene a decir: "Por aquí ha
pasado Dios (refiriéndose al útero de la Virgen) y no lo hará nadie más". Son las mismas
palabras que utilizan para señalar una puerta de Jerusalén por la que pasó el Arca de la
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Alianza. Cogen un pasaje, se cambia de sitio y a nadie le importa.
A usted, después de haber escrito que Cristo puede ser hijo ilegítimo de un centurión
romano, ¿no le han quemado?
Pantera se llamaba el hombre. Pero todo eso ya se comentaba en la época más próxima. En
fin, yo no creo que haya mucha gente que se lo trague a estas alturas. Creo que es una pose
social sostener estas cosas, pero que en realidad no lo piensan. Es una convención. Ni eso, ni
la trinidad, ni la transustanciación… Ni la resurrección se puede explicar científicamente. No es
un milagro. Las bacterias del tétanos, por ejemplo, pueden producir una muerte aparente. Pudo
haberlo cogido clavado en la cruz.
Existen explicaciones racionales para todo aquello que pasa en el Evangelio, pero no las
hay para todo lo que dicen en él.
Cierto, cierto. El Evangelio tiene tres inspiraciones. Una, la del profeta, la del Jesús de la
montaña, el de los bienaventurados. Luego está la del charlatán. En Palestina, hace 2000
años, había muchísimos. La última es la del Jesús revolucionario. Uniendo las tres, se ha
forjado esta historia.
Una historia que tiene después la suya propia.
Ésa es la más interesante. Apasionante. Entender cuáles son las fuentes de esos escritos,
desmembrarlos, acotarlos. Los apócrifos, tratarlos desde el punto de vista lingüístico, de la
arqueología del lenguaje, los pasos que ha sufrido tras los diferentes concilios, todo eso. Las
discusiones, las herejías que pintaban a Jesús como una realidad virtual, como el personaje de
una película, como un ser que nunca existió porque nunca había podido encarnarse al ser Dios
precisamente. Así hasta nuestros días, porque el último dogma es de 1950, la asunción de la
Virgen, que también trajo lo suyo.
¿Ah sí?
Sí, porque los católicos pensaban que había ascendido sin saber si había muerto o no.
Mientras que los ortodoxos sostienen que seguramente había muerto, pero no están seguros
de que haya ascendido. ¿No es un cachondeo? Yo incluso llegué a hacer un cálculo científico.
¿Desde dónde ascendió? Verticalmente desde Jerusalén. ¿Con qué? Con el cuerpo.
Suponiendo que lo haya hecho a la velocidad de la luz, lleva 2.000 años subiendo y, por tanto,
todavía no ha atravesado nuestra galaxia. Por ahí sigue, está saliendo. Con cualquier
telescopio potente en el mismo Jerusalén podríamos localizarlo. ¿Se da cuenta del ridículo?
En sus desmontajes, trata usted también los mandamientos.
Los hebreos sostienen que hay más de 600, pero en el caso cristiano, uno de los más
interesantes es el segundo, que se pierde, curiosamente. El que prohíbe alzar y construir
imágenes.
¿Cuál de todos los dogmas es el que más le atrae?
La transustanciación. La hostia, que se basa en un principio aristotélico. Va contra la idea de
sustancia científica. A los papas les trae de cabeza.
¿De dónde le viene esa manía de ponerlo todo patas arriba?
No hace falta tanto. Si quisiera hacer una verdadera cruzada, recomendaría una única cosa a
la gente: que leyeran la Biblia con un punto de vista racional, con atención. Dejarían de creer
inmediatamente. No hacen falta libros anticlericales.
Es que 200 años de Ilustración prenden finalmente en nuestra moral y en nuestra
concepción de las cosas de manera contundente.
Es así. Pese a que muchos insisten en que no puede haber moral sin religión. Era Chesterton
quien decía que si no creías en Dios, podías creer en cualquier cosa. Yo ahora pienso lo
contrario, que quien cree en Dios puede acabar tragándose cualquier cosa. Italia es de los
países con más fe del mundo, por eso seis millones de italianos consultan también a magos,
quirománticos, echadores de cartas. Si te crees lo de la trinidad o la virginidad, te entra todo.
Tampoco es justo ese discurso de que los laicos no creemos en nada. No es cierto, lo hacemos
en los ideales. Pero no en los dogmas.
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Eso que tanto espanta ahora del relativismo, ¿cómo lo ve?
Ahh… Ratzinger es un ultraconservador antipático y obtuso. Estas cosas lo prueban. Es un
asunto que demuestra la incapacidad de la Iglesia para entender casos como el de Galileo. Le
han perdonado 400 años después de haberle condenado por algo que era cierto, pero no han
entendido nada. Lo admiten muchos miembros de la Iglesia, aunque luego lo pagan. Lo dijo
George Coyne, un jesuita que fue el encargado del Observatorio Astronómico del Vaticano
durante 25 años. Aseguraba que no se había comprendido la magnitud de ese caso. ¿Y qué
pasó con él? Que lo licenciaron. Este mismo pidió públicamente al Papa que definiera sus
posiciones sobre el evolucionismo y le cesaron.
Los jesuitas, ¿son otra cosa?
Son los más incisivos, sin duda. Plantean abiertamente sus dudas sobre muchos dogmas.
Existe una anécdota fantástica que los define. Cuando descubrieron la momia de Jesús en
Jerusalén, los franciscanos decían: es cierto lo que sufrió por nosotros, las heridas están a la
vista, debemos amarlo todavía más. Los dominicos se plantearon: cuidado, que si está aquí es
que no ha resucitado, vamos a tener problemas con el dogma. Y los jesuitas dedujeron: ahí lo
tenemos; por tanto, ha existido. ¿No es genial?
Martini es un buen ejemplo de jesuita.
Bueno, es que él ha llegado a criticar hasta el libro del Papa sobre Jesús de Nazaret. Es raro,
pero es que es la minoría.
¿Es necesario escribir libros así contra la Iglesia o es darle demasiada importancia a
todo aquello que no debería ni siquiera ser debatido porque va contra toda razón?
No sólo es necesario. Es que me parece poco todo lo que se pueda argumentar en contra. He
tratado de escribir un libro serio, sin despreciar también la ironía. Aunque sobre todo he
intentado hacer una crítica rigurosa basada en principios teológicos y la prueba de que ha
calado es lo que les ha molestado. La importancia de la Iglesia es un hecho, no es que se la dé
yo. No escribiría un libro preguntándome por qué no somos raelianos. Me da exactamente lo
mismo. En Italia, 30 millones de personas se declaran católicos. La Iglesia posee un cuarto de
los bienes inmuebles, de nuestros edificios.
Como inmobiliaria no hay quien pueda con ella.
Exacto. Además, en Italia, el Papa vive dentro. Una solución sería enviarlo a Jerusalén.
Dejemos Roma para los romanos.
En España vive el Opus, que también impone. Una organización que ha ganado
muchísimo poder dentro de la Iglesia por culpa de Juan Pablo II, por cierto.
Él llevó a la bancarrota las finanzas vaticanas para financiar al sindicato Solidaridad. Fue el
Opus quien tapó el agujero.
Otro de los asuntos que trata en el libro es el creacionismo.
No creamos que es sólo un invento de Estados Unidos, aunque ha sido allí donde se ha
desarrollado más. En Italia, ya el primer Gobierno de Berlusconi lo reivindicó, y no me
extrañaría que ahora volvieran a la carga. Me hace gracia que ahora, para hacer el Camino, mi
compañero ha llevado la Biblia. Yo, en cambio, elegí El origen de las especies, de Darwin. Me
ha impresionado su visión de futuro. Todas las objeciones cretinas que le ponen hoy al
evolucionismo, Darwin las prevé y además las responde en el libro con anticipación.
¿Lo vio venir?
Exacto, y basta leerlo para frenarles. Pero el problema es que son insaciables. Porque tampoco
el evolucionismo va contra la religión. El problema está no tanto en la creación del mundo, sino
en el momento que surge el hombre. Ahí tenían que poner su sello.
Inventar la culpa. ¿Sin culpa no hay negocio?
Eso es.
¿Y por qué de entre todo el cristianismo, lo que menos se sostiene para usted es el
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catolicismo?
Porque son los que más dogmas imponen y, por tanto, los más fáciles de rebatir.
Más cuando la mayoría son imposiciones caprichosas, a expensas de los papas, los
concilios, las alianzas de poder.
Como la infalibilidad pontificia, el dogma que más sospechas despierta entre los creyentes.
Encuestas de universidades católicas aseguran que en la infalibilidad del papa sólo cree un
30% de católicos. Es el dogma más débil. Hay otras cosas más absurdas, como que el 40% de
los que tienen fe cree que san Juan se convirtió en hijo de la Virgen ante la cruz. Lo que le
digo: si leyeran con atención los evangelios, dejarían de creer automáticamente.
Piergiorgio Odifreddi es un conocido matemático italiano, presidente honorario de la Unión de Ateos y Agnósticos
Racionalistas de Italia
http://elpais.com/diario/2008/06/15/eps/1213511211_850215.html
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