I Al consultar los diarios en semanas recientes nos en
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I Al consultar los diarios en semanas recientes nos en
“Allá arriba, me dijo Elías Contreras mirando hacia abajo con rencor, no sólo se inventan una religión donde vale el que tiene y no el que es. También hacen unos como sus sacerdotes que escriben y predican la doctrina del poderoso entre los de arriba y entre los de abajo. Pero son como sacerdotes pero también como policías y vigiladores de que nos portemos bien, que sea que nos aceptemos la explotación y estemos como mansitos, con la cabeza diciendo ‘sí’ o ‘no’ según la orden. Que sea que el poderoso te chinga también con el pensamiento. Y esos sacerdotes del pensamiento de los de arriba son los cabezas grandes que se venden al dinero”. (Subcomandante Insurgente Marcos. ¿Otra teoría?) Sofía Estelí Montoya, Edmundo Camacho y Benjamín Becerra I Al consultar los diarios en semanas recientes nos encontramos que, en medio de la profunda crisis en la que se encuentra sumido el país, gran parte de la intelectualidad mexicana parece que se halla navegando en un barco a la deriva. Unos, ante el fracaso de la izquierda electoral, sin más, manifiestan su pesimismo, confiesan su desilusión y ocupan su columna como diván para trabajar su depresión. Otros, los siempre anexos al poder y ante el fracaso del sistema económico y la profunda degradación de la clase política, se juntan para marcar su distancia con el desgobierno en turno y escribir “grandes ensayos” donde profetizan el progreso del país, si y sólo si, se profundizan y aceleran las políticas neoliberales. Y qué decir de los “líderes de opinión” de la pantalla chica, cuyas barras y “debates” televisivos se parecen, cada vez más, a la pista de un circo con todo y payasos (disfrazados y sin disfraz), enanos (de pensamiento), saltimbanquis de las ideas y maromeros de la argumentación. Los medios electrónicos de comunicación “lejos de ser sólo un eco de lo que la clase política dice, (…) adquieren voz propia y, sin que nadie lo cuestione, se convierten en la voz principal” (Subcomandante Insurgente Marcos, La P.D. propone otra ventana, marzo de 2000). En la medida en que estos “intelectuales” del poder —articulistas, columnistas, opinadores, periodistas y “cabezas pensantes”— forman parte de la podredumbre política de arriba, reproduciendo su pobreza discursiva y definiendo los temas de la agenda nacional con los mismos criterios con los que definen la escaleta de los programas de chismes del espectáculo, se alejan proporcionalmente de los problemas comunes y cotidianos del abajo social. Para ellos, lo que no sale en la tele no existe. 35 En la azotea de la “intelectualidad” mexicana están desesperados y frustrados ante la incomprensión total de lo que está pasando y la incapacidad de definir, desde arriba, un rumbo claro para el país. Al inicio del año, el periódico Reforma, en su suplemento Enfoque, realizó un “ejercicio intelectual” convocando a diecisiete personalidades para que, como todos unos cosmólogos profesionales, realizaran predicciones para este 2010. La mayoría, mostrando su pesimismo e incapacidad de entendimiento, se conformaron con que no sea un año peor que el pasado, y aseguraron que la crisis económica opacará los festejos del bicentenario. Reproducimos a continuación un pequeño fragmento de lo que opinó Fernando del Paso en este suplemento, creemos que es un 36 botón de muestra de la frustración que envuelve a los intelectuales de arriba: “No soy muy optimista; creo que vamos a seguir igual, lo cual es lo mejor que nos podría pasar, y no peor. Uno ya no puede confiar en las afirmaciones de los funcionarios públicos que decían que a México no le iba a afectar mucho la crisis y luego resultó uno de los países más afectados de América Latina. Ahora dicen que nos vamos a recuperar pronto, yo no creo nada. Como decía Carlos Monsiváis, yo ya no sé si no entiendo todo lo que pasa o si ya pasó lo que estaba yo entendiendo”. II De todo el conjunto de contradicciones capitalistas, hacemos énfasis en la división social del trabajo, cuyo rasgo característico es la separación entre el trabajo manual y el intelectual. La génesis de esta división corresponde al despojo histórico del productor de las condiciones de trabajo y de sus medios de subsistencia. Desde la ideología capitalista se ha impuesto el mito de que el trabajo intelectual es “superior” al trabajo manual. Esto ha llevado, entre otras consecuencias, a que exista una contradicción entre la teoría y la práctica, así como la separación entre el saber y el hacer. Pero, más importante aún, la división entre trabajo intelectual y manual, desde la ideología capitalista, ha monopolizado el saber y establecido jerarquías que han consagrado la expertocracia. Esta condición de la ideología capitalista ha desarrollado una “élite de pensadores” que se ubica por encima de la clase trabajadora, la gran “masa” de la sociedad. Muchos de estos “pensadores”, al tratar de interpretar la realidad, olvidan que es la naturaleza del objeto de estudio lo que determina los métodos y herramientas para su análisis, estudio y comprensión, y hace tiempo 37 que eligieron sus modelos para “interpretar” esta realidad. Terca como es, la realidad constantemente salta y escapa a sus sesudas profecías. Pero estos intelectuales insisten: mutilan la realidad, la modelan con tal de que encaje en sus esquemas interpretativos y deforman, omiten o calumnian lo que les resulta incómodo. Para ellos, la naturaleza del objeto de estudio depende, nada más y nada menos, que de su modelo de análisis. Gramsci afirmó que: “todos los hombres son intelectuales, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales” (Antonio Gramsci, Los intelectuales y la organización de la cultura). En cualquier trabajo físico, incluso el más mecánico, existe un mínimo de calificación técnica, es decir, un mínimo de actividad intelectual creadora. Es en este sentido que Gramsci nos habla de la potencia intelectual en todos los hombres, sin embargo, Gramsci especifica que todo trabajo, incluido el intelectual, está determinado por el conjunto de sistemas de relaciones sociales en que éstos se encuentran. La función intelectual no responde a lógicas e intereses propios de los individuos que la ejercen, sino a presiones de fuerzas sociales que se producen desde 38 arriba o abajo, es decir, desde el poder o desde el movimiento social. La historia es un terreno de lucha y la posición de los intelectuales frente a la realidad, está en función de la intensidad y debilidad de estas fuerzas sociales en conflicto: si el movimiento social es fuerte, los intelectuales voltean hacia él, claro, siempre manteniendo la “debida” distancia. Esta relación entre la función intelectual y las fuerzas sociales en conflicto, puede verse claramente en el proceso del movimiento social mexicano. En los momentos en que la presión del movimiento social era muy fuerte, se generaron alrededor de él corrientes de pensamiento muy sólidas y personajes influyentes para el movimiento. La guerra de reforma, la revolución, el nacionalismo cardenista, el movimiento del sesenta y ocho, etcétera. No nos detendremos ahora en el análisis de cada uno de ellos, sin embargo, queremos rescatar algo que nos parece importante en este proceso de la función intelectual. La caída del Muro de Berlín representó también la crisis del pensamiento, el programa y la práctica de las corrientes socialistas, en especial de aquellas que veían en esos países un modelo. Se implantó “el fin de la historia” y el Poder arrinconó a los intelectuales de izquierda, fue un momento en que la balanza de las fuerzas en conflicto se inclinó a favor del arriba social. La profunda depresión y la falta de sustento en el movimiento social mundial marcaron a una generación de intelectuales que se encontraron totalmente aislados. El levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) significó una descarga eléctrica al corazón de la historia, que yacía moribunda por las teorías neoliberales que anunciaban su fin con la caída del llamado bloque socialista. Significó una bocanada de aire para esos intelectuales que inmediatamente respondieron a la presión ejercida por el zapatismo. El pensamiento de izquierda resurgió y volteó su mirada hacia la justeza y honestidad del proyecto zapatista y la causa indígena. Sin embargo, gran parte de estos intelectuales progresistas iniciaron su alejamiento del zapatismo cuando la insurgencia indígena denunció las traiciones, las inconsecuencias y el camino deshonesto y cínico que emprendió la izquierda electoral. Pronto surgieron las plumas en defensa del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, de Rosario Robles, de las alianzas vergonzosas e inconsistencias en los planteamientos y la práctica política del Peje… y muchos de ellos se siguieron de largo y, contra toda evidencia, sostienen, argumentan y hacen malabares para propagar la mentira de que Marcelo Ebrard y su gabinete de expriístas son de izquierda. Allá ellos. III Con la ambición, el arribismo y el oportunismo tan característicos de los intelectuales de arriba, y con el dogmatismo neoliberal y la desmemoria como herramientas de su modelo de interpretación de la realidad, los suspirantes por ocupar el lugar privilegiado dejado por Octavio Paz al lado del Príncipe, reparan en que el trono está ocupado por un burócrata gris igual que ellos, y percatándose de las profundas grietas en el castillo del Poder, se deslindan de este rey chiquito, le dan la espalda y empiezan a ofertar sus “serios análisis” a los posibles sucesores de aquél y a buscar nuevo amo. Ante esto, dos personajes de corta memoria y larga historia de traiciones, escriben un ensayo titulado “Un futuro para México”, publicado por la revista Nexos. Los autores, Aguilar Camín y Jorge G. Castañeda, nos prometen un camino lleno de progreso y bienestar, siempre y cuando se apliquen las doctrinas neoliberales impuestas desde arriba. No importa quién lleve a la práctica las brillantes propuestas contenidas en ese “ensayo penetrante y provocativo”: “cualquiera puede —dice Jorge G. Castañeda, en entrevista pública—, Peña Nieto puede, Beltrones puede, los del PAN pueden, el Peje tengo mis dudas, Ebrard puede”. Y así, parados en las esquinas del espectro radioeléctrico, el actual intelectual de los paramilitares asesinos de mujeres y niños de Acteal y un destacado émulo de Brozo aguardan la llegada del cliente que compre las propuestas con las que “no sólo pueda ganar, sino que va a ganar para algo”. Después de lamentar que el “salto a la modernidad [salinista] de los noventa” haya sido frustrado por la rebelión zapatista, los magnicidios y la crisis económica, Aguilar Camín, el “demócrata” entusiasta apoyador de los fraudes electorales de 1988 y 2006, y el ex izquierdista y ex canciller foxista Jorge G. Castañeda, proponen olvidar la “historia acumulada en la cabeza y en los sentimientos de la nación” que “obstruye” el camino del país hacia el “futuro”, y plantean acelerar la privatización de los recursos naturales (“la tierra, el agua, los bosques, el subsuelo mineral, la infraestructura, la electricidad, el petróleo”) y de los servicios de salud y educación, profundizar la flexibilización laboral, aumentar impuestos e incrementar la intervención de Estados Unidos en la guerra contra el narco. La función “multiusos” de los intelectuales de derecha en la globalización, de la que habló el Subcomandante Insurgente Marcos, vuelve a quedar de manifiesto: “sepultureros del análisis crítico y la reflexión, malabaristas con las ruedas de molino de la teología neoliberal, apuntadores de gobiernos que olvidan el ‘script’, comentaristas de lo evidente, porristas de soldados y policías, jueces gnoseológicos que reparten etiquetas de ‘verdadero’ o ‘falso’ a conveniencia, guardaespaldas teóricos del Príncipe, y locutores de la ‘nueva historia’ (Subcomandante Insurgente Marcos, ¡OXIMORON!. La derecha intelectual y el fascismo liberal, abril del 2000). Pero la crisis se hace más evidente entre la intelectualidad progresista. En 1998, Carlos Monsiváis escribió en Intelectuales mexicanos de fin de siglo que entre éstos “ya sólo los fundamentalistas de derecha ensalzan el neoliberalismo tan recomendado como solución universal”. Doce años después, a contracorriente de la realidad y en plena crisis ya no del modelo neoliberal, sino del sistema capitalista, no sólo los creyentes del mesianismo neoliberal siguen firmes en su defensa de la verdad única, sino que gran parte de los intelectuales, alguna vez críticos, se posicionaron al lado de uno de los sectores de la clase política en crisis e hicieron suyo el proyecto de “limarle las aristas más agudas al neoliberalismo”. Convertidos en una “triste plañidera de las derrotas y fracasos de una parte de la clase política que ya lleva varios años muerta”, muchos de los miembros de la intelectualidad progresista —para los cuales “las encuestas, el rating y las aglomeraciones de masas o de votos” fue el sustituto del referente ético— se 39 convirtieron en “los justificadores, y no pocas veces los aduladores, del quehacer de una ‘izquierda’ tan entre comillas y tan a la derecha” (Subcomandante Insurgente Marcos, Dos políticas y una ética, julio de 2007). Hoy, y desde hace varios años, estos intelectuales convertidos en neocomisarios —¡¿quién lo dijera?!—, acusan de hacerle el “juego a la derecha” a quienes no se alinearon con su “gallo”, un gallo que se movía discursivamente por el centro del palenque, que creyó ilusamente tener amigos y aliados entre las aves de rapiña, que hizo alianza con caciques como Juan Sabines. Un gallo que, como gobernante de la Ciudad de México, impulsó la privatización del agua, puso en manos de Slim el Centro Histórico, se hizo asesorar en temas de seguridad, con costo al erario, por el policía Giuliani para criminalizar la pobreza, etcétera. Ahora, sin que siquiera les pase por la cabeza cuestionar en el fondo al capitalismo, un sistema que a todas luces está en una grave crisis y que tiene inmerso al planeta en una crisis ecológica grave, tanto los intelectuales del sistema, como los que venden sus servicios con la etiqueta de “críticos pero responsables”, tiempo hace que no aciertan a explicar a “su amable auditorio” el porqué el país entero es una zona de desastre. Los primeros sostenían que la alternancia y la tan mentada transición a la democracia llevarían a México por el camino de la prosperidad, mientras que los otros le apostaron todo a una forma de hacer política, que hizo a un lado la ética en función del pragmatismo y que ahora también está en crisis. IV ¡Ah, los intelectuales del Poder! Siempre esforzándose por comprender y absolver a los de arriba y por juzgar y condenar a los de abajo. (Subcomandante Insurgente Marcos. 29 de diciembre de 2002) La función del intelectual arriba, sea de derecha o izquierda, es presentar un mundo en cuyo horizonte no existe nada más que el capital, las mercancías, el mercado y el poder financiero. Hoy, la capa de intelectuales pronuncia palabras que no encuentran oídos, analiza la realidad sin saber si ellos tienen que adaptarse a ella, o la realidad se adapta a sus análisis. Los intelectuales 40 de arriba ya no le dicen nada a la gente de abajo. “Las letras muertas que dibujan, sus nexos intelectuales y sus zonas abiertas no tienen como destinatario a nadie que no sean ellos mismos. En estos lugares se comentan entre ellos mismos, se leen entre ellos mismos, se ‘critican’ entre ellos mismos, se saludan entre ellos mismos, y, al hacerlo, se dicen mutuamente: ‘somos la conciencia del nuevo poder, somos necesarios porque nosotros decimos que somos necesarios, el Poder necesita alguien que ponga en prosa y en verso intereses económicos y sus facturas, lo que nos hace diferentes de los bufones es que nosotros no contamos chistes, los explicamos” (Subcomandante Insurgente Marcos, La P.D. propone otra ventana, marzo de 2000). El sistema capitalista ha vaciado de ética a la palabra, ha exentado de todo compromiso a aquel que, desde arriba, la enuncia. La palabra en el discurso capitalista pierde su cualidad de garante de un compromiso social, haciendo del discurso un conjunto de palabras vacías, mentiras y decires perdidos en el olvido y la desmemoria. La palabra, en cambio, para los que queremos un mundo donde quepan muchos mundos es la constante acción en nuestro caminar. A través de nuestra palabra, comprometemos la vida: sueños, sentimientos y compromisos que hablan de la memoria colectiva que nos hacen ser y vivir. Con la palabra abrazamos la dignidad, mantenemos presentes la justicia y el respeto para transformar lo que creemos es necesario. “Nosotros creemos que la palabra deja huella, las huellas marcan rumbos, los rumbos implican definiciones y compromisos. Quienes comprometen su palabra a favor o en contra de un movimiento, no sólo tienen el deber de hablarla, también el de ‘agudizarla’ pensando en sus objetivos. ‘¿Para qué?’ y ‘¿Contra qué?’ son preguntas que deben acompañar a la palabra. No para acallarla o bajar su volumen, sino para completarla y hacerla efectiva, es decir, para que se escuche lo que habla por quien debe escucharla. Nosotros creemos que un movimiento debe producir su propia reflexión teórica (ojo: no su apología). En ella puede incorporar lo que es imposible en un teórico de escritorio, a saber, la práctica transformadora de ese movimiento” (Subcomandante Insurgente Marcos, El mundo: siete pensamientos en mayo de 2003).