JOSEP PONS – La música como habla

Transcripción

JOSEP PONS – La música como habla
Fue chico del coro en Montserrat. Hoy es director de la Orquesta Nacional de España y
uno de los músicos pujantes en Europa. Ahora se esmera en convertir la ONE en una
formación competitiva a grandes niveles. Para él, la música es el mejor diálogo posible.
JOSEP PONS – La música como habla
(Por Jesús Ruiz Mantilla)
Cuando le plantaron aquel huevo frito encima de la mesa, a las 7:30 de la
mañana, tras los maitines, comprendió que eso de la música tenía sus
salidas. Por aquellos días de madrugones, canto gregoriano y estudio en
silencio como miembro de la Escolanía del Monasterio de Montserrat, Josep
Pons había decidido ya dedicarse en cuerpo y alma a los pentagramas toda
su vida. Iba escalando peldaños con naturalidad, sin ser muy consciente de
que la música era parte de sus genes, su otra habla, su válvula de escape,
su presente, su futuro, su pasión, su redención, su propio camino de
perfección.
Aquel huevo frito también influyó. Estaba recién hecho, rizadito por los
bordes y con la yema de un amarillo anaranjado intenso, dotado del poder
de atracción que sólo posee el centro del sistema solar. El niño Pons se lo
comió en silencio y en dos o tres minutos, lo que tardó en saborear la
blanda consistencia de aquel bocado de los dioses bien untado en pan
caliente, debió pensar que esa gloria era privilegio de algunos elegidos y
había que aprovecharla. Se lo había ganado por debutar como organista.
Cada vez que algún residente en el monasterio tocaba por primera vez el
órgano en la misa de la mañana, tenía derecho a disfrutar de ese manjar
desde los tiempos de la Edad Media.
No se le ha olvidado a Pons esa mañana en Montserrat. El paso por el
monasterio fue lo más decisivo que ha hecho en su vida este músico total
que hoy es director de la Orquesta Nacional de España y una de las batutas
más originales y potentes de Europa, con más de 100 conciertos anuales en
orquestas de España, Francia, Alemania, Reino Unido… “Entrar en la
Escolanía fue una decisión inconsciente, pero después lo he pensado
muchas veces y cuando dije sí a mis padres, sin pensarlo casi, había
tomado la decisión más trascendente con siete años”, dice hoy Pons, con el
puño de la mano sujetando su cara expresiva, en constante agitación, fiel
reflejo de su manera de trabajar.
El músico catalán es un hombre inquieto, que basa su fortaleza en la acción
lejos de la autocomplacencia, como demuestran los pasos que ha dado en
su carrera. En su casa nadie sabía música. Su padre era director técnico en
una empresa textil, y su madre, ama de casa. Fue un profesor del colegio
de su pueblo, Puig Reig, en la provincia de Barcelona , donde Pons nació
en 1957, quien aconsejó que probara suerte en la Escolanía de Montserrat
porque había notado en él una facilidad innata, casi salvaje, para ese arte.
También fue una decisión difícil para su familia, algo que comportaba
sacrificio, dureza y concesiones a cambio de una educación privilegiada.
Casi no lo dudaron en su casa. Durante dos años peregrinaron para que los
monjes le hicieran todas las pruebas necesarias y le siguieran la pista hasta
que, a la edad de nueve, ingresó. “Pensándolo bien, yo a los nueve años
me fui de casa y no he vuelto”, dice ahora, medio sorprendido. Todavía
recuerda el primer día que entró. “Estaba con mis padres en un pasillo
antes de que nos llevaran a cenar. En un momento, volví la vista atrás y ya
se habían ido. Me había quedado solo sin saber qué hacer, si volver a
buscarlos si seguir por donde me indicaban…”
De Montserrat salió hecho un jovenzuelo con sueños cuando el franquismo
agonizaba y decidido a dedicarse en cuerpo y alma a la música y la
agitación porque en el monasterio mamó también el activismo político contra
el régimen, con el episodio que le marcaría muy hondo del encierro de
artistas e intelectuales junto a la Moreneta para protestar contra el proceso
de Burgos.
Así que cuando abandonó aquellos muros, echaba a andar por el mundo un
muchacho sensible, con gran formación musical y conciencia cívica
comprometida, unos pilares que no sólo conserva, sino que ha seguido
cultivando. Después fue persiguiendo su objetivo con la ideas claras y
metiéndose en todo aquello que le produjera provecho, desde estudiar
cuatro instrumentos, piano, violín, trombón y órgano, en el conservatorio,
cosa de la que ahora se arrepiente- “ debí centrarme sólo en el piano”, dicehasta ingresar como miembro de una orquesta de música de baile al ritmo
de Glenn Miller, Cole Porter y Jorge Sepúlveda, a trabajar como arreglador
discográfico para artistas de la nova canço, como Raimon o Marina Rosell,
o a ocupar una plaza de trombón en una banda del ejército mientras hacía
la mili en Canarias…
Así hasta que se graduó como director de orquesta de la mano de Antoni
Ros Marbà, en Barcelona, e inició aventuras como la de formar la orquesta
de cámara del Teatre Lliure, en los gloriosos ochenta, con Fabià Puigcerver
como director de una casa que sigue siendo referente brillantísimo del teatro
europeo. “En esa orquesta sólo hacíamos música contemporánea y
creamos un público nuevo que no existía”, dice Pons.
Después llegaron los años del sur, donde forjó la Orquesta Ciudad de
Granada como director titular en los años noventa. “Han sido 10 años
fundamentales, los mejores de mi carrera, entre los 35 y los 45, cuando
estás en plenitud de facultades”. Una preparación intensa y que le ha dado
callo y experiencia suficiente para lo que tiene ahora entre manos: devolver
a la Orquesta Nacional de España una credibilidad minada durante años de
conflicto con la Administración y desencuentros con el público, y colocarla
en un lugar preferente dentro de un país en el que existe mucha
competencia y calidad creciente en el campo sinfónico.
Como futuro músico ¿qué le enseñaron en Montserrat?
Como músico, casi todo. Yo empecé en la Escolanía de Montserrat con 10
años y desde entonces no me he bajado de los escenarios. Allí cantábamos
y aprendíamos dos instrumentos. Nos levantábamos a las 6:15 y a las siete
ya empezábamos a cantar en el coro. Allí fue donde entré en contacto con
todo el repertorio, además. Desde los grandes polifonistas a
contemporáneos como Ligeti. También nos visitaban grandes músicos,
recuerdo haber visto a Penderecki o a Leonard Bernstein allí.
Todo un acervo…
Si, cosas que se van perdiendo en la liturgia, también. Después del Concilio
Vaticano II, la iglesia, musicalmente, ha destruido una catedral para
construir una ermita. Se pierde el ritual, la tradición y el misterio, pasa del
gran patrimonio a esas cancioncillas ridículas.
[....]
Antes comentaba el placer que supone estar seis horas diarias con
Mahler. Es el sello de su generación. ¿Para ser director de orquesta a
sus años hay que ser forzosamente mahleriano?
Si quieres dedicarte al campo sinfónico, hay que pasar por todo el
repertorio. En Granada le dediqué muchas horas al clasicismo. Mi vida ha
recorrido la historia de la música. En Montserrat, la polifonía; en el Teatre
Lliure, los contemporáneos. Ahora , con la ONE, sigo este tronco al que
pertenece Mahler, algo que también viene de mi wagnerianismo. Pero el
caso de Mahler es fascinante porque contine tradición, ruptura y sorpresa
constante.
De haber caído usted en Montserrat hace unos siglos será consiciente
de que podía haberse convertido en un “castrati”. ¿La música nos
hace mejores o algunos pagan un alto precio por la belleza?
Muchas veces, eso es una pamplina. Mira los nazis, qué sensibilidad
cultivaron. No por ser sensibles a Bach eran mejores. La música nos
estimula. De por sí, no hace nada.
Tiene fama de buen programador. ¿Le molesta?
No. Siempre me gusta que te digan que eres bueno en algo. Paso muchas
horas haciendo los programas. No se trata de llamar a un músico y
preguntarle qué quiere hacer. Hay que convencerles para que lo que hagan
tenga cierta coherencia con lo que buscas. No se pueden hacer temporadas
que sean meros contenedores de obras. Es la diferencia entre un
hipermercado artístico y una exposición. El Prado propone una experiencia
estética con sus exposiciones, a las que dan un sentido; nosotros
intentamos hacer lo mismo con la base de la música. La principal
responsabilidad es dar buenas obras, decirle al público: “Pruebe este plato”
y no dar gato por liebre. Después, que haya una relación, un diálogo con
otras actividades que lo complementen, que no se quede todo en una mera
experiencia acústica. Tenemos una responsabilidad con el tiempo de ocio
de la gente.
Pero, ¿no se corre el riesgo de confundir pedagogía con ideología?
Debe haber algo de pedagogía, pero sin ofender, sin que se note. Debe
primar un orden. En lugar de ofrecer siempre lo mismo, explorar con
calidad.
Disfrutar y sufrir con la música. ¿Cuándo ocurre eso en el
podio?¿Cuál es el momento de máximo placer?
Precisamente cuando no mandas nada. Cuando sabes que aquello funciona
solo. Es maravilloso.
¿Es eso lo que colma el ego de una director?
En todas las disciplinas artísticas existe la vanidad. Sin ego no haríamos
nada, tenemos una cierta necesidad de explicar nuestra visión de las cosas.
No sólo hacerlo, sino mostrar como lo hacemos. Yo siento el impulso de
salir a escena; supongo que en ese empuje es determinante el ego, aunque
seas tímido. Pero un director por libre no hace nada, necesitamos la
complicidad, sólo funciona un proyecto de orquesta cuando los músicos
creen en él. Hasta ahora no me ha ocurrido lo contrario, pero toquemos
madera. Hay que buscar siempre alianzas.
¿De quién aprende el director?
Los directores solemos cursar la escolástica, pero finalmente éste es un
oficio que se aprende con la práctica. Te lo enseña el uso cotidiano. ¿De
quién aprendes? Yo sobre todo, de dos fuentes. De los compositores y de
los músicos con quienes trabajas. Hay que ser humilde y despierto para
aprender de ambos también.
O sea que es usted un director “enrollao”
Habría que preguntárselo a los músicos. Hasta ahora, me siguen, Mi trabajo
es convencerles de que vamos por el camino adecuado.
Además, que se aprende de la música fuera de la música?
Tendríamos que preguntarnos qué es la música para responder. ¿Una
simple acumulación de sonidos?, ¿ El arte de los sonidos? Si es así hay
que proporcionarle otro tipo de valores, principalmente humanistas, para
aprender porqué ésos son los que se transfieren. La música es una
exploración de la sensibilidad y del pensamiento y eso es lo que le da
atribuciones que van más allá de lo acústico y de lo que podemos sacar
provecho.

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