la doctrina bruta y achorada (dba) pierde los papeles

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la doctrina bruta y achorada (dba) pierde los papeles
LA DOCTRINA BRUTA Y ACHORADA (DBA) PIERDE LOS
PAPELES
La crisis que actualmente padece el Mundo no solo es económica, sino ideológica.
Una vez que se reemplazó a Dios y lo divino, vino el consumismo y el hedonismo.
Las sociedades capitalistas aspiran a la casa más grande, al auto del año o al
celular de última generación. No hay tiempo para la reflexión, el diálogo, la cultura
o, simplemente, para pensar en el otro; sino, para consumir en una loca carrera
sin sentido.
Nadie habla, por ejemplo, de la deuda que el Norte le tiene al Sur por concepto de
explotación, guerras, saqueo y esclavitud del pasado (véase, la introducción de
Rómulo Morales Hervias a la edición peruana del libro de ANTON MENGER. El
Derecho Civil y los Pobres, Jurista Editores, Lima 2011). La única deuda que tiene
acogida en los foros internacionales es la deuda externa de los países pobres,
normalmente originada por dictaduras promovidas o apoyadas por las propias
potencias capitalistas. En este contexto, obviamente, la deuda externa no tiene
justificativo moral.
Los economistas han tomado el uso de la palabra en este nuevo orden: es
necesario aumentar la producción de forma incesante, por lo que es menester
brindar los incentivos adecuados, tales como la conservación, a toda costa, de la
libertad económica, la relajación o eliminación de “rigideces” en el mercado
laboral, la nula intervención del Estado o el imperio del mercado, entre otras.
Los abogados han seguido el mismo camino, y hoy cualquier problema jurídico
pretende resolverse rápidamente con los mismos fundamentos. Vale aclarar que
no negamos la importancia de la economía, sino del abuso que pueda cometer la
economía y la tecno-burocracia cuando pretende reducir toda cuestión a un
fenómeno de producción, circulación y consumo de bienes. De allí vienen las
letanías sobre la seguridad jurídica de los inversionistas, el temor a la huida de los
capitales o el miedo frente a cualquier mínima intervención del Estado. Nadie dice
que el Poder Judicial es el último garante de los derechos del hombre y de su
dignidad, sino que “debe brindar seguridad a los contratos e inversionistas”. En
buena cuenta, el juez se convierte, solo y exclusivamente, en un apéndice de los
poderes fácticos.
Existe toda una doctrina jurídica, bien coordinada, que constituye el punto de
defensa del orden vigente, con el subsiguiente ataque y pretensión de destrucción
a todo aquel que pudiese discrepar. Esta situación ha llegado al extremo de negar
cualquier posibilidad de reforma constitucional. El Perú debe ser el único país del
mundo en el cual la Constitución se pretende sacrosanta; y cuando alguien
propone su revisión parcial, entonces tiene que sufrir una inmensa presión que
intenta descalificarlo.
Es cierto que una buena parte de la doctrina económica es inteligente; de ella
podemos aprender y discrepar, por lo que siempre existe la posibilidad de diálogo
y enfrentamiento en tonos aceptables. Sin embargo, lamentablemente, existe otro
grupo (dogmático y/o economicista) cuya única característica es insultar, mentir o
deformar la realidad. Es el viejo truco, indigno en el trabajo académico, que
consiste en alterar la opinión contraria para luego atacar una posición que ellos
mismos se han inventado. Yo la llamo, parafraseando el nombre acuñado por la
prensa, como DOCTRINA BRUTA Y ACHORADA (DBA).
La DBA tiene las siguientes características:
i)
Defiende la letra inflexible de la ley “cuando les conviene”, es decir,
son más positivistas que el propio Kelsen. Su frase favorita es “la ley
lo dice”; y si le repreguntas, ¿por qué lo dice?, entonces su respuesta
es: “eso no interesa”, “la interpretación no puede cambiar el sentido
del texto”, “las valoraciones ideológicas no han pasado a la ley”. Se
trata de “doctrinarios a lo Martha Hildebrandt”, pues, sin duda, creen
que el Derecho es una parte de la lingüística.
ii)
Si la ley no les conviene, entonces, se la critica bajo el rótulo de
“normas inviables”, “comunistas” o “contraria a la inversión”. El caso
paradigmático es la limitación en la propiedad de las tierras, que la
Constitución lo permite expresamente (art. 88), pero que ha recibido
un rechazo sistemático. En este punto, la Constitución ya no es
sacrosanta.
iii)
Existe la tendencia de colgarse del saco ajeno. Nunca propone algo;
se limita a referirse al otro. Eso solo puede llamarse mediocridad.
iv)
Es una “doctrina” sin ideales, fría, gris; casi podría decirse, triste.
v)
Por último, la falta de ideas, propuestas o corrientes de reforma, hace
que sus argumentos se reduzcan a la fácil diatriba.
Este grupúsculo mediocre, ante la imposibilidad de frenar los avances de las
corrientes reformistas, solo demuestra desesperación. Incluso, estos ignorantes
del trabajo académico dicen que la modificación de las ideas o la aclaración de los
planteamientos, constituye una “actitud de conveniencia”. Nunca habíamos leído
tamaña ineptitud. El trabajo científico exige la duda metódica, el afán de llegar a la
verdad, la incesante deliberación. La ciencia es incompatible con el dogma o la
cerrazón. Entonces, ¿cómo puede decirse que profundizar en las investigaciones
es “una actitud de conveniencia”? Sin duda, hay que tener bastante desvergüenza
para opinar de esa forma.
Carlos Cueto Fernandini (1913-1968), destacado filósofo y educador peruano,
señala en forma lúcida que el desarrollo de la humanidad se sustenta en dos
valores fundamentales: la disciplina y la libertad. Por la primera, los hombres
somos persistentes en el logro de metas; y descartamos el ocio, la pereza y el
facilismo. Por la segunda, podemos actuar en forma autónoma, sin sujeciones a la
autoridad o a las verdades oficiales, dentro de los límites propios de nuestra
condición humana. Pues bien, ¡qué preclara suena esta reflexión el día de hoy!
En el mundo de los neo-teóricos sin rumbo, es fácil advertir que el apresuramiento
atolondrado por hablar y opinar constituye una falta de disciplina y rigurosidad; por
otro lado, el sometimiento absoluto, o la simple bajada de cabeza ante un autor
extranjero, representa todo lo contrario al valor supremo de la libertad de
pensamiento, de opinión, de creación. Las preguntas deben responderse sin el
uso de dogmas de fe y, por el contrario, siempre debe buscarse una actitud
reflexiva y racional. El acto de copiar o insultar es una forma de cobardía, pues
simplemente se pretende el fácil expediente de refugiarse en el otro, o de rehusar
al debate dialéctico para adoptar la poco varonil actitud de la agresión por medio
del papel. En cambio, la libertad creadora es sinónimo de valentía, pues hay que
ser valiente para ejercer a plenitud la libertad, lo cual significa disentir, criticar y
opinar sin sujeciones, de manera inflexible si se quiere, pero con un mínimo de
clase.
Por tanto, debemos andar con mucho cuidado frente a aquellos que pretenden
reducir el Derecho a la Política, o construir un Derecho alejado de la Ética. Las
siguientes palabras de RAMÓN VALLS (Una ética para la bioética. Y a ratos para
la política, Editorial Gedisa, Barcelona 2003, p. 14) son sobrecogedoras y
hermosas al mismo tiempo:
“Protestemos pues contra el sufrimiento de los inocentes. Desobedeció
Antígona, en nombre de las leyes no escritas, el decreto de Cretone que le
prohibía dar sepultura el hermano. Protestó Platón contra la ejecución legal
de Sócrates. Y nuestro gremio, porque conoce demasiados casos de
persecución de filósofos, que mantenga la protesta contra la hoguera
inquisitorial que quemó vivo a Giordano Bruno en una plaza de Roma. Se
levanta pues en nosotros una instancia (¡la ética!) que juzga las
obligaciones jurídicas y las costumbres establecidas, y llega a veces a
incumplirlas en nombre de un deber superior”.
No sé si lograremos cumplir tamaño desafío, esto es, un Derecho con Ética, pero
por lo menos esta es nuestra intención; y, también, el rechazo a la DBA.

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