Suplemento Panóptico No. 35

Transcripción

Suplemento Panóptico No. 35
DIRECTORIO PANÓPTICO
Consejo Coordinador - Efraín Villagrán
Comisión de Comunicación - Jorge L. Morán
Comisión de Edición - Manuel Ortiz
“C
uando estoy cerquita de ella
el mundo se me hace guango,
y se estruja como una bolsa
de papel frente a mis ojos; de repente las
cosquillas por mi espalda se propagan para
todos lados y el pellejo que me envuelve es
una extensión de sus caricias…”.
- (Y sigo pensando estas cosas mientras
el faje agarra ese sabor a Mariana, mujer
chiquita que me fascina y se vuelve agua
entre mis manos; todo huele a ella, el sexo
se convierte en una pegajosa realidad al
fondo del jardín donde nadie nos espía, sólo
Diosito nos mira desde allá arriba y desde
todas partes, cómplice juguetón de mis
audaces exploraciones en ese rinconcito
divino donde hacen su nido las olas de sudor
y de saliva, en ese mar donde navegan las
ganas que me dominan como puberto, cada
vez que Mariana está conmigo, cada vez que
la miro así, de cerquita).
“Una pequeña muerte que entra por mis
ojos y se hace temblor bajo mis pies… un
cuchillito filoso que rasga de a poco su
carnita, un respiro que se vuelve huracán
y grito a la mitad del trayecto vigoroso, en
ese viaje que me lleva hasta el sótano de su
alma…”.
- (Con el salvajismo de un amante callejero
voy moldeando las caderas de Mariana
como si fueran de barro, como un pulpo
incontenible que sube por sus pantorrillas
y aprieta un poquito entre sus muslos;
después soplo y el viento baja por su oreja
dándole vida al escalofrío que inventamos
desde hace un tiempo… Hábil como
rectora del cachondeo, me ha enseñado a
mordisquear y ensalivar rincones etéreos
que se forman entre mi pecho y sus senos,
a azuzarle la ansiedad y manosearla con
la devoción de un beato enamorado de su
santísima patrona).
“!Ah, bárbara muchacha¡ !Cómo es que te
vine a encontrar en este valle de lágrimas
y perdición, donde sólo eso que tú me
das le da paz y alegría al espíritu! Que
Dios te cuide y que prolongue tu talento
hasta exorcizar del todo los demonios de
la carne que traigo adentro del alma, los
que agusanan la soledad del hombre en su
biología perfecta y se convierten en ganas
que saltan por todas partes, por la nariz,
por la punta de mis dedos y la rendija de los
ojos… Dame un respiro, Mariana, vuélvete
aire y deja que te respire hasta el ahogo,
déjame asfixiado con tu amor feromonal,
vámonos a otra dimensión y seamos dioses
nosotros también…pero mientras, tú síguele
sin detenerte, y haz que llueva para no
morirme de sed… sálvame de nuevo, de una
vez y para siempre”.
- (Cierro los ojos para prolongar el fervor.
Una mano bajo su ombligo, un dedo que se
aventura, un aullido que se estrella contra
la pared y la luna llena en las manos de
Mariana. No hay tiempo que perder. En casa
la esperan y yo no existo a ciertas horas.
Miro las estrellas y no me sorprenden,
las había conocido antes bajo su falda;
milagrosa al fin, Mariana ha dejado su
nombre tatuado entre las rosas, en las
paredes, en las avenidas y en el callejón: su
nombre para siempre, en todo tiempo y en
todo lugar. Un estremecimiento infinito
que comenzó cuando puse una mano donde
no debía y ella la hizo crecer a lo largo de
su espalda, su cuello, sus senos -jarritos de
almíbar- y la punta de sus pies).
“Tal vez mañana, Mariana, tal vez para
siempre”.
- (Dios te salve, Mariana del medio día y
el atardecer… bendita eres entre todas las
vecinas y las chicas de la plaza; lléname de
gracia, mójame una vez más, que tu cuerpo
llora para la salvación de mi alma, y yo me
muero de amor en el pecado de quererte
desnuda para siempre).
al llegar a los talones preciosos. Al otro lado esos
pechos inmaculados se expandían y contraían
mientras tu vientre padecía un ligero temblorcillo
a cada tacto mío.
P
or todo lo que ha sido desde mis orígenes,
por todos los lugares en lo que he estado
y las mujeres que he conocido, nunca me
hubiera imaginado que me encontraría aquí
contigo. En la cabaña donde vivo alejado de la
ciudad. Despertaste tiempo antes que yo, te
levantaste desnuda así como estabas, sólo con
esos zapatos rosas para caminar a campo abierto.
Observo desde la puerta cómo corres libre y subes
a los setos, el fondo es pastizal y magueyes, arriba
un cielo repleto de nubes va cobrando diferentes
formas por el aire que flota a nuestro alrededor.
Ayer me encontraba mirándote también como
ahorita, atento a tus reacciones mientras con
lujuria te desabrochaba lentamente la blusa.
Cual escultura te quite el velo hasta que asomo
una criatura desnuda del ombligo al cuello.
Después desabroché el cinturón que sujetaba tus
pantalones y me seguí con el botón. Ni siquiera
apuré el paso cuando la prenda quedó atorada en
tu cadera, solamente me preguntaba asombrado
en silencio cómo era que tan ajustados entraban.
Con fascinación abracé tus nalgas, te di la vuelta
y bajé de un tajo toda la tela que resbala hasta tus
zapatos. Las llené de besos al comprobar con una
sonrisa que no llevabas ropa interior.
Tu cuerpo quedó visible de espaldas totalmente
desnudo. Los átomos de piel reunidos y
ondulados con exquisitez, describían tu fina
espalda. Los óvalos cachondísimos de tus caderas
sobre esos muslos robustos iluminados por un
rayito de luz, iban cediendo paso y se adelgazaban
Todo tu encanto despertó en mí también
grandes sentimientos. Entre el suspiro y el jadeo
desabroche, mi propio pantalón descubriendo
un miembro excitado al máximo de lo que puede
estar. Con un ligero enchuecamiento hacia la
izquierda lo tomaste, blandiéndolo tú misma,
lo frotaste contra la carne de tu pelvis y tus
piernas. Besabas mi boca con decisión metiendo
profundamente tu lengua y jugueteando con la
mía. Se deslizaron tus labios por mi cuello, por
detrás de las orejas, recorriste este cuerpo hasta
que te lo metiste completamente a la boca.
-Desconfío de las mujeres que no lo chupan
cuando nos encontramos ya inmersos dentro de
lo animal sexual-. Pensaba, mientras te tomaba
de la cabeza mirando agradecido tu rostro
lamiéndome. Seguía mi turno y lento exploré con
mis dedos y boca tan hermoso altar, le rendí su
debido culto. Y luego te cojo, sintiendo tú abraso
y tú desesperación por poseerme, sintiendo cómo
me envuelves y aprietas; cómo te deleitas, me
muerdes, mojas y ensalivas; cómo jalas mi cabello.
Nos admiramos sin límites haciendo una cosa.
Al mismo tiempo otra, sin dejar de coordinarnos
para una tercera. Abrazados ya en silencio, con
la mente relajada, escuchamos los latidos de
nuestros agitados corazones. Sudorosos, cansados,
oliendo todo lo existente impregnado de nuestro
propio olor. Nos derramamos sobre el mundo.
Formamos un eclipse cuando un cuerpo iluminado
se oscurece por los mantos del otro. ¡Que hermosa
la naturaleza!
Apunto de quedarte dormida abrí tus piernas,
oliendo, besando, acariciando; preparando el
terreno volví a penetrar en ti, obligándote a pasar
de la desorientación del sueño con sorpresa
a la conciencia de estar despierta; de repente,
sin pensarlo, ya estabas arriba tomando todo
el control, moviéndote. Yo me lamí los labios
sosteniendo tu peso, embarrándome a ti. Feliz,
sabía que de un momento a otro pedirías que me
pusiera detrás.
S
uplemento Panóptico tiene el gusto de
presentar esta trigesimo quinta edición
dedicada a la literatura erótica, aquella
literatura que, por defición, se lee con una
sola mano... Dicho género literario ha sido
a través de sus historia el sitio ideal para
recrear las fantasías sexuales que vagan
en el imaginario colectivo de una sociedad.
¿Qué es el erotismo? Pues bien, este
término está situado al otro extremo del
amor romántico y/o etéreo (amor a Dios);
el erotismo es el toque, la tangibilidad del
amor encarnado en una persona u objeto.
Es el cuerpo hecho deseo o el sentimiento
reencarnado.
Los griegos comprendían muy bien está
diferencia pues tendían a distinguir
entre el eros y el ágape, siendo este
supermachinblog.blogspot.com
Por Adán Pop
Lovage - Music to Make Love to Your Old Lady By
75 Ark Records, (Estados Unidos) 2001
Lovage fue un proyecto fugaz
conformado por el beatmaker Dan The
Automator (productor de Gorillaz),
Mike Patton (a quién recordarán por
bandas como Faith No More o Mr.
Bungle), Jennifer Charles y el DJ
canadiense Kid Koala. Musicalmente el
sonido de Lovage va inclinado hacia el
trip-hop y el jazz ácido; Dan y Kid Koala
crean la música del fondo mientras Mike
y Jennifer entablan un diálogo sensual e inclinado un tanto a
lo lascivo. Canciones como Stroker Ace, Strangers on a Train,
Lifeboat, To Catch a Thief o Sex (I'm A) suelen ser bastante
estimulantes, perfectas para una noche carnal, especialmente
por la provocativa y seductora voz de Jennifer Charles. "Música
para hacer el amor a tu mujer".
Vato Negro - Bumpers
N2O Records, 2008
No es para nadie un secreto que
Omar Rodriguez-Lopez es uno de los
guitarristas más reconocidos a nivel
mundial, todo gracias por su peculiar
estilo y manejo de la guitarra, a de
modo que los proyectos donde se ve
involucrado rebosan de un sonido
conciso, tal es el caso del proyecto
Vato Negro, dónde el integrante de
la banda The Mars Volta, Omar, se
explaya de manera libre causando un gran material psicodélico.
De carácter progresivo y experimental Vato Negro surge bajo la
mano del también bajista de The Mars Volta, Juan Alderete hace
más de una década, junto con el baterísta Deantoni Parks, así
dando forma al disco Bumpers, un album de intesos momentos,
largos tracks como Sidestepper (15 min) o Under the Vatican (8
min) que te embarcan a múltiples paisajes mentales. No es algo
que se escuche todos los días.
último un término que remitía a lo etéreo.
Después, durante la Edad Media y con el
posicionamiento hegemónico de la Iglesia
Católica en Occidente, se desplazó al
Cuerpo como objeto de alabanza. El
único amor era el que se debería tener
hacia Dios. El erotismo quedó de lado y
se prohibió la libertad para experimentar
con el placer.
A El cantar de los cantares, uno de los libros
más bellos y el más erótico de la Biblia,
se le intenta mutilar el sentido al escribir
al pie de página que todas aquellas
palabras están dirigidas a Dios y no al Rey
Salomón como hombre de carne y hueso.
Frases como “¡Que me bese con los besos
de su boca! / Mejores son que el vino tus
amores; /mejores al olfato tus perfumes;
/ ungüento derramado es tu nombre, /
por eso te aman las doncellas”. Cómo es
posible imaginarse a Dios y a su esposa la
Iglesia cuando se leen versos como estos:
“¡Qué hermosos tus amores, / hermosa
mía, novia! / ¡Qué sabrosos tus amores!
¡más que el vino! / ¡Y la fragancia de tus
perfumes, más que todos los bálsamos! /
Miel virgen destilan tus labios, novia mía.
/ Hay miel y leche debajo de tu lengua;
/ y la fragancia de tus vestidos, como la
fragancia del Líbano”.
La literatura erótica frecuentemente ha
sufrido los estragos de la censura, pues
todas la sociedades han establecido un
punto límite donde su moral diferencia entre
lo erótico y lo pornográfico. Desde algunas
lecturas bíclicas que abarcaban lo erótico
como la antes presentada, pasando por la
literatura cortesana, por el surgimiento del
sadismo (claro con el Marqués de Sade),
hasta llegar al libro vaquero o a los relatos
eróticos vía internet, la literatura creada con
la intención de alborotar nuestras hormonas,
ha persistido como una lectura relegada
a lo privado pero su presencia jamás ha
cesado ni cesará, pues es la expresión de
las fantasias sexuales más recónditas de
una sociedad sexualmente muy inquieta
pero preocupada por guardar las formas.
S
entado se le veía distinto, serio, rígido, como si
estuviera esperando una mala noticia, pero ahora
que está detrás mío su semblante es otro. Confieso
que me ha tomado por sorpresa, parece uno de esos tipos
misteriosos que bien pueden estar escondiendo una pistola
o un anillo de compromiso.
Yo no oculto nada, pero me suelo disfrazar, que es distinto,
siempre soy yo; hoy, por ejemplo, estoy atendiendo a una
paciente con una muela picada y él, probablemente, está
aquí por un blanqueamiento dental, que desde mi punto
de vista es lo único que le falta para ser el dentista apuesto
que anuncia una marca de dentífrico; sin embargo, ambos
sabemos que todo esto es puro teatro.
No hemos cruzado palabra alguna, si acaso algunas
miradas que terminan en el borde de la mesa de centro o en
los cuadros de Botticelli que cuelgan de las paredes. Casi
puedo escuchar su respiración y cómo pasa saliva de vez
en cuando.
Sé que lo desea pese a su aparente solemnidad; su mirada
parece traicionarle y mi intuición me dice que en realidad
es un cazador estudiando su presa. Me pregunto qué sería
de las liebres si éstas vieran en los ojos de los cazadores
su verdadera intención. Seguramente adivinarían, como
lo hago ahora, que están a punto de morir y entonces ni
siquiera se acercarían al cebo.
Pues bien, he mordido la carnada. Abro las piernas sólo un
poco, pero es suficiente para que su mueca se transforme,
supongo que no esperaba una presa dispuesta a ser cazada.
Sus ojos se me han clavado como balas, parece que ha
olvidado que se encuentra en un consultorio dental. Se
moja los labios y puedo ver cómo sus pulmones se hinchan
al respirar. Creo que está agitado.
Me toco. Siento cómo mi dedo índice resbala y compruebo
que soy como una ceda empapada. Si me lo permite,
podría seguir hasta el final, pero de súbito se levanta
de su asiento. Aunque le tiemblan las manos, intenta
incorporarse y al fin ha esbozado la mitad de una sonrisa.
Me toma de la mano y con un movimiento difícil de
describir nos coloca de frente a un muro.
De cara a la pared suspiro al recordar que traigo puesta
una falda corta. Existen maniobras que simplemente son
irrealizables cuando se viste pantalón. Reconozco que la
eterna discusión sobre igualdad de género es absurda y en
este momento prefiero ser una mujer dócil.
Parezco un criminal a punto de ser esposado. Ha llevado
mis manos y brazos a uno y otro lado de mi cabeza y por la
fuerza con que lo hizo parece que no quiere que las mueva
de ahí. Yo le obedezco.
Aunque se encuentra detrás, puedo oler su humor, mezcla
de maderas, tabaco y sudor; sin duda este último me
provoca. Cierro los ojos e imagino cómo es su miembro, si
tiene vello púbico profuso o si es lampiño, al tiempo que
escucho cómo baja el cierre
de su pantalón.
Semidesnuda y con la
espalda arqueada, no
puedo evitar levantar un
poco las nalgas y recordar
fugazmente un capítulo
de mi serie favorita en la
que una puta es atada de
manos y violada de cara
a la pared de un callejón
abandonado. Pienso que en
algún momento ella pudo
haber convertido aquel acto
perverso y violento en una
experiencia de psicomagia.
Siento el roce de su pene con mis nalgas, es tan suave
que me hace dudar y creo que aquella sensación también
podría deberse a la punta de su lengua; sin embrago, la
falta de humedad me devuelve la visión de su miembro a
punto de penetrarme y de sólo pensarlo se me eriza la piel.
Hasta ahora no hemos cruzado ni una sola palabra,
todo indica que nuestra piel dialoga mejor de lo que
esperábamos y eso está muy bien, sería más que
desagradable escuchar su voz por primera vez mientras
cogemos, siempre existe el riesgo de que uno de los dos
posea una voz ridícula y entonces sería el final. Sucede
a menudo que los hombres con voz seductora poseen un
aspecto no tan agradable y viceversa.
Las palmas de las manos me hormiguean; estoy nerviosa
y ansiosa al mismo tiempo; rezo porque mi estómago
aguante aquella presión y no me propulse directo al baño.
Detesto sentir nervios en pleno interludio sexual, es decir
¿qué clase de señal es esa? Me resulta de risa pensar que
mi cuerpo se niegue a este tipo de placeres y por ello lance
señales de alerta a todo mi sistema. Ya me imagino a mis
neuronas -Alerta roja, alerta roja, se avecina un torrente de
endorfinas a las diez en punto-.
De a poco su pene va resbalando en lo que ahora parece
un caudal imparable. Lo hace tan lento que sus brazos que
están apoyados también contra la pared tiemblan; siento
su aliento sobre mi espalda y una corriente de saliva se
acumula en mi garganta, quisiera toser pero no lo hago.
Lo hace tan despacio que alcanzo a escuchar el sonido de
nuestras articulaciones en movimiento.
Cuando por fin entra me doy cuenta de lo erecto y rígido
que se encuentra, entonces empieza a moverse y me siento
como si bailáramos samba, despacio y sin parar. Mis
sentidos están atentos a todo; escucho el choque de sus
piernas con mi trasero, es como si me diera nalgadas a un
ritmo constante.
Sabe que tiene el control y de vez en cuando amenaza con
salirse abruptamente de mí. Cuando lo hace vacila un poco
y toma impulso para penetrarme con más fuerza; justo en
ese momento siento que voy a terminar. Desearía que me
tomara del cabello y me dijera alguna palabra obscena.
Quiero gritar y no puedo.
Estoy acabando, mi cuerpo entero se dilata. Nunca
había estado tan húmeda; olvido que es un completo
desconocido y empiezo a gemir, me muerdo los labios para
no gritar y de pronto tengo un extraño sabor a hierro en
toda la boca. Me duele el labio inferior pero no importa,
estoy teniendo un orgasmo que hace eco en toda yo. No
puedo pensar, no quiero si quiera pensar. Siento su piel, su
pene, su sudor, toda su humanidad me esta atravesando y
nada en este momento me importa más que lo que estamos
teniendo.
Veo borroso, apenas estoy superando la sensación
cuando acelera sus movimientos. Lo hace con tal fuerza
que mis piernas están a punto se doblarse, pero trato
de mantenerme en pie. Sé que está a punto de terminar
porque se le escapan una especie de quejidos que sofoca
con mucho trabajo, es como si estuviera luchando contra
alguien.
Ha eyaculado. Lo sé porque sentí una descarga líquida y
caliente dentro, seguida de una espiración tan prolongada
que casi revienta su caja torácica. No sé bien qué hacer,
si voltearme y decirle: “Hola me llamo Pitonisa, mucho
gusto”, o quedarme recargada en la pared hasta que
desaparezca tras la puerta del consultorio. Si al menos
supiera su nombre…
“Es una gacela amorosa, una cervatilla encantadora.
¡que sus pechos te satisfagan siempre!
¡que su amor te cautive todo el tiempo!”
Proverbios 5:19
“El ojo ve como la mano aprehende”
Máxima surrealista
1
Llevaba un año trabajando para la empresa y ya la
habían ascendido cinco veces. La verdad es que resultaba
curioso ver cómo los grandes ejecutivos pensaban estar
en completo control de la situación cuando la verdad era
otra muy distinta, es decir, que no tenían absolutamente
ningún poder frente a ese par de senos, casi tiranos,
dioses níveos que parecían prometer el paraíso a cambio
de la obediencia incondicional.
Yo había visto a Lena en mi departamento un lunes, antes
de que se presentara a trabajar, quizás por eso no tuvo un
impacto tan grande cuando llegó vestida con un trajecito
sastre que lograba pasar por decente y que, sin embargo,
dejaba bien claro que no importaba lo que Lena hiciera:
sus pechos permanecían siempre en primer plano.
Habría que ver la cara de todos los empleados, hombres
y mujeres, cuando ella entró. Una mezcla de incredulidad,
deseo y, por consiguiente, de sufrimiento: de inmediato se
supieron a merced de esos senos, esclavos absolutos de
su voluntad.
-Carajo- me dijo Carlos, nuestro asesor legal -esas sí son
tetas y no chingaderas-. Yo sólo sonreí, como sin querer
ser su cómplice, tratando de convencerme de que no, de
que esa no era una mujer completa, que mi educación
daba para más; en un intento de hacerla sentir bien, me
acerqué a saludarla, haciendo un esfuerzo consciente
para no mirar su escote. Le di la mano y me sentí mal
porque fue hasta entonces que realmente la vi. Lena era
una mujer baja, pálida y bastante delgada, la mayoría
hubiera dicho que era bonita, aún sin tomar en cuenta
sus senos, que además de su muy notable tamaño tenían
una forma que muy pocos no hubieran calificado de ideal.
Ella me devolvió el saludo con una sonrisa tímida y se
presentó con una voz casi infantil -Helena-. Yo le dije mi
nombre y la conduje hasta su oficina, tras lo cual volví a
mi conversación con Carlos -Eres un cabrón-, me dijo y
me dio un golpe en la espalda.
2
En un principio yo no intenté nada con Lena por varias
razones: en primer, lugar yo era su jefe y aunque lo
más fácil sería pensar lo contrario, yo tenía todas las
intenciones de mantener mis principios éticos. La
segunda razón es que siempre traté de demostrarle que
si le prestaba atención o la felicitaba por un trabajo bien
hecho no era por su físico, sino porque ella lo merecía.
Por último, yo tenía la impresión de que a una chica como
a ella no debían faltarle pretendientes y que, sin duda,
escogería a alguien más rico o con más poder que yo, por
lo que no tenía ningún sentido arriesgar nada, fuera mi
puesto en la empresa o mi orgullo.
Podría parecer irónico el hecho de que fuera justamente
mi renuencia a celebrar su físico lo que le atraía de mí.
Con esto no quiero decir que yo le gustara, creo que
yo nunca le gusté y que ella no era capaz de tener esos
sentimientos por nadie, creo que simplemente yo le
intrigaba, eso era todo. Así que ella comenzó a buscarme,
empezamos a hablar con más frecuencia y de cosas
que no tenían nada que ver con el trabajo, hasta que
finalmente ella me invitó a salir. Tengo que admitir que
llegado a este punto yo también me sentía intrigado y
empezaba a pensar que cualquier cosa que pasara sería
buena. Cedí ante la debilidad de pensar que si podía pasar
con ella una noche ya sería ganancia.
Salimos, y esa fue la única vez que la escuché hablar
de ella misma; me contó que sí, que muchos hombres
la habían pretendido, que la seducían con dinero, con
regalos; ella siempre se negaba. Me confesó que sólo se
había acostado con dos hombres, cosa que me sorprendió
muchísimo y a la vez me tranquilizó de algún modo,
pensé: “qué bien, carajo, si yo no puedo perderme en esos
senos, que nadie más lo haga”. Por otro lado, lo interpreté
como el extraño capricho de una mujer
asediada por propuestas nupciales
y tentada por casas en la playa y
diamantes. Quizás para ella nada de eso
era ya sorprendente y estaba esperando
a aquel que le pudiera ofrecer aún más,
algún jeque árabe o un príncipe inglés
que ella, sin duda alguna, habría podido
tener. Es muy extraño cómo esa noche
me alejó más de ella en ese sentido, yo ya
no podía pensar siquiera en cortejarla;
a fin de cuentas, si ella había rechazado
ya a todos esos hombres, por qué me
aceptaría a mí.
3
Yo no lo podría haber previsto: fue justo
el hecho de que yo no la buscara lo que
la enervaba, muy tarde comprendí que
ella no soportaba no ser mirada. Lo
entendí después de que empezáramos
a salir, después de que me esforcé por
no volverla un objeto, por no verla
como un par de tetas enormes que salían conmigo y que
me ganaban la envidia de tantos. Nada pudo ser peor
para ella, la enloquecía, la llevó al punto de querer vivir
conmigo, de buscar mi mirada lasciva todo el tiempo,
de querer acostarse conmigo. Ella se desvestía siempre
primero, sin apartar sus ojos de los míos, buscando
esa reacción que yo únicamente me permitía en esos
momentos: esas ganas estúpidas de asfixiarme en sus
senos, de devorarlos. Por eso a ella sólo le gustaba
hacerlo cara a cara, sobre mí, sin hacer mucho más que
ver mis ojos, se dejaba tocar, lamer, morder. Sólo se
molestaba cuando yo, al llegar al clímax, cerraba los ojos
e impedía así el suyo. Entonces intenté otras cosas, sexo
oral, masturbarla… no lograba nada. Ella jamás me dijo
qué sucedía y yo seguí intentando cosas cada vez más
extravagantes, hasta que un día ella, cansada, se levantó
de la cama, se metió a la ducha y me dejó solo, con una
erección.
4
Yo me sentía frustrado con la situación, no sólo por no
ser capaz de complacerla, sino por el hecho de que ella
parecía más complacida conmigo, así, en abstinencia. Sin
dejarme tocarla, se desvestía frente a mí, aparentando
no pretender nada. Se tocaba los senos, me dejaba
imaginarlos llenando mis manos, sus pezones en mi
boca. Nada. Si yo intentaba acercarme, se molestaba y
me dejaba de nuevo solo. Lo comprendí todo un día: fue
cuando entré al baño creyendo que ella se duchaba; la
encontré masturbándose frente al espejo, con los ojos
fijos en su imagen. Ella no movió la mirada de sus ojos
en el espejo, le era imposible, yo me senté entonces en la
bañera y me masturbé mientras la veía. No la había visto
tener un orgasmo hasta ese día.
5
En aquél momento tuve una idea que hizo posible
que continuáramos una relación que de otro modo
seguramente se habría extinguido. No pretendo decir que
era una medida que a mí en realidad me gustara, pero era
la única manera de mantener a Lena a mi lado. Ella era
una de esas mujeres por la que hombres lo dejan todo;
sus senos podrían ser motivo de guerras.
Conseguí una cámara web e hice una cuenta en un
sitio para exhibicionistas. Preparé todo en la recámara
mientras le contaba mi plan; ella no dijo nada, pero
parecía muy satisfecha con la idea. Comenzamos a
transmitir y a recibir visitas en la cuenta virtual. Ella
se desvistió con impaciencia y me dejó hacer, bajo la
única condición de que pudiera siempre ver tanto la
cámara como el pequeño número en la pantalla de la
computadora que indicaba el número de personas que la
veían.
Al principio yo no me sentía del todo cómodo, pero
cuando noté su buena disposición me tranquilicé y
me olvidé de los cientos de miradas que había sobre
nosotros. Hice a mi gusto, disfruté su cuerpo según
mi capricho, la besé por completo y la conocí con las
manos como nunca lo había hecho, liberado ahora de mi
preocupación por complacerla. Me reservé el sublime
placer de sus senos para el momento de mi orgasmo y me
perdí en ellos, cumplidas ya las promesas de paraíso que
llevaban escritas.
Disfruté por un par de días de ese cuerpo y de esos
senos como no había hecho con ninguna otra mujer.
Completamente desinhibida, se ponía en mis manos para
que yo la entregara a cientos de personas para que ellos,
a su vez, se deleitaran en el movimiento de sus senos y
en la intimidad de sus nalgas, así como en el momento de
las convulsiones de su orgasmo reflejadas en su cara y en
su mirada vigilante, siempre pendiente de la cantidad de
personas que la deseaban en todo momento.
La vi entonces satisfecha por completo, llena de vida bajo
la mirada de miles de personas que a diario disfrutaban
del espectáculo. Parecía vivir únicamente para ese momento
cada noche en que podía exponerse. En su impaciencia empezó a
desvestirse frente a la cámara ella sola, dándose cuenta, por fin,
de lo innecesario que yo era. Empezó de nuevo a rechazarme y a
molestarse cuando la interrumpía. Se masturbaba por horas, hacía
caso a la mayoría de las peticiones que le mandaban, logrando
orgasmos en número y en intensidad inusitados.
Esto siguió hasta que yo, harto de verla sola, harto de envidiar su
boca que chupaba esos pezones, casi la obligué a hacerlo conmigo,
le dije que no me importara que me vieran, que había aprendido a
disfrutarlo. Ella se puso sobre mí como las primeras veces, viéndome
por un rato, olvidándose de la cámara por unos segundos. Luego
pareció recordar que la estaban observando, y volteando de nuevo a
la cámara me puso los senos en la cara, y los presionó. Me impedían
respirar, y yo por un momento lo disfruté muchísimo, sentía mi
vida dependiente de esos pechos magníficos. Ella no se movió, ni
siquiera cuando empecé a asfixiarme, sino al contrario: presionó con
más fuerza. Sólo cuando estuve en mis últimos estertores, se quitó
de encima y siguió masturbándose para su audiencia, mientras yo,
muerto en segundo plano, eyaculaba.
Lo he perdido.
matarnos.
Por eso camino todo el
tiempo con la cabeza baja
esperando encontrarlo
un día subiendo entre mis
muslos. No es que haya
perdido el sexo, ese lo tengo
con sólo abrir las piernas; lo
que he perdido y me hace
falta son aquellas fantasías
que mojaban hasta los labios.
Que me tuvieras toda y
cuando fuera, las largas
madrugadas que duraban
tres cogidas, varios besos y
tus manos en mis pechos. He
perdido las hendiduras de tu
espalda.
Tenerte dentro me hace
falta.
Me hacen falta tus brazos
presionando mis piernas,
la fuerza de tus caderas, el
rostro empoderado con el
que penetrabas. Me hace
falta las transiciones que
tuvimos, de cogernos por
placer hasta la dicotomía, la
de no sólo cogernos sino
Para sentirme más cuerda,
como si nadar entre
nuestras perversiones le
diera claridad al resto de las
horas. Como si gemirte me
librará de las mentes tercas
e incesantes de mis tantas
almas. Como si el susurro
perdido entre la noche a
ciegas volara mi cabeza y
me envolviera en un calor
intenso, violento, con olor
a ti. He perdido la sensatez
que venía con el instante en
que te desnudaba.
La curiosidad siempre ha
sido mi condena, alejándome
de la deidad, hundiéndome
en la carne rancia de la
que salí.Vagando por los
caminos del infierno entre
la imposibilidad de tu sexo
contra el mío, de elevarme
O
El recorrido termina donde comenzó,
tomados de la mano las cosas parecen
impecables, ya no hay necesidad de
Pero vuélvete para verme,
Eros,
Que me haces falta y
enloquezco.
Supones (como todos los ingenuos) que son
tuyas las imágenes en mente, los gemidos, las
pasiones, las líneas. Supones y decides.
No son las definiciones del deseo las
concluyentes (como cuando concluyes con la
boca abierta).
Decides los deseos tal cual hacíamos el sexo,
apresuradamente y con descuido. Sin repasar
aquello importante ni volver los pasos.
Decides que es para ti (y sobre ti) lo que yo
digo.
Me parece, sin embargo, una mentira decirte
que no tiene que ver con las insatisfacciones
y apetitos; eso sí, entendamos que hablamos
de los no acordados, aquellos con esas
imprecisas fronteras que desdibujan incluso la
intención de las palabras.
Nada es tan irrebatible como lo que no es
posible comprobar, como tus especulaciones
(las que riman con eso que concluyes) sobre
la localización de cada dedo.
lvidé mi ego en la ropa que
ayer me quitaste, desnudaste mi
espíritu y mordiste mi esencia,
con tu tacto recorriste la soledad de
mi cuerpo, soledad más teórica que
pragmática, mientras yo corría por
tus venas intoxicadas buscando tus
recuerdos; al voltear hacia el pretérito,
el miedo se diluyó mezclándose con tus
lúcidos demonios que mostraron mis
utopías a través de tus ojos dilatados.
Que me cueste la piel
quemada, el olor a
podredumbre, el vacío de
estar sola. Que me cueste
todos los hombres y sus
pitos y sus bocas y sus
lenguas. Que me cueste
la belleza, las mañanas, el
sol quemante. Que me
arranquen los ojos de las
rojas cuencas si con ello te
encuentro y me encierras,
me tomas, me atraviesas.
No son las definiciones del deseo
las determinantes. ¿Determinantes?
Concluyentes.
Concluyentes. Irrebatibles. Eso no tiene que
ver conmigo más de lo que mi cuerpo se ha
prestado a experimentar bajo tus mandos.
Irrebatibles.
¿Y las palabras? Se difuminaron
al contacto de nuestros obstinados
labios, aquí ya no caben las creaciones
lingüísticas, hablan las imágenes oníricas
al transponerse, ahora como mañana,
representan nuestra necesidad de libertad.
Grita, grita para que podamos despertar,
tenemos que alcanzar la eternidad para
guardar en ella las formas y colores de
nuestras almas.
de sobre los hombres, de
vivir eternamente para
eternamente revolcarme
contigo. La imposibilidad que
me hace buscar hasta en los
últimos sucios rincones de
este mundo una oportunidad
de tenerte de vuelta.
correr. Caminar buscando la salida con la
esperanza de postergar el encuentro con
ella es nuestro objetivo, implícitamente
tus silencios dicen que encontraste lo que
no buscabas y descubriste que el universo
no es sólo una gama de tentaciones
sino también una bóveda de corazones
ansiosos esperando por encontrarse.
Y todavía seguimos de pie, compartimos
el tiempo pero no el espacio, nuestra
independencia radica en la necesidad
de tenernos el uno al otro, la obsesión
sigue latente, la posesión y la idea de
Y no.
Las concluyentes (y no tus conclusiones)
se encuentran entre mis piernas cuando se
cierran. Guardando el silencio cuarteado
de las noches disimuladas. Disimulo
irrebatiblemente cada definición de mis
pasiones.
Sobre el cuerpo cubierto concluyo y defino.
Hay más opciones en la probabilidad de
mis pretensiones que en su certeza. En la
suposición cabes tú y cabe cualquiera.
un corazón encarcelado se vuelven un
deseo que debe reprimirse. Tú no dejas
de susurrarme al oído que el tiempo es
la medida exacta para este viaje hacia
el infinito. Al final comprobamos que
no estamos listos para crear un universo
paralelo, que nuestras mentes han sido
las culpables de construir las fotografías
que le han dado vida a este sueño,
poseámonos así de esta forma intangible
para entrar en el tiempo verdadero,
convertidos en uno solo y quedar
fundidos en el trasfondo de esta
realidad por un instante.
Eres quien despierta mi máxima locura
eres quien me lleva a otra dimensión
eres quien sube mi temperatura
eres todo lo que necesito para perder la razón
Con esas manos que me acarician
con esos labios que me besan
con ese cuerpo que me excita
con esa piel tan exquisita
Esa piel
que me encanta tocar
que me encanta excitar
que me encanta besar
que me encanta lamer
Lamer hasta el último rincón
lamer hasta el último beso
lamer hasta el último lunar
hasta el último orgasmo que te pueda provocar.
Eres todo lo que necesito
eres todo lo que me hace falta
eres quien despierta mi ser más oculto y quien merece conocerlo
Eres todo, somos nada, somos la eternidad y el infinito.
Juntos los dos en el vacío
perdiendo toda vergüenza
haciendo realidad todas nuestras fantasías
creando nuevas y reinventando el AMOR
Reinventemos el Amor, mi amor, tu amor, nuestro amor.
PD. Si te soñé no lo recuerdo,
Pero si recuerdo que dormí pensando en ti y de igual forma me desperté…
Pensando en tu figura, en tus besos, en tus manos, en tu ser, en los 730 días
multiplicados por mil recuerdos diarios, por miles de locuras, por fines de
semana llenos de locuras ininterminables, llenos de sudor, de placer y de
búsquedas… De búsquedas en nuestros cuerpos de puntos estratégicos de
placer, de saliva, de palabras al oído, de contacto de labios contra cuerpo,
de cuerpo contra cuerpo y de labios contra labios… Cada encuentro único y
placentero en diferentes escalas de acuerdo al cuerpo.
A veces no sé si te molesto, a veces tú me molestas, a veces… ¡Nah!
Todo queda en el olvido cuando de la cama salen volando nuestras ropas.
Cuando mis manos comienzan a veces por la espalda, los pechos o las
piernas, cuando mi boca entra en contacto con tu boca, cuando mis dientes
comienzan a dar señales de que necesitan morderte, cuando no puedo
controlar a mi lengua y sale de mi boca disparada hacia alguno de esos
dos hermosos pechos, cuando comienza a recorrerte desde el cuello hasta
la parte baja del ombligo y más allá, en el punto medio de tu cuerpo y su
exquisito sabor… Escuchar tu placer, hacerte vibrar, sacar a esa mujer que
quiere que la rasguñe y la muerda, es conocer a una mujer que me quiere y
me tiene la confianza de ser quien es en realidad.
I
Graciela, me gustas como gacela en un bosque de violetas.
Desde este lugar hemos de inventar un escenario
y me has dicho que suena fantástico
-sin actos, con las prendas y los utilería de un teatro-.
Púrpura y montamos un constante, las arterias y supones escribir un guión.
Graciela, no te entiendo cuando no dejas que te desnude
-sós una blandita, una damita mimada que se toma todo en serio-.
Tu última postal decía eso.
Yo llevo media hora esperando entre la lluvia,
de la gente y del agua
frente a tu apartamento
-Es cierto Graciela, me lo tomo muy en serio-.
Me gusta tu acento de espuma cuando desde la entrepierna
me quitas las gafas y me conoces la mirada,
entonces tienes que bajarte las pegadísimas mallas
y fumo como en el teatro, como debajo de tu cama
donde miro a esa Graciela que abre las piernas y se quita las pestañas.
Cuando te conocí, no quería de verdad,
imaginé que removerías algún ápice de mi piel
y te rendirías en el asfalto y
de algún lugar de tu bolso de charol saldrías tú
tú misma diciéndome
que aquello que imaginaba, no me lo tomara tan enserio.
Graciela, me gustas como una gacela en un bosque de violetas,
sin actos, sin prendas y con las utilería de un teatro.
Montemos una fenomenal actuación sobre el montículo de tu almohada,
inventemos que me hiendes los dedos
y cruzas por donde yo me muero.
II
A Pina Baush
Tus senos nimios ultrajados por la heroicidad de tu erótica gestión. Sobre el piso
nervaduras de mantarrayas y pinos. Pina. Mi adorable bailarina, mi amante de amapola,
frente y detrás del telón se abren voces que bullen e intoxican. En tu fondo se retuercen
estas uñas que te entierro, y te quiero Pina, mi Pina. Me gusta hacerte el amor y comenzar
por los pies, por tus dedísimos cuajados del pasto y el aroma por donde te posas y por
donde viajas inquietante. Ansiada de caricias, y te acaricio espectadora. Caminas, no Pina,
pisas la corteza de mi lengua, las piezas de mis pezones. Pina, me hablas desde donde
estás inmersa en la labor de desnudárteles y me fuerzo por no llorar, pero tu cuerpo se
levanta de tu cuerpo y tu cabello cae para quedarse en mis manos. Nazco en tu tristísimo
movimiento y me abro y me sitúo en el espejismo de tu ritual índigo mientras subes, subes.
III
Los tatuajes se desdoblan en la inquebrantable repetición de tu piel, se reflejan en tu
cuerpo como mariposas que aletean su transparencia en mi vientre, después anidan en
tu ombligo. El espejo pinta en óleo y se desliza sobre los fragmentos de tu espalda que
se abre como grieta a la lluvia de nuestra saliva. Me giro sin dedos sin nudos sin vistas
que nos estorben para mirarte en el camino que me dejan tus ojos, en el camino que se
desdobla sin parar y donde me miras y yo te miro.
A
l llegar inocentemente a esa fiesta me hallaba
lejos de imaginar la experiencia que ahora te
cuento: Mientras yo estaba dentro del closet con
tu cartera en la mano, disponiéndome a salir, de pronto
escuché que se abría la puerta de la recámara, entrando
dos personas: Laura y una amiga que no conozco. Por los
sonidos imaginé se recostaban en la cama al tiempo que
Laura le relataba a su amiga el ardid que había tramado para
un encuentro clandestino. El día de ayer le había dicho a
Alberto, su marido, que iba a ir a cuidar a su madre, ya que
se encontraba internada en el hospital, pero en vez de ir al
hospital Laura se dirigió a un departamento en el que se iba
a ver con su amante. ¡Yo que voy a saber donde estaba dicho
lugar!, ¿quieres que te siga contando? Cuando escuché esa
pequeña confesión, casi se me cae la cartera de la mano.
Laura prosiguió con su charla: “me cambié en un baño
público la ropa sencilla que llevaba y me puse un vestido,
tanga y brasier de encaje negro, medias y zapatos de tacón,
me retoqué el maquillaje y me solté el cabello. Al mirarme
en el espejo abrí la puerta al sueño”.
A pesar de sus casi 40 años, Laura es una mujer que está
muy bien conservada y su cuerpo es de envidia para
muchas mujeres, entre ellas yo misma. Cuando llegué al
departamento, encontré velas aromáticas sobre la mesa
del comedor, una botella de vino y algunos bocadillos,
el ambiente perfecto que deseaba. Rafael se sonrió, me
examinó con la mirada como lo hiciera un ladrón con su
más preciado botín… como lo hacen todos los amantes.
Bebimos algunas copas de vino y pusimos música; después
Rafael, que sólo traía puesto un boxer y semejaba a un
Dios, comenzó a besarme todo el cuerpo por encima de la
ropa, como un anticipo generoso de placer. En medio del
comedor me quitó los zapatos, caminamos hacia la sala y
nos recostamos sobre un sofá que acababa de comprar. ¡Ese
día lo estrenamos! Una vez ahí recostados, Rafael me dijo:
“estás muy guapa y te voy a coger hasta que veas estrellas”,
entonces nuestras bocas se buscaron con la complicidad del
secreto; mi vestido se dejó caer satisfecho de haber cumplido
su misión, y Rafael me comenzó a chupar los senos sobre el
encaje del brasier, eso me volvió loca de placer. Le pedí que
me cogiera rápido y duro pero él, ignorando mis súplicas,
inició pausadamente por quitarme toda la ropa.
Inmóvil en mi escondite, escuchando la conversación,
me imaginé a Laura con su vestido cayéndosele; esa voz
embelesada plena de satisfacción con que su aventura, me
hizo recordar al hombre con quien me divertía enormemente
durante ardientes noches llenas de pasión… ahora lejanas.
Paralelamente me imaginaba las manos de Rafael sobre mi
cuerpo, quitándome la ropa, casi podía sentir su boca sobre
mi piel que empezaba a humedecerse.
Ya desnuda, me besó de pies a cabeza, en especial el cuello,
que es algo que me encanta. Se levantó y fue a la cocina.
Yo estaba impaciente, caliente y necesitada de alivio;
cuando regresó, Rafael llevaba un recipiente con chantillí,
mis ojos brillaron de entusiasmo, me levanté tomando
de sus manos el preciado regalo, se acostó y comencé a
decorar su cuerpo con la crema. Una vez terminada mi
obra, fui a dar encima de él con las piernas abiertas para
mostrarle todos mis encantos y lamer su piel, ahora más
dulce, omitiendo deliberadamente su pene; en cuanto llegué
a los pies regresé hasta esa parte que reclamaba atención
inmediata, permitiéndole a mi boca todas las libertades para
dar y recibir placer. Antes de que terminara, Rafael me tiró
sobre la cama, sus movimientos estaban llenos de prisa y
habían perdido la gentileza de un principio aumentando mi
excitación. Extendió el chantillí por mis senos y vientre hasta
la entrepierna, comenzó a chupar y mordisquear mis senos
en tanto que su mano acariciaba el pubis introduciendo un
dedo y con el pulgar rozaba el clítoris, después descendió
lamiendo y chupando mi vientre, metiendo la lengua en el
ombligo hasta que llegó a mi punto más húmedo y sensible.
Lamió, chupó y mordisqueó hasta que grité. Después se puso
encima y me penetró rápido y duro como se lo había pedido;
gemía tan alto que temía de los vecinos, dijo Laura a su
amiga.
Casi pude paladear el sabor de aquel chantillí que a Laura
le había hecho tan feliz; podría jurar que llegaba hasta mí el
olor del sexo. Mi respiración comenzó a ser más trabajosa,
me imaginaba en los brazos de ese hombre tan recordado
que ahora tenía la cara de un Rafael que ni siquiera conocía,
pero que en esos momentos me moría por verlo.
Cuando terminaron, se quedaron dormidos y al despertar
Laura vio que era bastante tarde y que tenía que regresar
a casa con el insípido de su marido, “que es tu amante,
amiga mía”. Él la ayudó a vestirse con la ropa sencilla
devolviéndola, así, suavemente a la realidad; mientras lo
hacían, se ponían de acuerdo para la siguiente cita. Antes de
abrir la puerta de la calle, Rafael la besó y acarició con deseo
mientras decía a su oído: “estás bien buena y sabes mejor”.
Quién me iba a decir que por ayudarte a rescatar un objeto
olvidado en una cita clandestina, me vendría a enterar de
tal secreto. No me di cuenta a qué hora terminó la plática
entre las dos amigas, pero en cuanto escuché que cerraron la
puerta salí de mi improvisado escondite con la respiración
alterada y temblando de pies a cabeza, con la cara tan roja
que corría el peligro de incendiarme en cualquier momento.
Mi rubor no era tanto por aquel relato de Laura, sino por
la insatisfacción y enorme frustración que sentía en esos
momentos.
Cuando me reuní contigo pasaban por mi mente muchas
imágenes, sobre todo la idea de llamar al número de ese
hombre, pero tengo que admitir que sólo existe en mi mente
y sólo en mi mente.
NOTA: El presente relato no fue escrto sino recitado, esto
porque es un texto que fue creado en la sala de lectura Ojos,
manos y oídos a la literatura, la cual tiene el objetivo de
compartir el arte de las letras y motivar su creación entre
ciegos y débiles visuales, dicho taller se realiza en el Aula 3
del centro cultural Manuel Gómez Morín todos los viernes
de 6:00 a 8:00pm y es coordinado por el Ing. Óscar Merino.
L
as banquetas fuera del bar brillan aún,
reflejan las luces de los carros y las
lámparas de la calle, muchos hipsters
ríen y fuman mientras yo me aferro a tu
brazo cubierto por un saco negro.
Tú, naturalmente, no te das cuenta de que
tiemblo de emoción, pues estás ocupado
tratando de conseguir un taxi que nos lleve
a mi casa.
Al fin los faros de un tsuru amarillo te
alumbran y subimos al taxi; abres la puerta
y esperas a que me deslice hasta el interior
que está tibio, una música de jazz suena,
le digo la dirección al taxista que nos mira
desde el espejo retrovisor mientras pones tu
mano sobre mi pierna tibia y adolescente.
En el transcurso yo prefiero no tocarte para
no levantar sospechas del señor que maneja
sin pensar en nosotros, sólo miro las luces
de la ciudad y las personas que intentan llegar a casa, algunas con distintas
maletas levantan la mano y yo pienso, lo siento, perdón, disculpa. Una gran
culpa invade mis pensamientos mientras mi respiración se acelera y se vuelve
pesada.
Cuando al fin llegamos a mi casa, sacas el dinero para pagarle al taxista,
quien velozmente arranca y se va sin siquiera mirarnos. Mientras camino
contigo detrás, busco ansiosamente las llaves para abrir la casa; todo está en
silencio y me parece que somos las únicas personas despiertas en la ciudad.
Pero en realidad no es tan tarde, lo compruebo al mirar el reloj de la sala:
las 11:30. Busco vasos para servir un poco de vino que saco de una puerta
en la cocina. Me tiro en el sillón, ya liberada de la bufanda y la chamarra
que ha quedado en el piso mientras tú, en silencio, regresas de inspeccionar
la casa. ¿Vives sola?, me preguntas y me apresuro a contarte los detalles de
las situaciones fortuitas que me han llevado a vivir aquí. Tu voz es profunda y
al estirar tu mano para tocar mi cuello, te das cuenta de que sigo temblando
y que la noche no es tan fría, a pesar de la reciente lluvia que acaba de
limpiar el aíre, mientras tú y yo conversábamos en el bar, ajenos a tus amigos,
M
is días son todos iguales,
pareciera que lo único que
cambia, que tiene vida aún, es
la noche. La miro con tristeza desde
mi ventana, pasmado por la violencia
del silencio, cautivado por la frialdad
de lo cotidiano. La disfruto, me deleita
pensar, sobre todo, en el murmullo de las
jardineras en la penumbra y en la quietud
del pasillo solitario que recorro todos los
días, cuando salgo del trabajo.
Poco a poco se ha convertido en una
especie de ritual mi travesía nocturna, un
ritual erótico que cada vez me absorbe
más con su silencio y deriva en la
insistente sensación de que, este jardín,
es el único sitio donde puedo intuir la
voz de mi deseo, tener el control de mi
placer. El pasillo no habla, no pone peros,
no representa ningún tipo de desafío
ni derivará, después, en una frustración
amorosa. Además, resulta intrigante, casi
romántico, el hecho de este lugar careza
de vida, si no fuera porque nosotros le
damos un uso y un nombre.
Cuando se fue, no me dio sino las típicas
razones, pude notar en la manera en
cómo sostenía el celular, y en la arruga
que se formaba en la comisura de sus
labios, que lo mismo que pasaba con
nosotros, esa incomunicación aberrante,
sucedía en otros lugares del mundo e
infinidad de veces. Era como si ya lo
supiera todo de antemano. Hubo un
momento en el que me escandalizó lo
asombroso que puede llegar a ser el no
sentir la vida, verla pasar, olerla, tocarla,
conocer cómo termina, y aún así, no
tener una reacción real ni sufrir ninguna
repercusión interna, aún a pesar de que
así se desee.
Hoy me di cuenta, mientras me servía
el último café del día y tiraba el exceso
de agua caliente de mi vaso de unicel, de
que incluso mi propia soledad ya me es
indiferente. De algún modo, el pasillo se
ha convertido en el lugar perfecto en el
cual descargar mi ansiedad, ese cúmulo
de insatisfacciones y omisiones, cuando
paso por ahí, un aroma espeso a humedad
y a saliva eriza los vellos más recónditos
de mi cuerpo y me habla de lo necesaria
pero absurda que es la carne, reafirmando
mi aversión por las parejas abrazadas en la
parada del camión.
a mis amigas y a la música. Decido quitarme la blusa de un modo brusco
y descuidado, razón por la que escucho tu risa de hombre mayor, pero no
me importa, te dedico una sonrisa triste y toda la vergüenza del mundo me
invade.
Bebo más vino y me quito los pantalones, lo cual te hace besar mis rodillas
cándidas que se juntan y se aprietan temblorosas. Bebo más y me quito el
resto de la ropa, mientras tú permaneces sentado, vestido, sonriéndome por
encima del vaso menguante de vino.
Al fondo se escucha la música clásica que he escogido para la ocasión y me
tiro sobre tus piernas, para tocarte completo, lo más posible, tratando de
que la mayor extensión de mi cuerpo esté en contacto con tu calor. En algún
momento me doy cuenta de que estás excitado y te llevo a la cama para que
te quites el saco, la corbata, la camisa, el pantalón y los calzones, mientras yo
me fumo un Delicado. Después, con un desesperado beso, me empujas para
que me acueste de espalda… y entras, no muy delicadamente en mí, mientras
yo me quejo y suspiro y pujo y suelto la lágrima.
Así, envueltos en una misteriosa cortina de pulsos acelerados y hondos respiros,
hago el amor contigo, sin que alcance a darme cuenta de ti, o de mí, sólo de
las sensaciones y escalofríos que recorren mi cuerpo. Cuando al fin el orgasmo
te alcanza, yo me dedico a terminar. Rendidos los dos, siento la imperiosa
necesidad de beber más vino.
Con el vaso en la mano contemplo tu barba, tu sueño borracho, la plenitud que
siento en mi pecho. Escucho la música alcanzarme a través de la luz de la luna,
con la mano en el ombligo, hago el recuento de lo que ha pasado y me entran
ganas de besarte locamente y me subo en tu cuerpo que se despierta y me
abrazas suavemente hasta aprisionarme e impedirme que lo siga haciendo.
Duermo.
En la mañana, muy temprano, cuando la luz que entra por la ventana y
aún es rosa, me despierto y me levanto con malestar en el estómago, pero
satisfecha. Me meto a bañar, tú te deslizas entre las cortinas de plástico y de
agua y nos bañamos juntos. Al salir, prendo la televisión para ver las noticias
y preparo café y lavo uvas para alimentarte, tú preparas un poco de pan con
mantequilla, canela y azúcar. Desayunamos en la cama despreocupados del
tiempo y de
la UAQ, que
nos acechan y
esperan.
Siempre creí que mi vida sexual era
aburrida, no tengo gustos extravagantes
y contrario a lo que se podría pensar,
nunca he sentido atracción por objetos
o cosas, esto es más bien un gusto por
la curiosa sensación de que todo lugar
queda impregnado con la huella de
aquellos que lo habitaron o transitaron
previamente, algo de la ausencia en el
ambiente, la noción novelesca de que las
personas sólo son lo que uno imagina, y
de que aún cuando exista la realidad, nadie
puede destruir la imagen mental que otro
se ha formado aún cuando la persona en
cuestión no exista.
Ayer me detuve por un momento en
medio del pasillo, cerré los ojos y respiré
profundamente ese olor nocturno que
en mi mente se transforma en un olor
a sexo clandestino, a sombras sin forma
y a ciudad abandonada. No hice ningún
movimiento o esfuerzo alguno para
esconder mi erección, aún cuando creí ver
un par de sombras que se aproximaban
a lo lejos, contrariamente, rocé la punta
mi glande con el borde de mi maletín y
el agobio del placer me hizo volver en sí
para descubrir que no había nadie a mí
alrededor. Seguí caminando, impaciente,
buscando con la punta de mi sexo los
indicios indescriptibles de una compañía
ficticia que toca y excita.