DE BAJAN

Transcripción

DE BAJAN
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VI
LAS NORIAS
DE BAJAN
MEMC,RIAS DE UN CRIoLLo
TOMO I
68
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Tnto cte Episotho corno Los cu'.cn qoe Lc pie- ceden y ya hn vi.tO Ia tu g , son originales del se
ftor D. Enrique de Ola'arrIa y Ferrari quLen o
recurrit Al pseudbminO do Eduardo Ramos, cab
tuvo pot objoto dejar Ii In prensa y al publico
libertad cit jugcr sin prcocup:ccibfl aiguna su duuicil
o bra, quo (,l ofrece corno un tributo dc considerncitLu
y respoto tc su segundn y Wen qucrida latria. Descubietto ci sccIctO por ía prensa periodistica, y cx
t i aotdinari30t c bien acogida la puhlkacibn el
Sr. Olaxarria firma deade boy los Erisooto. N%ccoNM.RS coma AUtor quo es de ebbs.
Nota de to primera eL. 0-
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(Pig. 577)
LAS NORIAS DE BAJAN
efecto de la derrota del Puente de Calderón, fud de b
más desastroso imaginable para los caudillos de la primera tpoca de la guerra de Independencia Nacional.
Qud esperanzas podIan concebir quienes habIan visto
desbaratarse como ci humo aquel poderoso ejrcito de cien mu
hombres no mal armados, defendidos nada menos que por noventa
y cinco piezas de artilleria, con sobradas rnunicjones y cuantiosos
recursos?
—Nos han perdido!—decIa el cura D. Jose Maria Mercado, que
noticioso de la derrota del Puente de Calderón, desde ci dIa 21 de
Enero habiase retirado al Puerto de San Bias para hacerse fuerte
en aquelia plaza.
,
c
I.
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Episodios Históricos Mexicanos
—Nos han perdido!—rcpitió su interlocutor, que era D. Joaquin
Romero, comandante de Is plaza riombrado por Mercado.
—No se perderá Ia semilia que habfamos hecho brotar, porque
ha caldo en buena tierra; pero jay! icudnto va a dilatar su crecimien to!
—Lo más triste es que de este fracaso los primeros causantes lo
son los mismos caudillos.
—Romero, tiene usted razdn: casi todos los jefes quieren mal a
D. Miguel Hidalgo. y no pueden aceptar en calma que un cura sea
su generailsimo.
—Eso es, como si tuviese la culpa D. Miguel, de que a ellos les
hubiese faitado el valor pars dar los prinleros Is voz de insurrecdon.
—Dicen a eso que multitud de veces le invitaron a dar el primer
paso y que todas elias se negó a hacerlo, considerando reducidos
los elementos con que se Ic dijo contaban. Le acusan de haber y ecurrido a este expediente pars niantenerse a Ia caps, hasta que
juzgO oportuno ci momento pars aizarse con el trabajo de los
d em as.
—Pero eso es inexacto.
—En efecto lo es, máxime cuando el aizamiento del 16 de Setiembre de i8io, fué obra de. las circunstancias, necesidad del momento, y no ci resultado de preconcebidos planes.
—En fin, quiera ci cielo que no tome creces ci mal.
—Las tomará, Romero, ]as tomará, no lo dude usted, y a todos
nos costaré Is vida; en cuanto Is ocasiOn Ics sea propicia, separaran del mando a D. Miguel. Ya lo han intentado, pero no les saiiO
bien Is cuenta. La separación de los jefes después de Is derrota de
Aculco fué su prirnera intentona. Si Allende hubiera triunfado de
Caileja en Guanajuato, habriase alzado con ci mando supremo, y
unido a todos los jefes que Ic siguieron, hubiera impuesto su voluntad a D. Miguel. Todo lo tenIa preparado para ello v no por
otra cosa acentuO su disgusto con ci cura, acusándole de negarse a
auxiliarie y reunirsele en Guanajuato, cuando si tal huhiera hecho,
quizás, quizás solo hahrfan conseguido que Caileja hiciera all1 to
quc scabs de hacer en CalderOn. Pero, en fin, hagamos a un lado
estas tristes consideraciones y veamos qué noticias teriemos de
Guadalajara.
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Las Norias de Bajdu
- ______
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—Pésimas para nosotros, señor cura.
—Si? cuáles son ellas?
—Son numerosIsimas las gentes que se han acogido al indulto
publicado por Calleja, tanto más cuanto que ci jefe realista hace
toda ciase de buenos extremos con los induitos, sabedor de que se
habia echado a volar la especie de que los españoles no tendrIan
consideración alguna con los rebeldes.
—Quicn nos trac esas noticias?
—El indio Leonardo, que acaba de liegar de Guadalajara.
—Hagale usted entrar, Sr. Ramirez, y sepamos lo que dice.
D. Joaquin salió a cumplir la orden de Mercado, y no tardó en
volver a entrar con ci indio Leonardo, que era un bravo carnpeón
insurgente.
—Y bien, hijo mio,—le preguntó el cura,—con que nos tracs
malas noticias?
—Malas, señor padre; dicen que no tardaremos mucho sin que
vearnos fusilados a todos los jefes insurgentes y aborcadas a sus
tropaS.
—Por supuesto, que los que tal dicen son los realistas.
—Y también Jos insurgentes.
—Tan asustados andan los ánimos?
—Tanto, señor, que solo parece que el pals está poblado de cobardes.
—l3ueno, bueno, ya les infundiremos valor con nuestro ejemplo.
—Falta hace, señor, porque dicen por ahI que Jos menos valientes son los generales, y que en ci momento de las derrotas son los
primeros en huir.
—Ya les probarernos quc no siempre ha de pasar lo mismo; pero,
en fin, Zc6mo queda Guadalajara?
—Señor, más alegre que una gloria; sOlo parece que celebran lo
quc ha pasado en Calderón: dicen, es verdad, quc no han recibido
al Sr. Calleja con más festejos que a! Sr. Hidalgo: es cosa curiosa
ver corno las mismas gentes sirven con igual fervor a las más distintas causas.
—Cómo han recibido a Calleja?
—El Sr. Calleja llego elao de Enero a San Pedro, y aill recibió
las felicitaciones de la Audiencia, el clero, la Universidad y las repübiicas de indios, y unos y otros le expresaron el contento con
E1nsoio 1-Ist,rcus ..%Invcaaos
E
que le veian ilegar a lihertarlos de la opresión de D.
MigLiel,
V
recibir su protesta de fidelidad a la rnonarquIa. El Sr. Calleja les
contestó con las mayores amabilidades, aunque dicen que lo mismo
cree en la sinceridad de todos ellos que en coger la luna con la
mano. El 2! hizo su entrada en la ciudad, y lo mismo que al señr
Hidalgo, le repicaron las campanas, Ic ensordecieron con los vivis
y los cohetes, y le Ilenaron los bakones de colgaduras, y de arcos
de flores las calies: se dirigió después a la Catedral, y aili se canto,
segun el uso, un
Te-Deum y recibiO después en palacio los home-
najes de toda la ciudad: si digo, senor, que no se hizo más sino rcpetir los mist-nos festejos de la ernrada del Sr. Hidalgo. En la La rde del mismo dIa entró en Guadalajara el señor brigadier D.
Jose
de la Cruz con todas sus tropas, larnentãndose de no haber podido
concurrir a lade Calderón,
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nni.1 n:.:
talla de Urepetiro.
—\' Ic recibió bien CalIcH.
—Mucho que si, y rnás cuand sin lacer valer que ci era
antiguo en ci grado que el Sr. Caileja, en
vez de haber tornado ci
mando en jefe de todas ]as fuerzas, puso todas las suyas a las uric1)
Ic i lia\
nes del vencedor de Cd crdn Sin nniLu.
hay algo entre ellos.
—Qué puede habe.
—Que ci Sr. Cruz no ha tornado rnuv li bicu que ci Sr. Callea
no Ic bubiera esperado para dar la batalla, y que cree que lo hizo
para alzarse el solo con la gloria.
—Bien pudiera haber sido; pero en
fin, eso a nosotros nada no
importa.
El Sr. D. Roque Abarca salió en Ia tarde de su escondite de Ia
casa de la corregidora de Bolaños, y parece que ha contaclo al señor Calleja niaravilla y media, ponderándole lo juc 1 it11rcnte5
le han hecho sufrir.
—Pues qu puede contar ese cobarde, que
niup) in urn dc-
fender su ciudad de las tropas de D. José Antonio Torres
—Cuerita que los españoles le dejaron en las astas del toro,
-Sin
ayudarle a la defensa.
—Tienc razOn; pero culpa fué de sus desaciertos como
den te.
A Sr. I Idni
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Las Norias de Bajdn
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ciéndole el empleo de capitan general: pero que el, no solo no lo
drnitió, sino que le dijo que le degollasen primero que volverle a
hacer tal proposición.
—Miren y cOmo trata de disculpar su miedo, que fué tal, que
nunca llegO a ver al Sr. Hidalgo!
—AsI lo cree el Sr. Calleja, quien parece que se ha contentado
con caliticar su conducta de débil, vacilante y poco digna de su Carácter y representación, sin hacer de 11 más caso para nada. Tambiin se le presentó ci Sr. D. Francisco Rendón, iritendente que fué de
Zacatecas, y le ha dado el mismo empleo en el ejército del centro.
—No habrán faltado por supuesto las proclamas?
—Claro que no, y a pares las ha expedido: la primera, dirigida a
os soidados felicitándolos por su comportamiento en Ia batalla, y
exhortándolos a continuar siendo los salvadores del reirio, y a no
.cometer acción aiguna que pueda deslucir su victoria: la segunda
proclama va dirigida a los habitantes todos de Nueva Galicia, y
en ella promete las mayores garantIas a cuantos se acojan al indulto, asI como la muerte, el incendio y ci exterminio a todo individuo ó pueblo partidarlo de los insurgentes.
—Y qué tal se le muestra de favorable la pobiaciOn?
—Como no es posible hacerlo mas: todas las corporaciones publican sus protestas de fidelidad, y algunas, como el claustro universitario, por ejemplo, han hecho valer el no haberse degradado
con ninguna demostración de obsequio a D. Miguel. Vaya, señor,
hasta suscriciones han abierto para reunir dinero para las tropas.
—Tampoco le habrán faltado recursos para hacer odiosos a los
insurgentes.
—Ya lo creo que no, y por cierto que supieron bien aprovecharlos.
—Y nada se presume de cuáles hayan de ser las próximas ope.
raciones de sus tropas?
—Si, señor cure, y por eso me he apresurado a volver a San
Bias.
—Acaso vienen sobre ml?
—Justamente. El dia 25 ha salido de Guadalajara el señor brigadier Cruz con su division, con objeto de recobrar ci puerto de San
Bias.
—Bien esta; aqul le esperaremos.
Episodios !Isstóricos Mexicanos
54;
La conversación terminada, el indio Leonardo se retiró, quedando solos de nuevo el cura Mercado y el comandante de la plaza.
II
No paso mucho tiempo sin que ambos hubieran reanudado su
interrumpida conversaciOn.
—La generalidad de las gentes,—dijo Mercado,—dificilmente po
drán explicarse el mal ëxito de la mayor parte de nuestras batallas.
—Le encuentra usted explicación satisfactoria?
—Si, Sr. Romero, la tiene, y usted convendrá en ello conmigo.
—No deseo otra cosa.
—Si no la hubiese, no se podrIa comprender cOmo fué vencido y
dispersado un ejrcito de cien mil hombres, por otro de poco más
de cinco mil.
—Máxime habiendo podido disponer D. Miguel del fahuloso mimero de noventa y cinco piezas de artilleria situadas en una posición ventajOsa.
—En el nümero de cañones está precisamente el daño.
—No comprendo.
—Si, nuestras tropas carecen del competente nUmero de fusiles,
cuya falta trata de suplirse con honda, lanza y proyectiles de escaso 0 ningün efecto.
—En cambio, siempre hemos dispuesto de buena y abundante
artilleria.
—Convengo en lo abundante, pero no en lo buena.
—No se lo parece a usted la que procede de las fundiciones
reales?
—Si me lo parece, y lo es en efecto, pero ademAs de faltarnos
gente instruida que sepa manejarid, In rnezclamos con la que nosotros mismos fundimos, y hasta hoy nos ha salido de la más pesima clase. Nuestros cañones carecen adernás de cureñas, es necesario montarlos en carros mal construidos, y una vez colocados, es
imposible variar su punteria. Además, nuestras tropas se encastiHan detrás de las piezas, formando grandes masas que ofrecen un
blanco seguro al enemigo que en ellas hace un estrago horroroso,
ponindolas asi en precipitada fuga. Nuestros generales no saben
Las Norias de Bajdu
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mover sus apiñadas columnas, y ëstas, a su vez, sin idea de la disciplina, sin práctica militor. vienen a resultar, nosôlo inütiles, SiflO
perjudiciales en el momento de la hatalla. Los lefes españoles pueden, en cambio, multiplicar sus tropas, n-iovindolas segán estiman necesario y emplean su artillerla en lo que la artilleria debe
emplearse, esto es, en protegr los ataques de infantes y cahallos.
Nuestras tropas montadas no son menos dificiles de mover que las
de a pie, compuestas en su mayorIa de indios que podrán saber
rnorir pero no atacar iii defenderse.
El cura Mercado tenia sobrada razón en to que acabamos de oir•
Ic decir: los insurgentes fueron casi siernpre derrotados, porque
SUS generates atendlan màs al nimero que a la disciplina de sus
tropas: ci sistema de Calleja era enteramente ci contrario, y si bien
hubiera podido por medio de reclutamientos forzados aumentar en
todas ocasiones sus tropas. siempre dió la preferencia a la disciplina sobre ci niimero. Y no es que los soldados realistas fueran todos
prácticos en ci servicio militar: su ejërcito del Centro le formó con
gente que se le envió de las haciendas y pueblos vecinos a Sari
Luis: grandes dificultades tuvo para armarle, y tan escaso de municiones andaba, que en las seis horas que duró la acciOn, hubo de
consumirlas y verse precisado a servirse de las que tomó al enemigo. Si ci ejCrcito insurgente huhiera sabido aprovecharse de ]as
ventajas que a su favor militaron en ci campo de Calderón, quizás
los rcalistas habrian sido derrotados. El mismo Calleja lo dejó
asentado asi en La nota reservada que dirigió al virey ci mismo dia
de la acción: ci primer parrafo de esta nota dice lo siguiente:
uEn mis oticios de ayer y boy doy cuenta a V. E. de la acción
que sostuvieron las tropas de este ejército contra ci de Jos insurgentes, y hago de ella todo ci elogio quc merecen, atendido ci feiiz
resultado de la acción, ilevando por principio hacer format a ellas
mismas y a todo ci ejército, uña idea tan alta de su valor y disciplina, que no les quede esperanzas a nuestrós enemigos de lograr
jamas ventajas sobre un ejército tan valiente y aguerrido; pero dcbiendo hablar a V. E. con la ingenuidad inseparable de ml carácter, no puedo menos de rnanifestarle que estas tropas se componen
en to general de gente bisoña, poco ó nada imbulda en los principios del honor y entusiasmo militar, y que solo en fuerza de la
impericia, cobardla y desorden de los rebeldes ha podido presen69
ToMo 1
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Episodios Thstdricos Mexicanos
tarse en batalla del n-iodo que lo ha hecho en Las acciones antcriores, contiada siempre en que era poco ó nada to que arriesgaba;
pero ahora que ci enernigo, con mayores fuerzas y rnásexperiencia
ha opuesto mayor resistencia, le he visto titubear y a muchos cuer05 emprender una fuga precipitada, que habria comprometido el
honor de las armas, si no hubiese yo ocurrido con tanta prorititud
al paraje en que Se habian introducido el desaliento y ci desorden.
Por desgracia para el ejército insurgente, y por fortuna para ci
realista, la victoria se inciinó del lado de éste y mató el aliento que
habian infundido en la generalidad de ]as masas criollas ]as noticias que se tenIan del prodigioso crecimiento de una revoiución,
que en ci corto cspacio de cuatro meses habia iogrado extenderse
a casi la mitad del pals, ocupando pobiaciones v ricas provincias
que le brindaban inagotables tesoros para dar impulso a la
guerra.
Los pueblos y las ciudades más favorables a los independientes
comenzaron a temer que los realistas fueran invencibles y empezó
A indicarse una reacción que hahIa de traer funestas consecuencias
para la marcha y progreso del plan de independencia iniciado en
Dolores.
Los crueles atentados cometidos por lo que ci cura D. Miguel
Hidalgo habia de titular 4evil canaila, '> causaron un movinliento
general de horror, y comenzó a verse con desdén a gentes que
hulan ante las tropas y se ensañaban dando muerte cruel a judefensos prisioncros.
Viendo todos vencido a aquel poderoso ejército y en fuga a los
principales caudillos, nadie pensó más que en salvarse y contraer
méritos para con las tropas reales, y dió principio la serie de traiciones que hablan de costar la vida a los jefes insurgentes, sin cxceptuar al mismo D. Miguel Hidalgo.
Dc una de ellas iba a ser victima ci valeroso cura D. José Maria
Mercado, en los instantes en que comienza esta mi narración.
Despues de la toma de San Blas que dejo referida en ci episodio
titulado El Puente de Calderón, Mercado regresó a Tepic el 23 de
Diciembrc de i8io, y de alli remitió a Guadalajara sesenta prisioneros espaholes con orden de entregarlos a Hidalgo. Custodiábalos
el subintendente D. Juan José Zea, que con Mercado did en Ahualulco la voz de guerra al gobierno vireinal. En ci Cuisillo, lugar
Las Vorias de Bajthz
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distante más de veinte leguas de Guadalajara, Zen, a pretexto de
un oficio que dijo haber recihido de D. Miguel, hizo degollar a los
sesenta infelices españoles, entre ellos a D. Melchor Arantón, subdelegado de Tepic.
irritado con semejante crueldad, Mercado quiso por sf mismo
conferenciar con el generalisimo, y con tnl objeto saIió de Tepic
para Guadalajara, a principios de Enero de 181 i. El desastre de
Calderón Ic hizo volver a San Bias, deieni/ndose en el canton de
Mochitlilte, donde expidiO una proclama dirigida a levantar ci espIritu de los criollos en' favor de In independencia.
Al retirarse a San Bias dejó en In barranca de Maninaico una
muy regular porción de sus tropas a! mando de Zea y con catorce
cañones con orden de entretener cuanto fuese posible al brigadier
Cruz que a marchas forzadas se dirigla ala reconquista de San Bias.
Zea tomO posicion en Ins alturas que tan admirabiemente podlan
facilitarle In defensa del paso, y se preparó a acribillar a Cruz con
el fuego de su artiilez-Ia. El 3i de Enero Zea fué vigorosamente
atacado por ci teniente de navIo D. Bernardo Salas, pero al primer
encuentro, sus tropas le abandonarori declarándose en precipitada
fuga, dejando a Jos realistas ocho piezas de Ins catorce que debian
haberles impedido ci paso.
Bien ajenos del fracaso que sus armas acababan de sufrir y preparados a disputar In posición del puerto al brigadier Cruz, conversaban en una habitaciOn de la residencia de Mercado, éste, ci
comandante D. Joaquin Romero y ci capitan de artiilerIa D. Estéban Matemala. Eran como ]as ocho de la noche del 31 de Enero.
Dc pronto entrO en Ia habitación ci indio Leonardo.
Sorprendidos con tan brusca entrada, disponlanse a reprender al
indlo, cuando sin darles espacio, dIjoles éste:
— i A Ins armas, estamos perdidos, vendamos caras nuestras
vidas!
—Qué quieres decir?—preguntaron a la vez los tres contertuiios.
—Que los traidores son dueños de In poblaciOn.
—^Qu6 traidores?
—Acaban de venirme a avisar que ci cura de San Bias, D. Nicolas Santos VerdIn, tiene concertado con varios vecinos apoderarse
de Ins personas de sus mercedes, sorprendiéndolos a la media noche de boy.
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Episodios Hisiórios Mexicanos
—Pero con qué elementos cuenta?—preguntó Mercado con la
mayor serenidad y como si estuviese seguro de que aquel hombre
habia sido mat inforrnado.
—Con los cuerpos de marinerIa y maestranza del puerto, que
aun no han olvidado sus mañas realistas.
—Y bien,—observó Mercado levantándose y ciñendo reposadamente su espada a su cintura:—vamos, señores, a conjurar esta
tormenta: son poco más de las ocho, y la conjuración debe estaliar it media noche; disponemos de cuatro horas para hacerla
abortar.
..—Señor,—dijo el indio Leonardo,—no salgan ustedes.
—Por qué razón? con tal aviso quieres que nos estemos mano
sobre mano?
—Es que probablemenme la conjuración estallará antes de la media noche.
—Cómo to sabes?
—No to sé, to supongo.
—Pero en qué te fundas?
—En que me han informado de que la señal de reunion serik un
toque de campana y acabo de ver desde el corredor brillar un ins..
tame una luz en la tome de la parroquia.
Apenas acababa de hablar el indio Leonardo, cuando se dejó
escuchar en el sitencio de la noche y con sonido imponente para
aquellos hombres, el toque grave y lento de la campana mayor de
la iglesia.
Casi a la vez se escuchO algo como el ruido de una muchedunibre que avanzaba por las calies vecinas at alojamiento de Mercado,
quien dijo:
—Sefiores, ánimo y veamos en qué para esto.
—Padre Mercado,—dijo entonces ci indio Leonardo,—crdalo su
merced, estamos perdidos.
—Por qué?
—Porque it pesar de las sombras de la noche, distingo claramente una multitud tan grande, que pasan de doscientas las personas
que la forman.
—Y bien, eso qué imnporta, asi no se perderá ninguno de nuestros disparos.
—No ôbstante...
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Las Norias de Bajdn
—,Quë tienes que observar?
—Padre, perdóneme usted lo que voy a decir.
—Qué? concluye.
—Que se ponga en salvo su merced mientras nosotros entretenemos a los traidores.
—Nunca—exclainó Mercado con resoiución.
—Señor, hizole observar D. Joaquin Romero,—Leonardo tiene
razón.
— l Nunca!—re p itió el cura.
—Vea usted,—dijo a su vez el comandante de artilleria D. Estban Maternaia,—que resistir a esa gente es una temeridad y que si
usted perece a sus manos. la revolución habrá perdido uno de sus
más entusiastas jefes.
—Otros vendrán a ocupar mi puesto,—respondió Mercado.
—Sr. Mercado, usted tiene cierto prestigio en estos rurnbos, y
locura es no utilizarle como podria hacerlo saliendo de aqui.
—Pues hien, vengan ustedes conmigo y rnarcharé.
—Eso no es posible,—contestó Leonardo,—los traidores tienen
cercada la casa.
—Entonces yo tampoco puedo huir.
—Si, porque a la espalda de la casa hay un voladero que los conjurados no trataron de guardar sin duda.
—Pues vayámonos todos por dl.
—Perecerlamos todos.
—No comprendo entonces...
—Si: mientras los conjurados noten que nos defendemos, atacaran por la fachada principal; pero si VCfl que no se les opone resistencia, todos acudirán al voladero ó desde las mismas ventanas de
esta casa nos acribiiiarán a halazos antes quc hayamos podido
es cap a r.
La griterfa de los conspiradores era grande en aquellos momentos, y se trataba de derribar la puerta de la casa, dando en ella golpes furiosos.
Leonardo se asomó entonccs a una de las ventanas de la fachada
hizo ci primer disparo al que respondieron otros den: el comba
te siguió despuës sin interrupcion, tomando parte en dl ci cura
Mercado, sin que fuera posible corivencerie de la conveniencia de
su fuga.
I
'-
55o
-
Episodios His:dricos .tlexicanos
Al corto rato cayeron mortalmente heridos y espiraron en brazos
del cura, el valiente D. Joaquin Romero y ci fie) indlo Leonardo.
El comandante D. Estëban Maternala haba acudido a contener
S los que trataban de derribar Ia puerta. y cuando ésta vino al suelo, cayó en poder de los asaltantes y fué muerto.
Solo quedaba Mercado dispuesto a morir, sin retroceder. cuando
se escuchó Ia voz del cura Verdin que gritaba:
—No matdis a Mercado, colámosle vivo!
—Si: guardemosto para la horca.
El caudillo se horrorizó ante la idea de que quisiese hacrseie
burla y iudibrio del populacho, y cerrando todas las puertas y
atrancándolas como pudo, corrió a ]as ventanas que daban sobre
ci voladero, y haciendo la señal de la cruz se descolgó, sin detenerse a mirar ci abisino que debajo de ëi se abria.
Poco después se escuchO un grito de dolor y desesperaciOn, y
los conjurados quedaron dueños de toda la casa.
U
Recobrada del modo que acabo de referir la plaza de San Bias,
ci cura D. Jose Maria Verdin rindiO el siguiente pane de la contrarevolución:
aTiene este vecindario, y yo a su nombre, ci honor y la sat isfacción de poner en noticia de V. E. la generosa accidn que emprendió la noche del 3i de Enero prOximo pasado en obsequio de
su rey legitimo, por quien no es la primera que muestran su fidelidad:
Estos leales vasallos, noticiosos de que el cura del pueblo de
Ahualulco, D. José Maria Mercado, que fué nombrado comandartte general de las tropas de Hidalgo, regresO a este pueblo desde el
sitio de Barrancas con el fin de hacerse fuerte en él y tratar deuna
obstinada defensa, y caso de desconfiar, embaroarse en los buqies
del rey; se convocaron con reserva para apresar a media noche al
mencionado cura, al cornandante puesto aqui por ël, D. Joaquin
: i
55
Las Norias de J3ajdn
arriflerla, como cabzas principales en este suelo del partido de La
jj-i surrección, é igualmente a sus farnilias y a las cornpañIas de indios
que se hallahan de guarnicióri; pero como a pesar de La reserva con
que trataban de sorprenderlos lo liegaron a descubrir, se apresuró
la acción y les fué indispensable poncria en obra entre las ocho y
nueve de la noche, haciendo a seha
con tres campanadas, a las que acujQ
a los cuarteles y casas de los
• cabezas mencionados, con ci fin de
verificar su aprehcrisión sin maitra.._.;•\
•
tar a sus personas; pero habiéndose
• rompido el fuego en la casa de D. Joaquin Romero por dl y ci centinela, se
procedió lo mismo por nuestra gente,
rnantenlLndose aigun rato, a causa de
que
ci citado RomcrQ estuvo a puerta
/
cerrada manteniéndolo por una yen•
j' tana con varias armas de fuego que
tenia cai-gadas, hasta que fuë muerto
a balazos y se concluyo la re)erta, haarte
rtarcic Romero,
ban I1atemala y ci indxo centincia, y
de La nuestra el rondin Ignacio Juá'
rez, y buzo Bernardo Caspio, y saliet
ron heridos cuatro individuos de la
J-
•
4•
marineria.
),Al padre D Jost',Maria Mercado
se halo al sguicnte dia en La profun.,...
34't
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..e hallo at signiente dia...
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552
Episodios J-iistóricos Alexicanos
didad de un voladero contiguo a las casas del comandante y
ministros del Apostadero, quien desde luego experimentóesta desgracia par hacer fuga. Sepultados sus caddveres en ci mismo dfa,
no ha ocurrido novedad que perturbe el sosiego de este páblico, y
se mantiene con la correspondiente vigilancia y orden debido,
consultándome sus disposiciones y apresando las partidas que sucesivarnente han ido liegando de sus Iropas, convoyando su equipaje, pólvora, granadas y otros pertrechos. todo con el tin de lograr
su laudable deseo, que es y ha sido tener este puerto a ]as disposi
ciones del legitimo gobierno: lo que participo a V. S. para su juteligencia y que se sirva elevarlo al superior conocimiento de S. E. 6
para que V. S. dicte las providencias que tenga por convenientes.
de las que por mi conducto quedara enteridido este vecindario y
me prometo las cumplirá exactamente en obsequio del legitim&
soberano y del mejor servicio: en ci concepto de que en estas crIticas circunstancias se halla esta plaza sin jefe alguno en los distin..
tos ramos ó atenciones respectivas a comandancia de marina,
ministerio de Ia misma y real hacienda, juzgado real, administración de salinas y de reales rentas, etc., y en el de que nos haliamos
con la porción de reos que se han apresado, entre ellos, D. José
Mercado, padre del eclesiástico difunto; D. José Antonio Perez,
los coroneles D. Manuel José Góniez y Pablo Covarruhias, ci
guardia de corps D. Pedro del Castillo y otros eclesiásticos de los
mismos honores, sin cárcel competente y con Jo que se duplica ci
trabajo y fatiga de los guardias, y ha obligado a tomarse el arbitri
por ahora de pasar a bordo de la fragata Princesa ciento veinticuaira indios prisioneros que formaban dos ó tres compañIas de guarnicion.
sEs cuanto por ahora puedo comunicar a V. S., añadiendo que
aun no puede darse la entera noticia de los intereses que tenfan en
su poder, adquiridos del saqueo y secuestro de bienes de los europeos, hasta hacer un formal reconocimiento, que lo ha inipedido
Ia primera importante atención, lo que oportunamente comunicaré
áV.S.
'iDiosguardeaV. S. muchosafios. San BIas, 3 de Febrero ie I
DLdo. Nicolcic
Scflor comandante general de las tropas del Rey.
I
. I jM •1
Las Norias de Bajan
553
El brigadier Cruz contestó ci dIa 4 desde Ixtlán al anterior oftdo, agradeciendo a nombre del rey ci servicio prestado por el yecindario de San Bias, y recomendando a Verdin tomase cuantas
disposiciones creyera oportunas para la seguridad de los presos y
custodia de los efectos aprehendidos, mientras Ilegaban las fuerzas
enviadas a San Bias, en el que deberlan encoritrarse el 9 6 10 de
Febrero.
Al tenerse noticia en Tepic de la contrarevolución de San Bias,
ci Dr. Véiez predicó Un sermon contra los independientes, produciendo tal efecto, que la-gente joven se arrojó sobre Los jefes y los
aprehendiO al grito de 1 viva Fernando VII! cayendo en su poder
D. Juan Jose Zea que regresaba a Tepic después de haber sido derrotado en las Barrancas.
El dIa 8 entrd ci brigadier Cruz en Tepic, siendo recibido con
las mayores demostraciones de entusiasmo, en las cuales tomaron
parte aun las señoras, que salieron a esperarle lievando coronas de
ramas y fibres en las manos.
Tres dias permaneció Cruz en Tepic, tomando disposiciones para
el mejor arreglo de esa administración y castigando a los rebeldes:
en vjrtud de estas medidas fué ahorcado ci subintendente Zea y
suspendido su cadaver de un árbol, a la entrada del pueblo.
El dIa 12 hizo su entrada triunfarite en San Bias ci jefe espanol;
ci pueblo estaba completamente iluminado y adornado, a pesar de
no haber avisado la hora de su liegada, que fu a las nueve y media
de la noche. El 0 paso al arsenal a efectuar un reconocimiento y
procediO a la formación de cinco compaMas de voluntarios a quienes dejO libre La elección de sus jefes: señalO pensiones a las viudas
de los muertos en ci ataque a la casa de Mercado y mandó ahorcar
ci dia 14 al padre del caudillo, que por disposiciOn de su hijo habla
ejercido un mando miiitar y estuvo encargado de apreherider españoles y del embargo de sus bienes.
El mismo dIa saliO Cruz de San Bias para Tepic a donde llegO a
las diez y media de la noche, y aliI permaneciO ci 15 y 16 ocupado
en atenciones del servicio.
AsI terminó La breve campafta del cura de Ahualuico D. José
Maria Mercado en Tepic y San Bias, siendo vIctima de la traición
de aquellos pueblos a los cuales ningün dafto hizo y si procuth
hacerlos independientes y libres.
ToMo I
70
I
534
Episodios Históricos Mexica;ios
Iv
Indolentemente reclinada sobre un canapéy jugueteando Coil ur
precioso abanico primorosamente trabajado en marlil, hallábase en
los mornentos en que nos introducirnos a su habitación una hermosa mujer no desconocida para mis lectores.
Un hombre, joven también, sentado a una mesa en que ardla en
un candelero de plata una vela de cera, leIa varias cartas que ci
parecer atralan en extremo su atenciOn.
—Y bien, Joaquin,—dijo de pronto la dama,—tienes ye todas.
las noticias que esperahas hallar en esas cartas?
—No todas, Remedios mIa; pero, en fin, necesario será conformarse con ellas, ó esperar resignadamente otras.
—Crées uS que estard en Guadalajara?
—Posible es que flO, si como puede suponerse, ha adquirido ya
y a su vez noticias de la residencia probable de Guadalupe.
—Pero si de nuestro asunto no, de qué te hablan en esas inter-.
minables cartas?
—De qué han de hablarme sino del estado de la guerra?
—Se confirma la muerte del cure Mercado?
—Ohl de un modo positivo.
—Pobre hombre! corta fué su campaña.
—Anda, qua no faltarán quienes la prosigan, haciendo brotar por
todas partes la chispa revolucionaria. Bien es verdad que segOrt
parece todos los revolucionarios caminan con mala fortuna. Ahi
tienes, sin ir más leos, a José Gonzalez Hermosillo que parece que
ha perdido en un dia toda la provincia de Sinaloa.
—Ha sido derrotado segcin eso por Garcia Conde?
—Pero por compicto.
—Cuenta, Joaquin, cuenta.
—Dueño casi de la mitad de la provincia y sin más enemigo que
el ejército reunido por el coronel Viilaescusa en San Ignacio, salió
del Rosario el 25 de Diciembre: en Cocolotan paso revista a sus
tropas y hailó tener cuatro mil infantes y cast quinientos caballos:
una tercera parte de sus hombres posea regulares armas de fuego,
otra tercera lanzas y ci resto hondas, flechas y palos: contaba además con seis cañones. El 7 del actual Febrero se presentó frente a
F
Las Norias de I3ajdn 555
San Ignacio, del cual sóIo le separaba el rio de Piaxtla. Sabedor de
que Villaescusa solo podia disponer de cuatrocientos hombres,
durmió tranquilarnente aquella noche después de haber dispuesto el
ataque para La mañana siguiente. Durante su suefto el brigadier
D. Alejo Garcia Conde, avisado del peligro que Villaescusa corria,
entró sin ser notado por Hermosillo, en San Ignacio, viniendo del
pueblo de Elota, distante diez leguas del amenazado por los insurgentes. Garcia Conde llevó, pues, a Villaescusa un refuerzo de seiscientos hombres y cinco piezas de artillerIa. Apenas arnaneciO,
Hermosillo dividió su ejército en tres columnas, con ánimo de
envolver a la población atacándola por derecha, izquierda y frente:
contenidas las de la derecha y frente por el fuego de la artillerla
diestramente colocada sobre una eminencia, solo pudo avanzar la
de la izquierda, que tan segura del éxito marchaba, que llegó poco
rnenos que en formación a las primeras casas del pueblo. Entonces
fué cuando Hermosillo sintió derrumbarse todas sus combinacioneS
al ver a Garcia Conde que al frente de sus tropas apareciO como
brotando de los zarzales en que las habla tenido ocultas a entrambos lados del camino. En pocos instantes las fuerzas insurgentes se
vieron atacadas vigorosamente por un enemigo cuyo nOmero no
podIan calcular, y el resultado de la sorpresa fué tal, que Garcia
Conde quedo completamente victorioso y dueño del campo, pertrechos, municiones, carros y hasta equipajes de los independientes.
—Puede haber desgracia mayor que la que tienen esos hombres?
—exciamO Remedios que habIa oIdo con vivo interés la relaciOn.
—Garcia Conde dejó con su triunfo libres de insurgentes los
partidos de San Ignacio Piaxtia, Copala, Maloya, Mazatlán y el
Rosario, toda la provincia, en fin, de Sonora y Sinaloa.
—Y qué hizo Hermosillo con las tropas que le quedaron?
—jQué tropas habIan de quedarle!
—Explicate.
—Publicado por Garcia Conde ci bando de indulto, que es La
continuaciOn de todo triurifo realista, se acogierorl a éi casi todos
los dispersos y hasta el mismo D. José Antonio LOpez, segundo de
Hermosillo.
—Y qué dicen de Guadalajara y de Calleja? No se ha dado gusto en fusilar a diestro y siniestro como tiene de fama?
556
Episodios Histórios Mexicanos
—Parece que en esta acción ha sido menos pródigo en ello.
—Pero algunas ejecuciones ha habido?
—Si: ci t i de Febrero hizo fusilar diez prisioneros hechos en
Caiderón.
—Se sabe el nombre de alguno?
—Si: el de un norte-americano liarnado Simon Fletcher.
—01 hablar de 61 en Mexico, donde se presentó al virey ofreciándosele como muy práctico en asuntos de rnaestranza.
—Justamente fud director de Ia maestranza de D. Miguel, quien
Ic distinguiO con ci empleo de capitán de artillerfa.
—,Eso fué su delito?
—Algo influyO; pero ci principal, segun me escriben, fué el de
haber sido comandante de una baterIa en la batalla de CalderOn.
- Pobre hombre!
—Más despertarfa tu compasión si resuitase cierto lo que segün
esta carta se decla en Guadalajara.
—ZQud cosa?
—Que tal era el deseo de Calleja de fusilar a algün individuo de
aquella naciOn que tantos fihibusteros ha cornenzado a enviarnos,
que le hizo sacar del hospital en que se hallaba enfermo, para fusilarle.
—QuiCn puede saber lo que haya de cierto en eso: lo mismo de
los independientes que de los realistas, se refieren tantas especies
embusteras, que es in-iposible distinguir lo falso de lo real.
—Es cierto.
—( Ha salido verdad lo del nombramiento del brigadier Cruz?
—Y tanto que si, el virey le ha designado para presidente de la
Audiencia de Guadalajara.
—Pero aun no habrá tornado posesión.
—No, y segtn me dicen, Calleja saldrá de la ciudad sin aguardar a que la tome.
—(Tanta prisa Ic corre?
—Quiere dirigirse a San Luis para observar desde alli mas de
cerca a los insurgentes.
—La verdad es que se toma siempre muy regulares descansos.
—El que en Guadalajara se ha tornado se le han impuesco las
circunstancias.
Las Norias de Bajan
557
—Qué Circuflstaflcjas?
—Aquellas en que se encontra ban sus tropas: ha necesitado hacer
casi de nuevo ]as cureñas de
caones, y reponer su caballerla,
sumamente maltratada por sus continuas y largas marchas.
—No sé por qué ha Ilegado a figurarseme que Caileja no tiene
mucha confianza en sus tropas.
—AsI es en efecto.
—Tá tambjeri lo crees?
—Y con sobrado fundamento
—Cuál es?
—En Aguascalientes sufrió alguna deserción y otro tanto le ha
sucedido en cuantos parajes ha tocado con los naturales de aquelbs rumbos.
—En la batalla de Calderón parece que algunos cuerpos realistas
trataron de emprender la fuga.
—Además, ha de scubierco que alguno de sus soidados han recurrido a entregarse a todo género de excesos, con el fin de contraer
enferrnedades que los eximan del servicio.
—Malos sintomas son estos.
—Peor que malos, y 'tanto, que me consta que ha escrito al virey diciéndoie: ,No puedo menos de decir a V. E., para que be
sirva de gobierno, que no advierto en mis tropas aquel aliento que
da la victoria, v que ya sea por ci cansancio de tan continuadas
marchas, ó porque han empezado a experimentar alguna pérdida
de genie que no se p r ometlan, las veo poco inclinadas a emprender
nuevos ataques que puedan series más cOstOsos.D
—Pero en qué pueden consistir esas pérdidas? No dice Calleja
en todos sus panes que nadie muere de los suyos?
—Lo dice, pero no es esa la verdad.
—Ni quien lo dude. Inexpertos son ciertamente los insurgentes
en ci arte de Ia guerra; pero de esto a no saber siquiera matar enemigos, juzgo que hay gran distancia.
—Lo positivo es que solo a la columna de granaderos le faltaron
en Guadalajara treescientas plazas, y asi en proporción a los demás cuerpos.
—Y cOmo explica esto Caileja?
—Dc un modo muy curioso.
558
Episodios Hi.sloricos i1cxica;Ios
—En carta particular ha dkho a Cruz que ]as muleres v el calor
le acababan Is tropa.
Remedios soltó una franca carcajada al escuchar estas palabras.
—Calleja solo atiende a halagar y tener contentos a sus suhalternos, y de aqul proviene que hays dado a sus tropas un ejemplo
de irnpunidad que quizas en lode adelante hays detraerle funestas
COnsecuencias.
—Vas a referirte al coronel del regimiento de dragones de San
Carlos?
—Justamente: al separarle del mando lo ha hecho con ci pretexto
de dejarle al cuidacto de los enfermos, cuando en su comunicación
at vircy le dice hoberlo hecho ((por Is pobre opiniOn que obligó a
formar de su espiritu, la conducts que observO al frente del enemigo en Is acción de CalderOn, siendo causa de que su regimiento
retrocediese por dos veces y empezase a huir siguiendo el ejemplo
de su coronel y poniendo en desorden a los demás.n
Al Ilegar nuestros personajes a este punto de su conversación,
oyéronse dos golpes dados en Is puerta de Is estancia en que se
hallaban.
—Ade1ante!---dijo Remedios dejando de continuar reclinada en
ci canape y arreglando sus vestidos de rnodo quc quedasen cubiertos sus pequeños y deliciosos pies caizados con un undo zapato
bajo de raso carmesi.
Apenas diO su permiso, Is puerta se abrió dando paso a otro joyen en traje de camino.
—T(i aquf, mi buen Anastasio!—exclamó ci caballero extendiendo sus brazos al recién venido, que se arrojO en ellos con efusiOn,
separándose después para presentar sus homenajes a Is hermosisima dams que ha ligurado en ci dialogo anterior.
V
Quien hubiera conocido a Ochoa en aquellos dias en quc enamorado de Is hermosa Guadalupe se lamentaba en dulces versos
de desdenes y frialdades que a6n crela poder conjurar, difIcilmente
habria podido iniaginarse que fuera ci mismo joven que acababa
de entrar en Is habitaciOn de Remedios.
Las Norias de Bajdn
55
Tal cambio habiase operado en su dernacrada tisonomia.
—A qu6 debemos el gusto de voiver a verte, ml querido Anastasio?
—A ml desgracia, mi buen Joaquin, mi bella amiga Remedios.
—;Cómo asi?—exciamó ësta.
—Si, mis pesquisas para encontrar a Guadalupe ban sido hasta
boy infructuosas.
—De dOnde vienes ahora?
—De Zacatecas, que dejo en poder del comandante realista, mi
primo D. Jose Manuel de Ochoa.
—Cómo ha estado esa reconquista de Zacatecas?
—Más imponente de lo que ustedes pueden ligurarse.
—Cuenta, ml buen Anastasio.
—Si, querido amigo, cuente usted sin temor de fastidiarme, pues
en nuestros dias casi no hay conversación interesante si no versa
sobre los sucesos que tienen conmovida la Nueva España.
—El inismo dia :6 del actual Febrero, en que ci comandante
Ochoa Ilego it las cercanias de la ciudad en virtud de una orden del
intendente de Durango, me reuni yo con el ejército z-ealista en Ia
hacienda del Maguey. A las seis y media de la tarde avanzó La pe.
queña division compuesta de seiscientos hombres de caballeria y
ircscientos indios armados de flechas. Marchaba adelante formando
un cuerpo por separado, toda la infanteria: seguia el comandante
con sus batidores y guardia de prevención, acompañado de algunos
de Los sacerdotes que andan con ci ejército y de dos religiosos que
ci ayuntamiento de Zacatecas envió a nuestro campo a hacer proposiciones de arreglo: ci comandante, teniéndolos por espias, no
les permitiO regresar a Zacatecas y los conservó it su lado con las
mayores consideraciones: marchaba detrás la vanguardia compuesta de tres compaIiIas veteranas, detrás la artillerIa y por tiltimo la
reserva. La caballeria formaba a su vez otro cuerpo por separado
al mando del cura de Santa Cruz, que más nació para soldado que
para sacerdote.
—Buenas cosas estamos viendo en esta guerra. Perdona la interrupciOn y continua.
—A las ocho y media de la noche del :6 estaban coronadas con
ochenta Tarumares cada una de las alturas del Grillo y de La Bufa,
y lo restante del ercito sobre la Quebradilla, esperando ilegase
56o
Episodios Históricos Mexicanos
la hora designada para el asalto. A las cuatro y media de La madru-.
gada bajó con tres compafiias de su division, dos de caballerla y
una de Tarumares, el cura de Santa Cruz D. José Francisco Alvarez,
a tomar dos baterIas que tenlan colocadas los insurgentes, una de
tres cauiones de grueso calibre, en la plaza de la AlhOndiga; y otra
de cinco pedrei-os en la Plaza Real. Las tomO en efecto, suf-iendo una positiva liuvia de balas y recurriendo a una ingeniosa estratagema.
—Cuál fue esa estratagema?
—Siendo poca su gente para tomar tan ventajosa posicion, se le
ocurrió, a favor de las tinieblas de la noche, aparentar que segufan.
Ic grandes fuerzas, e hizo cerrar algunas bocacalles con filas de diez
hombres, a fin de hacer creer al enernigo, como asI lo creyó, quc
eran cabezas de grandes columnas. Esto no obstante, Alvarez se
vio cogido entre cuatro fuegos que a la vez le hacian desde las Calies y azoteas. El fuego graneado de sus tropas arredrO a la multitud y pudo contenerla en ci atrio de la parroquia, hasta que llego a
aquel punto la columna del centro que se habIa retardado algo
para no desamparar la artilierla que caminaba con rnucha lentitud,
por las dificultades del terreno y la ignorancia en que estaba de ]as
calles. Restablecido el orden en la cabeza de Ia columna, con tal
Impetu avanzaron los realistas, que en pocos minutos Ilegaron a la
plaza mayor, donde se colocO la artillerfa. Serian las siete de
mañana del dia 17 cuando comenzó a serenarse la borrasca, dingiéndose a Guadalupe con dos compafiIas de su inando el cura
Alvarez, con ci fin de apoderarse de la caballada de los insurgentes: nada encontró alil por haber abandonado el punto ci
enem igo.
—Pero, en fin, que ha sido de los jefes insurgentes?
—Cuando la batalla estaba en el mayor calor y la con fusion era
literalmente infernal, el comandante Ochoa recibió aviso de que
Allende y Aldama estaban escorididos en una casa que se le designO, con grandes pertrechos y fuertes sumas: ci aviso lo dió ci padre Pitaluga, prisionero de los insurgentes. Ochoa marchO inmediatamente al punto que se le marco y al frente de cien hombres,
hizo derribar la puerta de la casa, la registró minuciosamente, pero
Allende y Aldama no fueron habidos.
—Pero continuaron el ataque y la defensa?
Las Norias de Bajdn
561
—Desde aquel instante casi sin importancia alguna, y a ]as diez
y media de Ia maFiana hubo de rendirse la ciudad. En medic, de las
aclamaciones y de los repiques, el comandante llcgo a la plaza, sin
apearse del caballo recibió las felicitaciones de los distintos cuer-
05 y
puso en libertad a todos los soldados prisioneros durante la
accion, y excuso decir a qué extremo de alegria se entregaron
aquellos infelices. El cura del Fresnillo subió a un balcón é improvisó un discurso, después del cual ci Lic. Gandarilia leyó ci bando
de induito que produjo todo ci apetecido efecto.
—No cayó en poder de Ochoa ningün jefe importante?
—Ninguno; pero si dos de los principales agitadores de la multitud.
—Quienes?
—El padre D. Ignacio Pro, y ci prior de San Juan de Dios:
el comandante tomó ciento treinta frascos de metralia, muchas
arrobas de ésta y gran cantidad de otras municiones y pertrech os.
_y qué otras noticias traes de otros rumbos?
—Que Muñiz ha sido completamente derrotado en Tacárnbaro
por ci comandante D. Felipe Robledo, ci 14 del actual.
—Pero tampoco habrá caido en poder de los realistas?
—No, no cayó: todos ellos son un prodigio en los momentos de
la fuga.
—Y dónde se encuentra?
—Se dice quc se retiró a la tierra caliente, donde se ha rebecho
y levantado nuevas tropas.
—Y nada de dar con Guadalupe?
—Nada.
—Ni con ci capitán Garcia Alonso?
—Tarnpoco.
—;Cuánto tiempo permanccerás aquI?
—Ninguno.
—Cómo! piensa usted dejarnos?
—Si, mi buena Remedios,esta misma noche vuelvo a emprender mi camino.
—Hacia qué rumbo?
—Yo mismo no lo sé, pero no quiero detenerme: asI, pues, mi
querido Joaquin, bellisima Remedios, dentro de un par de ho-
ToMo 1
71
562
Episodios Hit6rios Mexicanos
ras dejar a ustedes con Dios esperando que a ml me acompahe..
Anastasio partió pasadas dos horas, sin que pudieran hacerle Variar de determinación las sUplicas y palabras de sus amigos.
VI
Unidos aquellos dos hombres por estrechos vinculos de amistad,
el que se quedaba no pudo ver alejarse at que se iba sin que las lágrimas acudiesen a sus ojos.
—Mucho le quieres,—observo Remedios volviendo a tomar la
misma voluptuosa postura en que La sorprendirnos at principio del
capitulo IV de esta historia.
—Mucho, mi idolatrada Remedios; pero este cariño en nada
puede perjudicar a la inrnensidad del que a ti te consagro.
—Puedes jurarlo?
—Puedes acaso tü ponerlo en duda?
—Joaquin, todo to temo de ti, y quizás, quizás...
—Concluye!
—Crees tCi amarme verdaderan-jente?
— 1 Extraña pregunta! lCuándo he dejado de amarte, ni aun en el
largo espacio de tiempo en que te han tenido alejada de ml sucesos
que no desco profundizar, por no sentir hacerse pedazos mi corazón?
—Lo y es, Joaquin? Apenas puedes disfrazar la violencia de los
sentimientos que pretendes ocultarme.
—Y esto te incomoda?
—Si, Joaquin, si, me incomoda.
— 1 Remedios mIa!
—En cuanto yo he podido verme libre del hombre que me
arrancó casi de tus brazos en los instantes enque Ibamos a casarnos, he volado hacia ti como paloma que vuelve a su nido. Yo te
he descubicrto toda la verdad y IC he pedido, no que me hagas tu
esposa, pues no creo deberlo set, sino tu amistad y tu brazo para
tomar venganza del ultraje.
—A qu renuevas la horrorosa herida, idolatrada mujer, la más
hermosa de cuantas han coritempladomis ojos!
Las Norias de flajd;i
563
—Porque veo que el amor ha comenzado a enervar tus fuerzas
sabes que vigorosas como siempre las neCesito.
—Y las tendrás, las tendrás cuando lo mandes.
—Temo quc 8sf no sea y por eso procuro despertarte de tu
sueho.
—Es tanto, tan duke para ml!
- Puedes jetarlo?
—Hice rnal en no mantenerme en mi propóSit
—Cuál, Remedios mIa?
—El de no permitirte hablarme de otra cosa que de amistad.
—Ahl no, no hiciste mal: yo jamás dejd de amarte Y no pudiera
haberte hablado nunca de pasión que no fueSe la del amor. Bien
mi alma con ci
poco me has concedido. Cuando sentI inundar se
que
Bun estoy disinefable placer de volver a verte te ofreci. 10
e
puesto a cumplir, hacerte mi esposa sin arredrarm ante la idea de
que otro hombre te hubiera hecho suya. To, por un exceso de
cruel delicadeza, no quisiste aceptar y procurast e convertir en ami-
Episodios 1-list6ricos Mexicanos
564
go a! amante. Yo te amo de tal modo, que con solo tu arnistad ha-.
brianie dado por contento por tal de que no me negaras la dicha
inestimable de verte y hablarte. Obtenida esta gracia pronto llego
A hacérseme insufrible el suplicio que me impusiste de no decirte
que <gte aniofl con ilimitado frenesl. Te juré que serIas sagrada para
ml, hasta tanto que convencida de mi sinceridad. consintieras en
aceptar mi mano, que te ofrezco con ci mismo entusiasnio boy que
el primer dIa que te conoci, y tQ consentiste en permitir que mis
labios fuesen el crater del amoroso volcán que consume mi corazón. Desde entonces no me he separado de ti, y tan fiel me he conservado a mi promesa, que me asombro de esta energIa con que he
podido rcsistir a la seducción que sobre ml ejerces.
—Yo lo agradezco, Joaquin, y quiera Dios que algtTh dia pueda
premiarlo.
—Y por qué todavia no?
—No es tiempo.
—No es tiempo! idesgraciado de ml!
—No, Joaquin, no te dejes avasallar por tu pasión.
—Eso es, pIdeme un imposible.
—Joaquin, la mujer que estuvo destinada para tu esposa, n
puede ser tu querida.
—No pretendo yo tal, sino que seas mi esposa.
—No puedo serb.
—( Por qué Si lo quiero y acepto yo?
—Porque algun dla, y pasados los primeros instantes de tu entusiasmo arnoroso, podrás volver Ia vista atrás y aborrecerme tanto como ahora dices amarme.
—Oh! no, inunca!
—Si, Joaquin, si: tu no puedes ver las cosas con la calnia que y
las veO.
—Es que arno con potencia sin igual.
—AsI lo quiero yo.
—Con qué objeto?
—Con el de buscar en ti la reacción consiguiente a todo sentimiento violento.
—Luego deseas que yo no te ame?
—Quizas d._Siera decir que sI.
—jRemediosl
Las Norias de Bajdn
565
—No tomes a znal mi declaración. Cuaiquicra quc sea el sentimiento que por ti abrigue mi corazón, no deho dártele a conocer
hasta haber apreciado ci tuyo en todo su valor. Yo, que he venido
a ti atralda por irresistible impuIo, arno, sobre todas las cosas, a
ml misma. Tu dcsprecio o tu desdén me irritarian no contra ii sinG
contra ml propia: porque si en ti pudieran ser entrambos lOgicos
y naturales, en nil sera imperdonabic ci habrmelos yo misma
buscado. DifIcil es que yo pueda huir de semejante peligro;
pero eso me impele a hacer cuanto en mi poder esW para evitarlo.
Ah! Remedios, LU frlo raciocinio me destroza ci alma.
—En ól están tanto tu salvación como la mia.
—No Jo comprendo en verdad.
—Si, Joaquin; si tu pasión estuviera destinada algcin dia a morir, casado corimigo la vida te serla insoportahie, pues no podrIas
romper lazos de que quizás Ilegases a avergonzarte.
—Solo parece, Remedios, que quieres hacerme creer que desconoces tu propia valla, los méritos y cualidades que tienes para hacerte adorable.
—jAy, amigo mb! nada tan frágil y poco permanente como esa
valba, méritos y cualidades de la mujer.
—Qué quieres decir, Remedios mIa?
—Que hay una cosa más grande que eso.
—Cuál?
—La inconstancia del hombre. Mucho habéis hablado, niuchas
censuras ha merecido la coqueterla de la mujer, y babéis pretendido nombrarnos nombrando a la fragilidad y a Ia mentira; pero de
quidn si no es de vosotros hemos aprendido nuestros defectos?
Que mujer puede lisonjearse de haber recibido puro y Iirnpio de
otras caricias, ci amor del hombre que Ia hace su esposa? Dc vuestros labios salen las galanterIas unto más fáciles y seductoras
cuanto más pervcrtidos fuisteis, y cuando nos iiacis guardadoras
de Jo que Ilamáis vuestro honor y no es otra cosa que vuestro
egoismo, Jo hacéis porque en nosotras dcscubrls aigo que no descubristeis en otras victimas que despreciasteis después de seducirlas, y tan poco escrupulosos sois en este punto, que dcsentendiéiidoos de la parte espiritual del arnor, compráis a las jornaleras del
vicio unos niomentos de brutal satisfacciOn, sin que os repugne
566
Episodios Hisfáricos Mexicanos
unir vuestros labios a los lahios miserahies que acaban de ajustarcon vosotros ci prccio del beso que les dais.
—,Remedios, crueles palabras empleas!
—Las que son del caso, Joaquin; pero asi sois los hombres, os
lastiman ]as recriminaciones y no os lastima ci crimen, si ci crimen es vuestro.
—Dejemos, pot el cielo, semejate conversación.
—No, no Is dejemos: Is herida que en el alma ilevo es de aque..
has que nunca se cicatrizan.
—Oh!
—TO crees amarme en estos momentos y es preciso que yo pue
da crcerlo también antes de decidirme ó no a corresponderte. No
quiero set una de tantas esposas victimas. como los hombres ha-.
cis: no prctendo yo que Is mujer halle en ci hombre con ci cual
se casa un amonte inverosfmil, pero si un caballero que no Ia pon.
ga en ridIculo cnamorando a sus espaldas, a sus amigas o a sus
sirvienras. No exijo un eterno amor, pero si mcrecer a mi esposo
algunas consideraciones, más que )as quc pudiera merecerle Un
ama de Haves, una patrons de casa de huéspedes, una solicits cuidora de sus hijos.
—Tu frio raciocinio me asesina.
—Repito que considero indispensable hacerle. No abrigo ilusiones sobre eso que tt ilamaste valla, méritos y cualidades de Is mujer: elios por si solos nada valen, porque nada es mds pasajero que
Is belleza 6 In juvcntud en que se fundan: porque no hay valla, ni
méritos, ni cualidades en ha mujer propia, si ci marido no es. lo
repito, un caballero, no para con la sociedad, sino pars con su esposa. La mujer que no tiene en su marido un caballero, 6 se entrega at vicio de que se Ic dan ejemplos, ó vive mártir: conviértese en
el primer caso en un sér ahyecto y despreciable; en ci segundo,
pars Ins personas honradas, en objeto de una cornpasion que hiere
y ofende; pars Ia generahidad de Ins gentes, en hianco de sangrientas murmuraciones 6 de cruel ridIculo.
—Y acaso puedes tü temer de ml porvenir semejante?
—Quizas no, quizás si; pero en todo caso a ml me corresponde
apreciarlo.
—No to niego.
—Yo he sido victims de un crimea al cual cooperé con ci eceso
Las Norias de Bajdii
567
de mi credulidad, y puedo, por lo tanto, pretender menos que
cualquiera otra mujer esa felicidad tranquila de los buenos mainmonios: debo por eso mismo hacer gala de mayor cautela.
—Eso que llamas crimen no fué más que un bárbaro atropello.
—jI.S verdad!
—Atropeilo de que yo te vengaré.
—Eso, eso es lo que yo necesito; por eso te busque en cuanto
me fué dable: yo podré no tener derecho a tu amor, pero si a que
me vengueS.
— 1 Y lo hare!
—Lo creo, Joaquin, lo creo.
—,Pero quiën es ci vii cuyo nombre me ocuitas con enojosa reserva?
—A su tiempo lo sabrás, me has jurado no insistir sobre este
Pu n to.
—Es verdad; pero mientras ese hombre viva, tt no accederás a
ser mi esposa.
—Cierto: tu sinceridad me exige este sacnil-icio.
—Sacriticio, dices? Luego me amas como yo necesito que me
ames?
—Si, Joaquin, te amo con todo mi corazón.
El joven se postró a las plantas de Remedios, y cubnió de besos
los pies de aquella mujer que tanto idolatraha.
VII
Eran muchos los dias que hobIan pasado despues de aquel en
que tuvo lugar la conversación referida en los anteniores capItulos.
Joaquin y Remedios coritinuaban con decidido empeño en persecución del hombre de cuya muerte pendla la satisfacción de sus
venganzas y acaso su felicidad.
Para ello les habia sidó preciso caminar durante largas jornadas
por una buena pane del extenso teatro de aquella guerra, sufriendo indecibles fatigas y arrostrando inmensos peligros.
Muchas veces hubieron de hacer noche en mitad de la ilanura,
sin más defensa contra ]as inclemencias del cielo que las que ellos
569
Episodios Hisfóricos Mexicanos
mismos habian podido proporcionarse en un pars en que ciertamente no ahundaban las comodidades por aquel entonces.
Ocupáhanse en una de aquellas noches en disponer lo preciso
pars pasarla lo rneor posihie, a y udados por sus sirvientes, cuando
hacia ellos vieron venir un numeroso grupo de personas que hubo
de ponerles en alUn cuidado.
Afortunadamente no habIa causa alguna de temor ni sobresalto.
Aquel grupo de genies conducia en una especie de lecho ambulante, i un hombre convaleciente de horribles heridas que le habian tenido algo más que a Ins puertas de Is muerte.
Habiéndosc dado a conocer unos y otros viajeros, se determinó
pasar Is noche reunidos, y al efecto se irnprovisó una especie de
tienda de campaña bajo Is cual pudieron abrigarse, no i-nuy incomodan-ientc, el convaleciente herido, algunas de las personas de su
squito y nuestros dos jóvenes amantes.
Durante la cena, que tampoco fué mala, unos y otros fuéronse
descubriendo sus aventuras, y de tal modo parecieron interesantes
las del herido. que se Ic suplicó las refiriera por extenso, a lo cual
tl accedió de muv buen grado.
Olganlas mis lectores. que Is cosa merece su atención.
Llamábase el narrador D. Juan de Villarguide y suyas son todas
las palabras de In siguiente historia que escrila dejó de su propio
puño. Dijo asi:
—Mis amados y sensibles amigos: desean usteder oir Ia reladon de mis trahajos, y voy a cumplir sus deseos, por mds quc me
acoharde ci conocintiento de mis cortas luces pars, tratar dc unas
escenas que ninguno, por hábil que sea, podrá jamás describir con
toda la fuerza y viveza con que yo ]as he presenciado. Los pasajes
que contienen, naturalmente interesarán el corazOn de ustedes, a
pesar de Is dehilidad de mis expresiones. Verán ustedes cómo ban
pasado. sin mezcla de exageración: verán Is verdad sencilla. Tratare tnicamente de lo esencial para no hacer más fastidiosa In
relaciOn. Escüchenla, pues, con indulgencia, compadCzcanme y
aycidenrne a dar intinitas gracias a Ia Providencia que tan prodigiosamente me conserva.
))El dIa ii de Julio de i8io tuve el placer y satisfacción de abrazar al tiempo de partir para tierra dentro, al mejor de los amigos
que para ml ha puesto Dios en este mundo, y a pocos dIas le escri-
Las Xor g as de Iai
5)
hi desde Quertaro una carta en que Ic avisd ml liegada al destino
del Real de Catorce. En ella le comunicaba igualmente Is particular estimación que debi a! Sr. Larrea, de cuya beneficencia solo
pude disfrutar diez y seis dias, pues un dolor de costado lo arrebató de esta vida, lienando mi alma con in aflicción que debla causarme Is pérdida de aquel hombre apreciable.
' Permaneci aigunos dias disfrutandó de aquella quietud queentonces era el don cornán de todos los hahitantes de este pacifico
reino, hasta que supimos la terrible revoiución suscitada en ci pueblo de Dolores, San Miguel el Grande, Guanajuato y otros pueblos, acaudillada por el cura Hidalgo.
.Los pocos europeos que estábamos en ci Real nos pusimos sobre ]as armas, hicimos guardias, rondas y cuanto nos pareció conveniente para contener y mantener en buen orden aquella plebe
que ya daba las más claras pruebas de su dañada disposición.
iNo creimos que ci partido de Hidalgo prevaleciese mãs tiempo,
as1 por las célebres batalias de las Cruces y Aculco, en donde fué
derrotado, como por las terribles censuras de in Iglesia que cornprendian a todos los que directs o indirectamente tuviesen parte
en la rcvolución.
.Pero los ãnimos estaban tan dispuestos a ella, que en poco
Liempo voló y se extcndió por todas partcs con tanta velocidad como
Is pólvora se inflama con el fuego.
-;Viva Nuestra Señora de Guadalupe, viva Fernando Séptimo,
nzueran todos los europeos! esta era Is voz de quc se servan ci cura
sus satélites para levantar sus ejércitos americanos. Con esta voz
sorprendlan at inocente europeo que vivia descuidado y feliz en ci
seno de su fatnilia, Jo arrancaban de sus brazos, lo cargaban de
prisiones, lo encerraban en inmundos calabozos, privándoie de
todo humano consuclo, sin mãs delito que ci haber nacido en Espacia. St apoderaban de las riquezas que habia adquirido con su
industria y con ci sudor de muchos aftos. La viuda y los inocentes
hijos quedaban despojados de todos sus derechos, y reducidos a Is
mds horrorosa miseria y desamparo... Se quebrantaron por fin todas las leyes que nos unen reciprocamente en in socicdad: se despreciaron con la más negra ingratitud los lazos de Is sangre: ci hijo
tifto su espada en Ia sangre del padre y del hermano, y se desprecid cuanto hay de más sagrado en los cielos y en Is tierra.
Touo 1
72
570
Episodios Histdricos Mexicanos
—Sombrio está usted on Ia pintura de esta guerra,—exclamó
D. Joaquin, interrurnpiendo al narrador con arnargo acento.
—Comprendo a usted, Sr. D. Joaquin,—contesto Villarguide,es usted criollo y tambiën la dama que le acompaña, y quizãs le
duele a usted que tat lenguaje use; pero a Dios juro que no es mi
ánimo ofenderle si con alguna vehemencia me explico como vic
tuna inocente que he sido de los insurgentes, y como español que
de nacinhjento soy.
—Pero los mates causados por D. Miguel, necesario es convenir
en que no son suyos, sino de la chusma que a su ejército se ha
unido.
—No lo niego, y a ella es a la que mis palabras se refieren. Don
Miguel siempre fiié tenido por un buen sacerdote, y no podrã por
menos de lamentar allá en su interior los excesos de sus indisci-.
plinadas tropas.
—Dice usted bien, y pci-done Ia interrupción.
—Vuelvo, pucs, a nii narración, y sin distraerme de mi objeto,
continuaré para que de mis desgracias infieran ustedes Jos trastornos que han sido el efecto de esta terrible convulsion polItica on
las mansiones de la paz.
,(E! 13 de Noviembre supimos la revoluciOn de San Luis Potosi,
concitada por unos logos de San Juan de Dios, y por más de cuatrocientos reos quo sacaron de las cárceles donde esperaban ci castigo de sus crfnienes.,
—Esos han sido,—observO D. Joaquin,—los autores delosgrandes delitos que a la sombra del partido insurgente se han lievado a
cabo.
—AsI es la verdad.
—OjaIá nunca hubieran recurrido los cabecillas a ecliar mano
de esas gentes!
—Ha sido, en efecto, uno de sus más grandes errores.
—ContinQe usted, Sr. Villarguide.
—Vitndonos, pues, cercados por dentro y fucra de un gran nCimero de enemigos quo no podlanios resistir, salimos del Real en
el mejor orden a reunirnos con los europeos del Venado, valle de
Matehuala, Cedral y demás pueblos vecinos para ponernos on Cs.
tado de defensa, como lo habamos concert-ado, forn-iando una partida de guerrilla que impusiera a! enemigo. Pero tuvimos el dis-
F- •":'
Las Norias de Bajdn
571
gusto de ver que los europeos de los citados lugares por donde
transitarnos, sobrecogidos de un pánico terror, se hahian retirado
a la villa del Saltillo, en donde las tropas al mando del Sr. Cordero ofrecian alguna seguridad. No teniëndoia ya nosotros por nmgUn otro punto, nos dirigimos tamhi * n alIá.
DYo me hahIa unido a mi amigo Pico, a su tio D. Jacobo Maria
Santos, y al generoso D. Manuel Abi-eu, resuelto a correr Ia suerte
de ellos.
Se juntó en ci Saltillo un considerable nUrnero de europeos;
pero por más esfuerzos que se hicieron para formar una partida,
que auxiliada por alguna tropa del Sr. Cordero, podria reconquistar Ia provincia del Potosi, y liegar a reunirse con el ejército de
operaciones, fud imposibie acordar las ideas de todos: cada uno
querla que Ia partida fuese prirnero por ci lugar en que habba renido su residencia ó intereses: otros trataron de saivar sus personas
y caudales embarcándose en In costa.
Por otra parte, ci jefe que debia fomentar tan buenos deseos de
los que queriamos ser Utiles al rey y al Estado, obligando a todos
a In reunion y al orden, rniró esto con indiferencia; y he aqul que
ci egoismo y la indolencia dispersaron a casi todos.
jr,AsI pasamos en el Saltillo cerca de dos meses, en cuyo tiempo
recibió orden ci Sr. Cordero de salir con sus tropas a limpiar de
insurgentes toda la provincia del Potosi, restahieciendo en ella ci
gobierno de las autoridades legitimas. Los pocos europeos que
quedamos en ci Saltillo, saiimos con los dos mil soldados a ]as ordenes del Sr. Cordero.
VIII
DetUvose un momento en su relato ci Sr. Viliarguide, y poco
después continuó del siguiente thodo:
—Ei dIa 6 de Enero de i81 r, se presentó en ci campo de AguaNueva el Sr. Jimenéz con once mil insurgentes, con los que ni en
combate pudo entrarse, pucs nuestras tropas, favorables al enemigo, sin obedecer las Ordenes de su comandante, Se pasaron todas a
ël con armas, caballos y cuanto tenian del rey. El infeliz Cordero
tuvo que correr muchas leguas con ci objeto de saivar su persona;
mas sus mismos dragones Ic aicanzaron y entregaron viimente al
Episodios Histdricos Mexicanos
enemigo. Este entró sin OpoSiciOn hasta ci Nuevo Santander, de
donde salieron a recibirle bajo palio.
Jinnez no era inhurnano, y si muy piadoso para con sus mismos contrarios, y asi fud que indultó a todos los europeos, y nos
mandó volver a nuestros pueblos bajo ]as rnayores seguridades.
En tan crIticas circuntancias, y temiendo no encontrarnos
siempre con tan buenas personas como Jiménez, determinamos
D. Jacobo y otros nueve coinpañeros retroceder para tierra ofucra
con objeto de reunirnos y pedir protección a las tropas del rey que
caminaban entonces para Guadalajara.
Nos pusimos, pues, en camino, sin refiexionar en las muchas
leguas que ten lamos que atravesar por pueblos y rancherIas, cuyos
habitantes se habIan convertido en nuestros mortales enemigos; y
es que nuestro destino nos arrastraba poderosamente a mayores
in for tu n los.
' E1 dia i 3 de Enero comenzaron nuestras desgracias.
aA las dos de la tarde liegamos a un rancho distante dos leguas
del Cedral.
' Nuestras bestias venIan muy sedientas y fatigadas, v fué necesario despacharlas con los mozos a un aguaje que haba a cosa de
media legua.
Nosotros entre tanto descansarnos; pero vierido quc pasaha mucho tiempo, y que los mozos no volvIan, empezamos a recelar que
los habrian sorprendido con todo nuestro avo en el aguaje.
* En efecto asf habIa sucedido, y en menos de un cuarto de hora
nos vinios cercados por más de seiscientos hornbres bien armados,
de a cahallo y de a pi.
"El primer imp-ulso de algunos de nosotros, fué preparar nuestras escopetas, pero viendo que érarnos solo diez contra tantos, que
estábamos todos a pie y que Si flOs ponlamos en defensa era inevitable nuestra muerte, determinamos ocurrir a los indultos, creyendo que respetarlan la firma del general Jiméncz que tan noblemen-.
te nos la habla dado.
A las voces de Quidn vii'e? se adelantaron D. Jacobo y un religioso que nos acompaflaba, con los indultos en las manos, asegurándoles que venlanlos de paz a presentarnos en San Luis, y que
en prueba de cilo viesen los rcsguardos que nos.bahfa dado ci
general. Pero los bárbaros, despreciando todo esto y sin ccsar sit
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•
573
Las Norias de Ba jdn griteria aseguraron al religiaso poniéndole dos pistolas al pecho. y
A D. Jacobo lo lanzaron por ci cuello y lo arrastraron cruelinente,
privcindolo del usa de los sentidos a fuerza de palos y cuchilladas.
A1 mismo tiempo cargo sabre nosotros aquella garilla de tigres
encarnizados, y nos ataron fuertemente las manos a la espalda, sin
que por esto dejaran de hover sobre nosotros Ins balas, palos y
machetazos; mi infeliz amigo Blejo cayó a mis pies atravesado de
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t 2(ielantaron fl Jacobo y uo ,-ctigioo...
un balazo. y cuando clamaha por un confesor le respondierori:
al/a te confesards en ci intierno con Lucifer, Izereje, indigno, y picándole ci vientre he hicieron espirar.
—Ohl jqué horror!—exciamO Remedios,—eso es cspantoso!
—Horroroso, espantoso, sefiorita, esas son las palabras.
—Esos crImenes cobardes,—dijo a su vez 1). Joaquin,—son los
que desacreditan a las causas más nobles y justas.
—Completamente.
— 1 Pobre D. Miguel, obhigado a oirse liamar jefe de esa canalla!
—((Por ültimo, nos reunieror l a todos, y entonccs vi al respetable D. Jacobo, al arnable Abreu, a Pico y a los más de los compañeros lienos de heridas, baFiados en sangre, y sus vestidos hechos
Episodios Históricos Mexicanos
574
pedazos, de modo que presentaban un cuadro sangriento capaz de
entcrnecer a un bronce; pero nuestros verdugos se enfureclan cada
vez rnás.
))Mientras unos fueron a robar nuestras cargas, sin dejarnos
ropa, aihajas, armas, ni nada de cuanto tralamos, otros nos conducian a pie en triunfo para ci Cedral. Nos Ilevaban fuerternente
amarrados, cubiertos de sangre y polvo y casi agonizando de dolor. No cesahan de darnos golpes y de decirnos las palabras más
ohsccnas y denigrantes:
;mueran estos perros gac/zupines Izerejes,
y viva la America!
Asf nos metieron en ci Cedral: se agolpó toda la plebe a vernos
y Ilenarnos de maldiciones, y hasta las niujeres y niuchachos pedIan sin cesar nuestras cabezas. Crecieron la griterIa y los insultos
y nuestros conductores tuvieron harto que hacer para librarnos y
contener ci furor de aquelbos caribes.
Nos encerraron con separación en unas bodegas indecent Isirnas:
yo supliquC que me permitieran estar preso con D. Jacobo y su
sobrino, porque estaban muy heridos: nos dieron nucstros coichones, los desnudé y acostC.
ajQuC noche, Dios mb! La imaginación no podia sostener las
sangrientas escenas que se le representaban de golpc.
,)Los horrorosos acontecimientos de la tarde; los tristes ayes de
los heridos; los dicterios de los que nos custodiaban, afilando sus
machetes y amenazándonos con elios; la muerte que nos anunciaban a cada instante.
.Por otra pane, ci cadaver del pobre Alejo tendido en un ataud,
cerca de aquellos hipócritas que toda la noche nos horrorizaron
con un desentonado canto lcigubre, con que se burlaban del Dios
de la verdad y de la inocencia... jQuC situación la nuestra tan digna de compasidn!
' El dia siguiente a fuerza de süplicas Se nos perrnitió ci consuelo
de que estuviCsemos todos juntos en una de las bodegas y trajeron
unas roujeres para que curasen a los heridos.
Por la tarde se agolpo una muititud de plebe a las puertas de
cien pesos por cada two
de los gachupinas ó que se los entregaran para ilevar las cabeas al generailsimo. Si nuestros centinelas no hubieran cumpli-
la prisión pidiendo con horrible gritcrIa
do tan bien las drdenes qua tcnIan, segurarnente entran aque- -
Las Noras de Bajdii
575
Ills bárbaros y nos sacdfican; pero elios pudieron hacertos rejirar.
Se nos quità toda comunicación; y solo se abria nuestro frfo
calabozo pars darnos de corner 6 curar a los heridos, v todo era a
presencia de aquellos insolentes que nos cercaban caiándonos las
armas e insultáridonos cruelmente. De noche se doblaba Ia guardia
y no nos permitian descansar repitiendo su monótono a1c'rta!
' Asi pasanios más de un mes, en cuyo tienipo nos condujeron a
?%'latehuala, en medio de una chusma de indios flecheros: all1 tuvinos tanihién mil sustos y aflicciones, porque en todas panes nos
tratahan con un odio implacable. D. Jacobo y otro cornpañero recibieron induitos (Ic San Luis Potosi y orden de presentarse en
quella ciudad: partieron dcjándonos en Is mayor consternación,
pues no esperábarnos volvernos a ver.
A los diez dias recibimos una esquela de 1). Jacobo noticiándonos que Hidalgo se dirigla a Matehuala después de Is derrota
de Puente Caiderón.
>El intendente de San Luis, D. Miguel Flores, que aunque
puesto por los insurgentes era hombre humanitario y nunca negó
sus auxilios a Jos prisioneros, deseando librarnos del riesgo que
nos arnenazaha, comisionO a un coronel insurgente, dándolc su
coche, treinta mulas de tiro y ms de quinientos pesos, pars que
condujese a San Luis a los curopeos presos que hubiese en Catorce, Cedral y Match uala, con el preexto de tenerlos rnás seguros
en la ciudad. Si ci coronet insurgente hubiera desempeñado su
comisión con Ia eIicacia y puntualidad que tanto se Ic habla recomendado, hubiera cumplido sus deseos el benëfico intendente;
pero se frustraron por desgracia por la indolencia del tal comisionado: sin embargo, nos sacó de Matehuala un dia antes que entrasen los aposentadores del cura: otros dos caminamos escoltados
por indios flecheros. y ci tercero, creyendonos fuera de peligro y
Ilenos de gusto y esperanza, Ilegamos tern prano a una legua de
San Luis; pero he aqul que recihirnos ci aviso de que ci sanguina.
rio \ngio-americano habla entrado aquella mañana con bastante
gente en Ia ciudad, quemado Is horca y entregádose al Saquco, pidiendo con ansia Is cabeza del intendente Flores, quien por fortuna
hablase va puesto en salvo: al siguiente dia dehliin entrar con un
flUmi
CurclIO el iiarc1 !1c:r v 1 t:aJi'r liaric. ho-
Episodios 1-lisióricos Mexicanos
yendo de Guadalajara. iQuidn se ha visto en mayor aflicciOn que
nosotros! Ah! la sangre se heló en nuestras venas y ci mayor dcs
consuelo se apoderó de nuestros espIritus jpor dónde huirianios
cuando todos los puntos estaban por los cncrnigos y flucstrO rieSgo
era irirninente!
))Retrocedirnos, pues por ci mismo cam mo, sin objeto dererminado, y cuando al dia siguiente Ilegarnos a la hacienda de Peotillos,
distarite catorce leguas de la ciudad, fuirnos sorprendidos por los
rnismo operarios y otros indios armados que sin respetar a nuestro coronel insurgente nos amarraron, nos robaron lo poco que
Ilevábamos y nos encerraron en la cárcci, en donde pasanios una
noche cruelIsima sobre la tierra. Solo Dios pudo darnos constancia y sufrirniento en rnedio de tantas amarguraS.
Villarguide se detuvo nuevamente como iatigado por ci recuerdo de SUS aventuras y la dehilidad de sus heridas.
Tornado un instante de descanso prosiguiO de esta manera:
Ix
I
En la manana siguiente fuimos conducidos a San Luis y se nos
destinO una prisiOn en ci convento de San Francisco, donde permanecimos tres dias en la mayor afiicción, ignorando cuál serla
nuestra suerte, hasta que en la noche del terccro entraron varios
coroneles y oficiales en la prisiOn.
—,,En nombre de la nación arnericana,—nos dijeron,—salgart
ustedes prontamente para fuera.
)Obcdecimos y nos cercaron más de sesenta lanceros que nos
sacaron del convento.
Yo pregunté a uno de ellos si nos Ilevaban a presencia de sus
gener ales: me respondieron que si, que Ibamos a dar unas declaraciones y que nos volverIan al convento.
Aan tenlamos esperanza de ablandar los corazones de aquellas
fieras; pero ;cual fué nuestro asombro cuando a pocos pasos nos
virnos a las puertas de la terrible carcel pablica de la ciudad! Nos
hicieron entrar a empujones hasta ci segundo patio y nos encerraron en un horroroso calabozo.
'Nos tirarnos sobre las losas y nos abandonamos a las más
Las Norias de Bajdn
577
amargas y funestas retlexiones: jay! los tristes suspiros que salan
de nuestros pechos acongoados y oprimidos, era lo ünico que interrumpIa aquel pavoroso silencio.
DjOh! Dios cleniente,—deciarnos,—Dios piadoso, shasta cuándo
padecerán estas inocentes vIctimas! iNo nos abandones, Señor;
danos constancia y resignación para sufrir más por tu amor!
Nos habiamos confesado en los dIas anteriores y este sacramento consolador habia derramado sobre nuestras almas un bälsamo
celestial: todos nos resignamos en el seno de la Augusta Providencia, adorando en silencio sus Ultimos decretos.
La mañana siguiente entró el carcelero y nos manifesto mucha
compasiOn.
allos dijo que habiéndose presentado al señor mariscal Herrera
para que Ic these para nuestra comida, le habla respondido .que el
que tuviera comiese y el que no que rabiase'r. Añadió que habla
visto a un devoto que cuidaba y auxiliaba a todos los reos destinados al suplicio y que el se habia encargado de nuestra comida.
Pocas horas después nos volvió a estremecer el ruido de las
Haves y cerrojos: eran los lanceros que encerraron en nuestro calabozo otras tres victimas. i Oh Dios!... ci honrado Verdeja, Inguanzo
y Molleda: todos amigos mios del comercio del Real de Catorce.
AsI que estuvimos solos soltamos los diques a nuestro ilanto y
rnos contamos nuestras desgracias.
aEl dIa 19 de Febrero no se abrió nuestra prisión hasta ]as doce
de la mañana, jmomento que jamás se borrará de mi memorial
iEntrO un joven insolente que conducia dos ancianos respetables, uno de ochenta y cinco años de edad y el otro de sesenta
y ocho.
)Los dejO con nosotros despues de habernos dicho mll necedades y de prevenirnos que estaba muy cercana Ia hora de nuestro
suplicio.
A la una entró un religioso de San Francisco, hecho un mar
de lagrimas, nos abrazó a todos, y nos dijo estas palabras:
—Hijos mIos, den gracias a Dios: estaban sentenciados a morir
esta tarde, puestos a las bocas de los cañones; les perdonan las
vidas porque hubo un poderoso empeho.
—Cuá1, padre?
ToMoI
73
I,
578
Episodios I-Iistóricos ilfexicanos
—DTodos los cclesiásticos de esta ciudad, postrados ante los generales, imploramos misericordia en favor de ustedes; luimos rechazados con el mayor desprecio; pero inmediatamente nos dirigimos a la iglesia y les ilevamos el Santisimo Sacramento... si, hijos
mIos; Dios sacramentado fué a interceder por ustedes... 1 que escena tan asombrosal... Están ustedes libres.
A este tiempo entraron los lanceros y echaron fuera al buen
religioso, amenazándolo con ci deguello por mostrarse tan apasionado y oficioso con los gachupines.
.Nosotros nos quedamos absortos y asornbrados con lo que hablamos oIdo, y anegados en un piëlago de amarguras, nos postramos para dar humildes gracias al Dios benefico y amoroso que
requerla de aquellas fieras nuestra libertad; pero sus corazones estaban niuy empedernidos, y esta escena que harla estremecer a las
fieras, solo sirvió para irritarlos mas. El sacrilego, ci blasfemo iego
Herrera, dijo estas espantosas palabras:
—El mismo caso hago yo del Sacramento que de este pañuelo
—y lo arrojó lejos de si.
Aque1ios caritativos ministros del santuario se vieron tratados
de traidores y cercados de Ianzas, abso1vindose unos a otros porque ya se habla mandado tocar a deguello.
jAh! no hay corazOn que pueda recordar este lance sin deshacerse en lágrimas!
Aquellos bárbaros, abandonadosya de Dios, hubieran sacriticado a los sacerdotes, si no temieran irritar al pueblo con un hechG
tan escandaloso y horrible.
Eran las tres y media de la tarde y aOn no nos habiamos desayunado.
De pronto vimos entrar al Anglo-americano en nuestro calabozo:
mis compañeros se echaron a sus pis iniplorando su piedad.
—Ustedes son felices,—nos dijo,—miren mi reloj, son las tres y
media: a las cuatro deblan ustedes salir para ci suplicio: asI se
habia decretado en la junta de esta mañana y aun se habla librado
oficio al párroco para que viniesen los sacerdotes a auxiliarlos,
porque nosotros nos portamos como verdaderos cristianos; pero
estos padres, que deblan ser puestos por delante a la boca de los
cañones, nos llevai-on al SantIsimo... En fin, se hace preciso perdonarios por ahora.
Las Norias de
l3ajdn
57
' Todos nos sentimos poseldos de viva emoción.
—nSon ustedes los primeros,—continuó,—que se escapan de este
sable: con dl degolle yo misino más de doscientos en Granaditas, y
más de mil en Guadalajara... Dc buena escaparon ustedes boy.
Eh! no hay que apurarse: corner bien y crear inucha sangre, que
todo se compondrá.
tDespues que este herejdn estuvo gloriándose en exagerar sus
negras y abominables hazañas, y en levantar desatinadas calumnias
al gobierno y los europeos, se fué dejándonos guardia doble en el
calabozo.
'-Seguimos en el con más rigor que nunca y sin recibir ni el
menor consuelo; cada vez que a deshora de la noche entraban los
lanceros a reconocer nuestra prisión, nos asustábamos creyen*:lo
que Ibamos a ser degollados.
jCuántas arnarguras pasamos en esta terrible cárcel!
SóIo tü, gran Dios, pudiste sostener nuestra existencia y resignación!
Las tropas del rey habIan conseguido Ia asombrosa batalla del
Puente Calderón y venlan acercándose a San Luis.
Nuestros tiranos trataron de abandonar la ciudad y huir.
El dIa 25 de Febrero nos hicieron salir del calabozo y montar
en unos burros aparejados que estaban a In puerta de In cárcel: nos
rodeo una compañIa de treinta lanceros, cuyo tapit6n tenla el alma
más negra que In cara, y asI nos tuvieron desde ]as diez de In mañana hasta las tres de la tarde.
A esta horn salimos a la retaguardia de dos mil quinientos insurgentes de caballerIa y quinientos de infanterla que arrastraban
quince cañones de buen calibre.
Abreu y Pico tuvieron In fortuna de que los dejaran en el hospital, en donde permanecieron hasta Ia entrada de las tropas
del rey.
Nosotros fuimos el objeto más ridiculo y despreciable a los
ojos de Ia insolente plebe que se agolpó en In plaza, en Ins calles y
fuera de la ciudad; pero nuestra inocencia nos consolaba y reciblamos sus insultos con serenidad.
Algunos de los lanceros que nos custodiaban nos dijerori que
aquella misma noche serfamos degollados y a cads instante crelamos que era llegado el ültimo de nuestra vida.*
50
Episodios Históricos Mexicanos
x
Otra vez interrumpió Villarguide su relación para proseguirla al
poco rato con estas pala bras:
Caminamos ocho dias hasta Rioverde.
' No trato yo de describir aquI los ininitos trabajos que pasamos
en esta penosa marcha, pot no hacer más fastidiosa In reiacióri de
mis rnemorias.
tAh! cuando yo caminaba con libertad para el Saltillo, crela
que no podrIan darse mayorcs trabajos que los que pasaba antonces, durmiendo sobre unas corazas en la nieve en medic, de los
campos: ci cansancio, ci hambre y la sad se me haclan entonces
insoportables porque estaba acostumbrado al regalo y a la delicadeza! Mas jay! que todo aquello era nada en cornparación de las
fatigas, de in hambre, de la sed, de la desnudez y miseria en que
nos velamos en las inmundas cãrceles en que nos rnetIan, del espantoso semblante de una muerte cruel qua mirãbamos tan de
cerca, y sobre todo, del sumo desprecio ti inhurnanidad con qua
nos trataban cuai si fudsemos los entcs más abominables de la
naturaieza.
-No debo omitir un pasaje que dará una idea de nuestros
tiranos.
Yo querla tener grato al feroz capitán de nuestra escoira, y
siempre que yo fumaba Ic ofrecla y ei tomaba de mis puros; pero
esto me trajo fatales resultas.
E1 segundo dIa apenas habrIamos carninado una iegua, hd aqul
que se acerca a nosotros un coche y que grita ci diabóiico brigadier Blanco:
—Paren, paren, no oyen? quiën es ci europeo que ha dado un
puro al capitán?
-.--Yo, señor,—respondI.
—RUsted es un infame, un vii: de cuántas clases de venenos
usan ustedcs, demonios?
'>Yo no sabla a qu4 atribuir estas palabras, y le respondi:
—))Serxor, yo no entiendo ese Jenguaje, ni sé qua dar un puro
Las Norias de Baj.in
381
sea un delito: debia usted compadecerse de nuestra desgraciada situación y tratarnos con más humanidad.
—Humanidad, humanidad, malditos!...
—"Señor!
--Si, con la misma que ustedes trataron a la infeliz Am&ica
trescientos años.
—Señor, nosotros somos inocentes, a nadie hemos hecho daño.
—Cá1lese usted, demonio!
—jPero, señor!...
—DUsted y todos los gachupincs son unos fi-ancmasones, unos
hipócriias, y abusan de La religion, de la hunianidad y de los derechos más sagrados.
—DPor caridad, Sr. Blanco...
—aLlámerne usted brigadier.
—wPor caridad, brigadier...
—DNo brigadier, sino señor brigadier.
—iPor caridad, señor brigadier...
—DCallc usted; yo procuraba conservarles la vida, pero se han
hecho indignos de ello.
—a Pero, señor...
—Ea! un lancero baje a ese hombre y amárrclo fuertemente
codo con codo.
;Oh Dios! Aquel hombre estaba furioso, en sucara se retrataba ci
mismo inlIerno, y yo crel que me iba a sacrilicar a su mortal odio.
- Mi vida,—exclanié,—sólo pende del Altisimo.
))Ei tirano me echo uia terrible maldiciOn y dió orden de que
me condujeran, amarrado como estaba.
DHasta los misnios lanceros se compadecieron de ml, y dijeron
que aquello era injusto.
Despus supe que el maldito capitán me liabla acusado de haberle dado un puro envenenado.
Puede darse mayor maldad ni tan perversa alma como la de
este hombre?
Pues cómo no reventó ni tuvo la menor novedad con ci puro
en v en en ado?
Liegamos a Rioverde y nos pusieron, segün costumbre, en la
cárcel pUblica.
))LOs vapores mefIticos que se encerraban en aquel inmundo
582
Episodios Históricos Mexicanos
lugar, serfan bastante para quilarnos Is vida, si no nos hubiera pasado a los tres dias a otra pi-ision menos intolerable.
nAlil estuvimos quince, en cuyo tiernpo supimos que las tropas
del rey habian entrado en San Luis Potosi.
"Nuestros tiranos recibieron varias cartas de Ia ciudad, en que
sus secretos partidarios les avisaban cuanto pasaba, y el dIa en que
iba a salir una division en su seguimiento.
"Nuestro capitan nos dijo que pidiésemos a Dios no se presentaran jamds las tropas enemigas, porque tenfa orden de pasarnos a
cuchillo a Is menor novedad que se advirtiese.
nTuvimos, pues, que salir precipitadamente de Rioverde el z8 de
Marzo.
Caminamos sin parar dos dIas con sus noches, y en Is mañana
del 20 entramos en el Valle del Maiz: nos desiinaron a is cárcel
que estã a Is entrada del pueblo, dejándonos Is misma custodia que
nos habla conducido desde San Luis, encerrando con nosotros,
como to haclan siempre, algunos de los suyos, que at mismo hemp0 qUe pagaban algán delito, servfan pars observar todos nuestros
movimientos y conversaciones.
PEI lego Herrera y el brigadier Blanco estaban bien descuidados sin pasarles por Is imaginaciOn que el señor coronet D. Diego
Garcia Conde, que los venia persiguiendo con diecciOn a Rioverde, informado del punto en que se hatlaban, habla dispuesto
sot-prenderios, haciendo atravesar su divisiOn desde Is hacienda de
Is Angostura hasta las inmediaciories del Valle del Maiz, a costa
de una violenta y penosisima marcha.
PEI dia 21 a las cinco de Ia tarde, cuando ci lego estaba disponiendo un baile para Is noche, v ci saqueo general del pueblo para
el dIa siguiente, ilego una avanzada a todo galope avisando que estabari encima las tropas del rev. Inmediatamente mandO conducir
los quince cañones, niuniciones y todas las cargas a una ventajosa
posición distante del pueblo cosa de una legua.
nEn ci resto de la nàche dispusieron muy bien sus baterlas, ordenaron su gente, que ya pasaba de seis mil hombres, y esperaron
ci ataque.
'Nosotros desde Is cárcei olamos Is griteria, observábamos Is
confusión y apenas inferiamos to que podrIa ser aquello, y asi pasamos una noche muy inquieta.
Las Norias de Baja;i
583
Amaneció por fin ci dia 22.
Ob! jdia terrible, dia espantoso cuya rnemoria hiela mi corazon y le hace estremecer!
SerIan las nueve de la mañana, cuando oimos el primer cañonazo y contamos hasta catorce: a este tiempo se abrió la puerta de
la cárcei, y entraron de golpe sobre nosotros los treinta lanceros
de nuestra guardia: nos amarraron fuertemente los brazos atrás y
nos despojaron de la mayor parte tie la ropa que tenIamos puesta.
Presentóse en seguida el.malvado capitan, y nos comunicó que
acababa de recibir orden de sus generales para pasarnos a cuchillo
en aquel mismo instante.
—Dios mIo!—gritamos todos- 1 tened piedad de nosotros!
— i No hay piedad, infames, mueran!
—SUn sacerdote, un sacerdotc por amor de Dios, que nos auxilie.
—DEn ci infierno encontrarjs bastantes.
- Piedad!
—Ejecütese la orden!
—Mueran!--gritaron los inhurnanos, y empezó la horrible carniceria...
sSanto Dios! ;quë espectáculo tan horroroso! quién será capaz
de expresarlo? jMe abandona el valor, un sudor frIo corre por mi
frente... me veo precisado a suspender, mi relación!
Villarguide dejó, en efecto, de hablar: su faz se habia puesto
mortalrnente pálida, su cuerpo todo se agitaba con una especie de
temblor nervioso y cayó sobre su improvisado lecho.
—TranquilIcese usted, Sr. Villarguide,—le dijo Remedios procurando hacerle volver de aquella especie de sIncope.
Al cabo de un rato de prolijos cuidados, el narrador volvió en si,
y sin atender it ]as spIicas que se le hicieron para que dejase para
ci dia siguiente la conclusion de su historia.
XI
La continuO de esta manera:
—aAlmas sensibles y generosas, este cuadro es muy digno de
vosotras... Volad a aquella cárcel y ved a doce victimas inocentes,
584
Episodios Históricos Mexicanos
indefensas, revoicándose en su sangre, y atravesadas por mil partes
con los cuchillos y las lanzas.
No se oye por nuestra parte más voz que los du1cisimos nombres de Jeslis y de Maria que repiten todos hasta el Ultimo momento.
' Ved a! honrado Verdeja, que agonizando ya, recomienda a Maria Santisima a su triste esposa y a cinco inocentes criaturas que
deja sumergidas en in miseria...
Pero lay!... uno de sus crueles verdugos, de tres machetazos
divide su cabeza en dos partes hasta ci cuello...
* Los bárbaros hacen más terribic ci
t•flcio c n us
nidades... iOh monstruos de crueldfli'
:1iii
.Ya espiraron mis once compañer s.
cielos a recibir ci premio que les tenha destinados ci Dios de las
miscricordias, y aquella cárcel queda santificada con tanta sangre
inocente...
,,Yo estaba bafiado en Ia mia y me sentia herido mortalmente:
pero Dios, por sus altos juicios, conservaba mi vida. Más de un
cuarto de hora estuve tendido desangrandome y encomendando mi
alma a su Criador.
Alzo mis ojos y veo que todos los asesinos habfan huido asi
que consumaron el sacrificio. Procure incorporarme con muchIsimo trabajo; di dos ó tres pasos; pero se puso una espesa nube delante de mis ojos, me abandonaron las fuerzas y cal sobre los cadsveres de mis compaficros.
A poco rato entró un religioso de Sari Francisco, y se horroriz
de ver aquel espectáculo.
—nPadrel padre de mi alma,—le dije,—por amor de Dios mire
c
usted cómo me han puesto... hasta las palnH:c c-cii
herida del cuello...
PEI buen religioso cortó la cuerda que
nc
puso su pafluelo en la herida, me recostó sobre su peclio y regahi
mi cara con sus higrimas.
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— ' En quc estado se halla la batahlfl:
—Los maivados,—respondió,—han sido derrotados completamente, dejando el campo cubierto con los cadáveres de los que no
585
Las Norias de Bajin
pudieron huir, los cañones, las cargas y cuanto poselan. No oye
usted el repique por tan gloriosa victoria?
—Bendito sea Dios!—etciamt.
—cSi,—continuó ci padre,—estos maivadossólotietiefl valor con
las vIctimas indefensas como ustedes.
—))Por Dios, padre, sáqueme usted de aqul!
DLIamo a otros dos hombres y me Ilevaron a un jacalito que estaba a veinte pasos de la cárcei, y se voivieron a ella a vet Si alguno
de los compafkeros daba sefiales de vida.
DY0 permaneci all1 largo rato casi en agonla.
oDescubrIa desde aquel sitio ci camino que vena al pueblo: vela
ir y venir gentes, pero como mi vista estaba tan turbada, no podia
distinguir si era el ejrcito victorioso que iba a entrar, ó si eran los
insurgentes derrotados que huIan.
Procuré, pues, levantarme y dar algunos pasos.
oEl primer objeto que se me present6 fué un dragén a caballo
delante de la cárcel: me ful acercando a ël y le dije:
—oEs usted de las tropas del rey?
—))Si soy,—me respondió.
aEntonces, recogiendo yo todas mis fuerzas, exclamé:
—1Viva ci rey!—y cal sin sentido.
Cuando volvi a abrir mis ojos me hallé en una casa rodeado de
oficiales, dc amigos mios, que iloraban tristemente mi desgraciada
suerte.
—o1Dios rnlo!—exclanié,—ya estoy en los brazos de mis amigos;
ahora moriré coritento.
)Yo scotia mi cuerpo helado y todas aquellas señales que son
precursoras de la muerte: todos crelan que iba a espirar.
oA este tiempo entró mi amigo Carlos: le liamo por su nombre,
me conoce y grita asombrado:
—))Dios mb! qué veo? eres ti, Juan?
—Si, yo soy; aqul vine a pagar mis pecados.
Aquel joven a quien siempre estaré agradecido, hizo los mayores ettremos de dolor; asI que se serenó aigo procuró darme todo
ci consuclo posible.
—Amigo qucrido,—decma,—no, tCi no morirás, ten esperanza:
y en, te Ilevaré a la casa de nuestro comandante, vera ci cirujano
tus heridas y serás atendido con esmero.
Toio 1
74
586
Episodios Históricos Mexicanos
71Y0 quise incorporarme, pero no fu posibie: entonces ci generoso Carlos y otro, me ilevaron en sus brazos a la casa en que Cstaba alojado el Sr. Garcia Conde y me pusieron sobre un colcbón. - Poco despus llego ci cirulano del ejército, D. Mariano Guemes: fué necesario cortar con tijera toda mi ropa porque estaba
empapada en sangre y pegada a mi cuerpo. Reconoció mis heridas
y contó j'eintidós, siendo tres de ellas morales de necesidad. Les
apiicó bálsamos y me vendó perfectamente, intentó darme unas
cucharadas de vino generoso y todo se salió por la terrible herida
del cuello. Una herida mortal que tenla sobre ci corazón me causaba agudIsimos dolores: se apoderó de n-if una violenta calentura y
pasé toda la noche en profundo delirio.
nA los dos dIas pude pasar, aunque con mucho trabajo, unas
cucharadas de almendrado: mis heridas presentaban buen aspecto,
y Guemes me dió alguna esperanza de vida. Jamás podr pagar a
este hábil y amable joven ci interés y la eficacia con que se esmeró
en mi curación, y si hemos de contar con las causas segundas, a ei
debo la vida.
A los cinco dias ya habla ci Sr. Garcia Conde arreglado ci gobierno y cuanto se ofreció en ci valle, y dispuso su salida para Rioverde.
' Yo estaba todavia sin movimiento y en mucho peligro, pero era
necesario seguir la division.
Me condujeron en un carro bien cubierto, y como ci camino
hasta cerca de Rioverde es tan difIcil y escabroso para carruajes,
se renovaron todas mis heridas y pasé tantos dolores y trabajos en
esta marcha, que todos se asombraron de quc hubiera liegado vivo.
Mucho trabajó Guemes conmigo los dIas que estuvo la division
en Rioverde, pero consiguió aliviarme.
Las generosas y amables señoras D. 2 Rita y D . a Dolores Barragin, cuidaron do mis alimentos y asistencia con ci interés de una
tierna madre. Estas schoras querfan costear cuantos gastos se hiciesen en mi conducción a San Luis; pero los señores oficiales dc
La divisiOn no lo permitieron, y tuvieron Ia bondad de nonibrar a
uno que colectó entre elios más de cien pesos: mandO hacer una
cama de tables con cuatro pilares, de donde salian otros tantos
arcos, y toda iba cubierta de crea iistada do azui. Asimismo tenla
cuidado de tornar en todos los pueblos y haciendas del tránsito
Las Norias de
Bajn
587
baslantes indios que Ilevasen mi cama sobre los hombros, a fin de
que caminase con cuanta comodidad es posible.
DA San Luis voy, pues, a esta ciudad en que tanto he padecido,
y a donde no crel volver jamás, y donde habrán de ilamarme el que
3' il'e de milagro ó el resucitado.
,)Dios de bondad y de misericordia, tu majestad augusta se ha
servido de estas almas sensibles y generosas para prodigarme tus
piedades por un efecto de tu adorable providencia! Dignate, Señor,
recompensarles comO merecen. Td, Señor, has querido conservarme la vida en medio de tantos peligros y aflicciones... te doy infinitas gracias con todo ci afecto de mi pobre alma, y te suplico
humildemente me comuniques tus auxilios para que jamás sea ingrato a los singulares favores que has hecho conmigo.
No os parezca extrafto, mis queridos amigos, que coricluya mi
relación con estos sentimientos humildes que me dicta el alma en
medio de sus transportes, al considerar la serie de sucesos que han
pasado por ml.
'Yo veo delante de mis ojos un abismo insondable que me turba
r la imaginación, y al recordar los lances en que casi palpé la particular providencia de un Dios benéfico, no puedo menos que anonadarme en mi propio principio y adorar en silencio los inexcrutables decretos del Señor, más por los sucesos generales de esta
tremenda convulsion poiltica, que por las particulares desgracias
que han pasado por ml, cuando mucho más merezco.
' Crëanme ustedes, aun es más fuerte la impresión que me causan los comunes males de la patria, al considerar el carácter y naturaleza de las irrupciones sangrientas que sufren los pueblos miserables.
La humanidad se ha destronado por in terrible mano de la sediciOn, en que un fermento fatal de odios, resentimientos y provocaciones, han inspirado el fanatismo delirante que nos inunda en
nuestra propia sangre, y ha renovado entre nosotros las espantosas
escenas de Marat y Robespierre.'
Villarguide concluyó de hablar, y por haber avanzado mucho la
media noche, todos Se recogieron a dormir y tomar fuerzas para
proseguir al siguiente dIa sus respectivos caminos.
588
Episodios Históricos Mexicanos
xl'
A los pocos dias de estos sucesos, Remedios y D. Joaquin se reunieron una vez mis con D. Anastasio, a quien afligfa grandemente no haber podido dar con la mujer a quien con amor tan
decidido buscaba, arrostrando todo género de fatigas.
I
toda.a las casas han sido robaias
r
Refiriéronle su encuentro con Villarguide y extractáronle su relación, olda la cual, D. Anastasio dijo:
—Cierto es cuanto ese desgraciado ha referido.
—Luego entró Calleja a San Luis?
—Ocho dias después de haberse retirado de ella el ]ego Herrera.
—Fué recibido, por supuesto, corno un triunfador.
—Di más bien como un salvador, por todas las farnilias de ]as
vktimas del cruel lego: ci aspecto de la ciudad era desconsolador:
todas las casas han sido robadas en tres sucesivos saqueos, y entre
ellas la del misrno brigadier Calleja.
Las Norias de Bajdn
589
hizo Calleja, dueflo ya de la ciudad?
—Se ocupó en reorganizar ci gobierno, en aumentar sus tropas
y en proveerse de viveres y forrajes. Desde alli destacó dos divisiones de su ejército, una a las órdenes del teniente coronel D. Mi_Qu e
guel del Campo para contener los progresos de las partidas insurgentes que se habian levantado en el bajIo de Guanajuato, y encomend6 la otra a D. Diego Garcia Conde.
—Esa fué la que salió en persecución del lego Herrera.
__Justamente; salió de San Luis ci 14 de Marzo.
—Y fué ci combate tal como lo contd Villarguide?
—Si, Garcia Conde avanzó sobre Herrera ilevando su artillerla
en ci centro sostenida por la infanterfa de la Corona, con dos escuadrones de Puebla en cada Ilanco, dejando su reserva a retaguardia. La acción durô tan solo cortos mornentOS, y Herrera huyd
abandOflando su artillerIa, pertrechos y bagajes, entre los cuales
fueron cogidos ci hábito y ci uniforme del lego rnariscal. Irritado
Garcia Conde por la matanza de Jos compañeros de Villarguide,
hizo fusilar inmediatamente al subdelegado del pueblo, nombrado
por los insurgentes, D. Mariano Calderón, por haber prestado
su consentilnientO y auxilios para efectuar aquellos atroces asesinatos.
—Dónde ban ido a dar los jefes?
—Herrera y Blanco a la villa de Aguayo, en la provincia de
Nuevo Santander, en donde se hallaban las tropas que, habiendo
abandonadO al gobernador Iturbe, se habian declarado por la insurrecCiófl.
—Y all1 estará dispuesto para volver a ianzarse...
—Qué lanzarse ni que...
—Qué quieres decir?
—Que al saber que el coronel Arredondo se prcparaba a ataca rle...
—Ha huldo de nuevo?
—No.
_,Qué entonces?
—Sus mismas tropas insurgentes atacaron por la noche ci cuartel en que se alojaba Herrera con Jos suyos, hicieron a todos prisioneros y maniatados se los entregaron al coronei Arredondo.
—Y recibieron su castigo?
590
Episodios Histdricos Mexicanos
—Herrera, Blanco y otros jefes fueron inmediatamente tusilados, mostrando en tal momento su indignacion sus mismos soldados, a los que, segiTh parece, trataba no mucho mejor que a sus
prisioneros.
— 1 Desgraciado hombre!
—Desgraciado, si, porque su memoria ni aun podrá abrirse un
lugar en la gratitud de los mismos de quienes quiso ser partidario.
—Triste verdad.
—Verdad, si; pero por qué triste? Acaso aigt:in partido puede
estar obligudo a considerar como heroes a los bandidos que se adhirieron a sus ideas?
—Desgraciadamente, en los momentos de las tremendas luchas
de los hombres, puede ser ütil hasta un bandolero.
—No digo que no, y por eso ha liegado a afirmarse que el fin
justifica los medios; pero pasan esos instantes solemnes de la vida
de los pueblos, y ci recto é imparcial criterio da a cada uno de sus
hombres ci lugar que Ic corresponde: necesario es ci verdugo en
las sociedades y no por eso el verdugo es admitido a la comunión
de las gentes honradas.
—Inflexible y frio raciocinio.
—Pero justo, una vez más Jo repito.
—,Pero y la causa?
—La causa nada pierde si es santa y noble: ella flota sobre la
espunia que Jevanta, al ser agitado ci nauseabundo lodo de las revoluciones. D. Miguel Hidalgo y Costilla nada pierde porque en
sus ejCrcitos hayan sobrado los bandidos: a SUS banderas llamó a
todas las gentes honradas y a todos los desgraciados; no puede hacerse responsable de que no le comprendieran aquellos a quienes se dirigio y de que a su sombra se alzaran los bandidos
en contra de esa misma sociedad que Cl mismo pretendió mej o rar.
—Pobre D. Miguel!
—Si: bien sabes que no soy su partidario y mcnos puedo aprobar ci sistema de que se ha valido para procurar ci triunfo de sus
planes; pero la pasión no infiuye en ml al grado de no poder reconocerlc sus rndritos. El podrá haber contemporizado con la canaha, pero no haberia aceptado. Ya Jo hemos visto; cuando le fuC
dable trató de oponerse a sus desinanes y procuró castigarla; pero
Las Norias de Bajdn
5gr
no renia ni era fácil quo tuviese esa fuerza moral que hace respetables a los gobiernos establecidos.
—Cierto, muy cierto todo, Anastasio, pero por qué no lamentar
que hombres como ci lego Herrera no dejen a su posteridad otra
cosa que el horror a sus nialdades? Fr. Luis de Herrera no era un
barididO antes de lanzarse a hacerse de San Luis.
—Lo s; pero al encontrarse improvisado general de una facción,
se hizo bandido: mayor crimen ci suvo todavIa, puesto que pudo
deshonrar una causa haciendo creer que para pertenecer a ella debla el hombre honrado convertirse en perverso. Despus de todo,
fortuna de su patria ha sido que pereciesc en la dernanda: si hubiera vivido, si SU causa hubiera triunfado, quizas ese hombre hubiera
Lsido un personaje on la nueva situación, y cualquiera situación,
cualquier partido, cualquiera idea triunfante, se desacredita tenienF
do a su frente bandidos regenerados, por muy regenerados que estn; por más que nadie se atreva a llamarselo, ni dejarán de haberlo
sido, ni de serlo para cuantos los conozcan, pues no todo lo borra
la posición social. 1Cuán poco envidiable es el engrandecimiento
de los miserabies que on tab caso se halian! Vénse adulados por lo
qua rep resentan y no por lo quo realmente valen. 1Ah! podra esto
halagar su vaiiidad; pero desgraciado de aquel que solo vive de su
vanidad. El hombre debe aspirar a algo mas que a su satisfaccidn
personal; debe aspirar a ser Ia gloria de su patria 6 al inenos la
honra de su farnilia, y quien no sabe asentar su nombre sobre esta
base, nada ha bogrado con engrandecerse a los ojos de sus contemporáneos. Algün dia se apoderará de él la historia, la despojará de
sus falsos oropeles y dirá al mundo: abe aquf al hombre, pretendió
hacerse pasar por un hdroe, y no fué rnás quo un bandido afortunado.'
—;Oh!—exclarnO D. Joaquin,—calla, calla, amigo mfo, me espanta tu voz, que tiene todo ci eco de un pavoroso porvenir!
—AsI será juzgado on ese dia ci lego infcliz que nos ocupa.
—Y Cruz?quC ha hecho el brigadier Cruz en todo este tiempo?
—Los repetidos avisos quo desde su Ilegada a Guadalajara después de la expedición de ]as Barrancas, Tepic y San Bias, recibla
dándole parte de los movirnientos qua estaban prOxims a verificarse en Zocoalco, Sayula, Zapotlan ci Grande ypueblos comarcanos, le obligaron a destinar una division de su ejército, cuyo
192
Episodios Hiztórieos Mexicanos
mando conIió a! general D. Rosendo Porlier, para atacar y destruir
a los independientes. Saiió con este objeto de Guadalajara Cl 26 de
Febrero, dirigiendo sus marchas por el camino más recto, pasandG
por Santa Anita y Santa Ana, sin haberle ocurrido otra novedad
que la de haber sabido en ci momento de salir del üitimo pueblo con dirccción a Zacoalco, que los insurgentes se habiart
retirado al tener conocimiento de Is proxirnidad de las tropas
del rey.
—Siempre afortunados estos hombres!
—Continuó su marcha Porlier, yentraron las tropas en Zacoalco
a las doce del dia 28 sin oposición, siendo contados los vecinos
que en dl se habIan quedado. Otro tanto le sucedió en Techaluta,
pueblo todo de indios que en su mayoria huyeron.
—Valienies batallas y tomas de ciudades!
—Al amanecer del dia 2 de Marzo se puso en niovimiento Porher para Sayula pasando por Atoyac, que quedaba un poco a la izquierda del camino, con el fin de reconocerlo: no habiendo encontrado novedad, coutinuó hacia Sayuia, en cuyas inmediaciones
hizo cuatro prisioneros que mandó fusilar.
—;Siempre ci abuso en ci derramamiento de sangre!
—En la mañana del dia 3, después de haber hecho el nombramiento de Justicias, Subdelegado, Alcaldes y Gobernadores de Indios, salió con el ejército de su mando con dirección a Zapotlän,
donde, segun sus noticias, se encontraba ci enemigo. Andada como
legua y media y siendo las nueve menos cuarto de Is mañana, el
subteniente de Dragones de Querdiaro D. Ignacio Alcalde, que
mandaba la guerrilla de cabaiierIa, le avisó que un crecido ncimero
de indios y gente de a cabailo, formados en batalla, ocupaban Is
gran hianura y falda de las montaflas del camino y cuesta de Zapotldn. Continuó avanzando haste ponerse a tiro de metraila, mando desplegar, colocando cuatro piezas en ci centro, ci Bataiión
Real de Marina al mando del alfcrez de navIo D. Pedro Niches,
parte del de Jalisco al mando de su sargento mayor D. Felipe de
Alba, apoyando su costado izquierdo en una cerca in mediate del
camino. Las tropas del regimiento de Guadalajara, a las órdenes
de su comandante D. Manuel del Rio, y resto del provincial de
Toluca, al de su teniente coronel D. Ignacio Garcia Illueca, forrnaban el cuerpo de reserva y ocupaban Is retaguardia de Is artille-
Las Norias de Dajdn
593
i-ía; la caballei-ia al mando de los capitanes D. Angel Linares y don
Luis Quintanar, formando un martillo que ocupaba el costado y
flanco derecho; las corgas y bagajes, con una fuerte escolta de infanteria de todos los cuerpos y suticiente cabaileria, quedaron a retaguardia del cuerpo de reserva.
—Bien enterado estãs de los pormenores de Ia acción.
—Porlier mandO al teniente de fragata D. Miguel Soto, cornandante de Ia artilleria, que rompiera el fuego con viveza en todas
direcciones, y asI lo hizo, introduciendo el desorden en ci enemigo: destacó entonces al teniente de fragata D. Pedro Celestino
Negrete, ayudante mayor general del ejrcito, a la cabeza del BatalIón Real de Marina, parte del de Toluca, y cahallerIa a Ia vez
diO orden de avanzar a la reserva, cargando oblicuamente sobre la
izquierda enemiga, y it las diez y media de la mañana el campo y
la Victoria quedaron por los realistas.
—Casi se Ic hace a uno imposible creer en Ia inexperiencia y
poca constancia de los insurgentes.
—No me irncrrumpas.
- Prosigue.
—La tel acción no habIa sido más que una estratagema de los
independientes.
- 1C o mo!
—Escucha.
—S6 breve.
—Satisfecho con un triunfo a tan poca costa ganado, Porlier
continuO avanzando casi en formación en dirección del camino real
y de la cuesta de Zapotlán, en cuya cima habia observado un grueso cuerpo de enemigos, que, formado en batalla, parecIa esperar a
los realistas.
—No comprendo. . —Calla y escucha: Porlier mandó hacer alto y dispuso subiesen
a la cima de una montana de Ia izquierda dos compañIas del reginiiento de infanteria de Toluca, mientras una tercera costeaba la
falda de las montañas de la derecha con orden de no avanzar hasta
que viesen ci centro veriticarlo. Andados como doscientos pasos,
sin haber notado cosa alguna Ia guerrilla de avanzada, un indio,
que se hallaba perfectamente escondido y recibió la muerte de un
balazo, dió fuego a una mina, y consecutivamente volaron otras
Touo 1
75
594
Episodios Hisióricos Mexicanos
.1
cuatro debajo de la infanterfa y de Ia artilleria, envolviéndolos a
todos en verdaderas nubes de polvo y hurno.
- Erava estratagerna!
—Los insurgentes, creyendo sepuitada Ia division dehajo de los
esconibros, descendieron entonces en desorden desde la montana:
pero se encontraron con ci ejército realista perfectamcnte I Orgaflizado y milagrosamente en salvo, y con tat irritación cargO sobre
ellos, que los pocos que pudieron salvarse debicronIo a su precipitada fuga: Porlier habia quedado segunda vez victorioso: eran las
doce y media de la mañana.
XE"
\T encido en todos lados el ejërcito insurgente, quedaban aón en
ci extenso territorlo invadido en Jos primeros instantes de la rebelion, multitud de pequeñas guerrillas que mantenian, por asi decirlo, latente ci sagrado.fuego de la Independencia Nacional.
AsI se lo hacia observar D. Joaquin a su amigo D. Anastasio en
los momentos en que principia este capitulo.
—Es cierto,—con test O el segundo;—pero no hay. que hacerse
ilusiones, ci levantan-liento va de capa calda.
—Pero desengánate: Ia semilla ha sido sembrada en tierra fértil
y brotard cuando menos nos lo esperemos.
—Por lo pronto, el brigadier D. Fcilix Maria Calleja se da todos
Jos aires de un triunfador.
—No me extraña, siempre se ha distinguido por su orgullo y
vanidad.
—En su marcha a San Luis se ha dado toda la importancia de
un sultan al frente de un ejército asiático, con-to alguien ha dicho
con mucha oportunidad.
—Si: ya he sabido que las m6sicas de sus regimientos alegran su
mesa, a la cual invita diariamente a sus oficiales que Ic adulan y
consideran poco menos que a un monarca.
—Es la verdad, y no sOlo esto, sino que a su cjcrcito se han unido multitud de fainilias de los oficiales y soldados, y con la abundancia de mujeres hay en las tropas menos formalidad de Ia que
las circunstancias exigen: a la vez, las marchas se hacen con lenti-
Las Norias de B.jdn
55
tud y dificultad, pues, segtTh se dice, han escaseado los viveres y
Ins pasturaS.
—Pues hay cosas que no pueden tomarse a la broma y algün dIa
quizás les cueste caro este desorden.
—Es que todo lo dan por terminado: el mismo Porlier escrihe
sin cesar a Cruz, que esta deseando volverse con su marineria a su
fragata, pues ni le gusta Ia vida de tierra ni le hace gracia andar de
a4ul para allá persiguiendo pequeñas partidas sin importancia, to
cmii, dice, podrá hacerlo cualquier oticialillo, cvitándose de este
modo que Se pierdan, cot-no se están perdiendo en Veracruz,
los buques reales, a consecuencia del abandono en que se les
tiene.
—Y esta querido en Guadalajara el brigadier D. José de la Cruz?
—La verdad es que sI: conio militar es severo, quizás demasiado
severo en el e;ercicio de la autoridad: propenso al castigo, con facilidad impone In muerte por un qultarne alIá estas pajas; pero a
la vcz tiene un caráctcr sociable y alegre, y sabe considerar y hacer
honor a ]as personas, siendo, segün dicen, ny grato su trato intimo. Asi to da a entender una curiosa dëcirna que con permiso
del alcalde Villaurrutia se irnprirnió en Guadalajara en honor de
Cruz, con motivo de los sucesos de Tepic y de San Bias.
—La sabes de memoria?
—Si.
—Dila, pues, para nuestro entretenirniento, ya que no para honor de Ins musas ainericanas.
—1-léla aqul:
Cruz dulce, sabio, clemente,
Cruz tie nuestra redención,
Crux dejustificación
para ci que so haila inocente.
Cruz a wdo deiincuent
crucihca con aciertos,
y a los quc por inexpertos
ci engaño no ban previso,
para ci perdón, como Cristo,
tienc los brazos abiertos.a
—Es un esplendido marnarracho la tat décirna: pero, en fin,
peor pudiera haber sido. Por supuesto, ser4 original de algun fraile.
—No Jo sé, aunque es de presumirse.
596
Episodios Históricos Mexianos
—Por qué?
—Porque los frailes se han convertido en los Homeros de este
A q u i les.
—Qué, tienes por ahI alguna composicion?...
—Una digna de arder en un candil.
—La traes contigo?
—Si; mIrala,—respondió D. Anastasio presentándole unos papeles.
—Veamos, veamos, ;quien es su autor?
—El padre Fr. Tomás Blasco y Navarro, doctor de la Real Universidad de Guadalajara.
—Largo escribió ci bucn señor:—dijo D. Joaquin viendo ci papel.
—Demasiado para lo mala que es su Canción elegiaca, como él
Ia titula; pero, en fin, para que puedas juzgar de ella, lee esta parte
en que canta los bores de los jefes realistas.
—Dame y allá Va:
u;O Calleja gran prez y gloria nuestra!
0 fiel, 6 fuerte escudo!
Por Li fu6 confundida la malicia
del hcreje sañudo;
tu vaicrosa diestra,
Lu gran piedad, tu militar pericia,
cuánto nos beneficia!
Por ti huyd la rebelde muchedumbre,
por Li Iibrcs del triste cautiverio,
libres del vituperio
y torpe servidumbre,
subirnos a la cumbre
del honor que gozamos:
a Li muy grata in ciudad festeja
todos a ti aclamarnos:
viva, si, viva ci inmortal Calleja!
Asi to, Cruz, salarnanquino noble
libertador ilustre
de esta patria que en Li se lisongea,
asi con igual lustre,
corno columna inmoble
sustentas La NaciOn que bambolea.
TO en aqucila pelea
de Zarnora que LantO te ha cosaizado,
cual furte y prodigioso Mathatias,
derrotaste a Masias:
Las Norias de Bajdt
597
de ti huyendo Mercado
murió precipitado
at mirar tu entereza:
Vive, gran Cruz, Iarnás olvidaremos
tan egrCgia proeza:
A ti tainbién la libertad debemos.
Qu bien en RoscIlón te señalaste,
cuando en ]as tres carnpafias
las tropas del Franccs traidor insano
quc invadió las Españas
Cetoso debelaste!
'V en Talas'era y Medellin tu mano
cónio hirió a este tirano!
'V no menos sois dignos de laureles
vosotros 6 Porlieres y Trujillos,
distinguidos caudillos
y extirpadores fieles
de insensatos 6 intieles
con Negrete y Salcedo
y aquel Flon a h! que nos robO la Parca!
Pues todos con denuedo
defendis ReIigión, Patria y Monarca.
necesario Cs convenir,—dijo D. Joaquin, dejando de
leer,—que D. Miguel Hidalgo supo lo quedijoal llamarã nuestras
universidades acuadrillas de ignorantes.a
— 1 0h!
)lV
AdelantándOme de intento en la relación de los sucesos que
constituyen esta verdadera historia, he querido agrupar en el menor espacio posible todos los acontecimientOS de menor importancia relativa en aquellos dIas, con el fin de que mis lectores puedan
sin distraerse estimar en lo de adelante el doloroso poema del sacriticio del heróico caudillo de Dolores.
Después de la derrota del Puente de Calderón, D. Miguel Hidalgo se dirigió sin tardanza a Aguascalientes, donde se reunió con
Iriarte, que alli estaba con dos mil quinientos hombres y los caudales recogidos en San Luis, importantes mcdio millón de pesos.
Dirigitronse juntos a Zacatecas; pero antes de liegar a la ciudad.
los alcanzó en la hacienda del Pabellón el capitán general D. Ig-
598
Episodios Históricos Mexicanos
nacio Allende, al cual, corno aconteció después de Ia bataila de
Aculco, se unieron los principales jefes insurentes.
Lo que alli ocurrió entonces ocuparla muchas páginas de mi
historia, si no fuera preciso, por honor de aquelios heroes, pasar
sobre ello como sobre ascuas.
Me limito, en consecuencia, a trasladar aqul las mismas palabras
de D. Miguel Hidalgo:
uPerdida la acción del Puente de Calderôn en Guadalajara, y
/'
i
1
/
-' •v4
-.
los alcanth ca la hacienda dcl l'abcllon
retirándome sobre Zacatecas, ful alcanzado en Ia Hacienda del
PabellOn, que está entre dicha ciudad y la villa de Aguascalientes,
por D. Ignacio Allende, nombrado capitAn general desde que yo
fuI investido con ci titulo de GeneraiIsimo en Acimbaro,
y en di-
cha hacienda ful amenazado por ci mismo Allende y algunos de su
facción, entre clios el teniente general Arias, Casas y Arroyo, ünicos de quienes hago especial memoria, de
que me quitari4n la rida
si no renunciaba el mando en Allende, lo
que hube de hacer y lo
hice verbalmente y sin ninguna otra fornialidad: desde cuya fecha
seguI incorporado al ejCrcito sin ning(n carácter, intervención ni
manejo, observado siempre por la facción contraria, y aun llegue
A emender que se tenia dada o?-den de que se me matase si me
Las Norias de Ba
jan
590
scparaba del ejército, lo mismo que contra Abasolo V el general
Iriarte: pero este despojo no se hizo pciblico y andaba solo en susurro entre la gente, porque la facción contraria a Hidalgo le hacla
parecer siempre corno principal cabeza y lo tenfa por parapeto hasta
la ocasiofl.
—Pero esto Cs terriblerneiite indigno!—eclamó D. Joaquin,
partidario, como ya sabernos. de la revolución iniciada por Hidalgo.
—Lo es,—contestO D. Anastasio;—pero fácil era preverlo, cono
cido el disgusto con que siempre ban visto los compañeros del
cura que éste hubiera tornado ci rnando en jefe.
—Pero a quiën si no a di que lo inició correspondia la dirección
del movirniento?
—Tienes razón. amigo mb, Pero quidn puede dominar Ia amhición?
- Pobre patria! ahora si que considero perdida la causa insurgente.
—Hállase por lo menos en terrible riesgo.
—Pero bien, qud determinó ci nuevo jefe?
—Conociendo que no podria sostenerse en Zacatecas, resolvió
retirarse con sus fuerzas a! Saltillo, aprovechando la derrota de
Cordero por Jiménez en Aguanueva.
—Y asi lo hizo?
—Si, dirigidndose por Salinas, ci Venado, Charcas y Matehuala.
—Pero Hidalgo...
—Hidalgo permaneció en Matehuala mientras Allende paso al
Saltillo a asegurar la ciudad arnenazada por el realista Melgares,
posesionado de las haciendas de San Lorenzo y Parras.
—Y marchO Hidalgo a reunirse con dl?
—Si, escoltándole el bandido Marroquin, que en esta marcha
hallO ocasión para ejercitar sus feroces instintos.
ese Marroquin es un miserable.
—So odio contra los españoles, que por bandolero le azotaron
pusieron
en prisión en Guadalajara, no se satisface con nada. Al
y
Ilegar al rancho del Prado, prOimo al Saltillo, supo que dos infelices europeos se diriglan en un carro acompañados de sus famihas a algün putno que se hallase en poder de los realistas; Marroqubn salió a reconocerlos y sin piedad alguna los mandó degollar
por mano de uno de sus mozos.
I
Goo
Episodios Históricos Mexicanos
—Horribles venganzas!
—Lo mäs horrible es que los verdugos dicen que D. Miguel es
quien dispone estos crueles asesinatos.
—Oh! ieso es imposible; es una vii calumnia!
—AsI lo creo yo también, pero el hecho es que su propio herrnano Jo dice.
—V eso qué importa? Todos cuantos sepamos estimar en algo el
heneficio que a su patria ha querido hacer D. Miguel Hidalgo y
Costilla, desmentiremos aiin a so propio hermano.
—A consecuencia de esta retirada de los insurgentes, entró
Ochoa en Zacatecas, como ya sabiamos, ci 17 de Febrero. La revoiución toca a su término: las consecuencias de la batalla de Calderón y de la toma de Tepic, San Blas, Sonora, Zacatecas y San
Luis, han dado por resultado que los realistas hayan vuelto a dominar en las provincias antes sometidas a los indcpendientes. Los
re s i, e h Ii m ei
principales caudillos, enemiste ' tantes en su ültimo haluarte...
rl;4re.i 'eL]
n r
— i .k y de ellos si la Provide
Asf era en efecto, y tan segura vcIau los n.alistas la total derruui
de los insurgentes, quc ci brigadier D. José de la Cruz crcyó que
todo podrIa coricluirse con comunicar a Hidalgo la amnistla que
las Cones de España habian decretado en 15 de Octubre de 181 o.
Este documento deben conocerlo Integro mis lectores.
Dice asI:
((La piedad de nuestro Soberano el Sr. D. Fernando VII, a
quien representan las Córtes generales y extraordinarias en su
ausencia y cautividad, se han dignado expedir ci adjunto indulto a
fin de que haya un general olvido sobre todo lo pasado en los palses de ultramar donde se hayan manifestado conmocionies, haciendo el dcbido reconocimiento a la legItima autoridad soberana que
se halla establecida en la madre Patria; y ci Excnio. Sr. Virey de
estos Reinos Don Francisco Javier Venegas, cuyas benéficas ideas
acreditadas tan repetidamente y cuyo piadoso corazón se horroriza
siempre que le ilegan noticias de que se derrama con lastimosa
profusion la sangre de tantos alucinados que se han separado de la
protección de las leyes, siendo rebeldes al soberano que aparentan
respetar y a quien insultan, ha querido hacerlo extensivo de un
Las .Vorias de Bajd;i
Got
rnodo singular a favor de todos los que han seguido y siguen Ia
insurrección que ha asolado este pals, tan feliz en otro tiempo.
))AI con-iunicarlo en virtud del superior mandato que me lo ordena, y al intimarle que en ci acto que reciba este aviso deberá
cesar en las hostilidades y contestar dentro de veinticuatro horas.
todo scgtIn en la misma gracia se retiere, no puedo resistirme a
hacerle algunas reflexiones para que aproveche el precioso v quizás
Cinico instante de pie(iad que la suerte Ic prepara: que considere
es ya tiempo de hacer cesar los males que sus primeros iniprudentes pasos han ocasionado a este reino, modelo hasta boy de lealtad y
respeto a su rey, y que la serie constante y no interrumpida hasta
boy de los triunfos de los ejrcicos que peleamos por la paz, deben
persuadir aun a los más insensatos, de la visible protección del
ciclo a favor de la más Santa y justa de las causas.
))No ha y pueblo que no reconozca sus pasados verros, ni hombre
que hay tenido la fortuna de ver pasar por su suelo las tropas
del rev que no se apresure a gozar de su protccción y amparo. La
disciplina, ci huen orden y la clemencia son nuestra principal divisa. Qu& ciudad, pueblo, rancho ó caserlo puede ser insensible a
este proceder y desengaño, viéndose libre de los horrores y anarqulas en que necesariamente ban estado sumergidos por una
niultitud que en su reunion revolucionaria, mirando con desprecio
a sus cahezas, no dehIa tener en su conducta ni lImite ni freno?
)Cesen, pues, los males hasta aqul demasiado generales y comunes a todo ci pals alborotado y que ha sido el teatro de Ia guerra:
vuelvan los que aun siguen ci estandarte de la rebelión, por temor
del castigo que les amenaza, a sus casas y familias. La miseria y
el terror están apoderados de multitud de infelices, victimas del
yerro de sus padres. Giinen en prisión esperando ci Ciltimo suplido algunos miles de hombres aprehendidos por los ejërcitos del
soberano y presentados por los pueblos desengañados; y finalmente, ci bien pcihlico exige que vueiva ci orden en todos los
puntos en donde falta. La vida de tantos americanos a quienes su
mala suerte hizo ser vIctirnas en las batailas, no puede ya devolverseles: la de los que la Icy tiene proscritos y están en prisión
puede todavIa libertarse, como se ofrece, si, convencido su ánimo
de los males que ha causado quiere con su arrepentimiento y presentación evitar que continücn, como sucederá inevitablemente,
ToMo 1
7b
6o 2
Episodios Históricos Mexicanos
si pasado el perentorio plazo pretijado no se ejecuta lo que en solo
ël se concede.
Guadalajara, 28 de Febrero de 181 i.
Josefde Ia Cru,
.General dcl cjercito de rcczva.
A D. Miguel Hidalgo y Costilla.
xv
Recibido quc fué en ci campo insurgente ci anterior otcio, salió
por ci rnisnio conducto la contestacion que en seguida copio:
D. Miguel Hidalgo y D. Ignacio Allende, jefes nombrados
per la nación mexicana para defender sus derechos, en respuesta
al indulto mandado extender por ci Sr. D. Francisco Javier \Tene
gas, y dci que se pide contestación, dicen:
Que en dcsernpeño de su nombramiento y de la obligacion que
como a patriotas amcricarios les estrecha, no dejarän ]as armas de
la mano hasta no haber arrancado de la de los opresores la inestimable aihaja de su libertad. Están resueltos a no entrar en cornposición aiguna, si no es que se ponga por base la libertad de la.
Nación y ci goce dc aquellos derechos que ci Dios de la Naturaleza concedió a todos los hombres: dercchos verdaderamente inalienables y que dehen sostenerse con rios de sangre si fuere preciso.
Han perecido muchos europeos y seguiremos hasta ci cxtcrminio
del ültimo, si no se trata con seriedad de una racional composic iOn
))El indulto, Sr. Excmo., es para los crirninales, no para los defensores de la patria, y menos para los que son superiores en fuerzas. No se debe V. E. alucinar de las elImeras glorias de Caileja:
estos son unos relámpagos que más ciegan que ilurninan: hablamos
con quien lo conoce mejor quc nosotros. Nuestras fuerzas en ci dIa
son verdaderamente tales, y no caeremos en Los errores de las campañas anteriores: crea V. E. tirmemente que en ci primer recncuentro con Calleja quedara derrotado para siempre. Toda la nacion está en fermento; estos movimientos han despertado a los que
Las Norias de J3ajth:
603
yacian en letargo. Los cortesanos que aseguran a V. E. que solo
uno ü otro piensa en la libertad, le engañan. La conmociOn es general y no tardará Mexico en desengañarse, Si con oportunidad no
se previenen los males.
' Por nuestra parte suspenderemos las hostilidades y no se le
quitard la vida a ninguno de los muchos europeos que están a nues•
tra disposiciOn basta tanto V. E. se sirva comunicarnos su ültima
resoiucióri.
Dios guarde a V. E. muchos años, Cuartel general del Saitillo.
Esta contestaciOn fuC escrita por el mismo D. Miguel Hidalgo, al
cual no obstante no se Ic pidió su firma.
Tuvo D. Miguel conocirniento del indulto merced a la casualidad
de haber ido a la casa del general JimCnez en ocasiOn que Cste estaha tratando del asunto con Allende, al cual le remitió el comisionado Blancas.
Hidalgo y Allende convinieron en no acogerse a Cl, como el
mismo caudiiio declaró, en vista de que en una de las condiciones
Se les imponIa que ambos Sc presentaran a disposición del gobier no.
Antes que aceptar tan dura restricción que les daba lugar a temerlo todo, Allende determinO persistir en Ia rebcliOn, cuidando
de no hacer saber a sus tropas el indulto.
No sierido posihic hacerse ilusiones sobre ci Cxito probable de los
sucesivos encuentros con los realistas, Allende determinO marchar
hacia ci Norte a fin de ponerse en comunicación con los EstadosUnidos y buscar en elios recursos para proseguir con mejor Cxito
la lucha.
Tal era ci asunto de la conversación que manterilan varios oficia.
les de su eCrcito a los cuales habla encomendado ci servicio de las
avanzadas.
—Pero es una cosa resuelta?—preguntaba uno de elios.
—Parece que Si.
—Medida prudente será, pues, segun se dice, las tropas destinadas por ci Virey a! Nuevo Santander, se han puesto ya en movimiento y Se acercardn en breve al Saitillo.
—Se asegura tambiCn que trae Ia misrna direcciOn el general
Ochoa.
a——
604
EpisodiOs Hist6ricos Mexicans
—El qué tom6 a Zacatecas?
—El mismo.
—Y Calleja?
—Calleja dejará o habrá dejado ya San Luis para venir a ñuestro
encuentro con tres mil cuatrocjentos infarites y ochocientos Cabailos.
4i7 ---
'- -I--
::
-
-
Ti era ci azunto de la convcrsaciôn
—Locos seremos si no aprovecbamos la salida que tenemos franca por el None.
—Esta ha sido la idea de D. Miguel, desde Zacatecas.
—Dicen que él fué quieri la propuso it Allende.
—Esa es Ia verdad y aün le indicó Ia convenjencia de lievar consigo un religioso del colegio apostólico de Guadalupe, por ser muy.
respetados en las provincias internas de Oriente los individuos de
esa Orden.
—Y por qué no se hizo asI?
—Porque el guardian se rehusó a franquear ci religioso.
-
--.-.=-----------
--.--.----
Las Xorjas de Bajdu
6o5
—Pero todo esto son meras suposiciones y nada más.
—Te engañas: Jos esplas de nuestro ejército han avisado que se
sospecha nuestro Paso probable a Jos Estados-Unidos y que por
indicaciOn de Calleja Se ha dado orden al coniandante del apostadero de marina, en Veracruz, Para que despache con la mayor
prontitud uno o mãs buques con tropas de su entera confianza a
reconocer todos los surgideros, calas y ensenadas hasta la hahia
del Espiritu Santo, desembarcando en los puertos que lo crean
conveniente, con el fin, no solo de impedir la evasion de los jefes,
sino de apresar cuaiquiera auxilio de armas y municiones que
pueda ilegarnos procedente de los Estados-Unidos.
—Pero qué ha pasado por tin en Ia Junta del 16 de Marzo?
—El objeto principal fué ci de nombrar los jefes de las tropas
que deben quedar en ci Saltillo.
—Habria por supuesto acalorada discusiOn.
—Si, porquc ni Abasolo iii Arias, que fueron los primeros a
quienes Se les propuso, quisieron admitir tan pligroso encargo.
—Y a quiénes se se nornbró por tin?
—Al Licenciado D. lgnacio RayOn y a D. José Maria Liceaga.
—Crco yo que D. Mariano Abasolo anda que se las pela por dejar cuanto antes ci partido insurgente.
—Después de todo, Para lo que en lfl ha hecho, no se hard sentir
mucho su faita.
—No es mãs que una excelente persona que sOlo por muchachacia pudo cntrar en un plan quc no se aviene con sus costumbres ni
carácter.
—Y es cierto que su esposa DOña Manuela Rojas de Taboada se
encuentra en ci Saitillo?
—Ciertisimo, y no lo es menos que no la ha recibido muy bien
que digamos D. Ignacio Allende.
—Por quë?
—Parece que le pareciO sospechoso el objeto de su venida, y
en tal virtud la ha prohibido que salga de su casa y que muestre
ci nadie los indultos impresos que ha traido. A consecuencia de
esto, Allende y Abasolo parece que andan muy disgustados entre
Si y que el primero hace vigilar muy de cerca Ia conducta del seg u n do.
—Cuando yo digo que mcis valfa dejarle ir en Paz de Dios.
6o6
Episodios Históricos Mexicanos
—Asi Jo quisicra la señora, que parece que no vive desde el prin.
cipio de la revolución.
—Es verdad que ha hecho cuanto ha estado a sus alcances para
apartar de nosotros a su marido?
—Si hombre, '' para nadie es un secreto.
En aquel instante se dejó oir un toque militar que cortó la conversación que venIimos siguiendo.
XVI
Retraidose habla en efecto D. Mariano Abasolo de
toniar parte,
activa por lo menos, en las determinaciones de Jos caudillos del
primer periodo de la Independencia. Accptó la lucha más hien por
compromiso que por convicción, y aunque en Acimbaro se Ic dió
ci grado de mariscal de campo, nunca se le confió mando alguno
rn ilita r.
Lejos de sacar utilidad alguna material, Ia revolución Ic ocasionó
p5rdidas considerables en sus intereses, que eran grandes, pues ade.
inás de haber lwredado de su padre una cuantiosa fortuna, su esposa, con quien habia casado poco antes del alzamiento de Dolores, le llevó una riquisima dote: ci padre de la señora era español y
parte de sus hienes cayeron en poder de los insurgentes en Celayn,
sin que se Ic hubiera permitido a Abasolo salvarlos como lo pretcndió.
En ci ataque a Guanajuato, Ahasolo permaneció durante toda
la acción en la casa de tin amigo suyo, y tuvo serios disgustos con
sus camaradas por haberpretendido impedir los asesinatos de europeos. Muchos de 6tos debiéronle su salvaciórt en Guadalajara, pues
prevalindose para ello de su empleo, los sacaba de ]as prisiones,
dando orden a los guardias de dejarios salir en su compañia.
Al acercarse el Conde de la Cadena a San Miguel, la Sra. de Abasolo se retiró a Celaya con la madre de su marido y las cuñadas de
Allende, y de alil pasaron a Valladolid y más tarde a Guadalajara,
donde volvió a reunirse con su esposo.
Abasolo concurrió a la batalla del Puente de Calderón solo por
no dar motivo de recelo a Allende, que le vefa con descontianza, y
en la hacienda del Pabelión se reunió con D. Miguel Hidalgo, no
Las Xorias de Baidn
607
tornando pane alguna en ci despojo que se hizo dcl mando supremo al generailsimo.
D. 0 Manucia obtuvo de Calleja ci dIa i 3 de Febrero, pasapOrte
para seguir a su marido y apartarlo de la revolucióii, y con este tin
Ic escribió desde San Luis las dos cartas siguiemes:
San Luis Potosi.—Queridisimo hijo ,iiio: Con grandIsimos Irabajos he Ile,,-ado hasta aqui en husca tuyay de mi hermano, con ci
destino que se ,-etiren del ejército, y si pueden vtiranse por Dios
ci los Es! ados-Unzdos: yo veré despuds cdmo lo sigo, porque esto
anda miy ma lo con las cosasque han hecho, que ci no ser esto vase
Izzibieran salido con la empresa; pero con seinejantes iniquidades de
degoilar ci sanre fria ci nzuchos inocenteS co,,zo Dios los ha de
pro! eer? esto es imposible: verguena es ozr ci valor de los de ese
ejercito, que en i'iendo gente armada echan ci correr, y ci los rendidos que se vienen ci entregar sacarlos a degoliar con tanta ldstima: ;qzze viIea! y lo peor es quc uno lo hace y todos lo pagan. Por
Dios te pido y por lo que mis ames, que serd tit que no sigas
en esto, ni Pedrillo, aunque y eas las cosas flu)' placenteras: por
Maria Santisima j -por vida mia te pido (si es que me quieresj que
te rayas ci los Estados-Unidos y no rengas ci estas cosas, aunque
vengafl ci ;noztOnes ejdrcitos de ing leses.
Ya sabrds ci fin funesto del padre Mercado después que lo derrotd Cru, y ci Letona le quitaron los poderes y se did veneno en
la prisiOn: se dice que todos los lugares que estaban antes por ci
cura no quieren oirlo inentar... Di tá si habrd quien quiera seguir
sit partido que se ha hecho atrentoso , y ci todos nos ha Izecho ink/ices, y tá me hards ;nucho mas si no haces lo que te digo: te retizas ó te vas, pues es ci i2nico consuelo que Ic queda en tanta pena a
tit infelij esposa.—Ma?iUeIa. a
La otra carta, no menos elocuente y sencilla que la precederite,
decla:
Querido /zijito: Con este ,nisrnO fl2OO ,ndndame radn de lo que
determines hacer, site vas con Pedro a FiiadelJla (que me parece lo
unejor, r Si flO, retirate ci un paraje donde estdn tü y Pedro solos,
y avisanue para conseguir un indulto del viz-c)', que no me seria
6o8
Episodios !listóricos .ilexicanos
dificil. pues Ic han hecho mu;- l'uenos informes de Ii, me asegu.
ran que ha escrito ci rirey que si te presentas te indulten: pero lo
lZejOr es, si SC puede, que Se va;-an a otro rezno hasta ver al/i elfin
de esto y no te i'ueivas d meter en ,zada. pues con las iniquidades
que ha /zecho ci cura, d todos nos ha perdido y es cosa afreiztosa
seguirlo, ;- max bien elegir ci morir cuando no hubiera otro re•
curso, que no seguir zin partido quehan hecho tan afrentoso, y cada
dia me pesa ,nds el que anden ustedes en if!: parece qzee el cura ha
estudiado ci modo de perder el partido que teniQ y /zacer infeliT d
todo ci reino: esta es la felicidad tan decantada de la Amdrica, y
hubiéralo sido tal ve cuando no /zubiera,z comet ido tan tos excesos,
que Siquiera por buena politica debieran haberlo ei'itado, paz-a no
haberse airaido el odin de los nZiSznOS criollos, pzzes al fin no todos
tienen coi-aones inhunza,zos: mándame raón de In que determines
;- pon la ca,-ta en término.c de que Si la cogen no te perjudzquen:
entrif-a!e esa esquela al hijo de Allende, de Doña Micaela. Pdsalo
bien; hijito, r ha lo que te digo, pues antes no me hubiera hecho
el que hubieras nzuerto en la accion, pero no con afrenta: adios,
hijito, tit—Manuela.
Antes de salir de San Luis Ia Sra. de Abasolo obtuvo de Calleja
un nuevo pasaporte expedido ci 27 de Febrero en la Hacienda de
la Laguna, y con su suegra é hijo se trasladó al Saitillo, como ya
dije, dispuesta a ari-ostrarlo todo por salvar a su marido, ó en caso
necesario, perecer con él.
La priniera de ]as cartas que copié habrá hecho recordar a mis
lectores a aquel D. Pascasio Ortiz de Letona a quien Hidalgo dió
sus poderes para hacer tratados de alianza con los Estados-Unidos.
En este perfodo de la historia de la Independencia mexicana, son
tantos los hechos y personajes de poca importancia a Jos cuales ha
de bacerse referencia, que es Jo rnás fácil olvidarlos y lo n'iás difIcii poder hacerlos enrar a tomar su parte en ci conjunto, sin confundir y desesperar al lector.
La negociación concebida por Hidalgo no ilego a tener efecto,
porque dirigiéndose Letona a Veracruz, antes de que pudiera hahërseie proporcionado pasar a los Estados-Uriidos, al atravesar la
Huasteca hizose sospechoso al justicia del pueblo de Molango,
quien le detuvo y registró escrupulosarnente su equipaje. En ci lo-
609
Las Norias de Bajan millo de Ia silla de montar se le encontró ci poder conferido por
los jefes insurgentes, y antes que Letona hubiese liegado a Mxico, temiendo la suerte que pudiera esperaric, se dió Ia muerte
con un veneno que lievaba oculto. Su cadaver fué enterrado en la
villa de Guadalupe.
D. Mariano Abazolo
No fué más afortunado en su embajada el Lic. D. Ignacio Alda
ma, a quien Allende hizo ponerse en camino para losEstados-Unidos, con la comisión de solicitar armas y auxilio para. continuar la
lucha, haciéndole acompañar por ci padre Salazar, al cual nombró
su secretario. El Lic. Aldama marchó en efecto provisto de los poderes ncesarios y de cien barras de plata y suficiente cantidad de
numerario.
Aldama y su secretario dirigironse sin temor alguno a Ia provincia de Tejas, que se habla declarado por Hidalgo, quien confirToMo 1
77
-
(no
EFISOd,QS !iistó,-icos Mexicanos mó en ci mando al capitán Casas, autor de la revolución Insurgente en aquellos rumbos.
XVII
Inclinadas las balanzas de la victoria, que también la Victoria
tiene sus halanzas por ]as cuales se guia para avudar al guerrero
ue rnás pesa en ellas; inclinadas, repito, ]as baianzas de la victoria del lado de los realistas, la voluble diosa voivió decididarnente
Ia espaida a los insurgentes, y asI como en breve espacio dc tiempo
les entregO rnãs de la niitad del entonces muy extenso territorio de
la Nueva España, asf misrno inspiro a los mismos pueblos, que les
eran afectos, la iniquidad de que poco a poco fueran declarándose
por Ia Contrarevolucjón
El capitán Casas, que, como dije, fUd Cl autor del aizamiento de
Tejas contra Fernando VI I, no sOlo no supo hacerse de partido
dentro del que nuevamente habia abrazado, sino que antes bien
tuvo el talento de dejar a todos disgustados de su gobierno.
D. Juan Bautista Casas era capitan de Milicias en San Antonio f3ëjar, doude residlan ci gohernador de Tcjas D. Manuel de
Salcedo y el que lo habIa sido de Nuevo Leon, D. SimOn de Herrera.
Este D. Simon de Herrera desempeñaba la cornandancia de Milicias de ]as provincias.
A consecuencia de Ia Victoria de Jiménez en Aguanueva y derro.
ta de Cordero, sucesos que en su lugar referi, los insurgentes se
hicieron dueños del Saltillo, y D. Manuel Santa Maria. guhcrnadoidel reino de LeOn, creyó oportuno declararse por Hidalgo, como
lo hizo en Monterey, su capital. Influldo por estos aconrecimientos,
ci capitán Casas quiso a su vez echar su cuorto é espodas, y Cl 22
de Enero dió el grito de guerra apoderandose de las personas del
gobernador Saicedo y del coniandante Herrera y bonitaniente los
despachd presos a Monclova.
Q uedaron, en consecuencia, los insurgentes dueños de todo ci
pals que Se extendfa entre San Luis y Ia froinera de losEstados[Juidos, sin eneinigo aiguno en todo dl, pues Jimncz habIa derrotado en ci puerto del Carnero a D. Josa M,ul de Ochua. que
quiso oponerse a sus triunfos. Tal y tan poco sangrienta Iuë la
-
I,
Las Norias de Bajdn
conquista de Tejas: ya desde mucho antes habIa andado más qua
inquieta y desorganizada, merced a los trahajos de los agitadores
qua, procedentes dc los Estados-Unidos, procuraban su anexión
la flhibustera Rephlica americana. El gobernador D. Manuel Salcedo hahia ya tenido ocasión de sospechar ci levantarniento de Ia
provincia, y asI lo comunicó al virey al noticiarle qua varios vecinos de La colonia de Baton-rouge habian proclarnado La independencia de la Florida Occidental, por un acta qua fIrmaron ci 26 de
Setiembre de i8io.
Pero, lo repito, D. Juan Bautista Casas tenfa fastidiados con su
gobierno % sus subordinados, qua solo necesitaban de un hombre
qua se pusiese a su cabeza para dar al traste con dl.
Dicho hombre no tardO an presentárseles.
Era él un subdiacono nombrado D. José Maria Zambrano, qua
con poca ó ninguna vocación para vestir ci hhito, hablase distinguido por su genio travieso y dado a ]as aventuras, an las cuales
hizo notable su despejado espIritu y caracter emprendedor.
No conviniéndoles qua permaneciese an San Antonio Béjar,
hahIanle hecho salir de la ciudad sus prelados y ci gobernador, y
fuera dc ella perrnaneció hasta qua los enemigos de Casas hiciéronie venir para comunicarle sus intenciones y solicitar su
ay u da.
—Esto camina mal,—lc dijeron,—las tropas del rey triunfan
an todos lados, y los jefes insurgentes van de capa calda: no le
parece a usted qua serIa de un excelente efecro una contrarevoluciOn?
—Si qua me pare ce, —co ntestd Zambrano.
— i Pues a ellos! Dé usted la señal y cuanto antes major.
—No, señores, eso no serla prudente.
—? Cómo asI?
—Pudiéramos fracasar y debemos hacer lo posible para no dar a
los insurgentes motivo, qua no desperdiciarian, para colgarnos de
un árbol.
—Entonces qué debemos hacer?
—Es rnuy sencillo.
- V earn os.
—Debemos aparentar todos qua nuestros ataques se dirigen, no
al plan insurgenre, sino a la personalidad de Casas: justilicarán
If
-
612
tt
1 1 ) €1-
Jr
C1
Episodios !-Ii.ctóricos Mexicanos
nuestro proceder los desórdenes de su gobierno, y en caso de que
ci asunto ande mat, nos limitaremos a pedir que se nos ponga otto
gobernador clegido entre los jefes independientes.
—Bien está: aprobado.
—Asi no nos haremos sospechosos a los partidarios del cura,
y podremos conquistarnos sus voluntades y aumentar nuestros
elementos, siendo como es fadl cosa concitar enemigos al que
manda.
—Magnifico, y de acuerdo.
—Ademãs, todas las noticias que he procurado adquirirme nos
son favorables y quizas podamos dat un golpe maestro.
—,Cual?
—El licenciado Ignacio Aldama debe ilegar a esta ciudad de un
momento a otro.
—EEl hermano del jefe insurgente D. Juan?
—El mismo.
—Entonces todo se ha perdido, pues vendrá acornpañado de tropas insurgentes.
—No: viene solo ó cuando mucho con una reducida escolta.
—Pero a qué viene?
—Solo de paso para los Estados Unidos.
—Entonces es cierto quc a ellos se dirigen los insurgentes?
—Pudiera ser, y en tat caso, todos caerán en nuestras manos.
—Yo sé que el general D. Mariano Jiménez ha requerido, bajo
]as más graves penas, a los pueblos de la provincia de Coahuila
quo franquecn a todo comisionado vferes, forrajes y bestias de
carga para servicio de Allende, su comitiva y tropas.
—Asi es la verdad.
—D. Pedro de Aranda, gobernador de Coahuila, reunió a los
vecinos do la villa do Monclova para darles conocimiento de una
orden do Jiménez para que apresten doscientas mulas de carga y
gran cantidad de vIveres, y a mãs cuanto puedan necesitar a su
tránsito los generales y su ejército. Aranda solicitO ci auxilio de los
vecinos a los cuales invitO a la vez para que se prevengan a recihir
con toda clase de honores al generalIsimo y los demás jefes.
—Y qué ban hecho los vecinos?
—Contestar que si, y a la vez tomar sus medidas para no hacerlo.
1
:c
TV
Las Norias de Bajdn
613
—Por qué causa?
—Porque piensan, y con razón, que si se prestan a ayudar a los
efcs insurgentes que van profugos, y después ilegan las tropas
reales, no solo perderan lo que a aquéllos faciliten, sino que serän
castigados por falta de fidelidad al gobierno español.
—Pero de qué medio servirnos para apoderarnos del licenciado
Alda ma?
—Eso corre de mi cuenta y a su tiempo Jo sabrári ustedes: por
ci pronto, hay una cosa importante que hacer.
—Cuá1 es ella?
—La siguiente: es preciso empezar it soltar con mucha prudencia
la especie de que Aldama es un ministro de Napoleon.
—Pero nadie Jo creerá.
—Tal VCZ SI: para ello es conveniente hacer notar que los jefes
insurgentes Ilevan un uniforme parecido al de los otIciales franceces, con borlas y cordones por todos lados, como pueden ustedes
ver en las estampas que representando las batallas de NapoleOn
circulan por todos lados.
—Pero...
— iQué pero ni qud nada! este mismo sistema empleó el cura
contra los europeos, diciendo que los españoles, quc tan bravamente se están rompiendo el alma con Napoleon, pensaban entregar
estc reino a los franceses, y, ya lo han visto ustedes, no le dió malos
resultados.
—jEs verdad!
—Además, como Aldama se dirige a los Estados Unidos a buscar alil alianzas y armas, puede con justificaciOn darse a entender
que el precio será la cesiOn a los nortearnericanos de esta provincia de Tejas a la cual tantas garias tienen.
—Excelente idea, que bien pudiera ser después de todo completamente cierta.
—Lo será o no, pero bueno es aprovecharla.
Algunos dias después, cinco de los principales contra revolucionarios se reunieron en casa de Zambrano: las especies convenidas se
habian hecho circular con éxito, y D. Ignacio Aidama se encontraba en Béjar: era ci viernes z .° de Marzo: los conjurados resolvieron dar el golpe aquella misma noche.
Al efecto, dirigiëronse a los cuarteles cuyas tropas estaban
V.
4
' X
4
Episodio Hist6rjc0s ifexicanos
de antemano ganadas, y de elios se apoderaron sin diticult0d
Cuando ci dia amanecjó, Zambrano tenIa preso al g ob ernado
Casas y detenido en su alojamiento a D. I g n
acio Aidama, so
tetto de que su pasaporte no se encontraba en debida forma. pre.
Se COflVOCÔ una junta de los p
r incipales v ecinos, con objeto de
nombrar otra co
a Za mbrano, y lampuesta de Once vocaics, cuya presidei-icja se djó
contr arevolucjón quedo c onsumada al ser reco.
nocjda su autoridad por los pueblos y cantones militares de Ia
provjrlcja
Con la mayor actividad, Zambrano procedjó a asegurar al licenciado Aldama y a su comjtj'a organizo tropas, sofocó conspiracjo
dories, halago a los Unos, castigo a Jos otros, despojo de sus empleos a los partidarjos de Casas, y llamO a des
enipeñarlos a Jos
enemigos de este, puso en libertad a Jos europeos aprisionados
indeninjzó a los mas perjudjcados y a todos restitiayo SUS
bienes,
ton-lando, en fin, tantas y tales disposjcjones y con talacierto pam
el mayor bien de l
a causa a que se entregaba, que to(t{) LI munJn
le creyo un prodigioso talento politico y adrninktr,jj,-,
XVJIj
An j mado con el buen exit0 de
-a
-, I
I
Manuel Zambrano pensó in mediataiin t
en
ponerse
en
Corn
Uflicación con Ia Cor
nandancja general de ]as provincjas internas, con
el brigadier Calleja y con ci mismo virey, y con tal fin nomhró dos
comi sionados, que Jo fueron los capitanes D. Jose
Muñoz y D. Luis
Galán.
Previendo ci peligro que pudieran correr sus personas y ci plan
de Jos Conjurados si cayeran en poder de los jefes
i nsurgentc,
Zanibrano no les dió instruccjón alguna por escrito, y antes por ci
contrario, les facilit6 poderes para el teniente general JimCnez,
a parentando en ellos estar por ci alzamiento de D. Miguel.
El dIa i i de Marzo, los m
Co j s j onados de Zambrano liegaron
a Mo nclova é inmeclj
atameilte pasaron a ver al teniente coronel D. Ignacio E
lizondo,
Intimo amigo del resuelto subdiácono
tejano.
Estaba Elizondo encargado de una compañfa presidial.
Y
habien-
Las fr,orias de J3ajdz
615
do tornado en un principio parte en la revoiución, hablase separado
de ella, segán Sc cree, porque no vió satisfecha su ambición a
medida de sus deseos.
—Segün eso,—observó hablando con los comisionados,—Tejas
estâ de nuevo por ci rey?
—Lo está, y ci Sr. Zambrano espera que otro tanto harán ustedes con esta provincia.
—Y espera bien mi buen amigo, pues no tardaré mucho en dar
a mi vez ci goipe.
—Cucnta usted con buena gente?
—Dc lo n-Icjor; estãn de acuerdo conmigo D. Tomás Flores,
adniinistrador de rentas, y ci capitan D. Jost5 Rábago.
—De cuánto tiempo acá datan los trabajos de usted en este
sen ido?
—Desde Ia liegada a Monclova de los gobernadores D. Simon
Herrera y D. Manuel Saicedo, cornencé mis trabajos ganandome
tanto a los particulares corno a la tropa de dcntro y fuera de la
ciudad: niucho me ban ayudado en mi empresa ci capitán Menchaca, que poridrá a mi disposición trescientos indios lipanes, y
D. 1(ani611 Diaz de l3ustarnantc a quien los indios ilaman ci capitan Colorado, a causa del azafranado tinte de su cabeilo: éste cooperará al ëxito de nuestros planes con su poderoso influjo entre
las tropas veteranas de la provincia.
sera cosa quc presente serias diticultades ci apoderarse del
gobernador D. Pedro de Aranda?
- N ii gun a.
— Este Asanda creo que es natural de Camargo en las inmediaclones de Lagos.
—El mismo, y es dueño de la pequeña hacienda de Jararniilo
el alto.
—Creo que es un insurgente hasta ]as cachas.
—Al meuos tomó parte en la revolución desde los prinleros
dias.
—Si, aunque en eso habria mucho que decir.
—Pucs que bay?
—Aranda es ut-i buen hombre de campo poco amigo de esta
clase de zambras, y se murmura que solo intimidado por las amenazas de Iriarte, quien Ic asustó con decirle que le quernaria su
Episodios ThstdriCos Mexicanos
616
hacienda si persistla en no ser un buen patriota, se decidió a entrar
en ella.
—Ya; pero después...
—Después acompañó a D. Mariano Jirnénez en su expedición a
las provincias internas de Oriente, y allI fué tan humano y cabaileroso como ci mismo Jiménez. Los gohernadores Salcedo y
Herrera me han referido que Aranda fué quien les hizo quitar
las cadenas con que los habian cargado y mandó ponerlos en
I ibertad.
—Vamos, no le crela yo tan buena persona.
iuti icnc un c,rctr n uv oc iiblc
3I .
c
—No, pues
y
alegre.
—Es jôven
—No por cierto, pasa de sescuta y trcs
bailecitos y diversiones COInO Si contara veinticinCo.
—Si pudieramos invitarle a aI.z:a HtH11i V
—Ni en eso tenemos que pensr.
—qPor qué?
—Porque ya Ia tiene él arreglada para la nohe dcl dumiiigo 17.
—MagnIfico!
—Y con qué gente podremos contai
—Para dar ci golpe, con unos doscin'-
1nHr-, vccns.
ya de tropa y veteranos de toda mi contianza: con ellos tendrems
bastante para apoderarnos del gobernador. de In de
la artilleria, que está servida por insu! ::c'
—Y cuándo se dará ci golpe?
w H pH:
—La noche del domingo lo más tar!.. rnás seguridad sobre los jefes independientes, que, segin ci itinerario que Aranda posee, deben hallarse ci jueves 21 de Marzo co-
rrientc en Las Norias de Baján.
—Pero será seguro?
—SegurIsimo.
—Todo marcha a las mil maravillas.
—Todo, pero es necesario tener la mayor prudencia.
—En ello va nuestra vida.
—Pues no echarlo en olvido.
—No haya miedo de ello.
,•r.ITURTM
—,*ul-
Las Norias de Bajdn
617
—Para alejar en lo posibie toda sospecha.—dilo Eiizondo.—yo
pienso salir de Monclova y no volvere hasta Ia misma noche del
domingo en que nos apoderaremos tie D. Pedro de Aranda.
—Y nosotros qud debemos hacer?
—Ustedes permaneceran aqul sin darse a ver mucho, pero sin
ocuitarse tampoco. En caso de necesidad, muestran ustedes los
poderes que les facultan para tratar con Jiménez, y D. Pedro de
Aranda será el prinlero en ilenarlos de cons i(ieracines.
Llegó a su tiempo hi noche del domingo designado para Ia contrarevlución de Monclova, y mientras ci gobernador Aranda Se
divertia grandemente en ci baie a que va hice referencia. Elizondo, que al anochecer hahia entrado en Ia Ciudad, Se reunió con el
capitan Rabago y ci administrador de tahacos I). Tomás Flores, su hijo D. Vicente. ci capitãn D. Macario E3orrego, el teniente
D. Rafael del Valle. ci aiférez D. Matlas Giménez, los sargentos
Ventura Ramos y Faustino Casteilanos, y varios vecinos principales.
Acabados de arreglar todos los pormenores ' prevenido ci resto
de la gente, Elizondo permaneció ocuito hasta las once de la noche, hora en que, hahiendo terminado ci baile, Aranda se recogió
A la hohitación de su amigo D. Ignacio Castro.
Por grande que fuese la reserva con que todo tratO de hacerse,
una reunion de cerca de doscientas personas no rudo liegar desapercibi.la a la casa de Aranda, que sobresziltado dejó ci ]echo y se
vistió ripidamente.
—Qué ocurre?- pregunto,—ha liegado ya ci gencrailsimo?
Ninguno de los sirvientes supo qud contes!ar.
Aranda abrio entonces uno de los balcones y se asomó a 61.
Llizondt) tuvo entonces una feiiz idea, v dirigiéndose a los que
más prOximos Ic rodeaban, ics recomendó que vitoreasen a Aranda
a la vez que hablando a ësie, Ic dijo:
—No ha y por .1 ue asustarse, señor gobcrnad'r. acabo de ilegar a
Monclova y de elicontrarme con las genies que ban saliio del baile
y las he invitado a lor,i ' ar Un gallo para venir a vitorear a usted y
pedirle un agasajo, del coal participe yo que no pude concurrir a
la fiesta.
Los conjurados prorum pieron entonces en a ronadores ivivas!
Por mas que no huhiera causa jusiilicada para ella, esta supuesta
ToMo 1
rnanifestación halagó de tal modo a 1). Pedro de Aranda, que tranquilo, alegre y satisfecho, grito desde el balcón:
—Pucs bien, hijos mios, pasen ustedes adelante, que no fohará
agasajo que ofrecerles.
Siguiendo las órdenes de su arno, los criados abrieron la puerta
de La casa, siendo Elizondo el prirnero en penetrar en ella.
Cuando Aranda se entcró de las verdaderas miras de los fingidos
amigos, la cosa no tenfa remedio y hubo de darse de buen grado a
prisión.
Asegurada convenienternente su persona, los conjurados se dingieron a los cuarteles, sorprendiendo con igual feliidad a los soldados de la guarnición.
Por este medio Elizondo se apoderó de ciento cincuenta hombres y nueve piezas de artillerla, sin baher tenido que disparar un
solo tiro ni derramado una gota de sangre.
Sc procedióluego a formar una Junta de Gobierno con ci fin de
que ella designase la persona quc huhiera de encargarse del niando
de la provincia.
Antes de que la deliberación cornenzara, Elizondo manifesto,
que estando dispuesto a no admitir, serla inUtil que se Ic ciigiese a i.
No habiéndose podido hacerle desistir de su propósito, la Junta
encornendó ci mando intenino de la provincia al Sr. D. Simon Herrera, que inn-tediatamente tornO posesión.
Allende y los demás caudillos, ignorantes de tal suceso, marchaban, entre tanto, impelidos por la fatalidad, a ponerse en manos de
sus cnernigos.
XIX
Ya era cosa que estaba en la conciencia de La generalidad la proxirna tcrrninación de los trastornos producidos en la Nueva España por el levantamiento de D. Miguel Hidalgo en Dolores; pero
niadie podia irnaginarse que todo hubiese de concluir con la espantosa catástrofe que iba a servir de epliogo at poerna de la primera
campaña independiente.
La suerte, que tanto habIa halagado a los caudillos en el comienzo de su carrera, parecla haberse conjurado en contra suya, y a!
Las Norias de Bajdn
i
encornendar a la felonla y a Ia traición el cuidado de satisfacer sus
caprichos, quiso negar a aquelios heroes ci consuelo de morir en
una batalla y ci no menos iniportante de evitar las mortificaciones
del cadalso.
Cruel é imperdonable acción fué en Allende haber privado a don
Miguel de la autoridad que su entusiasta ejército Ic conhirid en
Acärnbaro; pero bien funesta iba d serle. porque si bien Hidalgo
no era ni lo pretendIa un jefe militar, distinguIase por su experieflcia de Ia vida y su conocimiento de los hombres. Faltábanle estas
cualidades a Allende. y hien lo probó entreg6n1ose confiadaniente
a tropas de tan incierta fidelidad como las de Elizondo, que mal
podrIa servirle de buena fe en los momentos de desgracia, cuando
en los dias de la fortuna hablale ahandonado instigado por la ruindad de una arnbición no satisfecha.
Elizondo supo aprovechar los prirneros instantes de su triunfo,
y no fué menos activo que ci suhdiácono D. José Manuel Zambrano en prornover todo lo concerniente ü La sorpresa y prisión de los
jefes insurgentes.
El iq de Marzo, es decir, dos dias después de haber aprehendido
a! gobernador D. Pedro de Aranda, Elizondo estaba dispuesto a
salir de Monclova para ir a encontrar a Allende y los suyos.
—Esto es becho,—decIan sus soldados,—ó D. Miguel nos deguella a todos y escapa a los Estados . Unidos, ó ci virey Ic degüeha a d.
— iQ uien sabe cómo saidremos de esta empresa!
—Dc esperar es que sea perfectarnente.
—Eso nos irnaginamos nosotros; pero racional es suponer que el
Sr. Allende haya tornado sus precauciones.
—Pero qué precauciones puede haber tornado?
—Quién sabe!
—O jurarIa que ningunas.
—Por qué?
—Porque Cl se imagina que D. Pedro de Aranda le está esperando prevenido por ci general JimCnez; a Calleja lo ha dejado atrAs,
por estos rumbos no hay apenas realistas y...
—Todo ello está rnuy bien dicho; pero... en fin, ailá vcrernos.
—;Lograron p6ncrsc de acuerdo en La junta de hoy?
—QuC junta?
I•1
4
6o
Episodros HisgOrjcos Mexicanos
—La que Elizondo citó para la casa del cura Galindo.
—Si; y Ia prueba es que dentro de algunas horas saidremos para
nuestro destino.
—Ojalá no nos vayan a meter en la boca del lobo.
—No, no Jo creas, en esta ocasión todos marchan de acuerdo. Al
principio todo querLn dirigirlo D. Tomás Flores y su hijo D. Vicente; pero luego convinieron en que Eiizondo, D. Rafael del Valle
y ci Altérez I). Jose Maria Uranga sean quienes dirijan la operación.
—Pero. en tin, por qué no bernos salido ya?
—No lo sé, pero segin me han dicho, ya tenemos cuantas noticias son de desearse.
—Regresó el intérprete D. Pablo Delgado?
—Si, y segUn dicen, fuë de Jo más afortunado en su descubierta.
—Por süpuesto, ha traldo buenas noticias.
—Excelentes: Allende y los suyos no sospechan ni lo más mln im o.
—Se acercd mucho a ellos?
—Tanto que se ha traido dos caballos y tin zarape del campo de
los insurgentes, y dice estar tendidos desde la Joya hasta Ia punta
del Espinazo.
—;Son muchos?
—Calcula que més de mil hombres.
—Dificil va a ser entenderse con tanta gente.
—Todo está previsto: los indios mescaleros se encargarán de ir
arnarrando a los presos, y a todo ci que se resista se Ic pegara un
balazo.
—Esos indios son feroces.
—Tanto, que al tratarse de amarrar, su capitan dijo aque no era
bueno amarrar, sino mejor marar, y después contar, porque la
gente es mucha y ellos son pocos y se entretendriac-i en amarrar.*
—Pero cuando los insurgentes nos descubran en el camino pueden sospechar...
—Nada.
— I Por qué?
—Porque ci soldado Pedro Bernal llevará unã carta de D. José
Maria Uranga para el general Jiménez, que es muy su amigo, avisándole que Ic espera en las Norias que se hal'ian en Acatita de
l3aján.
I
Las \orias de
J3ajdn
—Y por qué alil?
—En primer lugar porque asi se lo previno Jiménez an carta qua
le escribió desde Anado.
—Ah! entonces...
—Además... Acatita de Baján as el Unico aguae qua hay an toda
Ia comarca, y aUl tendrán qua detenerse Para dar agua a la cabsIlada.
—Creo que no están muy lejos de Monclova las Norias de Bajãn.
—Catorce leguas poco más
o
—Pero si los mil hombres
liegan a is vez.
—No llegaran.
—Por que?
—En primer lugar, el paraja as esrecho y no lo consiente.
—Está bien.
—En segundo, los jefes,
que son los qua iniportan,
vjenen an coches a la cabeza
del ejército.
—Magnilico.
—Por áltimo, ya se ha pensado an la manera de fraccio-
D. Ignacio Elizoado
narlos.
—Cómo?
—Se les dirá qua el agus anda muy escasa an las Norias.
—Creo comprender.
—Dc este modo se les ponderara la importancia de qua ellos se
adelanten, a fin de qua scan los prirneros an disfrutar de ella.
—Bien combinado está eso.
—Además, se les dirá qua D. Pedro de Aranda ha salido también
recibjrlos y...
En aquel momento un clarin dió Ia orden de reunion y cada cual
corrió al lugar qua le estaba designado.
Empezaba a cacr Ia tarde cuando salió de la villa de Monclova ci
capitan retirado D. Ignacio Elizondo, a la cabeza de trescientos
Episodios Histiricos Mexjcanos
cuarenta y dos soldados, veteranos, milicianos y vecinos. llevandc,
de segundo a! teniente D. Rafael del Valle y de subahernos al al16.
rez D. José Maria Uranga, teniente D. Antonio Griego, al de Ia
misma clase D. José Maria Gonz!lez, a los alféreccs D. Nicolas
Elizondo, D. José Maria Jiménez y D. Diego Montemayor, y por
jefes de los paisanos a D. Tomás Flares, administrador de rentas
unidas de la provincia, y at justicia de Sari Buenaventura, D. Antonio Rivas.
Marchando en el mejor orden posible, avanzó el referido coman.
dante hasta un poco mãs allá del puerto de J3aján, en donde it las
doce del dIa 20 de Marzo acarnpó, noticioso de que at siguieme
liegarian con toda seguridad los insurgentes a aquel punto, par no
haber, comaya dije, otro aguaje en todo el rumbo.
Todo se preparó, pues, para recibirios en Ia mañana dcl 21, Valiéndose del ardid de esperarlos con apariencia de un recibimient
obsequloso.
La historia se preparó a escribir con sangre, sobre las negras paginas de la traición, la fecha para Mexico memorable del Juei'es 21
de i%faro de iSri.
xx
Fatalmente empujados por su pérfido destino, continuaban
mientras tanto avanzando a su perdición los caudillos insurgeutes.
Alboreaba apenas Ia primera luz del dla, cuando unacorta avanzada de cuatro soldados independientes dió la voz de alto! a un
jinete que hacia los reciCn venidos se dirigla.
—Nada hay que temer, amigos,—contestO el detenido;—soy ci
soldado de Monclova, Pedro Bernal, que traigo una carta para el
general JirnCnez.
—De parte de quicin vienes?—preguntó éste.
—Dc mi teniente D. José Maria Uranga.
Jiniériez leyó rápidarnente Ia carLa.
—Tu teniente me dice que nos espera con unos cuantos hombres en las Norias de Baján.
—Dc alli sail yo a las tres de la madrugada.
—Y por qué no ha venido él mismo?
—Porque con sus honibres se ha quedado guardando el aguaje
Las Xorias de Bajdn
para que nadie Sc acerque a él, por andar el agua muy escasa y
querer reservarla toda para el ejército.
—Bien está.
_Tiene V. E. algo que mandar?
_Pues quti, tienes orden de regresar?
— S i, senor, en CuafltO haya recibido la respuesta.
_Quti tal anda en Monclova la opinion piblica? nos es favorable?
—Tanto que todas las calies están lienas de arcos de flores.
—No hay por ailá ningiln realista?
—Los pocos que ha y continüan presos, como sabe V. E.
_-Y e capitán D. Ignacio Elizondo, dónde se halla?
—No puedo responder a V. E., porque no le conozco.
—No le conoces?
—No, senor.
—Estã bien: y ci gobernador D. Pedro de Aranda?...
—El gobernador D. Pedro de Aranda debe tambitin haber salido
de Monclova a encontrar a ustedes y ha hecho componer las calies con arcos desde el Puertecito a Ia puerta de la iglesia.
_f r dices que estanios mal de agua
—Señor,—contestO Bernal,—hay poca y V. S. trae mucha gente:
afuera bueno que los coches y gentes principales se fuesen delantc
para que tornaran la primera agua, cosa que cuando fueran Ileganado los atajos y avIos, ya V. E. y los señores han pasado y descanasado, y asi podrá haber agua para todos los caballos, porque si
avan todos de golpe no dan agua en todo ci dIa, y se muere mucha
acabaliada porque está delgada, y todavIa está V. E. lcjos.a
—Está hien, asi lo hard.
—Asi me encargó mi teniente lo dijera a V. E.
—Me parece bien lo que dice.
— CV. E. da su permiso?
—Si, Bernal: vete y avisa a tu teniente que los coches en que
vienen los gencrales se adelantarán al ejtircito y que esté dispuesto
a recibirios con todos los honores de ordenanza.
—Asi hard,—contcstó Bernal, saliendo inmediatamente a galope
tendido.
Cuando hubo ilegado, Elizondo le preguntO:
—Ya liegan?
624
Episodios h'istóricos Mexicanos
—Si, señor, pew no estarán aqul hasta las nueve de la mañana.
—Nada sospechan?
—Nada.
—Está bien.
Elizondo hizo torniar en batalla la mayor partede su tropa, dej&
A su retaguardia un piquetc de cincuenta hombres y puso a la vanguardia otro de indios en nümero de treinta y nueve, formado de
comanches, mescaleros y de los de la misidn de Pellotes, bien advertidos de lo que deblan bacer.
Pértidamente engañado por Bernal, Jiménez, de acuerdo con los
demás generales, hizo que los coches en que éstos eran conducidos se adelantaran dejando al ejército como un cuarto de hora
detrás.
Todo el mundo manifestaba su contento por las nuevas reci-.
hidas, menos D. Miguel Hidalgo, que apenas respondió al general
Jimtnez.
El generalisimo manifestaba hallarse sumamente preocupado.
,Que podia afligirle? ,un triste presentimiento ó el recuerdo de I&
irigratitud de sus carnaradas?
Dios tan solo puede haber sabido la verdad; pero nosotros podemos lanzarnos a suposiciones para las cuales no habrán de faltarnos fundamentos.
Será ci primero a que recurramos el hecho de que en aquelia
marcha no iba acompañado de so hueno y tiel amigo D. José Antonio Torres.
Que podia haber sido de aquel desventurado padre?
Recordarán mis lectores que le dejamos en el mismo dia de la
derrota del Puente de CalderOn en la casa del capitán Marroquin
recobrando a su hijo José, que en su demencia, estrechaba entre sus
brazos ci cucrpo desrnayado de la hermosa Guadalupe, creyendola
su infortunada Carmen. También alli virnos Ilegar a! cura D. Miguel Hidalgo en busca de la joven, y sobrevenir, cuando ya todos habian huido, al famoso, resuelto y terrible capitán Garcia
A ion so.
Tratemos, pues, de seguir ahora los pasos a todos ellos.
Las Norias de Bajd
625
xxi
Era el dia ii do Febrero: la ciudad de Guadalajara, que veintiC jflco dias antes habla libertado de los insurgenles del brigadier
Calleja en Calderón, habia trocado los festejos con que adulaba al
vencedor por el recogimiento rnás solemne.
En ci punto en que se cruzahan las naves de la catedral levantábase un enorme catalalco enterarnente cubierto de paños negros
con franjas do oro, y Ileno hasta la cumbre de magnIficos candele-.
ros con grandes hachas de 8rnarilla cera.
La muchedumbre invadia ci templo y los sacerdotes haclan escuchar sus solemnes cathos ftnebres aconipañados por las graves
armonlas del organo.
Celebráhanse solemnes exequias por ci eterno reposo de D. Manuel de Flon, Conde de la Cadena, cuyo cadaver, depositado en
un principio en Ia parroquia del pueblo do Zapotlan, habla sido
traslodado a Guadalajara con los restos de Jos infeilces españoles
degollados en las barrancas cercanas a la ciudad.
Aquella misma tarde fueron fusilados por orden de Calleja once
de los prisioncros hechos en CaiderOn, entre ellos el forte-amencano D. Simon Fletcher, director que habia sido de la maestranza
de Hidalgo.
En su lugar respectivo bice ya referencia a este suceso.
Eiitrada era ya la noche de aquel dIa cuardo con todas las precauciones que su situaciOn demandaba. lo-r6 penetrar en la ciudad
un hombre disirazado, no porquc la muerte Ic espantara, sino por
rncr salir con su propósito de encontrar a su pobre hijo.
1. ta, en etecto, ci oarno Torres.
Sii hijo Jose habiasele de nuevo huldo arrastrando tras de si a la
hermosa Guadalupe.
Seguro de la perfecciOn de su disfraz, D. Antonio tuvo ocasiOn
para convencerse de que nosenIa fácilmente reconocido, gracias a
una casualidad que Ic hizo ir a dar una especic de fonducho dirigid ' por ci rñisiuo individuo aquel a quien vimos tan bonitamente
pelar a los soldados insurgentes en una casa de comidas de las
a 1ueras de Guadalajara. D. Antonio habló largo raw con él sin haber sido descubierto bajo su traje de granadero realista. Seguro,
Touo 1
79
Episodios !iistóricos 3fexicanos
pues, de la eficacia de su disfraz, dió el atrevido paso que iba a garantizar por completo la libertad de sus pesquisas: se presentó
A los jefes españoles corno hahiendo sido hecho prisionero en la
batalla de las Cruces, y sin diticultad fué creido, se le permitio
volver a ingresar en el ejército y aun se le dijo se Ic recomendarIa
al virey.
Durante varios dias, sus indagaciones i-esultaron completamente
infructuosas: nadie SUPO Jane razón de su hijo: solo pudo saber
por el guardian del cemcntcnio, que una noche le haba dado un
tremendo susto un loco que pretendió desenierrar el cadaver de
una joven hija de un español asesinado en las Barrancas por Marroquin: el loco huyO al pretcnderse deteneric.
José se hallaba en consecuencia en Guadalajara: todas las scias
dadas por el guardian del cementerio convencieron de ello a don
Antonio.
Un dIa se le destinO a formar parte de la guardia que hacia ci
servicio a la puerta de las Recogidas.
Aquel servicio era extraordinario.
Preguntando la causa que para ello pudiesc haber, D. Antonio
supo que en dicho Asilo de Recogidas habIa sido encerrada la noche antes una muler a quien ilamaban la Capitana: nuestro hroc
creyó hallarse sobre la pista.
—Es joven?—preguntó.
—Si: joven y hermosa.
—Se llama Guadalupe?
—No lo sabemos.
- Ha sido aprehendida acompañada de un ioco
—No: se le aprehendió en una casa de la ciudad; pero Zpor qué
haces tan extrañas preguntas?
—Fácil es la explicacidn.
—Dila pues.
—En el tiempo que ful pnisionero de los insurgentes conoci a
una joven a quien liamaban la Capitana, porque, en efecto, vesta
Un traje militar.
—Entonces, de seguro es la misma.
—Cómo podriamos convencernos de ello?
—Vi en do la.
—Es claro; pero cómo?
Las Xorias de Bajan 627
—Ahi está Jo dificil, porque hasta ahora permanece incOmUflicada.
_ 1 Que con t rariedad!—exclanló excitado D. Antonio.
—Hombre, parece que te importa algo esa mUjer.
—No, pero repito que desearia vcrla.
—Pijes con una poca de pacieticia, qUiZáS lo logres.
—,Por qué?
—Hoy ban de tornarla declaración ' si te toca hallarte a la
puerta...
—Dices bien: paciencia y esperemos.
D. Antonio continuo paseándose por la porterIa habilitada de
cuerpo de guardia.
—10h! si fuese ella,—se dijo,—pronto sabria lo que ha sido de...
( pero cdmo prcguntarla por el?... En fin Dios dirá.
Como su nuevo camarada Ic habla dicho, aquefla misma tarde se
presefltarOfl los jueces en el Asilo de las Recogidas a tomar declaración a la Capitana; pero D. Antonio no foe designado para dar
guardia a la puerta del cuarto: hubo de resignarse y encomendar a
sus camaradas hicieran todo lo posible para dare las más exactas
señas de la detenida: cuando volvieron de cumplir su comisión,
multiplicó D. Antonio sus preguntas con mal disirnulado interés.
Las señas, 6 estaban mal tomadas 6, no conviniendo con las de
Guadalupe, demostraban que la joven aprehendi'da no era ella
1). Antonio no sabla si alegrarse ó sentirlo.
Si era ella, ;cómo salvarla del poder de los realistas?
Si no era ella, cómo resignarse a perder la csperanza de tetier
ncticia del paradero del infeiiz José?
—Pero entonces quién es esa joven?
—No hernos podido descubrir su nombre.
—Nada habéis podido escuchar de su declaración?
—Poca cosa.
—;Qué?
—Que ha dicho horrores de los insurgentes en general y muy
par ticularmente del cura Hidalgo.
—No, no es ella entonces,—dijo D. Antonio para sI;—si ella
fuese, no habrIa hablado mal de D. Miguel.
Algunos dIas despuës volvió a tocar a D. Antonio la guardia
en las Recogidas.
6z8
Episodios If istóricos Mexica,,os
.
Preocupado estaba, como siempre, con la idea de lograr ver
Ia joven, cuando un caballero enti-ó en ci cuerpo de guardia y presentô un permiso en regla para visitar a una de ]as asiladas.
—Puede usted pasar,—dijo D. Antonio.
—No; aguardare un ratoenel cuerpodeguardia, si usted me lopermite, mientras liega el padre Ortiz que es ci confesor de las asiladas.
—Como usted guste.
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y prezentô Un permi8o en regla
El recin Ilegado buscaba sin duda modo de entrar en conversación con D. Antonio, y lo hizo ofreciëndole tabaco y papel para
hacer un cigarro.
—Usted gusta?
—Gracias,--contestó D. Antonio aceptando.
Pasados unos momentos, ci reciën venido preguntó:
—Hace usted rnuy seguido esta guardia?
—Hoy es la segunda vez.
—Ah'... Bien... Son muchas las asiladas que hay?
—No sé, caballero, pero creo que si.
—Ha de ser muy descansada esta guardia.
rLas Norias de Bajdu
5jstC en tomar a la protegida de U. Miguel por su c1esventuraz
Carmen. Quién ser esre capitan que podria?...
_Como usted lo disponga, señor capitán Garcia Alonso,—dijo
en aqUel rnr,mento ci jefe de la guardia presentãndose en la puerta
de is hahitaciófl.
—,Garcia Alonso!—dijo para si D. Antonio:—no s quit' n es.
_So1dadO Carlos Parra!—exciarnó ci oticial Ilamando.
_ 1 Presente, mi capiuin!—contestó D. Antonio presentándose.
_Entre usted.
En cuanto le tuvo delante de si, el capitán Garcia Alonso Ic pregUfltó
_Usted ha sido prisionero del cura Hidalgo?
—Si, señor.
_Conoció usted una joven que con disfraz de capitán le acornpañaha?
—Si, señor.
—Es la misma que se halla detenida en ]as Recogidas?
—Señor, no he visto a la joven detenida.
—Señor capitán, sIrvase usted hacérsela ver al soldado Carlos
Parra.
D. Antonio fué conducido a la habitación de la Capitana, y
cuando Ia hubo visto respiró; In joven no era Guadalupe.
—La vió usted hien?—preguntó Garcia Alonso cuando bubo regresado D. Antonio.
—Si, señor.
—Es la misma que acompañaba a! cura Hidalgo?
Torres dudó en contestar, pero recordando las recomendaciones
del caballero con quien habla hablado hacla pocos instantes, pensó
quc tal vez conviniera desorientar a Garcia Alonso, y respondió:
—La misma, señor.
—Lo y e usted, capitán?—dijo Garcia Alonso,—nos hablan engañado: mi hermosa Guadalupe no marchó con ci cura, sino que
quedo al cuidado del bandido insurgente D. José Antonio Torres;
pero a Dios juro que yo le descubriré, aun cuando se haya escondido en las misnias entrafias de la tierra.
63o
Episodios Históricos Mexicanos
—Repito que...
—Desde hace un instante tropiezo por todos lados con personas
que puedo creer que conocen a la mujer quc busco; pero inOtiles
son estos encuentros, porque en unos, como me sucede con ci que
con usted me hallo, tropiczo con una misteriosa reserva, y en
otros, quien responde a mis preguntas es un loco.
—Loco!—excIamO D. Antonio abriendo sus ojos desmesuradamen te.
—Loco, sI,—prosiguió diciendo el caballero,—un loco que hacla
una mezcolanza ininceligible entre las aventuras de una Guadalupe
y de una Carmen que...
—Carmen! 1 Carmen ha dicho usted, caballero! Oh! por piedad, lqud sefias tcnIa csc loco! id6nde, dónde está ese loco. caba-.
]iero!—repetia con extraña verbosidad ci desgraciado I). Antonio.
—Señor soldado, qué tiene usred? que Ic pasa? qué le sucede?
—Ah! caballero, idigame usted ddndc está ese loco y yo le descubriré el paradero de la mujer que busca!
En aquel instante un capitan de granaderos entrO en ci zaguán
del Asilo de Recogidasy paso ala habitaciOn del jefe de la guardia,
sin fijarse en nuestros dos inieriocutores.
Apenas ci caballero le vió, una palidez mortal cubriô su rostro,
y bajando la voz, dijo a D. Antonio:
—Si la joven a quien los dos buscamos inspira a usted algfln interés, procure usted vigilar a ese capitán, que es su rnás terrible
encmigo: y me retiro antes que salga, PUCS si me viese escaria
perdido.
—Peroese loco, dónde está ese loco?
—Yo conduciré a usted a su alojamiento en cuanto acabe su
guardia; pero, por Dios, vigile a ese capitán: si ese loco ha tenido
algo que ver con la joven que yo busco y tanihién ese capitán busca, ipobre del loco!
— i Oh! lo que es eso,—dijo fieramente D. Antonio, - lo yerIarnosl
Estas Oltimas palabras no pudo oirlas ci caballero, por haber salido rápidarriente del cuerpo de guardia.
—Dios mio!—exclamó D. Antonio,—;ese loco de que habla este
hombre es mi hijo! No: la Capitana que se halla aquI detenida no
es Guadalupe; silo fuese, mi hijo se haliarla aqul: su locura con-
Las .Vorias de Bajd,t
en ci cementerlo, ni en las
casas
633
que fueron del padre de Carmen
vide \Iarroqufn huhianle dado razón de dl.
En Luanto al rnodo que pudiera tener un loco de atender a su
subsistencia, 1). Antonio no querlo detenerse en suposiciones, potque Ic espantaba imaginarse a su hijo devorado por ci hambre.
No eran menos tristes sus pensarnientos en lo referente a la hermosa Guadalupe: la infeliz joven habria sin duda huido de la cornpañia de un loco que necesariarnente hahIa de producirle espanto
y terror, no obstante que, corno ci hahialo presenciado, José era
todo respeto y consideración para Ia que en su demencia tomaba
por su idolatrada Carmen.
MortifIcado por este cornhate de su espIritu, 1). Antonio paso
una noche cruel: por fin amarieció ci siguiente dia, y el relevo vino,
y nuestro hëroe recobrO su libertad.
En una esquina Ic esperaba ci caballero del dia anterior.
1). Antonio respiró, v espontaneamente salieron de sus labios
paiabras de acción de gracias al Sér Supremo.
—I)Onde, dónde está ese loco?—pregunto.
—Dentro de una hora sabremos de dl,—contestO ci caballero.
—Y por qué no antes?
—Porque ignoro cuál sea su alojamiento.
—( EntOnces cOmo saber de dl?
—Todos los dias, segün he podido enterarme, acude al convento
dc San Juan de Dios a recoger la limosna que le da un iego llamado Villaseuior.
—Vil laseñor,_exclamO D. Antonio como acometido de una sUospecha.
l'iLl
Villasefior, si, que le sucede a usted -d quizá usted le conoce.
- ,Oh! no, no lo sé; su nombre, sabe usted su nombre?
—Si.
—Cuál es, D. Tomás Ignacio?
—;Ah! si, ci mismo.
—Quién, quién es? podrfa éI darnos aiguna luz?... Amigo, yo
soy extranjero en Guadalajara, me encuentro en ella hace solo unos
dIas y...
—Si acaso no hay otro de su nonibre y apeilido, yo conozco a
ese hombre, y créalo usted, nos recihirá como amigos, me debe Ia
vida.
ToMo I
80
632
Episodios H,stóricos Afexicanos
XXII
Retenido por la ordenanza en el cuerpo de guardia del Asilo de
Recogidas. excuso decir a mis lectores cuánto padecerIa D. Antonio sin poder separarse de su pucsto para ir en busca de su hijo.
Pero no fu solo la considcración de la inutiiidad de las ventajas
obtenidas con su disfraz Si desertaba de la guardia lo que en ella Ic
retuvo: otra tambkn le impidió ci decidirse a arrostrarlo todo, y
fud que el caballero habla desaparecido sin dare las señas tie sti
alojamiento.
Cómo buscarle Si aUfl su nombre ignoraba?
ResignOse, pues, a esperar.
DOnde se encontrania su pobre hijo?
,Cómo él no le habIa encontrado a pesar de haber registrado a su
entender toda la ciudad?
( Dc qu subsistia ci pobre demente?
( Y Guadalupe? iqud habria sido de la joven infeliz en poder de
un demente
,HabnIa quizás huldo tie la compañia de aquel desventurado?
Todas estas y otras muchas preguntas más se hacia I). Antonio,
sin poder darse satisfactoria contestación.
A veces se imaginaba que Ic seria facil encontrar al caballero,
pues sobrado era haberle visto un insante, y saber que dl conocia
ci paradero de su hijo, para que no pudiera despintarsele entre un
millón de hombres semejantes.
Pero su desconocido habla aparentado tenet mucho que temer
del liamado Garcia Alonso, y quizás habIa ido a guarecerse en algun impenetrable escondite.
Considerando que perdla un tiempo precioso, casi estuvo resuelto a desertar de su guardia.
Mas que iba a conseguir? Su falta senia notada inme3iatamente:
cien, doscientos, trescientos hombres saidrian en pocos minutos
en su busca, suponindole de acuerdo con a1g6n cabecilia rev ' Iucionario, y ya que no lograran aprehendenie, tampoco ël podrIa
buscar libremente a su hijo.
Su hijol imposible adivinar dónde pudiera haberse ocultado; ni
Las Norias de flajdn
6335
XXIII
ResueltOS a aprovechar los prirneros instantes, D. Anastasio y
D. Antonio se dirigieron con rapidez a San Juan tie Dios, v preguntarofl en la porterla por el lego Villaseñor.
Pronto Se encontraron en presencia de éste, cuya sorpresa at reconoc er a Torres dejo a La consideraciófl de quienes se hjen en estas pãginas.
—Pero desgraciado de usted si es reconocido por los realistas;
ic tomarân it usted por una espla, y este será rnotivo bastante para
que sea fuilado, por más que hagamos por salvarle quienes, como
yo, reconocen en usted un hombre de to más honrado, noble y generOSO.
—No hagamos caso de ml, amigo mb, ml hijo, mi hijo, dónde
está mi hijo?
—Lo ignoro. D. Antonio.
_Dios mb! pero no viene él aquI todos Los dias?
—Asi es la verdad.
—Entonces vendrá hoy.
—Ya ha venido.
— I Justo cielo!
—Se me ha presentado boy más temprano que de costumbre, y
después de recibir los ocho reales que le entrego todos los dIas, ha
echado a correr como siempre.
—Pero nunca ha dicho a usted dónde para?
Nunca; lejos de ello, se ha negado constaritemente a darme ni Ia
rnás leve indicación.
—Pero qué causa puede tener?...
—Asegura en su demencia que todos le engañamos, y que sornos
esplas del bandido MarroquIn, at cual descubrirIamos ci escondite
en que tiene a esa joven.
—( No ha podido usted hacerle seguir?
—Varias veces to he intentado; pero en cuanto dl descubre que
alguien le vigila, tales trazas se da a escabullirse, que es imposibie...
—1)esventurado! jC6mo vino dl a buscar a usted?
—Yo le encontré un dia tirado en una calle medio muerto de
necesidad.
•
-_-;-.
33 4
Episodios Históricos J$Iexicanos
Como no sé si mis lectores se acordarán bien de D. Tomás 1g.
nacio Viiiaseñor, voy a hacerles caer en la cuenta de quién es ci
persoriaje.
Recuerdan ustedes, amigos mios, las primeras campañas de
Torres que referi en ci Episodio titulado
El Puente de Calderdn?
Si? Pues entonces no hahrán olvidado que el uamo Torres ' derro.
to en Zacoalco a una divisiOn realista ci dia mismo en que Caileja
triunlaba en Aculco, esto es, el 7 de Noviembre de iS to: esta dlvisiOn estaha mandada por D. Tomas Ignacio Viilaseñor, rico hacen.
dado a quierl Ia Junta Auxiliar de Guadalajara habla nombrado
tenientc coronci. Torres aprehendlO a Villaseñor, y en vez de manS
dare quitar la vida, Ic retuvo prisionero hasta que entrO en Guadalajara, donde Ic dcjO en compieta libertad, acción en extremo
generosa del caudillo insurgente. pues Viliascñor Ic hahia amenazado con ahorcarie si triunfaba ci cjército real. Viliaseñor, clue era
un honrado hombre en toda la extensiOn de la paiabra, no simpatizando con la cau s a insurgcnte, y no queriendo tampoco combaus
tirla, desengañado sin duda del murdo. i,
ci hábitc, de San Juan de Dios.
D. Antonio y ci caballero hahian se ­ _
versaciOn, y obtenidas mutuas scguridndc
i
taeilcs
Je oblcncr rntre
caballeros y hombres buenos, hahianse daJo 1 conocer mutuaniente : ci caballero, cornu sin duda se lectores, era nuestro amigo D. Anastai
—No quiero hacer a usted ci agravi
H
H--:
.
W-
1
NtiS
I
nio,—de suponer que tenga inters algunu CII dclatar a un hombre
que como insurgente, no ha cometido ni el mas ]eve delito contra
Ia humanitad, que dehc respetar todo huen soldado.
—I). Antonio, yo no SOY insurgente ni quiero serb, pero soy
ante todo caballero.
—Pues bien, amigo mb, cse loco es ml hijo
— i Desgraciado!
—Amaha a Ia hija de un español asesinado en las 1aniziitcas por
ci bandido Marroquin, y al verla muerta perdió Ia razOn. v SUpO;1C
HcI].
I.l:i (:
N 'ii
en su locuraque la infLliz Guada1i1
asb se Ilamaha Ia hija del esranol.
_Oh! D. Antonio, cuente ustI i.,timi José.
Iva
phre
Las Xorias de Bajdn F
'
637
la noche; peru que si deseaban hablarle antes, quizás le encontrarIan en la catedral.
Con estos informes, los dos viajeros, que no eran otros que don
Joaquin y la hermosa Remedios, volvjeron a salir encaminandose
A la catedral.
Unos cuantos pasos hahfan dado en la calle cuando un joven en
miserable esrado de demacración se Ile-6 a ellos diciéndoles:
—Nobles señores, no es verdad que Carmen no murió?
Don Joaquin y Remedios Sc miraron como preguntándose qué
significaba aquello: el joven Continuó diciendo:
—No responden ustedes. jTambién ustedes quieren negarrne el
consuelo de salir de esta duda atroz!
Estas palabras fueron pronunciadas con acento tal de amargura,
que nuestros dos amigos sintieron acudir las lágrimas a sus ojos, a
la vez que naca en ellos la misma poderosa atraccjón hacia ci desconocido que tan extrañas cosas les preguntaha: éste volvió a hablarles de este modo:
—Por qué son ustedes tan crueles cuando parecen tan buenos?
y estoy seguro no son de esta ciudad cuyos habitantes todos están
de acuerdo con MarroquIn para robarme a ml Carmen, porque no
lo duden ustedes, se llama Carmen, y asesinaré a quien quiera que
lo niegue!
—jUn loco!—exclamó entonces Remedios poseida de femenil
terror.
—Loco! loco! Ioco! —repitió el joven demacrado, que no era
otro que José, todos me liaman loco, pero son unos imbéciles, yo
no estoy loco, y la prueha es que sé que la joven que tengo en mi
poder se llama Carmen y no Guadalupe, como dicen los esplas de
Marroquin.
Hay casualidades que más parecen novelIsticas que naturales;
pero la verdad es que esas casualidades existen, quc muchos creen en
eflas, y que D. Joaquin y Remedios eran de los que en ellas creen.
Ambos pensaron a la vez si aquella Guadalupe de que hablaba
el loco serla la que ellos y su amigo D. Anastasio buscaban: siguiéronle, pues, la conversación, y José tanto se entusiasmó que les
invito a seguirle al escondite donde tenla a Guadalupe.
La Providencia acababa de ponerios sobre el rastro de la hermosa joven.
Episodios Históricos Mexicanos
636
- Horror!
—Quiso Dios clue le conociese y tomándole sobre mis hombros
le conduje al convento: le hice voiver en sI, atendi a sus necesidades, y profunda compasion me inspiró al conocer clue estaba loco.
—Ah! jVillaseñor, qué bueno, qué bueno es usted!
—Cumpli un deber y nada más.
—Prosiga usted.
—Quise conservarie a ml lado para ver de atender a su salud;
pero todas mis razones tueron inütiles para aquel sér privado de
la suya.
—Pobre hijo mb!
—Yo hubiera podido, hien lo sabe usted, atender con mis rique-
zas a
sacar de un solo golpe al infeiiz José del miserable estado en
que se halla: pero comprendI que si alguna cantidad fuerte le facilitaba, en primer lugar podria ser muerto y rohado por un bandido
cualquiera, y en segundo, caso de no ser asi, quizás no volveria a
verle.
—Noble amigo mb!
—Ton-ié, pues, ci partido de hacerle coniprender clue diariatnente Ic socorrerIa con ocho reales, y asi he conseguido verle y atenderle en lo posible.
—Y jamas vuelve dos veces en el mismo dia?
—Jamäs.
—Y de la joven nada ha sabido usted?
—Cuantas veces le pregunto por ella me responde clue está bien
y contenta a su lado, y clue jamás sale de su escondite, porque
tam biën ella tierie miedo a Marroquin y a Caileja.
—Dios mb! jtener clue desistir por hoy de encontrar a ese desventura do!
—No hay otro recurso.
—Triste condición!
—Pero vuelva usted mañana antes de las ocho clue es la hora en
clue suele venir.
—Aqul estaré antes de arnanecer.
Mientras este diaiogo tenla lugar en la ceida del iego Villaseñor,
un hombre y una mujer acabados de entrar en Guadalajara, se
presentaban en ci alojamiento de D. Anastasia preguntando por él.
Se les contestó clue raramente volvIa a su casa hasta muy entrada
Tfn--! r:.
Las Sorias de I3ajdn
639
tita de Baján par otros y también Nuestra Señora de Guadalupe de
Bajin.
Nuestros personajes no tuvieron más que Ilegarse a uno de tantos grupos form3dos en la plaza, para escuchar la siguiente converSaciófl.
—Pero cuándo y a qué bora ha tenido lugar ese suceso?
—A ]as nueve de la mañana del jueves 2i de Marzo de 18 r, que
de bo y más será célebre en nuestra historia.
.—Pero córno ha sido eso?
—Escuchen ustedes,—dijo uno de los circunstantes.
En uria larga rclación de que quiero hacer gracia a mis lectores,
retirió nienudaniente el orador todos los pormenores que ya les di
A conocer en los capitulos XIX y XX de este tomo.
_Qué hizo Bernal despues de haber hahiado con Jimánez?
—Ya lo dije, prevenir a Elizondo, quien situd sus fuerzas como
más oportuno juzgó, designó los amarradores destinados a atar
codo con codo a Jos prisioneros y los individuos que habian de
custodiar a los reos después de arnarrados,
Asi habla en efecto sucedido y asI consta en un impreso que
me legó mi padre, quien no fud aprehendido con D. Miguel, por
encontrarse en aquellos dias en Valladolid al lado de mi madre
y mb.
Segün este impreso, que mi padre tuvo ocasión de comprobar
con las relaciones de testigos presenciales, tanto que hasta notas
manuscritas tiene, Elizondo, a más de nornbrar amarradores para
Ia generalidad de los presos, designo uno especial para amarrar a
los religiosos, y dicho riombramiento recayó en un sacerdote nombrado ci padre Borrego.
Acabadas de tomar estas disposiciones, se dió vista a Ia vanguar
dia, compuesta de cuatro soldados que precedian a un cache de
carnino ocupado par Fr. Pedro Bustamante, carmelita, un muchacho de doce años, ci teniente D. Joaquin Rodriguez y el alférez
D. Fernando Rodriguez.
Saludáronse con afecto traidores y traicionados, y éstos, sin re-.
celar cosa alguna, siguieron marchando hasta un punto en que las
tropas de la retaguardia de Elizondo les marcaron ci alto! intimándoles rendición. La sorpresa fué tal que ninguno pensó en hacer iii la más leve resistencia, y antes par ci contrario, los oficiales
Episudios Históricos Mexicanos
Tart preocupados iban los dos con su probable descubrimiento,
que iii siquiera pararon 13 atenciOn en un capitan de granaderos
que huho de hacerse a un ]ado para dejarlos pasar.
El capitán perrnancció como clavado en su sitio sin apartar la
vista de nuestros amigos, hasta que al tth exclamó
- Ravos y centellas! qud hacen en Guadalajara Remedios y
D. JoaquIn?Como pueden haberse unido ..... 1Ah! buscarán sin
duda a mi idolatrada Guadalupe para haceria perecery vengarse de
ml?... Si, todo lo debo temer de ambos. Remedios ha jurado que
no seré de otra mujer, D. Joaquin querrá vengarse de ml por haberle seducido a su prometida ..... AI! a tiempo les he descubierto!... No me han conocido!... No sospechan quizás!... Garcia•
Alonso, la fortuna te vuelve sus favores!... Sigamoslos: tal vez ellos
me entreguen a mi Guadalupe, y yo a ellos a la muerte!
Garcia Alonso, que él era ci capitán, siguió a conveniente distancia a José, a D. Joaquin y a Remedios.
El diablo Se preparaba a estorbar los planes de nuestros amigos.
XXIV
Aunque contrariado por la demora que en abrazar a su hijo Ic
imponian las circunstancias, D. Antonio salió en lo posible satisfccho y consolado de la celda de Villaseñor.
Vivia su hijo, haliabase en Ia misma pohlacidn, y merced al corazón filantrópico del mismo lego, ni José ni Guadalupe hablan
carecido de lo mds indispensable.
En ci momento de despedirse de D. Anastasio a la puerta de la
casa de éste, llamáronle la atención un repique general de campanas y los primeros cañonazos de una estruendosa salva.
En vez de separarse niarcharon ambos con rapidez hacia la plaza
a la cual acudIa presurosa la multitud, y allI supieron, con espanto
terrible de D. Antonio, que acababa de recibirse Ia noticia de haber sido aprebendidos por las tropas reaiistos D. Miguel Hidalgo
y Costilla, D. Ignacio Allende, Aldarna, Abasolo, Jiménez, todos
los jefes irisurgentes en
fin.
Este suceso fatal para la causa de la Independencia, habla tenido
lugar en el paraje nombrado las Norias de l3aján por unos, Aca-
Las Norias de t3ajdn
641
Jirnénez, entre tanto, pretende reciamar contra semejante recihir"
mient0, se esfuerza en ponderar a sus enemigos Is causa que el Cu.
• ra represents, llama a todos hermanos, les recuerda que todos ban
nacido hajo ci mismo hermoso cielo de Ia America; pero nadie le
escucha, a nadie convence y es, como todos los suyos, amarrado
como un criminal Cualquiera.
—;Ah, Judas! imalditos seáis!—exclama, y se deja conducir por
sus aprehensores, que toman con sus vIctimas ci camino de San
Antonio BCjar.
Liegan después otros seis coches con los cuales se ejecuta Ia
misma operación que con los precedentes, sin más que leves resistencias que son vencidas con facilidad.
Correspondla en ci orden de Is marcha ci fatal nümero trece al
que debla conducir al e x-generailsimo D. Miguel Hidalgo
y Costills; pero ci caudillo hahiale dejado unos momentos antes y venia
A cortar distancia montado en un hermoso cahallo negro v escoltado por cuarenta hombres de feroz aspecto, al mando de MarroquIn.
Era aquella una escolta de honor ó una guardia destinada a custodiar un preso?
Podria ser Jo prirnero, pero a todos pareció lo segundo.
Elizondo quiso intiniar al caudillo la rendicidn; pero aquella
figura venerable del cura de Dolores, doblegado al peso imponderable de Is ingratitud de sus Compañeros, y corroIdo ci corazón por
la amargura con que COnternplaba Is ruina de su laboriosa obra, le
impuso a tal extremo, que las palabras se detuvieron en sus labios,
como Si no hubiesen querido interrumpir la solemne meditación
de aquel hombre, que saludándole bondadosamente continuó
avanzando sin sospechar lo que pasaba.
D. Toniás Flores comprendió lo que sucedla, y cruzándose en
ci camino, detuvo al cura y Ic ordenó se rindiese a las tropas del
rey: Elizondo, mientras tanto, se habia apoderado con sus gentes,
de Marroquin y la escolta.
D. Miguel detuvo su caballo, miró con solemne naturalidad en
tomb suyo, hizo ademán de tomar una de sus pistolas; pero don
Vicente Flores, hijo de D. Tomas, le tomo rápidamente el brazo,
dicindo1e a Ia vez:
—Señor, está usted perdido, pues cuantos le cercan harán fuego
sobre usted si intenta defenjerse.
Touo 1
Episodios Njstdrjcos Mexjanos
ofrecieron sus servicios al jefe contr arevoiucionario, que los admj_
tió por haber sido carnaradas suyos.
Segufa a los citados un piquete conio de sesenta hombres mandados por el teniente Gonzalez, natural del Saltillo: ai intimaries
rendición, sorpi-etididos por lo inesperado del suceso, interltaron
hacer armas contra la fuerza mandada por D. Tornás Flores; pero
csta cargo sobre ellos con rapidez, matO tres soldados y aprehen..
diO y arnarrO a Jos restantes: el teniente GonzAlez quedo muerto.
Se presentO entonces ci segundo coche con dos c1rigos, una
mujer y catorce hombres de escolta: todos se entregaron sin resisteflcja a Elizondo, quc asi ëstos corno a cuantos les seguan les
ordenaba seguir adelante con rapidez, vigilados por grupos de so!dados que Jos encerraban en ]as casas de las Norias.
El tercer coche sOlo conducla mujeres: de éstas, como de Jos reiigiosos, Se encargaba ci padre Borrego; fué, pues, de su incunibencia ci cuarto coche, ocupado por clérigos y fraiies.
Ocupaba ci quinto D. Mariano Hidalgo y Costiiia, hermano del
cura y tesorero de su ejércit-o y varias mujeres, con escolta de hombres de campo.
El sexto coche conducla al generailsimo D. Ignacio Allende, a
su hijo, al teniente general Arias y al capitán general D. Mariano
J i mnez.
A Ia voz de—estos son los generaies, ]as fuerzas de Elizondo
y de Flores cercaron ci coche y ci tItimo ics irltimó la rendicjón a
nombre del rey.
—Eso no.—gritO con noble acento Allende, - prinicro morir;
yo no me rindo,a y disparó desde ci coche un baiazo que a nadie
hiriO.
Elizoiido diO cntonces la voz de
—iFuego!
SonO una descarga, y disipado ci humo, se descubrieron dos
cuerpos caidos en tierra : uno era ci hijo de Allende, otro ci dc
Arias: Allende Se echO sobre su hijo, olvidãndoio todo, hasta su
situaciOn, y desfaiiecido de dolor,
— lMucrto!--exciamO con amargur.a suprema, a la vcz que era
aprisionado por los asesinos de aquei idolatrado pedazo de su corazón.
Arias habla quedado gravementc herido.
Las '\orias de Bajdn .()43
D. Miguel, que tal orden escuchó, sin perder su serenidad, y con
bondadoso acento, dijo señaiando a los prisioneros:
—I). Tomds, dstos ya no tienen la culpa de lo que suceda y más
estando presos.
A lo cual repuso Flores
—Puesto que usted queria guerra, usted será ci prirnero en
m 0 ri r.
—1Si creerá este hombre que a ml me asusta la muerte!—cxclamó
para si D. Miguel.
Como el tiroteo COntinuase, el justicia de San Buenaventura suplicó al caudillo que interpusiera su influencia con los suyos para
que cesase, y a ello accedió cornisionando al efecto a un tal Soils v
a un capitan de artillerla nombrado ci Guerito; pero no ilegaron a
urnpiir su misión, porque Elizondo regresó victorioso, como ya
l ,.'n resumen, esta jornada puso en poder de las tropas del rey
iocientos noventa y tres prisioneros, quinientos mil pesos en
plata acuñada, otro tanto en plata pasta, diez y ocho tercios de
halas, setenta cartuchos para cañdn, veintidós cajones de pólvora,
cinco carros de municiones, dos guiones, una bandera con Ia cruz
Borgoña y multitud de prisioneros notables.
Los insurgentes tuvieron unos cuarenta muertos, entre ellos esuvo ci antiguo capitán del regimiento de Celaya, D. Joaquin
;\riaS, que murió a consecuencia de la grave herida que recibió al
er aprehendido con D. Ignacio Allende y D. Mariano Jimënez.
Arias habla sido uno de los primeros denunciantes de los planes de
conspiración ante las autoridades de Queretaro.
:\parte de D. Miguel Hidalgo y D. Ignacio Allende, D. Mariano
Ahasolo, D. Juan Aldarna y D. Mariano Jiménez, fueron aprehenJHos en las Norias de Baján muititud de notables jefes, entre cilos
D. Ignacio Camargo, que con Abasolo fué destinado a intimar la
rendición a D. Juan Antonio de Riaño, intendente de Guanajuato;
D. Vicente Valencia, director que habia sido de ingenieros; D. José
Maria Chico, ministro quc habla sido de Justicia en Guadalajara;
D. Manuel Ignacio Soils, intendente del ejército, y otros muchos
--!es, clerigos y frailes de más ó menos nombradia.
A las diez de la noche liegaron de Coahuila ci ten iente coronel
D. Manuel Salcedo V ci eaptan retiradc, U, J)jj N Crrasco,
D. Miguel no insistiO, y lievando una mano a su corazOn y otra
Li
su sombrero, que se quito dejando descubierta su caheza, dijo:
—Bien sabia -o que los autores de semejantes cosas, nunca veiz.
sit obra concluida.
xxv
Recomendando la custodia del caudillo a D. Tomás y D. Vicente
Flores, y a unos doce hombres al mando del capitán Nepomuceno
del Rahago, Elizondo salió a encontrar el dcimocuaro y ciltimo
coche, aprehendiendo en ël a D. Manuel Maria Lanzagorta y al
mariscal D. Manuel Santa Maria.
Eran tantos Jos pelotones que se apresaban, dice ci impreso refe.
rido, que ya no dahan ahasto los cuatro amarradores, y fué preciso
agregarles otros cuatro: de suerte que a las cinco de la tarde se haban acabado trescientos lazos y cuantos más cabestros de los so!dados se habian encontrado: teniendo amarrados más de seiscientos, de los que bicieron marchar adelante cuatrocientos para que
les diesen agua y fuesen conducidos a Coahuila.
Elizondo siguió adelante con ciento cincuenta soldados al encuentro de la artilleria, que con cosa de quinientos hombres formaba la retaguardia insurgente. A un cuarto de hora de rnarcha
dió con ella, y al intirnarles la rendición, los artilleros contestaron
aplicando la mecha a los cañones; pero con mayor rapidez aün,
Elizondo se lanzó sobre dichos artilleros y mató a uno, en tanto
que sus tropas acabaron con los demás; un momento despus, y
por no dejar Ia costumbre, la indiada se puso en abierta fuga, y de
aquellos quinientos hombresapenas Elizondo pudo apoderarse de
una tercera parte.
Creyendo la acciOn mas seria de lo que habia sido, D. Tomás
Flores, al oir los prirneros disparos, mandó reunir a los prisioneros irisurgentes, y encomendándoselos al justicia de San Buenaventura, D. Antonio Rivas, se lanzO en auxilio de Elizondo, diciendo:
—Cuidado, Rivas: jeal muchachos, prevengan helduques y lanzas, y luego que oigan tiros de cafión, señal de que los insurgentes
atacan a los realistas, comiencen a echar abajo cabezas.
Las Xorias de Baja ii 645
leaba, 'i llamó a una puerta sin que nadie le respondiese: tomó ent onces una voluminosa piedra, la lanzó contra los apolillados maderoS y penetró en la Casa : sus miserables habitaciones estaban
solitatia s y desprovistas de medic, alguno: con diez ó doce casas
hizo y vió lo mismo : aquellas miserables guaridas habian sido
en efecto ahandonadas por sus rnoradores, que sin duda se unieTon al ejército de Hidalgo antes de la batalla del Puente de Calderó Ii.
FPero Garcia Alonso no era hombre capaz de retroceder ante las
diticultades, y por más violencia que esto le causase, se rcsignó a
esperar cuanto tiempo le fuese preciso, hasta que sus perseguidos
volvieran a aparecer en la solitaria calle: se instaló en consecuencia en una de las miserables habitaciones vacias, y formándose
como mejor pudo un asiento cerca de una ventana, püsose a obvar.
ser.
Remedios, D. Joaquin y José hallábanse en tanto en una no muy
reducida estancia, en la cual, sobre un lecho pobre, pew extremadamente limpio, yacIa presa de una violenta fiebre la hermosa
Guadalupe.
—1 Dios mIo!—exclamó al verla D. Joaquin, — esta infeliz se encuentra sumatnente grave.
—No, no, duerme y nada más,—obscrvó José, que en presencia
de Guadalupe habia trocado la expresiórl extraviada de su tisono-
•
mia por otra apacible y melancólica.
—Desde cudndo padece de este modo?—preguntó D. Joaquin.
—Cada tres dIas a esta hora se duermc del mismo modo que ahora
está dormida, y antes de las tres de la tarde vuelve en sI contándome que ha sohado cosas deliciosas.
•
—Pero ti que haces entre tanto?
—Yo me arrodillo a los pies de su lecho, oro a Dios en alta voz
y siento no sC qué cosa que pasa por mi frente y la despeja y
L
veo
las cosas de otro modo que cuando me separo de esa mujer, y entonces soy muy desgraciado, porque una voz del corazón me dice:
uNo, José, no; esa mujer no CS Carmen, Carmen ha rnuerto, Carmen
está en ci cielo y desde alli te ruega no dejes de amarla como ella
te ama a t1. Después esa mujer despierta y me dice: u1Pobre Josdfl
qué desventurado cres, y no obstante, aun me parece mayor mi
dcsven.ur:
pero eres muy hueno conmigo y yo soy tu hermana y
044
Epis,odios Históricos Mex,canos
que recihieron la comisión de custodiar durante Ia noche a los
prisioneros, avanzar partidas de precaución, poner guardias de
seguridad y reoger dispersos.
Entre las señoras aprehendidas estuvieron la esposa de D. Mariano Abasolo, asI como su señora madre poiltica y su hijo. Habianse
reunido con éi en el Sahullo, como ya dije en su lugar, y con
fucron detenidas en las Norias de Bajän, y siguindo1e emprendieton su dilatado y niolesto viaje a Chihuahua, soportando, no ya
con resignación, sino con alegrIa, cualquier género de daño ó de
fatiga, con tal de no separarse del sér querido por aquelios grandes
corazorics.
XXVI
Inipaciente por averiguar ci motivo de la presencia en Guadalajara de Remedios y D. Joaquin, Garcia Alonso tuvo mil veces la
tentación de adelantarse a! grupo que geguia y darse a conoccr a
nuestros dos amigos, arrostrando ci todo por ci todo.
Pero el corazón Ic habia dicho que aquelia aventura le conducina a descubrir el paradero de Guadalupe, y prudentemente moderô
los impetus de su impaciencia.
Remedios y D. Joaquin, sin pronunciar una sola palabra que
pudiera distraer al loco, siguieron a José que marchaba con rapidez,
alejándose del centro de la ciudad y atravesando inmundos callejones cuyo descuidado piso lastimaba de un modo horrible los delicados pies de la hermosa dama.
Para no hacerse sospechoso y descubrirse en aquelios solitarios
suburbios, Garcia Alonso tuvo que detenerse en cada esquina y
desde ellas observar la dirección de sus perseguidos, no entrarido
en las calies hasta que éstos hahian doblado la opuesta esquina.
En una de aquellas ocasiones, Remedios y sus acompañantes se
Ic perdieron completamente de vista: habIan entrado en uiia de las
casas de la cafle; ipero en cul de ellas?
Garcia Alonso recorrió puerta por puerta aplicando a todas ci
oldo, pero intitil afan; ni el más leve rumor logro escuchar: todas
parecian deshabitadas.
El capitán no pudo contener su impaciencia que la cólera espo-
'U
Las .Vorias 1e Bajdn
ancia
an
647
qua se encontraba Guadalupe,
era preciso entrar por una de las casas de la calle an qua vimos
desaparece r a nuestros tres amigos: dentro ya de la tal casa, se
necesitab a abrir una trampa formada por las tablas del piso,
t rainpa, quc al caer hacia dentro, dejaba descubierto un espaCjOSO pasillo perfectamente revestido de ladrillos : esta via subt errãrlea, de una extension como de doce varas, cornenzaha debajo
de una ventaiia de la casa qua a la calle daha é iha a terminar
en la habitación an qua hemos dejado a nuestros amigos, hahitaciOn perfectamente disimulada, pues su exterior tenla toda la apariencia de un horno de ladrillos abandonado an niedio de un mai
ja rd in.
Durante un largo rato, José permaneció oculto an ci pasadizo
subterráfleO hasta qua hubieron cesado completamente los golpes
que le hablan alarmado.
Cuando supuso qua ci peligro habla desaparecido, avarizó rápidarnente hacia la tranipa a fin de salir por ella y asegurarse de qua
Se habian marchado los qua i suponia los realistas: con grande
sorpresa suya, al ir a quitar la palanca qua sostenIa la trampa a nivel, notó qua casi era irnposible moverla: un peso de algunas arrobas habla sido colocado sobre la trampa y hacla imposible qua corriese su fuerte pasador de madera.
—Malditos realistas!—exclamó ci loco, - ital vez quieren enterrarnos an vida! oh! ipero no lo lograrán!—y con toda la fuerza de
quc era capaz, se echO sobre la palanca impriniiándole brucos
m ov i mien los.
Garcia Alonso observaba con la mayor atención desde su y entana todas y cada una de las puertas qua a la calle se abrian.
A cada instante se Ic imaginaba qua ya ésta ó ya la otra iban a
abrirse y entregarle la codiciada presa.
De pronto sintió qua el piso de la habitación an qua se haliaba
se movIa bajo sus pies.
—La tierra tiembia,— se dijo, - parece qua, como yo, está colerica: a ella le conmueva ci volcán de Colima, a ml ci no menos p0deroso de la ira qua me devora.
El movimiento, lejos de cesar, iba an aumento : Garcia Alonso
miró an torno suyo; hubo un instante an qua creyó qua las parades
iban a venirse sobre el.
-•
46
•;
Episodios Históricos Mexicanos
no debes abandonarrne, porque si me ahandorias, los realistas me
ahorcarán sin consideración alguna ni a mi juventud iii a mi belleza:
son muv crueles, José; ellos sablan to que ml madre no quiso decirme jamas hasta el momento cruel en que expiró en mis brazos:
sabian que so y hija de D. Miguel Hidalgo, que amó a nii pobre
madre siendo atn un joven; to sahlan, y como no pueden vengarse
en D. Miguel, han querido vengarse en ml. y durante una noche
prendieron fuego a ml casa, y si saben que no pereci en ella, otra
vez se apoderarán de ml y me harán perecer. Cuando yo escucho
esta relación me echo a Ilorar como un niño, porque me puede su
desgracia y porque me corivenzo de que no es mi Carmen, y ella
entonces me dice : uNo llores, hermano mb, tpIe Dios tendrá mlsericordia de nosotros.
—Pero cómo está esta jvCn en ]as manos de ustcd?—pregunto
Remedios.
—Todos hablarrios huIdo de Guadalajara después de la derrota
de Calderón, y antes de haber ilegado a Zacatecas, 01 una nod-ic a
mi padre y a D. Miguel decir que era necesario seararme de esta
hermosa mujer, porque loco como estaba podia hacerla vIctima alguna vez de un atropello: iqu6 necios eran los dos! la Virgen Maria
no pudiera haber sido mas sagrada para ml que to es esta joven. Yo,
amigos mbos, que recobro la razón cuando me encuentro a su ]ado,
no pude, at escuchar tat cosa, resignarme a vivir siempre loco, y
una noche penetrë en su habitación, Ia dije que los realistas liublan
sorprendido nuestro campo, que era necesario huir, y ella to creyó
sin dificultad y me siguió tanto más fâcilmente cuanto que al disponerse a salir, se abrió con violencia su ventana, defendida por
una fuerte reja, y un hombre apareció en ella iluminado por los
rayos de una clara iuna: esta niujer Ic vió, y exciamando: ah! ml
mayor enemigo, ;ah! Garcia Alonso, me empujo hacia la puertay
ella, mäs que yo, fué entonces la que tuvo prisa en huir...
En aquel instante comenzaron a oirse los golpes que Garcia
Alonso daba con su piedra en las puertas que pretendfa derribar.
—E1los, ellos son! - gritó desesperadamente José, volviendo
instantánearnente a tomar su fisonomla los rasgos de la locura niás
iIimitada:—ellos son, vienen por ella! ;Ah! malditos realistas! —y
salió de la habitacjón.
J -,
Las .Vorias
cit?
fiajan
El Viernes 22 de Marzo de 1811, D. Miguel Hidalgo y sus
ropas
y generales prisioneros, fueron conducidos a Monclova,
t
ejándose
su entrada con repiques y salvas que se hicieron con
est
los mismos cañones que les hablan sido tornados en LAS NonlAs DE
BA' .•
F--,
Towo 1
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Episodios Históricos Mexicanos
—Mejor,—dik---c ai g a al suelo toda Ia ciudad y asi aparecern
A mi vista los que husco!
Dc sUbito el piso cedió bajo Jos pies de Garcia Alonso, que
desapareció como tragado por Is tierra. envueito en las tablas y piedras del asiento que se habla formado cerca de la y en. tans.
Mis lectores habrán cornprendido ya lo que pasaba: la casualidad
habIa colocado a Garcia Alonso precisamente sobre Ia trampa del
pasadizo en que se hallaba José.
El dios que protege a los niños y a los locos, hizo que el hijo de
D. Antonio no sufriese ni Is más pequeña lesion.
Garcia Alonso en cambio recibió tan fuerte golpe, que quedó en
ci fondo del pasadizo completamente desmayado.
José cerrO de nuevo to tramps, y tomando en sus hombros I Garcia Alonso, Ic condujo a Is oculta habitación que ya he descrito, y arrojándole en el suelo.
—He aqul un reaiista,—dijo,—que ya no nos hará más daño.
Guadalupe habIa ya vuelto de su fiebre, y at vera Garcia Alonso
pálido como un difurto, corrió hacia él: otro tanto y simultáneamente hizo Remedios, y las manos de Ia una y de Is otra se encon.
Is
traron a Ia vez sobre ci corazón de victims.
— S Late acn!—exclamó Remedios.
- Late aün!—exclamO Guadalupe.
Y las dos jóvenes rivales cruzaron, arrodilladas como estaban at ]ado del cuerpo del capitán, una mirada de ilimitado
rencor.
José y D. Joaquin contemplaban, no menos páiidos que Garcia
Alonso, aquella breve y muds, escena.
Qué fuese to que pasara en los corazones de aquellos dos hombres, no Jo dijeron ninguno de los dos; pero ambos sin duda coin•
cidlan también en un solo pensamiento, porque a Is vez tomaron
las pistolas que sobre una mesa habla y
Dos gritos de cólera, dos disparos y dos exciarnaciones de espanto, dejaronse escuchar a la vez.
'I
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