YAGUARETÉ / cómo lo salvamos

Transcripción

YAGUARETÉ / cómo lo salvamos
Contrareloj. Los biólogos
Agustín Paviolo y Verónica
Quiroga (izquierda) le colocan
un collar con GPS a un
yaguareté para estudiar sus
comportamientos y entender
cómo salvar la especie.
YAGUARETÉ / cómo lo salvamos
z Diego Varela
Yaguareté | Cómo lo salvamos
200
Es alarmante. Pero terriblemente real:
dos centenares, a lo sumo dos y medio.
Esa es la cantidad de yaguaretés que viven hoy en territorio argentino. El predador más grande del continente americano, que en nuestro país supo ocupar múltiples ambientes desde La Quiaca hasta
el río Negro, hoy está reducido a tres poblaciones diferentes y sin contacto entre
sí. Sin embargo, un grupo de científicos,
voluntarios y especialistas luchan por
torcer un destino que parece marcado.
Escribe Juan Martín Roldán.
Fotos: Gentileza Red Yaguareté y Proyecto Yaguareté
h
Dicen que los números son fríos. Y estoy de acuerdo con ello:
un número, en sí mismo, es terriblemente frío, desprovisto
de emociones y significados. Sin embargo, se lo puedo cargar de contenido. Eso sucede, por ejemplo, cuando se habla de mortalidad infantil: cada décima que baja ese indicador en una región, un
país o una provincia, significa que centenares o miles de niños recién
nacidos lograron salvar su vida. Algo similar puede decirse de los niveles de pobreza, escolaridad y vacunación. Lo que importa, en esos casos, no es el número, sino lo que hay detrás de ellos. Por eso les propongo una suerte de trabalenguas de números, o un silogismo numérico, aunque quizás no tenga demasiado rigor matemático: si
1824=27.414, 1970=1446 y 2014=200, 2030=¿? La respuesta no es
simplemente un número: encierra la supervivencia o no de una especie que, desde el surgimiento de los mamíferos en la superficie terrestre, está al tope de la pirámide alimenticia en las tres Américas…
Al llegar a estas tierras, los españoles le vieron alguna semejanza con
el tigre asiático y así lo empezaron a nombrar. En aquellos tiempos,
regulaba las poblaciones de los grandes herbívoros del continente
desde lo que hoy es el sur de Estados Unidos hasta el río Negro, en el
norte de la Patagonia: millones de kilómetros cuadrados, por los ambientes más variados, desde la costa marítima hasta los faldeos cordilleranos, preferentemente en los dos climas templados y cálidos. Era
un animal sagrado para muchas culturas nativas, y así quedó testimoniado en historias, mitologías y tantísimas piezas artesanales.
Pero la paulatina conquista del territorio por europeos y criollos lo fue
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corriendo hacia los lugares más alejados y resguardados. En la Argentina, particularmente, sobran las muestras toponímicas de su presencia en zonas en las que hoy parece imposible que haya paseado su salvaje belleza; el más emblemático de ellos es el tramo inferior del delta
del Paraná, el Tigre, donde se lo vio hasta fin del siglo XIX. Al caudillo
riojano Facundo Quiroga se lo apodaba El Tigre de los Llanos por un
encuentro que tuvo con un yaguareté en el norte de San Luis; los mapuches llegaron a conocerlo, ya que tenían una palabra para identificarlo (nahuel, aunque su presencia en la zona del lago Nahuel Huapi no
está comprobada), y son numerosos los registros de su presencia hasta entrado el siglo XX en provincias como Santa Fe, Córdoba, Mendoza,
Entre Ríos, Tucumán, Corrientes y hasta la llanura bonaerense.
Pero su tamaño, su cuero y, sobre todo, su exagerada fama de depredador implacable, lo convirtieron en el blanco preferido de todos. ¿Qué
podía dar más prestigio y hombría que cazar un tigre?
Los números de más arriba son tan tristes como elocuentes. El de
1824 sale de un dato aportado por el naturalista francés Alcides D’Orbigny, quien dice que en ese año salieron de Buenos Aires 9138 pieles
de yaguaretés; mi cálculo, caprichoso, sale de multiplicar esa cantidad
por tres, para dar un dato aproximado de la abundancia de la especie
en los tiempos fundacionales de nuestro país. Lo mismo hice para estimar su presencia en 1970, basado sobre los 482 cueros que Juan
Carlos Chebez dice que se exportaron en ese año. ¡Casi 500 tigres cazados, hace apenas 44 años! El dato actual es certero, brindado por los
biólogos que están trabajando con la especie; las estimaciones más
optimistas hablan de no más de 250 ejemplares en todo el país, repartidos en los tres ambientes en los que hoy se lo encuentra: la selva misionera (aproximadamente 50 individuos), la región chaqueña (alrededor de 20) y las yungas (cerca de 150).
Si seguimos la lógica histórica, para 2030 no cabe esperar otro resultado
que la extinción. Sin embargo, la creación de nuevas áreas protegidas, algunas leyes nacionales y provinciales, el esfuerzo de investigadores, guadaparques y voluntarios, junto al surgimiento de nueva conciencia social,
están torciendo ese destino que hasta hace poco, parecía inexorable.
El rey ha muerto, viva el rey
El tigre americano tiene un nombre científico (Panthera onca) y decenas de nombres populares, entre los que se impuso el que le daban los
guaraníes, yaguareté, que significa “verdadera fiera”. En lengua quechua se lo denomina uturunco u otorongo, mientras que en diferentes
regiones con población mixta criolla-aborigen hoy se lo conoce como
bicho, manchado, pintado, overo o, simplemente, él.
Es el tercer felino más grande del mundo, después del tigre y el león.
Un macho adulto llega a medir más de dos metros y medio de largo,
incluyendo la cola, de hasta 90 centímetros; su peso puede acercarse
a los 140 kilos y su altura, a los 80 centímetros hasta la cruz. La hembra es un poco más chica. De las ocho subespecies que hoy considera
la zoología, la presente en la Argentina es la Panthera onca palustris, la
más corpulenta de todas.
El pelaje es su marca de origen, como una huella digital, ya que no hay
dos iguales, y es lo que utilizan los científicos para identificarlos. Las
manchas negras tienen forma de roseta, algunas cerradas y otras
abiertas, redondas o alargadas, con o sin puntos en su interior, más
grandes en el lomo y más pequeñas en las patas, la cabeza y el cuello,
mientras que la cola suele tener anillos, especialmente en la zona cer-
cana a la punta. Su cabeza es grande y ancha, al
igual que sus patas, y su cuello es notablemente fuerte, lo que le permite cazar y arrastrar
presas que lo doblan en peso, como el tapir. De
hecho, es el único predador capaz de matar a
uno de estos grandes herbívoros adultos, a los
que sorprende con un salto sobre su lomo y una
certera mordida en el cuello. Pecaríes, carpinchos, corzuelas, otros animales menores y hasta
yacarés figuran también en su dieta habitual, a los
que llega a cazar en el interior de ríos y lagunas, ya
que, a diferencia de otros gatos salvajes, el yaguareté es un gran nadador, lo que le permite cruzar
sin problemas ríos como el Paraná, el Iguazú o el
Bermejo. Comparte el hábitat con el puma, aunque no se adapta tan fácilmente como él a la diversidad de ambientes y a cazar presas pequeñas,
razón por la cual el león americano tiene hoy un
panorama mucho más alentador.
El yaguareté es, además, un animal muy territorial, que delimita sus dominios mediante orín,
heces, marcas en los árboles y bramidos. Estudios recientes realizados por el biólogo Agustín
Paviolo y su equipo indican que un macho en
Misiones requiere alrededor de 30.000 hectáreas, mientras que una hembra se mueve en
unas 10.000 o 15.000. Esto muestra que hay, en
promedio, 2 o 3 hembras por cada macho en
edad reproductiva.
Las investigaciones realizadas en los últimos 10
o 15 años echeron luz sobre el comportamiento
y la situación de la especie en el país. Y sirvieron
para desterrar el mito del “tigre cebado” con
carne humana, ya que son contadísimos los casos de ataques a personas, en su mayoría, vinculados con cacerías. La alarma está encendida
por esa cifra de dos centenares de ejemplares.
Sin embargo, también hay una esperanza gracias
a la red de áreas protegidas de Misiones (nacionales, provinciales y privadas), la Ley de Bosques
(aunque no siempre es respetada), el difícil acceso a las yungas salteñas y jujeñas, la persecución judicial a los cazadores y comercializadores
de su piel -impulsada por algunas ONGs, como la
Red Yaguareté- y la reciente creación del Parque
Nacional El Impenetrable. Al cierre de esta edición el Senado sancionó la respectiva Ley, que
protege el sector chaqueño de la estancia La Fidelidad, lo que permitirá mantener una población estable en la región, la más crítica de las tres
que existen en el país. Ahora resta ver si Formosa deja de lado su desidia en el tema y sigue el
ejemplo de la provincia vecina.
El rey de nuestros montes se desangra. Una y
otra vez. Como si fuera un monarca cruel, su
muerte es celebrada desde hace centenares de
años. De nuestra generación depende que ello
se corte y que, en su lugar, comience a vivarse
su reinado.
Me llaman El Manchado. Quiero vivir
Estoy solo en la espesura de la selva. Aquí
me siento cómodo, es mi lugar en el
mundo. Como lo fue el de mis padres,
abuelos, bisabuelos y ancestros lejanos.
El aire está húmedo, pegajoso, dominado
por la niebla matinal. Hace un par de días
que no como, pero confío en que algún
guazuncho se cruzará en mi camino en
las próximas horas. Ayer anduve mucho
por mi territorio, crucé tres ríos, cinco
arroyos y un bañado. En la orilla del río
grande vi una tropilla de labiados, pero
cuando me quise acercar, el viento me
traicionó, alguno sintió mis pasos y todos
se perdieron en el ramerío; son vivos esos
chanchitos, más de una vez se me escapan. Lo último que comí fue un yacaré
ñato, mediano, que andaría por el metro
y medio de largo. Lo agarré desprevenido,
en la costa de una laguna, calentándose
al sol… no le di chance: me abalancé sobre él desde los juncos y le mordí el cuello. Intentó resistirse, hizo fuerza unos
minutos, pero no se pudo zafar de mis
mandíbulas. Me lo llevé adentro del monte y allí lo di vuelta para buscar su panza,
más blanda que su durísimo lomo, y, sin
apuro, aproveché todo lo que pude. Algunos jotes quisieron sumarse, pero no los
dejé ni acercarse. Seguramente, cuando
me fui se lanzaron desbocados para rapiñar los restos.
A estas horas, la neblina aplaca mi color
amarillento-anaranjado y mis manchas
negras se mimetizan con el ambiente, se
mezclan con la tierra, se confunden con
la hojarasca en descomposición. Es mi
momento. Me muevo con sigilo, afino el
olfato, estoy atento a cada ruido. Pero de
pronto percibo un olor único, que no es
de un tapir, ni de un oso hormiguero, ni
de un pecarí, ni de un carpincho. Es mucho más agradable, irresistible, enajenante. Lanzo un bramido, lo más fuerte
que puedo. Y voy a buscarla. La encuentro en un claro en la selva, rascando su
lomo contra un timbó. Se la ve fuerte.
Ruge. Yo le muestro mis dientes, levanto
mi mano izquierda, la acaricio y, al mismo tiempo, le muestro poder. Ella me
imita, se da vuelta, se mueve, me enfrenta, gira con delicadeza… Coquetea
conmigo, pero no me la hace fácil. Tengo
que sacar toda mi fuerza seductora, porque sé que ella no me volverá a permitir
este encuentro hasta dentro de dos años.
Me quiero exhibir como un macho potente, dueño y señor de mi territorio, y para
eso hago una apuesta arriesgada: corto
el juego de rugidos, dentelladas y manotazos, y encaro hacia el monte, tranquilamente. Cuando me doy vuelta, ella me
está siguiendo. El deseo mutuo no tiene
nada de romántico, nos surge de adentro, como un fuego que consume nuestras entrañas. Recorreremos juntos la
zona varios días, aunque mi objetivo inicial no será fácil de conseguir: cada vez
que lo intente, ella se resistirá largos ratos… Sin embargo, en unos 120 días la
veré pasar con dos o tres crías. No nos
saludaremos, probablemente ni nos miremos. No hará falta. Lo único que buscamos, lo único que tenemos inscripto en
nuestro ADN desde hace miles y miles de
años, es cumplir el mandato de perpetuar
nuestra especie, seguir siendo los puntos
más altos de la pirámide alimenticia de
esta parte del mundo. Pero hay otro animal que se empecina en impedirlo. Uno
que no usa sus manos ni sus dientes para
pelear. En sus manos estamos.
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Yaguareté | Cómo lo salvamos
Los guardianes del tigre
Decenas de culturas originarias de esta parte del mundo lo adoraron y lo incluyeron en sus ritos y mitos. Darwin, D´Orbigny, Félix
de Azara, Hudson, Ambrosetti y otros científicos de renombre mundial lo describieron y hablaron de su abundancia entre los siglos XVII y XIX. Miles de soldados, campesinos, hacendados y cazadores destrozaron su hábitat, lo acorralaron en lo más profundo del monte y lo acribillaron a balazos y puñaladas. Cada tanto, hoy todavía, algún conductor alocado lo atropella en una ruta.
Pero también hay personas que trabajan cada día para cambiar la relación entre humanos y yaguaretés. Estas son sus historias.
Los últimos yaguaretés cordobeses vivieron
unas seis décadas antes del nacimiento de
Agustín Paviolo. Por eso este Doctor en Biología que hoy tiene 38 años tuvo que abandonar su provincia natal para investigar al tigre
americano, su objeto de estudio y trabajo
desde 2001: “Siempre me gustaron los felinos, y el yaguareté es el más grande, el más
poderoso, siempre fue un sueño para mí poder trabajar con la especie. Surgió la posibilidad y me vine. Estaba convencido de que podía hacer un buen aporte a la investigación”,
dice quien hoy es investigador del Conicet y
uno de los líderes del Proyecto Yaguareté, con
sede en Puerto Iguazú.
-¿Había investigaciones serias cuando comenzaste?
-Hubo un biólogo brasileño que trabajó en el
Matto Grosso y en el Parque Nacional Do
Iguacú. Los primeros estudios poblacionales
nuestros son de entre 2002 y 2004. Ahí nos
dimos cuenta de que la población en la zona
había caído, bastante drásticamente.
leño Do Iguacú), parques provinciales, reservas privadas y propiedades privadas que tienen alguna actividad productiva pero conservan sectores de selva. Bien protegida contra
la caza furtiva, esa superficie puede sustentar
una población cuatro o cinco veces mayor a la
que hay hoy. El énfasis en Misiones debe ponerse, sobre todo, en el mejoramiento de los
niveles de protección contra la caza furtiva en
las áreas protegidas.
-Los atropellamientos son otra de las causas
de muerte del yaguareté y de otros animales,
¿cómo se pueden evitar?
-La solución para esto es compleja. Acá en la
zona Norte de Misiones, que incluye el Parque
Nacional Iguazú y el Parque Provincial Puerto
Península, hay que hacer controles de velocidad, pero no se puede estar controlando las
24 horas en toda la ruta… Probablemente haya que hacer alguna obra, como cambiar levemente la traza de la ruta, para evitar las
rectas muy largas. También se pueden hacer
pasafaunas, como el que se hizo sobre la ruta
101, al sur de Andresito. Es un túnel importante, por debajo de la ruta.
-¿Ves un mayor involucramiento de gente
común en el tema conservacionista?
-En Misiones hubo un cambio en la conciencia
de la gente sobre la situación ambiental en general, y de amenaza de la especie en particular.
Igualmente, no es fácil involucrar a toda la sociedad en estos temas. La mayoría de los problemas de este tipo los tienen que resolver organismos gubernamentales: hacer pasafaunas
sobre las rutas, dotar de más medios a un área
protegida, crear nuevas áreas protegidas… Lo
que sí sirve es la presión social sobre las autoridades para que hagan más acciones.
-¿Lo utilizan los bichos?
-Sí. A medida que pasa el tiempo, más fauna
se anima a usarlo. Tiene que haber más, y
también se pueden colocar alambrados en la
zona cercana, para guiar a la fauna silvestre
hacia el pasafauna. Hay varias medidas para
tomar, estamos trabajando con Parques Nacionales y con Vialidad Nacional, obviamente
no con la velocidad que nos gustaría, porque
además las obras viales son caras. Pero algo
se está haciendo, estamos avanzando, y entre diferentes organismos e instituciones.
-¿Alcanza con los sectores de selva protegidos en Misiones para garantizar la conservación de un animal con tanto requerimiento
territorial como el yaguareté?
-Lo que queda de selva en Misiones está
compuesto por el Parque Nacional Iguazú
(que a su vez se conecta con su vecino brasi-
-Estaba leyendo «Los que se van», y allí aparecen unas cifras de cueros de yaguaretés exportados desde Argentina que son tremendas…
-Sin dudas eso es lo que ha llevado a que la
especie esté casi desapareciendo del país.
Hemos cazado y vendido pieles en cantidades
impresionantes, y ello, sumado a la drástica
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reducción de su hábitat… Hoy no puede haber
ese tráfico de cueros, sencillamente porque
no hay en todo el país la cantidad de yaguaretés que se mataban en solamente un año.
Hoy ya no hay ese tráfico internacional, pero
se lo sigue cazando, ya no por el cuero, sino
por deporte, por diversión.
-¿Quién caza hoy un yaguareté en Misiones?
-Mayormente, pobladores locales. También
puede haber algún brasileño que venga a cazar, porque a ellos ya no les queda más selva,
y eso sí es preocupante. Es gente que sale a
cazar lo que se le cruce, un tapir, un pecarí,
una paca... o un yaguareté.
Cuando Agustín dice esto, en la mente de ambos (entrevistado y entrevistador) aparece la figura de Guacurarí, un gran macho al que el propio biólogo y su equipo le colocaron un collar de
monitoreo, que brindó información sumamente valiosa sobre las costumbres de la especie.
Luego de seis años de relación con él, fue encontrado muerto en febrero de 2012. La siguiente pregunta, inevitablemente, refiere a él.
-¿A Guacurarí lo mataron así?
-Sí, completamente… No hubo ningún conflicto, el cuero lo dejaron ahí. Lo encontraron
en un campamento de cazadores, un lugar en
el que la gente de campo se instala una semana a cazar… No es un tema sencillo tampoco, porque esa gente va armada.
-¿La caza es hoy la principal amenaza para el
yaguareté?
-Los estudios que hemos hecho demuestran
que sí. Si logramos que no se cacen más yaguaretés, la población tiene bastante más
posibilidades de subsistir. Es lo que más hay
que combatir, tanto con más control como
con campañas de educación. Si uno le hace
entender a la gente porqué es importante
mantener las especies animales, se genera
mayor conciencia, los pobladores ayudan a
los guardaparques y se produce una mayor
condena social hacia los cazadores.
z José Calo
En el nombre de Guacurarí
-¿Sigue instalado el mito de que es un animal
peligroso para el hombre?
-Es un animal poderoso, y si la gente lo encuentra cerca de una chacra le despierta
miedo, pero eso creo que es lógico. En Misiones no se lo va a buscar para cazarlo cuando
aparece una huella, lo que sí pasa en Chaco.
Ahora estamos empezando con la Fundación
Vida Silvestre un programa para monitorear
los conflictos que se dan entre pobladores,
ganado y yaguaretés.
-Esta preocupación más fuerte por el yaguareté empezó hace unos 20 años, ¿se sabe cuánto
se modificó la población en este tiempo, se pudo revertir la curva descendente?
-En Misiones, la primera vez que se midió la
población de yaguaretés fue hacia 1995, y
diez años después se comprobó que había
caído drásticamente. De ahí para acá la población se estabilizó, y ahora se ve que se ha
comenzado a recuperar. Se han invertido recursos y trabajo, del gobierno nacional, provincial y de ONGs.
Guacurarí. Así se llamaba este macho adulto que Agustín
Paviolo monitoreó durante cinco años gracias al collar GPS.
Hasta que lo encontraron muerto, víctima de la caza furtiva.
En términos prácticos, ¿para qué sirve la investigación en estos asuntos?
-Los investigadores servimos para dar información precisa y mostrar un poco el camino sobre lo que hay que hacer, eso sirve
de motor a la sociedad para pedir, y a los gobiernos para saber cómo está la situación y
actuar en consecuencia.
-En la Argentina tenemos tres poblaciones
diferentes de yaguaretés, sin conexión entre
sí, ¿es viable la supervivencia de las tres, no
es complicado el tema genético?
-Todavía no, todavía tenemos la suficiente
variabilidad. Las yungas, por ejemplo, están
conectadas con las selvas bolivianas. Hoy el
problema es poblacional. No hay que minimizar la problemática genética, pero hoy el desafío es mantener las poblaciones.
En Misiones, desde que yo llegué hasta ahora,
hay menos cacería. Si logramos que esto siga
así, vamos a mantener y mejorar la situación
de la especie. Creo que no deberíamos preocuparnos demasiado por la cuestión genética.
-¿Cómo ves el proyecto del Conservation
Land Trust para reintroducir yaguaretés en
los Esteros del Iberá?
-Es una idea revolucionaria para América
Latina, nunca se ha hecho algo así con un
depredador como el yaguareté. Y en Iberá se
da una serie de condiciones para que la reintroducción sea factible. El intento de restaurar el ecosistema como era originalmente es
muy interesante, va a equilibrar mucho el
sistema. No creo que haya que destinar recursos del Estado a ese proyecto, no es prioritario, pero si lo hace una ONG que tiene una
gran capacidad de gestionar y captar fondos,
me parece muy bueno.
-En términos biológicos, ¿es viable el
proyecto?
-Sí. Nosotros hemos hecho un análisis, que
lideró Carlos De Ángelo, y da que las condiciones del hábitat están dadas para que haya
una población de unos 50 individuos en la zona. Y sería muy importante para la conservación del yaguareté en la Argentina.
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El desafío del Gran Chaco
Verónica Quiroga también es cordobesa y tiene apenas un par de años menos que Agustín
Paviolo. En 2002 hizo su tesis de grado en
biología en la zona del Parque Nacional Copo,
en el Noreste de Santiago del Estero, y allí entró en contacto por primera vez con el ambiente que sería la razón de sus desvelos: la
amplia, olvidada y misteriosa región chaqueña. Primero trabajó con el loro hablador, luego con mamíferos grandes en general y, finalmente, decidió concentrarse en el gran
gato manchado.
-¿Cómo llegaste al yaguareté?
-En Copo conocí a Pablo Perovic, que trabajaba con yaguaretés en las yungas, y con él
empecé a ver que no había estudios sobre la
especie en la región chaqueña, me interesé
en el tema y descubrí que la problemática era
mucho más complicada de lo que se suponía.
-Era un gran enigma el Chaco, y en buena
medida lo sigue siendo…
-Sí, porque la superficie donde todavía podía
quedar yaguareté era muy grande, y había un
solo estudio, que se había hecho entre 2001 y
2003. Pero eso no dio datos de densidades. A
partir del 2004 continué y completé esos estudios, aprovechando las entrevistas y los relevamientos que hacía con los loros y mamíferos
en general. Recién en 2008 empecé mi doctorado y nos concentramos en forma intensiva
con cámaras trampa en tres de las áreas que
habíamos identificado como de mayor potencial para la especie. Estamos hablando de un
millón de kilómetros cuadrados…
-¿Qué zonas identificaron?
-El Parque Copo, sobre todo porque en
2002-2003 habían habido registros, muchas huellas, avistajes por pobladores.
Cuando hice mis entrevistas en 2004 todavía se lo veía. Otro lugar fue en el centro del
Impenetrable, una reserva aborigen que está muy cerquita de La Fidelidad, unos 20 kilómetros al Oeste, sobre el río Bermejito. Y
el otro era en el norte de Formosa, cerca del
límite con Salta, vinculado con los bañados
La Estrella. No podía abarcar más con mis
muestreos porque son zonas muy grandes y
muy distantes entre ellas. Hicimos un lugar
por año, entre 2008 y 2010.
-¿Ya estabas como becaria del Conicet?
-Sí, mi doctorado lo hice con una beca del Conicet. Y los fondos para comprar equipos y
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movernos vinieron de varias ONGs internacionales, que yo misma gestioné. Como no había
un equipo previo trabajando en la zona, tuve
que empezar todo bastante de cero y a pulmón. Mi director fue Mario Di Bitetti, coordinador general del Proyecto Yaguareté.
-Y esa misma gente que te dice que su abuelo
era tigrero y cazaba yaguaretés habitualmente, ¿no se da cuenta de que ya no quedan más?
-Claro que se da cuenta, y a muchos no les importa, al contrario, te lo cuentan con alegría,
porque dicen que era un animal peligroso.
-¿Qué resultados obtuviste?
-Bueno, no hubo fotos… Todo fue bastante
desalentador, esperábamos densidades muy
bajas, pero no tanto. Porque en Copo ya no
había registro de la especie, ni con las cámaras, ni huellas, ni por testimonio de los pobladores. Eso nos mostró que la población de
yaguaretés se estaba retrayendo cada vez
más hacia el Norte, por la caza y por los desmontes ocasionados por el avance de la frontera agrícola-ganadera. En los otros dos sitios, si bien obtuvimos huellas y había avistajes relativamente recientes, no hubo fotos, lo
que muestra que las densidades son bajísimas. Igualmente, el año pasado mataron un
macho grande en Campo Gallo, en Santiago
del Estero, al Sudoeste de Copo. Ese caso está
en juicio, pero no avanza.
-Qué pena, porque eso en Misiones se pudo
cambiar.
-Sí, pero la principal diferencia es la superficie a tratar. Todo el corredor verde de Misiones abarca un millón de hectáreas, y en la
región chaqueña hablamos de un millón de
kilómetros cuadrados… Otro tema importante es el administrativo: en Misiones hay
un único gobierno provincial, y acá, en todo
lo que hagas, tenés que ponerte de acuerdo
con cuatro provincias: Chaco, Formosa,
Santiago del Estero y Salta. Además, en Misiones hay más interés.
-¿Qué pasó en Formosa, específicamente en el
bañado La Estrella? Por su inaccesibilidad, sus
dimensiones y porque es poco aprovechable
en términos productivos, parecería un buen
ámbito para el yaguareté.
-La zona cercana a Las Lomitas es otro de los
sectores con alto potencial, pero todavía no
pudimos poner cámaras. En la zona norte de La
Estrella vimos huellas, la gente todavía lo registra, pero no obtuvimos fotos.
-Un tema clave es cómo se relaciona el poblador local con el yaguareté…
-El principal problema en la región es la cacería por parte del poblador local. Históricamente ha habido conflicto, porque cuando el
yaguareté era abundante, solía predar ganado. Además, a eso hay que agregarle que cazar un yaguareté en el Chaco te da mucho
prestigio, y esa costumbre sigue muy arraigada. Apenas aparecía una huella o alguien veía
un yaguareté, se llamaba a uno de estos tigreros y se organizaba una cacería. Había
gente que se jactaba de haber cazado 100 tigres. Lo que hace falta urgente es una mega
campaña de educación y concientización,
para informar que quedan muy pocos, que
hay alternativas para que no prede el ganado,
que está prohibido cazarlos… Estamos hablando de un área muy grande, con poca presencia del Estado.
-Y el turismo genera recursos, lo que no sucede en la región chaqueña.
-Todavía no. Veremos si con toda esta movida de La Fidelidad y el Parque Nacional El Impenetrable logramos atraer un poco la atención por ese lado y concientizar a la gente para que vea al yaguareté, a la fauna y al bosque
como algo que les puede dar plata y no como
algo que hay que limpiar. Pero es un proceso
sumamente largo…
-Entiendo que el gobierno chaqueño participó activamente en el proceso para declarar
su porción de La Fidelidad parque nacional,
¿es así?
-Chaco siempre fue la provincia de la zona
que más se involucró, la que más nos facilitó
las cosas. Con La Fidelidad nos dieron el apoyo enseguida, inclusive nos han financiado
cosas. No pasó lo mismo con Formosa… Ellos
dijeron que creen que no es necesario que sea
Parque Nacional, declararon zona roja las 30
mil hectáreas que bordean el Bermejo y dicen
que eso es suficiente. Hay que seguir reclamando en Formosa, para el yaguareté sería
muy importante porque hay una continuidad
entre el chaco paraguayo, los bañados La Estrella y La Fidelidad, que tiene 100.000 hectáreas en su lado formoseño.
-Una estimación habla de entre 20 y 30
ejemplares en todo el Chaco, ¿es certera?
-Sí… ¡porque la hice yo! El número surgió en
2010, y hoy me animo a decir que son menos,
porque en aquel momento no habíamos terminado de relevar áreas como La Fidelidad, en
z Patricia Contic
Yaguareté | Cómo lo salvamos
Arriba. Gabriel San Juan, guardaparque del Parque Provincial Puerto Península, y
Nicolás Lodeiro Ocampo, creador de la Red Yaguareté. Derecha. Verónica Quiroga
investiga la población del tigre en el Gran Chaco; en los últimos registros, las cámaras
trampa no registraron ni uno... Agustín Paviolo lidera las investigaciones en Misiones.
las que estimábamos una presencia mayor a la
que realmente hay. La población en toda la región chaqueña está críticamente amenazada.
-Con esos números, el futuro es muy complicado, ¿se salva en la Argentina?
-En el país sí. En Misiones y en las yungas, si se
mantienen los patrones como hasta ahora, la
población es viable. En el Chaco, si las cosas siguen como hasta ahora, nos quedamos sin tigres de acá a cinco años. Tiene que haber
cambios drásticos, frenar la cacería, crear áreas protegidas, frenar los desmontes, hace falta
que políticos de varias provincias se pongan de
acuerdo… Lo de La Fidelidad es genial, pero
necesitamos que haya acciones en las cuatro
provincias. Revertir las condiciones actuales
lleva años, a corto plazo no se va a conseguir.
-Y a corto plazo… nos quedamos sin tigres.
-Exactamente. No hay más plazo. Igualmente, siempre habrá esperanzas para recuperar
la especie, se pueden traer de otros lugares…
-En cada salida de investigación la pasás
mal, te morís de calor, te morfan los mosquitos, dormís mal, te ensuciás, no te podés bañar… ¿Por qué lo hacés?
-¡Sucia nunca, siempre impecable, ja ja! La
verdad, me encanta esto. Toda la vida me ha
gustado la naturaleza, mis viejos me enseñaron a respetarla y a adorarla. Es mucho mayor
el placer de estar remando en el Bermejo que la
molestia de una garrapata o el calor. Obviamente que a veces digo “¿quién me mandó
acá?”, pero siempre digo que vale la pena. Más
allá de la cuestión altruista, esto me apasiona y
me hace bien.
El amante autodidacta
Cuando Nicolás Lodeiro Ocampo nació, hace
43 años, sus padres seguramente ni por asomo se imaginaron que de grande iba a dedicar
buena parte de su vida a caminar por selvas,
cerros y montes. Porque Nico tuvo parálisis
cerebral en el momento de su nacimiento con
secuelas en sus piernas. Y seguramente él
mismo tampoco se imaginó esta realidad para esta parte de su vida, ya que la profesión
que eligió es la de… psicólogo.
Sin embargo, ni esa parálisis cerebral que le
impide caminar bien, ni el tiempo que le exige
atender su estudio para poder vivir y alimentar a sus dos hijos, son obstáculos para que
dirija la Red Yaguareté, una ONG que hoy
cuenta con la colaboración de unos 70 voluntarios y se dedica a trabajar para la conservación del tigre criollo en todo el país. “Me canso, termino hecho mierda, pero voy igual. Camino, voy un poco más lento, pero me las
arreglo. Cuando vamos a La Fidelidad yo remo en el Bermejo y no me canso nunca, porque tengo mucha fuerza en los brazos y el
tronco superior”, dice sobre su situación física, a la que no le da ninguna importancia.
Asegura que su vínculo con la Naturaleza surgió en Cipolleti, donde se crió, y se consolidó
cuando, ya de más grande, conoció la obra de
Juan Carlos Chebez. Así, hacia el año 2001,
decidió crear una página web para tratar de
contactar gente que estuviera interesada en
el yaguareté: “No sé por qué. Los felinos, los
predadores, siempre me gustaron, y el saber
que había yaguaretés en la Argentina me
motivó. Escribí cartas a parques nacionales
que tenían contacto con yaguaretés, nunca
recibí respuestas. La verdad que no tenía demasiada idea de qué era lo que podía hacer,
solamente quería estar cerca, aprender sobre
la especie”, relata.
A través de la web (www.redyaguarete.org.ar)
se contactó con bastante gente, y entre ellos
armaron un grupo de expediciones. “Ahí empezamos a ver que había muchos problemas
con la especie, que se lo cazaba mucho, que
se seguía reduciendo su hábitat… En Misiones
y en Salta varias veces nos mostraron pieles
de ejemplares recién cazados, e inclusive nos
perdimos festines de empanadas de yaguareté por pocos minutos… Ahí dijimos: ‘Algo
tenemos que hacer: Juancito es re macanudo
pero nos acaba de mostrar un cuero, y así se
nos mueren los bichos’. Entonces formamos
una Fundación, que nació oficialmente en
2006. Gracias a ella y al crecimiento de Internet, nos empezamos a enterar de que se vendían pieles por todos lados.”
-¿Por qué? Porque el paraguas legal está, la
caza y la venta de cualquier objeto que provenga de un yaguareté están prohibidas.
-Sí, completamente. Pero no hay condenas penales. Este año llegamos a las primeras multas,
de 500 y 200 mil pesos, para gente que vendía
pieles en Buenos Aires. Hoy seguimos 44 causas
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Yaguareté | Cómo lo salvamos
-Con la Red están trabajando en las tres zonas tigreras del país, ¿cuál ven que es la principal amenaza para el yaguareté hoy en la
Argentina?
-A pesar de que sigue habiendo fragmentación
del hábitat, los grandes desmontes se frenaron
con la Ley de Bosques. La principal amenaza es
la cacería, en dos modalidades: en represalia
por matar ganado, y oportunista, o sea el que lo
mata porque salió a cazar y se le cruzó un yaguareté. La prueba de esto es La Fidelidad, un
lugar ideal para que haya una población estable,
y está en una muy baja cantidad, justamente
porque abundan los cazadores.
-¿Qué cazadores hay en la zona?
-Por un lado está la cacería de subsistencia,
por otro la de complemento (o sea, gente que
no es extremadamente pobre, sino que caza
algo para complementar su dieta), y por otro,
la de distracción. Esta es la más peligrosa, porque generalmente es gente de la ciudad, que
caza y pesca lo que encuentre, sin límite… Y
además suele ir a acampar con mucho alcohol.
Todos ellos, cuando se topan con un yaguareté
le disparan.
-¿Están trabajando con ganaderos para evitar que salgan a cazarlos?
-Sí, porque empezamos a ver que, a raíz de la
difusión de las penas que acarrea cazar un
yaguareté, ante una predación de ganado lo
salían a cazar y lo enterraban, para no dejar
ningún rastro. A eso nosotros le llamamos la
extinción silenciosa. Hay un discurso instalado que dice que el yaguareté es dañino para la
economía, pero no es tan así, porque los casos de predación se suelen dar en manadas
mal criadas, dejadas para que se metan libremente en el monte… Con financiamiento de
Naciones Unidas, en la zona del Parque Provincial Salto Encantado, Misiones, nosotros
hicimos un corral de 15 hectáreas, con siete
hilos de alambre que llegan hasta 1,70 metro,
con una buena carga de corriente alterna, y
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no hubo ningún conflicto hasta el momento.
Tenemos filmaciones en las que se ven yaguaretés pasar junto al alambrado, con terneritos recién nacidos del otro lado, y no hubo ataques, como tampoco en las propiedades vecinas. Esto comprueba que el yaguareté no es sinónimo de conflicto: con un buen
manejo de la hacienda, la coexistencia pacífica es posible. Esta es la medida clave para garantizar la conservación, una medida que
cambia la realidad. Un macho que llamamos
Mombiry estaría muerto sin ese alambrado,
porque frecuenta la zona y sin el alambrado
seguramente habría predado el ganado.
-En muchos lugares todavía se lo considera
muy peligroso para el hombre…
-El ejemplo más claro de que no es así está en el
Parque Iguazú, en el área de las cataratas, donde entran miles de personas por día. Los yaguaretés caminan por los mismos senderos que los
visitantes y no ha habido un solo ataque.
-El tema cultural juega, hay pobladores que
cazan por tradición.
-Para nosotros, hoy no hay ningún tipo de
excusa para cazar un tigre. La situación no
admite un solo yaguareté menos. Está todo
bien con las costumbres, pero también en
muchos lugares es tradicional pegarle a la
mujer y, por supuesto, hay que cambiarlo.
-¿En las yungas también está presente la Red?
-Sí. Hace poco firmamos un convenio con el
Parque Nacional Baritú, gracias al cual instalamos, en junio, 23 cámaras trampas que iremos
a levantar el mes que viene. Así como en La Fidelidad nos llevamos la sorpresa de encontrarnos con menos ejemplares de los que esperábamos, en Baritú creo que puede haber más de
lo que se piensa. En la reserva Nogalar, muy
cerca de allí, ubicamos 12 individuos, que son
los que andan más alto en el mundo, arriba de
los 2400 metros sobre el nivel del mar.
-En los últimos años la situación ha cambiado, da le impresión de que hay más interés
por la naturaleza en general y por el yaguareté en particular, ¿lo ves así?
-Lo que más cuesta en el país es generar políticas de Estado, las cosas dependen mucho
de la disposición del funcionario de turno. Hoy
la movida del tigre en la Argentina depende
principalmente de las ONGs, con un movimiento interesante en Parques Nacionales en
los últimos años, y se está empezando a hablar firmemente de que el yaguareté tenga
un responsable, un presupuesto específico…
-Claro, como Monumento Natural que es.
-Exactamente, nosotros desde hace años venimos pidiendo que tenga un intendente, como cualquier área protegida. Hoy hay una persona que tiene el tema bajo su órbita, Daniel
Ramadori, una persona con mucha experiencia, pero tiene varios frentes por atender y necesita dedicación exclusiva para el yaguareté.
-¿Las ONGs están trabajando juntas?
-No, la verdad que no. Y eso sería muy importante, porque si las ONGs trabajáramos
juntas, el Estado inevitablemente tendría
que ir atrás.
-¿Y por qué no trabajan juntas?
-Porque es difícil, porque en la Argentina tenemos una cultura muy individualista y confrontativa. A veces en las ONGs se nota que el
profesionalismo le ganó al corazón, y eso no
está bueno. Pero lo de La Fidelidad es el primer gran encuentro de ONGs, y eso está bueno. Como también es positivo que haya gente
de las ONGs que esté pasando a los organismos del Estado.
-Nombraste a La Fidelidad, ¿qué significa la
creación del Parque Nacional El Impenetrable
para la conservación del yaguareté?
-Si bien evidentemente hay menos individuos
de los que pensábamos cuando empezamos a
trabajar en la zona, cuando se concrete la
creación del Parque, al sacar a los cazadores y
a los pescadores, en tres años vamos a ver
pumas como hoy vemos pecaríes, y el yaguareté se va a instalar allí, estoy seguro de eso.
Si hay un lugar en el que sería factible el avistaje de yaguaretés en la Argentina, es en La
Fidelidad, porque es un ambiente abierto, los
animales se muestran mucho más que en la
selva, en nuestras cámaras trampas se ven
dos especies distintas en una misma foto.
El mejor amigo del tigre
Uno de los disparadores para producir esta
nota fue el reciente estreno del documental
Yaguareté, la última frontera, dirigido por
Marcelo Viñas y Juan María Raggio, cuyo guión
es narrado nada menos que por Ricardo Darín
(muy recomendable, se puede ver completo
en Youtube). Entre imágenes de tigres y datos
de las investigaciones que vienen realizando
biólogos y veterinarios, un testimonio llega al
corazón. Es el de Gabriel San Juan, uno de los
guardaparques que tiene a su cargo el cuida-
z Ian Lindsay
en todo el país: Salta, Misiones, Buenos Aires,
Formosa, Chaco, Tucumán, Mendoza… Son
causas iniciadas por caza y ventas en comercios o sitios de subastas on line, de pieles, aperos para caballos, cabezas embalsamadas…
Hoy el único mercado que hay para esto es el de
los tradicionalistas, los tipos que quieren desfilar en la Sociedad Rural con algo de yaguareté
en su caballo. Además, hemos encontrado colgantes hechos con garras de yaguaretés en la
feria de Plaza Serrano…
do del Parque Provincial Puerto Península,
muy cerca de la ciudad de Puerto Iguazú. Este misionero de 52 años, verdadero amante
de la naturaleza que tiene a su cargo, fue mucho más allá de su trabajo y hace unos años
comenzó a instalar cámaras trampa en el
área protegida, que tiene 6800 hectáreas y
fue creada en 2004. Así logró identificar a una
prolífica hembra, Yasirandí, que en los últimos cinco años parió cinco cachorros. Uno de
ellos, llamado Yasiteí, fue atropellado el 13 de
agosto de 2012, un momento terrible para
Gabriel, como él mismo lo relató para Ochentamundos: “Verlo en la ruta, desfigurado, me
generó una terrible sensación de impotencia,
de no poder hacer más. Lo más triste después
de eso es seguir escuchando los vehículos a la
noche en la ruta a altísima velocidad, y estar
esperando mientras uno está despierto no
tener que salir corriendo para ver qué chocaron esta vez”.
-¿Qué significa para vos cuidar la selva
misionera?
-Protegerla es parte de mi vida, pienso que
tenemos la obligación de que nuestros hijos y
nietos o generaciones futuras puedan conocer y disfrutar lo que tenemos, los animales,
las aves, el agua limpia del monte, los árboles
imponentes…
-Y en ese contexto, ¿cuál es la importancia
de proteger al yaguareté?
-El yaguareté es el predador mayor de toda
Sudamérica, si todavía está en nuestros
montes quiere decir que todo lo que está por
debajo de él aún existe, y por lo tanto es importante preservarlo. Además, nos obliga a
defender y cuidar todo el ambiente necesario
para que sobreviva y se reproduzca.
-Personalmente, ¿qué te produce colocar
una cámara trampa y después descubrir que
un yaguareté pasó por allí?
-A mí me encanta la fotografía de naturaleza,
tuve la oportunidad de ver yaguaretés varias
veces, además de aves y otros animales, encontrar huellas, fecas, ver por dónde entra y
sale del monte, dónde se afila las uñas… Con un
amigo veterinario de Buenos Aires, Eduardo Zanin, naturalista de alma, tuvimos la oportunidad de tener un par de cámaras y las puse acá
en Península un sábado allá por 2009, y a los
dos o tres días fui a revisarla y encontré videos
de Yasirandí en primer plano sola y con sus dos
crías a la noche… Eso disparó la pasión y el querer saber más sobre ellos, además de la emoción que me produce caminar por donde ellos
caminan y saber que muchas veces estamos
cerca. Todo lo publicamos en nuestra página,
www.secretosdelaselva.com.ar
Yaguareté, la última frontera. Así se
llama el documental dirigido por Marcelo
Viñas y Juan María Raggio. Hoy se lo
puede ver desde el site de Fundación Vida
Silvestre Argentina.
-¿Cómo reacciona el yaguareté al ver a un
humano?
-A Yasirandí la vi una tarde con sus dos cachorros: me miró muy tranquila, llamó a sus
crías y entró al monte; otra vez, un macho
grande que salió a pocos metros del auto salió huyendo cuando intenté bajarme, y en
otra oportunidad un macho que estaba echado en la ruta, se levantó y tranquilamente entró a la selva cuando nos aproximamos con la
camioneta… Encuentros emocionantes e
inolvidables. Nunca vi ni uno agresivo con
personas, sino más bien temerosos.
-¿Cómo ves a los hijos de los pobladores locales: van a seguir cazando como sus padres
o abuelos, o se puede generar una conciencia
en ellos para que dejen esa costumbre?
-Ese es otro tema: los chicos se crían en ese
ambiente, es casi herencia genética, pero son
la esperanza del cambio y hay que seguir
apostando por eso. a
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