Juan Pablo II Santo - Instituto Juan Pablo II para la Familia
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Juan Pablo II Santo - Instituto Juan Pablo II para la Familia
2 3 Juan Pablo II Santo Memoria del Congreso organizado por el Pontificio Instituto Juan Pablo II para la Familia Universidad Anáhuac México Norte Huixquilucan, 31 de marzo de 2014 4 Coordinadores de la edición: Mtro. Miguel Santiago Flores Colín P. Gaspar Guevara L. C. Colección Memorias Pontificio Instituto Juan Pablo II para la Familia No está permitida la reproducción total o parcial de esta obra, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. Derechos reservados: © 2014, Instituto Cencalli S. C. Pontificio Instituto Juan Pablo II para la Familia Av. Lomas Anáhuac # 46 Col. Lomas Anáhuac Huixquilucan, Estado de México C. P. 52786 Teléfono (55) 53 28 80 80 [email protected] www.familia.edu.mx Primera edición Hecho en México 5 Índice DOCUMENTOS Mons. Livio Melina Carta a los vicepresidentes, decanos y profesores de las Secciones y Centros Asociados ............. 7 SS. Francisco I Homilía de la Misa de la Canonización de los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II ............................... 10 INTERVENCIONES Dr. Óscar Perdiz Figueroa El panorama amoroso en la actualidad: urgencia de repensar el amor ................................................. 14 Dr. Daniel Alberto Medina Pech El amor humano en el corazón y en la mente de Juan Pablo II ........................................................................ 22 Dns. Juan José Blázquez Ortega San Juan Pablo II: un hombre de Dios ................................... 26 Mons. Christophe Pierre Homilía de la Misa de Acción de Gracias por la Canonización de Juan Pablo II ..................................... 45 6 Documentos 7 Carta de Mons. Livio Melina a los vicepresidentes, decanos y profesores de las Secciones y Centros Asociados del Pontificio Instituto Juan Pablo II para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia Livio Melina Roma, 26 de enero de 2014 Queridos amigos: En los próximos meses hay dos eventos que nos esperan y nos llaman a una especial responsabilidad. En primer lugar, como saben, el próximo 27 de abril, el Papa Francisco elevará a la gloria de los altares, junto con el Beato Juan XXIII, también a nuestro querido Juan Pablo II, fundador de nuestro Instituto. Si es un evento de gracia para toda la Iglesia, lo es en modo particular para nosotros. Acogemos este evento con estupor y gratitud, como la gracia que nos confirma y la certeza de poder seguir la misión que se nos ha confiado con la certeza de una nueva y singular asistencia celestial. Lo celebramos con un Congreso dedicado al “Papa de la familia”, en el cual deseamos que, a través de cualificadas experiencias de vida emerja lo que desde hace treinta años es nuestra experiencia y convicción verificada: que su enfoque, expresado sobre todo en la “Teología del cuerpo”, es la manera pastoral más eficaz de ayudar a las personas para corresponder a su vocación al amor. Por otro lado, tenemos por delante la celebración de dos Sínodos que el Papa Francisco ha querido dedicar a los desafíos de la familia en el horizonte de la evangelización. El Santo Padre desea empujar valientemente a la Iglesia para colocarse 8 en la perspectiva y la dinámica de la misión hacia las personas más lastimadas por la vida y más marginadas. Las temáticas que se proponen a la atención de la Iglesia entera, a través del cuestionario preparatorio, han reabierto un amplio debate, en el cual, a nivel de la opinión pública, se han querido poner en discusión nuevamente algunos puntos esenciales del Magisterio y de la praxis de la Iglesia en referencia al matrimonio y a la familia. De esta forma ha surgido un problema real quizá no atendido: la distancia existente entre la enseñanza oficial de la Iglesia y, por otro lado, la vida y prácticas concretas en tantas iglesias locales. De cara a esta situación que crea notable turbación, nuestro Instituto juega un papel único al servicio de la Iglesia. Hace falta superar cierto desánimo inicial y afrontar las circunstancias determinadas de la iniciativa del Papa Francisco como una ocasión de gracia y de responsabilidad únicas para ofrecer la reflexión que se ha venido madurando en estos años en nuestro Instituto. No se trata evidentemente de abandonar los principios o de adaptarlos a una mentalidad secular, pero tampoco se trata de atrincherarse en una defensa que se limita a repetir nuestras convicciones. El desafío delante del cual nos encontramos es aquel de mostrar en manera serena y fuerte, argumentada y convincente, la conveniencia humana de la propuesta cristiana sobre el matrimonio y la familia, como elemento esencial y no secundario de la nueva evangelización. Por todo lo anterior, en Roma hemos organizado dos seminarios y congresos que afronten los temas centrales para el Sínodo (del cual les enviamos en archivo anexo los programas). Hemos invitado también a expertos que tienen enfoques diversos al nuestro con el fin de propiciar un debate abierto y franco. Con ese mismo espíritu los invito a todos ustedes a pensar y realizar iniciativas análogas además de la publicación de artículos, libros –sean científicos que divulgativos- que pongan en el debate público los temas más pertinentes sobre los temas del Sínodo. Es muy importante que en estos dos años 9 el Instituto esté presente de manera decisiva; que sea protagonista en el debate. Teniendo delante esta situación he pensado que sea oportuno posponer para el año 2017 la celebración de la III Semana Internacional de Estudios, estos es, después de la celebración de los Sínodos y de la previsible publicación de la Exhortación apostólica que se les dedicaría. En un principio, dicha semana internacional estaba prevista para el mes de agosto de 2015 y el tema central era la generatividad. Finalmente, les pido renovar nuestro vínculo de comunión en la oración. Este momento en el que estamos llamados a vivir es ciertamente único e implica un reto no exento de dificultades. Les sugiero promover en los días sucesivos a la canonización, una especial novena de oración a nuestro Santo Fundador, teniendo como intención especial la buena marcha del Sínodo y la fidelidad de nuestro Instituto a su misión eclesial. Pidamos a la Santísima Virgen, Nuestra Señora de Fátima, y al beato Juan Pablo II que nos protejan desde el cielo y que nos ayuden a ser dóciles y valientes discípulos del Señor, que seamos testigos y alegres apóstoles convencidos de la verdad sobre el amor humano en el plan divino; que seamos personas de esperanza humilde para corresponder generosamente a nuestra vocación y servicio en bien de tantos hombres y mujeres que son nuestros hermanos. Livio Melina Presidente 10 Homilía de la Misa de la Canonización de los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II II Domingo de Pascua (o de la Divina Misericordia) 27 de abril de 2014 SS. Francisco I1 En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que san Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado. Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde, como hemos escuchado, no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos: Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Jn. 20,28). Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado» (1 P. 2,24; cf. Is. 53,5). 1 http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2014/documents/papafrancesco_20140427_omelia-canonizzazioni.html 11 San Juan XXIII y san Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (cf. Is. 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia. Fueron sacerdotes y obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte, la cercanía materna de María. En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante» (1 P. 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno. Esta esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, de la que hablan los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,42-47), como hemos escuchado en la segunda Lectura. Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad. Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la 12 convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guiado por el Espíritu. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu santo. En este servicio al Pueblo de Dios, san Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene. Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama. 13 Intervenciones 14 El panorama amoroso en la actualidad: urgencia de repensar el amor Dr. Óscar Perdiz Figueroa2 Introducción La mayoría de las relaciones amorosas en la actualidad son desgraciadas, desastrosas o están destinadas al fracaso; es decir, son infelices y condenadas a no durar. ¡Qué manera tan positiva de comenzar la semana! ¿a quién le sorprende esto? ¿a quién le choca esta afirmación? No estoy exagerando, basta ver las estadísticas, están llenas de divorcios, existe un generalizado terror a casarse, muchos optan por la convivencia a prueba, hay una cantidad enorme de madres solteras, de hombres solos, se difunden los embarazos no deseados, matrimonios no queridos. A cualquier cosa se le llama matrimonio. ¡cuántos matrimonios son el fruto de una auténtica decisión! ¡cuántas personas están casadas solo porque así tocaba! ¡Cuánta gente se acerca al matrimonio sin saber lo que es, sin ni siquiera estar convencido de lo que hace o se casa con la persona equivocada! ¡Cuantos se casan pero en el fondo de su corazón, siguen con el compañerito o la compañerita de la prepa! Todo esto es sorprendente. Sorprenderse es ya el inicio de una vida sabia: los animales no se sorprenden, se comienza a ser viejo cuando uno ya no se admira (aunque tenga 18 años) y no es casualidad que el símbolo de la sabiduría sea la lechuza, ese ave con los ojos siempre sorprendidos. Doctor en Teología con especialidad en Familia por el Pontificio Istituto Giovanni Paolo II per Studi su Matrimonio e Famiglia de la Pontificia Università Lateranse. Responsable Nacional de Formación del Pontificio Instituto Juan Pablo II para la Familia, Sección Mexicana. 2 15 Por qué amamos como amamos De la admiración surge la cuestión más importante: ¿por qué amamos como amamos? La respuesta es relativamente sencilla: 1. Primero porque tenemos inconscientemente unos modelos de amor que se siguen sin cuestionarse. 2. Segundo: Porque tenemos en general una concepción del matrimonio partida y que nos han impuesto 3. Tercero porque ni se piensa ni se cuestiona el amor: y esto es quizá más sorprendente y grave: 1. Los modelos de amor que hemos heredado Aquí se descubre otra pregunta: ¿Quién nos enseña a amar o dónde aprendemos a amar? La respuesta es también sencilla: las historias de amor. ¿y dónde más va estar la educación amorosa? En las canciones, en las películas, en la literatura, en las poesías y en las telenovelas, en las revistas. Lo asombroso es que la infinita mayoría de las historias tienen muy poco que ver con el matrimonio o conciben el amor como algo ajeno a él o proponen el matrimonio como “la tumba del amor”. Otra cosa sorprendente es que casi todas las historias en el fondo repiten, desde hace ocho siglos, la historia por excelencia de amor apasionante e imposible: Tristán e Isolda. En ese sentido no hay mucha originalidad. Entonces ¿cuáles son los modelos de amor que la sociedad impone? Se pueden identificar claramente tres y han ido creciendo como una bola de nieve hasta llegar a nosotros. El primero y más lejano es el amor cortés, este complicado modelo surge como una reacción contra los matrimonios arreglados a mitad del Medievo. “Me he visto obligada a casarme con Marcos pero el amor de mi vida es Tristán”: Amor sí, matrimonio no o amor contra matrimonio: de hecho la historia de amor entre Tristán e Isolda es elementalmente la historia de un adulterio. Es la historia de 16 amor por excelencia, eternamente representada: es la historia emocionante y entretenida, el principal ingrediente de todas las historias de amor imposible que vendrán y harán gimotear de emoción a tantas generaciones, desde Romeo y Julieta hasta la última telenovela vulgar que estarán rodando en algún pueblo mágico. El amor cortés está impregnado por una visión pesimista del cuerpo e implica una idealización de la mujer y del amor en general: está claramente impregnado por la herejía cátara pero en el fondo es un intento por rescatar lo genuino del amor. El segundo modelo de amor es el romántico, ya muy cercano a nosotros en el siglo XIX: para el romanticismo amor es sinónimo de enamoramiento, y el matrimonio no es otra cosa que la tumba del amor: “enamoramiento sí, amor no”. Tratando de sintetizar al máximo, nuevamente se trata de una reacción contra el matrimonio puritano y contra la familia tradicional y burguesa. El enamoramiento constituye una de las grandes contradicciones humanas, es el sentimiento más paradójico, el más íntimo y relacionado con lo eterno. Es una probada, una experiencia, apenas un roce de lo eterno, un anhelo convencido de eternidad: “¡estar contigo para siempre sin que nadie nos separe! ¡Eres el amor de mi vida! ¡fundirnos para siempre en una historia que no acabe nunca!”. Pero es un sentimiento y un sentimiento es por definición lo que acaba. Por ello algunos sostienen que uno se enamora de veras, una sola vez en la vida: la primera. El romanticismo es la pretensión de vivir enamorado siempre; el resultado es la búsqueda obsesiva de nuevas experiencias amorosas y el cambio continuo de “pareja”: porque el amor acaba. No es de extrañarse que las historias de amor que todos conocemos terminen con la muerte prematura de los personajes o– terminen en el matrimonio, basta pensar en las telenovelas: y vivieron felices y comieron perdices justo cuando debía comenzar la historia. 17 Uno se pregunta: ¿y después qué? Nada más que responsabilidad, contrato y aguantarse. Nuestro tercer y más reciente modelo o paso de amor es la Revolución sexual: se trata de un complejo fenómeno social que consiste esencialmente en el ideal de una vida fácil –después de los horrores de las guerras– la liberación de todos los tabúes sexuales impuestos por la moral y la religión, etc. Lo fundamental es que reduce el amor a sexo, aquí se da un paso más: se ve el matrimonio como una estructura artificial que impone un montón de cargas que nadie quiere ni puede soportar. La consecuencia es la separación entre amor sexo y procreación: Sexo si, enamoramiento, engancharme no. 2. El modelo actual Estos tres modelos de amor han dado origen al modelo actual: Amor líquido: “usémonos mientras nos disfrutemos, para eso no tienes que volverte una pasa sino yo encontrar a otro que me satisfaga”. La característica de los líquidos –a diferencia de los gases y de los sólidos– es que tienen la misma fuerza de cohesión que de repulsión: eso es el amor actualmente: “me da igual estar contigo porque podría estar con cualquiera”: la tremenda fragilidad en las relaciones. Relación pura o pura relación. En este modelo el amor es básicamente consumo: “usar y sentirme libre de tirar a la basura cuando ya no me satisfaces”; es lo que se hace con todas las cosas: se tiran cuando se adquiere otra, no cuando dejan de servir: amar es consumir y consumir consiste en desechar sin comprometerse. Se entra así en una dinámica destructiva: las consecuencias de este tipo de amor solo pueden ser la angustia y miedo a terminar en el basurero del amor. De allí la obsesión por ser sexy, la religión del cuerpo y la alucinación por las operaciones, que lo único que hacen es retrasar la fatídica hora de terminar desapareciendo en el cajón del desamor. La gran intuición de los tres modelos es el intento por rescatar la libertad del individuo frente a los moldes sociales 18 que imponen el matrimonio como un contrato y frente a la responsabilidad que impone. Esto significa que quizá aún no sabemos lo que es el matrimonio y que consciente o inconscientemente se excluye de él el amor. 3. Matrimonio sin amor La tercera pregunta casi sobra: ¿cuál es el modelo de matrimonio que se nos ha impuesto durante siglos? Una relación de responsabilidades. Y a partir de Kant: la obsesión occidental por el deber y en el fondo la desconfianza luterana por el hombre. En general se ha limitado a reducir el matrimonio a deber, a objetividad, a responsabilidad. En todo esto tienen mucha culpa un cierto realismo objetivista y el idealismo: “Amor o responsabilidad”. Los últimos siglos han estado marcados por un moralismo puritano, que condena el placer y ve las relaciones sexuales casi como un mal menor. En general hay un pleito, una esquizofrenia entre matrimonio y amor. Lo anterior ha convertido el amor en algo parecido a subir el Everest por el lado de la muerte: hay una ruta relativamente segura aunque pesadísima. Hay también una vertiente lóbrega por donde algunos pocos han logrado subir pero que está sembrada de cadáveres, o sea de fracasos. Aquí se comprende la gran intuición y sutileza de Karol Wojtyla al proponer “Amor y responsabilidad” y con ello, el rescate del cuerpo (el cuerpo humano es un cuerpo amoroso y nupcial) y del sentimiento como una brújula para el actuar. Introducir el amor erótico al matrimonio como la expresión máxima del cuerpo que es de por sí nupcial. Pues la vocación del hombre es el amor, su especificidad, lo que lo distingue de los animales. 4. El olvido de la persona ¿Por qué no se piensa en esto a pesar de la importancia que tiene? Aquí hay otra sorpresa: se estudia de todo menos el 19 amor, normalmente se le delega al futuro y el futuro es por definición lo que no existe. Hay una desproporción tremenda entre el progreso técnico y las cuestiones profundamente humanas: como la sexualidad, el amor, el matrimonio y la familia. Son éstas las que deciden la felicidad y el destino del hombre. Por ello decía Marcel que la crisis actual es una crisis metafísica, de olvido de la persona. Hoy estamos mejor pero no por ello somos mejores. En general el hombre vive anestesiado por el trabajo, las prisas y la falta de reflexión. El hombre actual vive en grandes ciudades que se caracterizan por las aglomeraciones y las muchedumbres. A pocos les sorprende que para todo haya que hacer filas, que todos los lugares están llenos: los hoteles, los restaurantes, las calles, los supermercados y centros comerciales, los cines, las playas o los trasportes y arterias urbanas. Extrañarse y sorprenderse por esto es ya comenzar a entender. Esta situación de aglomeración y muchedumbre corre el riesgo de convertirse en una situación de masa. De hecho en las sociedades actuales impera el hombre masa. La masa es por definición lo que no opina ni piensa por sí mismo, lo propio del hombre masa es pertenecer a la corriente y dejarse arrastrar y vivir ¨porque sí”. Si la sociedad actual está masificada, no puede regirse a sí misma, significa que se asiste hoy a la peor crisis que una época o país puede atravesar. La masa se caracteriza por no valorarse a sí misma, no se cuestiona. Quien se siente vulgar o mediocre ya está pensando y ha salido de la masa, pero el hombre masa está contento y no se cuestiona, se siente con derecho a la vulgaridad y la impone donde va y quien no piense como todos corre el riesgo de ser excluido. Hay que recordar que fueron las masas lo que acabó con el imperio romano. La masa ancla la vida en lo que no dura, la publicidad por ejemplo se caracteriza por un poco de verdad y mucha falsedad. El hombre masa no conversa, se limita a la charla trivial, a hablar de lo que no construye. Toma como ideal la vida sin esfuerzo y sin dolor, el capricho. Y confunde todo esfuerzo y disciplina con autoritarismo. No se cuestiona las cosas se limita 20 a que lo motiven, que lo arrastren que lo entretengan, que le aterricen las cosas. De allí el éxito que tienen los cursos de superación, de imagen, las terapias, la reducción de las terapias a religión y la religión a terapias, a “coaching”, que sean fáciles y le resuelvan la vida, no se buscan maestros, de magis “que llevan a lo mejor” sino “facilitadores”. Las universidades corren cada vez más el riesgo de renunciar a formar en lo universal, en lo personal y de reducir su oferta a técnicas, pasos, recetas, cursos y terapias; renunciando con ello a abrir mentes a lo universal y más bien cerrándola a lo miope y particular. El hombre masa está condenado desde que sale de la universidad a realizar el resto de la vida un montón de cosas que le impone la rutina de la vida. Ya en los años cincuenta se lamentaba Camus de que la vida en las ciudades se convierte en una anodina e inalterable rutina, colgando siempre del reloj: levantarse sobresaltado y con prisas, desayunar de prisa, tráfico, trabajo, comida, trabajo, tráfico y descanso. Los fines de semana: alguna fiesta, cine, alcohol y el domingo, soportar la convivencia familiar y ordenar las cosas para el trabajo y así semanas, meses y años lo mismo: Pour la plupart des hommes, vivre se ramené à «faire le gestes que l’habitude commande» (para la mayoría de los hombres vivir se reduce a ejecutar los gestos que impone la costumbre). De allí el sinsentido y lo absurdo de la vida. El hombre masa es el nuevo Sísifo, ese personaje al que «Los dioses condenaron a rodar una pesada piedra hasta lo alto de una montaña desde donde rodaba hacia abajo por su propio peso…» día tras día lo mismo: arrastrar la piedra hasta la cima. “Il n’est pas de punition plus terrible que le travail inutile et sans espoir”: no hay castigo más terrible que el del trabajo inútil y sin esperanza”. 21 Conclusión: urgencia de una gramática del amor La vida es drama pero a veces se la reduce a tragedia: delegar la propia vida a los demás; o a comedia: la actitud cínica. Estoy seguro que los únicos dos sentimientos que no experimentó Cristo en toda su vida fueron el aburrimiento y el cinismo. La vida humana tiene grados de intensidad: puede ser vivida desde lo social, lo psíquico y lo personal. Vivir a nivel social consiste en conformarse con las costumbres. Quedarse en el nivel psíquico es reducir la vida a bienestar emocional y a comodidad individual sin aspirar a más. En el nivel estrictamente personal, el individuo toma las decisiones y es consciente de sus actos, da razón de sí mismo. Quedarse en los dos primeros niveles es limitarse a vivir dormido. Aquí hemos llegado ya a Karol Wojtyla y a la urgencia de una gramática del amor frente al analfabetismo afectivo reinante: la cuestión central “Quiero saber y sentir qué es el amor: quero que tú me lo enseñes” puede significar dos cosas: “quiero usarte para sentir el amor” o “aprendamos juntos lo que es el amor, entregándonos mutuamente”. O vivir para el amor o vivir amando a alguien. 22 El amor humano en el corazón y en la mente de Juan Pablo II Dr. Daniel Alberto Medina Pech3 Estas palabras quieren ser sólo una breve aproximación al corazón de un ser humano de nuestro tiempo, hijo de familia, hermano, prójimo de todos, enamorado de Dios y de su Iglesia, sacerdote y pontífice, cuya vida, cual perfume de nardo que llena la casa (cfr. Jn. 12, 3), se percibe ya como fragancia de santidad en medio del mundo pues, en realidad, él hizo del mundo su casa ya que si en vida su amor convocó pueblos y si en su muerte reunió a casi todas las naciones, su canonización será una ocasión de esperanza renovadora para el orbe. La sonrisa que tanto cautivó al mundo, reflejo de un alma pura y universal, de un corazón de poeta y pastor, sin duda tiene raíces muy profundas que se reflejan en sus escritos. Existe en éstos un centro y un fulcro que podemos descubrir en las palabras del mismo Juan Pablo II le escribe al Profesor Giovanni Reale, agradeciéndole el haber reunido en una sola obra todos sus escritos literarios, poesía, drama y teatro: “Al centro de cada escrito se encuentra siempre el hombre en cuanto persona. Es una clave interpretativa, la cual, recibe de la Revelación pleno valor. En efecto, es precisamente en el encuentro con Dios y el diálogo con Él como el hombre toma conciencia de sí mismo como “persona”, imagen del Ser subsistente, que de hecho no es soledad, sino absoluta y misteriosa comunión”. Para Karol Wojtyla esta conclusión no es algo especulativo, en el mundo de lo ideal. Es un amor vivo, se trata de él mismo, es un amor humano con innegable sabor a familia: Doctor en Teología con especialidad en Familia por el Pontificio Istituto Giovanni Paolo II de la Pontificia Università Lateranse. Responsable de la Comisión Diocesana para la Familia, Juventud, Laicos y Vida en la Diócesis de Toluca. 3 23 la suya propia. Como filósofo llegaría a escribir que para conocer a una persona hay que partir de la experiencia, de las acciones concretas. Y eso es precisamente lo que él vivió en su infancia, adolescencia y juventud: amor humano purificado en el dolor por la muerte de su madre, de su hermano y de su mismo padre. Amor humano con sabor a dolor por los efectos de la guerra y la ideología, y, en medio de ella, amor humano en la experiencia de amistad con jóvenes de ambos sexos. Amor humano con sabor divino en su encuentro con la experiencia mística de San Juan de la Cruz. Éste es el núcleo experiencial de donde nace su visión sobre el amor humano, sí, muy humano, pero que también desde su pequeñez y fragilidad participa del amor divino gracias a Jesucristo que ha tomado nuestra naturaleza. Y así, contemplando a Cristo, el verdadero amigo que da la vida por sus amigos, concluye que el amor humano en su esencia y en su centro es una acción exodal de sí mismo, es salir de sí para donarse al otro y su máxima expresión es la cruz. Así es como lo descubre en la Sagrada Escritura y, desde ella, lo descubre también en el arte y la poesía y en la reflexión filosófica sobre el Ser mismo. Por eso, el citado profesor Reale puede decir que el vasto conocimiento que admiramos en Juan Pablo II le viene de su íntima vena espiritual como poeta, teólogo y filósofo sin ignorar la aportación positiva de la ciencia humana. Ese amor, por tanto, genera en cada ser humano una responsabilidad hacia el otro y esta responsabilidad debe generar acciones concretas, acciones éticas, de belleza, bondad, verdad y unidad: “No se puede pensar sólo con un fragmento de verdad, es necesario pensar con toda la verdad” escribe el ya inminente San Juan Pablo II. Y este amor humano, sin dejar su centro que es Jesucristo, es puesto en evidencia en su esplendor de belleza y verdad en el matrimonio y la familia, en donde el proyecto de Dios Creador se plasma continuamente en la historia. Para el Papa de la “Carta a las Familias” el amor esponsal y familiar está tan profundamente unido al amor de 24 Cristo Esposo que, con singular audacia llama a la familia esposa de Cristo: “La familia misma es el gran misterio de Dios. Como «iglesia doméstica», es la esposa de Cristo. La Iglesia universal, y dentro de ella cada Iglesia particular, se manifiesta más inmediatamente como esposa de Cristo en la «iglesia doméstica» y en el amor que se vive en ella: amor conyugal, amor paterno y materno, amor fraterno, amor de una comunidad de personas y de generaciones” (CF 19). Toda la vida personal y pastoral de Juan Pablo II se puede decir que transcurrió en la contemplación y profundización de este amor humano que, a través del sacramento del matrimonio, participa del amor divino. En su conjunto, los escritos del hasta ahora Beato son un canto poético de su corazón al amor humano, matrimonial y familiar, cuna de la vida humana y fuente de riqueza para la sociedad misma. Son, podría decirse en nuestro tiempo, un eco del Cantar de los Cantares pues, en realidad, el amor humano, transformado por el amor divino es el verdadero canto que suena en la historia. De allí brota en Karol Wojtyla su humanismo, un amor al hombre, al grado que se le puede aplicar, parafraseando el título de un libro dedicado a Francisco de Asís, Juan Pablo II no es el hombre que quiso ser Santo, sino el Santo que quiso ser hombre, es decir, un poeta de la grandeza y belleza de la dignidad de ser hombre, varón y mujer, grandeza que consiste en mirar y seguir a Jesucristo modelo del hombre, que nos enseña, como dice Gaudium et spes: “Esta semejanza –con Diosdemuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (GS 24). Entrega personal, es decir, no sólo en el espíritu sino en también con el cuerpo (FC 11), al cual considera como un sacramento de la persona, como un signo de la entrega total y 25 de todo esto fundamenta lo que él llama una antropología adecuada, fundamento real del amor humano, del cual fue y es cantor con experiencia de plenitud en la santidad. 26 San Juan Pablo II: un hombre de Dios Dns. Juan José Blázquez Ortega4 Parece que el título original de la conferencia “Juan Pablo II Santo” quiere resaltar la figura del Papa polaco, más allá de las calificaciones mediáticas o sentimentales a las que estamos acostumbrados todos. Y ésa sería una justa dimensión de su personalidad, modelada por una vida de intimidad con Dios. Pero, me he permitido modificarlo levemente, de cierto modo, por el de “San Juan Pablo II: un hombre de Dios”, por las razones que expondré. Pero, antes quisiera agradecer la invitación que se me ha hecho para hablar de ello, más que animado por la confianza en un profundo conocimiento histórico o de la espiritualidad del Papa Juan Pablo II, que no tengo, me alienta el pensar que he podido compartir parte del mundo que lo vio nacer, crecer y madurar como hombre. Me refiero no sólo al hecho de visitar casualmente como turista su patria polaca o de residir en ella, sino al de ‘habitar su tierra’, es decir, estar en ella experimentando su vida propia, presente sobre todo en su gente, su lengua, su credo y su cultura. Me anima también el hecho de pensar que, de este modo, pueda quizá ayudar a reencontrarnos con Juan Pablo II, con su imagen real y verdadera, más cercana, a descubrirlo de nuevo como una figura humana palpable de la santidad y del amor de Dios. Me ha parecido que, en razón de este propósito, en mi caso particular lo mejor sería seguir tres líneas de indagación, cuyo orden no es precisamente cronológico aunque lo parezca: la primera, es la consideración de Karol Wojtyła como filósofo Candidato a doctor en Ciencias humanísticas, área de Filosofía con especialidad en Filosofía de la Naturaleza y Ciencias Naturales por la Universidad Católica de Lublin Juan Pablo II – KUL JPII/Departamento de Biología Teórica, Lublin, Polonia). Profesor-investigador de tiempo-completo, director adjunto del Centro de Estudios en Ciencia y Religión (CECIR) de la UPAEP. 4 27 polaco; la segunda, como profesor en la Universidad Católica de Lublín; y, la tercera, como “el teólogo del cuerpo”. En todo caso, procuro no perderlo de vista como hombre de fe y como pastor supremo de la Iglesia, que es el modo como fue universalmente conocido, y teniendo presente su riquísimo magisterio pontificio, especialmente el de las Encíclicas Veritatis splendor, Evangelium vitae y Fides et ratio. Seguramente, ustedes conocen también la extensa y completa biografía que del Papa hizo George Weigel, “Testigo de esperanza”, a fines de los años 1990’s. Y, desde luego, los libros autobiográficos e icónicos del Papa, Cruzando el umbral de la esperanza, Don y misterio, el conjunto poemático Tríptico romano, y, finalmente, Memoria e identidad, publicado poco antes de su muerte. Estos me servirán también como marco de estas reflexiones, aunque lamento adelantar que, sin embargo, no me detendré en los datos biográficos que ahí se pueden encontrar, para no ser repetitivo. Con todo, no obstante, debo confesar que la idea impulsora de este perfil biográfico y doctrinal del Papa Santo Juan Pablo II que trato de esbozar aquí, es más bien otra y tiene su origen en el conocimiento de algunos personajes cercanos a la vida y al corazón de Juan Pablo II, en Polonia. En un texto intitulado “¿Quién fue precisamente Juan Pablo II?” (Lublín, 1999), escrito por el P. Tadeusz Styczeń, SDS (1931-2010), discípulo y amigo íntimo del Papa, quien le acompañó en su lecho de muerte, según sé, se remite a una idea planteada por Juan Arias, uno de los primeros autores de libros sobre el Papa (L’enigma Wojtyła) y que le hizo reflexionar: el Papa-enigma, el Papa-misterio. Esta idea se convirtió en una inquietud, cuya respuesta constituye la inspiración de lo que vengo a compartirles hoy. En particular, me refiero a lo que el P. Styczeń una vez me dijo a solas sobre Juan Pablo II y como expresión de una honda conmoción, que no puedo olvidar. Sus palabras, cálidas, finas y muy inteligentes, como él, fueron éstas: “El Papa fue un gran hombre porque fue todo un hombre”. Y yo añado, todo un hombre porque se hizo naturalmente un hombre de Dios. 28 Pero, ¿qué significa esto? El P. Styczeń no se refería sólo a la grandeza de alma de Karol Wojtyła-Juan Pablo II como elogio, sino a que vivió grandemente su humanidad, como debemos vivirla todos, siendo fieles a quienes somos. Pero, aun así, ¿qué significa eso? Pues, esto significa que se dio todo él mismo, como todos sabemos, con todos sus dones y debilidades, pero no sólo viviendo a plenitud su propia vida, entregándola al servicio generoso de la Iglesia y de la humanidad, esto es, de los demás, sino confiándola totalmente al designio de Dios para él. Muy en particular, esto significa que respondió afirmativamente con su vida, sin reservas, a la imperiosa exigencia que todos tenemos de buscar la fuente original y originaria, es decir, la fuente inconfundible e inagotable que dé sentido a la vida, que apague nuestra sed de gozo y esperanza. Más todavía, respondió desde el fondo de su ser al hecho insólito de la invitación que Jesucristo hace a todo hombre a seguirlo como la respuesta definitiva a esa búsqueda. Porque, por otro lado, es innegable que pensar en la vida y en la obra de Juan Pablo II es inseparable del pensamiento de Cristo Redentor. Este convencimiento se apoya firmemente en la declaración programática de Juan Pablo II de que “sólo Cristo revela plenamente el hombre al mismo hombre” (RH 10), repitiendo la expresión del Concilio Vaticano II (GS 22). Pero, esto no sólo lo pensó, sino que lo buscó siempre. Esto es, más que el descubrimiento intelectual de la filosofía y la teología de Dios como origen de toda verdad, su vida anticipó y participó de la revelación que Cristo le hacía de sí mismo, unido íntimamente a Él, sumergido siempre en profunda oración, como lo atestiguan sus amigos y sus colaboradores más cercanos. Esto es lo más saliente y provechoso para nosotros, creo yo, del regalo que Dios nos hizo de la vida del Santo polaco Karol Wojtyła, que llegó a ser el Papa Juan Pablo II. Esto es así porque la revelación de Cristo la hace al hombre concreto, a cada uno de nosotros, sólo que para apreciarla debemos ser valientes y generosos como san Juan Pablo II, para escucharnos en verdad, sin guardarnos nada para nosotros mismos, dándolo y arriesgándolo todo, como enseña 29 el Evangelio: “el que quiera salvar su vida la perderá; y el que quiera perder su vida por Mí, la salvará” (Mc. 8,35). Por otro lado, la conocida declaración de Polonia semper fidelis, “Polonia siempre fiel”, tuvo en Juan Pablo II una realización acabada y concreta, precisamente porque él fue siempre fiel a su fe, porque su vida no fue otra cosa que fidelidad a sí mismo y a Jesucristo Salvador de los hombres. Debemos escucharnos, decía, escuchar la voz interior de lo más hondo de nuestro ser, porque Cristo habla ahí, en el sancta sanctorum de la conciencia, corazón del hombre, tema preferido del filósofo Wojtyła. La revelación que Cristo hace de nosotros a nosotros mismos en la conciencia ocurre, sin embargo, paradójicamente sólo en el seguimiento de su voz, sin pretender sustituirla por la nuestra, ése fue el camino recorrido en su largo peregrinaje como hombre que abrazó la fe de Jesucristo y de su Iglesia. Recordamos cómo él también nos llamó “México siempre fiel”, estableciendo semejanzas con su nación. Quiso decirnos a nosotros y a los polacos en México, la primera vez que nos visitó, que nuestra patria común es la Iglesia, que ahí tenemos nuestro lugar como cristianos, y que Nuestra Madre común es María, alma de su espiritualidad cristiana y de nuestras naciones que, creo yo, él las sintió muy hermanadas, como lo siento yo, si me permiten el atrevimiento de confesarlo. Podemos recordar a tal efecto su despedida a la comunidad polaca en México, en ese entonces: “Deseo abrazaros una vez más a todos con el corazón y bendeciros en este nuestro camino polaco y católico” (27 de enero de 1979). No quisiera que olvidáramos esto, por dos razones: una, porque es significativo en la interpretación de su pensamiento; pero, la otra es que ésta es una forma de decir que estuvimos cerca de su corazón. Karol Wojtyła, filósofo polaco Ahora, en relación con el plan propuesto más arriba, quisiera introducir su humanidad concreta como polaco y 30 filósofo. La riqueza de su talento filosófico indiscutible ha sido recogido por los especialistas sumando cerca de 300 trabajos suyos, desde 1948 hasta 2003, más unos 20 no publicados, sin mencionar otros 50 trabajos artísticos o de crítica literaria. Sin duda alguna, fue un potente pensador. Sus obras filosóficas más destacadas son, sin duda, El sistema ético de Max Scheler como medio para construir la ética cristiana (1953), trabajo con el que consiguió su habilitación a la docencia universitaria; Amor y responsabilidad (1960), la obra clave de su antropología y ética de la sexualidad; y Persona y acto (1969), su obra maestra. La filosofía en la Polonia que vivía su independencia recién conquistada apenas en 1918, es decir, en la época de la juventud de Karol Wojtyła, latía fuertemente, como expresión de la vitalidad de la cultura polaca que luchaba por sobrevivir. La corriente más destacada era la de lo que ahora se llama la “Lógica polaca”, con Kazimierz Twardowski a la cabeza, que combatía el irracionalismo. Wojtyła se benefició de esta actitud y, de hecho, la incorporó a la ética. Para él, el bien se encuentra ligado a la verdad, una verdad que es plenamente racional. Pero, su primer contacto académico con la filosofía fue ya como seminarista, más bien con el pensamiento escolástico tradicional al que, no obstante su dificultad y forma, supo aprovechar como ejercicio serio y disciplinado de búsqueda de la verdad, que fue también, debemos enfatizarlo, la pasión de su vida. Ya desde entonces se manifestará su decidido propósito de buscar la verdad no en fórmulas abstractas, sino de buscarla como experiencia vital y en fidelidad a la propia conciencia. Por eso, se interesa después en la fenomenología, esto es, una forma de hacer filosofía que justamente le ofrece lo que busca. Introducida magistralmente en Polonia por Roman Ingarden, la fenomenología polaca trata de extraer desde el fondo de las vivencias y usando de toda la capacidad de razonar, las verdades fundamentales sobre el mundo, el yo y Dios, en conexión con la vida y la realidad. Este método será característico también del Papa filósofo. Por otra parte, unido a su talento artístico como actor y poeta, el talento filosófico que descubre lo pone al servicio de 31 su patria y del momento histórico, muy trágico de la II Guerra Mundial, que vive. Pero, no sólo es un joven patriota, valiente y sagaz, consciente de su deber para con su nación, sino que existe también en él la convicción de que como católico y como futuro clérigo tiene igualmente un alto deber intelectual como miembro de la Iglesia. Hay que aclarar aquí que esto se explica también por razones históricas de las que, a veces, se habla poco. Me refiero a dos hechos de la cultura polaca. Resulta que la Polonia del siglo XVIII, a diferencia de la Ilustración francesa que culminó en el ateísmo, materialismo y anticlericalismo, y a diferencia también del racionalismo de la Ilustración alemana, que acabó reduciendo el misterio a pura razón y la religión a moral, la Ilustración polaca fue inspirada y llevada a cabo por la misma Iglesia católica, en un amplio esfuerzo nacional bien organizado, que fue la base de la resistencia polaca que hizo de su cultura el único recurso para conservar su existencia como nación, en el siglo XIX, cuando los polacos se vieron obligados a acatar el dominio extranjero, al desaparecer como Estado. Esta tendencia político-cultural, sin embargo, continuó en la Polonia de principios del siglo XX. Con la ocupación nazi, que quiso arrancarle el alma a Polonia, ésta tenía que volver a su lengua y a su cultura para sobrevivir de nuevo. Karol Wojtyła ve comprometida su formación y su actuación por esta imperiosa necesidad, que hace propia. Y así es toda la vida de nuestro Santo, siempre comprometida en servir a los demás, totalmente, sin escatimar nada que esté en sus manos. Otra última consideración general sobre su filosofía es la de que, aun insertándose inicialmente, como dije, en el pensamiento tradicional, particularmente en la filosofía de Santo Tomás de Aquino, su pensamiento propio se orientó no a reproducirlo simplemente, sino a recrearlo, adoptando formas de la filosofía contemporánea. De hecho, en cuanto al proceder se refiere, su tomismo puede definirse como fenomenológicoexistencial, para diferenciarlo del tomismo clásico, inductivodeductivo. Porque, en toda doctrina filosófica, ciertamente, uno 32 puede y debe distinguir, por lo menos, entre principios, contenido y método. Diríamos que Wojtyła ha conservado los dos primeros, pero ha modificado la metodología. Pero, los ha conservado no como verdades absolutamente inamovibles y estériles, sino que los ha renovado o reanimado por un esfuerzo de comprensión original del pensamiento en sí mismo y por un esfuerzo de entrar en diálogo con la cultura contemporánea. Este doble esfuerzo es siempre una exigencia para todo filósofo, porque la filosofía, como amor a la sabiduría, no puede confundirse con un amor espurio a las ideas preconcebidas, sino amor a la verdad, que es siempre novedad original, porque es experiencia personal, pensamiento propio, respuesta a la propia vida. En este sentido, más que un filósofo polaco con ideas nuevas, podemos afirmar que Wojtyła fue todo un filósofo y, por supuesto, un gran filósofo. Ahora bien, su filosofía, nuevamente, como diálogo e intento y comprensión de la verdad y del mundo contemporáneo, nos muestra a un Wojtyła afanado en comprender y ayudar al hombre concreto, de carne y hueso. Sus elaborados análisis de la conciencia y de la acción humana en Persona y acto, que hace decir incluso a otros filósofos polacos que Wojtyła no es un autor fácil de entender inmediatamente, parecen siempre guiados por el amor por el hombre. Ésta es la clave de interpretación de su pensamiento. No le interesa alcanzar un concepto de hombre, sino de conocerlo, de lograr un pensamiento y un método filosófico que le permita siempre acercarse a él y estar en contacto con él, para poder manifestarle su amor y el amor de su Cristo amado. Es su amor por la persona la que le ha llevado a desarrollar una filosofía característica. No entro en la discusión, a veces ociosa, de clasificarla como tomista o como personalista. Más bien, lo que quisiera destacar es el perfil de ésta como realista y, de algún modo, naturalmente cristiana, donde se subraya el realismo y el dramatismo de la existencia humana, y que le permite, como hombre de fe, comprender mejor que Cristo no es una idea, ni una teoría, sino una Persona viva. De esta forma, 33 puede, a su vez, llevar a un Cristo vivo, no a una imagen falsa de él, al hombre de hoy. Él buscaba para los demás, porque lo vivía, un encuentro con Jesucristo vivo, no la mera comprensión de una doctrina sobre el Redentor del hombre. No pretendo, como se ve, hacer una exposición acabada de su filosofía, sino que trato de sacar lo que a mi juicio nos descubre más de su santidad como hombre de Dios, como hombre de Cristo. También por eso, sin embargo, es preciso ahondar un poco en su filosofía. Así que, otro rasgo de ésta es que, con ella, “captamos no sólo la estructura subjetiva de la experiencia por su naturaleza, sino también su vínculo estructural con la subjetividad del hombre”, nos dice en La subjetividad y lo irreductible en el hombre (1978). Si me permiten interpretarlo de este modo, podemos entender con eso que lo que Wojtyła pretende es adentrarse en la vida interior del sujeto humano, llegar a comprender cómo experimenta la vida, vivida desde su yo personal, descubriendo, no obstante, que tal experiencia es posible porque el yo preexiste a su experiencia. Pero, el yo sólo se revela en la acción, y la acción más reveladora del hombre es la acción libre y responsable. Más todavía, la acción más reveladora de la estructura no puramente subjetiva de la subjetividad del yo personal es el amor, que nos hace salir de nosotros mismos. Se trata, por eso, de una acción extática, que no permite que nuestra subjetividad nos encierre en sí mismos, sino que permite la relación interpersonal. Esto es, Wojtyła nos descubre de un modo nuevo, la apertura radical de nuestro ser a los demás y la exigencia de arriesgar la libertad en el amor como acción. Pero, que conste que esto mismo él ya lo vivía, en verdad. Por otro lado, esta acción es vista por Wojtyła no sólo en su dimensión antropológica, sino también en su dimensión moral. Quiere hallar la razón del bien y del mal y no se contenta con la sola idea de un deber puramente formal y abstracto, sino que lo halla en la estructura de la experiencia moral del hombre. Esto es, que la vivencia moral le descubre al hombre que sus actos no son ajenos a la estructura misma de su 34 subjetividad, o sea, que la razón del bien, del mal y del deber se halla en la estructura de la persona, sujeto y portador de un valor o dignidad inestimable, por su trascendencia respecto de toda ser natural. De este modo, coloca el fundamento de la ética nuevamente en la naturaleza personal del hombre, distinguiéndolo netamente del mundo de los objetos. De aquí la llamada “norma personalista” wojtyliana, esto es, la de que nadie puede tratar a otro como un medio o como un mero objeto útil, cuyo valor sólo está en función de otros intereses ajenos al valor de la persona misma, o por el placer que produce su trato con ella. El filósofo Wojtyła hace una férrea defensa de la dignidad humana contra toda reducción indebida de la persona humana. No hay para él otro ser más fascinante y valioso sobre la Tierra que el hombre mismo, imagen verdadera de Dios y como tal debe ser amado. El Cardenal Wojtyła, un profesor Santo Este camino intelectual del filósofo se explica, otra vez, mejor a la luz del camino que siguen su vida y su corazón. Como saben, el joven sacerdote, filósofo polaco, es llamado como profesor de ética a la Universidad Católica de Lublín y comienza sus primeros cursos en el año académico de 19541955, que continuaría hasta 1978, cuando fue elegido Sumo Pontífice de la Iglesia. Pero, había sido nombrado antes Obispo auxiliar de Cracovia en 1951 y, entretanto, participaría de manera importante en el Concilio Vaticano II en 1962 y en 1963, y sería nombrado también Arzobispo titular de la misma sede episcopal en 1963 y cardenal en 1967. De tal suerte que, aun con obligaciones eclesiales cada vez mayores, mantuvo una intensa actividad profesoral y académica. La Universidad Católica de Lublín fue fundada en 1918, el mismo año de la independencia de Polonia. Se trata de una universidad del episcopado polaco. La elección de la ciudad de Lublín, 160 km. al sureste de Varsovia se debió, además de las circunstancias históricas del momento, al papel de puente entre la Europa Oriental y la Occidental que había tenido. Esto no son 35 meros datos informativos, sino que tienen su importancia para entender qué hacía Wojtyła ahí. Fundada para cultivar la armonía entre el saber y la fe, formar a la intelectualidad católica polaca y para elevar el nivel de la vida religiosa e intelectual de la Polonia de esos años, Wojtyła se sumó a la iniciativa una vez concluidos sus estudios doctorales en Teología en 1948, en Roma. A este respecto, no podemos dejar de mencionar su brillante tesis doctoral, Doctrina de la fe según san Juan de la Cruz, escrita en latín, pero a cuyo autor leyó en español. Ya vemos cómo la Providencia le fue ayudando o nos lo fue acercando. En esta tesis, que rezuma espiritualidad carmelita, a la que conoció desde los veinte años, aplica también un análisis fenomenológico a la experiencia mística, en el que destaca cómo la fe es un encuentro vivo con Dios y de unión con Dios y consigo mismo, nuevamente. Se trata de una fe intelectual también, es decir, no ajena a la razón, pero no una razón fría y abstracta, sino cálida y viva, como hemos señalado antes. En este sentido, lleva a cabo un vaciamiento emocional de la experiencia mística, para no reducir la fe a sentimiento. Por otro lado, su análisis también descubre a Dios como Persona, no como un mero objeto de pensamiento sino, en su caso, como el objeto de una relación recíproca, aunque Dios siempre permanezca en el Misterio y sólo quepa adorarlo. De cualquier forma, se trata de Alguien con quien podemos dialogar íntimamente en todo tiempo y circunstancia, lo que el sacerdote católico polaco practicó él mismo. Su trabajo consiste, diríamos, en un análisis de la experiencia de la fe que nos permite llegar al umbral del núcleo más íntimo de la persona humana, que es el santuario de su conciencia, donde se refleja la imagen de Dios de modo más eminente. Es con esta experiencia detrás que el joven teólogo ingresa a la vida académica como profesor Teología moral en el Seminario de Cracovia y de Ética en la Universidad Católica de Lublín. Su primera encomienda en ésta fue la dar cursos sobre la historia de la ética, precisamente. Notemos que con esto puede ejercitarse en la práctica que tanto estimó, la de 36 acercarse a otros para escucharlos, para comprenderlos, antes que juzgarlos. Para hacer esto, se necesita un mínimo de simpatía por el interlocutor y es también en lo que introdujo a sus alumnos, cada vez más interesados en su filosofía y en su persona. Como prueba de ello, en una reseña sobre la experiencia de sus alumnos le describieron como “uno de esos profesores a los que no puede dejarse de seguir sus huellas con un recuerdo muy agradecido por parte de sus educandos” (Jadwiga Michalczyk, 1994). El P. Styczeń, por su parte, lo describía como “un maestro espléndido: discreto, no imponía su opinión, tomaba distancia, pero no se alejaba de sus oyentes, profundamente respetuoso del pensamiento de los demás; más aún, interesado en el otro, en lo que decía y en quién era. Trataba los trabajos de sus estudiantes como algo serio, como lo hacía con los suyos”. O sea, se tomaba en serio la vida de los demás, como se tomaba en serio la suya. Ésta fue siempre su actitud. Me atrevería a decir que como buen cristiano, como hombre de Cristo, siempre estuvo dispuesto a “descalzarse ante la tierra sagrada del otro”, según la bellísima expresión del Papa Francisco en el n. 169 de Evangelii gaudium. Como anécdota sobre esto, por ejemplo, podría contar cómo, debido a su cargo como Obispo, destinaba su sueldo como profesor como beca para sus estudiantes, sobre todo a partir de 1961, cuando tenían que viajar hasta Cracovia, a unas cinco horas por tren, para encontrarse con su profesor. Esta situación duró hasta su elección al papado. Pero, también es memorable cómo llevaba a sus estudiantes de excursión, para convivir y profundizar en sus reflexiones filosóficas y existenciales, al calor de un amor que podía palparse. Ante esto, debe uno confesar que, justamente, el crecimiento intelectual rara vez se da en el vacío y en la soledad confinada en la individualidad, más bien florece en la compañía humana de una empresa y amistad común. Por eso, la vida de comunidad en una universidad, en una institución educativa o en una familia es fundamental. 37 A esto aún puedo añadir otra anécdota, pero esta ya no como algo leído o conocido a través de terceros, sino más directamente escuchado una vez, en un simposio dedicado a Wojtyła en la misma universidad de Lublín, que me impresionó mucho. Exponía un tema el Titular de la Cátedra de Ética Social y Política, el Profesor, ahora jubilado, Jerzy Gałkowski. Este profesor era, ni más ni menos que aquel ex-espía del servicio de seguridad del Estado comunista, enviado para vigilar al Obispo de Cracovia. Se trataba de un brillante alumno suyo en aquel entonces, cuya novia también era una de las estudiantes estimadas del profesor Wojtyła. Fue la fuerza auténtica de la personalidad espiritual del Obispo polaco y el amor de su novia lo que le hizo tomar la valiente decisión de dejarlo todo lazo político con el régimen y convertirse en un buen cristiano. Pues, en aquel simposio el ahora veterano profesor Gałkowski narraba con lágrimas en los ojos, profundamente agradecido cómo fueron Wojtyła y su después esposa, “quienes me salvaron. Fue el amor el que me salvó”, nos dijo, dirigiéndose por igual a su esposa, presente en la sala. Es más, su carrera como profesor de la Universidad Católica de Lublín contó con el apoyo incondicional del Arzobispo Wojtyła. Éste, una vez más, nos da muestras elocuentes de haber sido un buen cristiano, como sacerdote, Obispo y profesor. Por otra parte, no estaría de más anotar aquí algo para mí importante, que es su interés desde los años 1950’s en conectar la filosofía, la fe y la ciencia. También organizaba excursiones con colegas filósofos y con físicos, médicos o psicólogos. El diálogo que hoy constatamos entre ciencias, filosofía y teología en el mundo católico y fuera de él, se debe al impulso de su temprano pontificado, pero esto tenía ya una larga historia. Esta historia resultó muy provechosa incluso para él y para nosotros, pues, particularmente, Amor y responsabilidad fue elaborado también con la ayuda de sus amigos médicos, psicólogos y psiquiatras. Esta búsqueda de unir el pensamiento cristiano con el mundo contemporáneo, así como hacerlo, de igual manera, en comunidad, donde mediaba la amistad y la profesionalidad, es 38 algo que extendió también al trabajo filosófico estricto, especialmente en lo que concernía a su interés por el hombre. Cabe destacar la personalidad de figuras como la del ahora cardenal Marian Jaworski y del P. Józef Tischner, ya fallecido, entre muchos otros, desconocidas para nosotros quizá por el problema de la lengua, pero a quienes habría que conocer igualmente. Por lo demás, el interés por el pensamiento profundo y la cultura contemporánea, uniendo arte, ciencia y fe, filosofía y teología, ha dejado una huella sensible en varias universidades en Polonia y me hace recordar cariñosamente asimismo la figura cálida por igual del Arzobispo de Lublín, Profesor y Gran Canciller de la Universidad, Józef Życiński, fallecido hace pocos años, una autoridad intelectual también de primer orden, sobre todo en lo tocante al diálogo entre fe y cultura y entre fe y ciencia, quien siempre se mostraba agradecido e inspirado por el interés de Wojtyła por defender la vida, la dignidad humana y la justicia. ¿Cómo no olvidar la enseñanza de Juan Pablo II a este respecto, de defender la primacía de las personas por encima de las cosas, de poner la prioridad en la ética por encima de la técnica, por sostener la superioridad del espíritu sobre la materia” (RH 16)? Por supuesto, son muchos otros los personajes que podríamos mencionar, profesores de su universidad, pero me gustaría más bien concentrarme, finalmente, en lo que toca a esta sección, en las ideas que se generaron en su alma como fruto maduro de su vida universitaria y que permitan traslucir su íntima relación con Dios y que explica por qué el profesor Gałkowski afirmó que “su actividad consistió en dar darle plenitud al hombre y a toda la comunidad en la que vivió”. Más allá de las anécdotas, su perfil como profesor nos muestra por igual una evolución intelectual, una maduración que, de nuevo, no es sólo de ideas, sino de una forma de vida auténticamente humana y de fe que se despliega en el tiempo, a la vez que desarrollaba y maduraba su pensamiento cristiano sobre la Iglesia y el mundo. 39 Encontramos una síntesis personal en su discurso al mundo polaco de la cultura y de la ciencia en la Universidad Católica de Lublín, durante la tercera visita apostólica a su patria, en 1987. El marco general nos toca muy de cerca, pues en aquella ocasión exhortaba: “¡Universidad! ¡Sirve a la verdad! ¡Si sirves a la verdad, sirves a la libertad! A la libertad del hombre y de su nación. ¡Sirviendo a la verdad, sirves a la vida!” Ésta es nuestra tarea principal en la universidad católica. Ésta es nuestra tarea en el Instituto Juan Pablo II, y no otra. El mismo Papa Juan Pablo II entonces se confesaba “con la conciencia de la deuda contraída para toda la vida con lo que es la universidad”. Éste es nuestro servicio concreto a la humanidad que se nos acerca, a la comunidad humana que no espera menos de nosotros. El Santo Padre tenía en mente, desde luego, las palabras de Cristo: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn. 8, 32) y las ha asumido como programa. Más todavía, nos dice el Papa: “Sirviendo a la verdad por amor a la verdad y a aquellos a quienes la transmitimos, edificamos una comunidad de hombres libres en la verdad, formamos una comunidad de hombres unidos por el amor a la verdad y por el recíproco amor en la verdad, una comunidad de hombres para los que el amor a la verdad constituye el principio del vínculo que les une”. Pero, la verdad es Cristo, Ícono del Padre (“Yo soy el camino, la verdad y la vida”, Jn. 14, 6). Ésta es la verdad que parece motivar a Juan Pablo II a lanzarse mar adentro, en el inmenso océano del mundo y de la historia. Esta convicción de fe profunda que acepta lo inaudito de que un hombre, un humilde carpintero de un pueblo pequeño, Jesucristo, sea el Camino del hombre, con todas sus exigencias, nos debe mover a nosotros a ponernos en camino de seguir las huellas de Santos como Juan Pablo II que confiaron su vida al Crucificado, como Aquél que no defrauda. Continuaré con algunos elementos de este mismo discurso enseguida, para adentrarnos ya en la tercera y última parte de mi exposición, pero antes quisiera decir que este rico periodo del cardenal Wojtyła incluye al final un momento de intensidad que pre-anuncia lo que reconoceremos después en 40 él como teólogo dramático y fuertemente simbólico. Me refiero a Signo de contradicción, la obra que recoge los Ejercicios Espirituales que predicó a Paulo VI en 1976. Comprendemos con ella por qué Juan Pablo II se centra en el Dios de la Alianza, el Dios de la Vida que quiere que el hombre viva y viva en abundancia, que nos suena familiar en su magisterio; comprendemos su aceptación al sufrimiento como continuación de la oración de Cristo en Getsemaní; y comprendemos también cómo predicó la plenitud de la vida como la comunión de las personas en el amor. Juan Pablo II, teólogo del cuerpo Es muy poco tiempo para desarrollar la teología del cuerpo del Papa Juan Pablo II, ni siquiera pretendo esbozar sus líneas principales. No pretendo aquí un análisis pormenorizado de las 130 catequesis que desarrolló de 1979 a 1984. No es el propósito de la reflexión del día de hoy. Quisiera más bien colocarla ante ustedes en el contexto de su vida como Santo. Esta teología sólo se explica sólo como fruto de un hombre que ama mucho al hombre, metido profundamente en Dios y que, así, quiere llevarnos, meternos en este mismo misterio de Dios. En aquel discurso en la Universidad Católica de Lublín el Papa expresaba también en síntesis su teología del cuerpo en el contexto de la historia de la salvación. Ahí apelaba a comprender la “constitución del hombre, su puesto en el cosmos”, para lo cual había que remitirse “al principio, al arché”, cuando el hombre había sido creado. Pero, nuestro puesto en el cosmos y en la historia sólo se nos revela a la luz de Cristo, quien nos revela al Padre y a la Trinidad divina. Esta cristología trinitaria joánica-paulina nos revela también dónde estaba su espíritu. Juan Pablo II se entendía con Dios, porque sabía que Dios se había hecho hombre para hacer que el hombre fuera Dios, como dice, por ejemplo, San Agustín. ¡Y de qué modo! Su teología del cuerpo no sólo nos descubre el “evangelio de la sexualidad”, con el que llama de manera particular a los 41 esposos a ser “profetas” de la verdad y del significado del cuerpo y de su sexualidad, especialmente el uno para el otro, sino que se trata de una teología que nos descubre el misterio de lo que Dios es. Juan Pablo II quiere darnos a conocer la Palabra de Dios, quiere que conozcamos la verdad de Dios, para que, conociéndola, la probemos, quiere que seamos libres y nos llenemos con la vida de Dios, fuente de agua viva (Jn. 4, 10). La clave de esta teología es, desde luego, la Encarnación del Verbo. Su teología del cuerpo, por tanto, forma parte del entendimiento del mensaje de la salvación de Dios. En ella nos introduce por los caminos menos sospechados, los de la humildad de la carne, hasta el misterio altísimo de la íntima vida divina de la Trinidad. La parte más conocida de esta teología, que reflexiona sobre el Génesis, cuando “varón y mujer los creó”, esta antropología riquísima se convierte pronto en un tratado sobre la Trinidad, pero una Trinidad que “se puede ver”, por decirlo de algún modo, en el cuerpo mismo. Porque, si bien, “varón y mujer los creó, a imagen y semejanza suya” (Gn. 1,27), donde además la humanidad se dice de dos y no sólo de uno de ellos; esta imagen y semejanza, enseña el Papa, no es sólo la de su espíritu sino también la de su cuerpo. ¿Por qué? Porque el cuerpo es sexuado y la sexualidad es, estructuralmente, relacionalidad, referencialidad, alteridad, o bien, complementariedad y reciprocidad. Esto es, la sexualidad masculina y femenina de la persona humana es capacidad para entrar en relación con otra persona, a quien estamos orientados, a quien estamos llamados a reconocer como persona. Más todavía, esta mutua referencialidad personal del cuerpo humano es portadora de un imperativo antropológico, que se corresponde con la llamada norma personalista wojtyliana: “amar a la persona por la persona misma”. Es decir, el cuerpo del otro, signo visible y constitutivo de su persona es un signo elocuente ―pero que se desvela sólo por el amor― de que la persona humana es aquel ser que ha de ser no otra cosa que amado. La solidaridad con sus hermanos, a quienes tenía que confirmar en la fe, se mostró ciertamente como solicitud por hacer conocer esta verdad. 42 Porque, descubierta la amabilidad del cuerpo hombre, ésta se hace más grande cuando reflexiona, por lo mismo, en que el cuerpo sexuado es un llamado a la participación intersubjetiva de las personas, esto es, a la comunión interpersonal. Es decir, la sexualidad humana, con todos sus dinamismos, se orienta a establecer lazos fuertes de amistad entre hombres y mujeres. Lazos que pueden culminar en un vínculo esponsal y hasta alianza sacramental, en donde el hombre y la mujer han de constituirse en una comunidad de vida y de amor, en una comunidad íntima de personas que se aman y se entregan totalmente. Pero, resulta que esto es precisamente Dios, Trinidad de Personas que viven en comunión de vida y de amor, que se comparten y donan infinita y absolutamente la riqueza insondable de sus Personas. ¿En qué estaba pensando Juan Pablo II? O, lo que enseñaba, ¿se trataba sólo de un pensamiento teológico genial? Yo creo más bien que no dejaba de amar a Dios y al hombre. Que este amor fue el que le llevó a “amar el amor humano”, como gustaba decir. Y más, porque esta revelación trinitaria en la sexualidad humana, le permitía mostrar el camino elegido por Dios para nuestra salvación. Porque, aceptada con confianza la Palabra del Verbo Encarnado y la Promesa de la Resurrección, del Dios hecho hombre, esto debía tener, consecuentemente, un significado también para el cuerpo humano. Gracias al cuerpo, pues, el hombre incluso puede verse como más imagen de Dios que los ángeles, porque el cuerpo permite la unión de las personas. En el extremo, se trata de la humanidad, que se dice de dos, hombre y mujer, como una imagen viva y fiel de Dios, que no es un Dios solitario sino comunitario. Pero, esta imagen, a su vez, es una llamada a vivir en el amor como reflejo de la vida íntima de Dios mismo. ¿Cómo no podría ser, entonces, el matrimonio como base de la unidad de la familia? Podríamos, por eso, completar esta reflexión con el pensamiento del Papa Benedicto XVI, cuando nos dice en Jesús de Nazaret que Dios ha querido crear un mundo visible, digamos aquí, el cuerpo humano, para descubrir a través de la 43 maravilla de su ser, al ser de Dios. Pero, más aún, ha creado el cuerpo para encontrarse con el hombre, por eso los esposos deben ser imagen de Dios para su cónyuge y los cónyuges para sus hijos, para que se encuentren con Dios. Al último, todavía más, Dios ha querido al crear al cuerpo humano para establecer una alianza con los hombres en la historia concreta de sus vidas. La sexualidad, en este sentido, es la obra de Dios para establecer una alianza entre los hombres y las mujeres. O bien, por otro lado, podemos afirmar aquí lo que nos ha dicho el Papa Francisco, recientemente: “Dios se ha encarnado para tener al hombre cerca de su corazón”. Porque la Encarnación del Verbo sugiere, en este plano, que Cristo es el signo elocuente de que el cuerpo no le es ajeno a Dios, de que lo humano no le es ajeno a lo divino, de que la Encarnación es, por decirlo así, de lo más “natural” a Dios, a un Dios que nos ama, que siempre nos ama, que sólo nos ama. ¡Dios ahora es carne! Esto es inaudito e incomprensible para muchos. Pero, es el camino escogido por Dios y en él está la vida. Por consiguiente, la pregunta inicial de ¿quién fue realmente el hombre que se convirtió en Juan Pablo II?, creo que se puede formular ahora de otro modo: ¿Cómo no podía ser él lo que fue, si vivía profundamente este misterio? Si todo el peregrinaje de su vida fue una vida de profunda oración, de una oración que fue contemplación, de una contemplación que se hundía en el insondable misterio del amor de Dios por cada uno de nosotros, ¿cómo no pensar que vivía ya en el Cielo aun en la Tierra, cuando estuvo entre nosotros? ¿Cómo no pensar que quizá siempre estuvo mirándonos desde el balcón de quien tenía puestos los ojos arriba y desde allí no quería otra cosa, sino darnos la bendición del Cielo, de la que él disfrutaba? Conclusión Porque, si no, no se entiende su continua preocupación por resaltar la necesidad del amor y la misericordia, la continua pregunta de Antígona, que contestó de manera abundante con innumerables escritos y gestos magnánimos. El munus regale, 44 el don de la realeza que Dios ha querido para el hombre, le llevó a predicar “el amor sincero de sí”, como el acto que más nos engrandece. Su predicación y su apostolado por la humanidad hay que comprenderle desde esa preciosa definición del amor que elaboró porque lo vivía: “amar es hacerse cargo de la vida de otro” (Evangelium vitae 40 y 87). Pues bien, después de esta imagen obtenida con algunas pinceladas, después de este recorrido de reflexión y reminiscencia, que deja mucho por mencionar, podemos no obstante comprender la figura de todo Santo como “aquél que se identifica visiblemente con Cristo”. Finalmente, quisiera decir también que, si bien guardando las debidas proporciones, todos podemos afirmar algo más de Karol Wojtyła, Juan Pablo II, al igual que lo podemos hacer de Cristo: “Él me amó a mí. Juan Pablo II me amó a mí”. Ésta es, al menos, mi convicción, que empezó a nacer desde el mismo día que supe de él y que, como creo fue el caso de la inmensa mayoría, cuando supimos de su elección como Pontífice. Esta convicción se fue haciendo, empero, más honda, a medida que, al igual que a Jesús, preguntamos: y, ¿quién es éste, llegado de una tierra lejana? La respuesta no puede iniciarse sino con un mínimo de simpatía, que después se vuelve asombro y estupor, sin duda. ¿Qué me queda decir ahora, para terminar, como alguien a quien han invitado para hablar de su experiencia personal tras un encuentro geográfico con la vida y obra del Santo polaco, sino lo mismo que él nos dijo en aquella ocasión?: “No tengáis miedo, abrid de par en par las puertas de vuestro corazón a Cristo”. Pero son puertas igualmente hacia el interior, donde ya está Él, esperándonos, para estrecharnos con un gran abrazo. Así lo entendió nuestro próximo Santo y así lo vivió. De ahí el secreto de su fuerza y entereza, de ahí el secreto de su amor y misericordia. Niech będzie pochwalone Jezus Chrystus! ¡Alabado sea Jesucristo! ¡Juan Pablo II, ruega por todos nosotros! Muchas gracias. 45 Homilía de la Misa de Acción de Gracias por la Canonización de Juan Pablo II5 S. E. R. Mons. Christophe Pierre6 Muy queridas hermanas y hermanos: Me alegra encontrarme hoy con todos ustedes celebrando la Eucaristía y ofreciendo al Padre nuestra acción de gracias por el don que ha hecho a la Iglesia y al mundo en la persona del Beato Juan Pablo II, sucesor de Pedro, Pastor de la Iglesia Universal y próximamente Santo; guía indiscutible para todos, en los caminos de la fe, de la esperanza y del amor. Han pasado nueve años de su regresó a la casa del Padre aquel 2 de abril de 2005. ¡Cuántos eventos inesperados y asombrosos han tenido lugar en estos años! Y, sin embargo, para millones de personas Juan Pablo JI sigue siendo un maestro y compañero de camino que, como entonces, nos sigue iluminando con el legado de su palabra y perenne testimonio de vida. También por ello, con el salmista podemos decir: "Te alabaré, Señor, eternamente". Porque, también así, enviando a nuestro mundo apóstoles como Juan Pablo II, se hacen progresivamente realidad aquellos "cielos nuevos" y aquella "tierra nueva", anunciados por el profeta. Esa renovación cósmica, que como atestigua el Nuevo Testamento, ha iniciado con la muerte y resurrección de Jesús, seguirá su curso y tendrá su cumplimiento pleno como fruto de la poderosa intervención divina. En esta nuestra jubilosa celebración, toda la liturgia de la Palabra nos habla de renovación y alegría. El profeta Isaías vaticina y anuncia lo que Dios quiere realizar. La acción de Dios que a través del Mesías prometido construirá una sociedad Publicada en http://www.cem.org.mx/contenido/319-congreso-ssjuan-pablo-ii-catedra-universidad-anahuac-31-marzo.html 6 Nuncio Apostólico en México5 46 nueva, porque el Espíritu palpitará en todos los hombres y mujeres que escuchen la Palabra de Dios y vivan en armonía' con su mensaje. Promesa que sustentó la esperanza del antiguo pueblo, revelándole las dimensiones cósmicas del designio divino: las tribulaciones pasadas pronto se olvidarán, porque el Señor se dispone a realizar una nueva creación inundada de alegría. Un anuncio, el del profeta, en el que se entrelazan el canto del corazón de Dios y el de la humanidad. En la nueva Jerusalén se desvanecerá toda tristeza y habrá prosperidad, bienestar y serenidad. La obra salvífica del Señor transformará el mundo. Una promesa, cuyo cumplimiento se vislumbra ya de alguna manera en el episodio del Evangelio, en el que San Juan nos habla de un pagano que, acercándose a Jesús, le hace una extraordinaria súplica. Episodio que deja al descubierto las condiciones de la fe: confianza en la persona de Jesús suficientemente firme como para resistir sus reproches y para aceptar volver a casa sin todavía haber visto algún signo visible, fiándose únicamente en su palabra: "Vete, tu hijo ya está sano". Aquel día, el Maestro había regresado a Galilea en donde fue bien acogido porque las noticias de cuanto había hecho en Jerusalén habían llegado también ahí. Va a Caná, donde realizó el primero de sus "signos": la conversión del agua en vino. Ahora, es un funcionario de Herodes quien le suplica que baje con él a Cafarnaún donde su hijo se está muriendo. La situación geográfica de Caná respecto a Cafarnaún explica el uso del verbo 'bajar', pero no agota su significado. Su importancia se refleja en la insistencia con la que el hombre suplica a Jesús que 'baje'. Él es, de suyo, el que "por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo". En todo caso, la fe de aquel funcionario es aún demasiado imperfecta, y sin embargo no desiste, y como respuesta a su desesperada invocación, el Señor le ofrece la palabra que da vida. "Vete, tu hijo ya está sano". Palabra que da vida pero exigiendo la fe. Palabra, que si creída y obedecida, encierra un milagro, como sucedió al funcionario, que al alejarse de Jesús 47 llevaba consigo, resonando en su corazón, la palabra que Él le había dicho: "Vete tu hijo ya está sano". Esta palabra, su única esperanza, acompañaba y sostenía sus pasos de regreso a casa, desde donde mientras tanto vinieron a su encuentro los siervos, que llenos de alegría le dieron la certeza que esperaba con las mismas palabras de Jesús: "Tu hijo ya está sano". Y, entonces, "creyó". Creer en la Palabra, hermanas y hermanos es dejarla que se conviel1a en luz y alimento para el camino hacia la promesa; es permitir que nos diga adónde debemos ir y cómo debemos caminar, quién nos espera y qué quiere de nosotros. Un creer, que no es solo "creer en Jesús", sino también un "creerle a Jesús", aceptando, sin "peros" ni condiciones, su palabra. Jesús es esa Palabra: la Palabra viviente de Dios. Y por ello, amigas y amigos, para quienes creemos verdaderamente en Él, la ciencia más eminente es lograr conocerlo a fondo; y la alegría más profunda es revelar a todos las insondables riquezas de su amor. Conocer y amar a Cristo para hacerlo conocer y amar. Es esta la dicha y la más bella tarea que tenemos los creyentes. Una verdad de la que nuestro amado Juan Pablo II fue testigo, ejemplo y maestro. Todos sabemos qué fue lo que Juan Pablo II contempló al inicio de su pontificado: Un mundo poblado por millones de personas acosadas por el miedo, en busca de razones de vida y esperanza. Y para ellas fueron sus primeras y proféticas palabras: "¡No tengan miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad!" -dijo-o "¡No teman! ¡Abran, más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo! A bran a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengan miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre» (...). Permitan, pues, -se los ruego, se los imploro con humildad y con confianza-, permitan que Cristo hable al hombre. ¡Sólo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna! (22.10.1978, n. 5). "¡Abran las puertas! " suplicaba el Papa. Abran las puertas de la mente, del corazón, del alma -como el funcionario ante Jesús-; ábranlas al don de la fe. A una fe vivida, gozosa, 48 militante, comprometida, irradiadora: precisamente como la que él mismo hizo vida, también en el calvario y hasta la muerte, sin nunca bajarse de la Cruz. ¡Sí! Juan Pablo II, a semejanza de su amada Santa María, ha sido grande en su fe. Junto con ello, más aún derivada de su fe, una de las características más bellas del Papa Juan Pablo II, que muchos pudimos contemplar en muchas ocasiones, fue su capacidad de orar, y de orar profundamente. Una característica clave para entender el porqué de su innegable influencia en el mundo. Él fue un hombre de Dios sumergido en el Misterio. Cuantas veces, a través de la televisión nos fueron compartidas las imágenes de muchos de sus momentos privados, arrodillado, en oración, en pleno contacto con Dios, vaciándose de sí mismo para dejar que el espíritu lo llenara y para, luego, ponerse de pie con renovada energía, y lanzarse a la acción. Así, su vida y su pontificado fueron recorridos con la pasión de presentar al mundo entero la fe que él vivió, y la consoladora y entusiasmante grandeza de la misericordia de Dios. He ahí su secreto. He ahí el motivo por el cual Juan Pablo U fue lo que fue y es lo que ahora es. "En la raíz de su incansable acción apostólica está claramente la intensidad y la profundidad de la oración" -decía el cardenal Camilo Ruini al conmemorar el 30° aniversario de la elección de Juan Pablo II-. "En él, la oración y la acción estaban íntimamente conectadas: era un hombre que vivía de cara a Dios y que actuaba tratando siempre de interpretar la voluntad de Dios". Pero si Juan Pablo II vivía permanente y profundamente unido a Dios en la oración, esta unión no lo apartaba, más aún, lo unía más estrechamente también a cada persona humana en quien veía la imagen de Dios y a la que amó, defendió y enseñó. Su amor y preocupación por la humanidad, siempre amenazada, lo llevó a realizar una titánica acción para evitar las guerras y restablecer la paz, para asegurar a los pueblos más pobres una esperanza de vida y desarrollo, para defender la dignidad sagrada de toda existencia humana, desde su concepción hasta su fin natural. 49 "El hombre -escribió el Papa-, no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente (...). El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo -no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentesdebe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser" (RH10). Muy queridas hermanas y hermanos. Recibiendo a Juan Pablo II en cinco ocasiones, el pueblo mexicano tuvo la dicha inmensa de mirarlo transitar por las calles de sus ciudades, de escuchar su palabra, de acoger su testimonio de vida, de fe y de amor. Su presencia sacudió el alma de todos, y su humildad y devoción particularmente profunda a Santa María de Guadalupe, los cautivó profundamente. El tiempo ha transcurrido. Sin embargo, en nuestros corazones han quedado grabadas aquellas sus palabras pronunciadas ante la Bendita Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe: "¡Me voy, pero no me voy. Me voy pero no me ausento; pues aunque me voy, de corazón me quedo!". Efectivamente, sabemos que desde la comunión de los Santos, él está verdaderamente con nosotros invitándonos a hacer memoria existencial de sus mensajes, sin miedos ni temores. "Podemos estar seguros -decía el entonces Cardenal Ratzinger, en el funeral de Juan Pablo II-, de que nuestro querido Papa ahora está en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice". Esta es nuestra certeza y por ello damos gracias al Señor con todo el corazón. Estamos seguros que junto a Santa María de Guadalupe está también Juan Pablo II favoreciéndonos con su intercesión. El funcionario del evangelio "creyó en la Palabra que le había dicho Jesús y se puso en camino". ¡Creamos también nosotros y pongámonos en camino! Que esta nuestra celebración y la ya próxima canonización de los amados pontífices Juan Pablo II y Juan XXIII, nos impulse a releer el 50 Evangelio, proponiéndonos entender lo que Jesús nos dice y nuestros nuevos Santos nos repiten permanente con su palabra y testimonio. Dejémonos evangelizar, para que también nosotros nos decidamos a ser más y más convencidos, entusiastas, creíbles y eficaces evangelizadores de los demás; de modo que también ellos, encontrando a Cristo y escuchando, creyendo y obedeciendo su palabra, en Él tengan vida; vida en plenitud. Así sea. 51 Pontificio Instituto Juan Pablo II para la Familia El Instituto Juan Pablo II es la respuesta y solución ante los desafíos y problemas que Familia y Matrimonio encuentran en nuestros días, ciertamente tiempos de crisis pero también tiempos de profunda esperanza. En el Instituto contamos con una larga experiencia y tenemos como fundador al mismo Papa Juan Pablo II, que después de una larga reflexión y experiencia como pastor erigió el Instituto en Roma el 13 de mayo de 1981. El Matrimonio y la Familia constituyen ‘‘realidades fundamentales de nuestro tiempo’’ y junto a ellas, otras como la sexualidad, el amor y la mujer; el Instituto ofrece la preparación adecuada para una vida profesional dedicada al apoyo y atención de las familias y constituye un trampolín privilegiado para trabajar por una sociedad más justa y humana que reconozca el puesto y papel esencial de ambos: Matrimonio y Familia como la base y cimiento más sólidos del mundo de hoy. La Familia está pasando por profundas trasformaciones y todo ello se convierte en un ambicioso objeto de estudio y de trabajo profesional en múltiples áreas. El Instituto tiene la ventaja de abordar toda la realidad matrimonial y familiar desde una visión interdisciplinaria que incluye la pedagogía, con la consciencia de que el hombre es persona; la psicología, sin olvidar la dimensión relacional y familiar del individuo; el derecho, conscientes de que la familia es de por sí sujeto de derecho; la medicina, conociendo los aspectos relacionados con la procreación y la dimensión biológica humana y sus consecuencias éticas. Y todo estudio se centra una antropología fundada en la comunión de personas que deriva una comprensión integral del ser humano en sintonía con el plan de Dios para el hombre. Con esta visión completa e integral, el Instituto Juan Pablo II está convencido de la prioridad que se debe dar a la Familia: como comunidad de amor y de solidaridad por excelencia 52 como lugar de encuentro y alianza entre los hombres como principal recurso con que cuenta nuestra sociedad El Instituto es una gran comunidad internacional y tiene su Sede Central en Roma, en la Universidad Lateranense, está presente también en España, Zambia, Benín, Brasil, Corea, Australia, India y Estados Unidos; su presidente internacional es Mons. Livio Melina, autor de varias obras sobre el Matrimonio y la Familia. En México comenzó en 1992 con las sedes de Guadalajara, México y Monterrey y tiene más de veinte años formando profesionales comprometidos con programas de licenciatura, maestría y diplomados con el fin de colaborar eficazmente en una cultura de la Familia en y para México. Actualmente el Instituto está presente también en León, Mérida, Puebla y Querétaro. 53 JUAN PABLO II SANTO se publicó en formato electrónico con motivo de la Canonización de los Papas Juan Pablo II y Juan XXIII el 27 de abril de 2014, en el Pontificio Instituto Juan Pablo II para la Familia, Universidad Anáhuac México Norte Edificio de Posgrado Planta Baja Av. Lomas Anáhuac # 46 Col. Lomas Anáhuac C. P. 52786 Huixquilucan, Estado de México. www.familia.edu.mx Se utilizó la fuente tipográfica Gandhi Serif. Informes: Mtro. Miguel Santiago Flores Colín [email protected] Teléfono (55) 53 28 80 80 ext. 7877