Raza de Caín, en tu antro, pobre chacal, ¡tiembla de frío!
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Raza de Caín, en tu antro, pobre chacal, ¡tiembla de frío!
Caín Raza de Caín, en tu antro, pobre chacal, ¡tiembla de frío! Reseñas de exposiciones Marzo-abril de 2014 México DF Editor Óscar Benassini Jacob Reseñas de exposiciones Corrector de estilo Guillermo Núñez Sector ACMA Daniel Aguilar, Cristóbal García e Iván Krassoievitch centro cultural border ...................................................................................................3 Daniel Garza Usabiaga Asistente editorial Manuel Samayoa Agradecimientos: Érika Miller, Fedro Ceballos, Manuel Martínez, Roberto Domínguez, Abraham Cruzvillegas, Jesús Cruzvillegas, Mónica Amieva, Amanda de la Garza Frase de portada: Abel y Caín, del poemario Las flores del mal de Charles Baudelaire Caín Progreso 219-8 11800 México DF www.cain.mx [email protected] @revistacain Caín es una cooperativa Caín aparece cada dos meses Caín es una publicación gratuita Caín circula en museos, galerías y otros espacios culturales en el DF Obliteraciones Fritzia Irizar sala de arte público siqueiros Brenda J. Caro Cocotle .........................................................................................7 Desbordamientos de la lógica de la productividad Colección Isabel y Agustín Coppel ciac .................................................................................................................................11 Luis Felipe Ortega Los efectos físicos a largo plazo son aún desconocidos Benjamín Torres museo de arte carrillo gil .............................................................................................15 Pilar Villela Aguante Enrique Ježik galería metropolitana Adriana Melchor ....................................................................................................21 Museo expuesto Colección de arte moderno de la UNAM 1950-1990 centro cultural tlatelolco ...........................................................................................25 Víctor G. Noxpango En busca de la sombra del árbol Mauricio Limón hilario galguera ............................................................................................................29 Víctor Palacios Otros textos Fantasías neoliberales: filantropía populista y alta cultura corporativas en el Nuevo Polanco .......................................................................................................33 Irmgard Emmelhainz ¿Y si dejamos de ser ciudadanos? .................................................................................37 Santiago López Petit Sector ACMA replicó, y a la vez trastocó, las dinámicas de compra y venta de las ferias comerciales de arte contemporáneo. Sector ACMA Daniel Aguilar, Cristóbal García e Iván Krassoievitch Por Daniel Garza Usabiaga Del 5 al 9 de febrero tuvo lugar la undécima edición de Zona maco, la feria mexicana de arte contemporáneo, así como la nueva propuesta Material Art Fair. La presencia de estos dos eventos desató una serie de especulaciones sobre el mercado de arte en México, acerca de su capacidad de atraer coleccionistas y, por lo mismo, de ser un escaparate donde dos eventos comerciales de este tipo pudieran coexistir. A la par de las dos ferias se presentó, en el Centro Cultural Border, una tercera alternativa: Sector acma (Arte Contemporáneo del Más Allá). Este proyecto de Daniel Aguilar, Cristóbal García e Iván Krassoievitch buscó replicar las dinámicas de exhibición, de compra y venta así como de difusión de Zona maco y Material Art Fair (o de cualquier evento comercial de este tipo) dándoles un giro inusual. Para llevar a cabo este proyecto Aguilar, García y Krassoievitch contactaron al médium Iván Corley para que entrara en comunicación con una serie de artistas muertos –William Blake, Marcel Duchamp, Ana Mendieta, Lygia Clark, Louise Bourgeois, Mike Kelly, entre otros– y les preguntara cuáles fueron las obras que no pudieron realizar en vida con el fin de producirlas. Corley realizó esto tan sólo con ver fotografías de los artistas con los que, al final, pudo establecer comunicación: Clark, Duchamp, Kelly y Mendieta. Cada uno de ellos transmitió una serie de imágenes desde el más allá, como instrucciones de producción y montaje, a través del médium. Los artistas de Sector acma dieron forma a estas piezas. Los resultados se podían anticipar: muchas de las piezas no guardan relación alguna con el cuerpo de obra producido por los cuatro artistas durante su vida (por ejemplo, Urupa: un montón de barro con peines de plástico enterrados, atribuido al espíritu de Lygia Clark). En contados casos, en cambio, se podría argumentar cierta similitud o relación entre pieza y artista, como Trabajo artístico una escultura hecha con chicles elaborada a partir de una imagen envia- da desde el más allá por Mike Kelly. Dejando de lado este tipo de análisis de la obra, no se puede escatimar en señalar la originalidad de las piezas (como el ratón (el dispositivo) con correas de reloj de muñeca de la autoría de Duchamp, Mouse como reloj), producto de las imágenes comunicadas por Corley. Piezas como estas, bien podrían haber sido parte del conjunto de mercancías puesto a la venta, durante el mismo fin de semana, en el otro par de ferias comerciales que sucedía en la ciudad. Aguilar, García y Krassoievitch crearon cuatro galerías encargadas de representar a cada uno de los artistas: dmt a Kelly, Chico Xavier Galería a Clark, ∞ a Duchamp y Rigor Mortis Gallery a Ana Mendieta. El coleccionista que decidía adquirir cualquiera de estas piezas obtenía, a cambio de su dinero, un Certificado de autenticidad del espíritu de la obra y no la obra como tal. El dinero de esta transacción tenía que pasar un proceso que lo ubicará en el terreno del más allá. El comprador debía romper, mutilar o dañar los billetes con los que pagaba la obra; sacando así el dinero del plano de circulación monetaria. El dinero, también, tenía que morir. Con este proceso, el proyecto de Sector acma replicó, y a la vez trastocó, las dinámicas de compra y venta de las ferias comerciales de arte contemporáneo, que son las mismas que rigen la totalidad de las actividades de consumo de la vida cotidiana. Sector acma creó un sistema de comercio de arte paralelo que, como un fantasma, apareció y desapareció súbitamente. Un sistema donde el objeto se compra pero no se adquiere y se vende sin generar ganancias. Otra actividad que replicó el formato de las ferias comerciales fue la especie de programa “pedagógico” de Sector acma que consistió de una plática con el designado como curador de esta feria alterna, Iván Corley. La conferencia de Corley fue una lección en un tipo muy particular de metafísica, lo que él denomina como claricognición o clarividencia 3 cognitiva. Su discurso es el que justifica que dichas piezas son de la autoría de Kelly, Mendieta, Clark y Duchamp y que, por lo mismo, cuentan con cierta originalidad y valor. Esta metafísica, al final del día, está puesta al servicio de la especulación, misma que en este proyecto es improductiva y no tiene los resultados que se esperan de dicha estrategia económica: no genera inversión ni ganancias. Desgraciadamente, como se sabe, el arte es un campo propicio para la aplicación de discursos de índole metafísico que tienden a obscurecer sus verdaderas intenciones o potencial. En el plano de las ferias de arte contemporáneo y el comercio del arte en general existe una especie de metafísica en operación que está puesta a disposición de una verdadera especulación. Este tipo de metafísica es la que se echa a andar cuando, por ejemplo, se descubre –por así decirlo– una pieza inédita de algún artista muerto. En estos casos, valores asociados a ideas arcaicas como pueden ser el genio del artista desatan una especulación que, en términos de mercado, se traduce en elevados precios una vez que las piezas son vendidas. (Un ejemplo que compete a México: recordemos el caso de la obra poco conocida y de pequeño formato (17x12 cm) de Frida Kahlo, Sobreviviente (1938), que fue subastada hace unos años y alcanzó un precio superior al millón de dólares). Este tipo de metafísica es el adorno del discurso comercial del arte donde se subraya el genio del artista, la radical originalidad y unicidad de la obra de arte o se capitaliza con el contenido crítico que puede tener. El proyecto de Sector acma es, prácticamente, una parodia este tipo de cuestiones. Como ha sucedido desde hace unos años, horas después de ser inaugurada Zona maco, se empezó a escuchar la voz más reaccionaria de la crítica local: Avelina Lésper, quien goza como nadie de “desmantelar” los excesos de este tipo de metafísica empleada en el terreno comercial del arte. A cambio de esto, como se sabe, Lésper ofrece su propia metafísica que es, a la vez, arcaica y obscurantista, centrada en la noción de arte, prácticamente, como pintura de características cuasisublimes. Lésper no tolera las múltiples soluciones que puede comprender el arte contemporáneo (algo que pone en evidencia su reducida capacidad para entender la esfera de la creatividad humana), tampoco sus excesos discursivos y su mercado; presume quizá que la pintura que defiende rabiosamente no cuenta con su exagerada retórica, su propio mercado, su especulación, y sus dinámicas de adquisición y venta. Lésper se posiciona más allá de este engranaje: son los curadores de “arte contemporáneo”, con su discurso, los que asisten al funcionamiento del mercado. La realidad es otra completamente. Lésper es como Iván Cowley, en el sentido que cuenta con su propia metafísica, con el fin de validar así como dar visibilidad y promoción mediática al trabajo de un grupo de artistas que, gradualmente, empiezan a conformar una colección muy particular para un gran corporativo en los medios de comunicación, una inversión y acumulación de capital en proceso de hacerse. Se podrían decir más cosas de Lésper, pero su mención en este momento tan sólo obedece a la intención de señalar cómo su particular visión del arte, su metafísica, también opera dentro de una lógica del mercado aunque ella disfrace o nunca mencione esto. Desde esta perspectiva su crítica al mercado del arte contemporáneo es insostenible y, sobretodo, no ofrece ninguna otra alternativa. Pareciera que lo que busca es tan sólo un reemplazo, dentro de los espacios de compra y venta de arte, de las piezas que no le gustan –y ataca– por las obras que si le gustan y defiende. Su crítica de arte y su relación con el mercado no reconoce los impulsos más básicos relacionados con el acto de consumo y tampoco cuestiona la estructura y el imaginario que la sostienen. Estos puntos, en cambio, son abordados abiertamente por el proyecto de Aguilar, García y Krassoievitch (al igual que otros que se han mencionado, como el gasto improductivo –en términos de función– en la adquisición de arte y la metafísica como especulación) a través de un plano paralelo –el más allá de Sector acma– como una alternativa al mercado del arte con el que se relaciona, negándose a participar de él totalmente y trastocando su lógica e imaginario. (Las piezas producidas para Sector acma serán enterradas con el fin de que regresen al más allá, sin dejar rastro material con el que se pueda especular). Centro Cultural Border, del 5 al 9 de febrero de 2014 Arriba: doscientos pesos mexicanos lapidados hasta morir; abajo: vista general del pabellón de Mike Kelley Es la primera ocasión que en la SAPS se opta por esta estructura de trabajo: a la par de que el artista es comisionado para intervenir el edificio, el resto de su producción es objeto de un ejercicio expositivo. Obliteraciones (1939-2014) Fritzia Irizar Por Brenda J. Caro Cocotle Los elementos deberían alinearse perfectamente: junte usted a un artista con un trabajo consistente y a una curadora a la que la respalda una trayectoria sólida. Se esperaría encontrar una propuesta curatorial no sólo bien estructurada y con un argumento desarrollado, sino con cierto grado de riesgo. Debería encajar. No obstante, algo se interpone y lo que debería encajar termina por resultar en un ejercicio apropiado, profesional, mas desdibujado. Los condicionales son siempre traicioneros. Obliteraciones (1939-2014) es el nombre de la exhibición que, bajo la curaduría de Tatiana Cuevas, presenta una lectura del trabajo de Fritzia Irizar (Culiacán, 1977) a través de una revisión antológica de los trabajos realizados por la artista entre 2002 y 2012, y la obra realizada por ésta para el proyecto fachada, programa de la Sala de Arte Público Siqueiros (saps) activo desde el 2009. El título de la exposición busca enfatizar el puente que vincula a ambos proyectos, al hacer énfasis a los cruces temporales, la idea de revisión historiográfica del ejercicio artístico y el argumento discursivo –la obstrucción, la ilegibilidad, la obliteración– como sostén conceptual y formal. Es la primera ocasión, si la memoria no falla, que en la saps se opta por esta estructura de trabajo: a la par de que el artista es comisionado para intervenir el edificio, el resto de su producción es objeto de un ejercicio expositivo. Conjuntar dos proyectos con carácter y perfil propio resulta atractivo por la economía factible en términos de producción y logística y la posibilidad de jugar con los formatos de exhibición; sin embargo, representa también una apuesta en la que no se puede subestimar el riesgo de forzar una interrelación entre dos estrategias curatoriales. Dado lo anterior, una valoración medianamente adecuada de Obliteraciones (1939-2014), requiere de analizar los dos elementos que la articulan por separado y posteriormente ambos como proyecto total. Esto también es necesario en tanto que uno y otro suponen acercamientos metodológicos y de interpretación distintos –la intervención y el cubo blanco. Cuando la intervención coloca al artista fuera de lugar Según la descripción general del proyecto fachada, éste se «propone diversificar el concepto de lo público en la colonia Polanco, utilizando medios expositivos alternos que reflexionan sobre los problemas sociales que subyacen en las políticas culturales y públicas de la ciudad». Bajo dicha premisa, se ha comisionado una serie de intervenciones que han oscilado entre el simple ornato y piezas que sí parten de una reflexión más contundente sobre la problemática del emplazamiento, el sitio específico y el concepto mismo que se pretende cuestionar. Es necesario hacer una precisión antes de abordar la intervención realizada por Irizar. Aquella es el resultado de una acción que le otorga un determinado sentido, el cual no es el mismo que el que le otorgue alguien que no haya sido testigo de la misma (como es el caso de quien escribe ahora). Las observaciones siguientes tienen que entenderse parciales por partida doble. La artista tomó como referencia el mural realizado por Siqueiros en 1939, Retrato de la burguesía. Reprodujo la imagen en gran formato y luego trituró la impresión hasta convertirla en confeti. Utilizando un par de cañones impactó la fachada con los trocitos de papel preparados previamente con adhesivo. Se formó así un patrón irregular, producto del azar, que cancela, oblitera, la imagen de origen. Así descrito, la propuesta se antoja consistente. Una mirada más detenida, permite ver fisuras en la misma. Los resultados formales son pobres: no se llega siquiera a un grado de saturación de la superficie tal que haga que opere una obliteración a nivel formal-espacial. Esto tampoco permite que consolide la obliteración respecto al referente al que la intervención apela (el mural de Siqueiros), de modo que 7 consiga desarticular «los mecanismos de legitimación discursiva del sistema del arte y la política». Si lo hace, se (me) escapa. Quien decide no leer la cédula explicativa, prácticamente ignorará el trasfondo y observará una trama dispar, con el adhesivo oxidándose a ojos vistas. Irizar es una artista cuyo trabajo se caracteriza por su carácter procesual, efímero y performático; por el involucramiento del espectador y su cuestionamiento de los circuitos y sistemas de valoración. La impresión que deja lo realizado en la fachada de la saps es que a la artista se la colocó “fuera de lugar”, dentro de un marco en el que no se siente del todo cómoda y que fuerza sus propios recursos, metodología, presupuestos estéticos y postura crítica. El problema del documento En el segundo momento de Obliteraciones (19392014), la curaduría propone una mirada antológica a siete trabajos de Irizar. La artista ha tenido una trayectoria consistente, pero no puede decirse que se trata de una «exhibición de media carrera». ¿Cuál el sentido de una exposición con el carácter mencionado? ¿Por qué se consideró necesaria en vez de decantarse por la intervención o viceversa? ¿Cuál es el eje curatorial que subyace? Las preguntas son pertinentes en tanto es difícil afirmar que el recurso de la obliteración fuese el criterio al cual se apeló para la selección de las piezas, aunque se enuncie lo contrario en el texto introductorio. Más bien es, como señala el mismo, una lectura analítica, no exhaustiva, de las estrategias, temas, formatos de ejecución y recursos formales de la artista. Quizá los escollos difíciles de resolver de manera satisfactoria para cualquier curador que se enfrenta con artistas cuyo trabajo es procesual, efímero o performático, y que le interesa desarrollar lecturas de este tipo, son: 1) decidir si opta por la recreación de las obras o por la documentación existente respecto a las mismas; 2) si se decide por lo segundo, qué y cómo habrá de documentar; y 3) las implicaciones que tiene a nivel conceptual y museográfico, el que el documento sea el objeto museal. La curadora se planteó con seriedad cómo dar solución a tales problemáticas, con un resul- tado dispar. En piezas donde el registro es parte de las mismas –s/t (Selectividad y colectividad), s/t (Fuerza bruta), s/t (Pared)–, la decisión sobre cuáles materiales exhibir no resulta conflictiva. No puede decirse lo mismo de aquéllas en las que hay mayor énfasis en el proceso y su resultado –Tragamonedas, s/t (cápsula de tiempo), s/t (Tótem ii), s/t (Naturaleza de imitación)–: la documentación o bien pobre o bien no idónea. Como recurso, se presenta también una serie de maquetas, las cuales terminan por jugar en contra: si bien pareciera una resolución atinada el presentarlas encapsuladas (obliteradas) dentro de visores, la observación descuidada llega a tomarlas por obras, con lo que se pierde el propósito para el que fueron propuestas y la documentación que sí se presenta con carácter de registro, es leída como apoyo museográfico. Independientemente de que se esté o no de acuerdo con la interpretación realizada por la curadora respecto a las piezas, la exposición cumple a secas su objetivo de ofrecer una perspectiva concisa de la trayectoria de la artista, sus fallas y aciertos conceptuales y formales. En todo caso, lo relevante de la propuesta está en la pregunta que genera: ¿Es el formato expositivo el que se necesita? Que a veces dos no son uno Insisto en el punto: lo atractivo de una estructura de trabajo como la de Obliteraciones (1939-2014), donde se conjuntan dos estrategias curatoriales, estriba en las posibilidades de juego con los formatos y el discurso; lo que implica tener muy presente las metodologías, propósitos, limitaciones e intencionalidades de una y otra. A juicio nuestro, pareciera que no se consiguió llevar el análisis individual de cada una a un planteamiento conjunto, y se consideró suficiente con buscar que fueran consistentes por separado y se enunciara su vinculación a través de un motivo que sí está presente en una (aunque de manera fallida), pero que en la segunda es más bien una lectura de segundo plano. Para esta exposición, se prefirió el terreno seguro cuando lo que obligaba era arriesgar. Y en ese caso, quizá sea mejor dejar que dos sean dos y no uno. Sala de Arte Público Siqueiros, del 16 de enero al 20 de abril de 2014 Se prefirió el terreno seguro cuando lo que obligaba era arriesgar. Y en ese caso, quizá sea mejor dejar que dos sean dos y no uno. ¿Un discurso curatorial, un enunciado con y desde las obras, empujar una relación más dura entre ellas? Desbordamientos de la lógica de la productividad Varios artistas Por Luis Felipe Ortega La apuesta por el uso, apropiación y control del tiempo ha estado sujeta a maneras muy específicas de entender e ir modelando el diseño y construcción de las sociedades modernas. A nuestro tiempo (éste, ahora), corresponde una secuencia concreta de tiempos, una cadena donde cada eslabón nos da información específica de los cortes políticos, sociales, económicos y, por supuesto, de esas maneras en que la subjetividad ha sido modelada, trastocada y disciplinada. Me he referido a un tiempo. Y es quizá ahí donde podemos ubicar un principio de “tensión” en la acción cotidiana de los sujetos. El o los usos del tiempo derivan en tensión entre lo político, social, económico e ideológico. Es en esos espacios (y no en cualquier otro) donde se ha de ir construyendo a sí mismo y haciendo de esa construcción (llámese subjetividad), una especificidad: un sujeto para el trabajo, un sujeto de y para la política, un sujeto de y para la sexualidad, etcétera. La obsesión por el tiempo, es (ha sido) la obsesión por el control. Desde esta óptica, ¿cabría la posibilidad de salir de esa lógica en que los sujetos son producidos en nuestras sociedades? Ligada a esta obsesión por el tiempo (que en realidad es inherente a una lógica general de las sociedades industrializadas), ¿pueden suceder formas de inserción crítica en el mecanismo interno de esa “máquina”? ¿Puede suceder “otro tiempo”? Desbordamientos de la lógica de la productividad es el título que Bárbara Cuadriello dio a la exposición con la cual abrió sus nuevas oficinas la Colección Isabel y Agustín Coppel. Desde una reunión de 24 piezas, Cuadriello propone una reflexión sobre ciertos mecanismos y ciertos vínculos que los artistas han generado para aproximarse críticamente a la lógica de la productividad en los últimos 50 años. Un corte que, temporalmente, es muy significativo para entender la manera en que ciertas sociedades se han conformado, y cómo han desarrollado estrategias para invisibilizar a otras sociedades a partir de los más duros y desbordados mecanismos de control económico (y de ahí al político y al social). Resulta imposible pensar en la transformación que ha vivido el mundo desde la década de los sesenta, es decir, si las piezas más viejas aterrizan alrededor de esa época (Diane Arbus, Gordon Matta-Clark, Larry Clark, Irving Penn), ¿cómo enfrentar esos cortes y esos momentos en que se pueden identificar fisuras en el comportamiento social? Pero también la manera en que los artistas van entendiendo, produciendo, haciendo, trabajando o investigando ciertas lógicas de los mundos en los cuales les ha tocado vivir. Bárbara Cuadriello decidió hacer tres cortes –o tres ejes– para abordar las propuestas de los artistas; personalmente, encuentro un eje principal en algo que ella también apunta: el proceso crítico de los artistas, desde sus obras, respecto a la economía y los procesos de producción que de ellos derivan (con toda su “lógica” del capital), constituyen la principal herramienta para problematizar la construcción de un tipo específico de subjetividad. Asumida ésta como fuera del control y la lógica del rendimiento capitalista (de ahí que aparezcan términos bien conocidos e íconos de ciertos movimientos culturales que atravesaron el siglo xx: el ocio, la deriva; los binomios trabajo–no trabajo, dinero/trabajo, trabajo/no dinero, etcétera). El “cómo” y “desde dónde” se trabaja se vuelven, quizás, unas de las claves de este proyecto curatorial. Primero, la propia Bárbara está hablando desde su lugar de trabajo, y no solamente de ese “lugar” del curador en la escena contemporánea, sino desde su propio lugar de trabajo –físicamente–. Esta exposición sucede ahí donde ella estará buena parte del día, y ese lugar no es el museo sino su lugar de trabajo. Si trabaja con la colección (prepara exposiciones que viajan, préstamos de obras, propone adquisiciones y otras cosas que no tengo la menor idea que puedan ser parte de su trabajo), si es ahí donde se «producen una serie de enunciados y reflexiones», entonces ella se inserta en esa máquina desde donde quiere/puede leer el trabajo de los artistas. No se 11 trata solamente de convivir con algunas de las piezas de la colección sino de poner a prueba los enunciados que ahí suceden en relación a un entrono concreto. No son una decoración –dado que Bárbara no los elige y dispone a su gusto– tienen que generar un enunciado paralelo. Y éste tiene que encontrar, partir o tensar la relación con sus interlocutores, en este caso, las piezas mismas. Hace algunos años, habríamos pensado que este tipo de exhibiciones correspondían a instituciones públicas, a los museos cuyas tareas se deslindan de ciertas estrategias del coleccionismo privado. De hecho, muchas de las obras y exposiciones que abordan este tipo de problemáticas, las vemos y están formadas para ser/estar en el museo. Hay un giro aquí que vale la pena anotar y hacerlo a manera de pregunta: ¿Cómo es que esta selección de piezas pertenecientes a una colección privada, las cuales abundan tan insistentemente en la crítica a la sociedad contemporánea desde la producción de capitales económicos, se han vuelto parte de ese acervo? Específicamente, ¿sobre qué se recarga y desde qué mirada es que Cuadriello entra en la lectura de las piezas? Aunque hay una descripción individual de los proyectos aquí presentados (en muchos casos no es posible decir “piezas”), esa insistencia sobre la subjetividad que deviene de ese proceso de producción de los artistas, me parece, hace un pliegue sobre la relación curaduría/obra. Si cada día, desde ese lugar, el de trabajo, la curadora ha de vincularse con las piezas, desde un ejercicio de observación (que se convierte en ejercicio de especulación), ¿qué es lo que podría producir? ¿Un discurso curatorial, un enunciado con y desde las obras, empujar una relación más dura entre ellas? No tengo la menor duda: todo eso podría suceder si existen elementos históricos y teóricos con los cuales hacerlo; podría suceder desde la cotidianidad, permitiendo abundar sobre la manera en la que los curadores están leyendo ciertos procesos, momentos y mecanismos para hacer de la práctica artística una práctica que asume su juego como generadora de subjetividades. Si ya conocemos las maneras y comportamiento de la curaduría, si ya hemos visto que, en su mayoría, hubo un abandono del pensamiento histórico (y que eso ha llevado a un sitio bastante cómodo), me pregunto si en esta apuesta de revisar esos «desbor- Sebastião Salgado, Mina de oro brasileña (1986), Sierra Pelada, Brasil damientos de la lógica de productividad», si al entrar a este entramado de conexiones entre lenguajes, lugares, preguntas formales, filosofías y políticas que abundan en las piezas, es probable que en el fondo de esa relación se esté construyendo un tipo específico de subjetividad del “curador”. Dado que no puede evadir la recapitulación sobre sus propios procesos y su lugar en un tiempo/trabajo determinados, ¿cómo se podría vivir y se podría emplazar esa vivencia en el cotidiano para devenir en posicionamiento crítico? Si, efectivamente (como quería Spinoza), el arte es político porque hace visible lo invisible (lo cita Cuadriello en su texto), si desde ahí el artista extiende sus estrategias, sus espacios y sus tiempos, ¿cómo es que esta selección/articulación de piezas hace visible el posicionamiento del pensamiento específico que provoca nuevas relaciones entre las cosas? Si el artista habla desde prácticas, lenguajes y posiciones específicas (y desde ahí provoca esa visibilidad), ¿cómo es que el curador instaura su espacio y su tiempo de articulación? ¿Cómo lo hace visible? En el texto de la exposición se cita un proyecto de Gordon Matta-Clark titulado Fake Estates (1973): [El artista] reflexionó sobre el significado de propiedad de la tierra, y sobre el mito del sueño estadounidense que sugería que cualquiera podía convertirse en un aristócrata terrateniente por el hecho de poseer una propiedad. Para realizar esa pieza, Matta-Clark compró al estado de Nueva York varios terrenos que habían “sobrado” cuando se hizo la planificación urbana. Cada uno costó 25 dólares. El gesto apuntaba hacia el “gasto inútil” y hacia las contradicciones del sistema mercantil y burocrático pues, debido a que los terrenos eran inaccesibles e invisibles, su valor como bienes capitalizables era nulo. Esta cita “deja ver” esos mecanismos bajo los cuales el artista enuncia el proceso de visibilidad al que me refería más arriba. Me quedo con dos preguntas: ¿Cómo habrían de desplegarse ciertos tipos de visibilidad desde la curaduría? ¿Lo asumimos en tanto ámbito de lo interpretable, de la producción de conocimiento o desde la producción de determinado tipo de subjetividad? Colección Isabel y Agustín Coppel, del 7 de febrero al 15 de agosto de 2014 13 ¿Qué tantos peros iba a poder encontrarle a una retrospectiva de media carrera de un artista que me gusta muchísimo? Y si era trabajo nuevo, ¿cómo me iba a quejar? Los efectos físicos a largo plazo son aún desconocidos Benjamín Torres Por Pilar Villela He de confesar que, en la tómbola de Caín (que no se trata de ver a quién le toca matar a su hermano, sino de escoger alguna exposición para escribir sobre ella), opté por la muestra de Benjamín Torres en el Carrillo Gil porque lo sigo desde hace muchos años y porque, si había de dejar la comodidad de mi hogar para ver una exposición, prefería hacerlo por una que me entusiasmara. No obstante, una de las reglas del juego de Caín es que no se trata de hacer crítica de arte (es decir, no se trata de hablar de la obra), sino de las exposiciones. Tengo que aceptar que, en ese sentido, también elegí la exposición de Torres con cierto afán conciliador, tenía intención de hacer a un lado la mala leche de todos los días y hablar de algo con placer, alegría, entusiasmo, etcétera: ¿qué tantos peros iba a poder encontrarle a una retrospectiva de media carrera de un artista que me gusta muchísimo? Y si era trabajo nuevo, ¿cómo me iba a quejar? Finalmente, al ver la exposición resultó que sí, que Los efectos físicos a largo plazo... era una especie de retrospectiva de Benjamín Torres (México df, 1969) y que, en ese frente, tanto las obras que conocía como las que no, me parecieron de lo más interesantes. Desafortunadamente, si la exposición confirmó mi gusto por la obra de Torres, no ocurrió lo mismo con mi elección en la tómbola de Caín: en lugar de encontrar que no había gran cosa que decir sobre la muestra como tal y que, por lo tanto, podía yo descoserme hablando del artista, resulta que Los efectos físicos a largo plazo... sí da para hablar de exposiciones. Alguna vez Santiago Sierra, a propósito de su obra y de las suspicacias que despierta, declaró lapidario: «no hay que explicar nada». Independientemente de que esta postura pueda ser muy válida (en la medida en que es una decisión que un artista toma respecto a su obra), no sé qué tanto lo sea para un curador que además es funcionario público y que trabaja en un museo dedicado a mostrar obra de artistas vivos y más o menos jóvenes (el Carrillo Gil tiene su colección pero con la fiebre de Kunstha- lle y el anhelo de taquilla que embarga a muchos de los museos nacionales, no le hace mucho caso). Aclaro: en otras partes he dicho que la explicación de la obra no puede sustituir la experiencia de la obra. Eso, me parece, está claro. Y por supuesto, la tendencia predominante es esa. Todos los que frecuentamos museos conservamos en la mente esa imagen dantesca del alumno de secundaria que copia cédulas (o las fotografía) al sonoro rugir del bostezo de sus resignados padres. Aunque esto repugne a mi naturaleza, la cosa no es blanco y negro, quizás porque “explicación” no es antónimo de “experiencia”. Se sabe o se sospecha que, a grandes rasgos y en su acepción contempo, un curador es un experto en arte que 1) organiza exposiciones individuales o colectivas, generando un discurso a partir del orden del conjunto (favoreciendo una interpretación u otra de las obras incluidas); 2) gestiona la producción de la obra de un artista en ciertos contextos o situaciones; y 3) escribe sobre las exposiciones o las obras para platicarnos por qué le parecieron interesantes, solitas o en conjunto. Ahora bien, esa explicación que se espera del curador estaba totalmente ausente de la muestra de Torres (o, por lo menos, a mí me eludió por completo) tanto en la parte escrita, como en la disposición de las obras en el espacio. Digamos que, si había un orden a mí me fue imposible descifrarlo (siempre hay que considerar la posibilidad de que uno es muy bruto, muy insensible o ambas). En esas cosas, soy bastante conservadora (o bruta e insensible). Me parece que si se trata de un sujeto claramente definido (como lo sería, por ejemplo Benjamín Torres) no es delirante pensar en hacer algo en orden cronológico: el tipo hacía esto hace diez años, esto hace cinco, esto hace uno, etcétera. Pero ese no era el orden de la exposición: pensada para un público disciplinado y ávido lector de cédulas, los flashbacks y los flashforwards estaban por todas partes. Otra posibilidad sería organizarla por “tipo” de obra: aquí los collages con revistas de arte, allá 15 las esculturas en yeso, más allá las obras que tratan de la mirada y el desnudo femenino, etcétera. Pero no había nada de eso; estaba visto que mi deseo de orden no iba a quedar satisfecho en esa ocasión. Por supuesto, es posible que esta falta de orden se deba al (de todos conocido) ánimo anárquico del curador. Quizá, la postura curatorial de este paladín contestatario, enemigo perenne del sistema, de las restricciones sociales, de la razón instrumental, de los dictados de la moral y las buenas costumbres, etcétera, sea la de liberar a la obra de todos estos tremendos flagelos, permitiendo que se exprese a sus anchas sin verse sometida por el frío yugo de la didáctica. Claro está que, de aceptar lo que queda (es decir, puro exceso lírico) la labor del curador sería casi innecesaria: bastarían sus oficios como árbitro del gusto (como una figura profundamente romántica, en el sentido duro del término: el genio) para disponerlas graciosamente en el espacio. Pero este texto no busca apuntar las grietas por las que figuras supuestamente obsoletas se siguen colando por todas partes en las expectativas que tenemos del arte (eso sería un largo etcétera), sino a preguntarse sobre la relación entre la figura del curador y cómo sus decisiones “explican” la obra en la medida en que la interpretan. Y ni modo, todo orden, toda contextualización, todo montaje (en el sentido amplio del término) implica ya una interpretación. Creo que otra aseveración que no es muy arriesgada –como la de que uno o ve la cédula o el cuadro– es decir que el espectador interpreta (o incluso percibe) la obra según la información con la que cuenta. En ese sentido, tratándose de un diálogo contemporáneo (cuando hay un tiempo y una cultura en común) el curador (y el artista también, claro está) decide qué aspecto de la obra es el que rige su visión y, por hacer una metáfora espacial, nos dice desde dónde mirar y apunta a un aspecto u otro de la obra. En última instancia, esa sería la intención de todo texto de muro o sala: hacer explícito un discurso que, de todos modos, está ahí. Permitiéndome otra licencia poética, lo que dice el curador corresponde a la fórmula: «los cuadros de este güey son muy chipocles porque el color rojo le sale muy cabrón». Pero si vamos al texto de muro (el único pre- sente en sala) encontramos que el curador se las ingenió para escribir sin decir absolutamente nada de todo esto, por ejemplo: El proceso artístico y el pensamiento de Benjamín Torres han estado enfrascados en esas nociones y cuestionamientos, desde hace tiempo –y no para abrumarnos a los demás que no somos muertos vivientes todavía– con consecuentes inyecciones de desazón, sino para abrir brechas aparentemente bloqueadas de conciencia, de compromiso, y de libre florecimiento de nuestros pulsos sensuales; ha dedicado mucho de ese tiempo, prácticamente una década, compartiéndonos esquemas de sus aspiraciones, ansias, afanes, anhelos, apetitos, pretensiones, caprichos, empeños, antojos, pasiones, ambiciones, intereses por recuperar algo… más allá de la elemental nostalgia. El estilo catastrófico (de fórmulas sorprendentes como «estar enfrascado con consecuentes inyecciones», «abrir brechas aparentemente bloqueadas de conciencia», etcétera) sirve para ocultar la banalidad e irrelevancia de los significados. Francamente, no veo por qué al público debería importarle que este señor artista, o (si leemos el texto al pie de la letra) su «proceso artístico y su pensamiento», lleve casi una década compartiéndonos sus aspiraciones, ansias, afanes, etcétera en un nebuloso lugar situado “más allá” de una aún más nebulosa nostalgia elemental y demás. Pero, sobre todo, veo que al sustituir la explicación por el panegírico lo que queda de la curaduría es lo que más se le ha criticado: no una libertad anárquica, sino un ejercicio de poder (que para colmo se esconde en el eufemismo). Como, me temo, la evaluación del triste estado de nuestra capacidad discursiva tendría que ir en otro lado, me permito compartir con el respetable las razones por las que Torres me parece muy chipocles, con la salvedad de que estos son mis sueños de opio y que nada, absolutamente nada, en la curaduría de Guillermo Santamarina apuntaba ni siquiera remotamente a destacar lo que yo encuentro de encomiable (o llanamente interesante) en la obra de este artista. Desde mi punto de vista, a diferencia de muchos Es posible que esta falta de orden se deba al (de todos conocido) ánimo anárquico del curador. Por una parte, artistas como Torres merecen mejores exposiciones; por la otra, el público contribuyente merece algo más de generosidad, un esfuerzo un poquito más grande. de los artistas locales, Torres no peca de academicismo (es decir, no es alguien que sigue ciegamente tal o cual doxa del arte contemporáneo). En vez de eso es alguien que se comprometió con su propio proyecto desde donde lo agarró y lo fue siguiendo con honestidad. En ese proceso pasó de ser un escultor en toda la extensión de la palabra a convertirse en un artista que hace collages. Pero no lo hizo por quedar bien con nadie, sino por una lógica interna de su trabajo. Ese proceso estaba totalmente anulado en la exposición. La descripción de la página del museo, por ejemplo, se limitaba a prometer que se trataba de «una muestra antológica de más de diez años de trabajo, con collage, escultura, instalación y objet trouvé para mostrarnos una realidad compleja y paradójica» que, finalmente, es lo que nos muestra Facebook o, si estamos de ánimos, la calle. Lo que me parece fascinante de Torres es su rigor. De la escultura como tal, sumada a un proyecto sobre la memoria (y su anulación), el artista rescata la idea del negativo: algo que se debate entre horadar un material (el mármol por ejemplo) o sumar materia (como el barro), entre el negativo del molde y el positivo del vaciado. El hallazgo del artista es haber traspuesto estos procedimientos a otra materia: la de la imagen impresa. Todo el secreto (y esto ¿por qué es arte?) es que los collages de Torres son esculturas (y si hay que “explicar” algo, si hay que poner un texto al principio de la exposición, estoy segura de que extenderse sobre esta aparente paradoja sería harto más interesante e informativo para el dentista entusiasta que va al museo en su tiempo libre que la parrafada lírica a la que me he estado refiriendo). ¿Qué está negado? ¿Qué es manifiesto? ¿Qué gestos producen estas apariciones y estas apariencias? Ahí empiezan las particularidades que «la realidad compleja y paradójica» oculta tras su amplitud y vaguedad (pero hablar de eso, de nuevo, requeriría un largo etcétera). La mayoría de los museos (o salas de arte) que muestran arte contemporáneo se desviven por conseguir exposiciones de artistas de “reconocido prestigio internacional” que les suban el puntaje y les den “reconocido prestigio internacional”, sobre todo, a sus curadores. Si bien Santamarina se ha logrado sustraer siempre a esa tentación (y, al hacerlo, se ha convertido en una de las figuras más importantes del arte contemporáneo en este país), quizá el descubrimiento de lo no-convencional, de aquello que es insólito para su tiempo, ya no sea suficiente. Por una parte, artistas como Torres (cuya obra, según yo, da para mucho más) merecen mejores exposiciones; por la otra, el público contribuyente merece algo más de generosidad, un esfuerzo un poquito más grande a la hora de compartirle el entusiasmo. La sintaxis enrevesada, los desplantes histriónicos, funcionan bien en los grandes circuitos del arte porque disfrazan o adornan las alianzas estructurales de los sistemas del arte (el mercado, los museos, las galerías) con el mundo en general (el insider trading, el tráfico de influencias, los conflictos de clase, las burocracias infernales, las tecnocracias oligofrénicas…), pero aquí, en corto, en un contexto que, por sus condiciones, puede sustraerse a algunas de esas lógicas podríamos arriesgarnos a jugar a que la cosa va en serio, a pretender que, en efecto, te quiero enseñar esto porque opino que es fantástico y estoy dispuesto a esforzarme para contarte por qué opino eso. Museo de Arte Carrillo Gil, del 13 de diciembre de 2013 al 16 de febrero 2014 19 Por primera vez en la trayectoria de Ježik, el sujeto se hace visible y enfrenta a la máquina. Aguante Enrique Ježik Por Adriana Melchor Aguante de Enrique Ježik es la pieza que lo hizo acreedor al premio arteba-Petrobas (Buenos Aires, Argentina) 2013, que no sólo es un premio estímulo, también es una beca de producción para trabajar fuera de su lugar de residencia. Dicho proyecto problematiza la tensión entra las relaciones de poder y la posibilidad de una resistencia colectiva frente a la violencia de un sistema opresor. De la obra se han desprendido y sumado varios efectos que es importante señalar pues describen una situación, tanto sintomática como mediática, de la producción cultural de nuestros días. La décima edición del Premio arteba-Petrobas se caracterizó por cambiar el formato: por primera vez seleccionaron a un curador extranjero para que reformulara las pautas operativas de esta edición. Desplazamientos, nombre dado por el curador mexicano Cuauhtémoc Medina, convocó a artistas argentinos que producen desde el exterior y a artistas, incluyendo otras nacionalidades, que viven y trabajan en Argentina; esto con la finalidad de visualizar el arte argentino que por alguna razón u otra quedaron fuera de la representación y narrativa cultural del país. La mecánica fue la siguiente: Medina, junto con Roberto Amigo y Jorge Macchi, formaron un comité de selección para elegir dentro de 400 propuestas cinco artistas a competir por el premio. Dentro de los cuales quedaron: Aili Chenn (Taiwán), quien trabaja en Buenos Aires; Sebastián Díaz Morales (Argentina), quien vive en Ámsterdam; Antonio Gagliano (Argentina), quien trabaja desde España; Enrique Ježik (Argentina), quien reside en México; y Gustavo Romano (Argentina), quien vive en España. Ježik resultó el ganador de la décima edición de arteba-Petrobras, y fue elegido por un jurado internacional integrado por Andrea Giunta (directora fundadora del clavis: Center for Latin American Visual Studies, en la Universidad de Texas), Kate Fowle (curador en jefe del Garage Center for Contemporary Culture de Moscú y directora del Large Independent Curators International de Nueva York) y Manuela Moscoso (codirectora de la residencia de artistas Capacete, en Río de Janeiro, São Paulo). Ahora bien, es claro que hubo un trabajo en conjunto y una revisión exhaustiva de propuestas artísticas y que además, una vez seleccionados los artistas, hubo un apoyo económico para la producción de cada uno de los cinco proyectos, mismos que fueron documentadas tanto por los organizadores del evento como por los participantes. Una vez dicho esto quisiera hacer una pausa para situar el contexto actual de esta obra: el 5 de diciembre del año pasado en el Centro de Casa Rafael Galván, espacio cultural que pertenece a la Universidad Autónoma Metropolitana, se inauguró Aguante, la obra ganadora del premio arteba Petrobas 2013. Además de la exhibición, se organizó el 7 de febrero del año en curso una plática con Helena Chávez McGregor, Cuauhtémoc Medina y el artista. Esta obra ganadora de uno de los premios más importantes en Argentina es, en realidad, cinco ejercicios escultóricos construidos desde una acción performativa. La garra de una excavadora escarba sobre una placa de yeso enmarcada en un soporte de metal mientras cinco hombres con cuerpos extremadamente masculinos, y es que algunos hasta fisiculturistas eran, resisten todos juntos el ataque de esta máquina que hace invisible a su operador. Néstor García Canclini, en su texto Lo que Ježik no dice, se pregunta por qué las obras de este artista no muestran a la gente, en piezas anteriores sólo se insinúan como siluetas o se humaniza maquinaria pesada de construcción y destrucción. Sin embargo y por primera vez en la trayectoria de este artista, el sujeto se hace visible y enfrenta a la máquina. En otras ocasiones Ježik (Córdoba, 1961) manipulaba la máquina o accionaba el arma, pero en Aguante el artista cordobés se muestra resistiendo el embate de la máquina de guerra. Quizá, pues ignoro si había conciencia plena al proponer a Casa Galván como anfitrión, no es casualidad que Aguante esté alojada en dicho espacio de 21 la colonia Roma. El inmueble construido en 1912 y diseñado por el arquitecto Arturo Jiménez, primero ideado como casa habitacional, fue sede de la insurgencia obrera, y en particular, del sindicato de los trabajadores electricistas. Rafael Galván Maldonado era el líder sindical de la corriente democrática que se oponía a los otros sindicatos de electricistas; mismos que se formaron cuando se nacionalizó la industria eléctrica en 1971. A la muerte del luchador sindical, la casa pasó a formar la sede del Instituto de Estudios Obreros Rafael Galván. En 2005 fue donado a la Universidad Autónoma Metrpolitana para formar parte de la red de centros culturales. El ahora Centro de Difusión Cultural Casa Rafael Galván tiene como misión, además de la preservación y difusión de la cultura, la de hacer hincapié en aquellas actividades de temática laboral y que vinculen la historia obrera de México. Lo anterior me hace pensar que la representación y la metáfora que lleva a cabo Ježik sobre la resistencia al poder excesivo y opresor, puede vincularse con la lucha obrera y sindicalista. Sin embargo, no dejo de traer a cuenta, que finalmente, quien manipula estas máquinas de demolición es el obrero y queda al margen de la obra inmobiliaria o incluso pública de una ciudad, pues muchas veces, como lo muestra el documental En el hoyo de Juan Carlos Rulfo, el trabajador de la construcción vive en zonas rurales muy alejadas de la urbe industrializada. Entiendo que Aguante reproduce las relaciones del poder y del propio sistema frente a la desigualdad en fuerza de una población, de los obreros, de las minorías…, pero es también este mismo sector el que funciona como operador e incluso ejecutor de una violencia o del programa represor del sistema; es la carne de cañón. Lo único deficiente que acompaña a la obra es el montaje que Casa Galván hizo para Aguante. Puedo justificar que movilizar cinco placas de yeso o concreto de alrededor de 400 kilos resulta una problemática al quererlos situar en un espacio que está catalogado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Para ello se hicieron en el piso de madera pruebas de resistencia y como solución encontraron armar un soporte especial que cargara las pesadas piezas. No obstante, en términos museográficos, no fue la más acertada. La galería es lo que seguramente era un salón longitudinal que remataba en un cuarto-estancia. Las cinco placas están colocadas a lo largo de este pasillo pero la última laja que debería apuntar hacia el lugar en donde se proyecta el registro de la acción, descuidadamente sale de ese ritmo lineal que poseen las otras cuatro para situarse a un lado de la entrada del cuarto oscuro. Esto rompe y entorpece la circulación del visitante. Pienso que hubiera sido más atinado separar esta última pieza y colocarla en el espacio del video; esto le hubiera dado más aire a los objetos propiciando una mejor interacción con la obra. A todo esto, también hay que señalar la solución un tanto póvera para colocar el proyector y el oscurecimiento de esa “sala” de video. Una vez más, no es sencillo montar obra en un recinto arquitectónico de valor histórico, pero en México hay varios museos que enfrentan esta misma tarea por lo menos cada tres meses, así que no es nada nuevo romperse la cabeza para no alterar el patrimonio material. Quiero puntualizar que las obras artísticas también son producto de una línea de investigación derivada del trabajo, reflexión e intereses del artista. Se puede debatir sobre ellas desde muchos campos del conocimiento. Por tanto, la obra de arte puede motivar otras reflexiones y análisis provenientes del espectador, cualquiera que sea esta su formación. Un efecto tangencial que padeció Aguante fue una nota falsa publicada en un sitio de Internet que claramente se dedica a fabricar bromas con el formato de una nota informativa. Estos chascarrillos tocan temas sociales, políticos y también científicos. Lo increíble es que, al parecer, es la única nota dedicada al arte, pero causó un impacto viral dentro de las redes sociales. Quienes la compartieron en Facebook o le dieron retweet lo hicieron para evidenciar el carácter fraudulento del arte contemporáneo: el traje nuevo del emperador. Sin embargo, lo que más aterra es la poca capacidad analítica y crítica de una audiencia que no se toma la molestia de investigar más. De igual modo, este evento señala una vez más, que a pesar de que existan públicos que miren con desconfianza el arte contemporáneo y lo rechacen, también vive el interés de formar parte de una discusión, necia a veces. No es casualidad que los museos del inba que exhiben, por ejemplo, arte europeo del siglo xv tengan exposiciones temporales que incluyen arte contemporáneo. ¿Estrategia para atraer públicos nuevos? ¿Subir el número de visitas? El público a veces puede ser flojo y los curadores o gestores culturales malos comunicadores, pero esto se puede transformar. Hay una creencia acerca de la producción artística, que señala que hoy en día todo puede ser arte: –“eso hasta yo lo puedo hacer”–, lo he oído tantas veces. –“¿Ah sí?, ¿y por qué no se te ocurrió antes?”–. Aunado a que nuestra educación artística (y la educación en general) es paupérrima y muchas veces sólo llega hasta el siglo xix. La pregunta “¿esto es arte?”, debería ser erradicada. Hay que quitarse todos los presupuestos y abrirse al debate, a las preguntas, la indagación; se tiene que reflexionar sobre lo que se le presenta a uno, hay que incentivar la actitud crítica (y no sólo para el arte). Es increíble que del manifiesto futurista italiano, publicado en 1909 escrito para sacudir lo viejo y las telarañas de la sociedad (entre otras cosas más violentas), no se haya heredado o asimilado en los públicos de museos, galerías o ferias de arte contemporáneo. Respeto si su artista favorito es Dalí, pero invito al interesado, o a quienes trabajan con arte, a fomentar su propia cultura de reflexión. Hay quienes podrán despotricar en contra de los artistas pero aquí la obra debería ser el objeto de estudio; al menos para los que así lo deseen y les interese. Casa Rafael Galván de la Universidad Autónoma Metropolitana, del 5 de diciembre de 2013 al 9 de marzo de 2014 23 Museo expuesto ratifica la idea de que, hoy en día, no existe una diferencia ontológica entre “hacer arte” y “mostrarlo” Museo expuesto (Segunda rotación) Varios artistas Por Víctor G. Noxpango El pasado 8 de febrero el Centro Cultural Tlatelolco presentó la segunda entrega del proyecto Museo expuesto, manifestando la primera transformación de la muestra, con la intensión de reinventar el modelo de exhibición de las colecciones universitarias, el cual inició el pasado 19 de octubre de 2013. La plataforma museográfica ilustra una serie de 15 conceptos vinculados con las prácticas expográficas. James Oles, curador del proyecto que durará dos años, argumenta que su intensión es «descubrir lo que hay tras bambalinas, así como mostrar el funcionamiento de las instituciones museísticas, como parte de la metodología propuesta». La muestra argumenta conceptos clave del proceso sustantivo del montaje de una pieza, lo cual hace preguntarnos si realmente funciona de esa manera un museo. Específicamente, ¿qué actividades y operaciones implican la puesta en marcha de una exhibición?, ¿qué políticas y criterios existen para la conformación de una colección y su posterior puesta en escena?, ¿qué valor adquieren éstas operaciones por parte del visitante? Y finalmente, ¿Museo expuesto qué está mostrando? La intención por develar el secreto del proceso curatorial lo hace relevante; sin embargo, la revelación es poco contundente cuando evita dirigirla a los enunciados tácitos de las estructuras institucionales, burocráticas o administrativas que han estimulado este programa. Recordemos que el espacio albergó la Colección Blaisten hasta el pasado 6 de octubre de 2012. Aún de mayor interés resulta la especulación implícita, al plantear este tipo de ejercicios a largo plazo con estudiantes de maestría en curaduría de la unam, esto podría significar la preparación de un terreno para cimentar una forma de producción estética al mismo tiempo que se pone en circulación una colección poco revisada. Parafraseando a un clásico nacional, podría decir que la curaduría es un salto a un melange postmoderno, producto de confusiones disciplinarias. Por lo cual asumiría que la curaduría, como práctica argumentativa, manifiesta una falta de especificidad. Como ejemplo podría pensar en una muestra de Vel Rosita, donde tendríamos, por un lado, una museografía que revelara el proceso de rejuvenecimiento de una prenda usada. Esto implicaría una desobediencia a una de las finalidades instrumentales del producto, la ilusión de lo nuevo. Por otro lado, la particularidad de Vel Rosita, como producto, no representa a todos los suavizantes de telas, ni sus promesas, del mismo modo que Museo expuesto no representa a todas las exposiciones, ni la manera de hacerlas. En este sentido, el cuestionamiento hacia el interés por develar o descubrir un funcionamiento, radica en el cómo asumir la generalidad de las exposiciones si se ha omitido su especificidad. La libertad institucional conferida al curador para ejemplificar los presupuestos del proceso de puesta en escena y curatorial, radica en la intermediación de la obra con el público, manifestándose en la limitación y mediación del ejercicio expográfico. Hacer una muestra que da cuenta del funcionamiento de una colección específica, partiendo del modelo representacional que implica el exhibir, me hace pensar en el grado de performatividad que demanda esta muestra respecto a los museos de ciencia o historia natural. Para Museo expuesto no es necesaria la justificación de los objetos en la muestra. Por un lado, el poder iconoclasta del ejercicio curatorial es manifiesto, ya que son organizados y ubicados para desempeñar un papel que será interpretado por el espectador, éste puede ser como historia, inventario, montaje, réplica o múltiple. Por otro lado, el desempeño de la museografía, es ejemplar, al extender la idea del diorama dónde el elemento que lo completa, es el mismo espectador. Museo expuesto ratifica la idea de que, hoy en día, no existe una diferencia ontológica entre “hacer arte” y “mostrarlo”, quizá esto sea producto de la virtud del 25 historiador frente a su desempeño como museólogo, ya que, en el contexto del arte contemporáneo y su lógica expográfica, implica la exhibición ya como producto artístico. Las posibilidades de administrar una colección a partir del ordenamiento y activación de plataformas expográficas sí como de formas políticas de inclusión de otro tipo de acervos, manifiesta una colección empática con la circulación. Sobre lo que se ve Si el espacio tradicional de las exhibiciones es de propiedad pública, en términos simbólicos, el curador debería administrarlo en nombre de la opinión pública. Sin embargo, la tradición de la museografía como gramática espacial contradice este deber. Posiblemente la inflación de lo exponible obliga al observador a convertirse en el depósito de valores y significados de toda muestra donde deberá descubrir el orden de esa representación, principalmente si esta inflación de lo exponible responde, directamente, a la capacidad reproducible de la exposición como valor de culto. Si los objetos artísticos poseen una condición ontológica, de igual manera, la lógica expositiva implica esa condición, acompañada de la misión antropológica que proclame la superación de su naturaleza por vías de su reproducción. En este caso, los modernos poderes del Vel Rosita nos demandan un cruce entre su producción y su exposición. Sobre todo si la exposición es la institución moderna para producir visibilidad, exponer convierte la revelación a un formato popular, pensemos en Crystal Palace de 1851, donde nadie pudo ver más de lo que se determinó y se asumió como visible. Para Museo expuesto es “exponible” todo aquello que juega un papel en los procesos seculares de incremento de lo producible. No sólo se exponen coleccionistas, éstos son acompañados por los medios de producción y sus relaciones para ser producidos en términos hermenéuticos o museológicos. Lo peculiar de este tipo de exhibiciones es la constante transformación de la obra en múltiples formas de valor. Museo expuesto es una plataforma que presenta las características de la expografía hacia lo abierto y lo público, sin embargo no da cuenta, ni argumenta las relaciones entre el museo o el comportamien- to y conformación de la colección que emplea, así como los artistas que la componen, como elementos constituyentes de la historia del arte en determinada localidad. La tautología de la exposición rompe totalmente con la epifanía del poder creador de obra a partir de la relación de objetos. Ninguna pieza significa tanto como los 15 conceptos en vinilo que las acompañan. ¿Qué sucede con la equivalencia entre el valor de la forma de la obra y el valor del proceso en sala? Si para Beuys cada ser humano es un artista en potencia, para la institución expográfica representa un productor de significados. Pero, ¿cuál es el valor de las obras en conjunto si el cuestionamiento o premisa se enfoca a la producción de la misma muestra? A lo largo de la muestra el laboratorio curatorial despliega el poder del concepto de exhibir para conferir al visitante el aura del “aquí y ahora”. En la entrada te recibe con una caja de embalaje que soporta el retrato de Williams Spratling, realizado por Siqueiros, quizá sea el mejor ejemplo de recrear el proceso de instalación en un espacio museográfico. La información que acompaña a los elementos de la exposición conforma el código para el visitante, lo mismo sucede con la vitrina que presenta, a manera de gabinete de maravillas, las herramientas e insumos para realizar el restauro de una temprana pieza de Melanie Smith, que se encuentra adosada al muro, frente al gabinete. La exhibición, como instalación, implica la versión reproductible del flâneur que recrea en el tránsito de un espacio a otro vivir la experiencia de cómo emerge un aura de lo expuesto o lo que merece ser mostrado. La puesta en escena de Oles construye, desde esos términos, un ejercicio disciplinar de las relaciones de poder manifiestas al ingreso de una pieza a una colección y el papel del visitante ante la relación clientelar que se ha establecido históricamente en las exhibiciones, donde todo se puede ver y entender. Esto ocurre de manera puntual en la instalación AutoGelsen, donada a la unam por el artista Gelsen Gas en 2008, que es acompañada por una texto de escala similar sobre la importancia de la ficha descriptiva. El juego entre la obstrucción o ponderación de la interpretación y experiencia del espectador es intervenida para ilustrar el concepto de cédula. Quizá el dispositivo más puntual respecto a la finalidad de la muestra es la museografía empelada para el concepto de investigación. Ejemplificado a través de la convivencia entre un planisferio mundial a muro que incluye pines de colores en diferentes demarcaciones geográficas, relacionados a una carpeta con todo el intercambio de correos electrónicos entre el curador y diferentes agentes culturales e instituciones para rastrear información sobre las dos piezas instaladas en el muro y piso de la sala, pertenecientes a Narita Masumi y Oishi Kazuyoshi, que son parte de la colección. El emplazamiento da cuenta de las redes imperceptibles que construye el curador. Si la premisa de este largo proyecto es el ejercicio curatorial, como laboratorio, debo reconocer que es limitada, sin embargo la experiencia se vuelve didáctica a partir de la reafirmación de los modelos expositivos del siglo xx, como la kunstahalle ratifica que el interés no es el público sino las operaciones que se establecen en una comunidad específica. La museografía es una forma de existencia convencional del objeto semióforo, mostrando la grieta de ser totalmente convencional y políticamente correcto. Museo expuesto, como catálogo de desmontajes abre, a los productores contemporáneos una posible dirección a la cual apuntar. Centro Cultural Tlatelolco, del 19 de octubre de 2013 al 30 de noviembre de 2014 27 Las obras buscan, además de ahondar en aspectos ontológicos de la condición humana, hacer visible un método de trabajo específico. Buscando la sombra del árbol Mauricio Limón Por Víctor Palacios La exposición es un ensayo visual sobre dos géneros tradicionales: el retrato y el paisaje. En distintos medios como la pintura, el dibujo, la fotografía, el readymade o el video estos resultan el hilo conductor que articula al conjunto de obras exhibidas. En tanto ejercicios de representación, descripción y síntesis ambos géneros son explorados por Mauricio Limón (México df, 1979) como un campo de investigación en el que coinciden una serie de factores psicológicos, socioeconómicos, históricos y políticos. Las piezas seleccionadas para esta muestra abarcan un periodo temporal de seis años (2008-2014) en los que el artista ha trabajado de manera constante y prolífica en colaboración con un grupo de personas y en lugares o locaciones específicos tanto urbanos como rurales. Por consiguiente, es posible intuir que aquello que ofrece la muestra es una fracción un tanto limitada del trabajo desarrollado para este proyecto a largo plazo. Esta parquedad o selección rigurosa de las obras seleccionadas elimina la posibilidad de adentrarse en los procesos de concepción y producción al tiempo que reduce la práctica del artista a la rigidez de toda “obra terminada”, domesticada y enmarcada en todos los sentidos. No se debe obviar el hecho de que se trata de una exhibición en una galería comercial con loables fines de lucro y que, por ende, exhibe piezas finalizadas y coleccionables. Aquello que habría que considerar es que una cosa no excluye a la otra y que mostrar ciertos elementos concomitantes a los procesos de producción y, por ende, al producto venal suele ampliar los márgenes de la propuesta artística y expositiva. Más allá de lo anteriormente señalado, la exhibición inicia con el pie derecho. En primer lugar por el hecho de prescindir de un texto introductorio o al menos del vituperable escrito anónimo que encontramos en la página web de la galería. Por respeto al trabajo del artista esos pensamientos “explicativos” o “informativos” deberían permanecer en un formato oral, en una conversación entre cliente advenedizo y vendedor excitado. En otras palabras, en un destello comunicativo efímero. El segundo acierto en los albores de la muestra lo encontramos en el diálogo que entablan, frente a frente, un par de obras: el retrato al óleo titulado El flama y el paisaje dibujado en pastel Once pasos, ambas de 2013. Emplazadas de esta forma, condensan y enfatizan a un alto grado las búsquedas medulares de este cuerpo de trabajo. Por un lado, el tenue dibujo delinea las fronteras y áreas básicas de una cancha de fútbol. Ningún elemento más compone el paisaje, sólo esas líneas irregulares de cal –hechas a mano– que caracterizan a los terrosos y asimétricos campos llaneros. Nada más. Sólo el territorio trazado para la contienda entre un colectivo y otro bajo las reglas y los objetivos previamente establecidos. Nada más, sólo esa nada extendida y el título que alude a la llamada “pena máxima” en el argot de este deporte. Por otro lado, el espeso retrato hiperrealista de un hombre cuya mirada penetrante apunta directo al espectador; un ser que reta en presente pero que, simultáneamente, ahoga con una especie de sentencia sobre el pasado, sobre lo ya vivido e irreversible. De cierta forma, su mirada encierra una resignación violenta a su destino, un sentimiento similar a este párrafo comentado por Gaston Bachelard a propósito de Les Chantes de Maldoror de Isidore Ducasse: «El castor o perro pórtico es cazado por sus órganos sexuales, muy útiles en medicina. El castor lo sabe, y cuando es perseguido se los arranca con sus propios dientes para que lo dejen tranquilo. Es el castrado por persuasión . Respecto a la técnica pictórica empleada –algo cercano al puntillismo y al grano fotográfico reventado pero con una rica y gruesa textura de óleo y resinas naturales– seduce e invita al espectador a aproximarse al máximo a la tela y descubrir cada uno de los detalles de esa epidermis, de ese rostro colmado de marcas y tonalidades cromáticas sobre un contrastante fondo albo y liso. 29 Al continuar el recorrido por la muestra la tensión y el diálogo entre paisaje y retrato siguen presentes en distintos medios y formatos. Destacan sin duda los trabajos realizados en video hd. Uno de ellos, concluido en enero de este año, lleva por título Promesa prohibida (retrato de familia). Es un video de dos canales que narra a través de imágenes y del sonido ambiente un indefinido drama de relaciones entre tres personajes protagónicos. Dos hombres –uno de ellos “El flama” y otro de una edad considerablemente menor– coinciden de manera intermitente con una joven mujer. La mayor parte del tiempo que dura el video (19:16 min.) observamos tomas de un paisaje típico de los suburbios de la Zona Metropolitana del Valle de México que aun conservan un ambiente híbrido entre lo rural y el precario asentamiento urbano. Ahí, entre rojizos montes erosionados, grises construcciones habitacionales y hermosos campos sembrados de cempasúchil se hilvanan diversos encuentros. Muchos de éstos al pie de un árbol que funge como elemento simbólico. No obstante, una de las escenas principales sucede al interior de una pequeña habitación. “El flama” y la mujer, sentados al borde de una cama, se miran mutuamente mientras ella comienza desnudarse. En el muro contiguo a la cama aparece un retrato pictórico de ambos personajes. El video culmina con una toma del otro hombre –tal vez un entenado de “El flama”, la pareja formal de la mujer o un medio hermano de la misma– meando en la cima de un monte desde donde observa, bajo un cielo crepuscular, el desarrollo de un partido de fútbol jugado sobre una de esas canchas color marrón. Otro trabajo relevante en video es Heyyoulistentome! (¿Sí o no papi?) del 2011 en el que aparece una vez más el hombre del apodo. Más allá de las actividades lúdicas que realiza con otro individuo como dar vueltas con la mano a una franela y después golpearse con la misma, sobresale en esta pieza la presencia del propio artista. Limón irrumpe de pronto y fugazmente en una escena cómica y de aguda ironía en la que intenta enseñar a dichos personajes un juego basado en la repetición de una canción en francés (Je te tiens, tu me tiens, par la barbichette) y la parte performática que le acompaña. Ambos deben mirarse frente a frente, tomar al otro por la barbilla y entonar al unísono la canción. Quien ríe primero se hace merecedor a una bofetada. Más allá de la ironía y la risa que desata escuchar el balbuceo de un “francés” mexicanizado, sobresale la decisión del artista por incluirse en este trabajo y, por ende, en todo el proyecto… hacerse un autorretrato, aparecer en el paisaje. Dejar en claro la complicidad, la relación de confianza y camaradería existente entre él y quienes colaboran de manera frecuente en la producción de estas obras. No se trata entonces de la representación y estetización de individuos de la clase baja que cuenten con un historial delictivo y violento o con una serie de experiencias personales de extrema crudeza. Tampoco de la remuneración económica por llevar a cabo una acción que denigre aún más su condición de pobreza tanto en términos morales como económicos para así “denunciar”, señalar la perversidad de un sistema utilizando sus mismas herramientas. ¿De qué se trata entonces el trabajo que muestra Mauricio Limón en esta ocasión? Considero que las obras de esta exposición buscan, además de ahondar en aspectos ontológicos de la condición humana a través del juego, de la risa y de un simultáneo escamoteo con la noción de la muerte, hacer visible un método de trabajo específico. Un proceso de trabajo poco común en la producción artista contemporánea. Es decir, en una forma de colaborar basada en una relación que conlleva un cuestionamiento ético recíproco. Por último, sólo repararé en un aspecto técnico relacionado con la proyección e instalación de los videos titulados El primero que ría (2012) y dj ruso (2013). Ambas obras resultaron altamente perjudicadas por el sistema de audio empleado y por la propia acústica de la salas. Asimismo, las tonalidades cromáticas de estos trabajos y su excelente fotografía perdieron sus cualidades visuales. Hago hincapié en esto porque es una lástima exhibir de semejante manera obras que tienen un acertado trabajo técnico y conceptual pero que, al ser entendidas como simples proyecciones en video, sufren una considerable reducción de su potencial. Se observan y escuchan a medias… y con una considerable dosis de buena voluntad. Galería Hilario Galguera, del 25 de enero al 29 de marzo de 2014 Esta pieza de la exposición es un impreso en formato de revista y cuenta con un tiraje de 20 ejemplares. Aquí Limón realiza un trabajo de edición y recopilación de imágenes de los entornos urbanos en los que trabaja, de sus colaboradores y de algunas de las obras presentes en la muestra. Por fortuna, tanto la publicación como la exposición se salvan de un texto que las acompañe. La evolución cultural mexicana se caracteriza por el pasaje gradual del mecenazgo del Estado al mecenazgo del mercado. Fantasías neoliberales: filantropía populista y alta cultura corporativas en el Nuevo Polanco Por Irmgard Emmelhainz Jet planes, islands, tigers on a gold leash. […] And we’ll never be royals (royals). It don’t run in our blood That kind of luxe just ain’t for us. We crave a different kind of buzz. […] Let me live that fantasy. Lorde, de su canción “Royals” Dejando a un lado los aspectos políticos y económicos de la transformación cultural de la ciudad de México en la última década, podría decirse que este renacimiento se debe a la clase creativa local, la cual se ha dedicado a darle nueva vida a ciertas colonias en donde ahora abundan galerías, panaderías gourmet, hoteles, tiendas de diseño, moda y decoración, restaurateurs, despachos de arquitectos, estudios de artistas visuales, y más. La pauta de esta transformación cultural ha estado también marcada por dos filántropos “progresistas” que han erigido museos en la antigua área de manufactura automotriz de la ciudad conocida como Nuevo Polanco, poblada por rascacielos que albergan corporativos (las sedes de Nestlé, Colgate, etc. y de varias de las compañías de Carlos Slim), viviendas y oficinas de lujo. Desde la perspectiva del devenir moderno en esta región de la ciudad, no están presentes ni el crimen ni los problemas políticos o sociales del país, ya que parece ser que las instituciones financieras y corporativas son los nuevos agentes de emancipación. En términos generales, la evolución cultural mexicana se caracteriza por el pasaje gradual del mecenazgo del Estado al mecenazgo del mercado: un gesto tanto financiero como espiritual que han tenido ciudadanos privilegiados que buscan aportar a su comunidad abriendo democráticamente el acceso a sus colecciones de arte –lo que no está motivado por el desinterés, ya que la cultura es considerada vital para acrecentar el “capital humano” del país; y el arte, un activo privilegiado para invertir. Un ejemplo de transición entre el mecenazgo estatal y privado es el caso del coleccionista Andrés Blaisten, quien fue invitado por la unam en 2007 a mostrar su colección al público en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, donde hasta hace poco se exhibía su colección de arte moderno mexicano. En el ámbito corporativo, los dos museos en la Plaza Carso del Nuevo Polanco (entre el Teatro Telcel y un conglomerado comercial donde destaca Saks Fifth Avenue) no podrían ser más distintos: el Museo Soumaya (2011), que alberga una parte de la colección de arte mexicano y europeo de Carlos Slim, es de diseño arquitectónico atrevido y llamativo; de acceso gratuito, es de carácter más bien populista. En contraste, el Museo Jumex (2013) es discreto, elegante y refinado; aloja la colección de Eugenio López de arte contemporáneo internacional (de los sesenta al presente) que se puede visitar pagando “un mínimo” de 30 pesos. Ambos son ejemplos de museos corporativos ligados en mayor o menor grado a las misiones de las empresas que los sustentan: esto es subrayado por ejemplo, por la similitud en la tipografía del Museo Soumaya y de Sanborns, cadena de restaurantes, farmacia y tienda de propiedad de Carlos Slim. La presencia de otra de sus compañías en el museo, con el Aula Digital Telmex, hace que en un mismo registro sensible aparezcan servicios consumibles y sus logotipos, imagen corporativa y colección de arte. Al contrario, para el Museo Jumex, hacer visible un lazo entre su Colección y el corporativo, sería de 33 mal gusto. En ese sentido, el Museo Jumex está a la vanguardia de las colecciones de arte corporativas, ya que se adhiere a un profesionalismo, ética y estándares internacionales pre-establecidos por el mundo del arte. Si la colección de Slim es indistinguible de la compañía, reflejando el carácter de su misión de filantropía corporativa cultural, La Colección Jumex es el símbolo del enfoque único representado por la sensibilidad estética de su dueño (Eugenio López). De hecho, ninguna institución pública (ni privada) posee un acervo equivalente al de La Colección Jumex en México, enfocada en arte minimalista y conceptual desde los sesenta, con obras de artistas canónicos como Jeff Koons, Rosemarie Trockel, Paul McCarthy, Mike Kelley, Rodney Graham, Donald Judd, Richard Serra, Sol LeWitt, Bruce Nauman, Maurizio Cattelan, etc. En este sentido, La Colección se adhiere a la nueva forma de pensar las colecciones de arte corporativas –como privadas– y su relación con el público. La Jumex es una colección joven, de artistas jóvenes o vivos y tiene su propio cuerpo de especialistas, filosofías, estándares y visión estética, que están al día con respecto a las vanguardias estéticas del mercado y reconocida en el ámbito del arte a nivel global. A diferencia de los museos de Estado, cuya misión es difundir, exhibir y educar sobre arte que le pertenece a un pueblo –a partir de una narrativa que puede ser mítica, histórica, identitaria o canónica para reforzar la meta-narrativa que une al pueblo como tal–, los museos privados tienden a ser estratégicamente utilizados para el desarrollo de la identidad e imagen de una compañía. También son lugares de canalización de fondos, ya que además de los subsidios directos que proporciona el Estado en cuanto a exención de impuestos a las corporaciones que coleccionan arte, éste es considerado sun activo, como el oro o un inmueble, ya que ofrece rendimientos estables a largo plazo. En este sentido, las alianzas entre los coleccionistas fortalecen el mercado internacional, haciendo que la adquisición de arte sea una garantía para proteger el dinero que no saben en qué gastar o invertir. Mientras que cualquier museo es un lugar en el que se organizan la memoria y la relación con la memoria, los objetos tangibles y exposiciones de los museos privados o corporativos reflejan los intereses tanto de la compañía como el gusto de sus dueños. Según asesores de arte, el principal impulsor a la adquisición del arte es el “valor emocional” (84%), aunque el 61% se refiere también al valor social (estatus, prestigio, relaciones) y 60% por la exclusividad. En ese sentido, el objetivo principal de un museo privado es ser instrumento de relaciones públicas y mercadeo. La vocación populista del Museo Soumaya es enunciada por el mismo Slim (citado en la página web del museo): Creemos en la importancia de que este museo sea parte de la población mexicana, poniendo este inmueble y su colección a disposición de la ciudad y del país, con la intención y compromiso de contribuir en la formación y desarrollo de capital humano, procurando enriquecer y compartir la historia del arte, la cultura mundial y la historia de México. Con dejo de condescendencia y de estrechez de visión al obedecer al canon de historia del arte europeo, la declaración continúa: Buena parte de la obra que incluye el Museo Soumaya es europea, con el fin de tener disponible en México dicha colección para aquellos mexicanos que no han podido viajar fuera del país para que también tengan acceso a este arte y disfrutarlo. Según su página web, el museo recibe un promedio de 3,500 visitantes al día y lo han visitado 3,000 escuelas, asilos y casas hogar que reciben desayunos, visitas guiadas y talleres educativos gratis. Su Aula Digital Telmex es un espacio dotado de recursos, herramientas y dispositivos digitales para «innovar los procesos de enseñanza-aprendizaje y favorecer el desarrollo integral de la comunidad escolar». El museo fue diseñado por el arquitecto y diseñador Fernando Romero, el yerno de Slim; vestido con mosaicos hexagonales de aluminio, podría ser un monumento excéntrico: entre corset y torre de enfriamiento de reactor nuclear, fue un proyecto que Romero propuso para Beijing pero que nunca se realizó. Su valiente ostentación contrasta con el acercamiento conservador a la manera en la que se exhibe el arte en su interior. Las piezas de la colección son de calidades dispares entre las cuales pocas son excepcionales. La calidad de la colección es además mancillada por las espantosas vitrinas que alojan algunos de sus objetos, el techo de lámina, la luz neón que ilumina casi todas sus salas y el descuido general del recinto (acabados mediocres, paredes sucias, con pelusas). A esta «sensibilidad filantrópica Slim» –quien contribuye con miles de millones a distintas fundaciones, pero no a programas contra la pobreza porque según él, crean dependencia– se le unen las obras de teatro de Broadway en el Teatro Telcel, y el New York Times (comprado por Slim en 2011) de calidad más y más mediocre y propagandística. Si el Museo Soumaya le abre sus puertas a las masas, a las cuales les da igual pasearse en el interior de un Sanborns que en el Museo Soumaya, o ha servido de escaparate diplomático y antesala de negocios –en 2011, la presidenta argentina Cristina Fernández fue agasajada allí en una cena de negocios con Slim, incluso antes de hacer la visita oficial a Calderón–, el Museo Jumex no podría ser más distinto: es un enclave de poder para hospedar a la élite local sedienta del refinamiento y de la exclusividad que brindan el arte contemporáneo. Para la inauguración del museo Jumex, hubo una fiesta de 3,000 invitados, de entre los cuales 700 (curadores, galeristas y coleccionistas que aseguran que los artistas que apoyan son una buena inversión financiera) fueron traídos de todas las esquinas del mundo para la ocasión. La fiesta tuvo lugar en el Estado Mayor Presidencial. Según cuentan las crónicas, las escaleras de acceso se cubrieron de lámina de oro y costó 3 millones de dólares. Con su elegancia restringida, el edificio concebido por el arquitecto británico David Chipperfield es generoso pero no monumental. Si el Soumaya es torpe y temerario en su querer parecer arquitectura posmoderna, el neomodernismo sofisticado y refinado del Museo Jumex recuerda a Mies van der Rohe, I.M. Pei, Luis Barragán y Ricardo Legorreta. Pisos y muros están recubiertos de travertina, y el techo está rematado con triángulos alzados (asemejando dientes de sierra) que evocan al patrimonio manufacturero del área al tiempo que bañan al arte exhibido en su interior en luz natural. El museo se inauguró con una exposición de siete esculturas de Fred Sandback instaladas entre 50 obras de La Colección, entre las cuales destacan Oval Billiard Table de Gabriel Orozco, fotografías de la serie Equilibres de Peter Fischli y David Weiss, Amber Stack de Donald Judd y una de las peceras en las que se equilibran pelotas de baloncesto de Jeff Koons (Three Ball Total Equilibrium Tank). El título de la exposición, Un lugar en dos dimensiones… evoca la existencia de realidades paralelas (tal vez las realidades diferenciadas que coexisten en el país: la de los que visitan este museo, los que visitan exclusivamente al museo de enfrente y los que no van a museos). Reúne obras que en su conjunto, subrayan su aspecto lúdico y formal, enfatizando la tendencia al diseño del neoconceptualismo y neominimalismo. En la curaduría de la retrospectiva de James Lee Byars, también se plantea al arte como objeto de contemplación para subrayar la perfección, la belleza y el equilibrio (valores espirituales secularizados). Transformando en fetiches museográficos objetos del artista y piezas como el vestuario que hizo para vincular dos o más personas (con resonancias a los experimentos de Lygia Clark), la retrospectiva neutraliza el carácter social y político de su obra. Ambas exposiciones son el resultado de fórmulas de curaduría prefabricadas en los grandes museos imperiales (Tate Modern, moma), con obra escogida en el mercado del arte. Pareciera que el enfoque de las exposiciones es contribuir a discusiones entre colegas del mundo del arte, incluyendo tal vez algunos estudiantes de arte; sin embargo, las exposiciones ni son académicas ni se insertan en un diálogo global sobre la historia del arte reciente: más bien, le dan forma a la manera en la que el público se puede acercar al arte para disfrutarlo y discutirlo como mero amusement. Una comparación entre las políticas culturales privadas o corporativas con las del gobierno revela que, mientras que el gobierno usa a la cultura como instrumento para supuestamente recomponer el tejido social, fomentar la pluralidad de la sociedad y la democracia y revitalizar el diálogo con la comunidad intelectual y artística, las instituciones culturales privadas funcionan como un nicho “alternativo” de lujo en el que las clases privilegiadas 35 pueden gozar de exclusividad y del sentimiento de “estar cultivándose” con arte más bien hecho irrelevante por su contexto de exhibición. Inevitablemente, los museos corporativos traen a la mesa discusiones sobre cómo la privatización está modificando al espacio público: en el ámbito de la cultura, la privatización implica naturalizar las relaciones de dominación, normalizar la sensibilidad de la oligarquía y hacerla hegemónica, consolidar estructuras de poder corporativas en el mundo de la cultura al igual que nuevos espacios de poder y nuevas formas de ordenar la vida, promover el elitismo de clase y formas sociales capitalistas, contribuir a la falta de fondos públicos para la creación de arte. La descripción de Damián Ortega de la pieza que le comisionó el Museo Jumex para el patio, Cosmogonía doméstica, bien podría servir para describir a este nuevo espacio público corporativo-privatizado: El espacio público como metáfora del espacio sideral, cósmico […] un movimiento perpetuo, una coreografía cambiante que reconfigura el espacio al producir asociaciones efímeras entre los elementos que la componen y el propio público. Un espacio público homogéneo en perpetua búsqueda de su propio equilibrio, perfección y belleza, donde no hay antagonismos sino alianzas productivas pasajeras. Santiago López Petit ¿Y si dejamos de ser ciudadanos? Manifiesto por la desocupación del orden Nos interpelan como ciudadanos Hoy el ciudadano ya no es un hombre libre. El ciudadano ha dejado de ser el hombre libre que quiere vivir en una comunidad libre. La conciencia política que no se enseña sino que se conquista, ha desaparecido paulatinamente. No podía ser de otra manera. El espacio público se ha convertido en una calle llena de tiendas abiertas a todas horas, en un programa de televisión en el que un imbécil nos cuenta detalladamente por qué se separó de su mujer. La escuela, por su parte, no tiene que promover conciencia crítica alguna sino el mero aprendizaje de conductas ciudadanas “correctas”, variaciones de una pretendida “educación para la ciudadanía”. Las luchas políticas parecen asimismo haber desaparecido de un mundo en el que ya sólo hay víctimas de catástrofes diversas (económicas, ambientales, naturales…). Y, sinembargo, cuando los políticos se dirigen a nosotros, cuando se llenan la boca con sus llamadas a la participación, siguen llamándonos ciudadanos. ¿Por qué? ¿Por qué se mantiene una palabra que, poco a poco, se ha vaciado de toda fuerza política? Antes que nada porque la identidad “ciudadano” nos clava en lo que somos. Nos hace prisioneros de nosotros mismos. Somos ciudadanos cada vez que nos comportamos como tales, es decir, cada vez que hacemos lo que nos corresponde y se espera de nosotros: trabajar, consumir, divertirnos… Votar cada cuatro años en verdad no es tan importante. Es mediante nuestro comportamiento, y en el día a día, como realmente insuflamos vida a la figura moribunda del ciudadano. Y, entonces, se nos concede una vida. El ciudadano es aquel que tiene su vida en propiedad, más exactamente, aquel que sabe gestionar su vida y hacerla rentable. En última instancia, un fracasado social no es un auténtico ciudadano, es un ciudadano de segunda clase. Ya no digamos un inmigrante sin papeles que sólo puede ser una sombra estigmatizada a nuestro servicio. Decir ciudadano significa decir creer. El ciudadano no es el que piensa, es el que cree. Cree lo que el poder le dice. Por ejemplo, que el terrorismo es nuestro principal enemigo. O que la vida está hecha para trabajar. En definitiva, es el que cree que la realidad es la realidad, y que a ella hay que adaptarse. Pero es complicado creer en una realidad que se disuelve por momentos: tenemos que ser trabajadores y no hay puestos de trabajo; tenemos que ser consumidores y las mercancías son gadgets vacíos; tenemos que ser ciudadanos y no hay espacio público. Por eso el ciudadano ha entendido perfectamente que para moverse con éxito tiene que guiarse por la antigua consigna publicitaria: “busque, compare, y si encuentra algo mejor… cómprelo”. No es cínico, es una figura triste que no tiene fuego dentro. Para ser un buen ciudadano hay que ser sobre todo comedido. Abominar de los excesos. Condenar todo tipo de violencia. De aquí que cuando nuestros representantes políticos hablen del ciudadano siempre destaquen su madurez y en eso extrañamente todos coinciden. Porque el ciudadano, en definitiva, es la pieza fundamental de “lo democrátrico”, y “lo democrático” es, en la actualidad, la forma de control y de dominio más importante. De la democracia a “lo democrático” Para entender el papel central que juega la figura del ciudadano ya no podemos quedarnos simplemente en el marco de lo que siempre se ha denominado democracia. La democracia, en la medida que se hacía forma Estado y dejaba de ser “la menos mala de las formas de gobierno” como tantas veces se nos decía, experimenta necesariamente una transformación total. Para dar cuenta de esta mutación proponemos el desplazamiento desde “la democracia” 37 a “lo democrático”. De la misma manera que C. Schmitt en un momento propuso pasar de la política a “lo político” y así abrió una nueva manera de abordar la cuestión de la política, nosotros creemos que hoy es factible hacer algo semejante respecto a la democracia. Si los mismos defensores de la “verdadera” democracia tienen que añadirle adjetivos para poder caracterizarla (participativa, inclusiva, absoluta…) es que la situación ya está madura para plantear su crítica. La democracia, como hemos adelantado, ya no es una forma de gobierno en el sentido tradicional sino el formalismo que posibilita la movilización global. La movilización global sería el proyecto inscrito en la globalización neoliberal, y como tal consistiría en la movilización de nuestras vidas para (re)producir –simplemente viviendo– esta realidad plenamente capitalista que se nos impone como plural y única, como abierta y cerrada, y sobre todo, con la fuerza irrefutable de la obviedad. Una realidad que nos aplasta porque en ella se realiza, (casi) en todo lugar y (casi) en todo momento, un mismo acontecimiento: el desbocamiento del capital. Pues bien, la función de “lo democrático” es permitir que esta movilización global que se confunde con nuestro propio vivir, se despliegue con éxito. Con éxito significa que gracias a “lo democrático” se pueden efectivamente gestionar los conflictos que el desbocamiento del capital genera, encauzar las expresiones de malestar social, y todo ello, porque “lo democrático” permite arrancar la dimensión política de la propia realidad y neutralizar así cualquier intento de transformación social. De aquí que no sea fácil definir qué es “lo democrático”. El núcleo central del formalismo está constituido por la articulación entre Estado-guerra y fascismo postmoderno: entre heteronomía y autonomía, entre control y autocontrol. Veámoslo más de cerca. “Lo democrático” se construye sobre una doble premisa: 1) El diálogo y la tolerancia que remiten a una pretendida horizontalidad, ya que reconducen toda diferencia a una cuestión de mera opinión personal, de opción cultural. 2) La política entendida como guerra lo que supone declarar un enemigo interior/exterior y que remite a una dimensión vertical. “Lo democrático” realizaría el milagro –aparente, se entiende– de conjuntar en un continuum lo que normalmente se presenta como opuesto: paz y guerra, pluralismo y represión, libertad y cárcel. En este sentido “lo democrático” va más allá de esa articulación y se dispersa constituyendo un auténtico formalismo de sujeción y de abandono. “Lo democrático”, en tanto que formalismo posibilitador de la movilización global, no se deja organizar en torno a la dualidad represión/no represión que siempre es demasiado simple. En “lo democrático” caben desde las normativas cívicas promulgadas en tantas ciudades a las leyes de extranjería, pasando por la policía de cercanía que invita a delatar. O el nuevo código penal español, el más represivo de Europa, que sigue apostando por la cárcel pura y dura. La eficacia de “lo democrático” reside en que configura el espacio público –y en último término nuestra relación con la realidad– como un espacio de posibles, es decir, de elecciones personales. Más libertad significa multiplicación de las posibilidades de elección, pero no puede emerger ninguna opción a causa de la cual valga la pena renunciar a todas las demás. Esta opción que pondría en duda el propio espacio de posibles, está prohibida. “Lo democrático” es el aire que respiramos. Se puede mejorar, limpiar, regenerar y los términos no son para nada casuales. Pero nada más. En este punto ya podemos adelantar un aspecto esencial: “lo democrático” actúa, sobre todo, como modo de sujeción –de sujeción nuestra a la realidad –ya que establece la partición entre lo pensable y lo impensable. “Lo democrático” define directamente el marco de lo que se puede pensar, de lo que se puede hacer, y de lo que se puede vivir… Más exactamente: de lo que se debe pensar, hacer y vivir en tanto que hombres y mujeres que se dicen libres a sí mismos. La crisis ha venido Esta rejilla de conceptos, valores y objetivos, que como ciudadanos hacemos nuestra –ser ciudadanos es pensar y actuar mediante estas pautas de pacto con la realidad– es la que aplicamos a la crisis. La crisis que se inicia simbólicamente el 23 de octubre del 2008 con la caída de Lehman Brothers se presenta como la segunda gran crisis, como una especie de prueba apocalíptica que, o bien conseguimos superar, o bien nos hunde colectivamente en la miseria. Machaconamente se nos repite que los países que hagan las reformas necesarias superarán el actual envite, y que los que no, quedarán al margen de la historia en una especie de callejón sin salida. La lectura de los informes económicos, por su parte, es farragosa y detrás de una aparente gran complejidad lo que buscan es sencillamente colocar al ciudadano en una posición de espectador que no entiende muy bien lo que pasa, si bien colabora ya que no le queda otro remedio. Porque lo curioso del asunto de la crisis es la simplicidad analítica cuando se deja a un lado el lenguaje técnico. La crisis hace de la realidad una especie de videojuego en el que todos estaríamos participando. Que se hable de economía casino no es casualidad. En el videojuego hay un guión con sus buenos, sus malos… y sabemos que, finalmente, habrá vencedores y perdedores. Cuando la canciller alemana Merkel, por ejemplo, nos asegura que existe “una batalla de los políticos contra los mercados” dirigida a restablecer la primacía de lo político sobre la economía, está dibujando claramente algunos de los personajes principales: políticos y Estado (los buenos) son obligados por los mercados y los especuladores (los malos) a introducir reformas imprescindibles en el juego. De fondo existiría, y es un argumento esencial del guióon, una especie de culpabilidad generalizada: “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. Todos nosotros también somos un poco malos… No deja de ser sorprendente que la metáfora central explicativa sea la crisis entendida como una especie de enfermedad de la que se puede salir hacia adelante, o por el contrario, perecer. Es una vieja metáfora que se remonta a la medicina griega antigua como es sabido, y que luego fue incorporada a diversos saberes, hasta llegar a la economía. ¿Cómo querer aplicarla a un capitalismo globalizado cuyo fundamento no puede estar enfermo, porque justamente, no tiene fundamento? No tiene fundamento quiere decir que el capitalismo global funciona como un desbocamiento del capital, como una fuga hacia adelante hecha posible porque entre poder y capital existe un mutuo empujarse más allá de sí. No tiene sentido seguir entonces acusando a los especuladores de ser los responsables de la enfermedad. Un profesor de futuros especuladores, concretamente profesor de ética en iese, lo decía con claridad: «La especulación es esencial al capitalismo. Los especuladores son los buitres negros que cumplen la sana tarea de eliminar a los animales moribundo » (El País, 23 de mayo del 2010).Tampoco tiene mucho sentido pretender salvar al Estado. El Estado no está separado en una especie de autonomía relativa angelical sino directamente involucrado en la globalización neoliberal. No hay abdicación del Estado sino implicación total. La copertenencia entre capital y poder va mucho más allá de las ayudas millonarias a las instituciones bancarias en quiebra. La crisis como operación política Podríamos ensayar diferentes explicaciones que, teniendo en cuenta lo anterior, arrojen algunos elementos de verdad. El capital financiero ha creído que el espacio-tiempo global generaba dinero simplemente con el movimiento de capital. Pero no es así. No existe un mercado financiero mundial capaz de expandirse de modo integrado y flexible gracias al crecimiento del gasto público y de las innovaciones financieras. El resultado final es siempre el mismo: el incendio de capital ficticio, el estallido de la burbuja. Más concretamente. La crisis financiera se sitúa esta vez a nivel de Estados. Grecia ha sido el primer país atacado. El funcionamiento es sencillo. Los bancos y grupos financieros internacio- 39 nales prestan nuevamente dinero a los Estados en quiebra –como antes lo hicieron con el sector bancario y las empresas privadas –se aseguran el cobro mediante planes de austeridad impuestos y vigilados por los organismos internacionales, y pueden además permitirse impulsar otra burbuja ganancial mediante la especulación con los bonos que el Estado debe necesariamente emitir en el mercado internacional para hacer frente a su quiebra. La crisis en sus diversas etapas y resumimos mucho (burbuja hipotecaria, burbuja financiera…) va adoptando la forma de un verdadero saqueo gestionado por auténticos criminales de “cuello blanco”. Esta crisis que nos ha tocado vivir, no es tanto sinónimo de reestructuración como de verdadero saqueo. Saqueo, primero, de la gente que no puede pagar la hipoteca ni tampoco vender su casa, y que sólo puede huir de ella como va siendo ya habitual en eeuu. A continuación, saqueo de los salarios, de los fondos de pensiones… e incluso de la economía entera de todo un país. La conclusión a la que llegamos no puede ser más clara: la crisis, paradójicamente, no es el momento de fracaso del capitalismo sino su momento de mayor éxito. En cuanto empezamos a desocupar la figura del ciudadano y dejamos de creer en el discurso de la crisis, la crisis en sí misma se nos muestra como un proceso de pura y simple expropiación de la riqueza colectiva. El nuevo contrato personal y la guerra La crisis consiste, pues, en una situación desfavorable para la mayoría que ha sido políticamente construida, y que sin embargo, se autopresenta como naturalizada. Describirla como una forma de acumulación primitiva de capital es en gran parte verdad si bien insuficiente. Si la crisis, o mejor dicho, esta crisis global tiene importancia es porque en ella –y gracias a ella– se pone además en marcha un nuevo contrato social. Este nuevo contrato social es el que da derecho a participar en la movilización global que produce el mundo, más precisamente, esta realidad plenamente capitalista y sin afuera que es nuestro mundo. El contrato social que el movimiento obrero oficial aceptó y que estuvo en funcionamiento hasta finales de los setenta era muy claro: “paz social a cambio de dinero”. Después de la derrota obrera a finales de los setenta, el nuevo contrato social se individualiza completamente puesto que ahora se dirige a cada uno de nosotros. El contrato social se convierte en un contrato personal. Su formulación es también muy clara: “la vida a cambio de la empleabilidad absoluta”. En la época global sólo se puede vivir, y vivir es tener una vida, si esa vida que se tiene es el soporte de un nuevo modo de ser: la empleabilidad más absoluta. La precariedad se hace existencial. En última instancia, el nuevo contrato personal te reconoce en lo que eres y sólo puedes ser: (un) capital humano. La supresión de los convenios y la reforma del mercado de trabajo hacia la flexiseguridad y el contrato único apunta en este sentido. Pero es algo que va mucho más allá de la antigua esfera laboral. El nuevo contrato personal ratifica el hecho de que la vida es el campo de batalla porque el mercado ha desbordado al propio mercado. Ahora bien, la empleabilidad absoluta no es un fin en sí mismo es el medio para alcanzar la maximización de la competencia. Y la competencia se da ciertamente entre todos aunque también respecto a uno mismo. Competitividad significa, entonces, autoevaluación cuantitativa para gestionar el propio esfuerzo y así poder maximizar los beneficios. Realidad y capitalismo se acercan como nunca lo habían hecho, y la vida constituye el lugar de su entera fusión. ¡Cuán parcial y tranquilizador es seguir hablando únicamente de mercantilización o de privatización ante un fenómeno que cambia tanto la subjetividad como la misma realidad! El proyecto de la modernidad implicaba, por encima de todo, pensar la autoinstitución de una sociedad que ya no tiene a su disposición instancias trascendentes capaces de legitimar el orden. Esta autoinstitución se teorizó desde la política (Hobbes y su contrato social) y desde la economía (A. Smith y el mercado). Esos ámbitos eran los únicos desde los cuales –dada la crisis de los modelos absolutistas– parecía posible defender el orden. El contrato social de Hobbes obligaba a la sumisión ciertamente, encerraba la conciencia moral en la esfera privada, pero salvaba la vida puesto que el Estado –que con nuestra renuncia a la autodeterminación hacíamos posible– exorcizaba la guerra. El miedo a la muerte y la razón empujaban a aceptar el pacto. El mercado por su parte, era según A. Smith no sólo la verdadera representación de la sociedad sino también el principio organizador de una sociedad pacificada que ya no tenía necesidad alguna de la política. El mercado libre basado en el egoísmo personal era capaz de generar bienestar general. El nuevo contrato personal que se instituye en la época global combinaría ambos modelos de una manera original. “Lo democrático” y el mercado, la política y el apoliticismo se unirían en la nueva figura de ese ciudadano que es su vida en propiedad, y que así se inscribe en la movilización global. Sin embargo, el nuevo contrato personal aparentemente niega el objetivo que, tanto en Hobbes como en Smith, era el mismo: instaurar un fundamento para el orden. Porque la empleabilidad absoluta como modo de ser, la vida entendida como maximización de su rentabilidad, el yo concebido como un Yo marca, implica una humillación permanente detrás de la cual sólo puede haber la pura arbitrariedad de la violencia. Pero, cuidado, no hemos vuelto al estado de naturaleza, no se trata de la guerra de todos contra todos. Ahora se puede aclarar mejor el estatuto del nuevo contrato. El nuevo contrato personal es la consagración de la arbitrariedad en su sentido más pleno. ¿Qué es sino la empleabilidad absoluta convertida en condición de la propia existencia? Con lo que se muestra que la arbitrariedad ejercida bajo la forma de violencia (monetaria, militar…), el poder en su pura arbitrariedad, sigue teniendo paradójicamente un fundamento perfectamente definido. Dicho de otra manera. El fundamento o principio del orden (global) es la guerra. La movilización global es la guerra contra nosotros y esa guerra organiza el mundo. El ciudadano como unidad de movilización Se puede decir que si la lucha de clases –el antagonismo obrero gestionado por los sindicatos de clase– constituía el motor, y a la vez, el elemento cohesionador de la sociedad industrial, ahora es la guerra gestionada desde “lo democrático” la que realiza las mismas funciones. Se trata de una guerra jamás declarada y que nunca aparece directamente como tal. La guerra social que se nos hace se presenta bajo la forma de medidas económicas, reformas políticas, e incluso intervenciones humanitarias… siempre necesarias y siempre para nuestro bien. La guerra es, en definitiva, el nombre de esa movilización global de nuestras vidas que lentamente nos destruye. En verdad, ya no hay economía, ni política, por eso es equivocado pretender salvar la política para poder controlar la economía. La movilización global, como la realidad que produce, es un fenómeno total que no se deja reducir. “Lo democrático” –que junto al poder terapéutico encauza la movilización global– no puede situarse, por tanto, únicamente en el plano de la política. De aquí que la figura del ciudadano que sigue siendo el interlocutor del discurso político democrático, quede también redimensionada. El ciudadano, empujado por la crisis, firma el contrato personal que le inserta en la movilización global, pero esa inserción le transforma profundamente. El (buen) ciudadano ya no es sólo el que es cívico y vota, sino el que está dispuesto a hacer de su vida una continua inversión capitalista en el pleno sentido de la palabra. “Tener una vida” significa invertir dinero, esfuerzo y tiempo, en gestionar la propia vida. Reconvertirse permanentemente, no proteger al inmigrante sin papeles, llamar la atención al que se cuela en el metro… Ciudadano, en última instancia, es el que se adapta a las exigencias de la realidad y sabe convertirse en una auténtica pieza de ella. No es exagerado afirmar que, ciudadano es aquel que no es dueño de su propia vida, sino su esclavo. Evidentemente, esta conversión en unidad de movilización acaba con cualquier atisbo de no- 41 sotros. El nosotros del antagonismo obrero y el nosotros de las luchas por el reconocimiento, si bien no han desaparecido, han sido completamente vaciados de futuro. Pero su no-futuro no es liberador, al contrario, es repetición de lo ya conocido. Y, sin embargo, el capital en la medida que nos hace la guerra –y hacernos la guerra es convertirnos íntimamente en capitalismo– reconstruye forzosamente un nosotros. Un nosotros que ya no puede emplear a su favor para reconstruir el orden. Porque el nosotros que nace del malestar escapa a una lógica de la visibilización, irrumpe súbitamente y a la vez, se esconde. Si desde el 11S del 2001 la violencia ha sido esencialmente de matriz terrorista, la violencia está adquiriendo día a día un carácter cada vez más social. Hasta ahora la violencia global era filtrada sobre todo por un Estado-guerra que había señalado al terrorista como el enemigo a combatir. Con la actual crisis, como ya hemos afirmado, el capitalismo triunfa aunque en el mismo momento construye su enemigo interno. El conflicto que servía de función de orden se convierte, a su pesar, en un rumor de fondo. El rumor de fondo, el hombre anónimo y su malestar, es el nuevo gran peligro. Enemigos son, pues, todos aquellos que no soportan que sus vidas sean aplastadas por la movilización global. Enemigos, en última instancia, somos todos. Con razón el oráculo de Davos reunido en su guarida suiza alertó hace poco: «la severa crisis económica podría crear reacciones sociales violentas». Ese es su gran miedo. Que ese rumor de fondo acalle el hilo musical, que la desesperación se convierta en cólera. Que ese nosotros, en silencio y en la noche, acabe por socavar definitivamente la figura del diurna del ciudadano. Ellos tienen el día, nosotros tenemos la noche. El ciudadano al que interpelan los políticos para que se apriete el cinturón frente a la crisis, ya no existe como tal. Es una entelequia, un recurso retórico para vehicular un discurso de sometimiento que permita prolongar el desbocamiento del capital. El ciudadano ha sido redimensionado como la pieza esencial de la movilización global. Nos interpelan como ciudadanos cuando en verdad, nos quieren verdaderas unidades movilizadas. Ya es hora de desocupar esa cáscara vacía, esa figura retórica por cuya boca sólo puede hablar la voz del poder. Como ciudadanos, actuando en tanto que ciudadanos, ya hemos perdido de antemano la guerra ¿Y si dejáramos, entonces, de ser ciudadanos? La inutilidad de argumentar Llegados a este punto el abismo se abre bajo nuestros pies y un demonio nos susurra en el oído “¿Te atreverías a abandonar tu propia cárcel?”. Dejar de ser ciudadanos es una locura puesto que, de llevarse a cabo, toda la sociedad se vendría abajo, dice alguien. Es absurdo, e incluso reaccionario, se oye a lo lejos. Tú lo puedes decir porque no te juegas nada. Hay mucha gente en el mundo que quisiera ser ciudadano y no puede serlo. Defender el ciudadano es defender el Estado del bienestar. Bla bla bla… Podríamos oponer muchos argumentos. ¿En estas palabras no se esconde el impasse en el que estamos metidos y la inoperancia de la misma idea de intervención política en un sentido de transformación social? Quizás habría que empezar por reconocer que el discurso de la izquierda ha perdido toda credibilidad, y que por esa razón, en el fondo de este tipo de frases anida la impotencia. No es casualidad que cuando la izquierda tiene poco que aportar –antes que nada porque no sabe ir más allá de las categorías de la política moderna hoy en plena crisis– sienta la necesidad de recubrirse con el manto de la moralización: desde una cierta refundación ética del capitalismo hasta la ideología del decrecimiento. Y así podríamos seguir… Pero la cuestión sigue planteada. En verdad, todas las argumentaciones que pudiéramos argüir servirían de muy poco. Porque ¿cómo rebatir una posición que está dentro de los límites de lo que se puede/ debe pensar? Discutirla es quedar encerrado también en las prisiones de lo posible, quedar clavado como una mosca muerta en el cristal de la realidad. Hay únicamente una vía: salir. Salir de todo. Salir de las seguridades mediocres que nos atenazan, de las verdades simples, de las dudas. Salir del autoengaño y de la propagación del engaño. Salir de ese mundo. Yo no sé si podré salir. Pero sé quien sale. Sé que hay gente que sale. “No tenemos nada que perder, ¿qué importa lo que queramos?” es lo que le contestó un manifestante griego que acababa de tirar una piedra a la policía al periodista que le interrogaba. La respuesta recuerda la conocida frase del Manifiesto Comunista de Marx «los proletarios no tienen nada que perder como no sea sus cadenas». El cambio es, sin embargo, esencial. Ahora no hay ningún horizonte emancipador, sólo la voluntad de hundir esta realidad que se ha hecho una con el capitalismo. La lucha es ya directamente liberación. Sale también de esta realidad quien, al querer hacer de su querer vivir un desafío, rompe su vida y ve como el insomnio se apodera de él. Salen de esta realidad los compañeros que viven con lo justo para poder sostener una editorial que es un puñal clavado en el corazón de esta realidad estúpida. Como salen asimismo los que intentan consumir menos colectivamente. O aquellos que se encuentran para ponerse, un día tras otro, frente al abismo del no saber. Salen los que no quieren engañarse y la verdad quema poco a poco. Dos modos de desocupar la figura del ciudadano Y con todo ¿hay verdaderamente alguna salida? ¿Es posible jugar contra el gran juego de la máquina? Si para desarmar el poder de la máquina tengo que jugar contra ella aceptando sus reglas y el espacio por ella diseñado ¿puedo realmente ganar y evitar que mi victoria sirva a los fines de la propia máquina de movilización? En el mayo del 68 los situacionistas extendieron la idea de que el poder lo recupera todo. Posteriormente aprendimos especialmente gracias a Foucault, que el poder no sólo recupera en el sentido de utilizar, sino que es capaz de producir cosas tan curiosas como verdades. En estas condiciones que la historia no hace más que confirmar ¿puede aún defenderse la idea de una salida? O más bien esa idea sería una especie de ideal regulativo que nos permite subsistir con un mínimo de dignidad. Todos los ejemplos anteriores y muchísimos más que podríamos traer a colación, no constituyen propiamente ninguna salida ya que no existe ningún afuera. Son modos diferentes de hacer frente a esta realidad. Hemos dicho que no queríamos autoengañarnos. Ahora bien, que rechacemos la idea de salida en su forma más abstracta y general –porque nos obliga a entrar en el camino impotente de las propuestas alternativas– no implica que no sean salidas concretas. No sabemos si una alternativa global a esa sociedad será un día factible, lo que sí sabemos es que rechazamos esa sociedad en su totalidad. Y también sabemos que ese rechazo tiene que ser concreto puesto que una fuerza no materializada se apaga necesariamente. Luchar es inventar salidas concretas, y a poder ser, de modo colectivo. Ciertamente en esa invención nos podemos perder, ya que ese peligro es inherente tanto al acercamiento a lo concreto como a la misma autoorganización de “lo social”. Pero perderse, no tiene porque significar perder, sino justamente lo contrario. Sólo se puede atravesar la impotencia si uno está dispuesto a perderse. Perderse quiere decir abandonar la seguridad que ofrece ser un ciudadano, es decir, ser alguien protegido por el sistema de creencias y valores que construye la realidad como tautología. Perderse es, por tanto, salir fuera de la figura del ciudadano. Pero perderse también es saber que, en esta salida de la unidad de movilización –si deseamos evitar la muerte, la locura o la cárcel– tiene que haber algo de negociación con la propia realidad. Perderse implica sustraerse, aunque también comporta muchas veces, ensuciarse hundiéndose en esta realidad asquerosa. Manejar a nuestro favor las mismas lógicas de funcionamiento de la realidad. Si no existe un afuera, tampoco puede existir pureza ni coherencia. Sólo el poder puede ser puro poder en su máxima coherencia. 43 Salen, pues, aquellos que desocupan la figura del ciudadano, y eso como ya hemos apuntado, se puede hacer de dos maneras distintas. La primera consiste en construir otro mundo que se oponga a este mundo: nuestra editorial, nuestra cooperativa de software libre, mi enfermedad… contra ese mundo. En la oposición entre mundos, ya no cuenta en absoluto la correlación de fuerzas, sino la potencia del desafío. Un desafío que puede pasar extrañamente por oponer el mercado al propio mercado o la enfermedad a la salud. La segunda manera implica la destrucción. Dejar de ser ciudadano es, entonces, socavar los límites impuestos por una responsabilidad impuesta. “La economía está en crisis: ¡que reviente!”. Pedir e imponer derechos imposibles. La irresponsabilidad entendida como el modo de desembarazarse del miedo que se nos quiere interiorizar. La irresponsabilidad que siempre hay en todo gesto radical cuando interrumpe la movilización global, y abre un espacio del anonimato. Los espacios del anonimato no se organizan en torno a los pronombres (yo, tú, él…), por eso cortan cualquier vía política dirigida hacia un contrato social. Los espacios del anonimato son aquellos espacios en los que la gente toma la palabra y pierde el miedo. En ellos el ritmo ha venido a sustituir las relaciones basadas en los pronombres aunque no hay fusión alguna. En la medida que son la expresión del querer vivir, el ritmo es lo que pasa a organizar el espacio. El ritmo que es lo más propio de la vida puesto que vivir es, justamente, la continua expansión del querer vivir. Cuando arden los pronombres y la noche se enciende, queda el ritmo que interrumpe la movilización global. La cuchara golpeando a la cacerola, el fuego que una y otra vez se enciende, el grito de rabia que nunca termina… El ritmo que los códigos intentan reconducir. Los espacios del anonimato se abren frente y contra un espacio público reducido a simple vitrina de la ciudad. La fuerza del anonimato ¿Y si dejáramos de ser ciudadanos? En verdad, no hay dos maneras de desocupar la figura del ciudadano. Construcción y destrucción no se oponen. En todo intento de construcción hay destrucción, y a la inversa. Sólo desde el poder se distingue siempre entre los violentos y los no-violentos. Dejar de ser ciudadanos es poner en marcha una potencia de vaciamiento como táctica y operar según una estrategia de transversalidad. Dejar de ser lo que la realidad nos obliga a ser, es decir, dejar de ser ese ciudadano –ciudadano, no hace falta recordarlo, es ahora el auténtico nombre de la unidad de movilización– consiste en trazar una demarcación entre lo que uno quiere vivir y lo que no está dispuesto a vivir. Transversalidad, por su parte, significa que no hay un frente de lucha privilegiado (por ejemplo: la esfera del trabajo), sino que el combate se dirige contra la propia realidad entendida como un continuum de frentes de lucha. Cuando la vida es el campo de batalla ya no sirve de mucho seguir pensando en aproximaciones parciales. El objetivo debe ser siempre el mismo: agujerear la realidad para poder respirar. Y para ello hay que empezar a abrir tierras de nadie. Las tierras de nadie que, clavadas en el frente de guerra, son el lugar en el que reponerse para volver a atacar este maldito videojuego en el que estamos metidos. Desocupar la figura del ciudadano para que pueda emerger la fuerza del anonimato que vive en cada uno de nosotros. Esa fuerza que escapa porque nadie conoce su verdadera fuerza. Esa fuerza que es irreductible porque es la del querer vivir. Salir. Salir de todo construyendo ya un mundo entre nosotros. Salir de todo aunque sin matarse. Salir incluso de la misma idea de desocupación que este manifiesto defiende. ¿Y si dejáramos ya de ser ciudadanos? Este texto se publicó originalmente en Espai en Blanc el 9 de julio de 2011. www.espaienblanc.net Si deseas recibir la versión digital de Caín, suscríbete en cain.mx. Y, si quieres intercambiar correspondencia con Caín, escríbele a [email protected]. O, si crees que debes conocerlo más síguelo en @revistacain El coche desmitificado Me pregunta usted qué relación puede haber entre un coche y una escultura, o incluso hasta qué punto una hermosa carrocería no podría ser una escultura. He ido al Salón del Automóvil. Nada más entrar, quedé atrapado por los aspectos sociales; la competencia, la presentación de mercancías, dinero, clases, luchas orgullo, moda y lujo. Por otra parte, uno no sabe muy bien lo que mira. Le llama la atención la cabeza de un visitante, los andares de una visitante. Ve manchas rojas, verdes, amarillas, más bien feas. Contempla las flores al pie de los coches. Se encuentra ante un monstruo negro y reluciente, enorme, negro y plata, que parece una caja fuerte y evoca un banco, mansiones en la costa, señores gordos y muchísimo dinero detrás de todo eso. Alberto Giacometti