Un Papa sencillo y humilde - masalto.com

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ACTUALIDAD
Un Papa sencillo y humilde
P. Alfonso Aguilar, L.C.
"Benedetto, Benedetto, Benedetto," cantaban miles de jóvenes en la plaza de San Pedro
después de que el nuevo Papa saliera al balcón central de la basílica para impartir su
primera bendición urbi et orbi (a la ciudad y al mundo).
Con millares de personas, fui corriendo a la Plaza de San Pedro tan pronto como escuché
por la radio que salía fumata bianca por la chimenea de la Capilla Sixtina. En menos de
15 minutos la plaza desbordaba de romanos y peregrinos. La mayor parte de la gente se
tuvo que acontentar con ver la escena desde los alrededores de la Ciudad del Vaticano.
Las primeras palabras del Pontífice resonaron tímidamente en la plaza: «Queridos
hermanos y hermanas: Después del gran Papa, Juan Pablo II, los señores cardenales me
han elegido a mí, un sencillo, humilde trabajador en la viña del Señor».
Aplaudimos con entusiasmo. El rostro del Papa Benedicto reflejaba un alma modesta que
se sentía indigna de la nueva y gigante misión confiada por Dios. «Me consuela - añadió
- el hecho de que el señor sabe trabajar y actuar con instrumentos insuficientes y sobre
todo confío en vuestras oraciones».
Sabíamos que sus palabras brotaban del corazón. «Estoy feliz de que Dios nos haya
dado un Papa tan humilde y tan santo», me comentaba Christine d'Auchamp, una chica
de 23 años que había venido de Dinamarca con su hermano Daniel para presenciar el
histórico evento.
Tras la bendición papal, me entrevistaron en un programa de radio española. «¿Qué
piensa usted del nuevo Papa?», me preguntó Sandra, la entrevistadora.
En pocos segundos se me agolparon, como el trailer de una película, las escenas de mis
encuentros rsonales con el Cardenal Joseph Ratzinger. «Este Papa - dije - es lo que él
mismo acaba de decir que es: un sencillo, humilde trabajador en la viña del Señor».
Durante años visitaba al cardenal en la Congregación para la Doctrina de la Fe, situada a
la izquierda de la Basílica de San Pedro, con un grupo de jóvenes alemanes. Siempre nos
saludaba a cada uno personalmente y nos preguntaba de qué ciudad proveníamos. Nos
hablaba con confianza de sus trabajos y de los problemas más urgentes de la Iglesia. Se
tomaba algunas fotos con nosotros y dedicaba todo el tiempo necesario para firmar
autógrafos.
No había prisas ni formalidad. El cardenal era accesible, afable, y mostraba deseos
sinceros de compartir unos momentos con nosotros. En su presencia uno tendía a
olvidar su posición dentro de la Curia Vaticana. Se parecía más a un abuelo o a un
párroco rural que a un famoso teólogo.
Después del encuentro los chicos solían hablar de la virtud que más brillaba en el
cardenal: la humildad. Me acuerdo de un comentario que me hizo uno de ellos, Karl
Lange: «Antes de acudir a la cita, me daba vergüenza ir al cardenal para pedirle me
firmara los tres libros que tenía de él. Cuando lo saludamos, se me esfumó el miedo.
Pedirle unos autógrafos resultaba tan fácil como preguntarle a un amigo qué hora es».
file:///C|/Documents%20and%20Settings/uerp8/Desktop/a...20Papa%20sencillo%20y%20humilde%20-%20masalto_com.htm (1 of 2)14/06/2006 18.01.22
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Karl tenía razón. Uno podía ver diariamente al Cardenal Ratzinger atravesar solo la Plaza
de San Pedro para ir a o volver de su apartamento al trabajo. Cualquiera lo podía
saludar y conversar con él por unos momentos. Siempre lo encontrabas amigable,
dispuesto a escuchar.
Hace un par de años, un amigo mío de Columbus, Ohio (Estados Unidos), visitaba Roma
con sus padres. La familia se topó con el cardenal en la Plaza de San Pedro y le pidió
tomarse una fotografía juntos. «Con mucho gusto», respondió el prelado alemán. En
seguida cogió la cámara del padre de mi amigo para sacar una foto a la familia. Los
americanos tuvieron que explicarle que querían sacarse una foto con él, no por él.
La última vez que me encontré con el Cardenal Ratzinger fue el 24 de junio en la boda
de dos amigos míos, el americano Anthony Valle y la alemana Marta Adamski,
estudiantes del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum dirigido por los Legionarios de
Cristo en Roma. El cardenal tenía por costumbre celebrar la Misa en alemán los jueves
por la mañana en la capilla del Colegio Teutónico, que está en la Ciudad del Vaticano.
Esa Misa era abierta a todo el mundo y uno podía hablar con el prelado al finalizar la
misma. Mis dos amigos se acercaron un día y, después de presentarse al cardenal, le
pidieron que les casara. A los pocos días, el purpurado les escribió una carta diciendo
que sí les casaba. Concelebré la boda con el cardenal en la Capilla del Coro de la Basílica
de San Pedro.
En su homilía el prelado habló espontáneamente en alemán e italiano druante 20
minutos sobre la naturaleza del matrimonio y su relación con Dios. Fue un sermón
profundo y emocionante: una reflexión que brotaba de la mente y del corazón de un
hombre de Dios y sabio.
Me impresionó el hecho de que un cardenal tan prominente dedicara dos horas de su
tiempo de un jueves ordinario para bendecir el matrimonio de dos jóvenes que nunca
había conocido.
Ese hecho ponía de manifiesto su caridad y humildad: dos virtudes que forman los
fundamentos de su dedicación a la Iglesia como sacerdote, obispo, cardenal y, ahora,
como Vicario de Cristo.
«Aquí no se trata de honores - explicó el recién elegido Santo Padre al Colegio de los
Cardenales en su primera audiencia el 22 de abril -, sino más bien de un servicio que
hay que desempeñar con sencillez y disponibilidad, imitando a nuestro Maestro y Señor,
que no vino a ser servido sino a servir, y que en la Última Cena lavó los pies de los
apóstoles pidiéndoles que hicieran los mismo».
En efecto, la única ambición del Papa es ser servus servorum Dei, el siervo de los siervos
de Dios. Yo creo que Dios, por medio de la elección del nuevo Romano Pontífice, nos
pide a todos, entre otras cosas, crecer en santidad, es decir, en caridad y humildad.
Por eso, agradecemos y nos enorgullece tener como Vicario de Cristo a «un sencillo,
humilde trabajador en la viña del Señor».
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