fe, fortaleza y satisfacción: un mensaje para los padres y madres

Transcripción

fe, fortaleza y satisfacción: un mensaje para los padres y madres
Sesión del sábado por la tarde
Conferencia General Abril 2012
FE, FORTALEZA Y SATISFACCIÓN: UN MENSAJE PARA
LOS PADRES Y MADRES QUE CRÍAN SOLOS A SUS HIJOS
Por El Élder David S. Baxter
De los Setenta
Están luchando por criar a sus hijos en la luz y la verdad,
conscientes de que, si bien no pueden cambiar el pasado, pueden
moldear el futuro.
Mi mensaje es para los padres de la Iglesia que crían solos a sus
hijos, la mayoría de los cuales son madres solas: mujeres valientes
que, por diferentes circunstancias de la vida, se encuentran solas
criando hijos y llevando adelante un hogar. Quizá sean viudas o
divorciadas. Quizá afronten los desafíos de ser el único progenitor como resultado de
haber cometido una equivocación fuera del matrimonio, pero ahora viven según los
principios del Evangelio y han cambiado su vida para mejor. Benditas sean por evitar
el tipo de compañía que las alejaría de la virtud y el discipulado. Ése sería un precio
demasiado alto que pagar.
Aunque quizá se hayan preguntado “¿por qué a mí?”, es mediante las penurias de
la vida que nos acercamos a la divinidad, al moldearse nuestro carácter en el crisol de
la aflicción, a medida que tienen lugar los eventos de la vida; porque Dios respeta el
albedrío del hombre. Como comentó el élder Neal A. Maxwell, no podemos llegar a
las conclusiones correctas en cuanto a la vida, porque “no contamos con todas las
premisas”1.
Sean cuales sean sus circunstancias o las razones de ellas, ¡ustedes son
maravillosas! Día a día se enfrentan a las dificultades de la vida, haciendo
mayormente solas el trabajo que deberían hacer dos. Tienen que ser padre además
de madre; llevan adelante su hogar; cuidan de su familia, a veces luchan para que el
dinero les alcance y milagrosamente hasta encuentran los medios para servir en la
Iglesia de manera significativa; crían a sus hijos; lloran y oran con ellos y por ellos;
quieren lo mejor para sus hijos, pero cada noche les preocupa que su mejor empeño
nunca sea suficiente.
Si bien no quiero hacer comentarios muy personales, soy el producto de un hogar
así. Durante la mayor parte de mi niñez y adolescencia, mi madre nos crió sola, con
pocos recursos. El dinero se racionaba con mucho cuidado. Ella luchaba contra la
soledad interior y en ocasiones estaba desesperada por tener apoyo y compañía;
pero a pesar de todo eso, mi madre tenía dignidad, muchísima determinación y el
firme carácter típico de los escoceses.
Afortunadamente, sus últimos años fueron más bendecidos que los primeros. Se
casó con un nuevo converso viudo; se sellaron en el Templo de Londres, Inglaterra; y
luego sirvieron allí brevemente como obreros de las ordenanzas. Estuvieron juntos
casi un cuarto de siglo; felices, contentos y satisfechos, hasta concluir su vida mortal.
Sesión del sábado por la tarde
Conferencia General Abril 2012
Muchas de ustedes, buenas mujeres de la Iglesia en todo el mundo, se enfrentan
a circunstancias similares y demuestran la misma entereza año tras año.
Eso no es exactamente lo que esperaban o planeaban, aquello por lo que oraron
o se imaginaron al comenzar hace años. Su trayectoria ha tenido sacudidas, desvíos,
enredos y giros, en su mayoría como consecuencia de vivir en un mundo caído que es
un lugar de probación.
Mientras tanto, están luchando por criar a sus hijos en la luz y la verdad,
conscientes de que, si bien no pueden cambiar el pasado, pueden moldear el futuro.
En el camino, obtendrán bendiciones compensatorias, aunque no sean evidentes
inmediatamente.
Con la ayuda de Dios, no tienen que temer por el futuro. Sus hijos crecerán y las
llamarán bienaventuradas y cada uno de los logros de ellos será un homenaje hacia
ustedes.
Por favor, nunca sientan que pertenecen a una clase secundaria, una
subcategoría de miembros que por alguna razón tiene menos derecho que los demás
a las bendiciones del Señor. En el reino de Dios, no existen ciudadanos de segunda
clase.
Esperamos que, al asistir a reuniones y ver familias aparentemente completas y
felices, o al escuchar hablar sobre los ideales de la familia, sientan alegría por ser
parte de una Iglesia que se centra en la familia y enseña la función fundamental que
ella tiene en el plan del Padre Celestial para la felicidad de Sus hijos; porque en medio
de las calamidades del mundo y la decadencia moral, tenemos la doctrina, la
autoridad, las ordenanzas y los convenios que ofrecen la mayor esperanza al mundo,
incluso para la felicidad de sus hijos y la familia que formarán.
En la reunión general de la Sociedad de Socorro de septiembre de 2006, el
presidente Gordon B. Hinckley relató la experiencia de una madre divorciada, que en
ese entonces tenía siete hijos con edades comprendidas entre los 7 y 16 años. Ella
había cruzado la calle para llevarle algo a una vecina. Ella dijo:
“Al dar la vuelta para regresar a casa, vi la casa toda alumbrada; podía escuchar
el eco de las voces de mis hijos que me habían dicho al salir hacía unos minutos:
‘Mamá, ¿qué vamos a cenar?’ ‘¿Me puedes llevar a la biblioteca?’ ‘Necesito ir a
comprar una cartulina esta noche’. Cansada y agotada, miré la casa y vi la luz
encendida en cada una de las habitaciones. Pensé en todos los niños que estaban en
casa esperando que yo llegara para atender a sus necesidades. Mis cargas parecían
más pesadas de lo que podía soportar.
“Recuerdo haber mirado al cielo a través de mis lágrimas, y dije: ‘Querido Padre,
hoy no lo puedo hacer; estoy demasiado cansada. No puedo ir a casa y atender sola a
todos mis hijos. ¿No podría ir a quedarme contigo sólo una noche?…’
“No escuché la respuesta con los oídos, pero sí con la mente; y la respuesta fue:
‘No, pequeña, no puedes venir ahora conmigo… Pero yo puedo ir a ti’”2.
Sesión del sábado por la tarde
Conferencia General Abril 2012
Gracias, hermanas, por todo lo que hacen para criar a su familia y tener un hogar
amoroso donde hay bondad, paz y oportunidades.
Aunque a menudo se sientan solas, la verdad es que nunca están totalmente
solas. Al avanzar con paciencia y fe, la Providencia las acompañará; los cielos les
concederán las bendiciones que necesiten.
Su perspectiva y su visión de la vida cambiarán cuando, en vez de sentirse
desanimadas, levanten la vista hacia el cielo.
Muchas de ustedes ya han descubierto la gran verdad transformadora de que
cuando viven para aliviar las cargas de los demás, sus propias cargas se aligeran.
Aunque las circunstancias no hayan cambiado, la actitud de ustedes sí. Son capaces
de enfrentarse a sus propias pruebas con mayor aceptación, un corazón más
comprensivo y una gratitud más profunda por lo que tienen, en vez de añorar lo que
todavía no tienen.
Han descubierto que, cuando le depositan crédito de esperanza a los que parecen
tener vacías las cuentas bancarias de su vida, nuestros propios cofres de consuelo se
agrandan y se llenan; nuestra copa realmente “rebosa” (Salmo 23:5).
Si llevan una vida recta, ustedes y sus hijos un día gozarán de las bendiciones de
ser parte de una familia completa y eterna.
Miembros y líderes, ¿hay algo más que podrían hacer para ayudar a las familias
con un solo progenitor, sin juzgar y sin condenar? ¿Podrían actuar como mentores de
los jóvenes de esas familias, especialmente dándoles el ejemplo a los jovencitos en
cuanto a qué hacen y cómo viven los hombres buenos? Cuando no hay padre,
¿ofrecen un ejemplo digno de ser emulado?
Ahora bien, por supuesto que también hay familias en que el único progenitor es
el padre. Hermanos, también oramos por ustedes y les rendimos homenaje. Este
mensaje también es para ustedes.
Padres que crían solos a sus hijos, testifico que si ponen su mejor empeño en
éste, el más difícil de los desafíos humanos, los cielos los favorecerán. Realmente no
están solos. Permitan que el tierno poder redentor de Jesucristo ilumine su vida y los
llene de esperanza en la promesa eterna. Sean valientes; tengan fe y esperanza;
piensen en el presente con fortaleza y miren al futuro con confianza. En el nombre de
Jesucristo. Amén.
1. Neal A. Maxwell, Notwithstanding My Weakness, 1981, pág. 68.
2. En Gordon B. Hinckley, “Entre los brazos de su amor”, Liahona, noviembre de 2006, pág. 117.

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