izquierda y populismo en américa latina

Transcripción

izquierda y populismo en américa latina
IdZ
Septiembre
| 25
izquierda y populismo
en américa latina
En esta sección abierta presentamos un contrapunto sobre los cambios políticos que
atravesaron el continente en la última década; dos lecturas polémicas sobre The Resurgence
of the Latin American Left. Por un lado, Roberto Gargarella hace una reseña crítica sobre
los usos del término “izquierda” en la compilación de Steven Levitsky y Kenneth Roberts.
Por otro lado, Matías Maiello y Fernando Rosso analizan las tendencias fundamentales de
la década y apuntan qué “izquierda” es necesaria en momentos de declive de los llamados
gobiernos “posneoliberales”.
La izquierda que no es.
Sobre la “nueva izquierda”
en América Latina
Roberto Gargarella
Sociólogo, Doctor en Derecho, profesor de la Escuela de Derecho de la
UTDT y de la UBA. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran:
The Legal Foundations of Inequality, The Accountability and Democratic
Judiciaries in Latin America, Africa, and East Europe.
Breve introducción
En este trabajo quiero examinar críticamente el concepto de “izquierda” que se emplea en
el libro The Resurgence of the Latin American
Left (Levitsky & Roberts 2011), una obra editada por dos de los más importantes latinoamericanistas de nuestro tiempo, Steven Levitsky y
Kenneth Roberts. La motivación principal que
guía a mi trabajo es la de cuestionar la noción
de “izquierda” empleada en el libro que, según
entiendo, nos compromete con una concepción
teórico-política muy difícil de aceptar. Esta discusión se inscribe en una larga conversación
que se ha ido dando en los últimos años, referida al (así llamado) “resurgimiento de la izquierda en América Latina” (Arnson & Perales
2007; Arnson et al 2009; Cameron & Hershberg 2010; Madrid 2011; Panizza 2005).
La definición del concepto de “izquierda” que
se utiliza en la introducción de The Resurgence
of the Latin American Left resulta, si bien elaborada, decepcionante. Ella dice: “(El concepto
de) Izquierda refiere a actores políticos que buscan, como un objetivo programático central, reducir las desigualdades económicas y sociales”.
Si bien esta es la definición que se reserva para el término “izquierda,” Levitsky y Roberts
aclaran luego el significado de lo dicho, con un
párrafo extenso que sigue a continuación
de la frase citada, y que resulta mucho más
amplio e inclusivo que la definición inicial
–llamemos a esta la “definición ampliada”.
Dicen ellos, entonces, que:
Los partidos de izquierda buscan utilizar la autoridad pública para distribuir la riqueza y/o los
ingresos hacia los sectores con menores ingresos,
erosionar las jerarquía sociales y fortalecer la voz
de los grupos desaventajados en el proceso político. En la arena socioeconómica, las políticas de
izquierda procuran combatir las igualdades enraizadas en la competencia de mercado y en la propiedad concentrada, aumentar las oportunidades
para las pobres, y proveer de protección social en
contra de las inseguridades de mercado. Aunque
la Izquierda contemporánea no se opone necesariamente a la propiedad privada o a la competencia de mercado, ella rechaza la idea de que pueda
confiarse en las fuerzas no reguladas del mercado para satisfacer las necesidades sociales. En el
ámbito político, la Izquierda procura aumentar la
participación de los grupos menos privilegiados y
erosionar las formas jerárquicas de dominación
que marginan a los sectores populares. Históricamente, la Izquierda se ha concentrado en las »
26 |
POLÉMICAS
diferencias de clase, pero muchos partidos de Izquierda, contemporáneamente, han ampliado ese
foco para incluir las desigualdades basadas en el
género, la raza o la etnia.
Presentada la definición, permítaseme examinarla a partir de sus principales partes componentes.
Objetivo programático: todos los gobiernos
son de izquierda
Que la definición en torno a cuándo un partido o gobierno es de izquierda gire tan centralmente en torno a si dicho partido ha tomado
como “objetivo programático central” reducir
las desigualdades sociales y económicas, implica ya un comienzo complicado. El criterio
propuesto es impreciso, obviamente engañoso,
además de ser a la vez sub-inclusivo y sobre-inclusivo.
La definición es sub-inclusiva, porque nos lleva a considerar que un gobierno no es de izquierda, a pesar de haber llevado adelante una
práctica consistentemente adecuada a los ideales y valores de izquierda, sólo por el hecho de
que, en su plataforma de gobierno original, dichos compromisos no aparecieran explicitado
de modo claro. Esta posibilidad resulta en verdad muy esperable a partir de la dinámica generada por sistemas híper-presidencialistas y
partidos catch all, como los que distinguen a
la Latinoamérica actual. Sin embargo, la definición de “izquierda” propuesta en The Resurgence… nos llevaría a “sancionar” a dicho gobierno
no calificándolo como uno de izquierda, en razón de las declaraciones programáticas realizadas antes de su llegada al poder.
Lamentablemente, y a la vez, la definición resulta sobre-inclusiva. Y es que se trata de una
definición que pone un peso indebido en el aspecto económico de lo que significa ser de izquierda, a la vez que reduce y modera de modo
asombroso los que vendrían a ser los principios
económicos propios del pensamiento de izquierda (volveremos sobre este punto más adelante). Ser de izquierda ya no requiere abolir la
propiedad privada, ni desafiarla de modo significativo, sino sólo trabajar para la reducción
de las desigualdades –una exigencia que (por lo
que vemos en la práctica que se evalúa en el libro) resulta todavía más devaluada, ya que no
va a significar mucho más que conseguir ciertas
reducciones en términos de la pobreza existente. Un gobierno que consiga reducir en algo los
niveles de pobreza presentes antes de su llegada al poder, ya pasa a calificar como –potencialmente– un gobierno de izquierda.
Así presentada, la definición resulta muy hospitalaria para gobiernos y líderes políticos de los
más variados. Ello así, al punto de que la misma
permite incluir como de izquierda, sin mayores inconvenientes, a gobiernos que nadie consideraría
como gobiernos de izquierda, tales como los de
Vicente Fox en México (2000-2006); Álvaro Uribe (2000-2010); Alejandro Toledo (2001-2006);
o Sebastián Piñera (2010-2014). Notablemente,
todos estos presidentes pueden alegar –como lo
han hecho– que su gestión de gobierno ha permitido reducir los altos índices de pobreza registrados en sus respectivos países, antes de su llegada.
Todos los líderes citados cuentan con estadísticas
que les permiten realizar, con algún grado de sensatez, afirmaciones auto-elogiosas en términos de
lucha contra las desigualdades sociales existentes.
Levitsky y Roberts podrían objetar lo dicho
señalando que no todos los gobiernos citados tenían un compromiso programático con la
igualdad. Pero ello tampoco es cierto. Cualquiera de los partidos mencionados (y que muchos
consideraríamos de derecha) incluía en un lugar relevante, dentro de su plataforma, objetivos
fuertemente igualitarios. El partido de Alejandro Toledo prometía, entre sus nueve objetivos
centrales, el de “eliminar la pobreza extrema y
la desigualdad”; Uribe incluyó en su plan de acción inicial consideraciones muy claras referidas
a los males generados por la pobreza extrema
y la desigualdad, llegando a declarar una “guerra” directa contra la primera (algo significativo
en un gobierno empeñado utilizar metáforas bélicas); Fox aseguró que sus prioridades estarían
encabezadas por objetivos como el de reducir la
pobreza; y Piñera se comprometió a luchar prioritariamente por terminar con la “pobreza dura”.
En definitiva, lo que nos queda es la decepcionante conclusión según la cual, desde el 2000,
básicamente todos los gobiernos latinoamericanos han sido de izquierda, lo cual significa vaciar de contenido al término “izquierda” y, por
tanto, no afirmar nada más que una tautología.
Economía: propiedad privada y reformas
de mercado en el proyecto de izquierda
Concentremos ahora nuestra atención en el
contenido económico de la definición de “izquierda” utilizada por Levitsky y Roberts. Pensemos entonces en el contenido económico que
podríamos considerar propio de una definición
aceptable del término “izquierda,” para luego
compararlo con el contenido que se le atribuye en el libro.
Comencemos, por caso, por Karl Marx. En El
Manifiesto Comunista hay una frase que ya es
clásica, a través de la cual Marx propone sintetizar su visión sobre el tema. Allí se dice que “la
teoría de los Comunistas puede ser resumida en
una sola frase: Abolición de la propiedad privada”. Si tomáramos la definición y, sobre todo, el
desarrollo que hacen de la idea de “izquierda”
los autores convocados en The Resurgence…,
nos encontraríamos con que esa sola línea marxista es ya por completo ajena al entendimiento
que hacen todos los académicos invitados sobre
lo que significa y ha venido significando ser de
izquierda en América Latina. Ocurre que ninguno de los gobiernos que en la obra se consideran de izquierda ha abolido la propiedad
privada. Lo que es mucho peor, ninguno de tales gobiernos se ha planteado dicho objetivo como un ideal regulativo; ninguno lo ha escrito en
sus textos de propaganda ni lo ha hecho figurar
en sus plataformas electorales.
Las cosas no son tan diferentes si dejamos al
comunismo y a Marx de lado, para utilizar, por
caso, una definición más o menos común sobre
lo que es el socialismo. Al mismo se lo ha podido definir, razonablemente, como “la doctrina
según la cual la propiedad y control de los medios de producción –capital, tierra o propiedad–
debe estar en manos de la comunidad como
un todo, y administrada en el interés de todos”.
Si tomamos en cuenta esta definición, nuevamente, nada de lo que ha ocurrido en América
Latina en los últimos años se parece a ello, ni lejanamente.
La pregunta que uno se hace entonces, es la siguiente: si no nos queda, para la izquierda como
proyecto económico, un cuestionamiento fuerte
a la propiedad, ¿qué es lo que nos queda? Obviamente, uno podría –debería– responder, nos
queda un cuestionamiento fuerte a las políticas
de mercado, y su reemplazo por otras políticas
que no pongan su centro en el mercado. Pero
no. Estamos también muy lejos de ello. Dicen
Levitsky y Roberts en las conclusiones del libro:
Contra algunas expectativas provenientes tanto
de la izquierda como de la derecha, los nuevos
gobiernos de izquierda no enterraron el modelo de mercado. De hecho, y conforme a estándares históricos, las reformas socioeconómicas
introducidas por los gobiernos de izquierda contemporáneos han sido bastante modestas. En la
mayoría de los países de la región, los rasgos centrales del modelo de mercado, incluyendo a la
propiedad privada, el libre mercado y la apertura
a las inversiones extranjeras, permanecen intactos (Levitsky & Roberts 2011: 413, 415).
En definitiva, lo que vemos es que, según The
Resurgence…, los gobiernos latinoamericanos
de izquierda nos refieren a administraciones
que han contribuido al fortalecimiento, o al menos la continuidad –antes que el socavamiento– de las viejas políticas “neoliberales”, que
alientan la concentración económica, y se basan en el respeto a la propiedad privada, el apoyo a la inversión extranjera, y las protecciones
al libre mercado.
Política: conviviendo con la concentración
del poder político
La propuesta de los autores presenta, en este
respecto, otro problema serio: ¿de qué modo
considerar de izquierda a regímenes híper-presidencialistas, de autoridad concentrada y baja
participación popular autónoma? La dificultad del caso resulta particularmente evidente
cuando The Resurgence… incluye artículos como el de Benjamin Goldfrank, que dejan en
claro la falta de compromiso de la “nueva izquierda” regional, en términos de participación política. Goldfrank concluye su estudio
sosteniendo que:
En los términos establecidos por los editores de
este volumen, ninguno de estos casos de gobiernos de izquierda puede considerarse como implicando orientaciones radical democráticas a nivel
nacional… Los intentos de profundizar la democracia en América Latina se encuentran en la actualidad limitados tanto por los defensores de las
instituciones representativas, que resisten la introducción de instituciones participativas, como
por aquellos más plebiscitarios, cuyos esfuerzos
por controlar la participación terminan socavando tanto la democracia participativa como la representativa (Goldfrank 2011: 182-3).
IdZ
Septiembre
En definitiva, resulta difícil entender por qué
es que, a la luz de evidencias como las que presenta Goldfrank a lo largo de su artículo, los
editores y los distintos autores de la obra (incluyendo al propio Goldfrank) siguen hablando de
gobiernos de izquierda en América Latina.
De mi parte, me interesa defender una visión
de la izquierda que, al mismo tiempo (y contra
lo que se asume en el texto de Levitsky y Roberts), subraye la importancia de la democracia económica y la democracia política (o, en
otros términos, critique tanto la concentración
del poder económico como la concentración
del poder político). Esta definición alternativa del término “izquierda” (definición que aquí
simplemente propongo, sin intentar defenderla en detalle –tarea que dejaría para otra oportunidad) se vincula mejor, según diré, con los
ideales y tradiciones del pensamiento de izquierda.
El hecho de que la definición de “izquierda”
utilizada en The Resurgence of the Latin American Left sea una definición esencialmente económica, para la cual la concentración del poder
político no representa un problema, resulta particularmente curioso, a la luz de la tradición de
la izquierda occidental, y sobre todo teniendo
en cuenta lo que podríamos llamar la “primera izquierda” latinoamericana. Y es que, desde
sus orígenes, y al menos hasta bien entrado el
siglo XX, las fuerzas más contestatarias, radicales, igualitarias, de la política latinoamericana, fueron consistentemente defensoras de la
democracia política, una defensa que llevaron
siempre de la mano de sus reclamos por la democracia económica. A través de sus reclamos
por la democracia política, dichas fuerzas de
avanzada mostraron su oposición al proyecto
político conservador –un proyecto verticalista,
de autoridad concentrada– que tanto peso adquiriera en los años que siguieron a la independencia. Mientras tanto, a través de sus reclamos
por la democracia económica, ellas se presentaron, fundamentalmente, en oposición al proyecto económico liberal, caracterizado por su
anti-estatismo, su defensa de la libertad y la desregulación económicas, su complacencia frente
a la concentración económica, y su descuido de
la cuestión social.
Como ejemplos relevantes en dicho recorrido,
podrían mencionarse las tempranas medidas dispuestas por el uruguayo José Gervasio Artigas,
combinando iniciativas asambleístas con disposiciones económicas fuertemente igualitarias
(reflejadas, por caso, en su notable Reglamento Provisorio); los discursos asociacionistas y favorables a la democratización de la propiedad,
de políticos como Juan Montalvo, en Ecuador;
o las notables demandas democratizadoras aparecidas en México desde el momento mismo de
la lucha independentista –comenzando por los
reclamos por la tierra de los “curas revolucionarios”, Miguel Hidalgo y José María Morelos,
hasta llegar a las exigencias de democratización
política y repartición de la tierra avanzadas por
el liberalismo radical mexicano, en la Convención Constituyente de 1857 (Gargarella 2013).
Nadie resumió mejor este doble compromiso
radical, a favor de la democratización política y
| 27
“Lo que nos queda es la decepcionante conclusión según
la cual, desde el 2000, básicamente todos los gobiernos
latinoamericanos han sido de izquierda, lo cual significa
vaciar de contenido al término “izquierda” y, por tanto, no
afirmar nada más que una tautología.
”
económica, que el político colombiano Murillo
Toro, cuando dijo:
Toda reforma política debe tener por objeto una
reforma económica, y si antes de querer realizar ésta planteamos aquella, corremos el riesgo
no sólo de trabajar estérilmente, sino de desacreditar a los ojos del pueblo que no discute, el
principio que queremos ver en obra... las formas
políticas no valen nada si no han de acompañarse de una reconstrucción radical del estado social por medio del impuesto, y de la constitución
de la propiedad de los frutos del trabajo. ¿Qué
quiere decir el sufragio universal y directo aunque sea secreto en una sociedad en que [muchos
de los votantes] no tienen la subsistencia asegurada y dependan por ella de uno solo?
Murillo Toro dejaba en claro, de ese modo,
que el cambio en pos de una sociedad más igualitaria requería radicalizar los cambios políticos
realizados, duplicando la apuesta: la democracia política debía pasar a acompañarse con
cambios dirigidos a asegurar la democracia económica, esto es, las bases materiales del cambio
político propuesto.
Dicho lo anterior, quisiera resaltar de modo especial la forma en que estos primeros radicales tradujeron sus reclamos por la democratización de
la política en demandas decididamente anti-presidencialistas, incondicionalmente críticas de la
concentración de la autoridad. El punto es especialmente notable, sobre todo cuando pensamos
la cuestión desde el siglo XXI, y vemos la facilidad con que se asocia a la izquierda con la defensa
de gobiernos de autoridad concentrada. Lo cierto es que, desde su propio nacimiento en América Latina, el pensamiento más radicalizado de la
región se mostró inequívocamente contrario a esa
concentración del poder y defendió la democracia
política –y así una postura claramente anti-presidencialista– antes que la verticalidad política.
Conclusión: un concepto renovado,
que debe ser resistido
A lo largo de este trabajo, presenté objeciones
a la definición del término “izquierda” que se
ofrece en The Resurgence… a partir de una diversidad de razones. La principal ventaja de la
definición que utilizan los autores es que recoge ciertos usos habituales, muy extendidos, del
lenguaje común. La gran desventaja es que, además de imprecisa, la definición permite que se
acomoden dentro del campo de la izquierda algunos gobiernos que –tal como los autores reconocen a lo largo de la obra– no desafían la
propiedad privada; no van hacia el socialismo;
no pueden considerarse siquiera socialdemócratas; no generan relaciones más igualitarias;
concentran el poder; no democratizan la sociedad; asumen comportamientos autoritarios;
persiguen a minorías; y para peor tienen poco
que ver con la tradición de los partidos y programas de la izquierda, y muy poco en común
con la historia del radicalismo político latinoamericano.
Bibliografía
Arnold, J. & Samuels, D. (2011): “Public Opinion
and Latin America’s Left Turn” en S. Levitsky
& K. Roberts (eds.), The Resurgence of the Latin
American Left, Baltimore: The John Hopkins University Press.
Arnson, C. et al (2009): La “Nueva Izquierda” en
América Latina: Derechos Humanos, Participación Política y Sociedad Civil, Woodrow Wilson
International Center for Scholars.
Arnson, C. & Perales, J. (2007): The “New Left”
and Democratic Governance in Latin America, Woodrow Wilson International Center for
Scholars.
Cameron, M. (2009): “Latin America’s Left Turns:
beyond good and bad”, Third World Quarterly
vol. 30, N. 2, 331-348.
Cameron, M. & Hershberg, E. (2010): Latin
America’s Left Turns, Boulder, Lynne Rienner
Publishers.
Gargarella, R. (2013): Latin American Constitutionalism, 1810-2010, Oxford: Oxford University Press.
Goldfrank, B. (2011): “The Left and Participatory
Democracy. Brazil, Uruguay, and Venezuela” en
S. Levitsky & K. Roberts (eds.), The Resurgence
of the Latin American Left, Baltimore: The John
Hopkins University Press.
Levitsky, S. & Roberts, K. (eds.) (2011): The Resurgence of the Latin American Left, The John
Hopkins University Press.
Madrid, R. (2011): “The Origins of the Two Lefts
in Latin America,” Political Science Quarterly
vol. 5, N. 4, 587-609.
Panizza, F. (2005): “The Social Democratisation
of the Latin American Left,” Revista Europea de
Estudios Latinoamericanos y del Caribe 79, Octubre, 95-103.
28 |
POLÉMICAS
¿Qué clase de izquierda?
Matías Maiello
Sociólogo, Instituto de Pensamiento socialista Karl Marx.
Fernando Rosso
Comité de redacción.
El libro The Resurgence of the Latin American Left (El resurgimiento de la izquierda latinoamericana), una recopilación de trabajos
dirigidos por Steven Levitsky y Kenneth Roberts, analiza lo que llama el “giro a izquierda” en Latinoamérica producido a finales del
siglo pasado y comienzos del actual. Definen
las transformaciones de la izquierda contemporánea producidas bajo el reinado de la llamada etapa “neoliberal” y en los años siguientes;
y afirman que la izquierda actual se caracteriza
esencialmente porque tiene “como objetivo programático central reducir las desigualdades económicas y sociales”.
Es verdad que, como critica Roberto Gargarella en este mismo número de Ideas de Izquierda,
podría leerse esta limitada definición como una
“capitulación conceptual” que remite a una noción abstracta que daría por resultado un reguero de gobiernos de izquierda en la región. Ahora
bien, nuestra pregunta: ¿Se puede discutir “izquierda” y “derecha”, o la propia evolución política de los países de la región, sin tomar como
coordenadas la acción de las masas –en especial
de la clase trabajadora– y del imperialismo?
La política sin (lucha de) clases
El límite central del análisis de Levitsky y Roberts está en su lectura circular de los procesos
políticos. Hechos que son relevantes para entender los giros del último período, como las crisis
económicas o financieras, el retroceso del movimiento obrero, la caída de la URSS y el mal llamado “socialismo real” o la pobreza estructural;
aparecen enumerados en el texto, pero cuando
se estructura la explicación de conjunto recaen
en un análisis “politicista” de los cambios en las
formas de gobiernos y regímenes.
Tomando como un hecho dado el fortalecimiento de la democracia, la tesis central de Levistsky y Roberts es que las variaciones entre
las orientaciones de los gobiernos que llaman
“de izquierda” y los distintos regímenes políticos tienen su explicación esencial en la trayectoria de los partidos y en su forma de acceso
al poder.
Ante la pregunta “¿Por qué Venezuela produce
un Chávez y Chile un Lagos?”, su explicación remite a que “la variación en la política de izquierda y las orientaciones del régimen está enraizada
en las vías hacia el poder de los partidos”1. Es
decir, una forma de régimen o de gobierno se
explica por otra forma, la del partido o movimiento. Los autores encuentran las causas en
las consecuencias y dejan sin explicar el proceso
de conjunto porque aunque las superestructuras
“ejercen también su influencia sobre el curso de
las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma”2; las formas
no se explican a sí mismas, sin entender el curso
general de las luchas históricas.
Los regímenes políticos –que son la forma
del Estado–, son el producto de las cristalizaciones en equilibrios más o menos inestables
de las relaciones de fuerzas entre las clases; y
la actividad de las clases tiene como determinación en última instancia las tendencias de la
economía. La política, que tiene su relativa autonomía, no puede independizarse de estas relaciones estructurales, de las que es expresión
más o menos distorsionada en el terreno superestructural. Este método marxista general permite comprender las causas profundas de los
cambios políticos.
En los países dependientes o semicoloniales estas relaciones entre las clases se desarrollan de una manera particular. En su corto
exilio mexicano, León Trotsky sistematizó esta particularidad en los países llamados “atrasados”:
En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la
relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno
oscila entre el capital extranjero y el nacional,
entre la relativamente débil burguesía nacional
y el relativamente poderoso proletariado. Esto le
da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo,
por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del
capital extranjero y sometiendo al proletariado
con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso
a hacerle concesiones, ganando de este modo la
posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros3.
La estabilidad de la democracia y aceptación
por parte de los partidos o movimientos a los que
Levitsky y Roberts ubican dentro de la “izquierda” es para los autores una de las condiciones
IdZ
Septiembre
de posibilidad de su retorno en Latinoamérica –otras condiciones son las desigualdad social estructural y las crisis económicas–. Pero no
explican cuáles son las causas profundas de esta estabilización democrática en un continente
que estuvo marcado durante toda su historia por
las permanentes rupturas del orden democrático
burgués y las frecuentes tendencias a distintos tipos de bonapartismos sui generis.
La relativa estabilidad democrática de las últimas décadas se debe menos a una “maduración” cívica o republicana de las sociedades,
que a la derrota de los procesos revolucionarios y de aguda lucha de clases producidos en
el continente en los años ‘60 y ‘70 del siglo pasado. Son democracias “poscontrarrevolucionarias”4. Como afirmó León Rozitchner para el
caso argentino: “la democracia fue abierta desde el terror y no desde el deseo”5.
El peso del imperialismo refortalecido durante la etapa “neoliberal” y la debilidad relativa de las burguesías nacionales, se combinó
en este período histórico con un debilitamiento subjetivo (y también objetivo) de las clases
trabajadoras del continente, lo que posibilitó
otras condiciones especiales de poder estatal
que le dieron estabilidad hasta cierto punto a
las democracias burguesas. La combinación de
las crisis recesivas que afectaron prácticamente a todo el continente entre 1998-2002 –y en
algunos casos llegaron a convertirse en “crisis
orgánicas”, es decir, crisis de conjunto, económicas, políticas y sociales– y las consecuencias
que tuvieron en la lucha de clases obligaron a
cambiar las orientaciones de los gobiernos.
Con el cambio de siglo se abrió una fase de crisis agudas y tendencias a la acción directa en la
lucha de clases, con episodios como las jornadas
revolucionarias de 2001 en Argentina o los levantamientos de octubre de 2003 y de mayo-junio de
2005 en Bolivia. En medio de grandes movilizaciones fueron derribados gobiernos en Ecuador,
Argentina, Bolivia, Perú, mientras en Venezuela,
en abril de 2002, la movilización popular derrotaba un intento de golpe pronorteamericano contra
Chávez. El primer gran límite que tuvo este momento de movilizaciones fue la ausencia del sujeto más peligroso, la clase trabajadora. El proceso
de conjunto tuvo un carácter predominantemente popular, campesino e indígena, la clase obrera
con los golpes de las derrotas anteriores y los efectos de la recesión, no pudo erigirse en sujeto centralizador y hegemónico.
La llegada a los gobiernos de movimientos o
partidos de “izquierda” (en la definición de Levitsky y Roberts) son el producto de una carencia y una resignación. La carencia de los
movimientos populares que impidió conformar un “nuevo bloque histórico”, en términos
de Gramsci, que permita llevar hasta el final las
movilizaciones e imprimirles un curso revolucionario, para lo que era imprescindible el concurso de la clase obrera; y una resignación de
las clases dominantes para aceptar un necesario
cambio político y limitadas reformas sociales, si
se quería evitar la radicalización y la apertura
| 29
de procesos revolucionarios. Fue la profundidad de los procesos lo que determinó las características particulares de cada gobierno, que en
todos los casos representaron diferentes vías de
“pasivización” de los movimientos de masas6. A
partir de 2003 acceden a los gobiernos Kirchner y Lula, se consolida Chávez, posteriormente asume Evo Morales, lo que va dando cuenta
del cambio de escenario político al calor de las
nuevas relaciones de fuerza. En estos dos últimos casos se produce un cambio de régimen.
En Venezuela, el chavismo basado en las fuerzas armadas y los pobres urbanos adquiere rasgos de aquello que mencionábamos con la cita
de Trotsky como “bonapartismo sui generis”.
En Bolivia, Evo Morales llega al poder bajo el
impulso del movimiento campesino e indígena, adquiriendo características de “frente popular”, en tanto que a diferencia de los gobiernos
burgueses normales está sostenido por las organizaciones de masas del campo y la ciudad.
En el otro extremo, en Brasil y Uruguay, donde
se mantiene una mayor continuidad en la relación de fuerzas, los cambios de gobierno se dan
“en frío” como medidas preventivas para evitar
el contagio del clima regional. En una segunda
etapa los nuevos gobiernos se van consolidando
al calor del crecimiento económico, o lo que los
mismos Levitsky y Roberts llaman el “boom de
las materias primas”, usufructuando la “fortuna”
de los beneficios que la economía mundial volcaba sobre el continente.
Sin embargo, el escenario de conjunto tampoco termina de comprenderse si no se marca la
acentuación de la declinación hegemónica del
imperialismo norteamericano, que se expresó
en el debilitamiento de la presión imperialista
sobre la región, con EE. UU. concentrando esfuerzos en el Gran Medio Oriente (ocupaciones
empantanadas de Irak y Afganistán) y debiendo
sobrellevar la crisis económica luego de 2007.
El mayor margen de maniobra de los gobiernos de “izquierda” fue posible y estuvo condicionado por un menor protagonismo relativo,
hasta ahora, de las clases fundamentales: el imperialismo y la clase obrera.
El desgaste de los gobiernos “de izquierda” y
los nuevos fenómenos
Luego de años de baja lucha de clases, la situación está cambiando en América Latina. No
es la crisis económica aún lo más dinámico sino el progresivo agotamiento de los gobiernos a
los que Levitsky y Roberts incluyen en la categoría de “izquierda”. Este fenómeno político es
el marco de la irrupción de la juventud y de las
movilizaciones de masas.
Esta situación ha abierto una dinámica aún
incipiente, inicial, de intervención de la clase obrera, y entre los sectores avanzados viene dándose un proceso de ruptura con aquellos
gobiernos. Lo vimos durante el paro del 20 de
noviembre de 2012 en Argentina, en la confluencia inicial de estudiantes y trabajadores en
Chile el 11 de julio de este año, en la lucha por
las jubilaciones así como en el proceso de conformación del Partido de Trabajadores en Bolivia, en la lucha docente en Uruguay, también en
»
el paro del 11 de julio en Brasil7.
30 |
POLÉMICAS
“La combinación de las crisis recesivas que afectaron
prácticamente a todo el continente entre 1998-2002 –y en
algunos casos llegaron a convertirse en “crisis orgánicas”, es
decir, crisis de conjunto, económicas, políticas y sociales– y las
consecuencias que tuvieron en la lucha de clases obligaron a
cambiar las orientaciones de los gobiernos.
”
El crecimiento económico de la última década
renovó la disposición social objetiva de las fuerzas de la clase obrera, el Capital volvió “trágicamente” a revitalizar bajo formas diferentes las
fuerzas sociales de su sepulturero, cuando creyó
que lo había derrotado definitivamente y había
enviado a sus intelectuales “orgánicos” a decretar su muerte.
Pero además, mientras continúa el declive de
su hegemonía, EE. UU. vuelve a presionar sobre
su patio trasero. La crisis internacional empuja
a este país a una nueva ofensiva, dándole nueva vida a la Alianza del Pacífico (un acuerdo comercial con México, Colombia, Chile y Perú), y
a las negociaciones del tratado de libre comercio Acuerdo de Asociación Transpacífico (TTP),
que comprende a Brunei, Canadá, Chile, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur, Japón y Vietnam.
Mientras comienzan a volver a escena los
actores fundamentales del drama latinoamericano, se desarrollan multitudinarias movilizaciones populares que combinan demandas
económicas con demandas democráticas. Las
“estrellas” de la izquierda latinoamericana según la concepción de Levitsky, como el PT de
Brasil, gobiernan junto con la derechista bancada evangélica y son vistas por las masas como
parte de un régimen anacrónico divorciado de
sus necesidades.
¿Qué izquierda?
Si tomamos tanto los casos de Chile, como de
Brasil, Bolivia y Argentina, con diferentes ritmos
y expresiones políticas nacionales, vemos cómo,
producto del desgaste de la “izquierda a la Levitsky”, de Evo Morales en Bolivia, del PT en Brasil, del kirchnerismo en Argentina, o en el caso de
Chile (con la entrada del PC a la Concertación),
se está desarrollando la tendencia al surgimiento
de sectores de masas que se ubican a la izquierda.
De esta forma, comienza a darse en América
Latina un fenómeno político que desde hace
años viene atravesando la situación europea
producto de la crisis de los partidos tradicionales y el proceso de polarización política en
el marco de la crisis económica. Emergentes
emblemáticos de este proceso fueron el Front
de Gauche en Francia y Syriza en Grecia. Partidos articulados alrededor de figuras electorales, desligados de la lucha de clases, que
poco y nada han servido frente los ataques
que se vienen sucediendo contra los trabajadores y sectores populares.
Esto plantea como cuestión no ya qué es la
izquierda –pregunta que guía a Levitsky y Roberts– sino qué izquierda hay que construir. Si
se trata de construir una variante de izquierda en los marcos del régimen democrático burgués, o una izquierda obrera y revolucionaria
para la intervención en la lucha de clases.
Las jornadas de junio en Brasil salieron a enfrentar la enorme desigualdad de un país donde
para unos pocos se construyen grandes estadios
de fútbol mientras que para las grandes mayorías se aumenta el pasaje de un sistema de transporte público en decadencia. También las calles
estuvieron cruzadas por el cuestionamiento a la
casta de políticos burgueses cuya preocupación
principal pasaba por intentar legalizar su propia
impunidad ante las denuncias de corrupción.
Sin embargo, estos cuestionamientos a estas
“democracia para ricos” conviven con la idea
de que la democracia burguesa es la única democracia posible. Frente a este fenómeno, y a
la cuestión de las demandas democráticas, a la
que hace referencia Roberto Gargarella, cobran
especial actualidad las banderas que la clase
obrera supo levantar en la Comuna de París de
1871: que todos los funcionarios y cargos electivos cobren un salario igual al de un trabajador
medio; la revocabilidad inmediata de mandatos
para todos los cargos electivos; la eliminación
de la institución bonapartista de la presidencia
de la república, así como de las oligárquicas cámaras de senadores, y la conformación de una
cámara única que fusione los poderes ejecutivo
y legislativo; la elección de todos los jueces por
sufragio universal, entre otras.
Este conjunto de medidas democrático radicales, íntimamente unido a otras demandas
transicionales que respondan a las demandas económicas y sociales, no apuntan a “mejorar” el poder constituido, sino establecer un
puente para desarrollar un verdadero poder
constituyente que retome el camino de formas
democráticas superiores como las que esbozó la
Asamblea Popular boliviana de 1971 o los Cordones Industriales que se pusieron en pie durante los primeros años ‘70 en Chile.
Si hay algo que se demostró en la última década es que ninguno de los gobiernos que Levinsky y Roberts catalogan como de “izquierda”, ni
en su versión nacionalista ni en su versión “social-liberal”, dieron solución a los grandes problemas latinoamericanos: su dependencia, el
atraso estructural (que en algunos casos se profundizó con la reprimarización de la economía), la probreza o el trabajo precario que es
masivo en el continente; pese a una década de
crecimiento. Solo puede serlo un poder constituyente que exprese la alianza de clase entre los
trabajadores, los campesinos y sectores populares, aquel cuya ausencia marcó los procesos
de la década anterior. Que sea capaz de romper
las cadenas de la opresión imperialista y afectar
los intereses del gran capital, sin lo cual no se
pueden resolver los grandes problemas estructurales que vienen dejando planteados las movilizaciones que atraviesan la región, como la
salud, el trabajo, el transporte, la vivienda, la
cuestión agraria, el saqueo de los recursos naturales, entre otros.
La disputa por las tradiciones pasadas de “la
izquierda”, tiene para nosotros este sentido programático y estratégico, como preparación para
los combates del presente y el futuro.
1 Steven Levitsky y Kenneth M. Roberts, The Resurgence of the Latin American Left, Baltimore, The
John Hopkins University Press, 2011.
2 Carta de F. Engels a J. Bloch, 22 de septiembre de
1890, en Marxists Internet Archive (www.marxists.
org).
3 León Trotsky, “La industria nacionalizada y la administración obrera”, Escritos Latinoamericanos, Bs.
As., Ediciones IPS-CEIP, 2013.
4 Laura Lif y Juan Chingo, “Transiciones a la democracia”, Estrategia Internacional 16, 2000.
5 León Rozitchner, Acerca de la derrota y de los vencidos, Bs. As., Editorial Quadrata & Ediciones Biblioteca Nacional, 2011.
6 Para una interpretación de los principales fenómenos políticos en Latinoamérica de la última década,
ver: Eduardo Molina, “Cambio de década en Amércia Latina. Notas para un balance de los gobiernos
nacionalistas y progresistas”, Estrategia Internacional
27, 2011.
7 Para un análisis más detallado de este fenómeno
ver: Eduardo Molina, “El retorno de la clase trabajadora”, Ideas de Izquierda 2, 2013.

Documentos relacionados