SONÁMBULOS EN EL PARAÍSO Beatriz Blanco

Transcripción

SONÁMBULOS EN EL PARAÍSO Beatriz Blanco
SONÁMBULOS EN EL PARAÍSO
Beatriz Blanco
Según un viejo poeta inglés la memoria existe para tener rosas en invierno.
Vencer el tiempo. Avanzar a su través, como se avanza al entrar en una habitación desconocida que está a oscuras, tanteando con ojos y manos en la sombra, con la lentitud y la fatiga solemne con que levantan el vuelo los cisnes en
Voledam.
La ciudad es el recipiente de la memoria colectiva y el fruto de ella. Mecanismo
de tiempo que protege nuestra precariedad de hombres, nuestro olvido y nuestro miedo. En ella se han gestado los sucesos más trascendentes y desde ella
surge la voz de la Historia y se dibuja el futuro.
La ciudad es un tejido de paisajes que recoge una génesis hereditaria de formas.
Esta sucesión de formas en el tiempo se encadenan con la coherencia de las sílabas en una palabra, o de las notas musicales en un compás.
Hombre y ciudad comparten esa potencia esencial y diferenciadora de poder
enfrentarse al futuro, de preverlo o imaginarlo. La ciudad que no tiene interés
por imaginar y crear su futuro está abocada a la ruina o la trivialidad.
La ciudad es portadora de tiempo, de conocimiento y experiencia del pasado, y
si esa carga de memoria se rompe o se ignora el futuro será idiota. El futuro es
hijo de la memoria, pero la memoria no es sólo notaria o registro, es también
intuición y arte. El futuro no está sujeto a la esclavitud de números frágiles,
portadores del consuelo matemático de estadísticas o tendencias. El futuro es
también un trabajo de creación.
Círculos sobre la arena, 1968.
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IV. TIEMPO
CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO
¿Y cómo avanzar hacia ese escondido futuro?
Joseph Rykwert dice que la mitología se inventa para acercarnos a lo misterioso.
Dar formas a unos personajes que nos atrapan por su nombre —el color de sus
cabellos, su astucia o su risa, sus debilidades o caprichos, que son empujados por
el destino a resolver situaciones extrañas— nos ayuda a entender.
La metáfora y el mito son creaciones mentales, atajos intelectuales, caminos de
libertad y placer, que nos ayudan a desvelar el futuro. Catalizadores de pensamiento que pueden iluminar y acelerar la comprensión de fenómenos tan complejos como son los que afectan a la ciudad.
En algunas pinturas murales prehistóricas aparecen animales que nuestros antepasados necesitaban cazar para vivir, como en Altamira, y en el interior de estos
dibujos quedan restos del impacto de las flechas que los hombres disparaban
para intentar conseguir en la realidad lo que lograban en el arte. Disparar a los
bisontes, realidad y arte en paralelo, para sujetar el futuro con la precisión de
una flecha.
Quizás en problemas de difícil solución sea interesante explorar los medios indirectos. Perseo mató a Medusa valiéndose de un espejo de bronce pulido con el
que desvió su peligrosa mirada directa.
Bob Wilson da la vuelta a esta actitud mental cuando dice: «Odio el realismo,
me resulta artificioso».
Por todo ello, y como urbanista consciente de que los problemas urbanos son
complejos y difíciles de controlar en su diversidad, en su influencia directa en
la vida de la gente, en su inflamabilidad y sensibilidad antes las dificultades
y en su tenacidad en la inercia, es por lo que me permito una mirada al mito,
una vuelta a los orígenes, para regenerar esa visión de la ciudad como hábitat
para una vida deseable, paraíso creado por el hombre, lugar para vivir mejor,
rechazando esa tendencia a entenderla como un elemento de competición, o
como perverso mecanismo que explota la agudización de un consumo febril, y
que los ciudadanos ya estamos acostumbrados a sufrir con el aburrimiento y la
indolencia de un faquir.
Y ese mito común a las más variadas culturas es el Paraíso.
Paisaje imaginado, paisaje recordado, situación ideal para la vida humana.
Desde la isla de San Barandán al Monte Meru o al Edén bíblico, el Paraíso ha
sido referente común de vida feliz.
El primer griego que utiliza la palabra «paraíso» es Jenofonte en la Anábasis,
pero su etimología viene del persa, de pairi daeza, y significa «lugar cercado».
Las descripciones literarias del Paraíso son muy numerosas. Generalmente es
visto desde fuera, por narradores onmiscientes que no han vivido en él. A veces
incluso algún viajero llega a encontrarlo pero no se atreve a entrar.
Nosotros nos vamos a detener en la leyenda de unos viajeros que sí entran en el
Paraíso. Es una narración del siglo X referente a tres monjes de un monasterio
FUNDAMENTOS DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO
Sin título, 1964-1972.
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situado a las orillas del río Sión, que reúne una vocación metafórica y un intento
de verosimilitud literaria muy singular.
Los tres monjes se llaman Sergio, Teófilo y Elquino. Un día ven bajar por el río
una rama de un árbol tan hermosa que les inquieta e impresiona. (Ya lo dice
Valéry: «La belleza convierte un objeto en un enigma»).
Es tan intensa su turbación que imaginan que la rama pertenece a un árbol del
Paraíso Terrenal y deciden abandonar su monasterio dejando una nota explicativa y dirigirse aguas arriba en su búsqueda.
Así lo hacen. Remontan el curso del río Sión alimentándose del maná que crece
en sus riberas y, al cabo de un año, el terreno empieza a volverse más accidentado, el río se estrecha y se interna por una montaña de laderas muy fértiles
cubiertas por vegetación de olor penetrante y embaucador.
Van subiendo y empiezan a oír el canto de voces livianas que excitan su imaginación. Su instinto les hace comprender que el Paraíso está cerca. Abstraídos y
emocionados llegan frente a una poderosa muralla que el río atraviesa por un
lugar para ellos inaccesible. Rodean la muralla hasta que descubren una puerta.
Está cerrada. En lo alto de la muralla, sobre atalayas, divisan las figuras de unos
ángeles que parecen ignorar totalmente su presencia.
Toman la decisión de esperar en silencio algún signo de acogida. Al cabo de
cinco días uno de los ángeles les pregunta por sus intenciones y ellos responden que, con todo el respeto posible, su mayor deseo sería entrar y conocer el
Paraíso, permaneciendo durante tres días en él.
El ángel accede, les abre la puerta y ellos entran. Lo primero que perciben es un
extraño movimiento que hace girar la rueda del cielo y produce un sonido que
invita a la felicidad. En ese estado de placer ven que dos hombre venerables se
acercan hacia ellos. Son los profetas Elías y Enoc que vienen acompañarles en
su estancia en el Paraíso. Los sonidos, olores, colores... son tan inverosímiles y
hermosos que suspenden en ellos cualquier necesidad o malestar. Elías y Enoc
les enseñan cuatro ríos y dos fuentes.
Una es la Fuente de la Juventud. Todo el que beba de ella no envejece, y los
que ya han envejecido, al beber en esa fuente recuperan la edad de la plenitud,
la edad a la que murió Cristo, los treinta y tres años. La otra es la Fuente de la
Salud. El que de ella bebe no enferma nunca, y el que estuviese enfermo al beber
quedaría curado. Con una y otra fuente se vencen la vejez y la enfermedad, los
dos caminos que llevan al hombre hacia la muerte.
Siguen avanzando y llegan a una pradera conmovedoramente hermosa en la
cual hay árboles de todas las especies. Elías y Enoc les señalan uno especialmente bello cuyas ramas ascienden como los brazos de un candelabro, reposando
allí exóticos pájaros que les reciben con cantos dulcísimos: es el Árbol de la
Sabiduría. Con sus frutos se vence el desconocimiento, el olvido, la ignorancia.
Entre los árboles se distinguen numerosos animales en un estado de perfecta
mansedumbre como si un orden superior les mantuviera en serenidad y calma.
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IV. TIEMPO
CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO
En el suelo ni una hoja, ni un fruto, ni una flor caída. Todo está en su momento
de plenitud, no existe ningún tipo de putrefacción o muerte.
Para los monjes el tiempo pasa de manera transparente, no saben si veloz o
indiferente, porque en el Paraíso no existe la noche. La luz es en todo momento
cálida y liviana.
En un estado similar a la hipnosis, entre el éxtasis y el sonambulismo, los tres
monjes reciben de Elías y Enoc la noticia de que han pasado los tres días y deben
abandonar el Paraíso. También les dicen los profetas que afuera han transcurrido en ese período trescientos años, porque la medida del tiempo en el Paraíso
es diferente.
Sergio, Teófilo y Elquino temen que ya no viva ningún monje en el monasterio
que les pueda reconocer y creer. Los profetas les explican que al volver digan a
los monjes que busquen la nota dejada por ellos al partir. La encontrarán en el
altar mayor.
Desde su llegada al monasterio los tres monjes dispondrán de un plazo de cuarenta días para poder describir el Paraíso que han conocido y guardado en su
memoria, y que éste llegue hasta nosotros. Pasado este tiempo los tres monjes
se convertirán en cenizas.
Esta leyenda del viaje de Sergio, Teófilo y Elquino al Paraíso tiene el potente
valor metafórico que le confiere la presencia de una serie de analogías con elementos esenciales de la ciudad desde sus orígenes.
Es en el IV milenio antes de Cristo, en la cultura sumeria, cuando se fecha
históricamente el descubrimiento del mecanismo de hacer ciudades. Y es precisamente en la antigua Mesopotamia, entre el Tigris y el Éufrates, allá donde en
el siglo XVII el obispo de Abranches Monseñor Huet, por encargo de Luis XIV,
localiza geográficamente el Paraíso Terrenal para la Enciclopedia Francesa.
Aunque en esa época ya existían algunos núcleos urbanos de carácter aislado
y esporádico, son las ciudades sumerias de Eridu, Ur, Uruk o Nippur, las que
representan en la Historia el descubrimiento del sistema urbano.
¿Qué representó el invento ciudad? El hombre abandona su condición nómada,
basada en la caza y en la recolección fortuita de productos alimenticios, y establece una relación estable con el territorio: la agricultura. Descubre un proceso y
unas técnicas que le permiten obtener alimentos con regularidad, y obtener un
excedente que recogerá en almacenes.
Esta es la primera analogía que quiero señalar entre Ciudad y Paraíso Terrenal.
Ese vencer la contingencia estacional que en el caso de la ciudad permitirá
contar con alimentos en los periodos en que la Naturaleza no los proporciona.
Como en el Paraíso, flores y frutos se mantienen en continuo esplendor, sin
ningún síntoma de decadencia o desaparición. El almacén sustituye al árbol en
constante plenitud.
Sin título, 1960.
Son estos almacenes los primeros signos de civilización urbana. Así lo interpretan los arqueólogos. Al vencer la precariedad estacional existe una reserva
SONÁMBULOS EN EL PARAÍSO
Work, 1957.
78B (detalle), 1978.
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alimentaria y un esencial bien común, algo estrechamente ligado al concepto de
ciudad. Además, al no ser necesario que todos los individuos de la colectividad
se dediquen a conseguir alimento, surge como consecuencia que éstos puedan
hacer otras labores y, por tanto, especializarse. Aparecen los soldados para la
defensa, los empleados en la organización común, los artesanos que producen
objetos para otros miembros de la comunidad, los comerciantes que mercadean
con ellos, los transportistas que los llevan a otros lugares. La ciudad avanza.
En la vida nómada, la noche y las inclemencias del tiempo eran factores que
dificultaban el desarrollo de las actividades del hombre, paralizándolas incluso.
El fuego era un elemento frágil y difícil de mantener. Al fijarse la población a
un territorio, la ciudad se convierte en la gran protectora del fuego, aliviando
la carga que el invierno y la noche traían, y permitiendo construir refugios con
carácter estable. Se vencía así la fatalidad climática y nocturna que dificultaba la
vida de la comunidad. Y aquí señalo otra analogía entre Ciudad y Paraíso, porque esa falta de sensaciones climáticas negativas (por la que, por ejemplo, Adán
y Eva iban siempre desnudos) y esa ausencia de la noche se da en el Paraíso.
Con la aparición de la ciudad se ordenan también las tres grandes contingencias
de la vida humana: enfermedad, vejez y muerte. Los restos arqueológicos indican la aparición muy temprana de recintos especiales destinados a los muertos
en los asentamientos de carácter urbano. Con el paso del tiempo también se
establecen lugares específicos para los enfermos, para cuidarlos y para evitar el
contagio al resto de la población, y para los ancianos por estar dedicados a unas
actividades distintas de las del resto de la población.
De nuevo, esto nos recuerda la analogía con esas dos Fuentes de la Juventud y de
la Salud que en el Paraíso evitaban la vejez y la enfermedad.
A su vez, la ciudad es la depositaria de la memoria. Según los historiadores la
ciudad es el lugar donde nace la escritura. Ciudad y escritura son los dos grandes
mecanismos inventados para vencer el paso del tiempo y trasvasar conocimientos de unos hombres a otros. Y aquí vuelvo a señalar el Paraíso Terrenal y su
Árbol de la Sabiduría cuyos frutos vencen el olvido, la ignorancia y el desconocimiento, de una manera análoga a como esto sucede en la ciudad.
Estos son algunos de los ecos metafóricos y de las analogías Ciudad y Paraíso
pero se pueden establecer bastantes más. Entre ellos el de tener una medida
diferente de tiempo.
En la leyenda de los tres monjes está siempre señalado el paso del tiempo, a
veces desmesurado (un año de búsqueda) y a veces equívoco (tres días en el
Paraíso son trescientos días fuera).
Work, 1957.
Boceto preparatorio para Electric Dress, 1956.
Sin título, 1961.
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El tiempo urbano es también un tiempo esquivo, difícil de medir, intermedio
entre un tiempo vital y un tiempo geológico. Gran parte de las dificultades del
Urbanismo consisten en calibrar adecuadamente la medida y la escala de este
tiempo, la cronometría urbana. Esto sucede también con el espacio. El carpintero trabaja con centímetros, el arquitecto con metros, el urbanista maneja
hectáreas o kilómetros, para lo cual interesa establecer escalímetros urbanos,
medidas de referencia que permitan la comparación y el control. Con el tiempo
esto sucede de una manera todavía más compleja.
IV. TIEMPO
CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO
El hombre mide el tiempo por alusión al movimiento de los astros, pero ese
tiempo es distinto para cada ser que puebla la tierra. Igual que el escaso período
vital de un mosquito orienta todas su actividades, incluso su ligereza física, y las
adapta a su posibilidad de acción, el largo período vital de una tortuga marca
desde su extraño peso de bronce hasta su lenta velocidad de traslado y reacción,
o su ritmo de fecundidad.
En la ciudad pasa lo mismo, el tiempo del urbanismo es diferente del arquitectónico. Cinco siglos es un tiempo modesto para los trazados urbanos de carácter
histórico, a no ser que la brutalidad de sus políticos sea mayor de la habitual.
Cinco siglos es un tiempo elevado para una obra arquitectónica si no ha sido
sometida a un proceso continuado de protección. Del mobiliario urbano en
cinco siglos no queda ni la sombra. Sus fechas de caducidad son absolutamente
distintas.
¡Qué energía se gasta en protestar por las pequeñas modificaciones de un alumbrado, señalización, banco o papelera, en comparación con la indiferencia con que los
ciudadanos asumen un ensanche innecesario, trazados urbanos propios del siglo
XIX y con carácter mortuorio, una dispersión perversa de los límites urbanos, la desaparición de la continuidad urbana que provoca paseos tartamudos (la deriva situacionista sería muy difícil en nuestras ciudades) y guettos incomunicados con el resto
de la ciudad, una distribución de usos y tipologías de monocultivos de vivienda que
obligan al ciudadano a dedicar tres horas diarias de su vida a estar encerrado en un
coche, a no comer en su casa y a no tener más amigos y conocidos que los compañeros del trabajo, a relacionar el ocio sólo con el consumo, a reducir su vida cotidiana
a tres burbujas: la vivienda familiar, el coche y el lugar de trabajo, con esporádicos
traslados complementarios a lugares de consumo! Consecuencias diversas de la
ausencia de un modelo de ciudad destinado a llevar una vida saludable y variada.
Parte de estos desvíos son debidos a un mal entendimiento de la naturaleza profunda de la ciudad y, en concreto, de su tiempo. La ciudad no es un producto,
es un fruto. Crece con el tiempo y con continuidad espacial y temporal. Es una
multipropiedad histórica.
Debemos aprender a sentir el tiempo urbano. Saber que cuando visitamos una
ciudad histórica que no esté brutalmente deformada, lo más antiguo son sus
caminos, sus trazados, su relación más o menos oculta con el paisaje inicial: el
primer puente, las cómodas calles que van siguiendo las curvas de nivel, las primeras orientaciones de la edificación, las huellas de los elementos de defensa;
«el tiempo también pinta», decía Goya.
Conocer el tiempo de una ciudad es conocer la distancia entre sus héroes, su
pulso, su vocación y su destino, los mitos que creó, el sentido de sus fiestas. Es
habitual en las actuaciones urbanas abusar de la «falsa urgencia» y no distinguir
bien entre problemas importantes y problemas urgentes. Estas son grandes
coartadas para los que sólo ven la ciudad como un lugar donde lo que se cultiva
es sólo dinero. Pobre agricultura es ésta.
Quiero recordar el antiguo lema romano festina lente que podríamos traducir
por «apresúrate despacio», que fue el lema vital elegido por Italo Calvino desde
su juventud. Me parece una sabia actitud para acercarnos a la ciudad, nuestra
gran obra colectiva. Su futuro es nuestro y no tan dócil como podemos pensar
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desde el confort mental de las tendencias, estadísticas y escenarios. Es un trabajo de creación y, por tanto, con los pies en el barro del arte.
Hay una célebre cita de Picasso que me interesa porque muestra esa seguridad con la que un artista mira al futuro. Picasso acaba de pintar un retrato de
Gertrude Stein y ella le dice que no le gusta porque no se encuentra parecida. Él
le contesta: «Ya se parecerá».
Esa capacidad del artista para desvelar lo difícil, lo misterioso, para acercarse a
ello por atajos mentales, lo expresa con gran acierto Valéry: «Un artista vale por
mil siglos, abrevia el curso de la Naturaleza».
Insisto. No tengamos prejuicios de método para construir la ciudad. La metáfora, el mito o el verso de La Ilíada que ayudó a localizar Alejandría pueden servirnos. La ciudad se merece lo mejor de nuestra inteligencia y de nuestra sensibilidad para avanzar hacia la oscuridad del futuro con valentía de mente y de labio.
Como en el verso de Coleridge: «Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño
y le dieran una flor como prueba de que ha estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces?»
AA. VV., Paisaje y memoria, La Casa Encendida, Madrid, 2004.
Dibujo posterior a Electric Dress, 1956.
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IV. TIEMPO
CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO
PERSEGUIR NUESTRAS HUELLAS ES TRABAJO IMPURO.
En la oscuridad insomne me asaltan latidos de memoria.
Barcos de ruta arrepentida que avanzan
oscilando.
Perseguir nuestras huellas es trabajo impuro.
Desconocido lenguaje el que escriben nuestros actos.
La mujer de Lot se detuvo a descifrarlo.
Varía el rumbo.
LA HABITACIÓN DE CATERINA.
(Para Bill Viola, Vermeer y Fra Angelico)
Caterina amanece en su habitación.
Desde la ventana ve las flores blancas de un ciruelo.
Aún no hay hojas.
Se lava con agua de una jarra blanca,
muerde una manzana,
desenvuelve una alfombra roja, medita y lee.
Todo sucede con silencio y parsimonia.
Las hojas del ciruelo ya han nacido.
La luz de la mañana las dibuja.
Bajo esa luz Caterina cose una pieza de tela azul.
Sobre la mesa una taza de té.
El tiempo pasa dócilmente.
Mientras reflexiona las hojas del ciruelo se marchitan.
La luz que entra por la ventana es ahora plena, rojiza.
Caterina escribe.
Todo está en silencio.
Desde la ventana se ve ya con dificultad
la silueta del ciruelo.
Llega la noche. Caterina enciende en su habitación
un dibujo de velas.
Bajo la luz de sus llamas se arrodilla despacio y reza.
La noche es dueña.
La ventana es ya un cuadrado negro.
Lentamente Caterina en su habitación
prepara un lecho con sábanas blancas y cobertor azul.
Entra en él y se abandona al sueño.
Despacio, con pulcritud de silencio.
Todo sucede en la habitación de Caterina
mientras afuera el ciruelo florece y se desnuda.
POEMA CON SOMBRA
(Para Catalina de Alejandría, Catalina de Siena, Catalina de Aragón,
Catalina de Rusia y otras)
Caterina amanece en su habitación.
Desde la ventana ve las flores blancas de un ciruelo.
Aún no hay hojas.
Se lava con agua de una jarra blanca,
muerde una manzana,
desenvuelve una alfombra roja, medita y lee.
Todo sucede con silencio y parsimonia.
Juega Catalina en la Alhambra de Granada.
Con su hermana María hila.
Juntas se ríen.
A los tres años habían acordado su matrimonio con un príncipe.
Inglés.
Las hojas del ciruelo ya han nacido.
La luz de la mañana las dibuja.
Bajo esa luz Caterina cose una pieza de tela azul.
Sobre la mesa una taza de té.
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En 1501 zarpa Catalina en barco hacia Inglaterra.
Azaroso es el viaje por mar.
Al llegar la casan con Arturo.
No se consuma el matrimonio.
Años en el limbo.
El tiempo pasa dócilmente.
Mientras reflexiona las hojas del ciruelo se marchitan.
La luz que entra por la ventana es ahora plena, rojiza.
Caterina escribe.
Todo está en silencio.
Muere su madre, la Reina Isabel.
1509. Boda de Catalina con Enrique.
13 días después es Reina de Inglaterra.
Años de abortos.
Desde la ventana se ve ya con dificultad
la silueta del ciruelo.
Llega la noche. Caterina enciende en su habitación
un dibujo de velas.
Bajo la luz de sus llamas se arrodilla despacio y reza.
Nace la única hija de Catalina, María.
1517. Lutero da a luz su tesis contra la Iglesia.
Enrique VIII y Wolsey están en contra.
Luego, miden su interés.
1534. Clemente VII declara válido el matrimonio.
Cisma.
La noche es dueña.
La ventana es ya un cuadrado negro.
Lentamente, Caterina en su habitación
Prepara un lecho con sábanas blancas y cobertor azul.
Entra en él y se abandona al sueño.
Despacio, con pulcritud de silencio.
Catalina es enclaustrada.
Cada vez más lejos.
Su sobrino, Carlos I, desea vengarla.
No quiere sangre Catalina en su nombre. Evita la guerra.
El 7 de Enero de 1536 muere Catalina de Aragón.
Reina de Inglaterra.
Su marido Enrique no interrumpe la fiesta.
Todo sucede en la habitación de Caterina
Mientras afuera el ciruelo florece y se desnuda.
Beatriz Blanco, Despertar al héroe, Huerga & Fierro, Madrid, 2005.
Electric Dress, Atsuko Tanaka, 1957.
Atsuko Tanaka en la primera exposición de Gutai Art
instalando la pieza Work (Bell), 1955.
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IV. TIEMPO
CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

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