El Sable, Alma del guerrero

Transcripción

El Sable, Alma del guerrero
El Sable,
Alma del guerrero
por © Carmelo Ríos
“El espíritu superior que oye hablar del Tao,
lo practica con diligencia.
El espíritu medio que oye hablar del Tao, tanto lo practica
como lo pierde.
El espíritu inferior que oye hablar del Tao,
ríe ruidosamente,
y por esa risa,
comprendemos la grandeza del Tao.”
Lao´tsé
Tao Te King.
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ALGO DE HISTORIA…
Fue en China, donde apoyándose en elevados conceptos
filosóficos y estéticos emanados del taoísmo y del
confucianismo, el arte del sable cobró una excepcional
dimensión espiritual. Durante el periodo Heian (794-1191),
ésta filosofía de vida, que incluía a su vez avanzados
métodos estratégicos, prácticas mágicas y de alquimia
interior, fue introducida en el Japón. En ese tiempo, la
práctica de las llamadas artes marciales o bu-jutsu, fue
dejada a un lado, a excepción del uso del sable, que además
de sus connotaciones metafísicas, continuaba siendo una
forma de supervivencia en tiempos tumultuosos.
El final del siglo XII vio constituirse una nueva élite
social de tendencia aristocrática, la de los samuráis- una
palabra que significa “servidor”- hombres de armas cuyas
hazañas llegarían a escribirse con letras de oro en la
historia del pueblo nipón. Inspirados en el código de
caballería del bushido (“el Camino del Guerrero”), su
entrenamiento incluía, además del estudio de bu-jutsu, la
poesía, la caligrafía, la pintura, la ceremonia del té
(cha-no-yu) y otras ramas de la filosofía, la religión y
las artes.
Durante los periodos Kamakura y Muromachi (1185-1573) el
arte del sable conoció un auge excepcional y aliado al
espíritu Zen, fue venerado como símbolo de impermanencia,
de rectitud, de quietud mental (fudoshin), de estoicismo y
de espíritu de sacrificio. También era emblema de la
audacia y de la pureza idealizada que se suponía debían
poseer los samurai. Siendo utilizado para la defensa de la
vida, de la paz, de la libertad y de la justicia, el sable
llegó también a representar la propia alma del guerrero, el
Yo profundo. Se decía por ello que “el sable y el alma eran
inseparables” (tamashi-ken) y que la espada era una
extensión del espíritu. A diferencia del caballero, del
hombre de armas de occidente, el samurai no tenía una
espada fiel sino que era fiel a una espada, que
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representaba un ideal máximo de belleza, pureza y fuerza de
carácter.
La espada ya había sido incorporada a los ritos del
shintoismo, como uno de los tres tesoros sobre las que se
edificaba la mitología del país del sol naciente, junto al
espejo y la joya, tal como son relatadas en los viejos
textos canónicos, el Kojiki y el Nihon-shoki. Sin embargo,
fue durante la era Muromachi (1337-1570) cuando la práctica
del sable devino una verdadera vía espiritual (do o tao) y
se transformó en una forma de meditación activa, de
ascetismo y de “alquimia interior”, que conducía a una vida
de purificación, trascendencia, y renuncia. El sable se
convirtió así el soporte principal de la evolución interior
del guerrero.
LA VIA DEL SAMURAI
“La hierba seca del verano.
¡Eso es todo lo que queda del sueño
que fueron los antiguos guerreros ¡
Poema Haiku
Se dice que en el antiguo Japón, el quinto día del
quinto mes del quinto año de la vida de un joven noble,
éste era sometido a un rito de pase en el cual se le hacia
entrega de un pequeño sable-fetiche (mimori-katana). Más
adelante, en los albores de la adolescencia y durante el
transcurso de una segunda ritualía llamada Gembuku en la
que se le transmitían sus deberes como samurai, el joven
recibía un sable auténtico y una armadura, a la vez que le
eran cortados los cabellos a la usanza de la casta Samurai.
A partir de ese momento jamás debía separarse de su sable
de igual forma que un cuerpo no puede separarse de su alma
sin causar la muerte, y dedicar su existencia a la búsqueda
de la perfección, de la pureza y el refinamiento.
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Sin embargo, no deberíamos idealizar al extremo las
castas guerreras de ninguna época ni país, y tal vez menos
aún a los mitificados samurai, ya que el estudio histórico
demuestra que con el paso del tiempo esta casta de elite
distó mucho de ser el prototipo de unos hombre buenos,
justos o de ley, defensores de la libertad del oprimido o
adalides de los menesterosos. En la mayor parte de las
ocasiones, los samurai, que habían recibido ese título por
herencia familiar, eran muy incultos, dados a la vida
fácil, sensual y noctámbula, y como otros muchos de los
llamados “guerreros”, se dejaron seducir por el placer
cortesano, abandonaron la vida sobria y ascética a cambio
de la decadente existencia burguesa, y finalmente, fueron
atraídos por el poder, el orgullo de casta (que la India
védica considera el infierno en vida de los shatryas) y se
convirtieron en esbirros de los señores feudales, en sicarios de los poderosos, en muchas ocasiones en simples
guarda-espaldas (otra de las traducciones de la palabra
“samurai” es “el que se sienta al lado”) y en
brutales
policías-matones, a sueldo de los terratenientes y de los
señores de la guerra, al servicio de los clanes mafiosos y
de corruptos empresarios y prestamistas que tenían sometido
a un pueblo que se moría de hambre.
A ello se unió una alterada aplicación de los ideales
del “espíritu Zen”, cuya doctrina de la vacuidad (mu) de la
impermanencia y de la inexistencia de los fenómenos (maya)
fue interpretada erróneamente, o utilizada como una
filosofía existencialista, y en muchos casos como una
aptitud nihilista (ex nihilo nihil: “de la nada, nada
proviene”), una idea traída del vedanta hinduista, pero en
su connotación negativa, lo que servía muy bien a sus
intereses o como una excusa para no ayudar a sus semejantes
y realizar todo tipo de tropelías, pues, a fin de cuentas,
“todo es vacuidad, inexistente y sin forma”.
Esta situación conoció su apoteosis en los albores y
durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el “espíritu
Zen”, impregnado del ultra-nacionalismo y del extremismo
imperialista y expansionista de Japón, fue utilizado en la
formación y el entrenamiento de los soldados y sobre todo
de pilotos-suicidas kamikaze (“viento divino”) como una
filosofía que aceptaba estoicamente lo inevitable, ácrata y
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fatalista (shikata-ga-nai: “no hay remedio”), bien alejada
del ideal de la iluminación y de la compasión budista, pero
muy útil para los intereses políticos y económicos de los
señores de la guerra. Obviamente era mucho más rentable y
más eficaz utilizar a un solo y certero kamikaze
convenientemente entrenado, aleccionado y mentalizado por
el fanático ideal de un “mandato divino”, para que
estrellara su avión contra el puente de mando de un buque
aliado, que malgastar millones de yenes en intentos
fallidos de ataque.
A decir verdad, y a pesar de todo el idealismo ético y
estético con el que las leyendas han querido recubrir
su
historia, y a despecho de su habilidad técnica o su
estrategia marcial, la mayoría de los samurai, como los
guerreros en general de todos los tiempos, poseían o
estaban poseídos por un inmenso orgullo, y Gautama Buda
dijo que podía hacer mucho por un gran pecador, un
ignorante e incluso por un criminal, ¡pero que nada podía
hacer por un hombre orgulloso¡. Estos “guerreros”, primeras
víctimas de su orgullo de casta, carecían de misericordia y
de compasión, y su “oficio”, pragmáticamente visto, era dar
la muerte, provocar el dolor y el mayor sufrimiento posible
al enemigo, aunque como en tantas ocasiones, ese “enemigo”
fuera el pueblo llano, indefenso y desarmado, que solo
pedía una existencia pacífica y poder alimentar a sus
hijos.
Temibles expresiones y actitudes que en malas manos
han provocado un infinito sufrimiento a miríadas de seres
inocentes,
ya
que
fueron
fácilmente
utilizados
por
personajes oscuros, bastante más astutos y sagaces, como
una forma de presión a las clases inferiores que a menudo
debían su existencia a la caprichosa arbitrariedad de unos
guerreros pervertidos que aun con una mente agudizada, como
los samurai, no tenían corazón.
Finalmente, tras la apertura de Japón al mundo moderno
(1874) con la abolición del derecho a portar sable (kirisute-gomen) y el permiso para peinarse con el moño al
estilo antiguo (chonmagé) los samuráis perdieron casi todas
sus prerrogativas de casta y fueron condenados a una vida
en extremo miserable. Algunos se hicieron monjes o
comerciantes;
otros,
llevados
por
la
pobreza,
se
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convirtieron en vagabundos.
Muchos se quitaron la vida o
devinieron yakuzas (mafiosos) y conservaron un código de
conducta muy similar al bushido, aunque evidentemente con
tendencias y sistemas que les ha hecho famosos en el mundo
del cine y de las novelas policíacas.
SAMURAIS ERRANTES
Es notorio, por otra parte, que los más grandes hechos
de armas y nobles hazañas caballerescas, que han dado tanta
fama a la estirpe de los samuráis, fueran realizadas por
una elite muy selecta de “guerreros libres” que no
pertenecían a ningún clan o señor feudal: los mushashugyosha, guerreros errantes o samuráis sin señor. Los
célebres ronin (“hombres de la ola”), una palabra que en
Japón y en otras latitudes posee connotaciones muy
negativas, obviamente por lo que implica de liberalismo
ético y de consciencia, dos términos que siempre han
asustado grandemente a ciertos sectores de la sociedad
política, religiosa o económica. Ya que así como el samurai
debía obedecer a cualquier precio (aunque ese precio
incluyera el tormento y la muerte de un inocente, de su
propia familia o incluso quitarse la propia vida) el ronin
poseía
libre
elección,
fiel
a
un
código
ético
y
profundamente filosófico que implicaba la libertad de
consciencia y que le instaba a actuar según la propia
convicción. Podía pues negarse a obedecer si ello entraba
en conflicto con la justicia, la moral personal, la verdad
o la libertad de pensamiento. Es evidente que este tipo de
“guerreros libres” resultara –y resulte- por demás incómodo
a los intereses seculares y generalmente oscuros de los
hombres de poder.
Estos hombres de gran cultura, que a menudo vivían en
una solemne pero digna pobreza material, poseían a cambio
el inapreciable tesoro de la grandeza de alma, de la
bondad, de la generosidad, de un sentido poético y casto de
la belleza que surge de esa extraña magnanimidad del
corazón, que concede una particular visión de la vida y de
la Humanidad. Eran también dueños de su destino, adalides
del necesitado, artistas, creadores y libre-pensadores. Es
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evidente que esa aptitud de consciencia les otorgó el don
de una extraordinaria preeficiencia en diferentes artes,
pues eran filósofos, poetas, expertos calígrafos y a la vez
grandes esgrimistas, y a menudo profundos meditantes.
Fueron el exponente mismo de la realización del ideal del
hombre santo, de la “Vía del Guerrero”, de un hombre-sable:
un tatsjin.
LA ESPADA SIMBÓLICA
La espada es ante todo el símbolo de la guerra santa,
pero no de una conquista exterior, sino de la “guerra
interior” contra los deseos, los instintos, las pasiones,
las tendencias y las inercias de la mente (que la India
védica llama Vasanas y Sámsakaras) del “hombre horizontal”,
cuadrúpedo, instintivo, brutal e irracional, en la que
triunfa el “hombre vertical”, bípedo, auto-consciente y
espiritual.
En uno y otro hemisferio y a través de los siglos, la
espada sagrada, mitológica, legendaria, mágica, que aparece
en multitud de relatos de caballería, en leyendas, mitos,
ritos de pase o iniciáticos, y hasta en cuentos de hadas,
ha sido siempre el símbolo de una sabiduría sobre-humana y
trascendente que es preciso extraer de la materia prima. Un
conocimiento metafísico y liberador que el iniciado o el
forjador tiene que merecer a precio de grandes pruebas, del
seno de la madre tierra. A tal punto la espada era
considerada como una parte, e incluso como el alma del
caballero, que en las ceremonias de matrimonio llamadas de
“procuración”, éste enviaba su espada en su lugar.
El proceso de la “iniciación” (del latín: initiare,
“volver al origen”) es una ciencia inmemorial, a menudo
oculta, trasmitida desde hace miles de años de boca a
oreja, velada al profano (pro-fanos: en el exterior del
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templo”) pero accesible al candidato por una gnosis (una
sabiduría arcana o conocimiento hermético) trasmitido en el
proceso mismo de la iniciación, y por una severa ascesis
(del griego askes: prueba). Este camino interno está lleno
de obstáculos naturales o sobre-naturales, escritos en una
clave simbólica que el iniciado debe absolutamente superar,
y en los que no habrán de faltar los desafíos, engaños,
atractivos, traiciones, seducciones, trampas, sortilegios y
continuas caídas, recomienzos y previsibles fracasos, pero
a su vez y desde un prisma esotérico, también a rebosar de
signos, símbolos, llaves ocultas y claves secretas que el
iniciado o el caballero sabe interpretar a la luz de una
revelación o transmisión de ciertas herramientas simbólicas
y emblemáticas recibidas en el proceso mismo de la
iniciación a los Misterios.
Estos
símbolos
vivos
se
activan
por
medio
de
progresivas renuncias, de elecciones entre una vía fácil y
otra
tormentosa,
de
purificaciones,
sufrimientos,
sacrificios, alegrías y tormentos del alma, y lentas o
súbitas revelaciones o tomas de consciencia, que llevan al
iniciado a desposeerse de sí mismo, a desnudarse de su ego,
y que con frecuencia culminan en un proceso de muerte
alquímica, de transición iniciática, de trèpas mystique,
para renacer desde las propias cenizas a una nueva
dimensión de consciencia y por tanto a una verdadera Vida.
En la mitología china, las espadas mágicas son el alma
de dragones que voluntariamente se arrojan a las aguas para
convertirse en sabios y en inmortales. Escuchamos ahí los
ecos de un simbolismo alquímico evidente, ya que en la Gran
Obra, de la Opus Mayor, la espada también es el emblema de
la culminación, por la unión del Agua de Vida y del Fuego
Filosófico, en la que el propio alquimista, metamorfoseado
en unidad, se transforma en espada de luz. Es también el
símbolo del Hieros Logos pitagórico, la potencia del “Verbo
Creador”.
En la India védica es el símbolo del acto sacrificial
de Indra, dios de la Luz, que sustrajo el fuego del
paraíso-como Prometeo-para ofrecerlo a los hombres. Esta
espada es asimilada también al rayo que ilumina la noche y
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al “cetro
excelencia,
aspectos de
esgrime una
(vidya) que
diamantino“o vajra, instrumento teúrgico por
al igual que la espada.
Vishnú, uno de los
la trimurti, que rige el orden del Universo,
espada ardiente, símbolo del puro conocimiento
destruye la ignorancia (avidya).
En el kojiki (“crónica de las cosas antiguas”) génesis
del shintoismo, esa “unidad trascendental” es esgrimida por
los dioses en la creación del archipiélago nipón, y
extraída de la cabeza de un dragón en forma de sable
llameante. La religión Shinto hace remontar los orígenes
del sable al Dios Izagami no Mikoto, de quien se dice, que
“al extraer la espada de la funda que augustamente portaba
a la cintura, cortó la cabeza de su hijo Kagutsuchi”. Este
mágico sable era llamado de diferentes formas, tales como
Celeste Hoja Tendida, Espada Violenta que mata a la
Serpiente Gigante y otras. El génesis de la historia
Nipona, similar al de tantos otros pueblos y tradiciones,
está lleno de luchas titánicas, de enfrentamientos entre
dioses, entre fuerzas cósmicas en conflicto, entre seres
sobre-naturales y mitológicos, en los que la espada sagrada
ocupa un lugar primordial.
En el budismo tántrico y sobre todo el tibetano, varios
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boddhisatwas, dioses-protectores y guardianes del mandala
esgrimen armas punzantes y espadas flamígeras, como
Manjusri el “gran iluminador y dispersor de las tinieblas
de la mente”.
En el budismo esotérico Shingon (de la
“Verdadera
Palabra”)
la
“espada
de
discernimiento
trascendente” (riken) es esgrimida por Fudo-Myo-O, celoso
protector y fiero guardián del Dharma, divinidad iracunda
pero extremadamente compasiva, que con su lazo (kesaku)
emblema de espacio y del vacío (no-ego) atrapa a los
ignorantes y a los insensatos, y los conduce, iluminados
por su sable ígneo, a los pies de Buda y del recto dharma.
Fudo, el inamovible, divinidad armada con el sable de
“compasión airada”, es el defensor de la pureza, de la
belleza y de la inocencia; en Japón, junto a Jizo Bosatsu,
es el ángel guardián de los niños, a cuyos pies depositan
ropas infantiles, juguetes y dulces, y también lo es de
quienes sirven y arriesgan su vida por los demás. Fudo es
también el equivalente al temible “Guardián del Umbral” de
la Tradición esotérica occidental, la propia consciencia
pura que impide el paso a la mente no purificada.
En el simbolismo metafísico de la espada japonesa, la
empuñadura (tsuka) representa a la inteligencia consciente,
la facultad discriminadora, el control de la mente, la
razón pura y por tanto la libre elección, el “libre
albedrío”. La guarda (tsuba) simboliza el límite, la
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frontera y también un muro entre “ambos mundos; entre la
mente subconsciente y la mente consciente, entre el
espíritu-alma
y
la
forma-materia.
La
funda
(saya)
representa al mundo de lo femenino, al umbrío maternal, al
delphos griego, matriz, templo virginal y útero cósmico.
Evoca así lo pre-formal, el estado adamantino, la Unidad
aún no destruida, aun no dualizada, a la profundidad de la
mente subconsciente. Es también símbolo de la “materia
prima” en la Gran Obra alquímica, y por tanto, representa a
su vez al cuerpo físico del forjador, del alquimista y del
esgrimidor, instrumento privilegiado de experiencia en la
forma. La apertura de la funda (koiguchi) llamada la “boca
de la carpa” simboliza la entrada al mundo interno, la
unidad reencontrada, o la salida, la ruptura, la expulsión
del
“paraíso
perdido”
de
Milton,
y
por
tanto
la
“dualización” del ser, del yo, hacia el espejismo de la
“Gran Ilusión Cósmica” (maya).
El cordón (sageo) es símbolo de la conexión con el
“Mundo Intermedio”, límbico, arquetípico, simbólico, y
expresa la idea de vinculación con el reino de los dioses,
de lo Divino, con el universo de lo mágico, de los sobrenatural y de lo metafísico; el vínculo con el alma, con el
Yo, con el Ser. Es a su vez el equivalente del “cordón de
plata”, el sutratma, contraparte etérica del cordón
umbilical, que suministra el oxígeno y los nutrientes al
feto, es decir, la vida y la “consciencia de ser”. Nexo que
une el alma-mente, que “encarna” el alma al cuerpo denso en
la materia. Es en el simbolismo iniciático emblema del
“Hilo de Aridana”, del hilo conductor que evita el
extravío, y nos lleva por el “camino de retorno a casa“,
hasta la salida de la gruta o del laberinto de la
existencia en el mito platónico de la Caverna y del
Minotauro.
El filo (shinogi) representa al alma, el Ser Inmortal,
el
Yo
profundo,
puro,
brillante,
que
debe
volver
absolutamente limpio y purificado de cualquier escoria
kármica al interior de su funda, al seno de la Unidad. Y
del filo, lo mas importante es la acerada punta (kisaki),
que en el sable japonés adopta la forma de un afilado
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triángulo, y que simboliza la conexión directa, el
contacto, el toque celestial, la ayuda divina o la Gracia
necesaria para completar la Obra, la realización del Yo que
es la esencia última del ser, aquello que por fin reúne
(vuelve a la unidad) “el Cielo y la Tierra”.
En el hinduismo encontramos una correcta definición de
las tres formas básicas que adopta de energía o gunas:
satwa o luz, rajas o fuego y tamas o tierra, simbolizados
sucesivamente por los colores blanco, rojo y negro, que se
refieren también a tres formas o actitudes de la mente:
quietud, actividad e inercia. Define asimismo las tres
formas básicas del carácter: pacífico-meditativo, activoagresivo y violento, abúlico o sonambúlico. Podríamos
encontrar en esta explicación un simbolismo de los tres
aspectos cualitativos de la espada: pacificadora-mediadoradisuasora (en su funda), positiva-creativa-activa (en la
acción discriminadora, de defensa del bien y de lucha
contra el mal) y violenta-negativa-destructiva (instrumento
de muerte y generadora de sufrimiento) dependiendo del
estado de consciencia del que la esgrime. Podemos así
hablar de espada satvica (luminosa, compasiva, pura)
rajásica,
fogosa,
dual,
temperamental
y
por
tanto
susceptible de obrar en ambos reinos energéticos, de
avanzar o de retrogradarse, de crear o destruir; y
tamásica, oscura, densa, maligna, proveniente del ego y del
miedo, y por tanto provocadora de sufrimiento y dolor.
Por ello el Upanishad Katha nos recuerda que “arduo
será caminar por el filo de la navaja”, pues ese “filo”
marca el límite exacto de ambos mundos, el del reflejoforma y el de la imagen-unidad. El tajo vertical del sable,
entonces, es sinónimo de discernimiento (viveka), de
elección, de claridad, de esa “implacable lucidez” que
permite desenmascarar a la maya, a la “gran ilusión
cósmica” (según el Vedanta, una creación de la mente, una
superposición de estados de consciencia) el espejismo de
las formas ilusorias.
El filo
ascendente y
del sable, ligeramente curvilíneo, puro,
luminiscente, nos muestra la dirección
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correcta ante una situación crítica o una elección vital,
el “sendero estrecho”, la “Vía Seca” de la alquimia;
la
puerta apenas abierta pero accesible para la mente lúcida,
y crea por el tajo poderoso, una brecha, una hendidura, un
sendero abierto, aún levemente, en esa maya, en esa la nube
de ignorancia; un tenue desgarro en el telón del gran
teatro del mundo, que nos permite, no obstante, atisbar un
destello de realidad que sirve a su vez como puente que une
ambos universos paralelos, todos ellos símbolos sinónimos
de una experiencia de comprensión súbita, de revelación, de
despertar.
Los cruzados creían que la espada era un fragmento de
la “Cruz de Luz”, la misma espada flamígera que esgrimen
los ángeles del paraíso. En la angelología cristiana no son
pocos los ángeles y arcángeles que esgrimen espadas
ardientes, símbolos de la guerra santa contra el ego, que
en las imágenes suele aparecer como un dragón, un enano, y
a veces como un gigante o un demonio aplastado por el pie
de San Miguel, ángel guardián y protector de los
caballeros, a quien se evoca e invoca en el rito de pase.
Por medio de una espada de fuego son expulsados Adán Y
Eva del paraíso, tras haber conocido la dualidad del “bien
y del mal” y haberse encarnado en la materia por el deseo.
Con espadas de fuego los ángeles leales combaten contra la
“traición a la luz”, y arrojan a la gaena eterna (los
limbos más oscuros de la materia fría y densa) a los
espíritus
de
los
ángeles
rebeldes,
de
los
seres
prevaricadores que habitan en el “infierno”: el alejamiento
de la Luz y del Amor de Dios.
La espada cruciforme simboliza la elevación y victoria
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del Homo Universalis, del “Hombre Universal” del que
hablaban los sabios del Renacimiento, simbolizado por el
filo poderosamente vertical, considerablemente más extenso,
puro, brillante y fuerte que la empuñadura, mucho más corta
y débil, emblema del “hombre horizontal” apegado, sometido,
aterrorizado o prisionero de los impulsos del instinto
brutal y de la materia. Victoria
sobre el “homo
predatoris”,
el
hombre
compulsivo,
semi-animal,
destructivo, cazador y guerrero, atemorizado y apegado a
las leyes de la tierra por la inercia, la abulia, la
pereza, el deseo y el terror; triunfo de la razón sobre la
superstición, del conocimiento sobre la ignorancia, de la
consciencia libre sobre la tiranía y el despotismo, triunfo
del verdadero amor sobre el orgullo, el deseo y el miedo, y
finalmente, triunfo de la Luz del Espíritu sobre la
oscuridad de la materia.
En el Cristianismo, la espada es el emblema de Verbo,
de la “Palabra Creadora” que da la Vida, el movimiento y el
Ser.
En el Apocalipsis encontramos una espada de doble
filo que nace precisamente de la “Boca del Verbo”. Y ese
doble
filo
explica
en
la
simbología
espiritual
la
ambivalencia o bipolaridad de la
espada: de creacióndestrucción,
de
libertad-esclavitud,
de
expansióncontracción o de luz-oscuridad.
La espada aparece a menudo en los relatos de caballería
relacionada con símbolos acuáticos, como estanques mágicos,
cascadas que conducen a reinos perdidos o dragones que es
preciso derrotar ¡dentro de uno mismo¡ antes de penetrar en
el sancta sanctórum de un Castillo Venturoso, morada del
Santo Grial. Así, Arthus, rey de Bretaña, recibe la espada
Excalibur de las manos de la Dama del Lago, del seno de las
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aguas mágicas e iniciáticas, un símbolo femenino, ya que la
verdadera iniciación, como bien sabían los caballeros del
Santo Grial, los Templarios, los trovadores occitanos, los
Fideli D´Amore de Dante Alighieri, los secretos hermanos de
la Fede Santa, los franc-masones, los rosa-cruces y los
alquimistas de todos los tiempos, pasa inexorablemente por
lo que Saint-Martin y Jacob Bohéme llamaban el “eterno
femenino”: es la “hembra misteriosa” de Lao´Tsé, el Tei
taoísta, la Sophia del hermetismo iniciático, el mercurio
alquímico, aquello que el budismo llama fohat y que es
conocido como shekinah en la kábbala hebraica. La “Madre
Divina” (Kali, Lakshmini, Durga, Parwaty) en el hinduismo;
la Isis, Démeter o Astarté de las tradiciones griega y
egipcia, o la “Madre de Cristo” de los cristianos, cuyo
símbolo aparece como un espejo ojival (vesica piscis)
detrás de las imágenes de la Santa Virgen en la gran
metrópoli gótica.
SABLE Y CABALLERÍA
En las leyendas del Santo Grial (que son una de las
claves de la verdadera Tradición Occidental) la espada
sagrada es emblema de pureza, verdad, valor, justicia,
discernimiento y sabiduría, virtudes que la “madre”
transmite al hijo, al iniciado. En el rito caballeresco de
la ordenación o armamento (en la tradición anglo-sajona)
una de las ceremonias laicas mas antiguas e importantes de
la vida de un joven noble, y mas tarde “cristianizada”, el
candidato, tras pasar una noche entera de rodillas,
“velando armas”, es conminado a apoyar su rodilla derecha
en tierra, y tras ser exhortado por un caballero a una vida
de pureza, bondad, rectitud y justicia, ve al iniciador
(otro caballero, un monarca o un gran maestre de una orden
de caballería) elevar su espada hacia el cielo y decir: “en
el nombre de Dios, San Miguel y San Jorge, yo os armo
caballero, con derecho a portar armas, buscar la paz e
impartir justicia”.
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En tradición francesa el ritual decía: “!por mi
alegría, por mi fe, por San Denis, que me muera si
flaqueo... ¡”. San Denis, obispo de París, se supone que
fue un santo y mártir decapitado en el siglo III, pero en
realidad era una versión cristianizada del mito griego de
Dionisos. A veces se evoca también a
San Martín de Tours, uno de los
primeros
santos
cristianos
pertenecientes
a
las
legiones
romanas,
que
según
la
leyenda,
conmovido
al
ver
a
un
anciano
miserable hambriento y aterido de
frío, le entregó la mitad de su
capa. ¡Pobre actitud, la de un
caballero, entregar solo la mitad de
un fragmento de tela¡, salvo que en
el simbolismo iniciático, la capa,
el manto (de Elías, de Apolonio) es
el emblema de una “transmisión”, de
un
legado
de
un
conocimiento
trascendental o esotérico.
El candidato recibe seguidamente
tres golpes de hoja plana (acolada o “pescozón”) sobre
ambos hombros y la cabeza, y es conminado a “luchar contra
el mal, defender la inocencia y la justicia, ser adalid del
menesteroso, consolar a la viuda y ser padre del huérfano”.
Después, recibe una solemne y sonora bofetada, para que
nunca olvide su juramento y sus votos, recordándole así las
terribles consecuencias kármicas que su desviación de la
moral e ideal caballeresco puede acarrearle, y evocándole
los sufrimientos que provocarán su indignidad y su traición
a
la
orden
de
caballería,
que
lejos
de
aliviar,
acrecentarán el dolor del mundo: “cada lágrima que tu
dureza haga brotar de los ojos de un inocente es una
maldición que recaerá sobre ti”.
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ALQUIMIA Y SABLE
En la mitología céltica de occidente, de donde
surgieron
entre
otras
las
enseñanzas
esotéricas
e
iniciáticas ocultas en las leyendas del Santo Grial y las
aventuras
de
los
Caballeros
de
la
Tabla
Redonda,
encontramos los vestigios de una “Tradición” muy antigua,
heredera de
mitos y rituales dedicados a la diosa-madre.
Estas fueron mas tarde “cristianizadas” por los monjescopistas benedictinos y del Císter. En estas bellísimas y
reveladoras leyendas y epopeyas épicas, esa misma sabiduría
primordial,
esa
Sophia
Peremnis
es
con
frecuencia
simbolizada como una espada de extraordinarios poderes. Un
arma de luz que ha de ser descubierta, recibida o extraída
por un hombre de corazón puro, por un verdadero caballeroiniciado, del seno de las aguas, del umbrío del bosque, del
interior de una gruta encantada o de una roca mágica.
Todos ellos son símbolos de la Natura Naturans, que por
el proceso alquímico de la calcinación, transmutación,
sublimación,
muerte
iniciática
y
renacimiento,
se
transforma en Natura Naturata, la naturaleza purificada,
redimida del dolor y el sufrimiento de la separación de la
Unidad, de la escisión del seno de Dios. En la Alquimia es
el sable el equivalente del “fuego filosófico”, el fuego en
el atanor, del conocimiento intuitivo y trascendente que
permite al alquimista ir más allá de lo visible y añadir un
componente sobre-natural a la Gran Obra.
Así, la espada deviene el símbolo de la obra alquímica
realizada,
del
androginato
celestial,
de
las
Bodas
Alquímicas, del matrimonio del mercurio y del azufre, de la
17
reina y del rey, por medio del “fuego alquímico”, del fuego
que no quema. Por ello el mandato que rezaba al pie de la
espada Excalibur, decía: “Quien quiera extraiga esta espada
de esta piedra, será Rey por derecho de nacimiento”.
En la alquimia y en ciertas tradiciones de Oriente, se
considera la hoja como un símbolo femenino y el filo como
un emblema masculino. Es manas, la “luz de la inteligencia
trascendente”. Al final, la espada retorna a su funda, el
dos vuelve a ser Uno, la hoja rota de Sigfrido es renovada
a su unicidad primigenia, como símbolo de pacificación pero
también de retorno, de “unidad reencontrada”, de androgenia
espiritual, de la Gran Obra alquímica concluida. Al final,
todo retornará al origen, al Uno, al “Centro” del Universo.
Tal vez por ello, Jesús el Nazareno, Maestro Perfecto del
Amor, le revela a Pedro un gran secreto en Getsemaní,
cuando sujetándole el brazo y deteniendo el tajo mortal, le
dice: “vuelve a poner la espada en su funda”.
En el proceso alquímico de la trasmutación de los
metales bajos en sublimes se habla
a menudo de un
“matrimonio” entre el azufre y el mercurio, simbolizados
por las “nupcias alquímicas” del Rey y de la Reina. La
forja de una espada, oriental u occidental, incluía o
expresaba siempre esa idea de re-unión, de unidad por la
transmutación, y también de transformación preliminar, de
una purificación necesaria e inevitable del se, que es
simbolizado por el caballero, el iniciado, el forjador o
alquimista- de su la mente, de su carácter y de su “alma”
Por eso, Grillot de Givry en su magistral “Gran Obra”, nos
dice:
18
“Existe
una
alquimia
trascendental: la alquimia de uno
mismo. Es previamente necesaria
para llevar a cabo la Alquimia de
los Elementos. La nobleza de la
Obra
exige
la
nobleza
del
operario”.
Es mas que evidente que los
maestros
forjadores,
como
los
constructores
de
las
catedrales
góticas, supieron introducir un lenguaje paralelo, velado
al profano, simbólico, emblemático y esotérico en medio del
proceso propio del “arte real”, a través de las diferentes
etapas
sagradas de la “construcción del Templo” o la
operación de la fragua y el templado de una espada. Para un
no-iniciado, resulta imposible acceder a tales crípticos
misterios, como lo sería para un químico comprender una
plancha arcana, rebosante de misteriosos símbolos, dibujada
por un alquimista, o para un albañil, tratar de extraer
conocimientos técnicos operativos de una ritualía masónica.
Se trata pues de un proceso de transmutación interior,
de Opus Alchymicum o de alquimia interna, que lleva al
forjador o al alquimista a la “culminación de la Obra”, a
la asunción de un muy elevado estado espiritual de
“adeptado” o de Piedra Filosofal, que es simultáneamente la
asunción mística de nuevo “corpus” espiritual y divino. Por
un proceso de incesante martilleo sobre el metal bruto
calentado al blanco-rojo, hasta que el ser deviene una
espada sagrada de iluminación y trascendencia. Para el
discípulo, entonces, todas las pruebas, sufrimientos,
dolores
y
padecimientos
han
de
ser
considerados
e
interpretados como una inevitable y necesaria etapa de
“forja del alma”, de “turba filosophorum“ o “tormento de
los metales”, símbolos de una entrada en los infiernos
internos, en el horno o atanor, que nos conduce a la muerte
iniciática del pequeño “yo mismo”, por un proceso de
“sufrimiento”, de calcinación y de sumersión en las heladas
19
aguas de una realidad supra-física. Desde el “nigredo” de
los autores medievales o el “caos del agua permanens” de
los alquimistas, hacia la rubificación y la albificación.
El discípulo, el alquimista o el forjador deben cambiarlo
todo, absolutamente todo en sí mismos; su
forma de pensar, de respirar, de hablar,
de escuchar, de sentir, de vivir, de ser.
Es un proceso redentor y salvífico que nos
lleva desde el caos a la belleza, desde la
oscuridad a la luz, desde la ignorancia
hacia la sabiduría, desde la muerte a la
inmortalidad.
Existe un bello y esforzado ejercicio
en el arte de la esgrima japonesa, consistente en
“martillear” con el sable de madera en el vacío, por medio
de miles de tajos de espada, que simbolizan las diferentes
operaciones de fragua, martilleo y templado de la hoja.
Este duro entrenamiento se llama “tanren-Suburi”, o “seishin-tanren” si se realiza como una forma de meditación
dinámica. Es la “opus alchymicum”, el “templado del alma”
asimilado al de una espada desposeída de su ganga y
purificada por la mano de un maestro forjador. Para su
correcta realización, han de vigilarse atentamente los
propios
pensamientos
y
sentimientos,
que
deben
ser
“purificados” y expresar exaltado ánimo e idealismo, sin
sombra alguna de violencia o agresividad, en medio de la
camaradería y la alegría propia de una obra espiritual de
purificación ritual.
FABRICACION SECRETA
La mayor parte del ritual de fabricación de un sable
katana se ha mantenido siempre muy oculto y escasas
indicaciones concretas han llegado hasta nuestros días, al
menos en sus aspectos esotéricos.
La manufactura de un sable japonés constituía un
verdadero proceso alquímico (una ciencia muy antigua venida
de China, de la alquimia taoísta y posiblemente con una
gran influencia de Armenia y Arabia) en el que intervenían
20
todos los elementos de la Gran Obra: tierra, agua, fuego,
aire y éter (el vacío, espacio o akasha del hinduismo). El
forjador, kaji o toko devenía un verdadero sacerdote o
vehículo de las fuerzas sutiles y energías naturales,
durante una ritualía que podía prolongarse durante muchos
meses e incluso años.
Aislado en las cimas de las montañas o en cabañas en el
umbrío del bosque, con objeto de llevar a cabo una
necesaria purificación ritual (misogi), se sometía a lagos
y difíciles periodos de ascetismo y oración (shugyo) que
incluían las aspersiones con agua helada (mizugyo) y
ayunos, con objeto de purificar sus vehículos físico,
astral y mental, y poder así entregarse a la labor sagrada
de dar vida a un objeto precioso que llegaría a poseer un
alma propia.
Tras este periodo preparatorio, el forjador realizaba
invocaciones (un ritual teúrgico) a divinidades menores y a
genios y espíritus de la Naturaleza, para de que le
revelaran, por una visión o una intuición sobrenatural, el
lugar donde podría encontrar el metal bruto. A menudo se
trataba de metal procedente de meteoritos (meteorítico)
pues habiendo “caído del cielo”, se consideraba como
“enviado por los dioses”, como ocurre a su vez en otras
tradiciones de forjadores-magos de Europa, Asia o África.
Es evidente que la forja de una espada se trataba de alguna
forma de magia natural muy cercana al chamanismo animista
que todavía sobrevive en algunas zonas de Siberia, Asia
Central y otras latitudes, y que considera que todas las
cosas poseen un “alma” individual, que forma parte de una
“gran alma” colectiva, universal, incluyendo los diversos
elementos y seres de la Naturaleza, y por tanto los
materiales mismos de la “obra alquímica”.
En la forja de un sable intervenían también los cantos,
la danza, el uso de los sonidos (mantrams y kototama),
mezclado con las propias operaciones. Una vez extraído y
procesado el material bruto o ganga, este, todavía un
fragmento de metal, era sometido a un lento proceso de
martilleo (recordemos la importancia del sonido-vibración)
y de calcinación al rojo-blanco en la fragua, y al
constante templado en las heladas y puras aguas de la
montaña, procedentes de alguna cascada o manantial sagrado,
21
hasta darle la forma de la hoja con una dureza y
flexibilidad cuya excelencia aún no ha podido ser imitada
por la ciencia moderna, como los alquímicos colores las
vidrieras de las catedrales góticas.
Los expertos metalúrgicos contemporáneos han encontrado
en sables antiguos datos muy extraños, y se sabe ahora que
un solo filo estaba hecho a veces de mas de doscientas
cincuenta mil pequeñas láminas de metal que habían sido
cuidadosamente pegadas o soldadas una a una, y que para
lograr la excelencia incomparable del acero, que poseía una
gran dureza pero sin embargo cierta flexibilidad interior,
debían haberlo someterlo a no menos de veinte mil
templados. Pero también se supone- como es parte esencial e
ineludible de la obra alquímica- que en la fabricación
intervenía un componente final, misterioso, metafísico o
sobre-natural, similar al magisterium de los alquimistas, o
el spiritus vitae de los médicos espagíricos; un soplo,
ánima o “quinto elemento” que procedía directamente del
alma del forjador, que los alquimistas del medievo llamaban
Fragmento de la Piedra.
Pero aún quedaba, una vez terminado el sable visible, un
ritual sin el cual el Katana no era considerado como un ser
viviente. El forjador llevaba su creación a un templo
Shinto donde el sacerdote, tras realizar un rito de
evocación-invocación, rodeaba el sable con el cordón
sagrado que aparece en el portal de los santuarios (Jinja)
el shimenawa. Se consideraba entonces al sable como un ser
vivo. En realidad, se supone que ese sable era en ese
momento literalmente “poseído” o “habitado” por una
entidad,
en ocasiones por un deva o un kami (un espíritu
de la naturaleza) por un ser semi-angélico o del astral
superior del panteón Shinto, que cuenta con miles de dioses
menores y mayores, además de los tengus y kijins, los
espíritus de los bosques, de la tierra, del viento, de las
aguas, equivalentes a las salamandras, ondinas, trasgos,
gnomos, elfos y hadas de la mitología occidental.
Todo este proceso místico y mágico, que en ocasiones duraba años,
en el que intervenían diferentes expertos,
concedía a los sables katana -verdaderos Stradivarius de la
forjano
sólo
una
dureza,
flexibilidad
y
belleza
inimitable, sino también cierta impregnación de la propia
22
personalidad del forjador. La célebre leyenda de los sables
forjados por Masamune y su discípulo Muramasa es un claro
ejemplo:
Gorō Nyūdō Masamune, quien es considerado como el mejor
forjador de la historia de Japón, era un sacerdote que cree
vivió entre 1264–1343 y se dice que fue el verdadero
propulsor y reformador del arte de la forja de sables.
Masamune era un gran artista, un excelente ser humano de
carácter
humilde,
bondadoso,
espiritual,
compasivo
y
alegre. Sus sables, de excelente calidad y perfecto
acabado, tenían la reputación de no salir de su funda si no
era absolutamente inevitable, y de conceder la victoria sin
violencia, la buena suerte, y una próspera y larga vida a
sus propietarios, por lo que eran considerados como
auténticos talismanes.
Por el contrario, los sables forjados por su discípulo,
Sengo Muramasa, de carácter difícil, violento, explosivo,
iracundo, intransigente, vanidoso y orgulloso, aunque
también de perfecta manufactura, eran reputados como
portadores de infortunio y mala suerte; las leyendas decían
que salían solos de su funda, que provocaban combates y
duelos, que atraían la desgracia y que a menudo acortaban
la vida de sus incautos y desdichados propietarios, que
solían terminar sus días de forma trágica. También se decía
que impulsaban a sus portadores a cometer tropelías,
asesinatos o suicidio.
Por desgracia, en ocasiones ambos sables se asemejaban
tanto, que a simple vista era imposible saber de que
forjador procedían. Para comprobarlo, se sumergía la hoja
en un arroyo y se dejaban caer pétalos de flor de loto. Si
el sable había sido forjado por Goro Masamune, los pétalos
esquivaban suavemente el filo y seguían su curso; si por el
contrario era una obra de Sengo Muramasa, se precipitaban
por sí solos hacia la hoja y se hacían cortar en dos. Esta
leyenda trajo al mundo de las artes marciales el importante
concepto espiritual de katsujinto, “el sable que da la
vida”, y de satsujinto, el sable que la arrebata, una
enseñanza que nos habla de la impregnación de nuestro Ki en
todo lo que creamos, que hacemos, pensamos o decimos.
23
Risuke Otake sensei, actual soke (heredero legítimo) de
la escuela Katori Shinto Ryu, y “Tesoro Nacional Viviente”
de Japón, nos entrega este preciado consejo.
“Los principiantes deben guardar presente en
mente que si manejan el sable con odio dentro de
mismos este se convierte en satsujin-ken, en
instrumento de muerte. Es solamente cuando
hombre de sable se entrena con un corazón y
espíritu justos que el deviene un katsujinto,
sable que da la vida y que no quita la vida”.
su
sí
un
el
un
un
En cuanto a esta “impregnación” de energía positiva o
negativa, que se supone acompañaba a la creación de un
sable, se explica esotéricamente porque una parte del
cuerpo etérico-astral del artista o forjador quedaba
pegada, adherida a su obra, como también nuestra propia
energía lo hace a cualquier objeto personal, que una
persona de capacidades psíquicas puede percibir.
Pero aún existe otra causa menos poética y bastante
mas peligrosa, debida al hecho de no todos los forjadores
poseían elevadas cualidades morales o espirituales, y que a
menudo hacían uso de las llamadas “artes prohibidas” con
objeto de atraer una entidad de los sub-mundos, es decir,
del bajo astral, que por medio de malignos ritos de magia
oscura quedaba prisionero de la espada. De ahí que nunca
deberíamos adquirir, y ni siquiera acercarnos y aún menos
tocar objetos de uso esotérico o ocultista cuya procedencia
desconocemos y evidentemente aún menos un sable forjado y
antiguo cuyo origen ignoramos.
Algunos de estos sables están datados y certificados,
se conoce su origen, su “historia”, sus propietarios y es
sabido que muchos de ellos dieron muerte a personas, que
sirvieron para torturar y ejecutar a prisioneros de guerrasobre todo personal civil, hombres, mujeres y niños
inocentes- como es el caso de ciertos malignos samurai del
pasado o algunos militares japoneses de la Segunda Guerra
Mundial-¡recordemos la matanza de Nanking¡, que ejecutaron
por decapitación, compitiendo entre ellos, a cientos de
24
miles de prisioneros con sus siniestros sables, cuyos
logros “deportivos” aparecían en diarios de Japón, y que
fueron unos verdaderos psicópatas asesinos. Como se trataba
de botines de guerra, muchos de esos sables inmundos y
malditos se encuentran diseminados por museos de todo el
mundo, pero por desgracia también en colecciones privadas y
hogares particulares.
El autor conoce la historia de un practicante del
arte del iai-do que adquirió un viejo sable katana en un
anticuario de París, datado y firmado a cincel (mei) en la
parte de la hoja que se inserta en la empuñadura (nakago) y
cuya historia revelaba haber pertenecido a un samurai que
había dado muerte a varias personas. Las consecuencias no
tardaron en aparecer: su carácter se agrió, se volvió
solitario y huraño, y vivía continuamente obsesionado por
su katana de la que no se separaba ni un momento, al punto
de tener graves problemas familiares, ya que incluso llegó
a dormir con el sable.
Afortunadamente, su maestro de esgrima japonesa, un
hombre
sabio
y
prudente,
un
meditante
de
grandes
conocimientos esotéricos, diagnosticó rápidamente el caso
como el de una obsesión-posesión por parte de un ente
apegado a la hoja y le conminó a deshacerse lo antes
posible de esa espada maldita, destruyéndola, algo que
evidentemente el diligente y disciplinado alumno, no hizo.
La diosa fortuna vino en su ayuda, y un día se dejó
olvidado el sable en un tren. Por desgracia esa siniestra
espada de malignidad está ahora en las manos de otro
propietario
que
desconoce
esta
macabra
e
hilarante
historia.
Es conocida la tradición, no solo oriental, sino
occidental, de no aceptar nunca un regalo punzante, y menos
aún un cuchillo o una espada, sin no es a cambio de un
trueque simbólico- a menudo una simple moneda- ya que según
la sabiduría antigua y popular, si con ese objeto hacemos
daño a alguien o nos herimos nosotros mismos, el que nos lo
obsequió entra también en nuestro karma, ya que las “leyes
del Cielo” prohíben absolutamente derramar la sangre o
hacer daño a ningún ser sensible.
25
¡Ay
de
aquellos
que
disfrutan
ejecutando
o
contemplando el macabro y salvaje espectáculo del tormento
y del sacrificio impune de un inocente animal, en medio de
un espantoso rito popular de sangre, aplausos, risas,
gritos de júbilo, indiferentes al terror y al dolor de la
criatura, y alegres ante el inconcebible sufrimiento de un
ser vivo¡. Poca diferencia anímica y evolutiva hay entre
éstos, y aquellos que voluntariamente y con gran algarabía
asistían a los infames crímenes en los juegos del circo
romano, o a los monstruosos “autos de fe” en los que se
torturaron y se quemaron vivos a millones de seres humanos.
La inexorable ley del Karma
aguarda
pacientemente
para
compensar
estas
malignas
causas, en estos casos por
medio
de
devastadores
e
inevitables efectos.
Por esta y otras razones
se
recomienda
a
los
practicantes del arte del iaido
esgrimir
con
un
sable
ficticio
o
iai-to,
de
excelente
manufactura,
equilibrio, buen acabado ¡y precio asequible¡. Es necesario
a su vez tener una gran precaución en el uso de un sable
forjado actual y con filo o shinken, de los que manudo
gustan de servirse los debutantes, pues son conocidos los
casos
de
serios
accidentes,
heridas
y
hasta
de
amputaciones. Mi maestro, Michel Coquet, siempre decía que
no era necesario entrenar con un sable afilado, porque lo
que había que hender y destruir era mucho mas duro y
difícil de cortar que una rama de bambú o un poste de paja
de arroz trenzada: el egocentrismo y el egoísmo, con todos
sus
siniestros
hijos:
la
mentira,
la
cobardía,
la
indolencia, la violencia, la envidia, los celos, la lujuria
y el miedo.
Los actuales forjadores japoneses, una pequeña minoría
de grande artistas herederos de viejas y casi extinguidas
tradiciones, algunos de ellos considerados como Tesoros
Nacionales Vivientes, se lamentan de que sus obras maestras
26
(de precios desorbitados) terminan en cajas fuertes
especiales de bancos, como símbolos del “espíritu de la
empresa” o de un linaje familiar, y de que nunca servirán
para su finalidad marcial y espiritual.
ENSEÑANZAS ESOTÉRICAS
Es sabido que algunas
escuelas antiguas (koryu) de
sable
japonés
poseían
un
trasfondo muy esotérico (del
griego
esoterikos,
oculto,
velado, arcano) y secreto (himitsu), sobre todo las
vinculadas con las llamadas “escuelas de la montaña”,
cercanas a los ascetas-magos yamabushi, y por tanto al
chamanismo animista del shuguendo o ubasoku, y también al
shinto sincrético antiguo (ko-shinto).
Otras ko-ryu fueron también muy influenciadas por el
ocultismo mikkyo de las escuelas Shingon y Tendai, de Kobo
Daishi (Sukai) y Dengyo Daishi (Saicho). En esas dos
escuelas de budismo esotérico, muy alejadas del espíritu
Zen, se utilizan los sentidos por medio de cantos, música,
colores, aromas, peregrinaciones en la Naturaleza (sobre
todo en las montañas) complicados y largos rituales y
técnicas de purificación, pletóricos de belleza, de
vocalizaciones, posturas yóguicas, ritos de fuego (goma o
homa) y de agua (mizu-gyo o taky-gyo) como de una forma
superior de purificación y de meditación activa que permite
acceder a la mente subconsciente y al Yo Superior, al “Buda
Secreto” que el budismo místico llama Adi-Buda o Dai-NichiNyorai.
Por medio de técnicas secretas y ritos de pase, se
enseña al adepto el poder de los sonidos (mantram y cantos
de sutras) junto al uso correcto de ciertos gestos mágicos
de las manos (mudra) y a creaciones mentales por medio de
muchas formas de visualización de aspectos y cualidades de
27
las divinidades de los mandalas del Diamante (Kongo-kai-) y
de la Matriz (Taizo-Kai). Esa trilogía esotérica que une el
pensamiento, la palabra y la acción o el gesto en una
unidad, en una absoluta inmediatez o “aquiahoridad” es
conocida como san-mitsu o “triple misterio”, equivalente al
shin-gui-tai (espíritu-mente-cuerpo) de las vías marciales
o al ki-ken-tai (energía-sable-cuerpo) del arte de la
espada.
Aun hoy en día, adaptadas al mundo actual, son escuelas
absolutamente serias, de una gran belleza simbólica e
iniciática y de profundidad filosófica innegable, que han
demostrado su eficacia en el arte de la expansión de la
consciencia a través de los siglos.
Pero fue inevitable que la aplicación marcial de estos
elevados conceptos esotéricos, descubiertos y trasmitidos
por hombres y mujeres de gran ascetismo, virtud e
iluminación, conocieran desviaciones e interpretaciones muy
desvirtuadas del llamado “dharma blanco”. El estudio de la
simbología de algunas de estas escuelas “esotéricas” de
artes marciales, de sus prácticas, de sus invocaciones, de
sus ritos, de las divinidades protectoras a las que
invocan, provenientes de sus respectivos panteones, de su
mantrams y mandalas, y de otras enseñanzas consideradas
como muy secretas, demuestra que en realidad poseían un
esoterismo más bien pobre y una prácticamente inexistente
espiritualidad real.
Es obvio que el objetivo primordial de esas escuelas era
la eficacia física, la victoria en el combate en el campo
de batalla o en el duelo a muerte (mato-shiai) y para ello
recurrían también al ocultismo, con frecuencia negro, por
medio de hechizos, invocaciones, uso de ciertos signos
mágicos de las manos y precarios símbolos esotéricos
inscritos en la armadura, el casco (kabuto) o en la hoja
del katana, junto a sortilegios extraídos de antiguos
grimorios, aliados a la estrategia y a la técnica marcial.
Se buscaba, en suma, la persuasión, el engaño, la
fascinación del adversario, la ayuda del mundo invisible-no
necesariamente “divino”- y el simbolismo esotérico era en
realidad una aportación de soportes psicológicos que
servían sobre todo para vencer el miedo en el combate y en
el campo de batalla. Es evidente que se trataba de una
28
perversión clara de las enseñanzas sagradas y de los
objetivos reales de los maestros del dharma.
Partiendo de un núcleo de miedo y de ego, y por tanto de
búsqueda de la eficacia y la victoria en el combate contra
un adversario externo, la aplicación de esos textos y
enseñanzas ocultistas estaban llenos de supersticiones, de
sortilegios, de supercherías y otras desviaciones, mucho
más cercanas a la hechicería y a la magia negra que a una
genuina vía iniciática, espiritual o a veces simplemente
moral.
Estas tradiciones ignoran (o tal vez no) que existe una
inexorable ley de reencarnación y de Karma, de causa-efecto
o de acción-reacción; que nuestros pensamientos, palabras y
actos
generan
hondas
multi-dimensionales,
sinérgicas,
holográficas y profundamente homeopáticas (lo similar atrae
a lo similar) en el “tejido conectivo cósmico” (akasha);
que el Universo es un sistema de reflejo, de causa-efecto,
y que estas causas regresaran como efectos a su origen como
oleadas de dicha o infortunio, multiplicadas ab infinitum,
y actuarán indefectiblemente en su plano de creación
(físico, mental, emocional) y espacio-tiempo oportunos. Por
la ignorancia de esta y otras leyes cósmicas, a nivel
espiritual el hombre de hoy en día, sobre todo el del
llamado “primer mundo” y tal vez por causa de las
religiones organizadas, es prácticamente un analfabeto.
En cuanto a ciertas escuelas clásicas de Oriente, los
estudiantes
occidentales
deberían
ser
extremadamente
prudentes al iniciarse en tales enseñanzas, pues a menudo,
y a pesar de su atractiva imagen externa, no surgen del
Dharma Blanco, de la Sagrada Luz de la Tradición
Primordial, sino de campos energéticos de muy dudoso
origen, con frecuencia de egrégores (campos vibratorios,
mórficos o morfogenéticos, para utilizar una terminología
científica
actualizada)
muy
antiguos,
a
menudo
en
descomposición, creados con harta frecuencia por las mentes
enfermas y malignas de instructores psicópatas y en
ocasiones de perversos samuráis expertos en diversas artes
marciales muy destructivas y nefastas, que esgrimían desde
su resentimiento, desde su congénita maldad, desde su odio
visceral a la Humanidad, desde su envidia, desde su
codicia, algo que es visible a simple vista en la
29
estructura misma de sus técnicas.
A menudo esas escuelas enseñan a sus discípulos
(erróneamente o a consciencia) a hacer uso de “hara” (el
llamado “cerebro abdominal”), lo que en realidad es un
grave error desde el punto de vista esotérico y metafísico,
que jamás sería recomendado por un verdadero experto, un
maestro espiritual, de meditación o un versado yogi. Esta
grave equivocación de base es
la consecuencia, una vez
mas, de una equivocada o tal vez, una concientemente
pervertida interpretación de una enseñanza proveniente de
la India a través de la ciencia de los chakras o Laya Yoga,
fatalmente adaptada a las vías marciales.
La ciencia de los chakras es un yoga superior
procedente de una milenaria enseñanza de la evolución de la
consciencia, que sin embargo concede precaria o casi nula
importancia a ese y a otros centros sub-diafragmáticos,
considerándolos de tendencia material, animal, sensual e
instintiva, y por tanto gravitacionalmente negativos, muy
peligrosos y proclives a toda suerte de desórdenes físicos
y psíquicos, por excitación, sobrecarga o congestión.
El desarrollo de la energía del Hara, de tendencia
negativa y cristalizante, tiene fatídicas consecuencias,
entre otras visibles: diversas enfermedades físicas y
psíquicas (incluso tumores y cánceres) una tendencia
notable al egocentrismo, al narcisismo, a la acritud del
carácter, al fanatismo y al fundamentalismo (la “ultraortodoxia” de algunas escuelas y sistemas de la actualidad
es un claro ejemplo) al egoísmo y al individualismo
exacerbado.
Muchos practicantes y conocidos expertos evidencian
síntomas claros de la hipertrofia de ese centro subjetivo,
claramente visibles en sus explosiones de cólera, en su
tendencia a la lascivia, a la coprolalia, a la negativa
incontinencia verbal (por estar relacionado con el centro
laríngeo al que influye muy negativamente), que produce a
su vez tendencia a la crítica destructiva, a la injuria, la
delación, la traición y la calumnia; a la codicia material,
emocional o intelectual, a la agresividad, la violencia,
procedente con seguridad del miedo crónico y patógeno, e
incluso a estados de gran ansiedad y de pánico, y por fin,
a la exacerbación de los deseos compulsivos y obsesivos que
30
son la antesala de la posesión.
Y ésta “posesión” rara vez
esta se trata de un “Kami-Gakari”
una “posesión divina”, por parte
de una entidad angélica o sobrehumana,
que
muy
difícilmente
utilizará una vía semejante para
expresarse, como fue el caso de
Morihei
Ueshiba,
fundador
del
Aikido (tras mas de cincuenta años
de meditación, oración, practica,
purificación y gran sufrimiento
personal)
y
otros
sabios
e
iluminados
personajes
de
la
historia esotérica, sino mas bien
de
entidades
sub-humanas
procedentes de los planos astrales
inferiores.
En cuanto al “hara”, recordemos el antiguo axioma
hermético que dice: “la energía sigue al pensamiento”, y
que el pensamiento- según la alquimia- es de naturaleza
casi fluídica, y una vez emitido, existe, y va a nutrir de
energía y sobre-alimentar de prana, shakty, ki, espíritus
vitae, los centros o chakras que tengamos mas desarrollados
(generalmente los inferiores) con todas sus consecuencias,
por la ductilidad con la que esta energía encuentra un
camino fácil, descendente y negativamente gravitatorio.
Algún día quedará demostrado que la “doctrina del Hara”
(haragei) está profundamente equivocada, y que ha sido la
causa de no pocos crímenes y grandes males, enfermedades e
ignominias para la Humanidad. Desafortunadamente, esa
enseñanza,
tergiversada
o
tal
vez
manipulada,
ha
contaminado a las artes marciales y a ciertas vías semiyógicas de tantrismo hinduista y taoísta (del llamado
“sendero izquierdo”) con numerosos errores, semi-verdades y
rotundas falsedades, cuyas consecuencias son grandemente
visibles en el carácter vehemente, egocéntrico, explosivo y
virulento de muchos de los llamados “maestros”.
Ninguna enseñanza seria y verídica, tradicional en el
sentido iniciático,
ningún verdadero instructor, oriental
u occidental, ya sea de meditación, de los diferentes yogas
31
o
las
vías
marciales
superiores,
recomendará
jamás
concentrarse durante la práctica o la meditación en el
vientre o cualquier punto por debajo del diafragma, sino,
por el contrario, en los centros superiores del corazón,
entrecejo o coronilla. Recordemos que en la Tradición
occidental se sitúa la “sede del alma” en el centro de la
cabeza, es decir, en la glándula pineal (hipófisis) como
afirmaban René Descartes y Leonardo da Vinci y que la
metafísica yógica o budista la localiza a veces en la
cabeza o en el ventrículo izquierdo del corazón.
Nunca deberían confundirse estas nuevas versiones de una
espiritualidad
aburguesada,
falseada,
profundamente
materialista y de cartón piedra, en las que todo vale con
tal de recabar dinero, fama o poder, con las grandes
enseñanzas del sufismo islámico, del Vedanta hindú- también
en la versión del budismo Zen de la mano de un verdadero
maestro de meditación- de la Kalachakra tibetana o de la
gnosis cristiana. No cesaremos de recomendar a los
estudiantes amantes de la tradición oriental, que se
vinculen directamente con las “escuelas madres” de esas
tradiciones sagradas, y que adopten una aptitud de máxima
prudencia y sentido común hacia todo lo demás. Pero también
que investiguen seriamente en la extraordinaria riqueza de
la Gran Tradición Occidental, en la alquimia interna, la
astrología esotérica, la Kábala, el simbolismo de la
arquitectura sagrada, la iniciación caballeresca, la Gnosis
esotérica cristiana y el hermetismo en sus múltiples
facetas, todas ellas tradiciones inocuas, bellísimas,
profundas, reveladoras y muy vivas y poderosas herramientas
para la elevación de la consciencia -a pesar de la
persecución y de la hoguera inquisitorial- absolutamente
compatibles con una práctica marcial ascética y rigurosa,
como es -o debería ser- el arte del sable, antes que
adentrase en desconocidos bosques y laberintos metafísicos
“orientales”
que
en
general
pueden
traer
fatales
consecuencias físicas y psíquicas, a corto o largo plazo, y
no
solamente
sobre
uno
mismo,
sino
sobre
nuestras
relaciones sociales y familiares.
Otras escuelas, sin embargo, poseen una profunda
espiritualidad, pues emanaron de maestros verdaderos, de
hombres y mujeres puros, de vida sencilla, a menudo pobres,
32
humildes, castos, compasivos y profundos meditantes; de
gran sabiduría, inteligencia e iluminación, que enseñaban
desde
un
núcleo
interno
de
inteligencia
viva,
de
“implacable lucidez”, de amor, compasión activa, belleza,
idealismo e iluminación. Cuyas vidas fueron un verdadero
ejemplo de dedicación a los demás, de sacrificio del
egoísmo, de purificación y de amor redentor al prójimo. La
vinculación espiritual con tales escuelas santas de artes
marciales y con el “alma inmortal” de sus maestros
fundadores, es una auténtica y constante bendición para
nuestras vidas y generadora de muy buen karma.
KEN-JUTSU, LA ESGRIMA JAPONESA
La práctica del combate (shiai) con un sable auténtico
rápidamente se convertía en demasiado peligrosa para el
entrenamiento marcial, por esta razón fue ideada una forma
de combate con sables de madera llamados bokutoh, boken o
simplemente ken, y mas tarde con uno hecho de láminas de
bambú o shinai (shin-ai: “unidad del espíritu”). Aún en la
actualidad pueden adquirirse replicas perfectas de estos
viejos sables de madera, algunos de ellos muy extraños y
sofisticados, que nos hablan de la profundidad y la
especialización de las enseñanzas de cada escuela, en la
entrada de los templos de las antiguas aldeas y pueblos
japoneses donde existía una escuela y un santuario dedicado
a una divinidad del sable relacionada con el ryu.
Los combates de antaño con uno de estos sables de
madera, revestidos con una precaria armadura de tejido
acolchado, de láminas de bambú, llevados al límite mismo
entre la vida y la muerte, permitían a los adeptos del arte
de la espada la vivencia casi real de todas las formas
posibles de un duelo (recordemos que en aquellos días las
artes del bu-jutsu eran utilizadas como una forma de
33
supervivencia) con un mínimo de riesgo para la integridad
física. El uso de una sofisticada armadura mejoró la
practica y alejó el riesgo, y con el tiempo fue
evolucionando hasta el bogu del kendo actual, cuyo origen
se debe al gran maestro Yamaoka Tesshu, un personaje
legendario,
maestro
Zen,
poeta,
excelente
pintor
y
calígrafo, creador de la escuela Muto-Ryu (“del-sable-sin
sable”) considerado el mayor experto de la historia, como
mas adelante veremos.
Hasta tal punto se hizo popular entre los samurai esta
forma de entrenamiento, que el uso del sable de madera
llegó a ser en las manos de un experto, tan peligroso como
el propio katana. Tanto es así, que desde el siglo IX hasta
el final de la era de los Tokugawa podemos encontrar más de
doscientas escuelas o ryu de ken-jutsu, aunque en total se
calcula
que
el
número
se
acercaría
a
quinientas.
Evidentemente, pocas de estas antiguas ko-ryu se han
mantenido hasta nuestros días, ya que en su mayoría eran
celosamente guardadas por clanes familiares y heredadas de
padres a hijos, tanto que han llegado a desaparecer en su
propio secreto por falta de una continuación hereditaria, o
porque proviniendo de zonas rurales se extinguieron al
emigrar los jóvenes a las ciudades.
Las antiguas escuelas de sable, como la Onno Ito Ryu,
Nakanishi-Ha-Itto Ryu, Kashima-Shinto–Ryu, Asayama IchidenRyu-Heiho, Jyki-Shinkege-Ryu, Kurama-Ryu, Maniwa-Men-Ryu,
Yagyyu-Shinkage-Ryu o otras muchas tradiciones antiguas,
especializadas en batto-jutsu (el arte de desenfundar el
katana, más tarde convertido en iai-do) la lanza (yari) la
alabarda (naguinata), el sable de madera (ken-jutsu) y el
ju-jutsu, o la auto-defensa, y otras artes como el manejo
de arcabuces (ho-jutsu), la natación con armadura (suijutsu), el arco de campo de batalla (kyu-jutsu), la
estrategia en la defensa y construcción fortificaciones.
Otras se esfuerzan por conservar la pura tradición marcial
de los orígenes y algunas de ellas han sobrevivido debido
al interés despertado en intelectuales, universitarios y
estudiantes occidentales. Todas estas escuelas trasmiten su
saber
codificado
en
forma
de
kata,
ritualizado,
coreografiado, en solitario o por parejas y nunca permiten
el combate libre, por considerarlo perturbador de la calma
34
mental, desvirtuador y degenerante de la pureza original,
al igual que las escuelas superiores de artes marciales más
modernas.
En la actualidad es más fácil entrar a formar parte de
una de las escuelas mas populares, pues muchas de ellas
optaron por abrirse al mundo exterior antes que desaparecer
para siempre, y otras han sido asimiladas al kendo y al
Iai-do deportivo. Sin embargo, existen otras escuelas muy
clásicas por fortuna de muy difícil o casi imposible
acceso, en las que no se entra a cambio de dinero o de
recomendaciones, sobre todo por ser Tesoros Nacionales o
por que sus sokes (herederos) y senseis (“nacidos-antes”,
profesores o instructores) son maestros de gran honestidad
y pureza de carácter, diestros en el arte, que todavía
creen que el estudiante debe pasar por un inevitable
periodo de prueba y purificación antes de transmitirle el
okuden (enseñanzas secretas) del ryu. Otras, sin embargo,
no permiten la entrada a gaijins (extranjeros) por no
necesitar nuevos alumnos, por desconfianza- a menudo
justificada- o simplemente por ser muy conservadoras y
tradicionalistas. En especial para los occidentales ha sido
muy difícil entrar a formar parte de la antigua tradición
de una escuela como la Tenshin Shoden Katori Shito Ryu del
gran maestro Lizasa Choisai Hienao, de la que ahora existen
diversas ramas, o la Mujushin-Ryu de Harigaya Sekiun.
IAI-JUTSU, LA VIA DEL SABLE
“El espíritu del Iai
es puro como una hoja suave.
El espíritu del Iai,
es neto y preciso como su filo.
El espíritu del Iai,
Es recto y poderoso como
el aliento de su tajo.”
Risuke Otake
35
La vida del hombre de armas de aquella época no debía
ser fácil- y menos aún de la población civil- ya que
obligaba a una constante vigilancia, rayana en un estado
alterado de consciencia, de obsesión, de neurosis o incluso
de paranoia, que a la vez aportaban a los espadachines
ciertas capacidades semi-paranormales de intuición, pues el
menor error solía traer fatales consecuencias, no sólo la
muerte, sino la amputación o la parálisis de por vida.
Conceptos tales como control de mente, de las reacciones
emocionales, unidos a la estrategia de combate, se hicieron
absolutamente necesarios.
En el campo de batalla el guerrero se despojaba de la
funda (saya) y se sumergía en el ardor del combate. En el
dojo o en la vida privada, las formas de entrenamiento
variaban
notablemente,
aunque
conservando
siempre
un
sentido de “presencia en el instante” y de “realidad
virtual”. Estas “formas” (kata) verdaderos psico-dramas,
aun hoy en día revelan las circunstancias históricas en que
se crearon, los ambientes sociales y sobre todo la
mentalidad de sus creadores. Algunos kata son de gran
nobleza, estética y rectitud. Tratan de indultar, de
perdonar al adversario, de darle una oportunidad de
remisión, de expresión de la compasión. Otros expresan
cierta maldad de intención o astucia, e incluso un sentido
de provocación del ataque, como era habitual en la vida
cotidiana de muchos pervertidos samuráis.
Algunos kata muestran un
sentido exclusivamente estético,
de expresión de la armonía y la
belleza, otros estratégicos, y
aun
otros
están
ciertamente
alejados
de
una
realidad
experimental. Algunos, en fin,
son muy malignos y expresan
ideas
de
ejecución,
de
decapitación ritual y hasta de
asesinato. Es evidente que nunca
deberían practicarse este tipo
de kata ni de técnicas similares, provenientes a menudo de
samuráis enloquecidos, verdaderos asesinos en potencia ¡y
36
en evidencia¡. Una vez más, recordemos que existe una
inexorable ley de Karma, y que la vinculación con tales
campos de energía- como ya vimos- ya que no es posible
realizar
tales
kata
sin
recrear
las
situaciones
ambientales, emocionales y psíquicas que dieron su origen,
nos pone en la misma línea de reciprocidad y de
“compensación cósmica” que a sus fundadores. A pesar de
todo lo dicho, existe el libre albedrío y cada quien es por
tanto el responsable único de sus pensamientos, palabras y
actos.
El samurai que se ejercitaba en el uso de la espada,
sabiendo
que
quizá
pocas
horas
mas
tarde
debería
enfrentarse a un duelo a muerte, lo hacía obviamente con
una visión y una aptitud de mente absolutamente seria y
realista. Es preciso recordar que la historia secreta de un
kata a menudo refiere y evoca luctuosos o felices hechos
del pasado, situaciones reales vividas por los expertos de
cada ryu, y refieren combates reales, que con frecuencia
costaron la salud o la vida a muchos esgrimistas. Por ello
las formas (Kata) de la practica del sable preveían la utilización del katana en cualquier posición, ambiente o
circunstancia, y esta es la razón por la que en las
escuelas se entrenaba las técnicas del iai en las posturas
de la vida cotidiana, generalmente agachado, o bien de pie,
caminando,
comiendo
arroz
con
palillos,
en
lugares
estrechos e incluso en posición de descanso o durmiendo.
Con este tipo de entrenamiento en solitario (hitorigeiko) se buscaba la escenificación realista de situaciones
físicas, pero sobre todo emocionales y mentales, tratando
de alejar el miedo, la ira, la cólera, el deseo de vencer o
el temor a perder, en el escenario de un psicodrama
gestual, de un encuentro real con la muerte. Sabiendo que
un duelo podía establecerse en cualquier momento y que las
posibilidades de supervivencia dependían en gran medida de
la intuición, y por tanto menos de la rapidez y la
precisión técnica en el gesto inicial de desenfundar el
sable (nuki-tsuke) y dar el primer tajo (kiri-tsuke), que
de “llegar antes” por la extensión de una aptitud de
extrema “presencia en el instante”.
En
el
entrenamiento
en
solitario
con
un
verdadero
37
katana
(shin-ken)-algo
que
jamás
recomendaríamos
a
un
principiante
que
no
lleve
practicando
asiduamente
al
menos de diez a veinte años- o
un iai-to, el espadachín se
esfuerza por desarrollar un
muy agudizado sentido de la
anticipación por intuición o
“premonición” (sakki) por lo
que muchos kata prevén ataques
por
la
espalda,
en
la
oscuridad,
contra
varios
adversarios
o
en
espacios
estrechos.
Esta
sensación
nefasta
de
amenaza
y
la
subsecuente reacción antes de que se manifieste un ataque
“visible” en una realidad hipotética, va mas allá de un
simple reflejo condicionado, y se acerca mucho a una
capacidad psíquica o para-psicológica que algunos célebres
espadachines llegaron a desarrollar. Otros kata escenifican
ataques y defensas frontales, en los que se debe siempre
anticipar
(sen-no-sen)
al
acto
de
desenfundar
del
adversario, captar su mente, su intención, su ki, antes
mismo de “ver” el ataque. Al mismo tiempo, no debe existir,
ni siquiera un sólo instante, la menor “apertura” (suki) o
vulnerabilidad en el esgrimista. Esa idea nos habla de de
“unidad reencontrada” (ki-ichi) de ósmosis, de “ser uno en
la Unidad”: ai-nuke, mucho mas allá del concepto brutal y
salvaje de “matarse el uno al otro” (ai-uchi). La
intuición, la vigilancia y “espíritu alerta” (zanshin)
están presentes en cada forma y en cada técnica, y como
dicen los grandes maestros, “zanshin (la “presencia del
ser”) empieza mucho antes del combate y no termina nunca”.
El maestro Risuke Otake, nos recuerda:
“Querer sacar el sable es la técnica del principiante.
Poder sacar el sable es la técnica del experto.
Ser el sable mismo es la técnica del maestro”
38
Existen otras formas de anticipación, desde la básica
respuesta- reacción del neófito (go-no-sen) hacia la idea
mas evolucionada de “sensación” o sen, y de ahí al más
avanzado sentido de ”anticipación sobre la anticipación”
(sen-no-sen) e incluso al concepto muy elevado de “ser uno
con el corazón del otro”, que revelaría el sentido mismo de
la palabra “i-ai”: “unidad con el ser”: dejar de ser dos,
volver a ser “uno”. Como enseñaba el maestro de sable,
Michel Coquet: “ser el Ser, sin más, sin desear nada, sin
añorar nada. “
La palabra I, en japonés, deriva de iru, y vendría a
traducirse por ser o estar presente. Ai, procede de
awaseru, y significa unir. Así, I-Ai, se traduciría-según
Coquet sensei- por: “vía que permite, por la constante
presencia en el instante, la realización del Ser”, un
proceso obviamente indisociable de la meditación.
Ai, también nos habla de unidad, de interrelación, de
“reunión consigo mismo”, de acuerdo, de unidad con la Naturaleza y con las leyes que rigen el orden divino. El
Maestro Ueshiba también lo traducía como amor, pero el amor
de O-sensei era la poderosa energía que mueve el infinito y
los mundos, dentro y fuera de nosotros. No es el amor
emocional, visceral, apegado, sentimental, sino el amor
desapegado, compasivo pero firme, positivo, luminoso y
creador. O-sensei “hablaba de esgrimir desde el corazón” o
proyectar el amor espiritual a través del sable. Es
absolutamente necesario, pues,
practicar la esgrima desde
la alegría, desde la calma mental, desde el silencio de las
emociones, desde la paz hermética, sin miedo, sin ira, sin
esa sensación fogosa de intensa tensión mental rayana en un
estado de violencia interna. El Iaido, es un arte de vida
extremadamente difícil, pero no obstante, básicamente su
estructura no puede ser más simple; apenas la realización
de unos cuantos Kata, cuyo aprendizaje superficial puede
llevarnos unos meses. Sin embargo, sabemos, como enseñan
los maestros de Oriente, que el Iai es un arte sin
artificio, es un acto de presencia en el instante lúcido,
en el que se trata menos de seguir caminos de estética, que
39
de vivir una realidad trascendental. En el verdadero Iai,
no se trata de dividir un miserable haz de paja trenzada,
sino de cortar las raíces profundas del propio ego. Todas
las ilusiones, los apegos y las cadenas de hierro o de oro
que aprisionan al hombre en el abismo de la ignorancia, han
de ser destruidas por la espada de la sabiduría y la
trascendencia. El Iai, aliado e inseparable de la queda
meditación, por la práctica en la soledad de sí mismo,
lejos de cualquier forma de rivalidad o esteticismo, nos
lleva a realizar estados progresivos de vacuidad (mushin) y
nos permite la presencia pacífica y estable en medio del
torbellino de una lucha ritualizada. A ese estado del ser
de no identificación, de disolución de los espejismos del
yo exterior, de unidad del yo profundo en la acción lo
llamamos Fudoshin, la inmutabilidad, la calma y la
serenidad en el Kata del Sable, y en el Kata de la vida
también.
EL SABLE INTERIOR
Algunas escuelas contemporáneas, como el Shintaido de
Hiroyki Aoki y sus heroicos alumnos del Rakutenkai o el
Kitaido de Ken Waight, han llevado valientemente, muy lejos
y con gran honestidad los pensamientos y las enseñanzas de
los grandes maestros del pasado, incluyendo a Morihei
Ueshiba, Yamaoka Tesshu y Harigaya Sekiun. Interpretando
sus textos, poemas, caligrafías y consejos, han redescubierto la belleza, la sobriedad, la alegría íntima, la
sabiduría de la práctica del sable luminoso, y edificado
escuelas marciales modernas que esgrimen desde el florecer
del corazón, desde la espaciosidad del ser, desde el alma
inmortal y divina, con una poesía vital impregnada de
compasión, de amor lúcido, de consciencia despierta, de
elevados principios filosóficos, espirituales, cósmicos, en
la línea exacta de la natural evolución que hubieran debido
seguir las venerables tradiciones marciales del pasado.
Entre ellas incluimos por desgracia el joven Aikido
actual, que ha dado marcha atrás en esa arriesgada
investigación, y vuelto a practicar las antiguas técnicas
40
de espada que fueron diseñadas, no lo olvidemos, para
matar, para destruir y provocar el sufrimiento. Las nuevas
y reveladoras ryu, descubiertas a menudo a la luz de una
experiencia trans-personal, a través de humildad sin
reservas, de una búsqueda valerosa, solitaria, a menudo
incomprendida, y de un entrenamiento mas allá de lo humano,
han dado el fruto esperado de las grandes obras maestras de
la Humanidad, que siempre buscan hacer del hombre un ser
más feliz y más libre, en armonía con la naturaleza y el
Universo que nos rodea.
El arte de la espada se convierte así en un camino de
disciplina de la mente, de purificar el corazón, de
expresión simbólica de las sucesivas etapas de abandono del
fruto de la acción y de vivencia real del ritmo y el ritmo
universales. El “sable interior” es el símbolo de una
actitud ante la vida, de una búsqueda santa y sincera de
despertar por el proceso de la fragua y el templado del yo
mortal, en las puras aguas de una realidad intemporal. Es
seishin-tanren, la forja del alma, del Yo Superior, por la
alquimia íntima del ser asimilada a la transmutación de la
espada sagrada. Así, el arte del sable deviene una sagrada
vía de reencuentro con la armonía fundamental del ser. Esta
definición es quizás demasiado decir, sobre todo para los
espíritus materialistas que ignoran su propia separación
interior y su conflicto entre el ser real y el ego
usurpador, que es causa de la gran mayoría de su
sufrimiento personal, y origen de tantas -de todas- las
injusticias y tragedias en el mundo.
No importa la escuela o ryu que se
practique, en cada una de ellas pueden
ser añadidos estos elevados conceptos
que los maestros de la antigüedad nos
han legado como un tesoro de incalculable valor. Incluso a
pesar de que el arte de la espada es practicado ahora como
un complemento a otras vías, como un deporte, como un arte
estético, puede ser utilizado como una vía de autoconocimiento y una forma de deshacerse de las limitaciones
del ego ilusorio, condición sine qua non para alcanzar
peldaños mas elevados en la vía del retorno a la armonía
41
consigo mismo.
Podríamos extendernos largamente sobre otras formas de
interpretar el Kata, sobre otras influencias o doctrinas
que lo han impregnado a lo largo de los siglos, pero esa
visión sería quizás demasiado intelectual y nos apartaría
de la esencia de este arte de mejor vivir. Una técnica que
en su sobrecogedora sencillez esconde una de las llaves
maestras para el acceso al “Corazón de Compasión”, al
verdadero amor que el budismo llama “Nuestra Verdadera
Naturaleza”; al del Hombre Real, realizado, unificado con
su al Yo, con el Ser, que hemos llamado alma en occidente y
que es el portal del retorno a la perdida Unidad del Ser.
El “sable de luz” hace de nosotros hombres libres, sin
dueño, ni casta, de mente expandida, renacentista, y a la
vez poetas, filósofos, artistas creadores y por fin ascetas
y místicos. Los caballeros andantes, los “samurai sin
señor”, los ronin, los guerreros errantes y bienhechores,
encarnan todo lo que hay de bueno, justo, bello y cierto en
el corazón del hombre, y son el vivo mensaje de la
caballería material y espiritual: la hermandad de seres
humanos que a través de los siglos han luchado por la
elevación de la consciencia, la expansión del corazón y el
servicio a la Humanidad afligida y doliente.
42
TATSUJIN: EL HOMBRE-SABLE
“Para el Maestro del sable,
por encima de la gloria,
de la victoria e incluso
de la propia vida,
se halla la Espada de la Verdad;
de la verdad que él ha experimentado
y que le juzga”.
Eugen Herriguel
Para adentrarnos en el estudio de la vida y de la obra
de los grandes maestros de la espada, y para comprender sus
sagradas y redentoras enseñanzas, debemos tener en cuenta
que sus textos, sus consejos, sus poemas, sus caligrafías,
provienen directamente de un elevado estado de consciencia,
de
una
experiencia
trans-personal
a
todo
punto
intransferible por las palabras; de una “revelación”
interior, de una iluminación. Son fruto de su ascetismo, de
su desprendimiento del yo, de su rigor, de su sufrimiento,
de su compasión, de su amor santo, de su “implacable
lucidez”.
Estos hombres universales hicieron exactamente lo
contrario de lo haría un hombre común: pusieron su cuerpo,
su salud, su corazón, su arte, su inteligencia, su
experiencia, su dolor, su energía, su amor, su ki, su
genialidad, su iluminada compasión y su “visión”, al
servicio de su alma y de su espíritu. Y no tardaron en
recibir como respuesta (pues el Universo es un mecanismo de
reflejo) el inagotable tesoro de una sabiduría sobrenatural más allá de lo humano.
Como los textos sagrados de los alquimistas, de los
hermetistas, de los santos meditantes y de los sabios guías
de la Humanidad, las enseñanzas de los grandes tatsujin
(“hombres-espada”) proceden directamente de un estado
expansivo (tal vez incluso “explosivo”) de despertar, de un
43
mundo de luminiscencia en el alma que el cristianismo llama
“Reino de los Cielos”, el hinduismo Brahma-loka, el “ Cielo
Creador”, y en el Shinto “Takama-A-Hara”, el “más allá”, el
paraíso líbico de los dioses (kami) y de los inmortales
taoístas (Lie-Sien-Chuan). Esos no son, evidentemente,
lugares físicos y tangibles, levitando sobre las nubes o
allende de las estrellas, en los que sólo los ignorantes y
los fanáticos -que tan a menudo van de la mano- pueden
todavía creer, sino exaltados estados de consciencia
expandida, re-unificada con el origen, reabsorbida en la
Unidad Esencial, en “lo que éramos antes de llegar a ser”,
como rezan los Upanishads.
Es pues, desde un estado de meditación, de elevación
de consciencia cercano a la exaltación espiritual, de
humildad profunda, de gratitud sin reservas, de “anhelo de
liberación en beneficio de todos los seres” (boddhichita),
que debemos acercarnos a estas enseñanzas muy santas, desde
una visión de vuelo de águila, de himalayista del alma, tal
vez sentados y observando quietamente desde una lanzadera
espacial o con una mente de astronauta de la evolución,
precisamente la misma mente expandida, inclusiva y no-dual
que llegaron a alcanzar esos grandes maestros.
No podemos hacer descender estas enseñanzas sagradas a
nuestro nivel del mar mental, a incluso más abajo todavía,
sino elevarnos nosotros lo más alto posible, so pena de
incomprenderlas,
de
convertirlas
también
en
material
fungible, o a lo peor, en una nueva capa de metal para
nuestra herrumbrosa armadura egótica.
En 1387, durante el reinado del shogun Asikaga
Yoshimitsu, nació uno de los más grandes maestros de sable
de la historia: Lizasa Choisai Ienao. Era este un hombre
muy noble, culto pero modesto, amante de las artes y de las
letras y partidario de la paz, que
siempre se sintió atraído por la vida
espiritual y que con el tiempo, se
convertiría
en
monje
budista.
Una
leyenda dice que en una ocasión uno de
sus siervos lavó las patas de su
caballo en las aguas de una fuente
sagrada cerca de un santuario y que el
pobre
animal,
tras
caer
presa
de
44
convulsiones, murió. El maestro Lizasa creyó muy seriamente
que se trataba de un grave error y que la muerte del
caballo se debía a las consecuencias kármicas de la
profanación del lugar santo, dedicado a la presencia de una
divinidad shinto llamada Futsu Nushi No Mikoto,
ángel
guardián del templo Katori Jingu y santo patrón de los
esgrimistas.
Así, tras una vida consagrada al sacrificio, a la
purificación, a la meditación y al refinamiento del
carácter, habiendo llegado a ser consejero y maestro de
armas del shogun Yoshimasa, pero hastiado de la decadencia
de la burguesía y de la corrupción política del ambiente
cortesano, del egoísmo y la barbarie que le rodeaban por
todas partes, a los sesenta años de edad Lizasa Choisai
decidió consagrarse a un periodo de austeridad (gyo)
entrenamiento marcial y meditación de mil días (sen-nichigyo) en la soledad de los bosques cercanos al santuario
Katori.
Su ascesis (gyo-misogi) consistía en periodos de
meditación y estudio de la filosofía budista, entrenamiento
en el arte del sable y otras herramientas clásicas, ayunos
y austeridades que emanaban de la tradición esotérica de la
escuela Shingon y del chamanismo animista de los monjesguerreros que vivían en las montañas, los célebres
Yamabushi. Se dice que al finalizar su retiro, una noche
tuvo una visión de la divinidad del santuario, con el
aspecto de un joven muchacho sentado en las ramas de un
ciruelo. En esa ocasión, Lizasa sensei recibió la enseñanza
misteriosa y secreta (okuden) de la escuela Tenshin Shoden
Katori Shinto Ryu en un volumen de estrategia marcial
(heiho-shinsho). Tras esa visión, creó su maravillosa vía
marcial de sable, impregnada de su profunda sabiduría, de
su ascetismo, de su gran compasión e “inspirada” por su
visión celestial. Desde entonces, cada enseñanza de la
escuela Katori Shinto es considerada como «kami-waza», una
técnica de origen divino.
Cuando algún estudiante o experto de otra escuela (ryu)
lo desafiaba, como era costumbre en la época y en siglos
posteriores, Lizasa Sensei le invitaba a tomar el té. Antes
del encuentro, colocaba una pequeña esterilla sobre unos
brotes tiernos de bambú, y se sentaba después sobre ellos
45
en postura de meditación, sin doblarlos ni romperlos. Los
adversarios comprendían entonces que se trataba de un
hombre santo, de un sennin, un asceta-yogi poseedor de
grandes siddhis o poderes metafísicos, y que estaban frente
un tatsujin, un verdadero maestro que había realizado la
“unidad con la espada”. Algunos se retiraban prudente y
silenciosamente,
y
otros
solicitaban
humildemente
convertirse en sus discípulos.
La escuela Katori Shinto, con una antigüedad de más de
setecientos
años,
a
diferencia
de
otras
ryu,
más
relacionadas con el Zen, añadió la profundidad del
pensamiento budista y el ideal de la “compasión dinámica”
al arte de la esgrima tradicional. Entre los mandatos de la
escuela, que tenían un gran trasfondo esotérico, se
enseñaba a evitar el combate, a sentir compasión hacia el
enemigo y, algo absolutamente inusual en aquella época en
la que las técnicas de sable terminaban inevitablemente en
verdaderos rituales de ejecución, e inverosímil incluso hoy
en día: perdonar la vida, redimir al enemigo, darle una
segunda oportunidad de transformación. Es de notar que los
kata de la venerable escuela Katori Shinto siempre
finalizan sin dar muerte al adversario, algo absolutamente
inusual en el ate de la esgrima, y mas aún ¡desde hace
setecientos años¡.
En una época de violencia en todos los niveles
sociales, de corrupción política, de latrocinio, de
codicia, de avaricia, de revueltas sociales y de intrigas
palaciegas (no muy distinta de la actualidad) en la que de
la búsqueda de la eficacia por la vía de la astucia, de la
argucia, de la delación y del engaño estaban a la orden del
día, estas inconcebibles ideas constituyeron una verdadera
revolución para el arte de la espada.
La escuela Katori Shinto Ryu, considerada en la
actualidad como Tesoro Nacional y “bien cultural de valor
inapreciable”, fue la primera en permitir la entrada a
gentes de toda clase y condición social. Así, no solamente
nobles o miembros de la casta de los samurais, sino también
hombres y mujeres del pueblo, comerciantes, trabajadores de
todos
los
gremios
y
campesinos
eran
aceptados,
transformándose en sus discípulos y muchos de ellos en
grandes maestros del sable.
46
Por medio de la meditación y de una práctica marcial
severa, en la que la humildad, la discreción, la ausencia
de ambición, liberada del egocentrismo sutil o evidente que
caracteriza y revela con excesiva frecuencia a los
estudiantes (¡y a los instructores¡) poco avanzados, y una
total impersonalidad, las enseñanzas del maestro Lizasa
inspiraban a cuantos se le acercaban un sentimiento de paz,
de compasión y de benevolencia activa.
Harigaya Sekium, un gran espadachín del siglo XVII,
enseñaba que no debían imitarse los movimientos de los
animales ni en el pensamiento ni en la acción. Creía que
esgrimir con un bárbaro instinto animal, desde la brutal
selección natural, el miedo instintivo, la astucia, el odio
y el resentimiento, que tan a menudo caracterizaban a las
escuelas de esa época y de siglos posteriores, era un grave
error. Pensaba que el arte del sable consistía en esgrimir
en armonía con los movimientos de los astros, con las
energías y las vibraciones sutiles de la Naturaleza. En su
enseñanza, trascendía también la idea primitiva de Ai-Uchi,
(cortarse o darse muerte unos a otros) hacia Ai-Nuke: ser
uno con el otro.
Para Sekium, el ideal era entrar en el “espacio
sagrado” del oponente, que definía con la frase: “uno
solamente, dos nunca“. Llegó a la convicción de que no se
podía acceder a ese espacio santo por medios ordinarios, y
habló entonces de la absoluta necesidad de “volver a la
Unidad”, a la esencia o energía primordial (ki-ichi),
contrariamente a otras escuelas que proponían la fuerza, la
voluntad, la astucia o el estoicismo ante lo inevitable,
como base de una evolución táctica, ya que según su
experiencia,
esta
vía
desembocaba
inevitablemente
en
“combates bestiales”.
Sekium sensei, creador de la escuela de sable Mujushinryu, fue un visionario, poeta, filósofo, hombre también
renacentista, que enseñaba a sus discípulos a practicar la
esgrima desde el “centro del ser”, en armonía con el
movimiento mismo del Universo, con gestos relajados,
apacibles, sin ritmo establecido; a ser “uno con el
movimiento del otro”. Alcanzó, a través del arte sublime de
la espada y tal vez sin ser consciente de ello, una cima
inexpugnable e inexplorada del espíritu marcial y de la
47
evolución del ser humano. Trascendió la imagen salvaje y
brutal de la búsqueda de la eficacia en el combate con
espada, y creo un camino de redención, de armonía con el
Universo, de paz interior y de profundo respeto por la
vida. Mostró a sus discípulos, a través del arte alquímico
del sable, cómo alcanzar el reino de lo sagrado.
Al final de sus días, Sekium estaba convencido de que
ese estado del ser era sólo accesible por la “gracia del
amor”
y
les
enseñó
a
sus
seguidores
un
concepto
inexpresable e incomprensible para sus contemporáneos y
para otras muchas generaciones futuras: amar al enemigo.
Yamaoka Tesshu, considerado el mayor
maestro de sable de todos los tiempos, nació en Edo (Tokio
en la actualidad) el 10 de junio de 1836. Desde muy niño
tuvo una gran atracción por la espiritualidad y aunque
estudiaba confucianismo, se sentía más inclinado hacia el
pensamiento Zen. Amaba escalar las montañas, alcanzar las
cimas y sentarse a meditar en las cumbres, que le evocaban
la imagen del espacio, de la vacuidad y de la nada. Tras
una experiencia espiritual en su juventud, en la que se
sintió alumbrado por la imagen del Buda de la Compasión
(Kannon-Bosatsu) percibió el inmenso sufrimiento de todos
lo seres como existiendo en su propio interior (“todos los
seres están llorando”) y decidió dedicar su vida a la
búsqueda del despertar y de la liberación.
Simultáneamente comprendió que el ideal del dharma (la
“justa ley “) del guerrero consistía en dar la vida por los
demás y no arrebatarla; tener un espíritu de sacrificio y
abnegación, llevar una existencia sobria, y aún ascética,
noble siempre, que el samurai podían llegar a representar,
48
como símbolo viviente de un ser humano con espíritu
compasivo, que se consagra a sí mismo y sacrificaba su
existencia en beneficio de sus semejantes, de los pobres,
los sometidos, de los inocentes, de los desfavorecidos y
los humildes.
Durante su vida, Yamaoka dio ejemplo de una filantropía
y humanismo que iban más allá de lo verosímil. Vivió en una
gran sencillez, y a menudo en la sórdida pobreza. Durante
años su hogar apenas medía el espacio de tres piezas de
tatami, y debido a su existencia miserable, uno de sus
hijos murió de desnutrición. Yamaoka, aun en esa penosa
situación, meditaba en postura de loto en una esquina del
minúsculo habitáculo, hasta sumergirse en la vacuidad del
ser. Sus biógrafos afirman que alcanzó tres veces el estado
de despertar o “satori”.
Hombre de valor y fuerza de carácter, se cuenta que
cuando era maestro de armas y consejero del joven e
impetuoso emperador Meiji, en una ocasión lo arrojó
airadamente por lo suelos (dícese que incluso lo pateó) al
encontrarlo ebrio, recriminándole su lamentable estado y su
deshonroso ejemplo. El monarca le pidió perdón humildemente
por su incalificable conducta.
Era tal su nivel de destreza marcial, fruto evidente
de su estado de consciencia, que al final de sus días
combatía sin espada, simplemente esquivando, sonriente, los
tajos de sus adversarios, que finalmente se rendían o caían
agotados. El mismo se había sometido a entrenamientos
inhumanos, como batirse en duelo embutido en precaria
armadura de su creación ¡contra mil adversarios seguidos¡
sin descanso, sin comer y únicamente bebiendo de vez en
cuando un poco de agua. Un combate libre (shiai) que podía
durar hasta tres días. Pocos de sus seguidores han podido
imitar a su maestro en tal hazaña física, o más bien,
metafísica, e incluso se dice que algunos perdieron la vida
por deshidratación y agotamiento.
Tras su llorada desaparición, semejante maestría nunca
ha podido ser alcanzada por nadie, y los misterios de su
escuela,
la
Muto-Ryu
o
del
“sable-del-no-sable”,
posiblemente se hayan perdido para siempre. Su gran
compasión, su sobriedad, su profunda humildad, su alegría
íntima y reveladora de un alma inmensa, y su gran valor —
49
características de un tatsujin, de un verdadero maestro de
la espada— dan fe de la eficacia de su sistema marcial.
Considerado un calígrafo insuperable, y ya moribundo,
depuso la espada y esgrimió la excelencia de su pincel
impregnado de compasión, para dar vida a más de cien mil
abanicos, considerados valiosas obras de arte, para que los
numerosos
pobres
de
su
época
pudieran
venderlos
y
sobrevivir en tiempos de penuria y hambrunas.
Tal vez a mediados del siglo XX solo otro hombre
universal, el gran maestro Morihei Ueshiba, descubridor del
Aikido, llegó a alcanzar un similar estado de despertar
espiritual. Ueshiba O-sensei era un hombre extremadamente
espiritual, un gran guerrero y un profundo asceta, que
desde su juventud había adoptado como regla de vida (al
igual que su maestro Onisaburo Deguchi, líder de la orden
religiosa-esotérica O-Moto-Kyo) el antiguo y venerado
mandato de kyokaku: “protector del oprimido y enemigo del
fuerte”, al igual que algunos célebres samuráis del pasado.
Más tarde, el propio Morihei adoptaría para el resto de su
vida un concepto filantrópico y universalista aún superior,
que define magistralmente el ideal santo de la caballería
espiritual, con el que expresaba a su vez el añorado
designio del tasujin, del Hombre-Sable, del hombre bueno,
bienhechor, fuerte, justo y compasivo, realizado a través
de arte sublime de la destreza espiritual, y por medio de
la “espada de compasión airada”: Ban-Yu-Ai-Go: “protección
amorosa de todo lo que existe”.
A decir verdad, la esencia misma del Aikido, este
sublime
“Arte
de
la
Paz”,
emana
de
conceptos,
inspiraciones, estados de consciencia e iluminación muy
similares a los de Lizasa Choisai Ienao, Hariyaga Sekiun o
Yamaoka Tesshu. ¡Tal vez un solo ser humano realizado a
través de la vía de sable, un solo tatsujin en cada siglo,
desde la edad media hasta nuestros días, sea suficiente
para mostrar el camino, para desbrozar el sendero del “filo
de la navaja” a innumerables buscadores del despertar.
Como curiosa e inspiradora anécdota, diremos que las
caligrafías de estos maestros del espíritu y del sable se
asemejan tremendamente, pues poseen una casi idéntica
50
fluidez y espaciosidad; son circulares, acuáticas, sin
ángulos, de un solo trazo, sin aristas, impregnadas de su
profundo kokyu, de su alma o “soplo del espíritu”, de su
amor sin reservas, revelando así su carácter armonioso y
compasivo, su mente expandida, su consciencia esclarecida.
Un mismo estado de la mente, una misma cima de iluminación
alcanzada por medio de una vida de meditación, renuncia al
mundo, sufrimiento personal, de implacable lucidez y de
“compasión activa”.
EPÍLOGO
La vía del Guerrero
“Shatha significa dolor,
y shatrya, o guerrero,
es aquel que libra a los hombres del dolor,
una oportunidad como esta
se ofrece muy rara vez a un hombre”.
Baghavad Gita
Por fortuna o naturalmente, una evolución del sentido
de estrategia marcial (jutsu) al de vía moral o espiritual
(do) se ha verificado lentamente. Es de esperar que esa
evolución nos lleve aún más lejos, hacia el “sable de
trascendencia e iluminación”, pues el ser humano actual es
más proclive a la cultura, a la búsqueda de la paz y del
despertar de la consciencia, a expandir su mente hacia
otras dimensiones de existencia, hacia aquello que los
místicos y los científicos llaman la “cuarta dimensión”.
Pasamos así del “hombre horizontal”, prisionero del
instinto, del deseo y del miedo, al “hombre “vertical”,
despierto y auto-consciente. Será este el nacimiento del
“hombre-espíritu” u “Hombre-Sable” que se yergue sobre las
miserias, las dualidades y el dolor de este mundo, y como
el florecer del loto en medio de las cenagosas y
51
fermentadas aguas, se eleva poderosamente vertical, puro,
blanco, intachable, alumbrado por el radiante sol del
despertar,
hacia
una
nueva
evolución
de
la
menteconsciencia-energía.
El sable, instrumento y símbolo de muerte, de ignominia,
de destrucción y de inmenso sufrimiento, por el proceso de
la fragua y templado que los maestros asimilan a la obra
alquímica del alma, deviene “espada sátvica”, blanca,
luminosa, un “sable de inmutabilidad trascendente”, y por
fin, un “sable de protección”. El símbolo vivo del sable
nos asiste en el sendero de la evolución, del despertar, en
el mismo camino de la vida de cada día, en el sendero de
purificación y de reintegración en la Obra Divina que
llamamos “vivir”, por medio de la fragua y del templado, de
la “alquimia sutil del ser” que hace de nosotros,
prisioneros del destino, maestros del vivir consciente,
hombres libres, hombres realizados, seguidores del Tao.
El sable, entonces, se metamorfosea en arma de de luz,
en instrumento de “poda del yo”, herramienta privilegiada
con el don del discernimiento, de destrucción de la maya
“el gran espejismo cósmico”, más allá del instinto, del
razonamiento, hacia el universo sutil de la intuicióninspiración-revelación, y por fin, de la iluminación.
Sable luminiscente que es también “espada de compasión
airada”, esgrimida por los dioses, por los ángeles, por los
héroes; emblema de la fuerza y el valor del corazón que nos
permite adentrarnos en los oscuros bosques de la ignorancia
y de sus consecuencias, el dolor y el sufrimiento de los
hombres
atormentados,
perdidos,
pero
sobre
todo,
desamparados, divididos de su unidad fundamental, y
rescatar a los seres sufrientes del abismo lúgubre de la
tristeza, de la desolación y del infortunio que son
consecuencia de la ignorancia y del deseo.
¡Cuán añorado y necesario es, hoy en día, en este
mundo afligido de confusión, de dolor, de superstición y de
corrupción del kali Yuga- la “Era Oscura”- resucitar el
ideal del caballero andante, el adorado dharma shatrya, “el
camino del guerrero luminoso”, defensor del inocente y
azote del truhán. El sendero heroico del sanyasin o
“renunciante” de la India, del baül o poeta itinerante de
las orillas del Ganges, del derviche errante
52
del sufismo, o del “Noble Viajero” de la Tradición
iniciática occidental.
¡Deberíamos reavivar, urgentemente, en nuestro corazón y
en nuestra mente el valor simbólico de las epopeyas épicas
de los héroes del Baghavad Gita, del Mahabaratha y del
Ramayana, de los Caballeros de la Tabla Redonda y la
Búsqueda Eterna del Santo Grial¡, y ofrecer a nuestros
hijos e hijas, el quinto día, del quinto mes del quinto año
de sus preciosas vidas, una espada cruciforme que les
evoque
el
resto
de
sus
existencias
la
luz
y
el
omniabarcante poder del amor lúcido de su alma inmortal. Y
a su vez, transmitirles los misterios que ese símbolo
sagrado evoca en el inconsciente de los seres humanos: el
valor, la humildad, la verdad, la justicia, la pureza, la
alegría, la belleza y la libertad.
La verticalidad, la pureza, la belleza y la
inocencia del “sable de compasión airada”, del sable
iridiscente que aclara e ilumina el camino, que atraviesa
la “gran Ilusión Cósmica”, nos señala el “sendero de
retorno a casa” y nos dirige hacia ese “Hombre Universal”,
renacentista, bohemio y embriagado de eternidad, que en
crisálida y desde la aurora de nuestros días nos aguarda en
los confines interiores de un Universo paralelo.
Pero tengamos siempre presente el antiguo axioma
taoísta:
“LA HOJA DEL
SABLE NO ALARGA
EL BRAZO
DE AQUEL QUE
IGNORA LA VIRTUD”
© Carmelo Ríos
53
ANEXO I: “Canto del Sanyasin”
Por
Swami Vivekananda
La Canción del Sannyasi de Swami Vivekananda
¡Despierta la nota! La canción que nació muy lejos,
Donde ninguna mancha mundana puede nunca llegar,
En cavernas montañosas y claros en lo profundo del
bosque,
Cuya calma ningún deseo de lujuria o riqueza o fama
podría jamás romper; Donde llevó el torrente del
conocimiento y la verdad, y la dicha que sigue a
ambos. ¡Canta alto esta nota, Sannyasin audaz!
Di: "Om Tat Sat Om."
¡Cercena tus grilletes! Ataduras que te encadenan a
lo bajo,
De brillante oro o más oscuras, de bajo cobre:
–amor y odio; bueno y malo; y toda la multitud dual.
Sabe que el esclavo es esclavo, acariciado o
fustigado, sin libertad;
Ya que los grilletes, aunque de oro, no son menos
fuertes para encadenar.
¡Entonces quítatelos, Sannyasin audaz!
Di: "Om Tat Sat Om."
Deja que las tinieblas se vayan; la quimera que guía
Con luz parpadeante a apilar más penumbra sobre
penumbra.
54
Esta sed de vida calmada para siempre;
Ella arrastra al alma del nacimiento a la muerte y
de la muerte al nacimiento.
Conquista todo aquel que se conquista a si mismo.
¡Conoce esto y nunca cedas, Sannyasin audaz!
Di: "Om Tat Sat Om."
“El que siembra debe cosechar”, dicen, “y la causa
debe traer
El seguro efecto: el bien trae bien; el mal, mal; y
nadie escapa a la ley.
Pero, quien viste una forma debe vestir la cadena.”
Tan cierto, pero más allá tanto del nombre como de
la forma está el âtman,
Por siempre libre. ¡Sabe que tú eres Eso, Sannyasin
audaz!
Di: "Om Tat Sat Om."
No conocen la verdad quienes sueñan tales vacíos
sueños
Como padre, madre, hijo, esposa y amigo.
El Ser sin sexo es – ¿Padre de quién es Él? ¿Hijo de
quién?
¿Amigo de quién, enemigo de quién es Él que no es
sino Uno?
El Ser es todo en todo –nadie más existe; ¡Y tú eres
Eso, Sannyasin audaz!
Di: "Om Tat Sat Om."
¡No existe sino Uno: el Libre, el Conocedor, el Ser!
Sin nombre, sin una forma o mancha.
En Él está mâyâ soñando todo este sueño.
El Testigo, aparece como naturaleza, como alma.
¡Sabe que tú eres Eso, Sannyasin audaz!
Di: "Om Tat Sat Om".
¿Dónde buscas? Esa libertad, mi amigo, este mundo
No te la puede dar. En libros y templos, buscas en
vano.
55
Tuya sola es la mano que sostiene la soga que
continúa arrastrándote. Entonces cesa el lamento.
¡Deja de asirte, Sannyasin audaz!
Di: "Om Tat Sat Om."
Di: ‘Paz a todos. No corre riesgo por mi nada que
viva.
Ni aquellos que moran en lo elevado, ni aquellos que
se arrastran abajo.
¡Yo soy el Ser en todos ellos! A toda vida, aquí y
allá, yo renuncio, a todos los cielos, tierras e
infiernos, a todas las esperanzas y a todos los
temores.’
¡Entonces corta tus ataduras, Sannyasin audaz!
Di: "Om Tat Sat Om."
No prestes más atención a cómo el cuerpo vive o va.
Su misión esta cumplida. Deja que el karma lo
extinga.
Deja que uno le ponga guirnaldas, que otro patee
este cuerpo:
No digas nada. No puede haber elogio ni culpa cuando
el que elogia y el elogiado, el que culpa y el
culpado, son uno.
Entonces cálmate, Sannyasin audaz!
Di: "Om Tat Sat Om."
La verdad nunca viene donde residen lujuria, fama y
ambición de ganancias.
Ningún hombre que piense en una mujer por esposa
puede ser perfecto;
Ni aquel que posee alguna cosa, ni aquel a quien la
ira encadena,
Puede pasar a través de las puertas de mâyâ.
De modo que renuncia a ellos, Sannyasin audaz!
Di: "Om Tat Sat Om."
No tengas hogar. ¿Qué hogar puede contenerte a ti,
mi amigo?
El cielo es tu techo, el pasto tu lecho, y comida lo
que el azar traiga
56
–bien cocida o mala, no la juzgues.
Ni comida ni bebida pueden manchar el noble Ser que
se conoce a sí mismo. Como río torrencial libre
siempre serás, Sannyasin audaz!
Di: "Om Tat Sat Om."
Sólo pocos conocen la verdad. El resto te odiará y
se burlará de ti,
gran ser; Pero no prestes atención.
Ve tú, el libre, de lugar en lugar y ayúdalos a
salir de las tinieblas,
Del velo de mâyâ. Sin Temor al dolor y sin buscar el
placer.
Ve más allá de ambos, Sannyasin audaz!
Di: "Om Tat Sat Om."
Entonces, día tras día, hasta que el poder del karma
sea agotado,
Y libere el alma para siempre. No hay más
nacimiento,
Ni yo, ni tú, ni Dios, ni hombre.
EL ‘Yo’ se ha vuelto Todo, el Todo es ‘Yo’ y gozo.
Sabe que tú eres Eso, Sannyasin audaz!
Di: "Om Tat Sat Om."
57
Anexo II
Código del Samurai Errante
- No tengo padres, hago de los Cielos y de la Tierra mis padres.
- No tengo hogar, hago de mi propio Yo mi hogar.
- No tengo poder divino, hago de la Honestidad mi poder divino.
- No tengo poder mágico, hago de la Fuerza Interior mi poder mágico.
- No tengo vida ni muerte, hago de la Eternidad mi vida y mi muerte.
- No tengo cuerpo, hago del Coraje mi cuerpo.
- No tengo ojos, hago del Relámpago mis ojos.
- No tengo oídos, hago de la Sensación mis oídos.
- No tengo miembros, hago de la Anticipación mis miembros.
- No tengo reglas, hago de mi Auto-Protección mis reglas.
- No tengo destino, hago del Aquí y del Ahora mi destino.
- No tengo principios, hago de la Adaptabilidad mis principios.
-No tengo milagros, hago de la Justicia mis milagros.
- No tengo técnicas, hago del Vacío y de la Plenitud mis técnicas.
- No tengo talento, hago del Espíritu Alerta mi talento.
- No rengo amigos, hago de mi Mente mi amigo.
-No tengo enemigos, hago de mi Imprudencia mi enemigo.
- No tengo armadura, hago de la Compasión y de la Rectitud mi armadura.
58
- No tengo Castillo, hago de la Sabiduría Inmutable mi castillo.
-No tengo sable, hago de la Vacuidad mi sable.
(Atribuido a Arima, un samurai del siglo XIV)
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60

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