DEJAD DE DESEAR DINERO Y PLACER
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DEJAD DE DESEAR DINERO Y PLACER
DEJAD DE DESEAR DINERO Y PLACER P. Steven Scherrer, MM, ThD www.DailyBiblicalSermons.com Homilía del viernes, 24ª semana del año, 20 de septiembre de 2013 1 Tim. 6, 2-12, Sal. 48, Lucas 8, 1-3 “Raíz de todos los malos es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Tim. 6, 10). El deseo de enriquecerse y llenar la vida de los placeres de este mundo es la raíz de toda tristeza y sufrimiento, porque el hombre no fue creado por Dios para esto. El camino de la felicidad es el camino que nos libra de esto, es decir, el camino que niega este deseo y pasión, el camino de la abnegación a sí mismo, el camino de dejar de desear. Si queremos ser felices, tenemos que dejar de desear las riquezas y los placeres de este mundo. Esta codicia es la raíz de todos nuestros malos y tristeza, “porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (1 Tim. 6, 9). “Mas tú, o hombre de Dios, huye de estas cosas” (1 Tim. 6, 11). “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Ped. 2, 11). Este desear dinero, esta codicia, este deseo para placer, es el enemigo de la paz y la verdadera alegría. Es la fuente de toda nuestra tristeza e infelicidad. Si alguien quiere ser feliz en Dios, tiene que huir de todo esto. “Así que teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Tim. 6, 8). En vez de desear dinero y placer, debemos usar nuestra energía más bien para el reino de Dios, sirviendo a los demás con nuestros talentos, dones, y dinero. El deseo de amontonar dinero y placeres mundanos es un uso falso de nuestra energía, y nos destruirá, porque no fuimos creados para esto. Este camino de desear dinero y placer es el camino ancho y cómodo de los muchos, que lleva a la perdición. El camino de la felicidad, al contrario, es el camino estrecho y angosto de la vida que pocos hallan (Mat. 7, 13-14). Jesús bendice a los pobres; pero a los ricos, rodeados de sus placeres, dice: “¡Ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo” (Lucas 6, 24). Y al epulón rico en el infierno, Abraham dijo: “Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tu atormentado” (Lucas 16, 24). Es mejor no tener nuestro consuelo ahora en estas cosas, para tenerlo en Dios, ahora y después. Es mucho mejor dejar de desear dinero y placer mundano, y más bien ser los pobres del Señor, los anawim, los que han perdido y renunciado a todo para vivir una vida sencilla en pobreza evangélica, porque “bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (Lucas 6, 20). Las riquezas y los placeres mundanos dividen nuestro corazón de un amor puro sólo para Dios, como los espinos ahogan una semilla para que no lleve fruto. “La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto” (Lucas 8, 14). Más bien debemos servir sólo a un señor (Mat. 6, 24), perder nuestra vida en este mundo por amor a Cristo (Marcos 8, 35), y negarnos a nosotros mismos, porque “si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz, y sígame” (Mat. 16, 24). “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14, 33). 2