1 La infancia robada: una reflexión sobre la clínica

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1 La infancia robada: una reflexión sobre la clínica
Fepal - XXVI Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis
"El legado de Freud a 150 años de su nacimiento"
Lima, Perú - Octubre 2006
La infancia robada: una reflexión sobre la clínica contemporánea
Myrna Pia Favilli
Bernardo Tanis
Maria Celina Anhaia Mello
Resumen:
En este texto, los autores desarrollan una reflexión sobre las vicisitudes
de la infancia en la clínica contemporánea. Se basan en algunos conceptos
provenientes de la antropología y la sociología, que se refieren a las
características propias de nuestra época, como la aceleración del tiempo, el
exceso de espacio y de interpretaciones. Por medio de la utilización de ideas
de transitoriedad, rapidez, no-pertenencia, propias de los "no-lugares", crean la
hipótesis de que la niñez puede ser entendida, en los días de hoy, como un
"no-lugar" dentro del tiempo de la vida. Esta hipótesis es ilustrada por dos
casos clínicos, en los cuales queda evidente la anticipación de la problemática
adolescente, en que el niño se ubica fuera de su lugar como tal, y vive
prematuramente un "ideal adulto". Los autores subrayan el modo en que la
cultura actual atraviesa la interioridad paterna y se refleja en los procesos de
subjetivación, creando en el niño la urgencia de satisfacción de aspectos
narcisistas. Discuten cómo la niñez va perdiendo su especificidad de tiempo
lúdico, de tiempo mágico y de pertenencia a las fantasías simbolizadas, cada
vez que la urgencia del "futuro adulto" atraviesa el imaginario paterno. Los
autores indagan sobre cómo es posible pensar las angustias de esos padres,
fruto de otro tiempo, de un tiempo del juego.
El texto propone a los analistas algunos dilemas: si las
sintomatologías modernas ya indican las preponderancias narcisistas, los
trastornos alimentares, las violencias explícitas, las drogadicciones como
solución mortífera con relación a la necesidad de poder, a la fuga de la soledad
y del abandono, entonces: ¿Cómo rehacer o repensar un lugar aún posible
para la niñez?
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¿Qué estrategias tendrían los analistas para hacer frente a esta
cuestión?
Con estos datos como referencia, los autores invitan a una reflexión
sobre el desafío que se le impone al analista contemporáneo.
¿Qué clase de niño es el de la clínica contemporánea? ¿De qué
niño posmoderno se trata? Cuando nos enfrentamos con este tema,
como una introducción y reflexión sobre los casos clínicos, aparecen
ante nosotros los innumerables textos de sociología y antropología que
tratan de la sociedad “supermoderna”, nombre usado por Marc Augé en
su libro No Lugares, en el que justamente se ocupa en estudiar las
características propias de nuestra época:
1)
La aceleración del tiempo en que la “superabundancia”
factual del mundo contemporáneo lleva a una aporía en la atribución del
sentido a toda sobrecarga de hechos; los tiempos modernos nos exigen
que se le dé un sentido al “mundo” (presente y pasado) y no sólo a un
recorte demarcado (la propia vida, la ciudad, la historia). Hay que dar
cuenta de un exceso de tiempo.
2)
Exceso de espacio en que los hechos se despliegan ante
nuestros ojos debido a la comunicación instantánea de otros espacios,
además del exceso de espacio imaginario transmitido constantemente
por los medios de comunicación y por la publicidad, que inocula nuevos
escenarios de deseos para ser realizados y nuevas formas de deseo
para ser satisfechas.
3)
La figura del Yo, del individuo, que anhela para sí el
entendimiento del mundo a partir de las interpretaciones que le son
dadas por la distribución de la información. Cada individuo desea para sí
el derecho de decidir sobre estas interpretaciones. Eso significa que el
individuo vive en un mundo en que él mismo se representa y que le
permite marcar su particular destino. Exceso de interpretaciones.
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Tal como podemos observar, se trata de un texto dotado de una extensa
reflexión antropológica y remitimos al lector a su lectura.
Para realizar una reflexión, usamos el concepto de Augé, de no-lugares
espaciales
de
nuestra
sociedad
contemporánea
como
una
metáfora
privilegiada para que pensemos la infancia tal como hoy la entendemos. El
autor define como “no-lugares” -al contrario de los lugares investidos de sentido
(patria, ciudad, casa)- a los lugares de tránsito, de paso, de poca investidura
afectiva, a pesar de ser los espacios más habitados en la sociedad
posmoderna. Citemos, como ejemplo, las estaciones, los aeropuertos, las
calles, las terminales de ómnibus, los hoteles. En ellos la vida transcurre sin
que haya un sentimiento de pertenencia. A partir de eso, el autor hace derivar
la constatación de un sentimiento que atraviesa a nuestro tiempo y que está
vinculado a la soledad que impregna a la sociedad contemporánea. Se trata de
un sentimiento que todos conocemos, y que se configura, de modo objetivo, en
la imposibilidad de construir vínculos afectivos según el modus vivendi actual.
Podemos decir que la sociedad actúa el espacio perseguidor del aislamiento y
del abandono.
Al utilizar la idea de rapidez, de transitoriedad, de no-pertenencia, propia
de los no-lugares, manifestamos la hipótesis de que la infancia actual, la que es
dable observar en nuestros consultorios, puede ser entendida como el “nolugar” dentro del tiempo de vida. Sin embargo, deseamos localizarla dentro de
una perspectiva más amplia, en que las diferencias sociales ya pueden haber
introducido el sentimiento de no-lugar para la infancia carente.
En los ejemplos de Pedro y Katy vamos a ver a dos niños fuera de su
lugar de infancia, viviendo ya un ideal típico de “adulto”, del tiempo futuro que
les presentan los padres. Mantenemos siempre la posición analítica y por eso
consideramos la transmisión de la cultura por medio de la relación primaria,
cuando la configuración edipiana va a obligar la interiorización de las figuras
parentales, o sea,
de los portadores de la cultura, y a organizarse como
estructura mental en la formulación del Superyó.
De ese modo, abordamos la manera como la cultura actual se refleja, al
atravesar la interioridad parental, en los procesos de subjetivización e inculca
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una urgencia para satisfacer los aspectos narcisistas que, en las camadas más
primitivas, lleva a una identificación sincrónica, a los aspectos primarios que
deberían ser superados por la vida mental en sus comienzos. La alteridad, en
fin, la socialización no es de fácil acceso. Es interesante destacar que
solamente cuando el discurso parental se choca con el deseo primitivo, recién
en ese momento se hace posible la noción de alteridad. Parece que, de alguna
manera, los mensajes parentales modernos no se chocan con los deseos más
primitivos. Sin embargo, si los niños entran en conflicto, a veces de manera
grave, valdría la pena preguntarnos y cuestionar, en calidad de analistas, al
respecto de los rumbos de la vida mental del hombre moderno. Es
precisamente en ese punto que, nos parece, el Análisis de Niños puede llegar a
contribuir para el pensamiento de la conflictiva moderna.
La infancia, ejemplificada mediante los dos niños de la clínica
contemporánea, nos muestra cómo el problema posmoderno afecta a las
camadas que tienen acceso al psicoanálisis. En cuanto a las camadas sociales
menos pudientes, el problema de la violencia, por ejemplo, merece un estudio
particular que también se refiera a la introyección de las figuras parentales, si
es que deseamos mantener siempre la focalización psicoanalítica.
A pesar de eso, volvamos a nuestra clínica actual, en la que podemos
constatar la manera en que la infancia pierde sus características específicas de
tiempo lúdico, de tiempo mágico, de pertenencia a las fantasías simbolizadas,
debido a que la urgencia del “futuro adulto” atraviesa lo imaginario parental.
En ese aspecto, es dable subrayar que la sintomatología presentada por
Pedro y Katy es el resultado de valores que los padres desean inocular (¿De
manera inconsciente?) como posibilidades de éxito en la vida adulta:
competitividad, apariencia física, etc. Si hasta en los casos en que el discurso
paterno está de acuerdo con la ideología societaria se crea un plus de
angustia, entonces vale la pena reflexionar al respecto del tiempo de infancia
como objeto particular y que hace parte de los derechos del futuro adulto.
¿Cómo son esos padres? Al fin y al cabo, debido a que fueron criados en un
tiempo más antiguo, o sea, un tiempo de jugar, ¿será que se sienten
desplazados y buscan en los hijos una compensación? De todos modos, nos
parece que los tiempos modernos les han hecho una zancadilla. ¿Será si las
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angustias que los padres han vivido se transformaron en los ideales
supermodernos y ahora ellos se sienten confundidos? ¿Quieren que los hijos
tengan el éxito que a los padres les fue negado? Esos padres, ¿se habrían
saltado etapas y por eso no habrían vivido el conflicto adolescente, el que
ahora intentarían vivir delegando en los profesionales la responsabilidad ante
los hijos? ¿Sentirán los padres que han perdido algo valioso y por eso
hipervaloran a la juventud? ¿Habrán sufrido una excesiva represión de la
posible rebeldía y por eso, no han podido vivenciar el conflicto adolescente?
En el presente trabajo no nos extenderemos más al respecto de esa
problemática, pero vale la pena subrayar la importancia que ese aspecto tiene
en las entrevistas con los padres. Se trata de un asunto que merece nuestra
atención porque estamos proponiendo la hipótesis de una anticipación de la
problemática adolescente en los niños, tal como vamos a presentar ese punto
en los ejemplos clínicos.
La adolescencia se caracteriza por la búsqueda de la identidad posible,
siendo un desafío para el adolescente. Negarse a pasar por esa experiencia
perturbará toda la vivencia adulta debido a que las formas eficientes y
originales de la resolución de vivir no fueron planteadas por el dolor de la
experiencia. La vida adulta que resulta de esa negación nada tendrá que ver
con la cualidad creativa de la experiencia que se convierte en saber. En
muchos casos, observamos la tentativa extremada de vivir la adolescencia
perdida recién en la edad adulta; en otros, el eterno desafío adolescente
continúa en la vida como una verdadera imposibilidad de superar la turbulencia
de aquella etapa. La vida parece que se transformó en una búsqueda incesante
de sentido que, cuando no es encontrado, se revierte en patologías graves
tales como anorexia, bulimia, depresión, suicidio, drogadicción, esquizofrenias,
pensamientos delirantes, etc.
Tal como lo vemos, la experiencia adolescente no puede ser
saltada, ignorada o escamoteada. Sin embargo, nos preguntamos: ¿qué
sucede si la adolescencia es precozmente absorbida como modelo de
identificación?
Entonces, volvamos al tema de los niños. Hoy en día, la vida
moderna incentiva el no-lugar infantil y lo articula a la vida de los niños, cada
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vez más, con tareas intensamente regladas, en horarios cada vez más
estrictos, con expectativas de performances cada vez más sofisticadas. En los
tiempos de antes, se consideraban niños problemáticos a los que se mostraban
supercompetitivos, los que imitaban a los adultos, los que se preocupaban
excesivamente con la cuestión de las apariencias en detrimento del deseo de
jugar. Por eso, antes el análisis se dirigía a una mayor expansión de lo que
denominamos, los analistas, de investiduras afectivas genuinas. Pero, si el
mundo moderno pide todo lo que antes enunciamos, ¿cómo debería ser
pensado el análisis de niños?
El caso clínico de Pedro – Bernardo Tanis
El fragmento de caso clínico que expondré a continuación tiene como
finalidad ilustrar un determinado tipo de problemática que aparece en mi clínica
de niños y que además ha aparecido también en los consultorios de muchos de
mis colegas con quienes he conversado al respecto.
Los padres de Pedro me consultaron sobre su hijo de siete años de
edad. Ellos estaban muy enojados y preocupados porque su hijo había sido
amenazado por la madre de un compañerito de escuela durante una fiesta
deportiva. De acuerdo con lo manifestado por la mamá del compañero de
Pedro, éste le había pegado al colega. La señora, en un momento en que
perdió el control, lo tomó a Pedro por el brazo y lo amenazó con que, si volviera
a repetir la agresión a su hijo, ella misma lo agrediría de forma física. El padre
de Pedro, al relatar el episodio, se altera y manifiesta serias quejas ante la
actitud de esa madre y también al respecto de la incompetencia de las
autoridades escolares para lidiar con ese hecho. Su tono era muy agresivo y
las palabras proferidas eran de muy bajo nivel. Durante la entrevista, busco
expandir la conversación y no limitarme a enfocar el episodio que me relatan.
Los padres me cuentan que Pedro es un niño especial, muy inteligente,
superior al promedio, que se destaca en relación con los compañeritos de
escuela. Dicen que Pedro es grandote, fuerte y que, a veces, es un poco
agresivo. Ellos me cuentan que a Pedro le gusta un tipo de deporte y que,
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como en la escuela y en el club no hay una modalidad para niños de su edad,
entonces los padres alquilan un local especial y contratan a un técnico
profesional para que entrene a su hijo porque, según ellos, Pedro tiene
habilidades especiales. También la escuela que frecuenta su hijo fue elegida
porque tiene una imagen de ‘excelencia’ (nada lejos del concepto de grife, de
grandes marcas). En contrapartida con todo ese cuadro de destaque o como
corolario del mismo, frente a una pregunta mía me relatan que Pedro tiene
muchos miedos e inseguridad, que no duerme bien a la noche y que solamente
logra adormecerse cuando un adulto se acuesta a su lado. También mencionan
que muchos chicos, en la escuela, lo provocan y por eso Pedro, muchos días,
no quiere ir a la escuela. Cuando llamo la atención de los padres al respecto
del desarrollo físico inarmónico de Pedro y sobre una cierta dificultad que
tienen ellos de percibir al niño y no al futuro astro, los padres se sorprenden
con mi discurso. Ellos manifiestan el deseo de que yo conozca a Pedro y así
combinamos el primer encuentro.
Pedro llega a la sala y me sorprende porque su postura es la de un chico
fuerte y alto para su edad; viene vestido con una camiseta de jugador
profesional. Me siento frente a un verdadero astro. Me asalta una avalancha de
pensamientos; me imagino cómo se sentirían los coleguitas de escuela al estar
en la presencia de un compañero-astro, qué sentimientos de envidia y rivalidad
provocaría Pedro, y también me pregunté al respecto de la sensación que
podría tener Pedro de aislamiento originada en una rivalidad excesiva y en la
necesidad de estar constantemente en un lugar destacado de los demás.
Pedro se muestra desenvuelto, libre, parece sentirse cómodo y curioso.
Después de conversar sobre el motivo de su presencia en el consultorio y de
manifestarme lo injusta que había sido aquella mujer porque él no le había
hecho nada a su compañero, Pedro decide ponerse a dibujar. Lo hace muy
bien. Me relata que está estudiando los mitos y dibuja un Minotauro. Después,
dibuja el personaje del folclore brasileño, el Sací-Pereré, típico hombrecito que
tiene una sola pierna y por eso anda a los saltos, con su pipa y la ropa de color
rojo. Yo pienso en los héroes y se me ocurre que Pedro también está
encarnando a una figura mítica.
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En el segundo encuentro, dibuja a una familia en la que él mismo se
destaca debido a su tamaño, en oposición a los otros miembros, o sea, sus
padres y hermana. Conversamos sobre la familia y aparece que él es la
referencia primordial alrededor de quien giran todos los demás integrantes.
Al cambiar de tema, me dice que los chicos del segundo grado
resolvieron atarlo. Le pregunto sobre la manera en que eso pasó y Pedro me
cuenta que fue cuando decidió cambiar una figurita que le estaba faltando en el
álbum y que, para eso, había prometido que pagaría cinco reales. Después de
cambiar la figurita, Pedro no quiso pagar los cinco reales prometidos y en ese
momento lo agarraron. A medida que relata lo sucedido él se va exaltando y su
discurso parece perder la coherencia. Me dice que, en verdad, la figurita no
era la que él quería, que el dinero era de Portugal. Cuando relata el hecho
parece quedarse desorganizado y confundido.
En la cuarta sesión, después de pintar y dibujar de una manera menos
figurativa, Pedro propone que juguemos a las varillas chinas. Muestra ser
extremadamente competitivo, pendiente al extremo de cada uno de mis
movimientos, pero pierde el juego. En ese instante, me doy cuenta de la
dificultad que tiene para enfrentar ese tipo de situación de competitividad en
que Pedro se coloca. Aunque sea propia del contexto edípico, de inmediato se
instaura la transferencia en ese campo y yo –el adulto- preciso ser derrotado.
En el caso de que él no gane, parece que la angustia se hace intolerable.
Parece que no hay diferenciación adulto-niño; somos iguales a sus ojos y el
desafío debe ser vencido.
Reconozco, en sus actitudes, un cierto patrón: empieza a desarrollar un
juego de naturaleza competitiva y frente a las angustias que afloran, parece
que pierde el control. Me parece que no hay una elaboración de las presiones y
las exigencias de Superyó.
Cuando converso con Pedro al respecto de algunos de los aspectos
percibidos y cuando le sugiero que podría ser interesante que continuemos los
encuentros, él se manifiesta muy interesado y aliviado. Es como si la
posibilidad de lidiar con la ansiedad de vencer siempre, y la posibilidad de
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encontrar a una figura que al mismo tiempo tenga más experiencia, pero que
también sea acogedora, parece que todo eso le produce alivio y el vislumbrar
de algo nuevo. Quizás el guerrero de la nueva Esparta posmoderna pueda
llegar a encontrar otras formas para realizar su potencialidad. Tal vez el mundo,
el
espacio cultural, deje de ser usado solamente como una arena de
gladiadores.
El encuentro con los padres de Pedro fue muy importante porque
parecía que ellos estaban siendo presentados a un hijo que, aunque lo
conocieran, no querían tomar mucho conocimiento. La madre intentaba
minimizar los aspectos competitivos de Pedro y decía: bueno, la verdad es que
todos somos así. El padre dijo que debía reconocer que él mismo había
incentivado la competición en el hijo. Me dijo: yo era así, siempre le dije a
Pedro que él debía ganar, destacarse de los demás, vencer. Del discurso de
los padres casi no aparecían palabras tales como compañerismo, amigos,
colegas. El mundo, para ellos, es una guerra y todos debemos estar listos,
preparados para vencer o si no… El papá refleja el estar conmovido por el
encuentro, inundado por un sentimiento reflexivo. ¿Habrá otra manera de lidiar
con las expectativas del padre de Pedro en relación con el futuro de su hijo?
Tanto la infancia como la adolescencia de ambos padres fueron marcadas por
realidades difíciles no sólo en el ámbito social como también en lo económico.
No vamos a entrar en detalles, pero cabe mencionar que desde muy temprano
en la vida ellos tuvieron que enfrentar las batallas del mundo adulto. Hoy, al
contar con recursos económicos, buscan ofrecer lo mejor a sus hijos, pero de
un modo inconsciente también les exigen un desempeño especial. Hay una
lógica binaria al respecto de la percepción del mundo: vencedores y vencidos;
los listos y los tontos; los fuertes y los débiles. Así se pauta la construcción de
las respectivas identidades.
Después de unos meses de análisis, Pedro me cuenta al respecto de la
dificultad que tiene para dormir, de cómo lo atormentan las pesadillas, brujas y
monstruos que pueblan sus sueños. Solicita dibujar esos seres amenazantes.
A partir del relato de las pesadillas, conversamos sobre los sentimientos de
hostilidad y peleas con los compañeritos. Pedro expresa la necesidad de
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reelaborar una configuración psíquica que lo condena a un eterno aislamiento.
Desea jugar, tener amigos y compañeros, sentir la realización de una
competición que no lo lleve al cortocircuito de destrucción.
El trabajo con Pedro también consistió en varias entrevistas con los
padres para posibilitar que también ellos pudieran reflexionar y rever las
creencias que sustentaban a determinados modelos de identidad, porque tal
como fue mencionado, es mediante las identificaciones primarias que se
constituye el psiquismo. Los modelos extremadamente rígidos, como los del
padre de Pedro, demandan una intervención porque, en caso contrario, el
psiquismo infantil puede no tolerar la tensión originada en las transformaciones
inherentes al proceso de análisis y a ciertas demandas parentales.
Este breve relato de Pedro y sus padres muestra de qué manera
determinadas configuraciones subjetivas de la cultura narcisista de valores
individualistas y competitivos pasan por el filtro subjetivo de los padres y
pueden intensificar determinados aspectos de la configuración edípica. De esa
manera, refuerzan las angustias de castración o retaliación, comprendiendo la
existencia como una permanente lucha por la supremacía, por la superioridad y
no por el desarrollo y crecimiento. En un mundo de fuertes y débiles, ¿cuál es
el precio que debe pagarse? Se trata de ganar o … De ese modo, una de las
ventajas del análisis es la posibilidad de transformar un sentimiento negativo de
soledad en una experiencia en que ese afecto se manifieste como siendo el
fundamento de la singularidad. No se trata de hacer una apología de estar solo,
del guerrero solitario, sino de tener la capacidad de relacionarse con el otro a
partir de la soledad. Cuando el sentimiento de soledad es concebido de ese
modo, puede ser un baluarte de resistencia contra las fuerzas de un narcisismo
negativo y destructivo que favorece el desligamiento.
El caso clínico de Katy – Maria Celina Anhaia Mello
Los padres de Katy me consultan justo en la época en que ellos estaban
pasando por un proceso de separación bastante complicado. Imaginan que su
hija debería de estar sufriendo con la situación. Katy es la hija más grande,
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tiene ocho años y su hermana, cinco. Solamente la mamá se presenta en la
primera entrevista y menciona que aunque Katy intenta
encubrir los
sentimientos, últimamente roe las uñas de las manos y de los pies con suma
intensidad. Otra preocupación que menciona al respecto de su hija es que esté
gorda. El papá de Katy la llevó a una nutricionista, y ella llevó a su hija a un
médico endocrinólogo. Katy está haciendo un régimen que me parece ser
totalmente absurdo debido a la edad de la niña y a su aspecto físico, que no
denota ser muy gorda. Katy solamente tiene una pancita gordita como muchas
niñas de su edad, pero me parece que los padres la quieren ver ya con un
cuerpo de mujer, sin barriga y con poca cintura. Tanto Katy como su hermana
viven con la madre y son mantenidas por el abuelo materno. Las niñas, la
madre y las tías comparten los mismos programas de compras y fiestas.
Parece como que no hay mucha diferencia de edad, de madurez, de derechos
y obligaciones. Parece que todas, mujeres o niñas, son cuidadas por un
hombre adulto que resuelve todos los problemas en lugar de ellas.
En la entrevista con el papá, éste menciona que su preocupación más
grande está vinculada con que Katy tiene “el mismo genio y la misma forma de
ser de la madre”, y eso le molesta muchísimo. Dice que con él todo tiene que
estar dentro de los límites y que es un “línea dura”. Aclara que Katy no respeta
los límites que él le intenta imponer, que es una niña mimada como la madre
porque el abuelo hace todo lo que le piden, tanto la ex mujer como Katy. Dice
que con motivo de la separación se deprimió mucho, pero que ahora está
mejor, y no sólo quiere vivir la vida como también aprovechar todas las
ocasiones. Menciona que ahora se cuida, va al gimnasio, disfruta mucho y sale
a la noche. Aunque se haya definido como un “línea dura”, no quiere asumir la
responsabilidad de la tarea de educar a las hijas. Se preocupa con el hecho de
que Katy está gordita. No le parece que haya, efectivamente, sufrimiento en la
vida de Katy, y que el hecho de roerse las uñas se trata de una exageración de
la madre. Desea que su hija haga análisis porque le parece una cosa buena,
pero como los honorarios quedaron a su cargo, anhela que el análisis sea
solamente por un ‘tiempito’. El dinero anda un poco escaso y la vida también
es corta.
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Desde el preciso momento en que Katy empezó el análisis, tanto el papá
como la mamá desaparecieron del mapa. Tengo la sensación de que impera un
“hágase cargo de nuestra hija porque nosotros somos jóvenes y tenemos que
aprovechar la vida; si hay algún problema soluciónelo con ella”. Hay una
enorme dificultad de poder hablar tanto con uno u otro de los progenitores, y
todo mes se olvidan de pagar los honorarios.
Los padres de Katy empezaron a noviar cuando eran adolescentes y se
separaron después de una larga relación. Los dos parece que quieren
recuperar el tiempo perdido, vivir ahora una etapa que obviaron y que no
pudieron enfrentar. Pretenden rescatar una adolescencia no vivida o, por lo
menos, experimentada según los modelos de una precoz “parejita adulta”.
La verdad es que Katy parece que cuida para que nada aparezca en
presencia de los padres, como si ella se diera cuenta de que no hay adultos
que puedan cuidarla. Se convirtió en una pequeña “adultita” en la manera de
vestirse (solamente usa ropas de marcas famosas), en la forma de hablar y en
el modo de relacionarse con los demás. Se trata de una caricatura de la madre,
una copia de su apariencia y su manera de ser. Esto no me parece que sea el
producto de una identificación sino más bien de una imitación vacía de un
personaje cuya apariencia ella conoce bien. Las preocupaciones de Katy se
relacionan con la ropa que irá a usar, el vestido que se pondrá en el próximo
cumpleaños, si va a sacar las mejores notas de la clase. Ya en los primeros
encuentros, me cuenta su sueño que consiste en ser una Marilyn Monroe en la
fiesta de los nueve años. Anhela estar con ese vestido blanco, lindísimo, como
en la foto, y me relata que para su futuro desea ser la embajadora del Brasil en
la ciudad de París, lugar donde podrá usar ropas “exquisitísimas”.
Me resulta sumamente curioso que no aparezcan modelos de historias
infantiles, como si no hubiera un espacio o marco de lo que es la infancia, de lo
que consiste en ser una niña. Ni siquiera anhela ser una ‘princesita’, tiene que
ser una ‘extravagante de la alta sociedad’, o sea, la caricatura de una adulta.
De manera paradójica, está pensando seriamente en tener a una hormiga
como mascota. Me explica que desea una hormiga porque es chiquitita, cabe
en una cajita, solamente come hojas y no da ningún trabajo. Yo añado que la
hormiguita hace caca, pero como las personas no ven eso, no tienen que
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preocuparse en limpiarla; además la hormiga no hace ruido, no hace lío, no
necesita cuidados. Agrego que la hormiga no ocupa espacio, que no se puede
saber qué está pensando o sintiendo y además, es un insecto trabajador que
hace todo a la perfección, que La Fontaine lo diga. Por último, menciono que
quizás la hormiguita pueda tranquilamente ser chiquitita, cosa que Katy nunca
puede ser.
Todos los dibujos de Katy se refieren a moda, a ropas de marca, de
boutiques internacionales.
Katy ha estado, en innumerables sesiones,
haciendo el dibujo de un Desfile Fashion (Fig.1) donde las modelos usaban
ropas de Chanel, Valentino, Kenzo y Givenchy. Son mujeres delgadísimas, con
fisonomías idénticas, la verdad es que únicamente se diferencian en los
vestidos y el peinado que usan.
Fig:1
En las sesiones, invariablemente, Katy se dedica a presentar un
programa de televisión que se titulaba “Lunes o Miércoles Chic” en el que ella
hace el papel de conductora y yo de “la ayudante Celina”. La preparación del
escenario siempre es meticulosa y abarca casi media sesión. Ese
comportamiento obsesivo casi le impedía utilizar el tiempo de la sesión para
realizar lo que ella planeaba. Se trata de un “programa” que le enseña al
telespectador las técnicas de dibujo, pintura y modelado. Katy separa todo el
material de la caja: pinturas, lápices, masa para modelar, papel glasé,
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pegamentos de colores y purpurina, mucha purpurina. Realiza los dibujos y los
explica, paso a paso, a todos los espectadores. Mi función se limita a abrir los
útiles, lavar los pinceles, colorear lo que es más difícil, mientras que la “Maestra
Katy” pasa las instrucciones y su correo electrónico a sus telespectadores que
la siguen. La “ayudante Celina” logra en los intervalos comerciales que la
“Maestra Katy” salga de su personaje y converse al respecto de las cosas que
le preocupan y la entristecen. En esos ‘intervalos’ o ‘detrás de las cámaras’
podemos hablar de su miedo de viajar con las amigas y quedarse lejos de
casa, del miedo a sacar notas bajas en el colegio (menos de diez), de hacer
cualquier cosa que ocasione una reprimenda de quien sea. “Fuera de la
transmisión”, la ayudante Celina puede ayudarla o enseñarle algo, pero cuando
las luces de las cámaras se prenden y el programa vuelve a estar en el aire,
ella es quien les enseña a todos, ella todo lo sabe y realiza todo a la perfección.
Aunque Katy sea “nariz empinada” y una “coquetísima”, tal como ella
misma dice, el trato con ella no es aburrido, al contrario, ella es divertida y
cuando se desprende de su ‘personaje’, aparece una niña tierna, encantadora,
pero muy asustada e insegura.
Actualmente ha aparecido la angustia de no saber “cómo se juega a la
pelota”, de cómo se juega “de verdad” y me pide que la ayude. Realmente,
Katy no tiene la mínima idea de lo que significa ser una niña.
En este caso, lo que realmente me suena como una problemática más
contemporánea es el hecho de que los padres jóvenes sienten la necesidad de
aprovechar la vida, de convertirse en adolescentes y por lo tanto, delegan a los
profesionales la responsabilidad de educar y resolver todos los problemas de
los hijos. Se dedican a pagarles a los profesionales para que presten ese tipo
de servicio que sería de incumbencia de ellos mismos. La niña es vestida en la
boutique de moda, va a la psicóloga, va al médico para hacer régimen, practica
un deporte porque se dice que es necesario, no tiene tiempo para jugar. Este
es el “mercado” que le ofrecen, o sea, pagan por el “servicio de especialistas”.
De esa manera, pueden ser unos padres perfectos, que les ofrecen a los hijos
todo lo que existe de mejor por el momento. Ante la presencia de Katy, algunas
veces me siento como si yo fuera una “personal mother”.
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Es evidente que, en nuestra clínica, el análisis del conflicto psíquico que
va a desembocar en la problemática superyoica (ya que sabemos que
precisamente ahí la cultura se interioriza en el individuo por medio de la psiquis
parental) siempre buscará interpretar a los excesos de sufrimiento que son
provocados, en cualquier escenario externo actual que se dé. Para ello,
tenemos todo el bagaje conceptual que nos ofrece el Psicoanálisis y que,
encarnado en la relación analítica, propicia un antídoto para los excesos
relacionales.
Sin embargo, anhelamos apuntar una problemática para los analistas de
nuestros días y es el siguiente dilema: Si las sintomatologías modernas nos
indican las preponderancias narcisistas, los trastornos alimentares (justificados
actualmente por el culto al cuerpo), las violencias explícitas, la drogadicción
como una solución mortífera para la necesidad de poder y para la fuga ante la
soledad y el abandono, entonces, ¿Cómo rehacer o repensar todavía la
existencia de un lugar posible para la infancia? ¿Lo lúdico, lo mágico, las
fantasías tendrán un espacio en la futura sociedad en que la tecnología hace
aparecer también modelos exigentes junto a las figuras parentales? ¿Cómo se
podrá revertir un cuadro en que el niño es consumido por las imágenes de los
medios de comunicación, y que así se convierte en consumidor en un espacio
social que necesita al chico en calidad de mercado? Para este mundo
posmoderno, ya delineado, se hace necesario que todo sea de esa manera.
Sin embargo, más allá de cuidar de los excesos en la sala de análisis, como
analistas, ¿Podremos interferir para que el proceso de la infancia no les sea
robado a los niños? ¿Podremos luchar para transformar la tecnología en
sueño? ¿Será posible jugar al papá y a la mamá en el espacio virtual?
No vamos a poder detener ese futuro. Las sociedades siempre han
caminado y no será posible detener sus pasos o revertir el proceso hacia un
pasado que ya ha sido perdido. Lo que podremos intentar, quizás, es la
introducción de un poco de “alma” en la perfección del deporte, en la
vestimenta industrializada, en el cuerpo bajo sospecha, tal como nos lo
presentan Pedro y Katy. Los futuros príncipes y princesas deberán contener las
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Fepal - XXVI Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis
"El legado de Freud a 150 años de su nacimiento"
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metas culturales que atraviesan a los imaginarios parentales. Será imposible
escaparse de todo eso. Si el analista no se apropia de esa modernidad estará
incluyendo una visión moralista o nostálgica de los tiempos pasados.
Intentar reflexionar, con ese telón de fondo, será un verdadero desafío
para el analista contemporáneo: No patologizar a los deseos configurados por
una nueva forma de vivir (rapidez del tiempo, multiplicidad de espacios, los nolugares, el exceso de representación individual, etc.) porque la época parece
que es de un exceso de deseos para ser realizados. Tal vez se ha perdido algo
de la satisfacción alucinatoria representada por los devaneos conscientes. Hoy
en día todo es urgente y concreto. Instalar lo simbólico en este tipo de mundo
concretizado debe hacer parte del discurso psicoanalítico. Hacer del espacio
analítico un lugar transformado de una infancia posible. Para ello, declaramos
enfáticamente que el analista de niños siempre debe tener a su disposición la
brújula que lo guíe cuando el exceso de angustia de los niños anuncie, ahí sí,
la patología de toda una época. Lo que hoy podríamos llamar de patología
presentada por los niños de la clínica actual se refiere a las vivencias de
conflictos que estábamos acostumbrados a encontrar, fundamentalmente, en
los adolescentes, cuando justamente el joven es convocado a una participación
social que difiere mucho de la vida infantil en la que debería predominar la
fantasía, el pensamiento mágico y lo lúdico. De esa manera se exterioriza una
precocidad del conflicto adolescente, provocando una infelicidad en los niños
porque no tienen elementos para responder a esos conflictos que se les
presentan y entonces mimetizan al adulto.
En los tiempos modernos se trata mucho más que de algunos niños en
particular, porque es la infancia como tiempo de entrenamiento para vivir que
tiende a deshacerse. Tal como lo expresa Augé, estaremos dentro de una
característica societaria que se descortina como una paradoja: “la sociedad de
la soledad”.
BIBLIOGRAFÍA
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"El legado de Freud a 150 años de su nacimiento"
Lima, Perú - Octubre 2006
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