BEATO ÓSCAR ROMERO EN EL CORAZÓN DE LA

Transcripción

BEATO ÓSCAR ROMERO EN EL CORAZÓN DE LA
BEATO ÓSCAR ROMERO EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA
La beatificación de Mons. Óscar Romero constituye una gran alegría para la Iglesia Latinoamericana y
universal. Por ello desde SIGNOS nos sumamos a este justo reconocimiento de su persona y mensaje.
A continuación un texto del P. Gustavo escrito desde El Salvador, como testigo se su beatificación,
seguido de diversos testimonios de cómo el mensaje del nuevo beato ha marcado sus vidas de fe.
UNA ALEGRÍA PASCUAL
Por el P. Gustavo Gutiérrez, sacerdote dominico.
Un pueblo entusiasta y numeroso se dio cita este 23 de mayo, en San Salvador, para celebrar con
afecto y profunda alegría la beatificación de Mons. Romero y el reconocimiento de su condición de
mártir; es decir, de testigo de Jesús de Nazaret y de su anuncio del Reino de Dios y su justicia. Un
reconocimiento que encontró dificultades en el camino, pero que gracias al Papa Francisco fue
superado y se hizo justicia a un testimonio intachable.
La ceremonia fue seguida atentamente por una multitud que llenó plazas y calles, y por muchas
personas más en el país y más allá de él. La notas dominantes era la gratitud y el gozo por el
testimonio de un obispo y pastor que entregó su vida por fidelidad al Evangelio y a su pueblo, no hacía
falta preguntarlo, ver los rostros era suficiente.
35 AÑOS DESPUÉS
Por mi parte no pude dejar de pensar en el contraste con otros momentos: los de su funeral, 35 años
antes, en marzo de 1980. En ese entonces, un conmovedor silencio reinaba frente a la catedral,
interminables colas de personas del pueblo salvadoreño que él había amado y defendido de los olvidos
y vejámenes que sufrían; ahí estaban, caminando lentamente, durante horas, para “ver y acompañar a
Monseñor’’. Contraste, también, con el día mismo del entierro en el que una violenta, e intencional,
interrupción
-cuando se celebraba la Eucaristía en una abarrotada plaza-, provocó un pánico que
produjo la muerte, sobre todo por asfixia, de varias decenas de personas. Así, en medio de una
situación dolorosa y trágica, y, en esa hora, con una increíble plaza vacía, las pocas personas
presentes en la catedral, enterraron a un pastor, que marcaría sus vidas, cantando un himno a la
resurrección.
¿Qué relación hay entre estos hechos? ¿Es solo un contraste? No, hay una continuidad entre ellos. En
ambas situaciones está un cristiano que no buscó la muerte; la aceptó, como Jesús en Getsemaní, por
amor a Dios y al pueblo, a su pueblo. Estaba convencido de que no podía abandonarlo, entregó su vida
libremente, podía decir como Jesús: “nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente” (Juan 10,18).
Voluntariamente la entregó en solidaridad con los pobres y marginados, defendiendo su dignidad
humana y reclamando justicia para ellos. Algo enteramente fiel al mensaje evangélico; pero que
cuestionaba a sectores de poder, de ese lado vinieron las balas que le dieron muerte cuando celebraba
la misa, en el llamado Hospitalito de las Hermanas Carmelitas dedicado a enfermos de cáncer y del
cual era capellán.
DEL LADO DE LOS POBRES
Estar cerca de los pobres, es estar cerca de Dios, gustaba decir. Nunca pretendió ponerse por encima
de todo y de todos, evadiendo las exigencias del Evangelio y los retos de la realidad histórica. "Es muy
fácil –decía también- ser servidores de la palabra sin molestar al mundo, una palabra muy
espiritualista, una palabra sin compromiso con la historia, una palabra que puede sonar en cualquier
parte del mundo, porque no es de ninguna parte del mundo". Su palabra fue siempre encarnada, como
la de Jesús, de allí su Pascua, su paso de un viernes santo a la alegría de un domingo de resurrección.

Documentos relacionados