No hay responsabilidad histórica para los herero y los

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No hay responsabilidad histórica para los herero y los
No hay “responsabilidad histórica”
para los herero y los nama
Àngel Ferrero 08/10/2011
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Funcionarios del Reich colocan los cráneos de veinte herero en cajas para su transporte a Berlín.
Ilustración de Meine Kriegserlebnisse in Deutsch-Südwest-Afrika (Minden, 1907), escrita por un
oficial de las Schutztruppen.
Cuando la semana pasada el ministro de Asuntos Exteriores alemán Guido Westerwelle intervino en
la Asamblea General de la ONU para aclarar la posición oficial de su gobierno respecto a la
propuesta de creación de un estado palestino, gravitaba sobre su discurso lo que los alemanes
llaman, eufemísticamente, su «responsabilidad histórica hacia Israel». No muy lejos del Bundestag y
la Cancillería se encuentra en Berlín el Monumento a los judíos de Europa asesinados: 2.711 estelas
de hormigón en un campo inclinado de 19.000 metros cuadrados. Se trata tan sólo de una muestra
del colosal trabajo de memoria histórica de los alemanes hacia su pasado reciente, que no se
encuentra en el Reino Unido o Francia (donde existen museos que celebran sin ningún pudor su
pasado imperialista) y mucho menos en el Reino de España (donde además de las calles y placas
dedicadas a notorios fascistas, existe una estatua de Hernán Cortés en Medellín pisando la cabeza
cortada de un indio). El sufrimiento humano es inaceptable y no admite comparación. Pero por esa
misma razón resulta tanto más doloroso el silencio con el que Alemania ha enterrado el genocidio
colonial que cometió en África a comienzos del siglo XX.
Veinte cráneos
Un cable de la agencia EFE de la pasada semana informaba de que «el acto de entrega a Namibia de
20 cráneos de víctimas del genocidio perpetrado por el imperio alemán durante la guerra colonial
despertó el viernes en Berlín la indignación de la delegación namibia ante la ausencia por parte
germana de ministros del mismo rango.» De hecho, la representante del gobierno, la liberal Cornelia
Pieper, secretaria de Estado del Ministerio de Asuntos Exteriores, fue interrumpida constantemente
durante su discurso y hubo de abandonar la sala antes de tiempo. Aunque el motivo original de la
disputa fueron los cráneos de veinte miembros de las etnias herero y nama –entre los cuales, cuatro
de mujeres y uno de un niño de entre tres y cuatro años– que se exponían en el Hospital de la
Charité en Berlín, donde a comienzos del pasado siglo se emplearon con la pretensión de
fundamentar las teorías raciales en boga, lo que provocó verdaderamente la indignación de la
delegación namibia fue que Cornelia Pieper pidiese a los pueblos herero y nama su “conciliación” (
Versöhnung) en vez de ofrecerles sus “disculpas” (Entschuldigung). La elección del término no es
casual: una disculpa oficial obligaría al gobierno alemán, como sucesor legal del Reich, a pagar
reparaciones económicas a Namibia, algo que reclamó ya en el 2002 Kuaima Riruako y otros 199
herero en un tribunal estadounidense tras haber fracasado la misma iniciativa en el Tribunal
Internacional de Justicia de La Haya.
El término “conciliación”, además, elude la gravedad de los hechos situándolos en un contexto de
dominio colonial y no en el de un genocidio. La Convención para la Prevención y la Sanción del
Delito de Genocidio de la ONU, adoptada por la Asamblea General el 9 de diciembre de 1948 y
ratificada a día de hoy por más de 140 países –entre ellos Alemania–, entiende por genocidio una
serie de actos «con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o
religioso, como tal [es decir, como tal grupo, AF]», entre los cuales: «
a) Matanza de miembros del
grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento
intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o
parcial; d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado por fuerza
de niños del grupo a otro grupo.» Todo eso es precisamente lo que intentaron llevar a cabo los
alemanes en sus colonias africanas.
De la insurrección de los herero a la guerra contra los “hotentotes”
Como es sabido, la tardía y nunca bien resuelta unificación de Alemania en 1871 hizo que el Reich
se sentase a la mesa del reparto colonial como último comensal. A pesar de las autocomplacientes
teorías del Sonderweg y el aparente desinterés hacia el deseo de poseer colonias a ultramar, el país
codiciaba, como lo hacían todas las demás potencias coloniales, participar en el saqueo mundial de
materias primas para alimentar a su industria en desarrollo y ganar acceso al control de las rutas
comerciales por mar. La oportunidad la brindó el denominado “reparto de África”, materializado en la
Conferencia de Berlín (1884) –que en Alemania se conoce significativamente como Conferencia del
Congo (Kongokonferenz)– organizada por el canciller alemán Otto von Bismarck y en la que las
grandes potencias europeas aparcaron sus diferencias, como hacen siempre los grandes capitanes
de industria, para explotar más y mejor África –al margen y a costa de los africanos, por
descontado– en lo que supuso el disparo de salida de la fase imperialista del capitalismo. De esta
conferencia se recuerda especialmente el papel de Leopoldo II de Bélgica, quien superó a todos los
demás mandatarios europeos en desfachatez adjudicándose la propiedad privada del así llamado
Estado Libre del Congo, del que sacó pingües beneficios a través de la concesión de licencias para
la explotación de las minas y la extracción de caucho así como de la venta de marfil. En el país de
Leopoldo II a los trabajadores que no cumplían con las exigentes cuotas de producción se les
cortaba una mano y, como nadie se tomó la molestia de censar a los congoleños, aún hoy se
desconoce la cifra exacta de muertos –por extenuación o ejecutados por la Force Publique–, que se
estima entre los 5 y 10 millones. En la Conferencia de Berlín Alemania se quedó con Togoland
(actual Togo y Ghana), Camerún, África Oriental Alemana (hoy Burundi, Ruanda y Tanganika) y
África del Sudoeste Alemana (hoy Namibia), donde tuvo lugar el genocidio.
La confiscación de tierras con el fin de entregarlas a los colonos alemanes para convertirlas en
grandes extensiones de cultivo desplazó a los herero y nama de sus tierras, que aparecen
invariablemente en las estampas de los libros coloniales como despobladas, aguardando la
supuestamente laboriosa azada europea. El modo de vida de ambas tribus se basaba principalmente
en un ganado que, debido la escasez de tierras para el pastoreo y fuentes de agua, comenzaba a
menguar, a lo que se sumaron fatalmente las enfermedades vacunas traídas de Europa, un brote de
tifus, una plaga de langostas y una temporada de sequía. Privados de su tradicional medio de
subsistencia, muchos herero se vieron forzados a trabajar como jornaleros para los colonos
alemanes –subvencionados por el estado alemán a través de su oficina colonial con sede en Berlín–
o alistarse en su ejército. No todos, claro. En 1904, Samuel Maharero, un dirigente de la comunidad
herero, consiguió aglutinar el descontento y organizar una columna de 8.000 hombres para combatir
al ejército alemán que consiguió desbordar inicialmente en número a las tropas coloniales alemanas (
Schutztruppen) y librar una efectiva guerra de guerrillas que consiguió cercar Okahandja así como
bloquear las comunicaciones de los alemanes destruyendo las vías de ferrocarril en Osona y las
líneas del telégrafo en Windhoek, retrasando la llegada de tropas llegadas por mar desde
Swakopmund. En la región de Waterberg los insurrectos expulsaron a los colonos, se apoderaron de
armas e infligieron graves derrotas a los colonos alemanes.
Tras la dimisión del gobernador, Theodor Leutwein, Lothar von Trotha –un militar con experiencia en
la supresión de las revueltas en África oriental alemana y la Rebelión de los bóxers en China (18981901)– asumió el cargo junto al de comandante en jefe de la región con la misión de aplastar la
insurrección de los herero. Von Trotha, que declaró a un periódico berlinés que «una guerra no puede
conducirse humanamente contra quienes no son humanos», llevó a cabo una despiadada campaña
cuyo fin explícito era del exterminio de los herero como pueblo, asesinando indiscriminadamente a
heridos, prisioneros, mujeres y niños, aterrorizando a la población y posiblemente envenenando sus
acuíferos, méritos por los que fue condecorado personalmente por el káiser Guillermo. Von Trotha
llegaría a firmar tras la expulsión de los herero de la región una “orden de exterminio” (
Vernichtungsbefehl) el 2 de octubre de 1904 –de la que se conserva una copia en el Archivo
Nacional de Botswana– que contrasta vivamente con el comportamiento de los combatientes herero,
que perdonaron la vida a mujeres, niños, africanos y blancos no alemanes. En la batalla de
Waterberg, von Trotha consiguió rodear, gracias a un ejército moderno –con una toma de decisiones
centralizada y tecnológicamente superior–, a los herero, que, superiores en número pero mal
equipados, acabaron sufriendo una dura derrota. Aunque hoy se debate si fue un error técnico de
von Trotha o una decisión deliberada, los herero pudieron huir del cerco a través del desierto de
Omaheke, donde la mayoría murieron de hambre y de sed en una auténtica marcha de la muerte (
Todesmarsch). Se cree que al menos 30.000 herero murieron en esta travesía, más que en cualquier
otra batalla contra los alemanes. Sólo 1.000 herero, incluyendo a Maharero, consiguieron cruzar con
vida el desierto y llegar a la británica Bechuanalandia (actual Botswana). 2.000 de ellos escaparon
hacia Ovamboland, al norte, o a Namaland, al sur, donde informaron a los nama –hasta no hace
mucho, su enemigo histórico– del trato recibido por los alemanes. Muchos habían desertado antes
del ejército alemán precisamente por esa misma razón.
Los nama retomaron el testigo de la lucha anticolonial contra el dominio alemán bajo el liderazgo de
Henrik Witbooi –un antiguo oficial del ejército colonial– y Jakobus Morenga –hijo de un herero y una
mujer nama, por cuya cabeza el káiser Guillermo II ofreció personalmente 20.000 marcos– librando
una guerra de guerrillas que, como antes la de los herero, comenzó con éxito para los insurrectos en
sus ataques a propiedades privadas, edificios gubernamentales e instalaciones militares alemanas.
Pero nuevamente la superioridad tecnológica de los alemanes decidió la suerte de los nama: Witbooi
fue herido de muerte en 1905 durante un ataque a una columna de transporte alemana, Morenga
murió en combate en 1907 contra los alemanes y los británicos, que entretanto habían unido sus
fuerzas contra el enemigo común. Simon Kooper, bajo el mando del cual se reunieron los restos de
las fuerzas de los nama, consiguió llevar a su gente hasta Kalahari, lejos de los alemanes, donde
negoció con el gobierno colonial británico para que no se extraditase a los combatientes nama.
Quienes no consiguieron escapar fueron hechos presos y enviados a campos de concentración
–inspirados en los establecidos por los británicos en sus guerras coloniales– de Okahandja, Windhuk
y Swakopmund y otros lugares, donde trabajaron como mano de obra esclava en la construcción de
carreteras y vías de transporte: en Shark Island (desde donde se enviaron por cierto los veinte
cráneos que ahora Alemania ha devuelto) 1.359 presos de un total de 2.014 murieron en la
construcción de una carretera entre Lüderitzbucht y Keetmannshoop. Los nama presos en los
campos fueron diezmados a causa de enfermedades como el tifus, la disentería y el escorbuto, cuyo
efecto se multiplicó por la falta de asistencia médica y de agua potable y el hacinamiento.
De los 17.000 herero capturados tras la guerra de 1904 y enviados a campos de trabajos forzados,
6.000 perecieron sólo en 1907. Los supervivientes fueron separados y enviados a trabajar en las
granjas de los colonos alemanes con el objetivo de borrar de la faz de la tierra su cultura. De los
aproximadamente 20.000 nama que vivían en 1904, sólo 9.800 habían sobrevivido para 1911 al
hambre, la horca y el trabajo esclavo. El oficial médico jefe de Swakopung describió gráficamente a
los presos nama como p
«iel sobre huesos, literalmente», una expresión que se repetiría cuarenta
años más tarde, cuando los soldados estadounidenses y soviéticos derribaron las puertas de los
campos de concentración nazis.
Repercusiones políticas e históricas
Menos conocido aún es el impacto que tuvo la represión del alzamiento en la política de la
metrópolis y, notablemente, en la socialista, al punto que las elecciones de 1907 llegaron a ser
conocidas como “las elecciones de los hotentotes” (Hottentottenwahl) por su acalorado debate sobre
la supresión del pueblo nama que estaba sucediendo y que se había mantenido en secreto desde
1904. Mientras el secretario de Estado de la Oficina colonial, el banquero Bernhard Dernburg,
afirmaba que «no puede haber ninguna duda de que en el proceso de civilización, algunas tribus
nativas, como algunos animales, deben ser destruidos, pues de lo contrario degeneran y se
convierten en una molestia para el estado», y desde la bancada conservadora se insistía incluso en
que «la raza blanca había de considerarse doquiera como la raza superior», el gran dirigente
socialdemócrata August Bebel fue difamado por sus adversarios por su oposición a la guerra, que
criticó en declaraciones como la de que «una guerra como ésta puede llevarla a cabo cualquier
aprendiz de carnicero, no hace falta ser general o un alto oficial.» El genocidio de los herero también
sería tenido en cuenta por Rosa Luxemburg en varios de sus escritos, señaladamente el “Panfleto de
Junio” (1915).
El genocidio contra los herero y los nama tuvo también repercusiones históricas poco conocidas.
Como ha señalado Ben Kiernan en Blood and Soil. A World History of Genocide and Extermination
from Sparta to Darfur (New Haven, Yale University Press, 2007), «Heinrich Göring, padre del futuro
dirigente nazi Hermann Göring, sirvió en 1885-91 como Reichskommissar de África del Sudoeste
Alemana […] Entre los alemanes que allí participaron en el genocidio de las poblaciones herero y
nama entre 1904 y 1908 se encontraba el futuro gobernador nazi de Baviera, Franz Ritter von Epp,
quien durante la Segunda Guerra Mundial fue responsable de la liquidación de virtualmente todos los
judíos y gitanos bávaros. En una concentración nazi en Nuremberg de 1931, von Epp y Hermann
Göring aparecen juntos frente a Hitler. […] Otro futuro nazi, Eugen Fischer, llevó a cabo su
investigación racista en la África del Sudoeste Alemana […] [Fischer llegó a ser] el presidente del
Instituto Alemán Káiser Guillermo para la Antropología, la Herencia Humana y la Eugenesia,
denunciando a las “personas de color, los judíos y los híbridos gitanos”, y proporcionó a Hitler una
copia de su obra mientras este último redactaba Mi Lucha en prisión. Tras tomar el poder en 1933,
Hitler nombró a Fischer rector de la Universidad de Berlín, donde comenzó la depuración de
profesores judíos. El instituto de Fischer más tarde instruyó y patrocinó investigaciones
seudocientíficas llevadas a cabo por médicos nazis, entre los cuales el notorio Josef Mengele.»
Gestos de “conciliación”, desde luego, los ha habido: la visita del canciller Helmut Kohl a Namibia en
1990 con la promesa de ayuda financiera; la visita a Waterberg de la ministra para la Cooperación y
el desarrollo Heidemarie Wieczorek-Zeul en 2004, que incluyó la inauguración de una placa
conmemorativa; o las disculpas sinceras de los herederos de von Trotha. Todo esto, sin embargo, no
puede ser visto más que como migajas por los herero y los nama, pues el estado de Israel –que
prácticamente se arroga en exclusividad el derecho a percibir las compensaciones económica por el
Holocausto, en detrimento de otras comunidades judías– ha recibido 25 mil millones de euros en
reparaciones –la cifra no es definitiva– y goza de la posición de socio preferente de Alemania, quien,
entre otras cosas, suministra al ejército israelí camiones Unimog –producidos por Mercedes-Benz en
Wörth am Rhein (Renania-Palatinado)–, avionetas Grob –fabricadas por la empresa sucesora de
Grob-Werke, que utilizó a judíos como mano de obra esclava durante el Holocausto– y submarinos
Dolphin, fabricados especialmente para las fuerzas armadas israelíes por la HowaldtswerkeDeutsche Werft, una compañía –ironías de la historia– propiedad de la ThyssenKrupp. Pero para los
herero y los nama sigue sin haber “responsabilidad histórica”.
Àngel Ferrero es miembro del Comité de Redacción de SinPermiso.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 8 de octubre de 2011
URL de origen (Obtenido en 09/12/2016 - 00:50):
http://www.sinpermiso.info/textos/no-hay-responsabilidad-histrica-para-losherero-y-los-nama

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