el cantor de leyendas

Transcripción

el cantor de leyendas
EL CANTOR DE LEYENDAS
La tradición oral heredada
por Francisco Castro
ENTREVISTAS, TRANSCRIPCIONES Y EDICIÓN:
Ana María Martínez y Juan Ignacio Pérez
FOTOGRAFÍAS: archivo de Francisco Castro y Juan
Ignacio Pérez
ILUSTRACIONES: niños participantes en el programa
Pasos contados
El cantor de leyendas
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Para reproducir los textos es necesario el permiso de sus autores
© Francisco Castro Salvatierra
© De esta edición: LitOral, Asociación para la difusión
de la Literatura Oral.
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Edición patrocinada por la Autoridad Portuaria Bahía
de Algeciras a través de la Comisión Puerto-Camarca
IMPRIME: Realizaciones Gráficas (Los Barrios, Cádiz)
D.L.
EL CANTOR DE LEYENDAS
La tradición oral heredada
por Francisco Castro
COLECCIÓN
A ORILLAS DE LA MEMORIA
4
Asociación LitOral
ALGECIRAS
2011
Índice
Introducción .......................................................... 9
Fragmentos de una vida ....................................... 13
Cuentos de encantamiento ................................... 47
Sucedidos ............................................................. 69
Cuentos de costumbres ........................................ 79
Cuentos de animales .......................................... 107
Juegos de infancia y adolescencia ..................... 117
Juegos de juventud ............................................ 127
Cancionero ........................................................ 143
Romancero ......................................................... 165
Oraciones ........................................................... 209
Vocabulario ....................................................... 213
INTRODUCCIÓN
Francisco Castro, la dignidad del
contador de cuentos
Francisco Castro Salvatierra (Tahivilla, Cádiz, 1927),
agricultor, hijo y nieto de agricultores, ha dedicado su vida,
casi desde que vio la luz hasta la fecha, a trabajar la tierra que
pisa con el mismo desvelo con que cultiva el idioma heredado
de sus mayores. Ambos espacios, huerto y lenguaje, como si
de una misma cosa se tratara, le han permitido impregnarse de
las emociones suficientes con las que recomponer una
infancia, como tantas otras, rota por la guerra.
Fueron su padre, Francisco, y su abuela materna, Luisa,
quienes noche tras noche lo alimentaban con cuentos,
oraciones, romances y chascarrillos ante los que, como
confiesa el propio Francisco, se quedaba “embobado, con la
boca abierta”. Más tarde, durante los pocos días que fue a la
escuela, buscó en el maestro rural a un nuevo donante de
historias, pero el tiempo que pasó allí sólo dio para las cuatro
reglas, repetir la lección y poco más. Su interés por la
transmisión oral, su respeto a los mayores y su carácter
meticuloso le permitieron suplir entonces la ausencia de los
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El cantor de leyendas
seres queridos trayendo a la memoria aquellas palabras
escuchadas y renovando los afectos recibidos. Eran días
oscuros para todos, pero que él recuerda con cariño porque,
precisamente para compensar la penuria, “como no tenían otra
cosa, eso es lo que me dieron, su amor y sus cuentos”.
Recordamos la primera vez que contactamos con
Francisco. Nos recibió junto a Camila, su esposa, con un
entusiasmo al que no estábamos acostumbrados, dadas las
reticencias iniciales que, hoy por hoy, muestra la mayoría de
informantes ante unos supuestos indagadores del pasado. Su
cara se iluminó como la de un niño, la nuestra imitó a la suya y
pasamos la tarde emocionados ante tantos recuerdos que
tenían que ver con la literatura de transmisión oral. Nos
acordamos entonces de aquel Aurelio Espinosa que quedara
deslumbrado por Azcaria Prieto en 1936 y nos sentimos
invadidos por una alegría que dura hasta hoy, tantas son las
aportaciones que este buen hombre sigue realizando a nuestro
trabajo con su portentosa memoria y su metódica forma de
hablar.
Y es que Francisco Castro representa para nosotros,
románticos empedernidos de la investigación folclórica, un
interesantísimo paradigma del narrador tradicional, aquel que,
sin más formación que su experiencia, sin más escuela que la
relación con los demás, debía contar por pura necesidad de
comunicarse.
Para empezar, posee un conocimiento intuitivo de ese
mapa interior donde se asientan los cuentos populares y que
trazó Vladimir Propp en 1928. Sólo así entendemos que, a
pesar de no haber narrado determinado cuento desde mucho
tiempo atrás, logre recordarlo con tanta agilidad en cuanto se
le pregunta por él.
Queriéndolo o sin querer, ha desarrollado también
determinadas estrategias para que su discurso se mantenga
vivo y llegue fresco a los demás, a esos interlocutores que,
como nosotros, se le acercan demandando todo tipo de
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
manifestaciones orales ya olvidadas en su entorno y que
pretenden escuchar el máximo de muestras en el menor tiempo
posible. Pero él, heredero también de otros ritmos que hoy
apenas disfrutamos, templa las ansias, se toma su tiempo para
encarruchar el relato y comienza… Llega el momento de
disfrutar.
En el aire empiezan a dibujarse personajes de carne y
hueso (algunos tan cercanos que se presentan con su nombres
y apellidos), paisajes que nos resultan familiares y situaciones
perfectamente hilvanadas. Atraído por los detalles de la propia
vida, añade datos que vienen a cuento recogidos de sus
observaciones como labrador, aporta localismos y arcaísmos,
describe actividades en desuso y nos acerca, en suma, a una
época y un lugar ya idos donde bien pudiera haberse
desarrollado su historia. Nos ayuda así a imaginar, con más
claridad de la que esperamos, los hechos que relata, los rasgos
de los personajes y los escenarios donde se desarrolla la
acción. Con él descubrimos, en fin, que, contrariamente a lo
que se cree, todavía se cuentan cuentos como los de antes.
Juan Ignacio Pérez y Ana María Martínez
LitOral, Asociación para la difusión de la literatura oral
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
FRAGMENTOS
DE UNA VIDA1
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Los comentarios aportados por Francisco Castro para este capítulo
proceden de sucesivas entrevistas realizadas entre 2002 y 2011, habiendo
sido agrupados en pequeños bloques temáticos para facilitar al lector una
mejor percepción de su vida.
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El cantor de leyendas
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
Me llamo Francisco
Castro Salvatierra, aunque
la gente cercana me conoce
como Curro.
Nací en 1927 en la
aldea tarifeña de Tahivilla,
pero siendo muy pequeño
mi familia se desplazó a
Los Barrios y vivimos en
una casita que había cerca
del arroyo de la Limona.
Eso fue de 1929 a 1934.
Después nos fuimos a la
finca Bocanegra, en Tejas
Verdes,
y
estuvimos
viviendo en una choza
cubierta de palmito. Desde
que volví a Tahivilla, allá por mi juventud, mi vida ya ha
estado ligada de continuo a este sitio que me vio nacer, donde
aprendí mi oficio de agricultor y donde escuché tantas y tantas
historias de mis mayores, unas veces contadas y otras veces
cantadas.
Hemos compuesto este libro con pequeños momentos de
mi vida y con aquellos cuentos, juegos y canciones que han
llegado hasta mí de viva voz. Espero que el lector disfrute con
su lectura.
Mi padre, Francisco Castro Moya
Empezaré hablando de las personas que más influyeron en
mi vida en mis primeros años: mi padre y mi abuela. Ellos
fueron, además, los que me contaron mis primeros cuentos.
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El cantor de leyendas
Mi padre se llamaba Francisco Castro Moya y era oriundo
de la parte de la Cañada de la Jara (Cañá Jara), cerca de Tarifa,
pero se colocó por aquí, por Tahivilla, y aquí tuvo a sus hijos,
donde estuvimos hasta que fuimos saliendo del cobijo paterno.
Mi padre era idéntico a su madre, a mi abuela Luisa: era
una persona buenísima, de unas condiciones extraordinarias,
bueno con todo el mundo, que se desvivía por hacer favores a
la gente. Aunque nosotros hemos sido nueve hermanos y la
situación no era nada boyante porque él era trabajador por
cuenta ajena, siempre estuvo dispuesto a ayudar a quien fuera,
siempre, siempre, siempre.
Era un buen tocador de guitarra, todo lo que oía lo
aprendía y, si iba a Algeciras o a Los Barrios y escuchaba algo
de música que él no supiera tocar, se liaba con su guitarra y
hasta que no lo sacaba no paraba, todas las noches estaba él
allí con su guitarra. Pero de lo que era mejor tocador era de
fandango clásico de Tarifa, lo que hoy hemos venido en llamar
el chacarrá.
Cuando vivíamos por Tejas Verdes, en El Tiradero de Los
Barrios, allí había unos cuantos vecinos que eran familia casi
todos, y en primavera ponían la cruz y se hacía fiesta de
fandango. Mi padre era siempre el que iba a tocarles la
guitarra, y nunca supe que mi padre les cobrara una perra
chica por estar toda la noche zangarreando la guitarra en la
fiesta. Mi padre tenía unos pocos de hijos a su cargo, su
situación no era nada boyante, y sin embargo, si le iban a dar
algo lo rechazaba. Le gustaba hacer favores.
Eso era en un lugar que se llamaba La Angarilla, donde
vivía una familia a la que llamaban de apodo “los pájaros”;
ellos tampoco estaban nada boyantes porque eran tres o cuatro
hermanos que vivían del carbón o colocados en la misma
finca, así que mi padre estaba allí toda la noche y al otro día,
cuando llegaba a su casa, tenía que desayunar para irse a su
trabajo, pero cobrarles a sus amigos, nunca.
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
Recuerdo que a nosotros nos contaba cuentos por la noche,
después de cenar, en pequeñas veladas de romance que se
hacían sobre todo cuando era invierno. Pero, en realidad, cada
época del año se dedicaba a una actividad: desde los Santos a
Navidad, a cantar coplas de Nochebuena y romances, bien en
las casas o pidiendo el aguilando. Desde Navidad a mayo era
momento de cuentos porque hacía frío y los cuentos ayudaban
a calentarse. En mayo, la fiesta de la Cruz y de la Virgen hacía
a la gente bailar en las casas o donde se pusiera el altar. Y
después estaban las fiestas de los santos más señalados, que
tenían sus propias celebraciones, como San Antonio, San
Juan… Pero, entre fiesta y fiesta, lo que se hacía era contar
cuentos, y los de mi padre los escuché tantas veces que ahora
no tengo que hacer ningún esfuerzo para recordarlos.
Cuando los recuerdo, me siento feliz rememorando mi
niñez. En tiempos de penuria hubo más momentos de afecto
que en otras épocas y, como no tenían otra cosa, eso es lo que
me dieron, su amor y sus cuentos.
Mi abuela Luisa
Mi abuela Luisa era una mujer cariñosa, muy cariñosa, no
sólo con sus nietos y demás niños pequeños, sino también con
todos sus familiares. Además, trataba también con muchísimo
cariño a sus animales: gatos, perros, gallinas, pavos…
Vivía en el campo y, aparte de las faenas propias de la
casa, tenía que acudir a sus animales.
Valga como ejemplo de su bondad que en su balcón
anidaban las golondrinas y tenía que poner en su cama unas
esteras de palma para que el excremento de los golondrinos no
cayera encima de las ropas de la cama.
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El cantor de leyendas
A mí me trataba con sumo cariño, me ayudaba a jugar, me
enseñaba coplas, me cantaba romances y me recitaba pequeñas
poesías, casi siempre piadosas.
En fin, la recuerdo con muchísimo cariño.
Infancia y adolescencia en El Tiradero
(Los Barrios)
Después de unos cinco años en el arroyo de la Limona,
cuando yo tenía siete nos fuimos a vivir a la finca de Tejas
Verdes, de la que he de decir que el letrero de “San Carlos del
Tiradero” que ha tenido hasta hace bien poco nunca estuvo
ahí, sino en una huerta que había arriba, casi al pie de la sierra,
frente al cortijo de Tejas Verdes. Era una huerta muy fértil de
los mismos dueños, pero el letrero nunca estuvo en el cortijo,
lo tenían en la huerta de arriba, donde estaba también la casa
del guarda, que se llamaba Marín de apellido y tenía tres hijas:
Antonia, María e Isabel, mayores que yo, y dos hijos, José y
Antonio.
En el ranchito que está a trecientos metros de la pista en
dirección a Risco Blanco también ha vivido mi familia. Allí
mi padre cultivaba un huerto. Cuando él fue allí, fue a vivir a
Tejas Verdes, que estaba arrendado por un señor de Algeciras
que se llamaba don Manuel Valerio, de apodo “Risitas”. Con
este señor fue mi padre a trabajar de lechero, eso fue después
de la Guerra. Mi padre tenía que recoger leche de las
cabrerizas desde El Pedregoso, Ojén, El Tiradero y llegar hasta
el Ventorrillo Blanco, que está después del Puente de Hierro,
en la carretera de Jerez.
Con este señor estuvo mi padre unos cuantos años hasta
que empezaron a retirar las cabras porque decían que eran el
azote de los montes, pero hoy día estamos lampando para que
haya en el monte piaras de cabras y ovejas, porque así estaría
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
el monte limpio y no habría posibilidad de que cualquier
chispa fuera un incendio tremendo. Lo tenían, como decimos
nosotros, ataconado.
Por ahí precisamente es por donde está la Cueva del
Negrito, el relato que yo he contado alguna vez. Es una cueva
pequeña situada en una piedra que está muy cerca de la pista y
con la entrada hacia la pista, e inmediatamente después está el
Arroyo del Negrito, que es donde se desarrolla el cuento.
Entrada de la Cueva del Negrito, en El Tiradero
El cortijo de las Tejas Verdes era de un señor que se
llamaba don Pascacio Reina, que creo que pertenecía a la
nobleza. Ese fue el dueño de aquello, pero el señor Manuel
Valerio era el dueño de las cabrerizas, y tuvo tan buenas
relaciones con el lechero, que era mi padre, que su hija fue la
madrina de una de mis hermanas.
Mi padre recogía la leche de varias cabrerizas con un mulo
cargado de cántaros de lata. Hubo un tiempo en que la tenían
que cocer allí en la casa, de eso se encargaba mi madre en
unos calderos enormes que tenían. Y en el Ventorrillo Blanco
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El cantor de leyendas
dejaba toda la leche de cabra de esa zona hasta que la recogía
un coche para llevarla a Algeciras.
Mi gente sólo tenía una cabra o dos para su consumo
diario, así que no les daba para hacer queso.
Una tía mía sí era dueña de una cabreriza que está frente a
la venta de Ojén, con un huerto y una fuente con abundante
agua. Pero frente a la venta antigua, porque la venta que hay
ahora es la venta nueva, la antigua Venta de Ojén es la que
ahora está abandonada a cien metros de la otra. Era más
grande que la de ahora y tenía un soberao para guardar la paja
del ganado. La dueña de la venta, o la que llevaba aquello por
lo menos, se llamaba María Canales, era bajita y mayor. Ella
ponía la cruz y allí acudía toda la gente del valle de Ojén a
celebrar la fiesta de fandango.
También recuerdo el caserío de Ojén, que tenía una ermita
e incluso un testimonio de los martirios de la Inquisición,
una horca con la cuerda y los dos postes. Había también
utensilios de martirio, como tenazas y otras cosas. Y debajo
del caserío había un subterráneo en el que entraba muy poca
gente y que tenía su leyenda. Había gente que había
conseguido entrar, que decía que la entrada estaba en la
cocina, en una losa más grande que las demás y por donde se
bajaba al sótano, donde decían que también había cosas que
habían utilizado para los martirios de la Inquisición. Hace
muchísimos años que yo no voy por allí, pero mientras mi
familia vivió allí sí que la visitaba.
Mi padre estuvo haciendo carbón muy cerca de Risco
Blanco, entre dos gargantas que hay allí, en un bujeo donde él
hizo su choza para él y para su familia mientras estuvo
dedicado a hacer carbón vegetal. Allí estaba el guarda, el señor
Marín, y su mujer, que se llamaba Josefa. Hacía carbón de
quejigo, de chaparro, de acebuche…, en fin, de los árboles que
abundaban en la zona. Lo que más había era quejigo, de hecho
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
una de aquellas fincas se llamaba “El quejigal”. El señor
Marín, que era muy serio, recorría el monte y se dedicaba a
repasar los árboles que estaban viejos para quitarlos, los
jóvenes que estaban sólo para limpiarlos o para dejar
solamente una vía; todo eso se lo iba diciendo al carbonero y
también le hacía una marca con un sello que tenía en la parte
de atrás del hacha.
Entonces había corzos, pero no tantos como ahora porque
había muchas familias que para comer le tiraban al corzo.
También había cerdos amontunados, pero nunca he visto
jabalíes ni ciervos, los ciervos los introdujeron más tarde.
La gente joven salía por la tarde a dar un paseo, a
distraerse, a hablar y, al mismo tiempo, a picar de los frutos
del monte, que podían ser zarzas de mora, majoletas de los
majuelos, murtas de los arrayanes, arándanos…, en fin, frutos
pequeñitos de los arbustos que hoy dicen que son muy buenos
para la salud. Entonces no se iba buscando la salud, era
cuestión de saborearlos porque, aunque la murta no tanto, una
zarzamora en su punto es algo exquisito.
Íbamos cogiendo y comiendo y también se echaba un
columpio. El columpio era el pan de cada día: había un árbol
ya dedicado para eso de forma permanente o se echaba la
cuerda en el momento, donde pilláramos. Ya no éramos niños,
éramos grandecitos, pero el columpio era una de los juegos
más usados.
Por las noches, como los vecinos estaban distanciados
unos de otros, no se solían reunir para ir a casa de nadie sino
que se esperaba al día de la Cruz o a los duelos, cuando se
moría alguien, que entonces se reunían todos los vecinos. Allí
la gente joven, cuando ya pasaba lo fuerte del duelo, se
separaba un poco de los mayores y se ponía a contar cuentos,
algunas veces un poco verdes, propios de la juventud, como el
de la mujer del zapatero y la piedra de batir. Eran de esa gama
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El cantor de leyendas
de cuentos que se decían picantes o verdes y que no eran para
los niños. Los demás siempre se contaron para niños aunque
tuvieran detalles escabrosos, como el de Periquito y Mariquita,
en el que la madre mata y pica en un lebrillo a su hijo. El niño
no tiene aún conocimiento para darse cuenta del asunto, pero a
mí me da un poco de reparo contarlo porque uno cuenta para
entregar amor y cariño y no para meter miedo, para mostrar a
los niños que quieres ese cariño que sientes por ellos.
En El Tiradero la gente creía en brujas, pero a una
aparición le decían un espanto. Hubo un tiempo anterior a mi
estancia allí en que había una señora bruja muy famosa a la
que le decían “la tía Agustina”, que se presentaba a cualquier
hora y en cualquier lugar.
Dicen que un señor iba un día donde se había muerto un
animal y había muchísimos buitres (porque animales se
morían muchos y los buitres se alimentaban de eso); iba con la
idea de matar un buitre y, menos mal que iba otro con él que
cuando fue a echarse la escopeta a la cara, le gritó:
-No le tires, hombre, por Dios, que es la tía Agustina.
La tía Agustina se veía allí por todas partes, era ya una
bruja de mito.
Y los espantos estaban allí al orden del día. Y también “las
pantasmas”, que es como llamaban allí a los fantasmas. Eran
seres de otro mundo.
También estaba “el tío Cañuñas, el de las siete uñas”,
alguien con el que se asustaba a los niños, que era el símbolo
del mal. También estaba el coco y el tío del saco. Cuando
vinieron a Tahivilla los colonos nuevos, que no eran de aquí
sino de los campos cercanos a Tarifa, hablaban muchísimo del
tío del saco. Era gente del Lentiscar, del Chaparral, de Punta
Paloma…
Al río del Tiradero le llamábamos allí Garganta Grande
porque era el río más grande de aquel valle. Precisamente
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
donde desemboca uno de los arroyos del Risco Blanco en la
Garganta Grande hay una charca enorme que se llama Charco
de los murciélagos, justo donde empieza La Zorrilla. Es un
charco enorme porque se juntan el agua que viene de Ojén con
la que viene de Risco Blanco. Hay una laja grande y allí están
los murciélagos. Una persona que tenga valor y sepa nadar se
mete por debajo del agua y llega allí. Y dentro hay
murciélagos, por lo menos había, porque hay una entrada larga
para que pasen por allí. Ahora hay dificultad para transitar por
allí porque antes había muchos vecinos que necesitaban leña
para hacer de comer, para los hornos de carbón…, y se andaba
bastante bien porque había muchas veredas abiertas.
Recuerdo que una vez fui embestido por una vaca.
Tendría diez o doce años. Yo estaba al cuidado de unas vacas
que eran de mi abuelo. Pero había una alambrada y venía una
vaca toda la alambrada adelante con el becerrito detrás. Y a mí
se me ocurrió (las cosas de los críos) coger al becerrito. Me
acerco, me acerco, me acerco a la vaca y, claro, lo corté de la
madre, lo agarré por el cuello y la madre, ni corta ni perezosa,
se volvió y me embistió. Primero me tiró por alto y después en
el suelo me buscó todo lo que pudo, se subió encima de mí, me
pisó y me puso de barro hasta las mismas orejas. Me agarró y
me enganchó una chaqueta que yo tenía y me rajó la costura
de la espalda desde el falfo hasta el cuello.
Estuvo allí dándome hasta que quiso. Ya el becerrillo se
retiró él solo y la madre se fue también detrás de su hijo, pero
me dio una buena trilla.
Por cierto, fue en el invierno de un año que llovió
muchísimo;, y es que de los años treinta y muchos al cuarenta
dos fueron unos años de muchísima agua.
Otra cosa que me ocurrió, aunque algo más mayorcito y ya
en Tahivilla, fue que tuve que pasar un arroyo con la ayuda
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El cantor de leyendas
de un buey. Esto me pasó en el Arroyo Hondo, pero nosotros,
no sé por qué, le llamamos Arroyo del Budón.
Lo cierto es que yo fui un día a recoger un buey que se
había ido del arroyo para allá y crucé por el puente, por la
carretera, por el kilómetro 60, y luego me entré para abajo.
Luego cogí por un cerro para abajo hasta que llegué adonde
estaba el buey.
Cuando llegamos al arroyo, estaba mucho más lleno que
cuando yo cogí por el puente. Y yo digo: “¿Ahora voy a ir
para el puente otra vez? Le digo al buey que pase el arroyo y
yo paso también”.
Y me agarré a la cola del buey y el buey pasó el arroyo
nadando y yo detrás, casi sin poder asentar los pies, que me
llevaba el agua, pero salió el animal perfectamente conmigo
agarrado a la cola. ¡Hay que ver!
Tendría yo unos catorce o quince años.
Ya empezaba yo a interesarme por la lectura. En la
escuela no había habido momentos para los cuentos, sólo para
aprender las cuatro reglas, dar la lección (que era leer un
trocito de una página) y poco más. Pero yo no sabía leer
apenas y nunca me dijeron nada de comas, ni de entonación.
Eso sí, si me encontraba un trozo de periódico, hasta que no
conseguía leerlo no lo tiraba, y así poco a poco lo iba
encarruchando hasta conseguirlo. Más tarde, ya de mayor, fui
a clases nocturnas y desde entonces siempre he intentado
enmendar mi lenguaje. Luego me leía novelas por cuadernillos
que traía un representante una vez al mes: El soldado
desconocido, El mártir del Gólgota...
Años de juventud en Tahivilla
Desde siempre he sido agricultor. Y cuando ya volví a
Tahivilla mi vida se centró en la besana. La besana era un
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
lugar en el campo donde había que arar, ya fuera con
caballería o con buey. Era besana desde que se empezaba el
primer surco hasta que se acababa la faena, es decir, el
conjunto de los surcos que se hacían allí, y se decía: “Tengo la
besana en tal sitio” o “voy para la besana”. El terreno era
besana mientras estuviera arado, desde el primer surco hasta el
último. Si salía el trigo o lo que hubiera sembrado, ya no era la
besana, era el trigal, el habal o lo que fuera.
Aparte del trabajo, del duro trabajo con la tierra,
buscábamos formas de relacionarnos y de divertirnos a nuestra
manera. En mi juventud, y más adelante incluso, la forma más
extendida pasárselo bien con los demás eran las reuniones que
se hacían para cantar, bailar y entablar relaciones. En estas
reuniones se charlaba, se hacían juegos, se escenificaban
pequeñas historias y se cantaban coplas y romances.
Hay que decir que detrás de los romances (o quizás
delante de los mismos) estaba el componente humano. No
olvidemos que hace setenta años, por estas tierras, las mujeres
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El cantor de leyendas
jóvenes no podían salir de casa después de anochecido si no
era acompañada de una persona mayor allegada o muy
conocida. Estas reuniones servían para que hubiera cierto
contacto entre sexos, aunque el contacto fuera sólo una
mirada. Es cierto que en las reuniones había personas muy
mayores, matrimonios jóvenes, noviazgos ya consumados y
jovencitos que se gustaban y que aspiraban a ser novios. La
gente, que estaba siempre al tanto de estos amores nacientes,
les dedicaba entre romances esta cancioncilla que decía:
Hay una rosa encarnada
que desprende mil olores,
¿quién será el jardinero
que la cuida y que la adore?
¿Quién ha de ser el galán
corte ramos y deje flores?
Un muchacho de Almarchar
que goza de sus amores.
Ella dice que lo quiere
y él dice que le va a dar
un ramito de firmeza
que nunca lo olvidará.
En el campo de Los Barrios también se cantaba algo
parecido pero menos poético:
Arría la zarza
que ya sale humo,
que a Juanita Mari
se le quema el culo.
Que se le quemaba,
que se le quemó,
que vino Pepito
y se lo apagó
con una escobilla
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
y un aventador.
Los nombres de los enamorados y los domicilios de los
pretendientes varones se cambiaban según convenían.
Los más atrevidos se lanzaban incluso a decir piropos
a las jovencitas, como “Si yo fuera gato y tú sardina, no
te quedaba ni la espina” o como este otro: “Tienes más
salero andando que un torero toreando”.
Las coplas que se cantaban era muy diversas, pero entre
todas sobresalía el fandago tarifeño, lo que hoy se conoce
como chacarrá. Se ha hecho muchísimo en Tarifa por intentar
mantener el fandango, pero yo creo que ya está muerto porque
ya no necesita la gente aquel jaleo de la fiesta, la reunión de
los jóvenes, el que estaba pendiente de una muchacha para
pretenderla, que tenía la intención de acercarse a ella en la
fiesta… A lo mejor, el contacto no era más que una mirada
desde lejos, pero ya era algo. Allí se iba con múltiples
aficiones, pero la raíz de aquellas fiestas estaba en el deseo de
unirse el varón con la hembra, pero de una manera limpia: el
muchacho quería pretender a una joven y el único sitio donde
se podía arrimar a ella era en las fiestas: el primer día a lo
mejor eran sólo tres palabras y el otro día, si ella lo aceptaba,
hablaban un poco más hasta que se acercaba a la puerta de su
casa y allí hablaban un rato (aquí no se llevaba hablar en las
ventanas, aunque en otros sitios sí lo hacían), pero siempre con
alguien presente: la hermana, el hermano, la madre… Era lo
que se llamaba “pelar la pava”.
Por eso es que a las fiestas acudía todo el mundo, también
quien iba a cantarle una copla que había sacado para alguien,
porque había coplas para todos los menesteres: para ofender,
para ensalzar, para todo. Yo recuerdo que una vez había dos
muchachas que estaban mirando al mismo joven, y él, no
sabiendo a quién dirigirse, se dio una pugna ahí, así que acabó
cantándole a una de ellas:
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El cantor de leyendas
Eres una y eres dos,
eres tres y eres cuarenta
y eres la iglesia de Dios,
donde todo el mundo entra.
Con eso lo dijo todo.
Además del fandango tarifeño estaba el baile fino, que
llegó en los años 30, antes de la Guerra, y que se bailaba como
una especie de pasodoble con letras como esta:
Tira, Pepe, tira, Juan,
tira, Antonio, Nicolás,
tú caerás, tú caerás
de cabeza en un zarzal.
Tengo un niño pequeñito
que lo traje de Alcalá,
si lo quieres conocer
sube arriba y lo verás.
Había otra letra que parecía venir de algún romance y que
decía:
La pobrecita, como era coja,
sabrán ustedes de qué murió.
Murió la pobre de un garrotazo
que el muy canalla le propinó.
-Mi amor, jamás te olvidaré.
-Tú eres un vividor,
nunca me has querido bien.
Él la lavaba y la peinaba,
le echaba esencias y polvos de arroz
y cuando estaba muy calentita
le preparaba su biberón.
-Mi amor, jamás te olvidaré.
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
-Tú eres un vividor,
nunca me has querido bien.
En las reuniones, que solían hacerse en casa de algún
vecino, generalmente donde hubiera muchachas que tuvieran
pretendientes o novios, también se hacían juegos entre los que
recuerdo el de “echarse los compadres”.
Consistía en poner en una papeleta pequeña los nombres
de los asistentes y echar las de los varones en un cesto y las de
las hembras en otro cesto. Luego se iban sacando:
-Fulanito de tal. Fulanita de tal.
Y se decía:
-Fulanito y Fulanita hoy son compadres.
Luego había otra cosa que no se hacía con todos y que era
una especie de versillos que llamaban adagios; después de
haber sacado los compadres, se ponía una frase en otro cesto
aparte y se sacaba una tercera papeleta con lo que el compadre
le decía a la comadre o lo que la comadre le decía al
compadre.
Las había muy breves y también muy picantes, de
pronóstico reservado, pero otras eran más normales. Por
ejemplo, había alguna que decía:
Compadre que hace comadre
y no le toca en la barriga
ni es compadre ni es comadre
ni se quieren con fatiga.
Y otra:
Compadre que hace comadre
y no le dice dónde va
ni es compadre ni es comadre
ni se tienen voluntad.
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El cantor de leyendas
Con eso la gente se reía, se divertía y se pasaba un buen
rato a plena noche.
La romería a la Silla del Papa
El día de Viernes Santo, como nunca se trabajaba,
recuerdo que durante y después de la Guerra íbamos a la Silla
del Papa, en la Sierra de la Plata, a buscar hierba de la
sangre. Entonces no había tanto médico tan a la mano como
ahora y la gente la tomaba para lo que llamaban una subida de
sangre, que en verdad era un sarpullido debido, creo yo, a
alguna alergia. Se le llamaba subida de sangre porque se le
ponía a las personas una erupción en la piel. Había muchas
personas que padecían esto, sobre todo alérgicas a la humedad.
Mi abuela materna, como hubiera niebla por la mañana o taró
(que decimos aquí), ya estaba asfixiándose con la alergia.
Tomaba hierba de la sangre y he de decir que se cortaba
bastante pronto.
Para eso se tomaba y era buenísima. La gente tenía esa
creencia de que las hierbas medicinales tenían mucha más
fuerza para curar precisamente en uno de los días grandes de la
religión.
Como ese día se iba a aquel sitio donde había muchísima
hierba, sobre todo en esa fecha de entrada de primavera, se
aprovechaba la cogida de la hierba y se hacía allí la fiesta,
porque había gente del Almarchal, La Zarzuela, Las
Canchorreras y gente que subía del otro lado de la playa, de
Bolonia y todos aquellos alrededores. Era una especie de
romería, pero sin santo. Se bailaba el fandango de Tarifa, se
cantaba también y, si había alguien (que siempre lo había) que
supiera cantar flamenco, también se escuchaba flamenco y se
pasaba un rato agradable.
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
Eso fue antes y durante la Guerra Civil. Al poco de saltar
el Movimiento, entró una fiebre de catolicismo y consideraron
que era malo ese día de Viernes Santo celebrar fiestas paganas,
hacer fiestas de fandango. Y se llevaron presas a dos señoritas
que estaban bailando y creo que no las pelaron porque tenían a
gente conocida que pesaba, si no las hubieran pelado, pues en
aquellas fechas los pelados y los purgantes estaban a la orden
del día. Las dos muchachas eran de Almarchal o de La
Zarzuela, yo las he conocido después, ya un poco mayores.
En esos años yo era un crío y, si hubo algo que fuera
inmoral, yo no lo vi. Yo veía a la gente divirtiéndose,
moviéndose para un lado y para otro, para allá y para acá,
cantando y bailando, y había algún señor que iba tocando una
guitarra.
El sitio de la Silla del Papa
En la Sierra de la Plata siempre hubo un agujero, una sima
por donde los nativos siempre han entrado, e incluso algunos
hombres me han dicho a mí cara a cara que llegaba hasta una
piedra que hay cerca de la Cueva del Moro y que se llama el
Tajo de la Cuna.
Tiene que haber una razón para que allí hubiera un
asentamiento humano2 porque aquello no es hospitalario ni
cómodo para andar. ¿Qué sentido tiene que allí haya algo? O
una razón de vigilancia tanto para la playa como para la
campiña, o la mina. Otra cosa no la entiendo.Y la cruz que hay
allí es muy parecida a las pinturas rupestres de por aquí, y lo
2
En el lugar que menciona existen actualmente restos de lo que pudo ser un
poblado prerromano en altura (oppidum), concretamente turdetano,
sosteniéndose la teoría de que aquel asentamiento es la primitiva Bailo
(Baelo Claudia), más tarde refundada junto al mar por razones comerciales
(v. Moret, Muñoz, García, Gallegarin y Prados, “El oppidum de la Silla del
Papa y los orígenes de Baelo Claudia. Revista Aljaranda 68, pp. 2-8).
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El cantor de leyendas
mismo que se puede decir que es una cruz, también podría
decirse que es un astado o un ser humano con los brazos
levantados. Tiene toda la pinta de ser arte rupestre, pero si lo
han hecho después yo no puedo decir ni que sí ni que no.
A mí me cuesta muy poco trabajo imaginar aquella
leyenda que yo mismo he leído sobre los turdetanos, que
cuando llegaron tuvieron que luchar con una colonia de
lusitanos que estaban explotando una mina de plata. No puede
haber cosas que coincidan mejor: aquella sima, aquella entrada
subterránea y aquellos restos de asentamiento humano, la
misma relación entre el nombre de Sierra de la Plata y la mina
de plata… Y lo del nombre de Silla del Papa es cuestión de
que a alguien le haya dado por llamarla así, quizás por la cruz
que hay al lado de la misma piedra, que tiene forma de sillón.
También me parece que es grande la relación que hay
entre la Sierra de la Plata, la mina de plata y un agua que sale
por la fuente del Arrayanal o Arraijanal (porque hay muchos
arrayanes), que arrastra como un mineral de plata o parecido a
la plata pero que no es plata. Y pienso yo si no será un
escurridero, un salir de parte del mineral de plata mezclado
con el agua. No lo sé.
A mí me contaba un hombre que era mucho mayor que yo
(y que había venido aquí3 muchísimas veces a la Silla del Papa
casi siempre con los hijos de un señorito) que por detrás de la
Silla del Papa había otra entrada subterránea a una galería en
la que se podía entrar perfectamente, pero que no se atrevían
ni él ni mucho menos los señoritos. Aquí se crían unas arañas
con las patas muy largas con un cuerpo muy pequeño que
viven en colonias a la sombra de una piedra y que se llaman
“papos viejos”. Dicen que había muchas en la entrada de la
galería y por eso no entraban.
3
Algunas de estas explicaciones nos la dio nuestro informante sentados
sobre la misma Silla del Papa, donde hemos acudido juntos en varias
ocasiones.
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
Yo ahí nunca he llegado porque siempre que he venido
aquí ha sido a la Silla, pero por lo que él me decía era por la
parte delantera.
La laguna de La Janda
La laguna de la Janda, por la que tanto he corrido desde mi
juventud, la secaron y eso ha traído mucha polémica. Y digo
yo que siiempre que haya servido para dar de comer a alguien
me parece bien, pero no me parece tan bien porque de alguna
manera han tocado a la naturaleza.
Ahí había una vida de aves increíble, se nublaba el cielo
cuando se hacía un ruido, y eso se ha perdido totalmente. Se
veían muchísimas clases de pájaros y todos los patos, hasta la
malvasía. La gallareta, igual que muchos patos, criaba entre
un junco muy gordo llamado bayunco, que se ponía más alto
que una persona.
Los patos reales o ánades reales no anidaban en la laguna,
anidaban en el campo. Yo estoy harto de ver (que me
encantaba) a la pata con toda su prole, que era mucha,
buscando el cauce de un arroyo y por el arroyo bajaban hasta
que llegaban al río Almodóvar, y luego río abajo buscando la
laguna. Era una cosa preciosa, bonita de verdad, tantísimo
bichillo como llevaba detrás.
Las grullas llegaban en tal cantidad que las gentes que
sembraban habas, que era lo primero que se sembraba en el
campo, tenían que poner un grullero para que espantara a las
grullas.
Yo saco una conclusión: si en mi niñez, cuando la laguna
todavía no estaba desaguada, cada vez que venía una riada
(que podía durar hasta veinticuatro horas) quedaban dos o tres
centímetros de limo, yo digo que a fuerza de pasar siglos,
¿cuántos centímetros habrá subido el terreno? Así que yo creo
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El cantor de leyendas
que Tahivilla era una de las orillas de la laguna. Yo mismo he
recogido restos de poblamientos por aquí, siempre que estaba
trabajando el campo he ido con mucho cuidado y se puede
decir que he mirado más para abajo que para arriba.
Digo que esto estuvo siempre habitado por gente porque la
laguna era una fuente de pesca, de caza, de animales acuáticos,
y la gente vivía aquí como si fuera la orilla del mar.
La vida en el campo, para el hombre que ha estado
siempre en él, es algo extraordinario. Yo he visto una perdiz
en mi mismo pie haciendo “pi pi pi”, y yo decía: “¿Por qué no
se va?”. Yo no quería hacerle daño, pero resulta que me retiro
un poco y ella siguió con su pi pi pi, y era que tenía toda la
camada de hijos por allí y los estaba defendiendo, no quería
que yo los viera. ¡Estaba en mis mismos pies! Los perdigones
tienen la facultad de que cuando ven algo se pierden debajo de
los pastos, y yo no veía ninguno, pero me retiré y la pájara
siguió llamándolos hasta que vi uno por aquí, otro por allí… Y
estaban en mis mismos pies. Son cosas muy bonitas, el instinto
maternal está muy desarrollado en los animales.
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
Nosotros íbamos a veces por la laguna a caballo con los
cazadores, que tenían unos puestos hechos con bidones
metidos completamente en el agua con los que conseguían no
tener que estar tanto tiempo mojados mientras esperaban en su
puesto. Otras veces llevaban una ropa impermeable y se
metían en el agua. Esperaban a que salieran los patos y
empezaban a disparar. Se puede decir que para cazar patos
había que mojarse porque desde la orilla no se podían cazar
tan bien.
Una vez, estos cazadores tenían una barca en Las
Canteruelas para ir a los puestos de cacería. Pero resulta que
un temporal rompió la cuerda y se llevó la barca y la puso en
la otra orilla, en un sitio que se llama Los Pilares del Sol. Yo
fui con un hermano mío a buscarla, pero como no se podía
cruzar el río, le dimos la vuelta a la laguna y pasamos por un
puente, luego más arriba pasamos la garganta y así por toda la
orilla de la laguna. Al llegar, el guarda nos dijo que la barca la
habían denunciado porque los contrabandistas de café la
utilizaban para pasar la laguna, y había que ir a la Guardia
Civil antes de retirarla.
Yo se lo dije a este señor (el dueño de la barca) y él se
encargó de hacer las gestiones y después nosotros fuimos otra
vez a por ella. Nos fuimos por el mismo trayecto que la vez
anterior. Yo había preparado unos remos caseros con unos
cabos de escardillo, nos embarcamos y tuvimos que cruzar
toda la laguna. Y con los remos, que eran bastante largos, no
se tocaba el fondo de la laguna. Así era de honda, y de ancho
podría tener unos siete kilómetros, si no había más.
Ese día, embarcados en una barca con mis propios remos y
con un cacharro para achicar agua (porque la barca no estaba
bien y uno remaba mientras el otro tenía que ir achicando
agua), fue para mí un día de alegría, disfruté de lo lindo. Con
una particularidad: que se movía un viento que hacía olas de
casi un metro que incluso nos echaron a un sitio de la laguna
mucho más arriba de donde nosotros pensábamos llegar. Ese
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El cantor de leyendas
fue para mí un día grande porque siempre me ha gustado
mucho el agua.
Los dueños de la barca y a la vez cazadores de patos eran
un pediatra de Algeciras llamado don Jaime Font, con quien
tomé cierta amistad más tarde, y otro médico llamado don José
Posada. Ellos nos daban unos cohetes parecidos a los que se
echan en la feria. Meterse en la laguna a caballo con el agua a
los estribos y tirar un par de cohetes era ver una nube de
animales que salían de la laguna, desde el pato más pequeño
hasta ánades grandes. A veces también había flamencos,
aunque estos estaban más bien por la parte que pegaba a la
desembocadura del río Barbate.
Otros animales que había por aquí eran zorros, meloncillos
y ginetas. Los corzos nunca bajaban tanto de la sierra. Había
también muchísimos aguiluchos laguneros y hasta el águila
imperial, la real y el quebrantahuesos. Y tengo que decir que
hasta los buitres se están perdiendo: antes había muchísima
comida para ellos porque todos, señoritos y colonos, teníamos
ganado. Era una época en la que había muchas enfermedades
en los animales, sobre todo en los cerdos, que se morían a
montones de enfermedades como el mal rojo o la peste, y se
morían sobre todo de beber agua contaminada, de charcos de
agua estancada. ¿Qué pasaba? Que cada dos por tres había un
cadáver de un animal y los buitres venían a comer. El buitre
era el rey de la campiña.
Yo he visto cosas muy raras en estos animales que no me
explico: yo era un muchacho y, como era un ave tan grande,
poníamos lazos en los cadáveres de los animales para pillar
algún que otro buitre. Bueno, pues teníamos que llegar al
animal muerto y darles cachipalos a los buitres para echarlos
de allí, porque se ponían a saltar y se alejaban un poco, pero
no se iban por nada pero tampoco se dejaban coger. Una vez
se paró un camión en una cuneta durante la Guerra porque
vieron los buitres y salió un soldado con los mosquetones y los
buitres se asustaron y no quedó ni uno. ¿De qué se asustaron,
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
de los fusiles, del brillo de las armas? ¡Si yo los tenía que
espantar a cachipalos! Pues esa vez, nada más bajarse del
camión el otro, pusieron alas en polvorosa.
La castañuela de la laguna
La laguna criaba un junco triangular que se llamaba
castañuela. Crecía en lo que había estado inundado durante
todo el invierno. Cuando ya las aguas se retiraban en
primavera, brotaba ese junco que se utilizaba muchísimo para
techar las chozas.
En el monte se usaba el escobón morisco para techar y por
eso las chozas del monte se llamaban moriscos. Aquí, en
cambio, se techaba con castañuela.
Al recoger la castañuela, había una forma de ajustar cuánta
había: la laguna pertenecía a distintos capitalistas, según por
donde estaba cada finca. Cuando llegaba la hora de que la
castañuela había madurado, iba un experto acompañando al
dueño, al que solíamos llamar “señorito”, y le decía: “Aquí, en
su laguna, puede haber tantas carretadas de castañuelas”. Eso
era aforar. El dueño de la laguna, con este dato, ya se
arreglaba.
Había señores, llamados laguneros, que se dedicaban a
comprar la laguna en bruto (a comprar la castañuela de la
laguna) y, con lo que había dicho el experto, se le decía al
lagunero: “Pues mira, aquí hay tantas carretadas de castañuela,
a tanto la carretada, la laguna vale tanto”. Y él metía hombres
a segar, que cobraban por carretada segada y amarrada. Luego,
el carretero vendía la castañuela al que la necesitaba. Así iba la
laguna.
Una carretada eran cien haces, que luego fueron siendo
cada vez más chicos. A mí me contaban que había que ser muy
buen carretero para poder meter los cien haces de castañuela
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El cantor de leyendas
en la carreta. Y luego, cuando yo fui carretero, se metía
carretada y media, ciento cincuenta haces, y sobraba carreta.
¿Por qué? Porque los segadores vivían de tantos haces como
segaban y cada vez los iban achicando un poco más.
La castañuela era extraordinaria para techar chozas, el
mejor junco que se ha conocido. Era muy abrigado y lo que
quedaba visible era ese tallo triangular que tiene, que era duro
y aguantaba mucho tiempo, no se mojaba nunca (si se mojaba
es que no estaba bien hecha la techa).
La choza se techaba de una manera muy simple, pero
también tenía su mérito: se hacía lo que se llamaba una lata,
que era una andanada de juncos cogidos por dos cañas
atravesadas que se cogían entre sí. Se ponían varias tandas de
castañuela hasta conseguir techar la choza. Si la techumbre se
ponía vieja, se le echaba otro techo encima, no se quitaba
nada. Así, las casas viejas tenían dos y tres techados encima.
Un pajar para el ganado
Normalmente, el pajar que preparábamos aquí, que en
realidad se llamaba almiar y que se hacía en medio del campo,
se hacía con una herramienta que se llamaba bielda. Había que
ir asentando la paja de tal manera hasta hacer una especie de
pirámide o un prisma parecido a una casa para que la paja se
mantuviera en pie por sí misma. De ahí el ganado se iría
alimentando.
Ya he explicado cómo se techaban las casas de castañuela,
pero el pajar no se ponía de la misma manera. ¿Qué es lo que
hacían? La gente del campo se las sabía todas: ponían encima
varios pares de juncos de castañuela para que no se cayera
aquella “lata” y fabricaban unas agujas de pajar que se hacían
con un cardo o con carrizo, dejando un lado más grueso (que
es el que entraba a ley) para que agarrara más y el otro limpio
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
y delgado para que entrara. Se cogían los carrizos o los cardos,
se machacaban un poquito por donde se iban a doblar (porque
iban dobladas estas agujas) y se doblaban con sus dos puntas.
Esto se clavaba encima de la tonga o porción de castañuelas,
se iba clavando y así se aguantaba la techumbre.
Luego había que abrir el pajar para coger la paja con un
gancho de madera y echarla a mano a los animales. Se hacía
entonces una cueva en el almiar, una especie de túnel que se
paraba cuando se llegaba a las agujas de la parte opuesta, para
que no se cayera aquello. Una vez sacada toda la paja de esta
manera, se empezaban a cortar bancadas, que eran unos tres
metros del mismo almiar que se metían dentro y se iba
cogiendo paja según hiciera falta.
Un almiar venía a tener unos diez metros de largo y tres o
cuatro de ancho.
Curaciones y creencias
Un empacho era una afección del vientre. Y se decía:
-Hay que llevarlo a Fulanito, que tiene gracia.
Y la gracia era que hubiera nacido sietemesino, que
hubiera nacido de nalgas o que fuera mellizo o gemelo con su
hermano. Y esa gente tenía gracia para curar. Eso, la verdad,
me cuesta un poquito creerlo.
Había que curarlo dando fricciones en la barriga durante
tres días seguidos; si no se quitaba, durante seis días y, si no,
como máximo nueve días. Siempre nones. No había que decir
ninguna oración, las oraciones eran para curar las culebrinas o
la erisipela, el empacho se curaba sólo dando masajes durante
esos días con aceite de oliva, que era el único que había
entonces. A partir de la boca del estómago hasta el ombligo,
cada uno tenía su forma: había quien curaba con las dos manos
juntas y había quien curaba con una mano nada más.
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El cantor de leyendas
Y había otra cosa que se llamaba tabardillo, parecida al
empacho pero más grave. Y un refrán que decía: “Empacho
mal curao, tabardillo declarao”. Era más serio y lo curaban con
plantas.
Yo, en cuanto a las plantas, no tengo ninguna duda. Lo
que hace falta es conocerlas y saber para qué sirven, pero las
plantas son eficaces, pero ya lo de las oraciones la verdad es
que me cuesta creérmelas. También me cuesta creer lo de los
sietemesinos o los gemelos para los empachos. Lo que pasa es
que la persona que ya decían que tenía gracia andaba dando
masajes desde que era pequeño y eso, quiera que no, le daba
una práctica y unas ganas de hacerlo cada vez mejor, porque lo
tenía que hacer muchísimas veces. Pero yo creo que si
cualquier persona se ponía a dar un masaje en el vientre y se lo
daba más o menos bien, se tenía que quitar aquello sin
necesidad de ser sietemesino. ¿Qué tiene que ver un
sietemesino con la cura de nada?
En cuanto a las plantas, por ejemplo, la torvisca, y el
torvisco macho mejor todavía, se usaba aquí para los abortos
de los animales, también por si alguna vaca paría un becerrito
y le costaba echar la placenta, se le ponía un collar de torvisca
o de torvisco.
Algo extraño que sí ocurría era que si se cogía una
salamandra y se freía en aceite y ese aceite se echaba en el
suelo o en un muro, aquel sitio se cuajaba de salamandras
como si todo lo que hubiera en la sartén fuera salamandra. La
creencia es que aquello se volvía salamandras por haber frito
una.
Conviviendo con los vientos
Aquí desde siempre hemos tenido mucho en cuenta los
cambios de viento.
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
Con levante no convenía castrar a los animales, por
ejemplo a los cerdos, porque se inflamaban más. Y los
caracoles se agarran más fuerte cuando hace viento de levante
porque aquí el levante es un viento seco, así que es más difícil
cogerlos. Hay que esperar a que haya un viento más húmedo
para que se ablande la mucosidad y sea más fácil cogerlos;
incluso se ven andando en vez de quedarse pegados.
Cuando se ponían hacia el poniente unas nubes lejanas a
cierta altura (a las que se les decía “el río de Sevilla”), era una
señal de lluvia. Esas nubes debían ser la bruma del río
Guadalquivir. Sobre esto también había un refrán que decía:
“Morería clara y España oscura, agua segura”. Era cuando se
veían esas nubes del río, que por esta parte tapaban el cielo y
en la parte africana estaba claro.
Habla Camila, su compañera
La vida de Curro Castro ha estado unida a Camila, que
nos deja en las siguientes líneas algunos de sus recuerdos de
infancia.
Yo nací en Tarifa y mi padre se vino al Valle, a San José
del Valle. Aquello era de don José Martín, el dueño de los
cochinos que mi padre guardaba, que también le daba casa a
mi padre.
Del Valle se fue al Hato, que es arriba de la sierra. Yo era
chiquitilla y nos dejó a todos allí, pero aquello estaba muy
solo; había vecinos, pero estaban muy lejos. Y mi padre se iba
a hacer el agosto con los cochinos por ahí.
Había un arroyo donde ponía mi madre su lavadero y a mí
me dejaba en la cuna. Una vez pasó un hombre de Facinas,
Antonio Jiménez, llamado “Pataslargas”, y le dijo a mi madre:
-Curra, que la niña está llorando mucho.
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El cantor de leyendas
Y es que mi madre me había dejado una sábana y yo me la
eché encima y no me asfixié de milagro. Ella no se enteraba
porque creía que Ana y Pedro, mis hermanos, me estaban
cuidando. Ana y Pedro estarían por allí, pero haciendo una de
las suyas. Se ponían a partir huevos en un plato y cuando se
bosaban lo echaban en el hueco del horno. Se metían en el
fogarín y de allí venían con los pies llenos de cenizas hasta
donde estaban partiendo los huevos.
¡Cuando mi madre llegó y vio todos los pisotones de
cenizas en la cocina y ellos partiendo huevos! Mi madre creía
que ellos estaban a mi cuidado, pero no.
Ana se llevaba dos años conmigo y los dos se llevaban dos
años entre ellos.
Mi madre ha pasado mucho para criar a los niños en el
campo.
Mi madre le hizo a mi hermano unas medias y, cosas de
los críos, mi hermano se arrastró por una piedra y cuando llegó
a la casa tenía las rodillas fuera. ¡Mi madre se quería morir! Él
no quería medias, mi madre se las puso y él busco una piedra y
se lió a romperlas.
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
Mi tío Manuel (al que curiosamente llamaban Camilo,
como su madre) tenía un primo hermano al que llamaban Juan
Alforja. Mi tío iba recogiendo tablones que tiraban los barcos
y llegaban a la playa de Punta Paloma; los cogía y los escondía
en la breña y luego otro día iba con el burro para recogerlos.
Pero el primo Juan Alforja lo veía y se los quitaba. La gente le
sacó hasta una cancioncilla a aquello:
Pajalarga se tiraba
como que iba a por leña,
se traía los tablones
y los metía en la breña
y otro iba y se los quitaba.
Y era su primo Juan Alforja el que se lo quitaba.
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El cantor de leyendas
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
LOS TEXTOS HEREDADOS
Todo lo que tengo lo he escuchado de los mayores.
Procuro contarlo como me lo contaron, aunque
hace mucho tiempo que me lo contaron.
Francisco Castro Salvatierra
Para dar más veracidad a los hechos, lo haré con
las mismas palabras que los interesados
emplearon, pues sabéis bien que el que repite una
historia contada por otra persona, debe hacerlo
con la mayor veracidad posible (…); lo contrario
es inventar o falsificar el cuento y aunque el autor
sea el propio hermano, no debe titubearse en usar
sus mismas palabras.
Geoffrey Chaucer, Cuentos de Canterbury
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
CUENTOS DE
ENCANTAMIENTO
Juanillo el de la porra
Dibujos de Laura Puerto, 5 años
Esto era un señor que guardaba vacas a sueldo. Como este
era muy corto, el hombre se vio obligado a poner desde muy
pequeño como ayudante suyo a su hijo Juan. Para que el niño
estuviera contento y, como todo vaquero, pudiera presumir de
su garrote, su padre le cortó uno arreglado a su fuerza y
estatura.
No se cortaba de una rama, sino de una guía del arbusto y,
aprovechando la cepa del mismo, se le formaba una buena
porra para dar contundencia a los golpes.
Juan se encariñó tanto con su porro que no se separaba de
él nada más que para dormir, y para eso lo ponía de pie junto a
la cabecera de su camastro. Como le pesaba, su brazo adquirió
una gran fuerza y maestría para su manejo. Por todo esto, las
gentes dieron en llamarle Juanillo el de la Porra.
Un día estaba como de costumbre en el monte cumpliendo
su obligación y vio cómo una zorra intentaba arrebatar a una
cabra su cabritillo recién nacido. Juan le arrojó la porra con tal
fuerza y acierto que dio a la alimaña en pleno costillar y le
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El cantor de leyendas
hizo doblar tanto su cuerpo que, juntando la cabeza con la
cola, fue lanzada a varios metros de donde estaba el recién
nacido. Doña Vulpeja se retiró de allí tan maltrecha que no le
quedaron ganas de volver a intentarlo.
Un hada del monte contempló esta escena y le hizo tanta
gracia que confirió a la porra de Juanillo la virtud de crecer a
la par de él en tamaño y peso, con que su porra nunca se le
quedó pequeña.
Juan se hizo un hombre. Un día estaba en el monte
buscando un ternero que se le había extraviado y, como no lo
encontraba, se internó por parajes por los que no solía ir al
tiempo que caía una espesa niebla que hizo que Juan se
perdiera. Nuestro amigo anduvo toda la mañana en el monte
sin saber por dónde lo hacía cuando a eso del mediodía levantó
la niebla y Juan se encontró en un paraje totalmente
desconocido para él. Vio sorprendido que a no mucha
distancia de donde se encontraba, en una altura del terreno,
había un viejo castillo. Muy sorprendido porque nunca había
oído nada de castillos por aquellos montes y sin poder reprimir
su curiosidad, Juan se acercó al mismo. La puerta estaba
abierta y Juan penetró sin más. Desde el patio oyó un profundo
suspiro que pareció despertar en nuestro amigo su instinto de
varón. Juan pensó sin ninguna duda que aquel suspiro era de
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
una mujer y que esta era muy joven y guapa. Se orientó hacia
donde lo había oído, vio una puerta entreabierta, la empujó y
entró sin titubeos. Allí estaba la mujer, que era aún más guapa
y más joven de lo que él se había imaginado.
La muchacha estaba atada con una cadena que no era
gruesa y sí lo suficientemente larga para que se pudiera mover
por casi toda la estancia. Un extremo estaba sujeto al muro por
medio de una argolla y el otro sujetaba el tobillo de la joven
con un grillete.
La muchacha, nada más verlo, le dijo extrañadísima que
cómo había llegado hasta allí, que se marchara enseguida que
a ella la tenía retenida un gigante y si venía y lo veía allí lo
mataría sin remedio.
Juan, para tranquilizarla, le dijo que sí que se marcharía,
pero que por favor le dijera quién era y por qué estaba en
aquella situación. La joven, aunque muy atropelladamente,
intentó decirle que un gigante la había secuestrado mientras
estaba en una montería con su padre y sus hermanos, pero no
pudo decir más. Se oyeron unos pasos que parecían truenos y
una respiración que más bien parecía de un animal salvaje que
de persona humana, y en la puerta apareció un hombre
descomunal.
Nada más ver a nuestro amigo, lo miró muy
despectivamente y, con un vozarrón que causaba espanto, le
dijo:
-¡¡¡Hola, gusanillo de la tierra!!! ¿Quién tan mal te quiere
que por aquí te envía?
Juan, sin inmutarse, le contestó:
-Mi fortuna, buena o mal, aquí me guía.
El gigante tomó estas palabras como un insulto y
desenvainando su espada la emprendió a tajos con Juanillo.
Juan los iba parando con su porra, y viendo el gigante que no
conseguía herirle, agarró el acero con las dos manos y le tiró
un tajo que de no haberlo parado Juan con su porra, lo hubiera
cortado en dos.
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El cantor de leyendas
El golpe fue tal que casi le arranca a Juan la porra de las
manos. El acero saltó por los aires hecho tres pedazos con tal
mala fortuna para el gigante que uno de ellos cayó sobre una
de sus orejas y se la cortó de raíz. Cayó casi a los pies de
nuestro amigo y este, instintivamente, la cogió y se la guardó
en el bolsillo.
Aprovechó el gigante este momento que Juan no estaba en
guardia para agarrarlo a él y a su porra, lo sacó de la estancia
y, una vez fuera, los levantó a los dos tan alto como le
permitieron su estatura y sus brazos.
El muchacho creyó que era su última hora, que aquel
gigante lo arrojaría al suelo o contra los gruesos muros y que
allí fallecería. Pero no fue así. El gigante lo llevó al centro del
patio, donde había un aljibe, y allí lo tiró sin ningún escrúpulo.
El golpetazo que dio Juan y su porra en el fondo enlosado de
aquel pozo fue tremendo, sin embargo, Juan quedó ileso. Yo
pienso que aquella hada que un día le dio a su porra poderes
mágicos debió socorrerlo en este trance, de lo contrario Juan
habría muerto.
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
Pasó allí el resto de la tarde y cuando la luz del día dejó de
entrar en el pozo, como estaba tan cansado, se durmió sobre
las duras losas y no se despertó hasta que empezó a entrar otra
vez la luz del nuevo día. Aunque estaba muy maltrecho, lo que
más le molestaba era un hambre de lobo que tenía.
Buscó por todos los
rincones
de
aquella
mazmorra soñando con
encontrar aunque fuera una
espina de pescado o el
esqueleto de algún batracio,
pero nada. Metió entonces
distraídamente la mano en
su bolsillo y sus dedos
tropezaron con la oreja del
gigante, la sacó y, al verla,
su gesto fue de repugnancia,
pero tenía tanta hambre que
sin mirar pelitos le arreó un
buen mordisco.
Inmediatamente oyó la
voz del gigante que le decía:
-¡No me comas, no me
comas, te daré lo que me
pidas!
Lo que te pido es que
me saque s de aquí ahora
mismo.
Y
le
arreó
otra
dentellada.
-¡Espera, espera, que
ahora mismo te saco!
Fue hasta el pozo, le echó a Juan la soga que servía para
sacar agua cuando la había y le dijo:
51
El cantor de leyendas
-Átate por la cintura y agárrate a la cuerda con las dos
manos, que te saco.
Nuestro amigo, desconfiando de las intenciones del
gigante, en vez de amarrarse él amarró su porra y colgó su
chaquetilla del trozo del palo que estaba por encima del nudo y
le dijo al gigante que estaba listo. El gigante empezó a tirar de
la cuerda y, cuando vislumbró la chaqueta de Juan, pensó que
la distancia del fondo era suficiente para despachurrarlo y
soltó la soga. El golpetazo fue tal que el gigante lo dio por
muerto y se fue de allí sin siquiera recoger la cuerda.
Juan estuvo tentado de trepar, pero pensando que el
maldito podría estar esperándolo arriba, no lo hizo. Recordó
que la muchacha le había dicho cuando él entró que el gigante
no estaba en aquel momento porque todos los días, después de
comer, se echaba una siestecilla. Juan, cuando calculó que era
mediodía, aguzó el oído y al poco llegaron hasta él unos
ronquidos enormes. Pensó que era el momento y trepó por la
cuerda.
Una vez arriba, tiró para sacar su porra, que aún estaba
atada al extremo de la cuerda, y cuando se vio libre y en
posesión de su arma reglamentaria, como él solía decir, se fue
corriendo adonde estaba la muchacha. Todavía estaban en el
suelo los pedazos de la espada del malvado. Sin escuchar las
protestas de la joven rompió el grillete con uno de los trozo de
acero y tomándola de la mano la sacó de allí a toda prisa. Un
fuerte olor a amoníaco le indicó por dónde estaban las cuadras,
y allí se fueron.
Había dos caballos, un percherón de mil demonios, que
era el que montaba el gigante, y un caballito de raza normal,
muy bien conformado. Juan lo ensilló rápidamente, con un
saco de paja de la que servía para alimentar a los animales
preparó una grupa, puso sobre la misma a la joven, saltó él
sobre la silla y salieron del castillo a todo galope.
Algo debió oír el gigantón porque dejó su descanso, se fue
hasta el aljibe y, al ver la cuerda en el suelo, pensó lo peor. Se
52
La tradición oral heredada por Francisco Castro
fue entonces a la estancia donde estaba la prisionera y, al no
verla, hecho una furia se fue a las cuadras y, al notar la falta
del caballo no necesitó más: subió a su percherón y
castigándolo duramente salió tras fugitivos.
No tardó en divisarlos y en pocos minutos les dio alcance.
Llegar a ellos y empezar a tirarles tajos con su espada, todo
fue uno. Trataba desesperadamente de herir tanto a los jóvenes
como a su caballo, pero el vaivén tremendo del galope no le
permitía ejecutar el golpe, y sí le dio a su caballo tal corte en la
cabeza que el animal estuvo a punto de caer, con lo que
nuestros amigos pudieron adelantarse un poco.
Aprovechó Juan este respiro para arrojar hacia atrás su
porra y, aunque no lo pudo hacer con la precisión que él lo
hacía, sí consiguió darle al gigante tal golpe en el hombro
izquierdo que lo derribó del caballo. Arrastró este consigo su
cabalgadura y ninguno de los dos se pudo levantar.
Sin su perseguidor, nuestros amigos pudieron caminar a
una marcha más sosegada. Entraron en una hondonada
boscosa y, cuando se dieron cuenta, estaban rodeados por un
escuadrón de soldados a caballo. Estos dieron muestras de
conocer a la muchacha y, pensando que Juanillo era su raptor,
le ataron los pies a la cincha de la montura y todos
emprendieron un camino para Juan desconocido.
Después de más de un día de camino llegaron a un castillo
donde vivían los padres de la joven. La recibieron a ella con
grandes muestras de alegría y Juanillo fue arrojado a los
calabozos.
Cuando la princesa contó todo lo que le había pasado, fue
el rey en persona a libertar a Juan y le ofreció que se quedara
en su casa el tiempo que quisiera. Juan, después de
agradecerlo, le dijo que no podría ser mucho porque tenía que
ir a ver a sus padres.
No pasó mucho tiempo sin que se dieran cuenta de que los
jóvenes estaban muy enamorados. El rey no dudó en conceder
53
El cantor de leyendas
a Juanillo la mano de su hija y en decirle que cuando se
celebrara la boda se haría dueño de un principado.
Juan, sin saber cómo agradecérselo, dijo que primero tenía
que ir a ver a su familia. Inmediatamente fue armado caballero
y, con un séquito y acompañado por la princesa, se presentó en
su casa.
Sus padres, que en un principio no lo reconocieron, no
cabían en sí de alegría. Inmediatamente se preparó el regreso,
abandonaron la mísera choza en la que vivían y regresaron a
los dominios del rey. Se celebraron las bodas y todos vivieron
muy felices.
Se cuenta que, pasados muchos, muchísimos años, en la
sala del trono de aquel principado, a la derecha del mismo y
pendiente de un aplique de oro, había una porra de madera de
acebuche. Era la porra de Juanillo.
54
La tradición oral heredada por Francisco Castro
El mago avariento
Esto era una mujer que, cuando se casó, no sabía que su
marido era un mago. En realidad, de su marido sabía muy
pocas cosas porque el hombre, además de que como mago no
era ningún lumbreras, como persona también dejaba mucho
que desear: era muy avaricioso, tacaño, no le daba a su mujer
ni una perra gorda para nada y, además, era tremendamente
celoso.
Su mujer era una señora de muy buen ver, muy elegante,
guapísima, quizás por eso el mago sentía celos y la maltrataba.
Por todas estas cosas ella decidió abandonarle.
Adivinó el mago sus pensamientos y, para que no pudiera
hacerlo, preparó un embrujo y la convirtió en un ser invisible.
Entonces se dio cuenta de que, claro, estando su mujer en una
dimensión diferente, en un estado invisible, y él en su estado
natural, normal, de persona humana, pues no la podría vigilar,
que era lo que a él más le interesaba. Así, un poco nervioso, a
toda prisa, preparó unos potingues, inhaló sus vapores y se
convirtió también en un ser invisible.
Las gentes del lugar, como habían dejado de verlos,
pensaron que a lo mejor se habían ido a Buenos Aires, que
entonces estaba muy de moda y que la casa la habían
abandonado. Pero nadie se atrevió a ocuparla ya que todo el
mundo sabía de las malas pulgas que gastaba el mago.
Fue corriendo el tiempo, la casa se fue deteriorando y, a la
vuelta de pocos años, se convirtió en un edificio en ruinas.
Surgieron entonces rumores de que en los alrededores de la
casa se oían sollozos y lamentos de mujeres maltratadas y de
que en aquella zona aparecían animales salvajes de una
naturaleza nunca vista. Todo esto hizo que la gente rehuyera
pasar por allí. Tenía que ser alguien con mucha necesidad para
pasar cerca de aquella casa. Como aquel contrabandista
mochilero que aprovechaba que era un lugar deshabitado para
55
El cantor de leyendas
tomarlo de camino tanto cuando iba cargado como cuando
volvía de vacío.
Cierto día, cuando pasaba este contrabandista junto a un
trozo de muro del patio que aún quedaba en pie, vio una
gallina seguida de muchos pollitos chicos. Todos sabemos que
las gallinas son muy dadas a buscar un nido entre las matas y a
poner allí sus huevos. Esto fue lo que pensó este hombre. Y
como no sabía quién podría ser el dueño, pensó llevárselos y
devolverlos cuando apareciera. Cogió los pollitos y, como no
tenía otro sitio, los puso en el sombrero con mucho cuidado
porque estaban recién nacidos. Eran muchos y estaban
apretadillos, pero consiguió colocarlos todos. Después fue a
coger la gallina, pero, nada más tocarla, el animal desapareció
por completo, se perdió de su vista. El hombre miró el
sombrero y vio que los pollitos tampoco estaban, también
habían desaparecido. El hombre, lógicamente, se escamó un
poco, relacionó el asunto con la historia del mago y se marchó
de allí.
Desde entonces, siempre que tenía necesidad de pasar por
aquella casa en sus viajes, miraba por si veía algo
extraordinario, porque aquello de ver una gallina que
desaparecía lo tenía algo preocupado. Y así fue como un día
consiguió ver una gata en lo que había sido la puerta de la
casa. Él dedujo que era una gata porque, además de que era
muy lustrosa y bonita, tenía el pelaje de tres colores y había un
refrán que decía que “de tres pelos, ni gato ni perro”, tenía que
ser gata o perra. Era una gata blanca, negra y con un rojo lleno
de matices muy bien repartidos, una gata preciosa.
Empezó la gata a maullar y a ronronear como suelen hacer
cuando los gatos están contentos y el hombre se acercó para
acariciarla. Pero nada más mover un pie, la gata desapareció.
-Caramba, otra vez un animal que desaparece.
Pero no duró mucho su extrañeza porque donde estaba la
gata apareció una mujer de cuerpo perfecto, bellísima, una
mujer como él no recordaba haber visto ninguna en su vida.
56
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Temeroso de que con esta aparición ocurriera como con las
anteriores, que se habían esfumado, el hombre, sin moverse, le
rogó que no se fuera, que él estaba muy contento de verla, que
tenía necesidad de hablar con ella y de saber qué hacía en
aquel lugar.
La mujer le dijo:
-Soy la esposa del mago avariento, mi marido me volvió
invisible y él también está así para poder vigilarme
constantemente.
-Pero… habrá alguna forma de romper este encantamiento
–dijo el joven.
-Este embrujo sólo podrá romperse si aparece un hombre
dispuesto a luchar con el mago y a vencerle. No tendrá que
quitarle la vida, bastará con que le haga sangre.
Dicho esto, la mujer continuó:
-Quien venga tendrá que hacerlo en la noche de San
Andrés a las doce y media en punto de la madrugada. Y ahora
no tengo más remedio que marcharme.
Y desapareció. Nuestro hombre se quedó aún más
preocupado que nunca, incluso pateaba el suelo pensando por
qué le tenían que ocurrir a él aquellas cosas de seres que
aparecían y desaparecían. Cuando se serenó, pensó: “Bueno,
estamos a mediados de noviembre, la noche de San Andrés no
tardará tanto en llegar”. Y, como él estaba decidido a ir allí a
luchar con el mago, pues esperó hasta que llegara la noche de
San Andrés.
A la hora que le había dicho la mujer, estaba allí nuestro
hombre. No llevaba ningún arma, sólo aquella navaja que
siempre le acompañaba metida en uno de los bolsillos del
pantalón. Cuando el hombre llegó allí, el bosque estaba en un
profundísimo silencio, algo anormal porque ni el viento hacía
ruido moviendo las ramas de los árboles. Dieron las doce y
media y oyó como si algo se arrastrara por entre las matas.
Enseguida se presentó ante él una enorme serpiente
tremendamente grande y repulsiva. Venía en un plan bastante
57
El cantor de leyendas
agresivo, traía la cabeza y parte del cuerpo levantados del
suelo, silbando constantemente y sacando una lengua roja
como el fuego que terminaba en dos puntas. Llegó a nuestro
hombre y empezó a darle vueltas a sus pies, a enroscarse en
sus piernas hacia arriba.
Dibujo de Daniela Pérez, 7 años
Nuestro hombre, que no era persona de miedo, era
consciente de que su vida corría un gran peligro, pero pensaba
también que aquella mujer a la que ya él amaba debía regresar
a su estado natural. Sin embargo, no movía un solo dedo,
como si una fuerza maligna y misteriosa lo tuviera totalmente
paralizado. El reptil seguía enroscándose hacia arriba y tenía la
cabeza a la altura de su pecho. Hubiera bastado uno de esos
movimientos rápidos de estos animales para morderle la
garganta o la nuca y quitarle la vida. Ante estos pensamientos,
el hombre intentó reaccionar y se llevó la mano al bolsillo para
sacar la navaja, pero comprobó que uno de los anillos de la
serpiente se lo impedía.
Entonces ocurrió algo inesperado y rápido como el rayo:
desde las matas cercanas, una criatura con una habilidad
propia de los felinos, saltó sobre los anillos de la serpiente y,
58
La tradición oral heredada por Francisco Castro
con una furia tremenda, como si fuera un animal rabioso,
empezó a morder y a arañar al reptil. De las heridas, aunque
no eran profundas, empezó a brotar sangre y el reptil se
esfumó. No cayeron sus anillos inertes a los pies de nuestro
amigo ni tampoco se fue como había venido, sino que
desapareció.
En aquel momento, el bosque recobró su punto. Se oyó el
grito de la corneja, el ulular del búho, el extraño ladrar de la
gandana y un ejército infinito de grillos entonó su chirriante
canto. El mago había sido vencido y el encanto se había roto.
En la puerta de lo que había sido la casa del mago apareció
la mujer que ya conocemos, pero esta vez era más elegante,
radiante y guapa y venía en carne mortal. Traía en su cuadril
derecho una canasta de mimbre de tamaño grande con dos asas
y en ella traía su ropa.
Se miraron con una alegría infinita, se acercaron el uno al
otro y se saludaron cariñosamente. Como deseosos de
abandonar pronto aquel lugar, empezaron a caminar llevando
la canasta entre los dos, cada uno de un asa.
No habían andado muchos pasos cuando oyeron tras de sí
un insistente “pío, pío, pío, pío”. Eran la gallina y los pollitos
que les venían siguiendo. Sintieron lástima de aquellos
animalillos y, para que no fueran pasto de los bichos
montunos, decidieron llevárselos en la canasta. Los colocaron
dentro y, para más seguridad, los cubrieron con una prenda de
ropa de la mujer.
Caminaron de nuevo llevando la canasta entre los dos,
pero, a poco que habían andado, se dieron cuenta de que la
canasta cada vez pesaba más y más y más. Y ya, cuando
habían caminado un buen trecho, llegó un momento en que
casi no podían con ella. La pusieron en el suelo antes de que se
rompieran sus asas, levantaron la prenda de ropa y vieron que
allí de gallina y de pollitos no había nada. Lo que había eran
muchas, muchísimas relucientes monedas de oro. Era todo lo
59
El cantor de leyendas
que el mago había ido ahorrando con su tacañería y su avaricia
durante toda su vida.
Como es natural, nuestros amigos no cabían en sí de
contentos. El hombre dejó el contrabando y vivió muy feliz
acompañado de su mujer y de aquella preciosa gata de tres
pelos, que no era otra que su hada protectora. Y con esto y un
cesto con pan y pimientos y rabanillos tuertos, termina este
cuento.
El castillo de irás y no volverás
Era una familia de campesinos que vivían de cultivar una
minúscula hacienda, tan pequeña que a duras penas les daba
para comer. Tenían un hijo pequeño llamado Salvador que en
lo que podía ayudaba a su padre en las faenas del campo.
Los días que no había bruma y el horizonte estaba
despejado se podía divisar allá lejos, muy lejos, algo así como
las almenas de una vieja fortaleza. El niño, cuando la veía,
preguntaba a su padre que qué era aquello, y el padre siempre
le contestaba lo mismo:
-Hijo mío, aquello es el castillo de irás y no volverás; no
se te ocurra ir nunca por allí porque quien ha ido no ha vuelto
jamás.
Salvador era muy respetuoso y no contestaba nada, pero
para sus adentros siempre decía: “Si yo fuera algún día, sí
volvería”.
Cuando se convirtió en un mozalbete, muchas veces pidió
permiso a su padre para ir al castillo que tanto le intrigaba,
pero nunca se lo concedieron.
Al cumplir su mayoría de edad, sus padres se tuvieron que
ausentar por unos días para visitar a unos familiares que vivían
muy lejos, y Salvador se quedó a cargo de su casa y de los
animales.
60
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Pensó el muchacho que esta era su ocasión y, dejándolo
todo listo para una ausencia de más de un día, se puso en
camino.
Después de mucho andar y antes de llegar al castillo, tuvo
que pasar por una hondonada muy profunda por cuyo fondo
corría una caudalosa garganta de aguas cristalinas. Como
estaba muy cansado, bebió hasta saciarse y se echó a descansar
sobre la fresca hierba; se quedó amodorrado y en ese estado
vio que salía del agua un ser de formas femeninas que sonreía
muy dulcemente. Recordó nuestro amigo que en un viejo libro
que había en su casa había leído que en las aguas de los ríos
vivían unos seres fantásticos (aunque no recordaba su nombre)
y que este debía ser uno de ellos, porque sus formas eran
claramente femeninas.
Aquel Ser, sin perder su sonrisa, le preguntó que dónde iba
y él contestó decidido:
-¡Al castillo de irás y no volverás!
-Pues vuélvete ya porque incluso aquí estás en peligro.
El muchacho contestó pausadamente:
-Llevo muchos años soñando con esta aventura y no me
pienso volver.
El personaje, mirándole fijamente, le dijo:
-Porque eres valiente te voy a ayudar. Debajo de esa losa –
señaló una que estaba muy cerca de Salvador- encontrarás un
pequeño bolso. Dentro hay tres envoltorios: uno contiene un
puñado de afrecho; otro, un puñado de ceniza, y el último, una
tela de araña. Cuando estés en peligro, arrójalos contra tus
enemigos.
El joven estuvo a punto de soltar una carcajada, pero era
muy educado y se contuvo.
Cuando miró al agua, el personaje había desaparecido.
Muy receloso y temiendo que fuera una burla, levantó la losa
y, efectivamente, allí estaba el bolso. Su primer pensamiento
fue dejarlo donde estaba. “¿Para qué me puede servir?” se
preguntó. Pero al final, como no le pesaba, decidió llevárselo.
61
El cantor de leyendas
Pasó la garganta por donde pudo, subió la empinada cuesta
y desde allí el castillo estaba a dos pasos.
La puerta estaba cerrada. Al rodear la muralla, nuestro
amigo vio que en un punto había un árbol muy corpulento que
le rebasaba en altura. Trepó por él y, una vez arriba, por el
camino de rondas buscó una escalera y bajó al patio. Oyó
ruido como de utensilios de cocina y hacia allí dirigió sus
pasos.
Era la habitación que servía de cocina a los moradores del
castillo. La que manipulaba los cacharros era una mujer muy
joven y bien parecida que, al verlo, ahogó un grito poniéndose
la mano en la boca. Salvador le preguntó:
-¿Quién vive en este castillo? ¿Eres tú la hija de los
dueños?
La muchacha, bajando la voz y muy nerviosa, le respondió
que los moradores del castillo eran unos malhechores que
habían matado a su familia y que a ella le habían respetado la
vida para que hiciera las faenas de la casa; el grueso de la
pandilla estaba haciendo su correría diaria y ahora sólo estaban
en el castillo ella y uno de los bandidos que se quedaba de
guardián y que en aquel momento estaría haciendo algún
menester o tal vez durmiendo.
Salvador no pensó en otra cosa que en libertar a aquella
pobre mujer, por lo que le dijo:
-Si tu guardián está ausente y tú estás aquí por la fuerza,
¿a qué esperamos para escapar?
Sin escuchar los razonamientos de la joven, la obligó a
salir al patio a toda prisa, descorrieron el enorme cerrojo,
salieron y se fueron a todo correr.
Quizás fuera el chirrido del cerrojo lo que alertó al
guardián, que fue a la puerta y, al verla abierta, corrió a la
cocina, pero al no ver a la joven, cogió un turullo y subiéndose
a lo más alto de la muralla lo hizo sonar repetidas veces para
alertar a los demás si no estaban muy lejos.
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
Dibujo de Fátima Fernández (6 años)
Efectivamente, los malhechores ya regresaban y, al oír la
llamada, vinieron a todo galope. Enterados de lo ocurrido y
pensando que la muchacha había huido sola, sin bajar de los
caballos salieron a perseguirla, y el que estaba de guardián,
queriendo tomar parte en la persecución, cogió su caballo de la
cuadra y se reunió con los demás.
Los jóvenes trataban de ocultarse entre el matorral, pero
no tardaron en ser visto desde cierta distancia. Nuestro amigo
se dio cuenta entonces de que lo único que podía hacer era
poner en práctica el consejo de la aparición de la garganta y,
como ya tenía a los forajidos encima, arrojó sobre ellos el
puñado de afrecho: como por arte de encantamiento surgió una
nube de polvo tan espesa que no permitía a los forajidos ver ni
avanzar.
63
El cantor de leyendas
Sin embargo, poco a poco aquella polvareda fue quedando
atrás y otra vez los delincuentes se echaron encima, así que el
muchacho arrojó sobre ellos el puñado de ceniza que llevaba:
nueva polvareda, esta vez más densa y molesta, pues la ceniza
entraba en los ojos de jinetes y caballos produciéndoles
irritación y lagrimeo, por lo que era imposible el avance.
Poco a poco, el viento fue arrastrando aquella nube y otra
vez nuestros amigos se vieron en peligro. Entonces arrojó
sobre los bandidos la tela de araña y de repente aquellos hilos
de seda apenas visibles se convirtieron en una red de
fortísimas cuerdas que privó a los jinetes de todo movimiento;
al mismo tiempo, surgieron de la tierra unas enormes arañas
grises que empezaron a picar a caballos y a jinetes. Los que
eran picados se ponían rojos como el fuego y se volatilizaban,
y en pocos minutos no quedó ni rastro de aquella pandilla de
criminales.
Nuestros amigos, que no podían creer lo que habían visto,
se dirigieron a la casa de Salvador y contaron a sus padres
todo lo ocurrido.
La muchacha, cuando tomó cierta confianza, dijo al joven
(al que ya amaba con toda su alma) que ella sabía dónde los
criminales escondían sus riquezas, así que allá fueron con dos
asnos y las trajeron a casa de él.
Poco después se casaron y vivieron felices.
Y con esto y un cesto de pan y pimientos y rabanillos
tuertos, acaba este cuento.
El tesoro de la cueva del negrito
La cueva del negrito es una pequeña oquedad que está a la
izquierda de la carretera que va de Facinas al Puente de
Hierro.
64
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Allá por los años de Maricastaña vivía en aquellos parajes
una familia en la que el padre era carbonero. Tenía un niño de
unos diez o doce años que cada día, acompañado de su perro,
llevaba a su padre al tajo la comida del mediodía.
Un día, el niño vio cómo el perro ladraba, de una forma no
habitual, hacia la cueva y pensó que alguna alimaña se habría
refugiado allí, por eso le dio un poco de miedo y se fue
corriendo. Pero esto fue sucediendo muy a menudo hasta que
un día el niño se asomó entre unas matas para ver lo que allí
había. Entonces vio que en la entrada de la cueva, en una
piedra, había un hombre de raza negra sentado. El chiquillo se
volvió a asustar y se marchó de allí y le contó a su padre lo
que había pasado. El padre conocía muy bien la leyenda de la
aparición del negrito, por lo que prohibió al niño que volviera
a pasar cerca de la cueva en previsión de que se llevara un
susto mayor. Pero al niño se le había pegado a la vista aquel
hombre tan extraño que tenía la piel como el carbón que
fabricaba su padre.
Pasados unos días, volvió a pasar por allí y miró menos
asustado, viendo que el negrito le dedicaba una sonrisa amplia.
Así fueron transcurriendo los días y el niño se fue acercando
cada vez un poquito más picado por la curiosidad. Pero un día
se acercó más de lo normal y el negrito le dijo que se acercara,
que no le haría daño, que le tenía que contar una cosa muy
importante para él. El chiquillo se acercó con cierto recelo y el
negro le contó:
-Yo fui esclavo de un árabe muy rico. Cuando expulsaron
a los moriscos tuvo que esconder todas sus riquezas aquí y a
mí me dejó al cuidado de las mismas. He sido tan fiel a mi
dueño que incluso después de muerto, mi espíritu sigue
cuidando del tesoro.
Entonces lo llevó a un arroyo cercano que también se
conoce con el nombre de regajo del negrito y allí le señaló una
piedra y le dijo:
65
El cantor de leyendas
-Ahí, junto a esa piedra, está escondido el tesoro. Yo estoy
cansado, lo que quiero es que alguien lo saque y se lo lleve
para poder descansar. Tú me has resultado simpático y quiero
que el tesoro sea para ti, pero no le cuentes esto a nadie y
cuando seas mayor puedes venir a hacer un hoyo profundo y lo
encontrarás.
El negro, hablando por lo bajini, dijo: “Veremos a ver qué
dice ella”. Y desapareció y ya el niño no volvió a verlo más.
El chiquillo no dijo a nadie ni media palabra de aquello y
pasó el tiempo. El niño se hizo un hombre y aprendió el oficio
de carbonero. Eran buenos tiempos para los hombres de este
gremio porque había mucha madera, mucha leña, y el carbón
se vendía bien.
Siguieron pasando los años. El hombre se casó y se cargó
de hijos. Las cosas no venían ya tan fáciles. Muchos hombres
que eran de otros oficios se habían ido al monte a fabricar
carbón vegetal, así que la leña empezó a escasear y vino una
racha muy mala. La familia del carbonero lo pasaba mal y
estaba al borde de la necesidad. Entonces este hombre, que
nunca había olvidado lo que le había dicho el negrito, pensó
que la mejor manera de solucionar su problema económico
sería buscar el tesoro y encontrarlo. Habló con un compañero
de trabajo muy amigo suyo y se fueron los dos a buscarlo.
Cogieron sus herramientas y aprovecharon la primera luna
llena que hubo para que nadie los viera cavar de día.
Cavaron, cavaron y cavaron muchas noches de luna,
incluso de más de una luna, y el hoyo llegó a ser profundo y
amplio, pero del tesoro no aparecía nada. Nuestros hombres
estaban aburridos, desahuciados e incluso asustados, porque
algunas noches les parecía oír como un murmullo en el que
dos personas de diferente sexo parecían discutir. Pero era algo
que no acababan de entender.
Ante todo esto, decidieron ir a consultar con la sabia –que
era el nombre que se le daba a las videntes-. Fueron a la Línea
de la Concepción donde había una que tenía mucha fama y le
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
contaron lo que les ocurría. La señora consultó sus
cachivaches y les dijo que, efectivamente, allí había un gran
tesoro escondido, pero que ellos no lo iban a encontrar.
-El tesoro lo guarda una pareja de negros, hombre y mujer.
El hombre está cansado de estar eternamente guardando el
tesoro y lo que quiere es que alguien se lo lleve, pero la mujer,
que tiene la cabeza dura como una piedra, dice que no, que
ella quiere seguir siendo fiel a quien le encargó guardar el
tesoro.
A la vista de esto y dado que ellos estaban cansados y
aburridos, decidieron dejarlo y no buscar más el tesoro.
Como habían ido a pie, por el camino de regreso hablaron
mucho y pensaron que ya que se habían entrenado cavando
bajo la luna, en vez de cavar para buscar un tesoro mejor sería
dedicar esas horas de trabajo extra a cortar leña para fabricar
carbón. Era menos esperanzador pero más rentable.
Así lo hicieron. Y con esto y el cesto lleno con pan y
pimientos y rabanillos tuertos se acaba este cuento.
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El cantor de leyendas
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
SUCEDIDOS
El tesoro del Hoyo del Lobo4
Aquello que vemos allí es Tahivilla y una edificación más
bien bajita que blanquea un poquito a la derecha es la antigua
venta de Tahivilla, una venta de tiempo inmemorial que estaba
al lado del camino que hoy es la Nacional 340. Primero sería
de herradura y después fue camino carretero.
En los tiempos aquellos todas las mercancías viajaban a
lomos de mulos o de burros (los caballos se utilizaban más
para montarlos), incluso cuando había que transportar dinero.
Pues una vez llegó a la venta de Tahivilla, que vemos allí
blanqueada a la derecha del pueblo, una recua compuesta por
un burro y un mulo cargados de dinero y como escolta venían
dos militares armados, uno era un soldado y el otro sería un
mando (un sargento, un teniente…). En la puerta de la venta
había un palo clavado para atar allí a los animales de los
hombres que llegaban a la venta. Ataron allí al burro y al mulo
y el jefe entró a concertar el hospedaje o a preguntar si había
un sitio seguro donde descargar su mercancía y el soldado se
4
Narrado en la Sierra de la Plata, en el lugar conocido como Silla del Papa,
desde donde se contempla el posible escenario de este hecho ya convertido
en leyenda.
69
El cantor de leyendas
quedó al cuidado de la recua. El hombre, bien porque se
echara un trago o porque el ventero no estuviera a mano, se
entretuvo un poquito más de la cuenta. Y qué mala suerte que
al soldado que estaba al cuidado de la recua le entraron unas
ganas tremendas de dar de cuerpo, y el pobre hombre estaba
allí bailando, moviéndose, haciendo contorsiones, pero viendo
que aquello no era posible controlarlo, había a la izquierda de
la puerta de la venta una cima de ramas bastante grande que se
utilizaba para caldear el horno durante el invierno y para la
chimenea, y entonces el muchacho pensó que como aquello
venía tan ligero, iba a echar muy poco tiempo y se fue detrás
de la cima de leña a hacer sus necesidades. Pero no se había
dado cuenta de que había un vaquero que estaba escondido
mirándolo todo y en el momento en que el soldado se fue
detrás de la cima de leña, este hombre saltó, cortó el ronzal del
burro y atravesó el camino real que hoy es la carretera
nacional 340.
El hombre vivía en Almarchal, en esa aldea que está ahí, y
se trazó una recta Tahivilla-Almarchal para venir a su casa a
dejar la mercancía, pero tenía que pasar por el Hoyo del Lobo,
que es precisamente allí, donde se ve un pequeño grupo de
árboles. Aquello siempre fue un trampal, que le decimos
nosotros a un manantial que no tiene fuerza para producir un
chorro de agua pero que sí mantiene completamente
chorreando un rodal más o menos grande de terreno.
El hombre conocía el terreno perfectamente y sabía que no
podía entrar allí, pero con las prisas, los nervios y la oscuridad
de la noche, no se dio cuenta y se metió en el trampal y en
cuanto entró allí el asno se le quedó atascado.
Entonces el hombre intentó sacarlo de allí castigándolo y
no fue posible. Tuvo que quitar la carga, cosa que le costó
bastante trabajo porque no sabía cómo estaba puesta, y cuando
el hombre sacó de allí la carga, que eran dos sacos, quitó los
aparejos del animal y todo eso, pensó que no le iba a dar
tiempo a llegar a Almarchal antes de que fuera de día. Y por lo
70
La tradición oral heredada por Francisco Castro
visto decidió enterrarlo allí mismo, cosa más fácil que en
cualquier otro sitio porque en el trampal estaba la tierra
mojada.
Después trazó una línea recta desde allí hasta Puerto Viejo
para llevar al burro y, cuando llegó allí, se volvió andando
hasta Tahivilla en línea recta. El asno se quedó en el monte y
más tarde lo encontraron mostrenco, sin saber de quién era.
El hombre, cuando llegó a Tahivilla, como no había
pasado allí la noche, cayó en sospecha y lo llevaron preso. No
sabemos el tiempo que estaría en la cárcel o quizás no fue ni él
quien vino a buscar el tesoro: podría haber sido un carcelero o
algún familiar de los carceleros, que son a los que él les podía
haber contado lo que había hecho.
Alrededor de los años treinta vino un hombre preguntando
por el Hoyo del Lobo y los nativos de aquí le dieron norte para
que fuera allí. El hombre, viendo que no encontraba el tesoro,
se sinceró con alguno con los que ya había tomado alguna
confianza y le dijo lo que él estaba buscando.
Por lo visto, el hombre ya se marchó y la gente estuvo
cavando por allí, haciendo hoyos, buscando, pero no
encontraron nada.
Y así se quedó la cosa del Hoyo del Lobo.
El rancho del tío Zapata
Había una leyenda que decía que en el rancho del tío
Zapata había un tesoro escondido, pero no se sabía dónde.
Eso lo contaba mi abuelo materno porque su padre era
vaquero de profesión, pero no de ganado propio sino a sueldo,
y estaba por aquí, por la Mesa de las Habas, por La Tirilla, por
toda la besana de la sierra.
Total, que él sabía aquello. Cuando era un crío fueron a
llevar un rebaño de vacas a invernar a Cañadahonda, donde
71
El cantor de leyendas
está el rancho del tío Zapata. Eso pertenece a Medina o a
Benalup, no lo sé bien. Dice que había allí un acebuchal
tremendo y él se metió por allí para buscar una vara buena
para hacerse un porro, un garrote. Y dice que encontró un pozo
ciego, que ya no había tal pozo porque sólo se veía un trozo
del anillo y el resto estaba totalmente cubierto de tierra. Pero
decía él, que se me pegó mucho al oído, que en esa parte que
se veía, pegados a la pared por fuera, había dos tallos de
higuera que le llamaron muchísimo la atención porque, como
estaban en una zona muy umbría, habían crecido para arriba
buscando el sol. Decía que eran finos, finos, para lo
larguísimos que eran. Le llamó mucho eso la atención y ahí se
quedó la cosa.
Este niño se hizo un hombre, se casó, dejó el ganado
vacuno porque le gustaba más la agricultura, y se vino a
Tahivilla a cultivar la tierra. Entonces la finca era propiedad
del Duque de Lerma, que arrendaba a un señor y ese señor
subarrendaba a vecinos de aquí o que vinieran de sitios
cercanos, subarrendaba y él cobraba sus rentas.
La casa de mi abuelo estaba justo al lado de la carretera
(ya no queda allí nada, es donde yo tengo ahora mi huerto).
Allí se practicaba muy bien aquello de dar posada al
peregrino: individuo que pasaba por la carretera, individuo que
llegaba allí a por agua, a por pan, buscando dónde pasar la
noche. Eso siempre, y yo he conocido a montones de gentes de
por aquí y de por ahí que pasaban por la carretera ambulantes.
Pues dicen que un hombre que pasaba por la carretera
llegó a lo de mi abuelo a pedir algo de comer y pidió que le
dejaran dormir donde no estorbara. Le dieron posada y por la
mañana se levantó y se puso a hacer tareas del campo. Era una
época de mucho trabajo y cayó muy bien que ayudara a las
mujeres y se quedó varios días ahí. El hombre tomó cierta
confianza y dijo para dónde iba, que era Cañadahonda y el
rancho del tío Zapata, y le contó a mi abuelo todo lo que sabía:
72
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Decía él que el hijo de un presidiario vino también por
aquí buscando el rancho del tío Zapata, donde había un pozo, y
que quizás en ese pozo estuviera el dinero porque a lo mejor el
que lo había robado lo había echado allí para que no dieran
con el botín.
Entonces mi abuelo recordó: “Ah, mira, Cañadahonda, y
allí había un pozo que me llamó mucho la atención con
aquellos dos tallos de higuera”.
No le dijo al hombre nada, pero yo sí que le dije:
-Bueno, con esas señas usted iría allí, abuelo.
-Claro que sí. Fui con mi hermano Antonio, pero en treinta
y tantos años que hacía que yo había estado allí, de zagal,
aquello no era el mismo terreno. El acebuchal que había
cuando yo estuve de niño se había perdido por completo y, sin
embargo, habían crecido una cantidad de acebuches jóvenes
carrasqueños que no había manera de orientarse ni saber nada
de nada, ni pozo ni quedaron restos de la higuera ni nada. Allí
estuvimos dando muchísimas vueltas y nos volvimos y no
encontramos nada.
Y esto es lo que yo sé.
Cuando estuvo allí mi abuelo siendo casi un niño,
contaban que había venido un hombre buscando el rancho del
tío Zapata y el pozo. Entonces sí estaba allí el rancho y estaba
habitado.
El hombre estuvo allí unos días y una noche cuando vino a
recogerse venía empapado en agua hasta los huesos, cogió una
pulmonía, se lo llevaron al hospital y se murió.
Echándole imaginación a la cosa, mi abuelo mismo decía:
-¿Quién sabe si el hombre sabía que el tesoro estaba en el
pozo y el pozo no estaba todavía ciego y el hombre se
zambulló allí a ver si podía coger algo?
Ah, otro detalle: dicen que cuando se murió, mientras vino
la curia le registraron el bolsillo y tenía unas moneditas de oro.
73
El cantor de leyendas
Árabes que venían buscando tesoros
Venían árabes de vez en cuando preguntando por la piedra
tal, por el árbol tal, traían una especie de croquis, y decían que
venían buscando dinero que habían dejado enterrado por aquí.
Y dejaban una cosa para señal, pero con el tiempo la señal se
había perdido. Si era una piedra, no, pero los árboles,
generalmente, han volado todos; habrá otro nuevo.
Yo he oído contar que cuando expulsaron a los moriscos,
aquí en Tarifa vinieron a embarcar muchísimos, pero no había
barcos y estuvieron por aquí muchísimo tiempo vagando por
aquí.
Y, claro, como a esta gente como le quitaban también todo
lo que tenían, lo que hacían era esconderlo donde podían. Y es
posible que esta gente que venía buscando tesoros fueran de
los que dejaron los moriscos.
De eso puede hacer 30 o 40 años o quizás un poco más.
Uno venía buscando la Cuesta del carpintero y buscaba un
lentisco, pero un lentisco es una señal muy mala, es un arbusto
y no sé el tiempo que puede durar.
Yo tampoco le hacía mucho caso, pero traía unos
papelillos, una especie de croquis de la planta o de la piedra.
Hablaba un poco de español.
Naciendo durante la invasión francesa5
La bisabuela de mi abuela vivía con su familia en un lugar
que se llama Los Algarves (todavía en los tiempos de mi
5
Esta historia, valioso testimonio sobre la época de la invasión francesa,
también aparece, aunque con más detalles, en Abriendo surcos, un libro que
los hijos de Francisco Castro editaron con los poemas y relatos de su padre
en una edición de distribución familiar. Hemos preferido publicar la versión
oral, más breve pero más fiel a los objetivos de este libro.
74
La tradición oral heredada por Francisco Castro
abuela ellos tenían una huerta en común allí). Allí vivían ellos
cuando los franceses entraron, más o menos cuando el sitio de
Tarifa. Allí tenían ellos a una hija, la mayor, que estaba
embarazada, pero en muy avanzado estado de gestación.
Estaban todos asustaditos perdidos porque se contaba, y
no era tampoco incierto, que los franceses llegaban a las casas,
robaban lo que podían y se comían lo que hubiera y si podían
abusar de alguna mujer lo hacían también.
Se habían ido de su casa porque sabían que los franceses
estaban por allí y vivían en unas cuevas que debían de ser las
cuevas de Los Algarbes que hoy conocemos. Me contaba mi
abuela que allí, con unos corchos grandes, con unas cortezas
de alcornoque, habían simulado las puertas para que no los
vieran.
Pero resulta que la mujer se puso de parto y no tuvieron
más remedio que venirse a su casa. Se vinieron desde la cueva
a su casa y lo prepararon todo para recibir a lo que viniera (al
niño que iba a nacer). Estando allí, la misma noche que
estaban esperando el parto de esta señora, escucharon unos
ruidos que no les gustaron porque los hombres estaban en
guardia porque no se fiaban. Y eran los franceses, porque ese
ruido que ellos oían y que no atinaban a saber qué era, no era
otra cosa que el arrastrar de los sables por el camino.
Lo primero que hicieron los dos hombres fue coger unos
escopetones de esos viejos que se cargaban por la boca y
disponerse a defenderse. La vieja les arrebató las armas de las
manos, las escondió detrás de la puerta (que era donde
estaban) y les hizo subirse a un moral y les dijo:
-No os bajéis de ahí hasta que yo os lo ordene.
Y se dispuso a recibir a los franceses porque ya estaban
encima, se habían desviado del camino e iban por el caminillo
que iba a la casa de los hortelanos.
Entraron. Ella ya tenía su gallina preparada para el
puchero para sus hijas y los franceses se comieron la gallina,
terminaron de comer con queso y unas frutas que les ofreció
75
El cantor de leyendas
ella y, cuando terminaron, se marcharon diciéndole que
anduviera con mucho cuidado porque si venían otros a los
mejor no eran tan comedidos y no se portaban tan bien con
ellas
Y se marcharon. Cuando los franceses se marcharon, entró
la mujer en la alcoba donde estaba la hija dando a luz, ya había
dado a luz; mordiendo la almohada había nacido una niña a la
que pusieron por nombre Leonor.
Cuando vieron que los franceses ya se habían ido, los
hombres de bajaron del moral, sintieron el lloro de la niña y
así quedó la cosa
La bisabuela de mi abuela nació, decía mi abuela, en
medio de los franceses
Encuentros con serpientes
Siempre se ha contado que las serpientes venían, le
mamaban a la mujer, le metían el rabo al niño en la boca y el
niño se quedaba sin mamar.
Pero ocurrió que una serpiente tenía que pasar por la
techumbre interior de la choza. Entonces, como se encendían
candelas y luces de petróleo (una especie de candil que
llamaban “perico” y que era una lata con una torcida), se
echaba muchísimo humo. Las chozas en las que se encendía
eso estaban todas negras por lo alto, por el techo de dentro.
Dicen que la culebra tuvo que andar por el techo para venir a
parar a la cama, y más de una vez la madre encontró que el
niño tenía la boca tiznada del rabo del reptil. Ya pusieron
cuidado y consiguieron descubrirla.
Yo sé también una cosa que me habló un soldado que no era
de aquí, que hablaba de un vaquero que había criado desde
chica una serpiente a la que pusieron Sancha. La culebra le
76
La tradición oral heredada por Francisco Castro
mamaba a las vacas y tenían que estar con mucho cuidado
porque dejaba a los becerros sin mamar.
Pero la Sancha se empicó también en tomar la leche de una
mujer y la descubrieron, pero se escapó. Y me dijo a mí el
muchacho que la culebra la quiso matar el vaquero, pero se
escapó y luego vino ella y mató al vaquero, lo ahorcó, lo
ahogó.
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El cantor de leyendas
78
La tradición oral heredada por Francisco Castro
CUENTOS DE COSTUMBRES
El zurrón que cantaba
Dibujos de Gloria García de la Cuadra (6 años)
Había una vez una niña que todos los días tenía que ir por,
con un cántaro apropiado a sus fuerzas, a una fuente que
estaba algo lejos de su casa.
Por su cumpleaños, su
padrino le había regalado un
anillito de oro con el que estaba
muy contenta. Un día, cuando
fue a por el agua, tuvo la
necesidad de lavarse las manos
en la fuente y, temerosa de que
se le pudiera caer su anillito, se
lo quitó y lo puso sobre una
piedra junto al brocal de la
fuente.
Después de lavarse las
manos, llenó su cántaro y se fue
distraída, dejándose allí el
anillo.
79
El cantor de leyendas
Por el camino se dio cuenta de su olvido, pero como
estaba cerca de su casa decidió llevar el agua y volver
corriendo a la fuente. Cuando llegó se encontró que en ella
había un mendigo que tenía con gran zurrón en el suelo, pero
no vio su anillito donde ella lo había dejado, así que preguntó
al hombre si lo había visto. El hombre le dijo:
-Sí, ahí está, en mi zurrón.
Cógelo.
La niña se agachó a cogerlo
pero como el zurrón era muy
grande para llegar al fondo tuvo
que meter casi todo su cuerpo. El
mendigo aprovechó este momento
para empujarla y hacerla entrar en
el zurrón, cerrándolo rápidamente.
Se lo echó a cuestas y abandonó
aquellos parajes más que de prisa.
Cuando echaron de menos a
la niña, por más que la buscaron no hallaron ni rastro.
El malvado mendigo, cuando estuvo a muchas leguas de
allí, le dijo a la niña sin sacarla del zurrón:
-No pienses que yo voy a trabajar para mantenerte, serás
tú la que me tendrás que mantener a mí.
Y siguiendo un plan que ya había pensado, le preguntó si
sabía cantar. La niña le contestó que sí pero que no tenía ganas
y el mendigo le dijo que tendría que hacerlo cuando le dijera
lo siguiente:
-¡Zurrón, canta, si no te doy con esta lanza en la panza!
La niña le dijo:
-Pero es que no sé qué voy a cantar.
-Pues piénsatelo porque en cuanto lleguemos adonde haya
gente y yo te lo pida tendrás que hacerlo, y si no te haré mucho
daño. Venga, vamos a ensayar: ¡Zurrón, canta, si no te doy con
esta lanza en la panza!
A la niña, muerta de miedo, se le ocurrió cantar:
80
La tradición oral heredada por Francisco Castro
En un zurrón voy metida
y en el zurrón moriré
por un anillo de oro
que en la fuente me dejé.
Lo hizo con una voz tan bonita y con tanta armonía que el
mendigo quedó maravillado y le dijo que siempre que él se lo
pidiera lo hiciera así.
Se fue a un pueblo donde había feria y donde quiera que
había un corrillo de gente, él colocaba su zurrón en el suelo
amenazándolo con una especie de jabalina que por su punta
afilada le servía para defenderse y por la otra se apoyaba en el
suelo. Y decía:
-¡Zurrón, canta, si no te
doy con esta lanza en la
panza!
La niña entonaba su
canto, el hombre pasaba su
sombrero y siempre recogía
algunas monedas.
Una de estas veces acertó
a pasar junto al corrillo un
niño, hijo de un vendedor
ambulante, que era de la
misma aldea que la chiquilla
y que se desplazaba con su
carro vendiendo baratijas por
pueblos bastante lejanos. El niño reconoció en seguida la voz
de su vecina y, muy sorprendido, se acercó al corrillo. El
hombre hizo cantar a su zurrón dos o tres veces, pasó su
sombrero y, cuando recogió algunas monedas, se echó a la
espalda su zurrón y se acercó a una taberna cercana para echar
un trago, porque le gustaba mucho beber vino.
81
El cantor de leyendas
El niño fue corriendo y le contó a su padre lo que había
visto, el hombre lo contó a dos amigos suyos y se fueron los
tres y el niño para la taberna donde esta el mendigo, y le
dijeron:
-Nos han dicho que tiene usted un zurrón que canta muy
bien. Dígale que lo haga y le daremos unas monedas.
El mendigo tomó una actitud amenazante y dijo la
consabida frase, pero la niña estaba llorando en silencio y no
podía cantar. Entonces el mendigo hizo ademán de clavar la
lanza, pero el padre del niño le detuvo el brazo, entre los tres
lo redujeron, lo ataron de pies y manos y lo entregaron a la
policía.
Sacaron a la niña del zurrón y la llevaron a su casa los
vendedores vecinos. Los niñse hicieron muy amigos y cuando
fueron mayores se hicieron novios, se casaron y fueron muy
felices.
Y con un cesto de pan y pimientos y rabanillos tuertos
termina este cuento.
Dos pájaros de un tiro
Esto era un señor muy adinerado que tenía una hija muy
virtuosa, pulcra, hacendosa y muy diligente, pero que, debido
a su físico poco atractivo, no le salía novio.
Como se iba haciendo mayor, su padre decidió abrir una
especie de concurso entre todos los jóvenes de aquella
comarca con la única condición de que los participantes fueran
honrados y trabajadores. Se casaría con ella el que le dijera
una adivinanza que la joven no pudiera acertar.
Había un muchacho que reunía con creces los requisitos
exigidos y decidió presentarse, pero tenía un inconveniente,
que no sabía adivinanzas. “Bueno –se dijo-, ya se me ocurrirá
algo por el camino”.
82
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Se visitó con sus mejores trapitos y se puso en camino. Un
amigo suyo que lo vio salir le preguntó:
-¿A dónde vas tan maqueado?
-A ver si puedo matar dos pájaros de un tiro.
-¿Y la escopeta?
Nuestro hombre se encogió de hombros y siguió su
camino.
No había andado mucho cuando vio a un cuco que se
estaba apareando con su hembra y se dijo: “Cuco sobre cuco”
y guardó esto en su memoria.
Siguió su camino y más adelante vio una oveja que había
perdido a su cordero y balaba desesperada: beee, beee; y él
guardó esto en su memoria.
Más adelante se encontró un saco que habría perdido
algún arriero y dentro había una horma de las que usan los
zapateros, así que dijo: “Horma en saco”.
Más adelante, había cerca del camino una casa de
labranza, y el agricultor estaba cortando una bancada al pajar
con un gancho de madera que se llama garabato. Dijo nuestro
caminante: “Garabato en pallaré”.
Siguió su camino y, entrando al pueblo, vivía una pobre
mujer que tenía una casa tan pequeña que sólo podía tener
dentro su cama y una mesa pequeñita para sentarse a comer,
por lo que tenía que cocinar en la calle. Y estaba friendo
pescado.
Nuestro caminante escuchó el chichiricheo que hace el
aceite al freir y dijo él: “Chichirichaco”.
Y en lo poco que le quedaba de camino trató de hilvanar
su adivinanza. Y cuando le tocó pasar por delante de la
muchacha le soltó su retahíla, que decía así:
Cuco sobre cuco,
sobre cuco be,
horma en saco,
garabato en pallaré
83
El cantor de leyendas
y al entrar por el pueblo
chichirichaco.
Como era natural, la mujer no pudo responder nada y
mucho menos acertar nada, por lo que el jurado encargado del
caso declaró que aquel joven era el que debía casarse con la
hija del rico hacendado.
Se formalizó el compromiso y, mientras hacían los
preparativos de la boda, el elegido volvió a su casa para
prepararla y recibir a su flamante esposa.
Cuando llegaba se encontró con el amigo que lo vio partir
y, al verlo llegar con las manos vacías, le dijo:
-Conque tú eras el que iba a matar dos pájaros de un tiro y
no traes ni una cogujada.
-Pues te equivocas. Incluso creo que he matado más de
dos y más de tres. He sacado de la soltería a una mujer
honrada y buena persona que va a ser mi esposa para toda la
vida, he remediado mi problema económico, que con la racha
de malas cosechas que llevamos estaba por los suelos, y le voy
a regalar a una pobre mujer que vive en una casa poco más
grande que un cajón una casa digna para que pueda freír
pescado dentro de una cocina. Conque mira si he matado
pájaros.
Y con esto y un cesto con pan y pimiento se acaba este
cuento.
Los del Tajo de Ronda
Eran tres hermanos que vivía en la serranía malagueña.
Los dos mayores tenían más malas ideas que un jabalí cogido
en un cepo, eran perversos y malintencionados, en fin, malos,
malos, malos. El menor, en cambio, era un verdadero santo, se
84
La tradición oral heredada por Francisco Castro
desvivía por hacer favores y siempre estaba dispuesto a ayudar
a todo el mundo. Y por esto sus hermanos le decían “el tonto”.
Una vez, los mayores idearon ir a la feria de Ronda y el
pequeño quiso ir con ellos, pero no se lo permitían.
-¿Dónde vas a ir tú, so tonto, a dejarnos en ridículo y que
la gente se ría de ti?
Los mayores, viendo que no lo podían convencer,
intentaron deshacerse de él como fuera, así que idearon tirarlo
por el Tajo de Ronda.
Y así lo hicieron. Se acercaron al borde de aquel profundo
barranco y en un descuido le dieron un empujón y se fueron
corriendo para que no los vieran.
Tuvo nuestro amigo la suerte de que pocos metros más
abajo de donde lo tiraron había un saliente donde el viento
había acumulado tierra y habían arraigado algunas plantas, y
no se hizo mucho daño.
Como para arriba no era posible subir porque era una
pared lisa y vertical, buscó salida hacia abajo, saltando de peña
en peña, de árbol en árbol, y descolgándose agarrado a las
jaras hasta que llegó al llano.
Allí se encontró con un hombre que estaba guardando una
piara de cabras. Al verlo tan magullado, le lavó los rasguños
en un arroyo y, como el muchacho dijo que no tenía prisa por
irse, el hombre le pidió que se quedara un rato con las cabras,
porque él tenía que ir a su casa a ver a su mujer que se había
quedado indispuesta.
El hombre no volvió hasta muy tarde, por lo que invitó a
nuestro amigo a dormir en su casa y le pidió que se quedara
unos días para ayudarle, cosa que él aceptó encantado, y se
comprometió a estar con las cabras hasta que su mujer
mejorara.
En uno de esos días, sus hermanos volvían de la feria de
Ronda y vieron desde lejos las cabras y les pareció conocer al
cabrero.
-¡Pero si es el tonto!
85
El cantor de leyendas
Se acercaron y le preguntaron:
-Tonto, ¿tú qué haces aquí? ¿No te habías caído por el
Tajo de Ronda?
-Sí –contestó él-, pero aquí estoy.
-¿Y cómo pudiste bajar?
-Pues miren, saltando de piedra en piedra y de risco en
risco.
-¿Y estas cabras?
-Son mías.
-¿Tuyas? ¿Y cómo las has conseguido?
-Pues bajando, cada salto y cada brinco, una cabra y un
cabrito, cada brinco, una cabra y un cabrito.
Los malvados se miraron codiciosos y pensaron: “Con una
manada de cabras como esta nos podemos buscar la vida”. Y
sin decir palabra se volvieron para Ronda, subieron a lo más
alto del Tajo, se agarraron de la mano y ¡catapún! se arrojaron
al vacío. Nunca más se supo de ellos.
Nuestro amigo se quedó en casa del cabrero hasta que
mejoró su mujer y ambos lo miraban como a un hijo por su
bondad. Los dueños de las cabras tenían a una hija, más o
menos de la misma edad de nuestro amigo, que era muy
atractiva y primorosa. Se enamoraron, se casaron y se fueron a
vivir a su casita de la serranía, quedándose como dueños y
señores de la misma.
Y con un cesto de pan y pimientos y rabanillos tuertos
termina este cuento.
La mujer testaruda
Una mujer era tan testaruda que siempre estaba dándole la
contra al marido, que no podía con ella por nada del mundo.
Un día empezó a decirle:
-¡Piojoso, piojoso, piojoso!
86
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Y él, ya desesperado, la cogió y la tiró al río. Y cuando ya
iba ahogándose con el agua al cuello, ella seguía diciendo:
-¡Piojoso, piojoso, piojoso!
Y cuando ya le llegaba el agua a la misma boca, que no
podía decir nada, entonces sacó los brazos del agua y hacía el
ademán de matar los piojos con los dedos.
Pico que pico
Era un hombre que tenía muchos hijos y vivía de su
trabajo en una cantera picando la piedra. El matrimonio estaba
tan apurado que el hombre siempre iba canturreando:
-Pico que pico, pico que pico,
el que nace pa pobre nunca será rico.
Todos los días, camino a la cantera y de la cantera a su
casa e incluso trabajando, siempre estaba con la misma
cancioncilla entre manos.
Tenían unos compadres que, por pura caridad, les habían
bautizado a varios de sus niños. Eran gentes que estaban bien
de dinero y siempre que podían les ayudaban algo, pero tenía
que ser con mucho tacto por no herir a la familia en su amor
propio.
Un día estaban comentando los compadres:
-Hay que ver, el compadre, tan buena persona y tan formal
que es, tan correcto, y el pobre no levanta cabeza, siempre está
igual, no gana para nada en esa cantera. Y lo peor es que,
como no sabe hacer otra cosa, no sé cómo podemos ayudarle.
Pensando, pensando, idearon:
-Pues, ¿sabes lo que vamos a hacer? Que en el próximo
amasijo que hagamos le vamos a preparar una torta y le vamos
a meter unas monedas de oro, que de algo le servirán; así
puede que se remedien un poco.
87
El cantor de leyendas
Prepararon la torta, que consistía en una telera de pan que,
una vez cortada y amasada, se arreglaba aparte con mucho
aceite o con manteca de cerdo y miel; luego se le hacían unos
dibujitos por encima, se le espolvoreaba azúcar, se metía en el
horno y aquello era algo exquisito.
Pues bien, hicieron su torta, le metieron sus monedas y
cuando estuvo en condiciones la llevaron a casa del compadre.
Cuando el hombre regresó del trabajo, la mujer estaba loca de
contenta:
-Mira, mira la torta que nos han traído los compadres.
Efectivamente, la torta tenía una pinta que no veas. Y le
dice la mujer:
-¿Sabes que hoy he tenido que llevar al chico otra vez al
médico?
-¿Sí?
-Es que tiene diarreas y el médico dice que ha comido algo
que le ha caído mal, pero, vamos, que no tiene mucha
importancia.
-¿Y qué te ha llevado?
-No, no me ha cobrado nada, como siempre. Parece
mentira, las veces que ha atendido a los niños y nunca nos ha
cobrado ni una chica. Y nosotros somos tan pobres que nunca
hemos podido hacerle un regalo para demostrarle nuestro
agradecimiento.
-¿Sabes lo que podríamos hacer? Regalarle la torta.
-¿Y vamos a regalar la torta con lo que hubieran disfrutado
los niños con lo rica que debe estar?
-Es verdad, pero ¿cuándo nos va a llegar otra ocasión de
tener una cosa tan exquisita y tan presentable para podérsela
regalar a este señor?
Total, que decidieron regalarle la torta y la llevó la mujer
muy contenta al médico. Lo que no sabemos es si la torta se
partió en la mesa en familia o si la partió la criada en la cocina,
con lo que las monedas irían al bolsillo de su delantal. Lo que
sí es seguro es que al compadre no le llegaron.
88
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Pasaron días y comentaron los compadres otra vez:
-¡Hay que ver el compadre! Le metimos una buena ración
de monedas en la torta y no le hemos visto que se le haya
notado por ninguna parte, ni ella se ha comprado una hilacha
de nada ni él tampoco, ni calzado para los niños. Esto es
increíble. Sabe Dios las trampas que tendrían estos pobres.
Empezaron a pensar cómo podrían socorrerles y se les
ocurrió hacer una cajita de madera, llenarla de monedas y
ponerla en un puentecillo que salvaba el arroyo en el camino a
la cantera.
Aquel día, cuando el pobre se levantó, pensó: “¡Hay que
ver, Dios mío de mi alma, la de veces que he hecho este
camino! Llevo treinta y tantos años haciendo este camino de
mi casa a la cantera y de la cantera a mi casa. Parece mentira,
pero yo creo que soy capaz de hacerlo con los ojos cerrados.
¡Digo, como que lo voy a intentar!”
Con las mismas, el hombre se echó su porrilla al hombro y
salió caminando con los ojos cerrados, y así fue capaz de
llegar a la cantera. Y él dijo tan contento: “Sabía yo que lo
conseguía. Si es que esto me lo sé yo de memoria, vamos”.
Y lo mismo hizo al regreso. No sabemos si la caja fue
encontrada por el compadre rico o si la cogió alguno de los
pocos que pasaban por allí. Lo cierto es que tampoco llegó al
pobre hombre.
Viendo los compadres adinerados que no había manera de
que este hombre consiguiera un respiro económico, decidieron
dejarlo por imposible diciendo:
-Tiene mucha razón el compadre cuando dice: “Pico que
pico, el que nace pa pobre nunca llega a rico”.
Y con esto termina este cuento con pan y pimiento y
rabanillos tuertos.
89
El cantor de leyendas
Cagachitas
Dibujos de Pablo Méndez (7 años)
Era un leñador que vivía con su mujer y su hijo y que se
dedicaba a ir al monte a cortar cada día una carga de leña para
venderla en el pueblo. Iba su hijo con él y le ayudaba a cargar
el burro.
No ganaba mucho dinero. Le pagaban tan poco por la leña
que lo único que podía comprar eran unos kilos de harina para
elaborar su propio pan y también para hacer gachas, porque
comían muchas gachas. Al niño le gustaban tanto –porque no
había comido apenas otra cosa en su vida- que su madre,
cariñosamente, le decía “Cagachitas”.
Un día, estando en el monte, el niño se perdió de su padre
y por más que se buscaron no lograron encontrarse. El padre,
cuando vio que ya iba a cerrar la noche, pensó que a lo mejor
90
La tradición oral heredada por Francisco Castro
el niño se había a la casa y se marchó para allá. El niño no
estaba allí y su madre su puso muy triste.
Aquella noche allí no se acostó nadie, estuvieron toda la
noche con la luz encendida y en la candela pusieron una
cazuela con una porción de gachas para que estuvieran
calentitas cuando el niño regresara.
¿Qué le ocurrió mientras tanto a Cagachitas? Pues vamos
a ver: Cagachitas, cuando se hizo de noche, al no saber qué
hacer ni para dónde tirar, se subió en una piedra y desde allí
divisó a lo lejos una luz. Y pensó: “Me voy a dirigir allí. Puede
que incluso sea mi casa, pero si no lo fuera puede que la
familia que viva allí tal vez me ayude”. Y se encaminó hacia la
luz.
Estuvo andando, andando, andando, porque estaba muy
lejos, hasta que llegó a aquella luz, que no era una casa, sino
una hoguera, una candela que habían encendido tres hombres
que estaban sentados a su alrededor. Estaban debajo de un
árbol muy grueso y tenían un mulo atado a una rama.
Cagachitas se acercó todo lo que pudo entre las sombras hasta
que se subió al árbol. Desde allí pudo ver perfectamente que se
trataba de tres ladrones que estaban repartiéndose el dinero
que habían robado. Tenían dos sacos y el que hacía de jefe
sacaba unas monedas y decía:
-Esta pa ti, esta pa ti y dos pa mí. Esta pa ti, esta pa ti y
dos pa mí.
Cagachitas sintió deseos de tener aquel dinero pensando:
“Hay que ver, mi padre y yo todo el día trabajando y mi madre
en mi casa, la pobrecita, nunca tiene una perra gorda para
nada, y no podemos ni alimentarnos bien, ni vestir… Y estas
gentes, que son unos ladrones y unos canallas, mira todo el
dinero que han conseguido. ¿Cómo podría yo quitarle a estas
gentes el dinero? Pero, claro, ¿cómo voy a poder hacerlo si
ellos son tres hombres y yo sólo soy un gorgojo?”.
91
El cantor de leyendas
Pero como el jefe no paraba de decir: “Esta pa ti, esta pa ti
y dos pa mí”, a Cagachitas se le ocurrió decir, imitando una
voz de ultratumba:
-¿Y pa míiiiiiiiii no hay nadaaaaaa?
Los ladrones se llevaron tal cerote que salieron corriendo
y abandonaron el dinero, el mulo, la lumbre y todo. Se
retiraron monte abajo a doscientos y pico de metros y allí
empezaron a deliberar; pero como la noche estaba tan serena,
Cagachitas se estaba enterando de todo lo que decían. Había
dos que tenían más miedo y decían que allí tenía que haber un
fantasma o un alma en pena, algo raro, porque ellos habían
andado muchos kilómetros para retirarse de donde vivía la
gente. Entonces, ¿cómo era posible que hubiera aparecido
aquella voz tan rara que no era una voz humana? En fin, que
había dos que decían que ellos no iban hasta que no saliera el
sol y el otro, en cambio, parecía que tenía menos miedo y dijo:
-Yo me voy a acercar a ver qué es lo que hay allí.
El hombre se acercó con muchas precauciones,
ocultándose detrás de los arbustos, mirando…, pero como
Cagachitas se había enterado de todo, cogió dos tizones de la
lumbre, se retiró a un lado más oscuro y allí estuvo esperado a
que el hombre estuviera más cerca. Entonces se puso a brincar
y a mover en círculo los tizones, como haciendo
malabarismos, y empezó a decir con la misma voz de antes:
-¡Acéeeeercate, igüeñit a jugar con los espíritus y verás
cómo te va a costar la vida!
El ladrón cogió tal pánico que se fue con los otros dos y
dijo:
-Yo tampoco voy más. Cuando sea de día, entonces
veremos lo que hay allí. Como los fantasmas no se interesan
por el dinero, nadie se va a llevar nada.
Cagachitas pensó: “Esta es la mía”. Echó en el saco las
monedas que estaban en el suelo, los volvió a atar, los cargó
en el mulo y lo más de prisa que pudo se subió y se marchó.
Empezó a andar a rumbo perdido, sin saber dónde iba y vio
92
La tradición oral heredada por Francisco Castro
otra vez una luz; era una lucecilla más débil, pero era una luz.
Y pensó igual: “Me voy a dirigir allí porque es posible que sea
mi casa, pero si no lo es, alguien vivirá allí y me podrá
ayudar”.
Ya era por la madrugada, casi se señalaban en el
horizonte, por el este, las primeras luces del alba. Y él empezó
a reconocer el terreno: “Esta piedra, este árbol… ¡Hay que ver,
aquí es donde yo vivo, esta es mi casa!” efectivamente, llegó y
era la puerta de su casa, estaba abierta y la luz encendida, y su
madre lloraba diciendo:
-Pobrecito mi niño, ¿dónde estará mi Cagachitas, qué le
habrá ocurrido al pobrecito? Sabe Dios si alguna alimaña se lo
habrá comido.
En fin, la pobre madre hecha un mar de lágrimas y él ya
no pudo resistir más y le dijo desde la puerta:
-¡Mamá, no se preocupe, no llore, que estoy aquí, que no
me ha pasado nada!
Entró en la casa como una tromba, su madre le dio
muchísimos besos y abrazos y se pusieron los tres locos de
contentos. Su madre, inmediatamente, apartó la cazuela de la
candela y la puso en la mesa:
-Anda, hijo mío, come.
-No, espere, que antes de comer tengo que enseñarles una
sorpresa que les traigo.
Salieron los tres, les enseñó el mulo y se sorprendieron al
ver aquel mulo cargado con dos sacos a tercios. Y, claro,
Cagachitas se daba cuenta de que ellos no imaginaban el
verdadero alcance de aquella sorpresa.
-Acérquense al mulo y toquen los sacos.
Se acercaron y vieron que eran monedas. La sorpresa fue
mucho mayor. Descargaron los sacos, Cagachitas les explicó
todo lo que le había ocurrido, ocultaron los sacos lo mejor que
pudieron, le quitaron la albarda al mulo y lo dejaron que se
marchara. Al día siguiente, el padre fue al pueblo a llevar la
carga de leña que no había podido llevar la noche anterior,
93
El cantor de leyendas
compró una casita en el pueblo, abandonaron la choza triste y
mísera que tenían en el bosque y con aquel dinero vivieron
felices toda su vida y no tuvieron que coger más leña ni pasar
más malos ratos.
Y con esto termina este cuento, con pan y pimiento y
rabanillos tuertos.
94
La tradición oral heredada por Francisco Castro
El tonto y la princesa
Eran tres hermanos y uno de ellos era tonto. Por aquel
entonces, el rey echó a concurso la mano de su hija: se casaría
con la princesa el que le contestara a todas las preguntas que
ella hiciera.
Aquellos dos hombres decidieron ir y el tonto se empeñó
en que quería acompañarlos.
-Pero, tonto, ¿dónde vas a ir tú si tú eres tonto?
El tonto se empeñó y fue con ellos. Por el camino iba
haciendo las cosas de un tonto:
-¡Mira, mira, mira, me he encontrado un anzuelo!
Les enseñaba el anzuelo a los hermanos y ellos le decían:
-Déjate de tonterías. ¿Qué tiene de importancia un
anzuelo? Alguien lo habrá puesto ahí para cazar un avefría.
-Sí, pero yo me lo he encontrado.
-Bueno, está bien.
Dibujo de Mª Alejandra Pérez (5 años)
95
El cantor de leyendas
Y el tonto se guardó el anzuelo. Más adelante, se encontró
un nido que tenía dos huevecillos y también los cogió.
-¡Mira, mira, mira, me he encontrado un nido, mira, y
tiene dos huevos!
-¡Anda ya! ¿Qué tiene eso de particular?
-Pues que me los he encontrado yo.
Y se guardó también los dos huevecillos.
Llegaron al concurso. Iba pasando sobre todo gente noble,
de mucha categoría, pero ninguno contestaba a la princesa. La
princesa lo único que decía era:
-¿En el culo tengo un fuego?
Los hombres se quedaban perplejos y pensaban: “¿Qué le
contesto yo a esta señora?”
Pasaron también los dos hermanos y se quedaron igual,
que no sabían qué decir.
Al final le tocó al tonto. Pero al tonto, estando allí
esperando, le habían entrado unas ganas tremendas de dar de
cuerpo y, como no tenía dónde hacerlo, se quitó el sombrero,
lo hizo dentro y se lo volvió a poner otra vez. Llegó su turno,
entró y le dice la princesa:
-¿En el culo tengo un fuego?
Y él:
-Para freír estos huevos.
Y le enseñó los dos huevos. Y dice la princesa:
-¿Y para sacarlos?
-Con este anzuelo.
A ella, claro, le dio muchísimo coraje que aquel tío, que se
estaba viendo que era un tonto, hubiera sabido contestarle. Y
muy enfadada le dice:
-¡Mucha mierda para los caballeros!
Y él contesta:
-Aquí la traigo en el sombrero.
Y te puedes imaginar cómo terminó el cuento.
96
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Periquillo de Malas
Mi abuela me contó que Pedro estaba trabajando con un
señor guardándole unos cerdos.
Pasó por allí un marchante y le dijo que se los compraba y
se los vendió.
-Bueno, yo se los vendo a usted, pero tiene que dejarme
que les corte las orejas y el rabo.
-Bueno, de todas maneras, como son baratos, que les corte
lo que quiera.
Y Pedro les cortó las orejas y el rabo y los dejó allí en un
trampal, un sitio cenagoso donde los animales se quedaban
atascados y no podían salir. Allí fue plantando las orejas y los
rabos. Y cuando el marchante se había ido bien lejos fue Pedro
a decirle al amo:
-Mire usted que los cochinos se han metido en el trampal y
se han enterrado allí y ya no los veo, nada más que veo las
orejas y el rabo.
-Hombre, ¿qué me está diciendo? Eso no puede ser.
-¿Cómo que no puede ser? Venga usted y verá.
Va el hombre y se pone a querer sacar un cerdo hasta que
sacó la oreja. Sacaron dos o tres orejas y dijo el hombre:
-Eh, esto hay que dejarlo. Tenemos que ir a la casa a por
una zoleta y tenemos que cavar y sacarlos porque nos vamos a
quedar sin cochinos.
Mandó a Periquillo a por la zoleta y Perico, cuando llegó
allí, lo que hizo fue decirles a dos hijas que tenía el amo:
-Su padre ha dicho que se vengan conmigo.
-Mi padre no ha podido decir eso.
-¿Cómo que no lo ha dicho?
Que lo ha dicho, que no lo ha dicho, dice:
_Bueno, ustedes se ponen ahí y yo le voy a preguntar a su
padre.
Y sale Periquillo allí a un lugar altito y grita:
97
El cantor de leyendas
-Mi amo, ¿usted ha dicho una o las dos?
-¡Hombre, las dos, las dos, y no te entretengas!
Y se tuvieron que ir las dos muchachas con él.
La camisa de sal y vete
Era una señora que se la estaba dando al marido y tanto va
el cántaro a la fuente que se rompe. Un día llegó el marido y
estaba el amante en la casa. Ella lo escondió como pudo detrás
de una cortina y, sin saber qué hacer, sacó del armario una
camisa y empezó a decirle al marido:
-Siéntate, siéntate aquí, que te voy a enseñar una camisa
que te he comprado.
Y le ponía la camisa por delante para que no viera salir al
amante mientras le decía:
-Mira, mira, es una camisa de una vez, una camisa de ¡sal
y vete!
El amante entendió la cosa y salió ocultándose con la
camisa y se fue.
El tío Juan y el juez
Todos sabemos que en los pueblos a los hombres mayores
se les da el nombre de “tíos”: el tío Fulanito o el tío
Menganito. Bien, pues tenemos que decir que el señor que nos
ocupa, el tío Juan el malagueño, no era malagueño. Antes de
que las máquinas segadores, y luego las cosechadoras, llegaran
a estos campos, las faenas de siega las hacían mayormente
hombres que venían de la provincia de Málaga y que recibían
el gentilicio de “guareños” porque, en verdad, muchos venían
de allí, pero no todos, porque venían también de muchos
pueblos de aquella provincia. Hubo un tiempo en que venían
98
La tradición oral heredada por Francisco Castro
familias enteras: el matrimonio y todos sus hijos de ambos
sexos. Con una de estas familias venía una joven, muy guapa
por cierto, de la cual se enamoró nuestro personaje, que por
aquellos años no era el tío Juan, sino que era un joven apuesto
y lleno de vida.
La flecha de Cupido le penetró tan dentro de su corazón
que cuando se terminó la siega se marchó para Málaga detrás
de la igüeñit para no separarse jamás de su amada. No
registra esta historia si volvió a su tierra en temporadas
sucesivas, lo cierto es que enviudó algo mayor, sin hijos, y
entonces sí que regresó a su lugar de origen y sí traía ya el
mote de “malagueño” y cuando se hizo aún mayor, el tío Juan
el malagueño. Cuando empezó a no poder trabajar se hizo
recovero, se compró un caballo y, a lomos del mismo, portaba
de una aldea a otra los artículos que vendía: arroz, azúcar,
fideos, café… y algún que otro cuarterón de tabaco de
picadura proveniente de Gibraltar. Por la noche dormía en
donde esta le cogía y llevaba su caballo a que pastara durante
la noche en la finca de algún terrateniente, casi siempre a la
del señor Duque de Lerma.
Tenía fama el tío Juan de ser simpático, ocurrente, y de
encontrar siempre una salida airosa en situaciones
comprometidas. Hemos dicho que su caballo pastaba casi
siempre en la finca del señor Duque de Lerma. El guarda lo
sabía, pero, dada la simpatía del tío Juan y su estado de
pobreza, hacía la vista gorda. No faltó, sin embargo, un soplón
que le dijera al señor duque dónde pastaba el caballo del tío
Juan, por lo que el señor duque regañó al guarda y este se vio
obligado a denunciarlo. Consistía esto en que el guarda
denunciaba el caso al señor juez, este citaba al denunciado y,
tras comprobar que el hecho era cierto, le imponía una multa
por pastoreo abusivo, que se decía en aquellos tiempos y que
costaría unas tres pesetas.
Cuando el tío Juan el malagueño estuvo en presencia del
señor juez, este le hizo la pregunta de rigor:
99
El cantor de leyendas
-¿Es cierto que en la noche del día tal, su caballo estaba
pastando en la finca del señor duque?
Y esta fue la respuesta del tío Juan:
-No se extrañe usted, señor juez, dado que el señor duque
tiene tantos terrenos y yo no tengo ninguno.
-Bueno –dijo el juez. En ese caso, usted está obligado a
pagar una multa de tres pesetas.
-Pues eso es lo malo, señor juez –dijo el tío Juan-, que yo
no tengo ni una sola perra gorda, contri más tres pesetas.
El juez le miró y muy parsimoniosamente le dijo:
-Bueno, hombre, pero no me diga usted que no tiene aquí,
en Tarifa, a un amigo al que pedirle prestadas las tres pesetas y
usted se las devuelve en cuanto las tenga.
Respondió el tío Juan:
-¿Y pa qué más amigo que usted, señor juez? A usted se
las debo y en cuanto las tenga se las devuelvo.
Y tranquilamente se salió del despacho del juez. A este le
hizo tanta gracia la salida del tío Juan que lo dejó marcharse y
le perdonó la multa.
El campero y el hombre que buscaba un
burro (cuento escenificado)
Un hombre se ponía como que estaba escardando trigo
utilizando el garrote a modo de escardillo. En este momento se
le acercaba otro hombre por detrás y le saludaba diciendo:
-Buenos días, amigo.
-Venga usted con Dios –dijo el campero. ¿En qué le puedo
servir?
El recién llegado dijo:
-Pues mire usted, hombre, es que resulta que se me ha
extraviado un borriquillo y no lo encuentro por ninguna parte,
y al verlo a usted aquí, dije: “Puñetas, po…”
100
La tradición oral heredada por Francisco Castro
-¡Cómo que puñetas po! ¿No me habrá confundido usted a
mí con el burro?
-No, hombre, no, por Dios, de ninguna manera. Mire
usted: lo que pasa es que al verlo a usted aquí, digo: “Ahora
me voy a acercar a ver si esta bella persona por casualidad
hubiera visto a mi borrico”.
Y dice el campero:
-¿Su borrico es platero?
-Sí señor, platero es, platero.
-¿Y está cojo de la pata trasera izquierda?
-Sí señor, sí, sí, sí, está cojo de la pata trasera izquierda.
-¿Y le falta la herradura de la pata delantera derecha?
-Sí señor, le falta la herradura de la pata delantera derecha.
-¡Y capao!
-Sí señor, capao. Me cago en la mar, qué alegría, hombre.
Ojú, qué buena cosa he hecho yo con acercarme aquí a
preguntarle a usted. ¿Dónde está mi borrico, dónde lo ha visto
usted?
Y dice el campero muy serio:
-No señor, yo no lo he visto.
Y el otro hombre, un poco perplejo, dice:
-¿Que no lo ha visto? Pero, hombre, cómo me puede usted
a mí decir que usted no ha visto a mi borrico si usted sabe dar
señas de mi borrico mejor que yo.
-Pues nada, pues no lo he visto.
-Que no lo ha visto, ¿verdad? Pues, ¿sabe usted lo que le
digo? Que usted ha sido el que me ha robado a mí el borrico y
lo tendrá escondido por ahí para venderlo cuando llegue la
feria, pero a usted le va a salir la calera cruda porque, ¿sabe lo
que voy a hacer yo? Contárselo al señor juez.
Efectivamente, el hombre se fue y le contó al juez la
papeleta. Cita el juez a los dos, los llamó a careo y le dice al
campero:
-Vamos a ver, ¿es cierto que el día tal a tal hora usted
estaba escardando un trigo que tiene sembrado y llegó este
101
El cantor de leyendas
hombre preguntándole a usted por un borrico que se le había
perdido?
-Sí señor, es cierto, señor juez.
-¿Y es cierto que usted, después de darle todas las señas
del borrico, le dijo que no lo había visto?
-Sí señor, se lo dije porque yo no lo he visto, yo no he
visto borrico ninguno.
-Pues, amigo –dijo el juez-, usted tiene una papeleta un
poquito seria delante de la ley porque vamos a ver cómo me
explica usted que conoce todas las señas de un animal sin
haberlo visto. Está usted en una situación bastante
comprometida.
El campero, el pobre, ya un poquito asustado, dice:
-Párese usted, señor juez, párese usted, que yo se lo voy a
explicar. Mire usted, el borrico de este señor ha estado en mi
trigo, de eso no cabe ninguna duda; por cierto, me ha hecho
cierto daño que vamos a ver quién me lo va a pagar a mí,
porque yo no había dicho nada, pero ya que las cosas se
complican, el borrico me ha hecho a mí un daño y alguien me
lo tendrá que pagar; pero bueno, vamos a lo que vamos: yo sé
que el borrico de este señor es platero porque, como le digo, el
borrico ha estado en mi trigo y se ha revolcado por lo menos
tres veces y los pelos que se han quedado pegados en el suelo
donde el borrico se ha revolcado son blancos, de manera que
eso me dice a mí con toda claridad que el borrico es platero,
¿sabe usted, señor juez? El borrico es platero. Y yo sé que el
borrico está cojo de la pata trasera izquierda porque por allí
por donde ha pasado, en el suelo no quedan más que las
huellas de las otras tres patas, por lo tanto, esa, si no la asienta
el borrico en el suelo, es porque está coja de la misma. Y digo
que le falta la herradura de la pata delantera derecha porque
allí donde ha puesto la pata, la huella que deja no es de una
herradura sino de un casco roto, que se lo rompería el animal
cuando se arrancó la herradura en algún alcance que se daría al
102
La tradición oral heredada por Francisco Castro
pasar algún arroyo cargado de carbón, porque este señor se
dedica a cargar carbón en el borrico.
-Bueno –dijo el juez-, la verdad es que me va usted
convenciendo, pero le queda una prueba bastante difícil de
superar, porque vamos a ver cómo me puede usted explicar
que sabe usted que un determinado burro está capado sin
haberlo visto. No me irá usted a decir que deduce que sabe que
está capado porque no ha visto en su trigo el arrastradero de
los “cascabeles” del borrico, vamos.
-No, no es por eso, señor juez, yo se lo voy a explicar.
Mire usted: en medio de mi trigo hay un trampal. ¿Usted sabe
lo que es un trampal? Un trampal es un manantial de poca
importancia, que no consigue sacar a flor de tierra un chorro
de agua, pero sí consigue tener un rodal de terreno más o
menos grande completamente chorreando todo el invierno; allí
el trigo no prospera, no se cría, pero las malas hierbas que son
hijas de la tierra crecen allí a sus anchas. Pues bien, yo, para
aprovechar la hierba del trampal, amarro en él a mi borrica:
cojo una cuerda y mido el diámetro del trampal, luego doblo la
cuerda a la mitad, pongo ese doblez en el centro del trampal y
allí hinco una estaca, amarro la cuerda a la estaca y en el
extremo amarro a mi borrica; entonces, mi borrica da todas las
vueltas que quiera por el trampal pero no se puede colar en el
trigo porque la cuerda no se lo permite, ¿eh? Se lo estoy
explicando a usted para que me entienda. Bueno, pues le digo:
el borrico de este señor ha estado dando vueltas por alrededor
del trampal, que están las huellas allí, pero no ha llegado a
donde está mi borrica, entonces eso me dice a mí con toda
claridad que el borrico de este señor está capado, ¿sabe usted,
señor juez? Porque, vamos, ¡buenos son los borricos en esta
materia, señor juez!
El juez se quedó bastante pensativo y parece que, mirando
al campero con cierto respeto, dijo:
103
El cantor de leyendas
-Hombre, la verdad es que lo que usted me está diciendo
me está convenciendo y, además, es un verdadero ejercicio de
filosofía. Bien, pues márchese usted sin ningún cargo.
Al otro hombre le dijo:
-Siga usted buscando su borrico y no se descuide porque
ya ve usted que este hombre se ha sentido perjudicado y ni
siquiera va a cobrarle el daño que el burro hizo. Váyase usted.
El campero se fue sin ningún cargo, el otro hombre se fue
para seguir buscando su borrico y aquí termina este juego que
se llamaba “el campero y el hombre que buscaba un burro”.
La familia beata
Había una familia muy beata y todos los días formaban
una retahíla muy grande para comer, pero comían muy poco,
no sé si es que eran muy miserables o qué. Y decían:
-Jesús, María y José, vamos a comer.
Pero inmediatamente remataban:
-Ya se ha comido gracias a Dios, se quita la mesa, bendito
sea Dios.
Y tenían un sirviente que un día se hartó y dijo:
-Ni aquí se ha comido ni gracias a Dios ni se quita la mesa
ni bendito sea Dios.
La piedra de batir
La mujer de un zapatero tenía cierto trato con un cura.
Había una niña de una vecina que la tenían enterada de lo que
tenía que hacer y pasaba todos los días por la ventana de la
mujer del zapatero y la avisaba:
Baila que baila,
104
La tradición oral heredada por Francisco Castro
siempre bailando,
me ha dicho el padre
que te está esperando.
Y la mujer le contestaba:
Tarará. tarará, tarará,
dile que ya voy p’allá,
que estoy en la cocina
terminando de fregar.
Y ya se iba inmediatamente a hablar con el cura de las
cosas de la Religión. El zapatero tenía una piedra de batir que
se ponía en el muslo para batir las suelas de los zapatos.
Cuando la mujer venía a la zapatería, tenían la costumbre de
sentarse encima de la piedra de batir, y decía:
-Ay, qué fresquita está, qué cosa más buena con el calor
que traigo.
El marido, entre eso y la pista que fue cogiendo de los
cantares, se enteró muy bien de lo que había y un día cogió la
piedra y la calentó con ascuas y cenizas antes de que llegara su
mujer, la limpió muy bien y la puso donde su mujer solía
sentarse. La pobrecita se sentó en la piedra y se chamuscó
todas las piernas y todo. Y al rato pasó la niña de la vecina:
Baila que baila,
siempre bailando,
me ha dicho el padre
que te está esperando.
Y la mujer ya no pudo decir tarará y le salió tirirí:
Tirirí tirirí tirirí,
dile que no puedo ir
porque me he quemado el igü
con la piedra de batir.
105
El cantor de leyendas
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
CUENTOS DE ANIMALES
La pipitica
Dibujos de Claudia Pérez (4 años)
Era una pipitica que
hizo su nido, puso tres
huevecitos y le salieron
tres pollitos. Ella iba
todos los días a la besana
a coger unos gusanos
minúsculos para dárselos
a sus pajaritos.
Cuando llevaba el
gusanito para su nido,
venía un poco cansada y
se posó en un peral por el
camino para descansar. Se
descuidó un poco y se le
cayó el gusanito en una
oquedad que tenía el peral. Intentó sacarlo, no pudo de
ninguna manera y se fue en busca del hortelano.
107
El cantor de leyendas
-Señor hortelano, se me ha caído un gusanito en la
oquedad del peral. ¿Por qué no corta usted el peral, que yo mi
gusanito quiero sacar?
El señor hortelano no le hizo caso y entonces se fue en
busca del señor alcalde y le contó su papeleta.
-Mire usted, señor alcalde, ríñale usted al hortelano, que el
hortelano no ha querido cortal el peral y yo mi gusanito quiero
sacar.
El alcalde no le hizo caso y entonces la pipitica se fue a
buscar al señor gobernador y le contó lo que había pasado:
-Mire usted, señor gobernador, regáñele usted al señor
alcalde, que no ha querido reñir al hortelano, que no ha
querido cortar el peral y yo mi gusanito lo quiero sacar.
El señor gobernador tampoco le hizo caso y entonces se
fue a buscar al rey y le dijo:
-Majestad, ríñale usted al señor gobernador, que no ha
querido reñir al señor alcalde, que no ha querido reñir al
hortelano, que no ha querido cortar el peral y yo mi gusanito lo
quiero sacar.
Pero tampoco el rey le hizo caso. Entonces se fue e intentó
sacar de nuevo el gusanito y viendo que no lo podía conseguir
se posó en una ramita del peral
y
se
puso
a
llorar
amargamente, tanto que una de
sus lágrimas cayó sobre un
ratoncillo que estaba abajo, en
medio de la hojarasca. Y dijo
el ratón:
-¿Cómo es posible que
haya llovido si está el cielo
totalmente despejado?
Y miró hacia arriba y vio
que estaba allí la pipitica
llorando. Le preguntó que qué
le pasaba y se lo contó.
108
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Entonces, el ratón, que era aficionado a la música y tenía una
guitarra hecha con una cáscara de almendra, se puso a
cantarle, y le cantó:
“Si tienes algún problema,
no vayas al poderoso,
que el poderoso no escucha
lo que es del menesteroso”.
La pipitica dejó de llorar y el ratón la ayudó, hizo un
agujero cerca del tronco del peral, excavó y encontró bajo
tierra dónde empezaba la oquedad, y allí estaba el gusanito. Se
lo entregó a la pipitica, que muy contenta se lo llevó a su nido
y lo repartió entre sus pollitos.
Y con esto termina este cuento, con pan y pimiento y
rabanillos tuertos, como decía mi abuela.
109
El cantor de leyendas
Pico Rojo y Mala Uva
Picorrojo era una cigüeña bonachona y desgarbada que
tenía su nido en lo más alto de la copa de un chaparro. Más
abajo, entre las raíces del mismo tenía su madriguera una zorra
que era muy mal encarada y que todos conocían como
Malaúva. En el tronco del árbol había una oquedad, agujero
donde tenía su nido un anciano búho.
Aunque la cigüeña y la zorra se trataban de comadres, no
se llevaban nada bien porque la zorra le hacía muchas cosas
desagradables a la cigüeña: le decía que se iba a comer a sus
igüeñitas, le hacía burla, en fin, le jugaba malas pasadas. Por
ejemplo, un día la invitó a gachas:
-Comadre, que he hecho unas gachas y quiero que usted
las coma conmigo.
Pero sirvió las gachas en una losa muy amplia y muy
llanita que había cerca de su madriguera y fue una capa tan
delgada la que puso de gachas que la cigüeña no picaba nada;
en cambio, Malaúva, lengüetazo va, lengüetazo viene, se la
zampó toda, y encima tuvo la cara dura de decir:
-Eh, comadre, valiente pechaílla se ha dao usted de comer,
ahora se va a tirar unos días sin apetito.
La pobre cigüeña aguantó esa broma tan burlona y pesada
y se subió a su nido con la misma hambre con que había
bajado, y encima había servido de risa a la zorra.
El búho no perdía de vista estos detalles y, como era
amigo de la cigüeña, siempre estaba pendiente de hacer una
mala pasada a la zorra para darle un escarmiento. Bueno, pues
a raíz de las gachas, el búho subió al nido de la cigüeña y le
hablo muy quedamente, muy calladito, para que no se enterara
Malaúva, y la cigüeña se dispuso a poner en práctica lo que le
había propuesto el búho.
110
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Se fue al cañaveral, cortó un canuto, lo más gordo que
encontró para que cupiera muy bien su pico, hizo unas migas y
desde el borde del nido le dijo a la zorra:
-Eh, comadre, que he hecho hoy unas migas y quiero que
usted las pruebe. Como usted no puede subir, yo voy a bajar y
las comemos las dos.
La cigüeña, colocó su canuto lleno de migas entre dos
piedras para que se mantuviera en pie, y a comer se ha dicho o,
como se decía antes, “Jesús, María y José, vamos a comer”.
Cuando la cigüeña metía el pico cogía una buena porción
de migas; en cambio, como el hocico de Malaúva no cabía, no
cogía nada. Y viendo Malaúva que ella no iba a comer, cogió
el canuto con la boca, lo hizo trizas y se comió las migas. La
pobre cigüeña se sintió burlado y, además, habiendo comido
poco. El búho se tiró toda la tarde pensando a ver qué podía
urdir para dar un escarmiento a la zorra y, por la mañana,
subió al nido de Picorrojo. Y, aunque Picorrojo no quería, la
convenció. Y Picorrojo llamó a su comadre con mucha alegría:
-Comadre, que me han invitado a una boda en el cielo, lo
que siento es que usted no va a poder venir. Y mire: hay pavo
relleno, gallina en pepitoria, pollitos dorados, el queso que
quiera, gorrinitos al horno… Aquello va a ser un desastre de
comida. Aunque… desde luego, si usted no viene es porque no
quiere: usted se sube a mis espaldas, se agarra bien a las
plumas del cuello y en ayunas que está la puedo llevar.
La zorra dijo que sí, pensando en el hartón de comida.
-Pues vamos a subir, porque la boda es lejos.
Se subió la zorra y la cigüeña echó a volar.
-Oiga, usted debe tener pulgas, pues me pica la espalda.
Agárrese, que me voy a sacudir.
Y tal fue la sacudida que la zorra quedó en caída libre en
el aire. No veas la pobrecita el pánico que sentía de ver cómo
la tierra subía hacia arriba y sin remedio se espachurraba.
Tuvo la suerte de caer en un arbusto con la copa muy apretada
y muy espesa y muchos brotes tiernos, y eso le salvó la vida.
111
El cantor de leyendas
Pero eso no la salvó de las contusiones, de las heridas y del
pánico.
La cigüeña dio un rodeo para entrar en su nido para no
encontrarse con Malaúva, pero el búho la estaba esperando y,
en cuanto vio venir a la zorra, le preguntó:
-¡Qué! ¿Cómo ha ido la boda?
Y la zorra, imaginando que el búho sabía algo, dijo:
-Bien, pero mire usted: Si de esta escapo y no muero, no
iré a más bodas en el cielo.
Y con esto termina el cuento, con pan y pimiento y
rabanillos tuertos, para que no se olvide.
Dibujo de José Manuel Jiménez (8 años)
Astutos y valientes
Esto era un asno que había caído en malas manos: su
dueño sólo le daba mucho trabajo, muchos palos y muy poco
de comer. Más de una vez había pensado en marcharse de
112
La tradición oral heredada por Francisco Castro
aquella casa, pero siempre lo dejaba para mañana por temor a
lo desconocido.
Un día lo llevaron al monte a por leña y le pusieron una
carga tan enorme que el pobre animal apenas podía con ella.
Por el camino tenían que vadear un río y, al entrar en el agua,
se cayó bajo la carga. Para que se levantara recibió una buena
tanda de varejonazos, pero el pobre animal no se pudo levantar
a pesar del duro castigo. El dueño tuvo que meterse en el agua,
quitar la carga palo a palo y ponerla fuera del agua, donde lo
volvió a cargar. Cuando llegó a la casa se le quitó la carga y la
albarda y se le premió con un par de palos para que se fuera a
comer al campo. Después de esto, el animal debió decidirse y,
poniendo en unas alforjas un poco de paja, porque no
encontraba otra cosa, se marchó hacia lo desconocido.
Por el camino dio alcance a un gato que llevaba el mismo
rumbo:
-Hola, amigo –saludó el asno- ¿a dónde se camina?
-Ni lo sé –dijo el morrongo-, me he ido de la casa de mis
amos porque no me daban nada de comer, querían que me
alimentara sólo de ratones y había comido tantos que ya me
daban asco, y también los niños me pisaban el rabo.
Contó el asno su triste historia y decidieron caminar
juntos. a poco alcanzaron a un ganso y a un gallo que iban
errantes. El gallo dijo que se había marchado de su casa
porque había oído decir a su dueña que no tenía nada que
echar al puchero y lo iba a echar a él. El ganso contó que su
dueño se llamaba Juan y que, como era víspera de ese santo,
tenía proyectado sacrificarlo para dase un buen hartón de
carne.
El gallo y el ganso escucharon atentos los motivos del
asno y del gato y decidieron caminar juntos. Mientras lo
hacían, encontraron una cabeza de lobo que habían matado
unos pastores. El asno dijo al gato que la pusiera en las alforjas
y siguieron adelante.
113
El cantor de leyendas
Al atardecer pasaron por delante de la entrada de una
cueva y decidieron pasar allí la noche. Había restos de un
fuego, pero sólo quedaba la ceniza y algunas pequeñas ascuas
a punto de apagarse. Se acomodaron como pudieron y, a punto
de oscurecer, apareció en la puerta el que debía ser el morador
de la cueva. ¡Un lobo!
Por la médula de nuestros amigos debió pasar un tremendo
escalofrío. El asno dijo muy quedo:
-Quietos, no hay que tener miedo, que esto lo arreglo yo.
El lobo, al ver quiénes habían ocupado su morada se
relamía de placer pensando en el banquete que se iba a dar. El
asno calmó como pudo los tiritones de sus amigos y los suyos
propios y pidió permiso al lobo para preparar la cena, que se lo
concedió con fuertes abrideros de boca.
-Saca de ahí una cabecilla de lobo –dijo el asno al gato
señalando las alforjas.
Así lo hizo el felino, pero el astuto asno le dijo:
-Esa no, la otra.
El gato volvió a meterla y otra vez la sacó.
-Esa tampoco –dijo el burro-, la última, la de aquel que
matamos cuando se quería comer al cordero.
Entonces los tiritones pasaron al lobo, que muy
disimuladamente dijo que quería ver cómo estaba la noche y
salió disimulando su miedo.
En cuanto salió el lobo, el asno colocó a sus amigos en
diferentes sitios según su plan de defensa: situó al ganso en un
saliente natural del techo de la gruta, mandó al gallo al último
rincón y al gato le dijo que se echara junto a los restos del
fuego y que estuviera muy vigilante y preparado. Él se colocó
detrás de la entrada con su trasero hacia fuera.
Al rato de estar el lobo en la calle, sintió frío y dijo para
sus adentros: “Me parece mentira que yo haya podido sentir
miedo ante cuatro bichejos a los que puedo devorar en dos
dentelladas; voy a entrar y encenderé un cigarrillo”.
114
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Entró cauteloso, se acercó a los restos del fuego y vio
brillar algo que le pareció ascuita, pero que no era otra cosa
que un ojo del gato. Acercó su hocico con el pitillo para
encenderlo y el gato, con esa agilidad propia de los de su raza,
saltó a la cabeza del lobo dándole tal cantidad de arañazos y
mordiscos que le hicieron sangrar abundantemente.
El gato, antes de que el lobo pudiera reaccionar, saltó y se
ocultó en un rincón. El lobo reculó buscándolo y poniéndose
detrás del asno, que le propinó tal par de coces que lo mandó
al último rincón donde estaba el gallo, que saltó sobre el lomo
de la fiera y, en menos que canta él mismo, le arreó una buena
tanda de picotazos, levantando rápidamente el vuelo antes de
que el lobo pudiera atraparlo.
El lobo buscaba rabioso a alguien a quien morder, pero al
pasar por debajo de donde estaba el ganso este le soltó una
gran churrascada que le cayó en los ojos dejándolo casi ciego.
En aquel momento, el gallo empezó a lanzar desaforados
quiquiriquíes, el ganso grandes graznidos, el gato a maullar
fuertemente y el asno a lanzar atolondrados rebuznos.
El lobo, herido y casi ciego, intentó ganar la salida, pero
cuando estaba en ello le endiñó el burro tal par de coces que lo
lanzó a varios metros fuera de la cueva.
Magullado, herido y con una pata guindando, pensó que
en su cueva había entrado una fuerza sobrenatural y decidió
marcharse de la comarca.
Nuestros amigos se quedaron a vivir en aquellos parajes.
El capitán, el asno, sin tener que trabajar ni recibir malos
tratos, tenía abundante comida en el campo: hierbas, cardos y
brotes tiernos de los arbustos. El gallo tenía abundantes
semillas silvestres. El ganso también se alimentaba de hierbas
y semillas y disfrutaba bañándose en un riachuelo cercano de
donde sacaba algunos pececillos que regalaba a su amigo el
gato. Y así vivieron felices y contentos hasta que se hicieron
viejos.
115
El cantor de leyendas
Y con esto y un cesto con pan y pimientos y rabanillos
tuertos termina este cuento.
El gato y la zorra
El gato y la zorra iban caminando juntos y la zorra se
asustó cuando vio que el gato atrapaba un ratón y se lo comía.
Más adelante, topó la zorra con un gallinero y se lió a
matar gallinas, haciendo allí la sarracina, justo después
haberse escandalizado porque el gato se había comido un
ratón.
Y más adelante vieron a una araña que saltaba
presurosamente sobre una mosca y se la comía. Y los dos
animales se llevaron las patas a la cabeza sorprendidos por
aquella saña.
Moraleja: solemos asustarnos del mal que haga cualquiera
y no nos damos cuenta del mal que hacemos nosotros.
…
Periquillo Sarmiento
Periquillo Sarmiento
cagó tres pelotillas
detrás del huerto
y el que habla primero
se las traga todas.
Cuentecillo que contaba mi abuelo para mantenernos
callados durante un rato Si hablaba uno se suponía que se las
tragaba todas, así que nos quedábamos callados.
116
La tradición oral heredada por Francisco Castro
JUEGOS DE INFANCIA Y
ADOLESCENCIA
Que te quites, que te pongas
(canción de comba “tirada”)
Tres años estuve
hablando con ella,
después de doncella
la vine a dejar.
Comba, que te quites,
que te pongas
sin perder la comba.
Al paseíto del Loro
(canción de comba)
Al paseíto del Loro
tres maravillas van,
la niña que va en medio,
hija de un capitán,
sobrina de un alférez,
117
El cantor de leyendas
teniente coronel,
que venga la justicia
que la vamos a prender.
Que una, que dos
y que tres,
que salga la niña
que está en el cordel.
Al pasar la barca
(canción de comba)
Al pasar la barca
me dijo el barquero,
las niñas bonitas
no pagan dinero.
Yo no soy bonita
ni lo quiero ser,
tome usted el dinero,
guárdeselo usted.
Yo tengo un carro y una carreta
(canción de comba)
Se añade “y olé” después de los versos impares
Yo tengo un carro
y una carreta
con cuatro mulas
campanilleras.
Las campanillas
son de oro y plata
118
La tradición oral heredada por Francisco Castro
pa mi moreno,
que es quien me mata.
Moreno mío,
vete a servir,
que lo que ganes
será pa ti.
Compra tabaco,
compra papel,
compra cerillas
para encender.
Moreno mío,
no fumes tanto
que tu boquita
huele a tabaco.
Soy la reina de los mares
(canción de comba)
Soy la reina de los mares,
ustedes lo van a ver:
tiro mi pañuelo al suelo
y lo vuelvo a recoger.
“Plones” o sorteos
Pon, pica y más
y pon, pon, pon,
malacachú y nenené.
···
Pinto, pinto,
saramacatingo,
119
El cantor de leyendas
tengo un buey
que sabe arar,
tropicar
y dar la vuelta
a la redonda,
no te vale
que te escondas.
···
Juan de media naranja,
lo bien que come,
lo bien que habla,
tiene la barriga llena
de vino blanco,
de moscatel,
sálvese usted.
A Francia me voy
(juego dialogado)
Una niña hacía de madre formando un pequeño grupo con
sus hijas; otra, que hacía de pretendiente, empezaba a danzar
y cantando decía:
A Francia me voy
muy disgustada
que las hijas del rey moro
no me las quieren vender
ni por plata ni por oro
ni por puntas de alfiler.
Contestaba la que hacía de madre:
Vuelva, vuelva, caballero,
120
La tradición oral heredada por Francisco Castro
no sea tan descortés,
que de tres hijas que tengo
coja usted la más mujer.
El pretendiente, acercándose, decía:
Esta no la quiero
porque es pelona,
esta me la llevo
por linda y hermosa.
Comadre, ¿vino el compadre?
(juego dialogado)
Se ponían las niñas en dos grupos simulando que estaban
en la puerta de su casa y preguntaba una:
-Comadre, ¿vino el compadre?
-Sí señora, que ha venido.
-¿Y qué ha traído?
-Un abanico.
-¿De qué color?
-Verde limón.
-¿Me lo quiere usted prestar?
-¿Para qué?
-Para ir a una boda.
-¿Quién se casa?
-La Pirindola.
-¿Qué vestido lleva?
-Uno de cola.
-Pues vamos todas, vamos todas.
Y salían corriendo muy contentas levantando los brazos.
121
El cantor de leyendas
Jardinera
(canción de corro)
Las niñas se ponen en semicírculo y cantan a una que se
coloca en el centro:
Jardinera, tú que entraste
en el jardín del amor,
de las flores que regaste
dime cuál era mejor.
La mejor era una rosa
que se viste de color,
del color que se le antoja
y verde tiene las hojas.
Tres hojitas tiene verdes
y las demás encarnadas,
y a ti te vengo a decir,
compañera de mi alma.
Dirigiéndose a una, la tomaba de las manos diciendo:
Dame una mano,
dame la otra
y dame un besito,
que a ti te toca.
La niña elegida ocupa el sitio central en el semicírculo y
así hasta que salían todas a danzar.
122
La tradición oral heredada por Francisco Castro
El matarile
(juego de paseíllo con dos filas)
Forma de cantar cada verso:
Yo tengo un castillo
matarilerilerile,
yo tengo un castillo
matarilerilerón.
Preguntas y respuestas que se hacen las dos filas:
-Yo tengo un castillo.
-El mío es mejor que el tuyo.
-¿Dónde están las llaves…?
-En el fondo del mar…
-¿Qué podemos hacer?
-Presentar una moza.
-¿Y esa moza quién será?
-Juanita la de Josefa.
-¿Con quién la va usted a casar?
-Con Pepito el de María.
-¿Qué le va usted a regalar?
-Una aguja y un dedal.
Estrofa que da por finalizado el juego.
-Pa que cosa el delantal
matarilerilerile,
pa que cosa el delantal
y también el pantalón.
123
El cantor de leyendas
Partihueso
(juego de persecución)
Hacían los muchachos un círculo enganchados por los
codos, mirando hacia dentro y uno que se quedaba libre, con
un cinturón de cuero en la mano, empezaba a dar vueltas
alrededor de los otros un poco rápido, diciendo:
-Partihueso, que te parto un hueso. Partihueso, que te parto
un hueso…
En un momento determinado dejaba caer el cinturón detrás
de uno. Si este lo veía, lo recogía rápido y con él salía detrás
del que se lo había echado, zurrándole con el mismo. Si el
receptor estaba distraído y el otro daba la vuelta, al llegar a él
cogía otra vez el cinturón y le iba zurrando una vuelta entera.
El zurrador ocupaba entonces el hueco del zurrado y este
recibía el cinturón y empezaba a dar vueltas con la misma
cantinela.
La grulla
(juego de persecución)
Se hacía una fila india, poniendo a la cabeza a uno que
fuera fortachón con un buen cinturón de correa o bien una
cuerda fuerte.
Se agarraban todos al cinto del que iba delante, menos
uno, que quedaba de gavilán o de buitre y que intentaba robar
una grulla a la bandada.
El que estaba a la cabeza tenía que tratar de defender a sus
grullas arrastrándolas; esto hacía un efecto “latigazo” y
muchos rodaban por el suelo. En este caso, el gavilán no podía
tocarles, tenía que intentar atrapar a una de las que estaban
unidas en la bandada.
124
La tradición oral heredada por Francisco Castro
La rata
(juego de persecución)
Se sentaban los jugadores en el suelo en fila con la cara
hacia el frente, con las piernas flexionadas, dejando un hueco
entre las pantorrillas y los muslos para que pudiera correr la
rata, que era un pañuelo de mano con uno o dos nudos para
darle cierta consistencia. Los jugadores, con sus manos, se
iban pasando la rata de unos a otros escondida entre las
piernas, de forma que el perro (que era el jugador que se la
quedaba) casi no la veía. De vez en cuando se la enseñaban un
poquito, pero cuando el perro acudía, la rata ya se había
alejado pasando de unos a otros. Si conseguía atraparla el
perro, el que la había perdido tenía que salir como perro y el
perro ocupaba su lugar.
Trabalenguas
El rey de Parangaricutirimicicuaro
se quiere desemparangaricutirimicuarizar,
el desemparangaricutirimicuarizador
que lo desemparangaricutirimicuarizce
buen desemparangaricutirimicuarizador será.
…
Santa Rita tiene un gallo
que salta del coro al caño,
del caño al coro,
del coro al caño…
…
El cielo está entelarañeado,
¿quién lo desentelarañeará?
El desentelarañeador
que lo desentelarañeare
125
El cantor de leyendas
buen desentelarañeador será?
Adivinanzas
Con el pico pica,
con el culo aprieta
y con lo que le cuelga
tapa la grieta.
La aguja y el hilo
Tan chico como un ratón
y guarda la casa como un león.
El candado
Es torre muy alargada
sin ventanas ni postigos
y si no me lo aciertas
no te lo digo.
La caña
Del tamaño de una bellota
y por toda la casa trota.
El candil
¿Cuál es el bicho bichongo
que come por la barriga
y defeca por el lomo?
El cepillo del carpintero
Tan chico como una liendre
y se da un peo y se enciende.
La cerilla
126
La tradición oral heredada por Francisco Castro
JUEGOS DE JUVENTUD6
En cualquier momento de las fiestas, uno de los asistentes
se ponía en medio del salón, generalmente con un garrote en la
mano, y decía a voces:
-¡Juego, juego, al que no se quite le pego!
O bien con otra fórmula que decía:
-¡Bomba, bomba,
si me agacho os hago comba,
si me empino llego al techo,
pero tengo un consuelo,
que tengo una verga
que me llega al suelo
Era una manera de decir “ahora me toca intervenir a mí”, y
había que dejarlo.
Pascualillo el desgraciao
Hay que decir que no todo el año se cantaban romances.
Después de Reyes había un paréntesis después del cual la
6
De esta época, ver también los juegos y comentarios del primer capítulo,
como el juego de los compadres y los adagios.
127
El cantor de leyendas
gente se empezaba a divertir con fiestas a base de fandangos
de Tarifa, un fandango parecido al verdial malagueño. Ya no
se hacía en casas de los vecinos, sino en una casa que alguien
tenía preparada al efecto. Pero no todo eran fandangos,
también se representaban pequeños sainetes llamados juegos y
se recitaban poesías. Recitaré para ustedes “Pascualillo el
desgraciao”. No penséis que es una composición de Góngora
ni de ninguno de nuestros grandes poetas, pero a aquellos
hombres de pocas letras, de rostro curtido por el sol y los
vientos, de manos encallecidas y de ademanes toscos, seguro
que les sabría a trucha.
Al pare que me engendró
le dieron dos arqueás
y quedó muerto en el acto.
Quedó mi madre.
Ya está, ya está, ya está,
el embarazo más malo
que usted se pué imaginar.
Se quedó sorda, sin vista
y sin color natural.
Mientras estuve en su vientre
padecía de un vaciá,
disparaba los garbanzos
con tanta velocidad
que a los veinticinco pasos
mataba a las cogujás.
Mi madre se iba secando,
seca, secándose ya,
llegaron los siete meses
y yo allí no podía estar,
yo estaba allí engurruñido
y me quería estirar
y al mismo tiempo quería,
yo quería retozar, retozar,
128
La tradición oral heredada por Francisco Castro
y estando un día la probe
dando del cuerpo en el corral
por el bujero contrario
pillé aquel postigo abierto
y yo me dije: “Allá va”,
y allí caí de cabeza
envuelto en pura verdad.
Se podía dar dinero
por no escucharme llorar.
Eché mano a mi madre
donde me pude agarrar,
por más que forcejeaba,
¿quién me hacía a mí soltar?
Daba vueltas y revueltas,
qué será, qué no será,
esto será un gatoclavo
o algún demonio infernal.
Dio un grito y se cayó muerta
y acudió la vecindad:
-Pobrecilla la Lorenza,
si la acaba de palmar;
mira, pero está paría,
si lo acaba de largar;
mira, un niño, qué bonito,
quién lo pudiera criar;
pero como da mordiscos,
no se puede uno acercar.
Uno dijo de ahogarme
y otro, que me iba a matar,
y otro dijo:
-Poco a poco,
poco a poco,
que lo vamos a lavar.
129
El cantor de leyendas
Mira, me enrollaron por un palo
como las piñas asás,
veintidós cubos de agua,
como quien apaga tal,
me tiraron por encima,
yo emprincipié a tiritar,
qué frío manejé en el mundo,
llorando cada vez más.
Me visten con unos trapos
que los iban a tirar
y acabao de vestir
llegó por casualidad
la mujer del pregonero
y, cansada de mirar,
dijo:
-Venga acá ese niño,
que le voy a dar de mamar,
que yo tengo un pecho malo
y este me lo va a sanar.
Mira,
de postillas y diviesos
y bocas engangrenás,
el olor que echaba el pecho
no se podía aguantar.
Me soltó un pezón tamaño
y yo emprincipié a tragar
y allí me atraqué de sucia
hasta que no quise más
y cargó unas diarreas
que me giñé de zurrar.
En esto llegó un borracho,
forastero del lugar,
y dijo:
-Venga acá el muchacho,
130
La tradición oral heredada por Francisco Castro
que lo voy a bautizar,
que no es bueno que haya moros
en tierras de cristiandad.
Me agarró debajo del brazo
como una capa robá
y en la puerta d ela iglesia
preguntó: “¿Se pué pasar?”.
Tropezó y cayó de boca
y yo emprincipié a rodar,
lloré con todo mi pecho.
Me recogió el sacristán
y díjole al padre cura:
-Hágalo usted, por bondad,
de bautizar a este niño
y póngale usted Pascual
-porque ya se aproximaba
la Pascua de Navidad.
Qué bonito,
qué bonito estaba el padre cura
dando en el suelo patás
porque una beata vieja
le había robao un misal.
Ni una vela me encendieron
ni sé si me dijo na,
me agarró de los zancajos
y, empujándome de atrás,
me zambulló de cabeza
y dijo: “Póngote Pascual”.
Yo, con el susto,
arrié la limosna por detrás,
noticiado por el humo
se llegó el cura a enterar,
como el que tirá un chosqué
131
El cantor de leyendas
me tiró contra el altar.
De allí salió el padre cura
renegando de Pascual.
Lloré con todo mi pecho
y otra vez el sacristán
dijo que iba a buscarme
quien me diera de mamar.
Una burra con percor
que era del municipal,
la cual era cosquillosa
y me endiñó dos patás,
si no me quitan de allí
me volea las quijás.
¡Cielos, para qué nací!
Yo nací para penar,
como fue mi nacimiento
así será mi final,
Pascualillo el desgraciao
me tengo yo que llamar.
Luego, entre muchas mujeres
movidas de caridad,
me criaron a traguitos
limpiándome a temporás.
Traje más moscas a cuestas
que una melera colgá.
Y cuando fui grandecito
oficio quise tomar;
tuve varios ministerios:
barrendero, sacristán,
fui mozo de tabernero.
Si me tocaba despachar
yo solía equivocarme
poniendo algo de más,
hasta que un día un borracho
132
La tradición oral heredada por Francisco Castro
me entendió la enfermedad
y me dijo callaíto:
-Óigame usted, camará,
¿por qué me pone usted cinco
si son tres las conviás?
Sin aguardar consecuencias
me endiñó una bofetá
que la cara me echó luz.
Yo al punto que el tambalán,
yo me creí que era un mulo
que me había dao una patá.
Reniego de la taberna,
no soy tabernero más,
yo quiero ser zapatero,
que me gusta dar puntás.
El maestro de las dos potras,
que ustedes conocerán,
ese, el que trabaja en la nave,
pues yo he sío su oficial.
Y me ajusté con los cargos
que no me había de faltar
agua, la que yo quisiera,
teniendo franco el corral
pa cuando me diera gana
del desatraque de atrás,
que era muy de tarde en tarde
porque no comía na,
pero al descuido del maestro
yo solía visitar la cocina
y el puchero me gustaba destapar.
Y estando un día entregao
tirando de la tajá,
el maestro, que me toca
133
El cantor de leyendas
en un hombro por detrás.
Y me dijo: -Ya caíste
y ahora te escaparás.
-Así fuera yo a presidio,
voy a ser un ejemplar.
Mira:
Cogió el puchero de un asa
y estirando un poco atrás
me lo estrelló en la cabeza,
que aquí trigo la señal.
Salí que no vi la puerta,
me comienzan a gritar:
“A ese, al que se comió la carne,
¿te supo buena, Pascual?”
Y yo con esto me daba
con los zancajos detrás.
Me fui a otro pueblo que estaba
unas leguas más allá
y allí, al lao de una puerta,
había una vieja sentá.
Dígole: “¡Buena señora!
¿A ónde iré yo sin errar
a la casa de un barbero
que necesite un oficial?”
“Mire usted, en aquella
que hace esquina
el maestro Baltasar
está clamando por uno”.
Llegué diciendo: “Deo gratia”,
me contestan: “A Dios van das”
“Que dios guarde a usted, maestro,
¿le hace falta un oficial?
Yo me acredito al momento
134
La tradición oral heredada por Francisco Castro
en viéndome trabajar”.
“Siéntese usted -dijo el hombrey del trapo se hablará”.
Llega en esto un carbonero
que se venía a afeitar,
el pobrecito medio en cueros
con la cara toa tizná,
cada pelo como leznas
acabadas de amolar,
y entra y dice:
“¡Baldomero, ábrame usted en caridad
de despacharme al momento,
que está la burra cargá!”
Me hizo señas el maestro
y lo empecé a enjabonar,
bastantes chispas de agua
salieron por el corral.
Echo mano a la navaja
y la comienzo a amolar,
seis veces hizo tris, trist, tris,
y otras seis veces tris, tras, tris, tras.
Cójola aquí, a mano muerta,
y como quien monda nabos
la navaja echó a roncar...
El hombre hacía mohínes
con las lágrimas saltás,
yo dije al punto: “Este hombre
a mí no me hace extrañar
que padezca algún sentir
y eso le obligue a llorar”.
Y es que con mi violencia
demostré mi habilidad,
en todo el lao derecho
le saqué una rebaná,
desde la oreja a la barba
135
El cantor de leyendas
se le veía la quijá.
Me agarró de la cintura
y tirándome p’atrás
liándome en la cabeza
un agua bien topatá
grité como un condenao
y acudió la vecindad.
Vino el alcalde primero,
que fue el que pudo evitar
el que no me rematara.
Y un cirujano (ya está, ya está),
con una aguja de red
y una tramilla encerá,
le hizo un culo de pollo
como el que cose un costal.
Y pregunta el cirujano:
“¿Usted se halla capaz?
Hay que hacer una diligencia
por lo que pueda resultar.
Esta hería no es de muerte,
bastante padecerá,
si la encarnadura es buena
y no se llega a infectar
dentro de cincuenta meses
usted podrá trabajar”.
Y yo, como puerca sorda
escuchando en el portal.
A campo a través me fui
sin volver la cara atrás,
hice noche en un cortijo
donde llegué a preguntar:
“¿A dónde está el aperador,
que yo con él quiero hablar?
Dis guarde a usted, aperador,
136
La tradición oral heredada por Francisco Castro
un hombre de agilidad,
yo me manejo un arao
mejor que el mismo Galván,
quiero trabajar mañana,
¿me dará usted la peoná?”
Me miró de arriba abajo,
pero no me dijo ná.
“Vaya usted a la gañanía,
que allí podrá usted cenar,
diga usted que yo lo mando
y nadie le dirá na”.
Me voy pa la gañanía
y encomienzan a llegar
con unos palillos largos
con aguijón y rejal,
diciendo: “A la voz de ‘adiós’,
el que mata a los gallegos,
trae la navaja, Fulano,
mira que vas a graznar”.
El último que allí entró,
con pinta de mayoral,
con una chivata larga
entró diciendo: “¡A cenar!
Prepara ese gatuperio”,
y empiezan a menear
y una música entonaron
como una caja destemplá.
Luego dicen arreor:
“Arrímese usted a cenar,
hartarse de gazpacho”
y yo empecé a tragar.
Acabando el cuchareo
y estando comiendo pan,
dice un tío: “Vale, ovichi”,
y al tiempo apretó de atrás
137
El cantor de leyendas
y aquello fue igual que un trueno,
hizo ese tras, tras.
Estaba allí un engreñao
de este pueblo natural
recostándose un poquito
se puso jorobaíto
con la pata levantá,
y fue la ventosa tal
que se atolondró el cortijo.
Uno dijo: “Echa y bebe,
hijo de la que salta y topa
y dame aquí con la bota
por lo que me sucediere”.
Y otro dijo: “Amarra corto
y afianza ese camueso,
en ese tono te crujan
las cuerdas de tu pescuezo”.
Y yo, oír, ver y callar
y con nadie aconsejar.
Al otro día siguiente
nos vamos pa la besana,
me arreataron dos bueyes,
ni sé cómo se llamaban.
Antes que el sol calentara
nos llamaron p’ almorzar,
yo creí que se estilaba
estar comiendo y peyendo
y a mí me vino la gana
del desatraque de atrás.
¡Válgame Santa Susana!
De allí no pude escapar:
dos me cogen de los pies,
dos de las partes de atrás,
sobre el cubo de una reja
138
La tradición oral heredada por Francisco Castro
me dieron siete vaivienes.
Esto no es pa ponderar:
si mi culo quedó entero
fue por la casualidad.
Dicen que fue un maculillo,
aquello fue mucho más.
Me salí de aquella gente
con nuevo modo de andar
y ahora trato de casarme
con una moza ajuntá.
¿Ustedes la quieren ver?
Esta que está aquí sentá.
Se lo he dicho y está loca,
loca, loquita total,
materialmente loca,
la van a tener que atar.
Yo la voy a mirar en mi casa
como espejo de cristal,
haré cuanto ella me mande
con perfecta voluntad,
solamente en una cosa
me tiene que perdonar:
yo, aunque me muera de hambre,
al cortijo no voy más.
Cada vez que yo me acuerdo,
cuando me tiento aquí atrás,
del dolor que a mí me entra
no sé ni lo que me da.
Y aquí termina, señores,
esta historia de Pascual.
139
El cantor de leyendas
Piropo en verso
Este piropo se lo dije yo a Camila en una ocasión:
Buenas noches, bella Aurora,
estrella de la mañana,
tú eres reina, emperadora,
eres princesa y sultana.
Tus ojos son dos luceros
y tus labios, dos claveles,
por eso te considero
la reina de las mujeres.
Los rizos de tus cabellos
están tirando de mí
para llevarme a tus brazos
y yo me quisiera ir, me quisiera ir,
que ese cuerpo y ese talle
me tienen loco perdido
y nunca me ha de pesar
el haberte conocido.
Desde que te conocí
mi corazón se dilata
solamente porque seas
la que planche mis corbatas.
Prenda mía y de los dos
me voy a casar contigo
y que el demonio me lleve
si es mentira lo que digo.
Si es mentira lo que digo,
zagala de mis desvelos,
que los restos de mi cuerpo
los veas tirados por el suelo.
Y aquí, delante de la gente,
me vas a decir la verdad,
140
La tradición oral heredada por Francisco Castro
¿te vas a casar conmigo
o me lo vas a negar?
Como me digas que no,
ay, como me digas que no,
Como me digas que no,
pobre y triste me retiro
y como me encuentre un pozo,
como yo me encuentre un pozo
te juro… que no me tiro.
141
El cantor de leyendas
142
La tradición oral heredada por Francisco Castro
CANCIONERO
Nanas
Duérmete, niño mío,
rey de los Cielos,
duerme en paz y tranquilo
que yo te velo.
Reina de las Españas,
la más bonita,
cierra ya las pestañas,
nana, nanita.
Duérmete, niño chiquito,
duérmete, que viene el coco
y se lleva a los niñitos
que son chicos y duermen poco.
Duérmete, niño chiquito,
duérmete y no llores más,
que mamá está muy cansada
y se tiene que acostar.
143
El cantor de leyendas
Coplas de fandango tarifeño
aprendidas en las fiestas
Qué contentita estará
la madre de esa doncella
que estando el cielo tan alto
tiene en su casa una estrella.
Eres más bonita, niña,
que los reales de a ocho,
más blanca que las pesetas
y más tierna que un bizcocho.
Si yo supiera escribir
te escribiría un papelito
para poderte decir
lo que lloran mis ojitos
cuando no estoy junto a ti.
Mi estandarte y mi bandera,
tú eres mi espejo y mi luz,
mi estrella de norte y sur,
contigo hasta que me muera.
Eres mi estrella y mi luz,
en ti puse mi bandera,
mi estrella de norte y sur,
contigo hasta que me muera.
Los claveles de tus labios
me tienen preso y cautivo,
donde quiera que tú estés
allí estaré yo contigo.
144
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Mientras yo mande en ti
no bailas tú el agarrao
porque se pone el cañón
apuntándole a Bilbao.
Tengo una novia rulera
con un vestido verdoso
y su madre no me quiere
porque soy pequeño mozo.
Una niña fue a lavar
con unas medias azules
y se le coló una rana
entre el domingo y el lunes
y el martes por la mañana.
De las pipas de un melón
salieron quince guitarras
que las tocaba un ratón
y una señora cigarra
bailaba el sacatapón.
Allá arribita, arribitaa,
hay una fuente de oro
donde lavan las mocitas
los pañuelos de los novios.
Tengo una camisa nueva,
no tiene cuello ni mangas,
le falta la delantera,
un pedazo por la espalda,
los botones y la pechera.
Del cuerno de una ternera
salió un candil retumbando,
145
El cantor de leyendas
yo no sé de qué manera
un burro que iba volando
me cayó en la faltriquera.
Coplas de fandango tarifeño
de su invención
El primer chacarrá que se inventó cuando niño
Siempre andaba yo con los bichos, con las cabras, y
cuando llovía me mojaba. Y mi abuela me hizo un capote, un
impermeable, hecho con muselina. Para que se pusiera
totalmente impermeable se metía en aceite de linaza en un
lebrillo o en una vasija y allí se quedaba hasta que se
impregnaba bien y se ponía a secar a la sombra. y se ponía
impermeable.
En aquellos tiempos, las chiquillas de mi edad estaban
aquí tratando de aprender el fandango con los palillos y todos
sus cacharritos. Y fue entonces que me saqué la primera copla.
Llegué del campo sequito y le canté:
A mí no me cala el agua
aunque venga fuertecilla
pero me cala una niña
con sus dulces palabrillas.
Y la gente se reía conmigo porque yo todavía era un
chiquillo.
Coplas inventadas en su juventud
La gente del monte le decía a la de la campiña
“penqueros” y los de la campiña les decíamos a los del monte
146
La tradición oral heredada por Francisco Castro
“canchiveros” porque estaban por los canchos, por la sierra.
Ya más mayorcito fuimos una noche a una casa y el tío de
Camila me cantó algo burlón sobre los penqueros.
Se llamaba Manuel Trujillo, pero le decían Pajalarga
porque era alto y seco. Y yo le contesté:
Señores, qué pasa aquí,
la Virgen santa me valga,
a todos les sacan coplas
en casa de Pajalarga.
Piropos en forma de chacarrá
Estas son las coplas de fandango que yo he compuesto.
Seguramente habrá muchas más, lo que pasa es que la inmensa
mayoría de coplas de fandango se hacían sobre la marcha
viendo a las que estaban bailando. Era una cosa fugaz, no se
retenían en la memoria y por eso sólo he podido recordar las
que están aquí.
La escuadra de mis amores
en alta mar se perdía
y el resplandor de tu cara
le sirvió de faro y guía
para que no naufragara.
Tus ojos son bandoleros
que han asaltado mi alma,
me han hecho su prisionero
y me han robado la calma.
Herido mi corazón
por las flechas de Cupido
cayó rodando a tus pies
y tú no lo has recogido.
147
El cantor de leyendas
Cuando bailas, campesina,
con tus brazos levantados
me recuerdas a Agustina
después de haber disparado.
Cuántas cosas te diría
si pudiera hablar contigo,
vente conmigo y verás
como es verdad lo que digo.
Cuando pa tu casa voy
soy un ave corredora
que le gana a aquel que más
en kilómetros por hora.
Sin aire están mis pulmones,
sin sangre mi corazón,
sólo un sí de tu boquita
puede ser mi salvación.
Si me dieran a escoger
tu cara o el paraíso,
yo escogería tu cara
con tus ojos y tus rizos.
Por un sí de tu boquita
daría mi vida entera
y hasta la gloria daría
por estar siempre a tu vera.
Tengo en mis labios deseo
y en mi pecho mucho amor,
me alegro cuando te veo,
no me desprecies, por dios.
148
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Tengo el corazón herido
y son heridas de muerte
porque por tu casa he ido
y no he conseguido verte.
El puerto de Guadarrama
(copla burlesca)
Estando planchando ropa
una niña en su taller
yo le dije: “Porcachona,
esa prenda no está bien”.
Y me dijo: “Viejo chulo,
eso qué le importa a usted,
no beba usted tanto vino
que se puede usted caer”.
Vengo de pasar el puerto,
el puerto de Guadarrama,
vengo de pisar la nieve
por querer a esta serrana.
Y después de haber pasado
y haber pisado la nieve
ya no me quieres, serrana,
serrana, ya no me quieres.
Con este nuevo gobierno
hay cositas que arreglar
y adaptarlas a los tiempos
que tenemos que pasar.
Los reyes de la baraja
los tenemos que quitar
149
El cantor de leyendas
y ponerles un gorro fijo
con una erre pintá.
Quitaremos los caballos
que también son gente mal
y en su lugar le pondremos:
“Las niñas republicanas”.
Y a la sota le pondremos
una pesa y dos medidas
con un letrero que diga:
“Se acabó la monarquía”.
Vengo de pasar el puerto,
el puerto de Guadarrama,
vengo de pisar la nieve
por querer a esta serrana.
Y después de haber pasado
y haber pisado la nieve
ya no me quieres, serrana,
serrana, ya no me quieres.
Por la calle abajito
FORMA DE CANTAR CADA DOS VERSOS:
Por la calle abajito güi, güi, güi,
va un pucherete chiquitiquitín,
va un pucherete, lairón, lairón, lairón, lairón.
Por la calle abajito
va un pucherete
lleno de buñuelos
hasta el gollete.
Por la calle abajito
150
La tradición oral heredada por Francisco Castro
van dos ratones,
uno lleva el tocino
y otro las coles.
Por la calle abajito
va quien yo quiero,
no se le ve la cara
con el sombrero.
Por la calle abajito
va una gallina
meneando la cola
la muy cochina.
Levántate, niña hermosa
ESTRIBILLO:
Levántate, niña hermosa,
levántate, resalada,
levántate.
Levántate y dame un beso
que me voy de madrugada.
Marinero, sube al palo y dile
a la madre mía:
Levántate,
que si se acuerda de un hijo
que en la Marina tenía,
levántate.
ESTRIBILLO
Un marinerito, madre,
151
El cantor de leyendas
me ha quitado los zarcillos.
Levántate.
Y me ha dicho que me ponga
la rueda de un molinillo.
Levántate.
ESTRIBILLO
Por allí viene mi barca,
la conozco por la vela.
Levántate.
En el palo mayor trae
recuerdos de mi morena.
Levántate.
ESTRIBILLO
Una recién casada
FORMA DE CANTAR CADA DOS VERSOS:
Una recién casada, lerén, lerén,
una recién casada, lerén, lerén,
puso una olla, lerén,
puso una olla, lerén, lerén, lerén,
puso una olla.
Una recién casada
puso una olla
con un barril de agua
y una cebolla.
A la recién casada
le entraron pulsos,
152
La tradición oral heredada por Francisco Castro
qué lastima de medias,
cómo las puso.
Mi marido y el tuyo
fueron por leña,
se vinieron corriendo
de una cigüeña.
Mi marido y el tuyo
fueron al monte,
se vinieron corriendo
de un cagarrope.
Mi marido y el tuyo
se han peleao,
se han puesto de cabrones
y han acertao.
Mi marido y el tuyo
van por aceite
con un cuerno en la mano,
dos en la frente.
Quítate de esa esquina
(canción de pique cantada por dos mujeres y
un hombre)
ESTRIBILLO:
-Que vengo de regar
el romero a la aurora
a la Virgen María,
Nuestra Señora.
153
El cantor de leyendas
-Quítate de esa esquina,
galán, que llueve,
que la capa se moja
y el color pierde.
-Si la capa se moja
es porque quiero,
que el galán que me adora
tiene dinero.
-Que si tiene dinero,
que te lo enseñe,
que te compre un vestido
de seda verde.
ESTRIBILLO
-A la Virgen María
le han hecho un manto
de color de los cielos,
azul y blanco.
De lo que le ha sobrado,
le han hecho al niño
zapatillos picados
de brocalillo.
-Quítate de esa esquina
de colorado,
que en los pasos conozco
que eres soldado.
-Pues si yo soy soldado
tú eres muñeca,
que cuando vas a misa
se pones hueca.
154
La tradición oral heredada por Francisco Castro
ESTRIBILLO
-Quítate de esa esquina,
cabrero loco,
que mi padre no quiere
ni yo tampoco.
-Si tu padre no quiere
ni tú tampoco,
yo tampoco por ti
me vuelvo loco.
ESTRIBILLO
A la Virgen María
le han hecho un manto
de color de los cielos,
azul y blanco.
De lo que le ha sobrado,
le han hecho al niño
zapatillos picados
de brocalillo.
-Para cuando me case
me dio mi suegro
un costal, una manta
y un burro negro.
-El costal está roído,
la manta rota
y el demonio del burro
no ve ni jota.
Que vengo
155
El cantor de leyendas
de regar el romero
a la aurora
a la Virgen María,
Nuestra Señora.
Tended la barca
A la orilla del río
puse que puse
puse una caña verde,
se volvió dulce.
Tended la barca,
tendedla,
tendedla sobre la arena,
que se la lleva el río,
que se la lleva
y los valencianitos
venid por ella.
La barca
que se ha anegado
y el barquerito con ella,
que se la lleva el río,
que se la lleva
y los valencianitos
venid por ella.
A la orilla del río
llora un cabrero
que se le perdió un chivo
de los primeros
Tended la barca,
tendedla,
tendedla sobre la arena,
156
La tradición oral heredada por Francisco Castro
que se la lleva el río,
que se la lleva
y los valencianitos
venid por ella.
La barca
que se ha anegado
y el barquerito con ella,
que se la lleva el río,
que se la lleva.
Tirad de los cordeles,
madama bella,
tirad de los cordeles,
que son de seda.
Tirad de los cordeles,
madama ingrata,
tirad de los cordeles,
que son de plata.
Baile de las enganchaditas
ESTRIBILLO:
Engancha, morena,
engancha, repica y anda,
que las enganchaditas
tú las has de bailar.
Tú mi prima, yo tu primo,
tú con otra, yo contigo.
Como te quiero tanto,
moreno mío,
como te quiero tanto
vuelvo a lo mismo.
157
El cantor de leyendas
Yo me asomé a tu reja
por darte un beso
y vino la justicia,
me llevó preso.
ESTRIBILLO
¿Por qué me llevan preso,
señor alcalde?
Para que no se asome
a rejas de nadie.
ESTRIBILLO
¿Qué contestó la niña
con prepotencia?
Si el señor se ha arrimado
tenga licencia.
ESTRIBILLO
¿Qué respondió la vieja
desde allá dentro?
Con razón o sin ella
llevadlo preso.
ESTRIBILLO
Canción de la hoguera de San Juan
ESTRIBILLO:
Tú eres mañanita,
tú eres mañana,
158
La tradición oral heredada por Francisco Castro
tú eres mañanita,
la hoguera de San Juan,
que van saltando,
que van bailando,
que van por ahí,
huy, que no llevan calzones,
que no llevan botones,
que no llevan pernil,
que no llevan camisa
para dormir.
¡Huy, eh, que te calé,
te calé y te calé!
Por allí viene mi novia,
ay, mírala, qué triste viene,
si le habrá dicho su madre
ay, que tú no me quieres.
ESTRIBILLO
Por allí viene mi novio,
ay, con las orejas caídas,
parece un perro pachón,
ay, cuando va de cacería.
ESTRIBILLO
Si mi novia no me quiere,
ay, se me van tres caracoles,
más p’arriba y más p’abajo
ay. tengo novias a montones.
ESTRIBILLO
159
El cantor de leyendas
Por las barandas del cielo
ESTRIBILLO:
Qué tiene mi niña, ea,
malita en la cama,
y el rey que la viene a ver,
de mi corazón
la reina suprema eres,
de pena y dolor
me mata tu amor,
naranjitas chinas
y hojas de limón,
la Virgen María
parió sin dolor
y después del parto
doncella quedó.
Por las barandas del cielo
se pasea una doncella
vestida de encarnación
porque Cristo encarnó en ella.
ESTRIBILLO
Por las barandas del cielo
se pasea San Alejo,
metido en una canasta
y corre más que un conejo.
Una pandereta suena
(villancico)
Una pandereta suena,
160
La tradición oral heredada por Francisco Castro
no se sabe dónde irá,
camino de Belén lleva
en dirección al portal.
Al ruido que llevaba
un pobre anciano salió:
“no me despiertes al niño,
que ahora poco se durmió.
Me lo durmió una chavala
como los rayos del sol,
tuvo sus pechos tan dulces
que pudo dormir a Dios”.
María, Santa María,
madre del santo varón,
que fue a misa de parida
al templo de Salomón,
lleva el manto de pureza,
de oro fino es la labor
con un letrero que dice:
“Soy la esclava del Señor”.
En un humilde pesebre
(villancico)
En un humilde pesebre,
en un establo arruinado
hay un niño reclinado
más bello que un serafín.
Y una mujer admirable
de muy singular belleza
inclinaba su cabeza
cual blanco y lindo jazmín.
161
El cantor de leyendas
Unos rústicos pastores
de rodillas le adoraron,
pobres y sencillos dones
de presentes le llevaron.
Tres reyes magos de Oriente
entraron humildemente
en el ruinoso portal,
oro y mirra le ofrecemos
si nos permite, señora,
adorar al Santo Niño,
anhelar nuestro cariño,
sus pies sagrados besar.
Porque el misterio es insondable
en cuna tan miserable
quisiste, niño, nacer
porque aceptaste primero
la ofrenda de la pobreza
y ahora tú de la nobleza
su rico don a ofrecer.
Milindobaita
En San Juan de Dios en Cádiz
milindobaita
milindomodo lindomodoté
hay un ratón con viruela
y un gato a la cabecera
milindobaita
milindomodo lindomodoté
echándole sanguijuelas.
162
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Qué es lo que tú tienes,
qué es lo que tú tienes
que no se te ve.
Tienes una rosa,
tienes una rosa
llenita de aroma,
quieres que la bese,
quieres que la bese,
quieres que la huela,
quieres que la coma.
La la ra, lará larero.
Un mico subió a un cerezo
por comerse una cereza
y el pobre se resbaló,
cayó al suelo de cabeza.
Morena la salud,
quién entrara en tu cuarto
en el que duermes tú,
entraba de puntillas
y apagaría la luz,
te contaría un cuento
que no lo sabes tú.
Morena y zumba,
Viva Isabel II,
que zumba y dale,
vivan los nacionales.
163
El cantor de leyendas
164
La tradición oral heredada por Francisco Castro
ROMANCERO
Hoy día tenemos en las casas equipos de música y
aparatos de radio y televisión. Cuando yo era un niño, un
adolescente e incluso un hombre, por estas tierras no había
nada con qué distraerse.
Desde la festividad de Todos los Santos hasta pasadas las
fiestas de Reyes, la gente joven y menos joven se solía reunir
en la casa de algún vecino para distraerse un rato a prima
noche. Generalmente era para cantar romances, que se hacía
acompañándose de zambombas, panderetas y alguna sonaja.
Los romances eran muy variados, hablaban de la crueldad
de los reyes moros, de niñas cristianas cautivas de los árabes,
de las consecuencias de las enemistades entre suegras y
nueras...; algunas parece que nacieron en alguna de nuestras
repúblicas, otros hacen referencias a carlistas e isabelinos y
alguno parece proceder de alguna chirigota de carnaval de
cuando se inauguró el hospital de San Juan De Dios en Cádiz.
En fin, hablan de temas muy variados.
Con la ilusión de que puedan ser recordados y de que no
se mueran conmigo, voy a dejarles a ustedes algunos de los
que recuerdo.
165
El cantor de leyendas
Gerineldo
Bis en todos los versos
Mes de mayo, mes de mayo,
cuando arrecian las calores,
cuando los toritos bravos,
los caballos corredores,
cuando la cebá se siega,
los trigos toman colores,
cuando los enamorados
regalan a sus amores,
unos les regalan lirios
y otros les regalan flores.
Y yo aquí, pobre criado,
poco menos que en prisiones
sin saber cuándo es de día
tanto como cuando es de noche.
-Gerineldo, Gerineldo,
no te quejes, Gerineldo,
mi camarero querido,
yo te quisiera tener
una noche a mi albedrío.
-Como soy vuestro criado
queréis reírse conmigo.
-No son burlas, Gerineldo,
que de verdad te lo digo:
a las diez se acuesta el rey,
a las once se ha dormido
y a eso de las once y media
puedes reunirte conmigo.
166
La tradición oral heredada por Francisco Castro
A las diez se acostó el rey
y a las once está dormido
y a las once y media en punto,
Gerineldo, en el castillo.
Cada escalón que subía
se le escapaba un suspiro
y en el último escalón
la princesa lo ha sentido:
-¿Quién ha sido ese galán,
quién ha sido el atrevido?
-El conde de Gerineldo
a cumplir lo prometido.
Lo tomó de la manita
y en su cuarto lo ha metido,
con caricias y halagos
en su lecho lo ha metido.
Tuvieron sus más y sus menos,
los dos quedaron dormidos
y al otro día siguiente
el rey pidió su vestido.
No tuvo quien se lo diera
y él solo lo ha cogido.
Fue al cuarto de la princesa,
los dos estaban dormidos.
-¿Qué hago yo aquí solo ahora,
qué hago yo aquí ahora, Dios mío?
¿Cómo mato a Gerineldo
que lo crié desde niño?
Si descubro a la princesa,
¿qué se dirá en el castillo?
167
El cantor de leyendas
Pondré mi espada por medio
que me sirva de testigo.
A lo frío de la espada
la princesa la ha sentido.
-Levántate, Gerineldo,
levántate, dueño mío,
que la espada dem i pader
con nosotros ha dormido.
Se levantó Gerineldo
marchito y descolorido.
-Vete para esos jardines
a coger rosas y lirios.
Y estando cogiendo flores,
el rey se le ha venido:
-¿Qué haces aquí, Gerineldo?
Te encuentro descolorido.
-La princesa me ha mandado
a coger rosas y lirios.
-La fragancia de una rosa
tu color se lo ha comido.
No me negarás ahora
que con mi hija has dormido.
Si las once son ahora
escucha bien lo que te digo:
antes de las doce y media
han de ser mujer y marido.
-Tengo un juramento echado
168
La tradición oral heredada por Francisco Castro
por la Virgen de la Estrella,
que mujer que fue mi dama
de no casarme con ella.
Él mismo inventó un viaje
entre Francia y Portugal.
-Si a los dos años no he vuelto,
princesa, puedes casar.
Han pasado los dos años
y el conde sin regresar.
-Padre, deme usted permiso
para salirlo a buscar.
-¿Qué permiso quieres, hija,
si te lo has tomado ya?
Se vistió de peregrina
y lo ha salido a buscar,
ha corrido media Francia,
media España y Portugal
y al conde de Gerineldo
no lo ha podido encontrar.
Yendo por un caminito,
cuando iba a abandonar,
se ha encontrado a un vaquerito
chiquito y de poca edad.
-Vaquerito, vaquerito,
que te quiero preguntar:
¿De quién es este ganado
con este hierro y señal?
169
El cantor de leyendas
-Del conde de Gerineldo,
que lo acaba de marcar.
-Vaquerito, vaquerito,
por la Santa Trinidad,
que me niegues la mentira
y me digas la verdad:
¿De quién es este ganado
con este hierro y señal?
-Del conde de Gerineldo,
¿por qué la voy a engañar?
-Onza y media te regalo
si me llevas donde está.
-Tengo las vacas paridas,
mi compañero no está,
los terneritos son chicos,
no los puedo abandonar.
-Onza y media te regalo
si me llevas donde está.
Él la tomó de la mano
y la levó hasta el portal,
le fue a dar lo prometido
como princesa cabal,
y el inocente vaquero
no se lo quiso tomar.
Ella pidió una limosna
y el conde salió a dar.
-Eres el demonio malo,
que me has venido a tentar.
170
La tradición oral heredada por Francisco Castro
-No soy el demonio malo
ni te he venido a tentar,
soy la dama que dejaste
entre Francia y Portugal,
y el niño que me dejaste
ya dice papá y mamá.
Se echaron los brazos al cuello
y se pusieron a llorar:
-Nosotros nos casaremos
en esta misma ciudad
y luego una diligencia
a casa nos llevará.
Y tu zagal, el vaquero,
nos tiene que acompañar.
Las tres cautivas
A la verde verde,
a la verde oliva,
donde cautivaron
a mis tres cautivas.
¿Y cómo se llaman
esas tres cautivas?
La mayor Rosaura,
la otra Lucía
y la más pequeña
se llama María.
¿Y a qué se dedican
171
El cantor de leyendas
esas tres cautivas?
La mayor lavaba,
la otra tendía
y la más pequeña
agua les traía.
Yendo un día a por agua
a la fuente fría
se ha encontrado a un hombre
que en ella bebía.
¿Qué hace usted,
buen hombre,
en la fuente fría?
Estoy agua dando
a mis niñas cautivas.
¿Y cómo se llaman
sus niñas cautivas?
La mayor Rosaura,
la otra Lucía
y la más pequeña
se llama María.
Pues si usted es mi padre,
yo seré su hija,
ya, ya voy corriendo
por mis hermanitas.
¿No sabes, Rosaura,
no sabes, Lucía,
como he visto a padre
en la fuente fría?
172
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Rosaura lloraba,
Lucía reía
y la más pequeña
esto les decía:
-No llores, Rosaura,
no rías, Lucía,
si se entera el moro
nos encerraría.
Y el pícaro moro,
que todo lo oía,
en una mazmorra
allí las metía.
Y el pícaro moro,
que todo lo oyó,
hizo una mazmorra
y allí las metió.
Y a la reina mora
lástima le dio
y a su mismo padre
se las entregó.
Delgadina
FORMA DE CANTAR:
Rey moro tenía tres hijas, viva el amor,
hermosas como la plata, que sí, señor,
hermosas como la plata.
Rey moro tenía tres hijas,
173
El cantor de leyendas
hermosas como la plata.
La más chiquita de ellas
Adelina se llamaba
y estando un día comiendo
su padre bien la miraba.
-¿Qué mira usted, papá,
qué me mira usted a la cara?
-Te miro lo que te miro,
que has de ser mi enamorada.
-Que no lo permita Dios,
ni su madre soberana,
que tuviera que ser yo
madrastra de mis hermanas.
-Coged, mozos y criados,
y encerradla en una sala
y si pide de beber,
agua de la mar salada.
Y si pide de comer,
carne de perros asada
y que tenga por colchón
los ladrillos de la sala.
Y al otro día siguiente
se ha asomado a una ventana
y vio a su hermano el más chico
jugando a guerras que estaba.
-Hermano, si eres mi hermano,
tráeme una poca de agua,
que tengo más sed que hambre
174
La tradición oral heredada por Francisco Castro
y la vida se me acaba.
-Métete, Adelina, dentro,
cochina, desvergonzada,
¿por qué no has querido hacer
lo que padre rey te manda?
Se metió Adelina dentro
muy triste y desconsolada
con una trenza en el pelo
que hasta el suelo le arrastraba.
Y al otro día siguiente,
otra vez a la ventana
y vio a su hermana que estaba
bordando una rica enagua.
-Hermana, si eres mi hermana,
tráeme una poca de agua,
que tengo más sed que hambre
y la vida se me acaba.
-Métete, Adelina, dentro,
cochina, desvergonzada,
¿por qué no has querido hacer
lo que padre rey te manda?
Se metió Adelina dentro
muy triste y desconsolada
con lágrimas de sus ojos
toda la sala regaba.
Y al otro día siguiente,
otra vez a la ventana
y vio a su madre que estaba
175
El cantor de leyendas
peinando sus ricas canas.
-Hermana, usted que es mi madre,
tráeme una poca de agua,
que tengo más sed que hambre
y la vida se me acaba.
-Hija mía, yo te la diera
con el corazón y el alma
y si padre rey se entera
moriremos castigadas.
Se metió Adelina dentro
muy triste y desconsolada
con lágrimas de sus ojos
toda la sala regaba.
Y al otro día siguiente,
otra vez a la ventana
y vio a su padre que estaba
sacando filo a su espada.
-Padre, si usted es mi padre,
mande que me traigan agua,
que tengo más sed que hambre
y la vida se me acaba.
-Corred, mozos y criados,
y a Adelina traedle agua
y aquel que llegue primero
con Adelina se casa.
Unos con jarros de oro
y otros con vasos de plata
y cuando llegó el primero
176
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Adelina muerta estaba.
Los angelitos del cielo
preparaban su mortaja.
La cristiana cautiva
-Apártate, mora bella,
apártate, mora linda,
deja beber a mi caballo
de ese agua cristalina.
-No soy mora, caballero,
que soy cristiana cautiva,
-No soy mora, caballero,
que soy cristiana cautiva.
-¿Quieres venirte conmigo
en esta caballería?
-¿Y los pañuelos que lavo,
donde yo los dejaría?
-¿Y los pañuelos que lavo,
donde yo los dejaría?
-Los finos, finos de Holanda
en esta grupa irían
y los que no valgan nada
el río abajo los tiras.
-¿Y mi honra, caballero,
dónde yo la dejaría?
-Yo juro no tocarte
177
El cantor de leyendas
hasta que no seas mía.
Yo juro no tocarte
hasta que no seas mía.
La ha subido a su caballo
y él lo lleva de las bridas
y llegando a cierto monte
la mora llora y suspira.
-¿Qué te pasa, mora bella,
por qué lloras, mora linda?
-No soy mora, caballero,
que soy cristiana cautiva,
me cautivaron los moros
día de Pascua florida.
Lloro porque aquí a estos montes
mi padre a cazar venía
con mi hermano Moralejo
y toda su compañía.
-Que repiquen las campanas
de todas las cercanías,
que ha aparecido mi hermana
de doce años perdida.
Quitadle luto al palacio,
que retumbe de alegría
pensé traerme una esposa
y traigo una hermana mía.
La mala suegra
Carmela se paseaba
178
La tradición oral heredada por Francisco Castro
por una salita alante
con los dolores del parto
que el corazón se le parte.
Se ha asomado a una ventana
donde solía asomarse:
-¡Ay, Dios mío, quién tuviera
una sala en aquel valle
y por compaña tuviera
a Jesucristo y mi madre!
La suegra, que oía eso,
reventaba de coraje:
-Carmela, coge la ropa,
y anda, vete con tu madre,
si a la noche viene Pedro
yo le pondré de cenar,
le sacaré ropa limpia
por si se quiere mudar.
A la noche vino Pedro:
-¿Mi Carmela dónde está?
-Tu Carmela se te ha ido
porque aquí no quiere estar,
y me ha tratado de bruja
y me ha querido pegar.
Montó Pedro en su caballo
y a buscar a Carmela va
y antes de llegar al palacio
le salieron a anunciar:
-Ya tenemos, señor conde,
a un infante a quien mandar.
179
El cantor de leyendas
-Del infante no sabemos,
de Carmela Dios sabrá.
Que se levante Carmela,
que nos vamos a marchar.
-Bájese, señor, del caballo
y no peque de ignorante
que a dos horas de parida
no hay mujer que se levante.
-Que se levante Carmela
y no sea replicante.
Se ha levantado Carmela
y él la tomó por delante.
han andado varias leguas
uno y otro sin hablarse.
-Carmela, si no me hablas
cómo quieres que te hable.
-Vágame Dios de los cielos,
cómo quieres que yo hable.
si los pechos del caballo
van bañados de mi sangre.
De no contestar Carmela
él siguió con su desplante:
-Confiésate, mi Carmela,
como si yo fuera un padre,
qué motivos has tenido
para insultar a mi madre
No te confieses, Carmela,
si no quieres confesarte,
180
La tradición oral heredada por Francisco Castro
yo detrás de aquellas peñas
tengo intención de matarte.
La ha bajado del caballo,
uno y otro sin hablarse.
Le dio siete puñaladas,
con una tenía bastante.
-Eso te pasa, Carmela,
por insultar a mi madre.
Mandó al volver al palacio
que las campanas doblasen.
-¿Quién ha muerto,
quién ha muerto?
-La condesa de Olivares,
contestó el niño chiquito
de tres horas no cabales:
-No se ha muerto, no se ha muerto,
que la ha matado mi padre
por un falso testimonio
que han querido levantarle.
La pícara de mi abuela
reviente por los zagares
y la cama donde duerme
se le vuelva de alacranes.
La casadita de lejanas tierras
BIS EN LOS VERSOS PARES
Una casadita de lejanas tierras
181
El cantor de leyendas
con la escoba barre, con los ojos riega.
Sola va a la plaza, sola se pasea,
sólo su marido con ella se queda.
A la media noche le ha dado un dolor,
un dolor de vientre que a ella le entró.
-Maridito mío, si tú me quisieras
a llamar a tu madre ahora mismo fueras.
-Levántate, madre, del dulce dormir,
que tu buena nuera tiene que parir.
-Si pare que para, que para un león
que le despedace hasta el corazón.
-Consuélate, esposa, con la Virgen pura,
mi madre no viene, tiene calentura.
-Maridito mío, si tú me quisieras
a llamar a tu hermana ahora mismo fueras.
-Levántate, hermana, del dulce dormir,
que tu buena cuñada tiene que parir.
-Si pare que para, fuera un elefante
que hasta el corazón se le vuelva sangre.
-Consuélate, esposa, con la Virgen santa,
mi hermana no viene porque no está en casa.
-Maridito mío, si tú me quisieras
a llamar a mi madre ahora mismo fueras.
Pero ve de prisa, que va a amanecer
y ya nuestro hijo tiene que nacer.
182
La tradición oral heredada por Francisco Castro
-Levántate, suegra, del dulce dormir,
que tu buena hija tiene que parir.
-Espera un momento, me voy a vestir
y la luz del día nos verá de ir.
Por el caminito vieron a un pastor:
-Dinos, pastorcito, dinos la verdad,
dinos por quién doblan en esta ciudad.
-Por una casada de lejanas tierras,
por no acudir a tiempo cuñada ni suegra.
-No tengo más hijas, que si las tuviera
no las casaría en lejanas tierras.
Alba Niña
FORMA DE CANTAR CADA DOS VERSOS:
Mañanita, mañanita, (bis)
mañana de San Simón,
que con el olitín,
que con el olitón,
mañana de San Simón.
Mañanita, mañanita,
mañana de San Simón,
se pasea un caballero
con trazas de emperador
con la guitarra en la mano
y esta coplita cantó:
-Quién durmiera con ti, luna,
183
El cantor de leyendas
quién durmiera con ti sol.
-Duerma, duerma, caballero,
una nochecita o dos.
Mi marido está cazando
en los montes de León.
Para que no vuelva más
le echaré esta maldición:
“Cuervos le saquen los ojos
y águilas el corazón
y los perros con que cazan
los saquen en procesión”.
Y a eso de la madrugada
el marido que llamó:
-Abre la puerta, bien mío,
abre la puerta, mi amor,
que te traigo un león vivo
de los montes de León.
Se ha levantado la niña
mudadita de color.
-O tú tienes calentura
o tú tienes mal de amor.
-Ni yo tengo calentura
ni yo tengo mal de amor,
se me han perdido las llaves
de tu rico comedor.
-Si se perdieron de plata
de oro las traigo yo.
184
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Y estando en estas palabras
un caballo relinchó.
-¿De quién es ese caballo
que en mi cuadra relinchó?
-Tuyo, tuyo, caballero,
que mi padre te lo dio.
-Viva tu padre cien años,
que caballos tengo yo.
Cuando yo no lo tenía
tu padre no me lo dio.
Y estando ene estas palabras
pa su percha reparó:
-¿De quién aquella capa
que en mi percha veo yo?
-Tuya, tuya, caballero,
que mi padre te la dio.
-Viva tu padre cien años,
que una capa tengo yo.
Cuando yo no la tenía
tu padre no me la dio.
Y entrando en su dormitorio
pa su cama reparó.
-¿De quién aquella cara
que en mi cama veo yo?
-El niño de la vecina
185
El cantor de leyendas
que jugando se durmió.
-Qué niño ni qué demonio,
tiene más barba que yo.
La tomó de la manita
y a su padre la entregó.
-Aquí tiene usted a su hija,
me ha jugado una traición.
-Llévatela tú, que es tuya,
que la Iglesia te la dio
y si te ha salido mala
buena te la entregué yo.
La pastora y el pájaro
BIS EN LOS VERSOS IMPARES
Cantaba una pastorcita
de sencillo corazón.
Volaba una palomita
sin rumbo ni dirección.
Ay, qué plumas tan bonitas
de tan precioso color.
Ha pegado una volada
y en un árbol se posó,
el árbol le mitigaba
los fuertes rayos del sol.
186
La tradición oral heredada por Francisco Castro
Ay, qué plumas tan bonitas
de tan precioso color.
En su segunda volada
en un era cayó
donde había trigo y cebada
y allí muy bien lo pasó.
Ay, qué plumas tan bonitas
de tan precioso color.
En su tercera volada
en un balcón se posó.
En el balcón, una dama
y trabaron conversación.
Ay, qué plumas tan bonitas
de tan precioso color.
Señora, si usted quisiera
cambiábamos corazón.
Usted no es una paloma,
que es un palomo ladrón.
Si cambiaron o no cambiaron
eso sólo lo sabe Dios.
A eso de los nueve meses
un pajarito voló.
Ay, qué cara tan bonita
naciera de aquel amor.
187
El cantor de leyendas
El cebollinero
FORMA DE CANTAR CADA DOS VERSOS:
Por las calles de Madrid (bis)
pasea un cebollinero (bis)
Olé, olé, olé y Holanda y olé
y Holanda ya se ve,
que ya se ve, que ya se ve.
Por las calles de Madrid
pasea un cebollinero
vendiendo sus cebollinos
para ganarse el dinero.
Llega a casa una casada,
casada de poco tiempo:
-Casada, dame posada
de balde o por el dinero.
-Mi marido no está en casa,
darte posada no puedo.
Que ella quiso, que no quiso,
adentro el cebollinero
y pusieron de cenar
dos perdices y un conejo.
Después de haber cenado
trataron otro misterio,
discurrieron de sembrar
el cebollino en el huerto.
Y a eso de los nueve meses
ya el cebollino está bueno
y tuvo un niño varón
más bonito que un lucero
y su abuelo le decía:
-Ven acá, so puñetero,
no dejarás tú de ser
188
La tradición oral heredada por Francisco Castro
hijo del cebollinero.
El padrino de este niño
ha de ser un molinero
para que traiga la harina
para amasar los buñuelos.
El padrino de este niño
ha de ser un aceitero
para que traiga el aceite
para freír los buñuelos.
El padrino de este niño
ha de ser un colmenero
para que traiga la miel
para enmelar los buñuelos.
Los tres segadores
Salieron tres segadores
a segar fuera de casa,
uno de los segadores
lleva ropitas de Holanda:
los dediles son de oro,
las hoces de fina plata.
Una dama en un balcón
del segador está prendada
y lo ha mandado llamar
con una de sus criadas:
-Segador, mi segador,
mi señorita lo llama.
Y el segador, obediente,
ha seguido a la criada.
Lo llevó por los pasillos
hasta una lujosa sala.
189
El cantor de leyendas
Y entre almohadones de raso
la señora lo esperaba.
-Segador, mi segador,
¿quieres segar mi cebada?
-Dígame dónde la tiene
para poder ajustarla.
-No está en alto ni está en bajo
ni en una honda cañada,
está en medio de dos columnas,
sólo la guarda mi alma.
-Esa cebada, señora,
que yo no puedo segarla,
es pa duques o marqueses
o p’al dueño de esta casa.
-Segador, buen segador,
por dinero no lo hagas.
Lo tomó de la manita
y se lo llevó a la cama
y a eso de la media noche
la dama le preguntaba:
-Segador, buen segador,
¿cómo va usted de cebada?
-Llevo catorce gavillas
sin las que están desatadas.
Y cuando rayaba el día
la señora lo llamaba.
-Segador, mi segador,
que el sol viene y nos delata.
Se levantó el segador
marchito y con mala cara,
como no sabía los pasos,
daba vueltas por la casa.
-Segador, buen segador,
que se va usted sin la paga.
Le dio cuatro mil doblones
190
La tradición oral heredada por Francisco Castro
en un pañuelo de Holanda,
que valía más el pañuelo
que el dinero que guardaba.
Y al otro día siguiente
por el segador doblaban.
La dama y el mocito
ESTRIBILLO:
Yo tenía una capa
y se me mojó,
diga usted, mi dama,
dónde duermo yo.
-Oiga usted, mocito,
duerma usted en la calle.
-Eso no señora,
que hace mucho aire.
ESTRIBILLO
-Oiga usted, mocito,
duerma usted en el suelo.
-Eso no, señora,
que me muerde el perro.
ESTRIBILLO
-Usted que es mocito,
duerma usted en el patio.
-Eso no, señora,
que me araña el gato.
191
El cantor de leyendas
ESTRIBILLO
-Oiga usted, mocita,
duerma con la moza.
-Eso no, señora,
que es muy cosquillosa.
ESTRIBILLO
-Usted que es mocito,
duerma usted conmigo.
-Ay, qué buena idea,
yo también lo digo.
Yo tenía una capa
y se me mojó,
ya yo sé, mi dama,
dónde duermo yo.
La patrona y el militar
ESTRIBILLO TRAS LOS VERSOS PARES:
Ay, que toma la niña y toma,
y ay, que toma la niña y más.
-Buenas noches, patroncita,
-Ven con Dios, buen militar.
-Dígame usted, patroncita,
dónde cuelgo este morral.
-En aquel clavillo viejo,
allá dentro en el corral.
192
La tradición oral heredada por Francisco Castro
-Qué clavillo, qué demonios,
que aquí lo voy a colgar.
Dígame usted, patroncita,
qué tenemos de cenar.
-Unas sopitas de ajo,
muy buenas que nos sabrán.
-Qué sopas ni qué demonios,
quiero gallinas guisás.
-Las gallinas no son mías,
que son de la vecindad.
Que ya quiso, que no quiso,
gallinas comió guisás.
-Dígame usted, patroncita,
dónde me voy a acostar.
-En aquel felpudo viejo
allá dentro en el corral.
-Qué felpudo, qué demonios,
con usted me voy a acostar.
Que ya quiso, que no quiso,
con ella se fue a acostar.
Y al subir por la escalera
le dio la media escalá.
Se acostaron, se arroparon,
se pusieron a jugar.
Se cayeron y se hirieron
sin poderlo remediar.
193
El cantor de leyendas
Y a eso de los nueve meses
vino al mundo un militar
con perilla, con bigote
y la bayoneta calá
y en la puerta de La Línea
haciendo servicio está.
Las señas del esposo
FORMA DE CANTAR CADA DOS VERSOS:
Soldadito veterano,
rem, rem trepetrepetrén lan larán larán,
de qué guerra viene usted,
rem, rem.
-Soldadito veterano,
de qué guerra viene usted.
-Señora, de la de Flandes,
por qué lo pregunta usted.
-Por si ha visto a mi marido
en la guerra con usted.
-Qué quiere que yo le diga
sin saber señas de él.
-Mi marido es alto y rubio,
más o menos como usted,
lleva un caballo alazano
calzado en los cuatro pies
y en la punta de la lanza,
un pañuelo aragonés
194
La tradición oral heredada por Francisco Castro
que le bordé cuando niña,
cuando niña le bordé
y otro que le estoy bordando
y otro que le bordaré.
-No borde tantos pañuelos,
que en la guerra muerto es
y él mismo me dio esta carta
pa que case con usted.
-Eso sí que no lo hago,
eso yo nunca lo haré,
siete años lo he esperado
y veinte lo esperaré
y en caso que no viniere
tampoco me casaré.
-Alza la vista, paloma,
si me quieres conocer,
tú eres mi esposa María
y yo tu marido Andrés.
Por haber guardado tu honra
has sido mujer de bien.
Marinero al agua
FORMA DE CANTAR CADA DOS VERSOS:
Estando un marinerito, ramiré (bis)
en su divina fragata,
ramiré, pom, pom, porrompompón,
en su divina fragata.
Estando un marinerito
195
El cantor de leyendas
en su divina fragata,
al extender una vela
el marinero fue al agua.
Como estaba el mar muy malo
el pobrecito se ahogaba.
Se le apareció el demonio
diciéndole estas palabras:
-¿Cuánto me das, marinero,
si te salvo de estas aguas?
-Yo te doy este navío
cargado de oro y plata.
-Yo no quiero tus riquezas
que lo que quiero es tu alma.
-Mi alma es de mi Dios,
que me la tiene prestada,
y mi cuerpo, de los peces,
que viven en esta agua.
Y despreciando al demonio
al temporal se entregaba.
Vino la Virgen María
y en sus brazos lo tomaba
y con un cariño inmenso
en cubierta lo dejaba.
El milagro del trigo
La Virgen va caminando
huyendo del rey Herodes,
196
La tradición oral heredada por Francisco Castro
por el camino han pasado
grandes fríos y calores
y al niño lo llevan
con grandes cuidados
porque el rey Herodes
quiere degollarlo.
Por el camino adelante
a un labrador que allí vieron
le ha preguntado la Virgen:
-Labrador, ¿qué andas haciendo?
Y el labrador dice:
-Señora, sembrando
todos estos cuernos
para el otro año.
Fue tanta la cantidad
que Dios le mandó de cuernos
que parecían las hazas
una maná de carneros.
Ese fue el castigo
que Dios le mandó
por ser mal hablado
aquel labrador.
Siguieron más adelante
y a otro labrador que allí vieron
le ha preguntado la Virgen:
-Labrador, ¿qué andas haciendo?
Y el labrador dice:
-Señora, sembrando
todas estas piedras
para el otro año.
197
El cantor de leyendas
Fue tanta la cantidad
que Dios le mandó de piedras
que parecían las hazas
una grandísima sierra.
Y ese fue el castigo
que Dios le mandó
por ser mal hablado
aquel labrador.
Siguieron más adelante
y a otro labrador que allí vieron
le ha preguntado la Virgen:
-Labrador, ¿qué estás haciendo?
Y el labrador dice:
-Señora, sembrando
todito este trigo
para el otro año.
-Pues ven mañana a segarlo
sin ninguna retención,
que este favor te lo hace
el Divino Redentor.
Si acaso pasaren
por mí preguntando
diles que nos viste
estando sembrando.
El labrador, muy contento,
a la noche fue a su casa
contándole a su mujer
todito lo que le pasa.
La mujer le dice
que no puede ser
en tan poco tiempo
198
La tradición oral heredada por Francisco Castro
sembrar y coger.
Al otro día siguiente
se levantó el labrador
en busca de tres peones,
no ha encontrado más que dos.
Que arriba, que abajo,
que allá arriba fueron
a segar el trigo
que ya estaba bueno.
Estando segando el trigo,
un escuadrón de caballos
por una mujer y un niño
y un hombre van preguntando.
Y el labrador dice:
-Cierto es que lo vi,
estando sembrando
pasó por aquí.
Se miran unos a otros,
grandes reniegos se echaban
de ver que no les salía
el intento que llevaban,
y el intento era
de cogerlos presos
y de presentarlos
al rey más soberbio.
El niño perdido se recuesta en la cruz
FORMA DE CANTAR CADA DOS VERSOS:
San José era carpintero (bis)
y la Virgen, costuré
199
El cantor de leyendas
y la Virgen, costurera.
San José era carpintero
y la Virgen, costurera,
San José salió a paseo
y dejó al niño en la tienda.
El niño, cosas de niños,
jugaba con la madera,
hizo una cruz con tres clavos,
testigos de su inocencia.
Le dijo: “Cruz venturosa,
quién te volviera de cera”.
A estas palabras del niño
bajó la sagrada reina,
lo tomó de la manita:
“Vamos a cumplir una promesa”.
Yendo por el caminito
se le ha perdido a la reina,
se ha encontrado con tres damas,
las tres mocitas y doncellas.
Le preguntó a la mayor
si ha visto a Dios en la Tierra,
le contestó la de en medio:
“Señora, dé usted las señas”.
“Lleva zapatitos blancos
y unas caladitas medias
y una túnica morada
bordada con seda negra”.
Dijo entonces la más chica:
“Anoche estuvo en mi puerta,
me ha pedido una limosna,
la cual hice por tenerla”.
200
La tradición oral heredada por Francisco Castro
La Virgen y el ciego
ESTRIBILLO:
Ay, ay, José mío,
ay, mi dulce bien,
ay, qué privilegio
con tanto poder,
su vara dichosa
llegó a florecer,
eres santo, San José.
La Virgen va caminando
de Egipto para Belén,
como el camino es tan largo
pidió el niño de beber.
ESTRIBILLO
No pidas agua, mi niño,
no pidas agua, mi bien,
que los ríos van muy turbios
y no se pueden beber.
ESTRIBILLO
Allá arriba donde vamos
hay un verde naranjel
y el guardador que lo guarda
es un ciego que no ve.
ESTRIBILLO
-Ciego, dame una naranja,
que mi niño tiene sed.
201
El cantor de leyendas
-Entre usted, señora, y coja
las que fueren menester.
ESTRIBILLO
La Virgen, como es tan pura,
no ha cogido más que tres,
una le ha dado a su niño
y otra a su esposo José
y otra se ha guardado ella
para el niño entretener.
ESTRIBILLO
-Toma, ciego, este pañuelo,
límpiate los ojos en él,
y al salir por el portillo
el ciego comenzó a ver.
ESTRIBILLO
-¿Quién ha sido esa señora
que me ha hecho tanto bien?
Seguro, es la Virgen pura
y el patriarca José.
ESTRIBILLO
La mujer del molinero y el cura
BIS EN LOS VERSOS IMPARES
Siéntate si vas despacio,
202
La tradición oral heredada por Francisco Castro
siéntate y te contaré
la tragedia (de) un molinero
casado con su mujer.
El cura que la visita
le quiere pisar el pie.
-Padre cura, padre cura,
eso no va a poder ser.
-Déjame que te lo pise,
te daré bien de comer.
Te daré pollos dorados
con azuquita y con miel.
Y estando en estas palabras
a la puerta llamó él.
-Padre cura, mi marido,
¿dónde lo meto yo a usted?
Si lo meto en la tahona
se le van a ver los pies.
Lo meteré en aquel saco,
lo arrimaré a la pared.
Y apenas entró el marido
lo primero que se ve:
-¿Qué tienes en aquel saco
arrimado a la pared?
-Fanega y media de trigo
que trajeron a moler.
-Sea trigo o lo que sea
mis ojos lo quieren ver.
Y apenas destapó el saco
203
El cantor de leyendas
lo primerito que ve:
la sotana (d)el padre cura
y el sombrero calañés.
-Padre cura, padre cura,
buenas tardes, padre cura,
ha venido usted muy bien,
la mula se ha puesto coja
y usted tendrá que moler.
Lo amarraron a la una,
lo soltaron a las tres
y apenas que lo soltaron
padre cura echó a correr.
Parecía que llevaba
el demonio entre los pies.
Y al otro día siguiente
a misa fue la Isabel
y le dijo: Padre cura,
¿quiere usted pisarme el pie?
-Que te lo pise el demonio,
acuérdate tú de ayer.
Si tu marío quiere un mulo,
vaya a la feria a por él.
Las hijas de Medina [Merino]
FORMA DE CANTAR CADA DOS VERSOS:
Mamá, quiere usted que vaya (bis)
un ratito a la alameda tralará (bis)
un ratito a la alameda.
Mamá, ¿quiere usted que vaya
204
La tradición oral heredada por Francisco Castro
un ratito a la alameda
con las hijas de Medina
que llevan ricas meriendas?
A la hora de merendar
se perdió la más pequeña.
Su madre la está buscando
calle arriba, calle abajo.
¿Dónde la vino a encontrar?
En una sala de baile
bailando con un galán,
y el galán que le decía:
-Mi abuela tiene un peral
que echa las peras azules
más finas que el cordobán.
Las tres mozuelas
FORMA DE CANTAR CADA DOS VERSOS:
Estándome paseando
una tarde en la alameda,
que ya por aquí, que ya por allá,
una tarde en la alameda.
Estándome paseando
una tarde en la alameda
me encontré con tres chavalas
no me parecieron feas.
Yo las convidé a garbanzos,
dicen que no tienen muelas.
Yo las convidé a un refresco,
dicen que frescas son ellas.
Yo las convidé a turrón,
las tres se hicieron señas.
205
El cantor de leyendas
Una pidió cuatro libras
y la otra cuatro y media
y la otra pidió cinco
por no ser menos que ellas.
Tomaron paso ligero
por calles y callejuelas
y al revolver de una esquina
está la casa de ellas.
Las tres se metieron dentro
y a mí me dejaron fuera.
Por debajo de la puerta
me metieron una esquela,
su único renglón dice:
Vaya el tonto a la alameda.
Eso me ha pasado a mí
por ir tras de las mozuelas.
El rastro divino
(recitado)
Jesús está con los doce,
con los hermanos que amaba
y el Jueves Santo en la noche
los tenía convidados
a una cena muy sagrada.
Y cuando estaban reunidos
Jesús dijo estas palabras:
-¿Quién de vosotros, amigos,
ha de venderme mañana?
Jesús los miraba a todos,
Judas bajó su mirada.
Todavía no era de día
y ya Jesús caminaba
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
con una cruz en sus hombros
de madera muy pesada.
El peso de aquel madero
lastimaba sus espaldas,
las culpas de los demás
le lastimaban el alma.
Sacó sus divinos paños
y sus divinas toallas,
le limpió el rostro tres veces
y salieron tres estampas:
una cayó en Jaén,
otra cayó en Roma Santa,
la otra cayó en el mar,
por eso el agua es sagrada.
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El cantor de leyendas
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
ORACIONES
A Santa Bárbara contra las tormentas
Santa Bárbara bendita
que en el cielo estás descrita
con papel y agua bendita,
Padre Eterno, agua limpia.
Para que se retirara una tormenta también se hacía una
cruz de sal encima de la mesa.
Cuando alguien salía de viaje
o un niño iba a algún lugar
donde podía haber peligro
¡Madre mía,
Virgen pura,
ampárame
a esa criatura!
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El cantor de leyendas
Arriba, pastora
Arriba, arriba, pastora,
le han traído a la Señora
un niño muy rebonito
que se llama Jesucristo.
El Padre Eterno es su padre,
Santa María, su madre.
Los ángeles, sus hermanos,
lo tomaron de la mano,
lo llevaron a Belén.
En Belén hay una fuente,
pusieron cruz en el frente
para que el diablo no lo encuentre
ni de noche ni de día,
sólo la Virgen María
que estaba siempre rezando,
rezaba de noche y día
y no rezaba callando
porque San Juan no sabía.
Del nacimiento a la Pasión
En Belén, en un portal,
ha nacido Jesucristo.
Jesucristo fue nacido
de una hija de Santa Ana
y tenía doce amigos
que apóstoles se llamaban.
Un jueves santo en la noche
los tenía convidados
a una cena muy sagrada.
Faltaba San Juan Bautista,
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
que predicó en la montaña.
y cuando estaban reunidos
Jesús dijo estas palabras:
“¿Quién de vosotros, amigos,
morirá por mí mañana?”
Se miran unos a otros,
no entienden ni una palabra
y Jesús sigue diciendo
con la bondad en la cara:
“¿Quién de vosotros, amigos,
morirá por mí mañana?”
Se miran unos a otros
y ninguno dice nada.
Y pasado el mediodía
Jesucristo caminaba
con una cruz en sus hombros
de madera muy pesada.
El peso de aquel madero
le lastimaba la espalda,
las culpas de los demás
le lastimaban el alma.
Por tres veces se ha caído
y las tres se levantaba.
Ha salido una mujer
que la Verónica llaman;
sacó los divinos paños
y sus divinas toallas,
le limpió el rostro tres veces
y salieron tres estampas:
una cayó en Jaén,
otra cayó en Roma Santa,
la otra cayó en el mar
y el agua está consagrada.
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El cantor de leyendas
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
VOCABULARIO
Francisco emplea muchas palabras antiguas que, aunque
aparecen en el diccionario, ya no suelen utilizarse y por tanto
desconocemos. Aquí podemos encontrar algunas de ellas.
Muchas tienen en común su gran sonoridad y la magnífica
definición que el propio Curro nos ofrece.
Aceite de capote. Aceite de linaza, llamado así porque era
el utilizado para impermeabilizar los capotes protectores de la
lluvia.
Achisparse. Emborracharse.
Aguja de pajar. Aguja realizada con tallo de cañizo o de
cardo para techar el almiar con castañuela.
Almiar. Pajar realizado con paja a campo abierto para
proteger la propia paja que ha de darse a los animales a lo
largo del año. (En el DRAE, montón de paja o heno
formado así para conservarlo todo el año).
Amontunado. Montaraz, montuno, salvaje.
Andorrias. Greba, polainas utilizadas para protegerse las
piernas. Hechas de tela impermeable, se amarraban en la
pierna. Se metían en aceite de linaza para impermeabilizarlas o
se hacían con la tela de un capote ya impermeabilizado.
Ataconado. Referido al monte, limpio de maleza.
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El cantor de leyendas
Bardal. DRAE: Cubierta de sarmientos, paja, espinos
o broza, que se pone, asegurada con tierra o piedras,
sobre las tapias de los corrales, huertas y heredades, para
su resguardo. Curro nos habla de un bardal de sauces que
había en los huertos del Tiradero.
Bielda. DRAE: Instrumento agrícola que sirve para
recoger, cargar y encerrar la paja, y que solo se diferencia
del bieldo en tener seis o siete puntas y dos palos
atravesados, que con las puntas o dientes forman como
una rejilla.
Buenarate, botarate, buen arate. Arte, gracia para hacer
bien algo.
Borceguí. Zapato basto hecho de piel de buey con
cordones de correa de la misma piel y suela de material.
Cuando se mojaban se ponían muy duros y se dejaban delante
de la cama para que se secaran.¡Cualquiera metía los pies
dentro!.
Cachipalo. Golpe dado con un palo.
Cardumo. Cualquier agrupación de animales, ya sea una
manada de vacas o un banco de peces.
Chispera. Borrachera.
Cobra. Juego de cuerdas que se coloca en las caballerías
para trillar y que consta de un macho, una collera y otra
tiradera que va a la mano del jinete. En el DRAE: Coyunda
para uncir bueyes.
Corvillo. Garabato, herramienta de labor.
Coyundas. Cuerdas para uncir la yunta al yugo.
Encarruchar. Hilvanar o hilar ideas o frases en un
discurso, por ejemplo, al contar una historia.
Esparpucho. Mentirijilla, palabra fea, tontería.
Falfo. Dobladillo de cualquier prenda.
Frontil. Almohadilla que sirve para atar la yunta a la
cornamenta de los bueyes para que no se hagan daño.
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La tradición oral heredada por Francisco Castro
Gallareta. Focha (ave acuática de plumaje negro y
pico y frente blancos, muy abundante en los humedales
cercanos a Tahivilla).
Garrapito. Hojas puyosas de algunas plantas como los
raspasayos y otros cardos que se agarran a la ropa.
Guzaraña. Musaraña.
Jizcar (posiblemente, de jisca, carrizo). Cuerda de tres
hilos hecha para techar las casas con pasto, tejida con juncia,
una planta parecida al papiro que crece junto a los ríos y en la
laguna de la Janda.
Jozaúra (de hozar). Hoyo que hace un cerdo para buscar
lombrices y raíces.
Llamadera. Palo con aguijón con el que el carretero
llamaba a la yunta de bueyes. Parecido a la garrocha, pero más
corto, de unos dos metros.
Morisquetas. Muecas, gestos extraños realizados con la
cara.
Mostrenco (de mestenco). Que no tiene amo, ni hogar.
Puede referirse a una persona de vagabundea por el mundo o a
un animal suelto en el campo.
Pajarraquera. Laja de roca arenisca característica de la
zona que es aprovechada por las rapaces para anidar.
Perico. Candil casero realizado con una lata y una torcida.
Puyoso. Que tiene pinchos.
Ranilla. Enfermedad intestinal de las vacas que se curaba
braceando al animal por el intestino y sacándole la sangre
cuajada, quedando así el animal muy aliviado. La gente decía
que se curaba recitando una oración y también había un
hombre en Cañajara que no necesitaba ni acercarse al animal,
sólo con decirle qué vaca estaba enferma, él ya de lejos la
curaba. También he oído alguna oración como esta: “Maldita
ranilla, vete de esa vaca, vete al pelo, del pelo al cuerno y del
cuerno a la mar, y de esa vaca, ranilla, no vuelvas más”. A mí,
no puedo evitarlo, esto no me ofrece garantías, es sólo una
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El cantor de leyendas
superstición, porque yo sólo he visto curarse a las vacas que se
braceaban.
Sao. Nombre que se le da en la zona al sauce y también al
labiérnago.
Señeras, ceñeras. Prenda para proteger los pantalones que
estaba hecha de loneta de capote.
Sobrao. Soberado, planta superior de las casas destinada a
guardar el grano y otros alimentos con el fin de mantenerlos
alejados de los animales.
Taró. Niebla persistente que se extiende sobre el Estrecho
de Gibraltar.
Techa. Techada, estructura realizada para techar una casa
o choza.
Tonga. Agrupación de juncos (castañuelas) listos para
construir un tejado.
Zaragutear. Husmear, andar por el monte buscando algo.
(El DRAE la define como embrollar, enredar, hacer cosas
con impericia y atropellamiento, pero Curro la utiliza en
el sentido empleado en Centroamérica: “hurgar”).
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Este libro, que contiene
materiales grabados
a Francisco Castro Salvatierra
durante la primera década
del siglo veintiuno,
se preparó durante dos mil once
y se imprimió
en el mes de diciembre
del mismo año,
justo cuando las primeras grullas
iban llegando a la laguna de la Janda.
Mereció la pena.

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