Dinosaurios en la ciudad Hace unas semanas apareció un

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Dinosaurios en la ciudad Hace unas semanas apareció un
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Dinosaurios en la ciudad
Hace unas semanas apareció un dinosaurio en el parque de nuestra ciudad. Mi hermana y yo nos reímos
muchísimo viendo cómo las personas mayores se asustaban de él. Hasta el valiente guarda del parque empezó
a llorar.
El pobre dinosaurio estaba todo asustado. Por eso decidimos llevarlo a casa. La vuelta a casa fue muy curiosa.
Por donde pasábamos con nuestro nuevo amigo, todos los que allí se encontraban huían gritando.
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La historia de Babar, el bebé elefante
En el gran bosque ha nacido un elefante. Se llama Babar. Su mamá le quiere mucho.
Para que duerma, le mece con su trompa cantándole muy bajo.
Babar ha crecido. Ahora juega con los otros niños elefantes. Es uno de los más buenos. Escarba la arena con una
concha.
Babar se pasea muy feliz sobre la espalda de su mamá, cuando un antipático cazador, escondido detrás de un matorral,
les dispara.
El cazador ha matado a su mamá.
El mono, se esconde, los pájaros echan a volar y Babar llora.
El cazador corre para coger al pobrecito Babar.
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El galleguito pobre
Había en Cádiz un galleguito muy pobre, que quería ir al Puerto para ver a un hermano suyo que era allí mandadero, pero
quería ir gratis.
Se puso en la puerta del muelle a ver si algún patrón que fuese al Puerto lo quería llevar. Pasó un patrón, que le dijo:
- Galleguiño, ¿te vienes al Puerto?
- Yo no tengo dinero; si me llevara gratis, patrón, iría.
-Yo, no- contestó este-; pero estate ahí, que detrás de mí viene el patrón Lechuga, que lleva a la gente gratis.
Un poco más tarde pasó el patrón Lechuga y el galleguito le dijo que si le quería llevar al Puerto gratis, y el patrón le dijo
que no.
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El ratoncito Pérez
Había una vez una ostra que estaba muy triste porque había perdido su perla.
La ostra le contó su desgracia a un pulpo que se arrastraba por el fondo del mar.
- ¿Cómo era la perla? - Blanca, dura, pequeña, y brillante.
El pulpo le prometió que le ayudaría y se fue. Se lo contó a una tortuga que estaba jugando con las olas. Ésta le dijo al
pulpo que ayudaría a la ostra y se marchó a contárselo a un ratón que estaba merodeando por la playa. El ratón se
apellidaba Pérez.
- Tiene que ser algo blanco, pequeño, duro y brillante.
El ratón fue a buscar por ahí, pero no encontró nada que sirviera.
Encontró un botón que era blanco, brillante y pequeño, pero no era duro, pues lo podía roer con facilidad con sus
dientecillos.
Encontró una piedrecita blanca, pequeña y dura…
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LA ABUELITA
La abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo
que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene
un vestido de flores grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda.
La abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un
libro de cánticos con recias tapas de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y
seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos.
¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su libro? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los
colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes como si fuesen
pura niebla.
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Caperucita Roja
Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que
todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no
se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el
lobo.
Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a
casa de la abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las
ardillas...
De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña? - le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi abuelita - le dijo Caperucita.
- No está lejos - pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
Caperucita puso su cesta en la hierba, se entretuvo cogiendo flores.
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