Breve souvenir de Breton

Transcripción

Breve souvenir de Breton
Suplemento Cultural Mensual de La Jornada Veracruz ✒ Domingo 27 de marzo de 2016 ✒ Número 3 ✒ Coordinador: José Armando Preciado Vargas
◗ Regreso a Maikh’ Sikh
y otros cuentos
Francisco Morales Hoil
Segunda entrega del libro de relatos, con
ilustraciones de Pavel Santa Rosa
◗ Los libros de Hyperión
SOBRE RUEDAS
Adán Delgado
Reseña de El Museo de la Inocencia, novela del
premio Nobel 2006 Orhan Pamuk
◗ Breve souvenir de Breton
en México
Diego Lima
Las conferencias perdidas del padre
del surrealismo
◗ Minificciones
Andrés Téacatl
Fotografías de portada,
ÒÒÓXIDO
José Gallegos,
instagram: jose.gaiegos
FUERA DE SERVICIO
2
Domingo 27 de marzo de 2016
Regreso a Maikh’ Sikh y otros cuentos (parte 2)
FRANCISCO MORALES HOIL
¿Qué será de ti en el desierto,
si sientes calor debajo de los árboles?
Máxima zenata
BEN GALAADH
I
Me he tomado el asunto de la identidad
demasiado en serio. Hoy recordé el sabor
de la sangre. Intenté entrar a la ciudad por
la avenida principal. Estaba cerrada. Una
huelga de trabajadores del mercado, creo.
Pensaba llevar mi carroza hasta la plaza
central de Ben Galaadh para buscar dónde
pasar la noche, y tuve que meterme por
estrechas callejuelas en un esfuerzo por
librar la multitud. Había charcos, causados
por una leve llovizna, y unos niños jugaban
a pescar en ellos. Mi hijo los miraba con
envidia, que disfrazaba de indiferencia o de
desdén. Enseguida volteó a verme, con esa,
su eterna mirada de duda. Preferí, como
siempre, ignorarla.
Imaginé el verme desde afuera. Un
forastero que trae muchas cosas. Un comerciante viudo, quizás. Un viajero que
viene a asentarse en el oasis. Un hombre
que ha perdido su pasado, y errante vive
en su busca, habrán pensado algunos, acertando. Pero no más. Había relámpagos, y
sus truenos no tardaban en resonar. Las
siluetas de los edificios cortaban el cielo,
que se veía muy cercano y grisáceo. Platicando con el posadero, recordé claramente
el sabor de la sangre. Mi boca llena de ella.
Escupí, pero no fue suficiente. Él lo tomó
por mala voluntad, y cobró cara la estancia.
O tal vez cobró tanto porque vio mis posesiones, o la señal en mi frente.
Me siento como si todos los siglos
del mundo pusieran su peso sobre mis
hombros. Mi hijo hace como que duerme
en esa enorme cama. No sé cuándo comenzó a detestarme con tanto ahínco. Adiviné el odio en sus ojos desde que era muy
pequeño y sé que él está consciente de ello.
Yo lo permito, aunque lo quiero. Aún es joven, y debe hacerse fuerte de algún modo;
si su odio hacia mí se lo permite, entonces
valdrá la pena. Así, además, será más fácil
despedirnos cuando llegue el momento. No
negaré, sin embargo, que hubiese preferido
que fuera débil a que me desdeñara. Así, al
menos se parecería más a mí y quizá me
amaría un poco.
Será una buena noticia para él, estoy
seguro. El viaje de tantos años me ha hecho un hombre viejo, a mí, que hace tan
poco tiempo jugaba con mi hermano al
senet creyéndonos reyes o dioses. Llueve
tempestuosamente. Estoy invitado a la
fiesta que se celebra en la taberna. Entiendo que vendrá buena parte del pueblo.
Director: Tulio Moreno Alvarado
Subdirector: Leopoldo Gavito Nanson
Coordinador: José Armando Preciado Vargas
Diseño Editorial: Mayra Licona Aguilar
[email protected]
La música es buena, pero no tengo ganas
de ir. Quizá finalmente duerma un poco
esta noche, la primera en Ben Galaadh,
la primera en mucho tiempo fuera del
desierto, o fuera, finalmente, de las fauces
y garras del desierto, de la idea del desierto. Quizá baje tras la breve siesta que
tomaré después de bañarme. El agua está
caliente y aromatizada con las hierbas que
especifiqué, pero no logra relajarme. Todos mis músculos están tensos. Me duele
la cabeza. El dolor se ha intensificado
desde que mi viaje comenzó, así como la
frecuencia con que lo siento. Ahora, las
sienes palpitan sin cesar, y me duele todo
el tiempo. Tal vez sería mejor bajar por
una copa ahora e intentar dormir después;
de cualquier forma, por más que lo intente
en este momento, estoy seguro, sería en
vano, y sólo pasaría otra noche en vela,
pensando. No quiero pensar hoy. Pregunto
a mi pequeño si se quiere bañar. Disiente.
Le digo que está muy sucio. Me grita,
enojado. Nunca le ha gustado el agua.
La música se interrumpe súbitamente, cediendo su lugar primero al silencio y después al murmullo general.
Por imbecilidad o por cansancio, pedí al
posadero una copa de parnosh. Me he tomado el asunto de la identidad demasiado
en serio. Un joven, evidentemente borracho, rompió la tensión preguntándome si
yo era de Maikh’ Sikh, y varias personas
se empezaron a juntar alrededor mío. La
gente, que seguía llegando a la posada
para resguardarse de la lluvia y calentar el
cuerpo, preguntaba quién era yo y qué es lo
que iba a contar. Los demás pedían discreción. Momentos después, sólo el susurro
interminable de la lluvia y los ocasionales
truenos se oponían al ansiado silencio.
Nunca he sido bueno para contar historias,
pero comienzo de todas maneras.
natural, y hasta necesaria. Platiqué largo
rato con ella. Me contó sucintamente la
historia de su vida y cómo había conocido
a su cónyuge. Le pregunté el por qué de su
viaje justo en el momento en que bajaba
Ibn Rushd, quien contestó a mi pregunta
aduciendo que lo habían emprendido para
conocer las ciudades del desierto antes de
irse a vivir a Marruecos unos años para
después regresar a Córdoba, en los reinos
españoles, de donde él era originario.
Después de un abundante —e insípido— desayuno, decidimos dar una
caminata en la ciudad. Mis huéspedes y
yo habíamos hecho migas rápidamente.
Para cuando dejamos el comedor tras una
larga sobremesa, pasaba ya del mediodía.
En el paseo, mucha gente se detuvo a ver
con insistencia a mis acompañantes. Ibn
Rushd comprendía por qué veían a su
bella esposa, pero no estaba muy seguro
de por qué volteaban a verlo a él. Le dije,
mintiendo, que en Maikh’ Sikh no era
común ver a un hombre con tidjelmoust, y
mucho menos en esa época del año.
En realidad, Ibn Rushd no parecía estar fuera de lugar, sino, más bien,
presumiblemente, era el dueño de todo
lo que le rodeaba: de las viejas lonas y
tendajos, de los extravagantes puestos y
lo que en ellos se vendía, del color claro
de la arena… hasta de la gente que, con
prisa, iba y venía preguntando precios y
gritando ofertas, parecía ser dueño. Su
porte era magnífico y sus ojos denotaban
un conocimiento sin par. No obstante, por
lo inocente de sus contadísimas preguntas, por lo menudo de su cuerpo y por su
vivacidad, se me hacía difícil creer que ya
hubiese cumplido los veinticinco años. Yo
me equivocaba. Ibn Rushd contaba con
treinta y tres años cuando visitó la ciudad.
Me contaron que habían venido a
Maikh’ Sikh en una caravana de amazighs, y que Ibn Rushd se había hecho
pasar por uno de ellos. Cuando se puso
el tidjelmoust, le pareció muy cómodo, y
luego se percató de que el sol no le hacía
daño al usarlo. Después, Karnthya me
dijo que su esposo no podía estar mucho
tiempo en el sol, pues su piel se irritaba...
Ibn Rushd me dio entonces la impresión
de ser un niño pequeño que necesitaba de
cuidados y atenciones continuas.
Un semestre completo pasaron
mis huéspedes en Maikh’ Sikh —mucho
tiempo más del que habían planeado—. No
pasamos un solo momento tedioso. A veces, salíamos a pasear los tres a la ciudad,
que siempre tiene algo nuevo qué ofrecer a
los visitantes. Estuvimos en varios museos,
en los panteones de las familias más importantes, en algunas de las torres menores,
visitamos —incitados casi siempre por la
bella Karnthya— muchísimas tiendas de
ropas y de joyas, un parque de diversiones,
un jardín… fuimos a la playa a ver un par
de atardeceres y a varios restaurantes —en
donde Ibn Rushd pedía invariablemente
un desabrido platón de ugali y fufu de
sémola—, y a otros muchos y diversos
lugares. En una de esas ocasiones, Ibn
Rushd comentó lo bella que le parecía mi
cimitarra. Le dije que yo mismo la había
hecho; que me dedicaba a hacer obras de
arte, y que con la venta de ellas fue que
pude salir tan joven de la casa familiar,
aún sin tener esposa. Él sonrió. Estábamos,
al fin, tomando mutua confianza. A partir
de entonces, Ibn Rushd gustaba de tomar
paseos solitarios. Nunca supe qué hacía
durante sus largas caminatas: una vez le
II
Mi nombre es Yebel Oda. Soy un exiliado
de Maikh’ Sikh, de donde me expulsaron
el amor y la luna. Al amor lo conocí en
una forastera. La muerte venía junto con
ella, y no sé cómo no pude percibirla.
Yo fui miembro de una de las familias
más importantes de Maikh’ Sikh. Era un
artista, uno de los más conocidos y pudientes de la ciudad; trabajaba en barro,
en piedras y en metales, y logré hacerme
de un estilo propio e inigualable que influyó a varios de los más famosos talentos
artísticos del orbe.
En mi nocturno recorrido por la calle de mi casa, que era en aquel tiempo la
principal de la ciudad, en busca de viajeros
que no tuviesen dónde reposar, me encontré con una joven pareja a la que ofrecí
hospedaje. Ellos aceptaron con gusto. Platiqué con la mujer camino a mi hogar —su
joven esposo era muy reservado—. Ella
se llamaba Karnthya, y su marido llevaba
por nombre Abu’l Walid Muhammad Ibn
Ahmad Ibn Muhammad Ibn Rushd Al
Qurtubi. Cuando él entró en mi morada,
recuerdo, tuve la sensación de estar mordiendo metal. Los dejé de todos modos en
sus aposentos y los invité a tomar el desayuno en el comedor a la mañana siguiente.
Karnthya bajó muy temprano para
decirme algunas especificaciones que los
alimentos requerirían —su esposo era
muy sensible a las especias— y yo las
transmitiese a los cocineros. La luz de la
mañana le asentaba muy bien a su bello
rostro. Sus profundísimos ojos negros
ejercían sobre mí una extraña fascinación, y yo no podía dejar de verlos. Me
sorprendió su actitud al principio, por
dramática, pero luego me pareció muy
CIMITARRA / PAVEL SANTA ROSA
3
Domingo 27 de marzo de 2016
pregunté y me dijo que había ido a la terraza de la Torre Principal; mis dudas sobre
la veracidad de lo que decía se disiparon; él
estaba mintiendo: ese lugar está irrevocablemente prohibido a los extranjeros. Tuve
entonces la fuerte sospecha de que estaba
engañando a su esposa, con quien, por otra
parte, yo platicaba horas enteras durante
los vagabundeos de Ibn Rushd. En un par
de ocasiones, incluso, ella modeló para los
bocetos de una escultura que nunca llegué
a terminar.
—Mañana—, dijo Ibn Rushd un día
cualquiera, —saldremos finalmente hacia
Marruecos; mi familia está esperando y no
podemos quedarnos más tiempo—. Pero
Karnthya no quería irse, e Ibn Rushd era demasiado simple como para intentar convencerla con palabras. Ella deseaba quedarse en
Maikh’ Sikh, y él, aunque encantado con la
ciudad, decía tener un compromiso ineludible afuera: —Aún me quedan cosas importantes por hacer en este mundo; cada quien
tiene un destino por cumplir, y yo no puedo
faltar al mío…—, dijo en una ocasión. Ese
debe haber sido el discurso más largo que le
escuché pronunciar.
Dado que su partida estaba próxima,
comimos en el mercado del Haggar, que
estaba de paso en las afueras de la ciudad
y tomamos un baño en sus tinas. Yo no
recordaba haberme nunca sumergido en el
agua; después de todo, nunca lo necesité,
pero el poder compartir todo el tiempo
que pudiera con mis más queridos huéspedes lo ameritaba sin duda. Regresamos
a mi casa cuando el sol se ocultaba. Ibn
Rushd hizo un comentario sobre lo bello
de la luna de ese día. Yo le dije, extrañadísimo y sin mirar el cielo, que la luna de
Maikh’ Sikh estaba siempre llena, y él me
dijo que lo sabía muy bien, pero que, en
el tiempo que él había estado en la ciudad,
nunca la había visto roja, lo que me obligó
a quitar la mirada del piso y observar
P
udiste elegir otro título, pero
la recomendación que ya te
habían hecho varios lectores de
los que escuchas consejo terminó por vencer esa reserva que guardas ante los libros de los galardonados
con el Nobel de Literatura. Además, la
combinación de colores de la portada te
gustó, en particular el rosa del auto en
primer plano contrastado con el gris de
Estambul que está al fondo.
Lo llevas contigo a todas partes.
Para leer con cuidado un libro de más
de 600 páginas es importante ganar al
ocio cada espacio de tiempo libre que
tus ocupaciones te dejan. La novela
misma, compuesta en su mayor parte
por capítulos breves, y los entusiasmados comentarios que le haces a tu esposa cada noche te ayudan a no perder
el hilo de la historia. Te está gustando.
Llevas en la mano tu libro todo el
tiempo y lo muestras discretamente con
los amigos para que te pregunte qué
lees, para que sientan envidia.
Quieres contarles que Kemal, el
protagonista y narrador de la novela,
tiene la fortuna y la desdicha de enamorarse de la joven más bella de toda la
ciudad, Füsun. Ella le corresponde pero
su relación es imposible: él está a punto
casarse y sólo les queda la posibilidad
de ser amantes en secreto. A medida
que nos va contando linealmente su
historia de amor imposible con Füsun,
Kemal va señalando los objetos que
el lector está viendo y con los cuales
está armado el Museo de la Inocencia:
zapatos, fotografías, tazas de porcelana,
al enorme astro, del color de la sangre,
que comenzaba a mostrar su figura en el
horizonte. Una palmada que me dio mi
huésped en la espalda me sacó del estupor.
Me dijo que partirían al amanecer. Mis
huéspedes y yo platicamos largamente antes de estrecharnos las manos, desearnos
buena suerte para el futuro y, finalmente,
los acomodara en su habitación.
Mi cama, esa noche, se sentía muy
amplia. La recámara, aun con las cortinas
cerradas, estuvo tan plena de luz de luna que
yo no podía conciliar el sueño, o siquiera cerrar los ojos. Un fuerte ruido me sacó de mis
cavilaciones. Apenas me estaba levantando,
cuando Karnthya entró en mis aposentos,
vistiendo un caftán de hermosísima seda de
Damasco, que dejó junto a mi lecho antes
de entrar en él, y amarme durante buena
parte de la noche. Nada me importó en ese
momento y acepté sus caricias y sus afectos
prodigiosos. No podía pensar, pero no me
era necesario. La amé yo también hasta el
cansancio. Su cuerpo se amoldaba al mío a
la perfección. Me dijo entonces que ella pertenecía a la ciudad, que no quería irse, que
yo debía asesinar a su esposo y hacerla mi
mujer; le expliqué que las leyes de Maikh’
Sikh estipulaban que yo debía unirme con
una mujer de mi propia sangre, y que los casamientos con forasteros estaban prohibidos
para los habitantes de la ciudad. Al principio, pareció entenderlo. Ya iba de regreso a
su habitación cuando comenzó a gritar. Le
dije, al borde de la desesperación, que tenía
que regresar a su recámara antes de que su
esposo nos descubriera. Como si lo hubiese
invocado, él entró en ese momento a mi
recámara con los ojos encendidos, llenos
de furia. No recuerdo mucho más de lo que
pasó. Cuando volví en mí, yo, sin saber por
qué, sonreía, me sentía tranquilo, en paz. Ibn
Rushd me observaba con atención en el instante mismo en que la roja boca de su mujer
prodigaba el último estertor. Él empuñó mi
ensangrentada cimitarra y me amenazó con
ella, para después dejarla caer. Yo no podía
dejar de sonreír. No hice ningún intento por
defenderme; después de todo, lo merecía.
Nunca antes había probado la sangre. Ibn
Rushd me golpeó todo lo que quiso. Me
golpeó todo lo que pudo. Recogió del suelo
el arma, la vio de ese modo que sólo él podía, como siendo su dueño absoluto, de su
presente y de su pasado, y la limpió con mis
sábanas. Volteó entonces a verme. Mientras
la filosa hoja reflejaba el odio de su mirada,
la levantó y la clavó, con todas sus fuerzas,
en el suelo, junto a mi cabeza. Me maldijo
y salió de ahí.
Desperté en una habitación oscura,
aturdido y cansado. Media docena de
hombres me preguntaba con insistencia si
yo estaba consciente de las repercusiones
de mis actos, mientras que yo, sin saber
a qué se referían, sólo movía la cabeza.
Cuando comenzaron a torturarme no me
quedaba voluntad para implorar misericordia. El dolor era intenso, pero, estoy
seguro, la sonrisa seguía ahí. Cuando pedí
un poco de agua para calmar mi terrible
sed, cinco de los hombres salieron. El otro
prendió una vela con que la habitación entera se iluminó. Era gigantesca. Las paredes eran de oro pulido. Vi la cara del hombre, un anciano de piel grisácea. También
sonreía. Yo lo había visto antes, de niño.
Era el hierofante mayor del Templo de
Maikh’ Sikh. Todos mis malos sueños se
conjuntaron en un solo y fundado miedo.
Él me dijo, tras pronunciar con
ronca voz mi nombre original, que su
magia me ha hecho olvidar: —Estás listo
para enfrentar a tu destino; tu cuerpo y
tu pensamiento, han sido sellados: has
pedido agua y la tendrás, como cualquiera
que vive fuera de Maikh’ Sikh; has sido
despojado de tu nombre y ahora vagarás
por el mundo, siendo tu propio padre y
tu propio dueño; tu descendencia llevará
también la marca y tal vez nunca vuelvas
a ver a la tierra donde naciste; puedes
intentar venir aquí cada vez que quieras,
pero no llevarás más el nombre de tu
familia, ni el sobrenombre que se te ha
impuesto dentro de los muros de la ciudad; serás bien recibido, como cualquier
otro visitante y te será prohibido, como
a cualquier otro visitante, el mezclarte
con nuestra raza—. En ese momento, el
hombre desapareció, y desapareció la
habitación, y desapareció también Maikh’
Sikh para mí.
Desperté en el desierto, hace muchos
años, con una sed que parece infinita y aún
no termino de apaciguar. Después de fundar Yebel Oda, he viajado por el desierto,
buscando en varias ciudades la sensación
de tranquilidad que sólo podría darme
Maikh’ Sikh. Rabat, Algiers, El Cairo,
Dushanbé, y muchas más he recorrido y lo
único que encuentro es un vacío cada vez
más grande que se apodera de mi envejecido corazón.
III
Para cuando llego a esta parte de la historia, el posadero era el único que quedaba
en el lugar, dormido sobre la barra. El sol
comenzaba a entrar por la ventana y me
fui a dormir a mi recámara, cansado de la
vida, pero con el corazón tranquilo porque
ya no viajaría más.
Mi hijo, Jebedhel Ibn Yebel Oda,
quien me sucederá, me mira perplejo,
como inquiriendo razones. Él es aún joven
para comprenderlo. He llegado al final de
mi camino. El cansancio es ya demasiado.
Nos quedaremos a vivir en Ben Galaadh,
hasta que él tenga la edad suficiente para
salir, con mi nombre, que es el nombre de
mi padre, y con esta cimitarra, en busca
de la ciudad de nuestro origen, en busca
de nuestra Maikh’ Sikh.
LOS LIBROS DE HYPERIÓN
◗ Preciada pieza de museo
ADÁN DELGADO
un solitario arete. La lectura es una
visita a un museo. Las reliquias de esa
historia con las que el protagonista trata
de conservar algo del amor perdido son
también los restos de una época crucial
de Turquía: la mitad del siglo XX, en la
que la modernidad europea se abalanzó
sobre la conservadora realidad turca,
agudizando la tensión entre las dos
culturas en las que viven los turcos por
circunstancias geográficas.
Procuras poner por delante de los
papeles y de los otros libros que llevas
bajo el brazo tu compacto y grueso
ejemplar. Cuando un amigo te pregunta
qué tal está la novela y te cuenta que
a él le gustó mucho Me llamo Rojo
sientes alegría, alguien conoce algo
parecido a ese amor que comienza a
nacer en ti por ese libro. Y así te vas
cruzando con admiradores que hablan
entusiasmados de la belleza de tu libro.
Porque ya es tuyo. Sientes ese afecto
por una ciudad que no conoces pero
que te parece inmediata por el detallado
recuento que hace Kemal de ella: cada
barrio, cada mezquita, la comida, las
costumbres y las omnipresentes aguas
del estrecho del Bósforo. Kemal va
contando sus recuerdos, los de la niñez
y los del viejo Estambul, reflexiona
sobre los cambios en su vida y en la
vida de la ciudad. El narrador, desde
el presente, va tratando de entender su
pasado. Narra para entenderse.
Sabes que los admiradores de tu
libro han llegado lejos cuando uno de
ellos te cuenta un detalle que no conocías: en una de las páginas finales hay
impreso un boleto con el cual puedes
acceder al Museo de la Inocencia real,
el que está en el barrio de Beyoğlu. Te
quedas pasmado. Nunca advertiste que
había un boleto impreso en la página
629 y, peor aún, no sabías que existía
el museo en la realidad. El dolor de
los celos te corroe por la cara mientras
ese infame admirador de tu libro te lo
arrebata y te muestra el boleto impreso.
Porque resulta que Pamuk ideó
el libro y el museo al mismo tiempo.
Compró una casa en un barrio abandonado de Estambul con la idea de crear
ahí el museo que inspiraría la novela.
¿O será a la inversa? ¿Primero el museo
o la novela? Este juego es uno de los
niveles más interesantes del proyecto
de Pamuk: dos obras que se pueden leer
en orden indistinto, o incluso, quienes
puedan, deberían leer la novela y visitar
al mismo tiempo cada una de las 83
vitrinas dedicadas al mismo número de
capítulos del libro. Y no es una pretensión pensar que narración y objetos son
dependientes el uno del otro; al igual
que todos nosotros, el narrador de El
Museo de la Inocencia conserva sus
recuerdos más preciados a través de la
palabra y de la reliquia.
Cuando terminas de leerlo colocas cuidadosamente el libro entre los
que como objeto tiene más valor para ti.
Algún día irás al Museo de la Inocencia
y te sellarán el boleto de la página 629,
y muchos años después lo mostrarás a
los invitados como un recuerdo invaluable de esa historia y de esa ciudad.
Quiero agradecer a la Librería
Hyperión el apoyo para elaborar esta
reseña. Recuerda que El Museo de la
Inocencia y otras novelas igual de fetichistas las encuentras en Octavio Vejar
59, Col. Encanto en Xalapa, puedes
contactarlos en el (228) 8 41 26 59 o en
la página facebook.com/hyperionlibreria
El Museo de la Inocencia
Orhan Pamuk,
Debolsillo
México, 2015
4
Domingo 27 de marzo de 2016
Breve souvenir de Breton en México
A
DI EGO LIMA
ndré Breton arribó al puerto de Veracruz el 18
de abril de 1938; planeaba pasar una estancia
de cuatro meses en nuestro país pero nada
estaba dispuesto para su visita. Esto no es un dato
sino un síntoma. Breton estuvo, pero el surrealismo
no llegó para quedarse (no todavía). El saldo de esta
empresa sería la destitución del destacado juarista
Luis Chico Goerne como rector de la Universidad
Nacional, la redacción del manifiesto Por un arte
revolucionario independiente, además de un puñado
de reseñas sobre las actividades que el líder de la vanguardia vino a difundir a México. Breton sólo pudo
dictar una de las cinco conferencias previstas inicialmente para la UNAM, en mayo de 1938, aunque en
junio realizó un par más en el Palacio de Bellas Artes.
Justicia poética: la primera, única conferencia dictada
en la Universidad estuvo perdida durante más de 70
años, si no fuera por el hallazgo de gran parte de los
manuscritos por José Moreno Villarreal, en la Casa
Azul de Frida Kahlo. La editorial AUIEO publicó
recientemente este documento, presencia de una ausencia que se sitúa ahora al lado de las conferencias,
incluidas ya en la edición de Marguerite Bonne de
las Ouvres complètes (1992) de Breton, en la Bibliothèque de la Pléiade, pero traducidas por vez primera
en una restitución completa de aquella visita.
1938 es un año célebre en la vida del teórico
francés; importante no sólo por su entrevista con León
Trosky en Coyoacán, sino porque al llegar a la capital
mexicana encontraría una situación con respecto a su
persona, extraña. Breton vino en calidad de huésped
de la Universidad Nacional, para ofrecer una serie
de conferencias sobre los conceptos del movimiento
literario que lideró como sacerdote desde tiempos
del primer Manifiesto surrealista (1924). Fue a principios de 1938 cuando Isidro Fabela, representante
del gobierno de Lázaro Cárdenas en Europa, lo invitó
personalmente para que expusiera sus ideas en materia
de estética en la Universidad. Breton vivía entonces
una suerte de fascinación por México: creía haber
descubierto el misticismo salvaje en las páginas de
Rimbaud; no menos, en las cartas que Antonin Artaud
y Luis Cardoza y Aragón le enviaron desde estas latitudes. Era preciso trasladarse. El convidado de sueño
partió de Cherburgo acompañado por una representación extraoficial del Ministerio de Relaciones Exteriores; aunque en agosto de ese mismo año, volvería
a la campiña francesa entre el ruido de las polémicas
políticas con la misma insistencia de un fantasma que
buscara un cuerpo.
La política cardenista, en pleno tránsito del nacionalismo al internacionalismo marxista, manifestó
inmediata reticencia frente a la visita. No podía ser de
otro modo: Breton había sido expulsado de las filas
del Partido Comunista Francés en 1935 por golpear
al soviético Ilyá Ehrenburg. Por otro lado, pocos
mexicanos conocían realmente las propuestas del surrealismo. (Jorge Cuesta visitó París en 1928; convivió
◗ Las conferencias de 1938
con Paul Eluard y solía referirse a Breton como una
persona más bien atlética). Cuando el viajero pisó
tierras mexicanas, Agustín Lazo acababa de publicar
una “Reseña de las actividades sobrerrealistas”, con
algunas de las primeras reproducciones que llegaron
de pinturas de Dalí, Chirico, Magritte, Bellmer, Tanguy; cuando su esposa Jaquelin Lamba se instaló en
la casa-estudio de Diego Rivera, en San Ángel, Letras
de México preparaba un número con extraordinarias
traducciones de Breton por Xavier Villaurrutia, César
Moro y el propio Lazo, además de una no tan pequeña
bibliografía de la vanguardia europea; cuando juntos
se dirigían al Paraninfo de la Universidad Nacional, los
mexicanos convenían finalmente traducir la voz francesa surrealisme por surrealismo, y usar ésta en vez de
“superrealismo”, “sobrerrealismo” u otros similares
que se acostumbraba intercambiar en la época.
El 13 de mayo de 1938, Breton dictó su famosa
conferencia, en el recinto de San Ildefonso. Un mes
más tarde, las proyecciones de Un perro andaluz en
el Palacio de Bellas Artes encenderían el ánimo de
la polémica: “Salimos al mundo primaveral. En un
prado de la Alameda Central, con las pupilas rotas y
el desengaño a cuestas, un modesto perrillo nacional
ladra soezmente a la luna”, escribe Efraín Huerta en la
reseña para El Nacional. Las conferencias programadas para el 6, 10, 13 y 17 de junio fueron saboteadas
posiblemente por apoyo del Partido Comunista de
México a sus camaradas antitroskystas. Por un comunicado “Al púbico de América Latina” que circuló en
la capital sabemos que Breton encontró las puertas del
recinto cerradas, a lo quew un empleado respondió que
las conferencias habían sido canceladas. Bellas Artes
sirvió como sede para las charlas subsecuentes del 21
y 25 de junio. Sin embargo, la pluma de Breton hizo
correr mucha más tinta en la prensa de la que él mismo
comunicó desde el estrado.
Pero el surrealismo no busca; encuentra: hace
poesía con los ojos. Por lo que finalmente desentendido de las presentaciones públicas, optó por visitar el
interior del país. Breton hallaba el espíritu surrealista
en el relieve mexicano, en su humor negro, en su “tierra roja, tierra virgen impregnada de la más generosa
sangre, tierra donde la vida del hombre no tiene precio
bajo la protección de Coatlicue”. Un lugar donde la
libertad era posible, lejos de los horrores de la guerra
que comenzaban a medir el mundo. Tras su regreso
a Francia, Breton manifestó siempre su afecto por
México aunque no hallara aquí ni el lugar ni la fórmula
que intuyera para el trashumante en aquellas conferencias: un destino mexicano –dice Moreno Villarreal–
que otros exiliados surrealistas sí consumaron.
* André Breton. Las conferencias de México 1938. Trad.
de Jaime Moreno Villarreal. México: AUIEO Ediciones /
Museo Frida Kahlo, 2015. 192 pp.
[email protected]
Minificciones
ANDRÉS TÉACATL
CUESTIONARIO
SOCIOECONÓMICO
Para agilizar los trámites, el SENEVAL me pasó su
cuestionario socioeconómico, así que pueden ir revisándolo aquí para que a la hora de llenarlo sea más fácil y
ahorren tiempo:
¿Cuántas teles hay en tu casa?
¿Qué ves en ellas?
¿Cuántas ollas express hay en tu casa?
¿Cuántos frijoles les caben?
¿Cada cuánto comes carne (que no sea de perro)?
¿Seguro?
¿Cuántos vochos amarillos has visto hoy?
¿Tus papás hablan algún dialecto? (Consideramos dialecto todos aquellos idiomas empleados por grupos con
bajo poder económico o político)
¿Cuál fue tu último grado de estudios? Especifica su
equivalencia en grados Farenheit y Kelvin.
¿Cuántos libros hay en tu casa?
¿Y cuántos has leído?
En serio. (Marca tu respuesta)
0___
1___
2___
¿Por qué quieres seguir estudiando?
¿Crees que la educación privada te dará la capacidad crítica necesaria para los problemas que enfrentarás como
individuo y como miembro de la sociedad?
¿Crees en un temario omnipotente, creador del cielo y
de la tierra, y de las oportunidades de trabajo?
¿Crees que el HEXANI sirve para algo?
¿Crees de verdad que la institución de educación superior cree que el HEXANI sirve para algo?
¿No se te hace pendejo pagar por un examen que no
sirve para nada?
¿Tu pareja está buena?
¿Crees que va a permanecer contigo si no logras tener
mucho dinero?
¿Trabaja? (Si la respuesta es no, deberían considerarlo,
porque no les va a alcanzar)
¿Juegas melate revancha y revanchita? (Considéralo
igualmente)
¿Cuántas computadoras hay en tu casa?
¿Cuántas horas pasas en internet?
¿Cuántos centímetros de la raya de la cola se te han
borrado?
¿Sabías que tiene otros usos aparte de chatear, ver pornografía y bajar tareas?
¿Has notado que los que hacen estos exámenes no saben
formular sus preguntas con claridad? (Si la respuesta fue
no ya lo notarás en la parte de comprensión lectora en el
examen de habilidades)
La santa Ciencia experimental, cuantitativa, homogeneizada y deslactosada, inodora e incolora ha demostrado
que las Humanidades no sirven para nada pero queremos saber tu opinión, ¿verdad que no sirven para nada?
(Marca tu respuesta)
Sí, no sirven para nada___
No, no tienen utilidad alguna___
PAPEL
HIGIÉNICO
Había una vez un periódico tan arrastrado que se llamaba Diario de Suelapa.
Se arrastraba tanto que estaba a unos centímetros de
que lo leyeran los topos.
Las ratas con frecuencia salían en su sección de Sociales regodeándose en sus madrigueras.
Tan vendido que disfrazaba sus anuncios de noticias.
Tan miope que cualquier persona podía ver más lejos
que él.
A pesar de tener tantos renglones tenía sólo una línea.
Era tan agachado que donde debería ir la frente tenía
el culo, y lo usaba para pensar y hablar.
Sus encabezados parecían más bien descocados.
Su primo es un portal de noticias que me manda
mensajes impúdicos al celular: junto a la nota de un suicidio o una tragedia pone las tetas de alguna actriz que,
a pesar de haberse casado con un millonario, se rehúsan
a renunciar a la fama.
■ Fotos especiales

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